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Democratización de las relaciones familiares en la construcción de la equidad social

Autora: Mag. Zulma Fabiana Cabrera*

Resumen
Las familias de hoy en nuestra sociedad está sujeta a múltiples tensiones, derivadas de la vida
moderna. En este contexto, desde hace unas décadas, éstas enfrentan nuevos y viejos conflictos
referidos, entre otros, a la relación de pareja, la crianza de los hijos, la realización de tareas
domésticas, desacuerdos acerca de la administración y distribución del dinero, dificultad de conciliar
la vida laboral y familiar.
Dichos conflictos se configuran y tienen en sus bases la persistencia de procesos de
desigualdad de género. Por lo que se torna necesario revisar los patrones de desigualdad existentes y
de la inclusión de todos los miembros de la familia en una dinámica mas flexible a partir del
reconocimiento y ejercicio de derechos “igualitarios” de cada uno de sus integrantes.
En este camino, se considera que la intervención familiar desde Trabajo Social se debe realizar
desde una perspectiva de democratización de las relaciones familiares.

* Docente e investigadora de la carrera Licenciatura en Trabajo Social de la Facultad de Humanidades y Ciencias


Sociales de la Universidad Nacional de Misiones.
Las familias como construcción histórico-social

A lo largo de la historia y a través de las diferentes culturas, la institución FAMILIA ha


adoptado formas muy diversas, así como disímiles significados y valoraciones.
Sin embargo la sociedad occidental construyó un modelo de familia que pronto se impuso
como “ideal” aún cuando la realidad histórica y las prácticas de los sujetos no fueran uniformes. Por
eso no puede hablarse de “familia” sin tener en cuenta que se trata de un concepto normatizador
cargado de ideología: la idea de familia se instala como universal y establece modelos, legitima roles y
regula comportamientos.
De manera entonces que al hablar de familia, estamos haciendo alusión a una construcción
histórico-social. En tanto tal, a los fines de aproximar un proceso reflexivo y de análisis sobre ella se
torna necesario un recorrido suscito sobre las características, modelos y relaciones familiares
imperantes en nuestra sociedad, en los diferentes períodos históricos.
Así, en la sociedad pre-industrial, predominaban las familias en las que las actividades de
producción para la supervivencia del grupo ocupaban a todos los miembros de la misma, bajo la
autoridad del padre. Varias generaciones trabajaban dentro de esas familias y las tareas de
reproducción biológica (tener hijos), cotidiana (las tareas domésticas para la subsistencia), y social
(socialización y educación) se realizaban a la par de las productivas, basadas en la agricultura y el
artesanado.
Estas familias, que podemos denominar pre-modernas, en las que la vida laboral y familiar
estaban integradas, presentaban el tipo de relación patriarcal clásica: los hombres mandaban, con un
poder indiscutido, y las mujeres aceptaban la subordinación a cambio de protección y status social
seguro. Este vínculo incluía el control sobre sus cuerpos, sus emociones, sus hijos y su trabajo.
En síntesis, se trataba de familias bastante estables en sus vínculos por una suma de factores:
-el trabajo de los hombres y de las mujeres era económicamente interdependiente, bajo el
mando del varón;
-el hogar servía como unidad de producción, reproducción y control;
-los individuos no tenían alternativas de vida económica, sexual y social fuera de las familias y
estaban inmersos en un conjunto amplio de lazos de parentesco, comunidad y religión.
La familia moderna acompaña el desarrollo de la sociedad industrial, en la cual se disocian de
la vida doméstica tanto los medios de producción como la fuerza laboral. Se produce un proceso de
reorganización social, espacial y temporal del trabajo y la vida doméstica. La producción y la
reproducción se van a desarrollar en ámbitos separados: los hombres comienzan a trabajar en mayor
medida en las actividades fabriles, dejando de lado la producción rural familiar, mientras que las
mujeres se van a ocupar mayoritariamente de la vida doméstica. El rol de la mujer se consolida bajo el
título de “ama de casa”, nominación cargada de ambigüedad, que le otorga el poder de decisión en
todo lo relativo a la actividad doméstica siempre y cuando la mujer reconozca su subordinación al
varón proveedor.
Los procesos de cooperación y apoyo que brindaban las relaciones entre varias generaciones
fueron reemplazados en las familias modernas por las relaciones de la pareja conyugal y de padres e
hijos.
En síntesis, el discurso sobre la familia moderna se establece sobre las siguientes
características:
-el trabajo familiar y el trabajo reproductivo se separan, haciéndose invisible el trabajo
femenino, convirtiéndose las mujeres en dependientes de los hombres;
-el amor y el compañerismo pasan a ser el ideal del matrimonio;
-la vida familiar queda alejada de la observación pública. Se enfatiza la experiencia de la
privacidad;
-La mujer comienza a tener menos hijos y la maternidad comienza a ser exaltada como una
vocación natural y demandante;
Al poder y autoridad masculino, basados en la condición de ser el hombre el único proveedor
y jefe del hogar, se contrapone el “poder femenino” en los afectos, centrado en la maternidad. Las
mujeres y niños se hacen cada vez más dependientes de los hombres, ya que su sustento y la
representación de los asuntos familiares quedaron a cargo de los mismos.
Desafíos actuales a las familias de la modernidad
Sobre el estereotipo de las familias modernas se están construyendo sin embargo nuevos
arreglos, que incluyen nuevas estrategias en las relaciones que rehacen las familias desde otros
enfoques y prácticas. Algunos autores comienzan a hablar de esta manera de “familias postmodernas”,
para denotar la fluidez de los vínculos, prácticas en las que se combinan viejas y nuevas formas de
relaciones.
En la actualidad, asistimos así a una creciente heterogeneidad de organizaciones familiares,
relacionadas con los grandes cambios sociales que las han influido: transformaciones demográficas
(tales como la reducción del tamaño medio de la familia -menos hogares multigeneracionales y más
unipersonales el retardo de la edad al casarse, el incremento de las uniones consensuales, los divorcios
y separaciones, etc.), aumento de hogares con jefatura femenina y creciente participación de las
mujeres en el mercado laboral, fundamentalmente. Todo ello se refleja, sin dudas, también en
variaciones en la composición, papeles y funciones desempeñados por sus distintos miembros/as. No
obstante, en el plano simbólico persisten formas de representación, normas e imágenes culturales
sobre las familias de carácter tradicional, lo que produce procesos de discordancia entre los discursos y
las nuevas formas y prácticas de las familias.
En nuestro país se advierte que la formación de familias y los procesos de reproducción que la
acompañan han experimentado importantes cambios recientes, observados en la dinámica familiar
como:
-separación de los ámbitos de la sexualidad, la gestación, el matrimonio, la crianza y las
relaciones familiares;
-los adultos divorciados y vueltos a casar, así como la convivencia de hijos de diferentes
matrimonios, se han transformado en un fenómeno cotidiano;
-muchos hijos viven con sus madres mas que con ambos padres;
-los conflictos familiares reciben nuevas y diversas respuestas;
-Los hijos e hijas comienzan a ser considerados como ciudadanos, se revén las concepciones
acerca de la infancia y del poder de los adultos sobre la misma.
En estas familias, las mujeres tienen mas acceso a la educación y la empleo, son menos
dependientes de lo que ganan los maridos, tienen mas cargas, ya que desarrollan una doble jornada
laboral, sumando el trabajo doméstico y el extra doméstico. Además, a veces tienen algún grado de
participación comunitaria, lo que las enfrenta a una triple jornada de trabajo.
De esta forma la familia actual está sujeta a múltiples tensiones, derivadas de la vida moderna,
frente a la cual asume comportamientos sociales y características diferentes a la tradicional o pre-
moderna.
Vivimos en una época de grandes cambios en la estructura y dinámica familiar, pero sin
embargo el ritmo de dicho cambio no es parejo ni se extiende en el conjunto de la sociedad del mismo
modo.

Las relaciones de género en las familias


Un contexto y momento actual de aparición y transición hacia nuevas formas y dinámica
familiar, necesariamente conlleva a la necesidad de una revisión fundamental de las relaciones de
género en toda la sociedad.
Cuando decimos “género”, estamos haciendo alusión a las relaciones sociales que se
establecen entre varones y mujeres a partir de las elaboraciones culturales sobre lo que es ser varón o
ser mujer, elaboraciones estructuradas a partir de las diferencias biológicas entre los sexos, diferencias
que se conciben como naturales, a históricas e inmutables.
En concordancia con PNUD, la familia conforma un espacio de acción en el que se definen las
dimensiones más básicas de la seguridad humana: los procesos de reproducción material y de
integración social de las personas. Precisamente, en esta institución se comienza a construir la
identidad de género, reforzada luego en otros ámbitos como la escuela, entre otras.
Identidad que supone la construcción de una imagen de cada miembro de la familia a partir de
la diferencia sexual, moldeada por normas culturales de género.
El modelo patriarcal de familia se funda en el supuesto de complementariedad entre varones y
mujeres, con una posición jerárquica de los varones en relación con las mujeres.
Las familias modernas se organizaron en torno al poder y la autoridad del cabeza de familia, el
varón, el cual no solo era el “proveedor” sino la autoridad respetada por los miembros de la familia.
Hecho que no significa que las mujeres no logren poder en sus familias, pero lo cierto es que
frecuentemente lo hacen sin obtener el reconocimiento acerca de su legitimidad para ejercerlo.
En este sentido en nuestra sociedad occidental en los siglos XVIII y XIX, la familia ha sido la
institución patriarcal clave como generadora de relaciones autoritarias y desiguales. Su constitución y
funcionamiento se estableció bajo la autoridad del padre encargado del bienestar económico de la
misma a partir de su participación en el mundo público. En tanto la figura de la mujer se conservó en
segundo plano como “reina del hogar” en su rol de “madre”, su renuncia sexual e invisibilización de
su actividad productiva.
Desde una perspectiva de género, es posible advertir y dimensionar una construcción social
del sistema de poder basada en las diferencias biológicas de cada sexo que jerarquiza a uno de ellos
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(varón), colocando en una posición de desigualdad, de subordinación del otro. Siguiendo a Foucault
“cuando las relaciones de poder son piramidales, ocupar el vértice, produce privilegios y discursos que
son considerados verdades. Los discursos acerca del poder de hombres y mujeres se construyen sobre
la desigualdad de las relaciones de géneros, de tal modo que la legitimidad del poder de las mujeres
queda oscurecida, no reconocida o confinada a ser un poder en el mundo de los afectos, considerado
como ámbito de la feminidad. De este modo impera una autoridad del varón legitimada, porque es
reconocido dentro de las normas y valores aceptados por el conjunto, desvinculándose de las
relaciones de poder, de las cuales debería ser una expresión. De allí que es necesario advertir que si
bien es cierto que las familias son las encargadas de reproducir tales patrones culturalmente vigentes
como la jerarquía por sexo, el autoritarismo y la desigualdad, también el grupo familiar puede ser el
lugar desde donde se cuestione y se cambien reglas, donde se puede promover y practicar procesos de
transformación que conlleve a relaciones mas democráticas e igualitarias entre los varones y mujeres
integrantes de nuestras familias.

La “necesaria” democratización de las relaciones familiares


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Numerosas investigaciones realizadas desde 1989 en Argentina han reflejado dos prácticas
que poseen un potencial transformador del autoritarismo en las familias: la acción colectiva de las
mujeres, en tanto espacio genuino de desarrollo de capacidades sociales y personales; y las acticas de
negociaciones democratizadoras al interior del grupo familiar, que permiten instalar, mediante un
discurso de derechos, nuevas formas de ejercer la autoridad familiar entre varones y mujeres, teniendo
en cuenta el desarrollo hacia la autonomía de los niños, niñas y jóvenes.
Los procesos cuestionadores de las relaciones de poder y autoridad, parece indicar una
situación de crisis de los “acuerdos” que legitiman la desigualdad entre varones y mujeres,
empezándose a problematizar los discursos legitimados de las viejas prácticas patriarcales.
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Precisamente una perspectiva de “democratización de las relaciones familiares” constituye
una propuesta que a partir de considerar las relaciones entre varones y mujeres como relaciones de
poder asimétricos, promueve su modificación. En este sentido, la promoción de los derechos de las
mujeres, niños/as y jóvenes en los grupos familiares es necesario para eliminar las condiciones
ideológicas y materiales que sustentan varias formas de subordinación y marginalidad (de género,
edad, clase, raza, preferencias sexuales, etc.).
En general, los procesos democratizadores promovidos desde esta perspectiva son el resultado
de negociaciones en la vida familiar. Las negociaciones son procesos de mutua comunicación
encaminados a lograr acuerdos con otros cuando hay algunos intereses compartidos y otros opuestos.
Se refieren a discutir normas, acordar con otros nuevas formas de interacción en algún aspecto de la
vida de relación, asignaciones de recursos simbólicos o materiales, por el cual se intenta resolver un
conflicto a través de un acuerdo mutuo. Se tratan de procedimientos de discusión que tienen como
objetivo conciliar puntos de vista opuestos. Las negociaciones se realizan cuando el acuerdo no es
evidente, cuando los protagonistas en desacuerdo intentan encontrar un acuerdo.
En este sentido cobra fundamental importancia el marco cultural en el que se produce los
procesos de “negociación”. Cuando éste acontece, como en nuestra sociedad occidental, en
condiciones de asimetría de poder, generalmente los mismos derivan en luchas en las que las mujeres
tratan de ejercer poder en alguna esfera de la vida cotidiana a través de múltiples formas, de
disimulación, persuasión, acomodación, entre otros. Mientras que los varones, al estar seguros de que
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ejercen el poder, no negocian, simplemente “imponen”
Precisamente estas situaciones son producidas por la persistencia de desigualdad de género
que dificulta la negociación por varias razones, entre ellas:
-las expectativas de género inciden negativamente en muchas mujeres para sostener sus deseos
y objetivos y transformarlos en intereses.
-A muchos hombres les cuesta escuchar los deseos y los intereses de las mujeres
-Las diferencias de recursos entre hombres y mujeres pueden plantear una gran dependencia
económica de algún miembro, generalmente de las mujeres.
De manera que las negociaciones se tornan complejas en un marco de desigualdad basada en
“verdades naturalizadas” incorporadas por cada miembro de la familia en el proceso de socialización,
que “llevan muy adentro” en términos de patrones muy asentados. Por lo que obstaculiza la apertura
de procesos de negociación, los que se resuelven en detrimento de los intereses de quien está peor
posicionado socialmente.
Ahora, en cambio en casos de relaciones simétricas, donde cada uno es reconocido por el otro
como teniendo legitimidad para iniciar el proceso para acordar posiciones e intereses, se trata de
construir acuerdos donde los negociadores tienen, desde ambos lados, la legitimidad y la posibilidad
de redefinir la situación para establecer una nueva que beneficia a ambos.
Desde esta perspectiva se pone el acento en la dimensión política de las relaciones de género y
en la necesidad de una reflexión crítica sobre los valores y las costumbres culturalmente arraigados y
sostenidos desde el sistema patriarcal, así como sobre las relaciones de autoridad masculina,
subordinación femenina y ejercicio del poder de los adultos y adultas sobre los niños/as y adolescentes
con el fin de promover una convivencia basada en el respeto de los derechos y en el cumplimiento de
responsabilidades, en el marco de cuidado y de interdependencia mutuos.
Se torna necesario construir vínculos nuevos entre varones y mujeres, respetando las
diferencias de cada uno en la construcción de ciudadanía, para que estas diferencias no se conviertan
en motivos para promover la desigualdad y la subordinación. Ello atendiendo a que si bien es cierto
que las familias son las encargadas de reproducir los patrones culturales vigentes, también el grupo
familiar puede ser el lugar desde donde se cuestionan y se producen cambios democratizadores
necesarios.
Ello considerando a su vez que los procesos y las prácticas de democratización de las
relaciones de familia puede retroalimentar y fortalecer la democratización de las instituciones
próximas a la vida de todos los días en nuestra sociedad.
Familia y Políticas Públicas
Es posible advertir en nuestro país que en los ámbitos de las instituciones sociales diseñadoras
e implementadoras de políticas referidas a las familias, coexisten y conviven una variedad de
concepciones, representaciones y acciones que en muchos casos no es concordante en su totalidad con
las prácticas familiares existentes, “reales”.
Durante las décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado, el modelo estatal centralizado otorgó
importancia a fortalecer la familia orientado preponderantemente hacia un modelo único y “deseable”
de familia a la que se veía como intermediaria entre los individuos y las políticas públicas. En las
últimas décadas del Siglo XX y hasta la actualidad, en la mayoría de los casos primó una orientación
sectorial y fragmentaria de las políticas, que habitualmente se dirigen a las personas como individuos y
no como integrantes de una familia. La mayor parte de estas políticas carecen de una visión integral y
de tipo transversal y en muchos casos siguen tratando a los temas de la familia como si fueran temas
del ámbito privado.
Sin embargo, aún desde esta diversidad de enfoques y lineamientos de acción, hay consenso
fundamentado y apoyado en estadísticas en referencia, respecto a los principales problemas que ésta
enfrenta, destacándose el desempleo asociado a la crisis económica, el aumento de la pobreza, la
violencia intrafamiliar y un proceso acelerado de “desintegración familiar”.
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Vivimos en un mundo, como sostiene Jelin en el que las tres dimensiones de la definición
clásica de familia-la sexualidad, la procreación y la convivencia- han experimentado profundas
transformaciones y ha evolucionado en direcciones divergentes, de lo que ha resultado una creciente
multiplicidad de formas de familias y de convivencia.
No podemos obviar los cambios acontecidos en la estructura y dinámica familiar como
producto de cambios demográficos, sociales, económicos y culturales de nuestra sociedad.
Hecho que amerita necesariamente una redefinición fundamental de las relaciones de género en la
sociedad en tanto dimensión central para avanzar en los procesos de democratización de las familias,
posibilitadores de la modificación de la actual situación de inequidad en el ejercicio de derechos y
obligaciones de hombres y mujeres en los ámbitos familiares. En este sentido, en la elaboración de
políticas de equidad de familia es conveniente que las mismas tengan en cuenta las relaciones de poder
entre varones y mujeres.
Desde una visión democrática de la familia entonces, existen dos elementos básicos en torno a
los cuales se debe enfocar la búsqueda de tal equidad:
1· la promoción de relaciones equitativas al interior de la familia, para que las personas
puedan desarrollar sus potencialidades y expresar sus diversas cualidades, respetando
las de los demás,
2· la protección respecto del uso arbitrario de la autoridad y del poder coercitivo.
En este contexto, algunos criterios orientadores de políticas referidas a la familia serían
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entonces una cuidadosa combinación de:
3· Subsidiariedad y participación: el Estado facilita las acciones de las organizaciones
intermedias, a fin de fortalecer las capacidades de las familias para la búsqueda de
abordaje de problemas que las afectan.
Principio de la complementariedad de los agentes públicos, privados y mixtos en la
cobertura de las necesidades familiares.
4· Universalidad: derechos y deberes son aplicables a todas las familias, sin distinción de
clase, credo, tipo, sitio de residencia, sexo o jefatura. Respeto al pluralismo de las
estructuras familiares para que no sean discriminadas bajo concepto alguno y respeto a
los lazos afectivos establecidos en el interior del hogar. Identificación de las
necesidades que surgen de las nuevas configuraciones familiares para poder prever y
proveer mecanismos idóneos para satisfacerlas.
5· Integralidad: las necesidades de las familias y sus miembros deben considerarse
integralmente
6· Individualidad y equidad: igualdad de derechos y deberes entre los cónyuges, de los
hijos y todos los derechos personales y familiares de cada miembro de la unidad
familiar. Reafirmar la importancia del adulto como proveedor para evitar que niños y
adolescentes asuman esas obligaciones.
7· Unidad familiar: corresponde al Estado promover la estabilidad y cohesión familiar
mediante la oferta de servicios que garanticen el disfrute de una vida en común.
Brindar apoyo y refuerzo de la función socializadora de las familias con diversas
medidas de política, a partir de un reconocimiento de su heterogeneidad y asistirlas en
sus deberes de protección social
En síntesis, es necesario fortalecer a las familias como sujeto de derechos, que debe
conjugarse de manera flexible con los derechos de sus miembros preservando los
principios de democracia y equidad, y velar especialmente por aquellas familias con
mayores carencias y por sus miembros con mayores desventajas.

El desafío para el Trabajo Social en este marco


Tal como se viene referenciando, los cambios imperantes en la estructura y dinámica familiar,
en nuestra sociedad, sin dudas, desafían todas las posibilidades de dar cuenta de estas complejidades y
nos llevan a nuevas búsquedas profesionales, en el plano de lo epistemológico, lo ético y lo político de
nuestras intervenciones profesionales.
En coincidencia con Santana Marta, en este contexto de fuerte vulnerabilidad material y
simbólica lo que está en juego en el accionar de cada día es nuestra propia capacidad para pensar
nuevas categorías y conceptos para explicar la realidad, a la vez que comenzar a problematizar la
emergencia de nuevos sujetos de intervención profesional relacionada con problemáticas diversas.
Precisamente, la familia en condiciones de vulnerabilidad social alude a una de ellas en tanto
se ve inmersa y vive situaciones de inseguridad en la esfera laboral, pero a la vez, una crisis identitaria
respecto de su función en la sociedad y de la modificación de las relaciones interpersonales en el seno
de la misma.
No podemos obviar que las familias expresan los cambios de los procesos sociales, las
transformaciones ocurridas marcan la vida cotidiana de los sujetos de nuestras intervenciones en lo
social, construyen subjetividades e interpelan nuestras tradicionales formas de nombrar y concebir las
necesidades, los derechos, y el sistema de valores y representaciones presentes en nuestras
intervenciones profesionales.
Las manifestaciones de la cuestión social contemporánea como la marginación, la
fragmentación, el debilitamiento de sostenes relacionales, la desocupación, alteran significativamente
sus condiciones de vida y constituyen dimensiones que deben ser incorporadas por los Trabajadores
sociales "...en tanto coordenadas que no corresponden exclusivamente a la esfera material de
subsistencia de los sujetos pero que son fundamentales para la construcción del campo problemático
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hoy”
Los procesos de vulneración de los derechos humanos básicos con lleva a las familias a
situaciones diarias de exclusión-inclusión a los que cotidianamente se ven sometidas. Por lo que se
torna necesario promover una cultura democrática de ejercicios de derechos dentro y fuera del ámbito
familiar.
En este camino se considera prioritario consolidar los procesos de democratización familiar.
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De manera que, como afirma Ultrich Beck la democracia no se convierta solo en una forma de
gobierno, sino también en una forma de vida.
En este sentido, el desafío principal desde el Trabajo Social, es redescubrir alternativas y
posibilidades trazando horizontes en la formulación y ejecución de propuestas para la intervención con
familias que sean solidarias con el modo de vida de sus miembros, considerándolos no solo como
victimas del sistema sino, sobre todo, como sujetos que luchan por la preservación y conquista de su
vida, de su humanidad.
Precisamente la construcción de la perspectiva de democratización de las relaciones familiares
se constituye, a partir de la revisión de los supuestos que sustentan los mecanismos de desigualdad
para los actores marginados, en una herramienta incuestionable para la promoción y ampliación de la
ciudadanía. Ello no en tanto como propiedad de las personas, sino como una construcción histórica y
social basado en el respeto de los derechos humanos básicos de los niños y adolescentes y de la
equidad de género en el ámbito de las familias. Hecho que sin dudas redundará en el fortalecimiento
democrático de la sociedad en general.
NOTAS

1. Di Marco Graciela, Las Relaciones Familiares. Del autoritarismo a la democratización (versión


preliminar).Universidad de San Martin-UNICEF. Año 2003. pp. 43)
2. Di Marco Graciela, Las relaciones familiares. del autoritarismo a la democratización -versión
preliminar-.Universidad de San Martin-UNICEF. Año 2003. pp. 5)
3. Di Marco Graciela, Las relaciones familiares. del autoritarismo a la democratización -versión
preliminar-.universidad de San Martin-UNICEF. Año 2003.
4. Di Marco Graciela, Las transformaciones de los modelos de género y la democratización de las familias. Edit.
Biblos. Año 1997.
5. Jelin Elizabeth (1994), Familia, crisis y después... en Wainerman Catalina (Comp.) Vivir en Familia. Edit. Losada.
Bs. As.
6. Tomado de Arriagada I. Familias latinoamericanas, diagnóstico y políticas públicas en el inicio del nuevo siglo.
CEPAL, Serie Políticas Sociales. Santiago de Chile, Año 2001
7. En Santana Marta,. La Familia en situación de vulnerabilidad social (ficha bibliográfica extraída de internet.
Pag.www.fts.uner.edu.ar/area_ts/areats_docentes.htm
8. En Di Marco Graciela, Las Relaciones Familiares. Del autoritarismo a la democratización (versión
preliminar).universidad de San Martin-UNICEF. Año 2003.

Bibliografía:
-Arriagada I. (2001)Familias latinoamericanas, diagnóstico y políticas públicas en el inicio del
nuevo siglo. CEPAL, Serie Políticas Sociales. Santiago de Chile.
-Consejo Nacional de la Mujer (2003), Familia y Género: aportes a una política social integral.
-Di Marco Graciela (1997) Las transformaciones de los modelos de genero y la
democratización de las familias. Edit. Biblos.
-Di Marco Graciela (2000) Políticas Publicas, género y ciudadanía. ponencia presentada en la
pre-conferencia sobre políticas publicas en XXII, Congreso Internacional de Latín American Studies
Association.
-Di Marco Graciela (2003), Las relaciones familiares. Del autoritarismo a la democratización
(versión preliminar).universidad de San Martin-UNICEF.
-Jelin Elizabeth (1994), Familia, crisis y después... en Wainerman Catalina (Comp.) Vivir en
Familia. Edit. Losada. Bs. As.
-Santana Marta (s/d), La familia en situación de vulnerabilidad social (ficha bibliográfica
extraída de internet). www.fts.uner.edu.ar/area_ts/areats_docentes.htm
-Torrado Susana (2003), Historia de la familia en la argentina moderna (1870-2000).
Ediciones de la flor. Bs. As.

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