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Autor: Chiappini, Julio
Editorial: LA LEY 06/05/2009, 1
I. Recuerdos en conserva
A principios de los años setenta el desenvuelto Humberto Briseño Sierra dio una
conferencia en el Colegio de Abogados de Rosario. Propinó varias teorías -por así
llamarlas- novedosas. Entre las cuales una francamente peculiar: la sentencia no forma
parte del proceso.
De modo que, muy campante, y toléreseme que hable en primera persona, leí de
nuestro autor su Derecho Procesal. Y en verdad que afirmaba lo mismo que en su
charla: "No sólo porque la sentencia se pronuncia cuando la serie de instancias
proyectivas ha terminado, es que se puede sostener que se trata de una resolución no
procesal, sino meramente judicial?".
Briseño Sierra había nacido en Ciudad México el 24 de junio de 1914 para allí morir el
1° de noviembre de 2003. Como Carnelutti, se esparció en multitud de materias, trance
que urge opinar no le hizo perder profundidad. Fue profesor y además se refugió en la
Administración pública.
Mientras, las cosas que no quedaban ahí. Pues como podría verse en el acápite que
inmediatamente deslizamos, y como en un terso thriller, había más noticias para el
mismo boletín.
En efecto, predica que "la sentencia no es un acto que integra el proceso, considerado
como medio de debate, sino que es su objeto (o sea, lo que se espera lograr al finalizar
la discusión, aunque el hecho no siempre se logre)?" (2).
De todos modos descreo que con el procesalismo el derecho procesal argentino haya
progresado demasiado. Pero sí puede interpretarse que con él principió nuestro
derecho procesal moderno.
Mientras, Eduardo J. Couture define la sentencia: "1. Acto procesal emanado de los
órganos de la jurisdicción, mediante el cual éstos deciden la causa o punto sometido a
su conocimiento. 2. Documento emanado de un juez unipersonal o de un tribunal
colegiado, que contiene el texto de la decisión fundada, emitida en la causa o puntos
sometidos a su conocimiento" (3).
Lo que sí, desbarran los que hallan en la sentencia un modo normal de terminación del
proceso. Por ejemplo: la sentencia "Es el modo normal de extinción de la relación
procesal, reflejado en un acto en el que el Estado, por medio del Poder Judicial, aplica
la ley declarando la protección que la misma acuerda a un determinado derecho,
cuando existen intereses en conflicto actual o potencial" (4).
Me temo que todos los autores y hasta el CPCN incurren en este error y para colmo se
cotizan actos como el desistimiento, el allanamiento o la transacción como "medios
anormales de terminación del proceso" (epígrafe al art. 304).
En tanto, materialmente desde luego que la sentencia integra el proceso, "los autos". Y
el hecho que sea el objeto del proceso no la defenestra de ese proceso. Por lo
contrario, se trata de la actuación procesal por excelencia en cuanto el juez se convierte
en legislador para el caso concreto. De manera que entre la sentencia y la ley hay una
diferencia de mera extensión, de escalas. Una operación para extraer un apéndice (de
urgencia o programada) se concibe también con un fin. Pero ese cometido no torna la
cirugía en algo externo a la medicina. Parejamente, según Kant la ciencia crea su
objeto; sin embargo no agrega que ese objeto queda fuera de la ciencia. Imaginemos
además que lo jurisdiccional es lo abstracto y lo judicial es lo concreto.
Pero como no hay que andarse con chiquitas, me dicen que la próxima propuesta
consiste en que la sentencia no se agregue al expediente.
(1) CARDENAS, México, 1970, t. IV, p. 562. Para Briseño, en tanto, "instancia" es
solamente acto de postulación procesal, no grado del conocimiento judicial, pues,
descorcha, hemos de evitar anfibologías. Esto es erróneo, pues la acepción castiza de
la palabra abarca ambas semánticas.
(4) Voz Sentencia, Enciclopedia Jurídica Omeba, Buenos Aires, 1986, t. XXV, p. 360.
Hablar del "proceso" en vez de "la relación procesal" nos evita incursionar en el
resbaladizo asunto de la naturaleza del proceso.
(5) James Goldschmidt amerita con genio que el proceso tiene un fin inmanente, que es
la obtención de una cosa juzgada. Y un fin trascendente, que es la realización de la
ley.