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noviembre 5, 2015
Tanto en el discurso político de los tres órdenes de gobierno, como en los programas
sectoriales y en las leyes secundarias, en México constantemente se hace referencia a la
carrera policial.
Se trata, sin embargo, de una falacia. Esto debido a que la estabilidad y seguridad laboral
constituye el requisito indispensable para cualquier sistema meritocrático de carrera, lo que
en el caso mexicano no se le garantiza a los siguientes tres colectivos de funcionarios
públicos: agentes de ministerio público, peritos y miembros de las instituciones policiales,
de conformidad con lo establecido por el artículo 123, apartado B, fracción XIII de la
Constitución, al contemplarse la separación de aquellos efectivos que incumplan con lo
establecido por el sistema nacional de seguridad pública.
Así, a diferencia de los militares, marinos y del personal del servicio exterior mexicano,
pende sobre la cabeza de los policías la espada de Damocles, ya que pueden ser libremente
removidos y, aunque dicha separación haya sido injusta, en ningún caso procederá la
reinstalación. Lo cual ha sido refrendado por la interpretación de la Suprema Corte de
Justicia, a la sazón máxima autoridad jurisdiccional en México -por ejemplo, ver algunos de
sus criterios al respecto aquí y aquí.
El lector se encuentra ante uno de los legados malditos del entonces presidente Felipe de
Calderón (2006-2012): los exámenes masivos de control de confianza al personal de las
procuradurías/fiscalías, órganos auxiliares de la justicia (peritos) y cuerpos de seguridad
pública, que han obligado a las entidades federativas a crear Centros de Control de Confianza
a cargo de la aplicación de una batería de seis exámenes, siendo el polígrafo la “reina de las
pruebas” y, por ese motivo, su reprobación es motivo suficiente para prescindir del policía
en cuestión.
Si, por un lado, de la mano de los exámenes de control de confianza se conculcan los derechos
fundamentales de aquellos hombres y mujeres responsables de velar por la función de la
seguridad pública en México, por otro, la irracionalidad de someter a exámenes a más de
medio millón de personas trae aparejada una dimensión de costos insoslayable.
Ahora bien, vale mencionar que todo sistema de carrera (merit system) está integrado por un
conjunto de subsistemas, entre los que destaca el régimen disciplinario que, como ultima
ratio, contempla la separación del funcionario; pero, acompañado por el subsistema de
garantías (debido proceso), para que dicho funcionario pueda conocer la acusación que recae
sobre su persona y estar también en condiciones de defenderse. No es el caso de México,
donde a sus funcionarios encargados de hacer cumplir la ley -como la Organización de
Naciones Unidas denomina a los policías- se les puede expulsar de la institución por el sólo
hecho de “incumplir con lo establecido por el sistema nacional de seguridad pública”, lo que
guarda correspondencia con el sistema de despojo (spoils system), caracterizado por la libre
remoción del personal al servicio del Estado.
De esta manera, el incentivo de la seguridad laboral para aquellos hombres y mujeres que
abrazan como proyecto personal de vida la carrera policial, está ausente en México. En
conclusión, paradójicamente en México se quebrantan los derechos humanos de quienes
tienen la obligación de respetarlos y hacerlos respetar en el seno comunitario, siendo la
carrera policial una falacia: una de las tantas ficciones o simulaciones jurídicas que dominan
el escenario mexicano.