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EL BAUTISMO DE JESÚS

Οὗτός ἐστιν ὁ υἱός μου ὁ ἀγαπητός, ἐν ᾧ εὐδόκησα. (Mat 3:17 BYZ)


En griego clásico, el tierno amor del Padre a su hijo se hubiera expresado por storye pero el
adejetivo ἀγαπητός añade un matiz de respeto1 , que aquí reviste un valor religioso. Si Dios ama
a su Hijo, no es a la manera en que un padre se inclina sobre su chiquitín, con más o menos
condescendencia y emoción, sino, por el contrario, en estricta igualdad y con la intención de
honrarle; al intervenir para proclamarle su único 22, trata de exaltarle y glorificarle ante la
opinión de los hombres.
El Padre está unido a su Hijo por amor, y "halla en El su complacencia" inmutablemente y desde
toda la eternidad. como el Hijo, torrente de vida en el seno del Padre, de quien es imagen.
perfecta, nace eternamente, la complacencia divina es concomitante a este origen y a esta
permanente
novedad.
La vida pública de Jesús comienza con su bautismo en el Jordán por Juan el Bautista. Mientras
Mateo fecha este acontecimiento sólo con una fórmula convencional –«en aquellos días»–,
Lucas lo enmarca intencionalmente en el gran contexto de la historia universal, permitiendo así
una datación bien precisa.
Nos dice que Jesús tenía en ese momento unos treinta años de edad, es decir, que había
alcanzado la edad que le autorizaba para una actividad pública. En su genealogía, Lucas –a
diferencia de Mateo– retrocede desde Jesús hacia la historia pasada. No se da un relieve
particular a Abraham y David; la genealogía retrocede hasta Adán, incluso hasta la creación,

1
el adjetivo ἀγαπητός; no ha conservado más que el significado noble; de "digno de amor, amable", se pasó a la acepción
"amado" -de donde su unión con un nombre propio (Rom 16,12; 3 Jn 1)- y después "-excepcionalmente amado, único".
pues después del nombre de Adán Lucas añade: de Dios. De este modo se resalta la misión
universal de Jesús: es el hijo de Adán, hijo del hombre. Por su ser hombre, todos le
pertenecemos, y Él a nosotros; en Él la humanidad tiene un nuevo inicio y llega también a su
cumplimiento.

Bautista

la aparición del Bautista llevaba consigo algo totalmente nuevo. El bautismo al que invita se
distingue de las acostumbradas abluciones religiosas. No es repetible y debe ser la consumación
concreta de un cambio que determina de modo nuevo y para siempre toda la vida. Está
vinculado a un llamamiento ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre
todo al anuncio del juicio de Dios y al anuncio de alguien más Grande que ha de venir después
de Juan. El cuarto Evangelio nos dice que el Bautista «no conocía» a ese más Grande a quien
quería preparar el camino (cf. Jn 1, 30-33). Pero sabe que ha sido enviado para preparar el
camino a ese misterioso Otro, sabe que toda su misión está orientada a Él.

En los cuatro Evangelios se describe esa misión con un pasaje de Isaías: «Una voz clama en el
desierto: “¡Preparad el camino al Señor! ¡Allanadle los caminos!”» (Is 40, 3). Marcos añade una
frase compuesta de Malaquías 3, 1 y Éxodo 23, 20 que, en otro contexto, encontramos también
en Mateo (11, 10) y en Lucas (1, 76; 7, 27): «Yo envío a mi mensajero delante de ti para que te
prepare el camino» (Mc 1,2). Todos estos textos del Antiguo Testamento hablan de la
intervención salvadora de Dios, que sale de lo inescrutable para juzgar y salvar; a Él hay que
abrirle la puerta, prepararle el camino. Con la predicación del Bautista se hicieron realidad todas
estas antiguas palabras de esperanza: se anunciaba algo realmente grande.

Esto se simboliza en las diversas fases del bautismo. Por un lado, en la inmersión se simboliza la
muerte y hace pensar en el diluvio que destruye y aniquila. En el pensamiento antiguo el océano
se veía como la amenaza continua del cosmos, de la tierra; las aguas primordiales que podían
sumergir toda vida. En la inmersión, también el río podía representar este simbolismo. Pero, al
ser agua que fluye, es sobre todo símbolo de vida: los grandes ríos –Nilo, Éufrates, Tigris– son
los grandes dispensadores de vida. También el Jordán es fuente de vida para su tierra, hasta
hoy. Se trata de una purificación, de una liberación de la suciedad del pasado que pesa sobre la
vida y la adultera, y de un nuevo comienzo, es decir, de muerte y resurrección, de reiniciar la
vida desde el principio y de un modo nuevo. Se podría decir que se trata de un renacer. Todo
esto se desarrollará expresamente sólo en la teología bautismal cristiana, pero está ya incoado
en la inmersión en el Jordán y en el salir después de las aguas.

Lo realmente nuevo es que Él –Jesús– quiere ser bautizado, que se mezcla entre la multitud gris
de los pecadores que esperan a orillas del Jordán. El bautismo comportaba la confesión de las
culpas (ya lo hemos oído). Era realmente un reconocimiento de los pecados y el propósito de
poner fin a una vida anterior malgastada para recibir una nueva. ¿Podía hacerlo Jesús? ¿Cómo
podía reconocer sus pecados? ¿Cómo podía desprenderse de su vida anterior para entrar en otra
vida nueva? Los cristianos tuvieron que plantearse estas cuestiones. La discusión entre el
Bautista y Jesús, de la que nos habla Mateo, expresa también la pregunta que él hace a Jesús:
«Soy yo el que necesito que me bautices, ¿y tú acudes a mí?» (3, 14). Mateo nos cuenta además:
«Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así toda justicia”. Entonces Juan lo
permitió» (3, 15).

Sólo a partir de aquí se puede entender el bautismo cristiano. La anticipación de la muerte en la


cruz que tiene lugar en el bautismo de Jesús, y la anticipación de la resurrección, anunciada en
la voz del cielo, se han hecho ahora realidad. Así, el bautismo con agua de Juan recibe su pleno
significado del bautismo de vida y de muerte de Jesús. Aceptar la invitación al bautismo
significa ahora trasladarse al lugar del bautismo de Jesús y, así, recibir en su identificación con
nosotros nuestra identificación con Él. El punto de su anticipación de la muerte es ahora para
nosotros el punto de nuestra anticipación de la resurrección con Él. En su teología del bautismo
(cf. Rm 6), Pablo ha desarrollado esta conexión interna sin hablar expresamente del bautismo
de Jesús en el Jordán.

BAUTISMO CRISTIANO
El simbolismo del ritual hablaba de esta realidad: el penitente era sumergido completamente en
el agua del Jordán (el término bautismo viene del griego baptizein y significa «sumergir»,
«introducir dentro del agua») significando un sepultar a la persona que en cierto sentido ha
muerto por la renuncia a la vida pasada de pecado, para resurgir luego del agua como una
persona distinta, purificada. Era, pues, el símbolo del nacimiento para una vida nueva.
Un día fui bautizado. Por la efusión del agua y el Don del Espíritu Santo, aquel día recibí
una nueva identidad: desde entonces no sólo me llamo, sino que verdaderamente soy cristiano.
Pero, ¿qué quiere decir que soy cristiano? ¿Cuál es el alcance y contenido de esta afirmación?
Cristiano identifica no sólo al seguidor de la doctrina de Cristo, sino que más aún, significa que
le pertenece a Cristo en virtud de una transformación interior realizada por el Bautismo. En
efecto, por la efusión del agua y el Don del Espíritu Santo (ver Rom 8,9-10) hemos llegado a ser
una nueva creatura, hijos de Dios en el Hijo único
el nombre de cristiano expresa asimismo nuestra profunda identidad y misión: “cristiano”
significa “ungido” y «tiene su origen en el nombre de Cristo» (Catecismo de la Iglesia
Católica, 1289), el Ungido por excelencia porque fue ungido por Dios «con el Espíritu Santo»
(Hech 10,38).
Fecha del bautismo… “Un pobrecito pagano se hizo bautizar a los ochenta años. Dos años
más tarde caía enfermo de gravedad. Le preguntaron cuántos años tenía y contestó:
<<Sólo dos>>. <<¿Y eso? ¿cómo puede ser?>>, le decían . <<Pues es fácil de entender,
contestó él. Sólo tengo dos años, porque dos años llevo de vida cristiana. Los otros
anteriores no se cuentan; en ellos no gané nada para el cielo>>”.
De la claridad y de la certeza de la propia identidad bautismal (soy cristiano) nace la conciencia
de la propia misión y del papel insustituible que cada uno de nosotros tiene en la Iglesia y en el
mundo. Todo bautizado, cual luz que brilla en medio de las tinieblas, está llamado a irradiar a
Cristo cooperando con el anuncio de su Evangelio y viviendo una vida que se empeña en amar a
los demás como Cristo mismo nos ha amado.

3. 754. SAN Ginés era gentil y cómico. Para agradar al emperador DrocLECIANO, hizo un día
en el teatro una representación del bautismo de los cristianos. Se fingió enfermo en una
cama>>. <<¡Qué malo me siento ! ¡yo me muero, amigos míos!>>-<<¿Qué quieres que te
hagamos? ¿que te cepillemos como lo hacen los carpinteros?>> le decían otros. Y el pueblo reía
a carcajadas. <<No me en tendéis, decía él. Me voy a morir y quiero hacerlo como cristiano, para
que Dios me reciba en su paraíso, como un desertor del partido de vuestros dioses>>. -Apareció
después uno vestido de sacerdote y otro de exorcista. <<¿Qué quieres, hijo mío? ¿para qué nos
has hecho llamar?>> Contestó él: <<Para recibir por vuestro medio la gracia de Jesucristo, a fin
de que, tomando un nuevo nacimiento en el santo bautismo, sea purificado de todos mis
pecados>>. Y decía esto trocado milagrosamente por la gracia de Dios. Le bautizaron y vistieron
de una túnica blanca y, siguiendo la comedia, unos soldados mandados por el prefecto, le
llevaron al emperador. En su presencia hizo Ginés un patético discurso : <<Antes odiaba hasta
el solo nombre cristiano y representaba sus misterios para ridiculizarlos. Pero, cuando fui
bautizado, vi unos ángeles que, bajando del cielo muy cerquita de mí, leían en un libro todos mis
pecados, lo sumergieron en las aguas del bautismo y salieron las hojas blancas como la nieve.
¡Creed en Jesucristo, que es el Dios verdadero !>> Le apalearon y poniéndole en el ecúleo, le
desgarraron y quemaron los costados con uñas de hierro y hachas encendidas. En medio de
aquellos tormentos exclamaba: <<No hay rey sino Cristo, al cual, si mil veces me dieseis la
muerte, no me lo podríais arrancar de la boca, ni del corazón». Le degollaron, por fin, el 25 de
agosto del 286. (RUINART).

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