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SARMIENTOS PARA DAR FRUTOS

CITA BIBLICA INTRODUCTORIA

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, el Padre
lo corta, y a todo el que da fruto lo limpia para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios
gracias a la Palabra que os he anunciado. Pero permaneced en mí como yo en vosotros. Lo mismo
que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si
no permanecéis en mí. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él,
ese da mucho fruto; pero separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es
arrojado fuera como el sarmiento que, así, se seca; luego lo recogen, lo echan al fuego y arde. Si
permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que queráis y lo
conseguiréis, pues la gloria de mi Padre estará en que deis mucho fruto siendo verdaderos
discípulos míos. Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como yo he guardado
los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté
en vosotros, y vuestro gozo sea colmado en plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos
a otros como yo os he amado” (Jn 15).

LA NUEVA EVANGELIZACION

Dar fruto es una exigencia de la vida cristiana en la Iglesia. El sarmiento que no da fruto en la vid,
se le corta y se lo echa fuera. Separado de la vid no puede dar fruto alguno, es evidente.
Igualmente los cristianos, separados de Cristo no pueden dar fruto de Salvación; con el poder
humano se podrá dar fruto, pero no el de la salvación, porque solamente Cristo es Salvador. La
ciencia y la Tecnología “salvan” a la humanidad, aun sin ser realizadas por cristianos; pero sin
verdadera “salvación”, lo dejan todo perdido sin salvación definitiva.

La misión dada por Cristo a su Iglesia es: “Id a todo el mundo y anunciad la Buena Noticia a toda la
creación” (Mc 16, 15); no sólo “a todas las gentes”, sino “a toda la creación”, que se salvará o se
perderá junto con los hombres. Esa Iglesia, para evangelizar, está constituida en una Comunidad
de fe, con la adhesión a la palabra de Dios, viviéndola en la caridad como norma de toda moral
cristiana (Jn 13,35). Consagrados todos a Cristo en la Unidad de su único Cuerpo (Jn 17, 21), cada
parroquia, y cada grupo de cristianos son una parcela de esa “Comunidad de fe, unidos en la
caridad”.

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Toda comunidad eclesial –Kairós es una comunidad eclesial- y todos sus componentes tienen ese
deber de evangelizar con la Palabra de Cristo y con su propia vida como testimonio de lo que
creen y predican. “La Buena Noticia”, así proclamada, suscitará en el corazón y en el vivir de los
hombres la conversión a la adhesión personal a Jesucristo como Salvador y Señor, para hacerse
igual que él y para amarnos unos a otros como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman y nos
aman.

Solamente en Cristo, siendo de El de esa manera, hay para los hombres salvación posible, la de
“no perecer” sino tener la Vida misma de Dios: “Como el Padre vive y yo vivo por el Padre, del
mismo modo el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Cuando veo que el mundo se pierde, “¡Ay
de mí si no evangelizare!”(1Cor 9,16). ¡Ay de la desidia de los cristianos y de sus Asociaciones,
mientras perecen nuestras gentes y con ellas el mundo y nuestros hijos! Pero entendiendo bien
que, para “evangelizar”, es preciso previamente “estar evangelizados”, formarse en la fe, en la
doctrina y en el vivir de cristianos, para evangelizar sin desvirtuar o deformar el Evangelio (Gál 1,
7-8).

La Iglesia, con el Papa, ha proclamado que “ha llegado la hora de emprender una nueva
evangelización”. Porque es un mundo de veras nuevo el que inicia un tercer milenio de
cristianismo; pero, sobre todo, porque la evangelización que en los últimos tiempos se está
haciendo es muy deficiente, podríamos llamarla “frívola”, “light”, en un mundo perdido por el
indiferentismo, en la increencia, en el secularismo, el ateísmo práctico, el consumismo alocado, y
las espantosas situaciones de pobreza. Más de un cuarto de la humanidad sobreviven con menos
de un dólar diario: de los cuales un cuarenta por ciento están en Asia, más del veinte por ciento en
África, el ocho por ciento en América Latina, y los demás en el resto del mundo, incluidos también
los países más ricos.

En ese mundo, se ha de redimir la miseria, que produce y mantiene cada vez más atroz una
existencia humana como “si no hubiese Dios” ni tampoco un “posible Salvador” en tantos
problemas; que por lo menos se le vea necesario para encontrar las soluciones, pues queda sólo el
nacer para sufrir y para morir. Y en ese mundo, el mensaje cristiano se ha perdido en la
ignorancia, por falta de evangelización adecuada, enredada a veces en “tradiciones” de
religiosidad popular que son resabios del antiguo paganismo, en el que es difícil hallar el
cristianismo verdadero, el que salva. Las nuevas sectas exotéricas prenden fácilmente en ese
cristianismo desvaído, siquiera como una novedad (1Tim 6, 20).

Sólo una nueva evangelización puede asegurar la permanencia y el crecimiento de la fe cristiana


limpia y seria, que rehaga la Iglesia auténtica de Cristo, la que salve al mundo. Testificando la
verdadera fe cristiana y que ella constituye la única respuesta válida para los problemas y las
expectativas de la sociedad y de cada hombre. Proclamaba el Papa Juan Pablo II: “No tengan
miedo, abran las puertas a Cristo, pues Él sabe lo que hay en el hombre, Él es Dios que vino para
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salvarlo, sólo Él tiene palabras de vida eterna”. Solamente el mensaje de Cristo puede aportar una
vida más humana en esta tierra, y la esperanza de vivir eternamente felices “como Dios”. “¡El
hombre es amado por Dios!”. Hagamos que Dios salve a los hombres. Quienes conocemos la
salvación, somos reos de verdadero delito, ante la humanidad y ante Dios, si dejamos que los
hombres se sigan perdiendo.

“Cristo es el camino, la verdad y la vida”. Hay que proclamarlo a todos, para lograr en ellos un
vivir que sea de verdadera adhesión a Cristo. Miles de millones no conocen a Cristo el Salvador de
los hombres. Muchos, porque son de otras religiones en las que Cristo no tiene lugar, siendo
Cristo el único que ha visto a Dios y nos lo ha revelado (Jn 1, 18); otros, porque, como quien lo ha
superado, no tienen religión alguna; y otros, porque, bautizados en Cristo, no han sido
evangelizados, no conocen al Cristo en el que se bautizaron, en realidad no creen, y no viven como
quienes son de Dios como Jesús.

Esta es la responsabilidad que Cristo vuelve a confiar a su Iglesia, a nosotros como comunidades
de fe. Al comenzar este milenio, la acción de los laicos es hoy más necesaria que nunca. Los laicos,
con un amor apasionado a Cristo y a su Iglesia, habitando en países o ambientes donde no está
viva nuestra fe, con su testimonio personal y de comunidad han de hacer salvadora la presencia
de la Iglesia en nuestro mundo, llegando también a los que no conocen a Cristo o no creen en El.
Es una tarea hoy quizás más ardua que en ningún tiempo; pero igualmente necesaria que en los
primeros tiempos, y siempre es la misión encomendada por Cristo a su Iglesia.

En todas las partes, viven hoy los cristianos en medio de gentes de otras religiones o de ninguna
religión. Nuestro mensaje debe ser claro y sin falsificación alguna. Pero, sobre todo, el testimonio
de nuestra vida de creyentes en Cristo ha de brillar tan salvador que conduzca a todos al amor y al
respeto de unos hacia otros, de manera que se promuevan la unidad y la solidaridad entre todos,
también más necesarias que nunca, y desaparezcan todos los prejuicios que hay contra la religión
cristiana y contra nuestra creencia católica.

Para la evangelización hace falta que haya evangelizadores (Rm 10, 13-17), para que ellos vayan
por delante del Señor preparando sus caminos (Lc 10, 1). Hay que tomar muy en serio la penosa
realidad de Casas Religiosas y Seminarios hoy tan vacíos, y la urgencia actual de nuevas y mejores
vocaciones con la ilusión de trabajar en la Viña del Señor. Pero también hay que evangelizar a los
laicos y a las familias, para que lleven el Evangelio a tantos necesitados de salvación que sin ellos
no serían evangelizados. “La cosecha es abundante, pero son pocos los trabajadores para tanta
mies” (Mt 9, 37) sigue siendo el grito angustioso de nuestra Salvador.

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PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y COMUNITARIA

¿Qué quiero ser yo: un sarmiento unido a Cristo, a su Palabra y a sus sacramentos?

¿Cuándo he sido/soy un sarmiento estéril, que solo vivo de palabras y no de hechos?

¿Pido la presencia del Padre para que me ayude y me convierta en ese sarmiento que tanto anhelo
hacer?

ORACIÓN FINAL (PARA MOTIVAR EL MOMENTO UNITIVO)

Señor, gracias por haberme hecho sarmiento de tu Viña. Señor, quiero que mi sarmiento esté
fuerte y bien alimentado con la savia de tus sacramentos. Señor, que mi sarmiento dé frutos
sabrosos de santidad y de virtudes, para que quien a mí se acerca pueda recibir el jugo de mi
ejemplo positivo o de mi consejo acertado. No permitas, Señor, que mi sarmiento venga destruido
por algún parásito que quiera meterse en sus “venas”. Amén.

Ahora, dediquemos un espacio de tiempo para interiorizar lo que nos ha tocado del tema de manera particular.
Hagamos un momento de silencio para escuchar al Señor que quiere hablarnos al corazón. De manera espontánea que
cada uno sienta la libertad de dirigirse al Señor en oración y en primera persona, expresando lo que nos interpeló del
tema.

BIBLIOGRAFÍA, FUENTES Y RECURSOS

Pastoral para Laicos, P. Vicente Gallo, SJ

Biblia de Jerusalén

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