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ESTADOS PONTIFICIOS

SaMun

I. Origen e historia

El origen y la historia de los E.p. corren paralelos en parte con el origen e historia
de la idea del primado. Desde el punto de vista del derecho estatal los E.p.
aparecen por vez primera en el siglo viii.  Pero sus raíces llegan hasta tiempos más
antiguos, aun cuando no se remontan hasta el tiempo de Constantino. El culto a
Pedro, que desde el' siglo v  se desarrolló con más fuerza dentro y fuera de Roma,
condujo a ricas donaciones de los emperadores y de la nobleza. Esta extensa
posesión territorial de la Iglesia romana, que desde el siglo vi se
llamó Patrimonium Petri, tenía su centro de gravedad en el sur de Italia y en
Sicilia, pero llegaba bastante más allá de Italia. Gregorio Magno supo aumentar
poderosamente sus beneficios gracias a su administración centralista y, ante las
necesidades que surgieron en el tiempo de las invasiones de los pueblos, los usó
como base para una amplia actividad de asistencia social. Al desaparecer la
autoridad bizantina, Italia quedó sin guarnición militar. Por esta razón y por el
creciente alejamiento espiritual entre la Roma occidental y la oriental a causa de la
lucha contra las imágenes en Bizancio, en la Italia central se produjo un vacío
político, y allí la administración y las tareas estatales pasaron paulatinamente a
manos de la autoridad espiritual. Primeramente el papa asumió el cuidado de la
alimentación y del orden interior de Roma y de las regiones próximas. Con ocasión
de los prolongados ataques de los longobardos, le correspondió asimismo la
protección de Roma con medios militares y diplomáticos. El prestigio de los
soberanos apostólicos ofreció una seguridad más eficaz que la restauración de los
muros de la ciudad llevada a cabo bajo Gregorio iii y la coalición con ciudades
igualmente aisladas como Ravena, Espoleto y Benevento. En los tratados de paz
con los longobardos el papa aparece como el auténtico señor del ducado romano.

Bajo el gobierno de Esteban ii tuvo lugar la separación política de Bizancio. Como


con motivo de un ultimátum longobardo el emperador no envió auxilio alguno, el
papa siguió primeramente en 753 al enviado imperial a Pavía para las
negociaciones. Después del fracaso de éstas el papa continuó solo su viaje al reino
de los francos para encontrarse con el rey Pipino. Durante el encuentro que tuvo
lugar en Ponthion se prometió ayuda bajo juramento al papa que pedía protección
y en el tratado, sin duda auténtico, de Quiercy (754) se le garantizaba la posesión
de Roma y Ravena junto con Venecia e Istria, Espoleto y Benevento, supuesta la
destrucción del reino de los longobardos. Por ello Pipino fue distinguido con el
título de patricio, expresión de su protectorado sobre Roma. Pipino no llevó este
título. Tras la victoria de Pipino en 756 fueron restituidas a san Pedro la ciudad de
Ravena y la pentápolis (en el Adriático desde Rímini hasta más allá de Ancona).
Juntamente con el ducado de Roma estas regiones formaban ahora los E.p., en los
que se creó una administración papal y juraron fidelidad al papa funcionarios y
pueblo. De todos modos la extensión de las reclamaciones papales en virtud de la
«donación constantiniana», que apareció entonces, y de las promesas de Pipino y
más tarde de Carlomagno, nunca coincidió con las restituciones realizadas por los
soberanos, aun cuando Carlomagno renovó la promesa de Quiercy y en los años
781 y 786 amplió los E.p. mediante la Toscana meridional, la Campagna y la
ciudad de Capua. Más abajo, en el sur sólo se restituyeron los patrimonios. Así los
E.p., separados ahora del imperio, adquirieron con el papa soberano su forma
definitiva. El emperador oriental respondió a esta «apostasía» del papa con la total
exclusión de éste en el territorio de soberanía bizantina, sobre todo con la
subordinación eclesiástica a Bizancio de la Italia meridional, Sicilia y el vicariato de
Tesalónica.
La peculiaridad de la nueva estructura estatal, que significaba más la exposición
visible de una idea que un poder real, se manifestó en la relación cambiante con el
imperio occidental. Para proteger la soberanía papal el patricio Carlomagno se
trasladó a Roma hacia el año 800; mediante la consagración imperial se convirtió
en el supremo señor de Roma y de los E.p., e intervino sin dificultades en su
administración y en el mantenimiento del derecho. Mientras que en el pacto de
Ludovico Pío (817) fue garantizada la autonomía de los E.p., la Constitutio
Romana  de 824 creó una comisión mixta, responsable ante el emperador del
control de la administración, exigió del recién elegido papa la vinculación mediante
juramento a esta regulación e integró así los E.p. en el imperio carolingio . Su
decadencia puso de manifiesto la debilidad orgánica de un Estado electoral, la
contraposición entre la nobleza ciudadana y la familia de san Pedro, el peligro de
las rivalidades entre Roma y Ravena, y la vulnerabilidad y el desamparo ante los
ataques de los sarracenos. Impulsado por la necesidad, Juan viii creó una pequeña
flota papal. La ampliación y mayor autonomía de los E.p. alcanzada de Carlos el
Calvo quedó naturalmente sin ninguna importancia práctica. La irrupción del
sistema feudal condujo a una casi total autonomía de grandes sectores de los E.p.
bajo sus antiguos administradores. El título de patricio lo arrebataron para sí
ciertos usurpadores con una nueva conciencia de libertad romana. Los E.p.
dominados por sus familias sólo se extendieron en el siglo x hasta Roma, la
Campagna y la Toscana meridional.

Contra Berengario i, que mantuvo ocupado el exarcado y la pentápolis, Juan


xii llamó en ayuda a Otón el Grande, que en 962  restauró mediante un pacto la
soberanía papal dentro de los límites primitivos, la cual de hecho sólo fue efectiva
en el exarcado de Ravena. Pero a la Iglesia romana le faltaban los medios para
administrar un territorio mayor con sus propias fuerzas, y sólo la repetida
intervención de los soberanos alemanes desde Otón i hasta Enrique iii preservó los
E.p. de que éstos se convirtieran en un principado hereditario de las familias de la
nobleza romana; pero aun así, al sublevarse los romanos bajo el gobierno de Otón
iii, el papa no logró imponerse en la ciudad.

Consecuentemente

Sólo la designación de los papas por Enrique iii creó las bases para que los papas
de la reforma desde León ix pudieran ejercer nuevamente su soberanía en los E.p.
Se llegó a auténticas ampliaciones de los mismos. Benevento se sometió a la
soberanía del papa; Espoleto y Fermo se añadieron a Benevento bajo el pontificado
de Víctor ir. La base para la -> reforma gregoriana era naturalmente mayor que
los E.p. Como un anillo con derechos de soberanía reducida se cerraba
fuertemente en torno a ellos una serie de territorios con derechos feudales,
algunos de ellos fuera de las fronteras del imperio, empezando por el reino de los
normandos bajo el pontificado de León ix y Nicolás ii. Bajo Gregorio vii se
vincularon a ellos feudalmente Dalmacia, Rusia y Aragón; Inglaterra, Polonia,
Dinamarca y los condes españoles pagaban el óbolo de Pedro. El papa, que creó
para sí su propia tropa, la militia s. Petri, trató de aumentar el número de vasallos
que se comprometieran a favor de las necesidades religiosas y eclesiásticas, y se
valió para ello de esas formas feudales. Estos fideles s. Petri,  que en parte fueron
ganados apelando a la donación constantiniana, y la donación de Matilde de
Toscana, que tuvo lugar después de 1076, hicieron posible la lucha del papa contra
Enrique iv y proporcionaron la protección armada para llevar a cabo la reforma
gregoriana.

A continuación la política estatal autónoma de los papas se dirigió con más fuerza
hacia objetivos meramente territoriales y políticos en Italia, y por ello tuvieron
dificultades no sólo con los normandos, sino también en el norte, hasta llegar a la
guerra. La masa de bienes alodiales otorgados por Matilde se encontraba en el
territorio de Siena hasta Mantua. Primeramente se apoderó de ellos el emperador,
hasta que en 1136 Lotario iii hizo que el papa se los diera en feudo, mientras que
los feudos de Matilde, sobre todo Ferrara, inmediatamente después de la muerte
de la condesa (1115) quedaron anexionados a los E.p.

El concordato de Worms de 1122  no sólo aseguró la devolución de todas las


posesiones y regalías de san Pedro, sino que significaba también el reconocimiento
de la autonomía política de la Iglesia romana. Eso quedó expresado por los
honores imperiales atribuidos al papa, reconocidos ya en la constitución de
Constantino, por el manto de púrpura en la investidura del papa recién elegido y
por la tiara rodeada de una corona dorada que se lleva en determinadas
procesiones. Sin embargo la plena soberanía estatal se enfrentó con cierta
oposición, tanto por parte del movimiento democrático de la ciudad de Roma como
por el esfuerzo de los emperadores Hohenstaufen por restaurar el honor del
imperio. Mientras que contra aquél se empleó precisamente la ayuda del
emperador, los papas de siglo xii se enfrentaron con la voluntad de los
emperadores mediante pactos con las ciudades lombardas, y así lograron
conservar la soberanía de los E.p. Las circunstancias favorables (lucha por el trono
alemán) y la personalidad dominadora de Inocencio iii crearon una transformación
radical, que naturalmente sólo duró unos pocos decenios. Apelando a antiguas
promesas de donación registradas en los archivos de posesiones de la Iglesia
romana, el papa defendió la recuperación de los territorios perdidos. Consiguió
obtener Espoleto, la Marca de Ancona y una franja de la Toscana meridional.
Pareció que gracias a las promesas de Otón iv (1201)  y a la bula de oro de
Egerio (1213) se aseguraban por el derecho imperial y se aproximaban a su
realización algunos planes ulteriores. Pero con la unión de Sicilia con el imperio
surgió el peligro de que los E.p. se vieran atenazados y sometidos a los amplios
planes de dominio de los Hohenstaufen posteriores. Como las propias tropas
(«soldados pontificios») no pudieron impedir la conquista de los E.p. por Federico
ii, los papas llamaron finalmente a Carlos de Anjou. Pontificados que cambiaron
rápidamente y la conciencia de poder del nuevo representante feudatario de Sicilia,
que fue elegido como senador de Roma y nombrado vicario papal de Toscana,
dificultaron considerablemente la restauración de la autoridad papal en los E.p.,
aun cuando, gracias a la deferencia de Rodolfo de Augsburgo con relación a la
Romagna (el primitivo exarcado), éstos pudieron ampliarse.

Si los papas del s. xiii no pudieron alcanzar consolidación alguna de su soberanía


en los E.p., en el siglo siguiente y especialmente durante el destierro de Aviñón se
hicieron generales el desorden y la anarquía en las ciudades de los E.p., en los
cuales los gibelinos y los güelfos luchaban por el poder. En Roma misma se llegó a
la proclamación de la república bajo Cola di Rienzi. Sólo con grandes dificultades
pudieron los papas administrar los E.p. por medio de sus legados. Les pareció que
era más importante la creación de unos E.p. nuevos junto al Ródano. Allí el
condado Venesino estaba en manos de la santa sede desde 1274. Clemente vi
(1348) compró en 1348 la ciudad de Aviñón incluida en aquel condado; éste y la
ciudad siguieron siendo posesión de la Iglesia hasta la revolución francesa. Desde
que los papas se establecieron en Aviñón en 1309, apenas pensaron ya en un
retorno a Roma, pero trataron de restaurar su soberanía en los E.p. Para lograr
esto, se esforzó con éxito el cardenal Gil de Albornoz en dos legaciones (1353-67).
Las constituciones egidianas dadas por él concedían cierta autonomía a las
ciudades, y hasta 1816 permanecieron como el código de derecho civil del Estado
pontificio. Después de la muerte del legado brotaron nuevas revueltas, que no
pudieron concluirse ni con el retorno del papa a Roma. Por vez primera fue Martín
v quien con gran habilidad restauró los E.p. e hizo que la siempre inquieta Bolonia
reconociera en 1429 la soberanía papal. Para la reforma de la Iglesia le pareció
condición previamente necesaria la reestructuración del poder temporal, para lo
cual buscó auxiliares de confianza. Creyó encontrarlos en su familia, a la que por
eso concedió numerosos feudos. Su obra fue continuada por Nicolás v.

Con los papas del renacimiento los E.p. vivieron el momento culminante de su
secularización ideal. Como poder temporal se incorporaron al juego de los
pequeños estados italianos. Todos los esfuerzos por conservar la paz para los E.p.
en medio de las luchas con sus alianzas tan rápidamente cambiantes, se vieron
impedidos por las intrigas y conjuras de los sobrinos, que envolvieron al papa en
disputas bélicas con Francia y Venecia. Finalmente el nepotismo sin límites de
Alejandro vi llegó a desbancar a los señores que reinaban de hecho en Romagna,
en las Marcas y en la Campagna. A éstos iba a sustituir la amplia soberanía de
Cesar Borgia. Tras la muerte del papa sus conquistas cayeron nuevamente en
manos de la Iglesia. Julio II logró someter a los poderosos príncipes locales,
recuperó en la guerra contra Venecia y Francia los territorios perdidos, amplió los
E.p. con Módena, Parma y Piacenza, y trató de reunir en un todo gobernado
uniformemente el caos anterior de señoríos, feudos y ciudades autónomas. Es
cierto que Pablo III, por la concesión de Parma y Piacenza, creó una vez más un
poder familiar de los Farnesios, pero después de la muerte de los príncipes
feudales ya no se concedieron grandes feudos en los siglos xvi y xvii (Ferrara
1588, Urbino 1630), una vez que Pío v hubo prohibido ulteriores concesiones.

La -->reforma católica y contrarreforma, así como el -> absolutismo, dieron a los


E.p. de los siglos siguientes su sello característico, siendo gobernados sin
dificultades aparentes por el secretario de estado y el camarlengo, apoyados por
una congregación especial. La administración, que estaba por completo en manos
clericales, presentó ciertos inconvenientes, sobre todo por el hecho de que casi
todas las fuentes económicas se utilizaron exclusivamente en beneficio de la
ciudad de Roma, de la curia y del nepotismo ocasional (Urbano viii). Todo ello
redundó en perjuicio de las provincias, gobernadas por legados, las cuales no
disponían ni de una administración uniforme ni de, procedimientos judiciales
uniformes. Los ingresos (impuestos indirectos, aduanas, desde Clemente vii
también empréstitos, monti) de los E.p. disminuyeron sensiblemente en el siglo
xvii. En el siglo xviii el territorio pontificio estaba anticuado en estructura y
administración a pesar de todas las tentativas de reforma, carecía de «conciencia
estatal» en sus súbditos y del soporte de una clase media.

Con la -> revolución francesa empezó el fin de los E. p. Desde mucho tiempo
antes éstos habían perdido ya su carácter religioso a los ojos del mundo
circundante. Y la revolución se negó por principio a reconocer una autoridad
espiritual, y en los E.p. vio tan sólo el mayor Estado de Italia, con el que la
república francesa entró pronto en guerra. Tras la paz de Tolentino (1797), las
legaciones de Bolonia, Ferrara y Romagna fueron cedidas a la república Cisalpina;
en 1798 fue ocupado el resto de los E.p., se proclamó la república romana y el
papa fue expulsado. Napoleón declaró a Roma ciudad libre, es decir, imperial, e
integró los E.p. en el reino de Italia. Pocas semanas más tarde Pío vii rechazó
expresamente una renuncia indirecta a los E.p. contenida en el concordato de
Fontainebleau. Tras la caída del corso, Consalvi logró la casi total restauración de
los E.p. (1815). A las limitadas reformas administrativas siguió un período de
reacción también en el terreno económico y técnico. Los seglares, excluidos de una
responsabilidad verdadera, se congregaron en sociedades secretas que procuraban
el derrocamiento del régimen, o se entregaron a las tendencias nacionales del
romanticismo italiano. Los papas ni conocieron la fuerza natural
del risorgimento, ni, tras el desafortunado experimento de Pío ix, quisieron ceder
un poco de su soberanía o situarse a la cabeza de la guerra contra Austria. De este
modo la presencia de tropas extranjeras en Roma pudo detener el movimiento
revolucionario en los E.p., pero ya no pudo superarlo. En todo caso era imposible
una conciliación interna. Parecía una contradicción la existencia de una
constitución democrática en el Estado de un papa provisto de una jurisdicción
universal. En 1860 las Marcas y Umbría se incorporaron al reino de Cerdeña. Tras
la declaración de la guerra franco-germana las tropas francesas abandonaron
Roma. Después de una resistencia meramente simbólica las tropas del reino de
Italia ocuparon la ciudad eterna el 20 de septiembre de 1870. Un referéndum
popular declaraba extinguida la soberanía del papa. Los E.p. fueron incorporados al
reino de Italia. Como los papas no reconocieron esto y rechazaron la ley de
garantías, la «cuestión romana» siguió siendo un problema político de primer
orden para el Estado italiano, una reclamación jurídica del papa no saldada y un
fermento de división entre el catolicismo liberal y el conservador. Por fin los pactos
de Letrán de 1929 trajeron una solución pacífica con la creación de un simbólico
Estado pontificio, la ciudad del Vaticano.

II. Importancia y problemática

Raras veces se ve el valor meramente relativo de las formaciones históricas tan


claramente como en el caso de los E.p. En los primeros siglos los E.p.,
originariamente inermes, se consideraron precisamente como una necesaria
expresión visible de la autoridad espiritual de la sede de Pedro. Como base para la
extensión de la Iglesia en occidente condujeron a que se agudizara intensamente
la oposición entre Roma y Bizancio. En la alta edad media ofrecieron una cierta
seguridad, con frecuencia insuficiente, para la libertad de la Iglesia y para la
independencia del poder papal, pero forzaron a sus señores a desarrollar una
política basada solamente en la ley de lo político para conservar su territorio. Las
luchas, que consumían también la substancia religiosa de la Iglesia, aumentaron
hasta la aniquilación de los Hohenstaufen. Cuando con la confusión del siglo xiv los
E.p. dejaron de ser la base de las finanzas papales, el papado se vio obligado
desde Aviñón a crear un sistema complicado de impuestos. Y luego la recuperación
de los E.p. absorbió una vez más cerca del 40 % de la economía papal. Fue posible
renunciar a una parte de los impuestos cuando los E.p. volvieron a ser la fuente de
los dos tercios de los ingresos curiales. En los siglos xv y xvi los E. p. hicieron
posible una política espiritual independiente (traslado de los concilios a Ferrara y
Bolonia), mientras que la base territorial y financiera era demasiado exigua para
acciones de envergadura contra los turcos o en la guerra de los treinta años.
También el movimiento que conduciría Italia hacia su unidad se escapó de las
manos de los sucesores de Julio II.

En cambio los E.p. pudieron evitar la extensión de la -> reforma en la mayor parte
de la península itálica. En la época postridentina los E.p. más que sujeto fueron
objeto de la política italiana y extraitaliana. Después de la revolución francesa el
territorio papal se presentó a los ojos de los «ilustrados» como un anacronismo
superado; mas para la conciencia de los fieles, ante el moderno Estado arreligioso,
aunque no antirreligioso, se presentó como la ineludible garantía de la autoridad
espiritual del papa, y no ya como un mero medio, sino como el último baluarte
para el ejercicio eficaz del magisterio de la Iglesia (otro punto de vista fue, p.ej., el
de Dollinger). La preocupación por su conservación, que para los católicos italianos
supuso un grave conflicto de conciencia, hizo que durante largo tiempo se perdiera
de vista la cuestión social que se iba intensificando. La pérdida de los E.p.
consolidó la veneración y la adhesión del mundo católico al papa, pero a la vez
indujo a los políticos a la tentación de sacar de ahí un provecho egoísta. La
magnánima solución de Pío xi eliminó la posibilidad de semejante
aprovechamiento. Unos E.p. en el sentido medieval serían una contradicción
insoportable con la idea de Iglesia en el concilio Vaticano ii.

FUENTES: A. Theiner,  Codex diplomaticus dominii temporalis S. Sedis, 3 vols. (R


1861-62); P. Fabre - L. Duchesne,  Liber censuum, 3 vols. (P 1889-1952); N.
Miko,  Das Ende des Kirchenstaats, II (W 1962). BIBLIOGRAFIA: Pastor; Schmidlin
PG; Caspar; Haller; Seppelt; ECatt XI 1272-1283; Catholicisme  IV 541-555; LThK
VI 260-265; M. Brosch, Geschichte des Kirchenstaats seit dem 16. Jh., 2 vols.
(Gotha 1880-82); G. Schnürer,  Die Entstehung des Kirchenstaats (Ko 1894); L.
Duchesne, Les premiers temps de 1'État Pontifical (P 41912); E. Dupré-
Theseider,  L'idea imperiale di Roma nella tradizione del medioevo (Mi 1942); A.
Ventrone, L'amministrazione dello Stato Pontificio 1814-1870 (R 1942); O.
Bertolini,  Restitutio 756-757: Miscellanea P. Paschini I (R 1948) 103-171;
E. Griffe, Aux origines de l'$tat Pontifical: BLE 53 (1952) 216-231, 59 (1958) 193-
211; W. Ullmann,  The Growth of Papal Government in the Middle Ages (Lo 1955);
P. Partner, The Papal State under Martin V (Lo 1958); L. Dal Pane,  Lo Stato
Pontificio e it movimento riformatore del settecento (Mi 1959); G. Filippone, Le
relazioni tra lo Stato Pontificio e la Francia rivoluzionaria I (Mi 1959); E. E.
Stengel, Die Entwicklung des Kaiserprivilegs fur die rümische Kirche 817-962:
Abhandlungen and Untersuchungen zur mittelalterlichen Geschichte (K6 - Graz
1960) 218-248; D. P. Waley, The Papal State in the 13th Century (Lo 1961); L. P.
Raybaud, Papauté et pouvoir temporel 1730-58 (P 1963); R. Mori, La Questione
Romana 1861-65 (Fi 1963); N. Miko,  Das Ende des Kirchenstaats, I (W 1964).

Hermann Tüchle

Reciben la denominación de Estados Pontificios los territorios italianos sometidos a la


soberanía temporal del Pontificado, que, entre diversos probremas contribuyeron, durante una
época caracterizada por el enfrentamiento entre monarquías y naciones, a garantizar la
independencia y autonomía espirituales de la sede romana.
 Al producirse el derrumbamiento del Imperio romano de Occidente, la comunidad
cristiana de Roma y su cabeza, el Papa, poseían amplios territorios extendidos por diversas
regiones (Italia, Dalmacia, Galia meridional, África del norte) constituyendo el
llamado Patrimonium Petri. Las riquezas extraídas de su utilización y la explotación de estos
bienes eran considerados como patrimonio de los pobres y se destinaban primordialmente a
obras asistenciales y benéficas y al sufragio de las necesidades del mantenimiento del culto y
sus ministros.
 
 Los territorios donados al Papado

 Sobre tal vasto conglomerado territorial el Papado no se irrogaba por aquel entonces
ningún título ni atributo de soberanía política. Con el paso de los años, se rompieron los
vínculos más o menos amistosos que unieron a Roma con los lombardos (habitantes de la
península Itálica)
 Surgieron entonces unas excelentes relaciones entre el Papado y la denominada con
posterioridad monarquía carolingia, (el Papa Esteban II concedió a Pipino el Breve la
dignidad de Patricius romanorum, por la que quedaba constituido en defensor de la Iglesia
romana). El Papa solicitó a forzar a los lombardos la entrega de los territorios anexionados.
Concluidas felizmente para las armas de Pipino las campañas emprendidas con tal fin, el
monarca francés hizo entrega al Papado en el año 756, de las comarcas disputadas (el ducatus
romanus, el exarcado y la Pentápolis). Con este acto nacieron los Estados Pontificios.

 Los estados pontificios y el Imperio carolingio.


Al vencer definitivamente a los lombardos y
anexionarse su reino, Carlomagno confirmó la donación
hecha por su padre a Roma e incluso amplió la extensión de
sus dominios, aunque algo más tarde se retractara de su
decisión inicial y recortara considerablemente las
dimensiones de aquéllos.
   Carloman

  Temeroso el Papa León III de su posible expulsión de Roma por algunos clanes
nobiliarios romanos, solicitó el socorro de Carlomagno. Éste llegó a Roma y en la Navidad
del año 800,  fue coronado como Emperador de Occidente por el Papa.
 Con esta actuación de León III se sentaron las bases de una peculiarísima situación,
configurada por el reconocimiento del Papado al Imperio de la soberanía temporal (incluso
sobre el Patrimonium Petri) y la decisión del Imperio de reconocer en la Iglesia la fuente de
toda potestad y poder terrenos.
 Pipino el Breve, rey de
los francos, dona a
Esteban III,mediante su
legado, las provincias
del Exarcado
y de la Pentápolis que
habían sido sustraídas
a Astolfo, rey de los
longobardos.

Bibliografía
Gran Enciclopedia Rialp
Hertling, Ludwig; Historia de la Iglesia
Orlandis, José; Historia de la Iglesia

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