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En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo,

gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de
su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en
que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve
a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el
dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la
compasión que se transmiten. .
Cuánta intimidad de amor en el cruce de sus miradas. Se funden en unidad de intención y de obediencia ambos corazones.
María sufre, ama y espera. Es corredentora con El. Oración. Que busque como tú, María, unirme cada vez más a
Cristo,

«y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). 

El Cireneo ha venido a ser como la imagen viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le
siguen. Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos las cargas de los otros,
como enseña San Pablo. En los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz
que requiere nuestra ayuda amorosa y desinteresada.
Todos necesitamos cirineos que nos ayuden a llevar la cruz. Los jóvenes necesitan personas que estén a su lado,
que compartan sus dudas y fracasos y sobre todo que les ayuden a llevar con paciencia la cruz de la vida. Los
jóvenes necesitan hoy más que nunca ser acompañados por catequistas, animadores de pastoral juvenil, familia,
acompañamiento personal, cirineos que estando a su lado les ayuden a cargar con la pesada cruz de cada día.

Señor, mándanos cirineos que nos ayuden, vocaciones de hombre y mujeres para estar cerca de los jóvenes, a
veces en los peores momentos de su vida. Gracias, Señor, por todos los cirineos que pusiste en mi camino y que
me enseñaron y ayudaron a vivir la vida desde el Amor de Dios y el servicio de los hermanos.

San Mateo 27, 32; 16, 24

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Jesús había dicho a
sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».

No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y
desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se
oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la
figura de Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre,
los salivazos, el polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se
abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el
rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.
Señor, te damos gracias por tantas verónicas valientes que limpian el rostro de los “otros Cristos” que son nuestros hermanos.
Te pedimos que surjan muchas verónicas, que sean

 Isaías 53, 2-3

No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre
de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado.
. Tengo anhelos, verdaderos deseos de ver tu rostro, amable y sereno a pesar del dolor. Casi me avergüenza limpiar tu cara
llena de heridas y sentir que tus ojos se clavan en los míos, y que quieren traspasarlos, para llegar a mi corazón y
cambiarlo. Hazlo, Señor. Es verdad que me sentiré un poco avergonzado, pero tu mirada me compensará de
todas mis traiciones. Oración. Señor, que aprenda a mirarte de frente, para que tu rostro sea para mí el único
punto de referencia, el espejo donde se refleje mi alma

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