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Metafísica de las Costumbres:

Introducción: Una acción es considerada recta (conforme al derecho) cuando el libre


arbitrio no interfiere con el libre arbitrio de los demás. Es decir, aplica también cuando
la máxima que determina una voluntad según una ley universal permite que el libre
arbitrio de ese individuo coexista con el libre arbitrio de los demás. Cualquier obstáculo
en ese sentido implica un agravio al actuante, pues impide la coexistencia. El obrar
externamente de este modo constituye lo que dicta la ley universal del derecho; y la
ética es la que manda actuar conforme a esta ley. No obstante, al ser sólo actuar
conforme a algo y no por la virtud misma, no se exige actuar de tal forma como un
deber; la razón sólo está restringida por ella. (p. 39-40)

Para Kant hay un solo derecho innato a todo hombre por su condición de humanidad y
ese es la libertad en el sentido de poder coexistir con la libertad de los demás según una
ley universal. (Libertad es asimismo entendida como “la independencia del arbitrio
constrictivo de otro”). (p. 48-49)

Se conoce a la doctrina de las virtudes como doctrina de los deberes porque nuestra
libertad (de donde surgen todas las leyes morales, los derechos y deberes) es conocida a
través del imperativo moral el cual es mandado del deber. A partir de la libertad se
desprende también la facultad de mandar a otros (derecho). La doctrina de derechos
debe tomar en cuenta al hombre como homo noumenon, es decir tomando en cuenta su
humanidad como libre de determinaciones físicas, pero también debe considerar al
individuo como un homo phaenomenon, es decir, “afectado por tales determinaciones”.
(pág. 50-51)

El deber como concepto implica por sí una coerción por la ley hacia el arbitrio libre, sea
de forma exterior, o por autocoacción. Esta última se da cuando el imperativo moral
indica la coacción que se dará al arbitrio libre, y el cual rige para el ser humano como
ser natural racional, el cual puede no siempre querer actuar por deber y seguir las leyes,
y también sentir un disgusto al cumplirlas, por lo que le da el matiz de coacción. A
primera vista, la autocoacción del deber y la libertad del arbitrio parecen contradecirse,
pero para que ambos términos sean coexistentes se debe considerar que la libertad en el
ser humano radica en que de ella dictamine leyes universales que determinan a la
voluntad de aquel. Todo impulso natural del hombre es considerado un obstáculo hacia
el deber, y el SH debe oponerse ante estos impulsos, los cuales pueden provenir del
individuo mismo, como también fuera de él (en otros individuos). La doctrina de los
deberes como doctrina de la virtud se refiere no a leyes externas, pero a la garantía de la
libertad mediante leyes internas. (pág. 228-229)

La ética es también para Kant una doctrina de los fines, pues hay fines que son
contrarios a las inclinaciones o deseos, sino que son en sí mismo un deber y coinciden
con la razón pura práctica. De esto se desprende que la ética postule deberes que no
pueden ser obligados a cumplir. (pág. 230-231)

La ley que manda no la acción, pero la máxima que determina a la voluntad. En la ética
no se habla de principios objetivos, sino de principios subjetivos del individuo que
funcionan como ley para su propia voluntad. Las máximas que obedecen al principio
subjetivo son aquellas que califican para formar una legislación universal. (pág. 241)

En contraste del principio jurídico que se refiere a la coacción externa, la doctrina de la


virtud como principio sintético va más allá del concepto de libertad externa, pues
considera también la libertad interna (la cual es ética) como la facultad de autocoacción
por la razón pura práctica, y sus obstáculos se componen por toda inclinación. Se
establece un fin que a su vez es un deber. La libertad es un presupuesto necesario para el
imperativo moral, y en el imperativo que ordena el deber de virtud se añade el concepto
del fin que deberíamos tener al de autocoacción. De esto se sigue que la virtud debe ser
su propio fin, que es propuesta por la razón práctica. (pág. 250-251)

La virtud es definida como “la fortaleza moral de la voluntad de un hombre en el


cumplimiento de su deber, que es una coerción moral de su propia razón legisladora, en
la medida en que ésta se constituye a sí misma como poder ejecutivo de la ley.” No es
en sí misma un deber y sólo “manda o acompaña a su mandato con una coacción moral”
(pág. 262)

Una costumbre como conformidad de un conjunto de hábitos que se han vuelto


necesidad por la propia repetición de la acción no puede tener la característica de ser un
hábito libre ni moral. La virtud no puede ser el obrar conforme a la ley, pero puede ser
la determinación de obrar por representación de la ley. La libertad interna necesita de
dos elementos: 1. ser dueño de sí mismo (en un caso dado) y poder dominarse a sí
mismo (es decir, reprimir los afectos (pertenecientes a los sentimientos, y de los cuales
se derivan los actos bruscos, como dirigidos por la ira) de uno y dominar sus pasiones
(las cuales son apetitos sensibles convertidos en inclinaciones permanentes)) La razón
debe dominar las pasiones y los afectos para que no se manifiesten en la máxima y la
convierta en un vicio. La virtud fundada en la libertad interna implica a su vez el
contener un mandato positivo que dicta someter todas las facultades e inclinaciones al
poder de la razón, lo cual constituye el dominio de sí mismo. La prohibición es la de
dejarse dominar por sus pasiones e inclinaciones, pues de lo contrario, el hombre es
dominado por estas y no por su propia razón. (pág. 264-266)

La conciencia moral es entendida por Kant como la conciencia de un tribunal interno en


el hombre que juzga sus pensamientos y acciones, y cuya razón es la que emite el juicio
final de lo que se juzga. Esta conciencia moral está integrada en todos los hombres y
aunque este pueda llegar a un estado donde ya no la obedezca, la conciencia moral
seguirá existiendo dentro de él y juzgándolo. (pág. 302-303)

Crítica de la razón práctica

Prólogo: El que la razón pura pueda manifestarse de forma práctica demuestra su propia
realidad y la capacidad de la libertad trascendental en el hombre como algo innegable.

Intro: El uso de la razón pura práctica versa en ocuparse de los fundamentos que
determinan la voluntad, la cual posee la capacidad de producir objetos que se
correspondan con las representaciones o la capacidad de autodeterminarse hacia la
realización de dichos objetos (capacidad de determinar su causalidad). La libertad es un
concepto importante en la búsqueda de la posibilidad de la autodeterminación de la
voluntad o una voluntad determinada por lo empírico que es analizada en el texto. Se
lograría afirmar que la razón puede ser en efecto práctica y de forma incondicional si se
demuestra que la libertad es una facultad que pertenece a la voluntad humana misma.
(pág. 85-86)

Kant llama principio práctico a aquello que determina universalmente una voluntad
subsumiendo reglas prácticas. Cuando las consideraciones son válidas sólo para un
sujeto, hablamos de máximas o principios subjetivos; y cuando son válidas
objetivamente y universalmente estamos ante leyes prácticas. Si se acepta que la razón
pura puede determinar la voluntad, entonces las leyes prácticas son posibles. Los
principios propuestos no son obligatorios, pues la razón en su uso práctico debe lidiar
con un sujeto que posee la capacidad desiderativa en miras de su propio modo de
concebirse. Los imperativos pueden ser hipotéticos o categóricos. Cuando el imperativo
está condicionado, constituye una prescripción, pero no una ley, pues esta debe bastarse
para determinar a la voluntad misma. (pág. 93-95)

Las leyes prácticas se reflejan en la voluntad, pero si un principio se refiere a un objeto,


no puede dar ley práctica alguna pues el objeto la precede y supone la condición por la
cual se realiza la acción, es decir, un principio (subjetivo). De esto se desprende que (1)
dicho principio nunca deja de ser empírico, pues la voluntad es determinada
empíricamente por el objeto. Esto equivale a que el sujeto es movido por el placer, el
cual ha surgido por el objeto mismo. El placer ha de presuponerse para que el libre
albedrío pueda ser determinado. Tanto el fundamento de la voluntad como el principio
práctico material serán empíricos. (2) Como el principio se sustenta únicamente a
posteriori sobre la condición subjetiva de placer o displacer, el sujeto puede proponer
una máxima subjetiva, más nunca una ley práctica, pues no posee la necesidad objetiva
a priori. (pág. 97-98)

La razón es considerada una capacidad desiderativa superior cuando determina a la


voluntad por ella misma y sin ningún rastro contaminante de empirismo. Por debajo de
ella se halla lo que Kant denomina una facultad desiderativa patológicamente
determinable, pues posee inclinaciones causadas por elementos empíricos. En este
sentido, la razón determina a la voluntad con una ley práctica libre de todo tipo de
sentimientos originados del placer o displacer. Al ser práctica en cuanto razón pura, le
permite ser al mismo tiempo ser legisladora. (pág. 104-105)

Al ser únicamente válida como ley una fundamentación de la voluntad puramente


formal y legisladora, se considera a esta voluntad independiente de todo tipo de ley de
causalidad de la naturaleza, y tal independencia es llamada libertad trascendental. En
palabras de Kant: “[…] una voluntad a la que puede servir como ley, por sí sola, la
simple forma legisladora de la máxima es una voluntad libre.” Si se busca el
fundamento de la voluntad libre, se debe remitir a la ley que la determina. La voluntad
libre debe determinarse al margen de todo lo empírico, y sin embargo la materia de la
ley práctica es necesariamente hallada en lo empírico. Por lo que una ley sin materia se
entiende como una forma legisladora y esta forma albergada en la máxima es lo que
determina la voluntad. En resumen, la voluntad libre se halla determinada por una
máxima que procede de una ley formal, o forma legisladora (ley práctica
incondicionada) que ha dejado de lado todo elemento material o empírico. No obstante,
primero tenemos consciencia inmediata de la ley moral que es formulada por la razón
como fundamento a priori de la determinación de la voluntad, y a partir de la cual
tenemos conocimiento de nuestra libertad, pues no podemos tener conciencia de la
libertad antes de la ley moral porque su primer concepto fue de índole negativa. (pág.
112-114)

La razón pura que a su vez es práctica por sí misma brinda el hombre una ley universal
que es denominada ley moral. El principio de la moralidad al ser declarada por la razón
es válida como una ley moral para todo ser racional que sea capaz de poseer una
voluntad que es determinable por la representación de reglas a priori. Al pretender tener
una validez universal, no se limita únicamente al ser humano como ser racional, sino
que vale para cualquier otro ser finito que posea razón y voluntad, abarcando inclusive
al ser infinito en cuanto inteligencia suprema. La ley moral implica para el hombre un
imperativo que manda categóricamente, y el cual es una obligación o apremio
representada como la idea del deber. Cualquier resistencia que se presente en forma de
deseo o inclinación ante el deber deberá ser combatida por la razón práctica como un
apremio moral, que a su vez es una forma de coacción interna. (pág. 118-120)

La autonomía de la voluntad es el principio de toda ley moral, el cual suprime toda


determinación empírica o material y determina la voluntad de forma legisladora
universal (sentido positivo de la libertad), mientras que la heteronomía no puede serlo y
se opone a la ley moral y a la moralidad de la voluntad. Formular la ley moral
representa la autonomía de la razón pura práctica, es decir, su libertad. Sin embargo, si
el objeto deseado es parte de la ley, entonces lo que se desprende es heteronomía de la
voluntad, una dependencia hacia las inclinaciones de la ley natural, y en este sentido, no
sería una ley práctica, pero una mera prescripción. (121) Las leyes prácticas se asocian a
una voluntad pura. Las máximas pueden estar relacionadas a una materia en el sentido
en que esta materia está ahí, no obstante esta no debe presuponerse en la formulación de
la máxima para que esta pueda representar una ley práctica. (123)

Con respecto a la felicidad propia, ésta no puede ser fundamento del principio de
moralidad, pues la contradice. (124) Si bien se pueden formular máximas de la felicidad
propia, no tendrían la categoría de leyes (ni en el caso de la felicidad universal), pues
cualquier tipo de felicidad está relacionado con la realidad empírica y de la felicidad
pueden desprenderse reglas generales, pero no leyes, pues no se asegura que funcionen
en todos los casos a los que se apliquen (126). Esto sí es posible, por el contrario con las
leyes morales (127), las cuales son posibles de satisfacer siempre ya que dependen de
que la máxima sea genuina y pura. Las reglas de la felicidad al tomar en cuenta
elementos empíricos, dependen a su vez de condiciones que se presentan en el mismo
plano, como la capacidad física, para poder lograr alcanzar el objeto deseado (128).

Sólo una voluntad pura posee la capacidad de dictaminarse un castigo si la acción no es


conforme al deber. Sin embargo, un poder coercitivo a las personas que sea el
encargado de disponer castigos por las malas acciones o encaminarlos hacia sus rectos
objetivos no es más que la representación de carencia de libertad en aquellas voluntades
(130).

Derivar el concepto de deber de sentimientos morales implica su falsa concepción, ya


que los sentimientos implicarían agregar a las formulaciones de máximas inclinaciones
y pasiones. Esto implicaría que la virtud estaría a la par con el placer, y el vicio con el
rechazo. (132)

Fundamentación de la metafísica de las costumbres

Cap. 1:

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