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Para Kant hay un solo derecho innato a todo hombre por su condición de humanidad y
ese es la libertad en el sentido de poder coexistir con la libertad de los demás según una
ley universal. (Libertad es asimismo entendida como “la independencia del arbitrio
constrictivo de otro”). (p. 48-49)
Se conoce a la doctrina de las virtudes como doctrina de los deberes porque nuestra
libertad (de donde surgen todas las leyes morales, los derechos y deberes) es conocida a
través del imperativo moral el cual es mandado del deber. A partir de la libertad se
desprende también la facultad de mandar a otros (derecho). La doctrina de derechos
debe tomar en cuenta al hombre como homo noumenon, es decir tomando en cuenta su
humanidad como libre de determinaciones físicas, pero también debe considerar al
individuo como un homo phaenomenon, es decir, “afectado por tales determinaciones”.
(pág. 50-51)
El deber como concepto implica por sí una coerción por la ley hacia el arbitrio libre, sea
de forma exterior, o por autocoacción. Esta última se da cuando el imperativo moral
indica la coacción que se dará al arbitrio libre, y el cual rige para el ser humano como
ser natural racional, el cual puede no siempre querer actuar por deber y seguir las leyes,
y también sentir un disgusto al cumplirlas, por lo que le da el matiz de coacción. A
primera vista, la autocoacción del deber y la libertad del arbitrio parecen contradecirse,
pero para que ambos términos sean coexistentes se debe considerar que la libertad en el
ser humano radica en que de ella dictamine leyes universales que determinan a la
voluntad de aquel. Todo impulso natural del hombre es considerado un obstáculo hacia
el deber, y el SH debe oponerse ante estos impulsos, los cuales pueden provenir del
individuo mismo, como también fuera de él (en otros individuos). La doctrina de los
deberes como doctrina de la virtud se refiere no a leyes externas, pero a la garantía de la
libertad mediante leyes internas. (pág. 228-229)
La ética es también para Kant una doctrina de los fines, pues hay fines que son
contrarios a las inclinaciones o deseos, sino que son en sí mismo un deber y coinciden
con la razón pura práctica. De esto se desprende que la ética postule deberes que no
pueden ser obligados a cumplir. (pág. 230-231)
La ley que manda no la acción, pero la máxima que determina a la voluntad. En la ética
no se habla de principios objetivos, sino de principios subjetivos del individuo que
funcionan como ley para su propia voluntad. Las máximas que obedecen al principio
subjetivo son aquellas que califican para formar una legislación universal. (pág. 241)
Prólogo: El que la razón pura pueda manifestarse de forma práctica demuestra su propia
realidad y la capacidad de la libertad trascendental en el hombre como algo innegable.
Intro: El uso de la razón pura práctica versa en ocuparse de los fundamentos que
determinan la voluntad, la cual posee la capacidad de producir objetos que se
correspondan con las representaciones o la capacidad de autodeterminarse hacia la
realización de dichos objetos (capacidad de determinar su causalidad). La libertad es un
concepto importante en la búsqueda de la posibilidad de la autodeterminación de la
voluntad o una voluntad determinada por lo empírico que es analizada en el texto. Se
lograría afirmar que la razón puede ser en efecto práctica y de forma incondicional si se
demuestra que la libertad es una facultad que pertenece a la voluntad humana misma.
(pág. 85-86)
Kant llama principio práctico a aquello que determina universalmente una voluntad
subsumiendo reglas prácticas. Cuando las consideraciones son válidas sólo para un
sujeto, hablamos de máximas o principios subjetivos; y cuando son válidas
objetivamente y universalmente estamos ante leyes prácticas. Si se acepta que la razón
pura puede determinar la voluntad, entonces las leyes prácticas son posibles. Los
principios propuestos no son obligatorios, pues la razón en su uso práctico debe lidiar
con un sujeto que posee la capacidad desiderativa en miras de su propio modo de
concebirse. Los imperativos pueden ser hipotéticos o categóricos. Cuando el imperativo
está condicionado, constituye una prescripción, pero no una ley, pues esta debe bastarse
para determinar a la voluntad misma. (pág. 93-95)
La razón pura que a su vez es práctica por sí misma brinda el hombre una ley universal
que es denominada ley moral. El principio de la moralidad al ser declarada por la razón
es válida como una ley moral para todo ser racional que sea capaz de poseer una
voluntad que es determinable por la representación de reglas a priori. Al pretender tener
una validez universal, no se limita únicamente al ser humano como ser racional, sino
que vale para cualquier otro ser finito que posea razón y voluntad, abarcando inclusive
al ser infinito en cuanto inteligencia suprema. La ley moral implica para el hombre un
imperativo que manda categóricamente, y el cual es una obligación o apremio
representada como la idea del deber. Cualquier resistencia que se presente en forma de
deseo o inclinación ante el deber deberá ser combatida por la razón práctica como un
apremio moral, que a su vez es una forma de coacción interna. (pág. 118-120)
Con respecto a la felicidad propia, ésta no puede ser fundamento del principio de
moralidad, pues la contradice. (124) Si bien se pueden formular máximas de la felicidad
propia, no tendrían la categoría de leyes (ni en el caso de la felicidad universal), pues
cualquier tipo de felicidad está relacionado con la realidad empírica y de la felicidad
pueden desprenderse reglas generales, pero no leyes, pues no se asegura que funcionen
en todos los casos a los que se apliquen (126). Esto sí es posible, por el contrario con las
leyes morales (127), las cuales son posibles de satisfacer siempre ya que dependen de
que la máxima sea genuina y pura. Las reglas de la felicidad al tomar en cuenta
elementos empíricos, dependen a su vez de condiciones que se presentan en el mismo
plano, como la capacidad física, para poder lograr alcanzar el objeto deseado (128).
Cap. 1: