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Resumen Epistemología - Benjamin, Walter: (1982) Libro de los Pasajes, Madrid, Akal, 2005;

Parte ‘Proyectos iniciales’, capítulos “Pasajes” y “Pasajes de París II”, pp. 863-876.

Introducción por José Vidal-Beneyto para EL PAÍS, 3 JUN 2006

Walter Benjamin es quien sitúa el tema de los Pasajes de París en el paisaje intelectual del siglo
XX. Paisajes que, para él son una inagotable cantera de materiales teóricos y empíricos. El
conjunto compone un vasto volumen de cerca de mil páginas, que lleva por título El libro de
los Pasajes. Ahora bien este batiburrillo temático se ordena en torno de la concepción espacio-
temporal de los Pasajes de que se sirve el autor, en la que la espacialidad física que
corresponde a su primera acepción -un nuevo territorio urbano en el que se está y por el que
se circula- viene completado por la temporalidad de su segundo significado, en el que el flujo
de la duración confiere a la historia una presencia determinante. Historia que no es la de sus
héroes y sus fastos, sino la de una cotidianeidad pasada llena de logros hoy agotados y
lúgubres, una historia hecha de la obsolescencia, de las novedades y los inventos convertidos
en desechos de una modernidad a la deriva. Todo ello al filo de una exploración de las cosas
concretas en las que nuestro autor, coincidiendo con la fenomenología y con el lema
husserliano de zu den sachen selbst -hay que ir a las cosas mismas- sitúa toda fuente de
conocimiento, aunque colocando su decurso bajo el primado de la materialidad. Por esta
razón, los Pasajes están atravesados por una ininterrumpida crítica del capitalismo, cuyo
núcleo constante fue el rechazo de la ortodoxia marxista-leninista y su alineamiento con la
"Historia y conciencia de clase", de Lukacs, y con la teoría del fetichismo de la mercancía. Para
Benjamin, el destino de la cultura se manifiesta en la condición de mercancía de los bienes
culturales que, sin embargo, no hace de ellos el simple reflejo del desarrollo económico, ni
constituye a la superestructura en el inevitable producto de la infraestructura sino que hace de
aquella la expresión de ésta.

La connivencia más profunda de Benjamin con la problemática de los Pasajes está, como
veremos en las próximas descripciones de los mismos, en su efímera condición espacio-
temporal, en su vocación intersticial de microespacios entre dos calles, de tránsito
fantasmagórico entre dos épocas, dos mundos.

Pasajes por Benjamin, Walter: (1982) Libro de los Pasajes

En la Avenida de los Campos Elíseos, entre hoteles nuevos con nombres anglosajones, se
abrieron hace poco unas arcadas, dando así lugar al más reciente pasaje parisino Para su
inauguración, una enorme orquesta uniformada tocó ante parterres de flores y gráciles
surtidores. Mientras que aquí se ha preparado un nuevo pasaje para el París de última moda,
ha desaparecido uno de los más antiguos de la ciudad, el pasaje de l'Opéra, devorado por la
irrupción del bulevar Haussmann. Tal como hizo esa notable galería hasta hace poco, algunos
pasajes conservan aún hoy, entre luz chillona y rincones oscuros, un pasado hecho espacio.
Algunos anticuados negocios se aferran a estos espacios interiores, y la mercancía expuesta en
ellos es confusa, o tiene muchas interpretaciones.

Pasajes de Paris II

1 - Estos pasajes, una nueva invención del lujo industrial, son galerías cubiertas de cristal y
revestidas de mármol que atraviesan edificios enteros, cuyos propietarios se han unido para
tales especulaciones. A ambos lados de estas galerías, que reciben la luz desde arriba, se
alinean las tiendas más elegantes, de modo que un tal pasaje es una ciudad, e incluso un
mundo en pequeño, en el que el comprador ávido encontrara todo lo que necesita. Ante un
chubasco repentino, se convierten en el refugio de todos los que se han visto sorprendidos,
ofreciendo un paseo seguro, aunque angosto, del que también los vendedores sacan
provecho. Allí se encuentran os que quieren comprar y los que se han visto sorprendidos. La
lluvia sólo lleva a los pasajes al cliente pobre que carece sobre todo del aislante o del
impermeable. Los proxenetas son las naturalezas férreas de esta calle, y sus frágiles cristales
las prostitutas. Fue éste el último asilo de aquellas maravillas que vieron la luz en las
exposiciones universales, como la cartera patentada con iluminación interior, la navaja
kilométrica, o el mango de paraguas patentado con reloj y revólver. Y junto a las degeneradas
criaturas gigantes, demediada y en la estacada, la materia. Seguimos el corredor estrecho y
oscuro teto que entre una librería de saldo, donde legajos atados y multicolores hablaban de
todas las formas de la ruina, y una tienda repleta de botones surgió una especie de cuan de
estar. Sobre un tapete de colores desvaídos, lleno de cuadros y hastiar brillaba una lámpara de
gas. Al lado leía una anciana. Parece como si estuviera sola desde hace años, y quiere
dentaduras “de oro, de cera, o rotas”.

2 - Todo esto es el pasaje a nuestros ojos. Y nada de todo esto lo ha sido él. Ellos (los pasajes)
lucían en el París del Imperio como grutas. A quien entraba en 1817 en el pasaje des
Panoramas, le cantaban por un lado las sirenas de la luz de gas, y enfrente le seducían las
odaliscas como llamas de aceite. Con el resplandor de la luz eléctrica, se extinguió en estas
galerías la irreprochable llama; de pronto se hicieron difíciles de encontrar: practicaron una
magia negra con las puertas, mirando su propio interior desde ventanas ciegas. No fue ese el
ocaso de los pasajes, sino un vuelco. De un golpe, fueron el molde donde se fundió la imagen
de la «modernidad«.

3 - Aquí habita el último dinosaurio de Europa, el consumidor. En las paredes de estas cavernas
prolifera la mercancía como una flora inmemorial que experimenta, como el tejido ulceroso,
las más irregulares conexiones. Un mundo de secretas afinidades: palmera y plumero, secador
y Venus de Milo, prótesis y portacartas se encuentran aquí de nuevo, como tras una larga
separación. Yace al acecho la odalisca junto al tintero, las adoradoras alzan ceniceros como
platillos de ofrendas. Estos escaparates son un jeroglífico, y tiene uno en la punta de la lengua
la clave para leer la comida para pájaros depositada en la cubeta de fijador de la cámara
oscura, las semillas de flores junto a los prismáticos, los garabatos interrumpidos en el
cuaderno de notas, y el revólver sobre la pecera de los peces dorados. Por lo demás, nada de
todo esto tiene un aspecto nuevo. Los peces dorados provienen quizá de una piscina hace
tiempo vacía, el revólver habrá sido un coipus delicti1, y esas notas difícilmente pudieron salvar
de morir de hambre a su antigua propietaria una vez que se marcharon los últimos alumnos.

4 - Jamás se debe confiar en lo que los escritores dicen de sus propias obras. Cuando Zola
quiso defender su Teresa Roquín de las críticas adversas, dijo que su libro era un estudio
científico sobre los temperamentos. No en vano se desarrolla en un pasaje. Si acaso este libro
explica algo realmente científico, es la agonía de los pasajes parisinos, el proceso de
descomposición de una arquitectura. De sus venenos está repleta la atmósfera de este libro, y
a causa de ellos mueren los personajes.

5 - En la antigua Grecia se enseñaban ciertos lugares que descendían al submundo. Nuestra


existencia despierta también es una tierra en la que por lugares ocultos se desciende al
submundo, una tierra repleta de discretos lugares donde desembocan los sueños. Los pasajes
1
Corpus delicti (latín: "cuerpo del crimen") es un término de la jurisprudencia occidental que se refiere
al principio de que se debe demostrar que un crimen ocurrió antes de que una persona pueda ser
condenada por cometer ese delito.
desembocan de día, inadvertidamente, en las calles. Pero a la noche, bajo las oscuras masas de
edificios, surge, infundiendo pavor, su compacta oscuridad, y el tardío paseante se afana por
dejarlos atrás, si acaso le habíamos animado a un viaje a través del estrecho callejón.

6 - En los pasajes son posibles los colores más falsos; no extraña apenas que haya peines rojos
y verdes. Las medias tienen por doquier un papel de actrices invitadas: tan pronto están bajo
un fonógrafo como ante un estanco, en otra ocasión en la mesa de una taberna, vigiladas por
una chica. También frente al estanco, donde entre sobres con los sellos más diversos y
refinados se esparcen sin esmero manuales de un arte de vivir ya superado, Abrazos secretos e
Ilusiones que enloquecen, introducciones a vicios y pasiones fuera de moda. Las lunas del
escaparate están cubiertas con estampitas de colores. Ningún comprador debería entrar en
estas tiendas con una idea preconcebida, sino alegrarse de poder volver a casa con un tomo de
la Investigación de la verdad de Malebranche, o de Miss Daisy, un diario de uno amazona
inglesa.

7 - Sin embargo, aunque este mundo de espejos pueda tener varios e Incluso infinitos
significados, sigue siendo ambiguo, en el sentido de un mundo especular. Parpadea; es
siempre este uno y jamás nada, de donde sale enseguida otro. El espacio, que se transforma,
lo hace en el seno de la nada. En sus turbios y sucios espejos, las cosas intercambian una
mirada-Kaspar Hauser con la nada: qué ambiguo es ese pestañeo desde el nirvana. Y de nuevo
nos roza con frío aliento el nombre galante de Odilon Redon, que captó como nadie esta
mirada de las cosas en el espejo de la nada, y como nadie supo mezclarse en el consentimiento
de las cosas con el no ser.

8 - El germen más íntimo y resplandeciente de la ville lumière, los viejos dioramas, anidaban en
estos pasajes, entre los que aún hoy uno lleva su nombre; pasaje des Panoramas. En los
primeros instantes, era como entrar en un acuario. Por la pared de la gran sala oscurecida
pasaba algo así como un paisaje de agua iluminada por gas, interrumpida por pequeñas
junturas. El juego de colores de la fauna oceánica no puede ser más ardiente. Pero lo que aquí
se mostraban eran milagros terrestres, atmosféricos. En aguas Iluminadas por la luna, se
reflejan palacios, aparecen noches blancas en parques abandonados. Se reconoce a la luz de la
luna el castillo de Saint Leu. Era un experimento sin igual sobre la noche mágica, iluminada por
la luna, del Romanticismo, y su noble sustancia salió vencedora de toda prueba significativa. A
quien se tomaba el tiempo de plantarse ante el transparente del viejo balneario de
Contrexéville, le parecía que, en una vida anterior, ya había pasado por este camino soleado
entre álamos, rozando, al pasar, los muros de piedra -humildes efectos mágicos para uso
doméstico, que por lo demás se experimentaron en muy pocos casos, como ante las estatuas
chinas de esteatita o la pintura esmaltada rusa-.

9 - Las calles son la vivienda del colectivo. El colectivo es un ente eternamente despierto,
eternamente en movimiento, que vive, experimenta, conoce y medita entre los muros de las
casas tanto como los individuos bajo la protección de sus cuatro paredes. Para este colectivo,
los brillantes carteles esmaltados de los comercios son tanto mejor adorno mural que los
cuadros al óleo del salón para el burgués, los muros con el «Prohibido fijar carteles» son su
escritorio, los quioscos de prensa sus bibliotecas, los buzones sus bronces, los bancos sus
muebles de dormitorio, y la terraza del café el mirador desde donde contempla sus enseres
domésticos. El pasaje fue para ellos su salón. Más que en cualquier otro lugar, en el pasaje se
da a conocer la calle como el interior amueblado de las masas, habitado por ellas.
10 - El burgués que ascendió con Luis Felipe insiste en convertir la cercanía y la lejanía en un
interior. Sólo conoce un único escenario: el salón. En 1839 se celebra un baile en la embajada
inglesa. Se encargan doscientos rosales. -El jardín -cuenta un testigo presencial- estaba
cubierto por una carpa y parecía un salón de conversación. ¡Pero qué salón! Los olorosos
arriates, repletos de flores, se habían transformado en enormes jardineras, la arena de los
paseos había desaparecido bajo espléndidas alfombras, en lugar de los bancos de hierro se
encontraban canapés tapizados en damasco y seda; una mesa redonda ofrecía libros y
álbumes.

11 - El fláneur asiste a la siguiente transformación de la calle: ésta le conduce a través de un


tiempo desaparecido. En su recorrido por las calles, todas son para él cuesta abajo.
Descienden, si no hasta las madres, en todo caso sí hasta un pasado que puede ser tanto más
profundo cuanto que no es su propio pasado privado. Con todo, la calle sigue siendo siempre
el pasado de una juventud. ¿Pero por qué la de la vida que ha vivido? El asfalto sobre el que
camina está hueco. Sus pasos despiertan una asombrosa resonancia, el gas, que desciende
iluminando las losetas, arroja una luz ambigua sobre este doble suelo. Como movida por un
mecanismo de relojería, la figura del fláneur avanza por la calle empedrada de doble suelo. Y
en el interior, donde se esconde este mecanismo, suena una caja de música que toca la
melodía: “Desde la juventud; desde la juventud; me sigue siempre una canción”. Con esta
melodía reconoce de nuevo lo que le rodea; no como si le hablara el pasado de su propia
juventud, aun reciente, sino que es una infancia ya antes vivida la que le habla, y lo mismo le
vale que sea la de un antepasado o la suya propia. Su marcha gana con cada paso una violencia
creciente. Entonces llega el hambre. Pero él no quiere saber nada de los cientos de
posibilidades que hay para calmarla, sino que deambula como un animal por barrios
desconocidos hasta que, totalmente exhausto, se derrumba en cuarto. Paris creo este tipo
humano. ¿Por qué no fue Roma? Quizá la ciudad esté demasiado llena de lemas, monumentos,
plazas recoletas y santuarios nacionales como para que indivisa, pueda ingresar en el sueño
del paseante con cada adoquin, cada letrero comercial, cada escalón y cada portal. Quizá
también tenga algo que ver el carácter nacional de los italianos. Pues no han sido los
extranjeros, sino los mismos parisinos quienes han hecho de quienes han hecho de Paris la
alabada ciudad del fláneur, el “paisaje formado de pura vida”. Paisaje, en eso se convierte de
hecho para el fláneur. Y otra cosa más: esa embriaguez anamnética con la que el fláneur
marcha por la ciudad no solo se nutre de lo que a este se le presenta sensiblemente ante los
ojos, sino que es capaz de apropiarse del mero saber, incluso de los datos muertos, como de
algo experimentado y vivido. Este saber sentido se transmite, como es obvio, de persona a
persona, ante todo oralmente. Pero en el curso del siglo XIX cuajó también en una literatura
casi inabarcable.

12 - El durmiente tiene una apariencia gris y aburrida. Y cuando luego despierta y quiere contar
lo que soñó, apenas consigue sino comunicar este aburrimiento. Pues ¿Quién podría volver
hacia afuera, de un golpe, el forro del tiempo? Y sin embargo, contar sueños no quiere decir
otra cosa. Y no se pueden abordar de otra manera los pasajes, construcciones en las que
volvemos a vivir como en un sueño la vida de nuestros padres y abuelos, igual que el embrión,
en el seno de la madre, vuelve a vivir la vida de los animales. Pues la existencia de estos
espacios discurre tambien como los acontecimientos en los sueños: sin acentos. Fláneur es el
ritmo de este adormecimiento.

13 - Aquí la moda ha inaugurado el lugar de intercambio dialectico entre la mujer y la


mercancía. Su dependienta, enorme y descarada, la muerte, toma las medidas al siglo, hace
ella misma, por ahorrar, de maniquí, y dirige personalmente la liquidación, llamada en francés
“revolución”. Pues nunca fue la moda sino la parodia del cadáver multiforme, la provocación
de la muerte mediante la mujer, amargo dialogo en susurros, entre agudos fritos de una
aprendida alegría, con la descomposición. Por eso cambia con tanta rapidez: pellizca a la
muerte, y ya es de nuevo otra para cuando la muerte intenta golpearla. No le ha debido nada
en cien años. Solamente ahora está a punto de abandonar la palestra. La muerte, en cambio, a
la orilla de un nuevo Leteo que extiende su corriente de asfalto por los pasajes, erige el
esqueleto de las prostitutas como trofeo.

14 - Cuando Hacklander se sirvió en uno de sus cuentos de esta “novísima invención del lujo
industrial”, situó tambien a estos admirables muñecos en el peligroso pasaje que la hermana
Tinchen tiene que recorrer por mandato del hada Concordia para redimir a sus pobres
hermanos. El camino le llevo a una estancia repleta de juguetes. Allí había pequeñas tiendas
con todo lo posible: carruseles con caballitos y coches, columpios y sube-bajas, pero, sobre
todo, soberbias casas de muñecas. Un gran muñeco se puso de pie cuando le miro Tinchen y le
hizo una complicada reverencia. El niño no quiere saber nada de juguetes animados, pero el
encanto de este fácil camino gusta de adoptar hasta el día de hoy la forma de grandes
muñecos que se mueven. Pero ¿Quién sabe hoy en día en que lugares de la última del siglo
pasado mostraba la mujer al hombre su imagen más seductora, la promesa más íntima de su
figura? Era en los pabellones cubiertos y asfaltados en los que se aprendía a montar en
bicicleta. Es como ciclista que la mujer le disputa a la tonadillera la hegemonía en los carteles
(los afiches) de Chéret, imprimiéndole a la moda sus líneas más atrevidas.

15 - Pocas cosas hay en la historia de la humanidad de las que sepamos tanto como de la
historia de la ciudad de París. Miles y decenas de miles de volúmenes están exclusivamente
dedicados a investigar este minúsculo punto de la tierra. En el caso de algunas calles, se
conoce a través de varios siglos el destino de casi cada uno de sus edificios. Con una bella
expresión, Holffmannsthal llamó a esta ciudad «un paisaje hecho de pura vida». Y, en la
atracción que ejerce sobre la gente, opera cierta belleza propia del gran paisaje, en concreto
del paisaje volcánico. París es en el orden social lo que es el Vesubio en el geográfico. Una
masa amenazante y peligrosa, un junio de la revolución siempre activo. Pero al igual que las
pendientes del Vesubio se convirtieron en huertas paradisíacas gracias a las capas de lava que
las cubrían, así florecen sobre la lava de la revolución, como en ningún otro lugar, el arte, la
vida festiva y la moda.

16 - ¿No está acostumbrado por sus constantes vagabundeos a dar por doquier otro sentido a
la imagen de la ciudad? ¿No trasforma el pasaje en un casino, en una sala de juego, tiende
apuesta las fichas rojas, azules y amarillas de los sentimientos a las mujeres, a un rostro que
aparece (¿responderá a su mirada?), a una boca muda (¿hablará?)? . El tipo: es la casilla de la
apuesta multiplicada por treinta y seis, en la que se clava sin su intervención la vista del
voluptuoso, como la bola de marfil en el compartimento rojo o negro. Sale del Palais Royal con
los bolsillos exultantes, llama a una prostituta y celebra otra vez en sus brazos ese acto con el
número en el que el dinero y la prosperidad, de ordinario lo más pesado y masivo, le lle gan del
destino como la réplica de un abrazo plenamente logrado. Pues en el burdel y en la sala de
juego se trata del mismo gozo, del más pecaminoso y punible: poner el destino en el placer. El
nombre mismo es el grito del placer desnudo. Santo, sobrio, sin destino en sí, el nombre no
conoce mayor rival que el destino, que en la prostitución ocupa su lugar y en la superstición
adquiere sus armas. De ahí la superstición en el jugador y en la prostituta, superstición que
establece las figuras del destino, que colma toda diversión galante con la indiscreción y lascivia
del destino, humillando ante su trono incluso al placer.

17 - El padre del surrealismo fue Dada; su madre fríe un pasaje. Dada era ya viejo cuando la
conoció. A fines de 1919 Aragón y Bretón trasladaron su lugar de encuentro con sus amigos a
un café del pasaje de l'Opéra. La irrupción del bulevar Haussmann supuso su fin. Louis Aragón
escribió 13$ páginas sobre él, un número que, sumadas sus cifras, esconde el número de las 9
musas que habrían prestado sus servicios maternales al pequeño surrealismo. En El campesino
de París, Aragón dedica a este pasaje el más conmovedor elogio fúnebre que jamás haya
dedicado un hombre a la madre de sus hijos. Allí es donde se puede leer, pero aquí no se ha de
esperar sino una fisiología y, para decirlo claramente, el resultado de una autopsia de estas
porciones misteriosamente fallecidas de la capital de Europa.

18 - El giro copernicano en la visión histórica es éste: se tomó por punto fijo -lo que ha sido-, y
se vio el presente esforzándose tentativamente por dirigir el conocimiento hasta ese punto
estable. Pero ahora debe invertirse esa relación, y lo que ha sido debe recibir su fijación
dialéctica de la síntesis que lleva a cabo el despertar con las imágenes oníricas contrapuestas.
La política obtiene el primado sobre la historia. Y, ciertamente, los “hechos” históricos pasan a
ser lo que ahora mismo nos sobrevino: constatarlos es la tarea del recuerdo. El despertar es el
caso ejemplar del recordar. Es ese caso en el que conseguimos recordar lo más cercano, lo que
está más próximo Cal yo). Lo que quiere decir Proust cuando reordena experimentalmente las
muebles, lo que conoce Bloch como la oscuridad del instante vivido, no es distinto de lo que
aquí, en el nivel de lo histórico, y colectivamente, queda asegurado. Hay un «saber aún no
consciente- de lo que ha sido, y su afloramiento tiene la estructura del despertar.

19 - En este proceso de fijación, histórico y colectivo, el coleccionismo desempeña cierto papel.


Coleccionar es una forma de recordar mediante la praxis y, de entre las manifestaciones
profanas de la interpenetración de «lo que ha sido- (entre las manifestaciones profanas de la
-cercanía-), la más concluyente. Por tanto, en cierto modo, el más pequeño acto de reflexión
política hace época en el comercio de antigüedades. Estamos construyendo aquí un
despertador que sacude la cursilería kitsch del siglo pasado, llamándolo -a reunión-. Esta salida
auténtica de una época tiene la estructura del despertar, lo cual se muestra también en que
esa salida está gobernada enteramente por la astucia. Pues el despertar opera con astucia.
Con astucia, no sin ella, es como logramos salir del ámbito de los sueños. Pero hay también
una salida falsa, cuyo signo es la violencia. También aquí vale la ley del esfuerzo
contraproducente. Este esfuerzo estéril es lo que representa, para la época aquí en cuestión, el
Jugendstil.

20 - Estructura dialéctica del despertar: recordar y despertar son íntimamente afines. Pues
despertar es el giro dialéctico, copernicano, de la rememoración.

Es un vuelco dialéctico sumamente complejo del mundo del soñado mundo del que está
despierto. Los chinos, en sus cuentos y relatos, encontraron la expresión más radical del
esquematismo dialéctico que está a la base de este proceso fisiológico. El nuevo método
dialéctico de la historial grafía enseña a discurrir por el pasado en el espíritu con la rapidez e
intensidad de los sueños, para experimentar así el presente como el mundo de la vigilia al que
en último término se refiere todo sueño.

Finis

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