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(Invierno de 2006)
Massachussets, y le di gracias a Dios por haberme hecho un poco diablo. Digo esto sin
querer faltarle el respeto a nadie, pues lo cierto es que, muy a pesar de la botella de
marxismo que tengo en la cabeza, sigo a mi manera creyendo en Dios. Lo único que no
hago es confesarme. La última vez que lo hice fue en la Iglesia San Antonio de Padua de
Traigo el asunto a colación por razones que no son del todo personales. Un amigo de
Guayama me escribió el otro día muy preocupado por una resolución presentada ante la
asamblea municipal de ese pueblo para eliminar el calificativo ciudad de los brujos.
Resulta que un grupo de religiosos protestantes siente que el título es cosa del Demonio y
que provee para la separación de la iglesia y el estado. Es decir, son todos penepés o
promotores abiertos del anexionismo. Razonan ellos —imagino yo— que como Dios no
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entre el municipio de Guayama y las historias sobre brujerías y espiritismos. Ya han
de Dios.
secular no excluyen que los billetes gringos lleven el famoso In God we trust, me
los de Guayama. ¿Con quién habrá hablado esta gente?, me pregunto yo. Ciertamente no
con los miles de guayameses (brujos, se dicen ellos mismos) que viven hoy en ciudades
orgullo y no de vergüenza. Además, está toda la historia racial y étnica del pueblo de
Palés Matos, sin cuya brujería no tendríamos la poesía y prosa negra que tanto han hecho
por nuestra cultura puertorriqueña. ¿Será acaso que escribieron este diccionario sin querer
ofender a los ricos blancos de Guayama, cuyos apellidos aparecen en cada uno de los
Dicen algunos fanáticos ateos que el mismo que inventó a Dios, inventó al Diablo.
Yo no llego tan lejos pues, como dije, soy medio católico y creyente, aunque la devoción
se me hace más fuerte en los aviones y en los hospitales. No obstante, es obvio que si
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alguien parece a veces creer con más fuerza en la existencia del Diablo son los que dicen
estar más cercanos a Dios y a la iglesia. Tal era el caso, por ejemplo, años atrás con la
sabe, era el dueño del pueblo y sus alrededores, y no justamente por bueno. Pero muy
temprano en su vida, según dicen las malas lenguas, hizo un pacto con la iglesia que
sirvió de beneficio a ambos. Uno de los alegados diablos que había en Guayama era por
supuesto el espiritismo y la brujería. Esta última, en especial, era fuerte en los barrios
como Puente de Jobos, Los Cundo, Cimarronas y Barrancas, donde vivían los negros
de los curas acerca de la brujería y la santería y de cómo el Diablo andaba suelto por
época del corte de la caña, exactamente cuando a esos diablos negros que vivían en las
afueras del pueblo, incluyendo a los hermanos de mi abuelo, Puchucho y Herminio Cruz
Collazo, les daba con pedir mejores salarios y condiciones de vida. A falta de aumentos
quemaban la caña. Por otro lado, estaba el espiritismo de la región, que siempre había
mantenido una visión liberal del mundo, incluyendo de la interacción entre las razas. De
hecho, hubo un Anglade que militó por un tiempo en el Partido Nacionalista y luego se
fue con los liberales. Al igual que al resto de la familia Anglade, la iglesia católica lo
mi pueblo era cualquier cosa menos tonta y, en coalición con Don Genarín Cautiño,
nunca perdonó tampoco ese día en 1934 en que a seis mil diablos negros de la Central
Machete les dio con llamar a Don Pedro Albizu Campos para que interviniera en el
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conflicto con las centrales. Una cosa era criticar al “diablo nacionalista”, y otra verlo
católica estaba segura de que con la ayuda financiera de los Cautiño nadie podría derrotar
al Partido Acción Cristiana en Guayama. A mi hermana y mí, sin embargo, nos llevaron
al Barrio Carite, donde Don Luis Muñoz Marín iba dar un importante discurso. Yo nunca
había visto tanta gente junta en mis siete años de vida. De momento, en medio de una
gigante algarabía, apareció un hombre muy grande, cuyo retrato yo siempre había visto
en casa de mi abuela, en el Barrio Carioca, con el lema Pan, tierra y libertad. Se detuvo
atención.
medio del discurso, cuando el gentío parecía perder todo el interés por las palabras del
“vate”, Doña Inés María Mendoza Rivera de Muñoz Marín apuntó con un leve
la electricidad al barrio Carite y de cómo era cuestión de tiempo que se diera también un
viaje de Guayama a San Juan sin pasar por la Piquiña de Salinas. La gente de Carite
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quedó anonadada. Y así terminó el mitin de los populares, con una muchedumbre
embriagada por un discurso inspirado en el dedo de Doña Inés. Eso dice mi hermana.
De lo que sí yo me acuerdo, y puedo dar fe, es que unos días después, muy tarde
familia Cora —como si se tratara de la época de los rosarios de Cruz— sacó el piano a la
calle y se puso a improvisar estribillos que todo el mundo repetía mientras bebían de las
mismas botellas de ron. Simultáneamente, al otro extremo del pueblo en el área que hoy
se conoce como Cautiño, se originó una marcha de miles y miles de seguidores del
Partido Popular (PPD) que llevaban al frente una caja de muerto, rodeada de hombres
que portaban jachos de gas encendidos y vestían igual que los diablos que aparecían en
los carnavales. Venían muchos de ellos del temido Barrio Borinquen, donde habitaban
negros pobres que hablaban francés y llamaban a Guayama por un nombre distinto, en
dialectos propios de los haitianos y la gente del Caribe esclavista. De la frase bon suá es
Mientras todo esto sucedía, según dicen, Muñoz Marín se estaba reuniendo
secretamente con los opositores del PAC en Guayama, incluyendo santeros, espiritistas,
masones y liberales. Al pasar la marcha por detrás del atrio de la iglesia, un cura español
y reaccionario gritaba obscenidades a los participantes, a la par que advertía a toda voz
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que el Diablo nuevamente andaba suelto en el pueblo de Guayama. La gente, sin
los votos, mientras que Perea Roselló se llevó el 7.2 porciento. Una vez más el “Diablo”
le había asestado un golpe a la aristocracia racista del pueblo de los brujos. Para el gato,
Otro ejemplo de la obsesión que a veces tiene alguna gente con el Diablo y las
boricuillas, el cura ha llenado la nave de rótulos que prohíben mirar a las mujeres
durante la misa. La cosa no sería problema alguno si no fuera por el hecho de que el
dibujo parece hecho por el mismo Diablo, tentando a los pecadores a que se olviden de la
solemnidad del lugar. En fin, que es cierto eso que dicen de que el Diablo se le puede
y única confesión. Creo que era el verano de 1962. La iglesia católica de Guayama era
entonces una verdadera belleza. El cielo de la nave principal estaba pintado a mano con
ángeles y arcángeles que parecían subir a un infinito azul y una gloria hecha de nubes y
rayos de sol. El altar principal era inmenso y hecho de madera pintada de oro. De niño,
no dejé de notar que hasta el silencio infundía respeto cuando uno estaba en la iglesia,
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especialmente si había gente rezando por los muertos, frente a las velas encendidas. El
lugar que más miedo me daba, sin embargo, era el confesionario. Nunca vi salir a nadie
con la cara contenta de allí. El rumor era que algunos curas españoles eran tan y tan
estrictos que hasta la gente más beata terminaba rezando por pecados y defectos que ni
siquiera conocían. Entré, pues, a la confesión con la misma actitud con que enfrentaba los
exámenes de matemática, seguro de que con tan sólo presentarme me quitarían una
buena parte de los puntos. El cura, cuyo rostro apenas veía entre los rotitos de la rejilla,
me preguntó con una voz autoritaria si yo había pecado alguna vez. Le dije de plano que
no, que no había hecho nada malo, pero que sí le podía contar de lo que mi primo Rubén,
el monaguillo, hacía con las pesetas que sacaba de un pote que tenía guardado mi
abuela en la alacena. Sin ningún sentido de lealtad, lo acusé de comprar cigarrillos sueltos
en una tienda de la calle Duques, a cinco o seis por vellón. El párroco, sin embargo, se
molestó y empezó a acusarme de inventarme cuentos sobre Rubén para esconder mis
propios pecados. Amparándose en no sé qué cosas que yo tenía que haber aprendido en
un cursito que daban las monjas, me espetó entonces una sentencia de veinte
padrenuestros y treinta y cinco avemarías que este año 2006, si Dios lo permite, pienso de
Desafortunadamente, todo indica que ni los rezos cuando niño ni mi visita reciente a
desasociarme por completo de las cosas del infierno y Satanás. Mi sobrina de quince
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años, por ejemplo, se leyó está narración y sin pensarlo dos veces me increpó: ¡Diablo,