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SUMARIO
Un estudio de carácter general sobre los Penitenciales es el realizado por C. VoGai., Les
«Libri Penitentiales», Brepols, 1978, dentro de la colección «Typologie des sources du Moyen Age
Occidental», en el que se contienen indicaciones acerca de su utilización desde el punto de vista
histórico, así como una mención general de los libros de este tipo existentes en la Edad Media
europea. Más cercanos al tema que nos ocupa, son de sobra conocidos los trabajos de Raoul
MANSELLI, Il matrimonio nei Penitenziali, «Il Matrimonio nella Societá altomedievale», Settimane
di Studio del Centro Italiano di Studi sull'Alto Medioevo, Spoleto, I, 1977, págs. 287-315; y Vie
lamiliale et Ethique sexuelle dans les Penitentiels, «Famille et Parenté dans l'Occident medieval»,
Roma, 1977, págs. 363-378. En cuanto a los referidos a la Península Ibérica, nada se ha hecho
en este sentido, aunque como estudios de aproximación a los mismos cabe citar los de M. C. DIAZ
DIAZ, Para un estudio de los Penitenciales hispanos, «Melanges a E. R. Labande», Poitiers, 1974,
págs. 217-221; y el de J. PÉREZ DB URBEL y C. VÁZQUEZ DE PARCA, Un nuevo penitencial español, «Anuario
de Historia del Derecho Español» [en adelante «ARDE»], XIV (1942-43), págs. 5-32, donde se incluye
la transcripción del penitencial aludido. Y, sobre todo, el de S. GOKZALO RIVAS, Los penitenciales
españoles, «Estudios Eclesiásticos», XVI (1942), págs. 73-98.
/ TEJADA Y RAMIRO, Colección de Cánones y de todos los Concilios de la Iglesia española,
Madrid, 1851.
▪ M. R. AYERES litiBAR, La mujer y su proyección familiar en la sociedad visigoda a través
de los Concilios; A. ARRANZ GUZMÁN, Imágenes de la mujer en la legislación conciliar. Ambos en
«Las mujeres medievales y su ámbito jurídico», Actas de las II Jornadas de Investigación Interdis-
ciplinaria sobre la mujer, Madrid, 1983, págs. 11.31 y 33.44, respectivamente.
de muchos de ellos durante la mayor parte de los siglos medievales y que cons-
tituye, por lo tanto, un fenómeno propio y muy característico de esa época: el
contrato de barraganía.
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y mandamiento». Con todo, es aún demasiado poco lo que sabemos sobre esta
institución para poder determinar nada en uno u otro sentido.
Ignoramos cuántas uniones de este tipo podían seguir existiendo y suscri-
biéndose a finales del siglo xv, pero lo que resulta indudable es su propia
pervivencia— atestiguada en Castilla a todo lo largo de la Edad Media— y el
hecho de que muchas de las legitimaciones concedidas por el monarca en estos
años lo fueron de hijos habidos de padres solteros: en concreto, las mismas
supusieron 42 sobre un total de 254 (16,53 por 100), que fueron las emitidas
entre los años 1474-1495.
Ello no quiere decir, por supuesto, que todas estas parejas estuvieran uni-
das por contratos de barraganía de una u otra modalidad, pero sí indica que el
grado de relaciones entre solteros era muy alto y que las uniones sexuales entre
los mismos eran más comunes o frecuentes de lo que la legislación jurídica
deja entrever, y ello a pesar de las reiteradas condenas de la Iglesia hacia ese
tipo de uniones y de los problemas de índole moral que planteaban, como los
indicados al principio de este apartado. Buena muestra de ello son esas declara-
ciones efectuadas al disolver el acuerdo de vida en común sobre la intención
de «quitarse de pecado» por parte de sus protagonistas que evidencian, bien
a las claras que, si bien su relación era aceptada desde un punto de vista jurí-
dico, la misma constituía una falta desde el punto de vista religioso, falta que
se suele traer a colación en el momento en que, por una u otra razón, esas
personas deciden romper su vínculo, más como excusa o justificación de tal
rotura que como causa real de la misma.
Sería de extraordinario interés el bucear en los archivos de protocolos cas-
tellanos en busca de contratos y escrituras de este tipo de relaciones, que sin
duda nos aportarían noticias sumamente interesantes sobre ellas y sobre las
costumbres familiares en la Baja Edad Media.
A) El adulterio:
tida, sino sobre todo a tratar de evitar las situaciones de violencia y conflic-
tividad social que ese acto suele llevar aparejadas, así como los delitos parale-
los a los que el mismo da lugar ».
En ese sentido, las disposiciones recogidas en los diferentes fueros suelen
conceder al marido el derecho de matar a los adúlteros siempre y cuando los
sorprenda in fraganti, aunque veremos más adelante cómo ese derecho queda
en la práctica bastante matizado. En cualquier caso, lo cierto es que ese delito
comporta, no pocas veces, penas aflictivas y que, cuando no es así, éstas resultan
siempre considerables.
Refiriéndose en concreto a las dimanadas de la legislación foral, Gacto
Fernández distingue los casos en que:
Por todas estas razones no es de extrañar que sean tantos los casos de
adulterio que se examinan en la Corte, tanto aquéllos referidos a denuncias pre-
sentadas por los respectivos maridos, como los presentados por parientes o
familiares de la adúltera o del amante, cuando aquél los ha matado o herido
de alguna manera.
La condición social que presentan los protagonistas de todos esos casos
suele ser de tipo medio, puesto que entre los oficios de los maridos engañados
aparecen, junto con alguno del sector primario 31. aauéllns propiamente urbanos
relacionados con las actividades artesanales o comerciales y correspondientes
a los grupos sociales medios de las ciudades ". Similar es el caso de los aman-
tes, entre quienes abundan igualmente los artesanos, criados, etc. ". En algún
caso, aparecen también personajes de la nobleza urbana -o al menos pertene-
cientes a los grupos privilegiados de las ciudades "- y del clero, cuya posición
entra en conflicto con los anteriores en los casos en que estos últimos protago-
nizan el papel de amantes y están en disposición de intervenir en la justicia,
o en el de aquéllos otros que, siendo maridos, pueden ahusar de la misma ".
De cualquier manera, lo que sí se advierte con claridad y quizá sea impor-
tante señalar, es que con frecuencia esos amantes que cometen el adulterio con
la mujer casada son personas conocidas o relacionadas de alguna forma con el
marido de aquélla con quien lo cometen y, en ese sentido, vemos aparecer en
la documentación criados, obreros u oficiales que trabajan con el marido, amigos
suyos, hermanos, etc., personas que, al estar cerca de las mujeres implicadas
e incluso en situaciones de trato diario con ellas, contarían con buenas posibi-
lidades para iniciar una relación de este tipo 38.
Otros caracteres de estas relaciones serían también importantes de estable-
cer. En primer lugar, cuál era el tiempo que esas personas llevaban casados en
el momento en que se produce el adulterio. Son muy pocos los documentos que
Segador (1477-X-3, AGS, RGS, fol. 35), vaquero (1477-X-3, Ibidem, fol. 48), pescador
(1492-V-10, Ibidem, fol. 564), etc.
a Relojero (1477-VIII-9, AGS, RGS, fol. 391), dorador (1477-XII-9, Ibídem, fol. 438), batihoja
(1487-V111-9, Ibidem, fol. 430), carpintero (1493-111-7, Ibidem, fol. 145), correero (1491-IX-15, Ibídem,
fol. 70), tejedor (1492-V-10, Ibidem, fol. 564), zapatero (1492-IV-30, Ibidem, fol. 51), broslador (1494-
1X-11, Ibídem, fol. 63), naipero (1491-11-18, Ibídem, fol. 304), etc.
" Así aparecen carpinteros (1495-V-12, AGS, RGS, fol. 282), zapateros (1492-IV-30, Ibidem,
fol. 51), espaderos (1491-11-18, Ibidem, fol. 304 y 1493-1-31, Ibídem, fol. 234), tejedores (1492-V111-14,
Ibídem, fol. 95), junto a criados de arcedianos (de Nájera, 1478-V11-13, Ibidem, fol. 65), de corre-
gidores (1489-V-26, Ibidem, fol. 97), criados del padre del marido (1492-VI-4, Ibídem, fol. 91), etc.
34 Alcaldes (de Arévalo, 1478-VII-3, AGS, RGS, fol. 88), clérigos (vid. legitimaciones) y otros
similares.
lo Así ocurre cuando se ordena al corregidor de übeda tome su juicio de residencia al
bachiller Frutos Gómez, alcalde que fue de esa ciudad, acusado de haber mandado ahorcar a Juan
de Cuenca que había cometido adulterio con su mujer (1494-X-11, AGS, RGS, fol. 494); o en el
caso en que Pedro Fernández, vecino de Córdoba, reclama que se le haga justicia por cuanto,
durante su estancia en la guerra de Granada, su mujer le habla cometido adulterio con Juan de
Luna, veinticuatro de la ciudad, el cual ahora la protegía mientras criaba un hijo suyo e impedía
el cumplimiento de la justicia (1492-V1-6, Ibidem, fol. 339).
24 En efecto, aparecen criados del marido (1479-IV-30, AGS, RGS, fol. 2), obreros suyos
(éste trabajaba en la carpintería del marido, 1491.11-28, Ibidem, fol. 92), un zapatero amigo del
marido que tenía también ese oficio (1492-IV-30, Ibidem, fol. 51), un hermano suyo (1490-III-s.d.,
Ibídem, fol. 579), etc.
nos informan sobre este punto y el tiempo que señalan es muy diverso, oscilando
entre los 3 y los 22 años ", de manera que nada se puede concluir de ello.
Igual ocurre en cuanto al tiempo de duración de las relaciones entre los adúlteros;
además de la escasez de noticias con las que contamos, éstas resultan poco signi-
ficativas, aunque el espacio de tiempo es aquí mucho menor, al oscilar entre los
tres o cuatro meses y los dos o tres años P. En muy rara ocasión, esas relaciones
de adulterio se convierten en relaciones estables entre sus protagonistas; sólo
en uno de los casos examinados encontramos que el marido denuncia a su mujer
adúltera por cuanto la misma «estaba a casa mantener» con un tejedor de tercio-
pelo, «comiendo, viviendo y durmiendo en uno», pero estos casos de mancebía
no suelen ser el resultado común de un adulterio '". Sin embargo, cuando ocu-
rren hay que destacar que las penas impuestas a la mujer que vive adulterando
pero de manera estable con un individuo suelen ser menores, revestir menor
gravedad, que las primeras Tampoco suele ser muy frecuente, a la luz de la
documentación, que la mujer se convierta en prostituta a raíz del inicio de
tales relaciones; sólo en un caso lo tenemos así atestiguado 't. Y ello está posi-
blemente en relación con el hecho de que son muchas más las ocasiones en que
la implicada comete el adulterio con una sola persona que las que lo hace con
varias o de forma pública, sin negar tampoco la importancia de éstas ". Más
común suele ser el hecho de que algunas de estas mujeres tengan hijos adulte-
rando, hijos que incluso llegan a criar en el seno del propio matrimonio, una
vez disuelta dicha relación P.
Tras esbozar estos caracteres generales de los adulterios, tal y como apare-
cen en la documentación consultada, habría que comenzar su estudio distin-
guiendo perfectamente entre aquellos casos que son denuncias del marido hacia
la mujer adúltera (en orden a que se cumplan las sentencias dictadas contra
gr Tres años (1492-V-14, AGS, RGS, fol. 474), 4 años (1495-1.29, Ibidem, fol. 83), 20 años
(1494-IV-s.d., Ibídem, fol. 319), 22 años (1491-XI.15, Ibidem, fol. 141), etc.
Tres meses (1494-IV-s.d., AGS, RGS, fol. 567), 1 año (1480-V-30, Ibidem, fol. 177), 2 años
(1495-1-29, Ibídem, fol. 83) ó 3 años (1494-IX-1, Ibídem, fol. 35).
• De cualquier forma, algunos ejemplos sí existen sobre el particular: Carta para que se
prenda a Elvira, mujer de Pedro García, vecinos de Córdoba, que le hizo adulterio estando su
marido en la guerra de Granada, marchando con el amante a Vilches donde vivían «como marido
y mujer» (1492-1-17, AGS, RGS, fol. 136) o aquél otro caso en que mientras Diego de Ibono estaba
preso en la cárcel de la Inquisición su mujer vivía amancebada y en adulterio con un tal Jaime,
tejedor de terciopelo (1492-VIII-14, Ibídem, fol. 95); u otro en que el amante, tras matar al marido
—y regresar de cumplir su condena— toma como manceba a la viuda de aquél (1A94+1X-25, ibídem,
fol. 1).
4° E. Gxcro Feattbmez, La filiación ilegítima, págs. 917.921.
41 Ese es el caso de la mujer de Alfonso de Paulas, vecino de la ciudad de Sevilla, quien,
tras ser encerrada en un monasterio por su marido a causa de haberle cometido adulterio, se
escapó de él, volviendo a cometer adulterio con muchas personas más, «e se puso a la mancebía
a ganar dineros e se dava e ochava a quantos la querían» (1474-VIII-9, AGS, RGS, fol. 430).
R. CÓRDOBA, Violencia y adulterio, pág. 270.
Ese es también el caso de la ya citada mujer de Alfonso de Paulas (nota 41), que concibió
un hijo adulterando que aún llevaba en el vientre cuando éste la mató; y de la mujer de Alfonso de
Carmona quien, tras haber cometido adulterio, fue herida por su marido de lo cual le perdonó,
para luego volverse a marchar con un chapinero «tras haber tenido un hijo que parecía de otro»
(1495-IV-30, AGS, RGS, fol. 365); y, sobre todo, de Inés Fernández, de quien su marido se queja
que, tras cometer adulterio con Juan de Luna, cría en su casa un hijo adulterino amparada por la
veinticuatrfa del amante (1492-VI-6, Ibídem, fol. 339).
ella, o bien de que se persiga y aprese a los amantes, etc.), y aquéllos otros
que son causas seguidas al marido tras haber matado o herido, a causa de dicho
delito, a su mujer, al amante o a los dos conjuntamente. Esas causas o acciones
suelen ser emprendidas por los familiares de la víctima, quienes denuncian el
homicidio en cuestión, aunque hay que advertir que, más que condenas por
dicha causa, lo que aparecen en esa documentación son perdones de homiciano
para el marido, en virtud de alguna de las diversas razones que a continuación
señalaremos.
En cuanto a los primeros, es decir, los casos de denuncia del adulterio,
habría que comenzar indicando un hecho quizá sorprendente por su misma
frecuencia: el que el adulterio se produzca mientras el marido está ausente. Ya
señalábamos antes la relación de amistad o servido entre el ;parido y el amante
como motivo de oportunidad para el adulterio. Más importante aún que ella
sería la de ausencia del marido, documentada en muchos casos y por muy dis-
tintas razones ".
Aprovechando tales circunstancias es frecuente que se inicie la relación,
que llevará a los adúlteros a huir de la ciudad o villa donde se producen los
hechos en busca de una «nueva vida» en otro lugar; en este sentido, son prác-
ticamente todos los casos examinados los que indican que los amantes se ausen-
tan de la ciudad y entablan sus relaciones en un lugar más o menos distante
de la misma, para lo cual, y asimismo en no pocas ocasiones, se produce el robo
de bienes del marido '°.
Los documentos indican siempre que la mujer, «pospuesto el temor de
Dios y no curando de las penas y pecados en que por ello podría incurrir»,
abandona el hogar e inicia unas relaciones de adulterio que el marido va a de-
nunciar. En ocasiones, antes de que esa denuncia se produzca, los propios fami-
liares de la mujer o sus parientes allegados ya la han amonestado en el sentido
de que abandone su improcedente conducta y vuelva con el marido ".
Cuando la denuncia se produce, es frecuente ver buscar refugio a los adúl-
teros en iglesias o monasterios ", fortalezas o villas de señorío donde la juris-
“ Entre estas razones interesa destacar la de la guerra de Granada (Vid. R. C6RDOBA, Violen-
cia y adulterio, pág. 268, notas 10-13); a la misma habría que añadir las de trabajo (1477-X-3,
AGS, RGS, fol. 35, en que el marido había ido •a su labor de pan»; 1477-XII-9, Ibidem, fol. 438,
en que el mismo estaba trabajando en su oficio de dorador fuera de la ciudad, enviando «asaz
cuantía de maravedís y otros bienes y joyas que dice que él ganó en su oficio» a su mujer),
cautiverio (como es el caso de Fernando de Baeza, vecino de Torredonjimeno, que denuncia el
adulterio cometido por su mujer mientras él estaba cautivo en Granada, adonde fue llevado tras
haber sido hecho prisionero en la defensa de la villa de Alhama; 1490-111.29, Ibidem, fol. 202), etc.
R. C.úttoom, Violencia y adulterio, pág. 269.
Así consta en un perdón real concedido a Fernando de Lorca, quien había matado a su
mujer tras haberle ésta cometido adulterio reiteradas veces; perdón que consigue tras haber
obtenido el de los parientes de la víctima y la absolución por parte de la Audiencia de Sevilla,
especificando el documento que la misma «fue muchas veces castigada y amonestada por su
marido y parientes diciéndole guardase su honra» (1477-VIII-29, AGS, RGS, fol. 444).
4' Ese es el caso de una vecina de Sevilla que, tras cometer adulterio, se refugia en la
iglesia de San Juan, donde no se le podía aplicar justicia (1492-V-10, AGS, RGS, fol. 564); o el de
aquella adúltera que se refugia en la sevillana iglesia de San Clemente, donde no puede ejecutarse
la sentencia dictada contra ella por el asistente de Sevilla (I492-V-25, Ibidem, fol. 421); y aquél
en que los adúlteros se purieron a vivir en una casa contigua a la iglesia de San Gil, de donde
dicción local no llega y donde son incluso amparados, en ocasiones, por los clé-
rigos o los alcaides de los citados lugares, de manera que se hace necesaria la
intervención de la justicia real ". Pero, como es lógico, antes de que ésta inter-
venga, ya lo ha hecho la justicia local en cada caso. Veamos, pues, cómo actúa
la misma.
En principio, hay ocasiones en las que ni tan siquiera es necesaria su in-
tervención. Me estoy refiriendo a aquéllas en que se produce el perdón de la
adúltera por parte del marido y la intención de ambos de volver a reiniciar
una vida en común, en cuyo caso es imprescindible que el marido engañado
otorgue una carta de perdón 'e. Denominadas desde el siglo my «cartas de perdón
de cuernos», muchas de ellas se nos han conservado entre las escrituras nota-
riales del siglo xv y consisten, sencillamente, en un reconocimiento expreso por
parte del marido del perdón que le concede a la adúltera, esté la misma presente
o no, realizado ante escribano público ". Con él, la mujer puede aspirar a obtener
tras sacarlos el alcalde y llevarlos a la cárcel, se presentó el vicario de la citada iglesia y los
reclamó y llevó consigo, teniéndolos bajo su protección (1491-VIII-19, Ibidem, fol. 115).
4, Así Isabel de Monroy, tras cometer adulterio contra su marido, se refugió en la fortaleza
de Monroy, donde estaba acogida y el mismo no podía apresarla (1494-IX-1, AGS, RGS, fol. 35);
y la orden para que se aprese a la mujer de Antón Jordano que, tras haberle cometido adulterio
y robado algunos bienes, se refugió en «ciertas fortalezas» donde la justicia local no llegaba
(1492-1.11, Ibidem, fol. 64); y aquel otro en que ambos adúlteros se refugiaron en la fortaleza de
Jerez, donde el alcaide de la misma, Pedro Ladrón, les amparó, estando la citada en compañía de
sus dos hijos y posesión de ciertos bienes del marido (1491-111-15, Ibidem, fol. 459).
a Estas cartas de perdón, al igual que las concedidas por los familiares de las víctimas
hacia el homicida por motivo de adulterio, son siempre necesarias para la obtención del perdón
de la justicia real. Vid. F. TOMÁS Y VALIENTE, El perdón de la parte ofendida en el Derecho Penal
castellano (siglos XVI-XVIII), «MIDE», XXXI (1961), págs. 55-114.
66 Esos perdones pueden ser concedidos sólo a la mujer o a los dos amantes. Así, Juan
Pintado, corredor de bestias, vecino de la collación de Santiago, «de su propia voluntad, sin
fuerza ni temor alguno» perdona a su mujer Ana Rodríguez «de todo y cualquier yerro y maleficio
de adulterio» que le haya cometido con cualquier persona hasta el día de la fecha, lo cual hace
de «manera buena y pura y sin condición alguna para siempre jamás», otorgando no causar daño
alguno a su mujer por esta causa, y además que se dé orden a todas las justicias que no la
prendan ni encarcelen, ni hieran ni maten allí donde la encontraren, sino que la pongan a merced
de los reyes para que ellos le puedan otorgar su carta de perdón (1479-V-17, APC, Of. 14, leg. 13,
cuad. 11, fol. 7 r.). Y Pedro González Montesinos, calderero, vecino de Córdoba, «de su propio
motu, libre y agradable voluntad, sin premia, sin fuerza y sin temor y sin constreñimiento alguno,
sino solo por honra y reverencia de Nuestro Señor y Redentor Jesucristo», otorga su perdón a
Leonor González, su mujer, del adulterio que le ha cometido hasta el día de la fecha con cuales-
quier personas, sin condición alguna, para siempre jamás, olvidando cualquier intención de ene-
mistad o agresión que pudiere haber contra ella, así como las acusaciones, denuncias o procesos
en esta razón efectuados, y dándola por libre en adelante, prometiendo que él no le hará daño
alguno en público ni a escondidas, y solicitando a los corregidores y demás justicias que no la
prendan, ni encarcelen, ni hieran, etc., y además suplica a los monarcas que les complazca per-
donar su justicia a la acusada y le otorguen su carta de perdón (1479-VI-16, APC, Of. 14, leg. 13,
cuad. 11, fol. 49 r.). Otros semejantes se encuentran en 1475-VI-6, APC, Of. 14, leg. 8, cuad. 1,
fol. 35 v. (en que Alfonso López, vecino en la collación de Sta. Marfa, perdona a Catalina Rodríguez,
su mujer, del adulterio cometido), 1475-VII.25, Ididem, Of. 14, leg. 8, cuad. 8, fol. 17 r. (un nuevo
perdón de Alfonso López hacia Catalina Rodríguez -corno el anterior-), 1476-IX-14, Ibidem,
Of. 14, leg. 9, cuad. 12, fol. 115 v. (Bartolomé García, pescador, perdona a su mujer Marina García),
1490-IX-14, Ibidem, Of. 14, leg. 23, cuad. 2, fol. 1 r.; 1490.V-24, Ibidem, Of. 14, leg. 23, cuad. 9,
fol. 25 v.; 1491-V111-13, Ibidem, Of. 14, leg. 24, cuad. 12, fol. 30 v. y muchos otros. Ejemplos de
aquellos concedidos a los dos amantes son el de Juan Martínez, tejedor, que perdona a su mujer
y a un tal Juan, hortelano, del delito de adulterio (1478-VIII-18, Ibidem, Of. 14, leg. 3, cuad. 2,
lo más usual son dos determinaciones: o bien se le entregan al marido para que
éste haga de ellos lo que quisiere ", o bien son condenados a pena de muerte
y pérdida de los bienes que quedan igualmente en poder de aquél ".
En cuanto al amante, son pocos los casos en que nos aparece su destino;
cuando esto ocurre, solemos encontrar que es también condenado a pena de
muerte o a destierro, siendo lo más frecuente que se deje en poder del marido
para que éste se encargue, en algunos casos, de matarlo —o de mandar que
sea ajusticiado por las autoridades, con frecuencia junto a la propia esposa—,
y en otras de otorgarle su perdón ".
Si el caso no puede ser resuelto a nivel local —cosa que ocurre en nume-
rosas ocasiones—, el marido elevará su denuncia ante la justicia real, que
actuará, en este sentido, mandando apresar a los adúlteros, ya sea cometiendo
esa obligación a las justicias locales, o bien, más frecuentemente, enviando un
representante suyo o a sus justicias junto con el marido". Cuando el caso llega
hasta la Corte suele ser, como ya hemos indicado, o bien porque los adúlteros
han huido de la ciudad, desconociéndose su paradero, o se han refugiado en
lugares donde la justicia local no puede intervenir, o bien porque el marido
desconfíe de la misma y quiera que el monarca intervenga en orden a tener un
juicio justo ". Por lo demás, las sentencias dadas por ella apenas difieren de
las ya examinadas anteriormente.
Otro problema que habría que abordar, en relación con el adulterio, es el
de aquéllos casos que tienen como resultado la muerte de sus protagonistas,
su mujer Catalina Fernández y a Diego Pierna por adúlteros, consiguió que los mismos fueran
detenidos y juzgados por el alcalde mayor de la ciudad. Pero mientras que el tal Diego era con-
denado por adulterio, la mujer era absuelta y dejada libre, diciendo que el delito no se le podía
probar, por lo que el marido pide que se revise el caso (1491-11-12, AGS, RGS, fol. 148).
in Así ocurre en 1478-V11.3, AGS, ROS, fol. 88; 1491-11-28, Ibídem, fol. 92; 1494-IX-11, Ibídem,
fol. 63. En ocasiones, además de ser entregados al marido, los adúlteros son condenados a la
satisfacción de una sanción económica, como es el caso de Diego, espadero, y Ana Vargas, mujer
de Antón Ortiz, que deben pagar una pena de 30.000 mrs. (1493-1-31, Ibídem, fol. 234). Y en
muchas otras, al producirse esa entrega, es el marido quien los mata en ese momento; por ejemplo,
tras serle entregados a Martín Sánchez su mujer, Antonia López, y su amante por los alcaldes de
Sevilla, este los mandó degollar públicamente y por justicia en la citada ciudad (1478-V1II.20,
Ibidem, fol. 70); o aquel caso en que, apresada la adúltera a la salida de Marbella, es entregada al
marido quien la mata a puñaladas (1495-X-23, Ibídem, fol. 274).
si Ese es el caso de dos adúlteros que son condenados por el alcalde de la ciudad de
Córdoba a muerte y pérdida de sus bienes y de los que hablan de devolver al marido (1492.11146,
AGS, RGS, fol. 132).
39 Lo normal es que el amante quede a disposición del marido, con lo que éste frecuente.
mente lo mata o manda ajusticiarlo (1478-V1II-20, AGS, RGS, fol. 70; 1479-IV-30, Ibídem, fol. 2;
1492-IV-30, Ibídem, fol. 51; etc.), si bien también puede darse el caso de que le perdone (1491-V-15,
APC, Of. 14, leg. 24, cuad. 11, fol. 7 r.). En ocasiones la justicia le condena a destierro, como es
el caso de Benito del Castillo que solicita autorización para entrar en Jaén a contraer matrimonio
con una mujer con la que se hallaba desposado, lo cual no habla podido hacer al estar condenado
a destierro por haber cometido adulterio con la mujer de Pedro Roiz (149041.13, Ibídem, fol. 15).
Ese es el caso de Elvira, mujer de Pedro García, quien, tras cometerle adulterio y en
su ausencia, se fue a las villas de Alcaudete y Vilches, donde vivía con el adúltero. Denunciado el
hecho por el marido ante la justicia real, el monarca manda a un alguacil junto con aquél para
prender a los citados amantes (14924-17, AGS, RGS, fol. 136).
•' La queja por parte del marido agraviado acerca del cumplimiento de justicia por parte
de loa poderes locales es bastante frecuente: 1477-VIII-9, AGS, RGS, fol. 391; 1477-X11.9, Ibídem,
fol. 438; etc.
01 Mandamiento para que se informe si Pedro de Castro, vecino de Castro del Río (Córdoba),
vive con la mujer de Diego de Córdoba, con la cual estando cometiendo adulterio mató a su
marido y fue condenado a galeras (.e nos le mandamos echar en las galeras que andavan por la
mar del conde de Trevento, nuestro capitán.), viviendo luego algún tiempo en la costa norteafricana
y regresando con posterioridad a Castro del Río, donde le fue concedido el perdón; pero, al parecer,
ahora vivía amancebado con la mujer con la que adulteró (1494-IX-25, Ibidem, fol. 1).
M A veces el amante amenaza al marido para que otorgue su perdón a la mujer (1477-XII.9,
AGS, RGS, fol. 438). En otra ocasión, tras darle una cuchillada, los adúlteros obligan al marido
a que perdone a la mujer si no quería perder la vida (1489-V-26, Ibidem, fol. 97); etc.
" 1478-VII-13, AGS, RGS, fol. 65.
1480-IV-15, AGS, RGS, fol. 85.
N 1477-VIII-4, AGS, RGS, fol. 430.
*7 A. BONILLA Y SAN MARTIN, El fuero de Llanes, .Revista de Ciencias Jurídicas y Sociales., I
(1918), págs. 97-149; citado por J. I. Rurz DE LA PEÑA, La condición de la mujer, pág. 63; S. CLA-
num«, La mujer en el fuero de Cuenca, pág. 306; L. M. IMEZ DE SALAZAR, La mujer vasconavarra,
pág. 109; C. SEGURA, La mujer como grupo no privilegiado, pág. 233; etc.
es Por ejemplo, en un caso se declara que el marido, con ayuda de dos hermanos, .ejecu-
tando la venganza que por las leyes imperiales y de nuestros reinos le era otorgada en tal caso.,
habla matado a la adúltera (1477-X-3, AGS, RGS, fol. 48). En otro Gonzalo Fernández, vecino de la
villa de Moya, dijo que había matado a su mujer, que le cometía adulterio, «poseído de tan justo
dolor y porque fue informado de letrados que de justicia por su propia autoridad podía proceder
de hecho contra su mujer» (1480-IV-15, Ibidem, fol. 85).
M Así, Pedro de Torbarán, vecino de Guadalajara, que había matado a su mujer por
adulterio «pero hubo culpa al no hacerlo como las leyes de nuestros reinos quieren» (1484-VII-6,
AGS, RGS, fol. 98); y otro caso en que se declara que el marido había matado a la adúltera
«pero no de la forma y orden que las leyes de nuestros reinos quieren y mandan» (1492.111-30,
Ibidem, fol. 72).
el Así, Pedro de Velasco, zapatero, que obtiene el perdón de los parientes de Alfonso de
Toledo, zapatero también y amigo suyo, a quien él había matado en un combate con espadas a
causa de estarle cometiendo adulterio con su mujer (1492-IV-30, AGS, RGS, fol. 51).
se De este tipo se nos conserva incluso un caso en que es el primo de la adúltera quien
concede el perdón al marido homicida, posiblemente al ser el familiar más cercano de aquélla
(1470-IV-20, APC, Of. 14, leg. 6, cuad. 3, fol. 70 v.).
• Así aparece en el caso en que los parientes de la mujer perdonan a Juan de Tapia, quien
la había matado por estarle cometiendo adulterio. Entre ellos, se cita a Martín Fernández de
Castro, padre de la muerte, y su hijo; Elvira González, mujer de Fernando González de León,
difunto, y Mari González, su hija; Catalina Gutiérrez, mujer de Pedro Gutiérrez de Bujalance;
Catalina Gutiérrez, mujer de Juan García de la Maestra; Alfonso de Cáceres, Clemente Gutiérrez
de León, Pedro de León —hijo de Fernando Gutiérrez de León—, todos ellos vecinos de Jaén; Elena
González de León, mujer que fue de Pedro, tintorero, e Inés Gutiérrez, su hija, vecinas de
Granada. Todos ellos parientes de la muerta dentro del cuarto grado (1494-X-31, AGS, RGS, fol. 15).
" Entre esos servicios podemos citar la lucha contra «el adversario de Portugal» (1477-X-15,
AGS, RGS, fol. 92), la participación en las campabas de la guerra granadina (1476-11-26, Ibidem,
fol. 836, en que se le perdona la muerte de su mujer «porque él estuvo sirviendo a su costa el
tiempo por los monarcas ordenando (...) y catando algunas pérdidas y daños que en el servicio
del rey ha recibido», 1490-XII-15, Ibidem, fol. 128, en que se le perdona por su participación en la
toma de Baza; etc.) y otros.
Por ejemplo, al de Alhama (1484-V11, AGS, RGS, fol. 98, donde había que servir un
año), Xiquena (1487-111, Ibidem, fol. 5), Salobreña (1492-111-30, Ibidem, fol. 72, donde había que
servir igualmente un año), Santa Fe (1492-V-15, Ibidem, fol. 222, en que era necesario servir nueve
meses), etc. Véase el trabajo de F. ALIJO HIDALGO, El privilegio de homiclanos de Antequera, «Baeti-
ca», I. Un caso muy conocido de haber utilizado el privilegio de homicianos es el del marido de
la mujer que cometió adulterio con los comendadores de Córdoba, citado por M. A. Oarí Bastortrz,
Córdoba en la época de luan de Mena, «Boletín de la Real Academia de Córdoba», LXXVI (1957),
pág. 252, aunque equivoca las fechas.
es Un clérigo de corona puso pleito a los alcaldes ordinarios de Sevilla por haberle juzgado
por procedimiento civil (1484-VII, AGS, RGS, fol. 98); y Alfonso de Paulas, condenado por haber
dado muerte a su mujer, fue preso en la cárcel del arzobispado de Sevilla al ser igualmente clérigo
de primera corona (1477-VIII.9, Ibídem, fol. 430).
" Véase nota 47.
M. R. Avauz, La mujer y su proyección familiar, pág. 21.
Aquí encontramos combinadas, por lo tanto, las tres penas a las que antes
nos referíamos a la hora de hablar de los fueros (multa, destierro y azotes) y,
como tendremos ocasión de comprobar acto seguido, las mismas fueron apli-
" La mayoría de fueros desarrollan la pena de azotes como la más comúnmente aplicada
al adúltero y a su manceba y, entre los que así lo establecen, destacan los fueros de la familia
de Cuenca-Teruel (E. Gscro FERNÁNDEZ, La filiación ilegítima, págs. 919-921; S. CLARAMUNT, La mujer
en el fuero de Cuenca, pág. 307). En cuanto a las penas de destierro o multa, son muy variadas, y
dependen de la decisión de la justicia en cada caso. Además, no todos los fueros contemplan este
delito ni en todos ellos queda expresado en términos de idéntica gravedad.
" E. Mrrata, Mujer, matrimonio y vida marital, pág. 85.
it Cortes, IV, pág. 143.
38
so Así, la carta en que se ordena prender a Alfonso Sánchez, sacristán, y su manceba, vecinos
de Pozoblanco, acusados de adulterio por la mujer del primero (1489-VIII-19, AGS, RGS, fol. 135);
y 1490-XII, Ibidem, fol. 117.
ag Carta de Inés Alfonso demandando a su marido Miguel de Baena, que en los tres últimos
años vive amancebado con una tal María la Magana en la ciudad de Baena, pidiendo le sean apli-
cadas las penas en las que haya podido incurrir por ese hecho (1489-VI-20, AGS, RGS, fol. 90).
94 Así, María Rodríguez reclama que le sea devuelta la dote que aportó en su casamiento
con Lope Sánchez, por cuanto él mismo la utilizaba en el mantenimiento de su manceba Catalina
de Sigüenza, vecina de Jaén (1490-IX-2, AGS, RGS, fol. 93).
95 1490-XII, AGS, RGS, fol. 117; 1495-IV-30, Ibidem, fol. 341.
I/ Como el caso en que Francisco Gutiérrez, vecino de Murcia, acusa al corregidor de esa
ciudad de tener por manceba a su esposa Isabel Ruiz (1495-VIII-8, AGS, RGS, fol. 93).
or En este sentido, podemos citar los siguientes documentos: carta para que el corregidor
de Jerez de la Frontera aparte a Pedro Riquel de una manceba, a petición del padre de su esposa
(1490-111.11, AGS, RGS, fol. 381); carta para que Fernando Gumiel, vecino de Medina del Campo,
se separe de su manceba y haga vida maridable con su esposa (1490-VIII, Ibidem, fol. 127); carta para
que el corregidor de Badajoz obligue a Diego de Chaves, regidor de la citada ciudad, a dejar a su
manceba y hacer vida con su mujer (1491-VI-4, Ibidem, fol. 154); carta para que el alcalde de
Villafranca haga vida con su mujer y deje a su manceba (1494-111.10, Ibídem, fol. 207); carta para
que Juan de Meneses, vecino de Talavera, se separe de la manceba que ha tenido públicamente,
por cuanto está desposado y por dicha causa aún no ha contraído matrimonio (1495-VI.22,
fol. 58); etc.
B) El incesto:
del siglo xx ésta es una falta moral consistente en las relaciones sexuales de
familiares cercanos, en la Baja Edad Media se considera como incestuosa toda
relación que afecta a parientes que lo son dentro del cuarto grado e incluso
otros cuyas afinidades son de tipo exclusivamente jurídico o «político». Y, en
segundo lugar, del mismo modo que vimos en el caso del adulterio, tales rela-
ciones no sólo constituyen un atentado contra la norma sexual, sino un delito
tipificado y penado desde un punto de vista jurídico, y castigado con seve-
ras penas.
Como tal delito sexual es contemplado por la legislación eclesiástica alto-
medieval. Así, entre los visigodos, el Liber prohibe los matrimonios entre pa-
rientes dentro del sexto grado 105 e, incluso, el Concilio de León de 1173 llegó
a prohibirlos hasta el séptimo grado 106 . Fue en el siglo xru, a raíz de la celebra-
ción del IV Concilio de Letrán, cuando el margen de consanguinidad permitido
quedó reducido al parentesco en cuarto grado, medida que se refleja tanto en
los concilios españoles de Lérida (1225) y León (1267) ica, como en la legisla-
ción civil coetánea: la ley XII del Título II de las Partidas establece en él el
limite de la prohibición 1". En cuanto a la legislación foral, los fueros de la
Alta Edad Media apenas si mencionan este problema dejándolo más bien en
manos de los particulares, de manera que es también a partir del siglo xin
cuando comienzan a contemplarse en los mismos el establecimieno de penas
para impedir las uniones incestuosas.
Así, según el Fuero Real, «el casamiento entre personas unidas por paren-
tesco en grado prohibido por la Iglesia resulta nulo, y el culpable ... debía in-
gresar en religión ... mientras que la unión con la mujer o concubina del hijo
o hermano (es castigada) con el destierro perpetuo y la pérdida de los bienes» m.
De modo que el incesto es aquí contemplado desde un doble punto de vista: el
de los matrimonios entre parientes y el del acto sexual entre ellos, aislado y
ocasional.
A través de la escasa documentación que sobre este tipo de uniones con-
serva el Registro General del Sello (consistente en poco más de una docena
de documentos) podemos tratar de apuntar algunas ideas que, debido a la par-
quedad de los datos suministrados por los mismos, no pueden tener el carácter
de conclusiones seguras. Así, se apreciaría, en primer lugar, una clara diferen-
ciación entre aquellos casos en que el incesto es cometido por personas que
han contraído matrimonio en un grado de afinidad menor del consentido (y,
en ese sentido, el delito lo cometen los propios cónyuges) y aquellos otros en
que sus protagonistas mantienen un tipo de relación accidental y episódica.
los M. I. PÉREZ DE TUDEU, La mujer castellano-leonesa del Pleno Medievo, pág. 72; para esta
época vid. especialmente R. FERNÁNDEZ ESPINAR, Las prohibiciones de contraer matrimonio entre
parientes en la época visigoda, «Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid», VI
(1962), págs. 351-416.
la A. ARRÁEZ GtrzmAti, lmdgenes de la mujer, pág. 41.
par ibidem.
la M. 1. PÉREZ DE TUDELA, La mujer castellano-leonesa del Pleno Medievo, pág. 72. Un estudio
sobre el grado de parentesco permitido en los enlaces matrimoniales durante la Alta Edad Media
puede verse en E. MONTANOS Pm:dm, op. cit., cap. «exogamia. Alcance del impedimento del paren-
tesco», págs. 29-31.
u» E. GACTO FERNÁNDEZ, La filiación ilegítima, pág. 905.
En cuanto a los primeros, habría que destacar que los matrimonios así
contraídos carecen de validez real y que, por lo tanto, la unión de esas dos per-
sonas se efectúa sin que medie entre ellos lazo legal o sacramental alguno.
Ello es perfectamente comprobable por el hecho de que los hijos habidos de
tales uniones pierden el derecho a la herencia de sus padres si no han sido legi-
timados con anterioridad'. En cuanto a los contrayentes de tales matrimonios,
encontramos parientes en tercer y cuarto grado m.
Las uniones sexuales de carácter accidental presentan también como prota-
gonistas, principalmente, a parientes en segundo y tercer grado ' pero, junto
a ellos, aparecen otros que no lo son directamente, sino que son parientes que
hoy llamaríamos «políticos», familiares del cónyuge no enlazados a través de
vínculos sanguíneos pero que, a efectos legales, se consideran parientes y por
lo tanto su unión es considerada como incesto'. En ocasiones, tales uniones
se realizan mediante rapto 1" o mutuo acuerdo ', pero en no pocas oportuni-
dades este delito aparece unido al del adulterio, adulterio que comete uno de
los cónyuges al entablar relaciones sexuales con un tercero que, además, es pa-
riente suyo Lis.
u* Tal es el caso reflejado en dos documentos fechados, respectivamente, en 1490-IX-2,
AGS, RGS, fol. 225 y 1491-IX-12, Ibidem, fol. 194, en los cuales Juan de Villafañe, abad de San
Guillermo y canónico de la iglesia de la ciudad de León, y Diego de Lorenzana, su procurador,
reclaman ante la justicia la posesión de ciertas casas en dicha ciudad por cuanto las habían de
heredar los hijos de Inés Rodríguez, viuda de Rodrigo de Villafañe, y de Pedro de Villafañe,
criado del marido que, cuando aquél murió, la tomó por manceba y hubo en ella ciertos hijos;
puesto que ambos eran primos y, por lo tanto, parientes en segundo grado, sus hijos no podían
tener derecho a la herencia por cuanto «eran incestuosos y nacidos de dañado coito» y «habidos
de coito dañado y muy reprobado», de manera «que el ayuntamiento carnal que en uno hubieron
fue incestuoso y los hijos nacidos de tal coito dañado no podían suceder al padre ni a la madre
según el derecho y las leyes de nuestros reinos». Por esta causa se encuentran legitimaciones de
hijos nacidos de uniones incestuosas, a fin de poder asegurar su herencia, como es el caso de
los hijos de Pedro Martínez de Ugao, habidos en Mari Sánchez de Ugao, pariente suya en tercer
grado, concedida a 10 de julio de 1473 (inserta en 1494-V-14, AGS, RGS, fol. 41; otro caso en
1486.11-18, Ibídem, fol. 34).
111 Así, un vecino de la villa de Carmona declara haber contraído matrimonio «no acatando
el deudo y parentesco que tenía» con Inés Mejía, pariente suya en tercer grado (1477-IX-20, AGS,
RGS, fol. 565); y Juan de Alcaudete, vecino de Loja, casa con Leonor Díaz de Alcaudete, pariente
suya dentro del cuarto grado (1490-V, Ibidem, fol. 176).
131 Así, Diego de Ocaña, vecino de Sevilla, declara haber cometido incesto con una viuda,
pariente suya en tercer grado (1491-1-15, AGS, RGS, fol. 53); y Juan de Villafuerte con Bruniste de
Tejada, su sobrina y pariente en segundo grado (1483-IX-15, Ibidem, fol. 192).
na Ese es el caso de Gonzalo Fernández Candil, vecino de Cazalla de la Sierra, que cometió
incesto con una hermana de su mujer (cuñada suya) llamada Francisca, de la que tuvo dos
hijos (1492-V-2, AGS, RGS, fol. 132). Lo que nos demuestra hasta qué punto era distinto en la
época el concepto de familia respecto del que hoy tenemos.
114 Ese es el caso de Diego López de Tejada y Alfonso de Tejada, su hijo, ambos vecinos
y regidores de la ciudad de Salamanca, quienes declaran que hace un año, estando Bruniste de
Tejada, hija del primero, en su casa en la ciudad de Salamanca y siendo doncella y menor de
edad de 17 años, se fue de la misma con Juan de Villafuerte y Diego de Villafuerte, su hermano,
y con Francisco de Ávila, a la hora de la medianoche «descerrajando las puertas y rompiendo
las paredes... y pusieron escalas para sacarla», y que desde entonces el citado Juan de Villafuerte
la ha tenido «y hecho de ella lo que ha placido», siendo tío suyo (1483-IX-15, AGS, RGS, fol. 192).
1489-11-14, AGS, RGS, fol. 4; 1489-VII.14, Ibídem, fol. 133, ambos referentes al incesto
cometido por Juan Coraxo y Marta Martínez, vecinos ambos de la ciudad de Trujillo; 1491-1-15,
Ibídem, fol. 53; etc.
us En efecto, sobre la docena de documentos antes mencionados, cinco de ellos reflejan la
La duración de esas relaciones suele ser bastante prolongada, entre los doce
meses y los seis años 1", idea que contribuye a explicar lo frecuente de que se
produzcan hijos en tales uniones y de que éstas se realicen, por lo general,
con una sola persona —ya sea el cónyuge, aquél con quien se comete adulterio
u otra persona—, de modo que resultan muy raros los casos en que un indivi-
duo comete incesto con más de una 11D .
Las relaciones incestuosas traen también como consecuencia, de la misma
manera que veíamos al examinar el caso del adulterio, una serie de situaciones
de violencia y actos delictivos que sus protagonistas cometen y que les hacen
incurrir, aparte de en el propio delito de incesto, en otros paralelos tales como
los ya mencionados de rapto, abandono del hogar, huida, etc. Por evitar tales
situaciones y aquellas otras en las que está en juego el honor familiar, la justi-
cia castiga esta falta con penas de relevante gravedad.
En este sentido. hay que decir que la pena para quienes lo han cometido
no tiene una regulación precisa en los ordenamientos jurídicos, de manera que
la misma queda un poco al arbitrio de los encargados de administrar justicia.
En los casos en que dos personas han contraído matrimonio incestuoso, lo mis-
mo pueden ser perdonados por ello (dándose el matrimonio por nulo v que-
dando los cónyuges en la situación en que estaban antes de contraerlo) que
condenados, por ejemplo, a destierro 171 .
Por lo demás, y en cuanto a las penas señaladas para los incestos cometidos
en relaciones sexuales extraconyugales, hay que decir que éstas dependen mucho
de los actos delictivos que ese incesto haya llevado aparejados. En algún caso,
la mujer que lo comete lleva como castigo el hacer penitencia en un monasterio
perpetuamente'; en otros casos, sus protagonistas son condenados a la pérdida
existencia conjunta de ambos delitos: en el primero, Gonzalo Gómez de Cos, vecino de Ucieda
en el marquesado de Santillana, denuncia el adulterio cometido por su mujer con Pedro Díaz de
Ceballos, tío de la misma, vecino del concejo de Cieza en dicho marquesado (1491-111.1, AGS,
RGS, fol. 309); en otro, Diego Ruiz, vecino de Sevilla, denuncia a su mujer por haberle cometido
adulterio con Antón Ruiz, hermano del anterior, por lo que había incurrido también en incesto
(1491-111-18, Ibidem, fol. 446); y otro en que Gonzalo de Ciado, vecino del principado de Oviedo,
acusa a Suero de Caso de haber «dormido carnalmente» con su mujer, María de Quirós, pariente de
éste dentro del cuarto grado (1493-V111-5, Ibidem, fol. 108). Los otros dos casos son referidos a
adulterio e incesto cometidos por el marido: Fernando de Coca, vecino de Ciudad Real, reconoce
que hace siete años, estando desposado con Catalina de Olivar, tuvo «pendencia e acceso carnal»
con Juana de Olivar, hermana de aquélla (1491-IV-7, Ibidem, fol. 25); y 1492-V-2, Ibidem, fol. 132,
citado en nota 113.
117 1483-IX-15, AGS, RGS, fol. 192, en que las relaciones duraban un año en el momento de
la denuncia; y 1491-IV-7, Ibídem, fol. 25, en que hablan durado 6 años.
118 1490-1X-2, AGS, RGS, fol. 225; 1491-IX-12, Ibidem, fol. 194; 1491-IV-7, Ibidem, fol. 25.
119 Solo ocurre así en el caso de Gonzalo Fernández que, además de mantener relaciones
con la hermana de su esposa, hubo «ayuntamiento» con otras dos mujeres más, ambas parientes
suyas dentro del cuarto grado (1492-V-2, AGS, RGS, fol. 132).
1,0 Caso en que un individuo suplica el perdón real por cuanto, aún cuando había contraído
matrimonio incestuoso, no había intervenido en él fuerza alguna, y los monarcas se lo otorgan
(1477-IX-20, AGS, RGS, fol. 565).
lit Alzamiento de destierro a Juan de Alcaudete, «dispensado por la Bula de Cruzada nueva-
mente concedida» para estar casado con Leonor Díaz, a causa de cuyo matrimonio incestuoso
había sido desterrado (1490-y, AGS, RGS, fol. 176).
121 Así, la ya citada Bruniste de Tejada fue condenada por las justicias de Salamanca a
ser metida en religión en un monasterio «de los encerrados y honestos» donde hubiese de estar
de parte de sus bienes 123 e, incluso, a penas mayores que pueden llegar hasta
la propia condena a muerte u*.
A pesar de todo ello, lo más frecuente es que también en este caso se con-
siga el perdón real, el cual se puede obtener por varios caminos: consiguiendo
una merced del rey, a título gratuito o acogiéndose a alguno de los privilegios
de homiciano, como puede ser el de Santa Fe
En definitiva el incesto, y también la bigamia, tienen el valor de demos-
trarnos, una vez más, que para la sociedad de la época esas relaciones no son
únicamente actos repudiables, atentados contra la moral o las creencias reli-
giosas, pecados más o menos graves, sino sobre todo auténticos delitos desde
un punto de vista jurídico que son, así, duramente castigados.
Y ello se denota especialmente en que tanto el incesto como el adulterio,
cuando se producen, son delitos juzgados por la justicia civil de cada localidad,
en primera instancia, y luego por la justicia real. Esa intervención de la auto-
ridad civil desde un primer momento nos está señalando bien a las claras que
la vertiente de acto delictivo es más importante en este tipo de relaciones que
su vertiente de falta moral o religiosa, y que su consideración por parte de la
sociedad está más en la línea de constituir un atentado contra el orden público
que contra los mandamientos de la Fe.
C) La bigamia:
",v 1476-V-3, AGS, RGS, fol. 376 (3 años); 1495-VIII-14, Ibidem, fol .361 (5 meses).
34° Vid. nota 138.
161 1476-V-3, AGS, RGS, fol. 376; 1483-XII-6, Ibidem, fol. 68; 1484-IX-16, Ibidem, fol. 135;
1491-IV-9, Ibidem, fol. 67; 1492-IX-16, Ibidem, fol. 300; etc.
341 Así, en un caso el implicado contrae esos matrimonios en Salamanca el primero y en
Bonilla de la Sierra el segundo (1476-V-3, AGS, RGS, fol. 376); en otros, en Ávila y Salamanca
respectivamente (1483-XII-6, Ibidem, fol. 68); en Ronda y Coca (1491-111.20, Ibidem, fol. 101); en
Medina del Campo y Trujillo (1491-IV-9, Ibidem, fol. 67); en Logroño y Grañón, aldea cercana
a Santo Domingo de la Calzada (1495-VIII.14, Ibidem, fol. 74); etc.
tu Ese es el caso de Juan Gallego, vecino de Medina del Campo, casado por segunda vez
cuando su primera mujer Juana Vázquez se metió monja (1477-IX-28, AGS, RGS, fol. 482); o el
de Lope Ochoa de Avellaneda, comendador de la Orden de Santiago, que contrajo nuevo matrimonio
al entrar en un monasterio su primera mujer, Juana Carrillo (1492-IX-16, Ibidem, fol. 300).
Así, Juan de Santiago, artillero, vecino de la ciudad de Ronda, tras ser desposado con
una tal Menda, ésta le negó el desposorio y él «sin hacer las diligencias oportunas que en tal
caso era obligado a hacer», se desposó y casó otra vez con una viuda vecina de la villa de Coca,
incurriendo por ello en bigamia (1491-111-20, AGS, RGS, fol. 101).
la Carta para que no se proceda contra un individuo acusado de bigamia hasta tanto no
se resuelva el pleito que, por dicha razón, tiene pendiente en fa Corte de Roma ante el Santo
Padre (1476-V-3, AGS, RGS, fol. 376).
lo Así ocurre, por ejemplo, en un caso en que los jueces de la ciudad de Sevilla ordenaron
a Gonzalo Bernal que hiciese vida con su primera mujer, pese a que la denunciante —su segunda
esposa— llevaba ya dos años casada y haciendo vida con él (1484-IX-16, AGS, RGS, fol. 135).
"7 El maestrescuela de la ciudad de Toledo dictó sentencia en el sentido de que Gonzalo
Franco contrajera matrimonio con la mujer con quien estaba desposado en un plazo de 15 días
y, al no hacerlo, lo mandó prender imponiéndole una sanción de 3.200 mrs. (1495-11-20, AGS, RGS,
fol. 361).
148 1483-XII-24, AGS, RGS, fol. 147; 1484-IX-16, Ibidem, fol. 135; 1491-1V-9, lbidem, fol. 67; etc.
U° Así ocurre cuando Juan de Santiago, condenado por el juez visitador de Ronda a cierta
pena corporal con motivo de haberse casado dos veces, apela al monarca quien le conmuta dicha
sentencia, en razón de los servicios prestados, por la de sufragar la costa de un pilar que se
había de hacer en el puente de la citada ciudad (1491-111-20, AGS, RGS, fol. 101).
'A° Esa es la pena a la que fue condenado Juan Gallego porque, según declara el mismo
documento, «según las leyes de Castilla los que se casan teniendo la mujer viva merecen perder
todos sus bienes y pertenecen éstos al rey y a su cámara real y fisco■ (1477-IX-28, AGS, RGS, fol. 482).
181 Pedro Manríquez, corregidor de las ciudades de Zamora y Toro, condenó a ser herrado
en la frente a Francisco, zapatero, vecino de Toro, porque se había desposado y casado dos veces.
Y queriendo ejecutar en él dicha sentencia, el bachiller Juan de Almansa, vicario del obispo de
Zamora, puso entredicho en la citada ciudad y repicando las campanas y con pregón que sobre
ello dio, llamó y reunió a muchos clérigos y otras personas legos para impedir dicha ejecución,
diciendo que el citado Francisco era clérigo de menores órdenes y debía gozar del privilegio
clerical; y llevándole los alcaldes de la ciudad en un asno por la plaza pública para ejecutar en
él la sentencia, el vicario, con cierta gente algunos de los cuales estaban armados, se puso en
dicha plaza a resistir, a causa de lo cual los alcaldes le hubieron de tornar a la cárcel de donde
le habían sacado. Llegados estos hechos a noticia del corregidor, volvió a ordenar que fuera
ejecutada dicha sentencia y desterró al vicario de la ciudad de Toro. Este sabroso documento
nos muestra, una vez más, el conflicto de competencias entre la jurisdicción civil y la eclesiástica
a la hora de juzgar a los individuos pertenecientes al clero en cualquiera de sus grados (1484-X-13,
AGS, RGS, fol. 134).
131 Asf, Alfonso de la Torre, siendo desposado en la ciudad de Ávila con Isabel Bernal, se
casó otra vez en la de Salamanca; y a causa de que la primera esposa se hubo querellado contra él,
volvió a hacer vida maridable con ella; y así casados, se fueron a la ciudad de Salamanca donde,
una noche, el citado Alfonso la acuchilló y mató, huyendo posteriormente. Se ordena a las justicias
del reino que lo busquen y entreguen al corregidor de Salamanca para que éste se encargue de
administrar justicia (1483-XII.6, AGS, RGS, fol. 68),
133 G. Rossam, II matrimonio del clero nella societd altomedievale, «II Matrimonio nella
Societá altomedievale», XXIV, II, 1977, págs. 473-554.
ab, E. GACTO FERNÁNDEZ, La filiación no legítima, pág. 40, nota 81.
114 Sobre este tema, véanse los artículos de J. FOLGUERA, De statu clericali ut impedimentum
matrimoniale ecclesia Hispaniae (saec. IV-VII!), «Revista Española de Derecho Canónico», X (1955),
págs. 647-664; y La consagración de la virginidad como impedimento matrimonial en la Iglesia
primitiva española (c. IV al VIII), «Revista Española de Derecho Canónico», XI (1956), págs. 713-732.
14 E. GACTO FERNÁNDEZ, La filiación no legitima, pág. 42, notas 83 y 84.
Sobre las diferentes condenas de la barraganía clerical efectuadas en los concilios cas-
tellanos de la Edad Media, pueden verse sendas relaciones en E. Gacro FERNÁNDEZ, La filiación no
legítima, pág. 41, nota 82; A. ARRÁNZ, Imágenes de la mujer, pág. 42; y J. SÁNCHEZ HERRERO, Vida y
costumbres del cabildo catedral de Palencia a fines del siglo XV, «Historia. Instituciones. Documen-
tos», III (1978), pág. 503, nota 42.
los M. D. CABAÑAS, La imagen de la mujer, pág. 106.
Ibidem. Caso de Cuenca.
16° En las mismas se dicta pena de excomunión y pérdida del beneficio eclesiástico para el
clérigo que se atreva a contraer matrimonio (GAcro, La filiación ilegítima, pág. 902) y se condena
la cohabitación con barraganas por parte de aquéllos (GAcro, La fiiliación no legítima, pág. 43,
notas 67 y 88).
161 J. HINOJOSA, La mujer en las ordenanzas municipales, pág. 52.
les La relación de las medidas tomadas en ellas se incluye en GAcro, La filiación no legítima,
pág. 41, nota 82 y E. MITRE, Mujer, matrimonio, págs. 84-85.
1" Cortes, IV, pág. 143.
166 Ya hemos aludido anteriormente a esta declaración —vid. nota 91— que está realizada
además en los mismos términos que la de Soria de 1380 que dice «deshonesta y aún reprobada
cosa es en derecho que los clérigos y los ministros de la Sancta Iglesia que son elegidos en suerte
de Dios, mayormente sacerdotes, en quien debe haber toda pureza y limpieza, ensucien el templo
consagrado con las malas mujeres, teniendo mancebas conoscidamente (Cortes, II, pág. 304).
161 Un breve pero valioso estudio sobre este concilio es el de F. J. VILLALBA Ruiz DE ToLeroo, Apro-
ximación al Concilio Nacional de Sevilla de 1478, Cuadernos de Historia Medieval, núm. 6, Ma-
drid, 1984.
us Un testimonio de que esta derogación fue llevada a cabo entre 1478 y 1480 lo tenemos
en 1478-IX-3, AGS, RGS, fol. 12 en que se revoca, a petición del deán, cabildo y clerecía de
Toledo, la pena de marcos de plata impuesta a las mancebas de clérigos en las Cortes de 1387.
en las de frailes y monjes: por la primera vez que fueren halladas por tales, un
marco de plata; por la segunda, destierro de la dudad por espacio de un año y
sanción, igualmente de un marco de plata; y por la tercera, el citado marco de
plata y cien azotes públicos. Junto a ésta, y en el título 72, se establece que,
dado que son muchos los inconvenientes producidos por los clérigos de corona
al andar en hábitos de legos, los mismos deben llevar en adelante señales dis-
tintivas de su condición a la vista y no tener mujeres públicas, dejando su
«inormidad y deshonesto vivir» (aprobando en Cortes una constitución hecha
en el Concilio de Sevilla) '.
A través de todas estas disposiciones y de las anteriormente aludidas, se
evidencia esa condena generalizada que se prodece a partir de la Baja Edad
Media hacia la barraganía de los miembros de la Iglesia. Sin embargo, en los
años 80 y 90 del siglo xv, observamos que el problema sigue planteado en su
máxima fuerza, signo evidente de que esas condenas aún no han surtido los
efectos apetecidos. En ese sentido, dice Gacto Fernández que «durante toda la
Edad Media las condiciones de vida, la ignorancia, el aislamiento, serían otros
tantos obstáculos a la aplicación eficaz de la doctrina de la Iglesia. La doctrina
de los Santos Padres, las epístolas de los Papas, los cánones de los concilios
y las constituciones sinodiales difícilmente podrían ser conocidas por sus desti-
natarios, y no parece verosímil que llegaran a oídos de la mayoría del clero, al
menos rural. Incluso difundida la doctrina, la vigilancia de su cumplimiento
por la jerarquía resultaba impracticable, y buena prueba de ello es que a partir
de la Baja Edad Media cuando se intenta decisivamente depurar las costumbres
de los eclesiásticos, las fuerzas aunadas de las autoridades canónicas y civiles
resultaron impotentes para desarraigar costumbres y situaciones seculares. Sólo
a fuerza de repetir año tras año las mismas disposiciones, de instar continua-
mente a los funcionarios al cumplimiento de lo establecido y de combinar penas
espirituales, económicas y corporales, se fue penosamente consiguiendo marcar
una norma de conducta, quebrantada sin embargo a cada paso con numerosas
excepciones que hablan de la dificultad que entrañaba una modificación defi-
nitiva de la realidad preexistente» lee.
Por lo demás, este problema no es propio tan sólo de la Corona de Castilla
o de la Península Ibérica, sino que se extiende a la mayoría de los territorios
de Europa Occidental donde, de manera paralela, si bien durante los siglos x-xx
se está produciendo la condena de las costumbres concubinarias de los miembros
de la Iglesia, hasta el mismo siglo xv sigue existiendo una gran contradicción
entre el derecho y la práctica del celibato eclesiástico, según ha puesto de relieve
en sus estudios el profesor Jean Gaudemet 166
Esa es sin duda la causa de que, en una fecha tan tardía como finales del
siglo xv, el problema siga produciendo multitud de documentación orientada
tanto en el sentido de hacer cumplir a los clérigos las disposiciones establecidas,
como en el de castigar a sus mancebas aplicándoles las penas antes señaladas.
11 Cortes, IV, pág. 145.
1.0 E. GAcro FERNÁNDEZ, La filiación no legitima, págs. 40-41.
10 J. Gummutr, Le célibat ecclésiastique. Le droit et la pratique du au XIII@ siécle, «Eglise
et Société en Occident au Moyen Age», Londres, 1984, págs. 1-31; Gratien et le célibat ecclésiastique,
d.a société ecclésiastique dans l'Occident medieval», Londres, 1980, págs. 341-369.
12 Para que las justicias de la merindad de Ribera guarden dicha ley, a petición de Juan
de Mendoza (1480-X11-13, AGS, RGS, fol. 119); al corregidor de Asturias para que se guarde dicha
ley, a petición de Alfonso de Palenzuela, obispo de Oviedo (1485.11-7, Ibidem, fol. 45); al de
Ciudad Real, a petición de los clérigos de aquella ciudad (1485-111-26, Ibidem, fol. 329); al de
Calahorra para que, según la citada ley, castigue a las mancebas y familiares de clérigos y casados
(1488.11.11, Ibídem, fol. 94); al de Cartagena, a petición de la clerecía de Murcia y su obispado
(1488-VI-19, Ibidem, fol. 208); al de Baeza, a petición de la clerecía de esa ciudad (1488-X11.18,
Ibídem, fol. 192); nuevamente a la clerecía de Calahorra (1490-V111.2, Ibídem, fol. 49); a los de
Trujillo y su tierra (1490-V111-14, Ibidem, fol. 88); a petición de las justicias de Santo Domingo de
la Calzada (1490.11-10, Ibidem, fol. 164); a petición de la clerecía de Badajoz (1491.145, Ibidem,
fol. 56); a petición de la ciudad de Palencia (1491-11-15, Ibidem, fol. 286); a las justicias de León,
a petición de canónigos de dicha ciudad (1491-IV-26, Ibidem, fol. 268); a petición de la clerecía
de Cuenca (1491-VIII, Ibídem, fol. 208); al corregidor de Guipúzcoa, a petición del concejo de
Vergara (1493.1.19, Ibídem, fol. 164); al corregidor de Palencia y Becerril (1493-XII-10, Ibídem,
fol. 57); etc.
" Diversas cartas de los monarcas establecen por estos años el cumplimiento de esa ley,
por las cuales se renueva y pone en vigor, de acuerdo con lo dispuesto en las Cortes de 1480, la
pragmática contra las mancebas de clérigos dada por Juan I en las de Briviesca (1491-V-21, AGS,
RGS, fol. 31; 1491-IX-28, Ibidem, fol. 88; etc.).
M. D. CABAÑAS, La imagen de la mujer en la Baja Edad Media castellana, pág. 106.
116 Carta a petición de la clerecía de la ciudad de Segovia, para que no entre en las casas
de los clérigos el corregidor de esa ciudad a indagar si tienen mancebos (1487-XII-10, AGS, RGS,
fol. 138); otra a petición de la clerecía de Ávila, que se quejan de los agravios hechos por los
corregidores, los cuales les acusan de tener mancebas públicas y entran en sus casas a compro-
barlo (1490-111.21, Ibídem, fol. 259); para que el corregidor de Guipúzcoa determine en la demanda
de los clérigos de dicha provincia, los cuales se quejan de las prendas y marsvedies que les
llevan diciendo que tienen mancebas públicas (1490.X-20, Ibídem, fol. 227); a petición del cabildo
de León y su tierra, protestando de las injurias que recibe del corregidor por haber prendido y
difamado públicamente a mujeres que vivían en sus casas, acusadas de ser mancebas de clérigos
(1491-V-11, Ibidem, fol. 69); al corregidor de Asturias y a sus alcaldes, a petición de los clérigos
del citado obispado, que se quejan de que las justicias entran en sus casas y están en asechanzas
diciendo que tienen mancebas públicas, con lo cual les deshonran (1492-94., Ibidem, fol. 180), etc.,
casa todos de idénticas características.
39
para apresarlas, bien para demandarles las oportunas penas, en las casas de
los clérigos '11.
Todo lo cual originó, como ya hemos indicado, numerosos problemas pro-
vocados tanto por las justicias que entraban en las casas de los clérigos sin la
debida autorización o justificación, o que cobraban sanciones '71, como por
parte de los propios eclesiásticos los cuales, en muchas ocasiones, en defensa de
sus privilegios, entraron en abierta pugna con las autoridades civiles a causa
de sus mancebas
De cualquier forma, las penas y sanciones fueron llevadas adelante cada
vez con más rigor y, a veces de manera injusta y otras de modo justo 1", lo
cierto es que fueron las mancebas quienes llevaron la peor parte en las citadas
condenas, pues es frecuente encontrar a las mismas siendo condenadas al pago
de marcos de plata "°, a la pérdida de sus bienes 181 y, sobre todo, al cumpli-
miento de condenas en la cárcel pública por motivo de sus relaciones con los
clérigos '1 . Por lo demás, indicar que sólo las mancebas solteras podían ser
condenadas, mientras que las casadas únicamente lo eran si sus maridos así lo
deseaban, en tanto que si aquéllos no las denunciaban las penas caían sobre
los mismos, al entenderse que ellas habían sido mancebas con su consenti-
miento '. Por último, quienes llevaban un cierto tiempo sin vivir en pecado,
m E. Otero FERNÁNDEZ, La filiación no legítima, pág. 45, nota 91, en que se citan pragmáticas
de los Reyes Católicos en 1491, recogidas en la Nueva Recopilación 8, 19, 2 y Novísima Recopilación
12, 26, 4, sobre el «modo de proceder las justicias contra las mancebas de los clérigos y contra
los maridos de ellas que las consientan».
117 Al corregidor de Guipúzcoa, para que no se deshonre a los clérigos de Deva y Matrico,
cobrándoles los marcos de plata impuestos por mancebía (1489-111-17, AGS, RGS, fol. 162).
171 En este sentido, es de señalar cómo en ocasiones, a causa de enfrentamientos surgidos
por este motivo, las justicias eclesiásticas emprenden procesos de excomunión y entredicho contra
las civiles; así, el caso en que se ordena al arcediano y provisor de Osma, Juan Sánchez de
Torquemada, que cese en el proceso que sigue contra los alcaldes ordinarios de la villa de Aranda,
por haber condenado a una manceba de clérigo (1487-VIII-13, AGS, RGS, fol. 124); carta para que
el vicario de Soria se presente ante el Consejo real con el proceso de excomunión y de entredicho
formado contra los que prendieron a una manceba de clérigo (1493-V-23, Ibídem, fol. 269). En otras
ocasiones, se llega incluso a ejercer resistencia física y desacatos a la autoridad cuando las justicias
van a proceder contra las mancebas, como ocurre cuando se comisiona al bachiller Mudarra, a
petición del concejo de Santo Domingo de la Calzada, para que informe sobre las personas que
hicieron resistencia a los merinos y justicias de dicha ciudad cuando el corregidor de la misma
envió un merino de la villa de Grañón —lugar del duque de Béjar— para que le entregasen una
mujer acusada de ser manceba de clérigo (1494-X-29, Ibídem, fol. 328).
1" Quienes llevaron una buena parte de las citadas penas, a veces de manera un tanto
arbitraria, fueron las criadas y dueñas que servían en casa de los clérigos como mozas de servicio,
amas de llaves, etc.; en este sentido, se quejan los clérigos del cabildo de León a cuyas criadas se
difamaba públicamente por el hecho de vivir en sus casas (1491-V-11, AGS, RGS, fol. 69). Y ese
es el caso de María de Muñube, vecina de Vergara, que había servido a Pedro de Amezqueta, cura
de dicha villa, durante 20 años, al cabo de los cuales fue acusada injustamente de ser su manceba
(1495-IX-4, Ibídem, fol. 57).
180 Emplazamiento de Bernardo de Medina, alguacil del juez de residencia de Guipúzcoa,
en una apelación de María de Villa de la sentencia dada contra ella en que se la condena al pago
de un marco de plata acusada de ser manceba de clérigo (1494-VII-23, AGS, RGS, fol. 414).
181 Que se devuelvan los bienes tomados a María López, vecina de Arriba, acusada injusta-
mente de ser manceba (1490-VI-28, AGS, RGS, fol. 131).
112 1485-1X-26, AGS, RGS, fol. 160; 1490.1-19, Ibidem, fol. 195; 1495-V1148, Ibídem, fol. 283; etc.
lag Vid. nota 176: «declaramos que ninguna mujer casada pueda decirse manceba de clerygo,
frayle ni casado, salvo seyendo soltera y tenida por el clérigo por manceba pública; y que la tal
Galicia ... ... ... ... ... ... ... ... ... 4 3
Asturias ... ... ... ... ... ... ... ... ... 1 3
Cantabria ... ... ... ... ... ... ... ... 1 1
País Vasco ... ... ... ... ... ... ... ... 10 22
La Rioja ... ... ... ... ... ... ... ... ... 1 5
Castilla-León ........................ 24 414
Castilla-La Mancha ... ... ... ... ... ... 5 10
Extremadura ... ... ... ... ... ... ... 2 4
Andalucía ... ... ... ... ... ... ... ... 13 25
Murcia ... ... ... ... ... ... ... ... ... 1 2
Canarias ... ... ... ... ... ... ... ... 1 —
1.7 Ese estudio ha sido abordado por E. GAcro FERNÁNDEZ, en tres obras diferentes: La filia.
cidra no legítima, parte 2.. titulada «La filiación no legítima», págs. 59-201; en el artículo sobre
La filiación ilegítima, parte 2.., sobre »La situación jurídica de los hijos ilegítimos», págs. 923-944•
y La situación jurídica de los hijos naturales e ilegítimos menores de edad en el Derecho histórico
español. Alimentos y tutela, vL'enfant II: Europe Medievale e Moderno», .Recueils de la Societé
Jean Bodin», XXXVI, Bruxelles, 1976, págs. 169-182.
139
Los clérigos que aparecen legitimando a sus hijos lo son de todos los tipos
y dignidades, tanto Dertenecientes al clero menor como a jerarquías eclesiás-
ticas y, en este sentido, se reparten:
TOTAL „ 156
TOTAL 236
Por lo demás, resulta evidente a través del estudio de estas cartas que las
legitimaciones de hijos se conceden más a aquéllos que más las necesitan, es
decir, a quienes no solamente no han tenido hijos legítimos, sino que además
no pueden tenerlos, porque en tales casos los hijos no podrían ser reconocidos
por tales de otra manera, no hay problemas a la hora de ocasionar posibles
perjuicios a los descendientes directos —ya que no pueden existir—, etc. Por
ello son tan frecuentes las legitimaciones concedidas a hijos de clérigos, de
uniones incestuosas, adulterios, etc.
En el mismo sentido, hay que destacar la gran tolerancia manifestada en
la época hacia la legitimación de hijos nacidos de relaciones extraconyugales
e ilegítimas, lo que se comprueba fácilmente al establecer la cantidad de legiti-
maciones concedidas a hijos que han tenido individuos fuera del matrimonio
e incluso alguno que ha tenido la mujer en relaciones de adulterio.
Con todo, es evidente que los solteros (y los clérigos) no vinculados a la
institución matrimonial, tienen para conseguir la legitimación de sus hijos una
mayor facilidad que los casados, como demuestra la abundancia de las mismas.
Del mismo modo que cabe suponer, también porque les fuera más fácil, muchos
clérigos legitiman a sus hijos con el paso del tiempo, cuando ya son altas jerar-
quías eclesiásticas, aunque los hubieron cuando sólo eran, por ejemplo, clérigos
de orden sacra'.
Aunque pocas veces los documentos nos informan de las causas que han
movido a efectuar dicha solicitud de legitimación, entre las que de vez en cuando
aparecen, podemos citar:
— Aquéllas concedidas por no haber, en el seno del matrimonio, descen-
dencia directa, de manera que haya que recurrir a los hijos habidos por alguno
de los cónyuges fuera de él —frecuentemente del hombre— u". en relación con
ello, está el hecho de que en muchas de estas ocasiones dicha' legitimación es
solicitada por los dos cónyuges a la vez, de forma que la esposa otorgaría así,
de algún modo, su respaldo y consentimiento para que dicha legitimación fuese
(1475-11-8, AGS, RGS, fol. 210; 1477-111-11, Ibidem, fol. 158; 1477-XII-1, Ibidem, fol. 396, para el
hijo de un veinticuatro de Córdoba; 1478-1-9, !Mem, fol. 20, hijo de un canónigo de la Iglesia de
Córdoba; etc.).
1" Así, Juan de Villagomez, arcediano de la ciudad de Lorca, solicita la legitimación de sus
hijas Inés, Aldonza y Guiomar, habidas, siendo él clérigo de orden sacra, en Catalina de Gomares,
vecina de la ciudad de Murcia (1480-111-16, AGS, RGS, fol. 24); legitimación de Lorenzo Ferrete,
hijo de Alfonso Fernández, canónigo de la Iglesia de Cartagena, que lo hubo, siendo clérigo de
orden sacra, en Teresa Fernández, mujer soltera (1480-111-16, Ibidem, fol. 22); legitimación de
Cristóbal, hijo de Antón Martínez, racionero de la catedral de Córdoba, que hubo en Antonia
Ruiz, soltera, siendo ordenado de epístola (1480-IV-12, Ibidem, fol. 10); legitimación de Francisco
Soriano, hijo de Gil Sánchez Soriano, arcipreste de Chinchilla, que le hubo siendo de orden sacra
en Juana Martínez, soltera (1480-V-20, Ibidem, fol. 28).
"4 Legitimación de García lanero, hijo de Alfonso lanero, vecino y regidor de la ciudad de
Betanzos, ya difunto, que hubo siendo casado y no teniendo hijos de su mujer, en María de Lazano,
soltera (1477-11-20, AGS, RGS, fol. 39); otra de Francisco de Carvajal, hijo de Luis de Carvajal
y de mujer soltera, el cual no tenía hijos legítimos de su mujer, Catalina de Villasayas (1493-VII-12,
Ibidem, fol. 56); legitimación de Juan Pérez de Arostegui, hijo de Pedro Ibáñez de Arostegui, habido
en Catalina de Querejaza, siendo ambos solteros porque, casado después con María de Razabal,
no habla tenido descendencia (1495-V-5, Ibidem, fol. 48).
ls Asi, por parte de Alfonso Zapata y Leonor de Molina, su mujer, es hecha relación que
hace mucho tiempo son casados y no han tenido generación, no teniendo herederos ningunos por
linaje directo «de manera que según las leyes del reino pueden hacer heredero a cualquier persona
que ellos quisieren» por lo que solicitan la legitimación de Jorge Zapata, hijo del citado Alfonso,
habido en Catalina de Ouesada, soltera, estando ya casado con Leonor de Molina (1478-VI-15, AGS,
RGS, fol. 10); legitimación de Maria Juan, a petición de Juan Sánchez de Arueta y de su esposa
Teresa de Estenaga, vecinos del condado de &bate, hija habida por el mismo en Maria de Men-
dierrea (1484-1-26, Ibídem, fol. 3); legitimación a petición de Juan de Traspinedo y de Isabel
Sánchez, su mujer, de la hija del primero, Leonor, habida en Catalina de Sanpedro (1486-1-28,
Ibidem, fol. 9); legitimación a petición de /digo Pérez de Mustricari y de su legitima mujer Mari
Breis de Vedia de tres hijos que hubo en Sancha de Mariuta mujer soltera (1492-111-15, Ibidem,
fol. 29); etc.
1W Legitimación de Juan, Pedro y Pedro de Otáñez, hijos de Pedro Sánchez de Otáñez, difunto,
y de mujeres solteras, a petición de Mari Sánchez de Otáñez, viuda de éste, vecina de Castrourdiales
(1493-1-30, AGS, RGS, fol. 43).
1' Legitimación de Enrique Falconi, hijo habido por Sancho Falconi, difunto, en Catalina
Sánchez, siendo casados pero en el tiempo en que aún vivía la primera mujer de éste llamada
Violante de Tapia (1479-IX-29, AGS, RGS, fol. 30). Legitimación de María de Eslava, hija de Juan
de Ayora, vecino de Ecija, y de Maria de Eslava, «desposados por palabras de presente y por mano
de clérigo» a quienes unía cierto parentesco de consanguinidad (1486.11-18, Ibidem, fol. 34).
191 Ese es el caso de Pedro Núñez y Juan de Ocaña, criados desde pequeños por Pedro
González de Logroño y Catalina González, su mujer, vecinos de Toledo (1483-XI-23, AGS, RGS, fol. 21).
1W Legitimación de Gonzalo de Águila, hijo de Diego Alfonso Alvarino, por los servicios
prestados en el Real de Granada (1492-1.26, AGS, RGS, fol. 28); legitimación de Pedro de Porres, hijo
de Fernando de Porres y de Isabel de Lorca, moza soltera, en atención a sus servicios (1495-X-20,
Ibidem, fol. 23). Seria interesante saber si en el caso de las legitimaciones obtenidas por los padres
influyen también los servicios por ellos prestados, su condición social u otros factores que deter-
minen esa legitimación que es, a fin y al cabo, un favor que se les otorga, pero los documentos
nada nos dicen sobre ello.
00 Así, es hecha relación a la reina de que puede hacer dos años Juan de Cuadros, clérigo
de misa, ya difunto, al tiempo de su fallecimiento, hizo ciertas mandas en su testamento por las
que dejó a sus hijos como herederos de sus bienes muebles y raíces, hijos que había tenido siendo
de orden sacra y por lo tanto eran inhábiles e incapaces para heredarle, por lo que «según las
leyes de estos reinos, los dichos bienes son confiscados y aplicados para la cámara y fisco real.
(1477-VII-4, AGS, RGS, fol. 293). 0 cuando se hace merced a /raigo de Zogasti de los bienes que
pertenecieron a Juan Sánchez de Arinoza, cura de Olabarrieta, y a Martín abad de Osunsola, cura
de San Juan de Bedia, si resultase que los mismos deben ser aplicados al fisco real, por no haber
de heredar los hijos no legitimados de los citados clérigos (1491-VII-9, Ibídem, fol. 2).
"1 Como en el caso en que Pedro Fernández Cansino, veinticuatro de Sevilla, reclama
que Juan Cansino, su hijo bastardo, sin licencia suya, hubo ganado carta de legitimación del
monarca Juan II, «y porque él nunca le dio la tal licencia ni hizo la tal suplicación ni su voluntad
fue ni es que él haya ni herede sus bienes ni parte dellos, porque el dicho su hijo ha hecho y
cometido algunas cosas contra él., suplica sea revocada dicha carta de legitimación (1479-IX-2,
AGS, RGS, fol. 79). Y también el caso en que se emplaza a María Fernández y sus hermanas
(Teresa, Sancha y Juana, hijas de Fernando de Ibáñez, clérigo beneficiado de la iglesia de Santa
María de Izarra) a petición de Juan Fernández, hijo legitimado del dicho Fernando, a causa de
las legitimaciones conseguidas por sus hermanas simulando petición de su padre (1484-111.6, Ibídem,
fol. 80). Y el caso en que se encarga al corregidor de Murcia determine en el pleito interpuesto
por Juana de Abalos, viuda de Pedro de Malos, que protesta de la legitimación que quiere hacer
Gome de Abalos de dos hijos que tiene con una manceba y dejarles los bienes que pertenecen a
la familia (1490-IX-23, Ibidem, fol. 112).
IV. CONCLUSIÓN
ellos los que constituyen, junto con algunos de los aquí tratados, la auténtica
base de la historia de la sexualidad.
Por ello, y a la espera de algún día poder estudiar esas prácticas sexuales
en la Edad Media peninsular, debemos conformarnos por el momento con
señalar las diferentes modalidades de relaciones sexuales entre las personas,
extraconyugales fundamentalmente, que son aquéllas de las que nos ha llegado
una más rica información *.
RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE
Universidad de Córdoba
* El presente trabajo ha sido realizado como parte del Proyecto de Investigación que sobre
"La violencia a fines de la Edad Media" ha patrocinado la Junta de Andalucía.