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CÃ#RDOBA

Las relaciones extraconyugales en la sociedad castellana bajomedieval CÁ#RDOBA


DE LA LLAVE, Ricardo Anuario de Estudios Medievales; Jan 1, 1986; 16, ProQuest pg. 571

LAS RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA SOCIEDAD


CASTELLANA BAJOMEDIEVAL

SUMARIO

I. Introducción. Fuentes para el estudio de las relaciones extraconyugales en la


Edad Media hispana. - II. Uniones sexuales extraconyugales. - 1. Relaciones entre
solteros: la barraganía. - 2. Las uniones ilegítimas. - 3. Relaciones sexuales de los
clérigos. - III. El problema de las legitimaciones. Los bastardos. - IV Conclusión.

I. INTRODUCCIÓN. FUENTES PARA EL ESTUDIO DE LAS RELACIONES


EXTRACONYUGALES EN LA EDAD MEDIA H ISPANA

El estudio de la vida y de la moral sexuales es un tema que despierta,


cada día más, el interés de los historiadores y que está poco investigado en el
ámbito concreto de la Edad Media española, pues sólo en fechas muy recientes,
y unido especialmente al deseo por conocer la condición de la mujer en esa
época, se han elaborado algunos trabajos tendentes a profundizar en ese aspec-
to. Tradicionalmente, han sido los historiadores del Derecho quienes se han
ocupado, con mayor o menor fortuna, de esos problemas, aunque desde unos
planteamientos algo diferentes a los que interesan a un historiador. Se trataría,
por lo tanto, de estudiar los diferentes tipos de uniones sexuales de carácter
ilegítimo (o no legítimo) que, de manera extraconyugal (o sea, al margen de la
institución del matrimonio), se desarrollaron en la sociedad castellana del si-
glo xv, así como la conducta y los comportamientos de esa sociedad hacia las
mismas y hacia sus protagonistas.
Las fuentes para el estudio de este tema son, en relación con los siglos me-
dievales, relativamente ricas y abundantes, aunque las más numerosas perte-
nezcan lógicamente a la segunda mitad del siglo xv. Por citar algunas de las
más importantes, y sin pretender ser exhaustivos en nuestra enumeración, las
dividiremos como correspondientes a tres naturalezas diferentes: las literarias
o narrativas, las de carácter jurídico o legislativo y, por último, las propiamente
documentales.
En cuanto a las primeras, es sobradamente conocida la importancia que
tienen, en orden a establecer una visión de las costumbres v moralidad de la

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época, los diferentes romances pertenecientes al Romancero y Cancionero tradi-


cional hispano, cuyo gusto por las situaciones dramáticas centra no pocas veces
su temática en aspectos de moral sexual como el adulterio o el incesto —que
parecen haber constituido temas dominantes en la literatura popular de la época
y aún de siglos posteriores—, o cuyo ocasional anticlericalismo contribuye a dar
buenas muestras de lo que fueron las mancebas de clérigos, las costumbres se-
xuales de los mismos, etc., aunque se trata de una fuente que, como todas las
de carácter literario, debe ser utilizada con extrema prudencia a la hora de
obtener de ella conclusiones de carácter histórico.
Por lo demás, habría que destacar una fuente narrativa que, aun cuando ha
sido muy estudiada —desde el punto de vista además que nos ocupa— para la
Edad Media en otras zonas del Occidente europeo, apenas si ha sido utilizada
la existente en España: me estoy refiriendo a los Libros de Penitenciales, catá-
logos de faltas y pecados, con sus penitencias correspondientes, destinados a fa-
cilitar la labor de los sacerdotes en el ministerio de la confesión, los cuales
constituyen una fuente de extraordinaria importancia para el conocimiento de
las costumbres y moral medievales durante los siglos en que los mismos se
redactaron (vm al xrz fundamentalmente) I .
En cuanto al segundo tipo de fuentes, que han sido hasta la fecha —con
gran diferencia— las más estudiadas, cabría citar en primer lugar los cánones
establecidos por la legislación conciliar que, ya desde época visigótica, consti-
tuyen punto de referencia obligado para conocer la ética sexual de cada momento
y la intervención eclesiástica en tal materia; intervención de primera magnitud
en una época en que tales normas constituían, en buena parte, las propias por
las que se regía la sociedad en cuanto a valores de índole moral se refiere.
Esos cánones y disposiciones conciliares son perfectamente asequibles, dada la
facilidad de su consulta z y, de hecho, algunos trabajos se han emprendido ya
desde esta nueva óptica

Un estudio de carácter general sobre los Penitenciales es el realizado por C. VoGai., Les
«Libri Penitentiales», Brepols, 1978, dentro de la colección «Typologie des sources du Moyen Age
Occidental», en el que se contienen indicaciones acerca de su utilización desde el punto de vista
histórico, así como una mención general de los libros de este tipo existentes en la Edad Media
europea. Más cercanos al tema que nos ocupa, son de sobra conocidos los trabajos de Raoul
MANSELLI, Il matrimonio nei Penitenziali, «Il Matrimonio nella Societá altomedievale», Settimane
di Studio del Centro Italiano di Studi sull'Alto Medioevo, Spoleto, I, 1977, págs. 287-315; y Vie
lamiliale et Ethique sexuelle dans les Penitentiels, «Famille et Parenté dans l'Occident medieval»,
Roma, 1977, págs. 363-378. En cuanto a los referidos a la Península Ibérica, nada se ha hecho
en este sentido, aunque como estudios de aproximación a los mismos cabe citar los de M. C. DIAZ
DIAZ, Para un estudio de los Penitenciales hispanos, «Melanges a E. R. Labande», Poitiers, 1974,
págs. 217-221; y el de J. PÉREZ DB URBEL y C. VÁZQUEZ DE PARCA, Un nuevo penitencial español, «Anuario
de Historia del Derecho Español» [en adelante «ARDE»], XIV (1942-43), págs. 5-32, donde se incluye
la transcripción del penitencial aludido. Y, sobre todo, el de S. GOKZALO RIVAS, Los penitenciales
españoles, «Estudios Eclesiásticos», XVI (1942), págs. 73-98.
/ TEJADA Y RAMIRO, Colección de Cánones y de todos los Concilios de la Iglesia española,
Madrid, 1851.
▪ M. R. AYERES litiBAR, La mujer y su proyección familiar en la sociedad visigoda a través
de los Concilios; A. ARRANZ GUZMÁN, Imágenes de la mujer en la legislación conciliar. Ambos en
«Las mujeres medievales y su ámbito jurídico», Actas de las II Jornadas de Investigación Interdis-
ciplinaria sobre la mujer, Madrid, 1983, págs. 11.31 y 33.44, respectivamente.

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De manera paralela y, en cierto modo, complementaria a la existencia de


esa legislación conciliar, se produce la elaboración de todo un cuerpo de legis-
lación civil que se ocupa, igualmente, de determinados problemas que afectan
al comportamieno sexual de los individuos en la sociedad a la que se dirigen.
Entre sus materias, habría que destacar primero los ordenamientos elaborados
a nivel de la Corona de Castilla, entre los que destacan las Partidas de Alfonso X,
parcialmente estudiadas en lo concerniente a los aspectos que aquí nos interesan'.
En segundo lugar, y con un carácter fundamental, encontramos los nume-
rosos Fueros que, con carácter regional o local, se van elaborando durante los
siglos centrales de la Edad Media y en los diferentes territorios de las Coronas
de Castilla y Aragón; la mayoría de ellos, por no decir prácticamente su tota-
lidad, contienen abundantes referencias a las situaciones de adulterio, barra-
ganía, delitos contra la moral sexual, etc., y en su conjunto constituyen un cuer-
po homogéneo, repleto de valiosísimas indicaciones sobre el tema que nos
ocupa °.
Junto a ellos, hay que hacer también mención, necesariamente, de los nu-
merosos ordenamientos y ordenanzas municipales urbanas que contienen, como
los anteriores, abundantes referencias al mundo de las relaciones sexuales en el
Medievo; ordenanzas que se elaboraron, además, en un período cronológico
cercano a aquél en que centramos nuestro estudio, dado que proceden, mayori-
tariamente, de los siglos mil al xv °.
E. ~Buz MARCOS, Las causas matrimoniales en las Partidas de Alfonso el Sabio,
Salamanca, 1966; J. MALDONADO Y FERNÁNDEZ DEL ToRco, Sobre la relación entre el Derecho de las
Decretales y el de las Partidas en materia matrimonial, .ARDE., XV (1944), págs. 589-643.
6 Además de los numerosísimos artículos dedicados al estudio de los fueros y publicación
de los mismos contenidos en el «AHDE» (véase el Indice del mismo, en el número 51 bis de 1982),
interesa destacar los trabajos realizados sobre la imagen de la mujer a través de la legislación
toral; así S. CLARAMUNT, La mujer en el fuero de Cuenca, «En la España Medieval II. Estudios en
memoria de D. Salvador de Mcocó», Madrid, 1982, págs. 297-314; y especialmente la labor realizada
en este sentido en el curso de las II Jornadas de Investigación Interdisciplinaria sobre la mujer
antes citadas, con artículos dedicados a la condición de la mujer en diferentes fueros, tales como
los de M. ASENJO GONZÁLEZ, La mujer y su entorno social en el fuero de Soria; M. 1. PÉREZ DE
MIELA, La mujer castellano-leonesa del Pleno Medievo; L. M. Díez DE SALAZAR, La mujer vasconavarra
en la normativa jurídica (ss. XII-XIV); C. OncÁsrsout GROS, La mujer aragonesa en la legislación
foral de la Edad Media; P. LdPEZ ELUM y M. RODRIGO LizoNno, La mujer en el código de los Furs
de Valencia; y C. SEGURA GRAMO, Aproximación a la legislación medieval sobre la mujer andaluza:
el fuero de Dbeda (todos ellos recogidos en la publicación de las Actas del citado Coloquio •Las
Mujeres medievales y su ámbito jurídico», Madrid, 1983). De la autora citada en último lugar es
también La mujer como grupo no privilegiado en la sociedad andaluza bajomedieval. Situación
jurídica, en «Actas del III Coloquio de Historia Medieval Andaluza•, Jaén, 1984, págs. 227-236.
Y los trabajos de J. I. Ruiz DE LA PERA, La condición de la mujer a través de los ordenamientos
jurídicos de la Asturias medieval (siglos XII al XIV) y J. M. NIETO, La mujer en el Libro de los
Fueros de Castiella, ambos en «Las mujeres en las ciudades medievales», Actas de las III Jornadas
de Investigación Interdisciplinaria sobre la Mujer, Madrid, 1984, págs. 59-74 y 75-86, respectivamente.
Los más valiosos y completos trabajos realizados basándose en los fueros, y que además abordan
y se ajustan plenamente a la problemática planteada en nuestro estudio, son los realizados por
Enrique GACTO Paitmintan, La filiación no legitima en el Derecho Histórico Español, Sevilla, 1969;
y su artículo sobre La filiación ilegítima en la historia del Derecho español, •AHDE., XLI (1971),
págs. 899-944. En el primero de ellos estudia los tipos de uniones protagonizadas por solteros
(barraganfa, clérigos) y en el segundo las uniones de carácter adulterino, incestuoso y bígamo,
y a los mismos haremos amplia referencia en las páginas siguientes.
• Como en el caso anterior, también aquí es especialmente destacable el papel jugado por
el Seminario de Estudios de la Mujer de la Universidad Autónoma de Madrid, en cuyas III Jornadas

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Por último, es también de capital importancia el estudio de las disposiciones


contenidas en los ordenamientos de Cortes, donde con frecuencia se dictan nor-
mas acerca de problemas y situaciones tales como el adulterio, la bigamia, las
mancebas de clérigos y hombres casados, etc. Dada la facilidad de su consulta,
son muy asequibles y su estudio ha sido ya realizado de manera casi completa
en cuanto a las relaciones extraconyugales se refiere'. Estos ordenamientos y
capítulos de Cortes se dictaron durante los siglos my y xv y, entre las diferentes
reuniones celebradas por ese organismo en los citados siglos, interesa destacar,
debido a la abundancia de información que sobre el particular nos brindan, las
Cortes de Soria de 1380, las de Briviesca de 1)87 (ambas en el reinado de
Juan I), las de Toledo de 1480 y las de Toro de 1505.
Finalmente, nos resta por considerar el último y más importante tipo de
fuente para el estudio de las relaciones extraconyugales en la Edad Media: las
propiamente documentales. La visión de la práctica jurídica que las mismas
nos proporcionan, las situaciones reales a las que hacen alusión y, en definitiva,
los hechos descritos en ellas, no pueden en modo alguno ser suplidas a través
del exclusivo uso de la documentación de carácter legislativo antes citada, única
hasta la fecha estudiada. Estas fuentes son más abundantes, por supuesto, para
los siglos xIv y xv que para épocas anteriores, para las cuales tenemos cons-
tancia, sin embargo, de contratos de barraganía de gran interés que permanecen
aún sin investigar debidamente.
Para el siglo xv, época en la que se centra nuestro estudio, habría que con-
siderar, en primer lugar, las posibles indicaciones que sobre relaciones prohi-
bidas puedan haber quedado contenidas en la documentación inquisitorial con-
servada en el Archivo Histórico Nacional; aunque los procesos seguidos por
tales causas —bigamias, incestos, homosexualidad, bestialismo, etc.— se hicieron
más frecuentes a partir de los años 30 del siglo xvi, en autos del reinado de
los Reyes Católicos —desarrollados a partir de 1478— debe conservarse infor-
mación interesante sobre estos temas aunque, eso sí, con carácter esporádico se
inserta en procesos de asuntos más generales. Una buena muestra de lo que
esa documentación da de sí para el siglo XVI es la existencia de estudios sobre
este tema realizados basándose en ella d,
Pero, para el siglo xv, la fuente documental más importante o, al menos,
la más accesible, en lo referente a la Corona de Castilla, la constituyen los docu-
mentos contenidos en el Archivo General de Simancas, Sección del Registro Ge-
neral del Sello, donde se refleja la actuación de la justicia civil entre los años
1474-1495; en el estudio de los mismos se basa la presente aportación. Tales
documentos se refieren a todos los territorios de la Corona de Castilla y en ellos

de Investigación Interdisciplinaria —antes citadas— celebradas en la primavera de 1983, se pre-


sentaron numerosas comunicaciones sobre la figura de la mujer a través de la documentación
ordenancista bajomedieval, con abundantes referencias a sus relaciones sexuales, todas ellas
publicadas en las Actas del mismo ya mencionadas.
1 E. MITRE, Mujer, matrimonio y vida marital en las Cortes castellano leonesas de la Baja
Edad Media, «Las mujeres medievales y su ámbito jurídico», págs. 79-86.
8 Ejemplo de ello es el estudio de Iñaki REGUERA, La Inquisición Española en el País Vasco,
Bilbao, 1984, en cuyo capítulo VI («Los delitos del sexo») analiza casos de bigamia, incesto, forni-
cación y homosexualidad (págs. 219.230) a partir de documentación inquisitorial.

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 575
se contienen referencias, como ya hemos indicado, a casos de bigamia, incesto,
adulterio (perdones de la familia para el marido que ha matado a la mujer adúl-
tera, o bien del rey por tal delito, casos de querellas entre los cónyuges por ese
motivo, denuncias, etc.), mancebía de clérigos y casados y, sobre todo, más de
250 cartas de legitimación, de una gran monotonía, pero que constituyen un
testimonio de primera importancia por cuanto, como veremos en su momento,
son fuente precisa de información acerca de las uniones ilegítimas que dieron
lugar al nacimiento de los individuos para quienes las mismas se conceden.
Referidos a zonas concretas, y para ciertos casos particulares, estos documentos
han sido parcialmente estudiados en cuanto a algunos de los temas que nos
proponemos examinar 9 .
Por lo demás, resultaría también fundamental para la plena comprensión
del mundo de las relaciones ilegítimas en la época, el análisis de los fondos
contenidos en los archivos de protocolos de las diferentes ciudades y villas
castellanas. Esta es, sin duda, la fuente más virgen e inexplorada en este sen-
tido y por ello citaremos aquí algunos documentos procedentes del Archivo de
Protocolos de Córdoba que nos servirán muy bien para aclarar algunas ideas y
ejemplificar otras de extraordinario interés, a partir de los fondos recopilados,
que consisten fundamentalmente en perdones por adulterio (frecuentemente del
marido hacia la esposa), contratos de barraganía o cartas de disolución de la
misma, y otras escrituras notariales semejantes referidas a casos de relaciones
extraconyugales como las que vamos a examinar.

II. UNIONES SEXUALES EXTRACONYUGALES

Durante los siglos bajomedievales, prácticamente todos los tipos de rela-


ciones ilegítimas que vamos a considerar tienen un carácter pecaminoso y con-
denable para la moralidad de la época, lo cual se advierte en las numerosas con-
denas y sanciones que, desde los diferentes textos jurídicos, eclesiásticos y civi-
les, se realizan contra ellas.
Por ello, lo primero que habría que plantearse es a qué obedece esa con-
dena generalizada de todas cuantas uniones se efectúan fuera del matrimonio,
problema que ya ha sido abordado, en particular para el caso de Francia, por
J. L. Flandrin. Dice él, refiriéndose a una fecha algo posterior (siglos xvi y xvn)
que ello es debido fundamentalmente a la creencia de que la relación conyugal
va unida, indisolublemente, en primer lugar, a la búsqueda del placer por parte
de sus protagonistas; en segundo, al fomento de las prácticas contraceptivas y
de la esterilidad que las mismas producen: es decir, que al no efectuarse dicha
unión con una finalidad de procreación, la misma no se justificaría puesto que
carecería del objeto para el cual ha sido creada, y daría lugar al empleo de mé-
. M. ASEN», Las mujeres en el medio urbano a fines de la Edad Media: el caso de Segovia,
en •Las mujeres en las ciudades medievales», págs. 109-124; o el elaborado por nosotros mismos,
Violencia y adulterio en la Andalucía bajomedieval, •Actas del III Coloquio de Historia Medieval
Andaluza», págs. 263-273.

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todos tendentes a evitar los nacimientos y a la búsqueda de un placer personal


sin más interés que el goce de cada individuo 'u; y, por último, al hecho de que
tales relaciones propiciarían comportamientos y modos sexuales execrables en
sí mismos, desde un punto de vista moral, se realizaran o no fuera del ma-
trimonio'.
Esos tres motivos serían especialmente importantes en las relaciones pre-
conyugales de los solteros, mientras que en las desarrolladas por individuos des-
posados o ya casados se unirían a ellas otras consideraciones de carácter más
específicamente familiar, de protección del cónyuge o de los valores de honor
y honra de la propia familia que se ve implicada en el asunto'''.
Teniendo presentes tales condicionantes, interesa distinguir tres tipos de
relaciones extraconyugales que, además de ser sin duda las más importantes,
significativas y frecuentes, son también aquéllas para las que estamos mejor
informados: en primer lugar, las realizadas entre solteros o viudos con carác-
ter más o menos estable; en segundo lugar, las protagonizadas por los indivi-
duos casados, entre las que destacan los fenómenos de adulterio (femenino,
fundamentalmente, pero también masculino a través del problema de las «man-
cebas de casados»), incesto y bigamia; y, en tercer y último lugar, las llevadas
a cabo por parte de los clérigos y eclesiásticos, miembros de Órdenes Militares
con obligación de celibato, etc., en sus distintas modalidades.
Todas ellas, como hemos indicado, son igualmente condenables, pero no
todas presentan el mismo índice de gravedad puesto que, como es lógico, la
infidelidad entre los cónyuges es siempre más reprobable que las relaciones
amorosas entre personas sin compromiso, por poner un ejemplos.
Sin embargo, a pesar de las numerosas disposiciones tendentes a suprimir
todo este tipo de prácticas y a penar a sus ejecutores, que se van imponiendo
en la Castilla medieval —y que parecen ir endureciéndose a medida que avanza
la Baja Edad Media—, lo cierto es que la sociedad contemporánea mostró
siempre un alto grado de tolerancia que, en determinados aspectos, sólo hasta
cierto punto parece corresponderse con la realidad de las normas legislativas
emanadas a tal fin; al menos, esa tolerancia se manifestó claramente a la hora de
legitimar a los hijos nacidos de uniones prohibidas, a la hora de perdonar los
delitos cometidos por cuestiones sexuales y, sobre todo, a la de permitir la con-
vivencia de los solteros en un régimen singular que caracterizó las relaciones
11 Sobre los métodos contraceptivos de la época, véase SAUVY, BERGUES y otros, Historia del
control de nacimientos, Barcelona, 1973.
u 3. L. FLANDIUN, Contraception, mariage et relations amoureses dans l'Occident chretien,
■Anuales», VI (1969) —número especial sobre historia biológica y sociedad—, págs. 1370-1390; versión
castellana en el capítulo VII de La moral sexual en Occidente, Barcelona, 1984, págs. 123-142.
" Rafael SERRA RUIZ, Honor, honra e injuria en el derecho medieval español, Murcia, 1969.
" En este sentido, hay que distinguir perfectamente, desde un punto de vista jurídico,
entre las denominadas uniones de carácter no legítimo, que no sólo no están prohibidas por la
legislación vigente, sino que se les reconoce una clara validez en el marco de la legalidad (caso
de la barraganla, por ejemplo, cuyos protagonistas viven manifiestamente en ese régimen sin
ningún problema), y las de carácter ilegítimo, condenadas expresamente por el ordenamiento jurídico
debido a que su existencia lesiona los sentimientos morales de la comunidad (caso de las restantes
uniones: adulterios, incestos, bigamias, relaciones sexuales de los clérigos, etc.). En este sentido,
véase E. GACTO FERNÁNDEZ, La filiación no legítima, pág. 3,

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de muchos de ellos durante la mayor parte de los siglos medievales y que cons-
tituye, por lo tanto, un fenómeno propio y muy característico de esa época: el
contrato de barraganía.

1. Relaciones entre solteros: la barraganía

Prácticamente desde el comienzo de la Edad Media, incluso desde época


visigótica, está testimoniada en la Península Ibérica la existencia de dos tipos
de contratos para unir a las personas: uno, el matrimonio a iuras, basado en un
consentimiento mutuo de los contrayentes; y otro la barraganía, especie de
vínculo permanente fundado en la amistad y fidelidad de una vida en común ".
Estos contratos de barraganía fueron enormemente frecuentes durante los
siglos x al XIII y, pese a que se nos han conservado muchos de ellos, han sido
hasta el momento presente poco estudiados. Quizá el ejemplo mejor conocido en
este sentido lo constituyan los contratos firmados entre el monarca aragonés
Jaime I y las diversas mujeres que actuaron como concubinas o barraganas
suyas a lo largo de su vida ". A través de ellos, y de otros del mismo género,
sabemos que esa práctica del concubinato formal, que algunos hacen proceder
del concubinato practicado en la antigua Roma y otros del Friedelehe germá-
nico, estuvo tremendamente extendida en las Coronas de Castilla y Aragón
durante la Edad Media, en la época inmediatamente anterior a aquélla en la
que centramos nuestro estudio.
Por lo demás, las características que una relación de barraganía establecida
entre dos solteros presenta, pueden sintetizarse en los siguientes puntos 16:

a) Tratarse de un tipo de relaciones lícitas, no condenadas por el ordena-


miento jurídico ni por la moral de la sociedad, que se extienden con unos carac-
teres similares hasta, al menos, bien entrado el siglo xvi.
b) Constituirse mediante el libre consentimiento de los contrayentes a tra-
vés de la firma de un contrato, realizado generalmente ante escribano público,
y cuya fórmula mantiene una composición similar durante toda la Edad Media.
c) Regular, a través de ese contrato (cartas de compañía) los derechos y
deberes de ambas partes; éstas se obligaban a llevar a cabo una vida en común
prometiéndose fidelidad y estableciendo diversas cláusulas tendentes a asegurar
la situación de los contrayentes, el régimen económico de sus relaciones, el des-
tino de los hijos y su herencia y otras, dedicadas especialmente a la protección,
m Ch. A. Auaaux, La mujer española durante el Medievo, «Historia Mundial de la mujer», II,
Madrid, 1973, pág. 183.
I« Robert BURNS, The Spiritual Lije of Jaume the Conqueror, king of Arago.Catalonia, 1208-
1276. Portrait and self-portrait, .Jaime I y su época», Actas del X Congreso de Historia de la
Corona de Aragón, Zaragoza, 1980, en las págs. 351 y as., hace una revisión de los caracteres de
los contratos de barraganía suscritos por el monarca; buen ejemplo de los mismos lo constituye
el suscrito con Aurembiaix, en 1228, incluido por SOLDEVILLA en el cap. XIV de su biografía sobre
Bis primers temps de laume I, Barcelona, 1968.
» Según desarrolla E. GACTO FRRNÁNnez, La filiación no legítima parte I, «Las uniones
extramatrimoniales de carácter estable», págs. 3-55.

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desde un punto de vista jurídico y personal, de la propia mujer barragana ".


d) Presentar unos caracteres comunes a la mayor parte de ellos; entre
los mismos, interesa destacar la obligatoriedad, por parte de sus contrayentes,
de ser solteros y no estar obligados a ningún vínculo matrimonial (casados o
desposados); haber rebasado una determinada edad, que para las mujeres suele
fijarse en torno a los doce años; no ser parientes o familiares con una cercanía
menor al cuarto grado (lo que vale, igualmente, para el matrimonio de la época,
incurriendo los abarraganados, al igual que aquéllos, en delito de incesto si lo
realizan de otra manera); guardar una relación de monogamia, de manera que
ninguno de ellos pueda tener cónyuge u otra barragana; y, finalmente, prome-
terse mutua fidelidad, siendo considerado en esta relación con casi la misma
gravedad que en la matrimonial el delito de adulterio, fundamentalmente —tam-
bién al igual que en aquélla— por parte de la mujer.
e) A diferencia del matrimonio, la barraganía es una relación temporal,
aunque estable y destinada a perdurar tanto tiempo como quisieren sus mismos
protagonistas. ,
f) Y, finalmente, por existir en ella la posibilidad de disolución mediante
mutuo acuerdo y otorgamiento de una escritura pública en tal sentido. Todo
lo cual la acerca de algún modo a algo que podría parecerse a un matrimonio
civil de la época, aunque sin los derechos y privilegios inherentes a éste.
Hay que distinguir muy bien entre este tipo de barraganía y las llamadas
mancebas o barraganas de clérigos u hombres casados, puesto que mientras el
primero era admitido socialmente desde un principio, al menos por la legisla-
ción civil —no así por la eclesiástica—, el segundo tipo fue condenado en todo
momento y en reiteradas ocasiones tanto por la Iglesia como por los códigos
de justicia, en especial desde los siglos ix-x en adelante, según tendremos oca-
sión de comprobar. Ésta es la causa de que, aún condenada explícitamente por
la Iglesia, la institución siguiera adelante durante toda la época medieval.

Este tipo de relaciones aparecen también durante la Alta Edad Media y en


algunos fueros de la Baja con la denominación de rapto o hurto; así ocurre,
por ejemplo, en el Fuero Real donde, aunque se recomienda que el matrimonio
debe hacerse «a bendición» y no por «hurto» se reconoce la simple unión estable
entre solteros como indisoluble, mientras los restantes fueros andaluces de la
época demuestran una gran permisividad en este tipo de relaciones ". En los
casos en los que el citado «rapto» tiene lugar, se procede por lo general a la
firma de uno de esos contratos anteriormente citados, para los cuales fue
siempre necesario el consentimiento otorgado por los miembros de la familia de
la mujer, dado que ésta era soltera ". Por lo demás, los términos en que se
redactaron son muy parecidos a los acuerdos matrimoniales establecidos ante
notario en la misma época °.
17 Voz BARRAGAN/A, Enciclopedia Jurídica Española, Barcelona, 1910; idem, Diccionario de
Historia de España, 1, Madrid, Revista de Occidente, 1979, pág. 352.
18 C. SEGURA, La mujer como grupo no privilegiado, pág. 232.
18 E. MONTANOS FERRIN, La familia en la Alta Edad Media española, Pamplona, 1980, epígrafe
sobre «El consentimiento familiar en uniones no matrimoniales., págs. 47-56.
° J. LALINDE Manta, Los pactos matrimoniales catalanes, .ARDE., XXXIII (1963), págs. 133.266.

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Hacia finales del siglo xv conocemos la existencia, entre los protocolos
notariales de Córdoba, de compañías de barraganía, firmadas entre personas
solteras, que constituyen testimonios de los más tardíos conocidos en este sen-
tido. Las mismas aparecen siempre bajo las denominaciones de compañía de
mesa y cama o compañía de casa mantener. Aunque no hemos encontrado nin-
gún documento en el que se trate del establecimiento de una de ellas, sí lo
hemos hallado para romperla: es decir, que cuando ambos contrayentes querían
proceder a su separación no tenían más que elaborar una escritura ante escri-
bano público declarando que hasta ese momento habían vivido abarraganados
y que ahora deseaban dejar de hacerlo, por lo que ambos se daban mutuamente
por libres, renunciando a cualquier derecho que pudieran tener sobre la otra
parte ". Los bienes y el régimen económico en tales uniones eran de carácter
común, tal y como ocurría en los matrimonios legítimos'.
Un aspecto interesante de estos contratos sería el problema de saber si los
contrayentes lo son en pie de igualdad o si, por el contrario, la mujer queda
de alguna manera sujeta o sometida al hombre. Esta idea la manifestaba ya
Gacto Fernández al indicar que, a través del estudio de los fueros medievales,
se encuentran expresiones muy significativas «en las que está presente la idea
de una manifiesta superioridad del hombre sobre la mujer ... y parece que no
se trata (en este tipo de relaciones) de la unión con un hombre en el mismo
plano de igualdad, sino de una sumisión total a su potestad» ". Ese mismo
espíritu parecen respirar estas escrituras del siglo xv, puesto que en la de
marzo de 1479, mientras que el individuo manifiesta «que ha tenido y tiene»
a la mujer, ella asegura haber estado algún tiempo «bajo su mano y a su querer
A. IstEsis FERRETROS, Uniones matrimoniales y afines en el Derecho histórico español, «Revista de
Derecho Notarial», LXXV-LXXVI (1974), págs. 71-107.
21 Citaremos únicamente dos casos para ejemplificar este tipo de documentos. En el primero,
Pedro de Burgos, tejedor, morador en la collación de San Andrés, dijo que «por cuanto él ha tenido
y tiene a casa mantener» a Mari García durante cierto tiempo, «sin haber entre ellos palabra de
matrimonio», ahora «por quitarse de pecado» la dejaba libre y como antes estaba, sin tener sobre
ella derecho ni poder alguno, para que la misma hiciere en adelante lo que ella quisiere; y la citada
Mari García dijo que «no embargante que algún tiempo estuviese en uno con el dicho Pedro de
Burgos bajo su mano y a su querer y mandamiento, que ahora se despedía y despidió de él y de
su compañía», dado que no había entre ellos palabra de matrimonio, pues no quería «estar más
a su mandado y jurisdicción», sino vivir como mujer soltera y disponer de ella según le pareciere;
y ambas partes juran cumplir este acuerdo ante el escribano y no romperlo so pena de 20.000 mrs.
para la parte obediente (1479-111-10, Archivo de Protocolos de Córdoba [en adelante APC], Of. 14,
leg. 13, cuad. 7, fol. 19 v.). En el otro ejemplo, un tal Cristóbal, vecino de la collación de Santa
Marina, e Isabel López, hija de un vecino de la de San Lorenzo, dijeron que «por cuanto hacía dos
años ... que estaban en uno abarraganados sin haber entre ellos palabra de matrimonio, salvo en
una compañía de mesa y cama, y por se quitar de pecado ambos dos», que rompían dicho acuerdo
dándose el uno al otro por libres y renunciando a los derechos que pudiesen tener sobre la otra
parte, acordando respetar este acuerdo so pena de 10.000 mrs. (1479-IV-2, APC, Of. 14, Perg. 13,
cuad. 4, fol. 2 r.).
21/ Así se demuestra en el acuerdo firmado por Juan de Yáñez, tabernero, y Constanza Ro-
dríguez, moradores en la collación de San Andrés, los cuales dijeron que «por cuanto ambos dos
estaban en uno a casa mantener», acordaban que todos los bienes muebles y raíces que ambos
tenían o tuvieren en adelante, que fuesen comunales, de manera que si en algún momento quisieren
apartarse, los puedan partir y dividir en partes iguales para cada uno de ellos, comprometiéndose
a guardar este acuerdo so pena de 20.000 mrs. para las labores de reparación de los Alcázares de
la ciudad (1479-VI-19, APC, Of. 14, leg. 13, cuad. 6, fol. 4 v.).
1,1 E. GACTO FstudNaaz, La filiacidn no legítima, pág. 43.

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580 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

y mandamiento». Con todo, es aún demasiado poco lo que sabemos sobre esta
institución para poder determinar nada en uno u otro sentido.
Ignoramos cuántas uniones de este tipo podían seguir existiendo y suscri-
biéndose a finales del siglo xv, pero lo que resulta indudable es su propia
pervivencia— atestiguada en Castilla a todo lo largo de la Edad Media— y el
hecho de que muchas de las legitimaciones concedidas por el monarca en estos
años lo fueron de hijos habidos de padres solteros: en concreto, las mismas
supusieron 42 sobre un total de 254 (16,53 por 100), que fueron las emitidas
entre los años 1474-1495.
Ello no quiere decir, por supuesto, que todas estas parejas estuvieran uni-
das por contratos de barraganía de una u otra modalidad, pero sí indica que el
grado de relaciones entre solteros era muy alto y que las uniones sexuales entre
los mismos eran más comunes o frecuentes de lo que la legislación jurídica
deja entrever, y ello a pesar de las reiteradas condenas de la Iglesia hacia ese
tipo de uniones y de los problemas de índole moral que planteaban, como los
indicados al principio de este apartado. Buena muestra de ello son esas declara-
ciones efectuadas al disolver el acuerdo de vida en común sobre la intención
de «quitarse de pecado» por parte de sus protagonistas que evidencian, bien
a las claras que, si bien su relación era aceptada desde un punto de vista jurí-
dico, la misma constituía una falta desde el punto de vista religioso, falta que
se suele traer a colación en el momento en que, por una u otra razón, esas
personas deciden romper su vínculo, más como excusa o justificación de tal
rotura que como causa real de la misma.
Sería de extraordinario interés el bucear en los archivos de protocolos cas-
tellanos en busca de contratos y escrituras de este tipo de relaciones, que sin
duda nos aportarían noticias sumamente interesantes sobre ellas y sobre las
costumbres familiares en la Baja Edad Media.

2. Las uniones ilegítimas

Este tipo de relaciones —que se caracterizan por estar protagonizadas, en


todo o en parte, por individuos desposados o ya casados, vinculados de una
u otra manera con la institución del matrimonio religioso— están mucho mejor
documentadas que las del caso anterior, fundamentalmente porque al revestir
un carácter más grave que el de aquéllas, más condenable por tanto desde todos
los puntos de vista (de ahí el hablar en este caso de ilegitimidad), dieron lugar
a la existencia de una más minuciosa reglamentación en orden a impedirlas y
produjeron, sobre todo en el siglo xv, un cuerpo documental mucho más am-
pilo del que son buena muestra tanto las escrituras contenidas en los protocolos
notariales de la época, como las conservadas en la Sección del Registro General
del Sello del Archivo General de Simancas.
Dentro de las mismas, cabe contemplar tres tipos diferentes de relaciones:
en primer lugar, y de forma capital, el adulterio, grave delito en la época, que
constituye tema obsesionante tanto de los diversos ordenamientos jurídicos de
la Castilla bajomedieval como de la propia mentalidad de la sociedad en que

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 581

se produce; indisolublemente unido a él, pero con un carácter diferente, encon-


tramos el problema de las mancebas de hombres casados. En segundo lugar se
situarían las relaciones incestuosas, de las que se nos han conservado, desde el
punto de vista documental, casi siempre las realizadas por los casados, bien en
el marco del propio matrimonio, bien en situaciones de adulterio próximas a
aquél, puesto que las que sin duda existieron entre personas solieras o fami-
liares directos habrían producido una menor documentación, aunque contemos
con algún ejemplo de ello. Finalmente, la bigamia, en la que incurre con mayor
frecuencia la población masculina o, al menos, así aparece en la documentación
conservada donde son siempre los hombres quienes la protagonizan.
En todo este tipo de relaciones, la moral de la época, tanto civil como reli-
giosa, es sumamente clara y estricta, al considerarlas totalmente ilegítimas y,
por lo tanto, prohibidas, de manera que quienes las llevan a cabo no sólo están
violando el ordenamiento jurídico existente, sino también cometiendo un grave
pecado y arriesgándose a las penas en que, desde un punto de vista religioso,
puedan incurrir. De ahí el carácter pecaminoso que las mismas conllevan, así
como también su carácter delictivo que hace intervenir a la justicia civil o
eclesiástica con firmeza —una u otra dependiendo de las faltas cometidas y de
la naturaleza de sus ejecutores— para evitar su desarrollo, y la violencia Que
las mismas suelen llevar aparejada, violencia que se vierte tanto por la pasión
que las más de las veces demuestran quienes las sufren ante la gravedad moral
que tienen para ellos, como por parte de las penas en que, desde el punto de
vista judicial, los tales incurren.

A) El adulterio:

El adulterio es el modo de relación extraconyugal que más frecuentemente


aparece en la documentación consultada y el que presenta un más alto índice
de conflictividad unido a él. Esa relación, que es al mismo tiempo y según
hemos indicado un hecho delictivo, está contemplada en la casi totalidad de
los fueros que se redactaron en Castilla durante la Edad Media; y, del mismo
modo, numerosas disposiciones de Cortes y cánones conciliares aluden a ella.
En cuanto a estos últimos, cabe indicar que las condenas del adulterio por
parte de los concilios de la Iglesia se repiten a lo largo de toda la Edad Media
y las mismas se remontan a época visigoda, donde están ya testimoniadas las
primeras disposiciones en este sentido. La mayoría de ellas se limitan a señalar
un tiempo determinado de penitencia que la adúltera o el adúltero deben guar-
dar después de cometer dicha falta —tiempo que oscila entre 5 y 10 años y
que debe ser cumplido en un monasterio—, o bien señalan para los mismos la
excomunión cuando no existe arrepentimiento ".
La legislación civil actúa más estrictamente y cabe suponer que con mayor
eficacia. La misma se caracteriza por imponer, en lo que a este delito se refiere,
penas de máximo rigor, lo cual se debe no sólo a la gravedad dela falta come-
M. R. AM= IRISAR, La imagen de la mujer, pág. 20. Concilio de Cayonza de 1050, de
Gerona de 106$ y muchos otros.

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582 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

tida, sino sobre todo a tratar de evitar las situaciones de violencia y conflic-
tividad social que ese acto suele llevar aparejadas, así como los delitos parale-
los a los que el mismo da lugar ».
En ese sentido, las disposiciones recogidas en los diferentes fueros suelen
conceder al marido el derecho de matar a los adúlteros siempre y cuando los
sorprenda in fraganti, aunque veremos más adelante cómo ese derecho queda
en la práctica bastante matizado. En cualquier caso, lo cierto es que ese delito
comporta, no pocas veces, penas aflictivas y que, cuando no es así, éstas resultan
siempre considerables.
Refiriéndose en concreto a las dimanadas de la legislación foral, Gacto
Fernández distingue los casos en que:

a) La mujer es sancionada con una pena económica, de diferente alcance,


o bien con penas difamantes (pérdida de los vestidos, recorrer desnuda las
calles), aplicadas a veces alternativamente.
b) En que lo es con la pena capital, alcanzando entonces el rigor de la
justicia hasta aquellas personas que se atrevieron a prestarle ayuda.
c) Dejar al arbitrio del marido la pena con que quisiere castigar su in-
fidelidad.
d) El adulterio del varón casado, que se contempla en un número menor
de ordenamientos y cuyo castigo se limita, por lo general, al pago de una
sanción de tipo económico ».

A través de tales disposiciones se manifiesta que los fueros contemplan


de modo fundamental el adulterio de la mujer casada, al que atribuyen una
gravedad mucho mayor que al del otro cónyuge, de acuerdo al principio de que
el adulterio del marido no produce deshonra para la mujer, lo cual queda per-
fectamente reflejado, por ejemplo, en el código de las Partidas", así como en
numerosos fueros posteriores ». A lo que hay que añadir, además, el hecho de
que la mujer comete adulterio tanto estando casada como estando sólo des-
posada ", de manera que el marido la puede denunciar en cualquiera de estos
casos, así como en otros en que se pudiera dudar de la validez del matrimonio'''.

" E. GACTO FERNÁNDEZ, La filiación ilegitima, pág. 908.


" Ibidem, págs. 909-917.
Ibidem, pág. 908, nota 25.
" Así ocurre en los Furs de Valencia (J. HINOJOSA, La mujer en las ordenanzas municipa-
les, pág. 51), en el de Llenes (J. I. Ruiz DE LA PERA, La condición de la mujer, pág. 63), etc.
03 Así ocurre, por ejemplo, con Juan García de Montemayor cuando pone una denuncia por
adulterio contra su mujer Leonor Dfaz, viuda, con la que estaba desposado por palabras de pre-
sente (1489-V-26, Archivo General de Simancas [en adelante AGS], Registro General del Sello [en
adelante RGS], fol. 97).
" De esta manera, las Cortes de Toro de 1505 disponen que si alguna mujer, estando
casada o desposada por palabras de presente, cometiere adulterio, aunque se diga por cualquier
causa que el citado matrimonio no era válido (por ser parientes de consanguinidad dentro del
cuarto grado, porque alguno de ellos sea obligado con anterioridad a otro matrimonio, o porque
hayan hecho voto de castidad o de entrar en religión), que de cualquier modo el marido pueda
acusar tanto a la mujer como al amante, de la misma manera que si el matrimonio fuese verdadero
(Cortes, IV, pág. 216).

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 583

Por todas estas razones no es de extrañar que sean tantos los casos de
adulterio que se examinan en la Corte, tanto aquéllos referidos a denuncias pre-
sentadas por los respectivos maridos, como los presentados por parientes o
familiares de la adúltera o del amante, cuando aquél los ha matado o herido
de alguna manera.
La condición social que presentan los protagonistas de todos esos casos
suele ser de tipo medio, puesto que entre los oficios de los maridos engañados
aparecen, junto con alguno del sector primario 31. aauéllns propiamente urbanos
relacionados con las actividades artesanales o comerciales y correspondientes
a los grupos sociales medios de las ciudades ". Similar es el caso de los aman-
tes, entre quienes abundan igualmente los artesanos, criados, etc. ". En algún
caso, aparecen también personajes de la nobleza urbana -o al menos pertene-
cientes a los grupos privilegiados de las ciudades "- y del clero, cuya posición
entra en conflicto con los anteriores en los casos en que estos últimos protago-
nizan el papel de amantes y están en disposición de intervenir en la justicia,
o en el de aquéllos otros que, siendo maridos, pueden ahusar de la misma ".
De cualquier manera, lo que sí se advierte con claridad y quizá sea impor-
tante señalar, es que con frecuencia esos amantes que cometen el adulterio con
la mujer casada son personas conocidas o relacionadas de alguna forma con el
marido de aquélla con quien lo cometen y, en ese sentido, vemos aparecer en
la documentación criados, obreros u oficiales que trabajan con el marido, amigos
suyos, hermanos, etc., personas que, al estar cerca de las mujeres implicadas
e incluso en situaciones de trato diario con ellas, contarían con buenas posibi-
lidades para iniciar una relación de este tipo 38.
Otros caracteres de estas relaciones serían también importantes de estable-
cer. En primer lugar, cuál era el tiempo que esas personas llevaban casados en
el momento en que se produce el adulterio. Son muy pocos los documentos que

Segador (1477-X-3, AGS, RGS, fol. 35), vaquero (1477-X-3, Ibidem, fol. 48), pescador
(1492-V-10, Ibidem, fol. 564), etc.
a Relojero (1477-VIII-9, AGS, RGS, fol. 391), dorador (1477-XII-9, Ibídem, fol. 438), batihoja
(1487-V111-9, Ibidem, fol. 430), carpintero (1493-111-7, Ibidem, fol. 145), correero (1491-IX-15, Ibídem,
fol. 70), tejedor (1492-V-10, Ibidem, fol. 564), zapatero (1492-IV-30, Ibidem, fol. 51), broslador (1494-
1X-11, Ibídem, fol. 63), naipero (1491-11-18, Ibídem, fol. 304), etc.
" Así aparecen carpinteros (1495-V-12, AGS, RGS, fol. 282), zapateros (1492-IV-30, Ibidem,
fol. 51), espaderos (1491-11-18, Ibidem, fol. 304 y 1493-1-31, Ibídem, fol. 234), tejedores (1492-V111-14,
Ibídem, fol. 95), junto a criados de arcedianos (de Nájera, 1478-V11-13, Ibidem, fol. 65), de corre-
gidores (1489-V-26, Ibidem, fol. 97), criados del padre del marido (1492-VI-4, Ibídem, fol. 91), etc.
34 Alcaldes (de Arévalo, 1478-VII-3, AGS, RGS, fol. 88), clérigos (vid. legitimaciones) y otros
similares.
lo Así ocurre cuando se ordena al corregidor de übeda tome su juicio de residencia al
bachiller Frutos Gómez, alcalde que fue de esa ciudad, acusado de haber mandado ahorcar a Juan
de Cuenca que había cometido adulterio con su mujer (1494-X-11, AGS, RGS, fol. 494); o en el
caso en que Pedro Fernández, vecino de Córdoba, reclama que se le haga justicia por cuanto,
durante su estancia en la guerra de Granada, su mujer le habla cometido adulterio con Juan de
Luna, veinticuatro de la ciudad, el cual ahora la protegía mientras criaba un hijo suyo e impedía
el cumplimiento de la justicia (1492-V1-6, Ibidem, fol. 339).
24 En efecto, aparecen criados del marido (1479-IV-30, AGS, RGS, fol. 2), obreros suyos

(éste trabajaba en la carpintería del marido, 1491.11-28, Ibidem, fol. 92), un zapatero amigo del
marido que tenía también ese oficio (1492-IV-30, Ibidem, fol. 51), un hermano suyo (1490-III-s.d.,
Ibídem, fol. 579), etc.

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584 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

nos informan sobre este punto y el tiempo que señalan es muy diverso, oscilando
entre los 3 y los 22 años ", de manera que nada se puede concluir de ello.
Igual ocurre en cuanto al tiempo de duración de las relaciones entre los adúlteros;
además de la escasez de noticias con las que contamos, éstas resultan poco signi-
ficativas, aunque el espacio de tiempo es aquí mucho menor, al oscilar entre los
tres o cuatro meses y los dos o tres años P. En muy rara ocasión, esas relaciones
de adulterio se convierten en relaciones estables entre sus protagonistas; sólo
en uno de los casos examinados encontramos que el marido denuncia a su mujer
adúltera por cuanto la misma «estaba a casa mantener» con un tejedor de tercio-
pelo, «comiendo, viviendo y durmiendo en uno», pero estos casos de mancebía
no suelen ser el resultado común de un adulterio '". Sin embargo, cuando ocu-
rren hay que destacar que las penas impuestas a la mujer que vive adulterando
pero de manera estable con un individuo suelen ser menores, revestir menor
gravedad, que las primeras Tampoco suele ser muy frecuente, a la luz de la
documentación, que la mujer se convierta en prostituta a raíz del inicio de
tales relaciones; sólo en un caso lo tenemos así atestiguado 't. Y ello está posi-
blemente en relación con el hecho de que son muchas más las ocasiones en que
la implicada comete el adulterio con una sola persona que las que lo hace con
varias o de forma pública, sin negar tampoco la importancia de éstas ". Más
común suele ser el hecho de que algunas de estas mujeres tengan hijos adulte-
rando, hijos que incluso llegan a criar en el seno del propio matrimonio, una
vez disuelta dicha relación P.
Tras esbozar estos caracteres generales de los adulterios, tal y como apare-
cen en la documentación consultada, habría que comenzar su estudio distin-
guiendo perfectamente entre aquellos casos que son denuncias del marido hacia
la mujer adúltera (en orden a que se cumplan las sentencias dictadas contra
gr Tres años (1492-V-14, AGS, RGS, fol. 474), 4 años (1495-1.29, Ibidem, fol. 83), 20 años
(1494-IV-s.d., Ibídem, fol. 319), 22 años (1491-XI.15, Ibidem, fol. 141), etc.
Tres meses (1494-IV-s.d., AGS, RGS, fol. 567), 1 año (1480-V-30, Ibidem, fol. 177), 2 años
(1495-1-29, Ibídem, fol. 83) ó 3 años (1494-IX-1, Ibídem, fol. 35).
• De cualquier forma, algunos ejemplos sí existen sobre el particular: Carta para que se
prenda a Elvira, mujer de Pedro García, vecinos de Córdoba, que le hizo adulterio estando su
marido en la guerra de Granada, marchando con el amante a Vilches donde vivían «como marido
y mujer» (1492-1-17, AGS, RGS, fol. 136) o aquél otro caso en que mientras Diego de Ibono estaba
preso en la cárcel de la Inquisición su mujer vivía amancebada y en adulterio con un tal Jaime,
tejedor de terciopelo (1492-VIII-14, Ibídem, fol. 95); u otro en que el amante, tras matar al marido
—y regresar de cumplir su condena— toma como manceba a la viuda de aquél (1A94+1X-25, ibídem,
fol. 1).
4° E. Gxcro Feattbmez, La filiación ilegítima, págs. 917.921.
41 Ese es el caso de la mujer de Alfonso de Paulas, vecino de la ciudad de Sevilla, quien,
tras ser encerrada en un monasterio por su marido a causa de haberle cometido adulterio, se
escapó de él, volviendo a cometer adulterio con muchas personas más, «e se puso a la mancebía
a ganar dineros e se dava e ochava a quantos la querían» (1474-VIII-9, AGS, RGS, fol. 430).
R. CÓRDOBA, Violencia y adulterio, pág. 270.
Ese es también el caso de la ya citada mujer de Alfonso de Paulas (nota 41), que concibió
un hijo adulterando que aún llevaba en el vientre cuando éste la mató; y de la mujer de Alfonso de
Carmona quien, tras haber cometido adulterio, fue herida por su marido de lo cual le perdonó,
para luego volverse a marchar con un chapinero «tras haber tenido un hijo que parecía de otro»
(1495-IV-30, AGS, RGS, fol. 365); y, sobre todo, de Inés Fernández, de quien su marido se queja
que, tras cometer adulterio con Juan de Luna, cría en su casa un hijo adulterino amparada por la
veinticuatrfa del amante (1492-VI-6, Ibídem, fol. 339).

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 585

ella, o bien de que se persiga y aprese a los amantes, etc.), y aquéllos otros
que son causas seguidas al marido tras haber matado o herido, a causa de dicho
delito, a su mujer, al amante o a los dos conjuntamente. Esas causas o acciones
suelen ser emprendidas por los familiares de la víctima, quienes denuncian el
homicidio en cuestión, aunque hay que advertir que, más que condenas por
dicha causa, lo que aparecen en esa documentación son perdones de homiciano
para el marido, en virtud de alguna de las diversas razones que a continuación
señalaremos.
En cuanto a los primeros, es decir, los casos de denuncia del adulterio,
habría que comenzar indicando un hecho quizá sorprendente por su misma
frecuencia: el que el adulterio se produzca mientras el marido está ausente. Ya
señalábamos antes la relación de amistad o servido entre el ;parido y el amante
como motivo de oportunidad para el adulterio. Más importante aún que ella
sería la de ausencia del marido, documentada en muchos casos y por muy dis-
tintas razones ".
Aprovechando tales circunstancias es frecuente que se inicie la relación,
que llevará a los adúlteros a huir de la ciudad o villa donde se producen los
hechos en busca de una «nueva vida» en otro lugar; en este sentido, son prác-
ticamente todos los casos examinados los que indican que los amantes se ausen-
tan de la ciudad y entablan sus relaciones en un lugar más o menos distante
de la misma, para lo cual, y asimismo en no pocas ocasiones, se produce el robo
de bienes del marido '°.
Los documentos indican siempre que la mujer, «pospuesto el temor de
Dios y no curando de las penas y pecados en que por ello podría incurrir»,
abandona el hogar e inicia unas relaciones de adulterio que el marido va a de-
nunciar. En ocasiones, antes de que esa denuncia se produzca, los propios fami-
liares de la mujer o sus parientes allegados ya la han amonestado en el sentido
de que abandone su improcedente conducta y vuelva con el marido ".
Cuando la denuncia se produce, es frecuente ver buscar refugio a los adúl-
teros en iglesias o monasterios ", fortalezas o villas de señorío donde la juris-

“ Entre estas razones interesa destacar la de la guerra de Granada (Vid. R. C6RDOBA, Violen-
cia y adulterio, pág. 268, notas 10-13); a la misma habría que añadir las de trabajo (1477-X-3,
AGS, RGS, fol. 35, en que el marido había ido •a su labor de pan»; 1477-XII-9, Ibidem, fol. 438,
en que el mismo estaba trabajando en su oficio de dorador fuera de la ciudad, enviando «asaz
cuantía de maravedís y otros bienes y joyas que dice que él ganó en su oficio» a su mujer),
cautiverio (como es el caso de Fernando de Baeza, vecino de Torredonjimeno, que denuncia el
adulterio cometido por su mujer mientras él estaba cautivo en Granada, adonde fue llevado tras
haber sido hecho prisionero en la defensa de la villa de Alhama; 1490-111.29, Ibidem, fol. 202), etc.
R. C.úttoom, Violencia y adulterio, pág. 269.
Así consta en un perdón real concedido a Fernando de Lorca, quien había matado a su
mujer tras haberle ésta cometido adulterio reiteradas veces; perdón que consigue tras haber
obtenido el de los parientes de la víctima y la absolución por parte de la Audiencia de Sevilla,
especificando el documento que la misma «fue muchas veces castigada y amonestada por su
marido y parientes diciéndole guardase su honra» (1477-VIII-29, AGS, RGS, fol. 444).
4' Ese es el caso de una vecina de Sevilla que, tras cometer adulterio, se refugia en la

iglesia de San Juan, donde no se le podía aplicar justicia (1492-V-10, AGS, RGS, fol. 564); o el de
aquella adúltera que se refugia en la sevillana iglesia de San Clemente, donde no puede ejecutarse
la sentencia dictada contra ella por el asistente de Sevilla (I492-V-25, Ibidem, fol. 421); y aquél
en que los adúlteros se purieron a vivir en una casa contigua a la iglesia de San Gil, de donde

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586 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

dicción local no llega y donde son incluso amparados, en ocasiones, por los clé-
rigos o los alcaides de los citados lugares, de manera que se hace necesaria la
intervención de la justicia real ". Pero, como es lógico, antes de que ésta inter-
venga, ya lo ha hecho la justicia local en cada caso. Veamos, pues, cómo actúa
la misma.
En principio, hay ocasiones en las que ni tan siquiera es necesaria su in-
tervención. Me estoy refiriendo a aquéllas en que se produce el perdón de la
adúltera por parte del marido y la intención de ambos de volver a reiniciar
una vida en común, en cuyo caso es imprescindible que el marido engañado
otorgue una carta de perdón 'e. Denominadas desde el siglo my «cartas de perdón
de cuernos», muchas de ellas se nos han conservado entre las escrituras nota-
riales del siglo xv y consisten, sencillamente, en un reconocimiento expreso por
parte del marido del perdón que le concede a la adúltera, esté la misma presente
o no, realizado ante escribano público ". Con él, la mujer puede aspirar a obtener
tras sacarlos el alcalde y llevarlos a la cárcel, se presentó el vicario de la citada iglesia y los
reclamó y llevó consigo, teniéndolos bajo su protección (1491-VIII-19, Ibidem, fol. 115).
4, Así Isabel de Monroy, tras cometer adulterio contra su marido, se refugió en la fortaleza
de Monroy, donde estaba acogida y el mismo no podía apresarla (1494-IX-1, AGS, RGS, fol. 35);
y la orden para que se aprese a la mujer de Antón Jordano que, tras haberle cometido adulterio
y robado algunos bienes, se refugió en «ciertas fortalezas» donde la justicia local no llegaba
(1492-1.11, Ibidem, fol. 64); y aquel otro en que ambos adúlteros se refugiaron en la fortaleza de
Jerez, donde el alcaide de la misma, Pedro Ladrón, les amparó, estando la citada en compañía de
sus dos hijos y posesión de ciertos bienes del marido (1491-111-15, Ibidem, fol. 459).
a Estas cartas de perdón, al igual que las concedidas por los familiares de las víctimas
hacia el homicida por motivo de adulterio, son siempre necesarias para la obtención del perdón
de la justicia real. Vid. F. TOMÁS Y VALIENTE, El perdón de la parte ofendida en el Derecho Penal
castellano (siglos XVI-XVIII), «MIDE», XXXI (1961), págs. 55-114.
66 Esos perdones pueden ser concedidos sólo a la mujer o a los dos amantes. Así, Juan
Pintado, corredor de bestias, vecino de la collación de Santiago, «de su propia voluntad, sin
fuerza ni temor alguno» perdona a su mujer Ana Rodríguez «de todo y cualquier yerro y maleficio
de adulterio» que le haya cometido con cualquier persona hasta el día de la fecha, lo cual hace
de «manera buena y pura y sin condición alguna para siempre jamás», otorgando no causar daño
alguno a su mujer por esta causa, y además que se dé orden a todas las justicias que no la
prendan ni encarcelen, ni hieran ni maten allí donde la encontraren, sino que la pongan a merced
de los reyes para que ellos le puedan otorgar su carta de perdón (1479-V-17, APC, Of. 14, leg. 13,
cuad. 11, fol. 7 r.). Y Pedro González Montesinos, calderero, vecino de Córdoba, «de su propio
motu, libre y agradable voluntad, sin premia, sin fuerza y sin temor y sin constreñimiento alguno,
sino solo por honra y reverencia de Nuestro Señor y Redentor Jesucristo», otorga su perdón a
Leonor González, su mujer, del adulterio que le ha cometido hasta el día de la fecha con cuales-
quier personas, sin condición alguna, para siempre jamás, olvidando cualquier intención de ene-
mistad o agresión que pudiere haber contra ella, así como las acusaciones, denuncias o procesos
en esta razón efectuados, y dándola por libre en adelante, prometiendo que él no le hará daño
alguno en público ni a escondidas, y solicitando a los corregidores y demás justicias que no la
prendan, ni encarcelen, ni hieran, etc., y además suplica a los monarcas que les complazca per-
donar su justicia a la acusada y le otorguen su carta de perdón (1479-VI-16, APC, Of. 14, leg. 13,
cuad. 11, fol. 49 r.). Otros semejantes se encuentran en 1475-VI-6, APC, Of. 14, leg. 8, cuad. 1,
fol. 35 v. (en que Alfonso López, vecino en la collación de Sta. Marfa, perdona a Catalina Rodríguez,
su mujer, del adulterio cometido), 1475-VII.25, Ididem, Of. 14, leg. 8, cuad. 8, fol. 17 r. (un nuevo
perdón de Alfonso López hacia Catalina Rodríguez -corno el anterior-), 1476-IX-14, Ibidem,
Of. 14, leg. 9, cuad. 12, fol. 115 v. (Bartolomé García, pescador, perdona a su mujer Marina García),
1490-IX-14, Ibidem, Of. 14, leg. 23, cuad. 2, fol. 1 r.; 1490.V-24, Ibidem, Of. 14, leg. 23, cuad. 9,
fol. 25 v.; 1491-V111-13, Ibidem, Of. 14, leg. 24, cuad. 12, fol. 30 v. y muchos otros. Ejemplos de
aquellos concedidos a los dos amantes son el de Juan Martínez, tejedor, que perdona a su mujer
y a un tal Juan, hortelano, del delito de adulterio (1478-VIII-18, Ibidem, Of. 14, leg. 3, cuad. 2,

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 587

—y normalmente conseguir— el perdón real, tan necesario como el anterior


para quedar libre por la falta cometida ".
Cuando la denuncia tiene lugar, son muchos los fueros que recogen la
obligatoriedad, por parte del marido, de denunciar a los adúlteros conjunta-
mente o a ninguno de ellos "; sin embargo, observamos que no siempre ocurría
así y que, frecuentemente, el marido denunciaba exclusivamente a la mujer, bien
por desconocer al individuo o individuos concretos con los que aquélla habría
cometido el adulterio, bien por hallarse éstos fuera de su alcance.
Así pues, y cuando el marido efectúa esa denuncia ante las justicias locales
de su lugar de residencia, es usual que, mientras se inicie la causa, encierre a su
mujer en un monasterio, no sólo con la intención de que esté allí custodiada,
sino también de que realice una penitencia que la Iglesia ordenaba en similares
ocasiones U; en los casos en que no es así, lo más normal suele ser que la
adúltera vaya a parar mientras tanto a la cárcel pública ".
Cuando se inicia el proceso, el marido suele presentar testigos que declaran
para demostrar su acusación de adulterio, así como para atestiguar la mala
fama de la mujer en el barrio donde vivían, su actitud pública, etc. Tales tes-
tigos suelen ser presentados en número de tres en cada ocasión y lo son siem-
pre y cuando la justicia local no tenga ya, por si misma, evidencia del delito,
caso en el cual no son necesarios ».
Las sentencias dictadas a nivel local suelen condenar sólo a la mujer o bien
a los dos adúlteros, pero rara vez al adúltero solo En aquéllos dos casos
fol. 124 v.); y el de Gonzalo Martínez de Santillana, que perdona a la mujer y al amante que
habían estado viviendo en uno en la ciudad de Sevilla (1478-IX-19, Ibidem, Of. 14, leg. 3, cuad. 2,
fol. 200 v.).
« En efecto, una vez en posesión del perdón del marido, la mujer o ambos solicitan el
perdón de la justicia real. Así, María Sánchez recibe el perdón por el adulterio que cometió
contra su marido, Cristóbal Sánchez, carpintero, puesto que el mismo la había perdonado que-
riendo volver a hacer con ella «vida maridablc»; en este caso, es la propia mujer quien solicita
el perdón del monarca, al cual éste accede siempre y cuando sea cierto el perdón del marido
(1491-11-28, AGS, RGS, fol. 92).
as S. Cuiastaubrr, La mujer en el fuero de Cuenca, pág. 306; esta disposición queda también
recogida en las actas de Cortes: Cortes de Toro de 1505, IV, pág. 216, en que se dispone que el
marido no pueda acusar de adulterio a uno de los dos adúlteros, sino a los dos a la vez o a
ninguno.
' Así sucede con aquella adúltera que, encerrada en el monasterio de Sta. María la Real,
no podía salir del mismo sin licencia expresa del marido y de la Superiora del convento, y com-
pañía de las monjas; al escapar de allí fue a parar a la cárcel pública (1477-VIII-9, AGS, RGS,
fol. 430). 0 también en el de aquella mujer que, sorprendida por el marido en adulterio, marcha
a un monasterio en busca de protección y penitencia (1491-11.28, Ibidem, fol. 92).
" Eso ocurre con Isabel Rodríguez, presa en la cárcel de Alcalá la Real al haberla denun-
ciado su marido por adulterio (1492-IV-10, AGS, RGS, fol. 247); o con Mayor Fernández de Castro
que, por la misma razón, estuvo presa en la cárcel durante cinco meses (1492-V-14, Ibídem,
fol. 474). También es frecuente que sean encerrados ambos adúlteros (1492-VIII.14, Ibidem, fol. 95).
O que la mujer espere sentencia en la cárcel de la Corte, cuando quienes la han apresado han sido
las justicias reales (1494-IX-11, Ibídem, fol. 63).
15 Tres testigos se presentan en 1477-X-3, AGS, RGS, fol. 35; 1491-VIII-4, Ibidem, fol. 169, etc.
Hay casos en que la culpabilidad es evidente; así, la justicia de Sevilla, al recibir la orden de
apresar a Isabel de Soto y a Jaime, tejedor, acusados de adulterio por el marido de la primera,
descubrió que vivían juntos, hallándolos «desnudos en una misma cama y con la cámara cerrada
y solos. (1492-VIII-14, Ibidem, fol. 95).
" Que se haga justicia a Juan de Salazar, vecino de Jerez, el cual habiendo denunciado a

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588 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

lo más usual son dos determinaciones: o bien se le entregan al marido para que
éste haga de ellos lo que quisiere ", o bien son condenados a pena de muerte
y pérdida de los bienes que quedan igualmente en poder de aquél ".
En cuanto al amante, son pocos los casos en que nos aparece su destino;
cuando esto ocurre, solemos encontrar que es también condenado a pena de
muerte o a destierro, siendo lo más frecuente que se deje en poder del marido
para que éste se encargue, en algunos casos, de matarlo —o de mandar que
sea ajusticiado por las autoridades, con frecuencia junto a la propia esposa—,
y en otras de otorgarle su perdón ".
Si el caso no puede ser resuelto a nivel local —cosa que ocurre en nume-
rosas ocasiones—, el marido elevará su denuncia ante la justicia real, que
actuará, en este sentido, mandando apresar a los adúlteros, ya sea cometiendo
esa obligación a las justicias locales, o bien, más frecuentemente, enviando un
representante suyo o a sus justicias junto con el marido". Cuando el caso llega
hasta la Corte suele ser, como ya hemos indicado, o bien porque los adúlteros
han huido de la ciudad, desconociéndose su paradero, o se han refugiado en
lugares donde la justicia local no puede intervenir, o bien porque el marido
desconfíe de la misma y quiera que el monarca intervenga en orden a tener un
juicio justo ". Por lo demás, las sentencias dadas por ella apenas difieren de
las ya examinadas anteriormente.
Otro problema que habría que abordar, en relación con el adulterio, es el
de aquéllos casos que tienen como resultado la muerte de sus protagonistas,
su mujer Catalina Fernández y a Diego Pierna por adúlteros, consiguió que los mismos fueran
detenidos y juzgados por el alcalde mayor de la ciudad. Pero mientras que el tal Diego era con-
denado por adulterio, la mujer era absuelta y dejada libre, diciendo que el delito no se le podía
probar, por lo que el marido pide que se revise el caso (1491-11-12, AGS, RGS, fol. 148).
in Así ocurre en 1478-V11.3, AGS, ROS, fol. 88; 1491-11-28, Ibídem, fol. 92; 1494-IX-11, Ibídem,
fol. 63. En ocasiones, además de ser entregados al marido, los adúlteros son condenados a la
satisfacción de una sanción económica, como es el caso de Diego, espadero, y Ana Vargas, mujer
de Antón Ortiz, que deben pagar una pena de 30.000 mrs. (1493-1-31, Ibídem, fol. 234). Y en
muchas otras, al producirse esa entrega, es el marido quien los mata en ese momento; por ejemplo,
tras serle entregados a Martín Sánchez su mujer, Antonia López, y su amante por los alcaldes de
Sevilla, este los mandó degollar públicamente y por justicia en la citada ciudad (1478-V1II.20,
Ibidem, fol. 70); o aquel caso en que, apresada la adúltera a la salida de Marbella, es entregada al
marido quien la mata a puñaladas (1495-X-23, Ibídem, fol. 274).
si Ese es el caso de dos adúlteros que son condenados por el alcalde de la ciudad de
Córdoba a muerte y pérdida de sus bienes y de los que hablan de devolver al marido (1492.11146,
AGS, RGS, fol. 132).
39 Lo normal es que el amante quede a disposición del marido, con lo que éste frecuente.
mente lo mata o manda ajusticiarlo (1478-V1II-20, AGS, RGS, fol. 70; 1479-IV-30, Ibídem, fol. 2;
1492-IV-30, Ibídem, fol. 51; etc.), si bien también puede darse el caso de que le perdone (1491-V-15,
APC, Of. 14, leg. 24, cuad. 11, fol. 7 r.). En ocasiones la justicia le condena a destierro, como es
el caso de Benito del Castillo que solicita autorización para entrar en Jaén a contraer matrimonio
con una mujer con la que se hallaba desposado, lo cual no habla podido hacer al estar condenado
a destierro por haber cometido adulterio con la mujer de Pedro Roiz (149041.13, Ibídem, fol. 15).
Ese es el caso de Elvira, mujer de Pedro García, quien, tras cometerle adulterio y en
su ausencia, se fue a las villas de Alcaudete y Vilches, donde vivía con el adúltero. Denunciado el
hecho por el marido ante la justicia real, el monarca manda a un alguacil junto con aquél para
prender a los citados amantes (14924-17, AGS, RGS, fol. 136).
•' La queja por parte del marido agraviado acerca del cumplimiento de justicia por parte
de loa poderes locales es bastante frecuente: 1477-VIII-9, AGS, RGS, fol. 391; 1477-X11.9, Ibídem,
fol. 438; etc.

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 589

de modo violento, a manos del marido. Ya hemos visto cómo, en ocasiones,


éste los mata después de que la justicia los ha condenado a serle entregados o
incluso a pena de muerte. Se trataría de estudiar ahora aquéllos otros en que
este hecho se produce sin intervención de la misma.
En primer lugar hay que destacar que, en el juego de pasiones que este
delito desata, nunca encontramos a la mujer —a la adúltera— asesinando al
marido de forma voluntaria ni de modo accidental; incluso son muy pocas las
ocasiones en que es el amante quien lo mata —en combate, por ejemplo—; en
realidad, este último hecho nos aparece sólo en uno de los documentos consul-
tados ", mientras que, por lo general, la violencia del amante hacia el marido
suele consistir en agresiones, amenazas u otros actos de similar naturaleza,
tendentes a conseguir su perdón, doblegar su voluntad, etc.".
Cuando el marido mata a los adúlteros —a uno de ellos o a los dos—, los
documentos justifican siempre ese hecho con fórmulas tales como «movido por
justo dolor y sentimiento de su honra» ", «poseído de tan justo dolor» ", «con
la vergüenza y el dolor que sentía» " y otras similares Se suele afirmar que,
a través de lo dispuesto en distintos fueros, el marido tiene derecho a matar
a los adúlteros cuando los sorprende cometiendo ese delito ", pero este extremo
no queda claramente reflejado en la documentación, en la cual aparecen situa-
ciones en las que el citado homicidio se justifica en virtud de la legislación vi-
gente " junto a otras en que el solo hecho de hallarlos cometiendo el mismo
no parece dar derecho al marido para matarles "; en ese sentido, habría sido
necesaria la obtención de un mandamiento de las justicias en el que se facultara

01 Mandamiento para que se informe si Pedro de Castro, vecino de Castro del Río (Córdoba),
vive con la mujer de Diego de Córdoba, con la cual estando cometiendo adulterio mató a su
marido y fue condenado a galeras (.e nos le mandamos echar en las galeras que andavan por la
mar del conde de Trevento, nuestro capitán.), viviendo luego algún tiempo en la costa norteafricana
y regresando con posterioridad a Castro del Río, donde le fue concedido el perdón; pero, al parecer,
ahora vivía amancebado con la mujer con la que adulteró (1494-IX-25, Ibidem, fol. 1).
M A veces el amante amenaza al marido para que otorgue su perdón a la mujer (1477-XII.9,
AGS, RGS, fol. 438). En otra ocasión, tras darle una cuchillada, los adúlteros obligan al marido
a que perdone a la mujer si no quería perder la vida (1489-V-26, Ibidem, fol. 97); etc.
" 1478-VII-13, AGS, RGS, fol. 65.
1480-IV-15, AGS, RGS, fol. 85.
N 1477-VIII-4, AGS, RGS, fol. 430.
*7 A. BONILLA Y SAN MARTIN, El fuero de Llanes, .Revista de Ciencias Jurídicas y Sociales., I
(1918), págs. 97-149; citado por J. I. Rurz DE LA PEÑA, La condición de la mujer, pág. 63; S. CLA-
num«, La mujer en el fuero de Cuenca, pág. 306; L. M. IMEZ DE SALAZAR, La mujer vasconavarra,
pág. 109; C. SEGURA, La mujer como grupo no privilegiado, pág. 233; etc.
es Por ejemplo, en un caso se declara que el marido, con ayuda de dos hermanos, .ejecu-
tando la venganza que por las leyes imperiales y de nuestros reinos le era otorgada en tal caso.,
habla matado a la adúltera (1477-X-3, AGS, RGS, fol. 48). En otro Gonzalo Fernández, vecino de la
villa de Moya, dijo que había matado a su mujer, que le cometía adulterio, «poseído de tan justo
dolor y porque fue informado de letrados que de justicia por su propia autoridad podía proceder
de hecho contra su mujer» (1480-IV-15, Ibidem, fol. 85).
M Así, Pedro de Torbarán, vecino de Guadalajara, que había matado a su mujer por
adulterio «pero hubo culpa al no hacerlo como las leyes de nuestros reinos quieren» (1484-VII-6,
AGS, RGS, fol. 98); y otro caso en que se declara que el marido había matado a la adúltera
«pero no de la forma y orden que las leyes de nuestros reinos quieren y mandan» (1492.111-30,
Ibidem, fol. 72).

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590 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

al marido para disponer de los adúlteros a su voluntad, sin el cual el citado


homicidio sería ilícito ".
Debido a ello, es tan usual que el marido mate a los adúlteros sin ninguna
gestión previa, como que lo haga tras denunciarlos ante las justicias locales.
Esas justicias son siempre civiles (en ningún momento encontramos actuando
en estos casos a la justicia eclesiástica, a no ser que alguno de los protagonistas
sea clérigo) y, entre ellas, destacan los alcaldes mayores de las ciudades ", los
ordinarios ", el teniente de corregidor de las mismas " y el alguacil apare-
ciendo también en alguna ocasión los alcaldes de la hermandad ". Ellas son las
que normalmente se encargan de los casos de adulterio en un primer momento,
a no ser que el monarca haga intervenir algún magistrado de la Corte a petición
del denunciante".
La sentencia que más frecuentemente suelen emitir para el marido homi-
cida es la de pena de muerte ", aunque en algún caso justificado le absuelven
de dicha acusación ". Ante esa pena de muerte, el acusado no puede sino elevar
su causa ante la Corte, donde el rey confirmará su sentencia o bien, más común-
mente, la conmutará por una menor " o le otorgará su perdón.
Para obtener ese perdón, el homicida debe acogerse a una de estas tres
soluciones:
a) Obtener el perdón de los parientes de la víctima (hasta el cuarto grado)
quienes, reconociendo como justo el homicidio, absuelven de culpabilidad al
marido. Esos perdones son enormemente frecuentes en la documentación ma-
nejada " y son, también, absolutamente necesarios para conseguir el perdón real
70 Así es el caso en que las justicias, al no presentarse la mujer a los requerimientos efec-
tuados de diez en diez días durante el plazo de un mes, dan a la misma por adúltera y culpable,
otorgando al marido carta para que se le entregue donde quiera que estuviere y él pueda matarla
o hacer de ella su voluntad (1477-X-3, AGS, RGS, fol. 35); o el caso en que Francisco de Santiago
es perdonado de la pena de muerte a que había sido condenado por la justicia de Jerez de la
Fronetra a causa de haber matado a su mujer, que le cometía adulterio, sin autorización legal:
«porque vos por vuestra propia autoridad, sin mandamiento de juez ni de alcalde, fezistes la
dicha muertes (1487-VI-30, Ibidem, fol. 33).
71 1477-V111-9, AGS, RGS, fol. 391; 1491-11.12, Ibidem, fol. 148; 1491-VIII-19, Ibidem, fol. 115;
1492-V-25, Ibídem, fol. 421; 1492-VI-6, Ibidem, fol. 339; etc.
72 1495-X-23, AGS, RGS, fol. 274.
7' 1492-V-14, AGS, RGS, fol. 474; 1494-IX-3, Ibidem, fol. 62; 1485-VI-18, Ibidem, fol. 188.

74 1477-VIII-9, AGS, RGS, fol. 430.


74 1492-V-28, AGS, RGS, fol. 620.
7' 1478-VII-3, AGS, RGS, fol. 88; 1480-IV-15, Ibídem, fol. 85; etc.
77 1485-11-6, AGS, RGS, fol. 228; 1487-VI.6, Ibidem, fol. 31; 1492-VI-4, Ibídem, fol. 91.
01 1477-V111-29, AGS, RGS, fol. 444.
7' Ese hecho lo tenemos atestiguado en diferentes casos; por ejemplo, en uno de ellos el
monarca conmuta la pena de muerte por la de cuatro meses de destierro de la ciudad para el
homicida (1485.11-6, AGS, RGS, fol. 228); en otro caso, la citada conmuta se produce por la
de una pena de 12 meses de destierro (1487-VI-30, Ibídem, fol. 33). Por lo general, esos cambios se
producen obedeciendo a una causa determinada: bien porque se hayan aportado nuevos datos al
proceso o porque de ese modo se trate de recompensar determinados servicios prestados por el
homicida a la Corona con anterioridad al hecho delictivo, etc.
so En un caso, el homicida obtiene el perdón del padre de la víctima (1477-X-3, AGS, RGS,
fol. 48); en otro, el rey le otorga el perdón a condición de que consiga el de los parientes (1487-VI4,
Ibidem, fol. 31). También, 1490-XII-15, Ibídem, fol. 128; 1492-VI-4, Ibídem, fol 91; 1444-X-31, Ibídem,
fol. 15; 1495-X-23, Ibídem, fol. 274; eta.

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMED1EVAL 591
de esta manera, ya los otorguen los parientes de la mujer asesinada o los del
amante, cuando ha sido éste quien ha resultado muerto ". En cualquier caso,
tales cartas de perdón se conservan entre las actas notariales de la época sa e,
incluso, en algún caso, los documentos procedentes del Registro General del
Sello relacionan el número y calidad de parientes que otorgan el citado perdón ".
b) Obtener ese perdón real a través de servicios prestados por el homi-
cida, ya sea en la guerra o en algún otro negocio de la Corona, el cual se con-
cede a causa precisamente de esos servicios ".
c) Acogerse a uno de los diferentes privilegios de homicianos existentes,
sirviendo durante un tiempo, a cambio de lo cual el monarca le perdonará su
delito aunque se seguirá reconociendo la existencia del mismo ".
En definitiva, y dado que por cualquiera de estos tres medios el homicida
puede obtener el perdón real, es muy difícil que una sentencia de pena de
muerte, dictada por la justicia local, contra el marido que ha matado a la adúl-
tera, llegue a ejecutarse. En este sentido, sí podemos hablar de que ese derecho
«restringido» que tiene el marido de matar a los adúlteros es, en la práctica,
una posibilidad real, no sólo por cuanto está permitido por los fueros y otros
ordenamientos jurídicos coetáneos, sino también porque no es un delito dema-
siado severamente juzgado por la sociedad y porque, en cualquier caso, existen
mecanismos suficientes para garantizar al individuo, antes o después, el perdón
del mismo.
Un último dato a tener en cuenta en la tipificación del delito de adulterio
es que jamás —según hemos indicado— interviene en el mismo la justicia

el Así, Pedro de Velasco, zapatero, que obtiene el perdón de los parientes de Alfonso de
Toledo, zapatero también y amigo suyo, a quien él había matado en un combate con espadas a
causa de estarle cometiendo adulterio con su mujer (1492-IV-30, AGS, RGS, fol. 51).
se De este tipo se nos conserva incluso un caso en que es el primo de la adúltera quien
concede el perdón al marido homicida, posiblemente al ser el familiar más cercano de aquélla
(1470-IV-20, APC, Of. 14, leg. 6, cuad. 3, fol. 70 v.).
• Así aparece en el caso en que los parientes de la mujer perdonan a Juan de Tapia, quien
la había matado por estarle cometiendo adulterio. Entre ellos, se cita a Martín Fernández de
Castro, padre de la muerte, y su hijo; Elvira González, mujer de Fernando González de León,
difunto, y Mari González, su hija; Catalina Gutiérrez, mujer de Pedro Gutiérrez de Bujalance;
Catalina Gutiérrez, mujer de Juan García de la Maestra; Alfonso de Cáceres, Clemente Gutiérrez
de León, Pedro de León —hijo de Fernando Gutiérrez de León—, todos ellos vecinos de Jaén; Elena
González de León, mujer que fue de Pedro, tintorero, e Inés Gutiérrez, su hija, vecinas de
Granada. Todos ellos parientes de la muerta dentro del cuarto grado (1494-X-31, AGS, RGS, fol. 15).
" Entre esos servicios podemos citar la lucha contra «el adversario de Portugal» (1477-X-15,
AGS, RGS, fol. 92), la participación en las campabas de la guerra granadina (1476-11-26, Ibidem,
fol. 836, en que se le perdona la muerte de su mujer «porque él estuvo sirviendo a su costa el
tiempo por los monarcas ordenando (...) y catando algunas pérdidas y daños que en el servicio
del rey ha recibido», 1490-XII-15, Ibidem, fol. 128, en que se le perdona por su participación en la
toma de Baza; etc.) y otros.
Por ejemplo, al de Alhama (1484-V11, AGS, RGS, fol. 98, donde había que servir un
año), Xiquena (1487-111, Ibidem, fol. 5), Salobreña (1492-111-30, Ibidem, fol. 72, donde había que
servir igualmente un año), Santa Fe (1492-V-15, Ibidem, fol. 222, en que era necesario servir nueve
meses), etc. Véase el trabajo de F. ALIJO HIDALGO, El privilegio de homiclanos de Antequera, «Baeti-
ca», I. Un caso muy conocido de haber utilizado el privilegio de homicianos es el del marido de
la mujer que cometió adulterio con los comendadores de Córdoba, citado por M. A. Oarí Bastortrz,
Córdoba en la época de luan de Mena, «Boletín de la Real Academia de Córdoba», LXXVI (1957),
pág. 252, aunque equivoca las fechas.

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592 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

eclesiástica que sí lo hará en otros tipos de relaciones extraconyugales que son


consideradas más corno pecado que como delito. Lo que sí ocurre en ocasiones
es que se produce un conflicto de competencias e intereses entre ambas debido
al hecho de que alguno de los protagonistas sea un eclesiástico a' o a que los
adúlteros, en su huida, se refugien en lugares sagrados donde puedan ser am-
parados por los clérigos de los mismos ". Aparte de estos dos, todos los demás
casos pasan únicamente por ser resueltos a través de procesos civiles similares
a los aplicados a cualquier otro tipo de faltas.
En definitiva podemos conduir que, tanto a través del volumen de docu-
mentación conservado, como considerando la gravedad que esa falta tenía para
los contemporáneos, la de adulterio es la relación extraconyugal que reviste
mayor importancia de las que se producen entre dos personas —alguna de ellas
casada— en la sociedad castellana bajomedieval, y especialmente el adulterio
femenino.
Al contrario de lo que ocurre con el adulterio femenino, el masculino
parece haber sido una falta escasamente considerada en la época y cuyas reper-
cusiones nunca llegaron a aproximarse a las de aquél. Esto es así hasta tal
punto que rara vez se emplea, en el siglo xv, la palabra «adulterio» para refe-
rirse a las relaciones sexuales que los individuos casados mantienen fuera del
matrimonio. Es de suponer que ello obedece de manera fundamental a la idea,
expuesta con anterioridad, de que la infidelidad del marido no produce des-
honra para la mujer, por lo que al ser ésta la depositaria del honor y ser por
ello quien comete la falta, es frecuente que el adulterio del hombre aparezca
siempre bajo la fórmula de «mancebía de hombres casados». Esto es suma-
mente importante, porque si bien en el caso del adulterio femenino es la mujer
quien lleva el tanto por ciento más alto de responsabilidad —su falta es mu-
chísimo más grave que la de aquél con quien comete el adulterio—, en el caso
del masculino es también la mujer, en este caso la manceba, quien asume el
papel más pecaminoso en esa relación y hacia quien van dirigidas, por lo tanto,
las penas más graves.
También en este caso dicha falta, además de ser un pecado, es un delito,
una agresión a los ordenamienos jurídicos y a los ideales morales de la sociedad
en que se produce. Por ello la Iglesia condenó reiteradas veces, sobre todo en
disposiciones conciliares, el adulterio masculino, y lo hizo ya desde fecha muy
temprana, puesto que tenemos atestiguado que, en el XII Concilio de Toledo,
celebrado el año 681, se establece que la mujer no puede ser abandonada por
su marido y cualquiera que dejase a su esposa por la compañía de otra mujer
sería privado de la comunión eclesiástica hasta que volviese a estar en su com-
pañía u.

es Un clérigo de corona puso pleito a los alcaldes ordinarios de Sevilla por haberle juzgado
por procedimiento civil (1484-VII, AGS, RGS, fol. 98); y Alfonso de Paulas, condenado por haber
dado muerte a su mujer, fue preso en la cárcel del arzobispado de Sevilla al ser igualmente clérigo
de primera corona (1477-VIII.9, Ibídem, fol. 430).
" Véase nota 47.
M. R. Avauz, La mujer y su proyección familiar, pág. 21.

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 593

La condena eclesiástica es recogida y desarrollada por la legislación civil;


en primer lugar, por los diferentes fueros, en los cuales el amancebamiento de
los hombres casados es contemplado como un delito, no sólo del adúltero, sino
sobre todo de la manceba; por ello, entre las diferentes penas que los mismos
señalan para los infractores, destacan la de azotes —que por lo general suelen
darse a ambos—, el destierro o penas económicas ».
Más importantes que las penas ordenadas en la legislación foral y, por
lo que sabemos, más generalmente aplicadas durante el siglo xv, fueron las
establecidas en el mismo sentido, durante la segunda mitad del siglo my y en
el propio siglo xv, por las Cortes castellanas. Aunque el problema del amanceba-
miento, referido sobre todo al caso de los clérigos, es contemplado en las mis-
mas con anterioridad, en el aspecto concreto de los hombres casados las dis-
posiciones más importantes se toman en las Cortes de Briviesca, convocadas
por Juan I en el año 1387, en las que se dispone que ningún casado tenga
manceba públicamente; la pena sería la pérdida de la quinta parte de sus bienes
(hasta cuantía de 10.000 mrs.) por cada vez que se produjera la infracción,
cantidad que sería entregada a los parientes de la manceba a fin de que sirviera
de dote para su casamiento y, si ella no quisiere, sería repartida por tercios
entre la cámara real, la ciudad donde la falta fue cometida y el acusador. Por
lo demás, la manceba había de pagar una sanción consistente en un marco de
plata ».
Esas disposiciones fueron refrendadas y, en parte, corregidas hacia el final
del siguiente siglo en las Cortes de Toledo de 1480, en las que el título 71
está referido al problema de las mancebas de clérigos y casados «porque es
cosa honesta y decente quitar la ocasión a los eclesiásticos y religiosos y a los
hombres casados de hallar mujeres que públicamente quisieren ser sus man-
cebas» ". Esta declaración previa a la ley nos muestra ya una cierta tendencia
a considerar a las mancebas como culpables de dar «ocasión» a los clérigos y
casados de entablar y mantener con ellas relaciones sexuales. Por ello, para las
mismas se establecieron las siguientes penas:

— Por la primera vez que fueren halladas, un marco de plata «como


aquella ley dispone» (se refiere a la citada de Briviesca de 1387).
— Por la segunda, destierro por un año de la ciudad y marco de plata.
— Por la tercera, cien azotes públicos y marco de plata.

Aquí encontramos combinadas, por lo tanto, las tres penas a las que antes
nos referíamos a la hora de hablar de los fueros (multa, destierro y azotes) y,
como tendremos ocasión de comprobar acto seguido, las mismas fueron apli-
" La mayoría de fueros desarrollan la pena de azotes como la más comúnmente aplicada
al adúltero y a su manceba y, entre los que así lo establecen, destacan los fueros de la familia
de Cuenca-Teruel (E. Gscro FERNÁNDEZ, La filiación ilegítima, págs. 919-921; S. CLARAMUNT, La mujer
en el fuero de Cuenca, pág. 307). En cuanto a las penas de destierro o multa, son muy variadas, y
dependen de la decisión de la justicia en cada caso. Además, no todos los fueros contemplan este
delito ni en todos ellos queda expresado en términos de idéntica gravedad.
" E. Mrrata, Mujer, matrimonio y vida marital, pág. 85.
it Cortes, IV, pág. 143.

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594 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

cadas con bastante puntualidad por parte de la justicia en la segunda mitad


del siglo xv. Por lo demás, se deja en su vigor la ley establecida en Briviesca
que condenaba a los casados que tuvieren manceba a la pérdida del quinto
de sus bienes.
A través de la documentación conservada, es posible suponer que esta
situación estaba bastante extendida en la época, aunque de ella no se nos
hayan conservado tantos testimónios como de adulterio femenino o de man-
cebía de clérigos. Lo que más abunda en la misma son las denuncias o recla-
maciones efectuadas por las esposas de aquéllos que viven amancebados en
orden a que la justicia se encargue de hacer regresar al marido a su lado ",
aplicar al mismo las penas en que por ese motivo haya podido incurrir " o bien
reclamar sus bienes dotales, que el individuo en cuestión esté utilizando para
la manutención de la manceba ". En estos casos, el marido se nos aparece
como el principal responsable de tales relaciones, existiendo relativamente pocas
disposiciones referentes a las mancebas.
Tales incitativas van dirigidas fundamentalmente a los corregidores de cada
localidad, quienes aparecen así como los encargados de conseguir la separación
del individuo y su manceba, o bien de tomar de él y de ella las correspon-
dientes penas ". Hay también ocasiones en que la denuncia se formula desde
la otra parte, es decir, por la familia de la manceba, como es el caso de un
marido que reclama de la justicia que su esposa sea apartada de aquél con
quien vivía amancebada ".
El resultado de todas esas denuncias son numerosas órdenes dirigidas a los
implicados conminándoles a dejar, en un plazo de tiempo breve, a sus mancebas;
esos requerimientos se efectúan en repetidas ocasiones, pero se hacen de una
manera muy suave, sin apenas amenazas, sino únicamente indicando la conve-
niencia de que esa separación se produzca, así como la vuelta con su mujer ".

so Así, la carta en que se ordena prender a Alfonso Sánchez, sacristán, y su manceba, vecinos
de Pozoblanco, acusados de adulterio por la mujer del primero (1489-VIII-19, AGS, RGS, fol. 135);
y 1490-XII, Ibidem, fol. 117.
ag Carta de Inés Alfonso demandando a su marido Miguel de Baena, que en los tres últimos
años vive amancebado con una tal María la Magana en la ciudad de Baena, pidiendo le sean apli-
cadas las penas en las que haya podido incurrir por ese hecho (1489-VI-20, AGS, RGS, fol. 90).
94 Así, María Rodríguez reclama que le sea devuelta la dote que aportó en su casamiento
con Lope Sánchez, por cuanto él mismo la utilizaba en el mantenimiento de su manceba Catalina
de Sigüenza, vecina de Jaén (1490-IX-2, AGS, RGS, fol. 93).
95 1490-XII, AGS, RGS, fol. 117; 1495-IV-30, Ibidem, fol. 341.
I/ Como el caso en que Francisco Gutiérrez, vecino de Murcia, acusa al corregidor de esa
ciudad de tener por manceba a su esposa Isabel Ruiz (1495-VIII-8, AGS, RGS, fol. 93).
or En este sentido, podemos citar los siguientes documentos: carta para que el corregidor
de Jerez de la Frontera aparte a Pedro Riquel de una manceba, a petición del padre de su esposa
(1490-111.11, AGS, RGS, fol. 381); carta para que Fernando Gumiel, vecino de Medina del Campo,
se separe de su manceba y haga vida maridable con su esposa (1490-VIII, Ibidem, fol. 127); carta para
que el corregidor de Badajoz obligue a Diego de Chaves, regidor de la citada ciudad, a dejar a su
manceba y hacer vida con su mujer (1491-VI-4, Ibidem, fol. 154); carta para que el alcalde de
Villafranca haga vida con su mujer y deje a su manceba (1494-111.10, Ibídem, fol. 207); carta para
que Juan de Meneses, vecino de Talavera, se separe de la manceba que ha tenido públicamente,
por cuanto está desposado y por dicha causa aún no ha contraído matrimonio (1495-VI.22,
fol. 58); etc.

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RELACIONES EXTRACONYUGA LES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 595

A través de ambos tipos de documentos, podemos concluir que los delitos


en que más frecuentemente incurre el adúltero, aparte por supuesto del de
vivir amancebado, son los de abandono del hogar, secuestro y utilización de
los bienes dotales de su mujer " e, incluso, el vivir públicamente con su man-
ceba en la misma localidad en que aquélla lo hace lo que constituye un motivo
adicional de ofensa para la misma ".
Por todo ello, las penas en que más comúnmente suelen incurrir los adúl-
teros son la de pérdida del quinto de los bienes i", o bien la del secuestro de
los mismos, que son entregados a otra persona o quedan para la cámara real "'.
En cuanto a las mancebas, suelen ser condenadas en las penas dispuestas por
las Cortes de Toledo: un marco de plata 102 o destierro 103 .
En definitiva, a través de esta documentación se evidencia con claridad la
idea, ya manifestada por Claramunt en lo referente a la legislación foral 104 , de
que mientras que el hombre soltero que tiene manceba no incurre en delito
alguno, la manceba de hombre casado —así como la de clérigo— es tratada
con el mismo rigor lo mismo si es soltera que si es casada, de manera que para
ambas se disponen penas equiparables.
Y también la que apuntábamos al principio: en la época, el adulterio mascu-
lino no es, en absoluto, comparable al femenino, en cuanto a gravedad de la
falta cometida y sanciones impuestas por la misma, sentido en el cual se aprecia
una clara discriminación hacia la mujer que, por lo demás, está plenamente
justificada en la mente de los contemporáneos quienes, al hacer de la mujer
sujeto del honor familiar, están haciendo recaer sobre ella las máximas respon-
sabilidades a la hora de cometer faltas de carácter sexual.

B) El incesto:

Para comprender plenamente este tipo de relación extraconyugal debemos


tener presente, en primerísimo lugar, que la misma no tiene en la época el
carácter que actualmente reviste para nosotros. Mientras que para los hombres
la Carta de seguro a favor de Juana Díaz que teme de su marido que vive con una manceba
en la villa de Ceinos y con la cual gasta los bienes dotales de la primera (1490-IX-2, AGS, RGS,
fol. 93 y 1493-VIII.22, Ibidem, fol. 264).
1489-VI.26, AGS, RGS, fol. 90; 1490-IX-2, Ibidem, fol. 93; etc.
103 Que no se moleste a Alfonso Fernández de Rojas, escribano público de Écija, a quien se
acusa de vivir en mancebía con la criada que tomó para cuidar de su casa luego que su mujer
le había cometido adulterio y había sido condenada a pena de muerte y ejecutada; por esta razón,
se le había tomado el quinto de sus bienes, que se ordena le sean reintegrados (1492-V-15, AGS,
RGS, fol. 501).
101 Secuestro de los bienes de Pero Díaz Niño, que se encontraba viviendo abarraganado en
Setenil, sin haber llevado a su mujer y familia. Sus bienes se le otorgan a Benito de Ateza
(1490.11.15, AGS, RGS, fol. 152).
1493-V11.5, AGS, RGS, fol. 125.
1,4 Mandamiento para que, previa información, se destierre de la villa de Medina del Campo
a Isabel Velázquez, manceba de Fernando González (1489-IX-7, AGS, RGS, fol. 78); otro al gober-
nador y alcaldes mayores del reino de Galicia, que hagan justicia a Juan Roza, vecino de Santiago,
sobre razón del destierro de su mujer a pretexto de ser manceba de Juan de Medina (1494-1-30,
Ibidem, fol. 58).
1,4 S. CLARWUNT, La mujer en el fuero de Cuenca, pág. 307.

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596 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

del siglo xx ésta es una falta moral consistente en las relaciones sexuales de
familiares cercanos, en la Baja Edad Media se considera como incestuosa toda
relación que afecta a parientes que lo son dentro del cuarto grado e incluso
otros cuyas afinidades son de tipo exclusivamente jurídico o «político». Y, en
segundo lugar, del mismo modo que vimos en el caso del adulterio, tales rela-
ciones no sólo constituyen un atentado contra la norma sexual, sino un delito
tipificado y penado desde un punto de vista jurídico, y castigado con seve-
ras penas.
Como tal delito sexual es contemplado por la legislación eclesiástica alto-
medieval. Así, entre los visigodos, el Liber prohibe los matrimonios entre pa-
rientes dentro del sexto grado 105 e, incluso, el Concilio de León de 1173 llegó
a prohibirlos hasta el séptimo grado 106 . Fue en el siglo xru, a raíz de la celebra-
ción del IV Concilio de Letrán, cuando el margen de consanguinidad permitido
quedó reducido al parentesco en cuarto grado, medida que se refleja tanto en
los concilios españoles de Lérida (1225) y León (1267) ica, como en la legisla-
ción civil coetánea: la ley XII del Título II de las Partidas establece en él el
limite de la prohibición 1". En cuanto a la legislación foral, los fueros de la
Alta Edad Media apenas si mencionan este problema dejándolo más bien en
manos de los particulares, de manera que es también a partir del siglo xin
cuando comienzan a contemplarse en los mismos el establecimieno de penas
para impedir las uniones incestuosas.
Así, según el Fuero Real, «el casamiento entre personas unidas por paren-
tesco en grado prohibido por la Iglesia resulta nulo, y el culpable ... debía in-
gresar en religión ... mientras que la unión con la mujer o concubina del hijo
o hermano (es castigada) con el destierro perpetuo y la pérdida de los bienes» m.
De modo que el incesto es aquí contemplado desde un doble punto de vista: el
de los matrimonios entre parientes y el del acto sexual entre ellos, aislado y
ocasional.
A través de la escasa documentación que sobre este tipo de uniones con-
serva el Registro General del Sello (consistente en poco más de una docena
de documentos) podemos tratar de apuntar algunas ideas que, debido a la par-
quedad de los datos suministrados por los mismos, no pueden tener el carácter
de conclusiones seguras. Así, se apreciaría, en primer lugar, una clara diferen-
ciación entre aquellos casos en que el incesto es cometido por personas que
han contraído matrimonio en un grado de afinidad menor del consentido (y,
en ese sentido, el delito lo cometen los propios cónyuges) y aquellos otros en
que sus protagonistas mantienen un tipo de relación accidental y episódica.
los M. I. PÉREZ DE TUDEU, La mujer castellano-leonesa del Pleno Medievo, pág. 72; para esta
época vid. especialmente R. FERNÁNDEZ ESPINAR, Las prohibiciones de contraer matrimonio entre
parientes en la época visigoda, «Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid», VI
(1962), págs. 351-416.
la A. ARRÁEZ GtrzmAti, lmdgenes de la mujer, pág. 41.
par ibidem.
la M. 1. PÉREZ DE TUDELA, La mujer castellano-leonesa del Pleno Medievo, pág. 72. Un estudio
sobre el grado de parentesco permitido en los enlaces matrimoniales durante la Alta Edad Media
puede verse en E. MONTANOS Pm:dm, op. cit., cap. «exogamia. Alcance del impedimento del paren-
tesco», págs. 29-31.
u» E. GACTO FERNÁNDEZ, La filiación ilegítima, pág. 905.

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 597

En cuanto a los primeros, habría que destacar que los matrimonios así
contraídos carecen de validez real y que, por lo tanto, la unión de esas dos per-
sonas se efectúa sin que medie entre ellos lazo legal o sacramental alguno.
Ello es perfectamente comprobable por el hecho de que los hijos habidos de
tales uniones pierden el derecho a la herencia de sus padres si no han sido legi-
timados con anterioridad'. En cuanto a los contrayentes de tales matrimonios,
encontramos parientes en tercer y cuarto grado m.
Las uniones sexuales de carácter accidental presentan también como prota-
gonistas, principalmente, a parientes en segundo y tercer grado ' pero, junto
a ellos, aparecen otros que no lo son directamente, sino que son parientes que
hoy llamaríamos «políticos», familiares del cónyuge no enlazados a través de
vínculos sanguíneos pero que, a efectos legales, se consideran parientes y por
lo tanto su unión es considerada como incesto'. En ocasiones, tales uniones
se realizan mediante rapto 1" o mutuo acuerdo ', pero en no pocas oportuni-
dades este delito aparece unido al del adulterio, adulterio que comete uno de
los cónyuges al entablar relaciones sexuales con un tercero que, además, es pa-
riente suyo Lis.
u* Tal es el caso reflejado en dos documentos fechados, respectivamente, en 1490-IX-2,
AGS, RGS, fol. 225 y 1491-IX-12, Ibidem, fol. 194, en los cuales Juan de Villafañe, abad de San
Guillermo y canónico de la iglesia de la ciudad de León, y Diego de Lorenzana, su procurador,
reclaman ante la justicia la posesión de ciertas casas en dicha ciudad por cuanto las habían de
heredar los hijos de Inés Rodríguez, viuda de Rodrigo de Villafañe, y de Pedro de Villafañe,
criado del marido que, cuando aquél murió, la tomó por manceba y hubo en ella ciertos hijos;
puesto que ambos eran primos y, por lo tanto, parientes en segundo grado, sus hijos no podían
tener derecho a la herencia por cuanto «eran incestuosos y nacidos de dañado coito» y «habidos
de coito dañado y muy reprobado», de manera «que el ayuntamiento carnal que en uno hubieron
fue incestuoso y los hijos nacidos de tal coito dañado no podían suceder al padre ni a la madre
según el derecho y las leyes de nuestros reinos». Por esta causa se encuentran legitimaciones de
hijos nacidos de uniones incestuosas, a fin de poder asegurar su herencia, como es el caso de
los hijos de Pedro Martínez de Ugao, habidos en Mari Sánchez de Ugao, pariente suya en tercer
grado, concedida a 10 de julio de 1473 (inserta en 1494-V-14, AGS, RGS, fol. 41; otro caso en
1486.11-18, Ibídem, fol. 34).
111 Así, un vecino de la villa de Carmona declara haber contraído matrimonio «no acatando
el deudo y parentesco que tenía» con Inés Mejía, pariente suya en tercer grado (1477-IX-20, AGS,
RGS, fol. 565); y Juan de Alcaudete, vecino de Loja, casa con Leonor Díaz de Alcaudete, pariente
suya dentro del cuarto grado (1490-V, Ibidem, fol. 176).
131 Así, Diego de Ocaña, vecino de Sevilla, declara haber cometido incesto con una viuda,
pariente suya en tercer grado (1491-1-15, AGS, RGS, fol. 53); y Juan de Villafuerte con Bruniste de
Tejada, su sobrina y pariente en segundo grado (1483-IX-15, Ibidem, fol. 192).
na Ese es el caso de Gonzalo Fernández Candil, vecino de Cazalla de la Sierra, que cometió
incesto con una hermana de su mujer (cuñada suya) llamada Francisca, de la que tuvo dos
hijos (1492-V-2, AGS, RGS, fol. 132). Lo que nos demuestra hasta qué punto era distinto en la
época el concepto de familia respecto del que hoy tenemos.
114 Ese es el caso de Diego López de Tejada y Alfonso de Tejada, su hijo, ambos vecinos
y regidores de la ciudad de Salamanca, quienes declaran que hace un año, estando Bruniste de
Tejada, hija del primero, en su casa en la ciudad de Salamanca y siendo doncella y menor de
edad de 17 años, se fue de la misma con Juan de Villafuerte y Diego de Villafuerte, su hermano,
y con Francisco de Ávila, a la hora de la medianoche «descerrajando las puertas y rompiendo
las paredes... y pusieron escalas para sacarla», y que desde entonces el citado Juan de Villafuerte
la ha tenido «y hecho de ella lo que ha placido», siendo tío suyo (1483-IX-15, AGS, RGS, fol. 192).
1489-11-14, AGS, RGS, fol. 4; 1489-VII.14, Ibídem, fol. 133, ambos referentes al incesto
cometido por Juan Coraxo y Marta Martínez, vecinos ambos de la ciudad de Trujillo; 1491-1-15,
Ibídem, fol. 53; etc.
us En efecto, sobre la docena de documentos antes mencionados, cinco de ellos reflejan la

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598 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

La duración de esas relaciones suele ser bastante prolongada, entre los doce
meses y los seis años 1", idea que contribuye a explicar lo frecuente de que se
produzcan hijos en tales uniones y de que éstas se realicen, por lo general,
con una sola persona —ya sea el cónyuge, aquél con quien se comete adulterio
u otra persona—, de modo que resultan muy raros los casos en que un indivi-
duo comete incesto con más de una 11D .
Las relaciones incestuosas traen también como consecuencia, de la misma
manera que veíamos al examinar el caso del adulterio, una serie de situaciones
de violencia y actos delictivos que sus protagonistas cometen y que les hacen
incurrir, aparte de en el propio delito de incesto, en otros paralelos tales como
los ya mencionados de rapto, abandono del hogar, huida, etc. Por evitar tales
situaciones y aquellas otras en las que está en juego el honor familiar, la justi-
cia castiga esta falta con penas de relevante gravedad.
En este sentido. hay que decir que la pena para quienes lo han cometido
no tiene una regulación precisa en los ordenamientos jurídicos, de manera que
la misma queda un poco al arbitrio de los encargados de administrar justicia.
En los casos en que dos personas han contraído matrimonio incestuoso, lo mis-
mo pueden ser perdonados por ello (dándose el matrimonio por nulo v que-
dando los cónyuges en la situación en que estaban antes de contraerlo) que
condenados, por ejemplo, a destierro 171 .
Por lo demás, y en cuanto a las penas señaladas para los incestos cometidos
en relaciones sexuales extraconyugales, hay que decir que éstas dependen mucho
de los actos delictivos que ese incesto haya llevado aparejados. En algún caso,
la mujer que lo comete lleva como castigo el hacer penitencia en un monasterio
perpetuamente'; en otros casos, sus protagonistas son condenados a la pérdida
existencia conjunta de ambos delitos: en el primero, Gonzalo Gómez de Cos, vecino de Ucieda
en el marquesado de Santillana, denuncia el adulterio cometido por su mujer con Pedro Díaz de
Ceballos, tío de la misma, vecino del concejo de Cieza en dicho marquesado (1491-111.1, AGS,
RGS, fol. 309); en otro, Diego Ruiz, vecino de Sevilla, denuncia a su mujer por haberle cometido
adulterio con Antón Ruiz, hermano del anterior, por lo que había incurrido también en incesto
(1491-111-18, Ibidem, fol. 446); y otro en que Gonzalo de Ciado, vecino del principado de Oviedo,
acusa a Suero de Caso de haber «dormido carnalmente» con su mujer, María de Quirós, pariente de
éste dentro del cuarto grado (1493-V111-5, Ibidem, fol. 108). Los otros dos casos son referidos a
adulterio e incesto cometidos por el marido: Fernando de Coca, vecino de Ciudad Real, reconoce
que hace siete años, estando desposado con Catalina de Olivar, tuvo «pendencia e acceso carnal»
con Juana de Olivar, hermana de aquélla (1491-IV-7, Ibidem, fol. 25); y 1492-V-2, Ibidem, fol. 132,
citado en nota 113.
117 1483-IX-15, AGS, RGS, fol. 192, en que las relaciones duraban un año en el momento de
la denuncia; y 1491-IV-7, Ibídem, fol. 25, en que hablan durado 6 años.
118 1490-1X-2, AGS, RGS, fol. 225; 1491-IX-12, Ibidem, fol. 194; 1491-IV-7, Ibidem, fol. 25.
119 Solo ocurre así en el caso de Gonzalo Fernández que, además de mantener relaciones
con la hermana de su esposa, hubo «ayuntamiento» con otras dos mujeres más, ambas parientes
suyas dentro del cuarto grado (1492-V-2, AGS, RGS, fol. 132).
1,0 Caso en que un individuo suplica el perdón real por cuanto, aún cuando había contraído
matrimonio incestuoso, no había intervenido en él fuerza alguna, y los monarcas se lo otorgan
(1477-IX-20, AGS, RGS, fol. 565).
lit Alzamiento de destierro a Juan de Alcaudete, «dispensado por la Bula de Cruzada nueva-
mente concedida» para estar casado con Leonor Díaz, a causa de cuyo matrimonio incestuoso
había sido desterrado (1490-y, AGS, RGS, fol. 176).
121 Así, la ya citada Bruniste de Tejada fue condenada por las justicias de Salamanca a
ser metida en religión en un monasterio «de los encerrados y honestos» donde hubiese de estar

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 599

de parte de sus bienes 123 e, incluso, a penas mayores que pueden llegar hasta
la propia condena a muerte u*.
A pesar de todo ello, lo más frecuente es que también en este caso se con-
siga el perdón real, el cual se puede obtener por varios caminos: consiguiendo
una merced del rey, a título gratuito o acogiéndose a alguno de los privilegios
de homiciano, como puede ser el de Santa Fe
En definitiva el incesto, y también la bigamia, tienen el valor de demos-
trarnos, una vez más, que para la sociedad de la época esas relaciones no son
únicamente actos repudiables, atentados contra la moral o las creencias reli-
giosas, pecados más o menos graves, sino sobre todo auténticos delitos desde
un punto de vista jurídico que son, así, duramente castigados.
Y ello se denota especialmente en que tanto el incesto como el adulterio,
cuando se producen, son delitos juzgados por la justicia civil de cada localidad,
en primera instancia, y luego por la justicia real. Esa intervención de la auto-
ridad civil desde un primer momento nos está señalando bien a las claras que
la vertiente de acto delictivo es más importante en este tipo de relaciones que
su vertiente de falta moral o religiosa, y que su consideración por parte de la
sociedad está más en la línea de constituir un atentado contra el orden público
que contra los mandamientos de la Fe.

C) La bigamia:

La última de las relaciones extraconyugales que vamos a examinar, entre


las protagonizadas por individuos casados, es la de bigamia. Se trata de un tipo
de falta exclusivamente cometido por éstos por cuanto consiste la misma en
contraer un segundo matrimonio estando aún vivo el anterior cónyuge. En ella
haciendo penitencia perpetua del incesto cometido, sentencia ratificada después por la Cancillería
de Valladolid; pero Juan de Villafuerte, para impedir que la misma se cumpliera, sacó a Bruniste
de una fortaleza del Maestrazgo de Alcántara donde la tenla y la metió en un monasterio «claus-
tral deshonesto» donde otras veces la había tenido. La justicia real manda cumplir la anterior sen-
tencia y sacar a Bruniste del citado monasterio abierto y meterla en otro .honesto y de observan-
cia. (1483-IX-15, AGS, RGS, fol. 192).
I n Ese es el caso de Juan Coraxo y Marta Martínez, vecinos de la ciudad de Trujillo, con-
denados por el bachiller Juan Rodríguez de Jaén, alcalde de la misma, a la pérdida de la mitad
de todos sus bienes, muebles y raíces, que son confiscados y aplicados a la cámara y fisco real
y concedidos luego a Alfonso de Valderrábano, corregidor de la ciudad de Plasencia (1489-IT-14,
AGS, RGS, fol. 4).
216 Carta anulando la de perdón concedida anteriormente por el monarca que invalidaba
la sentencia dada contra Juan Coraxo y Marta Martínez que, con posterioridad a la pérdida de la
mitad de sus bienes, habían sido condenados a pena de muerte, por cuanto —según se declara—
al tiempo que ganaron dicha carta de perdón no habían hecho mención de cómo hablan cometido
«tres crímenes diversos y grandes.: incesto, quebrantamiento de casa sacando a la fuerza de
ella a Marta Martínez y robo de muchos bienes de «asaz cuantía., por todo lo cual le revoca dicha
carta de perdón (1489-VII-14, AGS, RGS, fol. 133).
1111 Carta de perdón a Diego de ()Mía por el delito de incesto cometido con una pariente
suya, haciéndole merced de todos los bienes que por esa razón le hubieran sido o le pudieran ser
confiscados para la cámara real (1491-1-15, AGS, RGS, fol. 53).
la Ese es el caso de Gonzalo Fernández, quien se acoge al privilegio de la villa de Santa Fe
sirviendo nueve meses en ella, tiempo en el cual es conquistada Granada, con motivo de lo cual
los monarcas le conceden su carta de perdón (1492-V-2, AGS, RGS, fol. 132).

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600 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

destaca el hecho de que, a través de la documentación conservada, sólo es po-


sible examinar los casos de bigamia femenina, esto es, cuando un individuo
contrae matrimonio con dos mujeres, puesto que lo contrario —que la mujer
lo haga con dos hombres —nunca aparece.
En segundo lugar, hay que destacar el carácter distintivo que presenta la
bigamia frente a los dos delitos antes estudiados; mientras que aquéllos son
contemplados de forma continuada en los ordenamientos jurídicos y es la justicia
civil quien se encarga de juzgarlos desde un primer momento, la bigamia
parece haber tenido un carácter menos grave puesto que, aún cuando las penas
sean también considerables, es siempre juzgada en primera instancia por los
jueces eclesiásticos de cada localidad y, en muchas ocasiones, ni siquiera llega
a sobrepasar ese nivel; cuando lo hace, las penas contempladas en la legisla-
ción civil no son tan fuertes como las aplicadas a los casos de adulterio e incesto.
Por último, hay que considerar también antes de iniciar su estudio, que
esta falta la cometen en la época tanto los que han contraído matrimonio como
los que son simplemente desposados, de modo que muchos de estos casos de
bigamia se nos presentan entre personas desposadas que aún no han celebrado
el auténtico matrimonio, puesto que para la mentalidad de esa sociedad y para
su Iglesia, dos personas «estando ligadas por palabras de presente estaban ya
ligadas en el sacramento del matrimonio» 1".
Como la justicia eclesiástica tiene en el enjuiciamiento de este delito un
papel de primera mano, y como quiera que la culpabilidad en el mismo está
muy determinada por las propias normas de la Iglesia, es lógico pensar que,
ya desde fecha muy temprana, existen en la legislación conciliar disposiciones
a él referidas'.
Quizá la disposición más significativa sea la del Concilio de Compostela
de 1056, que declara que ningún cristiano se casará con dos mujeres so pena
de ser privado de la comunión 1". En este sentido, la amenaza más grave que
se cernía sobre los bígamos, desde un punto de vista religioso, era en efecto la
de excomunión, con la cual se seguía castigando a los mismos a fines de la
Edad Media.
En cuanto a la legislación foral, Gacto Fernández señala que mientras los
fueros de la Alta Edad Media establecieron para este delito penas de máximo
rigor, tales como las de destierro o condena a muerte, los que se redactaron
durante la Baja, suavizaron bastante las mismas, castigando a los bígamos con
penas de menor categoría, entre las que destacan las de carácter económico
(multas y sanciones) y la de azotes ". Así, mientras el Fuero Real únicamente
condena al bígamo a la pérdida de todos sus bienes, otros como el de Soria
o el de Cuenca lo condenan a muerte; el de Cuenca, concretamente, dispone
que cualquiera que tuviere mujer velada y, viviendo con la primera, tomare
otra encubierta, que lo despeñen, y que si la mujer tuviere marido en algún
lugar y casare en Cuenca con otro, que la quemen "1; en el mismo sentido se
'.2r1495-11-20, AGS, RGS, fol. 361.
123 M. R. AYERBE, La mujer y su proyección familiar, pág. 20.
M. ARRANZ, Imágenes de la mujer, pág. 41.
la) E. CACTO FERNÁNDEZ, La filiación ilegítima, pág. 920.
un s, CLARAMUNT, La mujer en el fuero de Cuenca, pág. 307.

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RELACIONES EXTRACONYUGA LES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 601

manifiesta el de Soria, al prohibir al padre y al hijo tener relaciones sexuales


con la misma mujer, si fuera esposa del padre, hermano o hijo o barragana de
alguno de ellos "
A pesar de tales ejemplos, es de destacar que los fueros hacen relativamente
poca referencia a este delito, lo que puede indicar no sólo su menor gravedad
desde el punto de vista moral, sino sobre todo que no se presenta unido a las
situaciones de conflictividad social con la frecuencia que los anteriormente
examinados.
Finalmente, y en cuanto a las disposiciones de Cortes que hacen referencia
al caso de bigamia, interesa destacar fundamentalmente dos: la de Valladolid
de 1322, que se refiere a la pena canónica usual con que los arzobispos con-
denan a los bígamos —300 mrs.— pidiéndose en la misma que se suprima y
que el castigo para los tales sea la pérdida de todos sus bienes en favor de sus
descendientes legítimos "; y la de Briviesca de 1387, en que se condena al
culpable de bigamia a ser marcado en la frente con un hierro candente en
señal de 9
Adentrándonos ya en el estudio de la documentación procedente del Re-
gistro General del Sello (constituida, como en el caso anterior, por una docena
de documentos), habría que comenzar haciendo algunas apreciaciones respecto
a esos protagonistas de la bigamia que son, en todos los casos, varones.
En primer lugar, podemos preguntarnos cuál es el tiempo que un individuo
llevaba casado cuando contrae un nuevo matrimonio: en un caso los cónyuges
llevaban seis años casados en el momento en que se produce la denuncia y su
protagonista había contraído nuevo matrimonio hacía tres'; en otro, llevaban
casados cuatro años, al cabo de los cuales el individuo se había vuelto a casar ';
en un último caso, dos años '• De manera que el tiempo que suele mediar
entre ambos matrimonios es de tres o cuatro años. Por otra parte, hay oca-
siones en que la denuncia es interpuesta por la segunda mujer al descubrir que
su marido estaba ya casado con otra que continuaba viva Relacionado con
ambos problemas, se presenta el de establecer el tiempo de duración de esas

in M. ASENSO GONZÁLEZ, La mujer y su medio social en el fuero de Soria, pág. 52.


lag E. GAcro FERNÁNDEZ, La filiación ilegítima, pág. 922.
Cortes, II, pág. 378; citado por E. GACTO FERNÁNDEZ, La filiación ilegítima, pág. 923 y
E. Minn, Mujer, matrimonio y vida marital, pág. 83.
135 Así, Lope, criado del obispo de Ávila, desposado desde hacía seis años con una hija del
bachiller Diego González, alcalde de la ciudad de Salamanca, había simulado nuevos desposorios
en Bonilla de la Sierra, donde vivía con otra mujer desde hacía tres años (1476-V-3, AGS, RGS,
fol. 376).
/*/ Alfonso de Salazar, vecino de Medina del Campo, denuncia al bachiller Fernando de
Pereira, quien desposado con su hija desde hacía cuatro años, había contraído nuevos desposorios
(1491-IV-9, AGS, RGS, fol. 67).
mit Leonor López, vecina de la villa de Almagro, denuncia a Gonzalo Franco porque, tras
haberse desposado con ella, al cabo de los dos años y no queriendo contraer matrimonio como
estaba obligado a hacer, hablase desposado una segunda vez (1495-11.20, AGS, RGS, fol. 361).
us Así, María de Tapia, vecina de Sevilla, la cual tras contraer matrimonio con Gonzalo
Bernal descubrió que el mismo estaba casado con anterioridad con otra mujer con la que no
hacía vida (1484-IX-16, AGS, RGS, fol. 135); o Elvira de Angulo, vecina de la ciudad de Burgos,
que tras vivir diez años como marido y mujer con Pedro Carnicero, vecino de la villa de Peñafiel,
descubrió que ya era casado, apartándose entonces de su compañía (1490-11.12, Ibídem, fol. 175).

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602 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

relaciones de bigamia; cuando el individuo contrae un segundo matrimonio el


tiempo suele ser relativamente breve, de unos tres años como máximo '1'; pero
si la segunda mujer tarda en descubrir la existencia de una primera, las rela-
ciones de bigamia se pueden prolongar por espacio de dos a diez años '.
Otro dato a tener en cuenta es que la mayoría de denuncias presentadas
por bigamia lo son por personas que están desposadas, pero no casadas, lo
que abunda en la idea ya manifestada de que el desposorio por palabras de
presente tiene en la época el mismo vigor, a todos los efectos, que el matri-
monio definitivo "1 . Por último, señalar también la abundancia de casos en los
que el nuevo desposorio o matrimonio lo contrae el individuo en un lugar o
localidad distinta de donde llevó a efecto el primero, con la evidente intención
de ocultar el mismo a los ojos de quienes pudieran conocer su estado 'y.
Esa relación de bigamia no siempre se produce en condicones normales, es
decir, estando el individuo haciendo vida con su mujer y queriendo tener además
otra, sino que frecuentemente la bigamia está justificada de alguna manera por
haberse metido en religión la anterior esposa ', haberse divorciado, etc. '.
De cualquier modo, y lo que quizá caracterice más nítidamente este delito
de bigamia, es el hecho de que, como las cuestiones de divorcio y muchas otras
relacionadas con el matrimonio, sea resuelto en primer instancia por la justicia
eclesiástica. Esa intervención se produce desde diferentes puntos de vista, pero
son siempre los jueces de la localidad: el obispo, cuando lo hay —esto es, en
las ciudades cabecera de obispado—, su juez de palacio, el vicario o provisor
del mismo e incluso, en los lugares donde existe, ante el propio Consistorio
arzobispal. Esas justicias resuelven los casos de denuncia planteados por bigamia
desde un punto de vista religioso y, en algunos casos, hacen innecesaria la in-
tervención de la justicia civil, si bien es normal que ésta acabe por participar.
Las mismas tratan de solventar los casos planteados amenazando al infractor con
la pena de excomunión e incluso, en ocasiones, poniendo entredicho. A veces los
casos no pasan a la justicia civil, sino que se dilucidan ante el Papa en la Corte
de Roma, siempre y cuando tengan un carácter exclusivamente eclesiástico y su
naturaleza lo permita 18 .

",v 1476-V-3, AGS, RGS, fol. 376 (3 años); 1495-VIII-14, Ibidem, fol .361 (5 meses).
34° Vid. nota 138.

161 1476-V-3, AGS, RGS, fol. 376; 1483-XII-6, Ibidem, fol. 68; 1484-IX-16, Ibidem, fol. 135;
1491-IV-9, Ibidem, fol. 67; 1492-IX-16, Ibidem, fol. 300; etc.
341 Así, en un caso el implicado contrae esos matrimonios en Salamanca el primero y en
Bonilla de la Sierra el segundo (1476-V-3, AGS, RGS, fol. 376); en otros, en Ávila y Salamanca
respectivamente (1483-XII-6, Ibidem, fol. 68); en Ronda y Coca (1491-111.20, Ibidem, fol. 101); en
Medina del Campo y Trujillo (1491-IV-9, Ibidem, fol. 67); en Logroño y Grañón, aldea cercana
a Santo Domingo de la Calzada (1495-VIII.14, Ibidem, fol. 74); etc.
tu Ese es el caso de Juan Gallego, vecino de Medina del Campo, casado por segunda vez
cuando su primera mujer Juana Vázquez se metió monja (1477-IX-28, AGS, RGS, fol. 482); o el
de Lope Ochoa de Avellaneda, comendador de la Orden de Santiago, que contrajo nuevo matrimonio
al entrar en un monasterio su primera mujer, Juana Carrillo (1492-IX-16, Ibidem, fol. 300).
Así, Juan de Santiago, artillero, vecino de la ciudad de Ronda, tras ser desposado con
una tal Menda, ésta le negó el desposorio y él «sin hacer las diligencias oportunas que en tal
caso era obligado a hacer», se desposó y casó otra vez con una viuda vecina de la villa de Coca,
incurriendo por ello en bigamia (1491-111-20, AGS, RGS, fol. 101).
la Carta para que no se proceda contra un individuo acusado de bigamia hasta tanto no

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 603

Lo más común es que se dicte sentencia en el sentido de que el bígamo


vuelva a hacer «vida maridable» con su primera mujer, recomendación que se
hace en todos los casos, incluso en aquéllos en los que quien ha presentado la
denuncia es la segunda esposa '. Por otra parte, pueden ser condenados al
pago de una multa —ya señalamos la disposición de Cortes que hablaba en tal
sentido— que llega a alcanzar la cuantía de 3.000 mrs. "'.
Además, la Iglesia no interviene únicamente al nivel de dictar sentencias
condenando u ordenando a los bígamos volver con su mujer primera, sino también
en un nivel más personal, a través de los confesores que dan recomendaciones
o informaciones de carácter espiritual relacionadas con el tema. En definitiva,
el papel que la Iglesia desempeña aquí hace que la bigamia se asemeje más a
determinados tipos de causas matrimoniales —como el divorcio, las denuncias
por malos tratos, etc.— que a auténticos hechos delictivos.
Sin embargo, no debemos olvidar que se trata también de un delito conde-
nado por la legislación civil. Por eso cuando el recurso a la eclesiástica ha fallado
o no es suficiente, se presentan casos de apelación ante la justicia real que suelen
examinarse precisamente en el Consejo Real 148 quien, a su vez, mandará hacer
cumplir sus sentencias a corregidores, alcaldes y otras justicias locales. Cuando
el caso llega al Consejo, éste suele revisarse bien para confirmar la pena pre-
cedente, bien para conmutarla por una menor 148. Cuando la condena se produce
directamente por parte de la misma, no existiendo otra con anterioridad, ésta
suele ser de pérdida de bienes para el acusado ', o de marcarle la frente con
un hierro candente, tal como veíamos disponían los capítulos de Cortes de
Briviescal".

se resuelva el pleito que, por dicha razón, tiene pendiente en fa Corte de Roma ante el Santo
Padre (1476-V-3, AGS, RGS, fol. 376).
lo Así ocurre, por ejemplo, en un caso en que los jueces de la ciudad de Sevilla ordenaron
a Gonzalo Bernal que hiciese vida con su primera mujer, pese a que la denunciante —su segunda
esposa— llevaba ya dos años casada y haciendo vida con él (1484-IX-16, AGS, RGS, fol. 135).
"7 El maestrescuela de la ciudad de Toledo dictó sentencia en el sentido de que Gonzalo
Franco contrajera matrimonio con la mujer con quien estaba desposado en un plazo de 15 días
y, al no hacerlo, lo mandó prender imponiéndole una sanción de 3.200 mrs. (1495-11-20, AGS, RGS,
fol. 361).
148 1483-XII-24, AGS, RGS, fol. 147; 1484-IX-16, Ibidem, fol. 135; 1491-1V-9, lbidem, fol. 67; etc.

U° Así ocurre cuando Juan de Santiago, condenado por el juez visitador de Ronda a cierta
pena corporal con motivo de haberse casado dos veces, apela al monarca quien le conmuta dicha
sentencia, en razón de los servicios prestados, por la de sufragar la costa de un pilar que se
había de hacer en el puente de la citada ciudad (1491-111-20, AGS, RGS, fol. 101).
'A° Esa es la pena a la que fue condenado Juan Gallego porque, según declara el mismo
documento, «según las leyes de Castilla los que se casan teniendo la mujer viva merecen perder
todos sus bienes y pertenecen éstos al rey y a su cámara real y fisco■ (1477-IX-28, AGS, RGS, fol. 482).
181 Pedro Manríquez, corregidor de las ciudades de Zamora y Toro, condenó a ser herrado
en la frente a Francisco, zapatero, vecino de Toro, porque se había desposado y casado dos veces.
Y queriendo ejecutar en él dicha sentencia, el bachiller Juan de Almansa, vicario del obispo de
Zamora, puso entredicho en la citada ciudad y repicando las campanas y con pregón que sobre
ello dio, llamó y reunió a muchos clérigos y otras personas legos para impedir dicha ejecución,
diciendo que el citado Francisco era clérigo de menores órdenes y debía gozar del privilegio
clerical; y llevándole los alcaldes de la ciudad en un asno por la plaza pública para ejecutar en
él la sentencia, el vicario, con cierta gente algunos de los cuales estaban armados, se puso en
dicha plaza a resistir, a causa de lo cual los alcaldes le hubieron de tornar a la cárcel de donde
le habían sacado. Llegados estos hechos a noticia del corregidor, volvió a ordenar que fuera

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604 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

Finalmente indicar que, aunque no es muy frecuente, este delito puede


ti..mbién presentarse unido con otros como los de homicidio, lesiones y violen-
cias similares que vimos caracterizaban, en cierta medida, los de adulterio e
incesto, caso en el cual el tratamiento que el mismo recibe, al estar condicionado
por tales hechos, es muy diferente ".
* * *

Barraganía, por un lado, adulterio, incesto y bigamia, por otro, constitu-


yen los tipos de relaciones extraconyugales más comúnmente denunciados en
la Corona de Castilla a fines del siglo xv entre los protagonizados por seglares.
De manera paralela a las mismas se desarrolla un tipo especial de relación
extraconyugal que es la protagonizada por los clérigos y eclesiásticos y en la
cual están implicadas mujeres, tanto solieras como casadas, que la documenta-
ción designa genéricamente con el nombre de «mancebas de clérigos», problema
que, por su importancia y originalidad, merece tratamiento aparte.
En cuanto a los hasta aquí tratados, únicamente matizar una idea: que
puesto que se trata de casos que han llegado ante la justicia real, peldaño
último de la administración judicial en la Castilla del siglo xv, quizá se puedan
contar entre los más graves y espectaculares de los sucedidos entonces y, al ser
los únicos que podemos estudiar, es posible que contribuyan a darnos de esas
relaciones una visión más conflictiva y violenta de lo que en realidad serían,
por lo que las conclusiones apuntadas deben ser tomadas con mucha prudencia
hasta tanto no tengamos un mejor conocimiento sobre el tema.

3. Relaciones sexuales de los clérigos

Un último tipo de relación no matrimonial a considerar sería el de las


llevadas a cabo por clérigos y eclesiásticos, monjas profesas de diferentes órde-
nes religiosas e individuos —como los ligados a las diferentes Ordenes Mili-
tares castellanas— que tenían, por una u otra razón, voto de castidad.
El problema del celibato eclesiástico estuvo planteado a todo lo largo de
la Edad Media debido, en primer lugar, al hecho de no estar muy bien defi-
nido ese tema desde un principio para la doctrina de la propia Iglesia y, en
segundo lugar, al de ser una orden de difícil cumplimiento cuando su condena
definitiva se produce.

ejecutada dicha sentencia y desterró al vicario de la ciudad de Toro. Este sabroso documento
nos muestra, una vez más, el conflicto de competencias entre la jurisdicción civil y la eclesiástica
a la hora de juzgar a los individuos pertenecientes al clero en cualquiera de sus grados (1484-X-13,
AGS, RGS, fol. 134).
131 Asf, Alfonso de la Torre, siendo desposado en la ciudad de Ávila con Isabel Bernal, se
casó otra vez en la de Salamanca; y a causa de que la primera esposa se hubo querellado contra él,
volvió a hacer vida maridable con ella; y así casados, se fueron a la ciudad de Salamanca donde,
una noche, el citado Alfonso la acuchilló y mató, huyendo posteriormente. Se ordena a las justicias
del reino que lo busquen y entreguen al corregidor de Salamanca para que éste se encargue de
administrar justicia (1483-XII.6, AGS, RGS, fol. 68),

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 605

El matrimonio eclesiástico fue lícito —aunque con matizaciones, según las


zonas y cada momento— durante los primeros siglos de la Edad Media', si
bien desde el siglo vI se condenó dicha práctica no sólo en los diversos concilios
celebrados en el Occidente europeo', sino también en los celebrados en la
propia Península donde, a partir de la conversión al Catolicismo de los visigodos,
los clérigos arrianos hubieron de entrar en el celibato y abandonar las costum-
bres matrimoniales que hasta entonces habían tenido, lo cual se hízo especial-
mente notorio a raíz de la celebración, en el año 589, del II Concilio de Toledo
que condenó, de forma expresa, dicha institución'.
Sin embargo, la práctica de la barraganía o concubinato clerical siguió ade-
lante durante toda la Alta Edad Media, siglos en los cuales,no sólo no se
dictaron normas en su contra, sino que fue reconocida como legal en la mayoría
de los ordenamientos jurídicos de la época '. Con todo, la legislación conciliar
abordó ese problema, desde un primer momento, tratando de poner freno a las
citadas uniones ilegítimas de los clérigos y condenando a ellos y a sus barraganas
de una manera mucho más enérgica que lo hacía la legislación civil. En este
sentido, y prácticamente hasta el siglo XIII, hubo una cierta divergencia legisla-
tiva en esta materia entre las disposiciones eclesiásticas y las civiles 1E7 . Es a
partir del siglo mi' cuando ambas parecen ponerse de acuerdo para intentar
terminar con la costumbre clerical del amancebamiento. En ese sentido, interesa
destacar la condena realizada por el IV Concilio de Letrán (1215) que prohibió
tajantemente la barraganía de los ministros de la Iglesia, prohibición que fue
recogida, en lo referente a Castilla, por el de Valladolid de 1228 en el que
se pide a los obispos que denuncien a aquéllos de sus beneficiados que habi-
tasen con barraganas, estableciendo que las mismas sean excomulgadas. A partir
de ahí, y durante los siglos my y xv, se producen reiteradas condenas en dife-
rentes concilios (León, 1267; Peiiafiel, 1302; Salamanca, 1335; Palencia, 1338;
Tortosa, 1429) que afectan tanto a los clérigos como a las propias barraganas
—en el sentido de que éstos pierdan sus beneficios, de que aquéllas no sean
enterradas en lugar sagrado, etc.—. Además, y también durante la Baja Edad
Media, tenemos constancia de la redacción de numerosas disposiciones episco-
pales en el mismo sentido ".
Junto con ellas, la legislación civil, a partir de las Partidas, se decide a con-

133 G. Rossam, II matrimonio del clero nella societd altomedievale, «II Matrimonio nella
Societá altomedievale», XXIV, II, 1977, págs. 473-554.
ab, E. GACTO FERNÁNDEZ, La filiación no legítima, pág. 40, nota 81.
114 Sobre este tema, véanse los artículos de J. FOLGUERA, De statu clericali ut impedimentum
matrimoniale ecclesia Hispaniae (saec. IV-VII!), «Revista Española de Derecho Canónico», X (1955),
págs. 647-664; y La consagración de la virginidad como impedimento matrimonial en la Iglesia
primitiva española (c. IV al VIII), «Revista Española de Derecho Canónico», XI (1956), págs. 713-732.
14 E. GACTO FERNÁNDEZ, La filiación no legitima, pág. 42, notas 83 y 84.
Sobre las diferentes condenas de la barraganía clerical efectuadas en los concilios cas-
tellanos de la Edad Media, pueden verse sendas relaciones en E. Gacro FERNÁNDEZ, La filiación no
legítima, pág. 41, nota 82; A. ARRÁNZ, Imágenes de la mujer, pág. 42; y J. SÁNCHEZ HERRERO, Vida y
costumbres del cabildo catedral de Palencia a fines del siglo XV, «Historia. Instituciones. Documen-
tos», III (1978), pág. 503, nota 42.
los M. D. CABAÑAS, La imagen de la mujer, pág. 106.
Ibidem. Caso de Cuenca.

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606 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

denar radicalmente las citadas relaciones ' y en adelante, tanto en lo tocante


a disposiciones forales, como a las contenidas en las ordenanzas municipales
bajomedievales "1, se verifica una vigorosa reacción dirigida a terminar con la
relajación del clero.
Quizá donde mejor se aprecie esa actitud de condena hacia el concubinato
clerical sea en las disposiciones de Cortes. Las más importantes de éstas se en-
cuentran recogidas en las Cortes de Valladolid de 1351, de Soria de 1380 —con
capítulos ambas referentes a la vestimenta de las citadas mancebas—, de Bri-
viesca de 1387 y de Toledo de 1480 '. A través de todas esas leyes se aprecia
una evolución que pasa, desde tratar de diferenciar a las mancebas de clérigos
de las mujeres honestas en cuanto a su vestimenta y condenarlas sólo a pérdida
de los vestidos cuando fuere hallado que no cumplen lo dispuesto, hasta im-
ponerles severas penas que, iniciadas con las de carácter económico, se con-
vierten luego en destierro y azotes a medida que el siglo xv avanza, todo lo cual
es fiel reflejo y buena muestra de esa tendencia antes referida en el sentido de
una mayor intransigencia ante tales situaciones de convivencia irregular.
Por la proximidad a nuestro estudio, nos interesa destacar las medidas
tomadas en las Cortes de Toledo de 1480. En el título 71 de las mismas
se declara que «porque es cosa honesta y decente quitar la ocasión a los ecle-
siásticos y religiosos (...) de hallar mujeres que públicamente quisieren ser sus
mancebas» ', Juan I, en las Cortes de 1380 y 1387, hizo leyes penando a la
mujer que públicamente estuviere por manceba de clérigo. Sin embargo, en la
«Congregación de la Clerecía» de Sevilla del año 1478'65 fue pedido que se
revocase la ley de Briviesca que ponía penas —de un marco de plata— a las
mancebas de los clérigos, asegurando que las propias justicias eclesiásticas se
encargarían de poner orden y castigar a los culpables'"". La misma fue dero-
gada, hallándose luego que por causa de ello muchos clérigos tomaban man-
cebas y las tenían públicamente por sus mujeres de manera que, estimando
dicha revocación como muy perjudicial, se restituyó la citada ley, establecién-
dose nuevas penas para ser ejecutadas tanto en las mancebas de clérigos, como

16° En las mismas se dicta pena de excomunión y pérdida del beneficio eclesiástico para el
clérigo que se atreva a contraer matrimonio (GAcro, La filiación ilegítima, pág. 902) y se condena
la cohabitación con barraganas por parte de aquéllos (GAcro, La fiiliación no legítima, pág. 43,
notas 67 y 88).
161 J. HINOJOSA, La mujer en las ordenanzas municipales, pág. 52.
les La relación de las medidas tomadas en ellas se incluye en GAcro, La filiación no legítima,
pág. 41, nota 82 y E. MITRE, Mujer, matrimonio, págs. 84-85.
1" Cortes, IV, pág. 143.
166 Ya hemos aludido anteriormente a esta declaración —vid. nota 91— que está realizada
además en los mismos términos que la de Soria de 1380 que dice «deshonesta y aún reprobada
cosa es en derecho que los clérigos y los ministros de la Sancta Iglesia que son elegidos en suerte
de Dios, mayormente sacerdotes, en quien debe haber toda pureza y limpieza, ensucien el templo
consagrado con las malas mujeres, teniendo mancebas conoscidamente (Cortes, II, pág. 304).
161 Un breve pero valioso estudio sobre este concilio es el de F. J. VILLALBA Ruiz DE ToLeroo, Apro-
ximación al Concilio Nacional de Sevilla de 1478, Cuadernos de Historia Medieval, núm. 6, Ma-
drid, 1984.
us Un testimonio de que esta derogación fue llevada a cabo entre 1478 y 1480 lo tenemos
en 1478-IX-3, AGS, RGS, fol. 12 en que se revoca, a petición del deán, cabildo y clerecía de
Toledo, la pena de marcos de plata impuesta a las mancebas de clérigos en las Cortes de 1387.

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 607

en las de frailes y monjes: por la primera vez que fueren halladas por tales, un
marco de plata; por la segunda, destierro de la dudad por espacio de un año y
sanción, igualmente de un marco de plata; y por la tercera, el citado marco de
plata y cien azotes públicos. Junto a ésta, y en el título 72, se establece que,
dado que son muchos los inconvenientes producidos por los clérigos de corona
al andar en hábitos de legos, los mismos deben llevar en adelante señales dis-
tintivas de su condición a la vista y no tener mujeres públicas, dejando su
«inormidad y deshonesto vivir» (aprobando en Cortes una constitución hecha
en el Concilio de Sevilla) '.
A través de todas estas disposiciones y de las anteriormente aludidas, se
evidencia esa condena generalizada que se prodece a partir de la Baja Edad
Media hacia la barraganía de los miembros de la Iglesia. Sin embargo, en los
años 80 y 90 del siglo xv, observamos que el problema sigue planteado en su
máxima fuerza, signo evidente de que esas condenas aún no han surtido los
efectos apetecidos. En ese sentido, dice Gacto Fernández que «durante toda la
Edad Media las condiciones de vida, la ignorancia, el aislamiento, serían otros
tantos obstáculos a la aplicación eficaz de la doctrina de la Iglesia. La doctrina
de los Santos Padres, las epístolas de los Papas, los cánones de los concilios
y las constituciones sinodiales difícilmente podrían ser conocidas por sus desti-
natarios, y no parece verosímil que llegaran a oídos de la mayoría del clero, al
menos rural. Incluso difundida la doctrina, la vigilancia de su cumplimiento
por la jerarquía resultaba impracticable, y buena prueba de ello es que a partir
de la Baja Edad Media cuando se intenta decisivamente depurar las costumbres
de los eclesiásticos, las fuerzas aunadas de las autoridades canónicas y civiles
resultaron impotentes para desarraigar costumbres y situaciones seculares. Sólo
a fuerza de repetir año tras año las mismas disposiciones, de instar continua-
mente a los funcionarios al cumplimiento de lo establecido y de combinar penas
espirituales, económicas y corporales, se fue penosamente consiguiendo marcar
una norma de conducta, quebrantada sin embargo a cada paso con numerosas
excepciones que hablan de la dificultad que entrañaba una modificación defi-
nitiva de la realidad preexistente» lee.
Por lo demás, este problema no es propio tan sólo de la Corona de Castilla
o de la Península Ibérica, sino que se extiende a la mayoría de los territorios
de Europa Occidental donde, de manera paralela, si bien durante los siglos x-xx
se está produciendo la condena de las costumbres concubinarias de los miembros
de la Iglesia, hasta el mismo siglo xv sigue existiendo una gran contradicción
entre el derecho y la práctica del celibato eclesiástico, según ha puesto de relieve
en sus estudios el profesor Jean Gaudemet 166
Esa es sin duda la causa de que, en una fecha tan tardía como finales del
siglo xv, el problema siga produciendo multitud de documentación orientada
tanto en el sentido de hacer cumplir a los clérigos las disposiciones establecidas,
como en el de castigar a sus mancebas aplicándoles las penas antes señaladas.
11 Cortes, IV, pág. 145.
1.0 E. GAcro FERNÁNDEZ, La filiación no legitima, págs. 40-41.
10 J. Gummutr, Le célibat ecclésiastique. Le droit et la pratique du au XIII@ siécle, «Eglise
et Société en Occident au Moyen Age», Londres, 1984, págs. 1-31; Gratien et le célibat ecclésiastique,
d.a société ecclésiastique dans l'Occident medieval», Londres, 1980, págs. 341-369.

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608 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

A través de la misma, tendríamos que tratar de establecer, en primer lugar,


la extensión de ese fenómeno en unos momentos en que ya ha sido abierta-
mente condenado desde muchos años atrás. Y hay que decir que, aun cuando
no resulte posible —como es lógico— efectuar ningún tipo de cuantificación
o porcentaje de su presencia entre los diferentes estamentos del clero a fines
del siglo xv, todos los datos que tenemos apuntan en el sentido de que era
una costumbre totalmente generalizada. Por ejemplo, al efectuar don Diego
Hurtado de Mendoza su visita a la catedral de Palencia el año 1481, una de las
noticias de la encuesta que lleva a cabo se centra en si los capitulares del cabildo
tenían o no manceba pública, si la habían tenido o si nunca se le había conocido;
ese hecho ya es de por sí suftientemente significativo, puesto que es la demos-
tración más palpable del interés que tal problema despierta entre los miembros
de la Iglesia, pero es que además el resultado de la misma fue que al menos
un 20 por 100 de los componentes del cabildo catedralicio palentino vivían en
concubinato hacia aquellos años '. Y otro ejemplo más: entre las cartas de
legitimación otorgadas por los monarcas entre los años 1474-1495 —contenidas
en el Registro General del Sello—, más de la mitad, concretamente un 56,7
por 100 de las mismas, pertenecen a hijos o hijas de clérigos en sus más dife-
rentes categorías, según tendremos ocasión de comprobar en el siguiente apartado.
Esa abundancia de legitimaciones concedidas a los hijos de clérigos, así
como el hecho de que, tras la visita mencionada, no se tome, al parecer, ninguna
medida de sanción o castigo hacia quienes vivían con barraganas, nos hace
pensar en la idea ya señalada de que, si bien por una parte el ordenamiento
jurídico es muy preciso en cuanto a prohibir tales uniones, por la otra, la prác-
tica cotidiana y la propia permisividad de la sociedad medieval —más tolerante
en esas cuestiones de lo que la moderna mentalidad está muchas veces dispuesta
a admitir— en la que las mismas se desarrollan, hace posible que esas relaciones
se lleven a cabo de manera muy general y que presenten muchos menos con-
flictos de los que cabría esperar, aun cuando es innegable que los hubo, en
buena medida, durante la época que estudiamos.
Otro dato más que apunta en la misma dirección es el de que la denomi-
nada «renta de las penas de las mancebas de clérigos», es decir, el importe de
las multas cobradas durante un determinado tiempo por este concepto, solía
ser arrendado a particulares en las diferentes ciudades castellanas a fines del
siglo xv, arrendamiento que no se hubiese producido de no esperar de ellas
sustanciosas ganancias, lo que indica que debía de ser muy alto el número de
sanciones impuestas por ese motivo m.

17° Y. SÁNCHEZ HERRERO, Vida y costumbres del cabildo, pág. 501.


in Así, en enero de 1475 se otorga el nombramiento de arrendador de las penas de las
mancebas de clérigos de la ciudad de Zamora a Francisco de Valdés, encomendero de los judíos
de dicha ciudad y de la mampostería de la casa de San Lázaro y tenente de las torres del puente
de la misma; renta que, por lo demás, había tenido con anterioridad su padre, Rodrigo de Valdés,
ya difunto (1475-1.28, AGS, RGS, fol. 81). Junto a éste, aparecen otros arrendadores de la citada
renta: Juan de Lora, vecino de Valladolid, arrendador de la misma en esa ciudad (1490-V-27, Ibidem,
fol. 364); Aparicio de Gormaz, alguacil de Aranda, que se queja de que las justicias de dicha villa
se entrometen en llevar las penas en que incurren las mancabas de clérigos y casados (1485.11141,
Ibidem, fol. 84); etc.

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 609

Y, además, cuando se decretó en las Cortes de Toledo la nueva ley que


penaba a las mancebas de clérigos, fueron cursadas —ese año y los siguientes—
numerosas órdenes reales, dirigidas a los más diversos puntos de la Corona de
Castilla, en el sentido de que la misma se acatase y cumpliese por parte de la
clerecía de cada localidad, cartas que, a solicitud de la propia clerecía o de
ciertas justicias de las citadas ciudades, fueron dirigidas fundamentalmente a los
corregidores de ellas, en espera de que éstos hiciesen guardar las citadas leyes,
dándolas a conocer entre los clérigos de su localidad
Los problemas se plantearon a la hora de hacer cumplir esa ley y debido al
mismo carácter tan sumamente extendido del fenómeno ". M. D. Cabañas
señala que en Cuenca «se produjo un momento especialmente conflictivo a fines
de siglo xv, cuando las autoridades municipales decidieron entrar a registrar
las casas de los clérigos para ver si tenían mancebas» 1". Esa situación de con-
flicto se repite en muchos otros lugares y parece un episodio de carácter general
para esos años finales del siglo "5. Condicionados por esta confusa situación, los
monarcas acabaron por ordenar que antes de apresar a las mancebas, éstas debían
ser llamadas y emplazadas, y tan sólo si el hecho estaba totalmente claro y era
evidente su culpabilidad, podían entrar las justicias municipales a por ellas, bien

12 Para que las justicias de la merindad de Ribera guarden dicha ley, a petición de Juan
de Mendoza (1480-X11-13, AGS, RGS, fol. 119); al corregidor de Asturias para que se guarde dicha
ley, a petición de Alfonso de Palenzuela, obispo de Oviedo (1485.11-7, Ibidem, fol. 45); al de
Ciudad Real, a petición de los clérigos de aquella ciudad (1485-111-26, Ibidem, fol. 329); al de
Calahorra para que, según la citada ley, castigue a las mancebas y familiares de clérigos y casados
(1488.11.11, Ibídem, fol. 94); al de Cartagena, a petición de la clerecía de Murcia y su obispado
(1488-VI-19, Ibidem, fol. 208); al de Baeza, a petición de la clerecía de esa ciudad (1488-X11.18,
Ibídem, fol. 192); nuevamente a la clerecía de Calahorra (1490-V111.2, Ibídem, fol. 49); a los de
Trujillo y su tierra (1490-V111-14, Ibidem, fol. 88); a petición de las justicias de Santo Domingo de
la Calzada (1490.11-10, Ibidem, fol. 164); a petición de la clerecía de Badajoz (1491.145, Ibidem,
fol. 56); a petición de la ciudad de Palencia (1491-11-15, Ibidem, fol. 286); a las justicias de León,
a petición de canónigos de dicha ciudad (1491-IV-26, Ibidem, fol. 268); a petición de la clerecía
de Cuenca (1491-VIII, Ibídem, fol. 208); al corregidor de Guipúzcoa, a petición del concejo de
Vergara (1493.1.19, Ibídem, fol. 164); al corregidor de Palencia y Becerril (1493-XII-10, Ibídem,
fol. 57); etc.
" Diversas cartas de los monarcas establecen por estos años el cumplimiento de esa ley,
por las cuales se renueva y pone en vigor, de acuerdo con lo dispuesto en las Cortes de 1480, la
pragmática contra las mancebas de clérigos dada por Juan I en las de Briviesca (1491-V-21, AGS,
RGS, fol. 31; 1491-IX-28, Ibidem, fol. 88; etc.).
M. D. CABAÑAS, La imagen de la mujer en la Baja Edad Media castellana, pág. 106.
116 Carta a petición de la clerecía de la ciudad de Segovia, para que no entre en las casas
de los clérigos el corregidor de esa ciudad a indagar si tienen mancebos (1487-XII-10, AGS, RGS,
fol. 138); otra a petición de la clerecía de Ávila, que se quejan de los agravios hechos por los
corregidores, los cuales les acusan de tener mancebas públicas y entran en sus casas a compro-
barlo (1490-111.21, Ibídem, fol. 259); para que el corregidor de Guipúzcoa determine en la demanda
de los clérigos de dicha provincia, los cuales se quejan de las prendas y marsvedies que les
llevan diciendo que tienen mancebas públicas (1490.X-20, Ibídem, fol. 227); a petición del cabildo
de León y su tierra, protestando de las injurias que recibe del corregidor por haber prendido y
difamado públicamente a mujeres que vivían en sus casas, acusadas de ser mancebas de clérigos
(1491-V-11, Ibidem, fol. 69); al corregidor de Asturias y a sus alcaldes, a petición de los clérigos
del citado obispado, que se quejan de que las justicias entran en sus casas y están en asechanzas
diciendo que tienen mancebas públicas, con lo cual les deshonran (1492-94., Ibidem, fol. 180), etc.,
casa todos de idénticas características.

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610 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

para apresarlas, bien para demandarles las oportunas penas, en las casas de
los clérigos '11.
Todo lo cual originó, como ya hemos indicado, numerosos problemas pro-
vocados tanto por las justicias que entraban en las casas de los clérigos sin la
debida autorización o justificación, o que cobraban sanciones '71, como por
parte de los propios eclesiásticos los cuales, en muchas ocasiones, en defensa de
sus privilegios, entraron en abierta pugna con las autoridades civiles a causa
de sus mancebas
De cualquier forma, las penas y sanciones fueron llevadas adelante cada
vez con más rigor y, a veces de manera injusta y otras de modo justo 1", lo
cierto es que fueron las mancebas quienes llevaron la peor parte en las citadas
condenas, pues es frecuente encontrar a las mismas siendo condenadas al pago
de marcos de plata "°, a la pérdida de sus bienes 181 y, sobre todo, al cumpli-
miento de condenas en la cárcel pública por motivo de sus relaciones con los
clérigos '1 . Por lo demás, indicar que sólo las mancebas solteras podían ser
condenadas, mientras que las casadas únicamente lo eran si sus maridos así lo
deseaban, en tanto que si aquéllos no las denunciaban las penas caían sobre
los mismos, al entenderse que ellas habían sido mancebas con su consenti-
miento '. Por último, quienes llevaban un cierto tiempo sin vivir en pecado,
m E. Otero FERNÁNDEZ, La filiación no legítima, pág. 45, nota 91, en que se citan pragmáticas
de los Reyes Católicos en 1491, recogidas en la Nueva Recopilación 8, 19, 2 y Novísima Recopilación
12, 26, 4, sobre el «modo de proceder las justicias contra las mancebas de los clérigos y contra
los maridos de ellas que las consientan».
117 Al corregidor de Guipúzcoa, para que no se deshonre a los clérigos de Deva y Matrico,

cobrándoles los marcos de plata impuestos por mancebía (1489-111-17, AGS, RGS, fol. 162).
171 En este sentido, es de señalar cómo en ocasiones, a causa de enfrentamientos surgidos

por este motivo, las justicias eclesiásticas emprenden procesos de excomunión y entredicho contra
las civiles; así, el caso en que se ordena al arcediano y provisor de Osma, Juan Sánchez de
Torquemada, que cese en el proceso que sigue contra los alcaldes ordinarios de la villa de Aranda,
por haber condenado a una manceba de clérigo (1487-VIII-13, AGS, RGS, fol. 124); carta para que
el vicario de Soria se presente ante el Consejo real con el proceso de excomunión y de entredicho
formado contra los que prendieron a una manceba de clérigo (1493-V-23, Ibídem, fol. 269). En otras
ocasiones, se llega incluso a ejercer resistencia física y desacatos a la autoridad cuando las justicias
van a proceder contra las mancebas, como ocurre cuando se comisiona al bachiller Mudarra, a
petición del concejo de Santo Domingo de la Calzada, para que informe sobre las personas que
hicieron resistencia a los merinos y justicias de dicha ciudad cuando el corregidor de la misma
envió un merino de la villa de Grañón —lugar del duque de Béjar— para que le entregasen una
mujer acusada de ser manceba de clérigo (1494-X-29, Ibídem, fol. 328).
1" Quienes llevaron una buena parte de las citadas penas, a veces de manera un tanto

arbitraria, fueron las criadas y dueñas que servían en casa de los clérigos como mozas de servicio,
amas de llaves, etc.; en este sentido, se quejan los clérigos del cabildo de León a cuyas criadas se
difamaba públicamente por el hecho de vivir en sus casas (1491-V-11, AGS, RGS, fol. 69). Y ese
es el caso de María de Muñube, vecina de Vergara, que había servido a Pedro de Amezqueta, cura
de dicha villa, durante 20 años, al cabo de los cuales fue acusada injustamente de ser su manceba
(1495-IX-4, Ibídem, fol. 57).
180 Emplazamiento de Bernardo de Medina, alguacil del juez de residencia de Guipúzcoa,
en una apelación de María de Villa de la sentencia dada contra ella en que se la condena al pago
de un marco de plata acusada de ser manceba de clérigo (1494-VII-23, AGS, RGS, fol. 414).
181 Que se devuelvan los bienes tomados a María López, vecina de Arriba, acusada injusta-
mente de ser manceba (1490-VI-28, AGS, RGS, fol. 131).
112 1485-1X-26, AGS, RGS, fol. 160; 1490.1-19, Ibidem, fol. 195; 1495-V1148, Ibídem, fol. 283; etc.

lag Vid. nota 176: «declaramos que ninguna mujer casada pueda decirse manceba de clerygo,
frayle ni casado, salvo seyendo soltera y tenida por el clérigo por manceba pública; y que la tal

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RELACIONES EXTRACONYUGA LES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 611
aun cuando hubiesen sido mancebas de clérigos con anterioridad, si se demos-
traba que desde hacía un plazo razonable de tiempo vivían honestamente y
apartadas de aquél con quien hubiesen tenido la relación de mancebía, tam-
poco eran juzgadas ni condenadas 18'.
En definitiva, como vemos, el problema estaba ampliamente generalizado
y podemos concluir que se asiste, durante los últimos 20 años del siglo xv,
a la lucha por el desarraigo de una tradición secular entre el clero con los
enfrentamientos de todo tipo a que ese intento da lugar y que tan ampliamente
nos han quedado documentados.
De forma paralela, se produce también la lucha contra las relaciones sexua-
les de las religiosas, aunque con mucha menor fuerza dado que las mismas
debían de tener, en la época, mucha menor importancia. En este sentido, indicar
únicamente que, si bien tanto la legislación conciliar como la civil condenaron
muy tempranamente las uniones sexuales de las monjas aún a finales del
siglo xv siguen existiendo conventos deshonestos (como los que citábamos al
hablar de los casos de adulterio o incesto) y monjas amancebadas, alguna de
las cuales se permite, incluso, el lujo de legitimar a sus hijos '. Pero el fenó-
meno tiene una importancia mínima en comparación al de sus compañeros
masculinos.

III. EL PROBLEMA DE LAS LEGITIMACIONES. Los BASTARDOS

La consecuencia lógica de los diferentes tipos de relaciones extraconyugales


examinadas es el nacimiento de un gran número de hijos ilegítimos, que van a
sufrir en gran medida las condenas que el ordenamiento jurídico establece para
las faltas de sus padres; hijos que son hasta tal punto frecuentes durante la
época estudiada, que en no pocas ocasiones se le ha llamado al xv el «siglo
de los bastardos». Y éstos tuvieron en el mismo una importancia decisiva, al
permitir consolidar las lineas de sucesión en las familias nobles, por ejemplo,
y algunos de ellos llegaron incluso a la Corona.
Para poder acceder a todos esos privilegios, el único documento con el
que los tales debían contar era la carta de legitimación firmada por el monarca,
la cual les permitía actuar como si de hijos legítimos se tratase, con todos los
derechos inherentes a esa situación.
muger casada no pueda ser demandada en juicio ni fuera de él, salvo si su marido la quisiere
acusar». Si la mujer era culpable y él no la acusaba, se deberían «ejecutar en ellos (en los maridos)
las penas que de derecho corresponden..
18, El Fuero de Vizcaya establese el tiempo de dicha separación en seis meses antes de que
se produzca la acusación. En este sentido, nos ha quedado algún testimonio, como la orden dada
al corregidor de Murcia para que no persiga a Monzona, viuda de Pedro de Monzo, por el hecho
pasado de haber sido manceba de clérigo (1489-1-26, AGS, RGS, fol. 147).
la, Sobre las condenas de la legislación conciliar véase A. ARRÁNZ, Imágenes de la mujer,
págs. 38-40; y de la civil, E. Gscro FERNÁNDEZ, La filiación ilegítima, pág. 902; en las Partidas, la prole
de monja es considerada incestuosa —habida de «coito dafiado•--, mientras en el fuero Real se
declara nulo el matrimonio que la misma pudiera contraer y se pena con el destierro a quien
casó o tuvo con ella «acceso carnal».
1" Legitimación de Fernando de Valencia, hijo de Juan de Valencia, vecino de übeda, y de
una monja profesa de la orden de Santa Clara (1490-V-24, AGS, RGS, fol. 46).

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612 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

Dado que la situación jurídica de los mismos ha sido ya ampliamente estu-


diada para la Edad Media castellana '", nos limitaremos aquí a plantear el estudio
de las diferentes cartas de legitimación concedidas por los monarcas en el período
comprendido entre los años 1474-1495, que son las que contiene el Archivo
de Simancas en su sección del Registro General del Sello. Y lo haremos desde
un doble punto de vista: el estadístico, para apreciar el grado en que se produ-
cen las legitimaciones según las diferentes uniones y casos que las hacen nece-
sarias; y, en segundo lugar, estudiando más detenidamente las características
de las mismas, tanto desde el punto de vista de quién las solicita o por qué se
conceden, es decir, saber qué situaciones concretas las hacen necesarias, como
desde el de los derechos y deberes que junto con ellas se otorgan a sus bene-
ficiarios.
El número total de cartas de legitimación concedidas entre los años 1474
y 1495, conservadas en el Registro General del Sello, es de 254; de ellas

Pertenecen a miembros de la nobleza 6 2,36 por 100


a miembros de órdenes Militares ... 12 4,72 »
a clérigos y eclesiásticos ... ... 144 56,70 »
a seglares de todo tipo ... ... 86 33,85
a pleitos por dicho motivo ... 6 2,36

Desde un punto de vista geográfico, las citadas cartas se reparten:

LUGAR DE SEGLARES DE CLÉRIGOS

Galicia ... ... ... ... ... ... ... ... ... 4 3
Asturias ... ... ... ... ... ... ... ... ... 1 3
Cantabria ... ... ... ... ... ... ... ... 1 1
País Vasco ... ... ... ... ... ... ... ... 10 22
La Rioja ... ... ... ... ... ... ... ... ... 1 5
Castilla-León ........................ 24 414
Castilla-La Mancha ... ... ... ... ... ... 5 10
Extremadura ... ... ... ... ... ... ... 2 4
Andalucía ... ... ... ... ... ... ... ... 13 25
Murcia ... ... ... ... ... ... ... ... ... 1 2
Canarias ... ... ... ... ... ... ... ... 1 —

En cuanto a sus protagonistas, son hijos de uniones ilegítimas que, cuando


lo son entre seglares, se trata:

1.7 Ese estudio ha sido abordado por E. GAcro FERNÁNDEZ, en tres obras diferentes: La filia.
cidra no legítima, parte 2.. titulada «La filiación no legítima», págs. 59-201; en el artículo sobre
La filiación ilegítima, parte 2.., sobre »La situación jurídica de los hijos ilegítimos», págs. 923-944•
y La situación jurídica de los hijos naturales e ilegítimos menores de edad en el Derecho histórico
español. Alimentos y tutela, vL'enfant II: Europe Medievale e Moderno», .Recueils de la Societé
Jean Bodin», XXXVI, Bruxelles, 1976, págs. 169-182.

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 613

— De casados con solteras ... 29


— De hombres casados con mujeres casadas ... 2
— De hombres solteros con mujeres solieras 42
— De solteros con mujeres casadas ... 4
— De solteros en dos mujeres solteras diferentes ... 2
— De casados en dos mujeres solieras diferentes ... 1
— De soltero con criada 1
— De soltero con viuda ... 2
— De viudo con soltera ... 1
— De matrimonios bígamos ... 1
— De matrimonios incestuosos ... 1

Cuando se trata de uniones de clérigos, se reparten:


— De clérigos con solteras 108
— De clérigos con casadas 5
— De clérigos en dos mujeres diferentes ... 7
— De clérigos con sus criadas ... 2
— De clérigos en relación incestuosa ... 1
— De clérigos con viudas 5
— Miembros de Órdenes Militares en solteras ... 9
— Miembros de órdenes Militares en casadas ... 2

139

Los clérigos que aparecen legitimando a sus hijos lo son de todos los tipos
y dignidades, tanto Dertenecientes al clero menor como a jerarquías eclesiás-
ticas y, en este sentido, se reparten:

— De primera corona o primera tonsura 3


— «Curas» o clérigos sin especificar 51
— De misa 17
— Beneficiados ... ...... 9
— De ordeti sacra 25
— De orden epistolar ... 3
— Tesoreros 1
2
6
— Chantres ... ... 4
10
3
5
2
1
— Abades de monasterios 2
— Comendadores de órdenes Militares ... 11
— Prior de órdenes Militares (San Juan) ... 1

TOTAL „ 156

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614 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

En cuanto al número de hijos/hijas que se legitiman en cada carta, serían:


— Hnos:
........................... 126 ocasiones
• Dos ... 23. »
• Tres 5 »
• Cuatro 1 »
• 6 »
— HIJAS:
43 ocasiones
12
1
• Cuatro o inda ... »
— Ameos:
• Un hijo y una hija 12 ocasiones
• Dos hijos, una hija 2 »
• Un hijo, dos hijas ... 2 »
• Dos hijos, dos hijas 1 »
• Cuatro hijos, una hija ... 1
• Cinco hijos, tres hijas 1

TOTAL 236

En cuanto a sus peticionarios, frecuentemente sude ser el padre quien


reclama para su hijo o hijos la legitimación, aunque hay ocasiones en que la
solicita la madre de los mismos '. En otros casos, bien porque los padres
hayan muerto o por otras razones, tales legitimaciones son solicitadas directa-
mente por los interesados, ya sean varones ' o hembras '. De manera acci-
dental, aparecen legitimaciones de hijos de miembros de la alta nobleza 191 o de
hidalgos 1°'.
u* Así, Juana González, vecina de Cáceres, lo solicita para el hijo que tuvo con un clérigo
de dicha ciudad (1477-VII-8, AGS, RGS, fol. 71); y María García, vecina de Salamanca, para dos
hijas habidas con Pedro García, racionero que fue de la catedral de la citada ciudad (1480-V-9,
Ibidem, fol. 25),
100 1475-11-8, AGS, RGS, fol. 210; 1477-11-20, Ibidem, fol. 39; 1477-111.11, Ibidem, fol. 158;
1478-X11.10, Ibidem, fol. 171; 1479-VIII-3, Ibidem, fol. 19; 1480-111-7, Ibídem, fol. 21; 1480-111.16,
Ibidem, fol. 23; 1480-V-20, Ibidem, fol. 29; etc.
10, A petición de Catalina Rodríguez, hija de Pedro Rodríguez, clérigo de misa, vecino de
Ampudia, y de Juana Velasco, soltera (1489-1.12, AGS, RGS, fol. 48); a favor de Elvira Arias, mujer
de Gonzalo de Cesuras, hija de un escudero y de mujer soltera (1480-V-9, Ibidem, fol. 24); etc.
111 Las cartas de legitimación más significativas entre ellas son:
— Las concedidas al marqués de Cádiz D. Rodrigo Ponce de León para D.* María de León
y Francisca de León, habidas en Inés de Fuentes, soltera; y para Leonor de León, habida en Ana
del Heredo (1476-IV-26, AGS, RGS, fols. 180, 181 y 182).
— La concedida al Cardenal de España, D. Pedro González de Mendoza, para sus hijos
D. Rodrigo de Mendoza y D. Diego, ambos hermanos, habidos en D. Mencia de Lomos (1487-V-3,
Ibidem, fol. 9).
— La de D.* María de Figueroa, hija de D. Gome Suárez de Figueroa, conde de Feria, y de
María de Robles, estando el conde casado con D.* Constanza Osorio (1487-IX-9, Ibidem, fol, 27).
— Y la de D. Juan de Arellano, hijo de D. Alonso de Arellano, conde de Aguilar, y de María
de Arellano, ambos solteros (1495.11-22, Ibidem, fol. 80).
101 Cartas de legitimación en que se concede a los hijos la hidalguía del padre hay muchas

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 615

Por lo demás, resulta evidente a través del estudio de estas cartas que las
legitimaciones de hijos se conceden más a aquéllos que más las necesitan, es
decir, a quienes no solamente no han tenido hijos legítimos, sino que además
no pueden tenerlos, porque en tales casos los hijos no podrían ser reconocidos
por tales de otra manera, no hay problemas a la hora de ocasionar posibles
perjuicios a los descendientes directos —ya que no pueden existir—, etc. Por
ello son tan frecuentes las legitimaciones concedidas a hijos de clérigos, de
uniones incestuosas, adulterios, etc.
En el mismo sentido, hay que destacar la gran tolerancia manifestada en
la época hacia la legitimación de hijos nacidos de relaciones extraconyugales
e ilegítimas, lo que se comprueba fácilmente al establecer la cantidad de legiti-
maciones concedidas a hijos que han tenido individuos fuera del matrimonio
e incluso alguno que ha tenido la mujer en relaciones de adulterio.
Con todo, es evidente que los solteros (y los clérigos) no vinculados a la
institución matrimonial, tienen para conseguir la legitimación de sus hijos una
mayor facilidad que los casados, como demuestra la abundancia de las mismas.
Del mismo modo que cabe suponer, también porque les fuera más fácil, muchos
clérigos legitiman a sus hijos con el paso del tiempo, cuando ya son altas jerar-
quías eclesiásticas, aunque los hubieron cuando sólo eran, por ejemplo, clérigos
de orden sacra'.
Aunque pocas veces los documentos nos informan de las causas que han
movido a efectuar dicha solicitud de legitimación, entre las que de vez en cuando
aparecen, podemos citar:
— Aquéllas concedidas por no haber, en el seno del matrimonio, descen-
dencia directa, de manera que haya que recurrir a los hijos habidos por alguno
de los cónyuges fuera de él —frecuentemente del hombre— u". en relación con
ello, está el hecho de que en muchas de estas ocasiones dicha' legitimación es
solicitada por los dos cónyuges a la vez, de forma que la esposa otorgaría así,
de algún modo, su respaldo y consentimiento para que dicha legitimación fuese

(1475-11-8, AGS, RGS, fol. 210; 1477-111-11, Ibidem, fol. 158; 1477-XII-1, Ibidem, fol. 396, para el
hijo de un veinticuatro de Córdoba; 1478-1-9, !Mem, fol. 20, hijo de un canónigo de la Iglesia de
Córdoba; etc.).
1" Así, Juan de Villagomez, arcediano de la ciudad de Lorca, solicita la legitimación de sus
hijas Inés, Aldonza y Guiomar, habidas, siendo él clérigo de orden sacra, en Catalina de Gomares,
vecina de la ciudad de Murcia (1480-111-16, AGS, RGS, fol. 24); legitimación de Lorenzo Ferrete,
hijo de Alfonso Fernández, canónigo de la Iglesia de Cartagena, que lo hubo, siendo clérigo de
orden sacra, en Teresa Fernández, mujer soltera (1480-111-16, Ibidem, fol. 22); legitimación de
Cristóbal, hijo de Antón Martínez, racionero de la catedral de Córdoba, que hubo en Antonia
Ruiz, soltera, siendo ordenado de epístola (1480-IV-12, Ibidem, fol. 10); legitimación de Francisco
Soriano, hijo de Gil Sánchez Soriano, arcipreste de Chinchilla, que le hubo siendo de orden sacra
en Juana Martínez, soltera (1480-V-20, Ibidem, fol. 28).
"4 Legitimación de García lanero, hijo de Alfonso lanero, vecino y regidor de la ciudad de
Betanzos, ya difunto, que hubo siendo casado y no teniendo hijos de su mujer, en María de Lazano,
soltera (1477-11-20, AGS, RGS, fol. 39); otra de Francisco de Carvajal, hijo de Luis de Carvajal
y de mujer soltera, el cual no tenía hijos legítimos de su mujer, Catalina de Villasayas (1493-VII-12,
Ibidem, fol. 56); legitimación de Juan Pérez de Arostegui, hijo de Pedro Ibáñez de Arostegui, habido
en Catalina de Querejaza, siendo ambos solteros porque, casado después con María de Razabal,
no habla tenido descendencia (1495-V-5, Ibidem, fol. 48).

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616 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

llevada a cabo Como caso especial dentro de esta variedad, está el de la


mujer ya viuda que pide la legitimación de un hijo que su marido hubo fuera
del matrimonio "*.
— Junto a ellas, son también frecuentes las de hijos habidos en matri-
monios cuya nulidad ha sido decretada posteriormente, por tratarse de uniones
incestuosas, casos de bigamia u otros'.
— También las legitimaciones de niños criados por un matrimonio que
son, en realidad, sus padres adoptivos pero que, queriendo integrar al muchacho
-n la vida familiar y que les suceda en la herencia, se ven en la obligación de
legitimarle '.
— Y, finalmente, señalar también un tipo especial de legitimación: aqué-
llas concedidas directamente al propio interesado como premio a los servicios
que el mismo hubiere prestado a la Corona ".
Aparte de todo ello, la causa fundamental que anima a la solicitud de estas
legitimaciones es la posibilidad de conceder la herencia a esos hijos; dado que
los hijos ilegítimos o habidos fuera del matrimonio no pueden heredar de sus
padres, si esa legitimación no se ha obtenido, a la hora de la muerte la herencia
puede plantear muchos problemas, segón encontramos también perfectamente
testimoniado.
En ese sentido, puede ocurrir que, al no haberse producido la debida
legitimación, los hijos se vean incapacitados para heredar los bienes de sus

ls Asi, por parte de Alfonso Zapata y Leonor de Molina, su mujer, es hecha relación que
hace mucho tiempo son casados y no han tenido generación, no teniendo herederos ningunos por
linaje directo «de manera que según las leyes del reino pueden hacer heredero a cualquier persona
que ellos quisieren» por lo que solicitan la legitimación de Jorge Zapata, hijo del citado Alfonso,
habido en Catalina de Ouesada, soltera, estando ya casado con Leonor de Molina (1478-VI-15, AGS,
RGS, fol. 10); legitimación de Maria Juan, a petición de Juan Sánchez de Arueta y de su esposa
Teresa de Estenaga, vecinos del condado de &bate, hija habida por el mismo en Maria de Men-
dierrea (1484-1-26, Ibídem, fol. 3); legitimación a petición de Juan de Traspinedo y de Isabel
Sánchez, su mujer, de la hija del primero, Leonor, habida en Catalina de Sanpedro (1486-1-28,
Ibidem, fol. 9); legitimación a petición de /digo Pérez de Mustricari y de su legitima mujer Mari
Breis de Vedia de tres hijos que hubo en Sancha de Mariuta mujer soltera (1492-111-15, Ibidem,
fol. 29); etc.
1W Legitimación de Juan, Pedro y Pedro de Otáñez, hijos de Pedro Sánchez de Otáñez, difunto,
y de mujeres solteras, a petición de Mari Sánchez de Otáñez, viuda de éste, vecina de Castrourdiales
(1493-1-30, AGS, RGS, fol. 43).
1' Legitimación de Enrique Falconi, hijo habido por Sancho Falconi, difunto, en Catalina
Sánchez, siendo casados pero en el tiempo en que aún vivía la primera mujer de éste llamada
Violante de Tapia (1479-IX-29, AGS, RGS, fol. 30). Legitimación de María de Eslava, hija de Juan
de Ayora, vecino de Ecija, y de Maria de Eslava, «desposados por palabras de presente y por mano
de clérigo» a quienes unía cierto parentesco de consanguinidad (1486.11-18, Ibidem, fol. 34).
191 Ese es el caso de Pedro Núñez y Juan de Ocaña, criados desde pequeños por Pedro
González de Logroño y Catalina González, su mujer, vecinos de Toledo (1483-XI-23, AGS, RGS, fol. 21).
1W Legitimación de Gonzalo de Águila, hijo de Diego Alfonso Alvarino, por los servicios
prestados en el Real de Granada (1492-1.26, AGS, RGS, fol. 28); legitimación de Pedro de Porres, hijo
de Fernando de Porres y de Isabel de Lorca, moza soltera, en atención a sus servicios (1495-X-20,
Ibidem, fol. 23). Seria interesante saber si en el caso de las legitimaciones obtenidas por los padres
influyen también los servicios por ellos prestados, su condición social u otros factores que deter-
minen esa legitimación que es, a fin y al cabo, un favor que se les otorga, pero los documentos
nada nos dicen sobre ello.

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 617

padres y éstos pasen a la cámara real O también es fuente de problemas el


que en ocasiones se concedan legitimaciones indebidas de las que luego se
reclama o se pretendan efectuar las mismas a espaldas de alguno de los in-
teresados ".
Por todo ello se procura, y la mayor parte de las veces se consigue, legiti-
mar a los hijos que lo necesiten antes de la muerte del padre o padres, de ma-
nera que puedan heredar sus bienes y constituirse en sus descendientes sin
problema ninguno. Por lo demás, todas esas cartas de legitimación presentan
la misma estructura: posibilitan la herencia, alzan y quitan toda infamia o
mácula «que por razón de su nacimiento» el individuo legitimado pudiera tener;
le conceden «todas las honras y mercedes» pertenecientes a los hijos legítimos,
y revocan las leyes de Cortes de Soria (en el caso de los clérigos, ya que la
misma dispone que ningún hijo de clérigo haya ni herede los bienes de su
padre), las de Briviesca (que las cartas dadas contra ley o derecho sean obede-
cidas pero no cumplidas) y la imperial sobre hijos espúreos (que no puedan
suceder ni ser reputados en autos civiles ni públicos algunos).
A esas disposiciones de carácter absolutamente común a todas las cartas
de legitimación, se añade en el caso de que las mismas faculten también para
heredar la hidalguía del padre, otra sobre que el individuo legitimado «así
como hombre fijodalgo y de notorio y conocido solar, pueda fiar y desafiar,
retar y ser retado, hacer pleitos y homenajes por castillos y fortalezas y recibir-
los y hacer todos los autos y cosas, él y sus descendientes, que pueden y deben
hacer los fijodalgos notorios y de solar conocido».
Firmadas en las espaldas por el capellán mayor del rey y otros dos de la
Capilla Real, la carta de legitimación se encuentra ya en condiciones de ser en-
tregada al interesado que podrá vivir, con ella, como un hijo legítimo, con todos
los derechos y obligaciones inherentes a esa condición, según queda de mani-
fiesto en las mismas.

00 Así, es hecha relación a la reina de que puede hacer dos años Juan de Cuadros, clérigo
de misa, ya difunto, al tiempo de su fallecimiento, hizo ciertas mandas en su testamento por las
que dejó a sus hijos como herederos de sus bienes muebles y raíces, hijos que había tenido siendo
de orden sacra y por lo tanto eran inhábiles e incapaces para heredarle, por lo que «según las
leyes de estos reinos, los dichos bienes son confiscados y aplicados para la cámara y fisco real.
(1477-VII-4, AGS, RGS, fol. 293). 0 cuando se hace merced a /raigo de Zogasti de los bienes que
pertenecieron a Juan Sánchez de Arinoza, cura de Olabarrieta, y a Martín abad de Osunsola, cura
de San Juan de Bedia, si resultase que los mismos deben ser aplicados al fisco real, por no haber
de heredar los hijos no legitimados de los citados clérigos (1491-VII-9, Ibídem, fol. 2).
"1 Como en el caso en que Pedro Fernández Cansino, veinticuatro de Sevilla, reclama
que Juan Cansino, su hijo bastardo, sin licencia suya, hubo ganado carta de legitimación del
monarca Juan II, «y porque él nunca le dio la tal licencia ni hizo la tal suplicación ni su voluntad
fue ni es que él haya ni herede sus bienes ni parte dellos, porque el dicho su hijo ha hecho y
cometido algunas cosas contra él., suplica sea revocada dicha carta de legitimación (1479-IX-2,
AGS, RGS, fol. 79). Y también el caso en que se emplaza a María Fernández y sus hermanas
(Teresa, Sancha y Juana, hijas de Fernando de Ibáñez, clérigo beneficiado de la iglesia de Santa
María de Izarra) a petición de Juan Fernández, hijo legitimado del dicho Fernando, a causa de
las legitimaciones conseguidas por sus hermanas simulando petición de su padre (1484-111.6, Ibídem,
fol. 80). Y el caso en que se encarga al corregidor de Murcia determine en el pleito interpuesto
por Juana de Abalos, viuda de Pedro de Malos, que protesta de la legitimación que quiere hacer
Gome de Abalos de dos hijos que tiene con una manceba y dejarles los bienes que pertenecen a
la familia (1490-IX-23, Ibidem, fol. 112).

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618 RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE

En definitiva, tanto por el volumen de documentación emanado, en poco


más de veinte años, de la cancillería real, como por los individuos que vemos
desfilar en las citadas cartas —pertenecientes tanto al clero como al sector seglar,
con personas integradas dentro de las más diversas clases sociales y de muy
diferentes niveles de rentas y fortuna—, podemos concluir que las mismas cons-
tituyen un punto de apoyo más a la demostración de la frecuencia y normalidad
con que se llevan a cabo relaciones extraconyugales de carácter ilegítimo en la
Castilla del siglo xv, relaciones de las que estas mismas cartas son el mejor
exponente, pues a través de todas ellas podemos conocer a sus protagonistas
y las diferentes condiciones en que esos hijos nacieron: origen, lugares de naci-
miento, condición de los padres, etc., todo lo cual resulta de un valor inapre-
ciable a la hora de enjuiciar el problema de las relaciones sexuales en la sociedad
castellana bajomedieval.

IV. CONCLUSIÓN

El estudio del sexo y de las relaciones sexuales durante la Edad Media


peninsular está todavía por hacer. Si, como afirma Georges Duby, no se puede
abordar el estudio de la familia sin efectuar también paralelamente el de la vida
y la moral sexual de cada época 202 , sería necesario emprenderlo en breve tiempo,
dudo el total desconocimiento que sobre este tema tenemos en la actualidad.
Sin embargo, es cierto que su estudio cuenta con muchas limitaciones y
que es muy poco lo que podernos saber sobre la vida sexual de los castellanos
del siglo xv. En primer lugar, porque para esa época aún no existen libros de
bautismo o registros de nacimientos que nos permitan valorar la importancia
de los contactos extraconyugales en el contexto general de las relaciones se-
xuales, lo que hace imposible el diseño de tasas de ilegitimidad de nacimientos
o de fecundidad ilegítima, como las que se han realizado para algunas regiones
del Occidente europeo referidas a épocas posteriores a'. Y, en segundo lugar,
porque como muy bien señala uno de los grandes especialistas del tema J. L. Flan-
drin, «ni los embarazos ilegítimos ni las concepciones prenupciales nos cuentan
nada esencial sobre la vida sexual ( ...) en todo caso nos hacen conocer la actitud
de la sociedad frente al bastardismo, el concubinato y las madres solteras, que
son grandes temas de historia social más que de historia de la sexualidad» ".
Por ello, y por la carencia de fuentes documentales que nos pudieran pro-
porcionar información en ese sentido, se echará de menos en los estudios sobre
relaciones sexuales en la Edad Media los casos de homosexualidad, bestialismo
y comportamientos sexuales personales que, en el momento actual, son casi
imposibles de abordar a partir de la documentación conservada, pese a que son

G. Duav, Presentation de l'enquete sur Famille et sexualité au Moyen Age, .Famille et


Parenté dans l'Occident medieval., Roma, 1977, pág. 11.
its La tau de ilegitimidad es la relación entre el número de nacimientos ilegítimos y el total
de nacimientos, en tanto que la de fecundidad ilegitima es la relación entre el número de naci-
mientos ilegítimos y el de muchachas y viudas entre los 15 y los 44 años. Vid. J. L. PUDRIR, Vida
familiar y amores Matos en Inglaterra, .La moral sexual en Occidente», Barcelona, 1984, págs. 339-
359; ~MAY, Amou► illegitime et societé a Multes au XVIII' siécle, •Annales., 4-5 (1972), págs. 1155-1182.
so' J. L. FIANDRIN, La moral sexual en Occidente, pág. 18.

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RELACIONES EXTRACONYUGALES EN LA CASTILLA BAJOMEDIEVAL 619

ellos los que constituyen, junto con algunos de los aquí tratados, la auténtica
base de la historia de la sexualidad.
Por ello, y a la espera de algún día poder estudiar esas prácticas sexuales
en la Edad Media peninsular, debemos conformarnos por el momento con
señalar las diferentes modalidades de relaciones sexuales entre las personas,
extraconyugales fundamentalmente, que son aquéllas de las que nos ha llegado
una más rica información *.
RICARDO CÓRDOBA DE LA LLAVE
Universidad de Córdoba

* El presente trabajo ha sido realizado como parte del Proyecto de Investigación que sobre
"La violencia a fines de la Edad Media" ha patrocinado la Junta de Andalucía.

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