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La ficción de la realidad literal de una palabra lleva a un grado aun más alto la reíficación de su
significado. Voloshinov, V. (19) pág 102.
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solución a un problema”, situación clave, y muy olvidada, en el momento de entender el
fenómeno mítico de acuerdo con sus rasgos definitorios. Este mismo autor agrega más
adelante que en el mito “el problema se encontraba resuelto sin haber sido planteado”
(idem). El mito, en definitiva, y de acuerdo con esta modalidad analítica, plantea una
suerte de tranquilidad deseable, un horizonte de saciedades, angustias y requerimientos
de saber (de querer saber) que se satisfacen con la concepción no-problemática de su
forma enunciativa. De ahí que el corpus mítico y toda su matriz conceptual, su dinámica
de premios-castigos, su apelación a la sacralidad (que no debe ser confundida con la
religiosidad, como veremos más adelante), su aura de oficialidad basada en la tradición
y en la conformidad de sus enunciadores y enunciatarios, puedan ser utilizados como
una herramienta política y propagandística que permite la variación, siempre que se
haga dentro de precisos límites preestablecidos. Libertad regulada. De hecho, la
pretendida maleabilidad del mito, su supuesto carácter móvil y su enunciación diversa
son tales solo en el detalle y en la superficie, y responden más a una concepción
romántica que a una realidad cultural. El núcleo duro, por utilizar otra metáfora
científica, no cambia. Edipo y el Minotauro siempre, de una forma u otra, mueren.
Medea mata a sus hijos. Áyax sufre por los excesos de su ethos heroico; Helena se ha
dejado llevar por sus pasiones; Dafne fue perseguida por una divinidad lasciva. En fin,
como diría Borges en un conocido cuento, solo cambian las circunstancias, la hora y
uno o dos nombres propios.
Por eso es que romper con alguno de sus constituyentes específicos implicaría
destruir el mito, o si se prefiere, cambiar su enunciación. Por eso mismo la palabra
mítica es “sagrada” (en las acepciones cuarta y quinta dadas por el DRAE 2), goza de
cierta inmovilidad, pretende basar su ser y su poder en la Mismidad, antes que en la
Otredad. Podrían, sin embargo, objetárseme infinidad de casos: según una vertiente
mítica, Ifigenia muere; según otra, es salvada. En un caso, Ariadna es abandonada (u
olvidada) en una isla y se suicida o muere al dar a luz; en otro, aprovecha su situación
para divertirse con Diónisos. Detalles: lo importante en cada caso no es el destino de
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sagrado, da.
(Del lat. sacrātus).
4. adj. Digno de veneración y respeto.
5. adj. Inmodificable.
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Ifigenia o de Ariadna (materia de discusión de la tragedia, no del género mito).
Hay otros aspectos más importantes que son los que no cambian: Teseo es el
héroe de Atenas y Agamenón es, junto con Aquiles, un modelo de guerrero. Eso
no entra en discusión.
Los ejemplos pueden multiplicarse, pero es hora de hablar de Borges y de
Cortázar. Baste lo anterior para encuadrar nuestro somero marco teórico-
conceptual sobre el mito.
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Así es el Teseo de Gide: irónico, voluble, irritante, rayano en la blasfemia:
Bandoleros de toda laya volvían a infestar la comarca y hacían
tranquilamente de las suyas desde que Hércules se afeminaba a
los pies de Onfale (133).
Para referirse a su amada Ariadna, la pinta como una criatura plagada de clichés,
sosa, lasciva y hasta insalubre. Cuando la hace suya por primera vez, Teseo confiesa
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me ensantgriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los
cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras.
Yo iba al gimnasio y dejaba que mis maestros pensaran por mí. No creas
que te sigo en tus rápidos juegos. Me obedezco sin preguntar mucho. De
pronto sé que debo sacar la espada. Vieras a Egeo cuando me agregué a
los condenados. Quería razones, razones. Yo soy un héroe, creo que
basta.
MINOS
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monstruo, a un minotauro que nos recuerda mucho al de Gide, que cría a los jóvenes
atenienses y que, con música y sabiduría, les permite seguir vivos:
EL CITARISTA
¿Cómo no dolerme? Tú nos llenaste de gracia en los jardines sin
llave, nos ayudaste a exceder la adolescencia temerosa que habíamos
traído al laberinto. ¿Cómo danzar ahora?
Textualidad corrosiva (no solo del género tragedia griega, sino de ciertas formas
estereotipadas del mito), la obra de Cortázar derrumba la imagen de un minotauro devorador de
hombres, y lo hace en boca de una mujer (doble insolencia enunciativa):
ARIANA
Su profundo recitar de repetido oleaje, su gusto por las
nomenclaturas celestes y el catálogo de las hierbas. Las comía,
pensativo, y después las nombraba con secreta delicia, como si el
sabor de los tallos le hubiera revelado el nombre...
Mujer que, siendo su hija, recupera una historia que su padre no quiere
reconocer y que borra, reescribiéndola a su antojo y de manera unilateral:
ARIANA
MINOS
ARIANA
MINOS
Las madres no cuentan. Todo está en el caliente germen que las elige
y las usa. Tú eres la hija de un rey, Ariana la muy temida, Ariana la
paloma de oro. Él no es nuestro, un artificio. ¿Sabes de quién es
hermano? Del laberinto. De su cárcel misma. ¡Oh caracol horrendo!
Hermano de su jaula, de su prisión de piedra. Un artificio, mira, igual
que su prisión. Dédalo los hizo a ambos, astuto ingeniero.
Algo análogo sucede con la imagen del minotauro, que, lejos de ser la de un
monstruo, es la de una criatura con su peculiar belleza y proporción:
MINOTAURO
[…]. Aquí era especie e individuo, cesaba mi monstruosa
discrepancia. Sólo vuelvo a la doble condición animal cuando me
miras. A solas soy un ser de armonioso trazado; si me decidiera a
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negarte mi muerte, libraríamos una extraña batalla, tú contra el
monstruo, yo mirándote combatir con una imagen que no reconozco
mía.
La mirada del otro (del otro que solo mira sin ver, o ve lo que su deseo y
conveniencia le dictan) es la que lo convierte en un monstruo. Es la que fosiliza su
estatuto identitario con nombres y con la adjudicación de hechos que se imbrican en una
lógica de enfrentamiento. Enfrentamiento cuyo objeto final es justificar actos y
decisiones bajo la fantasía paranoide de actuar contra el enemigo, a favor de la “patria”,
la “nación” o “el pueblo”.
MINOS
EL CITARISTA
Parece ser que hay algo en el mito que subyuga, pero que a la vez cansa, satura y
promueve su propia destrucción: la repetición, el retorno, es decir, su carácter de
monotonía e incesante reiteración. La Literatura se apropia de los mitos, pero en pocas
ocasiones los respeta. Por el contrario, los subvierte, los martilla, cambia su naturaleza
sacra, los seculariza, los hace materia de reflexión, más que de un ritual de repeticiones.
La repetición anula a reflexión crítica, asfixia al libre pensamiento, automatiza la
percepción.
Eterno retorno de lo mismo, ha dicho Niezsche. Pero lo mismo no es más que
una metáfora que, extrapolada de la lógica al arte, no hace más que confirmar la
variación. Variación que, de manera polifónica, pone en jaque el discurso unificador del
mito, su afán por cubrir las grietas que lo surcan, al desnudar los procedimientos y
mecanismos que hacen a su regulación autótrofa. Las otras voces, las otras versiones,
los otros sujetos, pocos o muchos, siempre tienen algo para decir, hecho que pone en
peligro la canonicidad de discursos oficializados, convertidos en entelequias, cuyos
portavoces, más que en la verdad, están interesados en su existencia independiente e
inmune a las críticas y desviaciones. Borges y Cortázar escandalizan al lector
acostumbrado a la seguridad de la versión única, y lo hacen a tal punto que bien
podríamos preguntarnos, con Foucault:
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¿qué hay de peligroso en el hecho de que las gentes hablen y de
que sus discursos proliferen indefinidamente? ¿En dónde está
por tanto el peligro?
1. Fuentes.
2. Bibliografía.
MIRAUX, J-PH. (2005) La autobiografía: las escrituras del yo. Buenos Aires,
NuevaVisión
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