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Román Ipiña
Atahualpa Yupanqui es reconocido por su extensa obra musical donde se sumerge en las temáticas
concernientes a la vida rural y circunstancias de los habitantes del interior de Argentina. Publicó
algunos títulos, Senda, Canto del viento y Aires indios, en los cuales su excelsa pluma sobrepasa la
calidad de su canto ahondando en las líneas recurrentes de sus composiciones. Patricio Manns en
su obra literaria complementa el universo de sus canciones, siempre comprometido con las causas
de su gente. Memorial de la noche sigue vigente con la situación mapuche, y el estilista que pule
cada letra deslumbra en su un poemario sublime, Memorial de Bonampak, homenaje a la
Civilización Maya. Alfredo Zitarrosa y su profundo canto que tan bien reflejó el sentir y los anhelos
humanos, publicó un volumen de cuentos, Por si el recuerdo, en donde se explaya y dice lo que el
limitado espacio de un tema musical impide. Enrique Quezadas, cuyos temas proponen un viaje a
través del alma dada su formación como terapeuta, hace lo propio en un par de novelas, Crónica
de una hoguera y Santa. Chico Buarque ha descrito los afanes, amores, frustraciones y deseos del
pueblo brasileño en su vasta obra musical y lo ha hecho con igual tino en la docena de libros
publicados. Desde el primero, un ensayo, Hacienda modelo, en pasando por las varias novelas,
Benjamín, Estorbo, Budapest, El hermano alemán, Leche derramada, pone énfasis en las penas y
gozos, fracasos y anhelos del ciudadano común, inconforme con la realidad que le tocó vivir,
siempre del lado del derrotado y con una buena dosis de humor. A la par del autor brasileño, sin
duda la más prolífica es Carmen Leñero, mejor conocida en el ámbito editorial y académico que en
el musical. Es la autora de una extensa obra dedicada principalmente al público infantil, Emilio y el
viaje sin tesoro, Historias para girar, Niñez de Frida Kahlo, Lucas afuera, Lucas adentro, entre
otros títulos; ha publicado también cultivado el ensayo, Del faro al foro, el poemario Río y un par
de volúmenes sobre monstruos mexicanos. Su grandiosa pluma nos ha legado miles de hojas
impresas y su bella y bien educada voz, media docena de producciones discográficas.
Un caso peculiar es el de Rubén Blades. A pesar de no haber publicado un libro en forma es, según
mi muy leal saber y entender, uno de los mayores cronistas contemporáneos. En su vasto
quehacer cada canción despliega, en breves palabras, como en el cuento, todo un universo;
expresa lo esencial con una economía de lenguaje y recrea un ambiente subyacente, implícito, de
corte realista. El propio abogado panameño refiere que en una conversación con Carlos Fuentes,
éste reconocía su capacidad de síntesis para escribir cuentos a guisa de canciones. El autor de
Terra nostra confesó que por carecer de esa cualidad se abocó principalmente a la novela. Y fue
justamente una novela sui géneris la que creó Blades hace cuatro décadas. Su proyecto más
ambicioso fue contar una serie de historias, surgidas a partir de las charlas con una conocida de su
barrio, y entrelazarlas de tal suerte que pudieran funcionar como relatos independientes y tejer
con ellos una unidad en un conjunto más extenso. Es decir, ir del desarrollo de personajes al de
situaciones. El resultado fue Maestra vida, que apareció en dos volúmenes. Con las limitantes
técnicas de la época, debía adaptar cada composición a una duración específica para poder grabar
con precisión las caras del LP. Esa es la capacidad de síntesis y manejo de la lengua que resaltaba
Fuentes. Si bien no es el trabajo más popular de Rubén, se trata del más complejo: una novela
formada por vivencias e interlocutores que confluyen desde diversos ángulos para concatenar en
el ulterior desarrollo de la misma a ritmo de salsa. Esta original ópera-salsa es una lograda obra
narrativa en una tesitura análoga a La guaracha del Macho Camacho, de Luis Rafael Sánchez.
No es de extrañar que los autores citados tuvieran un acercamiento a las letras. Sus intereses y
necesidad de expresarse en otro contexto y formato los condujerono a explorar caminos alternos.
Lograron consolidar su obra en dos pilares paralelos e independientes. En su mayoría cultivan
géneros ajenos al circuito comercial, llevan a cabo una introyección a fin de recrear su visión y
sentir de la realidad, reflexionar sobre ello, amalgamar, sintetizar y externar con una postura
novedosa. Es un canto de propuesta que encuentra su génesis en el género más antiguo, la trova,
que desde Guillermo de Aquitania tiene mil años de acompañar los avatares y desventuras del día
a día y busca los mismos fines: hablar del amor, la cotidianidad, las vicisitudes políticas, sociales,
en desplegando horizontes y una forma diferente de abordarlos sin evasión, estéticamente, con
otra mirada, cuestionando y proponiendo. El quehacer de casi todos los autores citados ha fluido
fuera de los círculos mercantiles, y cuando la maquinaria mediática se hizo eco, fue por sumar a
sus filas elementos diferentes, contrapunto a la chabacanería y la estulticia ligadas , todo ello con
un al afán mercadológico. No obstante, las voces mencionadas se han manifestado, sea en la
música o en el ámbito libresco, con autonomía y congruencia.
Las letras y la música son complementarias, y cuando autores talentosos exploran ambas
vertientes, los resultados suelen enriquecer el alma. Deleitemos pues, los sentidos.
Román Ipiña