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Las tentaciones desde la Pasión de Cristo

La siguiente charla está basada en la pasión de nuestro Señor Jesucristo. La pasión de


Cristo es el misterio central de nuestra fe. La vida del cristiano desde que somos
bautizados tiene su fundamento, su centro en Cristo, y de manera especial en su muerte y
resurrección.
La pascua de Cristo que consiste en celebrar su triunfante resurrección donde la misma
Resurrección de Cristo vence a la muerte y nos abre de una vez y para siempre. La pascua
que significa paso de la muerte la vida y vivir la nueva vida en Cristo en la eternidad es
nuestro destino. Hemos nacido para resucitar, para la vida eterna para celebrar la pascua
en el cielo con Cristo y todos los santos.
Jesús asume nuestra humanidad, pero hay algo que Él no vive y eso es el pecado. “Pues
no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino
probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.” (Heb 4, 15). Sí, Cristo, no
peco, pero sí fue tentado. Por la Encarnación, Jesús se hace igual en todo a nosotros,
menos en el pecado – en su carne y sangre – con todo su ser divino-humano. Dios mismo
hace de su persona íntegramente el Camino, la Verdad y la Vida. Se hace indigente, tiene
que orar, verse incapaz, se anonada, va a la máxima humillación, pasión y muerte en cruz.
“Durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo
de ellos, sintió hambre.” (Lc. 4, 2) Jesús mismo sufre las mismas tentaciones que
nosotros, vive lo mismo que día a día vivimos nosotros, sólo que sabe que no hay cosa
que Dios no pueda colmar de bien. Cuando uno experimenta las dolencias, las
fragilidades, las flaquezas y las adversidades, es cuando se ve cuánto ponemos todo en
manos de Dios.
Podemos aprender del relato de la pasión en el Evangelio, que cuando se presenta algún
tipo de tentación hay manera de sobrepasarla; porque Dios ha vencido con Amor. Como
dice en un pasaje del nuevo testamento “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence
al mal con el bien.” (Rom. 12, 21) Es la exhortación que Dios mismo nos hace este día:
Yo no he vivido el pecado porque quiero que sepas que el Amor vence siempre contra el
pecado. Pidamos al Señor que nos regale el gozo de entrar en este misterio de la pasión,
que es el camino que nos marca de Amor; y un amor capaz de ponerse por delante
enseñándonos que siempre vence.
La Cruz y solamente la cruz es el único camino para la pascua de Cristo. “Si el grano de
trigo no cae en tierra y muere no da fruto”. Para dar fruto en esta vida, en la comunidad,
en la Iglesia y sobre todo para la vida eterna, hay que morir, hay que crucificarse. Dice
nuestro Señor Jesucristo el que no se niegue a sí mismo no es digno de mi”. Negarse es
lo que hizo Jesús según nos cuenta San pablo en ese bello himno de vísperas de sábados,
“Cristo a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios al contrario
se anonadó, es decir se rebajo haciéndose pasar por uno de tanto hasta una muerte de
cruz”.
Pero ante, permítanme recordar cual es el origen de las tentaciones. Según Santiago en su
carta en el capítulo 1 versículo 13 en adelante dice: “Nadie, cuando sea tentado, diga: «Es
Dios quien me tienta»; porque Dios ni es tentado al mal ni tienta a nadie, sino que cada
uno es tentado por su propia concupiscencia, que lo atrae y lo seduce. Después, la
concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado, y éste, una vez consumado,
engendra la muerte.” Santiago es claro: de Dios únicamente puede provenir el bien.
Nunca se puede atribuir a Dios la inclinación al pecado. Tampoco podría decirse que, al
dar la libertad, Dios es causa del pecado. Éste surge cuando se cede a la seducción de la

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concupiscencia. Somos responsables de nuestros actos, aunque seamos tentados. Por eso,
con la petición del Padrenuestro «no nos dejes caer en la tentación» le pedimos a Dios
que «no nos deje tomar el camino que conduce al pecado» (Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 2846).”
Comencemos nuestro recorrido por el Evangelio de la pasión para entender, para que la
misma cruz de Cristo cale nuestros corazones y dejarla actuar en nuestras vidas.
Es muy interesante que el relato de la pasión no inicia directamente como lo rezamos en
el viacrucis con Pilato, sino con un pasaje bíblico hermoso de la unción de Betania,
recuerdan que Cristo es invitado en una casa y aparece una mujer que derrama un perfume
de gran valor sobre nuestro Señor, acción que fue muy criticada por sus propios
discípulos, es la tentación de criticar muchas veces a los demás que hacen una obra buena
en la comunidad y en la Iglesia, es la tentación de dar migajas a Cristo. Por eso Jesús
responde “una buena obra ha hecho conmigo”. La puerta de entrada a la pasión de Cristo,
a la Cruz del Señor para poder contemplar los maravillosos misterios y sacar frutos es
darlo todo por Él; en esta mujer se estima que el precio del perfume equivalía a un año.
¿Estaríamos dispuestos nosotros a llegar a ese extremo por el Señor, cuando reclamaos
por unas dos horas a la semana o una pequeña ayuda para la comunidad o la iglesia?
Sinceramente a Dios no se le pueden dar sobras, ya la misma palabra de Dios nos recuerda
en Apocalipsis “o eres frío o caliente, pero si ere tibio te vomitaré”. Dios no anda con
juegos o lo das todo o reamente haremos el ridículo en el camino de la cruz. Es esta la
lección de entra para la pasión de Cristo, entrar a este camino es despejarnos de todo lo
que nos estorba para cargar con la Cruz de Cristo.
Seguidamente de este pasaje Jesús antes de dar su vida por nosotros, antes de extender
sus brazos en la cruz entre cielo y tierra nos amó hasta el extremo quiso dejarnos un
alimento especial, una vitamina para cualquier tipo de virus en nuestros corazones, una
fortaleza para aguantar y sopesar el camino de la cruz. Es él mismo dado en el pan de la
Eucaristía. No se puede vivir el cristianismo sin Eucaristía, la Iglesia vive de la Eucaristía
y la Eucaristía se hace en la Iglesia. Un cristiano que no se nutre de la Eucaristía se seca,
se debilita como una planta sin el riego del agua y el calor del sol. Finalmente, en la
Última Cena, Cristo adelantó, de modo incruento, su próxima pasión y muerte. Cada Misa
que se celebra desde entonces renueva el Sacrificio del Salvador en la Cruz, pues la Santa
Misa no es una pura y simple conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo, sino
un sacrificio propio y verdadero, por el que el Sumo Sacerdote, mediante su inmolación
incruenta, repite lo que una vez hizo en la cruz, ofreciéndose enteramente al Padre como
víctima propiciatoria. Valoremos la Eucaristía, no es una simple reunión de hermanos o
encuentro para socializar o hacer una pasarela de comentarios hacia los demás. Debemos
darnos cuenta que cada vez que estamos en una misa es como si estuviésemos en el mismo
monte calvario donde fue crucificado nuestro Señor por tus pecados por los pecados de
todos.
Una vez siendo consciente un poco de nuestra actitud ante la cruz de Cristo como la mujer
que lo da todo y teniendo el mejor alimento para aguantar el peso de la cruz de cada día
su Eucaristía, su cuerpo y sangre. Nos entramos a Cristo en esa noche amarga de la pasión
que la meditamos en ese primer misterio de dolores que rezamos cada martes y viernes
de la semana en el Santo Rosario, la oración y la agonía de Jesús en el huerto.
Aprendamos del divino maestro su oración ante el suplicio, ante sufrimiento, ante la
prueba, ante la Cruz. “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero que no sea
tal como yo quiero, sino como quieres tú.” En efecto, el comienzo señala lo costoso de la
aceptación del trance: «Si es posible, aleja…»; avanzada la oración, su plegaria es un

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rendido abandono en la voluntad del Padre: «Si no es posible…, hágase tu voluntad».
Santa Teresa de Jesús explicando este pasaje nos alecciona diciendo «Toda la pretensión
de quien comienza oración —y no se os olvide esto, que importa mucho— ha de ser
trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda hacer su voluntad
conformar con la de Dios». Es decir, toda nuestra vida debe estar en unísono con la
voluntad de Cristo, como una melodía como una banda filarmónica. En un concierto si
un instrumento toca una nota distinta se desafina y se arruina la canción. Así pasa en
nuestras vidas cuando nos desafinamos, cuando nos desprendemos, cuando nos
separamos de la voluntad del Padre, por muy difícil que sea, aunque no la entendamos
nuestra vida se desajusta de los planes de Dios. Que hermoso ver en este pasaje la
completa humanidad de Cristo siendo Dios verdadero como suplica al padre que le
conceda la fuerza. El Evangelio de Lucas al relatar este pasaje dice que un ángel le
consuela. Cuantas veces nosotros no hemos sido testigos de la consolación de Cristo en
nuestras tribulaciones y batallas de día a día mediante la oración. Por eso Cristo les
recuerda a sus discípulos que se llevó al monte “velen y no duerman”. No nos durmamos,
que es tiempo de estar despierto y hacer oración. Ese es el propósito de este retiro, de esta
comunidad, de la Iglesia, mantenernos despiertos para orar con Cristo. Vivir la agonía de
nuestras vidas con la agonía de Jesús se hace menos la carga, “vengan a mí todos los que
estén cansados y agobiados que yo les aliviaré, porque mi yugo es suave y mi carga
ligera”.
A continuación de esta bella escena, nos relata el evangelio como Cristo es apresado por
la caravana guiada por un discípulo suyo, Judas. ¿Quién es Judas? Acaso muchas veces
nosotros no vendemos a Cristo, nuestra gracia por 30 monedas de plata. ¿Cuántas veces
hemos vendido a Cristo? Lo vendemos cuando le rechazamos su llamada en esta
comunidad, cuando preferimos quedarnos en nuestra comodidad y no hacer el sacrificio
de asistir y seguir al maestro. Judas a pesar de ser un apóstol, es decir del grupo íntimo le
vendió. Si creemos que solamente por ser parte de esta comunidad de Emaús, ya somos
salvados o por si vamos a misa y decimos “amén” todos los domingos ya cumplimos con
Cristo, pues no, le vendemos porque a Cristo se le sigue con el corazón no con los labios.
Dice nuestro Señor: “de nada sirve señor, señor, si no cumplimos escuchamos la palabra
de Dios y la cumplimos en nuestro corazón. Reflexionemos cuantas veces me parezco
más a Judas a lo largo de nuestros días de nuestra vida.
Pero no sólo Judas puede ser el personaje que nos puede ayudar a comprender el camino
de la Cruz, podemos fijarnos en Pedro, el príncipe de los apóstoles, el primero entre todos
los discípulos a quien le concedió las llaves de la Iglesia. Pero ¿Por qué Pedro responde
con violencia en el arresto de Jesús y más aún por qué le niega tres veces hasta que canta
el gallo? Pedro le cuesta reconocer a Jesús como el mesías salvador. Actúa con violencia
porque quiere hacer justicia con sus propias manos, no, la justicia la hace Dios no el
hombre. Pedro le niega porque desconoce ese camino de anonadamiento, de humildad
que hace Cristo, él no dice ni una palabra, sabe que el proceso de la condenación es
injusto, pero se coloca en las manos del Padre. Por consiguiente, Pedro, quiere resolver
todo con el poder humano y por eso le niega porque ve un maestro un Cristo que no había
aprendido a reconocer. ¿Hoy aquí ante Jesús, crucificado, somos capaces de reconocerle
crucificado o le negamos como Pedro? Pedro, sin embargo, no había entendido aún los
planes salvíficos de Dios; sigue resistiéndose a la idea del sacrificio de Cristo, como ya
lo había hecho en el momento del primer anuncio de la pasión Cristo no aceptó aquella
defensa violenta. Sus palabras aluden a la oración en el huerto en la que había aceptado
libremente la voluntad del Padre, entregándose sin resistencia a llevar a cabo la Redención

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por la cruz. El pasaje nos enseña que hemos de acatar la voluntad de Dios con la docilidad
y prontitud con que Jesús afronta la pasión.
En el relato de la pasión por la noche Jesús es llevado a casa de Caifás donde, mientras
Pedro le niega, los criados le afrentan; a la mañana siguiente se reúnen en el Sanedrín y
le condenan a muerte. De los acontecimientos de la noche, Lucas es el único evangelista
que recuerda la mirada del Señor a Pedro que provocó su contrición. La mirada de Cristo,
frecuentemente descrita en el evangelio ha sido motivo de meditación para los santos:
Santa Teresa es hermoso como expresa este momento: «Considero yo muchas veces,
Cristo mío, cuán sabrosos y cuán deleitosos se muestran vuestros ojos a quien os ama, y
Vos, bien mío, queréis mirar con amor. Paréceme que una sola vez de este mirar tan suave
a las almas que tenéis por vuestras, basta por premio de muchos años de servicio».
Consecuencia de este hecho vemos en el relato las lágrimas de Pedro son la reacción
lógica de los corazones nobles, movidos por la gracia de Dios. En la doctrina de la Iglesia
se denomina contrición del corazón: «Un dolor del alma y una detestación del pecado
cometido con la resolución de no volver a pecar”. No tengamos miedo de llegar al fondo
de nuestros corazones y reconocer con dolor nuestros pecados, que son las veces que
negamos al Señor y así poder llorar nuestros pecados y sentir esa mirado de amor de
Cristo que nos perdona.
Antes de poder reflexionar sobre el momento culminante de la crucifixión de Cristo, vale
la pena, poder detenernos un poco en ese momento del diálogo de Pilato con Jesús. El
gobernador, Pilato, desde su perspectiva de hombre político, intuye que todo aquel asunto
es ajeno a su competencia, que no le interesa en lo más mínimo. Jesús es inocente, pero
los judíos están soliviantados, manipulados por los mismo sumos sacerdotes. Y busca,
cobardemente, el camino de las negociaciones y de las concesiones con la práctica del
indulto de gracia pascual, liberar a un preso por las fiestas pascuales. No da resultado; las
incitaciones de los príncipes de los sacerdotes son seguidas por la multitud que pide la
crucifixión de Jesús: Es duro leer, en los Santos Evangelios, la pregunta de Pilato: “¿A
quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, que se llama Cristo?” —Es más penoso
oír la respuesta: “¡A Barrabás!” —Y más terrible todavía darme cuenta de que ¡muchas
veces!, al apartarme del camino, he dicho también “¡a Barrabás!”, y he añadido “¿a
Cristo?… ¡Crucifícalo!
¿Dónde nos encontramos en este momento? ¿Quiénes somos? Unos Barrabas que se
aprovechan del momento para salirse siempre con la suya y pasar por encima de los
demás. O somos como la muchedumbre que se deja manipular por las ideas dominantes
de aquellos que falsamente guían nuestras vidas, con el peligro de ser también aquellos
que queremos manipular a los demás en beneficio propio. Hoy en día son nuevamente
condenados muchos Cristos, somos condenados por las injusticias en el mundo.
Empecemos por ser verdadero discípulos y no unos cobardes Pilatos que se lavan las
manos excusándose en la autoridad o en el protagonismo para ocultar la culpa.
Llegados al momento de la cruz, todo el evangelio nos ha preparado para estar atentos a
lo que sucede. No sin antes sin hacer una mención al camino de la cruz, en la vía dolorosa,
cargando la cruz por nuestros pecados, hay una escena bastante hermosa que es la del
Cirineo. El Cirineo ayuda a nuestro Señor, no es indiferente al suplicio por el que pasa.
¿Cuántas veces somos indiferente al dolor de nuestros hermanos? ¿Qué hacemos para
ayudarle? ¿Nos quedamos sentados? Hemos de ser esos Simón de Cirene y ayudar desde
la oración desde las obras de misericordia. Una fe sin obras está muerta recuerda el
apóstol Santiago. Aceptemos la vía dolorosa no nos quedemos como espectadores,
entremos en el camino de la cruz no egoístamente, sino como comunidad sino como
hermanos ayudándonos los unos por los otros.

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Llegado Jesús al monte Calvario, altar del mundo donde el cordero sin mancha es
crucificado en inmolación por nuestros pecados y los del mundo entero. Pero antes de ser
clavado en la Cruz Cristo es despojado de sus vestiduras. Es que ciertamente, a la cruz se
sube desnudo, sin nada que estorbe o que sobre para morir con Cristo. Para morir día a
día, hay que renunciar a aquello que nos detiene a aquello no nos deja avanzar en el
camino de la gracia, San Juan de la Cruz expresa para llegar a gustarle Todo (Cristo)
primero hay que gustar la nada. Jesús se queda sin nada y asume la crucifixión.
En el momento en que Cristo pende de la Cruz, con esos clavos que son nuestros pecados,
se escribe un rótulo que dice “Aquí está el Rey de los Judíos: INRI”, en verdad es rey,
pero su reino no es de palacios, no es rey en un trono de oro y con corona de perlas, sino
en e trono de la Cruz y una corona de espinas. Y es en este momento donde nos muestra
su poder, la humildad y una vez asumiendo la cruz soporta la gran tentación. Recordemos
las tentaciones que tuvo Cristo en el desierto que fue el evangelio del primero domingo
de cuaresma se repiten en la cruz. Los Sacerdotes y fariseos le gritan: “si tu eres el hijo
de Dios, bájate de la Cruz” es la tentación máxima que tenemos los cristianos día a día,
la tentación del pecado, la tentación de bajarnos de la cruz y sucumbir a las tentaciones
del maligno. Sin duda alguna, hubiese sido más fácil bajar de la Cruz mostrando su poder
y su gloria de manera maravillo. Pero la gloria de Dios no se manifiesta en los grandes
acontecimientos, sino en la sencillez, en lo cotidiano. Muchas veces los problemas, las
dificultades son muchas y nos pueden ahogar, pero la solución no está en desaparecer, en
bajar de la cruz, sino en permanecer firmes clavados con Cristo confiando en que después
de la tormenta viene la calma. Las tentaciones se vencen con Cristo no dialogando con
ellas. Es tomar la misma actitud de Cristo como el en la Cruz, una de las siete palabras de
Cristo en la Cruz, y la primera que pronuncia y recoge el Evangelio es “Padre perdónales
porque no saben lo que hacen”. En medio del sufrimiento de los clavos y aún así con las
injurias y ofensas al Señor, el les perdona, ruega al Padre que les perdone. Es esa la actitud
que debemos de tomar cada uno de nosotros no solo frente a las tentaciones sino ante
cualquier circunstancia que parezcan injustas e incomprensible, ser misericordiosos,
perdonar y poner todo en las manos del Padre, de un Padre misericordioso.
Crucificado Jesús en la cruz tiene un diálogo hermoso con los ladrones. “Uno de los
malhechores crucificados le injuriaba diciendo: ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo
y a nosotros. Pero el otro le reprendía: ¿Ni siquiera tú, que estás en el mismo suplicio,
temes a Dios? Nosotros estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo
que hemos hecho; pero éste no ha hecho ningún mal. Y decía: Jesús, acuérdate de mí
cuando llegues a tu Reino.” ¿Quiénes somos el buen o mal ladrón? Esta escena se repite
todos los días. Culpamos a Dios por nuestras vidas o nos ponemos en sus manos. Es que
aceptar la cruz de Cristo es poner toda confianza en Él, y orar Señor acuérdate de mi en
tu reino. Pidamos perdón al Señor por todas las veces que le rechazamos que le culpamos
que no aceptamos lo que él nos manda, porque si Dios es bueno, y confiamos en su amor
es porque quiere lo mejor de cada uno de nosotros, no debemos de dudar en ningún
momento de su infinita bondad.
Cuando Jesús clama “Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado” es el grito
desesperante ante quien se encuentra en el sufrimiento. Es el grito que nos enseña Jesús
frente a la tentación de culpabilizar todo a Dios. ¿Quién es el culpable de nuestros males?
No es Dios. No hay que dejarse caer en la tentación de no ser responsables con nuestra
libertad y de ser cobardes en señalar a los demás. Jesús dice mis les dejo mi paz les doy,
la paz de Cristo quiere habitar en cada uno de nuestros corazones, somos uno a uno
quienes haremos de este mundo mejor.

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Antes de entregar su vida al Padre, de regresar a la casa del Padre, Cristo dice tengo sed,
¿En el momento de la Cruz de qué pudiese haber tenido sed? La sed de Cristo en la cruz
es la sed que tuvo frente a la samaritana, sed de la fe de esa mujer que prefiguraba la
iglesia. Cristo en la cruz tiene sed de cada uno de nosotros de aceptarle a Él, de
reconocerle como nuestro Salvador y Señor. Que tentación más grande cuando nuestra
sed tratamos de saciarla con charcas de agua inferiores que engañosamente nos sacian por
momentos. Busquemos a Cristo de corazón solo el puede saciar nuestra sed de vida con
su cuerpo y sangre. Fuera de Cristo no hay salvación y por ende no hay felicidad plena.
“Todo está cumplido” “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” son las últimas
palabras de nuestro Señor antes de morir de entregar su vida en rescate por nuestros
pecados. Jesús ha cumplido su misión. ¿Qué más nos puede dar el padre? Nos ha
entregado a su hijo, y él mismo se ha ofrecido en el altar de la cruz inmolándose como
cordero pascual. Le hemos matado con nuestros pecados y le seguimos despreciando.
Todo está cumplido la obra de la redención se ha consumado, pero no completado,
caeremos en la tentación de despreciar a Cristo, despreciar su sangre derramada en
nuestras vidas para nuestra salvación. Él ha hecho su parte y nosotros le seguimos
despreciando o le asumimos en nuestras vidas. Esta es la prueba inmensa de su amor es
la prueba que nos ama Dios, la muerte de Cristo.
Hay un momento muy interesante del cual podemos sacar algún provecho espiritual, es
la sepultura de Cristo, como era el día de la pascua, día de descanso, no había tiempo para
preparar al Señor, sino que debían enterrarlo, aparece un hombre desconocido, pero sí
discípulo del Señor, José de Arimatea, quien generosamente concede un sepulcro nuevo
para depositar el cuerpo de Jesús. Vuelve a nosotros la imagen de la tentación del
egoísmo. José de Arimatea, alguien del que no se escucha hablar que seguía a Jesús se
desprende de sus bienes sin menguar, sin algún recelo de que beneficio iba recibir, más
aun cuando la palabra de Cristo ya había hecho morada en su corazón. Y más importante
aun es estar atento frente a la tentación de no criticar, la virgen María o la mujeres que
acompañaban a Cristo o el mismo san juan, no niegan la ayuda de un desconocido hasta
entonces de José de Arimatea. Es la critica que hace Jesús en aquel pasaje donde llegan
los discípulos a ponerles quejas (chismear) “Maestro hemos encontrado a este predicando
en tu nombre, pero no es de lo nuestro”, y Cristo responde déjenle quien no está contra
mi está conmigo. Cuantas veces somos los primero en criticar aquel hermano o hermana
que vuelve a la iglesia, le juzgamos tal vez por algún pecado o simplemente porque se
había ausentado, pero no vemos el arrepentimiento que seguramente traerá en el corazón.
Que lección más hermosa nos enseña este discípulo secreto de Jesús y más aún observar
que ni Pedro, ni Santiago aquellos apóstoles con los que el Señor compartió más en su
vida pública estuvieron en la Cruz. Es la tentación de querer solo aparecer en momentos
de milagros, de aplausos, de fotos, de alegrías, pero cuando viene la cruz, quiénes son los
que realmente están con el hermano crucificado.
Hemos recorrido la pasión y muerte de Cristo, hemos visto que aún del suplicio de la
Cruz la tentación no desaparece. El camino de la cruz es nuestro camino y siempre habrá
tentaciones. Tentaciones como hemos visto solo serán superadas no solo con la simple
escucha de la palabra de Dios, sino siguiendo su ejemplo, dejándonos acompañar de
Cristo; Santa Teresa de Jesús siempre recomendaba a sus hijas, “están tristes vean a Cristo
en la agonía, están alegres vean a Cristo Resucitado”. Dios se nos ha entregado todo y
nos ha amado hasta el extremo, aquí esta la clave para vencer la tentación reconocer día
a día el amor de Cristo en nuestra vida y eso lo único que nos debe importar. Así como
san Pablo una vez que se encontró con Cristo decía lo demás me parece basura, todo lo
puedo en Cristo que me fortaleza.

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Termino está meditación con las palabras del Padre nuestro …no nos dejes caer en la
tentación, que sonaría mejor y seguro nos ayudaría más decir “No nos dejes entrar en la
tentación” implica una decisión del corazón: “Porque donde esté tu tesoro, allí también
estará tu corazón (…) Nadie puede servir a dos señores” (Mt 4, 11). Por eso San Pablo
reconoce que hay que vivir en la coherencia de vida y nos dice: “Si vivimos según el
Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para
este “dejarnos conducir” por el Espíritu Santo. “No habéis sufrido tentación superior a la
medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas.
Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito” (1 Co 10, 13).
Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su
oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su
agonía, pasión y muerte. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y
a su pasión. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la
suya como hemos meditado en el monte de los olivos. La vigilancia es la guardia del
corazón, por Jesús pide al Padre que “nos guarde en su Nombre” (Jn 17, 11), es decir,
estamos protegidos y encomendados por el mismo Señor, para que nos veamos libre de
todo ma. El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia. Esta
petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro
combate en la tierra; pide la perseverancia final “Dichoso el que esté en vela nos recuerda
Jesús.
Se puede Rezar el Padre Nuestro…
Por su dolorosa Pasión: Ten misericordia de nosotros y del mundo entero.

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