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Aconteció que, desde los últimos días de Pablo y los demás apóstoles, el evangelio
fue predicado por todo el mundo conocido.
Pero la llama encendida por el Espíritu Santo y los discípulos de Cristo no pudo ser
apagada y fue transmitida por generaciones, a pesar de mucha oposición recibida.
Por otro lado, la Palabra del evangelio fue tergiversada muchas veces, al punto que
el Imperio Romano adoptó el cristianismo como su “religión oficial”.
Por un lado, permitió que por generaciones y por todos los rincones del imperio se
llevara de alguna forma la Palabra de Dios.
Por otro, se creó una estructura eclesiástica que abandonó la gran comisión y se
dedicó por siglos a mantenerse a sí misma, como únicos dueños de la verdad del
evangelio y disfrazando de piedad un afán de poder que imitaba en muchos
aspectos al Imperio de Roma, al punto que el idioma oficial de las escrituras fue el
latín, siendo reservadas la lectura de las escrituras sólo para algunos privilegiados y
no fue conocida en los idiomas propios de cada cultura o país ni menos por los
ciudadanos comunes y corrientes. Esa estructura es llamada Catolicismo Romano.
Cada cierta cantidad de años y siglos, hombres llenos del Espíritu de Dios
alumbraban con la Verdad al igual como lo hicieron los profetas del Antiguo
Testamento.
Muchos de ellos pagaron con sus vidas y con el martirio el precio de seguir las
enseñanzas de Cristo y tratar de alcanzar a todo hombre y mujer.
Pero los planes de Dios son perfectos y como nada escapa a su control, el
evangelio genuino salió nuevamente a la luz, pudiéndose al fin dar a conocer la
Palabra de Dios en los distintos idiomas y dialectos de los lugares donde se
predicó.
Con la invención de la imprenta, se pudo llevar y hacer entender las verdades del
mensaje de Cristo a millones de personas en distintos lugares del mundo, en sus
propios idiomas, comenzando un despertar de la fe en los últimos 500 años.
Uno de ellos fue Henry Weiss, llegado desde Estados Unidos en abril de 1897,
quien trajo el movimiento llamado Alianza Cristiana y Misionera, comenzando
desde Concepción al sur, lugar tras lugar, luchando contra las dificultades
geográficas, las dificultades que oponía el clima de estos lugares y las que le
presentaban aquellas personas que rechazaban su misión. Pese a todo ello, nunca
cesó de predicar la Palabra y plantando iglesias al estilo de Pablo en Asia menor.
No se puede desconocer que, en sus casi 100 años de historia, la iglesia local de
Puerto Montt ha tenido las mismas virtudes, los mismos defectos y los altibajos
que han acompañado a la Iglesia Universal en cada lugar y desde los tiempos
apostólicos.
Espíritu Evangelístico
Han sido muchos los hogares visitados, casa por casa, como también hospitales y
hogares de menores, llevándoles no sólo la Biblia sino también el amor expresado
en una cálida conversación, un poco de comida, una taza de café, etc. con la misma
alegría y sencillez de corazón de la iglesia prístina.
Por eso, no se puede negar que la iglesia local tiene hombres y mujeres que, salvo
excepciones, dan muestras del fruto del Espíritu:
Paz, la cual acompaña los corazones de la hermandad a pesar de las muchas luchas
que se producen en una ciudad llena de oposición, así como también cuando en
no pocas ocasiones al interior mismo de la congregación hay disensos y
discrepancias.
Dominio propio, sin la cual los temperamentos tan disímiles de tantos hermanos
en la fe habrían frenado y obstaculizado el progreso de la misión. Dominio propio
también reflejado en seguir amando al prójimo aun cuando se nos denoste, se nos
humille y se nos persiga como al principio de la misión y como poco a poco, en los
tiempos actuales, se comienza nuevamente a discriminarnos por mantener nuestra
fe.
Sin la ayuda y la guía del Espíritu Santo, la iglesia local habría sufrido el natural
deterioro de toda iniciativa puramente humana, por muy bien intencionada que
fuera.
Esta verdadera arma contra las asechanzas del enemigo ha permitido que, como en
la iglesia de Berea, se haya confirmado o rechazado aquellas enseñanzas que
puedan ser traídas a la congregación para bendecir o, por el contrario, para
intentar tergiversar el evangelio.
Esto es reconocido incluso por otras congregaciones que abrazan otras corrientes
evangélicas, pero que ven con respeto el apego a la Palabra verdadera y su
constante enseñanza a las nuevas generaciones de nuestra iglesia local.
Así hemos visto acercarse migrantes sudamericanos: del Perú, Ecuador, Colombia y
Venezuela y un gran número de haitianos, los cuales presentan el desafío adicional
del idioma.
Lindo desafío que no dudamos que está en los planes de Dios para estos tiempos.
Esperamos tener éxito en esta nueva forma de misión, tan inesperada como
apasionante.
Ahí ha habido un beneficio impensado: por estas mismas vías de comunicación casi
instantáneas se ha llegado a otros lugares y a personas tan lejanas que de otra
forma habría sido imposible hacerlo. Es menester saber utilizar positivamente esta
nueva manera de comunicarse, pidiendo en todo la guía del Espíritu de Dios.
Pero quizás el mayor desafío contemporáneo que tanto la Iglesia como la iglesia
local están enfrentado es en el terreno psicosocial:
No en vano Cristo mismo nos advirtió que tendrían comezón de oír sólo aquello
que complazca y validen sus propias concupiscencias.
Y esto es válido no sólo para quienes nunca han oído la Palabra de Dios, sino
también para los seguidores de Cristo.
Diversas doctrinas que exaltan la búsqueda de la felicidad en esta vida como meta,
que defienden el derecho al bienestar económico y social como un derecho
adquirido por el mero hecho de haber sido llamados Hijos de Dios, y reclamando
del Redentor todas las promesas bíblicas dadas al pueblo de Dios, sacándolas de
su real contexto y extrapolándolas a una vida actual casi exenta de pruebas, han
permeado y corrompido a muchas mentes.
Y ese mismo testimonio de santidad colaborará con la obra del Espíritu Santo:
aquellas almas querrán oír el Evangelio predicado por quienes ellos vean que
realmente llevan una vida acorde a la palabra de salvación que proclaman.
Nada de lo que ha hecho nuestra iglesia local, nada de lo que actualmente hace y
nada de lo que hará en el futuro servirá si no se oye a Dios por medio de Su
bendita palabra, si no se le clama a Él por medio de la oración, y si no se le permite
al Espíritu ser el consolador y guía en la Misión que desde tiempos de la iglesia
prístina hasta nuestros días nos encomendó Jesucristo, nuestro Salvador.
La redacción de este capítulo no terminará hasta que cada alma de este mundo
oiga el Evangelio del Reino de Cristo y a todo rincón del planeta se lleve la Verdad
de este Evangelio.
Sólo así podremos ver el anhelado regreso de Cristo que vendrá por Su Iglesia, la
cual le pertenece porque pagó con Su sangre preciosa el precio de su redención.
Amén.