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GEORGE STEINER

LOS LOGOCRATAS
Traducción de
MARÍA CONDOR

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


EDICIONES SIRUELA
Primera edición, 2007 Índice
Primera reimpresión, 2010

Steiner, George
Los logócratas / Georgc Steiner; trad. de María Condor. -
México : FCE, Ediciones Siruela, 2007
218 p.; 21 x 14 cm - (Colee. Tezontle)
Título original Les logocrates
ISBN 978-968-16-8315-3 (rústica)
ISBN 978-968-16-8316-0 (empastada) I Mito y lenguaje
11
l. Lenguaje - Filosofía 2. Linguística I. Condor, María, tr. II Los «logócratas»: De Maistre, Heidegger y Boutang 13
Ser. III. t. Hablar de Walter Benjamin 31
LC P306 Dewcy 401 S8221 Tres mitos
49

Edición autorizada para su venta y distribución en América Latina. II Los libros nos necesitan
57
La exportación de esta edición a cualquier otro territorio o país Los que queman los libros ...
no autorizado está extrictamente prohibido. 59
El «Pueblo del Libro»
Comentarios y sugerencias: editorial@fondodeculturacconomica.com
67
Los disidentes del libro
www.fondodeculturaeconomica.com 77
Tel. (55) 5227-4672 Fax (55) 5227-4694
~ Empresa certificada ISO 9001: 2000 III Entrevistas
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El arte de la crítica
Título original: Les logocrates
© Éditions de l'Hernc, 2003
Entrevista ron Ronalrl A. Sharp 101
La barbarie dulce
©Dela traducción: María Condor
Entrevista con Franrois L'Yvonnet 159
Imagen de la portada: Biblioteca del Trinity Collcge de Cambridge
© Erich Lcssing / Art Resourcc, N. Y.
Fotografía de la solapa: George Steiner, de Jacques Sassicr © Gallimard IV Ficción
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A las cinco de la tarde
D. R. © 2007, ErncioNFs S1RUELA, S. A. 173
C/ Almagro 25, principal derecha, 2801 O Madrid, España

D. R.© 2007, FoNDo DF CuLTURA EcoNúMICA


Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra


-incluido el diseño tipográfico y de portada-,
sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico,
sin el consentimiento por escrito del editor.

ISBN 978-968-16-8315-3 (rústica)


ISBN 978-968-16-8316-0 (empastada)
Impreso en México• Printed in Mexico
infierno. ¡Palabra esta la más atroz quizá de todas aquellas a las
que Kafka era tan aficionado!
De nuevo, como al principio de estas breves palabras, se anun-
cia la temática ele carácter violento, incluso infernal, del canto,
ele la alianza entre música y palabra. O más bien de su rivalidad,
del estatuto «agónico» ele la coexistencia de ambos cada vez que
se pone música a la palabra. La música amenaza siempre con
disolver la palabra, con hacer ele ella instrumentaliclad «vacan- 11
te», con cerrar las puertas del sentido reduciendo el lenguaje a Los libros nos necesitan
la tautología de lo sonoro. A su vez, la palabra pone en peligro
de muerte el rechazo de toda traducción, ele toda paráfrasis, ele
toda reducción a lo unívoco ele la verdad analítica y pragmática,
rechazo que es lo propio ele la música. Hermanas para siempre
enemigas, pero que no pueden dejar de encontrarse en una in-
disoluble intimidad allí donde la poesía reclama, revoca ( estas
palabras tan «vocales») lo que en ella es canto.
Una manera válida de poner música a un poema es, a mi
parecer, aquella en la cual sentimos con evidencia la tensión ex-
trema entre palabra y música, en la que comprendemos la enor-
midad del proyecto y la revelación siempre inminente clt' esta
ineluctable y falsa alianza. El discurso, y desde luego no el mío,
no puede demostrar el imperativo de esta tensión, de este des-
garrón latente en el acorde más perfecto. Sólo sirve el ejemplo:
el del Opus 35 de 8ritten ( «Los sonetos sacros ele John Donnc»), el
del Oj,us '27 de Prokofiev ( «Cinco poemas de Ajmátova»), el «Es-
pejo en el que habitar», obra en la que Elliot Carter puso músi-
ca a seis poemas de Elisabeth Bishop, y el «Mensaje de la difun-
ta señorita Troussova», musicalización por Kurtag en su Oj>us 17
ele una secuencia de haihus de Rimma Dalos ( este último y re-
ciente ejemplo se encuentra para mí entre los más convincentes
de la larga historia de nuestro tema).
¿Será el humor auténticamente mítico y metafísico de un
cuadro el que haya de recordarnos la eterna ambigüedad de
nuestros cantos? El de la Sirena con cabeza de pez de Magritte,
que lija en nosotros la plenitud irónica de sus graneles <~os vacíos.

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Los que queman los libros ...

Los que queman los libros, los que expulsan y matan a los poe-
tas, saben exactamente lo que hacen. El poder indeterminado
de los libros es incalculable. Es indeterminado precisamente
porque el mismo libro, la misma página, puede tener efectos to-
talmente dispares sobre sus lectores. Puede exaltar o envilecer;
seducir o asquear; apelar a la virtud o a la barbarie; magnificar
la sensibilidad o banalizarla. De una manera que no puede ser
más desconcertante, puede hacer las dos cosas, casi en el mismo
momento, en un impulso de respuesta tan complejo, tan rápido
en su alternancia y tan híbrido que ninguna hermenéutica, nin-
guna psicología pueden predecir ni calcular su fuerza. En dife-
rentes momentos de la vida del lector, un libro suscitará reflejos
completamente diferentes. En la experiencia humana no hay
fenomenología más compleja que la de los encuentros entre
texto y percepción, o, como observa Dante, entre las formas del
lenguaje que sobrepasan nuestro entendimiento y los órdenes
de comprensión con respecto a las cuales nuestro lenguaje es in-
suficiente: la debilitarle de lo 'nteletto e la cortezza del nosfro parlare. 1
Pero en este diálogo siempre imperfecto -los únicos que
pueden ser plenamente comprendidos son los libros efímeros y
oportunistas; son los únicos cuyo significado potencial se puede
agotar- puede haber una apelación a la violencia, a la intole-
rancia, a la agresión social y política. Céline es el único de nos-
otros que permanecerá, decía Sartre. Existe una pornografía de
lo teórico, incluso de lo analítico, lo mismo que existe una porno-
grafía de la sugestión sexual. Las citas de libros supuestamente

1 Dante, Cor111i11io, 111-1v-,1. (::-.J. ele la T)

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«revelados» -el libro ele Josué, la epístola de Pablo a los Roma-
nos, el Corán, Mein Karnjif, el Pequeiio Libro Rojo de Mao- son
r
!
deras que el mármol: exegi monurnentum aae perennius [he hecho
un monumento más perenne que el bronce]. La polis que cele-
el preludio ele la matanza, sujustilicación. La tolerancia y el com- bra Píndaro perecerá; la lengua en la que la celebra puede mo-
promiso suponen un contexto inmenso. El odio, la irracionali- rir y tornarse indescifrable. Pero a través del rollo de papel, a
dad, la libido del poder leen deprisa. El contexto se evapora en través del elixir de la traducción, la oda pindárica sobrevivirá,
la violencia del asentimiento. De ahí el dilema profundamente seguirá cantando desde los labios desgarrados de Orfeo mien-
enojoso y problemático de la censura. Es sucumbir a la hipocre- tras la cabeza muerta del poeta baja por el río hasta el país del
sía liberal dudar que determinados textos, libros o periódicos recuerdo. Una concha puede inmortalizar. Al traducir a Villon,
puedan inflamar la sexualidad; que puedan llevar directamente Thomas Nashe había escrito: a brightne.1.1fallsfr01n her hair [un
a la mimesis, a la imitalio, hasta el punto ele dar a unas vagas pul- resplandor sale de su cabello]; el impresor isabelino se equivo-
siones masturbatorias una concreción terrible y una urgente ne- có y escribió: a brightne.1.1jállsfrom the air [un resplandor sale del
cesidad de ser saciadas. ¿Cómo pueden justificar los libertarios aire], ¡que se ha convertido en uno de los versos talismánicos
el torrente de !!rolica sádicos que inunda hoy nuestras librerías, ele toda la poesía en lengua inglesa!
nuestros quioscos y la red? ¿Cómo defender a esta literatura pro- El encuentro con el libro, como con el hombre o la nntjer,
gramática del maltrato a los niüos, del odio racial y de la crimi- que va a cambiar nuestra vida, a menudo en un instante de re-
nalidad ciega con que se nos machacan los oídos, los ojos y la conocimiento del que no tenemos conciencia, puede ser puro
conciencia? Los mundos del ciberespacio y de la realidad vir- azar. El texto que nos convertirá a una fe, nos adherirá a una
tual se saturarán de programas gráficos y revestidos de una pseu- ideología, dará a nuestra existencia una finalidad y un criterio
doautoridad, de las sugestiones de ejemplos validaclores de la bes- podría esperarnos en la sección de libros de ocasión, de libros
tialidad hacia otros seres humanos, hacia nosotros mismos (la deteriorados o de saldos. Puede hallarse, polvoriento y olvidado,
recepción, el disfrute del lrash, de la basura, es automutilación en una sección justo al lrulo del volumen que buscamos. La cx-
del espíritu). ¿Está equivocado totalmente el ideal platónico ele trar-1a sonoridad de la palabra impresa en la cubierta gastada
la censura? puede captar nuestra mirada: 1/amtuslra, Diván Oriental y Or:ri-
Por el contrario, los libros son nuestra contraseíia para llegar dental, Jvloby Dir.-h, Hrmynus Orrn. Mientras un texto sobreviva, en
a ser lo que somos. Su capacidad para provocar esta trascenden- algún lugar ele esta tierra, aunque sea en un silencio que nada
cia ha suscitado discusiones, alegorizaciones y deconstrucciones viene a romper, siempre es capaz de resucitar. v\'alter Benjamín
sin fin. Las implicaciones metafóricas del icono hebreo-heléni- lo enseíiaba, Borges hizo su mitología: un libro auténtico nunca
co del «Libro de la Vida», del «Libro de la Revelación», de la es impaciente. Puede aguardar siglos para despertar un eco vivi-
identificación ele la divinidad con el l,ogo.1, son milenarias y no ficador. Puede estar en venta a mitad de precio en una estación
tienen límites. Desde Súmer, los libros han sido los mensajeros de ferrocarril, como estaba el primer Celan que descubrí por
y las crónicas del encuentro del hombre con Dios. Mucho antes azar y abrí. Desde aquel momento fortuito, mi vida se vio trans-
de Catulo ya eran los correos del amor. Por encima de todo, formada y he tratado de aprender «una lengua al norte del
con algunas obras de arte, han encarnado la ficción suprema de futuro».
una posible victoria sobre la muerte. El autor debe morir, pero Esta transformación es dialéctica. Sus parábolas son las de la
sus obras le sobrevivirán, más sólidas que el bronce, más dura- Anunciación y la Epifanía. ¡Conocemos tan mal la génesis de

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la creación literaria! No tenemos, por así decirlo, ningún acce- neologismos; puede, como Pascoli, tratar de insuflar una vida
so a la posible neuroquímica del acto de imaginación y sus pro- nueva a las palabras «muertas», incluso a lenguas muertas. Pero
cedimientos. Hasta el borrador más informe de un poema es ya no forma su poema, su obra teatral o su novela «de la nada». En
una etapa muy tardía en el viaje que conduce a la expresión y al teoría, cada texto literario concebible está ya potencialmente
género perforrnativo. El crepúsculo, el «antes del alba» y las pre- presente en la lengua (de ahí la fantasía borgesiana de la biblio-
siones a la expresión que se ejercen en el subconsciente son casi teca total de Babel). No por eso dejarnos de seguir sin saber
imperceptibles para nosotros. Más concretamente: ¿cómo es nada de la alquimia de la elección, de la secuencia fonética, gra-
posible que unas incisiones sobre una tablilla de arcilla, unos matical y semántica que produce el poema perdurable. Y con el
trazos de pluma o de lápiz, muchas veces apenas visibles en un abandono progresivo, hoy, de la imagen de la creación divina,
trozo de frágil papel, constituyan una jJersona -una Beatriz, del concetlo ele la inspiración sobrenatural, nuestra ignorancia se
un Falstaff, una Ana Karénina- cuya sustancia, para innumera- hace mayor.
bles lectores o espectadores, excede a la vida misma en su reali- En el otro lado de la dialéctica, las cuestiones son casi igual-
dad, en su presencia fenoménica, en su longevidad encarnada y mente desconcertantes. ¿Cuál es, exactamente, el grado de exis-
.i
social? Este enigma de la j1ersona ficticia, más viva, más compleja tencia de un poema o una novela que no se lee, de una obra tea- i

que la existencia de su creador y de su «receptor» -ese hombre tral que jamás se representa? La recepción, aunque sea tardía, "
o esa mujer ¿son tan bellos como Helena, tan complejos como aunque sea por una minoría esotérica, ¿es indispensable para la
Hamlet, tan inolvidables como Emma Bovary?- es la cuestión vida ele un texto? Si es así, ¿de qué manera lo es? El concepto de
fundamental, pero también la más difícil, de la poética y de la lectura, concebido como un proceso que revela en lo funda-
psicología. mental una colaboración, es intuitivamente convincente. El lec-
La imagen clásica ha sido la de la creación divina, la de Dios tor serio trabaja con el autor. Comprender un texto, «ilustrarlo»
haciendo el mundo y el hombre. Explícitamente o no, se ha en- en el marco de nuestra imaginación, es, en la medida de nues-
tendido al gran escritor y al gran artista como un simular:rum del tros medios, re-r:rmrlo. Los más grandes lectores de Sófocles y de
decreto divino. Con frecuencia, se ha sentido rival amargo o Shakespeare son los actores y los directores de teatro que dan a
amante de Dios, su competidor en el acto de la invención y la las palabras su carne viva. Aprender de memoria un poema es
representación. Para Tolstói, Dios era «el otro oso del bosque», encontrarlo a mitad de camino en el viaje siempre maravilloso
al que había que hacer frente, con el que había que luchar. Toda de su venida al mundo. En una «lectura bien hecha» (Péguy), el
la metáfora de la «inspiración», tan antigua como las Musas o lector hace con él algo paradójico: un eco que refleja el texto,
como el soplo de Dios en la voz del vidente o del profeta, es un pero también que responde a él con sus propias percepciones,
esfuerzo para dar una razón de ser a las relaciones miméticas sus necesidades y sus desafíos. Nuestras intimidades con un li-
entre la poiesis sobrenatural y la j)()iesis humana. Con una dife- bro son completamente dialécticas y recíprocas: leemos el libro,
rencia capital. El problema de la creación divina ex nihilo ha pero, quizá más profundamente, el libro nos lr:P a nosotros.
sido debatido en todas las grandes teologías y en todos los gran- Pero ¿cuál es la razón de lo arbitrario, de la naturaleza siem-
des relatos mitológicos del misterio del comienzo (incipit). Hasta pre discutible de estas intimidades? Los textos que nos transfor-
el escritor más grande entra en la casa de un lenguaje preexis- man pueden ser, desde un punto de vista tanto formal como his-
tente. Puede, dentro de unos límites muy estrictos, añadirle tórico, trivia. Como un estribillo de moda, la novela policiaca, la

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noticia ligera, lo efímero puede hacer irrupción en nuestra con- histórico y crítico. Desde los tiempos de la Academia ateniense
ciencia y huir a lo más profundo de nosotros. El canon de lo hasta mediados del siglo XIX, muy esquemáticamente, dicho
esencial varía de un individuo a otro, de una cultura a otra, pero acceso era la definición misma ele la cultura. En mayor o menor
también de un periodo de la vida a otro. Hay en la adolescencia medida, éste fue siempre el privilegio, el placer y la obligación
textos maestros que son ilegibles más tarde. Hay libros repenti- de una élite. Desde la biblioteca de Alejandría hasta la celda de
namente redescubiertos en la escena lit.eraria o en la vida priva- san.Jerónimo, la torre de Montaigne o el despacho de Karl Marx
da. La química del gusto, de la obsesión, del rechazo, es casi tan en el British Museum, las artes de la concentración -lo que
extraña e inaprensible como la de la creación estética. Seres hu- Malebranche definía como «la piedad natural del alma»- han
manos muy próximos entre sí por sus orígenes, por su sensibili- tenido siempre una importancia esencial en la vida del libro.
dad y por su ideología pueden adorar el libro que se detesta, Es una banalidad constatarlo: estas artes, en nuestros días,
pueden juzgar kitsch lo que se considera una obra maestra. están rn uy erosionadas; se han convertido en un «oficio» univer-
Coleridge hablaba de los «átomos ganchudos» de la conciencia, sitario cada vez más especializado. Más del ochenta por ciento
que se entremezclan de maneras imprevisibles; Goethe hablaba de los adolescentes americanos no saben leer en silencio; hay
de las «afinidades electivas»; pero no son más que imágenes. siempre como telón de fondo una música más o menos amplifi-
Las complicidades entre el autor y el lector, entre el libro y la cada. La intimidad, la soledad que permite un encuentro en
lectura que hacemos de él, son tan imprevisibles, tan vulnera- profundidad entre el texto y su recepción, entre la letra y el
bles al cambio, y están tan misteriosamente arraigadas como las espíritu, es hoy una singularidad excéntrica, que resulta psico-
del eros. O, tal vez, como las del odio, pues hay textos inolvida- lógica y socialmente sospechosa. Es inútil detenerse a hablar del
bles, que nos transforman y que acabamos odiando: yo no so- hundimiento de nuestra enseñanza secundaria, sobre su des-
porto ver el OtPlo de Shakespeare en el teatro ni puedo enseüar- precio del aprendizaje clásico, de lo que se aprende de memo-
lo, pero la versión de Verdi me parece, en muchos aspectos, la ria. Una .fórm(l de amnesia plani/ú:rula prevalece ya desde hace
más coherente, un milagni humano. mucho tiempo en nuestras escuelas.
La parad<~ja del eco vivificador entre el libro y el lector, del Al mismo tiempo, el formato del libro rn sí, la estructura del
intercambio vital hecho de confianza recíproca, depende de rnfJyright, de la edición tradicional, de la distribución en librerías
ciertas condiciones históricas y sociales. El «acto clásico de la están, ustedes lo saben mejor que yo, en plena transmutación,
lectura», como he tratado de definirlo en mi trabajo, requiere hasta en plena revolución. A partir de ahora, los autores ¡me-
unas condiciones de silencio, de intimidad, de cultura literaria clcn atender a sus lectores directamente por la internet y pedir-
(alfabetismo) y de concentración. Faltando ellas, una lectura les que entren en comunicación directa con ellos (es así como se
seria, una respuesta a los libros que sea también resprmsahilúlad ha «publicado» todo el últimoJohn Updike). Cada vez se leen
no es realista. Leer, en el verdadero sentido del término, una más libros on linr, en la pantalla de la computadora, o se consul-
página de Kant, un poema de Leopardi, un capítulo de Proust, tan en la red. Ochenta millones de volúmenes de la Biblioteca
es tener acceso a los espacios del silencio, a las salvaguardias ele del Congreso, en Washington (110) están (ya) disponibles (más
la intimidad, a un determinado nivel de formación lingüística que) por medios electrónicos. Nadir, por bien informado que
e histórica anterior. Es tener asimismo libre acceso a útiles de esté, puede predecir lo que sucederá con el concepto mismo de 1i
comprensión como diccionarios, gramáticas y obras de alcance autor, de textualidad, de lectura personal. Sin ninguna duda, es-

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tas evoluciones son maravillosamente excitantes. Suponen libera- El «Pueblo del Libro»
ciones económicas y oportunidades sociales de primera impor-
tancia. Pero también van acompaúadas de profundas pérdidas.
De manera creciente, los libros escritos, editados, publicados y
1

comprados «al estilo antiguo» pertenecerán a las «bellas letras» l.


o a lo que en alemán se denomina, peligrosamente, la Unterhal-
tungsliteratur, la «literatura fácil». De manera creciente, la cien-
cia, la información, el saber en todas las formas se transmitirán, I
registrarán y encargarán por medios electrónicos. Las fracturas,
ya grandes en nuestra cultura y en nuestras letras (alfabetis- El «Pueblo del Libro», designación al mismo tiempo gloriosa y
mos), se harán más hondas. ambigua. Y cuya singularidad, cuya causa de asombro se nos es-
De ahí la extrema importancia de esta Fiera, de esta feria del capa con harta frecuencia. (La velada en casa de Nadine Gordi-
libro en la orgullosa villa de Alfieri y de Nietzsche. Más que mer: «Vosotros, que sois el Pueblo del Libro».) Un título que no
nunca necesitamos al libro, pero los libros, a su vez, nos necesi- ha sido atribuido, hasta donde yo sé, a ninguna otra comunidad
tan a nosotros. ¿Qué privilegio más bello que el de estar a su histórica y étnica. Sin embargo, no es fácil dar a esta noble de-
servicio? signación un sentido preciso, con mayor razón unificado.
[Turín, 10 de mayo <le 2000.] Israel y el judaísmo como origen, fuente y guardián elegido
de las Sagradas Escrituras. Como transmisor directo de los manda-
mientos de Dios y de su autorrevelación según dice la Torá,
como la comunidad donde han nacido los textos de los Salmos,
de los profetas, de la literatura de la Sabiduría, de Job (¡él mis-
mo claramente no israelita!), reunidos en la Biblia hebrea canó-
nica antes de dar origen, a su vez, al Nuevo Testamento, cuyos
autores son inevitablemente judíos por su pertenencia étnica y
por su herencia. La «bibliografía de lo universal», tal como está
enunciada en las dos imágenes o metáforas clave del LIBRO DEL•\
vrnA y del LIBRO DE LA REVELACIÓN, es judía por su origen y por su

contexto. Cuando Dios manda a Ezequiel que se coma el rollo


donde el profeta ha consignado el dictado divino, cuando le
ordena que convierta el texto en una parte de su identidad cor-
poral y mental, hace de la fusión del libro y la persona una obli-
gación para el judío. Por utilizar una palabra secular de la épo-
ca victoriana dándole toda su fuerza, somos boohrnPn, hombres
(¿mujeres?) del libro, tanto como judíos.
Un «Pueblo del Libro», en referencia a la inmersión de la

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cultura judía, de la sensibilidad y de la historia en lo que hoy lla-
r De ahí este verdadero escándalo: el primerísimo y más sagrado de
marnos la textualidad. Antígona evoca la autoridad eterna de la los mandamientos halájicos no es «honrarás al Seúor tu Dios»
ley no escrita (rwmoi agraf,lwi). El acta de inscripción en el Sinaí e, ni «amarás a tu prójimo», s1:-.io «estudiarás cada día la Torá» (las
inagotable en su simbolismo, de reescritura del segundojuego de delicias de Leibowitz). Mientras unjudío lo haga, ni él ni suco-
tablas hace de la ley en el judaísmo una textualidad, un acto, un munidad desaparecerán de la Tierra. Nuestra verdadera patria
escrito y un prescrito que hay que venerar, interpretar, comen- no es un trozo de tierra rodeado de alambradas o defendido
tar y aplicar en un diálogo incesante entre la letra escrita y sus por el derecho de las armas; toda tierra de este género espere-
lectores. Se trata verdaderamente de legislación, si la etimolo- cedera y precisa de la injusticia para sobrevivir. NLIESTRA VERDA-
gía nos permite unir aquí lex a l11gere. Conocernos, por supuesto, DERA !'/\TRIA ha sido siempre, es y será siempre un t11xto.

el papel vital de la tradición oral en el judaísmo, de la enseúan- El valor moral, la dignidad intelectual de la condición «li-
za y la transmisión oral. Pero esta oralidad es común a innume- bresca» del judío no se pone en duda. Pero siempre ha tenido
rables culturas y credos. La obsesión del texto, en realidad de la un aspecto negativo.
santidad absoluta del único marcador fonético (la destrucción La crítica y el rechazo (¿paradójicos?) de lo escrito, de los tex-
del rollo), desde el depósito de la Ley en el Arca de la Alianza has- tos escritos, que hallamos en Platón afecta inevitablemente a
ta la Casa del Libro, hoy en.Jernsalén, pone aparte al judaísmo. elementos problemáticos del patrimonio judaico. El corpus pres-
Otras naciones han prosperado o perecido dentro de unas criptivo y normativo de los escritos canónicos conduce a gene-
fronteras geográficas o lingüísticas. Han definido su identidad raciones de memorización automática, sin pensar en ello (con-
en relación a un trozo de tierra, al Blul und Boden [sangre y sue- sistiendo la paradoja en que la escritura convertida en aw:toritas
lo], a la «tierra de los muertos», al agn sru:rum [ tierra sagrada] o engendra la transmisión oral simulando la oralidad, haciéndola
a esta «piedra preciosa en un mar de plata». El pueblo de Abra- repetitiva). El texto dominador, pero mudo, no autoriza la di-
harn ha sido un pueblo nómada, que dnrante la mayor parte de mímica viva del cuestionamiento, de la revisión, de la refutación
su historia ha errado desde Ur. Acosado por persecuciones sin crítica. Ahoga las creatividades de la duela. En un sentido radi-
fin, reducido al exilio y refugiado, el judío ha sido expulsado de cal, la ortodoxia es escrila, ya sea en la Torá o en la Ley, o acaso
país en país, a través de los océanos, hacia moradas muchas ve- en esa construcción profundamente judía que es la architextua-
ces de gran brillantez creativa pero fundamentalmente extraüas lidad del marxismo y de sus exégetas despóticos. Los textos sa-
o temporales. Ha permanecido a la intemperie, sin abrigo entre grados suscitarán comentarios sin fin y comentarios de comen-
los hombres. ¿Cómo ha resistido y sobrevivido cuando otros tarios ( «No hay fin de hacer muchos libros», dice el Qohélet).
pueblos antiguos no menos dotados, no menos productivos, Pero esta producción interminable es parasitaria, secundaria
como los egipcios, los griegos o los romanos, o incluso los Esta- y, en definitiva, estéril; una especie de río de arena en el desier-
dos principescos de América central, han desaparecido? to de Namibia. Conduce a las sombrías ingeniosidades del jJil-
El papel desempeüado por el Libro, por la Torá y por la in- jJOul [ discusión escolástica sobre un problema religioso] (ahí
mensidad de comentarios que el Libro ha requerido e inspira- también la pretendida dialéctica de la escolástica marxista deja
do, ha sido primordial. Tanto, que el judío pudo llevarse consigo entrever su precedente talmúdico).
las Escrituras, estudiarlas infatigablemente, anotarlas, glosarlas, ¿No abordamos aquí un tema capital, pero en buena medi-
comentarlas; pudo preservar su identidad, hacerla fructificar. da tabú? El de la falta de creatividad judía en literatura y, con

68 69
l
insignes excepciones, en buena parte de la historia y de la filo-
f Dostoievski). El judío libresco y pedante, que masculla incansa-
sofía. Desde luef{O, hay poesía hebrea y hebreo-árabe de gran ca- blemente los textos rituales y litúrgicos aprendidos de memoria
lidad en la Edad Media; desde luef{O, Spinoza es una figura de pri- y mecánicamente, forma parte del repertorio iconográfico del
mera categoría y Spinoza domina. Pero el paisaje esencial es el antisemitismo.
del comentario talmúdico, midráshico y mishnaico entre manos Pero la acusación es más profunda. Sócrates y Jesús de Naza-
rabínicas. La idea misma de literatura profana, de especulación ret no escriben. Es muy probable que Jesús fuera iletrado. Los
metafísica desinteresada, es extraña al gueto y, casi hasta el día descubrimientos filosóficos en el caso del primero, las revelacio-
de hoy, a los centros de la vida espiritual judía. Donde la creati- nes de inspiración divina en el del segundo, son orales. Nacen
vidad espontánea (el hebreo no tiene una palabra exacta para del cara a cara, de la vitalidad metafórica de la palabra hablada.
decir poiesis) hace irrupción, las circunstancias son híbridas e, De esta diferencia extraerá el cristianismo la de la letra y el e.ipíri-
históricamente, tardías. Hay una ascendencia judía en Montaig- tu. La Sinagoga está cegada por su «literalismo», por estar ence-
ne; Proust es un medio judío bautizado; Hofmannsthal, un he- rrada en las inmóviles minucias del texto y del comentario, por
redero de la asimilación bautizada; Mandelstam y Pasternak su idolatría de la letra. El cristianismo, en simbiosis con el neo-
habitan un simbolismo cristológico, como para supercompen- platonismo, busca el libre pneuma del espíritu, el Geist [espíritu]
sar unos orígenes judíos. El destino casi esquizofrénico de Heine que contiene en sí el aliento mismo de la vida. El judío se con-
cubre aún con su sombra las reflexiones literarias judías. Habrá sagra de manera sempiterna a la ingrata tarea filológica; el cris-
que esperar a Kafka y a los ultimísimos maestros de la novela tianismo y sus herederos o disidentes filosóficos siguen la vía regia
americana -Malamud, Henry y Philip Roth, Mailer y Saul del ser animado. He ahí una crítica terriblemente acerba. La
Bellow-; habrá que esperar a Agnón, a Isaak Bashevis Singer y a sensibilidad judía ha resultado ineluctablemente herida por ello.
lo mejor de la poesía y de la ficción israelíes actuales para que Estas cicatrices pueden dar frutos desconcertantes. Todo el
se rompa efectivamente el largo monopolio de la textualidad movimiento de la deconstrucción, que domina hoy los estudios
ritual y jurídico-exegética del judaísmo. humanistas, nace de una rebelión judaica contra la autoridad,
De ahí la eterna acusación de esterilidad manifestada por los la estabilidad y las pretensiones trascendentales de la textuali-
no judíos y por judíos escépticos, incluso condenados al «odio a dad, en realidad del discurso trascendente o él mismo inspirado.
sí mismos». En Otto Weininger este motivo de la impotencia Más o menos en rebeldía consciente contra una fe y una moral
judía, de la mentalidad derivada, de la sensibilidad detenida se incapaces de impedir la odiosa barbarie de la Shoá, de prevenir
convierte en histeria suicida. La sospecha de que el genio pro- contra ella, la deconstrucción derridana y el postmodernismo
pio del judaísmo, pero también su calamidad, es el del periodis- que compite con ella se esfuerzan por abolir el contrato entre
mo, el de los medios de comunicación, obsesiona a Karl Kraus. la Muerte y el Mundo, entre el l,ogos y el sentido, que subyacía
Es inquietante ver a un Wittgenstein volver una y otra vez sobre literalmente a la promesa de Dios a Israel. No hay, se nos dice,
la idea de que los dones intelectuales de los judíos son por natu- ni comienzos ni bereshit, tampoco la menor equivalencia dura-
raleza de segundo orden, sobre su capacidad de hacer aporta- dera o garantía entre significante y significado, entre intencio-
ciernes a la lógica formal, que es una búsqueda casi talmúdica nalidad y sentido demostrable. Los marcadores semánticos
de mandarín, más que a las convenciones filosóficas, con mayor -siempre según Derrida- no podrían tener sentido estable, con-
razón poéticas y narrativas de la grandeza (Platón, Kant, Goethe, sensual, «sino vueltos hacia el rostro de Dios», condición que

70 71
ahora se considera absurda. Todas las proposiciones están, en bliotem universalis de Leibniz: una biblioteca ilimitada, una gale-
todo momento, sometidas a la incomprensión, a la autosubver- ría de cuadros, un tablón de anuncios y una base de datos a es-
sióu, a la transmutación en un eterno juego autorreflexivo de cala planetaria y dentro de poco de acceso planetario. Por aña-
posibilidades. Tomando un concepto del psicoanálisis -esta cien- didura, la internet es enteramente interactiva, permitiendo la
cia cristiana de los judíos-, la deconstrucción es una rebelión formación constante de comunidades en rápida evolución: co-
edipiana, un asesinato del Padre. A5pira a demoler el logocentris- munidades de intercambio y de diálogo, pero también de traba-
mo patriarcal que, durante milenios muchas veces trágicos, ha jo en colaboración y en concertación. La página web es diná-
impuesto a las tradiciones judías y a otras sus imperativos prcs- mica, «en acción», como ninguna textualidad anterior podría
criptivos. Hay que romper por segunda vez las Tablas de la Ley. ser. Pronto, unos nuevos quioscos electrónicos permitirán a los
Su tercera versión será virgen; la palabra clave aquí es «borrar». lectores cargar en sus computadoras ligeras de pantalla flexible
No ha habido un «Verbo en el principio»; no lo habrá en el final. todo el material textual o gráfico de su elección. Penguin pone
en Microsoft un millar de clásicos. El «papel electrónico» que
Estas sugestivas acrobacias nihilistas -la sátira después de la acaba de anunciar Xerox puede ser reutilizado un millar de ve-
inefable tragedia- son a su vez una nota a pie de página de unos ces; es posible releerlo, en tanto que «una varita mágica de bús-
cambios más amplios. En la ecuación que nos ocupa, entre un queda» permitirá consultar volúmenes enteros con una rapidez
pueblo y el Libro, los dos términos se hallan hoy en plena trans- increíble. «El arte ele la fabricación del libro, proclama el MrT,
formació11. estará tan superado en 2020 como lo está hoy el arte del herre-
ro.» Desde luego el libro, tal como hoy lo conocemos, se segui-
II rá publicando, igual que se siguieron haciendo manuscritos
cuatrocientos aüos después de Gutenbcrg. Pero su dominio
La puesta a punto por Gutenberg del tipo movible fue una ex- será cada vez más el de lo estético, el de lo literario. De ahora en
tensión del manuscrito, una aceleración y una multiplicación. adelante, sin embargo, está claro que la lectura llegará a ser un
La revolución electromagnética en curso es una mutación de tráfico electrónico constante más que una actividad solitaria, y
un orden incomparablemente más revolucionario. Apenas esta- que la escritura -incluso la del novelista- será un intercambio
mos empezando a comprender las nuevas formas del sentido, de abierto, en línea, entre el autor y el público (véase U pdike). Todo
la comunicación, del almacenamiento de datos. La internet, la esto no es en modo alguno cosa de ciencia ficción.
red, son t[:cnicas que implican una nueva metafísica de la con- Las tradiciones de la textualidad, del respeto a las Sagradas
ciencia tanto individual como social. Unos veinticuatro millones Escrituras, de la memorización y del comentario, que existen en
de obras son ya accesibles en la Biblioteca del Congreso de Wash- el corazón del judaísmo después de la destrucción del Segundo
ington; cada día entran en el sistema tres millones de bytes de Templo, están ya en buena medida erosionadas. Perduran en la
nuevas informaciones y referencias. En París, la nueva biblioteca ortodoxia y en sus yer:hivot [academias talmúdicas tradiciona-
Fram;:ois Mitterrand cuenta con tres departamentos principales: les], así como en los confines del conservadurismo. Safed es un
una mediateca, una fonoteca y una iconoteca. Pero incluso estos lugar aislado. El «Pueblo del Libro» es en nuestros días, sin nin-
gigantescos depósitos siguen teniendo un carácter de archivos gún género ele duda, el islam. La ausencia general de cultura
locales en comparación con la red, que es verdaderamente la hi- profana, de enseñanza superior y ele sistemas de valores cien tí-

72 73
ficos y técnicos otorga al Corán una posición central, un poder demasiado bien sabe Israel, este fenómeno puede lanzar gra-
en la vida cotidiana, un monopolio referencial casi obsoleto en el ves desafíos políticos y sociales, pero ¿hay algo en él que sea una
judaísmo de finales del siglo xx. (Tampoco aquí deja de haber fuerza espiritual, afortiori intelectual, innovadora? Además ¿hay ,1
paradojas en la áspera hostilidad entre judío y árabe.) alguien -Soloveichik acaso- que haya sido una auténtica voz
Hay, por añadidura, profundas antinomias entre ciertos fun- moral salida del interior de sus muros, con frecuencia fanáticos?
damentos normativos del judaísmo y los nuevos postalfabetis- En eljudaísmo en general, las voces filosóficas modernas han
mos. La iconoclasia, la prohibición de la imagen está en la raíz sido muy raras y, con excepción de Bergson y Wittgenstein,
del monoteísmo mosaico y profético (como del islam). Ahora han estado poco vinculadas al judaísmo y a su patrimonio. Es en
bien, es precisamente la imagen, en sus formas variables y re- las ciencias, los medios de comunicación, el mundo del comer-
producibles hasta el infinito, la que dominará la conciencia fu- cio y las finanzas o, en Israel, en el de la vigilancia militar, don-
tura. Desde ahora, la lengua, sobre todo la que leen los jóvenes, de se han manifestado las energías deljudío moderno, muchas
se reduce al acompañamiento de las imágenes. A un nivel desde
1

veces con un extraño éxito. Con más fuerza que en la España


luego comercial, no filosófico, el predominio judío, especialmen- medieval o en Salónica, en el alba de los tiempos modernos, la
'/,
te en Estados Unidos, en los medios gráficos -cine, televisión, comunidad judía americana ilustra, forma y celebra el ethos nacio- 1

publicidad y prensa popular-, es un ejemplo adicional de esta nal. Millones, por así decirlo, marchan, ríen y lloriquean corno
rebelión edipiana contra el dominio milenario del verbo revela- Woody Allen. Los gigantes de la modernidad judía no meditan
do y legislador sobre el judaísmo. ni viven ya la Torá. Se burlan de ella, corno Karl Marx, o inten-
Un despotismo bárbaro que hoy tratara de herir y humillar a tan atribuirla a los egipcios, como Freud.
los judíos, ¿quemaría algún libro? Los elementos positivos son evidentes. A través de Israel, la
Si el concepto mismo de libro está en plena tormenta, ¿qué supervivencia se ha convertido en un milagro a la vez necesario
decir de aquellos a quienes se conoce, desde hace tanto tiempo, y realista. La contribución de los judíos al saber, a la tecnología,
como «su pueblo»? La promesa de Dios a Abraham, el anuncio a los recursos económicos del planeta es magníficamente des-
de la Tierra Santa a Moisés, la profecía de Amós sobre el retor- proporcionada a sus efectivos.
no al país siguen siendo los textos que justifican y validan, los No obstante, los peligros no son menos reales. El judío se
textos que, literalmente, subyaam a la existencia de Israel. Para hace igual que los demás, con un plus: gana más dinero, pelea
el ortodoxo y el fundamentalista no hay ningún problema. Pero más. Fuera de la ortodoxia y del conservadurismo, la asimila-
¿cómo invoca estas escrituras arcaicas un espíritu moderno, ción progresa lenta pero segura en la diáspora. El judaísmo se
hombre o rnttjer, muy probablemente agnóstico? De este modo, agota en la más destructiva de las buenas fortunas: la normali-
e inevitablemente, las relaciones del Estado de Israel con «el dad. En Israel, los imperativos de la supervivencia nacional, del
Libro» son ambiguas y, en el peor de los casos, están teñidas de desarrollo económico o simplemente de las maravillas de la vida
un cinismo convencional. cotidiana han debido triunfar de ese lujo que es la vida del espíri-
En el seno de la diáspora -se ha constatado- no sobrevive tu y la investigación filosófica. (Véase Scholem, Abarbanel Street.)
gran cosa de la posición central de los textos sagrados en la vida
comunitaria. Aunque florecen en un literalismo obstinado, las co- Hemos sido un pueblo aparte. Por el hecho del odio y la envi-
1

1
1

munidades ortodoxas constituyen un fenómeno arcaico. Corno


1 1

dia de los demás, pero no solamente por eso. Ante todo, sin

74 75
embargo, por el hecho de una visión y de una vocación únicas. Los disidentes del libro
Un pueblo krank an Gott [enfermo de Dios], infectado por el
cáncer del pensamiento. La palabra rabbi quiere decir maestro.
!
Única entre los pueblos ele la Tierra, nuestra liturgia contiene ,, 1

¡ 1

una bendición para aquellos que tienen un sabio en la familia. ¡t


En los campos de la muerte, lo sabemos, hay hombres que hacen
las veces ele «libros vivientes», que se saben de memoria la Torá fi
'1

y largos pasajes del Talmud que los demás detenidos pueden f; En una Casa del Libro no se tarda nada en olvidar que los libros
«considerar». Sabemos que los debates teológico-metafísicos te- l no son un hecho universal e inevitable. Que son enteramente
nían lugar por la noche, a dos pasos de las cámaras de gas. Deba- ! vulnerables al borrado y a la destrucción. Que tienen su his-
tes sobre detalles o variantes ínfimas de nuestros textos sagrados. toria, corno todas las demás construcciones humanas: una histo-
Es a mi juicio esta gran locura, esta adicción al saber y al juego ria cuyos comienzos implican la posibilidad, la eventualidad ele
del intelecto lo único que puede al mismo tiempo justificar y un fin.
asegurar el extraño prodigio de nuestra supervivencia milenaria. De estos comienzos no sabemos gran cosa. En China, los tex-
No es por la Metro Goldwin Mayer ni por la Bolsa, no es por tos de naturaleza ritual o didáctica se remontan sin duela al se-
la publicidad, la internet ni el dominio inmobiliario en Manhat- gundo milenio antes ele nuestra era. Las tablillas administrativas
tan, ni -me atrevería a decir- por un trozo de tierra, por indis- v comerciales ele Súmer, los protoalfabetos y alfabetos del Mecli-
pensable que sea, por lo que Giora ha dado su vida irremplaza- t erráneo oriental nos hablan de una evolución compleja, mu-
ble. Son causas demasiado pequeñas. chos detalles cronológicos que aún se nos escapan. En nuestra
tradición occidental, los primeros «libros» son tablillas en las
1Te! Aviv, 4 de noviembre ele 1999.] que están inscritas la ley, transacciones comerciales, instruccio-
11es médicas o proyecciones astronómicas. Las crónicas históri-
cts, íntimamente ligadas a la arquitectura triunfalista y a las
conmemoraciones vengadoras, preceden desde luego a todo lo
que conocemos con el nombre de «literatura». La epopeya de
( ;¡l!Jamesh y los primerísimos fragmentos fechables de la Biblia
IH'braica son tardíos; se hallan más próximos al Ulises de Joyce
que a sus orígenes, que son los del canto arcaico y la recitación
,,ral.
Ésta es la clave. La escritura es un archipiélago en medio de
1, >s inmensos océanos de la oralidad humana. La escritura, sin
l1;11Jlar del libro en sus diversas formas, constituye un caso apar-
1<", una técnica particular dentro de un conjunto semiótico en
: '.1; 111 medida oral. Decenas de miles de años antes ele la elabora-

' Jt>ll ele las formas escritas, la humanidad se contaba fábulas,

76 77
transmitía doctrinas religiosas y mágicas, componía hechizos de Sócrates, su formidable resistencia, tanto en el combate como
amor o anatemas. Conocemos un ~jército de comunidades étni- en las borracheras, la retórica del gesto y el reposo del paseo y de
cas, de mitologías sofisticadas y de tradiciones populares naturales la stasis, que engendra sus preguntas y sus meditaciones, encar-
sin alfabetismo, sin verdaderas «letras». No sabemos de ninguna nan (bodyforth, «dan cuerpo», por hablar como Shakespeare) la
población, en este planeta, que desconozca la música. La mú- dinámica de la argumentación y del sentido. En Sócrates, el
sica, en forma de canto o de composición instrumental, es al pa- pensamiento, aunque fuese en la forma más abstracta, la alego-
recer realmente universal. Es el idioma fundamental para la co- ría, incluso en la más abstracta de sus formas, son experiencias
municación de la sensibilidad y del sentido. Aun hoy es de rigor vividas que no se pueden reducir a una textualidad muda. El
la mayor prudencia ante las estadísticas de alfabetización. Una encanto carismático que actúa sobre sus amantes y discípulos y
buena parte de la humanidad debe, como mucho, contentarse la pavorosa insistencia en desembarazarse de las pretensiones
con textos rudimentarios. No lec libros, pero canta y danza. humanas y de las mentiras, que exasperan a sus detractores, de-
La sensibilidad occidental, avezada a estos reconocimientos penden de los recursos de la voz y la actitud, de unos escenarios
interiores que son todavía los nuestros, tiene un doble origen: de la excentricidad. En lugares incongruentes, en los momen-
Atenas y Jen1salén. Más exactamente: nuestra herencia en cuanto tos en los que menos se espera, Sócrates se hunde bruscamente
a pensamiento y a ética, nuestra lectura de la identidad y de la en una meditación profunda, cosa tan indispensable para la fuer-
muerte, vienen de Sócrates y de Jesús de Nazaret. Ninguno de za de su enseüanza como las palabras empleadas en la práctica.
los dos pertenece a la esfera de los autores, menos aún de la pu- La crítica de la escritura que hace Platón en el Fedro, engas-
blicación. Un buen tema de reflexión (¡que es el tema de un chiste tada en un mito egipcio bien conocido (y que Derrida vuelve a
un tanto siniestro en Harvard!) examinar brillantemente), refleja sin duda alguna los métodos,
En toda la panoplia de las presencias -inexplicables en su que debía de juzgar paradójicos, de su maestro. Como siempre,
complejidad y en su prodigalidad- de Sócrates en los diálogos la persuasión de Platón no carece de ironía, pues ¿acaso no era
de Platón y en las memorias de Jenofonte, no hay más que una él mismo un escritor supremo, creador de una voluminosa obra?
o dos alusiones de pasada al uso de un libro. En cierto momen- No deja de ser cierto que los argumentos contra lo escrito ex-
to, Sócrates verifica las citas de un filósofo anterior pidiendo puestos en la fábula poseen la mayor fuerza. Tal vez incluso hoy
que se le traiga el manuscrito en cuestión. Por lo demás, las día siguen siendo irrefutables.
enseüanzas de Sócrates y su destino ejemplar, tal corno los narra Hay en el texto escrito, ya se trate de la tablilla de arcilla, el
Platón o los evocan sucesores como Aristóteles, pertenecen al mármol, el papiro o el pergamino, un hueso grabado, un rollo
lengu,tjc hablado. No están escritos ni dictados. o un libro, una máxima de autoridad (palabra que en su origen
Esto tiene profundos motivos. El cara a cara, la comunica- latino, aw:torilas, contiene «autor»). El simple hecho de la escri-
ción oral en la plaza pública es esencial. El método socrático es tura y de la transmisión escrita implica una aspiración a lo ma-
por excelencia un método de oralidad que supone un verdadero gistral y a lo canónico. Esta máxima de la autoridad del texto
encuentro: es indispensable que los interlocutores hagan «acto escrito está de forma evidente en los textos teológico-litúrgicos,
de presencia». Con un arte totalmente comparable al de Shake- en los códigos jurídicos, en los tratados científicos, en los ma-
speare o al de Dickens, los diálogos platónicos ponen en escena nuales técnicos; aunque de manera más sutil, hasta subversiva
un medio físico: el del discurso expreso. La notoria fealdad de en las composiciones cómicas o efímeras, está asimismo presente

78 79
de forma contractual en todos los textos. El autor y su lector la verdad, a la honradez de la antocorrección, a la democracia,
están vinculados por una promesa de sentido. En su esencia por así decirlo, de la intuición compartida (el «empeúo común»
misma, la escritura es normativa. Es «prescriptiva», para emplear de F. R. Leavis). El texto escrito, el libro regularía la cuestión.
una palabra que, por la riqueza de sus connotaciones y de su El segundo punto que ilustra el mito del Fedro no es menos
revelación, solicita una estricta atención. «Prescribir» es orde- revelador. El recurso a lo escrito, al texto «escritnrario», merma
nar, anticipar y circunscribir ( otra palabra que lo indica clara- las capacidades de la memoria. Lo que está escrito y almacena-
mente) un ámbito de conducta, de interpretación, de consenso do -los «bancos de datos», la «memoria» de nuestras compu-
l
intelectual o social. «Inscripción», «escrito», «escriba», así como tadoras- no tiene que ser ya memorizado. Una cultura oral se
1

el conjunto semántico de alta energía al que van unidos, enlazan nutre de una rememoración renovada sin cesar; un texto o una
íntimamente, inevitablemente, el acto de escribir con formas de cultura del libro autoriza (también aquí, el término es resbaladi- !,'
1 1
gobernación. La «proscripción», que es un término afín, pro- zo) todas las clases de olvido. Esta distinción va al corazón de la
clama el exilio o la muerte. En todos los aspectos, incluso bajo identidad humana y de la civilitas. Donde la memoria es dinámi-
el disfraz de la ligereza, los actos de escritura y su consagración en ca, donde es instrumento de la transmisión psicológica y comu- 1

!
los libros manifiestan relaciones de fuerza. El despotismo ejerci- nitaria, la herencia se actualiza, se hace presente. La transmi- .1
1

! ¡
do por los sacerdotes, por la clase política, por la ley, sobre los sión de las mitologías fundacionales, de los textos sagrados
iletrados o los semianalfabetos no es más que la expresión exte- durante milenios, la capacidad del bardo o cantor de fábulas
rior de esta verdad absolutamente cardinal. La autoridad que el para recitar epopeyas inmensas sin ningún escrito atestiguan la
texto implica, la posesión y los usos de un texto por una élite le- memoria potencial tanto del ejecutante como de su auditorio.
trada son sinónimos de poder. Los tomos encadenados de las Saber «de memoria» -«by heart", con f'l corazón: obsérvese la
bibliotecas monásticas medievales tienen algo de inquietante. fuerza y la riqueza de sentido de esta expresión- es tomar pose-
La escritura capta el sentido (con san Jerónimo, el traductor repa- sión del terna, ser poseído por él. Es dejar que el mito, la oración
tría el sentido corno el conquistador regresa con sus cautivos). o el poema se ramifique y se expanda en nosotros, que modifi-
Los déspotas no gustan de los desafíos ni las contradicciones que y enriquezca nuestro paisaje interior mientras vivimos, y se
y, afortiori, apenas los suscitan. Los libros tampoco. Es escribien- vea a su vez cambiado y enriquecido aprovechando nuestro via-
do otro texto como uno se esfüerza por cuestionar, por refutar o je por la vida. De hecho, en la filosofía y la estética de los anti-
por invalidar un texto. De ahí la lóg-ica inercial del comentario guos la memoria es la madre de las musas.
y del comentario de un comentario hasta el infinito, ya prevista Cuando lo escrito gana terreno y el libro está al alcance de la
en la sombría predicción del Eclesiastés cuando dice que la mano, dispuesto para ser «consultado», los músculos de la memo-
«fabricación de libros» no tendrá fin. (La incomodidad de Freud ria se atrofian, el gran arte ele la memoria cae en desuso. De
ante el «análisis interminable» ha perpetuado un dilema funda- manera creciente, la educación moderna es muestra de la am-
mentalmente talmúdico.) Por el contrario, en el rnnrello plal<Í- nesia institucionalizada. Aligera el espíritu del niúo de toda re-
nico, el intercambio oral permite, incluso autoriza un desafio ferencia vivida. Sustituye lo aprendido de memoria por el calei-
inmediato, contradedaraciones y correcciones. Permite al in- doscopio pas~jero de lo efímero. El tiempo queda reducido a la
terlocutor corregir sus tesis, si es preciso cambiarlas, a la luz de instantaneidad, y ésta insinúa, hasta en los sueúos, una homoge-
una búsqueda v una exploración comunes. La oralidad aspira a neidad y una pereza predigeridas. Lo que no aprendemos y no

80 81
sabernos «con el corazón», dentro de los límites de nuestros me- gelios. ¿Fueron fruto de un impulso hondamente hebreo hacia
dios siempre insuficientes, no lo amarnos verdaderamente. La el aura sagrada y legislativa de la textualidad? ¿De una compul-
poesía de Robert Graves nos advierte que «amar con el corazón» sión casi instintiva a aumentar o a suspender el canon existente
(loving by heart) es infinitamente superior al simple «amor al de las escrituras judías, todavía difuso, local y abierto? No lo sabe-
arte». Es estar en contacto con la fuente de nuestro ser. Los li- mos y, a mi juicio, no siempre ponemos de manifiesto la estu-
bros sellan la fuente. pefacción absoluta que el proyecto evangélico merece por su ori-
En qué sentido concreto era iletrado Jesús de Nazaret es algo ginalidad y por su naturaleza sin precedentes (los Evangelios no
que sigue siendo un enigma controvertido, totalmente imposi- se parecen a ninguna vida de sabios anterior o contemporánea,
ble de resolver. Como Sócrates, ni escribió ni publicó. La única ni a las biografías de Plutarco ni a las de Diógenes Laercio). En
alusión de los Evangelios a un acto de escritura es la muy enig- realidad, el genio sarmentoso de los Evangelios sinópticos pare-
mática perícope de Juan según la cual Jesús, en el episodio de la ce derivarse de una extrema tensión entre una oralidad sustan-
mujer adúltera, traza unas palabras en la arena. ¿En qué lengua? tiva y una escritura performativa. Su irritante provocación se
¿Qué significaban? Nunca lo sabremos, porque las borró ense- debe en buena parte a la transmisión taquigráfica de la palabra
guida. La sabiduría divinamente infusa del pequeúo .Jesús des- a través de una narración escrita apresuradamente, concebida y
plaza a la sapiencia formal y textual del clero, de los sabios del alumbrada por escrito -nos sentimos tentados a conjeturar- a la
templo. Enseúa por medio de parábolas, cuya concisión extre- luz de las esperanzas escatológicas, apocalípticas, de un cercano
ma y género lapidario hacen eminentemente posible la memo- fin del mundo, y en el temor, quizá inconsciente, de que ya no hu-
rización y la denominación. Es una ironía trágica que Jesús ja- biera tiempo para cultivar y perfeccionar la memoria oral.
más tuviera nada que ver con la escritura con excepción del El paso a lo «gráfico», la entrada en la circunferencia del
rollo fijado a la cruz para hacer burla de él. En todos los demás libro, se produce en el helenismo, en los acentos neoplatónicos
aspectos, el mago y maestro de Galilea es un hombre de pa- del Cuarto Evangelio, con su juego estilístico enormemente so-
labras, una encarnación del Verbo (Lagos), cuyas doctrinas y fisticado (como en la oda o himno ele apertura) y, por encima ele
pruebas primeras son las de lo existencial, de una vida y de una todo, en san Pablo. No es sólo que Pablo de Tarso fuera, muy
pasión escritas no en un texto, sino en la acción. Y dirigiéndose probablemente, el agregado de prensa y el virtuoso de las rela-
no a lectores sino a imitadores, a testigos («mártires»), a su vez cicmes públicas más capaz del que tenemos constancia; fue tam-
iletrados en su mayoría. El judaísmo de la Temí y el Talmud y el bién, sencillamente, uno de los grandes escritores ele la tradición
islam del Corán son fundamentalmente «librescos». La encar- occidental. Sus epístolas se cuentan en el número de las obras
nación del cristianismo en la persona del Nazareno procede de maestras perdurables de la retórica, la alegoría estratégica, la
la oralidad, y es en ella donde es proclamada. paradoja y el pesar agudo ele toda la literatura. El simple hecho
Pero esta disociación, estas polaridades, prevalecerán desde ele que san Pablo cite a Eurípides atestigua a un hombre del li-
los mismos comienzos, o casi, en eljudeocristianismo y el cris- bro casi en los antípodas de ese Nazareno al que metamorfosea
tianismo. Están implícitas en la dialéctica de «la Letra y el Espíri- en Cristo. Son muy escasas en la historia las figuras -pensamos en
tu», que está en el centro mismo de nuestro Lema. Marx, en Lenin- que han rivalizado con la soberanía paulina
No sabemos casi nada de los motivos, de las presiones comu- en materia de propaganda y en el sentido instrumental y etimo-
nitarias que dieron lugar a las narraciones de .Jesús en los Evan- lógico de propagación didáctica, o con la intuición de que los

82 83
textos escritos transformarían la condición humana. Como Ho-
r de Pascal con su profunda desconfianza hacia Montaigne, esta
encarnación del saber libresco.
racio y Ovidio -wosso modo contemporáneos suyos- precisamente,
Pablo está seguro de que sus palabras, en su forma escrita, pu- Pero lo esencial está en la actitud profundamente ambigua de
blicada y vuelta a publicar, durarán más que el bronce, continua- Roma hacia la lectura de las Sagradas Escrituras fuera de una
rán sonando en los oídos y en el espíritu de los hombres cuando élite competente. Durante largos siglos, la lectura de la Biblia
el mármol se haya convertido en polvo. Es de este credo, con sus por los profanos fue objeto de severa disuasión y en hartas oca-
antecedentes hebreo-helénicos, de donde surgirán las imáge- siones considerada herética. El acceso al Antiguo y al Nuevo Tes-
nes majestuosas, las metáforas en acción, del Apocalipsis con tamento, con sus innumerables opacidades, autocontradiccio-
sus siete sellos, del Libro de la Vida, tal como los encontramos nes y misterios recalcitrantes, no debía estar abierto más que a
en Juan de Patrnos y al hilo de la escatología cristiana. Tampoco las personas cualificadas por el estudio teológico y hermenéuti-
aquí estamos lejos de los antípodas de la oralidad de Jesús y del co ortodoxo. Si existe una influyente diferencia entre la sensibi- 1.

contexto prelctrado de los primeros discípulos. No había biblio- lidad católica y la protestante, reside precisamente en las actitudes 1

tecas en Nazaret ni en las orillas del mar de Galilea. respectivas de ambas hacia la lectura del Libro: absolutamente 1 1

La cristología paulina desemboca en el catolicismo romano, central para el protestantismo (a pesar de las inquietudes oca-
con su majestuosa armadura de doctrina y exégesis cristianas, con sionales de Lutero), pero todavía extraüa a la sensibilidad católi-
el inmenso corpus formado por los escritos patrísticos, las obras ca. La alianza entre la imprenta y la Reforma se apoya en realidad
de los Padres y los Doctores de la Iglesia, el genio literario de en un intenso parentesco: una y otra se refuerzan mutuamente.
san Agustín y la Summa, tan acertadamente denominada, de To- La nueva contribución de Gutenberg llena de aprensión a la
más ele Aquino. Pero las tensiones iniciales entre «la Letra y el Iglesia católica. La censura de los libros (volver{- sobre ello), su
Espíritu», entre los scrifJtoria [escritorios] monásticos a los cua- destrucción material, está presente en toda la historia del catoli-
les debemos en gran medida la supervivencia de los clásicos, cismo romano. Aunque atenuados, el imfnimalur y el lrulex de
por un lado, y la preferencia por la oralidad -en realidad por lo obras prohibidas siguen formando parte de nuestra historia. No
que no son letras-, por otro, han seguido siendo eternas. hace tanto tiempo que los diálogos filosóficos de Galileo fueron
Con algunas excepciones, los Padres del Desierto, los ascetas retirados de este catálogo de pecados. Si no me equivoco, el
de la Iglesia primitiva, tenían en abominación los libros y el Tractatus de Spinoza continúa en el lndex.
saber libresco. El ejercicio incesante y la circularidad de la ora- La constitución de las grandes bibliotecas regias y universita-
ción, la humillación de la carne, la disciplina de la meditación rias -el millar de manuscritos que Carlos V depositó en el Louvre,
no dejan apenas lugar al lujo de la lectura, si es que no lo hacen la donación del duque de Hurnphrey a la Bodleian de Oxford ¡1,

francamente subversivo. ¿Qué hubieran hecho con una biblio- o la Universidad de Bolonia- data de finales de la Edad Media.
1.1í;¡
teca el Estilita o el miserable inquilino de las grutas de la Capa- Las colecciones ducales, los gabinetes de libros formados por
docia o de las orillas del .Jordán? Esta corriente de oralidad eclesiásticos y humanistas florecieron en la Italia del siglo xv. Es 'il'',
no obstante con la formación de una clase media, ele una bur- '1'
penitencial y profética volverá a salir a la superficie en muchas
,,
ocasiones, si bien frecuentemente disfrazada, en la larga histo- guesía privilegiada y educada en toda Europa occidental como 1

ria de la práctica y de la apología cristianas. Actúa en la icono- llega a su cénit la era del libro y del acto clásico de la lectura.
clasia de un Savonarola, y, de manera obsesiva, en las renuncias Este acto, a la par del ámbito ancilar del librero, del editor,

84 85
del compendio, del informe, presupone una confluencia decir- para colocar discos y los montones de en o de casetes rempla-
cunstancias que está lejos de ser evidente. Se puede ver cómo ac- zan a la biblioteca, sobre todo entre los jóvenes). El silencio se ha 111
1 1

túan en lugares tan emblemáticos como la torre-biblioteca de convertido en un lujo. Sólo los más afortunados pueden esca-
Montaigne, la «librería» de Montesquieu en La Brede, en lo par a la intrusión del pandemónium técnico. La noción de do-
que sabemos de la biblioteca de Walpole en Strawberry Hill o de mesticidad, la idea del lacayo o la criada que quita el polvo con
la de ThomasJefferson en Monticello. Los lectores poseen ahora, amor a los tomos en lo alto de las escaleras de las bibliotecas se 11

a título privado, los recursos de su lectura, de unos libros sali- toma por sospechosa nostalgia. Corno Hegel y Kierkegaard fue-
dos de un marco oficial o público. Esta posesión requiere, a su ron los primeros en observar, el tiempo se ha acelerado de una
vez, un espacio reservado, el de una estancia tapizada de estan- manera fantástica. El ocio concentrado que requiere una lectu-
tes, con diccionarios y obras de consulta que hacen posible una ra seria, silenciosa, responsable, se ha convertido en patrimonio
lectura seria (como observa Adorno, la música de cámara supo- especializado, casi técnico, del universitario, del investigador.
ne la existencia de unas correspondientes «cámaras», lama- (Todavía muy recientemente, Gran Bretaña era una sociedad
yoría de las veces en residencias privadas). en la cual los hombres y las rmtjeres leían libros serios mientras
A medida que la civilización urbana e industrial afirma su se dirigían al trabajo, sentados o de pie en el metro atestado ele
dominio, el nivel de ruido inicia un crecimiento geométrico que gente. La tiranía de las sintonías de los teléfonos móviles está
hoy día raya en la locura. En el acto y en la época clásicas de la poniendo fin a toda velocidad a esta tradición arcaica.) Se mata el
lectura, el silencio sigue estando al alcance de los privilegiados, tiempo en lugar de aprovechar la casa propia. Es mucho más
aun cuando se ha convertido en un bien cada vez más costoso. rápido leer informes que leer libros.
Montaigne cuida de que hasta sus familiares más cercanos se Pero incluso en el apogeo del libro, entre la época en la que
mantengan apartados de su santuario libresco. Hacen falta cria- Erasmo pudo lanzar un grito de triunfo al recoger un trozo de
dos para sacudir el polvo, para engrasar las bisagras de estas bi- papel impreso en un callejón t>ncharcado y la catástrofe de las
bliotecas privadas. Por encima de todo, hay tiempo para leer. dos guerras mundiales, ha habido desafíos, disensiones signi-
Los «cormoranes de biblioteca», por citar la vivaz imagen de ficativas. No tocios los moralistas, los críticos sociales e incluso
Larnb, los sir Thomas Browne, los Montaigne o los Gibbon con- los escritores estaban dispuestos a reconocer que los libros,
sagran sus días y sus noches en vela a sus lecturas monstruosas. repitit>ndo las palabras memorables de Milton, son la irrempla-
¿Hay algo que Coleridge o Humboldt no hayan leído, anotado, zable «sangre de los grandes espíritus». Vale la pena que nos
realzado con abundantes rnarginalia, que a menudo llegan a detengamos en dos corrientes ele negación, parcialmente sub-
componer un segundo libro en los márgenes, en h<~jas volantes, terráneas.
sumándose a las notas a pie de página del primero? ¿Cuándo La primera la denominaría «pastoralismo radical». Se reco-
dormía Macauly exactamente? noce t>n Rousseau y en la pedagogía utópica del Hrnilio, en las
La erupción de la barbarie y de los apetitos sanguinarios, en palabras en las que Goethe constata que el árbol del pensa-
la Europa y la Rusia del siglo xx, amputó y minó estas coorde- miento y del estudio es eternamente gris, mientras que el ele la
nadas vitales. La acumulación de graneles bibliotecas privadas se vida en acción y del impulso vital es verde. El mismo pastoralis-
convirtió en la pasión de un pequeño grupo, de los rnaecenas. mo inspira a Wordsworth cuando afirma que el «impulso ele un
Los espacios de vida se estrechan (en nuestros días, los muebles bosque primaveral» tiene más peso que la suma entera del saber

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libresco. Por elocuente, por instructivo que sea, el saber espi-
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de los hombres y las nntjeres, han apoyado el elitismo, la obe-
diencia a la autoridad de acá abajo, un sistema educativo em-
gado en los libros y en la lectura es de segunda mano: el parásito
de la inmediatez. Un culto a la experiencia personal vive en el bustero, los vicios de la frivolidad. Un espíritu honrado -truena
romanticismo, lo mismo que en el vitalismo de Emerson. Y no un Tolstói que repudia su propia ficción- no necesita, al fin y a
se podría delegar esta experiencia a la pasividad de lo imagina- la postre, más que una versión simplificada de los Evangelios,
do, de lo puramente conceptualizado. Dejar que los libros vivan un breviario de lo esencial vertido en una irnilatio Christi. Tolstói
nuestra vida, en tocio o en parte, es renunciar al mismo tiempo sabía demasiado bien que la escritura no tenía ningún papel en
a los riesgos y a los éxtasis de lo primario. En última instancia, la las ensei'ianzas de Jesús y se regocijaba por ello.
escritura es, en lo esencial, artificio. El pastoralisrno radical as- Fue asimismo en Rusia donde los poetas futuristas y leninis-
pira a una política de autenticidad, a la desnudez del yo. Saltan, tas hicieron un llamamiento a quemar las bibliotecas, pues la
por así decirlo, chispas de esta visión ardiente, a la vez desespe- línea oficial era, desde luego, la de nna cuidadosa conserva-
rada y emparentada, del yunque ele William Blake, con su idea ción. La incesante acumulación de libros, cuyo santuario son las
¡,
de un saber a menudo satánico, ele Thoreau y ele D. H. Lawrencc. grandes bibliotecas, representa el peso muerto, pero venenoso,
«He ido a una imprenta en el infierno -dice Blake-, y he visto l infeccioso, del pasado. Y éste frena la imaginación y la inteligen-
cia con los grilletes del precedente. Al atravesar estas estanterías
con qué método se transmite el conocimiento ele generación en
generación.» El sexto capítulo del Infierno está poblado de seres :¡ laberínticas, estos depósitos de libros cuyas piezas se cuentan
espectrales y anónimos que han «revestido la forma de los libros / por millones, el alma se encoge hasta hundirse en una desespe-
y se han acomodado en bibliotecas». rante insignificancia. ¿Qué más se puede decir? ¿Cómo podría
El segundo impulso de subversión del libro, ele disensión, un escritor rivalizar con la canonización marmórea de los clási-
muestra afinidades con el pastoralismo radical, pero se relacio- cos? Todo lo qne merece ser imaginado, pensado o dicho ¿no lo
na igualmente con el ascetismo iconoclasta de los Padres del ha sido ya? ¿Cómo se puede escribir la palabra «tragedia» en
Desierto. ¿En qué pueden los libros ser ele alguna ayuda a la vul- una página en blanco -se preguntaba un desconsolado Keats-
gar humanidad sufriente? ¿Han dado alguna vez de comer a los cuando tiene uno Hamld o Fl ny Lrar tras de sí?
hambrientos? Ésta es la cuestión suscitada con ira por algunos Si la tarea capital cuya expresión exterior es la revolución es
nihilistas y revolucionarios anarquistas a finales del siglo x1x, la de nna renovación esencial, una renovación de la conciencia;
notablemente en la Rusia zarista. El precio fijado a un manus- si el pensador y el escritor deben «hacer las cosas de nuevo»,
crito raro, a una primera edición ( esta tendencia se ha hecho según el famoso mandato de Ezra Pound, hay que quebrar el
febril en nuestros días), sin tener en cuenta las necesidades hu- peso magistral, abrumador, del pasado cultural. Dejemos pere-
manas y de la indigencia, tiene algo de obscenidad a ojos de los cer las montañas de tratados y tesis cuando el Instituto de Ar-
nihilistas. El grito de rebelión de un Pisarev es estridente: «Para quitectura desaparezca en las llamas purificadoras (Voznessenski).
el hombre corriente, un par de botas cuenta mncho más que las Que las pandectas, las enciclopedias, las opera omnia en lenguas
obras completas de Shakespeare o de Pushkin». En una versión muertas sean reducidas a cenizas. Sólo con esta condición pue-
pietista, la cuestión atormenta al viejo Tolstói. Radicalizando la den hacerse entender el pensador revolucionario, el futurista o
paradoja de Rousseau, juzga deletéreas la alta cultnra y las be- el bardo expresionista, puede esperar el poeta crear nuevas len-
llas letras. Éstas han destruido la espontaneidad, el fondo moral guas, la «lengua estelar» de Klebnikov o la «lengua al norte del

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futuro» de Paul Celan. He ahí bacanales, un programa casi de-
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expurgados, falsificados o absolutamente reducidos al silencio.


sesperado. Y que tiene su lógica auroral. Pero nuestras seclicentes democracias tampoco son inocentes.
Siempre ha habido entre nosotros disidentes, enemigos del En este país, clásicos y obras de literatura contemporánea han
libro. Los hombres y las m1üeres del libro, si se me permite am- sido expurgados, incluso retirados de las estanterías de las bi-
pliar esta civil rúbrica victoriana, raras veces se toman el tiempo bliotecas públicas o escolares en nombre ele una «corrección
de considerar la fragilidad de su pasión. política» tan pueril como degradante. En Sudáfrica hay quienes
En 1821, en Alemania, observaba Heine comentando una querrían retirar ele la circulación algunas graneles novelas ele
oleada de autos de fe nacionalistas: «Donde hoy se queman Nacline Gorclimer, por temor a que sus lectores negros sospe-
libros, maüana se quemará a seres humanos». Se han arrojado li- chen alguna condescendencia detrás de sus lúcidas y humanas
bros al fuego a lo largo de toda la historia. Muchos han sido conclusiones. En buena parte del mundo moderno, en China,
consumidos sin remedio. Muy recientemente, unos seiscientos en la India, en Pakistán, en todos los lugares donde prevalece la
incunables y manuscritos iluminados, que no habían sido re- herencia espectral del fascismo y del estalinismo, en los Estados
producidos todavía, perecieron en el incendio de la biblioteca más o menos policiales, en las teocracias del islam y, a veces, en
de Sarajevo. Los fundamentalistas de tomo y lomo son por ins- América Latina, se censuran libros, se mete en la cárcel a sus
tinto quemadores de libros. A~í, los musulmanes que conquista- autores, se emiten fatwas.
ron Alejandría habrían declarado al condenar a las llamas esta Dos consideraciones completan este siniestro cuadro. Las
biblioteca legendaria: «Si contiene el Corán, ya tenemos copias; relaciones entre la censura y la creatividad ele primer orden pue-
si no, no vale la pena ser conservada». Ni una sola copia de la den revelarse extraüamente fructíferas. El milagro literario isa-
Biblia de los Albigenses ha llegado hasta nosotros, como tampo- belino, el de la Francia de Luis XIV, la gloriosa crónica ele la
co ninguna del gran tratado antitrinitario de Miguel Servct, con- poesía y la ficción rusas de Pushkin a Pasternak y Brodsky pare-
denado por Calvino a una incineración pública. Los manuscri- cen ligadas, de una manera dialéctica compleja, con las presiones
tos, los mecanografiados de los maestros modernos son más y amenazas que acompa11an a la censura. Lo que hay de subver-
vulnerables aún. Acorralado por las amenazas estalinianas, Baj- sivo en toda gran literatura, lo que dice «no» a la barbarie, a la
tin transformó las páginas de su tratado de estética en papel de estupidez, a la banalización de nuestros trabajos y de nuestros
fumar, cuya falta se dejaba sentir cruelmente. Asustada ante la días por obra de la ética consumista del capitalismo tardío, ha
idea de contravenir tabúes sexuales, la novia de Büchner arrojó florecido siempre canalizando su energía contra la censura y
al fuego el manuscrito de su Aretino (probablemente la obra la opresión. «Apretadnos -decía Joyce sobre la censura católi-
maestra de alguien que a los veintitantos aüos había creado ya ca-. Somos aceitunas.» «La censura es la madre ele la metáfora»,
l,a muerte riP Danton y Woyzffh). murmuraba igualmente Borges. Donde el aparato de la sofo-
Pero hay ejecuciones más lentas, menos llarnígeras. Lacen- cación cede ante los valores ele los mass media y de la droga,
sura es tan vieja y omnipresente como la escritura misma. Ha triunfa la baratija.
acompaüado al catolicismo romano a lo largo de toda su histo- La segunda nota a pie de página es más problemática. Preci-
ria. Desde la Roma de Augusto hasta los regímenes totalitarios samente porque la literatura, la filosofía y la crítica, en el sentido
actuales, ha formado parte de todas las tiranías. No hay ningún fuerte del término, pueden seducir al espíritu humano, trans-
modo de evaluar la inmensidad ele los textos así emasculados, formar nuestra conducta interior y exterior, convertirnos a la

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acción, pueden también degradar y empobrecer nuestra con- Las máquinas de traducir son brutos primitivos totalmente inca-
ciencia, corromper las imágenes del deseo que llevamos con paces ele manejar la pluralidad semántica integrada del sentido y
nosotros. La exposición y difusión ele las ideologías racistas, por los parámetros contextuales presentes en las lenguas naturales
ejemplo, del sadismo erótico o de la pedofilia, pueden incitar al y con mayor razón literarias. El traslado a la pantalla de materia-
mimetismo. Las pruebas de ello son aplastantes, incluso difíci- les manuscritos ya impresos ha sido espectacular por su volumen y
les de cuantificar. Nuestros quioscos de prensa, nuestros cen- su accesibilidad (pronto afectará a sesenta millones de obras sólo
tros comerciales de sofi y harrlcore, la inundación en la internet y por lo que ataüe a la Biblioteca del Congreso). Ha transformado
en la red de una pornografía ele un sadismo casi inimaginable literalmente las técnicas de investigación, del intercambio técni-
lanzan desafíos fundamentales a la total libertad de expresión y co y científico, ele la ilustración. Si hemos de creer al conserva- 1

de comunicación. El orgulloso ideal miltoniano de la derrota dor de la Biblioteca del Congreso, sólo las «bellas letras», sólo los ,¡
segura de lo falso por lo verdadero si se enfrentan al descubier- textos que aspiran a un estatus literario serán en el futuro publi-
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to, fuera de toda censura, pertenece a un mundo diferente del cados t'n forma de libro, ahondando más, ele este modo, el abis-
,I '!
nuestro. Los Protor:olos de los sabios de Sión se corn pran en los mo t'ntre lo que De Quincey denominó la «literatura del saber» y i ¡

quioscos del Japón. De Varsovia a Buenos Aires, se hace publici- la «literatura del poder». De ahora en adelante habrá editores
dad de libelos que niegan la existencia de los campos de exter- que publicarán en edición corriente libros cuyas notas no se
minio nazis y de la Shoá; no cuesta ningún trabajo conseguirlos. encontrarán más que en la red (Penguin ha decidido hacerlo).
¿No se podría, entonces,justificar racionalmente la mínima for- Por otra parte, nada prueba que se vayan a publicar menos
ma de censura? No tengo respuesta, pero la untuosidad liberal libros en la forma tradicional. Bien al contrario. En realidad, es
en la materia me parece un poco despreciable. la plétora casi demencial de nuevos títulos -ciento veintiún mil
La revolución de la electrónica, el advenimiento planetario en el Reino Unido el aüo pasado- lo que puede representar la
del tratamiento de textos, del cálculo electrónico, del interfaz, mayor amenaza para la lectura seria, para la supervivencia de
representan una mutación potencial que no tiene nada que ver librerías que ofrezcan títulos de calidad y cuenten con espacio
con la invención del tipo moviblt' en la época de Gutenberg. Lo suficiente para tener un fondo, para satisfacer a los centros de
que se denomina la realidad virtual puede alterar las rutinas de interés y las necesidades de las minorías. En Londres, una pri-
la conciencia. Unos bancos de datos de una capacidad inconmen- mea novela que no obtenga una notoriedad inmediata o no sea
surable harán que los laberintos aún incontrolables ele nuestras distinguida por la crítica será devuelta al editor o saldada en el
bibliotecas sean remplazados por un puüado de rnicropulgas. plazo de veinte días. Lo que pasa es, simplemente, que ya no
¿Qué efectos tendrá esto en el acto dt' la lectura, en la función hay sitio para este milagro del gusto que explora y madura, al
de los libros tal como los hemos conocido y amado? Es una cues- que tantas grandes obras han debido su supervivencia.
tión amplia y acaloradamente debatida. Está lejos de ser evidente que los usos de la pantalla vayan a
Hasta ahora, algunas experiencias representativas han de- dejar totalmente obsoleta la lectura tradicional. Con el tiempo, 1

mostrado ser notoriamente poco concluyt'ntes. Los intercambios el impacto se reforzará. Ya hay estudios que hacen pensar que I,
entre los novelistas y sus lectort's en una dinámica ele colabo- los niüos saciados de televisión e internet leen en el sentido tra-
ración abierta y aleatoria (unjohn Updike, por ejemplo, se ha dicional sólo a regaüaclientt's, aun cuando posean las compe-
prestado aljuego) han generado un entretenimiento efímero. tencias para ello. Cuando las artes de la memoria, la gimnasia

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de la concentración, los espacios del silencio disponibles se de-
terioran -se estima que el ochenta por ciento de los adolescentes
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1
Uno de los filósofos más originales e influyentes del pensamien-
to occidental proclttjo textos pioneros durante toda la guerra.
La historia de esta dichosa coexistencia entre la inhumanidad
americanos no pueden leer sino con música como telón de fon-
sistemática y la indiferencia o la simpatía creadoras de la gran .i
do-, el lugar de la lectura en la civilización occidental está con- ji
denado a cambiar. Es posible (y esta perspectiva no tiene nada cultura sigue aún en buena medida por desentrañarse. Por aña-
que sea causa de consternación) que el tipo de lectura que yo didura, va mucho más allá de la Alemania nazi. El París ocupa-
il
me he esforzado por esbozar y que puedo calificar de «clásico» do presenció la publicación de obras que se cuentan entre las

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vuelva a ser una pasión un poco especializada, enseñada y prac- más importantes de la literatura francesa moderna.
ticada en «casas de lectura», que vuelva a ser lo que fue para El escándalo no es sólo el de la coexistencia. El genio litera-
Aqiva y sus discípulos después de la destrucción del Templo, o rio y filosófico ha coqueteado con la medianoche del hombre,
en las escuelas y refectorios monásticos de la Edad Media. Una le ha prestado oído atento y la ha sostenido. No se podría diso-
forma de lectura que culmina, muy precisamente, en ese ejerci- ciar el evidente esplendor de las obras de Pound, Claudel o
cio de agradecimientos, en esa música del espíritu, que es el Céline de sus opciones políticas infernales. Por muy complicada
hecho de aprender «con el corazón» (nótese la feliz paradoja -por varias razones-, por muy «privada» que fuera, la relación
de la cordialidad, que contiene la palabra «corazón»). Es dema- de Heidegger con el nazismo y su ladino silencio después de
siado pronto para pronunciarse. El periodo que estamos atra- 1~45 tienen algo de helador. Al igual que el apoyo activo de Sar-
vesando es una época ele transición. tre al comunismo soviético mucho después de la revelación de
Permítanme concluir con una nota personal. los campos, o de las salvajadas infligidas a los escritores y a los
Las brutalidades del nazismo, tal como fueron preparadas, intelectuales de la China maoísta, o en Cuba bajo Castro. «Todo
organizadas y ejecutadas en la Europa del siglo xx, fueron per- anticomunista es un perro, lo digo y lo mantengo», proclama
petradas en los centros mismos de la gran cultura. En ningún uno de los grandes espíritus de la época.
país se habían fomentado más y se había hecho más honor a la Los miembros de la élite intelectual, los mandarines de la
vida del espíritu, la producción y la inteligencia de los libros, universidad y los ratones de biblioteca no están formados en el
la cultura de las humanidades en la universidad y entre el gran heroísmo. Con insignes excepciones, se han acomodado sin
público que en Alemania. En ningún momento pusieron obs- gran valentía a la tempestad del maccarthysmo, mucho menos
táculos al triunfo de la barbarie las fuerzas de la cultura y de la peligrosa que cualquier totalitarismo fascista o estalinista. Con
recepción humanísticas. En tiempos del Reich se llevaron a cabo insignes excepciones, el chantaje de lo «políticamente correc-
investigaciones de primer orden en filología, en historia anti- to» ha suscitado poca resistencia, poca dignitas entre los univer-
gua y medieval, en historia del arte, en musicología. Como ha sitarios. Son, pues, muchos los que han aullado con los lobos.
dicho Gadamer, utilizando una fórmula verdaderamente espan- Y, en premio, han sido devorados.
tosa, bastaba con comportarse manierlich (tener buenas mane- Pero son fenómenos de superficies, de tipos de comporta-
ras, mostrarse respetuoso con las convenciones) hacia el régi- miento. Lo esencial se sitúa en una profundidad mucho mayor.
men nazi para poder desarrollar una brillante carrera como Después de casi medio siglo de enseñanza y de escritura, de
profesor y seguir estudiando los clásicos. La única precaución una vida de lectura y relectura continuas (aún no tenía seis
indispensable: ¡no haber cometido la indiscreción de ser judío! años cuando mi padre me inició en la música de Homero, en la

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despedida de Juan de Gante en Ricardo 11, en la poesía de Heine), sió11. La destrucción de unas remotas estatuas por fanáticos afga-
una hipótesis psicológica me asedia, no hay otra palabra. No es nos enfurecidos, la mutilación de una obra maestra en un
más que una hipótesis, insisto en ello, y Drm voleniP, una hipóte- museo nos llegan a lo más hondo de alma. Fl sabio, el Yerdadero
sis errónea. lector, el que hace libros está saturado de la terrible intensidad
La influencia de lo imaginario, de las «ficciones supremas», de la ficción, está formado para responder al m,ís alto grado de
corno dice Wallace Stevens, sobre la conciencia humana es hip- identificación con lo textual, con lo ficticio. Esta formación, esta
nótica. Lo imaginario, la abstracción conceptualizada puede in- m,m<-Ta de centrarse en las antenas nerviosas:' en los órganos ele
vadir la morada ele nuestra sensibilidad hasta el punto de obse- la empatía -cuyo alcance nunca es ilimitado-, puede mutilarlo,
sionarla. Nadie ha dado una explicación integral de la génesis aislarlo de lo que Freud llamaba el «principio de la realidad».
del personaje de ficción en el espíritu del autor a partir de los Es en este sentido paradójico c<Ímo el culto y la práctica ele
garabatos que hace con el lápiz en una hoja de papel. Ahora las humanidades, del bihliófago y del sabio pueden perfecta-
bien, ese personaje puede revestir una fuerza vital, poseer una mente deshumanizar. Debido a ellas, nos es quizá más difícil
capacidad de resistencia al tiempo y al olvido muy superior a la responder activamente a las intensas realidades de las circuns-
de cualquier ser viviente. ¿Quién de nosotros posee aunque sólo tancias políticas v sociales, co111prometen1os plenamente. 1-Iav
sea una fracción de la vitalidad, de la «presencia real» que emana un soplo glacial ele inhumanidad en la torre de Montaigne, en
del Ulises de Homero, de Hamlet o de Falstaff, de Tom Sawyer? esas palabras con que Ycats nos exhorta a elegir entre la perfec-
Balzac moribundo apela a la ayuda de los médicos que había ción de la \'ida Y. la de la obra, en la seguridad

de 1111 v\'auner
h
con-
inventado en su Comedia hu.mana. Shelley declara que ningún ,,encielo ck c¡m· era inútil dc,,ohcr el dinero a quienes k habían
hombre capaz de amar a la Anl~p;ona de Sófocles experimentará anidado cuando estaba necesitado, ya q11e las notas a pie clt·
¡
jamás una pasión comparable por una mujer viva. Flaubert se ve página en sus biografías los harían inmor1alcs.
morir como un perro mientras «esa puta» de Emma Bovary vivi- 1 Yo, C]ll<' sm profesor y para quien la literatura, la filosofía, la
rá eternamente. ! música y las artes son la lllalt'ria lllisma ele la ,,ida, ~cú1110 \'(JY a
Después de haber pasado horas, días, semanas leyendo, traducir esta necesidad a concit·ncia moral concreta de la 11t·n·-
aprendiendo de memoria, explicando, a nosotros mismos o a sidad h11ma11a, ele la injusticia que contribm·e c11 tan gran medi-
otros, una oda trascendente de Horacio, un canto del Infierno, da a hacer posible la alta cultura~ Las torrc,s que nos aíslan son
los actos tercero y cuarto del R1y J,ear; las páginas sobre la muer- lllllclw m,ís coriáceas que el marfil. No conozco ni11gt1na res-
te de Bergotte en la novela de Proust, volvemos a nuestro estre- puesta convincente.
cho universo doméstico. Pero seguimos poseídos. En la calle, un Es preci.,o por t,tnto encontrarla, si queremos ganarnos el
grito lejano. Apenas lo oímos. Atestigua un desorden, una reali- pri\'ilcgio de nuestras pasiones, si querernos agarrar con nues-
dad contingente, vulgarmente transitoria, sin ninguna relación tras manos la mara\'illa de 1111 nun·o libro -(¿11oi r/01111 /ejJir/1.1111
con nuestra conciencia de poseídos. ¿Qué es ese grito en la calle 1101 11111/ /ihe/11111? r¿a qui~ll le clm el i nge II ioso Iibrit o llllt'\'O? l,
en comparación con el grito de Lear contra Cordelia, o el que prcgu111a Catulo-,, si q11t-remos tomar parte, au11c¡1w sea 1110-
lanza un Acab a su demonio blanco? En un mundo de monoto- destamentc, en el orgullo cksencantado de .st1 plegaria: c¿uod o
nía aseptizada, precondicionada, miles, centenares de miles de jJalm11a 11irgo/p!11s /JI/O 11/(/1/('(// f!i'll'l!/1/() \{/l'/11/o r ;Oh Musa, ,i,ir
seres humanos mueren cada día en nuestras pantallas de televi- siernprcjmcn m;ís de un siglo'.l

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