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Derechos humanos

Por Roberto Martínez (04-Oct-1997).-

La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, promovida por la ONU en


1948, establece, sin necesidad de interpretaciones rebuscadas, que la familia es la
célula fundamental de la sociedad y el lugar más seguro para que el ser humano
goce de sus derechos. Es un escrito inspirado en la libertad, el valor de la vida y la
dignidad de las personas. Un legado que pertenece a cada individuo y que enaltece
el papel de la familia en la sociedad.

Esta declaración sirve como inspiración y autoridad moral de todos aquellos que
luchan por la libertad de su nación y por la erradicación de los regímenes
totalitarios. Contribuye de manera importante al avance de la cultura democrática
y al acercamiento fraterno entre distintas naciones, sobre todo de aquellas que han
sido lideradas por personas que valoran la dignidad especial del ser humano como
realidad que trasciende su envoltura física, que no debe ser víctima de la
discriminación por las variables demográficas que represente.

Lamentablemente, a casi 50 años de su promulgación, la universalidad de sus


principios es cuestionada por la misma institución que le dio vida.

Muchas Organizaciones No Gubernamentales han aprendido a influir en la ONU,


en una manera tal que no se sujetan a decisiones democráticas.

Esto trae como consecuencia que grupos minoritarios estén logrando un giro de
180 grados en los objetivos de esta organización y de cómo emplea sus recursos.

La ONU nació para preservar la paz, pero dedica gran parte de su presupuesto a
erradicar al "enemigo" que algunas ONG quieren acabar. Esta "enemigo" no es el
hambre, ni el tráfico de armas, ni los narcotraficantes, es a sus ojos una plaga peor.
Esta plaga es el hombre mismo, pero no cualquier hombre, los pobres y los no tan
ricos.
En esta lucha no deparan en llevarse de encuentro a las personas e instituciones
que atentan contra el logro de sus objetivos. Así, la religión, la familia e incluso
algunos de los derechos universales más importantes, como el derecho a la vida son
ahora cómplices de la plaga que deben erradicar.

Según Mary Ann Glendon, catedrática de derecho en la Universidad de Harvard y


representante de Juan Pablo II en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la
Mujer de Pekín, "el principio mismo de la protección de la familia ha sido
considerado como un obstáculo para los derechos de las mujeres, de los niños, de
los homosexuales, de la promoción del ambiente y del control de la población".

En nombre de la liberalización de la mujer se legaliza el aborto, primero para los


casos de violación y después se extiende para cualquier caso, aun de embarazos en
el noveno mes de gestación. Así queda abolido el derecho a la vida.

En nombre de los derechos de los individuos el Estado se entromete entre los hijos
y sus padres arrebatando de la familia el papel que tiene de proteger los derechos
de sus miembros.

El derecho a educarlos de acuerdo a su propia religión, moral y ética sexual es


usurpado mediante la imposición de planes educativos gubernamentales que
informan al niño sin formar al hombre.

Ante el problema de la contaminación, el ser humano es encontrado culpable y


sentenciamos a las nuevas generaciones a no nacer.

Deberíamos hacer el sacrificio de destinar suficientes recursos al reciclaje de


residuos industriales. En México sólo el 6 por ciento de los residuos industriales
son procesados, el otro 94 por ciento es esparcido en mares, ríos, carreteras y
basureros clandestinos.
En el mundo hay una brecha cada vez más evidente entre los ricos y los pobres y las
nuevas políticas de la ONU, en nombre de la igualdad y la libertad, promueven por
el contrario un control social que cada vez se hace más rígido.

Por ejemplo, tenemos los llamados "derechos reproductivos": no son otra cosa que
una campaña mundial para controlar el número de los hijos de los pobres con
cualquier medio posible. Otro caso es el del "derecho a morir" o eutanasia. Se vende
la idea de controlar la propia vida hasta el final, mientras que, en realidad, lo que se
busca es decretar el "deber" de morir a todos los que están enfermos, solos,
minusválidos o a los que no pueden pagarse los tratamientos necesarios.

Estas ONG, a través de la ONU, están construyendo un mundo frío e indiferente


ante los más desposeídos. A los pobres en vez de darles una caña de pescar les
damos una ristra de píldoras y preservativos. Incluso la UNICEF destina parte de
su presupuesto a la distribución de anticonceptivos, ¿desde cuando los niños
juegan o mejoran su rendimiento académico con estas cosas?

Están recaudando fondos para la niñez y los usan para controlarla, ¡qué paradoja!

A los pobres enfermos, en vez de consuelo, inyecciones letales; a los pobres niños
una educación que culpa a sus padres de haberlos procreado y que fracasa en lo
más importante: la transmisión de optimismo. Optimismo que surge de apreciar la
vida y de conocer el sentido que tiene. Un sentido fundado en valores como el
amor, el trabajo y también el dolor, porque el sufrimiento es parte de nuestra vida y
tiene un sentido profundo.

Bueno, querido lector, ¿qué conclusión podemos sacar de todo esto? No es difícil.
Si la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 nos ayudó a gozar de
libertad y mayor justicia, los nuevos "derechos" por ser opuestos en sus
perspectivas sólo servirán para incrementar el nivel de vida de los ricos, ya que se
imponen como "deberes" a los países pobres.
Me pregunto qué nuevos "derechos" inventarán dentro de 50 años. Probablemente
el derecho a renunciar a tu libertad para que así te vendas a un señor rico y le sirvas
de esclavo.

Si queremos revertir esta tendencia, tenemos que escuchar las voces de aquellos
que siguen fieles a la declaración original de derechos humanos y ser protagonistas
del cambio hacia políticas que protejan los derechos de la familia. Si la familia está
protegida el individuo puede vivir en paz.

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