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TP Nº 1 PSICOPEDAGOGÍA EN

LA TERCERA EDAD
“ESTEREOTIPOS, ACTITUDES E IMPLICACIONES SOCIALES EN LA TERCERA EDAD”

ALUMNAS: BERG, RAQUEL / PARADISO, NOELIA


DOCENTE: LIC. PETTERSEN, MARLENE
UGD – 4º AÑO DE LIC EN PSICOPEDAGOGÍA – 1º CUAT. 2017
PSICOPEDAGOGÍA EN LA TERCERA EDAD - TRABAJO PRÁCTICO GRUPAL

TEMA: ESTEREOTIPOS, ACTITUDES E IMPLICACIONES SOCIALES EN LA TERCERA EDAD

CONSIGNAS:

A) Realizar la lectura de los diferentes textos.


B) Analizar los diferentes conceptos que se dan en relación a la etapa etaria.
C) Redactar un comentario en relación al tema.
D) Se debatirá en clase las diferentes opiniones.

BIBLIOGRAFIA:

ENVEJECER EN EL SIGLO XXI Lucia del Carmen Amico


VIEJISMO (AGEISM). PERCEPCIONES DE LA POBLACIÓN ACERCA DE LA TERCERA EDAD: ESTEREOTIPOS,
ACTITUDES E IMPLICACIONES SOCIALES Angel Moreno Toledo

GERONTOLOGÍA Leonardo Strejilevist: pag.26: VIEJO MODELO DE VIEJO. Pag.286 VIEJISMO


DISCRIMINACIÓN, SEGREGACIÓN Y AISLAMIENTO DE LAS PERSONAS MAYORES.

VIEJISMO. LOS PREJUICIOS CONTRA LA VEJEZ Salvarezza, L. Psicogeriatría. Teoría y Clínica. Cap. 1. Bs. As.
Paidós. 1988.
COMENTARIO

Leopoldo Salvarezza en su libro “Psicogeriatría teoría y clínica” parte de la idea de que la vejez de por
sí es un tema conflictivo ya que estaría dado en relación a las fantasías, experiencias, representaciones y la
ideología en general que se tiene sobre lo que es la vejez para cada persona.

En el mismo, plantea dos teorías que se contraponen, una es la “teoría del desapego” basada en que
a medida que el sujeto va envejeciendo se produce una disminución total de interés de vital por las
actividades y objetos que lo rodean, lo cual va generando una distancia de toda clase de interacción social,
también afirma que esto no solamente pertenece al desarrollo normal del individuo, sino que también es
apoyado y buscado por él. Todo esto conllevaría a originar cuadros de angustia como ser disminución de la
actividad sexual, competencias laborales por personas más jóvenes, entre otros.

Teoría sustentada en dos ideas principales, que el mismo es un proceso universal e inevitable para
todo el ser humano.

Por otra parte, se encuentra la “teoría del apego” la misma basada en estudios y críticas de
diferentes autores que se oponen a este tipo de pensamiento, planteando que el hombre aislado es un
problema y no un ideal, por lo tanto, es mala la argumentación del apartamiento y el desapego como un
proceso intrínseco del ser humano y deseado por él. Teniendo en cuenta que los procesos puros intrínsecos
no existen como tales, sino que las conductas hay que estudiarlas y comprenderlas como el resultado de la
interacción del ser humano con el medio y el momento histórico y social que lo rodea promoviendo así la
conservación de las pasiones en sujetos de edad avanzada.

Creyendo que el ideal del “buen envejecer” está dado por la capacidad que tenga el sujeto de
aceptar y acompañar sus declinaciones en cada momento de su vida, y no insistir en mantenerse joven, si no
que más bien, se mantenga activo para tratar de obtener satisfacciones con el máximo de las fuerzas en cada
momento que se sitúe.

Salvarezza también hace hincapié en cuanto a los prejuicios que existen contra la vejez, siendo los
mismos adquiridos durante la infancia y prolongándose a lo largo de la vida.

Diferentes autores intentan las causas probables de los prejuicios contra la vejez. Busse (1980)
pretende explicar que el origen de los prejuicios contra la vejez comienza cuando los niños observan que la
vejez va asociada con la declinación mental y física. Los cambios físicos que van ocurriendo, pérdida de
cabello, arrugas, tristeza en la mirada, entre otros.

Pero este prejuicio se vuelve engorroso cuando se extiende hacia los profesionales de la salud
encargados de la salud mental los viejos, ya que se realizaron estudios acerca del comportamiento de los
mismos y en los cuáles tanto psiquiatras como psicólogos consideraban menos interesantes a los mismos.
Esto puede deberse a que los terapeutas reactualizarían sus conflictos reprimidos en relación a sus propias
figuras parentales, o del creer que no pueden hacer nada para cambiar la conducta de los mismos, o que el
paciente pueda morir durante el tratamiento, entre otros. Todo esto genera angustia, ya que es un futuro
posible cercano (sumado a todo el prejuicio que acarreamos desde la infancia) y, por lo tanto, nos induce a
escaparnos de él.

Uno de los prejuicios principales sobre la vejez, es que todos los viejos son “enfermos o
discapacitados”. Esto, termina por internalizarse en los mismos viejos.

Tenemos que tener en cuenta que la vejez no es una enfermedad en sí misma, sino que esta última
puede, y sin embargo lo hace influir negativamente sobre aquella.

Estos prejuicios también son la base de la discriminación, segregación y aislamiento de las personas
mayores. Los mismos acerca de la vejez y a veces en contra de los viejos se fundan en un imaginario social
que no es más que una construcción colectiva, a veces muy adaptada en sectores de la sociedad, que se
organiza sobre la base de concepciones subjetivas cargadas de expectativas negativas, deseos, temores que,
muchas veces, adquieren un carácter irracional, pero con fuerza y dinámica propia que actúa sobre los
individuos y la sociedad misma, generando formas de pensar, conductas y pautas de acción.

Entonces se puede decir que todo esto se da porque existe una imposibilidad de colocarse uno
mismo, en proyección, como viejo, desconocer la vejez como realidad, confundir la vejez con enfermedad, el
cansancio que provoca estar al cuidado de un familiar viejo, la escasa formación de los profesionales de la
salud, etc.

La sociedad actual sitúa a los adultos mayores como enfermos, seniles, abatidos, asexuados, pasados
de moda, diferentes, incapacitados, sin derechos, sin pertenencia, son los "otros", no importan mucho sus
necesidades económicas y sociales, no contribuyen a la sociedad, gastan demasiado, no producen, en el
fondo no interesan y son una carga, son descartables, desechables, obviamente biodegradables y no pueden
reciclarse.

Estas consideraciones pueden agruparse dentro del concepto de “Viejismo” (vocablo acuñado en
1970 por el psiquiatra inglés Robert Butler y traducido al español por el gerontopsiquiatra argentino
Leopoldo Salvarezza) el cual designa a la discriminación que sufren las personas mayores por el simple hecho
de ser viejos.

Implica un conjunto de prejuicios que no son otra cosa que una construcción colectiva muy arraigada
en la sociedad, y estructurada sobre la base de temores y expectativas negativas, que incluyen actitudes
discriminatorias, imposibilidad de colocarse en el lugar del viejo, desconocimiento de la vejez como proceso
natural, confusión entre vejez y enfermedad, agobio de las familias cuidadoras, expectativas fantasiosas para
detener el paso del tiempo, biomedicalización del proceso de envejecimiento, fobia social, escasa formación
profesional en el ámbito de la gerontología, entre otras cuestiones.

En la actualidad, asistimos a una paradoja, por un lado, el proceso natural de envejecimiento tiene
lugar dentro de un contexto de grandes avances científicos, tecnológicos y demográficos, que ayudan a
elevar la expectativa de vida de las personas; pero por otro lado, existe una real declinación de la calidad de
vida de los adultos mayores.

Para una sociedad cuyo motor es la producción, el trabajo es el eje alrededor del cual se organizan
los modos de vida, y por lo tanto el entrar en la etapa jubilatoria, significa que las personas automáticamente
pasen a ser improductivas, generando una pérdida de su identidad social.

De esta manera, los procesos y cambios naturales comienzan a ser vistos como patológicos y no
deseados, generando una actitud peyorativa hacia las personas mayores lo que se traduce en discriminación,
subordinación, descalificación y negación de su capacidad de autonomía y participación social.

Esta forma de elaborar los cambios biológicos, psicológicos y sociales que se producen en el
envejecer, son producto de condicionantes sociales y culturales previos que pueden rastrearse en la historia
de la humanidad.

En nuestro país, los cambios demográficos como el aumento de la expectativa de vida junto con la
baja de la tasa de natalidad han producido un aumento de la cantidad de personas de la franja de mayores
de 60 años, lo cual ha tenido repercusiones en las conformaciones de las familias, las cuales pasaron a tener
más abuelos que hijos. Esta tendencia preocupa, en tanto vivimos en una sociedad que no protege a sus
adultos mayores y que no cuenta con un sistema previsional y de salud que cubra las necesidades de la
población.

En la década de los `90, por ejemplo, la precarización laboral y el desempleo tuvieron como resultado
la expulsión de muchas personas del mercado laboral, la crisis provocó que la edad sea un factor a tener en
cuenta a la hora de contratar personal y que dicho factor cobre características discriminatorias. Así una
persona mayor de 35 años, ya es considerada “vieja” y por lo tanto se la excluye de las búsquedas.

La reforma previsional producida en esa década, que disolvió el Instituto Nacional de Previsión Social
e introdujo el régimen mixto de reparto, tuvo como consecuencia el congelamiento de las jubilaciones y la
imposibilidad de pagar los beneficios correspondientes.

En 2001, la crisis produjo una profunda devaluación de los haberes jubilatorios sumado al mal
manejo del PAMI, cuestiones que hasta hoy en día no han podido solucionarse.

A las condiciones económicas paupérrimas que enfrentan nuestros adultos mayores, se suman los
prejuicios sociales que llegan a puntos críticos tales como la discriminación que sufren en sus propias
instituciones, provocando que no se los trate como sujetos de derecho. Y no hablamos sólo de organismos
públicos de previsión social, sino también de aquellas instituciones que se encargan de sus cuidados, como
hogares de día o de vivienda permanente, en las cuales son (en su gran mayoría) objeto de todo tipo de
maltratos.

Otro punto a tener en cuenta a la hora de analizar este tipo de cuestiones, es el hecho de que si bien
es cierto que el envejecer conlleva un cierto deterioro biológico, son los condicionamientos socio culturales
los que influyen de manera más negativa en la percepción de la ancianidad. Diversos estudios puntualizan
que muchas de las declinaciones de habilidades que sufren los adultos mayores, se deben más a la falta de
entrenamiento y actividad que al proceso de envejecimiento en sí.

Este punto es uno de los que más abona la falaz teoría de que el envejecimiento se corresponde con
la enfermedad, además que se conecta con una biopolítica que une la medicina con la economía. De esta
manera, la salud se convierte en una mercancía más de intercambio, incitando al consumo de medicamentos
para frenar y/o paliar los efectos de un proceso que es natural y esperable de la vida.

La medicalización, además, tiene como efecto que las personas pierdan la capacidad de asumir su
condición y enfrentarse a sí mismos a los acontecimientos de la vida; y esto nos lleva a tener que puntuar la
importancia en la relación médico-paciente, que dentro de este modelo médico, se inclina por encuadres que
fragmentan la realidad del paciente haciendo hincapié en puntos orgánicos o mentales pero sin tratarlos de
una manera holística y por consiguiente, no dando lugar a la escucha, que bien sabemos que no es exclusiva
de los profesionales del ámbito de la psicología y afines.

Estos problemas no son exclusivos de nuestro país, sino que a nivel internacional, son varios los
esfuerzos para combatir la discriminación que sufre esta porción de la población.

En 1945 se proclama la Carta de las Naciones Unidas (ONU), la cual fomenta “el respeto por los
derechos humanos y las libertades fundamentales de todos los individuos sin distinción de raza, sexo, edad,
idioma o religión” pero no es hasta 1977 que se aborda el problema de la ancianidad en forma directa al
hacer énfasis en la necesidad de organizar una asamblea mundial sobre las personas mayores, la cual tiene
lugar en 1982.

Es recién en 1991, en la Asamblea General de la ONU, que se aprobaron ciertos principios a favor de
los adultos mayores, a saber: principio de Independencia, principio de participación, Principio de cuidados,
principio de autorrealización, principio de dignidad; todos estos principios abogan por la defensa de los
derechos de nuestros adultos mayores y promocionan su bienestar físico, psíquico y mental a la vez que
resguardan la defensa de su dignidad.

Por supuesto que la ONU alienta a los países miembros a implementarlos en sus programas de
gobierno, pero bien sabemos que en la práctica dependerá del nivel de desarrollo social, económico y
cultural del país de que se trate. Por ejemplo, nuestro país no cuenta con alguna ley específica que provea
atención integral y que sustente derechos fundamentales, y la violación de los derechos humanos de los
adultos mayores es parte de nuestra vida diaria y se relacionan con la restricción en el acceso a los servicios
de salud, la imposibilidad de acceder a una vivienda digna y el derecho a una cobertura previsional, entre
otras cuestiones.

Siguiendo a Amico (2009), podemos afirmar que la mala prensa que tiene la vejez es consecuencia de
la incapacidad de dar una definición positiva de la misma. Los ancianos recuerdan el paso del tiempo y nos
enfrentan con la finitud de la vida, lo que produce angustia y temor a la muerte; cuestiones que activan
mecanismos de defensa inconscientes que tienden a propagar mitos y perjuicios sobre la vejez.

Uno de los mitos más importantes que siempre se pone en cuestión es el de la sexualidad en la
tercera edad, la cual se niega y escandaliza, provocando que las personas se avergüencen (a veces) de sus
propios deseos y repriman sus impulsos sexuales por temor al ridículo o al qué dirán.

Ante esto, es importante conocer que la sexualidad es normal y necesaria en todas las etapas de la
vida, incluida esta. Y que si bien varía a los largo de los años, tiene que estar presente ya que implica una
forma muy fuerte de comunicación en una pareja de cualquier edad.

Las personas mayores cargan sobre sus espaldas con los impulsos libidinales y agresivos, al mismo
tiempo que enfrentan cambios corporales y emocionales, por lo tanto, es importante contar con un vínculo
amoroso que ofrezca entendimiento y que establezca un espacio de encuentro íntimo.

Por lo tanto, es importante que avancemos como sociedad y que logremos dejar de lado los
prejuicios, para poder construir una sociedad más sana y libre de las ideas que acarreamos desde la infancia
y las racionalizamos a lo largo de nuestra vida, para poder ver más allá y centrarnos en las posibilidades y
habilidades que tienen los adultos mayores y en definitiva, la sociedad en general.

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