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Para vivir en comunidad

Por Roberto Martínez (25-Oct-1997).-

Si en ocasiones es difícil coexistir con la familia, a la que amamos por conocerla de


mucho tiempo y por los lazos de sangre que nos unen, imagínate lo complicado que
resulta vivir en comunidad con los miembros de otras familias, otras colonias,
distintas condiciones de vida y no digamos de los que manifiestan ideologías
contrarias. La convivencia pacífica se dificulta en proporción directa al número de
los integrantes del grupo social observado.

No me refiero a lo difícil que resulta para los jóvenes universitarios compartir el


departamento con otros estudiantes, ni tampoco a la problemática de los hombres
o mujeres que viven respectivamente en monasterios o conventos. Estoy
reflexionando para encontrar caminos que nos lleven como sociedad a vivir en
comunidad de una manera mejor que la que hemos alcanzado hasta ahora.

Una convivencia más humana, en donde los individuos respeten la propiedad


privada y los derechos individuales, mientras que al mismo tiempo saben ceder a
los propios intereses cuando así lo requiere el bien común. Una sociedad en donde
los seres humanos apreciemos el valor de la unidad y sepamos tender lazos no sólo
de amistad, sino también de solidaridad, incluso con aquellos que difieren de
nosotros en raza, religión, ideología política, clase social, nacionalidad o cualquier
otro concepto demográfico.

No anhelar esta convivencia es seguir patrocinando de manera activa o pasiva la


desunión en la sociedad. Esta segregación trae como consecuencia varias
circunstancias indeseables.

Abusos a las minorías. Caben bien aquí todos los presos políticos, los obispos
encarcelados y los refugiados olvidados en su inanición. Seres humanos privados
de su libertad y despojados de sus bienes por pensar diferente a los que ostentan el
poder.
Injusticias para con los que aún cuando comparten nuestra misma dignidad no son
respetados por pertenecer a un grupo indeseado o menospreciado, como por
ejemplo, los hombres de piel oscura, las mujeres y los discapacitados. Personas que
con frecuencia reciben un menor salario por el mismo trabajo que si lo hiciera un
hombre blanco y sano.

Violencia y guerra. La prepotencia y la soberbia que enerva los sentidos y lanza a


los hombres a resolver los conflictos no mediante el diálogo, sino todo lo contrario,
callando para siempre la voz del enemigo y tristemente también de su mujer y sus
hijos. En este siglo hemos sido testigos de la formación de ríos de sangre en todos
los continentes. Ríos que aumentan su caudal no con soldados caídos en batalla,
sino con mujeres y niños masacrados en asaltos genocidas.

Otra consecuencia no tan dramática pero que sí representa un obstáculo para la


unidad es la ignorancia. La falta de convivencia nos hace ignorantes de las
necesidades de los demás y de la realidad que sufren a diario y que nosotros
podemos mitigar poniendo de nuestra parte. No te debe extrañar que ante la falta
de solidaridad como valor en nuestras vidas, el egocentrismo cunda. Esa tendencia
a pedir siempre más agua sin compartirla y sin detenernos cuando ya no hay razón
de acumular más. Esta acumulación nos lleva al encharcamiento y comenzamos a
apestar.

Entonces, aprender a vivir como miembros de una comunidad local o global es un


ideal que vale la pena. El primer paso es definir una estrategia, y para esto podemos
analizar las soluciones que hasta ahora la sociedad ha concretado. Tenemos la
democracia, un sistema que tiende a unirnos en base a la voluntad de las mayorías.
Es mejor que los otros sistemas que conocemos, porque facilita un ambiente de
respeto a los derechos humanos, pero no es la solución completa porque las
minorías tienden a permanecer desatendidas en sus necesidades.

La civilización nos ha brindado el capitalismo, un sistema económico que


recompensa el esfuerzo y la creatividad en el trabajo de los individuos, pero que no
ha resuelto bien el problema de la distribución de la riqueza y en concreto, de la
distribución de los alimentos. Todavía vivimos en un mundo que desperdicia
mucha comida porque no tiene la capacidad de llevar a todas partes el alimento que
la población requiere.
Esta capacidad es más una restricción ideológica que física, porque no faltan
vehículos, sino la voluntad de compartir lo que sobra con los que no pueden pagar.

Nuestros antepasados lucharon por tener un verdadero federalismo, como en las


naciones más avanzadas, en donde los gobiernos estatales contribuyen al
fortalecimiento de un gobierno federal que impulsa el desarrollo de la Nación, para
que no existan grandes diferencias entre unas zonas y otras en cuanto al nivel de
vida y las oportunidades de empleo.

La realidad es que no hemos podido acabar con la corrupción y menos ahora que
también influye el poder económico de los narcotraficantes. Esta corrupción
desune y provoca heridas profundas en la población.

A nivel global existen instituciones como la ONU, que buscan el avance continuo de
los derechos humanos y la procuración de la paz mundial. En la práctica, los países
más poderosos influyen con más peso dentro de la institución y a menudo lanzan
campañas globales que no respetan la cultura local de los pueblos. Los individuos
nos sentimos menospreciados cuando se hacen a un lado nuestros valores
culturales en la aplicación de soluciones parciales a los problemas.

Tenemos que cambiar. Hasta ahora hemos puesto en manos de instituciones la


responsabilidad de cuidar el bien común y aunque ha habido muchas mejorías,
seguimos divididos y no cesan los asesinatos.

Es tiempo de tomar cada uno esta tarea, esta vocación hacia la unidad. Creo que la
sola tolerancia del que es diferente, no soluciona nada. Es necesario meterle
corazón al asunto. Dar de comer al hombre negro hambriento. Dar de beber al
paralítico sediento. Vestir al pobre desnudo. Visitar al político del otro partido que
está en su casa enfermo. Hospedar al pariente incómodo. Retribuir con equidad a
las mujeres que empleo.

Se dice fácil, pero si realmente lo hacemos, te aseguro que emprenderemos una


verdadera revolución pacífica que nos enseñará a vivir en comunidad.

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