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Decíamos en el capítulo 2 que una de las dicotomías típicas en los estudios sobre el ser
humano había sido esa diferenciación entre la razón y los sentimientos o deseos. Apostábamos
en ese momento por una concepción del hombre que integrase esas dos naturalezas, que tendrían
algunas estructuras y funciones diferenciadas. El camino de esa integración o interrelación es el
que nos toca recorrer en este capítulo.
En los últimos años de la psicología se han propuesto unos modelos más completos, más
coherentes, que consiguen vincular mejor los procesos cognitivos en el proceso motivacional
(véase, por ejemplo, Schutz, 1994; Urdan y Maehr, 1995), y, sobre todo, parece que se van
abandonado las visiones tan hegemónicas del imperio de lo cognitivo sobre lo afectivo. En la
parte del libro que ahora comienza nos vamos a proponer principalmente desbrozar, organizar y
sistematizar las complejas participaciones de las funciones cognitivas en todo el proceso
motivacional. Para ello, en primer lugar, delimitaremos algunos conceptos básicos implicados en
la motivación, más específicamente, diferenciaremos conceptos como meta, expectativa, plan o
control de la acción, y atribución; pretendemos con esto dar un primer vistazo a las principales
funciones implicadas en el control cognitivo del proceso motivacional. Más adelante,
profundizaremos con más detenimiento en cada uno de estos elementos cognitivos que participan
en el proceso motivacional.
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1.- UN REPASO DE LOS ELEMENTOS COGNITIVOS EN EL PROCESO
MOTIVACIONAL.
Al principio de la obra dedicamos un amplio apartado a describir el desarrollo histórico
de las principales explicaciones que, desde el enfoque cognitivo, se han dado en el estudio de la
motivación humana. Invitamos al lector a que los tenga presente, para que pueda comprender
mejor el origen y el sentido de la información que vamos a reseñar a continuación. Pasamos, sin
más, entonces, a dibujar, primeramente con trazos gruesos, la participación de lo cognitivo en el
proceso motivacional.
La psicología cognitiva ha definido las metas a su modo, esto es, como un tipo de
representaciones cognitivas de los sujetos sobre aquello que les gustaría que sucediera, lo que
querrían conseguir (a lo que desearían aproximarse) o lo que les gustaría que no sucediera (lo
que desearían evitar) en el futuro. Si nos quedamos con el término de representación en su
sentido más débil, como un esquema que se actualiza en cada momento, esta definición es
compatible con nuestro modo de ver el guión motivacional.
Las metas, como todo elemento del guión motivacional, se conforman cuando se usan.
De este modo, es frecuente que para formarnos un propósito, una meta, recurramos a
determinadas informaciones adicionales sobre lo que típicamente se entiende como un objetivo
normativo, un estándar social, una norma (Schutz, 1994). Por ejemplo, podemos encontrarnos
con una persona que tiene la meta de ser pianista; pues bien, parte de la información relacionada
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con esta meta tiene que ver con las características del pianista ideal que se desea alcanzar (ser
disciplinado, practicar todos los días, etc.) y con las características del mal pianista que se desea
evitar (ser desorganizado, desafinar, etc.). Esa persona tendrá más o menos información sobre los
requerimientos de esa labor artística; sin embargo, es claro que un mayor conocimiento sobre los
modelos relacionados con cada meta facilita su consecución. Entre otras cosas porque así se
discrimina mejor la distancia que hay entre la meta, o el estado ideal que se desea alcanzar, y el
estado actual en el que se encuentra el sujeto (ibid, p. 138 y ss.). De este modo, se tienen más
criterios para poder establecer un adecuado plan de actuación que permita satisfacer esa
aspiración. De esos planes de actuación vamos a comentar algo a continuación.
Para poder planificar bien nuestra actuación, no solamente nos basamos en buenas
estrategias y en un amplio conocimiento. Sobre todo, lo que determina nuestros planes son las
metas que nos fijemos (Cantor y Fleeson, 1991; Schutz, 1994; Wentzel, 1991). Es probable que
usted no lea estas páginas de la misma manera, con las mismas estrategias de comprensión
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lectora si se ha acercado al libro por curiosidad intelectual que si lo hace porque alguien le va a
examinar de su contenido.
Como indica Bandura (1977, 1986), las expectativas de los sujetos de realizar con éxito
una tarea influyen en la motivación por dicha tarea. Este autor inició una distinción entre dos
tipos de expectativas que ha tenido fuertes repercusiones en la forma de entender los patrones
motivacionales. Por un lado, se refiere a las expectativas de eficacia como la creencia o
convicción del sujeto de que puede realizar con éxito la conducta requerida para alcanzar una
meta. Por otro lado, se refiere a las expectativas de resultado como la creencia del sujeto de que
una conducta concreta le conducirá a unos resultados o a unas consecuencias determinadas. Es
decir, en el primer caso, el sujeto cree que reune las condiciones para poder llevar a buen término
la tarea en cuestión, y, en el segundo caso, centra sus expectativas en los resultados o
consecuencias que puede obtener después. Por ejemplo, una persona tiene buenas expectativas
de eficacia cuando piensa que es capaz de prepararse unas oposiciones para la inspección de
hacienda y busca, así, organizar lo mejor posible sus recursos para ese fin. Otra persona tendrá
expectativas de resultado cuando piense, sobre todo, no en su eficacia para esa labor, sino en las
consecuencias favorables que conlleva: el sueldo, la independencia económica, el funcionariado,
etc.; su actuación se centrará entonces en conseguir como sea esos beneficios. En definitiva, la
distinción entre búsqueda de eficacia (o de contenido o aprendizaje) y búsqueda de resultados o
ejecución se ha hecho clásica en los estudios de motivación.
Por lo general, se entiende que las expectativas de los sujetos influyen en la motivación
siempre en relación con otros factores. Es típica, por ejemplo, la relación que se ha establecido
entre expectativas, e incentivos o valores de una tarea. En el capítulo siguiente, el lector que
aguante hasta ahí, podrá ver cómo la vieja teoría de la expectativa-valor defiende que entre ellas
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se da una relación inversa (mayores expectativas => una tarea más fácil => menor incentivo). De
esta forma se entiende que la tendencia de una persona a actuar en una determinada dirección
dependerá de la combinación, de carácter multiplicativo, de estos tres componentes:
expectativas (de eficacia o de resultado), valores o incentivos asociados a la actividad, y sus
metas (Feather, 1990, p. 163). Más adelante veremos también que esta relación es demasiado
simple y poco operativa como para considerarla estrictamente (se ha visto que no siempre el
valor intermedio de cada factor es el que hace máxima la activación). En definitiva, que es más
útil quedarse con la idea de que las expectativas tienen una relación con los incentivos y con
otros factores intervinientes en el proceso de la motivación humana, sin que se pueda explicitar
de forma rígida tal relación.
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Desde una visón global del proceso motivacional, de las metas que formule el sujeto
dependerán los planes, las expectativas y las atribuciones causales que se den. Una persona que
tiene una meta, elige un plan para alcanzarla, tiene expectativas de eficacia y de resultado sobre
ella y, después de la acción concreta para conseguir la meta, realiza atribuciones de sus
resultados. Más específicamente, las metas influyen en la conducta del sujeto a partir de cuatro
mecanismos básicos (Locke, et al., 1981):
a) dirigiendo la atención,
b) movilizando el esfuerzo para la tarea,
c) motivando la persistencia en la tarea,
d) facilitando la estrategia a desarrollar.
Ford y Nichols (1991), después de varios años de investigación y de trabajo clínico con
una variedad sujetos (estudiantes, clientes y profesionales), han creado el Ford and Nichols
Taxonomy of Human Goals (nótense las ganas de anonimato), en donde se incluyen una serie de
categorías de metas de distinto contenido que guían la conducta y generan patrones
motivacionales. Los contenidos de las metas propuestas por Ford y Nichols pueden agruparse en
los siguientes bloques: a) metas afectivas, b) metas cognitivas, c) metas de organización
subjetiva, d) metas de relación social, asertivas, e) metas de relación social hacia el grupo y f)
metas de la tarea.
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También Schutz (1994) ha establecido diferentes contenidos de metas. En concreto, ha
indicado diez grupos de objetivos distintos. El fundamento para su clasificación proviene de las
respuestas libres de un grupo de estudiantes a los que se le preguntaba todo lo que les gustaría
alcanzar u obtener a lo largo de su vida. La categorización de las respuestas permitió establecer
la preferencia de los sujetos en los diez contenidos indicados. Los sujetos elegían, en orden de
preferencia: a) metas ocupacionales, b) metas familiares, c) metas educacionales, d) metas de
viajes y aventuras, e) metas de bienestar personal, f) metas de comodidad física, g) metas de
poder y salud, h) metas de ayuda social, i) metas de amistad y j) metas religiosas.
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Schunk (1983) investigó el efecto de las metas específicas, con conclusiones parecidas.
Trabajó con niños que estaban aprendiendo a dividir. Los niños debían practicar durante algunas
clases y, al comienzo de cada sesión, se les pedía que alcanzarán o bien una meta específica
(realizar un número de divisiones determinadas), o bien una meta global (trabajar
productivamente). Pues bien, los niños que tenían una meta específica obtuvieron un mejor
rendimiento que los niños con meta global. Aprenda el lector las ventajas que supone el
entretenerse en hacer planteamientos y objetivos conscientes y personales que guíen sus
acciones y luego compruébelo.
Lamentablemente, esa misma experiencia vital nos enseña que no todas las actividades
en las que participamos las hacemos por el mero placer de hacerlas, que estamos sometidos a
muchas obligaciones sociales, compromisos o trabajos, incluso en aquellas actividades que nos
gustan. En esos casos está claro que las metas a corto plazo incrementan el rendimiento y
favorecen el aumento de la motivación por esa tarea (ver por ejemplo Bandura y Schunk, 1981;
Morgan, 1985). En este sentido, enseñar a plantearse de forma consciente metas próximas es de
gran utilidad para ir adquiriendo interés por la tarea. De este modo se formulan metas más
realistas, no se distancian mucho del estado actual del sujeto y sus posibilidades. Como su
consecución es más inmediata necesitan estar más precisadas y, en este sentido, obligan a que se
dirija mejor la atención, se movilicen más adecuadamente los recursos personales y las
estrategias sean más eficaces.
Finalmente, el último de los aspectos que vamos a reseñar por su papel en una mejor
conformación de los propósitos personales es el del grado de dificultad de la meta. Nos vamos a
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repetir sobre lo que dijimos en el capítulo anterior sobre el nivel de reto de una actividad, pero
cierta redundacia suele ser útil para destacar lo importante. En general la metas que nos debemos
plantear para actuar con más interés son aquellas que guardan una relación óptima entre nuestra
sensación de competencia y el nivel de dificultad de su consecución. Las metas necesitan ser
atrayentes, que nos supongan un reto, que nos instiguen por su dificultad, siempre y cuando las
percibamos como alcanzables, en caso contrario, no hay manera. En los experimentos en los que
se han creado situaciones experimentales manipulando el grado de dificultad de la meta, los
resultados han puesto de manifiesto que las metas difíciles favorecen un mejor rendimiento
(Locke y Latham, 1984).
Las personas que tienen una orientación a metas de aprendizaje buscan aprender, saber;
sin embargo, las que tienen una orientación a metas de ejecución buscan juicios positivos o una
determinada evaluación externa de su competencia. Los sujetos con orientaciones hacia metas
diferentes interpretarán una misma situación de forma muy distinta y, lo que es más importante,
acabarán actuando de manera diferente. Como se puede apreciar en la tabla 1, Dweck y Elliot
(1983) establecen una serie de indicaciones que explican las diferencias en la motivación y los
distintos comportamientos llevados a cabo por sujetos con orientaciones hacia estos dos grandes
grupos de metas diferentes (metas de aprendizaje y metas de ejecución). Estos indicadores
pueden originar tres patrones motivacionales, de forma que cada patrón específico mostrará un
determinado tipo de meta, una manera de planificar y explicarse la actuación y una forma de
concebir las capacidades intelectuales. Precisamente esto último, la concepción que los sujetos
tengan sobre la inteligencia, es uno de los factores que más contribuye según Dweck y Elliot a
que los sujetos desarrollen una u otra orientación motivacional.
Estos tres patrones son: uno típico de la búsqueda de metas de aprendizaje y los otros
dos, propios de las metas de ejecución: la búsqueda de juicios positivos de competencia y el
miedo al fracaso. En un libro como éste, que poco a poco va acercándose al proceloso mar de las
propuestas motivacionales aplicadas al campo educativo, resulta muy conveniente describir con
cierto detenimiento cada uno de estos patrones.
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El modo de acción típico está centrado en el proceso de actuación que van a desarrollar
más que en el resultado final, cómo pueden realizar una tarea y qué cosas aprenderán al llevarla a
cabo. En este patrón, los errores que pueden surgir son vistos como algo natural (las personas
suelen cometer errores), de los que se puede aprender (a partir de un análisis de los errores se
puede mejorar en el futuro). La reacción ante el error más que emocional es cognitiva; los errores
son irremediables en el proceso que conduce al aprendizaje, son circunstancias que proporcionan
información. De forma análoga, cuando se busca aprender todo lo posible, es inevitable
encontrarse con momentos de cierta incertidumbre, de duda ante una decisión a tomar. Pues bien,
para los sujetos orientados hacia el aprendizaje, estos momentos de incertidumbre son
concebidos como inevitables, como un reto a superar que resulta estimulante, no bloquean ni
crean ansiedad.
Las tareas se escogen por su contenido, por lo novedoso o por lo que tengan de revelador,
por lo que les sirva, en suma, para aumentar sus conocimientos sobre el tema. De esta manera
cuando llevan a cabo la tarea, recurren naturalmente a sus destrezas y dominios, sin ansiedad ni
preocupación por el juicio de los demás. En este sentido, sus expectativas de éxito se centran y
dependen del esfuerzo que se esté dispuesto a poner en la tarea y de una buena planificación de
la misma.
Para finalizar, la idea que tienen de sus habilidades es poco estable y esencialista. Se
piensa que la base de lo que sabemos hacer, de nuestra inteligencia, depende más del aprendizaje
que de características congénitas o poco modificables. Cuanto más aprendo, más cosas sé hacer y
mejor soy. En definitiva, mis capacidades intelectuales son un repertorio de destrezas que
cambian con mi experiencia.
Las tareas preferidas por estos sujetos son aquellas que les permitan proporcionar una
respuesta rápida y correcta y, por tanto, que les conduzcan a obtener una buena imagen de sí
mismos. Cuando se enfrentan a una tarea buscan información de carácter adulador sobre su
competencia. Más específicamente, buscan obtener juicios positivos de competencia y evitar
juicios negativos.
Tabla 1: Metas y teorías de la inteligencia de los sujetos (basado en Dweck y Elliot, 1983).
Por lo que se refiere al continuo de clausura, se habla de una orientación hacia metas de
búsqueda de cierre en los casos en lo que se desea dar cuanto antes con una respuesta rápida al
problema y alcanzar, con ello, el cierre o la clausura del mismo. En otros casos, las personas
evitan una respuesta prematura del problema, es decir, evitan un cierre temprano, para seguir con
la búsqueda de información y completar del todo el problema o la tarea planteada. Se habla, en
este caso, de una orientación hacia metas que evitan el cierre o clausura del problema (véase
tabla 2). El que se opte por una opción u otra suele estar relacionado, entre otras cosas, con el
coste asociado a cometer un fallo o a dar una respuesta errónea
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Tabla 2: Combinación de las dos dimensiones motivacionales de la motivación epistémica (basado en Kruglanski,
1990)
Para Kruglanski (1990), el que se opte por una u otra combinación no depende de
ninguna característica estable del sujeto, de ningún rasgo de personalidad; la motivación
epistémica está determinada por la interpretación que haga el sujeto de las demandas del entorno
o de la situación y por el conocimiento previo de los sujetos en un dominio determinado.
Pero el efecto de las atribuciones causales que hacemos es más relevante cuando el
resultado es importante para nosotros o ha ocurrido algo inesperado, entonces generamos un
proceso explicativo de las causas de este imprevisto que nos lleva a dar con una determinada
pauta atribucional. Las causas que podemos establecer son muchas, pero distintos estudios han
establecido unas dimensiones que nos permiten agruparlas a casi todas y cuyo proceso de
gestación histórica ya vimos en el capítulo 1. En concreto, son tres las dimensiones más
establecidas en la literatura. El lugar de causalidad, según la causa concreta se origine en el
interior del sujeto o proceda de los acontecimientos exteriores que le rodean. El grado de
estabilidad, según sea la persistencia y modificabilidad de la causa; claramente sus dos polos
serían el de estabilidad o consistencia y el de inestabilidad o de cambio fácil. La última
dimensión se refiere al grado de control que posea el sujeto para modificar sus consecuencias y
efectos, habrá así causas controlables y causas inmodificables por la persona.
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ejemplo. Mientras que si se explica ese resultado óptimo recurriendo a una causa inestable, como
la suerte, las futuras acciones no dependerán tanto de la que se acaba de realizar.
En relación Acciones:
con el logro:
Información Lugar de Orgullo Conducta
específica Habilidad Autoestima de ayuda
Esfuerzo causalidad
Si es positivo,
satisfacción Dificultad Esfuerzo
Reglas de Suerte Estabilidad Esperanza por lograr
Estado de temporal Expectativas Desesperanza algo
inferencia ánimo,
causal etc. Concesión de
Globalidad
Si es inesperado, libertad bajo
Resultado negativo o situacional fianza
importante Perspectiva
actor- En relación Características
con la Vergüenza de la conducta:
Si es negativo, observador afiliación: Culpabilidad
frustración Intensidad
y tristeza Características Controlabilidad Dirigidas
físicas a otros: Latencia
Etc. Personalidad Intencionalidad
Compromisos Cólera Persistencia
etc. Gratitud
Lástima
Representación parcial de la teoría de las relaciones entre atribución y motivación (Weiner, 1986).
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3.2.- En el océano de la comprobación empírica el modelo de Weiner hace aguas.
Una de las principales virtualidades del modelo de Weiner es que permite construir con
facilidad un programa de enriquecimiento motivacional, basado en fomentar los estilos
atributivos más adaptados, sustituyendo los menos motivadores. La estrategia de intervención
sería la encaminada a cambiar la percepción de la persona acerca de las causas de sus fracasos o
fallos (Weiner, 1983). En general, lo que hay que hacer para mejorar la motivación de las
personas, es persuadirles de las ventajas de atribuir los éxitos y fracasos a causas internas,
presumiblemente variables y controlables.
Otros datos empíricos destacan que el interés que tengamos en una actividad y el modo
cómo la llevemos a cabo dependen más de las expectativas de control que de las explicaciones de
los resultados logrados, de la prospección del resultado que de la interpretación del pasado
(Alonso Tapia, 1992b). En definitiva, que nuestro futuro no depende sólo de nuestra explicación
del pasado.
De manera que para Covington una persona hará con diligencia y entusiasmo aquellas
actividades que le permitan un aumento de la autoestima, de su lucimiento, y se esconderá en
aquellas otras que le pueda resultar perjudicial para su imagen. Así, las explicaciones que nos
demos ante el fracaso serán preferiblemente aquellas que salvaguarden la autoestima: como la
falta de esfuerzo, la mala suerte, etc. Algunos estudiosos han llamado a esta tendencia el sesgo
egótico (Brandstätter y Gollwitzer, 1994). Este sesgo tan egocéntrico se halla estrechamente
relacionado con la ilusión de control, cuando pienso que tengo control sobre un acontecimiento
suelo hacer atribuciones internas y estables de lo que resulte de esa acción.
La mayoría de las teorías motivacionales humanas se han preocupado por estudiar las
diferentes tendencias o motivos básicos en el hombre y la mujer, motivos que determinan la
energía y los modos de actuación de las personas. Casi todas ellas se han interesado por describir
qué aspectos determinan un baja actuación y motivación. Así, según la teoría de la indefensión
aprendida (por ejemplo, Seligman, 1975), la creencia de que los resultados que afectan a uno son
incontrolables (que los planteamientos que he hecho y los resultados que obtengo son
independientes entre sí), genera un déficit motivacional que se manifiesta en un deterioro de la
ejecución. Esta previsión, quizás afortunadamente, no se comprueba siempre. Según diversos
estudios, la experiencia repetida de fracaso no siempre lleva a pensar que uno no es capaz de
resolver la tarea o, por lo menos, esto no le ocurre todo el mundo.
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En esta misma línea, la teoría de la expectativa-valor (Atkinson, 1957) establece que a
menor expectativa de éxito mayor incentivo, que hay una relación inversa entre planteamientos
personales y el valor de la tarea y de sus resultados. De manera que la mayor tendencia hacia el
éxito se consigue ante tareas moderadamente difíciles y con valor intermedio, por contra, la
menor tendencia hacia el fracaso se obtendrá cuando uno de los dos factores (expectativa o
incentivo) sea cero. Diversos trabajos empíricos y la realidad cotidiana se encargan
continuamente de desmentir esta previsión, hay acción motivada cuando el incentivo es bajo, por
ejemplo (ver capítulo 6).
En cualquier caso para Kuhl (1987) estas teorías y otras puramente motivacionales sólo
explican el potencial excitatorio, la tendencia de acción del sujeto, no lo que finalmente, en cada
momento se acaba haciendo, es decir, no explican todos los elementos que intervienen en la
acción real. Como ya vimos en el capitulo 2, esta es una de las razones por la que se ha incluido
dentro del proceso motivacional una fase volitiva o de control de la acción. Se trata de un
proceso cognitivo que enlaza la intención, la tendencia y la ejecución de la acción concreta.
Proceso que engloba todas las operaciones encargadas de analizar la información y planificar los
recursos referidos a la meta elegida. En definitiva, el proceso volitivo explica junto, con el
propiamente motivacional, por qué las personas llevan a cabo o no sus intenciones originales.
Entre los años 70 y 80, como hemos visto en varias ocasiones, la última en este mismo
capítulo, en casi todas las teorías motivacionales que han surgido dentro del gobierno cognitivo
de la psicología se han preocupado por resumir en dos polos opuestos, en dos patrones
contrapuestos, los distintos modos de activarse ante una tarea de logro. Kuhl en esta línea ha
propuesto que el tipo de control de la acción varía entre dos continuos: un modo de control
orientado al proceso que debe realizarse para una acción eficaz y satisfactoria y un control
orientado sólo por el resultado, por el valor o la contingencias asociadas al resultado.
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Veamos más detenidamente cuáles son los procesos cognitivos y los sentimientos
asociados implicados en cada una de estas dos modalidades de controlar una actuación.
El más evidente son los procesos atencionales que se usan de diferente forma en cada
una de las dos orientaciones. Cuando el control se dirige al proceso, la atención es muy selectiva,
va encaminada a analizar aquella información relevante para conseguir la meta deseada. Se lleva
a cabo una labor de selección encaminada a distinguir y codificar la información relevante para
la tarea. En cambio en la orientación al resultado, la atención se centra en evaluar un estado sólo,
el presente, el pasado o el futuro (las causas del resultado, el valor, los impedimentos, los afectos,
etc.).
Para planificar una acción hay que manipular una determinada cantidad de información.
En la orientación al proceso se consideran y se seleccionan sólo las informaciones referidas a la
planificación de la acción, por ejemplo, la información referida a la forma de actuar, a cuándo
aplicar las distintas estrategias, al uso de los conocimientos pertinentes, etc. Se trata de realizar
una labor de conexión y de planificación, en términos de Corno y Rohrkemper (1985), es decir,
de conectar y reestructurar la información actual y la conocida para acabar por planificar la
secuencia de acciones a realizar para seleccionar una meta. Por contra, en la orientación al
resultado se suele procesar más información de la necesaria, mucha de ella irrelevante y que
puede llegar a interferir. Se puede caer en el error de sobrevalorar excesivamente la meta,
creando una visión positiva ilusoria de su viabilidad; y se suele mostrar, por otra parte, cierto
grado de cerrazón mental con respecto a otro tipo de información que quizás nos pudiera resultar
útil. Muchos trabajos experimentales han demostrado que las personas que perciben el fracaso
con algo que se escapa a su control suelen mostrar pensamientos irrelevantes que interfieren en la
ejecución y calidad de su actuación (Heckhausen, 1980; Sarason, 1975).
Por lo que se refiere a los sentimientos experimentados, lo común es que cuando nos
orientamos al proceso nos encontremos realizando juicio o afectos positivos y facilitadores de la
actividad, nos sentimos a gusto, tranquilos e internamente incentivados. Mientras que en los
casos que acabamos orientándonos al resultado solemos generar emociones que interfieren por lo
desagradables que resultan o por lo distractoras que son.
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determinación para finalizar esa situación, ni se va ni presta atención al contenido ni planifica
otras acciones, tan sólo se deja llevar por la tiranía de los apuntes.
Las consecuencias de seguir con cierta frecuencia este patrón puede llevarnos a
situaciones personales difíciles que desemboquen hasta en una indefensión funcional, que no es
otra cosa que la consecuencia de esa mezcla desalentadora que resulta de una hipermotivación
(querer hacer muchas cosas) junto con un déficit en la ejecución (no saber hacer ninguna). De
manera que nos sentimos deprimidos, alienados y frustrados.
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ORIENTACION AL RESULTADO
CONSECUENCIAS DE UN DEFICIENTE CONTROL
CONSCIENTE
ANTECEDENTES CONSECUENCIAS
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