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Chepibola
casa (con televisor, computadora y videojuegos), este termina siendo un viaje
lleno de aventuras, historias y amigos nuevos en la playa. Un verano que, al final,
desearía que no terminase nunca.
José Miguel Cabrera
“Chepibola” pertenece a la serie de Lecturas para la escuela del IEP que intentan
acercar la historia y cultura del Perú a niños y niñas de una forma entretenida,
novedosa y actualizada.
ISBN: 978-9972-51-341-1
ISNN: 1998-2879
Impreso en el Perú
Primera edición: Lima, mayo de 2012
Primera reimpresión de la primera edición: Lima, octubre de 2013
4000 ejemplares
Prohibida la reproducción parcial o total de este texto sin permiso del IEP.
W/06.04.02/L/37
Boca del Río
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Lo más importante de todo es que el pequeño aventurero
disfrutaba de cada paseo como si fuese el primero de su vida,
gozaba a cada instante la sensación de libertad que le daba
trasladarse a velocidad por las calles, mirando el mundo pasar
desde lo alto de la bicicleta.
Una vez que divisaron las ruinas del cerro Dos Cabezas, dejaron
las bicis a buen recaudo en una casa abandonada del antiguo
balneario y arrancaron a caminar. Se oía solamente el silbido
agudo del viento que venía abriéndose paso desde el océano
y apenas se veían las lagartijas asomando sus narices entre
las dunas.
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solitario en medio de la nada. Esteban, muy bien informado,
arrancó a contar una historia sobre los antiguos mochicas que a
Martín le resultó deslumbrante: “Los pescadores que habitaban
el litoral vivían de los frutos del océano y las lagunas, y uno de
sus dioses principales era justamente el mar. No vivieron en
ciudades muy grandes, pero sí habitaban palacios hechos de
adobe y templos en forma de pirámides”.
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“Los mochicas adoraban a la luna, a la que llamaban con el
nombre de Si. Y, para ellos, el dios que hizo el mundo y todas las
cosas se llamaba Aia-Paec, un hombre que tenía las facciones
de un zorro y al que le gustaba practicar sacrificios humanos.”
“Se alimentaban de los más variados frutos del mar que tenían al
alcance de la mano: cangrejos, pescados, conchas y erizos, pero
también eran expertos en cazar lobos marinos, a los que iban a
buscar a las islas cercanas al litoral en sus caballitos de totora.”
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“Los mochicas tenían el spondylus, una concha marina muy
apreciada por los hombres de aquel entonces. Dicen que se
usaba como ofrenda pues se consideraba muy valiosa.”
Fusilados por los rayos del sol, los cuatro amigos decidieron hacer
una pausa y guarecerse bajo la única sombra posible en varios
kilómetros a la redonda: un árbol de algarrobo que por sus largas
raíces parecía estar plantado allí desde siglos atrás.
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