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Nombre: Gabriel Villarroel

Ensayo final
Seminario de Investigación I

Últimas hipótesis peregrinas

Puedo lanzar al aire una hipótesis apresurada: son realistas los personajes que no se saben

imaginados. Aquéllas ficciones que viven en el universo creado por su autor, sufren sus

veleidades y se alegran de su fortuna como nosotros lo hacemos ante nuestro destino. Estos

personajes que viven en un universo autoría de Balzac o Tolstoi no conocen el nombre de su

Demiurgo y no aspiran llegar a él, no presienten mascaradas sino que las habitan

confortablemente. De ellos renegó Macedonio Fernández: “Ser personaje es soñar ser real (…)

Lo que no quiero y veinte veces he acudido a evitarlo en mis páginas es el personaje que

parezca vivir” (Museo de la novela…, 42).

En esta categoría también caen las novelas históricas. Ante la recreación minuciosa de una

realidad, los personajes se someten y actúan, aunque esta vez, a diferencia de Anna Karenina,

no lo hacen como les parece mejor sino como sombras de sus dobles. En una novela histórica

(en el sentido clásico del término), el Baccelieri de Germán Espinoza está condenado a la

ejecución, aunque sus pasos varíen, aunque vislumbre más o menos esperanza que su alter

ego histórico, el Doctor Russi. La vida de este personaje corre paralela a los sucesos que

sucedieron en la Bogotá del siglo XIX, aunque no podamos decir que sean los mismos, porque

un autor cualquiera no hace más que reconstruir con los elementos que posee.

Las novelas históricas permiten señalar dos aspectos algo más claramente que las demás. Por

un lado, la lógica interna que constituye toda narración; en Los ojos del basilisco están las

intrigas políticas entre proteccionistas y librecambistas y una galería de personajes con sus

deseos y pasiones. Estos elementos sólo cobran significado en tanto la fábula creada por el
autor, y sólo en esta interpretación es que viven y actúan los personajes. Ellos, realistas,

desconocen todo cuanto desconoce el autor y lo que entienden lo entienden de acuerdo a

como la visión de su demiurgo. Esta es una lógica interna que responde a que, como dice Cros

“todo trazado ideológico que se introduce en una estructura textual parece desconectarse del

conjunto ideológico al que pertenece para entrar en una nueva combinación a la que

transfiere su propia capacidad de producir sentido” (27). Así que el librecambismo y el

proteccionismo, como los viven Baccilieri o Torrealba, sólo existen como Germán Espinoza

quiso que lo entendieran, como al él interesó y pudo mostrarlos. Porque todo texto literario es

una interpretación que habla de sí misma y a sí misma; nada de lo que nombra le es ajeno;

cada uno de sus elementos es significativo sólo dentro de su estructura.

Por otro lado, la novela histórica quiere escapar constantemente de sí misma. Con sus

referencias a la realidad, a hechos sucedidos y personajes que existieron, casi nos obliga a

mirar por fuera del libro, a buscar en las calles o en las bibliotecas rastros de la vida que narró.

Esto sucede porque, más que otro tipo de novelas, tiene dobles evidentes y comprobables.

Baccelieri es la sombra de Russi, la interpretación que Espinoza hace de él. El Simón Bolivar de

El general en su laberinto vive dentro de la obra y sus pasiones de desarrollan en ella, pero

sabemos que hubo otro Simón Bolivar, uno de carne y hueso; y también hay otros, sea en Las

cenizas del libertador, o en tantas biografías existentes.

Así, el librecambismo como está entendido por Germán Espinoza en Los ojos del basilisco es

una interpretación y un elemento que sólo posee lógica dentro de su juego dramático; no

podemos tomar el concepto al pie de la letra y ni siquiera suponer que su autor revela sus

verdaderas opiniones sobre él en la novela. No obstante, la existencia del concepto económico

librecambismo en política y economía nos remite necesariamente a lo que conocemos de él,

nos interroga sobre cómo fue concebido en el siglo XIX y quizá también en nuestro tiempo. En
nuestra lectura, el texto adquiere un significado a partir de las vivencias y conocimientos que

se posean: se hace propia y contemporánea.

Este debate se extiende hacia toda la literatura, no sólo la histórica. Por un lado, vive dentro de

su propia lógica, existe para sí misma y para su universo particular; por otro, salta

constantemente de la página hacia significados del mundo real y sus habitantes. Esto sucede

porque las novelas (¿realistas?) no inauguran realidades sino que trabaja sobre las existentes,

con palabras que alguien más ha utilizado y en lugares que son o se parecen a alguno real. Así

que la realidad en el libro con frecuencia crea familiaridad porque ni el mundo ni el lenguaje

nos son extraños.

¿Qué sucede entonces cuando las ficciones parecen tener conciencia de su carácter ficticio?

Macedonio Fernández tuvo la bondad de dar a leer sus prólogos a sus personajes (42), y acaso

de pobre imaginación, los nombró el Presidente, Deunamor, la Eterna o Dulcepersona.

Bautizados como están, les negó la entrada a nuestro mundo, los hizo extraños imposibles que

sueñan con la realidad, que entran y salen de su novela sin permiso. De la misma forma,

Macedonio deforma las palabras, utiliza neologismos como tantalia o belarte, y crea complejas

estructuras gramáticas densas y disonantes que hacen parecer que su lengua es otra, insólita,

inédita.

* *
*

Puedo lanzar una nueva hipótesis apresurada: la literatura de Macedonio Fernández no tiene

como objetivo insertarse en el banco de memorias del lector, parecerse a su mundo; tiene

como objetivo sumergir al lector en su novela y ahogarlo en la realidad como él la imaginó.

Un primer argumento.

En El museo de la novela de la eterna afrma: “Somos un soñar sin límite y sólo soñar. No

podemos, pues, tener idea de lo que sea un no-soñar” (28). De este absurdo no se puede más
que entender que si no sabemos lo que es no-soñar, es como si soñáramos permanentemente,

que lo mismo que no soñar. Esta una paradoja circular ¿en qué cambia de nuestra visión?; deja

el mundo intacto, con la diferencia de que es un sueño permanente; lo convierte en una

falsedad, una alucinación.

La actividad literaria de Macedonio está trenzada irremediablemente con sus reflexiones

metafísicas, que a riego de ser simplificadas, las señala él mismo en carta a Jorge Luis Borges:

“Creo que sabes que yo niego toda Lógica, toda la discursividad o deductibilidad, axiomas,

demostración, verdades a priori o primeras, todo conocimiento innato (…) reduzco todo a

mera descripción, mostración, (no demostración) del Pasado, o sea, la imagen de la sensación”

(19). Macedonio expresa este extremo idealismo (que en buena parte heredó Borges) tanto en

su literatura como en sus tratados metafísicos, que muchas veces se cruzan hasta hacerse que

indistinguibles, sea en “Tantalia”, “Cirugía psíquica de extirpación” o El museo de la novela de

la Eterna. En esta última obra declara una constante en sus obras: “Si en cada uno de mis libros

he logrado dos o tres veces un instante de lo que llamaré en lenguaje hogareño una

‘sofocación’ o ‘sofocón’ en la certidumbre de continuidad personal, un resbalarse de sí mismo

el lector, todo lo que quise como medio; y como fin busco la liberación de la noción de

muerte” (36).

Segundo argumento.

Es difícil saber la seriedad con la que Macedonio Fernández hablaba de su proyecto “Novela

salida a la calle”. La describió así en una carta a Enrique Fernández Latour: “Mi plan, partiendo

de su iniciativa es hacer ejecutar en las calles de Buenos Aires, casas y bares, etc., la novela (o

sus escenas eminentes, aunque haciendo creer al público que toda la novela se está

ejecutando) y anunciándolo así en la conferencia teatral, y publicar la novela simultáneamente

en folletín diario, en Crítica preferentemente o La Nación” (38).


La seriedad en Macedonio es un asunto insondable; cierto es que discutió el performance con

sus amigos e incluso los instó a que le hicieran publicidad, pero hizo lo mismo con tantos otros

proyectos que nunca llegó a cabo o finalizó. Lo importante es la aproximación. Una

representación teatral realizada en cualquier lugar de la ciudad es un ataque, no a la

imaginación o al conocimiento del lector, sino a su sensibilidad misma, a su vida cotidiana

como la vive. Esta novela de Macedonio no está hecha para ser pensada mientras se toma un

café, está ocurriendo en el mismo lugar donde se toma el café, está ingresando a empujones al

mundo. De esta intromisión puede esperarse que no sea un ejercicio de fantasía (porque a

estos los repudiaba), sino una autodeclarada ficción que ocurre ante los ojos del pibe que

gusta del omelette con queso y el café cargado.

¿Cómo ubicar entonces la obra de Macedonio Fernández dentro de la primera y apresurada

hipótesis en la primera línea de este escrito? Es evidente que tiene una posición distinta frente

a la realidad. Su obra es excesivamente autorreferencial y posee una lógica interna tan

idealista que es diferente a la real. Si se acepta la segunda hipótesis, se puede pensar que su

objetivo es encerrar al mundo en su obra con propuestas que se proyectan hacia el mundo y

quieren reemplazarlo, como un Tlön borgiano. Tal vez por eso su novela es la “Primera novela

buena”.

* *
*

Acaso Macedonio Fernández sea imposible, su pensamiento. Lo cierto es que más allá de su

excentricidad, demuestra una inusual relación entre la realidad y las letras, una relación que

desborda los referentes y parece extrañarse del mundo, aún cuando su objetivo sea

reconfigurarlo como un todo; en últimas, parece más una propuesta ontológica que estética,

un juego cuyo objetivo supera al de la literatura fantástica.


En mi tesis de grado para la maestría quisiera analizar esta relación; la manera como un texto

literario oscila entre la inmanencia y la huída hacia el mundo. La lógica interna que mantiene

por su tendencia a ser autorreferencial, que corre paralela a alusiones a la realidad conocida

por el lector.

Hay muchas maneras como se puede establecer ese escape del texto al mundo; la manera más

sencilla, usada por la novela histórica, es mencionar nombres y lugares cargados de significado

para la Historia. Otra manera más indirecta es la metafórica. Un ejemplo es el cuento “La

metamorfosis de Su Excelencia” de Jorge Zalamea; se trata de un texto de carácter

completamente alusivo, sin nombres ni lugares, que sin embargo, dice en su epígrafe: “Se

escribió este relato en la ciudad de Bogotá, en los días finales del mes de octubre de 1949, bajo

el terror de la época” (41). Con éste, el autor da una clave para su lectura; la “sesga” con su

remisión al Bogotazo, aunque el texto mismo tiene alcances más amplios.

Otra manera de salida a la realidad en el texto son, por ejemplo, las referencias que pueda

hacer el autor a sí mismo, a su autobiografía o diarios. Está El zorro de arriba y el zorro de

abajo, de José María Arguedas, que incluye fragmentos de sus diarios; él lo explica así: “Esta

carta se la entregarán junto con el ‘¿Último diario?’ de los ‘Zorros’, documento que acaso

pueda, como se pretende, aliviar la novela de su verdadero aunque parcial truncamiento”

(277). ¿Cómo entender el desarrollo de la novela mediado por los diarios de su autor? Éstos

relatan circunstancias personales de Arguedas que no tienen relación directa con la historia,

así que cabe preguntarse si los diarios se convierten en novela o si son necesariamente

autobiográficas e independientes del texto.

La obra también escapa de sí misma cuando retoma otra obra diferente por ejemplo, El mundo

alucinante de Reinaldo Arenas es una reescritura libre de las Memorias de Fray Servando

Teresa de Mier. Las referencias cruzadas entre el original y la versión de Arenas la remiten

constantemente hacia una realidad literaria ajena, y si esto no niega la autosuficiencia del
texto de Arenas, sí lo convierte en una obra de segundo grado, que tiene su germen menos en

el mundo que en la misma literatura.

La relación entre realidad y literatura es compleja y es entendida de muchas maneras. Para

algunos, es la sociedad la que produce las obras, o tal vez las obras son mensajes o símbolos de

la cultura que las originó. Para otros, los textos son expresiones de autores con una visión

singular del mundo. En cambio puede pensarse que los textos poseen total autonomía y es

mejor desligarlos de opiniones de su autor y contingencias del contexto. Mi objetivo para la

tesis de grado es estudiar cómo se da esta relación desde los textos; encontrar cómo las obras

permanecen autónomas pero al tiempo escapan hacia rumbos diferentes, tanto en la mente

del lector como a través de formas de fuga que ella misma contiene, similares a las que cité

anteriormente.

Me parece que la idea germen sería justificar la autonomía de la obra literaria para luego

ejemplificar las maneras en las que determinados textos escapan hacia la realidad, y cómo

retornan inevitablemente al texto. La tesis sería comprobar esa oscilación en un corpus de

obras que sin duda comenzaría en el siglo XX, pero no sé sí se desarrollaría en un espacio

determinado o en un periodo específico.

Por supuesto, es una idea preliminar. Nació en parte de la lectura de Macedonio Fernández y

de una búsqueda de relacionar el texto con la realidad; también de la lectura de literatura

fantástica y de las discusiones del Seminario de Investigación. Esa es la razón para introducirla

aquí, como un germen en el colofón de un texto de cierre de clase, y como una última

oportunidad de lanzar hipótesis apresuradas, intuiciones. Sobre ellas, más maduras, espero

encontrar los fundamentos de mi trabajo de grado.


Obras citadas:

Arenas, Reinaldo. El mundo alucinante. Madrid: Cátedra, 2008.

Arguedas, José María. El zorro de arriba y el zorro de abajo. Caracas: Fundación Editorial el

perro y la rana, 2006.

Cros, Edmond, Literatura, ideología y sociedad, Madrid, Editorial Gredos, 1986.

Espinoza, Germán. Los ojos del basilisco. Bogotá: Altamira Ediciones, 1992.

Fernández, Macedonio. Epistolario. Buenos Aires: Ediciones Corregidor, 2007.

Fernández, Macedonio. Museo de la novela de la Eterna. Buenos Aires: Ediciones Corregidor,

1975.

Zalamea, Jorge. El Gran Burundún Burundá ha muerto, La metamorfosis de Su Excelencia.

Bogotá: Arango Editores, 1989.

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