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Lupo, el conejo gruñón

Cuentos originales
Autor:
Silvia García
Edades:
A partir de 4 años
Valores:
egoísmo, aprendizaje
Lupo era un conejo bastante gruñón.
Había llegado al pueblo en el que vivía
cuando se quedó sin hogar por culpa de
un cazador furtivo. Aunque todos
sabían que era un protestón, nadie se
atrevió a negarle alojamiento porque en
el fondo les daba pena.

Aunque le dejaron vivir en su bosque,


no tenían interés por hacerse sus
amigos. No solo porque era un gruñón,
sino también porque era un conejo un
poco raro. Tenía unas orejas
extrañamente pequeñas. Tenía además
una voz extraña, un acento chirriante y
cantarín muy molesto. Hacía mucho
ruido al comer y por eso nadie le
invitaba a sus fiestas y banquetes.
Con el tiempo, Lupo se acostumbró a ser el raro. Lo malo es que estaba siempre solo, día
tras día en su madriguera. Con el tiempo empezó a echar de menos el contacto con otros
conejos. Compartir un buen plato de zanahorias, correr entre los matorrales o hacer un
concurso de saltos.

Un día, una mamá coneja que caminaba junto a sus gazapos le pidió a Lupo algunas de las
zanahorias silvestres que tenía a la puerta de su madriguera. Le pidió que le diera algunas
para sus crías. Lupo, de muy malas formas, le dijo que no y se metió en su madriguera.

Esto provocó que todos los conejos del bosque se quejasen y, al final, decidiesen echar a
Lupo de su comunidad.

– ¡Es un desagradecido! Después de todo lo que hemos hecho por él- le gritaban mientras
se iba.

Lupo caminó durante días. Por las noches, buscaba un agujero donde dormir. Un día, un
sonido muy agudo le despertó. Era una urraca que no tenía amigos, al igual que el conejo.
Lo que sí tenía era un escondite donde guardaba montones de semillas y frutos que había
ido recole
ctando. Por puro interés, Lupo accedió a ser su amigo. Pero la urraca enseguida se dio
cuenta de que el conejo era un ser egoísta y mezquino. Así que también le echó de su lado.
Al final, Lupo decidió volver al bosque del que le habían echado, pero lo hizo con otra
actitud. Pronto le incluyeron en sus fiestas y Lupo entendió que era mucho mejor vivir en
comunidad. Por ejemplo, cuando le faltaba comida, otro se la daba y, si alguien tenía
goteras en su madriguera, otros buscaban la forma de solucionarlo. Así la vida era mucho
más sencilla y agradable.

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