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Prevalencia de los trastornos del lenguaje y su impacto en la familia

Chapter · January 2014

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Pedro Luis Nieto del Rincón


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Prevalencia de los trastornos
del lenguaje y su impacto en la
familia
PEDRO LUIS NIETO23

El grupo de dificultades que pueden afectar a alguna de las capaci-


dades del lenguaje durante su desarrollo en la infancia, incluyen, según
el DSM-IV-TR (APA, 2000), alteraciones tan variadas y dispares como los
trastornos del lenguaje (expresivo o receptivo-expresivo); los trastornos
de la lectura o de la expresión escrita; los problemas en la ejecución de
los fonemas (trastornos en la fonología); las dificultades con el ritmo en
el habla (tartamudeo); y un apartado en el que se incluirían otras altera-
ciones no especificadas en los epígrafes anteriores (trastorno de la comu-
nicación no especificado).

Esta clasificación está lejos de ser aceptada unánimemente. En los


diferentes sistemas diagnósticos, procedentes de diversos enfoques clí-
nicos (pedagógicos, psicológicos, psiquiátricos, logopédicos, neurológi-
cos, etc.) se suelen utilizar terminologías muy diferentes para el mismo
trastorno (e.g.: tartamudeo en el DSM-IV-TR y disfemia en el ámbito
clínico), así como clasificaciones que se solapan entre sí y que abordan
insuficientemente problemas que los clínicos ven con frecuencia. En
ocasiones se confunden y se clasifican de la misma forma problemas
muy distintos, como los que el niño puede tener con la gramática, y los
que puede encontrarse al pronunciar correctamente las palabras, sea en
su fonología o en la fluidez de su habla.

Una dificultad añadida es el desconocimiento que en determi-


nados ámbitos escolares, afortunadamente cada vez más reducidos, se

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Universidad C EU San Pablo.
Pedro Luis Nieto

tiene de estos trastornos, lo que puede llevar a solicitar ayuda especia-


lizada muy tardíamente, cuando el problema ya está estabilizado y es
más difícil de tratar. También es posible la confusión entre los diferentes
ámbitos de dificultad: comunicativo, fonológico y expresivo, con lo que
el tratamiento recibido no va a ser el más adecuado.

Sin embargo, con frecuencia son los profesionales de la educación,


cada vez mejor formados en estos campos, los que detectan en primer
lugar uno de estos problemas y alertan a las familias sobre la anomalía
evolutiva del alumno. También las familias están cada vez más informa-
das y detectan con más facilidad este tipo de alteraciones y acuden antes
a pedir ayuda. Esta detección temprana es fundamental para poder rea-
lizar un tratamiento precoz y, consecuentemente, para mejorar significa-
tivamente el pronóstico.

A la mayoría de los niños que son detectados por los profesores y


educadores de preescolar y que, en un primer momento, se les conside-
raba como necesitados de algún tipo de ayuda especial, se les acaba diag-
nosticando dificultades funcionales relacionadas con el habla, lenguaje y
comunicación (L illvist, & G ranlund, 201 0).

C lásicamente se consideraba que aproximadamente un 3% de


los niños presentarían alguna dificultad en el desarrollo del lenguaje
(Richman, Stevenson, & G raham, 1 9 8 2). O tros estudios han informado
de ratios de prevalencia muy variados, desde el 1 .5 % (H ull, Mielk e,
Timmons, & W illeford, 1 9 7 1 ) al 24 .5 % (Tumoi & Ivanoff, 1 9 7 7 ) para el
trastorno del habla, y desde el 0.5 % (Randall, Reynell, & C urw en, 1 9 7 4 )
al 23.9 % para el trastorno del lenguaje. Si unimos ambos trastornos, se
ha llegado a evaluar la prevalencia conjunta como del 4 1 .2% en algunos
ámbitos, como en Tasmania (J essup, W ard, C ahill, & K eating, 2008 ). En
general, se aceptan ahora porcentajes de prevalencia mayores que los
encontrados hace unas décadas, probablemente debido a que los siste-
mas de detección precoz actuales son más sensibles y el conocimiento de
estos trastornos por parte de padres y profesores es mayor, lo que lleva a
que niños que antes se quedaban sin diagnosticar, ahora son temprana-
mente detectados y atendidos.

En un amplio estudio de revisión de las investigaciones de varias


décadas, realizado por L aw , B oyle, H arris, H ark ness y N ye (2000), se

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encontraron estimaciones de prevalencia bastante amplias y variadas.


Por ejemplo, en F inlandia, el grupo de H annus, K auppila, y L aunonen
(2009 ) obtuvo una prevalencia menor del 1 % , si se contabilizaba sólo la
entidad clínica conocida como Trastorno Evolutivo del L enguaje (TEL ),
y del 2,5 % si se incluía el Retraso en el Desarrollo del L enguaje (RDL ),
trastorno más leve, que muchos expertos consideran una variante menos
grave del TEL , pero que también afecta seriamente a la adquisición del
lenguaje en los niños.

En B ogotá (C olombia) se ha encontrado una prevalencia de


retraso en el lenguaje del 1 .8 6 % (Velez van Meerbek e, Talero-G utierrez,
& G onzalez-Reyes, 2007 ) en una muestra de 2,04 3 niños en edad prees-
colar de una edad de 6 0 meses. Estos retrasos se encontraron en diversas
áreas del lenguaje y el habla, incluyendo localización auditiva, intención
comunicativa, articulación, construcción de palabras, comprensión del
vocabulario, uso de frases simples y complejas, denominación, com-
prensión de instrucciones y expresión espontánea.

En Australia, en niños de secundaria, se ha encontrado una preva-


lencia de al menos el 1 2,4 % en Trastornos de la C omunicación (McL eod
& McK innon, 2007 ).

En Utah (USA) se encontró una prevalencia del 6 ,4 % a los 8 años


de edad de Trastornos de la C omunicación, pero era mucho menor si se
excluían los niños con discapacidad intelectual y/ o autismo (Pinborough-
Z immerman, Satterfield, Miller, B ilder, H ossain, & McMahon, 2007 ), que
suelen tener dificultades añadidas en el lenguaje y en la comunicación,
además de su trastorno principal.

Poco a poco, a través de las diferentes revisiones, se va estable-


ciendo un consenso sobre una prevalencia conjunta media de trastornos
del habla y del lenguaje de alrededor del 6 % en niños de 0 a 1 6 años (L aw
et al., 2000).

Se ha encontrado una mayor frecuencia de este tipo de trastornos


en niños que en niñas, aunque se ha observado en los últimos años un
ligero aumento entre estas últimas (H annus et al., 2009 ). L a ratio mas-
culino: femenino en trastornos de la comunicación se ha establecido
en un 1 .8 :1 (McK innon, McL eod, & Reilly, 2007 ; McL eod & McK innon,

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Pedro Luis Nieto

2007 ; Pinborough-Z immerman et al., 2007 ), incluso algunos estudios


(Mouridsen & H auschild, 201 0), han tratado de vincular esta diferencia de
ratio con la hipótesis del cerebro masculino extremo. Esta teoría afirma
que las hormonas sexuales masculinas tienen un importante papel en el
menor y más tardío desarrollo general del lenguaje en los niños y en la
mayor proporción de retrasos evolutivos y dificultades en el sexo mascu-
lino. En Dinamarca, Mouridsen y H auschild (201 0), han estudiado la pro-
porción de hermanos/ hermanas de 4 6 9 niños con TEL , obteniendo una
ratio del 0.5 5 4 , que es significativamente más alta que la de la población
general danesa (0.5 1 4 ) en el mismo período de tiempo, lo que interpre-
tan como un apoyo de la hipótesis del cerebro masculino extremo, que
también se postula para otros trastornos, como el autismo, en los que
esta proporción masculino/ femenino es incluso mayor (B aron-C ohen, &
H ammer, 1 9 9 7 ). Según esta teoría, las hormonas masculinas están rela-
cionadas con un menor desarrollo fetal de las áreas cerebrales relacio-
nadas con el lenguaje, lo que explicaría las mejores puntuaciones de las
niñas en este tipo de tests y la mayor proporción de niños con este tipo
de trastornos.

O tros trastornos del lenguaje, como el tartamudeo (disfemia) o los


trastornos de la voz, tienen diferentes prevalencias. L a disfemia, tarta-
mudez, o tartamudeo, es un trastorno de la fluidez en el lenguaje que
comienza a edad temprana y que puede persistir a lo largo de toda su vida
al menos en un 20% de los que tartamudeaban a los dos años de edad.
L a prevalencia media de la disfemia es del 1 ,3% (C raig & Tran, 2005 ). En
un estudio retrospectivo realizado en F inlandia (H annus et al., 2009 ) se
pudo comprobar que la prevalencia de disfemia se incrementó significa-
tivamente entre los años 1 9 8 9 y 1 9 9 9 en esta nación europea.

L a prevalencia de problemas de la voz es bastante más alta, sobre


todo en adultos, por motivos profesionales (abuso vocal) y se ha estable-
cido en un 6 .8 % (Russell, O ates, & G reenw ood, 2005 ).

Algunos estudios de años recientes han encontrado un vínculo


entre el nivel socioeconómico de las familias y el desarrollo del lenguaje
de los hijos, evaluando el lenguaje de los niños mediante procedimientos
de tests estandarizados. Se ha detectado un número relativamente alto
de niños con bajo rendimiento entre los grupos socioeconómicos más

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bajos, en algunos estudios (L etts, Edw ards, Sink a, Schaefer, & G ibbons,
201 3). También en adolescentes de áreas con desventaja socioeconómica
se ha encontrado mayor riesgo de obtener puntuaciones bajas en voca-
bulario (Spencer, C legg, & Stack house, 201 2). Sin embargo, los datos no
siempre son coincidentes, y, paradójicamente, también se han encon-
trado mayores tasas de trastornos de la comunicación en los niveles
socioeconómicos medios y altos en otros estudios (McK innon, McL eod,
& Reilly, 2007 ; McL eod y McK innon, 2007 ), por lo que las conclusiones no
son claras a este respecto.

N o se han encontrado diferencias atribuibles a la procedencia


racial. En un estudio del grupo de Proctor (Proctor, Y airi, Duff, & Z hang,
2008 ), con más de 3000 niños afroamericanos y euroamericanos de 2 a
5 años de edad no se encontraron diferencias significativas en disfemia
entre niños de uno u otro origen geográfico. De forma concordante con
otros estudios, los niños mostraron una prevalencia mayor de disfemia
que las niñas (Proctor, et al., 2008 ).

En poblaciones muy concretas, en las que se encuentran reunidos


niños que presentan diferentes problemas de adaptación social, como
los reformatorios, se encuentran altos niveles de problemas de habla,
lenguaje y comunicación (B ryan, 2004 ).

Padecer un trastorno del lenguaje o de la comunicación puede


tener implicaciones en otras áreas de la personalidad, académicas, o de
las emociones. Del 5 0% al 8 0% de los niños con trastornos del lenguaje
pueden presentar trastornos de conducta o emocionales concurrentes
(Armstrong, 201 1 ), y, viceversa, cerca del 6 6 % de los estudiantes con
trastornos emocionales experimentan un trastorno del lenguaje, entre
los que los trastornos combinados receptivo/ expresivos (35 ,5 % ) son los
más comunes. Más aún, un 9 1 .3% de los estudiantes con trastornos del
aprendizaje tienen un trastorno del lenguaje (B enner, Mattison, N elson,
& Ralston, 2009 ), por lo que fácilmente se puede hipotetizar una relación
de causa-efecto entre el hecho de padecer un trastorno del lenguaje y el
de acabar fracasando académicamente.

L os adolescentes y jóvenes adultos con TEL tienen mayor riesgo


de experimentar síntomas emocionales, en particular depresión y tras-
tornos de ansiedad. Aunque se ha observado un aminoramiento de los

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síntomas depresivos con el paso del tiempo, la ansiedad parece mante-


nerse estable. L as chicas se mostraron más vulnerables para estos sínto-
mas que los chicos (W adman, B otting, Durk in, & C onti-Ramsden, 201 1 ).
Una proporción relativamente alta de los adultos que de niños tuvo pro-
blemas de lenguaje llegó a presentar síntomas de esquizofrenia o trastor-
nos esquizoides (C legg et al., 2005 ).

L os trastornos de la comunicación son enfermedades potencial-


mente incapacitantes con amplias implicaciones a lo largo de toda la vida.
Estas alteraciones pueden afectar al bienestar emocional, a la cognición
y a la conducta (B ak er & C antw ell, 1 9 8 7 ; B eitchman et al., 1 9 8 6 ; B ryan,
2004 ; F elsenfeld, McG ue, & B roen, 1 9 9 5 ; L ew is, F reebairn, & Taylor, 2000).

L as dificultades en el desarrollo del lenguaje impactan en el rendi-


miento académico en los años escolares y afectan en las elecciones voca-
cionales posteriores en la vida adulta (Ruben, 2000). Aquellos niños que
fueron diagnosticados de trastornos del lenguaje en la infancia suelen
tener una inteligencia normal en la vida adulta, pero es frecuente un severo
y persistente trastorno del lenguaje al cabo de los años, con problemas en
las áreas de comprensión literal, teoría de la mente, memoria de trabajo
verbal y procesamiento fonológico. El C I correlaciona positivamente con
el buen desarrollo de habilidades lingü ísticas (C legg et al., 2005 ).

Esta persistencia de síntomas en las capacidades comunicati-


vas en la vida adulta pueden conducir a una peor adaptación social y
laboral (C legg, H ollis, Maw hood, & Rutter, 2005 ). L a tasa de desempleo
en personas que son incapaces de hablar de forma inteligible es de un
sorprendente 7 5 .6 % . El costo de los trastornos de la comunicación se ha
estimado que puede suponer unos gastos valorados entre un 2.5 % y un
3% del PIB de USA (Ruben, 2000).

L os familiares de los niños diagnosticados de problemas del len-


guaje o de la comunicación sufren un alto estrés parental, aunque no
tan alto como los padres de niños con otros trastornos, como autismo
(H ayes, & W atson, 201 3).

Afortunadamente, se han desarrollado terapias específicas que


ofrecen entrenamiento a los padres para mejorar los trastornos del
lenguaje de sus hijos. De esta forma, los padres se convierten en los

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principales terapeutas de sus hijos, lo que facilita la generalización de


las nuevas habilidades lingü ísticas, al haberse adquirido en un entorno
más normalizado. Estas técnicas han demostrado que mejoran el nivel
de lenguaje de los niños, aumentando la interacción padres/ hijos, la ini-
ciación de la comunicación y la longitud media de las frases emitidas por
los niños (Allen & Marshall, 201 1 ), por lo que resulta muy recomendable
implicar a la familia en el tratamiento del niño, no sólo por las mejoras
comunicativas y lingü ísticas que van a aparecer, sino por el aumento del
bienestar y de las interacciones familiares.

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