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1. VISION DE CONJUNTO DE LA ETICA PROFESIONAL

1.1. El profesional y la ética

La ética pertenece al ser humano, ya que es el único ser que se construye a sí


mismo a través de su actuar libre. El ser humano tiene la responsabilidad única,
ineludible e intransferible de hacerse a sí mismo. Su plenitud, su realización su propia
identidad profunda, dependen de sí mismo. Pero no se trata de definiciones a realizar en
forma teórica, sino que se trata de opciones y actos concretos de la vida, mediante los
cuales se va definiendo a sí mismo. Es una tarea y una responsabilidad de cada
persona, y al mismo tiempo, de la humanidad como conjunto.

El ser humano es libre, con una libertad que ningún otro ser creado tiene. Es libre
de hacerse o de des-humanizarse. Es más, su libertad no se reduce a elegir una u otra
posibilidad, sino que el ser humano es responsable ante sí mismo de buscar, descubrir, e
inclusive de definir, quién es él mismo y cual es el camino de construcción de sí. La
felicidad del ser humano depende de sí mismo, pero el camino para lograrla no es obvio
(exige búsqueda constante), no es espontáneo (implica decisión), y no es fácil (supone
superar numerosas dificultades).

La ética nace, pues, de ese esfuerzo sostenido a lo largo de toda la historia


humana, en el intento serio, profundo y constante humanizarse, de planificarse, y
consiguientemente, de alcanzar la felicidad. La ética se constituye en un saber humano,
en una verdadera ciencia que busca clarificar que es lo humanizante, cómo se discieme,
cómo se construye, y qué elemento intervienen en ese proceso.

Sin embargo, más importante, aún, la ética es también por encima de todo, un
modo de actuar y de vivir. Es así, una verdadera praxis histórica. Individual y colectiva, de
irse haciendo verdaderamente personas humanas. En otras palabras, cada persona
humana tiene ante sí la decisión cotidiana de asumir un camino ético positivo o no, y de

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poner ello todo su empeño o no. De esta opción cotidiana, generalmente no tematizada
pero muy real, depende su proceso de humanización o deshumanización. Y la opción es
ineludible, una que de todos modos actuará, y ese actuar lo irá construyendo en un sentido
u otro.

La profesión constituye una dimensión de la persona que la ejerce. No es


solamente una tarea que realiza, sino que el profesional se autocomprende también a
pedir de la profesión que ejerce.

En ese sentido, su actividad profesional será también constitutiva de su


personalidad global, el camino ético que recorra con su profesión lo constituirá como
persona. No son separables una ética de la persona de una ética de su profesión. La
persona como tal tiene un camino ético único, que se expresa de diferentes modos en las
diferentes dimensiones de su vida (familiar, como ciudadano, como profesional, etc). Así,
para poder encarar una ética profesional, en primer lugar es necesario encarar una ética
de la persona total y después analizar los aspectos éticos peculiares de la presesión que
ejerce.

En le caminar ético hacia la plena humanización, contamos con dos dimensiones


claramente diferenciadas, y al mismo tiempo complementarias: la dimensión subjetiva y
la dimensión objetiva de la eticidad. La primera se refiere a las opciones que el sujeto
realiza (su “intención”), mientras que la segunda se refiere al juicio objetivo sobre el
objeto de su actuación (el “resultado”).

Es imprescindible una intención humanizadora para que acto sea humanizante,


pero no alcanza. Es también imprescindible confrontar el objeto de ese acto con los
referentes que la humanidad ha ido construyendo a partir de su experiencia sobre lo que
es objetivamente humanizante o no (Principios y Normas Éticas). En el actuar personal y,
por tanto también en el profesional, crecer en coherencia entre lo que se ha descubierto
como verdadero y lo que se hace, y crecer en certeza de que el resultado de la actuación
será objetivamente humanizante, son los dos elementos centrales de su caminar ético.

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1.2. Fundamento antropológico Fundamento para una ética solidaria

La Antropología filosófica se ocupa de saber “que es” el ser humano. Desde


la tradición del personalismo filosófico, podríamos definirlo sintéticamente como una
autonomía-de-alteridad-política. Esto implica afirmar que las características adjetivas que
tiene una persona son fundamentalmente tres:
1- conciencia
2- autonomía o libertad
3- reciprocidad, alteridad política o cumunitaridad

En ese sentido habría que considera persona a todo individuo que pertenezca a
la especie, cuyos miembros posean conciencia, autonomía y reciprocidad.

Con la noción de autonomía nos referimos al hecho antropológico de que el hombre


pude basar su conducta moral en algo interior a el mismo, y no en una ley heterónoma;
además, se afirma que toda persona es un fin en sí mismo y nunca medio para otra cosa,
es decir, una realidad absoluta, que reclama respeto incondicionado sin que pueda ser
nunca relativizada.

Pero, al mismo tiempo, una persona no puede realizarse como tal, si no se


constituye en la alteridad, es decir en la apertura a la relación y a la comunicación. El yo
nunca es una tabla rasa, en la que cada individuo escribe solipsistamente, sino a un
ámbito de recepción y emisión, que se va constituyendo precisamente en ese dinamismo
interpersonal. Ese hecho de vivir en sociedad implica una alteridad “política” que puede
tener dos formas básicas y contradictorias. O la de responsabilidad solidaria o la del
narcisismo hedonista y presentista.

Sobre esta concepción filosófica, pueden fundamentarse ciertos principios y normas


morales básicas, especialmente apropiados para la sistematización de la ética en general y
de la ética profesional en particular.

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1.3. El valor moral último

Para formular los fundamentos de una ética es necesario abordar el tema de cual es
el valor ético último, es decir aquel valor que es innegociable, últimamente inmanipulable,
no relativo sino permanente. Basándonos en la concepción antropológica antes apuntada,
consideramos que el valor último que merece ser buscado categóricamente en toda
conducta ética es el perfeccionamiento de la persona humana, lo cual implica la
búsqueda de excelencia en cuanto a su conciencia, en cuanto a su autonomía o
libertad y en cuanto a si reciprocidad o alteridad política.

Dicho en las categorías tan conocidas de la tradición kantiana, postulamos que el


ser humano acrecentará lo bueno en su alteridad política si busca en cada una de sus
conductas, tomar a la persona humana siempre como fin y nunca como medio.

No obstante, nos distanciamos de Kant desde el momento que no consideramos que


sea la racionalidad individualista y teórica a la que perciba en qué consiste en cada
situación el perfeccionamiento de las tres notas adjetivas antes nombradas de lo que es la
persona humana, sino la racionalidad que se gesta en una comunidad de acción
comunicativa. Con esto nos ponemos en la corriente que a partir de Habermas, Apel, y
últimamente,Adela Cortina, han planteado como camino para encontrar aquello que “es
recto” o “bueno” para perfeccionar a la persona humana tomándola siempre como fin y
nunca como medio.

1.4. Los principios éticos básicos

Estrechamente ligados al valor moral último o innegociable, para la relacionalidad


interpersonal que es típica de la ética profesional, tres son los principios básicos que tiene
una aplicación universal y que son como la canalización o la vía para que ese valor moral
último pueda ponerse en práctica y defenderse en la realidad de la alteridad política o en la
realidad de interacción comunicativa que se da en cualquier práctica profesional.

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A. El principio de Respeto por la Autonomía.

Con la noción autónoma retomamos la categoría formulada por Kant en la que se


da a entender que el hombre basa su conducta moral en un valor preferido desde él mismo,
y no por la coacción de una ley heterónoma o valor exterior a la misma persona. De ahí que
el Principio de respeto a la autonomía quiere decir respeto por la capacidad del sujeto de
asumir su propio mundo de valores, de filosofía de vida o de normas de conductas. El
principio de respeto por la autonomía nos parece pus un imperativo en toda relación
profesional-persona, trátese de la profesión que se trate.

Ninguna acción profesional puede justificarse –al menos desde una ética
personalista-si por lo menos en última instancia no busca la recuperación, el
mantenimiento o el respeto de una mínima autonomía en el sujeto, para que éste dirija
sus actos de acuerdo a su escala propia de valores o concepción de la vida.

B. El Principio de Equidad

Si la ética en general y la ética profesional en particular se basara únicamente


en el Principio de Respeto por la Autonomía de las personas, nos encontraríamos
con la misma arbitrariedad y caos social que si no tuviéramos que respetar ningún
principio ético, ya que las decisiones autónomas de ciertas personas pueda consistir
exclusivamente, en un emotivismo narcista y solipsista totalmente prescindente de
los demás. Por otro lado una persona no puede realizarse como tal, sin no se
constituye en la alteridad, es decir en la apertura a la relación y la comunicación.
Ningún ser humano existe dependiendo solamente de cómo entabla sus relaciones
individuales con otros ser humanos sino que se encuentra con estructuras dadas en
las que vive, y en las que necesariamente se enfrenta para modificarlas o
confirmarlas. Este ámbito político es intrínseco a la realidad humana, del que de
ninguna manera puede escapar, a no ser fabricándose un mundo únicamente
subjetivo, tal como se da en las enfermedades psíquicas. La persona es pues un

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individuo con una estructura reciproca, o dicho en palabras latinas, es un “homo
loquens” (un inter-locutor) que explicita o implícitamente actúa deliberando en una
comunidad de comunicación que es el ámbito donde a través de la deliberación se
encuentra cómo resolver los conflictos propios de la alteridad política.

De ahí que entendemos al Principio de Equidad como aquel principio que


obliga moralmente al ser humano a la igual consideración y respeto de todo ser
humano. Se trata de la aplicación de Principio General de Justicia a esta
relacionalidad. Así, no nos referimos con esto de la “igual consideración y respeto” a
una forma adecuada de tratar a los demás, sino a que es imperativo de toda acción
éticamente justificable el buscar asegurar que toda persona sea tratada de tal
manera que dicha relación acreciente la participación de todos en la igualdad de
oportunidades de la libertad, ofrecida para todos. El principio de equidad lleva pues
implícito que si hay quienes tienen limitado el acceso a esa igual posibilidad de
oportunidades de libertad, hay que tratarlos de tal manera que su deficiencia sea
compensad y se logre finalmente la igual participación en la comunidad de acción
comunicativa. El principio de equidad lleva implícito, -tal como lo plantea Jhon
Rawls- que si no hay más libertad de oportunidades que favorezca a los más pobres
o desventajados.

El principio de equidad lleva a cuestionar permanentemente en qué medida el


profesional está posibilitando con su accionar práctico que todos tengan igual
posibilidad de acceso –sin discriminación de condición social o económica-a los
beneficios de su saber práctico. No existe “igual consideración y respeto” si la
sociedad y la profesión no buscan medios eficaces para que todo ser humano
independientemente de su condición social puedan ser beneficiados de un
determinado tipo de servicio profesional. Y aunque la sociedad no haya encontrado
todavía los medios eficaces para posibilitar eso, en la medida de sus posibilidades,
de aquellos que –por los motivos que sean-, no tienen medios para acceder a esa
comunidad de servicios que es la práctica profesional.

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El principio de beneficios o de solidaridad

¿Por qué habríamos de respetar la autonomía de los demás o buscar siempre


y en toda circunstancia favorecer que todos tengan acceso a la igualdad de
oportunidades?. Tanto la razón como la experiencia ética nos muestran, que no es
posible responder a esta pregunta si no aceptamos que hay en el ser humano un
imperativo previo a los otros dos antes mencionados, que lo lleva a experimentar
como valioso en sí mismo –aunque últimamente indemostrable- que poner en
práctica lo que hace bien al otro es preferible a lo que pueda perjudicarlo
intencionalmente. Esta es la noción del Principio de Beneficencia.

El principio de beneficencia o solidaridad tiene dos niveles de obligatoriedad:


1. Un premio puede expresarse con el primitivo adagio latino que dice: “Primun
non nocere”: antes que nada no perjudicar o no dañar. Esto implica que la
primera obligatoriedad que tiene un profesional en su práctica es por lo menos
no dañar al individuo.
2. Un segundo nivel es el que ser refiere a que debemos hacer el bien a la persona
de aquella manera que acreciente su libertad y que garantice simultáneamente
que todos tengan al igual sistema de libertad abierto para todos.

Es decir, que el principio de beneficencia de alguna manera es previo al


Respeto por la Autonomía y de Equidad y se concretiza cuando estos dos último
principios se garantizan. La búsquela de hacer el bien no es cualquier noción de
bien, sino aquel bien que acrecienta la libertad y la reciprocidad igualitaria de la
persona que vive en una comunidad de reciprocidad.

El imperativo de hacer el bien al otro y evitar el mal está permanentemente


presente en la práctica profesional. El nivel mínimo de obligatoriedad es el de evitar
en el cliente cualquier daño l perjuicio. Su objetivo más básico es el de señalar que
hay una obligación moral en el profesional, de no provocar más daño del que ya
experimenta una persona cuando recurre a él. Pero su beber no se limita al no
dañar sino que lleva el dinamismo de buscar el bien de la totalidad de la persona,

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entendido éste como una autonomía insertada en una comunidad de reciprocidad en
la que todos sus miembros tengan igual derecho de participación.

1.5. Las normas éticas básicas

Para que estos principios éticos puedan ponerse en práctica se necesitan tres
condiciones fundamentales: la veracidad, la confidencialidad y la fidelidad a los
acuerdos. Estas tres normas fundamentales son como el “piso o basamento” de
este edificio de la ética profesional configurado a su vez, por los principios, que
sostienen el “frontón” que es el perfeccionamiento de la persona humana como valor
moral último.

A. La norma de la confidencialidad o del secreto

El secreto profesional no es primariamente un deber del profesional sino un


derecho de la persona a disponer y a decidir sobre toda aquella información que le
compete a ella misma. El derecho a la confidencialidad pertenece pues a la persona
y es ella la única que puede autorizar que esos daros se revelen o no. El
profesional es un mero custodio de ese derecho, y no puede disponer a su antojo
de las informaciones que él conoce de la persona. No obstante, el secreto no es un
derecho absoluto si no “prime fascie” (a primera vista), es decir que debe cumplirse
hasta tanto no entre en conflicto con el deber que toda persona también tiene, de no
perjudicar a nadie.

Consideramos un criterio básico para la toma de decisión ética que postula


que cuando una norma entra en conflicto con alguno de los tres principios o
columnas claves de la relación profesional-persona cobre primacía el principio y
cede la norma. Aplicándolo al caso del secreto, podríamos decir que cuando guarda
un secreto puede traer como consecuencia muy graves o irreversibles perjuicios
para terceros inocentes, -es decir cuando la conservación del secreto lleva a que se
viole el principio de beneficencia que toda persona tiene con respecto a los prójimos-
es obvio que debe ceder la norma del secreto a favor de respetar el principio de

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beneficencia, que implica primero que nada no dañar, En casos excepcionales
puede justificarse pues, que el secreto se rompa en contra de la voluntad de la
persona o sin su consentimiento.

B. La norma de veracidad

La norma de veracidad es la que obliga a informar la verdad; e implica que


ésta debe ser siempre la pauta moral normal a seguir en toda práctica profesional a
no ser que de ello se deriven daños y perjuicios desproporcionados para la persona
o la sociedad. De ahí que esta norma tampoco sea absoluta sino que esté
subordinada al principio de no maleficencia. Dentro de la norma de veracidad puede
incluirse la obligación de los profesionales de informar adecuadamente a la persona
para que esta pueda hacer un consentimiento válido ante todo procedimiento
que ellos vayan a emplear. Ese consentimiento seria el instrumento formal para
que el sujeto pueda ejercer su derecho a la autonomía o ala decisión de su propia
voluntad. En algunas profesiones el consentimiento es de hecho oral, y en otras
preferentemente escrito; pero en todas deberá estar presente de una u otra manera
si se quiere basar la ética en el respeto a la capacidad de decisión autónoma que
tienen los seres humanos.

C. La norma de fidelidad

La norma de la fidelidad es la que obliga al profesional a cumplir los


acuerdos consentidos entre él y la persona. La fidelidad al acuerdo es una forma de
la fidelidad a las promesas. Cuando en las relaciones interhumanas una persona
promete a otra que hará una determinada cosa, lleva a quien cree en la promesa, a
decidir en su vida sobre aspectos que de otra manera no habrá decidido. De ahí
que el acuerdo válido entre un profesional y un cliente encierre una promesa
implícita de que el profesional va hacer una serie de pasos en orden a ayudarlo al
individuo a ejercer su autonomía. Por ese motivo la persona implicada decide volcar
aspectos de sus asuntos privados en el profesional. Esa decisión la deja en
condición de fragilidad especial, que hace que el abandono del acuerdo en esas
circunstancias sea una forma importante de manipular la confianza puesta en el

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profesional. De ahí que también implica la obligación de no abandonar
arbitrariamente a la persona una vez que se ha entablado el acuerdo válido entre
ambos. Tiene que haber un motivo justificado y éticamente lícito para que un
profesional pueda decirle a una persona que ya no la quiere atender más.

1.6. En síntesis

De todo lo anterior se deduce que el “edificio de la ética profesional” –utilizando


una metáfora arquitectónica-estaría conformado por un valor ético último, tres
principios fundamentales y tres normas éticas. Los principios o columnas de
este “templo” serían: el respeto a la autonomía, el deber de beneficencia y el de
justicia. Los normas, basamentos o cimientos serían las de confidencialidad,
veracidad y fidelidad. Y como “frontón” culminante de todo este edificio sostenido
por las columnas, podríamos poner el objetivo fundamental de la relación
profesional-persona,, que es la HUMANIZACION o el PERFECCIONAMIENTO de la
persona humana

Mientras que los principios hacen de columnas que sostienen el valor último
de la relación profesional-persona –que es el de la humanización-, las normas hacen
de piso que sostienen e instrumentan a los principios vinculándolo con el resto de la
realidad. Pero consideramos que de nada sirve saber que es imperativo respetar la
autonomía si el profesional no interioriza esa norma como algo intrínseco y
permanente a su manera de estar en el mundo. De nada sirve saber que es un
deber informar la verdad a la persona si el profesional no se vuelve él mismo un ser
“veraz”. De nada sirve afirmar que es imperativo la igual consideración y respeto si
el profesional no se vuelve a sí mismo “justo”. Y así sucesivamente. Con esto
queremos decir, que el cemento que consolida cada una de las partes de este
edificio ético son las virtudes. En última instancia ninguna eficacia tendría el hecho
de que seamos conscientes del valor último, de los principios o de las normas, si el
sujeto no es interiormente ético o vigorosamente comprometido con la praxis ética, si
no es en suma, VIRTUOSO.

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Podríamos representar todo lo dicho hasta ahora a través de la siguiente
imagen arquitectónica:

PERSONA HUMANA Tomada siempre como


fin y nunca como medio manipulable o sea: el
crecimiento y desarrollo de su capacidad de
ser un individuo consciente, autónomo y
comunitario

PRINCIPIO DE BENFICIENCIA (HACER EL BIEN)

PRINCI
PRINCI
PIO DE
PIO DE
EQUI
RESPE
DAD o
TO POR
de NO
LA
DISCRI
AUTO
MINA
NOMIA
CION

CONFIDENCIALIDAD – VERACIDAD - FIDELIDAD

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Quizá sea la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las
Naciones Unidas (1948) el documento internacional que mejor sintetiza el contenido
de los diversos valores necesarios para asegurar la dignidad de la persona y el
camino de la humanización. La dignidad de la persona o su tratamiento como fin y
nunca como medio, no es solo un concepto teórico sino que implica dimensiones
muy concretas. El derecho a la vida, a la salud, a la educación e información a la
vivienda, al trabajo digno, a la libre expresión de sus valores filosóficas, religiosos y
políticos, a la propiedad, a la participación en la vida política y social, a la libre
circulación, a construcción de una familia, a la no discriminación, al ocio y al
descanso, etc, son alguno de los contenidos que la comunidad internacional ha
considerado mínimos para evaluar si al igual dignidad de la persona humana y la
justicia se respetan o no. No obstante, la Declaración Universal sólo pone de
relevancia una dimensión de la ética: los derechos que todas las personas pueden
reclamar legítimamente. Sin embargo apenas menciona que toda persona tiene
también el deber de responsabilizarse del bien común de la humanidad. Y esto
es mucho más exigente que plantear una ética sólo basada en los derechos. Esta
última sólo seria una ética de mínimos, mientras que la que nosotros postulamos es
una ética de la responsabilidad por el bien común universal; es una ética abierta a
una humanización progresiva y solidaria. Es una ética últimamente trascendente.

1.7. La conciencia

La subjetividad ética, cuenta a su vez con una dinámica y una estructura de


funcionamiento que permiten a la persona convertirse en el verdadero sujeto de su
actuar, y de este modo en el agente fundamental de su propia construcción.

La conciencia ética es el instrumento fundamental con que cuneta el ser


humano para realizarse como persona. Es su centro ético más íntimo y auténtico,
donde se encuentra consigo mismo y se descubre a sí mismo como en realidad es.
Frente a la conciencia ética bien formada no valen las autojustificaciones ni las
excusas, sino únicamente la verdad y la búsqueda de la autenticidad.

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Mediante su conciencia ética, todo ser humano tiene la posibilidad de percibir
cuál es el bien moral en una determinada circunstancia. De realizar esa búsqueda
de manera responsable y de actuar consecuentemente con el bien descubierto
depende la dignidad de la persona.

La conciencia ética se sustenta en la conciencia sicológica pero no se cofunde


con ella.
Mientras que la sicológica es la que permita a la persona percibir su identidad
y unicidad como ser, la conciencia ética es la que permite desarrollar su identidad
como posibilidad de realización. De este modo, las perturbaciones sicológicas de
una persona afectarán su conciencia ética, aunque no deben confundirse con las
perturbaciones propias de la autenticidad o inautenticidad de la persona que
afectarán directamente a la conciencia ética.

La conciencia ética se desarrolla mediante la educación, y su fuerza, su


madurez, y su percepción afinada del bien, dependerán esencialmente del esfuerzo
que la propia persona haga de afirmar su coherencia.

Por un lado, la conciencia antecedente es la que permite determinar


previamente a la realización de un acto su validez ética o no, es decir, si está “bien”
y por tanto puede ser realizado, o si está “mal” y por tanto no debe ser realizado.
Este juicio previo es el que permite a la persona ser responsable de sus actos, y así
crecer en libertad.

Por otro lado, la conciencia consecuente que sigue a la realización del acto es
la que realiza un juicio sobre la propia persona: si ésta actuó según el dictamen de la
conciencia antecedente el juicio será de autenticidad,, si ésta actúo en contra del
dictamen de la conciencia antecedente el juicio será de condena.

A lo largo de la vida, la conciencia moral es la que permite realizar un camino


coherente de construcción de sí. Ello dependerá fundamentalmente de que la
persona busque el fortalecimiento de su conciencia, y que sea fiel a su juicio en cada

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situación. La autenticidad del ser humano consiste en ser él mismo, y ello
únicamente se construye a la propia conciencia moral.

Finalmente, es la conciencia ética la que permite a la persona trascendente a


sí misma, abriéndole su propio horizonte de comprensión y consecuente actuación
en la realidad. La conciencia tiene la capacidad de abrir la “sospecha” en la propia
persona cerca de sus propias convicciones, su modo de comprender la realidad y las
líneas causales en ella. Es la capacidad de criticar la comprensión espontánea,
ubicándose en el lugar de otras personas, e introduciéndole perspectivas nuevas en
su comprensión y juicio. Así la persona puede superar sus perjuicios y demás
condicionamientos culturales e ideológicos, acercándose más y más a la verdad.

1.8. Los condicionamientos y la tarea ética

La realidad humana es limitada y condicionada. Esos condicionamientos no


son necesariamente negativos sino que son al mismo tiempo límite y posibilidad.
Todo ser humano existe en una realidad concreta, y es en ella y a partir de ella que
puede realizarse.

Desde el punto de vista ético es de capital importancia distinguir en la realidad


personal lo que depende de la voluntad del sujeto, de lo que éste simplemente
recibe en forma involuntaria.

Con el nombre griego de “pathos” se identifica lo que es recibido por la


persona en forma involuntaria, tanto a nivel biológico como cultural. Es constitutiva
de sí misma en cuanto que es un ser biológico y cultural, y esta dimensiones la
conforman como, persona, pero no han sido elegidas por la persona sino que ella
descubre a sí mismas así.

La responsabilidad de la persona obviamente no alcanza a los elementos que


escapan a su voluntad. Así no es responsable de raza, su sexo, la cultura recibida,

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y el medio psico-socio-cultural en que nació. Lo que sí será responsable es de lo
que haga a partir de la que ya es.

Entre los condicionamientos se encuentra también la dimensión ideológica de


toda persona.
En su nivel más profundo, los paradigmas de comprensión de la realidad y sus
líneas de casualidad, han sido recibidos por las persona a través de la educación
formal e informal, normalmente a partir de la introyección estructuras sociales y de la
aprehensión de elementos de ideología cultural denominante en su medio. La
dimensión ideológica es la que permite a la persona comprender el mundo y
ubicarse en él, y siendo un todo firme sin embargo es posible trascenderlo a través
de la función crítica de la conciencia ética.

Con el nombre griego de “ethos” se identifica lo que la persona construye a


partir de su voluntad. El ethos es así su personalidad moral. Es la capacidad de
hacerse s sí mismo siguiendo su libertad fundamental, y por tanto, asumiendo las
consecuencias del ejercicio de esa misma libertad.

La persona se descubre a sí mismo con una serie de características (límites y


posibilidades) que no ha elegido. A partir de allí deberá necesariamente decidir qué
es lo que hace con ellas y en qué modo las desarrolla. Esa opción fundamental se
articula a través de las múltiples opciones concretas que cotidianamente la persona
realiza, y a través de las cuales se va construyendo a sí misma.

Así, en ejercicio de su libertad, éticamente la persona llegará a ser lo que ella


haga de sí misma con su propia vida. La tarea ética de la persona consistirá en
llegar a ser lo que puede ser con lo que es. Su primera responsabilidad consistirá,
entonces, en descubrir y asumir positivamente los que realmente es para a partir de
allí llegar a ser lo que quiere ser. Ese es el ejercicio de liberta propio y exclusivo del
ser humano.

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Del pleno desarrollo de las persona a partir de su realidad concreta, y de la
fidelidad a la propia conciencia ética, dependerá su realización y felicidad o su
frustración.

1.9. El transar ético

En ese camino de construcción de si la persona se encuentra


sistemáticamente tensionada por dos extremos: los pies en la tierra”. Esa realidad
conflictiva es propia de la realidad humana, y es la que permite un proceso de
crecimiento permanente. Partiendo de la propia realidad y aguijoneada por los
propios ideales, la persona va desarrollándose en el sentido que libremente
determina y que se concreta en un Proyecto de Vida.

Sin embargo, no se trata de una tensión menor ni de fácil resolución. Se trata


de un verdadero conflicto de vida, donde es necesario ir clarificando los propios
ideales, es necesario irlos concretando en bienes concretos y en un estilo de vida.
Todo ello demanda una profundidad de sí, una búsqueda de lo verdadero, y una
sistemática y esforzada búsqueda de la coherencia.

A la tensión generada por la distancia entre las posibilidades personales y la


pureza de los ideales se suma la generada por la hostilidad de presiones externas,
normalmente debida a estructuras sociales deshumanizantes. Así, la búsqueda de
la autenticidad no solamente dependerá de la profundidad de la propia persona, ni
tampoco de su esforzada coherencia,, sino que deberá incluir necesariamente la
estrategia para enfrentar los elementos deshumanizantes que en la sociedad se
oponen a su realización.

La tentación de asimilarse al sistema abandonando los ideales, la tentación de


la mediocridad, y la tentación de pretender evadirse de la realidad, son de por sí
frustrantes y sólo conducen a reforzar los propios mecanismos deshumanizantes
presentes en la sociedad.

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Únicamente una actitud que implique asumir el conflicto real de la existencia,
en forma positiva como esfuerzo de realización de sí, de los demás y de la sociedad,
es la que conducirá a una personalidad ética firme y a la autenticidad personal.

Frente a los condicionamientos vividos, tanto los derivados de la limitada


realidad humana, como aquellos derivados de las estructuras deshumanizantes
externas e introyectadas, la persona deberá buscar un camino de transacción que le
permita el mayor bien en la situación concreta.
No cualquier transacción es válida. Para que los sea debe cumplir con varias
condiciones ineludibles: que mantenga vivos los propios ideales y la aspiración
sincera de alcanzarlos, que sostenga la búsqueda permanente de la verdad sobre
las propias posibilidades, que realice un discernimiento sistemático en procura de
soluciones cada vez más coherentes, que asuma los costos derivados de ser
auténtico, que se reconcilie permanentemente con su propio comino de crecimiento
manifestándose una sincera alegría de vivir.

2. JUICIO ETICO DE LA PRACTICA PROFESIONAL DESDE UNA PERSPECTIVA


PERSONALISTA.

Creemos que entre las funciones que corresponden al profesional de la ética


está la de criticar las prácticas ilícitas, incorporar aquellas que son aceptables y
estimular las que pueden perfeccionar íntegramente a la persona humana.
Terminaremos esta visión de conjunto, poniendo de relevancia algunos de los
aspectos de la práctica profesional que merecen un juicio negativo por nuestra parte;
y por el contrario, aquellos que merecen nuestro decidido apoyo. Finalmente,
sintetizaremos en una especie de “decálogo”, cuales son los derechos principales
que tiene una persona cuando entabla la relación con un profesional.

A. Nuestra crítica a algunos aspectos de la práctica profesional


contemporáneamente
A.1. Crítica de los “absolutos”. Nos hemos referido muchas veces a la relatividad
de ciertas categorías y nociones manejadas por las ciencias en general. Pero el

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problema se convierte en ético cuando se empieza a considerar lo relativo como
verdad absoluta, y a intentar imponerlo tanto en la teoría como en la práctica. Esto
se da con particular gravedad, en ciertas escuelas teóricas dentro de cada profesión
que se cierran a revisar la efectividad de sus respectivos métodos para resolver
ciertos tipos de problemas personales o sociales y consideran que tiene la única
solución para toda la gama de dificultades que se ofrecen en la práctica, induciendo
en los individuos o ogrupos sociales a que decidan, creyendo en la seguridad de
cierta perspectiva, cuando sólo es una de las defernetes posibilidades existentes.

A.2.Crítica de los poderes y manipulaciones. El poder de los profesionales se da


de forma particularmente grave en la manipulación de la elección de metas y
objetivos de una determinada actuación o servicio profesional, sin la adecuada
información y decisión por parte del sujeto. La sugestión o aún el engaño, y en
general, todo lo oque sea ocultar a la persona la información necesaria para que
pueda dirigir sus actos y hacer consentimiento valido, son también una violación de
la autonomía de la persona. De ahí que negarse a establecer un acuerdo explícito
sobre los objetivos, medios y riesgos concretos que se puedan producir durante el
proceso de actuación profesional, puede llevar a controlar la conciencia de la
persona de forma ilícita. Con esto queremos llamar la atención sobre los riesgos de
usar al ser humano como medio para otra cosa que no sea su propio beneficio y el
incremento de su autonomía, a la utilización de técnicas que cambian conductas y
pensamientos de los individuos en beneficio de terceros; a la imposición de valores,
ideologías o conductas pro medio de las sugestión, la información engañosa o el
manejo del miedo; y en fin, todo lo que sea no respetar la autonomía, libertad y
dignidad de las personas.

A.3. Criticas de las infidelidades. Vemos estos en los casos de ruptura de los
acuerdos o divulgación de los datos secretos de las personas, ya sea por error, mala
intención o presión de poderes extraños a la relación. Este conflicto de fidelidades
se da cuando intervienen terceros en la relación profesional o cuando el
consentimiento válido lo tienen que asumir otras personas en lugar del sujeto, lo cual
lleva a plantear la pregunta de cual es el interés que se defiende, el del cliente o
otros “poderes” más o menos explícitos que intervienen en la relación profesional.

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A.4. Critica de la mala práctica. La mala improvisión técnica (negligencia) o la
opción consciente por aplicar mal una técnica profesional, provocando un perjuicio
claramente previsto por los presupuestos teóricos y prácticos de esa área del saber,
es uno de las consecuencias que tiene la práctica negligente o irresponsable de
cualquier grupo profesional. Esto plantea la necesidad de instrumentar en la
sociedad y en la profesión, mecanismos de control, para evitar consecuencias
perjudiciales de toda posible mala práctica. Creemos que estos mecanismos de
control tienen que ir mucho más que la elaboración de códigos de ética o
declaración de principios.

B. Por el contrario, damos el más decidido apoyo ético a ciertos procedimientos ya


firmemente establecidos en la práctica profesional, o que se podrían
instrumentar sin dificultades insalvables, como son:

B.1. La decisión informada o consentimiento válido. Actualmente es un


procedimiento que está previsto como tal en ciertas profesiones, pero que seria
conveniente emplear en todas las que sea posible. El consentimiento es uno de los
mejores medios para preservar el derecho de las personas a decidir sobre lo que
desean lograr en cada acción emprendida por el profesional.

B.2. El entrenamiento adecuado. Sólo así se hará una adecuada prevención de la


mala práctica, que es tan frecuente en algunas de los profesionales que actúan en
nuestro medio. Creemos que además de recibir el título académico la sociedad debe
prever procedimientos eficaces para controlar a lo largo del tiempo, si la idoneidad
para el ejercicio profesional continúa de forma real luego de terminar el grado
académico o, por el contrario su deterioro empieza a ser una amenaza a la
seguridad pública o a los intereses de los particulares.

B.3. Apoyo a la beneficencia. Por “hacer el bien” entendemos la búsqueda de cada


profesional en sentido de que los individuos incrementen su capacidad de
autonomía, conciencia y apertura a la comunidad, con todo lo que esto implica de
responsabilización por el bien común. Y si estas características personales no

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puedan darse, cuando brindan sus servicios con una actitud de respeto a la dignidad
y al bienestar mínimo de las personas.

B.4. Apoyo a la colaboración inter-profesional. Es la mejor manera de enfrentar


correctamente asuntos que con frecuencia, solamente pueden ser adecuadamente
resueltos con un enfoque pluridisciplinar y pluridimensional. El encerramiento
epistemológico puede llegar a perjudicar o dejar sin resolver, asuntos de gran
importancia para las personas.

C. Sintetizemos ahora con la formula de una “Decálogo” los derechos que creemos
que tiene toda persona cuando consulta a un profesional.

1. Toda persona tiene derecho a recibir del profesional la atención más


apropiada para resolver su problema particular de forma tal de poder ejercer su
autonomía.
2. Toda persona tiene derecho a disponer del servicio brindado por un
profesional que sea competente (desde el punto de vista técnico y ético)
3. Toda persona tiene derecho a pagar un honorario razonable o a que
se le ayude gratuitamente en casos de emergencia o pobreza económica.
4. Toda persona tiene derecho a que no se le explote, engaño y
manipule por medio de la información que se le brinde o del poder o la sugestión que
ejerce el profesional.
5. Toda persona tiene derecho a ser informado dela orientación teórica
y la capacitación que tiene el profesional, así como de los posibles objetivos que se
pueden conseguir con su intervención, de los medios que se pueden emplear, de los
posibles riesgos y del plan de acción que se puede llevar a cabo, para de esa forma
dar su consentimiento por adelantado.
6. Toda persona tiene derecho a consultar a otros profesionales y a ser
referido a ellos si la resolución específica de su necesidad así lo exige.
7. Toda persona tiene derecho a que los datos concernientes a sus
asuntos se guarden secreto en un registro seguro, de forma que puede protegida su

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privacidad. Tiene derecho también a poder disponer de copias de esa información
para otros profesionales que él elija.
8. Toda persona tiene derecho a la privacidad y a la confidencialidad,
siempre que no se deriven daños graves contra terceros contra la sociedad en su
conjunto o contra sí mismo (en lo que concierne a la vida o a la integridad personal).
9. Toda persona tiene derecho a exigir reparación de los daños que se
le hayan podido ocasionar en la intervención profesional y a conocer las instancias
donde poder reclamarlos legítimamente.
10. Toda persona tiene derecho a una intervención profesional que

tenga un alcance determinado y que no sea indefinido en el tiempo.

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