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SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES Y MÁRTIRES

Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, primero en confesar a Cristo como Hijo de
Dios vivo, recibió el nombre de “Pedro” por boca del mismo Jesucristo. Pablo, llamado
Apóstol de los Gentiles, su predicación de Cristo a judíos y griegos estuvo cargada de fe y
amor. En esta solemnidad, ¿por qué celebrarlos juntos? Ambos anunciaron el Evangelio en
la ciudad de Roma donde en tiempos de Nerón, el emperador, sufrieron el martirio a causa
de la fe. Pedro fue crucificado boca abajo y sepultado en la colina Vaticana cerca de la Vía
Triunfal y Pablo, degollado, fue enterrado en la Vía Ostiense. A través de la historia los
cadáveres de ambos estuvieron juntos en la misma tumba, luego fueron devueltos a sus
lugares originales.
La vida de estos dos santos llamados “Pilares de la Iglesia” por razón de la fe que
profesaron, difundieron y defendieron, a través de su martirio nos muestran la realidad en la
época de las persecuciones que vivió la comunidad cristiana primitiva, como lo narra
Hechos de los Apóstoles 12, 2-4 cuando dice que Herodes perseguía duramente a los
cristianos, por eso “hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan” y “decidió detener a
Pedro (…) mandó prenderlo y meterlo en la cárcel”.
Pues bien, en la actualidad este fenómeno de persecuciones atroces e inhumanas sigue
estando latente, muchas veces bajo las sombras del silencio y la indiferencia. Los Apóstoles
Pedro y Pablo son un ejemplo de valentía a la hora de llevar adelante el proceso
evangelizador sin ningún tipo de temor, sobre todo a la muerte a través del martirio. Se
observa claramente el talante evangelizador de Pablo cuando este le escribe a Timoteo y
dice: «Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje… Él me
libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará
a su reino del cielo» (2 Tm 4,17-18). Ante todo debemos tener presente que Dios no
excluye de los problemas a quienes le siguen de todo corazón, antes bien, les da las
herramientas y fuerza necesarias para poder luchar y vencer todo tipo de calamidades.
Quien sea capaz de mantener su fe en todo momento, sobre todo en los más difíciles, podrá
decir como reza el salmista: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.
Recibimos una gran enseñanza de parte de Pedro y Pablo en cuanto que son ejemplo de
Iglesia unida en oración, que se mantiene en pie, fuerte, en camino. Debemos ser frailes en
constante comunicación con nuestro Padre Celestial, a quien nos hemos entregado, así
estaremos siempre protegidos, sostenidos, custodiados, pero lo más importante de todo es
que nunca estaremos solos. El Señor pone muchos ángeles en nuestro camino, ángeles que
inesperadamente salen a nuestro encuentro para indicarnos el camino que debemos seguir y
no extraviarnos, que nos arrancan de la muerte y del mal, que encienden en nosotros la
llama viva de la esperanza, que nos consuelan, que nos despiertan de las ilusiones a las que
estamos expuestos a diario, que de parte de Dios Padre nos dicen: “No estás sólo”.
A ejemplo de Pedro y Pablo, pidamos a Dios que nos de la fuerza necesaria para poder
anunciar con integridad y veracidad el mensaje evangélico, para que nos libre de la boca del
león, para que nos ampare de todo mal y al final de nuestras vidas nos pueda llevar a su
reino del cielo. A través de la historia han sido muchas las fuerzas que han tratado de
acabar con la Iglesia, desde dentro y desde fuera, pero la Iglesia sigue viva y fecunda,
actualizada, serena, segura. Todos estos peligros pasan, pero la Iglesia continúa.
Por los mismos Pedro y Pablo vemos el reflejo de la promoción y defensa de la Iglesia,
todo desde la santidad de vida. Nada de esto es posible si no se vive en Cristo. La Iglesia es
exclusivamente de Cristo, fue fundada por Él y para Él; todo pasa, pero sólo Dios
permanece. Han pasado reinados, pueblos, culturas, naciones, ideologías, potencias, entre
otras, pero la Iglesia ha soportado tempestades de gran magnitud. Una muestra del amor de
Cristo por la humanidad.
Un fraile que no sea testimonio es estéril, un hombre muerto que cree estar vivo, una planta
seca que no ofrece nada, un pozo profundo lleno de lodo y sin agua, una pila de tierra árida
que no puede dar vida. Hoy en día la Iglesia requiere de hombres de oración, que sean
capaces de enseñarle al pueblo las maravillas de Dios, que los instruyan en la confianza
hacia El Señor sin temor a los muchos que encarnan a Herodes afligiendo con todo tipo de
maldades, que sean mensajeros de caridad, sobre todo para quienes más lo necesiten. Nunca
la luz de la esperanza, la fe y la caridad de quien cree en Cristo podrá ser opacada o
extinguida por el mal. San Francisco nos lo recuerda muy bien cuando dice: “Prediquen
siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con las palabras”.
Con todo esto podremos decir como Pablo: “He combatido bien mi combate, he corrido
hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el
Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen
amor a su venida» (2 Tm 4,6-8).
Así como San Pedro y San Pablo, Pilares de la Iglesia y ejemplares en la fe en Cristo,
seamos testimonios con una vida coherente, seamos testigos valientes, convencidos y
convincentes que no tengamos vergüenza del Nombre de Cristo ni de su Cruz, que no nos
dejemos doblegar por las potencias malignas que el mundo siempre tendrá y que vendrán
con mayor fuerza a medida que pasa el tiempo. Seamos testimonios eficaces y auténticos
sin tener que contradecir el comportamiento con la vida, lo que se predica con la palabra y
lo que enseñamos a los otros, anunciemos la fe creyendo y con nuestra propia vida
presentémonos ante el mundo. Amén.

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