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Monición
Con el bautismo nacimos a la vida en Cristo y comenzamos a formar parte de una comunidad que
aspira vivir a ejemplo de Jesús. Debemos estar vigilantes y no “dormirnos en nuestros laureles”,
como bien recuerda la sabiduría popular. Bienvenidos a esta celebración.
Ritos iniciales
Acto penitencial
Sacerdote: Hermanos: para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos
nuestros pecados (Silencio).
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensa-
miento, palabra, obra y omisión.
Luego prosiguen:
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes, hermanos,
que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.
Gloria
Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa gloria
te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey
celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor, Hijo único, Jesucristo; Señor Dios, Cordero de Dios,
Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado
del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de
nosotros; porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu
Santo en la gloria de Dios Padre. Amén.
Liturgia de la palabra
Monición
El libro de la Sabiduría nos da una orientación válida y necesaria para conducir nuestra vida; resulta
vital esforzarnos por encarnar la enseñanza de estas máximas imperecederas. Escuchemos.
Primera lectura
Del libro de la Sabiduría
(Sab 6, 12-16)
Radiante e incorruptible es la sabiduría; con facilidad la contemplan quienes la aman y ella se deja
encontrar por quienes la buscan y se anticipa a darse a conocer a los que la desean.
El que madruga por ella no se fatigará, porque la hallará sentada a su puerta. Darle la primacía
en los pensamientos es prudencia consumada; quien por ella se desvela pronto se verá libre de
preocupaciones.
A los que son dignos de ella, ella misma sale a buscarlos por los caminos; se les aparece bené-
vola y colabora con ellos en todos sus proyectos.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
L. Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora,
como el suelo reseco añora el agua. / R.
L. Para admirar tu gloria y tu poder, con este afán te busco en tu santuario. Pues mejor es tu amor
que la existencia; siempre, Señor, te alabarán mis labios. / R.
L. Podré así bendecirte mientras viva y levantar en oración mis manos. De lo mejor se saciará mi
alma; te alabaré con jubilosos labios. / R.
Monición
San Pablo nos sitúa frente a una realidad inevitable: el encuentro con nuestro Padre al final de los
tiempos. Dicho encuentro será feliz sólo si desde hoy ya somos fieles a Cristo. Escuchemos.
Segunda lectura
De la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses
(1Tes 4, 13-18)
Hermanos: No queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes,
como los que no tienen esperanza. Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera
debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con él.
Lo que les decimos, como palabra del Señor, es esto: que nosotros, los que quedemos vivos
para cuando venga el Señor, no tendremos ninguna ventaja sobre los que ya murieron.
Cuando Dios mande que suenen las trompetas, se oirá la voz de un arcángel y el Señor mismo
bajará del cielo. Entonces, los que murieron en Cristo resucitarán primero; después nosotros, los
que quedemos vivos, seremos arrebatados, juntamente con ellos entre nubes por el aire, para ir
al encuentro del Señor, y así estaremos siempre con él.
Consuélense, pues, unos a otros con estas palabras.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre.
Aleluya, aleluya.
Evangelio
Del santo Evangelio según san Mateo
(Mt 25, 1-13)
Gloria a Ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a
diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo.
Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas,
pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un
frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se
durmieron.
A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!’. Se levantaron
entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a
las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las
previsoras les contestaron: ‘No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan
mejor a donde lo venden y cómprenlo’.
Mientras aquellas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al
banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor,
señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’.
Estén, pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora”.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Profesión de fe
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y
lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de
la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por
nuestra salvación bajó del cielo [en las palabras que siguen, hasta “se hizo hombre”, todos se
inclinan], y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por
nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al
tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo
vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo
para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.
Escúchanos, Padre.
Todos: El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su
nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.
Antífona de la comunión
(Lc 24, 25)
Los discípulos reconocieron al Señor Jesús, al partir el pan.
Comunión Espiritual
Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del
Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no
pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que
jamás me aparte de Ti. Amén.
14 NOVIEMBRE
S. Lorenzo O’Toole
1Lectura
3Jn 5-8
Salmo
111
Evangelio
Lc 18, 1-8
4a S e m a n a d e l S a l t e r i o
12
LA VOZ DE PASTOR
P. José Salud Paredes, ssp
-Consejero General de la Sociedad de San Pablo-
Estén, pues, preparados…
L a liturgia de este domingo nos propone para nuestra reflexión un tema fundamental: el sentido de
la vida limitado por la muerte. La vida es comparada a un tiempo de preparación que debe ser vivido
con sabiduría y prudencia. La sabiduría consiste en tener actitudes prudentes, buscando hacer opcio-
nes acertadas y tener conductas coherentes. Quién actúa de esa manera participará del Reino de
Dios, que viene comparado a un banquete nupcial, conforme leemos en el texto evangélico. En este
sentido entendemos una de las preguntas que desde siempre se ha hecho el ser humano: ¿qué hay
después de la muerte? ¿Qué será de nosotros? A estas preguntas de valor fundamental la respuesta
viene dada por el mensaje de las lecturas de la Palabra de Dios. Este mensaje nos indica una meta
hacia la cual debe orientarse nuestra vida. Nuestra existencia es un caminar hacia Cristo. El momento
presente es tiempo de vigilante espera, es espera de un encuentro – gozoso como una fiesta de
bodas – con el Señor resucitado. Al centro de la parábola de las «diez vírgenes» se eleva, en el
corazón de la noche, el grito: «¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!». La enseñanza de la
parábola viene expresado por la advertencia de Jesús «Estén, pues… porque no saben ni el día ni la
hora». El tiempo de su venida y de su cumplimiento sólo Dios lo conoce; al hombre le corresponde
solo esperarlo como un don, preparándose con la oración y con la total correspondencia a las instan-
cias del Evangelio. Mientras tanto alimentar nuestras lámparas con el aceite de las buenas obras para
que no se apaguen durante la espera y podamos estar preparados a salir el encuentro del Esposo que
viene, y entrar con él a la fiesta nupcial.
Vigilancia y oración
La vigilancia, la espera activa, el empeño personal derriban la puerta de entrada al banquete. Todos, sin excep-
ción, estamos involucrados en esta parábola de las diez vírgenes. Ellas nos representan en el camino hacia el
encuentro definitivo con Cristo, nuestro Salvador. Comunitariamente, como Iglesia, y personalmente como
individuos bautizados, hemos sido invitados por Dios a participar con las lámparas encendidas al banquete
escatológico de la salvación. La vigilancia activa es la condición esencial para poder encontrar a Cristo en
nuestra vida. Para ser vigilantes no es necesario resignarse a los acontecimientos, ni ser pasivos frente al mal y
frente a las injusticias. Habrá que ser ante todo operarios del bien, testigos de luz, portadores de vida. La vigilan-
cia que lleva directamente a descubrir el primado de Dios y de sus valores es inseparable de la prudencia y la
oración. La oración es el modo propio de la vigilancia cristiana. Jesús mismo ha asociado indisolublemente la
vigilancia activa a la oración, cuando en el Huerto de los Olivos recomendó a los apóstoles: «Velad y orad, para
que no caigáis en tentación» (Mt 26, 41).
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