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MÉTODO TEOLÓGICO Y TEOLOGÍA DEL SIGLO XXI

La teología como ciencia de la fe es un trabajo peculiar a diferencia de otras ciencias. La


razón es que se sustenta no solo por la rigurosidad de un método en especial, sino que también
tiene su raigambre en el acto de fe. A lo largo de la historia, la labor teológica, incluido por
su supuesto el trabajo del teólogo debe hacer eco de los lenguajes de Dios. Olegario González
menciona en la entrevista hecha en 2007 en la Universidad de Salamanca, que hablar de Dios
en un lenguaje nuevo se torna difícil por las distracciones que impregnan al hombre de hoy.
Palabras desgastadas, en donde muchas de las veces las “postverdades” se hacen cada vez
más evidentes en un lenguaje superficial que impide hacer claro el mensaje de Dios, es decir,
actualizar el Evangelio a las nuevas generaciones. Y sin embargo, el doctor Julián
Amozurrutia, en su artículo Fe y método teológico de 2003, enfatiza en el carácter
metodológico de la Teología, en donde lo esencial de ella, que es la fe, no se debe perder.
En este sentido, fe y lenguaje nuevo deben ser un reto para la labor del teólogo actual.
La Teología del siglo XXI debe estar impregnada más que nunca de una fe inquebrantable y
una novedad con raigambre en la Tradición para que no pierda su sentido. Ayudará mucho
al trabajo metodológico de la teología y a hablar con un nuevo lenguaje aquellas tesis que
propone Amozurrutia. Fe y Bautismo, es la tesis inicial de la labor teológica. Es el inicio del
lenguaje nuevo para poder decir algo, al menos de Dios. Es el oficio profético de Cristo.
González de Cardedal dice que el teólogo es un hombre pobre que quiere al menos balbucear
algo de lo que es Dios, y eso es válido. El teólogo no es un profeta, porque éste habla con
certeza en el nombre de Dios; el teólogo, en cambio, requiere del auditus fidei, intellectus
fidei y del sensus fidei para establecer un orden y esquema en lo que se va a atrever a decir
del conocimiento acerca de Dios.
En esta búsqueda del conocimiento de Dios en la labor teológica, es de suma
importancia saber que el conocimiento de la fe no anula el misterio. Aquí entra en acción el
sacramentum fidei. Este aspecto es el puente entre Dios y el hombre para poder relacionarse.
La vida sacramental está cargada de una antropología que hace dinámica la comunicación
entre la divinidad con la humanidad. No anula esto la relación entre fe y ciencia, al contrario,
la enriquece. La aceleración de la historia, dice González de Cardedal, puede entorpecer el
trabajo lingüístico-novedoso de Dios con el hombre. Sin embargo, viene a darle solidez a
este trabajo la industria fidei, que es la puesta en acción de la teología y toda su carga
especulativa. La teología ha de desembocar en la acción caritativa y en el servicio, es decir,
en la communio fidei. La teología se vive en comunidad. Esto contrarresta las dificultades
que menciona González de Cardedal para poder hablar con lenguaje nuevo de Dios.
Siguiendo a este último autor, Dios es la evidencia eterna a la vez que la novedad
eterna. Eta evidencia y novedad de Dios se le descubre al hombre cuando el teólogo es
consciente de la misio fidelium, es decir, cuando hay un verdadero diálogo evangelizador que
permita comprender el conocimiento de Dios con un lenguaje nuevo, pero a la vez claro. Esta
generación se parecería a la de Jesús que pide un signo al estilo de Jonás. Sin embargo, para
hacer evidente el signo de la Revelación por excelencia, que es Cristo, es necesario buscar
los elementos necesarios que hablen de Dios a la gente sencilla. González de Cardedal hace
referencia al símbolo y al arte. Sin duda, que son lenguajes de por sí claros de un mejor
conocimiento del Misterio divino.
Finalmente, Amozurrutia concluye que en teólogo es un hombre de fe. Cuando no
hay fe, el teólogo se convierte en un simple “especialista” de las cuestiones dogmáticas del
Misterio divino. Llega a tu término esta reflexión con la idea inicial de ésta: el teólogo es un
hombre, sí estudiado, sí preparado, si con argumentos, si con la habilidad para conjugar la
fides et ratio en la labor teológica, pero, sobre todo, un hombre que se arrodilla ante el
Misterio. Esto significa que ha encontrado la habilidad para hablar de Dios con un “lenguaje
nuevo” partiendo desde su experiencia de fe. Cuando se sabe del trabajo de un teólogo que
ha sabido combinar su trabajo especulativo de la ciencia de Dios y horas en oración ante el
Dios revelado; se podría decir con justa razón que es un trabajo que garantiza la mano de
Dios interviniendo. Da seguridad un trabajo teológico con la rigurosidad de un método y la
constancia en la oración. De esta manera, el verdadero teólogo es aquel hombre de fe; y que
además habla con un “lenguaje nuevo” de Dios.

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