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Este capítulo tiene como objetivo profundizar a dos niveles la muerte de Jesús. En primer
lugar, es reflexionar sobre cómo le afecta al mismo Dios la cruz e Jesús, en cuento hecho histórico.
El segundo nivel se deberá tomar en cuenta los presupuestos y consecuencias de esta concepción
de Dios para la existencia cristiana, que debe desembocar en la liberación en la historia.
A partir de la acción de Dios de resucitar a Jesús se da una nueva definición histórica de Dios.
Ya que en el AT dios es aquél que “oye e clamor de los oprimidos” y en el NT Dios es aquél que
“resucitó a Jesús” por tanto Dios aparece históricamente como quien tiene poder para renoval y
liberar toda la realidad. Y en esta última acción histórica se muestra su última esencia como amor
“Dios es amor”
“muere según el designio determinado y previo conocimiento de Dios”. Otros motivos explicativos
consisten en concebir la muerte de Jesús como nueva alianza, la cual necesitaba para su
cumplimiento sangre de víctimas. En la cruz Jesús ha cargado con el poder acusador de la ley y así
nos ha liberado de ella; ha eliminado la maldición de la ley.
La teología de la cruz debe ser histórica, es decir ha de ver la cruz no como un arbitrario
designo de Dios, sino como la consecuencia de la opción primigenia de Dios: la encarnación. La
cruz es consecuencia de la encarnación situada en un mundo de pecado que se revela como poder
contra el Dios d Jesús. Dentro de este contexto de conflicto teológico, el camino de Jesús a la cruz
no es causal sino que él mismo provoca al presentar una alternativa. Por otra parte, ese camino es
un proceso a la divinidad en el que intervienen como testigos Jesus por una parte y los poderosos
por otra.
Jesús es condenado por blasfemo. El camino de Jesús a la cruz es un proceso sobre la verdad
de Dios: o el Dios de la religión, en cuyo nombre se puede someter al hombre, o el Dios de Jesús
que es predicado como la buena noticia de la liberación del hombre, la cruz deja abierta la
pregunta por la verdadera esencia de la divinidad. Jesús fue un inconformista y liberal, por una
parte predicó un rigorismo ético exigente y exigió un total desprendimiento real de lo que
comúnmente es considerado como bueno de aquellos que le seguían. Por una parte relativizó las
exigencias de la ley judía. Lo importante es notar que el conflicto siempre latente con la
autoridades judías religiosas estaba en su concepción de terminada de Dios. Estas discusiones
sobre la verdadera esencia de la religión cobran un matiz gráfico y concreto en su trato con los
fariseos, como representantes oficiales, donde Jesús aparece a la manera profética como quien no
pertenece al aparato religioso, sino como quien desde fuera, pero en nombre de Dios, los
combate.
La radicalidad de los diferentes puntos de vista es lo que explica el trágico final de Jesús. No se
trata de investigar si el juicio del sanedrín fue justo o no en su sentido jurídico, sino de captar la
profundidad de la contradicción en la que está situado Jesús. Si es fiel a la encarnación, es decir,
sino se sale de su situación, su predicación de Dios va hacer necesariamente conflictiva. La
profundidad de ese conflicto le lleva a la cruz.
Jesús es condenado como agitador político. El camino de Jesús a la cruz es un proceso sobre el
verdadero poder que media a Dios: o el poder del imperio romano y también de los celotas o el
poder de Jesús. Este es el del amor situado y en este sentido es un amor “político”, no idealista.
Desde la cruz se agudiza la pregunta por la verdadera esencia del poder. El hecho de que Jesús
haya muerto no es una decisión de Dios independientemente de la historia, sino que es la
consecuencia de una decisión mucho más fundamental: la de encarnarse en una situación. Lo
fundamental entonces no es sólo la cruz, como final de una vida, sino la aceptación que Jesús hace
de la situación. El camino de Jesús está situado en un mundo de pecado, ante el cual Jesús tiene
que optar o por dar un rodeo o por recorrer el camino tal como es. De esta forma va a la cruz. Por
tanto la cruz es consecuencia del camino histórico de Jesús; entonces bien, la espiritualidad
cristiana no puede reducirse a la mística de la cruz, sino que consiste en el seguimiento del camino
de Jesús.
La cruz de Jesús pone en cuestión todo conocimiento de Dios basado en una teología natural.
Conocer a Dios es permanecer con Dios en la pasión. El conocimiento de Dios hay que plantearlo
desde la pregunta de la teodicea, es decir, desde la experiencia del mal en el mundo. Por otro
lado, en la cruz de Jesús el mismo Dios está crucificado. El Padre sufre la muerte del Hijo y asume
en sí todo el dolor de la historia. En esa última solidaridad en el hombre se revela como el Dios de
amor, que desde lo más negativo de la historia abre un futuro y una esperanza. La existencia
cristiana no es entonces otra cosa que participar en ese mismo proceso de amor de Dios al mundo
y de esa forma participar de la misma vida de Dios.
En virtud a lo anterior, la cruz no es la última palabra sobre Jesús pues, Dios le resucitó de
entre los muertos; pero la resurrección tampoco es la última palabra sobre la historia, pues Dios
no es todavía “todo en todo”. La existencia cristiana en la historia vive de la dialéctica de cruz y
resurrección de Jesús, que se traduce en una fe contra la incredulidad, en una esperanza contra
esperanza y en un amor contra la alienación.
momentos del misterio pascual. Por último, podemos decir que la cruz es lo que hace cristiana la
resurrección de Jesús, que solo manteniendo el escándalo de la cruz se puede concebir a un Dios
cristiano, al Padre de Jesús. Desde la resurrección de Jesús se suele decir hoy que Dios está
“delante de nosotros”, como expresión de la nueva formulación de su trascendencia.