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2 Sorgoap Acosta oz Sampan Ainanciados por esta Universidad y por Colciencias, el Ministerio de Culeura, el Instituto Distrital de Cultura y Turismo y el DAAD (Ser- vicio Alemén de Intercambio Académico). Gracias a ellos por haber participado en el apoyo sostenido al estudio y recuperaci6a de la obra de Soledad Acosta de Samper. ‘Agradezco también a Iberoamericana Editorial Vervuert y 2 sus, evaluadores por su interés en el libro. También por le lectura atenta y las sugerencia atinadas que lo hicieron moverse en Ia direccién de su forma final A Jorge, mi esposo, y a Felipe y Emilio, mis hijos, les debo el cuida- doy el buen humor sin los cuales ninguna empresa es posible. Teresa y¥ José, mis padres, siempre han estado ahi. Gracias a los cinco por su capacidad de asombro y su complicidad INTRODUCCION Este libro es una aproximacién a Ja escritura narrative de Soledad Acosta de Samper (Bogotd, 1833-1913), especificamente a su obra ¢s- ‘rita entre los afios 1853 y 1878. La lectura de stt obre de ese periodo permite observar un proceso: durante esos veinticinco afios la autora emerge como escritora en st diario intimo (1853-1855) y comienza su escrirura piblica como corresponsal de dos periédicos hispanoa- mericanos (1859-1863), construyendo una voz. autorial que le permite presentarse como novelista desde 1867 y finalmente fundar su propio proyecto editorial en 1878 con su periddico La Mujer (1878-1881). El libro aborda este extenso y complejo proceso, y Io caracteriza con respecto a su obra general y a su contexto cultural Soledad Acosta escribié sin cesar hasta el afio de su muerte. Den- to de esta larga historia de escritura, propongo que su narrative de ficcién aparecida entre 1864 y 1878 se lea como ua perfodo tempra~ no dedicado a lo que he lamado relato letrado de género. Se trata de ua periodo muy prolifico en su novelistica en el cual predominan las protagonistas de la clase letrada: a través de ellas Ia autora reflexiona sobre la subjetividad femenina de su clase y problematiza el modelo republicano burgués y roméntico que se le propone. El aio de 1878, con Is fundacién de su revista La Mujer, inaugura un nuevo proyecto escritural, como espero mostrar. El libro que aquf presento recoge mi investigaci6n de los éltimos quince afios. De tal manera, incorpora una reflexi6n sostenida y de~ cantada, pero refiere también hallazgos hechos durante mis proyectos de investigacién y edicién de manuscritos, rescate de publicaciones hhemerograficas y reedicién de libros aparecidos solo en el siglo 20x. En Ja reflexién que presento aqui, si bien retomo resultados parcia~ les aparecidos ya en capitulos de libro y articulos de revista, vuelvo u Sotspap Acosti 0# Samrex a ellos con el objetivo de mirarlos en su conjumto y desde una nueva perspectiva, alimentada por nuevas lecturas de textos conocidos ¥ por estadios de rextos abordads en este libro por primera vez. Cuando conocf a Soledad Acosta a través de Montserrat Ordétiez (4941-2001) y lef los trabajos de otros pioneros como Flor Maria Ro- driguez-Arenas (1991) y Gilberto Gémez Ocampo (1988) —pues dos historiadores se haban ocupado de ella en los aiios 1930 y 1950 respecti- vamente: Gustavo Otero Muiioz y Bernardo Caycedo—, esta autora era casi desconocida: en cada articulo que escribfamos parecfa que debfamos ‘presentarla como si fuera la primera vez.y sus textos podian idensficarse ‘y conseguirse solo pasando enormes dificultades. El trabajo hecho desde finales de la década de 1980, en el cual mas tarde inscribi el mio propio y al cual se han incorporado numerosos investigadores de varias lati- ‘udes, ha logrado dar de nuevo a su nombre la relevancia que suvo en vida dentro de su contexto cultural. Recuperada inicialmente desde los estudios literarios, y principalmente en lo relacionado con sus primeros afios como novelista, en afios mas recientes su amplia obra periodistica, incluida la hist6rica, la de tems religioso, sus ensayos de género y sus re- Itos de viaje, se ha hecho ya objeto de estudio. Las conversaciones entre sus estudiosos son cada vez mas complejas e informadas, y se va pasando ya de la epologia a la discusién més decantada, capaz observar su obra como un elemento més de ese mundo complejo y contradictorio que es, cl siglo x1x en Hispanoamérica, y en occidente en general. El contexto académico mas reciente de este libro es el de la cele- bracién del aiio 2013 como Afio Soledad Acosta de Samper por parte del Ministerio Colombiano de Cultura, en conmemoracién de los cien aiios de muerte de la autora. Este hecho abrié un nuevo escenario ins- tinucional para visibilizar su amplisima producci6n y permitir que su nombre dejara de ser desconocido fuera del Ambito académico para comenzar a llenarse de significado y permitir su recuperacién como parte del patrimonio colombiano y latinoamericano. En el marco del ‘Ado se celebré un simposio internacional y multidisciplinar en memo- tia de Montserrat Ordéfiez (cuyos resultados serdn recogidos pronto en un libro). En 1988 esta académica, intuyendo que en el siglo xxx colombiano no habia solo escrivores sino también escritoras, se pro- ‘puso encontrarlas: asi descubri la obra de Acosta y comenzé a leerla, asombrada de que hasta ese momento no hubiera sabido nada sobre ella. En 1998 disefié un proyecto de investigacién, “Soledad Acosta Iyrmopucerés 8 de Samper y la construccién de una literatura nacional”, cofinanciado por Colcieacias (Instituto Colombiano para el desarrollo de la Ciencia y la Tecnologia) y la Universidad de los Andes, y cre6 un grupo de investigacién que ha seguido activo después de su prematuro falleci- miento y que hoy es liderado por mf. En 2013 se cumplicron pues, no solo cien afios del fallecimiento de Acosta de Samper sino, también, veinticinco afios de un teabajo importante dentro de la recuperacién y visibilizaci6n de la narrativa de esta autora. Estas no son simples anécdotas. Los datos resefiados permiten ob- servar que la comprensién de la obra de Soledad Acosta parece no haber sido posible sino hasta la década de 1980. En e508 afios, la veoria critica en general, y en particular la feminista, hizo posible un nuevo acercamiento a los estudios literarios: permitié volver a abordar los contextos de produccisn y de recepcién de los textos, ahora a partir de herramientas sofisticadas de anilisis literario que permitieran ¢s- tudiar la historia en sentido amplio atendiendo a su vez a la opacidad del lengusje y a su cardcter performativo y politico, en sentido fuerte. En 1867, cuando aparecié la novela Maria de Jorge Isaacs (1837- 1895), Soledad Acosta estaba publicando sus primeras novelas por en- tregas en los periédicos. Maria recibié una atenci6n critica que nunca recibieron las novelas de Ia autora en Ia época. A esto podsia respon- derse que muy pocas novelas, en general, recibieron atenci6n critica. Pero el silencio en torno a una escritora tan prolifica no deja de llamar la atencién, ai cubre por igual a otras mujeres de su momento, como comentaré més adelante (capitulo 1). En 1867, el mismo afio de publi- cacién de Maria, apareci6 su novela Dolores, y dos afios después apa- reci6 su primer libro, Novels y cuadros de la vida suramericana. Cien afios después, se habfan publicado més de ciento cincuenta reediciones de Maria y ninguna del libro de Soledad Acosta: su primera reedicién aparecié én 2004, ciento treinta y cinco aios después de la primera y Gnica edicion hasta entonces. Por esto Montserrat Ordéiiez tinulé *Cien afos de escrinura oculta” su articulo sobre Soledad Acosta, Elisa Mjica y Marvel Moreno (1995), ex el cual induye owas dos mujeres importantes de diferentes momentos de la literatura colombiana y que carecea de lugar claro en nuestra historiografia literaria, una de ellas, contemporinea de Garcia Marquez y Ia otra de la generacién siguiente. La edicién de 2004 de Novelas y cuadros es un signo elocuente dentro de la historia de la recepcién de la obra de la autora. Muchas 6 SoLEDaD Acosts: Dr-SamPen mujeres de América y de Europa estaban escribiendo en la segunda smicad del siglo xrx. Cada pais hispanoamericano tiene en ese momen- to al menos una escritora de Ia estatura de Soledad Acosta, o similar. Todas saben que otras mujeres estén escribiendo en los paises vecinos, considerados hermanos, y se leen entre ellas y promueven Ia lecrura de sus obras, segtin puede leerse en las notas que publican unas sobre otras en los periédicos, o en los enormes catilogos de figuras femeni- ras que hacen algunas de ellas, incluida Soledad Acosta (Le mujer en la sociedad moderna, 1895). Pura Fernéndez lo ha mostrado en detalle en su articulo de 2511. El movimiento editorial es importante. Pero algo diferente ocurre con Ia recepcién critica: ademas de imprevistas (as mujeres no deben escribir novelas), las obras de estas escritoras, resultaron extraiias. Sus protagonistas son muchas y variadas, ninguna es la mujer en singular, ninguna de ellas ¢s el ideal femenino republi- cano, Las mujeres de estas novelas se contradicen, son heterogéneas, ¥ muchas tienen bibliotecas, len y escriben, y se preguntan sobre el amor, el matrimonio y las condiciones sociales y econ6micas de las mujeres en la época. Los lectores especializados durante més de un siglo quizé no comprendieron sus proyectos eseriturales: no supieron como situar a estas escritoras, ni a sus personajes ni sus novelas. Lavoz de Soledad Acosta no circulé adecuadamente en su momen- tot me atrevo a afirmarlo atendiendo no solo a la escasez de escritos de sus contemporéneos sobre ella sino también al silencio que cubrié su obra después de su muerte. En vez de trenzas y delantales como sefialé Nina Scott (1999) al contrastar a sus personajes con la joven Maria de Isaacs—, Acosta dejaba libros y péginas en los periédicos, no seguia el modelo esperado. La suya es una voz inesperada, imprevista, y su existencia misma es irreverente. Quiz4 se la quiso ocultar, quizé simplemente pasé desapercibida, o-hubo una mezcla de ambas cosas, ademés de incomprensi6n.* Por esta razéa Ia recepcién adecuada de esa narrativa tuvo que esperar hasta la década de 1980, como sefalé antes. En Colombia, y especificamente sobre Soledad Acosta, Montserrat Ordéfiez y Aida 4, En "Misign de Ia etertora on Hispancarsérica”, on ou versi6a de 1895, arma «gue “una mujer que excribe para la prensa no ¢s mal mireda en la sociedad; al coatrario selaatiende 7 respeta (cuando nose la envidiey se la hace la guerra bajo cuerda)” (8. Mi éafasis). Ese paréntesis ednico es curioso, y muy seguramence contiene una demu cia de sa situacion, cena eR, | Inrropeeeréx—- vy Martinez publicaron juntas en 1989 una antologta de relatos breves dela autora y que inclufa también la novela Dolores; por esos mismos afios Flor Maria Rodrfguez-Arenas haba comenzado también a estu- diarla. Hubo que esperar hasta los afios 1980 para tener nuevas herra- mientas criticas y te6ricas que permitieran entender los proyectos na~ rrativos de estas mujeres del siglo xrx. Estas nuevas lecturas permiten ver que lz anomalia de sus novelas no es imperfeccién sino diferencia, obra de escritoras que, por supuesto, se hacian preguntas diferentes a los escritores: no podia ser de otra forma en medio de las circunstan- cias de analfabetismo y marginacién en la cual desarrollaban sus vidas sus congéneres. Los estudios feministas —y el libro Las romédnticas de Susan Kirpatrick (1989) cs un buen ejemplo— hicieron compren- sibles estas novelas: la escricura en general, y la de ellas en particular, no puede entenderse dentro de marcos esteticistas, pues son novelas, que exigen que se las lea dentro del campo literario en sentido ampli hay que rastrear a sus lectores, las formas de circulaci6n, la politica, Iz economia, las relaciones sociales que las motivan y permean? Con esta publicaci6n, enmarcada en este contexto, espero contri- buir al estudio de las eseritoras hispanoamericanas del siglo xnc pro- fundizar en la caracterizacién de una de sus voces y ampliar el corpus visible de esa narrativa llamando la atencién sobre ritalos poco cono- cidos e incluso desconocidos del todo. También abonar el terreno en el cual se desarrolla la valoraci6n de le obra de esta prolifica y multi- facética escritore, caracterizando las primeras décadas de su escritura y lo que propongo como su primera y mas prolifica etape narrativa. Fl capitulo 1, titulado “Mujer y escritura en el siglo xn", busca ‘situar a Ia autora y su obra en el contexto del discurso de género de- cimonénico: examinz de forma preliminar —dado que el detalle es tema de los capitulos siguientes— la manera como Acosta inserta su escritura publica en un circuito predominantemente masculino y ea un momento en el cual el acceso de las mujeres a la palabra escrita estaba muy restringido y regulado; también qué significa la insercién de esa voz en ese espacio tan politico del siglo xxx que es la escrivura Los siguientes capitulos emprenden un recorrido cronolégico por su 2. Los wabsjos criticos sobre la autora escritos hasts 2004 quedaron en buena parte recogidos en el libro Soledad Acosta de Samper. Esericura, género y naciin en el siglo sux (Edicign de Carolina Alzate y Montserrat Ord6hex. Madrid/Prankfare tberoame- eana/Verruert, 2005). 18 Sorspap Acosta pe Sauren escrisura. El capitulo 2, “El diario intimo o el comienzo de una escri- tura”, estudia el diario escrito por la joven Acosta entre los veinte y los veintidés afios: se trata de un diario de amor y de lecturas que narra su vida on la cotidianidad de Bogoté y también durante los ocho meses de la dictadura de 1854. Es el diario de una joven patriota enamorada que comienza un poco a tientas la exploracién del campo letrado y termina convertida en escritora. En el capitulo 3, “La corresponsalia desde Paris”, examino las primeras incursiones de Soledad Acosta en el periodismo y cémo ellas le permiten conformar una autoridad para comenzar a publicar relatos de ficcién en 1864 ya de regreso en Bogo- 14, Sus primeras novelas aparecen por entregas a partir de 1867 y son recogidas en libro en 1869. Por esta raz6a el capitulo 4, “Las novelas psicolégicas, 0 cmo no morir de amor”, aborda el examen de ese li- bro (en particular la novela Teresa la limefia) y estudia novelas pos- veriores que se conservaron solo en periddicos (Lara y Constancia) © que estén incluso inéditas (Elisa o los corazones solitarios) pero que pertenecen a un mismo proyecto narrativo: ese en el cual predomina Jo que he llamado relato letrado de género. Este corpus puede ubicarse dentro de un subgénero qué la autora con frecuencia denomina “nove~ la psicoldgica” (1867-1876) y que se aborda también en el capitulo. Mi reflexin me leva a afirmar que Una holandesa en América, “novela psicolégica y de costumbres” publicada por primera vez en 1876, cie- ra el periodo de reflexién de la autora sobre la subjetividad femenina letrada, dando paso a un proyecto de madurez més abarcador ¥ nacio- nal, y més conservador también (inscrito en el llamado feminismo libe- ral que caracterizaré en su momento). Ese nuevo proyecto, abordado en el capitulo 5, toma forma, segtin propongo, en la empresa edicorial adelantada por ella en su revista La Mujer y cuyos rasgos, en lo que se relaciona con el relato de género, estudio en su novela Doria Jerinima, aparecida alli en 1878. En esta revista aparecen sus novelas de costum- bres y comienza a predominar la novela hist6rica, gémero que marcaré su produccién de ficcién hasta el final de sus dias. En Doria Jerénina aparecen con mayor protayvuisime las mujeres de clases subalecrnas, hecho que también ser examinado y contrastado con personajes de este tipo de su narrativa temprana. Asi, el estudio de esta narrativa se cierra con una reflexién sobre la manera en que la autora aborda la subjetividad femenina no letrada y lo que puede derivarse de allt. SOLEDAD ACOSTA DE SAMPER EN LA ESCENA POL{TICA DE LA ESCRITURA La generaci6n a la que pertenece Soledad Acosta (1833-1913) es una generacién que trabaja con ahinco en fundar una nacién. Los letrados de su momento pertenccen a la primera generaci6n nacida después de la independencia. Muy comprometidos con su pais, agudos, estudio- sos y conocedores del contexto mundial, se empefaron en conver- tir el territorio en una patria, como puede leerse en periddicos de la &poca (ie. El Bien Pablico, Prospecto, n° 1, 1870). Fueron viajeros, periodistas, senadores, presidentes, profesores, directores de colegio, novelistas y poetas, editores, y con frecuencia todo eso a la vez. Como sabemos, no combinaron su trabajo en estos campos por dilerantes todavia no se habfan definido las disciplinas como las conocemos y sentfan que habja ademas mucho por hacer. ‘Més que describir el pais, esos letrados Jo estaban escribiendo, como lo sefialé Angel Rama en La ciudad letrada (1984). Siguiendo con Rama, poder escribir y publicar lo escrito era detentar un poder. Eso lo sabja Soledad Acosta desde muy joven, y sabia también lo pre caria que era la educaci6n de las mujeres. La madre de su esposo, José Maria Samper (1828-1888), perteneciente ¢ la élite criolla, aprendis a escribir cuando tenia alrededor de treinta afios: su hijo de doce se iba a estudiar a Bogor y ella queria poder escribirse con él, Segiin cuenta ‘Samper en sus memorias, a su madre le habian ensefiado a leer pero n0 ‘a eouribis, y podia leer solo letra impresa: quienes la educeron querian que pudiers leer catecismos ¢ historias de santos, pero no leer “bille~ ticos” (cartas de amores) ni escribir (Historia de una alma, 1880. 22), Esta situaci6n no era poco frecuente, y Jas mujeres que sabian leer y escribir en su mayoria habfan recibido una educacién muy elemental. 2 Souspap-Acosta De SaMPER ‘Como sefiala Olge Lucia Zuluag, en 1832 se fund6 el primer co- legio oficial femenino, el Colegio de La Merced, y se fundaron otros cuatro colegios privados. “Se impartié [lo que] por entonces se de- nominaba ensefianza elemental, adiciondndole ensefianzas ‘propias a su sexo” (178). Las cftedras del Colegio de La Merced eran cinco: “Ensefiar leer, escribir y contar; ensefiar la gramitica espaiola y francesa; dibujo y labor propia del sexo; principios de moral, religion, urbanidad, economfa doméstica; elementos de misica instrumental y vocal” (44). Zuluaga sefiala que en 1821 se habia promulgado la Ley 8 sobre creacién de escuelas de primeras letras, cuyo articulo 17 afirma que la educacién de las nifias cs “de mucha importancia para la felici- dad pablica” (43). El Congreso de Cticuta (1821) establece a la mujer como buena esposa y madre de familia: “Para la mujer, la familia es, Ja instimucién moralizadora y en la made se encuentra la maestea de a moral y buenas costumbres” (Zuluaga 43). Desde 1783 existia el colegio femenino religioso de La Ensefianza, y la fundacién de cinco colegios mas para nifias en 1832 sefiala que la educaci6n de las mujeres era relevante en lz época. Con todo, segtin datos del libro Historia de la educacién en Bogota (2002), en 1834 haba en la ciudad sesenta escuelas para nifios (dos mil seiscientos setenta y cuatro alumnos) y nueve para nifias (tescientas aluminas) (Historia 47): esto arcoja la cifra de una nifia escolarizada por casi diez nifios, con un curriculo ademas muy diferente para cada género. La educacin de las futuras madres ¥ esposas republicanas era importante pero restringida; dado que el discurso de la época las describfa en infancia eterna, no se las educaba para la ciudadanfa: su supuesta racionalidad precaria exigia que estu- vieran bajo la tutela de los varones, ellos s{ ciudadanos. ‘Asf, definidas como hijas, esposas, madres o hermanas, eternas me- nores de edad, debian estar bajo la tutela deun var6n. La mujer republi- cana, ese ideal femenino cuidadosamente caracterizado por Elizabeth Garrels (1989) entre otras, es responsable del bienestar de la familia y por esto el rol que se le asigna es muy importante: el hogar debfa ser lugar de descanso del ciudadano que regresaba a él después de la lucha publica (el senado, el periddico, la imprenta, la universidad), y en ese hogar debian recibir los hijos su primera educacién. Esta es la raz6n por ! Ia cual los letrados escriben prolificamente sobre el deber ser femenino, hecho al cual también se ha referido Garrels para el caso argentino pero que se observa en todos los paises hispanoamericanos en la época. Pero i A ESCRITURA 1 eran los hombres, en general, los que escribian sobre ellas, y con alguna frecuencia para ser lefdos solo por hombres (Garrels); ellos escribieron decenas de tratados y de articulos sobre qué cosa debia ser una mujer en la reptblica, qué se esperaba de ellas, cuél debia ser su lugar y su misin. Segiin se afirma en el libro mencionado sobre la historia de la educacién en Bogoté, el proceso de escolarizacién femenino a lo lar- g0 del siglo corrié al margen de las reformas educativas oficiales que cobijaron la escolarizacién masculina (177): el “coraz6n del nifio” fue objeto de disputa entre el Estado y la Iglesia, no asi el de la nifia; ambas instituciones “establecen una alianza moral para disputarlo a Is imagi- nacin, las pasiones, la ensofiaci6n, etc.” (181). A partir dela década de 1870 la escolarizaci6n femenina recibié un nuevo impulso por parte del Estado y se crearon las primeres escuclas normales femeninas en el pais (177). Dos décadas después, en 1890, se emprende una escolarizaci6n formal de las nifias (181). Soledad Acosta sabfa leer y escribis, pero en sentido fuerte, no ala manera de “lees, escribir y contar”, como rezaba una de las cétedras, del Colegio de La Merced. Més aiin, queria escribir para el piblico, queria manifestarse como sujeto pleno, contribuir formalmente a lz construccion de la naci6n y a definir el papel de las mujeres dentro de ella. Ahora bien, si las colombianas del momento tienen una relacién tan preceria con Ia culmara,

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