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JAVIER OSUNA, S.J.

AMIGOS EN EL SEÑOR
Unidos para la dispersión
Génesis de la comunidad en la Compañía de Jesús
y su expresión en las Constituciones

Desde la conversión de San Ignacio (1521)

EDICIONES MENSAJERO

Sal Terrae
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cial, por cualquier medio o procedimiento técnico, de esta publicación -incluido el
diseño de la misma y las ilustraciones- sin permiso expreso del editor.

© Javier Osuna
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Apartado 73 - 48080 Bilbao
ISBN: 84-271-2145-8
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Apartado 77 - 39080 Santander
ISBN: 84-293-1253-6
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Printed in Spain

Impreso por Grafo, S.A. - Avda. de Cervantes, 59 (DENAC) - Basauri (Vizcaya)


Dedico este texto

Con tierno recuerdo, al padre Pedro Arrupe, que vibró con


aquellas palabras espontáneas de Ignacio: «los nueve
amigos en el Señor» y las rescató para los documentos de
la Compañía como expresiva descripción de lo que somos.
No puedo olvidar las varias ocasiones en que me estimuló
con apremio a que publicara este trabajo.

Con impagable gratitud, a la memoria de los padres Gervais


Dumeige e Ignacio Iparraguirre. Aquel, como mi director
de tesis en la Universidad Gregoriana, siguió con particu-
lar esmero cada paso de la investigación, la ilustró gene-
rosamente con sus sabias sugerencias y encomió con exce-
sivas palabras los resultados; Ignacio Iparraguirre fue
incondicional consultor y alentador maestro en todo mo-
mento. El uso del «nos» a lo largo del libro, quiere testi-
moniar y avalar aquel inolvidable tiempo de investigación
«en equipo».

Con inquebrantable esperanza, a los jóvenes estudiantes de la


Compañía de Jesús, «nuestros sucesores, si Dios quiere
que tengamos en alguna ocasión quienes nos sigan en este
camino» (Fórmula del Instituto V). Pensando en ellos he
emprendido con genuino entusiasmo la preparación de
estas páginas para su publicación, respondiendo a la mag-
nánima invitación del P. Ignacio Iglesias a incorporarlas
en la colección Manresa que él inició y actualmente diri-
ge. Ojalá que su lectura los inspire a reproducir en la futu-
ra Compañía, con fidelidad creativa, la amistad en el
Señor Jesús que nos aglutina en un cuerpo concebido para
servir en la Iglesia a todas las gentes, en dispersión apos-
tólica.
ÍNDICE

SIGLAS Y ABREVIATURAS 11
PRESENTACIÓN 13

PARTE PRIMERA
Despunta la comunidad

1 . Génesis de la comunidad 15
Introducción 15
Peregrino en el camino del servicio 20
El primer ideal: de Loyola a Manresa 20
Manresa: despertar de un proyecto apostólico y comunitario... 26
A orillas del Cardoner 31
Proyección comunitaria del ideal apostólico 33
Las meditaciones del Rey y de dos Banderas 42
El pensamiento de Polanco 45
La práctica de dar Ejercicios a otros 48
Los grupos de mujeres devotas 49
Jerusalén, confirmación del ideal 51
A la búsqueda de compañeros 53
¿Qué hacer en adelante? 53
Barcelona, Alcalá, Salamanca: el grupo primero 56
Características del grupo 57
Actividades de los «ensayalados» 59
Tropiezos y dificultades en Alcalá y Salamanca 61
Conclusiones 66

2. El grupo de amigos en el Señor 71


Los tres primeros amigos 74
Van llegando los demás 76
Elección en Ejercicios 78
Deliberaciones de 1534 81
15 de agosto de 1534 en Montmartre 88
8 AMIGOS EN EL SEÑOR

Vida en común después de Montmartre 89


En busca de salud por los aires natales 94
Los nueve amigos dejan París y viajan a Venecia 95
El año de espera: Enero 1537. Pascua 1538 98
Reencuentro en Venecia: primera consulta 98
Regreso de Roma: segunda consulta 103
Reunión en Vicenza: tercera consulta 107
El nombre «Compañía de Jesús» 109
Hacia Roma: la visión de La Storta 113

3. De la comunión de amigos a la constitución de la Compañía.. 121


Introducción 121
SECCIÓN PRIMERA: REUNIÓN, PERSECUCIÓN, DELIBERACIÓN
Y OFRECIMIENTO 122
Congregación de la «compañía» en Roma 122
Contradicciones y persecuciones 125
Deliberación y ofrecimiento 126
«Unidos y coligados en un cuerpo» 128
Cinco Capítulos a consideración del Papa 130
La comunidad se dispersa: primeras misiones 134
SECCIÓN SEGUNDA: Los PRIMEROS DOCUMENTOS 141
Deliberaciones de 1539 142
Introducción a la lectura del documento 143
El método de discernir 144
«Tres preparaciones del espíritu» 147
Aplicación comunitaria del primer modo de hacer elección 148
Las dos grandes «deliberaciones» o decisiones 151
Determinationes Societatis 156
«Prima Societatis lesu Instituti Summa» y Bula «Regimini militantis
Ecclesiae» 160
Introducción 160
La comunidad en los Cinco Capítulos 162
Constituciones de 1541 171
Introducción 172
Contenido de las Constituciones 173
Forma de la Compañía y Oblación 179
Elección del General 180
Los votos de los compañeros 181
La oblación de la Compañía 183

PARTE SEGUNDA
Su expresión en las Constituciones

4. Un cuerpo apostólico esparcido por el mundo 191


Introducción 193
8
Misiones del Papa 19
ÍNDICE 9

La intención del voto 200


Disponibilidad 206
Misionar en pobreza 206
Instrucciones para la misión 209
Movilidad 210
Misiones del Superior 211
Recomendaciones al Superior 213
Recomendaciones a los enviados 217
Cuáles personas deba enviar para tales lugares y cosas 218
En qué número envía y cómo juntados 220
En qué modo los envía y cómo los ayuda después de
enviados 223
Apéndices sobre San Ignacio y la "Compañía dispersa" 227

5. La comunión en las instrucciones para la misión 229


Introducción 229
A los padres Broét y Salmerón, enviados a Irlanda 231
Normas para el camino 233
Relaciones entre sí 235
Ministerios entre los prójimos 237
Relación con todo el cuerpo de la Compañía y con su cabeza.... 244
Apéndice: Lista de las instrucciones utilizadas 249

6. La comunidad en la Compañía que reside en casas


y colegios 253
Introducción 253
Origen de las casas o residencias 255
Los colegios para los escolares 258
Ulterior evolución e impacto de los colegios 261
Las casas de probación 270
El trabajo en las comunidades residentes 276
Ministerios ajenos a la comunidad 279
¿Son las casas y colegios una forma de misión? 281
La «habitación» de la Compañía, descrita por Nadal 284

7. La vida según el Espíritu: perspectiva comunitaria 291


Introducción 291
Una comunidad pobre 294
Gratuidad de ministerios, limosnas 299
Pobreza personal y vida común en lo exterior 304
Nuestra vida es común en lo exterior por justos respectos 308
No usarán los nuestros tener Coro 313
¿Oración común en la Compañía? 318
Señalarse en obediencia 322
Lo que la discreta caridad les dictare 332
Buscar y hallar a Dios en todas las cosas 333
10 AMIGOS EN EL SEÑOR

Como en la vida toda, así también en la muerte 340


8. Unión de la Compañía dispersa. El ritmo, dispersión y
congregación 345
I. I_A UNION DE LOS ÁNIMOS 348
1 . De parte de los miembros de la Compañía 348
Personas escogidas y mortificadas 349
Ejercitadas en obediencia 351
Guardar la subordinación 353
Apartar los autores de división 354
2 . De parte de los Superiores 356
Cualidades personales 356
Crédito y autoridad 357
Gracia o carisma para conducir la comunidad 357
Lugar de residencia 360
3. Ayudas de ambas partes 361
El amor de Dios nuestro Señor 361
La uniformidad 370
La comunicación 377
El Colateral: compañero y amigo, confidente, consejero...
ángel de paz 382
II. LA UNION PERSONAL EN CONGREGACIONES 390
Tiempos de congregarse 392
Composición de la Congregación 393
La elección del General 396
Manera de tratar los negocios 398
9. Confirmar y establecer más la unión y congregación que
Dios ha hecho, reduciéndonos a un cuerpo 403
Introducción 403
I. D E LO QUE TOCA A LA CABEZA Y GOBIERNO QUE DE ELLA DESCIENDE .... 4 0 5
1 . Autoridad del General sobre la Compañía 405
Necesidad de un Prepósito General 405
Cualidades del General 406
Autoridad y estilo de gobierno del General 409
2 . Autoridad o providencia de la Compañía acerca del General..... 4 1 3
3. Relación entre la cabeza y el cuerpo 415
4. Participación de la comunidad en el discernimiento 417
Participación de la comunidad en su propia configuración 419
Participación de la comunidad en la elección de superior 429
Discernimiento y consulta en la casa romana bajo Ignacio 437
Progresiva institución de la consulta 441
II. D E COMO SE CONSERVARA Y AUMENTARA TODO ESTE CUERPO
EN SU BUEN SER 445
EPILOGO 455
BIBLIOGRAFÍA 461
11

SIGLAS y ABREVIATURAS

MHSI Monumenta Histórica Societatis lesu


AHSI ARCH1VUM HISTORICUM SOCIETATIS IESU
Annot. in Const. MHSI. P. H. Natalis Annotationes in Constitutio-
nes S.I., Nadal, V
Annot. in Exam. MHSI. P. H. Natalis In examen Annotationes, Na-
dal, V
Autob. Autobiografía de San Ignacio de Loyola
BAC Biblioteca de Autores Cristianos, San Ignacio de
a
Loyola, Obras, 6 edición
Bobadilla MHSI. Bobadillae Monumenta. Nicolai Alphonsi de
Bobadilla gesta et scripta
Broét MHSI. Epistolae PP. Paschasii Broéti, Claudii Jaji,
Joannis Codurii et Simonis Rodericii
CG Congregación General de la Compañía de Jesús
Juan Alfonso de Polanco, Vita Ignatii Loiolae et
Chron. rerum Societatis lesu historia (Chronicon), 6 vol.
MHSI. Monumenta Patris Hieronymi Nadal, V,
Dialogi Commentarü de Instituto: Dialogi (1562-1565), pri-
mus et secundus.
Diario Diario Espiritual de San Ignacio de Loyola
Ej. Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola
Epist. Mixtae MHSI. Epistolae mixtae ex variis Europae locis,
1537-1556, 5 vol.
Examen Constituciones: Primero Examen y General
Fabro MHSI. Beati Petri Fabri primi sacerdotis e Societa-
te lesu epistolae, memoriale et processus
FN MHSI. Monumenta Ignatiana, series quarta, Fontes
Narrativi de S. Ignatio et de Societatis lesu initiis, 4 vol.
IHSI Institutum Historicum Societatis lesu
Instit. S.l. Institutum Societatis lesu, Roma, 3 vol.
Laínez MHSI. Epistolae et acta Patris Jacobi Lainii, 8 vol.
Laínez Epist. Epístola Patris Laynez de patre Ignatio (1547), en
FN, I
12 AMIGOS EN EL SEÑOR

Litt. Quadr. MHSI. Litterae Cuadrimestres ex universis praeter


Indiam et Brasiliam locis in quibus aliqui de Socie-
tate lesu versabantur Romam missae. 7 vol.
Memorial Memorial del P. Luis Gocalves da Cámara, en FN, I
MI, Const. MHSI. Monumenta Ignatiana, series tertia,
Constitutiones Societatis lesu, 3 vol.
MI, Epp. MHSI. Monumenta Ignatiana, series prima, Sancti
Ignatii de Loyola epistolae et ¡nstructiones, 12 vol.
Mon. Paed. MHSI. Monumenta paedagogica Societatis lesu
Nadal MHSI Epistolae et monumenta P. Hieronymi Nadal
(1546-1577), 5 vol. (Vol. V: Commentarii de Insti-
tuto Societatis lesu).
Pláticas espirituales en Coimbra (1561) edit. Miguel
Nicolau, Granada, Facultad Teológica S.I., 1945
NC Normas Complementarias de las Constituciones,
CG 34.
Pol. Compl. MHSI. Polanci complementa: Epistolae et Com-
mentaria, 2 vol.
Reg. Soc. MHSI. Monumenta Ignatiana, series tertia, Regu-
lae Societatis lesu (1540-1556)
Ribadeneira Patris Petri de Ribadeneira Confesiones, epistolae
aliaque scripta, 2 vol.
Rodrigues MHSI. Epistolae PP. Broétii, Jaji, Codurii et Slmo-
nls Rodericii.
Commentarium de origine et progressu Societatis
lesu, FN.III
Salmerón MHSI. Epistolae Patris Alphonsl Salmeronis, 2 vol.
Scholia in Const. Jerónimo Nadal, S.l. Scholia in Constitutiones.
Biblioteca Teológica Granadina, Granada, 1976
Scripta MHSI. Monumenta Ignatiana, series quarta, Scripta
de S. Ignatio de Loyola, 2 vol.
Summ. hisp. De origine et progressu Societatis lesu auctore P.
Joanne de Polanco, en FN, I (en español)
Vita latina De vita P. Ignatii et de Societate lesu initiis, aucto-
re P. Joanne de Polanco, en FN, II

Xavier MHSI. Monumenta Xaveriana: Epistolae S. Fran-


cisci Xaverii aliaque eius scripta. Nova editio, 2
vol. (Monumenta missionum)
PRESENTACIÓN

Hace veintidós largos años, vio la luz lo que hoy podríamos lla-
mar primer boceto de esta obra: «Amigos en el Señor». Estudio
sobre la génesis de la comunidad de la Compañía de Jesús, desde
la conversión de San Ignacio (1521) hasta la redacción de los pri-
meros ensayos de las Constituciones (1541), C.I.R.E., Bogotá,
1975, 255 págs.
La sola comparación del título con el de la presente obra indica
que nos encontramos ante un texto nuevo. O ante aquel crecido y
madurado. La presente obra engloba ya la redacción ultimada de
las Constituciones, como se encontraban formuladas a la muerte
de Ignacio (1556). La simple comparación de los índices Generales
de las dos obras basta para confirmar que la primera no sólo ha
sido revisada, refundida y actualizada (el autor manifiesta con
espontánea sinceridad el deseo de que retiremos su libro de 1975,
que no duda en calificar de primerizo), sino completada con lo que
constituye casi las dos terceras partes de la presente obra.
Pero, sin duda, la mayor novedad radica en la reinterpretación,
que el autor hace, de la comunidad de la Compañía de Jesús, a la
luz de la reflexión y de la experiencia de ésta durante los últimos
veintidós años. Hasta hoy mismo. Un símbolo de esta reinterpreta-
ción es el subtítulo misionero que el autor ha elegido estudiada-
mente: "Unidos para la dispersión" quiere expresar la teología igna-
ciana más original de la comunidad apostólica, que Ignacio de
Loyola intuyó como forma de Vida Religiosa bien diferenciada de
las hasta entonces conocidas.
Es nuestro deseo que esta obra, madura y completa, haga en
hondura el servicio que la primera hizo explorando horizontes de
sentido de la comunidad primera de la Compañía de Jesús. Es evi-
dente que el tema "comunidad" sigue siendo de máxima actualidad.
El descrito en esta obra transciende las fronteras de la Compañía
de Jesús en muchas de sus intuiciones fundamentales y resulta
14 AMIGOS EN EL SEÑOR

una síntesis, casi exhaustiva, de las genialidades carismáticas de


Ignacio, en las que se han inspirado no pocas formas de segui-
miento de Jesús. Estamos lejos de haber extraído sus sentidos y
sobre todo, de haberlos vivido.

Colección MANRESA
Parte primera

Despunta la Comunidad
«Vosotros son mis amigos, si hacéis
lo que yo os mando»
(Jn 15, 14)
«Permaneced unidos a mí, como yo
permanezco unido a vosotros»
(Jn 15, 4)
17

GÉNESIS DE LA COMUNIDAD

Introducción

El 24 de julio de 1537 Iñigo y sus compañeros seguían espe-


rando en Venecia la primera oportunidad para pasar a Tierra
Santa. En una carta fechada ese mismo día a Juan de Verdolay,
escribía Iñigo: «De París llegaron aquí, mediado Enero, nueve ami-
gos míos en el Señor, todos maestros en artes y asaz versados en
teología, los cuatro de ellos españoles, dos franceses, dos de Sa-
voya, y uno de Portugal, los cuales todos, pasando por tantas
afrentas de guerras y caminos largos a pie, y en la fuerza del
invierno, entraron aquí en dos hospitales, divididos para servir a
pobres enfermos en los oficios más bajos y más contrarios a la
carne... Este a ñ o , por mucho que han esperado pasaje para
Jerusalén, no ha habido nave ninguna, ni la hay, por esta armada
que el turco hace... escrita ésta, otro día siguiente se parten de
aquí de dos en dos para trabajar en lo que cada uno pudiere alcan-
zar gracia del Señor nuestro, por quien van. Y así todos andarán
repartidos por esta Italia hasta el otro año, si podrán pasar a
Jerusalén; y si Dios N.S. no fuere servido que pasen, no esperarán
más tiempo, mas en lo que comienzan irán adelante. Acá se nos
han querido apegar algunas compañías, y sin falta de letras sufi-
cientes, y tenemos cargo de rehusar más que de aumentar, por
1
temor de las caídas» .

1
MI, Epp., XII, 321 y 323 (también en I, 118-123 y en BAC, Obras de S. Ig-
a
nacio, 6 ed., pp.737-740).
18 AMIGOS EN EL SEÑOR

Catorce años atrás, en mayo de 1523, el mismo Iñigo, solo,


«sin letras», en sayal de peregrino, había mendigado por las calles
de Venecia, durmiendo en la plaza de San Marcos, pero fortalecido
con «una gran certidumbre en su alma, que Dios le había de dar
2
modo para ¡r a Jerusalén» .
Esos años habían visto surgir, crecer y consolidarse en torno a
él aquel grupo de «amigos en el Señor», como quizás despreveni-
damente se refirió a ellos en la carta a su amigo Verdolay, hasta
llegar a constituir una comunidad apostólica que llamarán Com-
pañía de Jesús. Sin ninguna regla de vida común, poseen ya un
estilo de actuar; no tienen superior, pero sí un líder espiritual a
quien todos considerarán siempre como padre y conductor so-
3
lícito ; los liga el vínculo de una honda amistad y un propósito irre-
vocable de dedicar sus vidas en pobreza al servicio de Jesucristo y
del prójimo.
En Venecia los encontramos ya como un grupo con identidad
bien definida, que ha madurado a lo largo de sus años de estudio
en París, de su peregrinación a Italia para reencontrarse con Ig-
nacio, y de sus primeros ministerios como sacerdotes. Del tiempo
de París nos cuenta Polanco que «se establecieron en sus propósi-
tos y conservaron» mediante el voto de dedicarse al Señor Jesús
en perpetua pobreza, la familiaridad y frecuente comunicación de
unos con otros, la oración y los sacramentos, la mutua ayuda en lo
temporal, en virtudes y en letras, porque «quién de ellos abundaba
4
en lo uno, quién en lo otro» . Aún sin saber exactamente lo que
van a hacer en adelante y sin plan alguno de constituir una nueva
orden religiosa, son bien conscientes de la originalidad de su pro-
grama; y así perseveran unidos entre sí, sin buscar en ninguna de
las diversas órdenes religiosas de su tiempo la forma concreta de
llevar a cabo su consagración a Dios. Iñigo deja entrever a Ver-
dolay la incertidumbre del grupo sobre su inmediato futuro y a la
vez la firmeza con que se disponen a «andar adelante» en lo que
han comenzado, poniendo su confianza en el Señor.
Esta incipiente comunidad, núcleo de la futura Compañía de
Jesús, es a su vez culminación de un largo proceso de preparación
y de búsqueda. Cuando sólo unos años después cristalizará como
un cuerpo apostólico con estructura jurídica, autoridad y leyes pro-
pias, los primeros compañeros intentarán expresar en su estilo de

2
A u t o b . , 4 2 , FN, I, 418.
3
"[quem] semper reliqui socü tamquam parentem coluerunt tamquam ducem
secuti sunt", FN, III, 10.
4
Summ. Hisp., n. 55, FN, I, 184; De vita P. Ignatii, FN, II, 56.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 19

vida y en sus Constituciones las características peculiares de aque-


lla primigenia comunidad de «amigos en el Señor».
Mi propósito es analizar y describir esa «comunidad», si así
puede llamarse, tal como la fueron soñando y modelando los pri-
meros compañeros y como quedó finalmente expresada en las
Constituciones de la Compañía de Jesús. A través de un atento
seguimiento de la forma como se fue gestando su comunión, pre-
tendo ofrecer una interpretación objetiva de lo que entendieron los
primeros jesuítas por "comunidad"; y en una lectura de las diversas
partes de las Constituciones desde esta perspectiva, desentrañar
las características que imprimieron a su comunidad al convertirla
en un cuerpo apostólico con estructuras definidas un peculiar modo
de proceder y diseminado por el mundo en misiones apostólicas.
El libro constará, por lo tanto, de dos partes. En la primera, más
narrativa, seguiremos a Ignacio desde el comienzo de su peregri-
nación espiritual hasta su llegada a París; trataremos de rehacer
con él el camino que recorrió hasta transformarse, de simple émulo
de los santos en penitencia y proezas externas, en un humilde
seguidor y colaborador de Jesucristo, embarcado en el proyecto de
realizar el proyecto del Padre: que los hombres tengan vida y vida
abundante. Veremos así cómo va surgiendo en él la idea comunita-
ria y sus primeros intentos en la búsqueda de compañeros; asistire-
mos en París a la formación del grupo de los diez primeros compa-
ñeros y los seguiremos en su modo de proceder y en sus vicisitu-
des hasta su llegada a Roma. Estudiaremos finalmente la Deli-
beración de 1539 y los primeros documentos que, previamente a la
elaboración de Constituciones, comenzaron a expresar por escrito
las experiencias y los ideales hasta entonces vividos. Como primer
ensayo de legislación, tienen el valor de mostrar la preocupación
que ellos tuvieron de que la estructura jurídica de la naciente Com-
pañía no extinguiera las notas peculiares de la comunidad a la que
habían venido dando vida durante tantos años.
La segunda parte, de carácter más temático, recorrerá las par-
tes más pertinentes de las Constituciones con la pretensión de
desentrañar de ellas la originalidad de lo que es la comunidad en
un cuerpo apostólico que se conforma para dispersarse por el
mundo en servicio de Dios y ayuda de los hombres. El interés se
centrará principalmente en la lectura de la Parte sexta hasta la
Décima que, después de programar el proceso de incorporación de
los nuevos compañeros en las cinco primeras Partes, se ocupan de
los que habiendo sido incorporados en la Compañía tras «el tiempo
y aprobación de vida que se espera para admitir... se presupone
serán personas espirituales y aprovechadas para correr por la vía
de Cristo nuestro Señor»: su unión con Dios, su "conversación" con
20 AMIGOS EN EL SEÑOR

las personas a quienes sirven, su estilo de vida, su repartición para


la misión, los medios para mantenerse unidos en un cuerpo espiri-
tual apostólicamente disperso, el gobierno y la manera de conser-
var y aumentar «todo este cuerpo en su buen ser». Aunque temáti-
camente las Constituciones no describen la comunidad ni formulan
estilo alguno de "vida comunitaria", es en estas cinco últimas partes
en donde mejor podemos rastrear los elementos característicos de
aquella comunidad originante de «amigos en el Señor».

Peregrino en el camino del servicio

¿Cuándo y cómo surgió en la mente de Ignacio el propósito de


reunir un grupo de compañeros de ideal? ¿No tuvo su primer pro-
grama de santidad más bien un acento fuertemente individual, de
penitente solitario que no ambicionaba otra cosa que emular a los
santos en sus hazañas divinas? ¿Cuáles fueron los motivos y las
circunstancias que le abrieron la perspectiva comunitaria? La res-
puesta a estos interrogantes proyectará sin duda una primera luz
sobre el sentido de la comunidad ignaciana.
Para remontarnos hasta el origen mismo de la idea comunitaria
en Ignacio es preciso recorrer de nuevo una historia minuciosamente
estudiada y conocida, aun a riesgo de que parezca inútil repetición.
Como quien rehace un camino muchas veces transitado, en busca
de algo en lo que hasta entonces no había reparado. Fijaremos los
pasos que fueron marcando la evolución interior del peregrino desde
el sueño personal de santidad concebido al comienzo de su conver-
sión a Dios, hasta la expresión comunitaria de ese sueño, que prepa-
ra la fundación de la Compañía de Jesús. La Autobiografía será
nuestro principal punto de apoyo. La completaremos, paso a paso,
con los testimonios de Laínez, Polanco, Rodrigues, Ribadeneira y
5
otros jesuítas de aquella primera generación .

El primer ideal: de Loyola a Manresa

El padre De Guibert describe a Ignacio en el momento de su


conversión como un hombre de acción, sin verdadera cultura inte-
lectual, que no conocía en materia de refinamiento más que aque-
llos de su vida de corte y de caballero galante: oficial de rara ener-

5
La Autobiografía no es la única fuente que poseemos sobre la vida de San
Ignacio. Véase IGNACIO IPARAGUIRRE, S.J., Historiografía Ignaciana, en Obras de San
S
Ignacio de Loyola, BAC, 6 . Edición, páginas 3-45.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 21

gía y valiente, robusto en la fe, leal y caballeresco, con notables


dotes de iniciativa y de mando, pero a la vez orgulloso y sensual,
6
ambicioso y violento .
Cuando toma en sus manos la Vida de Cristo y de los santos -f-
carece de experiencia de vida interior pero posee ya una gran capa-
cidad humana de entusiasmarse en el servicio. Con la ambición de
destacarse en hazañas y compromisos en favor de otros, conserva
una marcada preocupación por sí mismo y por la honra personal
que reportará de tales hazañas y compromisos. Los días pesados y
monótonos de convaleciente pueblan su imaginación con las haza-
ñas que ha de emprender «en servicio de una señora» y con los
7
medios para encaminarse hacia la tierra donde ella estaba . Fir-
memente determinado a realizar su vida en el mundo de sus idea-
les, los concibe en términos de servicio, de peregrinación, de
8
hechos de armas . Es fácil entender por qué desde su prólogo el
Flos Sanctorum o Leyenda de los Santos cautiva su corazón aven-
turero. La concepción de la vida cristiana como un servicio al «eter-
no príncipe Cristo Jesús», en el que los santos son «caballeros de
Dios», fue para él seguramente un enfoque completamente nuevo
de su fe pero a la vez algo connatural a su espíritu y a sus imagina-
ciones sobre el ideal terreno. Aquí nació el programa de servicio
bajo la forma de imitación en penitencia y austeridades. La oración
al crucifijo en el prólogo del Flos Sanctorum debió hacer impacto en
su espíritu:

«Oh dulce Jesu! Cuando pienso que por me salvar has querido
voluntariamente recibir tan cruda pasión e muerte, luego pierdo la
esperanza de poder yo pecador acudir con servicios a tan gran
beneficio...con qué podré yo pagar... pues tus mercedes han sido
e son infinitas e mis servicios breves de una sola vida: otórgame
que todo me derrita en lágrimas delante de ti, e contemplando tu
9
pasión haga áspera penitencia» .

La Autobiografía describe la sucesión de unos y otros ideales,


que son ocasión de que se inicie en el aprendizaje del discerni-
miento. Un poco más de tiempo y la gracia de Dios impulsará el
viraje definitivo: Iñigo se entregará. Pero ya los elementos huma-

6
J . D E GUIBERT, S . J . , La spirítualité de la Compagnie de Jésus, IHSI, Roma,
1953, 4-5.
7
Ver Autobiografía, n. 6 , FN, I, 3 7 0 ; P. D E LETURIA, S . J . , «Notas críticas sobre
la dama de Iñigo de Loyola», Estudios Ignacianos, I, Roma, IHSI, 1 9 5 7 , 8 7 - 9 6 .
8
Autob. 5 .
9
Citado por P. D E LETURIA, «El Reino de Cristo y los Prólogos del Flos Sanc-
torum de Loyola», en Estudios Ignacianos, II, 6 7 .
22 AMIGOS EN EL SEÑOR

nos y las características de esa entrega están presentes y actuan-


tes: servicio «a una dama», (ir a la tierra donde está ella), hazañas
«de armas». En su relato es bien cuidadoso de que se destaque la
intervención de Dios en ese momento de su transformación interior:
«todavía nuestro Señor le socorría, haciendo que sucediesen a
10
estos pensamientos o t r o s » .
Como fruto de la acción divina surge finalmente en su espíritu
la decisión existencial de emulación en el servicio: «Santo Domingo
hizo esto; pues yo lo tengo de hacer. San Francisco hizo esto; pues
11
yo lo tengo de h a c e r » . A juzgar por los lentos pasos de la narra-
ción, este tiempo está todavía marcado por la ambición personal
del hombre que sueña en empresas grandiosas, pero poco a poco
«el mismo Criador y Señor» lo va «abrazando en su amor y alaban-
za y disponiéndolo» hacia un servicio mayor (EE.,15), por caminos
para él insospechados.
Va aprendiendo a sentir y discernir los diversos movimientos de
su espíritu y a reconocer la llamada de Dios, hasta que los santos
deseos terminan por hacer olvidar los antiguos sueños mundanos.
Y el primer gran ideal ha nacido: renuncia al mundo, servicio a
Jesús, concebido aún como imitación, peregrinación a Jerusalén.
De ahí que la segunda vez que aparece la palabra "servicio" en el
relato, está ya definitivamente referida al rey eterno: «Y la mayor
consolación que recibía era mirar el cielo y las estrellas, lo cual
hacía muchas veces y por mucho espacio, porque con aquello sen-
12
tía en sí un muy grande esfuerzo para servirá nuestro S e ñ o r » .
Pero ese programa de servicio emulando a los santos ha de
recibir una purificación ulterior, ineludible para quien hasta enton-
ces había estado dominado por «un gran deseo de ganar honra».
Dios le va a dar a comprender que debe hacer penitencia por su
vida pasada y que necesita su gracia para poder llevar adelante
13
sus nuevos p r o p ó s i t o s . La nota de humildad entrará a formar
parte de sus planes al regreso de Jerusalén: «vivir siempre en
penitencia, en la Cartuja de Sevilla, sin decir quién era para que en
14
menos le tuviesen» .
Podemos ya decantar una primera observación para el tema de
este trabajo: su ideal de servicio es algo muy personal; no apare-
cen todavía huellas del aspecto comunitario ni intento alguno de

1 0
Autob. 7.
1 1
Autob. 7.
1 2
Autob. 1 1 .
1 3
Autob., n. 9 .
1 4
Autob., n. 12.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 23

buscar compañeros que compartan sus propósitos. Es un servicio


de imitación, sí, pero en penitencia externa y vencimiento personal.
El servicio como seguimiento y participación en una misión apos-
tólica no parece haber brotado aún en su corazón. El Rey eterno
de la Vita Christiyde\ Flos Sanctorum le inspira simplemente por el
momento una imitación que se traduce en rigores exteriores. Para
él, sin embargo, "servir" comporta hacer algo en favor de otro como
manifestación de amor y de gratitud, algo costoso y extraordinario.
Es servicio de caballero, que ha aprendido en sus años mozos,
como él mismo lo expresa en sus sueños con la dama de su cora-
zón, nada menos, con mucha probabilidad, que la infanta Catalina,
1 5
la más pequeña de las hermanas de Carlos V .
Llama la atención que habiendo fijado sus ojos en San Fran-
cisco y en Santo Domingo, dos hombres apostólicos, fundadores
ambos de comunidades religiosas, la Autobiografía no apunte por
ningún lado a la idea de que estas dos características lo hayan
16
impresionado particularmente . Lo que en ellos le deslumhra es
sobre todo su pobreza, su austeridad, su ardiente amor al Señor
Jesús. Y con razón, porque como observa Leturia, en el Flos Sanc-
torum las vidas de Francisco y Domingo resaltan mucho más el
aspecto de la mortificación, y de una mortificación vinculada a
peregrinaciones y episodios accidentados, que el ideal apostólico.
A Iñigo lo conmueve leer que Santo Domingo «cada noche del
mundo se daba disciplina tres veces con una cadena de fierro», y
otras cosas semejantes. Pero no se debe excluir que una reflexión
posterior, bajo la iluminación de la gracia, le haya permitido explici-
tar en su conciencia aquellas notas apostólica y comunitaria de sus
dos santos preferidos, que habían quedado a la sombra en su pri-

1 5
Ver P. D E LETURIA, «Notas críticas sobre la dama de Iñigo de Loyola», en Es-
tudios Ignacianos, I, 87-96 (En la ¡nfantita y en su retiro de Tordesillas concurren múlti-
ples circunstancias que la hacen a propósito para los ensueños caballerescos de
Iñigo... era la más hermosa de los hijos de Felipe I... los quince años en que entraba la
infanta, no eran en aquel tiempo óbice para que un caballero de treinta o veintiséis
pensara en sus bodas... creemos que resultará en sí mucho más fundada que cual-
quier otra la conjetura de que fue doña Catalina aquella dama ideal, en que el héroe
de Pamplona soñaba en las largas horas de su convalecencia en la casa-torre).
1 6
El P. D E LETURIA nota cómo Nadal en una de sus pláticas en Alcalá (1561)
pone a San Onofre, prototipo de santo solitario, como uno de los que movieron a
Ignacio en la lectura del Flos Sanctorum. Aunque Nadal canceló luego ese nombre y lo
sustituyó por los de Francisco y Domingo, probablemente para ajustarse mejor a los
datos de la Autobiografía cuya copia manuscrita solía llevar en sus viajes fuera de
Italia. Es interesante la observación porque deja ver el carácter personal, todavía
ausente de propósitos comunitarios y apostólicos, que tiene el primer sueño de Ignacio
inmediatamente después de su conversión. Ver P. P. D E LETURIA, «¿Hizo San Ignacio
en Montserrat o en Manresa vida solitaria?», en Estudios Ignacianos, 1,113-178.
24 AMIGOS EN EL SEÑOR

mer encuentro con ellos. Laínez recuerda que el Señor «entonces


le daba más una sencilla intención y buena voluntad, que lumbre
de entendimiento de las cosas divinas, las cuales aún no entendía.
Y así le parecía que la santidad se había de medir por la austeri-
dad, de manera que aquel que más austera penitencia hiciese,
17
sería delante de Dios nuestro Señor más s a n t o » .
Hay, con todo, dos episodios importantes que dejan percibir la
disposición de Ignacio para evolucionar espiritualmente hacia el
ideal apostólico-comunitario.
El primero es en Pamplona. Lo encontramos rehusando rendir-
se y encabezando a los que resisten el ataque francés. Laínez
anota que el castillo fue defendido en gran parte por consejo suyo.
Y Polanco describe en detalle la intervención de Ignacio para con-
vencer a los demás a que no huyeran: tratando entre los de la
misma fortaleza de entregarla a los contrarios porque ya no podían
defenderla, hablaron todos antes de él y dieron sus razones; enton-
ces interviene para decir que de ninguna manera podían rendirse,
que debían defenderla hasta la muerte. También en las conversa-
ciones del capitán del castillo con los adversarios estaba presente
Ignacio y disuadió el acuerdo porque le parecía vergonzoso. Fue
18
ésta la causa de que se pusieran de nuevo en a r m a s . Esas sen-
cillas deliberaciones son un preludio de las futuras reuniones de
grupo entre los diez amigos de París. De ellas emerge un Ignacio
líder, que toma la iniciativa y congrega a otros en torno a un pro-
pósito, capaz de inspirar acción a los demás.
El segundo episodio es la pregunta que se hace a sí mismo
sobre lo que hará al volver de Jerusalén. El viaje a Tierra Santa figu-
ra en sus proyectos sólo como una peregrinación temporal. A su
regreso deberá escoger la forma práctica de vivir permanentemente
como servidor del Rey Jesús, en pobreza y penitencia, señalándose
como generoso emulador de los santos. Y se le ocurre meterse en la
Cartuja de Sevilla para vivir siempre allí, comiendo solamente yerbas
y ejercitando sus deseos de penitencia exterior, un criado de la casa
de Loyola va a recoger informaciones sobre la regla de la Cartuja,
con las que al parecer Ignacio queda satisfecho. Pero un cierto temor
lo retrae: «mas cuando otra vez tornaba a pensar en las penitencias
que, andando por el mundo deseaba hacer, resfriábasele el deseo

1 7
Laínez Epist., (Epístola de P. Ignatio), FN,I, 74. Carta escrita el 16 de junio
de 1547, dirigida a Polanco para satisfacer sus deseos de mayor información sobre
la vida de Ignacio. Fue base del Sumario español del mismo Polanco. Parece, sin
embargo, que el manuscrito original se debe a la mano de Salmerón, con lo que se
trataría del testimonio de estos dos primeros compañeros. Ver FN, I, 60-62.
1 8
Summ. hisp., n. 4, FN, I, 155.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 25

de la Cartuja, temiendo que no pudiese ejercitar el odio que contra sí


19
tenía concebido» . Dos formas de vida tiene delante de sí: una,
siguiendo una regla; la otra andando solo por el mundo para poder
practicar libremente sus penitencias. Pero vivir bajo una regla trae el
riesgo de tener que limitar lo que en ese momento ve claramente
como la forma propia de su vocación. Ese mismo temor van a experi-
mentar más tarde todos los compañeros en su deliberación de 1539:
Dios les ha inspirado un modo de proceder y deben encontrar juntos
la manera de llevarlo a cabo.
Es verdad que esa preocupación por la libertad carece aún de
sentido apostólico y comunitario. Libre para andar solo, libre para
hacer sus penitencias. Pero incluye un elemento singular que se
manifestará a lo largo de su peregrinación espiritual hasta encon-
trar la forma de servicio propia en la Compañía. En Barcelona vol-
verá a preguntarse sobre lo que hará después de sus estudios. Ya
para entonces el deseo de juntar compañeros para ayudar juntos a
las almas ha entrado a formar parte de sus proyectos. Su pregunta
será «después que hubiese estudiado, si entraría en religión o si
20
andaría así por el m u n d o » . Una alternativa semejante conservará
a los compañeros en París unidos entre sí durante los años de
estudio. Polanco se admira de que, por un lado han hecho ya un
holocausto y están determinados a entregar sus vidas en servicio
de Dios y del prójimo, pero, por otro, no prevén la fundación de un
nuevo instituto; y, sin embargo, no entran a ninguna de las religio-
21
nes existentes . La perplejidad se volverá a manifestar en Roma
al momento de decidirse a aceptar el voto de obediencia para su
compañía: «si queremos vivir bajo obediencia, quizás seremos obli-
gados por el Sumo Pontífice a vivir bajo otra regla ya existente; con
lo cual se limitarán nuestras posibilidades de trabajar por la salud
de las ánimas y se frustrarán así nuestras primeras intenciones y
22
deseos que, según nos parece, Dios aprueba» .
La causa que origina esta perplejidad, y que aparece ya en
Ignacio recién convertido, es como un instinto de preservación de su
genuino ideal. Todavía no podían definir exactamente en qué con-
sistiría, pero ya tenían la intuición fundamental: que su vocación, su
"modo de proceder", no encajaba en las estructuras existentes. Es
esta preocupación por su identidad la que irá madurando y hacién-
dose más concreta hasta conducir finalmente al nacimiento de la

1 9
Autob., n. 12.
2
° A u t o b . , n. 7 1 .
2 1
Summ. hisp., n. 56.
2 2
MI, Const., I, p .6.
26 AMIGOS EN EL SEÑOR

Compañía como una nueva manera de servir a Jesucristo, en la


Iglesia, para ayudar a las ánimas. En Loyola aparece tenuemente,
todavía despojada del carácter apostólico y comunitario, como un
vago temor de no poder ejercitar en la Cartuja «lo que él quiere».
Pero el peregrino está por ahora concentrado en el próximo
viaje a Jerusalén. Lo que hará después, ya tendrá tiempo de consi-
derarlo. Y una vez restablecido comienza los preparativos de su
peregrinación.
Cabalgando en una muía se dirige a Montserrat. De los antiguos
sueños de servicio a una dama queda todavía alguna reminiscencia
que asalta de cuando en cuando su imaginación: «como tenía todo
el entendimiento lleno de aquellas cosas, Amadís de Gaula y de
semejantes libros, veníanle algunas cosas al pensamiento semejan-
23
tes a aquellas» ; pero ahora le sirven para idear su nuevo camino.
Hace su confesión general por escrito durante tres días y regalando
su muía, su espada y su puñal al monasterio, toma la decisión de
velar sus armas durante toda una noche delante del altar de Nues-
tra Señora. Ilumina ahora su corazón la figura de aquella otra Dama
que lo confortó en su lecho de convaleciente en Loyola. Su nueva
vida de servicio comenzará en la vigilia de la Anunciación, 24 de
marzo de 1522, a los pies de quien será desde entonces, a lo largo
de todo su camino, recurrida intercesora para alcanzar la anhelada
gracia de ser admitido bajo la bandera de su Hijo.

Manresa: despertar de un proyecto apostólico


y comunitario

Manresa, primera jornada en el camino del peregrino, quedará


marcada por tres grandes momentos: pobreza y austeridades, ten-
taciones y escrúpulos, inefables comunicaciones divinas. Después
de los tres días empleados en la vela de armas y en su confesión
general, el peregrino parte de Montserrat al amanecer y en lugar de
tomar el camino de Barcelona, donde tiene muchos conocidos, se
dirige hacia Manresa. Allí lo espera Dios en el silencio y la soledad
de este su desierto espiritual.
No llevaba intención de permanecer en Manresa más de unos
pocos días en un hospital, para anotar algunas cosas en su libro,
que había comenzado a escribir con tanta diligencia en Loyola y en
el que copiaba lo que más le impresionaba de sus lecturas de la
vida de Cristo y de los santos, y que ahora llevaba consigo «muy

2 3
Autob., n. 17
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 27

24
guardado, y con que iba muy c o n s o l a d o » . Sin embargo, su
estancia allí se prolongará durante casi un año. La peregrinación a
Jerusalén queda por el momento interrumpida sin que la Auto-
25
biografía nos de alguna explicación .
Leturia en su estudio sobre la vida solitaria de Ignacio en Man-
resa opina que aunque llegó a Montserrat con intención de conti-
nuar enseguida su romería a Palestina, los tres días en el santuario
le hicieron cambiar de planes; Su confesor le habría aconsejado
que se preparara espiritualmente para la peregrinación con ejerci-
26
cios de oración y penitencia .
Así, pues, que el peregrino bajaría por unos días a Manresa
después de haber decidido la suspensión momentánea de su viaje.
Por un breve período habría vivido en el hospital, pero muy pronto
corrió la fama de que era un santo, lo que lo obligó a huir a los ris-
cos de Montserrat en donde practicaría por un tiempo vida solitaria.
También allí se repitió la reputación de santidad. Escapó entonces
a una cueva selvática vecina al río Cardoner. Luego, dentro siem-
pre de los cuatro meses que precedieron el período de escrúpulos
y el de las grandes luces místicas, entraría nuevamente en Manre-
sa y seguiría con regularidad la distribución que relata la Auto-
biografía, aunque haciendo con probabilidad varias visitas a su
confesor y otras tantas a la cueva de Manresa.
Para justificar su opinión sobre la posible vida solitaria de Ig-
nacio en Montserrat y en Manresa, a la que por otra parte quiere
quitar un valor trascendental, Leturia se apoya en varios textos que
hablan de una «vida solitaria en una cueva, a orillas del río que
corre por los campos manresanos» (Widmanstadt); de que «partió
al desierto en donde habitó por algún tiempo, ayunando sin ningún
alimento... y entregado especialmente a los ejercicios de las ban-
deras y del rey» (Manareo); de que «se fue a buscar por aquella
montaña alguna cueva donde se entrar, con intención de bajarse
algunas veces al monasterio a confesarse y comulgar» (Araoz).
En este período solitario obviamente no se encuentra huella
alguna de proyectos comunitarios sino más bien una continuación
del primer plan caracterizado por la austeridad y la penitencia.
Con respecto a la vida más organizada que llevó en Manresa
antes de las iluminaciones del Cardoner, se puede resumir diciendo

2 4
Autob., n. 1 8 ; ver también n. 1 1 .
2 5
Sobre las posibles razones de su permanencia en Manresa durante más de
A
diez meses (marzo de 1 5 2 2 a febrero de 1 5 2 3 ) ver la Autobiografía en la 6 . Edición
de las Obras de San Ignacio, BAC, página 1 1 2 , nota 1 1 .
2 6
Ver Estudios Ignacianos, 1 , 1 1 3 - 1 7 8 . El P. MANUEL QUERA, S.J. tiene una opi-
nión distinta. Ver revista Manresa, 2 4 ( 1 9 5 2 ) 1 6 5 - 1 7 6 .
28 AMIGOS EN EL SEÑOR

que durante esos cuatro meses habitó primero en el hospital y más


tarde en una camarilla que le habían dado los padres dominicanos
en su monasterio. Cada día pedía limosna y no comía carne ni bebía
vino, no se peinaba ni se cortaba el cabello, se había dejado crecer
las uñas de pies y manos para ejercitar «el odio que sentía contra
sí»; oía cada día la misa y el canto de vísperas y completas con gran
consolación, perseveraba durante siete horas diarias en oración,
para la que se levantaba continuamente a media noche.
¿Hubo durante estos meses previos a la iluminación algunos
indicios de vida apostólica? La Autobiografía dice que durante el
tiempo en que sintió grandes contrastes en su alma, hallándose por
momentos tan desabrido que ni siquiera encontraba gusto en rezar,
y otros en cambio muy consolado, «conversaba algunas veces con
personas espirituales las cuales le tenían crédito y deseaban con-
versarle; porque aunque no tenía conocimiento de cosas espiritua-
les todavía en su hablar mostraba mucho hervor y mucha voluntad
27
de ir adelante en el servicio de D i o s » .
Jiménez Oñate que señala la iluminación del Cardoner como el
momento del gran giro en el que el penitente solitario se decide a la
vida apostólica, habla de la actividad anterior a la iluminación más
bien como consecuencia de que venía la gente a buscarlo y no co-
mo un propósito apostólico que partiera de su propia iniciativa. Es
«a partir de la visión, y comenzando desde ella [cuando] Ignacio da
un giro de ciento ochenta grados a esta trayectoria espiritual: se
28
decide a la vida apostólica» . Antes del Cardoner pudo haber sen-
tido celo apostólico, pero su influjo sobre los demás era más bien el
fruto espiritual producido en quienes espontáneamente lo trataban,
no de una dedicación consciente a este tipo de vida.
Es ciertamente en la ilustración del Cardoner donde hay que
colocar la conciencia ignaciana de su vocación apostólica, aunque
no se debe establecer una quiebra tan radical entre la vocación de
imitación y la vocación de servicio apostólico. Los textos nos sugie-
ren que Dios lo iba conduciendo gradualmente a través de diversas
experiencias y consolaciones a dar una nueva dimensión a sus
ideales. La Autobiografía ofrece signos de una moción espontánea
hacia el servicio apostólico, tímida primero, madurada por la expe-
riencia luego, hasta alcanzar en la ilustración del Cardoner su ple-
nitud consciente.
Desde su convalecencia en la casa de Loyola, todo el tiempo
que empleaba conversando con su familia era sobre las cosas de

2 7
Autob., n.21.
2 8
A. JIMÉNEZ OÑATE, El origen de la Compañía de Jesús. Carisma fundacional
y génesis histórica. Roma, 1966, p. 125
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 29

Dios. En su camino hacia Montserrat lo alcanza un moro, con quien


pronto comienza a conversar sobre Nuestra Señora. Durante la
temporada ascética de Manresa cobra crédito con personas que
desean conversarle, no tanto por su conocimiento de cosas espiri-
tuales cuanto porque «en su hablar mostraba mucho hervor». Se
ha iniciado en él desde su conversión una necesidad de comunicar
su mundo interior, y este impulso a la conversación espiritual es ya
un primer movimiento en dirección hacia la gran comunión que
establecerá un día con sus compañeros de París. La experiencia le
enseña muy pronto que hablando con las personas les hace bien y
que dando lo que ha recibido no disminuye, antes aumenta su vida
29
interior . Motivado por estas experiencias deja los extremos que
antes había adoptado y comienza a cortarse las uñas y el cabello.
En otras palabras, su encuentro con la gente lo lleva a adoptar un
"modo de proceder" diferente. Esa será un día característica apos-
tólica muy propia de la comunidad de la Compañía: modelarse
hacia afuera, en función del apostolado y del trato o conversación
con las personas.
En este contexto se pueden entender muy bien dos textos de
Polanco. El primero está en el Sumario español de 1548 sobre el
origen y progreso de la Compañía:

«Entre otras cosas que le enseñó Aquel qui docet homines scien-
tiam en este año [de Manresa], fueron las meditaciones que llama-
mos Ejercicios espirituales, y el modo deltas; bien que después el
uso y experiencia de muchas cosas le hizo más perfeccionar su
primera invención; que como mucho labraron en su misma ánima,
así deseaba con ellas ayudar a otras personas. Y estos deseos de
comunicar al prójimo lo que Dios a él le daba, siempre los tuvo,
hallando por experiencia que no solo no se disminuía en él lo que
30
comunicaba a otros pero aun mucho crecía» .

El otro texto pertenece a la Vida del Padre Ignacio escrita por el


mismo Polanco en latín hacia el año 1574:

«En verdad, ya desde el comienzo de su conversión, aún antes


de la mencionada ilustración de su mente [en el Cardoner], aquel
mismo que ardía en amor de Dios y de las virtudes que constitu-
yen la perfección de la vida cristiana, solía también exhortar e
inflamar a la virtud y al servicio de Dios a cuantos se le acerca-

2 9
Autob., n. 29.
3 0
Summ. hisp., n.24. Las cursivas son nuestras, como lo haremos en adelante
para destacar algo.
30 AMIGOS EN EL SEÑOR

ban; y tanto el ejemplo de su vida, como la opinión que se había


formado la gente de su nobleza, le comunicaban autoridad; y se
esforzaba, no sin fruto, en excitar a otros a todo lo mejor» .

El mismo que en Pamplona se había sentido impulsado a co-


municar su valor y su sentido del honor a los demás compañeros
de armas que defendían el castillo, comienza ahora, convertido al
amor de Dios, a experimentar el deseo de comunicar sus primeras
experiencias espirituales a quienes lo rodean. Sin embargo, esta
actividad no era aún ejercicio de una vocación consciente. Es sólo
en la Ilustración del Cardoner cuando comprenderá el llamamiento
de Dios al servicio de la misión de su Hijo, Rey eterno.
A la par con estas sencillas prácticas de actividad apostólica
consistentes en conversaciones y exhortaciones, otro apostolado
comienza a perfilarse desde sus primeros días en Manresa: el de la
atención a los enfermos, los mendigos y demás necesitados. Este
servicio a los pobres está íntimamente ligado al seguimiento de
Jesús pobre y humilde al que Iñigo ha consagrado su existencia.
Será también una de las más bellas características de la primera
comunidad de los compañeros, particularmente desde su ordena-
ción en Venecia. Las primicias apostólicas de la naciente Com-
pañía en Roma dejarán para la historia páginas extraordinarias de
servicio a los pobres y marginados.
Ignacio inaugura esa actividad, como hemos dicho, durante su
permanencia en Manresa, y de ella darán más tarde abundante
testimonio los procesos manresanos. Creemos que se desarrollaría
especialmente en los meses que siguieron a las gracias extraordi-
narias del Cardoner. Pero hemos encontrado la afirmación explícita
de seis testigos que se refieren a esas obras de misericordia como
realizadas precisamente durante el tiempo que estuvo viviendo en
el hospital de los pobres de Santa Lucía, al comienzo de su estan-
cia en Manresa. «Estaba en el hospital de Santa Lucía, viviendo y
comiendo con los pobres y sirviéndoles en todas las cosas, por
bajas y humildes que fueran; andaba por la ciudad recogiendo
limosnas con las que sustentaba otros pobres y mendigos; visitaba
a los enfermos y consolaba a los afligidos... y de cuando en cuan-
do, del hospital de Santa Lucía, en donde servía a los pobres, se
retiraba a una cueva fuera de la ciudad, en la que hacía gran peni-
32
tencia y o r a c i ó n » .

3 1
De vita P. Ignatii, FN, II, 527.
3 2
Ver los "Procesos manresanos" en MI, series 4, Scripta de S. Ignatio, II,
especialmente los testimonios de las páginas 699, 723, 730, 744, 746, 747.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 31

A orillas del Cardoner

Después del largo período de escrúpulos con relación a las


confesiones de su vida pasada, cuando Dios acababa de purificar
su alrra, comienza una nueva etapa abundante en consolaciones
espirituales. Dios le enseña de la misma manera que un maestro
de escuela trata a un niño, recuerda Ignacio; y da una explicación
de tan especial asistencia: quizás por su rudeza y grueso ingenio, o
porque no tenía quien le enseñase, o «por la firme voluntad que el
33
mismo Dios le había dado para servirle» . Hasta este momento ha
habido una dirección providencial suave y segura: Dios ha dispues-
to sus inclinaciones naturales, ha dirigido sus experiencias pasadas
y orientado sus grandes ideales y su formidable voluntad al servicio
divino. Las iluminaciones le comunicarán una comprensión más
honda de la dirección que ese servicio deberá tomar y que permiti-
rá que Ignacio llegue de veras a emular - y a sin pretenderlo- a los
santos, en su anhelo del "más" por amor de su Señor. Es la etapa
de la visiones interiores de la Trinidad, de la humanidad de Jesús y
de María, que culminarán con la eximia ilustración, punto culminan-
te de su transformación interior.
La ilustración a orillas del río es ante todo una nueva visión de
todas las cosas, una comprensión profunda de cuanto hasta ahora
había venido experimentando de manera incipiente. Así la describe
Laínez con claridad:

«Fue especialmente ayudado, informado y ilustrado interiormen-


te de su divina Majestad, de manera que comenzó a ver con
otros ojos todas las cosas, y a discernir y probar los espíritus
buenos y malos, y a gustar las cosas del Señor, y a comunicar-
las al próximo en simplicidad y caridad, según que de él las reci-
34
bía» .

Conocimiento interior, discernimiento, consolación, comunica-


ción con el prójimo. Antes del Cardoner había experimentado todo
eso, pero la ilustración proyecta una nueva luz y encamina su vida
por un nuevo derrotero: «se le empezaron a abrir los ojos del
entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y
conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales como de
cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande,

3 3
Autob., n. 27.
3 4
Laínez Epist, n.10, FN, I, 80.
32 AMIGOS EN EL SEÑOR

que le parecían todas las cosas nuevas... como si fuese otro hom-
35
bre y tuviese otro intelecto, que tenía a n t e s » .
Los autores están de acuerdo en que esta visión de síntesis
que Ignacio adquirió marca el paso del "caballero penitente" al
"caballero apostólico", inflamado de entusiasmo de servicio de Dios
y ayuda de los hombres. La creación entera fluye de Dios y vuelve
a El conducida por Jesús. El sentido de su vida será colaborar con
todo lo que es y lo que tiene en este designio del Creador, siguien-
do y sirviendo a Jesucristo.
Los temas del llamamiento del Rey eternal y de las Dos Ban-
deras estaban ya esbozados en la Vita Christi y en el Flos Sane-
torum. Ignacio seguramente los había meditado y consignado en
su librito, aquel que había comenzado en Loyola y que traía consi-
go. Pero, como observa Leturia, ese Reino de Cristo lo había
entendido más bien como «agrupación bajo la bandera del eterno
Príncipe de todos los caballeros de Dios que le aman y le imitan».
Así aparecía en el Flos Sanctorum más que como «una empresa
actual [en la que Cristo] quiere caballeros que estén y sufran con
él, pero para conquistar todo el mundo; aun en los valientes que
más de cerca le siguen, no le basta la abnegación por amor, quiere
36
que la abnegación amorosa sea lealtad de cruzado y de a p ó s t o l .
La eximia ilustración origina un cambio sustancial de interpreta-
ción en el viejo esquema del Rey y de las Dos Banderas:

«El eterno príncipe Cristo Jesús de los días de Loyola no se pre-


senta ya como mero ejemplar de Imitación, cuya pasión amorosa
de hace 16 siglos copiaban los santos y el aprendiz a santo. Era
además el Rey viviente y activo que no ha terminado aún la
empresa encomendada por su Padre de conquistar todo el mun-
do, y que para terminarla busca hoy como ayer cooperadores
37
generosos y amigos íntimos que "a tal jornada envíe"» .

Y un último testimonio, de Nadal, para confirmar esta profunda


transformación del peregrino penitente:

3 5
Autob., n. 30.
3 6
P. DE LETURIA, Estudios Ignacianos, II, 71 Así lo afirma también Manareo:
(Nam a suae conversionis et vocationis initio, dum se recepisset ad montem Se-
rratum et ad locum solitarium, praecipue duobus exercitiis vacabat, ex duobus videli-
cet vexillis et de rege ad bellum se comparante contra hostem ¡nfernalem et contra
mundum (desde el comienzo de su conversión y vocación, cuando se retiró a
Monserrat y a un lugar solitario, se ocupaba principalmente en dos ejercicios, las
dos banderas y el rey que se prepara para la guerra contra el enemigo infernal y
contra el mundo). MANARE OUVIER, S.I., Exhortationes super instituto et regulis
Societatis lesu, Bruxellis, Juluis de Meester, 1912, p.344, n.9.
3 7
P. DE LETURIA, Estudios Ignacianos, II, 14-15.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 33

«Aquí le comunicó N.S. los exercicios, guiándole desta manera


para que todo se emplease en el servicio suyo y salud de las
almas, lo cual le demostró con devoción especialmente en dos
exercicios, scilicet, del Rey y de las Banderas. Aquí entendió su
fin y aquello a que todo se debía aplicar y tener por escopo en
todas sus obras, que es el que tiene ahora la Compañía. Y pen-
sando que para este fin le convenía estudiar lo hizo en España y
después en París estudiando filosofía y teología y juntando 9
38
compañeros en París, etc.» .

Desde entonces comenzará una actividad incesante, buscando


personas a quienes comunicar su ideal para compartirlo. Antes de
comenzar su postergada peregrinación a Jerusalén y como resu-
men de los meses transcurridos en Manresa, la Autobiografía deja
este breve comentario: «Y a este tiempo había muchos días que él
era muy ávido de platicar de cosas espirituales, y de hallar perso-
nas que fuesen capaces de ellas. Ibase allegando el tiempo que él
39
tenía pensado para partirse para Jerusalén» . ¿No lo había dete-
nido Dios por unos meses antes de que pisara los lugares por
donde Jesús había proclamado el Evangelio para que los contem-
plara con unos ojos nuevos?

Proyección comunitaria del ideal apostólico

El penitente iniciará una intensa actividad que dejará huellas


imborrables a su paso por Manresa, Barcelona, Alcalá y Salaman-
ca. ¿Pero hay en los relatos de la Autobiografía solamente un re-
cuerdo de su celo apostólico, o incluyen también alguna indicación
de que ha concebido ya un proyecto de trabajo comunitario? ¿Des-
cubrió Ignacio en el Cardoner, junto con su vocación apostólica, la
invitación a trabajar en unión con otros compañeros, formando con
ellos una comunidad dedicada al servicio de Dios y a la ayuda del
prójimo? ¿O por el contrario, la ilustración del Cardoner sólo lo
transformó de devoto penitente en apóstol «laico y solitario»?
Estas preguntas se relacionan con una vieja controversia sobre
si Ignacio descubrió ya en Manresa su vocación de fundador de la
Compañía de Jesús y hasta qué punto la comprendió. Antonio
Jiménez escribió una excelente tesis doctoral de la que haremos
uso más adelante. Conviene comentar más detenidamente el asun-
to por la implicación que tiene con el objetivo de nuestro trabajo.

3 8
FN, I, 307.
3 9
Autob., n.34.
34 AMIGOS EN EL SEÑOR

Que la misma fundación de la Compañía fue inspirada en el


Cardoner y que allí recibió Ignacio un plan previo de lo que sería la
futura Orden al menos en su sustancia, parece haber sido la con-
vicción general hasta principios del siglo XX y llegó a formar una
40
tradición .
A partir de la publicación y del estudio más crítico de los prime-
ros documentos sobre la Compañía de Jesús, las objeciones espo-
rádicamente formuladas en siglos anteriores contra aquella tradición
comenzaron a tomar fuerza y diversos autores expusieron amplia-
mente su manera de pensar. En general, tratan de interpretar la
convicción de que la Compañía es fruto de las gracias extraordina-
rias del Cardoner, con los datos de Laínez, Polanco, Rodrigues, Bo-
badilla, Ribadeneira, y particularmente de la Autobiografía. Las
dudas de Ignacio a su regreso de Palestina, sus indecisiones de
París, Venecia y Roma, hacen pensar que la opinión tradicional no
se puede sostener, tal como venía siendo aceptada.
Recogeremos sumariamente la opinión de varios de aquellos
autores que contribuyeron más decisivamente a una nueva manera
de abordar el tema. Al exponer su propia interpretación de la ilus-
tración del Cardoner, todos coinciden en admitir un germen comu-
nitario en la transformación de Ignacio, con diversos matices.
Van Ortroy sólo admite una preparación subjetiva del fundador,
con las gracias extraordinarias y particularmente con los ejercicios.
En Manresa se ha podido quizás imaginar cómo sería una orden
apostólica ideal para su tiempo, pero salió de allí todavía a oscuras
41
de lo que haría en el f u t u r o .
Casanovas piensa que en Manresa Ignacio entendió que esta-
ba llamado a formar un grupo: «Lo sustancial era aquí una especie
de reproducción del Colegio Apostólico, o sea, una reunión de per-
sonas enamoradas de Jesucristo, que por El trabajan en salvar
42
almas y por El m u e r e n » .
Leturia ha dejado un abundante estudio de particular interés en
el que vamos a detenernos un momento. Dos textos principalmente
resumen su manera de pensar al respecto:

4 0
Astrain en su Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España
se apoya en los comentarios de seis hombres de la primitiva Compañía que más
conocieron a Ignacio. Especialmente las afirmaciones de Luis Gongalves da Cá-
mara sobre la relación entre la ilustración recibida en Manresa y las determinacio-
nes de Ignacio para la Compañía en puntos muy concretos como el hábito, el coro,
las peregrinaciones, lo confirman en su opinión. Ver op.cit., tomo 1, páginas 103ss.
4 1
Anal.Bol. 27. Citado por Jiménez Oñate, El origen de la Compañía, pp. 58-59.
4 2
I.CASANOVA, S.J. San ignacio de Loyo/a.Traducción de M. de Quera, Bar-
celona, 1944, p. 249.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 35

«Desde Loyola se le había revelado Jesucristo a través de sus lec-


turas como 'el eterno Príncipe... de todos los caballeros de Dios,
que son los santos'. Al transformarse ahora con las luces de
Manresa en el magnánimo y bondadoso conquistador de 'toda la
tierra de infieles' se le había presentado entre 'las sinagogas, villas
y castillos' en que durante su vida mortal predicaba; y desde aque-
lla región de Jerusalén le había visto -'hermoso y gracioso'- repar-
tir para la predicación y la siega apostólica 'a todos sus siervos y
amigos que a tal jornada envía' «EE., nn.91, 92, 97,136-140). Esta
atmósfera y resonancia de Evangelio, con toda la pulsación misio-
nal y jerárquica de los relatos del Nuevo Testamento, son las que
habían prendido en su alma, atándola con lazo indisoluble a la Tie-
rra Santa de su Señor, y haciéndole imaginarse ya en compañía de
otros muchos que, como él, "querrán señalarse en todo servicio de
43
su rey eterno y señor universal"» .

No pretende decir que Ignacio se hubiera formado ya un desig-


nio de recoger compañeros. Las experiencias que tendría luego
entre su viaje a Palestina y sus primeros días en Barcelona, serían
las que le mostrarían más concretamente la forma de ese ideal que
ha «prendido en su alma, atándola con lazo indisoluble a la Tierra
Santa». Antes será necesario estudiar, hacerse sacerdote, «juntar
un puñado de apóstoles y amigos».
El eterno príncipe de los días de Loyola no es ya un mero ejem-
plar de imitación, es además y principalmente el Rey viviente y acti-
vo que no ha terminado aún la empresa encomendada por su
Padre de conquistar todo el mundo, y que para continuarla busca
hoy como ayer cooperadores generosos y amigos íntimos que «a
44
tal jornada e n v í a » .

«De aquí que el amor del peregrino se convierta en lealtad, sus


ansias imitativas en afán apostólico, el aislamiento individualista
de sus antiguos Ideales de penitencia en un primer anhelo de
verse en compañía de otros que 'querrán señalarse' en todo ser-
vicio del Rey eterno... ha fijado definitivamente su ideal apostóli-
co, se ha visto en espíritu acompañado de las almas selectas que
siguen a su Rey activo y amable en una empresa actual y ecu-
ménica, ha afinado la disposición interior suya y de los demás
generosos voluntarios, mediante la oferta humilde y confiada a
los oprobios y afrentas por Cristo. Todos son motivos básicos que

4 3
P. DE LETURIA, S.J., Estudios Ignacianos, I, 185. Ver «Jerusalén y Roma en
los designios de San Ignacio de Loyola», en Estudios Ignacianos, I, 181-200;
«Génesis de los Ejercicios y su influjo en la fundación de la Compañía», en Estudios
Ignacianos, II, 3-55.
4 4
Estudios Ignacianos, II, 15.
36 AMIGOS EN EL SEÑOR

no le abandonarán jamás ni en el ideal ni en la práctica, hasta


pasar un día al código de las Constituciones. Y como se trata de
esquemas de acción, empieza desde Manresa a ponerlos de
45
alguna manera en práctica» .

En este segundo texto aparece aún más claro su pensamiento:


1) el ideal apostólico ha nacido; 2) el aislamiento individualista se
transforma en un primer anhelo de compañía, todavía vago y oscu-
ro, si bien ya sólidamente anclado en su espíritu; 3) con estos
esquemas de acción comenzará desde ahora a tantear la forma
concreta de realización, a partir de la experiencia, confirmándola
con la luz divina; 4) la «actuación inmediata del ideal societario»
contenido en las meditaciones del Rey y las Banderas, es decir, «la
1
junta de compañeros», no se vislumbra aún tan claramente: «Todo
inclina a creer que San Ignacio no quiso ponerlo en práctica hasta
visitar la Tierra Santa, a la que deseaba ir más bien solo. Tal vez
era su designio comenzar a reclutarlos luego allí mismo entre los
46
fervientes romeros» .
El argumento de Leturia se apoya en que nada más vuelto de
Jerusalén a Barcelona comienzan a aparecer los primeros compa-
ñeros sin que hayan precedido nuevas luces o experiencias funda-
mentales de vida espiritual. El peregrino persiste en ese esfuerzo
de reclutar compañeros a pesar de sus primeros fracasos: «la pers-
pectiva cronológica y psicológica de los hechos parece confirmar
las aseveraciones del Padre Nadal: que ese designio arrancaba del
Rey y de las Banderas de Manresa; porque entre Manresa y los
estudios de Barcelona no hallamos ninguna experiencia nueva de
47
vida interior que adujera un cambio fundamental de r u m b o » .
Cuando Ignacio referirá más tarde a Gongalves da Cámara que
muchas cosas que había decidido para la Compañía se debían a
«un negocio que pasó por mí en Manresa», no quiso decir que las
hubiera visto claramente entonces en la ilustración.

«Decir que conoció las razones y causas germinales del instituto,


no es decir que conociera en Manresa el instituto mismo... los
pasos de Ignacio llevaban de hecho en sí y en los designios de la

4 5
Estudios Ignacianos, II, 15-16. Las expresiones "anhelo de verse en compa-
ñía", "se ha visto en espíritu acompañado", han de entenderse no como una forma
consciente, sino como una disposición globalmente contenida en la aceptación del
Ideal propuesto por la meditación de Dos Banderas. Ignacio se entusiasma y pide
ser admitido bajo esa bandera donde militan tantos otros cooperadores generosos.
4 6
Estudios Ignacianos, II, 17.
4 7
Estudios Ignacianos, II, 17.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 37

providencia a la fundación de la nueva orden, pero Ignacio no los


daba con la idea consciente y el deseo rectilíneo de fundarla. Lo
que el Cardoner le infundió fueron los principios característicos
de ascética; las coordenadas del celo ecuménico... los gérmenes
societarios de misión y reforma, con la dirección de los cuales
("cuius ductu" dice Nadal en otra certera formulación) acertando
unas veces en los medios y tropezando y corrigiéndolos otras,
había de llegar al fin providencial de la bula de 1540 y a las cons-
tituciones. En otras palabras: el Cardoner le preparó a fundar la
Compañía mediante el esquema y las experiencias que, transfor-
mando en Manresa el Reino y las banderas de Loyola, quedaron
48
plasmados en su libro de los ejercicios» .

Tacchi Venturi niega la posibilidad de que la ¡dea de fundar la


orden hubiese nacido en Manresa: en el noviciado de Manresa
ignoraba totalmente que iba a ser fundador, afirma. Poco a poco la
luz del Espíritu lo fue conduciendo a esa meta. «Los nobles de-
seos, que mejor se llamarían sed de hacer compañeros, que él
siempre alimentó y que jamás dejó extinguir, constituyen sin duda
como el germen fecundo de donde se desarrolló la Compañía de
Jesús; pero esos deseos con todo, sólo después de las maduras
deliberaciones de la primavera de 1539 salen del incierto involucro
49
de un plan vago y no bien definido» .
No señala referencia alguna al momento preciso en que nacie-
ron los ideales comunitarios; está más bien interesado en probar
que la idea tradicional no tiene buen fundamento; sólo agrega unas
frases para mostrar que se trataba de un esquema muy general:

«Un celo activísimo en verdad lo acosa desde los comienzos de


su nueva vida a juntar compañeros; en lo cual sin duda empieza
a manifestarse su egregia cualidad de fundador que Dios le con-
cedió. El, sin embargo, no percibe otra cosa que Impulsar los
compañeros a trabajar y a padecer junto con él por amor de
Cristo, en ayuda de las almas, especialmente en tierra de infieles.
A unirse con él por el vínculo de la obediencia, más que por el de
la mutua amistad y a perpetuar la sociedad libre que se va for-
mando alrededor, no muestra en manera alguna haber dirigido
50
por ahora su mirada» .

Huonder acepta una preparación indirecta de Ignacio para fun-


dar la Compañía a través de las gracias extraordinarias de Man-

4 8
Estudios Ignacianos, II, 19.
4 9
PIETRO TACCHI VENTURI, S . J . Storia della Compagia di Gesü in Italia. 2 vols.
Roma, La Civiltá Cattolica, 1950-51, Vol. II, p. 1,193
5 0
P . TACCHI VENTURI, Storia..., II, 1,183.
38 AMIGOS EN EL SEÑOR

resa y concretamente de los ejercicios, pero sólo admite que qui-


zás allá, al calor de las meditaciones del Rey y de las Banderas, se
le ocurrió la idea de ofrecer a su Rey un escuadrón de soldados
51
apóstoles .
Dudon piensa que aún después del Cardoner su vocación de
fundador permaneció oculta: «El día del rapto del Cardoner, Ig-
nacio de Loyola recibió del cielo las facultades poderosas requeri-
das para este gran designio conocido sólo de Dios: la fundación de
52
la Compañía de J e s ú s » .
Para él, en el momento de Manresa el celo apostólico invade
su espíritu, Jerusalén enciende más ese celo, pero no hay indica-
ción más clara sobre el origen comunitario del ideal ignaciano.
Hugo Rahner, especialmente en su estudio sobre la génesis de
los Ejercicios, opina que después de las horas místicas de Man-
resa, Ignacio no tiene aún idea clara sobre la dirección concreta
que va a dar a su vida. Es un hecho histórico incontestable. Sin
embargo, refiere al Cardoner la transformación apostólica y comu-
nitaria del fundador. La gracia fundamental entonces recibida es
como una visión global de servicio a Jesucristo en la Iglesia: los
caminos hasta entonces recorridos a tientas se van aclarando y se
organizan por sí mismos; los misterios de la vida de Cristo se revis-
tieron de nuevos aspectos y nuevas motivaciones. Su pensamiento
y el de Leturia guardan muchas coincidencias: Ignacio es ya un
hombre apostólico que sirve a Jesucristo en su Iglesia militante. Su
estilo de vida se ha transformado consecuentemente:

«Esta manera de vivir más ordinaria está en conformidad con el


nuevo ideal que se le ha revelado en la iluminación mística bajo
la forma del "jefe hermoso y gracioso" que envía sus mensajeros
por el mundo entero, del rey en la Iglesia militante... el ideal
'societario' de la meditación de las dos banderas ocupa ahora su
pensamiento totalmente; forma una sola cosa con el carácter
dinámico revestido por su representación de Cristo. Todo debe
subordinarse a esta visión social y apostólica, a este nuevo ideal
53
de servicio» .

Su línea de argumentación no sigue tanto los hechos históricos


para mostrar el nacimiento del proyecto comunitario en Manresa; es

5 1
Ver ANTÓN HUONDER, S.l. Ignatius von Loyola. Traducción al italiano por
Celestino Testore: Ignazio de Loyola, La Civiltá Cattolica, Roma, 1953, p . 1 0 1 .
5 2
PAUL DUDON, S.l. Saint Ignace de Loyola, París, 1 9 3 4 , p.625.
5 3
HUGO RAHNER, S.J. Ignatius von Loyola und das Geschichtliche Werden sei-
ner Frómmigkeit. Traducción francesa de Guy de Vaux, Saint Ignace de Loyola et la
Genése des Exercices, Toulouse,1948, p. 7 3 - 7 4 .
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 39

más bien de tipo psicológico y teológico: el Cardoner le ha dado al


peregrino una nueva visión sobre todas las cosas, en la que el ideal
de perfección corre paralelamente con el ideal apostólico y éste con
un incipiente proyecto social, como forma de servicio en la Iglesia.

«Ignacio mismo dice en un epílogo de todas las gracias recibidas


en Manresa: "y este tiempo había muchos días que él era muy
ávido de platicar de cosas espirituales, y de hallar personas que
fueran capaces de ellas" (Autob. 34)... Forma entonces el plan de
reunir en torno a sí hombres que, poseyendo las cualidades re-
54
queridas, fueran entusiasmados por el mismo ideal"» .

«Aunque permanecerá a oscuras («es la mezcla de luz y oscuri-


dad propias a toda visión mística»), ha visto ya el esquema esen-
cial de la Compañía, los rasgos de los que podrá deducirse más
tarde la estructura que deberá dar a la orden nueva y la tarea que
ella deberá cumplir. Pero es una vista de conjunto lúcida y pene-
trante de un golpe, tanto que todos los planes y proyectos ulterio-
res relativos a su Compañía vendrán siempre a cuadrar exacta-
mente con el esquema fundamental que ha contemplado a las
orillas del Cardoner.

En él se verificará un paso de la vida de Onofre a la de un após-


tol, de la sumersión mística a los estudios de Barcelona, del sayal
a la sotana negra, de la alimentación a base de hierbas a la "vida
común", del peregrino al "honestus sacerdos", de la pura interiori-
dad de la "devotio moderna" al Cristo que lucha hoy en la Iglesia
y que llama combatientes que le sigan.

Seguirá una fase de gran incertidumbre que irá aclarándose me-


diante los conocimientos que la inteligencia, dejada nuevamente
sola, irá adquiriendo poco a poco; una vía humilde, lenta y peno-
sa de experiencias, de estudio y de contacto con la tradición.
Ignacio irá descubriendo su camino y al mismo tiempo compren-
diendo que éste coincide con lo que su espíritu, elevado un día
55
sobre sí mismo, había visto en un instante» .

Jiménez Oñate, después de hacer una detallada exposición de


las diversas sentencias y de añadir una crítica histórica muy preci-
sa, se muestra insatisfecho con las soluciones que se han dado
hasta entonces y propone su propia interpretación apoyada en ra-
zones históricas. El planteamiento parte de una pregunta: ¿Hasta
qué punto salió Ignacio de aquel año de soledad con una ¡dea
societaria para el apostolado?

5 4
RAHNER, Saint Ignace...74-75.
5 5
Rahner, Saint Ignace...123-124.
40 AMIGOS EN EL SEÑOR

En primer lugar afirma que no existen pruebas válidas para


sostener un ideal comunitario manresano. Las palabras de Polanco
de que ya desde el comienzo el peregrino estaba inclinado a infla-
mar a otros en el deseo de virtud, por sí mismo y por otros ("et per
se et per alios", FN.II, 544) debe explicarse en el contexto de refer
rencias anteriores del mismo sobre la actividad apostólica de Ig-
nacio, que siempre aparece como una acción personal, «sin la más
mínima alusión a grupo ninguno de tipo apostólico». Tampoco la
Autobiografía refiere apostolados comunitarios por aquel tiempo;
Ignacio quiere ir solo a Jerusalén y quedarse allí toda la vida ayu-
dando al prójimo. Y aduce otro texto de Polanco que a su parecer
«quita toda posibilidad a esta conjetura»: en el Sumario español el
nacimiento del deseo de reunir compañeros lo coloca Polanco al
regreso de Jerusalén y comienzo de sus estudios: «Comenzó des-
de allí a tener deseos de juntar algunas personas a su compañía
para seguir el diseño que él desde entonces tenía de ayudar a
56
reformar las faltas que en el divino servicio v e í a » , Jiménez anota
que se trata del nacimiento de un deseo, y excluye cualquier razón
de peso que pueda dar base sólida al nacimiento de la idea comu-
57
nitaria en M a n r e s a .
A cambio propone su propia explicación, que se puede sinteti-
zar en los siguientes puntos:

1. Cronológicamente distingue tres etapas en la evolución espi-


ritual de Ignacio:

a) de Loyola a Manresa, vida de penitencia solitaria con rudi-


mentarias orientaciones ascéticas y muy poca experiencia en
la vida espiritual;
b) a partir de la eximia ilustración se decide a la vida apostóli-
ca: el celo de las almas es el centro de gravedad de esta gra-
cia extraordinaria del Cardoner; alrededor de ese centro y gra-
vitando sobre él se unifican todos los demás efectos. Pero en
Manresa Ignacio es un apóstol laico, solitario;
c) hay que remontarse hasta el tiempo de su vuelta de Tierra
Santa para encontrar la aparición de deseos comunitarios,
cuando se transforma en un apóstol con vocación societaria y
sacerdotal.

5 6
Summ.hisp., n. 35.
5 7
ANTONIO JIMÉNEZ OÑATE, El origen de la Compañía de Jesús, carisma funda-
cional y génesis histórica. Roma, 1966, p. 80.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 41

Es al regresar de Jerusalén cuando se decide a estudiar, como


hemos recordado. Aquí comenta Jiménez Oñate: «Ha visto que sin el
sacerdocio el camino hacia un alma queda muchas veces truncado
58
en el momento más propicio» . El apóstol laico decide hacerse sa-
cerdote. Y se formula simultáneamente esta pregunta: ¿qué hará des-
pués de los estudios? La alternativa se le presenta entre un apostola-
do en una orden religiosa y una actividad por propia iniciativa.
Las tres etapas señaladas por Jiménez Oñate están muy clara-
mente delimitadas: el paso del penitente al apóstol es radical y
fruto directo de la gracia del Cardoner; el de la actividad en solitario
al trabajo en grupo brota «al calor y a la luz de las excepcionales
experiencias espirituales que tuvo al contacto con la patria de Je-
sús», como piensa Nadal. A cada etapa corresponde una gracia: la
conversión en Loyola, la ilustración a orillas del Cardoner, el ideal
comunitario en Palestina.
2. En cuanto a la motivación que acompaña este último paso
hacia un apostolado en grupo, la primera sería el deseo de mayor
fecundidad apostólica: «vio que a solas no podía hacer tanto fruto,
y por eso buscó compañeros; y así con voto de pobreza y casti-
59
dad», como comenta N a d a l . Pero señala ante todo la que le
parece más fundamental: el deseo de imitar a Jesucristo y a sus
apóstoles, en una renovación en el tiempo y en la tierra del Señor,
del Colegio apostólico.

Expuestas anteriormente las opiniones que consideramos más


importantes y en las cuales hay ricos elementos para una interpreta-
ción global, intentaremos ahora nuestra propia explicación. No pen-
samos que se debe hacer un corte tan nítido y preciso en el paso de
una etapa de deseos de imitación en penitencia para emular a los
santos a otra de proyectos apostólicos, y de ésta a la de búsqueda
de compañeros. Para nosotros la ilustración del Cardoner es el punto
de partida para un proyecto que es a la vez apostólico y comunitario.
Habría en realidad dos etapas muy claras que se van delineando
lentamente, alimentadas por gracias y experiencias: la del penitente,
con ideales de servir y señalarse, en vida austera, y la del coopera-
dor de Jesucristo, que se dispone a servir al prójimo en compañía de
otros, siguiendo el camino del Señor y su comunidad de apóstoles.
Vamos a desarrollar con más detalle esta interpretación para la que
acudimos a cuatro fuentes especiales:

5 8
Jiménez Oñate, El origen..., 133.
5 9
Nadal, V, 284.
42 AMIGOS EN EL SEÑOR

Las meditaciones del Rey y de dos Banderas

Una inmensa luz se encendió para Ignacio a orillas del río Car-
doner. Treinta años después la recordará sobriamente diciendo que
le parecía ser otro hombre y tener otro entendimiento. El misterio de
Jesús impregnó toda su persona con un "conocimiento interior" que
transfiguraba cuanto había leído sobre él en las horas muertas de
Loyola y había transcrito a su librito cariñosamente. Todo aquello era
una transformante novedad para quien se consideraba «un alma
generosa pero aún ciega en las cosas del espíritu». Aquel libro, en el
que había recogido «algunas cosas en breve más esenciales de la
60
vida de Cristo y de los santos» , señalando las palabras del Señor y
de Nuestra Señora con diversas tintas y sobre papel bruñido, fue
seguramente alimento de sus largas horas de oración, de sus con-
versaciones con la gente y de sus acostumbrados exámenes sobre
61
«lo que había aquel día meditado o leído» . Leturia, Rahner y otros
autores opinan que fue entonces cuando hizo los ejercicios a la luz
de la gracia extraordinaria recibida. El mismo Criador y Señor se le
comunicaba abrazándolo en su amor y alabanza y disponiéndolo por
62
la vía por donde mejor podría servirle en adelante . Tanto Laínez
como Polanco confirman esa opinión: «Cerca de este tiempo... vino,
cuanto a la sustancia, en estas meditaciones que decimos exerci-
63
c i o s » , escribe el primero. Y Polanco: «Entre otras cosas que le
enseñó aquel qui docet hominem scientiam en este año, fueron las
meditaciones que llamamos ejercicios espirituales y el modo de ellas;
bien que después el uso y la experiencia de muchas cosas le hizo
64
más perfeccionar su primera invención» .
Como hemos comentado anteriormente, las meditaciones del
llamamiento del Rey y de las dos Banderas - s u continuación y
c o m p l e m e n t o - , que en el texto de los Ejercicios constituyen el
núcleo central de la contemplación de los misterios de Cristo, le
comunicaron una nueva visión del seguimiento y servicio al que se
sentía poderosamente atraído. «Esta es la gracia de nuestro Ins-
tituto», en palabras de Nadal. Ignacio comprendió la invitación del
Padre, en Jesucristo, a servirle en la realización de su proyecto sal-
vífico. Vio cómo «las tres personas divinas miraban toda la planicie
o redondez de todo el mundo llena de hombres y determinaban en

6 0
Autob., n.11.
6 1
Autob., n. 26.
6 2
Ver Ejercicios, Anotación 15.
6 3
Laínez Epist., n.12.
6 4
Summ. hisp., n. 24.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 43

su eternidad que la segunda persona se haga hombre para salvar


65
el género h u m a n o » . Vio también a Jesús pobre y humilde que
predicaba en «sinagogas, villas y castillos» y que invitaba a venir
con él para conquistar el mundo y entregarlo al Padre; a compartir
con él su vida y su suerte, contentos de comer, beber y vestir como
66
él, de trabajar con él en el día y vigilar en la n o c h e . Contempló
igualmente con la vista imaginativa a Jesús, «sumo capitán y Señor
nuestro», que llama y quiere a todos debajo de su bandera, que
escoge tantos amigos y discípulos y los envía por todo el mundo
para persuadir a los hombres a aceptar la «vida verdadera» que él
67
ha venido a mostrar . Y comprendió la exigencia de una respuesta
personal, el apremio de «afectarse y señalarse» para una entrega
más generosa y radical. El estilo y la forma de esta respuesta los
captó en sus líneas esenciales. La opción de seguir y servir a
Jesucristo se afianzó con firmeza irrevocable; el anhelo intenso «de
pasar injurias, falsos testimonios, afrentas, y ser tenidos y estima-
dos por locos... por desear parecer e imitar en alguna manera
nuestro Criador y Señor Jesucristo, vistiéndose de su vestidura y
librea, pues la vistió él... dándonos ejemplo que en todas cosas a
nosotros posibles, mediante su divina gracia, le queramos imitar y
68
seguir, como sea la vía que lleva los hombres a la v i d a » , tomó
posesión se su corazón; quedaba en manos del Padre aceptarlo y
ponerlo con su Hijo e indicarle la mejor manera de servirle.
Las meditaciones del Rey y las Banderas formulan un llama-
miento a todos los hombres para llevar a cabo con Jesús y como
Jesús el encargo recibido por él de su Padre. Cada uno habrá de
responder con un discernimiento personal para descubrir la forma
concreta como Dios quiere esa cooperación. Para Ignacio estas
meditaciones tuvieron la fascinación de un llamado en el sentido
mismo expresado por los símbolos. La «vida verdadera» que le
mostraba el sumo y verdadero capitán era una vida de identifica-
ción con él, en predicación activa, en compañía de otros militantes
bajo el estandarte de la cruz, en pobreza, injurias y vituperios, a
imitación de los apóstoles y discípulos a quienes Cristo llama,
reúne y envía por todo el mundo.
Era una forma nueva, distinta de cuanto había soñado y pla-
neado hasta entonces, aunque no conociera todavía su modo de
actuación concreta. Porque ni siquiera estaba seguro de ser acep-

6 5
EE., 102.
6 6
EE., 93-95.
6 7
EE., 136-146.
6 8
Const., 101.
44 AMIGOS EN EL SEÑOR

tado. Su decisión estuvo desde ese momento acompañada de una


súplica, en la que nuestra Señora se convirtió en intercesora pode-
rosa para ser elegido y recibido en tal estado de vida, debajo de la
bandera de su Hijo.
La invitación recibida en el Cardoner contenía ya todas las ca- .
ráeterísticas esenciales del carisma que iba a configurar un día la
comunidad de la Compañía de Jesús: imitación, seguimiento y ser-
vicio de Jesús, en pobreza y humildad; ayuda a los hombres con el
ministerio de la palabra, de los sacramentos y de la misericordia.
Esta invitación abría la perspectiva de un trabajo comunitario «a
imitación de los apóstoles» escogidos por Jesús como compañe-
69
ros y colaboradores .
Aquella añoranza de Ignacio y de sus compañeros por imitar a
Jesús con sus apóstoles, en la misma tierra del Señor, en vida ordi-
naria y pobre, en predicación ambulante, dando gratis lo que reci-
bieron gratuitamente, es como la causa ejemplar de la comunidad
que van a conformar más establemente un día. Los primeros com-
pañeros de Alcalá y Salamanca ya sentían esa inspiración y su
paso por las ciudades despertaba en las gentes la imagen de los
apóstoles. Esa forma de imitación y seguimiento fue configurando
gradualmente la comunidad de la Compañía. Hay que ir al Car-
doner para buscar allí el arroyo de donde brotó aquel ideal.
No pensamos con Casanovas que Ignacio haya descubierto allí
la llamada a formar un grupo, pero sí que la semilla de ese proyecto
fue sembrada entonces y que brotará y crecerá a partir de aquella
ilustración («un negocio que pasó por mí en Manresa» ). Es verdad
que el aislamiento individualista se transformó en un primer anhelo,
quizás no muy concreto, de verse en compañía de los colaborado-
res de Jesucristo en la misión, y que la ¡dea comunitaria forma un
todo con el llamamiento y el envío de la meditación de las Ban-
deras. Pero la actuación inmediata de ese ideal, el reunir compañe-
ros, no aparece todavía ni hay atisbos de ello en Manresa, como
piensa Leturia. Hay que esperar al regreso de Tierra Santa y a la
aparición del primer grupo en España, y tener en cuenta que Dios,
aun después de haberlo iluminado tan extraordinariamente, lo iba a
conducir luego a través de oscuridades, experiencias, tropiezos y

6 9
En los Ejercicios se podría distinguir el paso de la vocación solitaria a la
comunitaria. En las meditaciones del pecado, los coloquios se establecen de amigo
a amigo en un plan más personal («lo que he hecho por Cristo...»); en el llamamien-
to del Rey se propone una invitación universal de Jesucristo y una oblación personal
del ejercitante («yo hago mi oblación...»); en las Banderas aparece más clara la
dimensión corporativa y comunitaria (Cristo escoge apóstoles, discípulos, amigos, y
los envía) y el coloquio se dirige a la petición de ser recibido debajo de su bandera.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 45

fracasos. Muy bellamente lo expresa Nadal en sus Diálogos con


aquellas palabras que traducimos del latín:

«Durante el tiempo que estuvo en París no sólo prosiguió el estu-


dio de las letras, juntamente encaminó su corazón hacia donde lo
conducían el Espíritu y la vocación divina: a la institución de una
orden religiosa; aunque, con singular humildad, seguía al
Espíritu, no se le adelantaba. Y así era conducido suavemente a
donde no sabía, porque ni pensaba entonces en la fundación de
una orden; sin embargo, poco a poco se abría camino hacia allá,
y lo iba recorriendo, sabiamente ignorante, con su corazón con-
70
fiadamente puesto en Cristo» .

El pensamiento de Polanco

¿Podemos corroborar nuestra opinión con textos históricos de


los primitivos documentos de la Compañía de Jesús? Resulta difícil
encontrar un apoyo claro y definitivo en ellos. Ninguno permite con-
cluir con certeza cuándo apareció precisamente el ideal comunita-
rio en el camino espiritual del peregrino. Pero analizando cuidado-
samente algunos de ellos vemos que se pueden interpretar mejor y
más adecuadamente desde la perspectiva que hemos propuesto:
que el aspecto comunitario despunto ya en Manresa y que no hay
71
razón válida para diferirlo hasta el regreso de Jerusalén .
Antes de pasar a analizar algunos extractos de Polanco haga-
mos una observación. Es significativo que ya en su época de peni-
tente solitario, la alternativa comunitaria, entendida en un sentido
más amplio, no la ha excluido Ignacio. Cuando piensa en la Cartuja
como una posibilidad de realizar sus primeros deseos, o en ingre-
sar a una orden relajada para ayudar a reformarla ¿no se le pre-
senta una disyuntiva entre ser penitente solitario o cenobítico? La
opción de vivir y realizar sus ideales en compañía de otros le a-
traía, y si finalmente la descartó fue porque le parecía que una vida

70 Dialogi, n. 17, FN, II, 252: «Quo témpora Lutetiae fuit, non solum studia lite-
rarum sectatus est, sed animum simul intendit quo Spiritus illum ac divina vocatio
ducebat, ad ordinem religiosum instituendum; tametsi singulari animi modestia
ducentem Spiritum sequebatur, non praeibat. Itaque deducebatur quo nesciebat
suaviter, nec enim de ordinis institutione tune cogitabat, et tamen pedetentim ad
illum et viam muniebat et iter facebat quasi sapienter imprudens, in simplicitate cor-
dis sui in Christo».
7 1
Jiménez Oñate dice a este respecto: «A pesar de que las meditaciones del
Rey y Banderas sean de origen manresano... Ignacio se sintió allí atraído a sumarse
de manera especial y personal a la empresa apostólica... tanto la idea como la eje-
cución del grupo nace en Barcelona, a la vuelta de la peregrinación a Tierra Santa»
El Origen de la Compañía, 80-81.
46 AMIGOS EN EL SEÑOR

menos ligada a reglas le permitiría realizar más plenamente sus


primeros proyectos de entrega a Dios.
Polanco recuerda que «antes de dejar Barcelona se añadieron
a Ignacio algunos compañeros que querían seguir su manera de
vida; pues como dijimos, ya desde el comienzo estaba inclinado a
ayudar e inflamar los prójimos a la virtud, por sí mismo y con la
72
ayuda de o t r o s » . «Como dijimos...», es decir, como había relata-
do en pasajes anteriores refiriéndose a la actividad de Ignacio, pre-
cisamente en dar ejercicios, mediante los cuales comunicaba a
otros lo que había recibido, con gran fruto de perfección y deseo
73
del servicio divino de quienes los h a c í a n .
Obviamente el texto citado no es ninguna prueba de que en
Manresa haya tenido la idea explícita de reunir compañeros. Pero
sí afirma que la agrupación de algunos en Barcelona es conse-
cuencia natural de un anhelo que ya traía desde el comienzo, de
ayudar a los demás «por sí mismo y con la ayuda de otros». Sin
embargo, en el Sumario español parece contradecirse:

«Pero tornando a Barcelona, en el tiempo de su estudio no dejaba


de dar de sí buen odor y ayudar con el ejemplo y conversaciones
y ejercicios espirituales a muchas personas. Comenzó desde allí a
tener deseos de juntar algunas personas a su compañía para
seguir el diseño que él desde entonces tenía de ayudar a reformar
las faltas que en el divino servicio veía, y que fuesen como unas
74
trompetas de Jesucristo, y hubo cuatro compañeros...»

¿Entonces, de acuerdo a este texto habría que aplazar hasta


este momento, en Barcelona después del viaje a Jerusalén, un pro-
pósito comunitario? No se puede apurar tanto la narración de Po-
lanco como para esperar que nos indique el momento exacto en
que nació aquel propósito. Ni Laínez en su Carta sobre la vida de
75
Ignacio, de la que depende el Sumario de Polanco , ni la Auto-
biografía, nos dan señal de que el origen del proyecto comunitario
haya sido a la vuelta de Palestina. Por otra parte, es improbable

7 2
FN, II, 544.
7 3
Ver FN, II, 527 y 532.
7 4
Summ.hisp., n. 35.
7 5
El Sumario español es muy fiel a Laínez y contiene todo lo que éste escribió
en su carta de 1547 precisamente para responder a los deseos de Polanco que
queriendo tener más información había acudido a él; pero Polanco añade especial-
mente los aspectos comunitarios que dieron origen a la Compañía. Por esta razón lo
preferimos a la carta misma de Laínez, que, sin embargo, es considerada por Le-
turia como «la célula Inicial y aun en cierto sentido la base primera de toda la litera-
tura sobre San Ignacio» (ver Nuevos datos sobre San Ignacio, Bilbao, 1925, p.3).
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 47

que Polanco haya tenido intención de señalar precisamente ese


momento, a pesar de lo que pueda decir literalmente el texto. Su
interés iba más bien dirigido a presentar un relato sinóptico del ori-
gen de la Compañía y pudo muy bien haber identificado la apari-
ción del grupo con los deseos de comenzar a reunirlo. Además, no
fue muy exacto Polanco en su narración de este período de la vida
de Ignacio; en muchas cosas se limitó a repetir lo que había recibi-
do de Laínez, y con él se equivocó también probablemente al seña-
lar el origen de otro deseo, el de ir en peregrinación a Tierra Santa.
Dicen ambos que de Manresa fue el peregrino a Barcelona con
propósito de estudiar y de hecho comenzó sus clases de gramáti-
76
ca, pero pronto le vino el deseo de ir a J e r u s a l é n . La Auto-
biografía se encargaría de corregirlos a ambos: Ignacio mismo
cuenta que el propósito de peregrinar a Jerusalén lo traía desde
Loyola, de suerte que Barcelona iba a ser sólo un lugar de paso en
su camino a Tierra Santa. Los estudios comenzarían a su regreso
de la peregrinación.
Otro Sumario escrito por Polanco en latín veintiséis años más
tarde, dos antes de su muerte, contiene unas diferencias dignas de
consideración:

«Al llegar Ignacio a Barcelona decidió fijarse allí por algún tiem-
po. Desde que no había podido quedarse en Jerusalén, venía
pensando mucho y por largo tiempo qué modo de vida debería
seguir en el futuro para mayor gloria de Dios. Y como había esta-
do siempre encendido en deseos de ayudar a los prójimos, y de-
seaba padecer mucho por el nombre de Cristo, dudaba si debería
entrar en alguna religión, o más bien, libre, dedicarse al servicio
de Dios y escogerse algunos compañeros que trabajaran en la
misma empresa de ayuda a los prójimos. Y si entrara en alguna
religión, lo haría, no en una reformada, sino en alguna relajada,
en la cual pudiera padecer mucho y hacerse benemérito, ayudan-
do a la perfección. Y finalmente decidió que sería más grato a
Dios permanecer libre y así dedicarse totalmente a El; y que de
todas maneras debería proseguir sus estudios para poder con-
vertir lo que había recibido de Dios en auxilio de las almas, sin
77
causar admiración en la gente» .

Es al regreso de Jerusalén, frustrados sus firmes propósitos de


quedarse allí «visitando siempre aquellos lugares santos» y ayu-
75
dando a las ánimas, como relata en la Autobiografía , cuando

7 6
Ver Sum.hisp., nn.28-29, que reproduce lo que dice Laínez.
7 7
FN, I I , 5 4 1 .
7 8
Autob., n. 45.
48 AMIGOS EN EL SEÑOR

comienza a preguntarse sobre la forma de vida que ha de llevar en


adelante. Contempla dos posibilidades: entrar en alguna orden reli-
giosa o permanecer libre y escogerse compañeros para trabajar
con ellos «en la misma empresa de ayuda de los prójimos». Lo que
desea es "ayudar" a otros, pero en una y otra opción hay un con-
texto comunitario: incorporarse en una orden o quedarse libre y tra-
bajar junto con otros.

La práctica de dar ejercicios a otros

En Barcelona va a comenzar Ignacio de manera más consis-


tente una forma de ayudar al prójimo que ya había Iniciado desde
Manresa: dar ejercicios. Quería «convertir lo que había recibido de
Dios en ayuda de las almas», escribe Polanco. «Le parecía que
[los ejercicios] podrían ser útiles también a otros», dice modesta-
79
mente en la Autobiografía . Viene bien recordar otro texto de Po-
lanco que ya habíamos citado:

«Entre otras cosas que le enseñó Aquel qul docet homines scien-
tiam en este año [de Manresa], fueron las meditaciones que lla-
mamos Ejercicios espirituales, y el modo dellas; bien que después
el uso y experiencia de muchas cosas le hizo más perfeccionar su
primera invención; que como mucho labraron en su misma ánima,
así deseaba con ellas ayudar a otras personas. Y estos deseos
de comunicar al prójimo lo que Dios a él le daba, siempre los
tuvo, hallando por experiencia que no solo no se disminuía en él
80
lo que comunicaba a otros pero aun mucho crecía» .

Es una actividad distinta de las conversaciones espirituales que


solía tener con la gente («Conversaba también, fuera de ejercicios,
81
con muchas personas») . Compartir con otros los ideales divinos
que Dios le ha comunicado fue una inclinación suya muy temprana.
En Manresa lo encontramos «ávido de platicar de cosas espiritua-
les, y de hallar personas que fuesen capaces de ellas». No desea
solamente ayudarles a encontrar a Dios para que ordenen su vida
conforme a su divina voluntad; busca personas capaces, que ha-
biendo sido transformadas por la experiencia de este encuentro
con Dios, quieran acompañarlo en su proyecto apostólico. Y así, en
Barcelona buscaba todas las personas espirituales que pudiera

7 9
Autob., n. 99.
8 0
Summ.hisp., n. 24.
8 1
Summ.hisp., n. 25.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 49

hallar, -«aunque estuviesen en ermitas de la ciudad»-, para tratar


con ellas, pero no podía hallar las «que tanto le ayudasen como él
82
d e s e a b a » . Se desalentó en tal manera que poco antes de partir
83
para Jerusalén «perdió totalmente esta ansia de b u s c a r l a s ] » .
Cuando pensamos que en los Ejercicios se fraguaron los com-
pañeros de París y muchos otros que conformaron la naciente
Compañía de Jesús, así como otras personas que ayudaron a la
84
fundación de la m i s m a , comprendemos que para Ignacio dar
ejercicios era un medio privilegiado dé buscar compañeros dis-
puestos a militar bajo el estandarte de Jesús para colaborar con él
en la misión. Y aunque en Manresa esta conciencia no haya des-
pertado, sí se manifestó un anhelo, una tentativa de compartir con
otros el deseo de responder al llamamiento del Rey, que tan hon-
damente había experimentado a orillas del río Cardoner.

Los grupos de mujeres devotas

Los procesos de Manresa manifiestan la actividad de un gru-


po de mujeres nobles que espontáneamente se van- agrupando
en torno al peregrino. Comienzan por ayudarle con sus limosnas.
Se entusiasman luego con su conversación, todavía pobre en con-
tenido espiritual. Las vemos luego reunidas en la capilla de Santa
Lucía, al lado del hospital de los pobres para recibir algunos
«ejercicios espirituales». Finalmente las encontramos transforma-
das, practicando la oración y los sacramentos y ayudándole en
sus prácticas de caridad. ¡Este grupo de mujeres recibe pronto el
85
nombre de «lñigas»\ De ninguna manera se trata de un grupo
estable y definido recogido por Ignacio para organizar alguna
compañía. No olvidemos que él estaba allí de paso y que poco a
poco se le iba acercando el tiempo fijado para su peregrinación a
Jerusalén. Pero junto a la actividad apostólica entre hombres y
mujeres, la enseñanza de la doctrina a los niños, las obras de
misericordia, surge espontáneamente un grupo selecto que a su
manera participa de la actividad de su conductor. Grupos seme-
jantes se seguirán formando a su alrededor. La Autobiografía
narra el caso de aquellas dos mujeres, madre e hija, que «habían
entrado mucho en espíritu» y fueron mendigando a la Verónica de

8 2
Autob., n. 37.
8 3
Autob., n. 37.
8 4
Ver FN, IV, 135, en la Vida de Ignacio escrita por Ribadeneira.
8 5
MI, Scripta, II, 709 ("oían los ejercicios del Padre Ignacio"), 367, 706, 748 (un
grupo de mujeres que lo visitaban), 369 (las llaman "Iñigas), 363, 376, 731 (él las
exhorta a practicar obras de misericordia).
50 AMIGOS EN EL SEÑOR

Jaén, con gran conmoción en Alcalá en donde se pensó que Iñigo


las había incitado, y lo pusieron preso. Estas dos mujeres le de-
cían que querían ¡r por todo el mundo y servir a los pobres por
unos hospitales y por otros. Era el fruto de los ejercicios, que él
tenía que controlar para refrenar sus excesos mostrándoles for-
mas más prácticas y razonables de servir a los pobres, que po-
86
dían encontrar en A l c a l á .
También descubre en Alcalá un nuevo campo: el trabajo entre
mujeres simples del pueblo. Nos lo refieren las actas de los tres pro-
cesos canónicos que hubo de afrontar por esta causa. Eran más de
veinte mujeres sencillas, esposas de artesanos, viudas, jóvenes,
algunas beatas y también otras de dudosa conducta. En sus conver-
saciones con ellas les explicaba los mandamientos, el pecado, los
exámenes de conciencia y también el Evangelio, con resultados sor-
prendentes: la amante de los estudiantes quiere retirarse a un de-
sierto, madre e hija peregrinan a Jaén, algunas se convierten radi-
calmente y otras se vuelven histéricas. Hasta su viaje a París,
donde encontrará sus nueve compañeros definitivos, empleará gran
parte de su tiempo en este trabajo. Ya de General en Roma, otro
grupo de la alta sociedad volverá a congregarse para atender a las
obras de caridad que él les encomienda, entre ellas la casa de mu-
jeres arrepentidas de Santa Marta.
En estos disímiles grupos femeninos, sea de convertidas que
aprenden una nueva vida, sea de personas selectas en quienes se
expresa aunque sencillamente el ideal apostólico y de perfección
que un día encontrará su forma en la Compañía, Ignacio no tiene
ninguna pretensión ni propósito de organizar algo definitivo. Pero
ciertamente su apostolado no es el de un solitario. Se percibe en
todos estos tanteos una búsqueda persistente para encontrar la
forma auténtica de cristalizar aquella latente aspiración comunitaria
que retrae sus orígenes al Cardoner. En efecto, instintivamente
busca aquellos «amigos en el Señor», hombres apasionados por
Jesús, a quienes el Señor llama y reúne para que «estén con él»,
los forma, los hace «sus amigos» y los envía como servidores de
su misión. Esta amistad originante con Jesús es la fuerza que los
va a aglutinar y a hacer de ellos «amigos en el Señor».
La imitación de los apóstoles como grupo congregado en torno
a su jefe inspirará y modelará la comunidad ignaciana, mostrada a
Ignacio virtualmente en las meditaciones del Rey y las Banderas,
quizás como un proyecto indeterminado en cuanto a su actuación

8 6
Autob., n. 6 1 .
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 51

concreta, pero con radicales exigencias de seguimiento coherente


de Jesús pobre, servidor de los pobres y humilde, en «vida verda-
dera», libre de las engañosas ofertas de riqueza y bienestar, honor
y estimación social, autosuficiencia y ambición de dominio. Esta se-
rá la fuente de inspiración en todos sus discernimientos para
encontrar el «modo de proceder» que los ha de caracterizar. Lo
buscarán a través de la experiencia, la reflexión en común y la ora-
ción. El Espíritu los conducirá suavemente y ellos lo seguirán, no
se le adelantarán, poniendo su corazón confiadamente en Cristo.
Los pasos de este itinerario espiritual quedan bien definidos:
Manresa, descubrimiento gratuito de Jesús que llama a colaborar
con él en la misión, formando parte de los que han optado militar
bajo su estandarte; Jerusalén, confirmación del ideal al contacto
con la tierra del Señor; Barcelona, primera concretización tentativa
de un grupo de compañeros; París, encuentro definitivo del grupo
de «amigos en el Señor», nacimiento y primeros pasos de la comu-
nidad; Roma, transformación de la comunidad de amigos en el
cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús. Pero detengámonos
todavía un poco para contemplar las siguientes jornadas de ese
fascinante itinerario.

Jerusalén, confirmación del ideal

Es en el momento de retomar su camino hacia la tierra del Se-


ñor cuando en la Autobiografía Ignacio vuelve a llamarse "el pere-
grino". Sus primeros propósitos de Loyola, suspendidos durante
casi un año de preparación espiritual en Manresa, siguen vivos
pero han sufrido un cambio. El viaje a Jerusalén no será más una
simple peregrinación devota; ahora quiere ir a Palestina para vivir
permanentemente allá, «visitando siempre aquellos lugares san-
tos» y, además, trabajando en ayuda de la gente.
La persecución de su gran sueño es en la Autobiografía un deli-
cioso recuento de piadosa devoción, arrojo e intrepidez, anonimato,
pobreza y humillaciones. Luchando contra circunstancias adversas,
enfermedades, objeciones de sus amigos y compañeros de viaje,
sigue adelante. Su fuerza interior proviene de una gran certidumbre
que lleva en su corazón: «que Dios le había de dar modo para ir a
Jerusalén; y ésta le confirmaba tanto, que ningunas razones y mie-
87
dos que le ponían le podían hacer d u d a r » .

8 7
Autob., n. 42.
52 AMIGOS EN EL SEÑOR

Por lo pronto hay que tener en cuenta que Iñigo va a Jerusalén


por devoción, como un romero que desea hacer penitencia por
amor a Jesucristo. Y rechaza toda compañía porque quiere peregri-
nar solo y sin dinero:

«Y así, al principio del año de 23, se partió para Barcelona para


embarcarse. Y aunque se le ofrecían algunas compañías, no quiso
ir sino solo; que toda su cosa era tener a solo Dios por refugio. Y
así un día a unos que mucho le instaban, porque no sabía lengua
italiana ni latina, para que tomase una compañía, diciéndole cuánto
le ayudaría, y loándosela mucho, él dijo que, aunque fuese hijo o
hermano del duque de Cardona, no ¡ría en su compañía; porque él
deseaba tener tres virtudes: caridad y fe y esperanza; y llevando
un compañero, cuando tuviese hambre esperaría ayuda de él; y
cuando cayese, le ayudaría a levantar; y así también se confiaría
de él y le tendría afición por estos respectos; y que esta confianza
88
y afición y esperanza la quería tener en solo Dios .

En el camino interior de Ignacio van madurando e integrándose


estos dos momentos: el de la «soledad» y el de la «conversación»",
que caracterizarán también la comunión entre los miembros de la
Compañía de Jesús. Después de la ilustración del Cardoner vivirá
«ávido de platicar de cosas espirituales, y de hallar personas que
fuesen capaces de ellas». Más tarde, durante las deliberaciones de
1539, todos querrán vincularse en un cuerpo «en donde tengan cui-
dado los unos de los otros». Pero ahora él busca la soledad, no quie-
re «otra compañía consigo que la de Dios, con quien deseaba tratar
a sus solas y gozar de su interior comunicación, sin ruido ni estorbo
89
de compañeros» . Ni acepta ayuda alguna para no aficionarse a
ella, pues se propone aprender a confiar totalmente en Dios y «en El
solo poner la esperanza», como lo propondrá más tarde para toda la
Compañía en la Parte Décima de las Constituciones.
«Poner delante de sus ojos ante todo a Dios», dice la Fórmula
del Instituto; centrar el corazón en Dios para poder amarlo a El en
todas las cosas y a todas en El, exhorta en las Constituciones (288);
estar muy unidos con Dios en el amor, ya que ese Amor suyo «des-
cenderá y se extenderá a todos próximos, y en especial al cuerpo de
la Compañía», propone en la Parte Octava como vínculo principal
«para la unión de los miembros entre sí y con la cabeza» (671). Para
Ignacio lo más importante son los medios que unen el instrumento
con Dios y lo disponen para que se rija bien de su divina mano; esto

8 8
Autob., n. 35.
8 9
FN, IV, 143,145.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 53

supuesto, buscará con diligencia todos los medios que lo disponen


para ayudar eficazmente a los demás. Así pues, cuando quiere y se
empeña en ir solo a Tierra Santa, como cuando disminuye sus devo-
ciones y su trato con la gente para dedicarse de cuerpo entero a los
estudios, está privilegiando uno de esos momentos de «soledad»
que lo harán más capaz de «conversar» y convertir lo que ha recibi-
do de Dios en ayuda de los demás.
Es apenas lógico que una persona como Ignacio, al contacto
con la tierra del Señor y con las repetidas gracias de consolación
que recibió durante todo ese tiempo, encendiera más su corazón y
consolidara su propósito de imitar y seguir a Jesús con las notas
aprendidas en Manresa y a ser posible en la misma tierra donde
habían vivido y predicado el Maestro y sus apóstoles. Aunque
90
abundaron las consolaciones , ningún texto nos habla de nuevas
luces para el seguimiento durante la peregrinación; aquellas conso-
laciones se dirigían, como puede leerse, más bien a confirmar que
a conocer nuevas orientaciones que iluminaran su ruta. Si Jesu-
cristo se le ha aparecido en los momentos difíciles y dolorosos, ha
sido para confortarlo, no para esclarecerle el porvenir. Con razón
piensa Leturia que «nada más vuelto de Jerusalén y sin que prece-
dan nuevas luces o experiencias fundamentales de vida espiritual,
aparecen ya los primeros compañeros».

A la búsqueda de compañeros

¿Qué hacer en adelante?

La firme determinación que el peregrino llevaba de quedarse en


Tierra Santa encalló én la respuesta del Provincial franciscano del
monasterio de Montesión. Su reacción inmediata frente al rechazo
fue enérgica: dio a entender francamente que «aunque al provincial
no le pareciese, si no fuese cosa que le obliga a pecado, él no deja-
91
ría su propósito por ningún t e m o r » . Pero tan pronto como el Pro-
vincial le dijo que tenía autoridad de la Sede Apostólica para determi-
nar estas cosas y para excomulgar a quien no les quisiese obedecer,
entendió que «no era voluntad de nuestro Señor que él se quedase
92
en aquellos santos lugares» y se dispuso a regresar, no sin antes
visitar dos veces el monte de los Olivos, untando con algunos rega-

9 0
Ver Autob., nn, 41,44,45,48,52.
9 1
Autob., n. 46.
9 2
Autob., nn. 47, 50.
54 AMIGOS EN EL SEÑOR

los a los guardianes para que lo dejaran entrar, pues quería mirar
bien la piedra donde supuestamente estaban grabadas las pisadas
de Jesús en el momento de su ascensión. Y zarpó del puerto de Jafa
camino de retorno después de un mes en Jerusalén.
93
«Vino consigo pensando qué h a r í a » . Sus primeras experien-
cias en la conversación con la gente le fueron mostrando la necesi-
dad que tenía de estudiar para poder entregar más eficazmente a
los demás lo que él había recibido. Decide ir a Barcelona y comien-
za a estudiar los principios de la gramática. ¿Estaba ya pensando
en el sacerdocio como meta de sus estudios y condición para la efi-
94
cacia de su servicio a los demás? Aunque así piensan a l g u n o s ,
el mismo Ignacio deja entender en la Autobiografía que por el mo-
mento no tenía grandes ambiciones en materia de estudios y se
contentaba con lo necesario para poder ayudar a otros: «se inclina-
95
ba más a estudiar algún tiempo para poder ayudar a las á n i m a s » .
Dos años bien aprovechados en Barcelona inducen a su maes-
tro de gramática a sugerirle que continúe con los estudios de Artes
y los haga en Alcalá. Quizás Ignacio no recuerda bien pues Gon-
calves da Cámara escribe que «se partió solo... aunque ya tenía
96
algunos compañeros, según creo» .
Parece que en Barcelona siguió todavía pensando sí después
de los estudios entraría a una orden religiosa o seguiría libre en el
mundo y recogería compañeros. La Cartuja había dejado de ser
una alternativa, convencido como estaba de que era llamado a ser-
vir ayudando a los demás. Pero permanecía abierta la opción por
una orden religiosa, «reformada» o «estragada», «observante» o
«conventual». Sobre las primeras comenta Ribadeneira:

«Bien se terminava en que, habiendo de hacerse religioso, entraría


en alguna religión que estuviera más apartada de sus fervorosos
principios y olvidada de la observancia de sus reglas. Porque, por
una parte le parecía que quizá sería nuestro Señor servido que
aquella religión se reformase con su trabajo y ejemplo y, por otra,
que tendría en ella más ocasión de padecer y de sufrir las muchas
contradicciones y persecuciones que le vendrían de los que, con-
tentos con solo el nombre y hábito de religión, habían de recusar la
97
reformación de la disciplina regular y de su vida religiosa» .

9 3
Autob., n.50.
9 4
Por ejemplo Jiménez Oñate, El origen de la Compañía...: (Ha visto [a su
vuelta de Jerusalén] que sin el sacerdocio el camino hacia un alma queda muchas
veces truncado), p. 133.
9 5
Autob., n. 50.
9 6
Autob., n. 56.
9 7
FN, IV, 199.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 55

El plan de ayudar a infundir nuevo espíritu a una orden deca-


dente era a la vez una actividad apostólica y comunitaria ya que le
permitía unirse a otros en un objetivo común. Es sorprendente que
esté ponderando también, como una razón en pro, las dificultades
y contradicciones que encontraría en una orden que se había apar-
tado de su primer espíritu: sería una ocasión de padecer en ella
para imitar más al Señor y a la vez de servirle ayudando con su tra-
bajo y ejemplo en su reforma. Ciertamente, no está soñando; no
busca que la vida en una comunidad religiosa le sirva como medio
para su perfección. Con gran realismo asume las dificultades que
conlleva vivir con otros que se contentan con tener el nombre de
religiosos y vestir el hábito de la orden y piensa que puede poner
su granito de arena en renovarla.
Que se hubiera propuesto también, como uno de las posibles
respuestas que se ofrecían a su interrogante sobre el futuro, la al-
ternativa entre una orden observante o conventual, lo contó Laínez
en una exhortación en 1559, tres años después de la muerte de
Ignacio:

«Así, Dios primero le enseñó su propia salvación, después la del


prójimo. Se retiró del mundo, afligió la carne con ayunos, absti-
nencias y disciplinas macerándose; y huyó la ocasión del mal, al
punto que le vino deseo de hacerse cartujo. Pero viendo luego
que era llamado a la ayuda de los otros, decía que más pronto
hubiera deseado ser conventual que observante, para poder ayu-
98
dar a los demás» .

El Conventualismo, como sabemos, fue una interpretación del


ideal franciscano que tendía a adaptarlo a las exigencias históricas
y sociales sin renunciar a su carisma primigenio. Pero pronto se
hizo sinónimo, si no de relajamiento, al menos de mitigación del es-
píritu del fundador. La observancia, que era una reacción contra el
conventualismo, llegó a ser preponderante en la regla franciscana
durante el primer cuarto del siglo dieciséis, la época en que Ignacio
está decidiendo su propio camino. Dentro de ellos, unos querían la
restauración del espíritu primitivo abrazando la vida eremítica o por
lo menos dando preeminencia a la soledad en un régimen conven-
tual autónomo; los otros se esforzaban por infundir gérmenes reno-
vadores bajo la dependencia de sus superiores mayores sin provo-
car una división. Ambas tendencias en la rama observante acepta-
ban las actividades ordinarias pero intensificaban la oración, la
soledad, la pobreza y la austeridad. Se pensaría que Ignacio habría

9 8
FN, II, 135-138.
56 AMIGOS EN EL SEÑOR

escogido la rama observante. Sin embargo, dice Laínez que


Ignacio hubiera preferido a los conventuales «para poder ayudar a
los demás». No queda claro si era para ayudar a su reforma o por-
que siendo una rama más abierta a las exigencias del servicio
apostólico le permitiría más libertad y respondería mejor a «lo que
pasó por él en Manresa». Ambas razones pudieron estar motivan-
do su preferencia. Se podría agregar la consideración de Astráin de
que varios santos españoles habían contribuido a reformar sus
órdenes religiosas, como Alcántara o Teresa, sin establecer nue-
vas religiones.

Barcelona, Alcalá y Salamanca: el grupo primero

Los dos años que estuvo en Barcelona se hospedó en una ca-


sa del marido de Inés Pascual, la primera mujer que había encon-
trado en el camino de Montserrat a Manresa y que se convirtió
pronto en una de las «Iñigas» o «"Iñiguistas» y en su más genero-
sa y constante bienhechora. Ocupaba una pieza del piso superior
en donde comenzó a reunir el grupo de damas a quienes instruía
espiritualmente y motivaba para el servicio de las obras de caridad.
Muy poco después hace su aparición el primer grupo de amigos.
Polanco se refiere a ellos: «y hubo cuatro compañeros».
No sabemos cómo los reunió, si los buscó o se le fueron alle-
gando espontáneamente como lo habían hecho las damas en
Manresa y Barcelona. Es de suponer que aquel conocedor de hom-
bres que se revelará abiertamente en París al reclutar a los nueve
amigos fundadores, descubrió pronto entre las muchas personas
que venían a buscarlo atraídos por su personalidad y por su forma
de vida, tres o cuatro jóvenes capaces de responder al llamamiento
de Jesucristo propuesto en las meditaciones del Rey y de las dos
Banderas.
Fue el primero Calixto de Sa, quien probablemente por suge-
rencia de Ignacio hizo una peregrinación a Jerusalén antes de unir-
se a él. Debió conocerlo algún tiempo después de llegar a Bar-
celona. Una carta que «el pobre peregrino Iñigo» escribe en di-
ciembre de 1524 a Inés Pascual, que residía habitualmente en
Manresa, le recomienda a su amigo: «un peregrino que se llama
Calixto, está en este lugar con quien yo mucho querría comuni-
cásedes vuestras cosas; que en verdad puede ser que en él halléis
99
más de lo que en él se p a r e c e » . ¡Qué poco atractivo o qué apa-
riencia tendría aquel otro «peregrino», que contaba apenas 17 o 18

9 9
MI, Epp., I, 72.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 57

años y en quien Ignacio confía tanto pero del que tiene que hacer
tal recomendación! Calixto fue sin duda la personalidad más promi-
nente entre los cuatro compañeros. Vinieron luego Juan de Arteaga
y Lope de Cáceres. Por último «Juanico», que no se agregará for-
malmente al grupo hasta Alcalá; su nombre era Juan de Reynalde,
o quizá Reynauld, joven francés, paje del virrey de Navarra, quien
estaba en el hospital de la misericordia haciéndose curar una heri-
da cuando llegó Ignacio a Alcalá. Un testigo de los procesos que
trabajaba en aquel hospital, recuerda que «después de sano, el
100
dicho Iñigo le hizo dar aquel hábito que t r a e » .
Eran cinco en total, «todos mancebos y muchachos». También
a Iñigo, ya de unos 34 años, lo recuerda uno de los testigos como
1 0 1
«hombre de poca edad, que podrá haber hasta veinte a ñ o s » .
Entre la gente llamaban la atención por su estrafalaria manera de
vestir: «unos mancebos que andan en esta villa, vestidos con unos
hábitos pardillos claros y hasta en pies [que les llegaban hasta los
pies], y algunos de ellos descalzos, los cuales dicen que hacen
2
vida a manera de apóstoles»™ . ¡Comienzan a llamarlos «ensaya-
lados»!

Características del grupo

No vivían todos juntos. De Barcelona sólo sabemos que Iñigo


compartía el pequeño cuarto con el hijo de Inés Pascual. Al llegar a
Alcalá, a donde había precedido a sus compañeros, el peregrino
estuvo los primeros días mendigando comida y hospedaje hasta
que fue recibido en el hospital de Antezana o de la misericordia,
1 0 3
donde le daban «de comer y beber, y candela e c a m a » . Todavía
hoy los visitante pueden ver la cocina donde preparaba sus alimen-
tos y el cuarto que habitaba el santo. Quizá la razón por la que se
había adelantado a los demás era para buscarles posibilidades de
vida y estudios. Conoció en Alcalá a Diego de Eguía, sacerdote
navarro y a su hermano Miguel, impresor, quienes le ayudaban con
limosnas y otros enseres para las necesidades de los pobres. Ellos
acogieron por algunos días en su casa a Iñigo y a sus tres compa-
ñeros. Recordemos que Diego fue durante un tiempo confesor del
peregrino; entraría a la Compañía en 1540 y moriría en 1556, mes
y medio antes de Ignacio.

1 0 0
MI, Scripta, I, 606-607.
1 0 1
MI, Scripta, I, 600.
1 0 2
MI, Scripta, I, 599.
1 0 3
MI, Scripta, I., 607.
58 AMIGOS EN EL SEÑOR

Pronto consiguieron sitio para alojarse más permanentemente.


Los testigos de los procesos de Alcalá dicen que cada uno vivía
por su cuenta. Iñigo en el hospital, Cáceres y Arteaga en la casa
del escudero Hernando de Parra, Calixto y Juanico en la del pana-
104
dero Andrés de A v i l a . Dicen también que algunas veces se que-
daban a dormir en el hospital con Iñigo, una vez uno, otra vez otro,
hasta que consiguieron quien les regalara colchones, sábanas y
almohadas. Cuatro meses más tarde Iñigo dejará el hospital para
irse a vivir en una casita.
Su forma de pobreza la podemos fácilmente imaginar. Vivían
de limosna, perseverando en penitencia y desprecio de «cosas
mundanas», caminando descalzos y, con todo, compartiendo con
105
los pobres lo que r e c i b í a n . Beatriz Ramírez, una «discípula», fue
interrogada en los procesos si había regalado al grupo alguna cosa
en recompensa a sus pláticas y enseñanzas: «dijo que algunas
cosillas les dio, así como algún colgajo de uvas y un poco de toci-
no; y que esto se los hacía tomar por fuerza, porque ellos no los
106
q u e r í a n » . Practicaban, pues, la gratuidad de ministerios, que
será uno de los modos de proceder más encarecidos por Ignacio
en la futura Compañía de Jesús.
Tenemos también un testimonio del voto de castidad, al menos
107
de Iñigo y C a l i x t o . La Autobiografía relata ampliamente que el re-
cién convertido vio una noche en Loyola una imagen de Nuestra Se-
ñora con el Niño que le produjo «consolación muy excesiva». A partir
de ese momento quedó con tanto asco de su vida pasada que nunca
108
más tuvo el más mínimo consenso en cosas de c a r n e . Laínez
también dice que en el camino hacia Motserrat -quizás en el santua-
rio de Aránzazu donde se detuvo el peregrino- hizo voto de castidad.
En cuanto a la obediencia, no forma aún parte de su estilo de
vida; Iñigo era líder y maestro espiritual del grupo. Es de suponer
que les dio los ejercicios, si no en toda su intensidad, un poco más
profundamente que a sus amigas y devotas de Manresa, Barcelona
y Alcalá. El vínculo de la amistad, la ayuda fraterna en su pobreza
compartida, el trabajo apostólico entre la gente, la atención a los
pobres y las decisiones tomadas en reflexión común, eran el agluti-
nante que los unía como grupo.
Todos estaban prontos a compartir también cárceles y contra-
dicciones. Calixto se entera de que han puesto preso a Iñigo en

1 0 4
MI, Scripta, I, 602, 603, 606.
1 0 5
Nadal, FN, II, 246.
1 0 6
MI, Scripta, I, 620.
1 0 7
MI, Scripta, I, 613.
1 0 8
Autob., n. 10.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 59

Alcalá y corre a unírsele en la prisión. En Salamanca, cuando están


presos, excepto Juanico, sucede un caso singular: todos los presos
de la cárcel huyen y a la mañana siguiente los carceleros sólo se
encuentran las puertas abiertas y dentro el grupo de los cuatro.
Sus reuniones, que era lo que probablemente causaba más
sospechas, ocupan particular recuerdo entre los testigos de Alcalá.
Beatriz Ramírez, «preguntada si sabe que todos estos cinco se jun-
tan en alguna parte, dijo que ha oído decir que los han hallado a
algunos de ellos juntos en la cámara del dicho Iñigo». Otros los
veían llegar a su estancia o encontrarse en el patio del hospital, a
veces tres de ellos, otras todo el grupo y «que ellos hablan tan
callando desde que están juntos, que este testigo no los entiende».
La mujer de Julián, «el capitalero» declara que Cáceres venía cada
día al hospital a comer y cenar y que luego se iban a estudiar; que
Calixto se reunía a platicar con Iñigo en el patio o en su cuarto,
109
pero tampoco ella entendía lo que h a b l a b a n .

Actividades de los «ensayalados»

Se desplegó considerablemente en Alcalá. «Comenzaron a ser


tantas en aquel lugar sus ocupaciones espirituales, así en razona-
mientos particulares de las cosas del Señor, como pláticas comunes
sobre los mandamientos y doctrina cristiana, que tampoco pudo
atender mucho al estudio, tirándole así la sed que tenía de ayudar a
los prójimos, como el provecho espiritual que en muchos hallaba...
110
ayudándole sus compañeros a lo m / s m o » . El entusiasmo apos-
tólico de los cinco estudiantes comenzó a suscitar controversias en
la ciudad. «Les llamaban ensayalados, y creo que alumbrados» co-
111
menta I g n a c i o . «Cosa de gran novedad» que preocupó a las
celosas autoridades eclesiásticas. Comenzaron a examinar cada
detalle y movimiento del grupo. Querían saber si enseñaban o predi-
caban «haciendo ayuntamiento de gentes en casas o iglesias o en
112
otras partes, y qué es lo que enseñan, y de qué m a n e r a » .
Como casi todos los llamados a declarar eran personas que
habían participado directamente en reuniones y actividades del
grupo, su testimonio es muy valioso. Los ensayalados tenían dos
tipos de trabajo: reuniones de pequeños grupos y conversaciones
particulares con quienes iban a buscarlos.

1 0 9
MI, Scripta, I, 602-606.
1 1 0
Summ. hisp., n. 36.
1 1 1
Autob., n. 58.
1 1 2
MI, Scripta, 1,609.
60 AMIGOS EN EL SEÑOR

Los grupitos se formaban en el hospital, en la casa de Andrés,


el panadero, en la de una beata a la que llamaban Isabel la rezan-
113
dera y en otras casas p r i v a d a s . La palabra preferida por los tes-
tigos para denominar aquellas actividades era «platicar». Les plati-
caban o «doctrinaban» los dos mandamientos primeros, los peca-
dos mortales, las potencias del ánima, y se los explicaban acudien-
do a los evangelios, a San Pablo y otros textos. También enseña-
ban la práctica del examen de conciencia dos veces al día y los
1 1 4
exhortaban a confesarse y comulgar cada ocho d í a s . Daban,
pues, una especie de ejercicios espirituales menores en la vida
corriente. El auditorio era variado pero en su totalidad compuesto
por gente muy sencilla: viudas,.la esposa del tejedor, la del albar-
dero, la del panadero, algunas criadas, jovencitas de 16 o 17 años,
una de ellas «muy moza y muy vistosa» para Iñigo, y no faltaba
algún que otro hombre.
Las conversaciones particulares se tenían con gente que acudía
donde ellos estaban para pedir consejo o para desahogar sus difi-
cultades. Venía gente tentada o agobiada por escrúpulos. Al hospi-
tal llegaban, particularmente los días festivos «mujeres y mozas, y
115
estudiantes y frailes, a preguntar por el dicho I ñ i g o » . Se hacían a
veces tan frecuentes y molestas aquellas visitas que Iñigo daba
orden a Julián «el ospitalero» que no les abriese para que lo dejaran
estudiar. Por la noche venían también los estudiantes que pregunta-
ban igualmente por Calixto. Un testigo refiere que entraban «a ha-
blar a una camarita que tiene, y que no sabe lo que allí les ha-
1 1 6
b l a » . Y finalmente, no faltaban casos en los que el hombre del
sayal «mostraba el servicio de Dios por un mes entero».
Pero ¿era de veras un trabajo del grupo o algo muy personal
de Ignacio? Por los relatos de los testigos evidentemente el pere-
grino es el centro y el protagonista de todas las actividades de los
ensayalados. Pero Calixto goza de particular recuerdo entre los
testigos. Una jovencita declara que «también ha oído a Calixto, que
les dice cómo han de servir a Dios». A veces Iñigo resuelve consul-
tas de conciencia pero recomienda hablar con Calixto para que ten-
gan otro consejo. La confianza de Ignacio hacia Calixto es mani-
fiesta desde un principio, como hemos constatado por la carta que
escribió a Inés Pascual desde Barcelona. En cuanto a los demás
del grupo no consta nada. Solamente la frase de Polanco de que
sus c o m p a ñ e r o s le a y u d a b a n . Una frase más general de la

1 1 3
MI, Scripta, 1,609-611.
1 1 4
MI, Scripta, I, 602, 609-610.
1 1 5
MI, Scripta, 1,604
1 1 6
MI, Scripta, I, 607.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 61

Autobiografía muestra a Iñigo que sale en defensa de todos ante el


sotoprior de los dominicos en Salamanca: «Nosotros no predica-
mos, sino con algunos familiarmente hablamos cosas de Dios, co-
117
mo después de comer, con algunas personas que nos l l a m a n » .
Pero ¿qué más se podría esperar de aquellos estudiantes de gra-
mática y de lógica que parece que ni siquiera asistían a la universi-
dad ni residían en ningún colegio, por lo menos al principio, sino
que recibían clases particulares? Lo cierto es que la actividad de
Iñigo y de Calixto, ayudados por el resto, es percibida en Alcalá
como el trabajo común de los ensayalados. De manera que al lle-
gar a Salamanca el sotoprior dominicano los saluda como un ma-
118
nojo de hombres que «andaban predicando a la apostólica» .

Tropiezos y dificultades en Alcalá y Salamanca

Los procesos y prisiones en Alcalá y Salamanca contribuyeron


sin duda a consolidar la unidad del grupo, todos perseveraban jun-
tos en la cárcel, Iñigo toma valientemente la defensa de sus ami-
gos. Sin embargo, no dejaban de obstaculizar su actividad apostóli-
ca y de impedir gravemente su progreso en los estudios.
Aunque las informaciones sobre su vida y su doctrina no pro-
porcionan al vicario Figueroa causa justificable para condenarlos,
les impone, sin embargo, la obligación de teñirse sus ropas, porque
no siendo religiosos no parecía bien que andarán todos con un
hábito. Solo Juanico pudo continuar vistiendo aquel extraño traje.
Iñigo, que iba descalzo, recibió también la orden de calzarse, a lo
que obedeció «quietamente, como en todas las cosas de esa cuali-
119
dad que le m a n d a b a n » .
A los inquisidores les importaba mucho la cuestión del hábito
porque aquellos jóvenes daban la impresión de estar formando un
nuevo grupo religioso. No así a los ensayalados para quienes la
forma de vestir que habían escogido, por más extravagante que
fuera, era una simple expresión de su pobreza, de su nueva vida
como seguidores de Jesús, de su voluntad, en fin, de vivir y traba-
jar en compañía de quien los había reunido.
Con todo, procedieron obedientemente cuando recibieron or-
den de cambiarse de ropa. Mas nuevamente les exigieron que se
vistieran como los demás estudiantes, a lo que entonces respon-
dieron que no tenían con qué comprar los vestidos. No tuvo más

1 1 7
Autob., n. 65.
1 1 8
Autob., n. 64.
1 9
1 Autob. ,n. 59.
62 AMIGOS EN EL SEÑOR

remedio el vicario que proporcionarles vestiduras y bonetes y todo


lo demás propio de los estudiantes. Así vestidos partieron de Alcalá
a Salamanca. No había que hacer mucho problema de este tipo de
exigencias que para ellos no eran tan trascendentales. Goncalves
da Cámara le oirá decir a Ignacio en 1555 que «el hábito poco
importa», en respuesta a su pregunta sobre qué motivo había teni-
120
do para que los de la Compañía no llevaran h á b i t o .
Lo que sí se volvió un problema de fondo para todos fue el inte-
rrogatorio y la cárcel a que fueron sometidos por los frailes de
Santo Domingo en Salamanca. La Autobiografía lo reseña con co-
lorido dramático y en algunos momentos cómico. Comenzó el pere-
grino a confesarse con un fraile del convento, cuando a los diez o
doce días éste le dijo que los padres de la casa le querían hablar y
deseaban saber muchas cosas de ellos. ¡En nombre de Dios!,
exclama Iñigo. Invitados a comer el domingo siguiente, acudieron
Iñigo y Calixto. Después de comer los llevaron a una capilla y tras
unas palabras aparentemente afables del sotoprior, que los alabó
por las noticias que tenían de su vida y costumbres, comenzó un
interrogatorio sobre lo que habían estudiado, las cosas que predi-
caban, y por qué sin ser letrados hablaban de virtudes y de vicios.
Si no es por letras tiene que ser por el Espíritu Santo, concluyó el
sotoprior, lanzando así la sospecha que tenían de que fueran alum-
brados. Iñigo habló con franqueza y valentía: él era el que más
había estudiado de todos y no estaban predicando sino conversan-
do familiarmente con algunos sobre las cosas de Dios. La argu-
mentación del prior para acusarlos de alumbrados disgustó mucho
a Iñigo. «Aquí estuvo el peregrino un poco sobre sí, no le parecien-
do bien aquella manera de argumentar, y después de haber callado
un poco, dijo que no era menester hablar más de estas mate-
121
r i a s » . Y así, se resistió a responder las siguientes preguntas que
le hicieron, con palabras muy firmes: «Padre, yo no diré más de lo
que he dicho, si no fuese delante de mis superiores que me pue-
122
den obligara e l l o » .
Agravaba la situación la vestimenta con que Calixto se había
presentado al comedor de los frailes: «un sayo corto y un grande
sombrero en la cabeza, y un bordón en la mano, y unos botines
casi hasta media pierna; y por ser muy grande, parecía más defor-

1 2 0
Ver Memorial de Gongalves da Cámara en FN, I, n.136, p. 609. También en
Recuerdos Ignacianos, versión y comentarios del Memorial por BENIGNO HERNÁNDEZ
MONTES S.J. Colección MANRESA n. 7, Ediciones Mensajero-Sal Terrae.
1 2 1
Autob., n. 65. Ver todo el relato de las acusaciones y prisión de Salamanca
en nn. 64-72.
1 2 2
Autob., n. 66.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 63

1 2 3
me»! No satisficieron al sotoprior las explicaciones de Iñigo en
defensa de su amigo; mucho menos que andaba así porque había,
regalado la sotana negra que usaban los colegiales a un clérigo
pobre. «La caridad empieza por sí mismo» fue todo el comentario
del fraile disgustado.
Como no pudo el sotoprior sacarle más palabras al peregrino,
los hizo quedar, diciéndoles que ya les harían declarar todo. Tres
días en el monasterio, comiendo con los frailes, sin que les dijeran
nada de su suerte. Casi siempre estaba su cámara llena de frailes
que iban a conversar con Iñigo, «de modo que entre ellos había ya
como división, habiendo muchos que se mostraban afectados»,
leemos en la Autobiografía. Apenas natural que muchos frailes no
aprobaran la actitud de su viceprior. Al cabo de los tres días vino
un notario, los llevaron a la cárcel y los ataron con una cadena por
los pies. Hace reír el comentario de Ignacio tantos años después:
«cada vez que uno quería hacer una cosa, era menester que el
otro le acompañase».
Cuando se supo en la ciudad de su prisión comenzaron a llegar
en abundancia toda clase de provisiones y las visitas con ellas.
Con toda tranquilidad el peregrino «continuaba sus ejercicios de
hablar de Dios, etc.». Al bachiller Frías que viene a examinarlos le
entrega los papeles, que eran los ejercicios, para que los examine.
Enterado éste de que también había otros compañeros, manda por
ellos y los meten en la cárcel entre los presos comunes, dejando li-
bre sólo a Juanico.
Siguió un terrible interrogatorio delante de jueces y doctores
que antes habían examinado los ejercicios. Preguntas sobre la
Trinidad, sobre la Eucaristía, cánones, y mandamientos; cuestiona-
ban sobre todo que sin ser letrados enseñaran en los papeles de
los ejercicios lo que era pecado mortal y lo que era venial. Al cabo
de 22 días llegó una sentencia que los absolvía de todo error en
vida y en doctrina y le permitía seguir hablando de cosas de Dios y
enseñando la doctrina, pero que se abstuvieran de definir las cla-
ses de pecado hasta que no hubieran estudiado cuatro años. El
peregrino dijo que mientras estuviera en la jurisdicción de Sala-
manca haría lo que se le mandaba, pero se negó a aceptar la sen-
tencia porque sin condenarlo en ninguna cosa, le cerraban la boca
para ayudar al prójimo en lo que pudiera.
De todo este dramático proceso ha quedado como conocido
recuerdo la impresionante respuesta de Ignacio a quien lo compade-

1 2 3
Autob., n. 66.
64 AMIGOS EN EL SEÑOR

cía por estar preso: «yo os digo que no hay tantos grillos ni cadenas
124
en Salamanca, que yo no deseo más por amor de D i o s » .
Iñigo estaba perplejo sobre lo que debía hacer, ya que sentía
que le tapaban la boca en Salamanca para ayudar al prójimo. Co-
menzó a encomendar a Dios la cosa y a discernir sobre el siguiente
paso. Durante los días de prisión tuvo suficiente tiempo para refle-
xionar a la luz de lo acaecido sobre sus primeros propósitos y las
consultas que había hecho en Barcelona al regreso de Tierra
Santa: estudiar un poco más, ayudar a la gente, «adjuntar algunos
[compañeros] del mismo propósito». Todo eso seguía en pie. Más
aún, había reunido un grupo de compañeros que comenzaba a
c o n s o l i d a r s e , s o b r e t o d o con las p r u e b a s y d i f i c u l t a d e s de
Salamanca, y se proponía conservarlo. Terminado el discernimien-
to, decide partir. Lacónicamente lo recuerda en la Autobiografía:

«y ansí se determinó de ir a París a estudiar».

Nada sabemos sobre la manera como llegó a esta determina-


ción un hombre ya habituado a confrontar cada paso de su peregri-
nación y de su servicio con la voluntad del Señor y a confirmar
todos sus discernimientos antes de proceder. La frase del relato nos
induce a pensar que se determinó solo, sin que su grupo de compa-
ñeros le ayudara. Sus compañeros, mucho menos instruidos que él
y con escasas experiencias, poco le podrían aportar en una toma de
decisión tan importante para su futuro. La época de las consultas y
discernimientos en común no se ha iniciado todavía. Por el contra-
rio, muchas personas principales le hicieron grandes instancias para
125
que no se fuese, pero nunca lo pudieron convencer . ¿Estarían
entre ellos también los ensayalados compañeros?
Lo único que podemos saber es que habiendo decidido irse a
París «se concertó con ellos» a que lo esperaran mientras él iba a
buscar medios para que también pudieran seguirlo a los estudios
en París. Ribadeneira alcanza a sugerir una sencilla consulta co-
munitaria con sus compañeros, no sólo en cuanto a la espera sino
también con relación al viaje: «tratada, pues, y acordada la jornada
126
con sus compañeros, se p a r t i ó » .
Dios indicaba una nueva dirección para la fascinante aventura
del peregrino. Abandonaba España en una forma bien distinta de
sus anteriores salidas de Loyola, Manresa, Jerusalén, Barcelona y

1 2 4
Autob., n. 69.
1 2 5
Autob., n. 72.
1 2 6
FN, IV, 199.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 65

Alcalá. Dejaba tras de sí una Incipiente comunidad de amigos,


todos muy jóvenes y sin mayores estudios, pero iniciados en su
«modo de proceder a la apostólica», en sus actividades con la
gente, y más unidos por las persecuciones y dificultades padeci-
das. Iba con la ilusión de volverse a ver con todos en París para
continuar lo comenzado y completar su formación. Un detalle de su
partida es como una premonición de que Dios tiene otros planes:
7
«se partió solo, llevando algunos libros en un asnillo»™ . Sus cua-
tro ensayalados se dispersarán poco después y tendrá que comen-
zar de nuevo la búsqueda de compañeros en la universidad pari-
siense.
Ignacio continuó escibiéndoles frecuentemente desde París co-
mo habían acordado antes de separarse. Las noticias sobre la
posibilidad de volver a reunirse con él no eran muy alentadoras.
¿Cómo podría sustentar a cinco quien a duras penas conseguía
mantenerse a sí mismo? A falta de su animador, el grupo comenzó
a languidecer. Bien dice Polanco que aquella incipiente comunidad,
como solía acontecer a los primeros partos, no logró conservarse
mucho tiempo. Cada uno fue tomando su propio camino. Tratando
de penetrar un poco más en las causas de su disolución, alguien
ha sugerido que el grupo se deshizo al intentar institucionalizarse.
Pero no hay indicios de tal intento por ningún lado. Al contrario,
todo indica que no era más que un grupo espontáneo, al que Iñigo
había logrado entusiasmar para seguir a Jesucristo y trabajar entre
la gente explicando la fe y las prácticas cristianas y sirviendo a los
pobres. No tenían estatutos ni se habían preocupado al parecer por
fijar un modo de proceder que fortaleciera su unión y les diera ma-
yor identidad. Era apenas un experimento, un generoso tanteo de
compromiso apostólico. Su formación espiritual tampoco parecía
muy profunda y no consta con cuánta profundidad hicieron los ejer-
cicios. De parte de Ignacio, sus primeros propósitos de conservar-
los unidos en la distancia se fueron también desvaneciendo a
causa de las dificultades que encontró para llevarlos a París y pro-
bablemente por las perspectivas que se le iban abriendo con los
nuevos compañeros que ya comenzaba a conocer. Para él la expe-
riencia era ya muy familiar para otear por dónde lo iba encaminan-
do Dios.
La relación de los ensayalados con su maestro espiritual fue
dejando de ser una comunicación entre el jefe y su grupo para con-
vertirse más bien en un intercambio epistolar individual. Ignacio
procura una beca para Calixto a través de los buenos oficios de

1 2 7
Autob., n. 72; FN, 1,162.
66 AMIGOS EN EL SEÑOR

doña Leonor de Mascarenhas, que está en la corte de Lisboa al


servicio de la reina Catalina -hermana menor de Carlos V, hacia la
que el peregrino había dirigido un día sus sueños caballerescos,
convertida ahora en esposa del rey Juan d e Portugal-. Doña Leo-
nor escribe cartas recomendatorias que entrega a Calixto y le facili-
ta una muía para el viaje. Sabemos que éste va a la corte del Rey
pero nunca llegará a París. Retornando a España se va a las Indias
con una cierta mujer espiritual y otras beatas. Dos viajes al nuevo
mundo le proporcionan dinero en abundancia y maravilla a quienes
le conocieron un día en Salamanca como un pobre ensayalado que
«andaba a la apostólica».
Cáceres regresó a Segovia y pronto se olvidó de sus buenos
sueños y propósitos. Arteaga fue con los años promovido a un
obispado en las Indias que ofreció dos veces generosamente a
Ignacio, ya General en Roma, para alguno de los miembros de la
Compañía. Ignacio, que andaba muy celoso de salvaguardar el
modo de proceder de su mínima Compañía, por supuesto rehusó el
ofrecimiento. Partió Juan de Arteaga a tomar posesión de su dióce-
sis pero murió trágicamente en un accidente. Su devoción Inaltera-
ble a Ignacio y su cariño a la naciente Compañía quedan expresa-
dos en aquel generoso episodio. Ignacio lo había conocido bien y
le conservó siempre aprecio. Así lo manifiesta en carta a Isabel
Roser el año 1532: «en Arteaga veo mucha constancia en el servi-
128
cio y gloria de Dios nuestro S e ñ o r » . Juanico, el más joven del
grupo, ingresó en una orden religiosa como lo refiere la Auto-
biografía; probablemente en los franciscanos en donde perseveró
hasta su muerte.

Conclusiones

Dejemos por el momento al peregrino en este paso de su itine-


rario y vamos a recoger algunas conclusiones del trayecto que
hemos recorrido acompañándolo desde Loyola, a través de Man-
resa en sus días de penitente solitario, de la ilustración que lo
transforma a orillas del río Cardoner, de su peregrinación a Pales-
tina y sus sueños de imitar la manera de vivir y predicar de Jesús y
sus apóstoles en la misma tierra del Señor; en fin, de sus estudios,
vicisitudes y primeros ensayos de conformar un grupo de compa-
ñeros. Ha sido provechoso este trayecto para remontarnos a la
fuente de donde brotó el carisma apostólico y comunitario del pere-
grino y seguir los primeros tramos de su tortuoso desarrollo.

1 2 8
MI, Epp., I, 88.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 67

• La etapa de su convalecencia en Loyola, con sus lecturas de


la Vida de Cristo y de los santos y sus anhelos de penitencia y de
emular a Domingo y a Francisco, los traduce en un esfuerzo de imi-
tar a Jesucristo más externamente, con acciones y generosidades
que llevan la marca de sus ideales caballerescos. Era todavía muy
ignorante en cosas del espíritu como él mismo lo confiesa. El celo
apostólico de ayudar a otros no ha despertado y el proyecto de
vida común apenas si asoma tímidamente en sus deseos de ingre-
sar a la Cartuja. Pero se percibe ya claramente la poderosa deter-
minación de un hombre vital, dispuesto a entregarlo todo por Dios,
que va a romper y desbordar muy pronto los proyectos de su pri-
mera conversión. Dios comienza a preparar al fundador, condu-
ciéndolo suavemente a través de experiencias muy variadas, que
así como lo agobian con escrúpulos y lo ponen al borde del suici-
dio, le deparan también inesperadas consolaciones. «En este tiem-
po le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de
escuela a un niño, enseñándole».
• Durante los meses de Manresa aprende a comunicarse distin-
tamente con las tres personas de la Trinidad «con mucho gozo y
consolación; de modo que toda su vida le ha quedado esta impre-
sión de sentir grande devoción haciendo oración a la Santísima
129
T r i n i d a d » . Una gracia muy definitiva para su transformación, una
de «aquellas noticias espirituales que en aquellos tiempos le impri-
mía Dios en su alma», fue la representación que tuvo en su enten-
dimiento, con grande alegría espiritual del «modo con que Dios
0
había criado el mundo»™ . Ignacio no la sabía explicar en el
momento de contarla a Goncalves da Cámara. Con la ilustración
del Cardoner un poco más tarde, se le abrirán aún más los ojos
para «entender y conocer» cómo todo fluye del Padre y se encami-
na de regreso a El, conducido por Jesucristo y transfigurado por su
131
Espíritu - Con esta visión de la creación se le desvela la voluntad
de Dios, su proyecto salvífico. «El hombre es criado para...», que
encabeza el texto del Principio y Fundamento en el libro de los
Ejercicios, tiene toda la fragancia de aquella gracia manresana. La
voluntad de Dios es su actuar creador, por Jesucristo, en la fuerza
del Espíritu.
• Ignacio se redescubre como un hombre nuevo, introducido en
este misterio de salvación. Escuchará el llamamiento del Rey a

1 2 9
Autob., n. 28.
1
3 0 Autob., n. 29.
1 3 1
Impresiona la analogía de esta gracia recibida por Ignacio, con la manera
como expresa Pablo en 1Cor.,15, 20-28 el retorno de la creación transfigurada al
Padre, en Jesucristo.
68 AMIGOS EN EL SEÑOR

venir con él y trabajar con él y como él para entregar todas las


cosas al Padre. Contemplará a Jesucristo, vida verdadera, esco-
giendo amigos y discípulos debajo de su bandera y enviándolos
por todo el mundo para esparcir la buena noticia de la vida verda-
132
dera «por todos estados y condiciones de p e r s o n a s » . Conocerá
el verdadero camino que lleva a la vida, siguiendo a Jesús pobre,
humillado y humilde; descubrirá la engañosa oferta de una vida que
corre tras dinero, bienestar, estimación social, poder. Aquí despier-
ta la vocación apostólica y comunitaria que se Irá concretando más
y más en las sucesivas etapas de su peregrinación interior. Aquí
nace la Compañía de Jesús, como lo enseñaba Nadal.
• Aparece también la imitación de la vida y actividad de Jesús
con sus apóstoles, la imitación y reproducción del colegio apostóli-
co, como inspiración y causa ejemplar que va a modelar progresi-
vamente el modo de proceder de los primeros compañeros y a dar
configuración a su comunidad apostólica.
• En sus primeras actividades apostólicas después de la ilustra-
ción se revela un Ignacio volcado a comunicar lo que ha recibido,
con otras personas capaces de comprenderlas. Surgen los primeros
grupos de señoras selectas, de sencillos hombres y mujeres del pue-
blo, y los compañeros ensayalados. Aunque estos grupos no puedan
considerarse como intentos conscientes y formales de organizar una
compañía dedicada al servicio apostólico, son intuiciones iniciales
del corazón de Ignacio; se ha iniciado una búsqueda casi instintiva, a
través de la práctica de dar ejercicios a otros, de aquellos compañe-
ros que compartan con él el propósito de dedicar la vida al servicio
de Jesucristo. No piensa todavía en organizar una compañía, pero
siente que ha sido invitado a formar parte de un escuadrón de perso-
nas congregadas bajo el estandarte de la cruz. Y comienza la bús-
queda de compañeros. Parece muy apropiado volver a recordar aquí
lo que tan bellamente expresó un día Jerónimo Nadal: «Encaminó su
corazón hacia donde lo conducía el Espíritu y la vocación divina, a la
institución de una orden religiosa; aunque con singular humildad
seguía al Espíritu, no se le adelantaba. Y así era conducido suave-
mente a donde no sabía, porque ni pensaba entonces en la funda-
ción de una orden; y, sin embargo, poco a poco se abría camino
hacia allá, y lo iba recorriendo, sabiamente ignorante, con su corazón
133
sencillamente puesto en C r i s t o » .
• Es en Barcelona donde comienza a fraguar ese deseo instinti-
vo de juntar compañeros. Los ensayalados aparecen ciertamente

1 3 2
EE. 144SS.
1 3 3
Dialogus II, Nadal, V, p. 625-626.
GÉNESIS DE LA COMUNIDAD 69

como un primer ensayo, todavía sin formas muy definidas. Pero ya


en esta primera tentativa se insinúan algunos rasgos de lo que será
la comunidad ignaciana: hombres dedicados a ayudar a los demás
con el ministerio de la palabra, enseñando y conversando, estimu-
lando a recibir los sacramentos y a servir a los pobres con el minis-
terio de la misericordia. Hombres pobres, dispuestos siempre a
compartirlo todo y a ayudarse en sus necesidades, sirviendo gratui-
tamente. Reuniones espontáneas para resolver asuntos del grupo.
Y sobre todo, un inquebrantable amor a Jesucristo, dispuesto gozo-
samente a las humillaciones, persecuciones y cárceles por su
causa.
La peregrinación material de Iñigo había concluido a su regreso
de Jerusalén, pero se había transformado en una peregrinación
espiritual por el camino del servicio. Peregrinación acompañada
siempre por la inmensa luz del Cardoner, aunque oscura en diver-
sos trayectos de la actuación concreta del ideal. Ignacio caminará
siempre preguntándole al Señor a dónde lo quiere llevar: «¿Dónde
me queréis, Señor, llevar, y esto multiplicando muchas veces, <me
parecía que era g u i a d o , y me crecía mucha devoción, tirando a
134
l a c r i m a r » . Un largo camino le espera todavía cuando toma su
asnillo y se encamina a París. Muy pronto será la peregrinación no
sólo suya, sino la de todo un grupo, que al llegar a su meta habrá
dado origen a la comunidad de la Compañía de Jesús.

1 3 4
Diario, 113, 5 de marzo de 1544.
2

EL GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR

«Todos cuantos estamos congregados en la Compañía, sabemos


que fue en aquella grande e ilustre academia parisiense, donde
1
Dios bosquejó su primera forma y especie» .

El cojo peregrino emprendió su camino hacia la capital de


Francia, desafiando el frío de aquel invierno de enero de 1528. Iba
«solo y a pie», según su propio relato, imitando así al Jesús pobre
y humilde de los caminos palestinos. Desde que pone sus pies en
París el 2 de febrero, día de la Purificación de nuestra Señora,
hasta que los primeros siete compañeros consolidan su amistad y
sus propósitos en la capillita de Montmartre el 15 de agosto de
1534, transcurren seis años y medio de silenciosa y paciente ges-
tación.
Durante estos años los estudios serán su principal ocupación.
Para poder aplicarse seriamente a ellos deberá resolver su insolven-
cia económica, luchar contra su precaria condición de salud y hacer
frente a los impedimentos que le ocasionan sus luces y devociones
espirituales. La dificultad del francés, lengua que desconoce, mer-
mará también su actividad apostólica y ya no se mencionan aquellos
espontáneos grupos familiares que se le juntaban en España. Aun-
que, como vamos a ver, su conversación con los estudiantes fue el
principal instrumento para atraer compañeros a sus proyectos. Traía
el plan de buscar la manera de que sus compañeros que habían
quedado esperando en Salamanca pudieran venir a París. Era lo
que habían acordado antes de partir el peregrino.

1
Commentarium de origine et progressu Societatis lesu Patris Simonis
Roderici, n. 2, FN, III, 10.
72 AMIGOS EN EL SEÑOR

Su primera habitación fue en casa de algunos estudiantes es-


pañoles. Desde allí acudía al colegio de Montaigu en donde se
había propuesto repetir el curso de humanidades, pues estaba des-
contento de las bases que había puesto en Alcalá. Tuvo, sin em-
bargo, un primer percance. Veinticinco escudos que le habían con-
seguido sus amigos de Barcelona para los primeros gastos los dio
a guardar a uno de los estudiantes de la posada y éste los gastó
alegremente. Se vio, pues, obligado a abandonar aquella casa para
mendigar y se alojó en el hospital de caridad de Saint Jacques, con
gran inconveniente para acudir a las lecciones porque distaba
mucho de Montaigu. El infortunado episodio con su indelicado ami-
go no iba a afectar, sin embargo, la actitud del peregrino hacia él;
siguió abrigando la esperanza de que podría reconquistarlo. Aquel
se había vuelto para España pero había caído enfermo por el cami-
no. Enterado el peregrino por una carta suya, le vino el deseo de ir
a verlo, caminando 28 leguas hasta Rouen, «a pie, descalzo, sin
comer ni beber». Tuvo que hacer discernimiento para disipar el te-
mor que le venía de tentar a Dios, y luego se puso en camino, visi-
tó a su amigo, lo confortó, y le ayudó a embarcarse para España
con cartas de recomendación para los compañeros que había deja-
do en Salamanca, con la esperanza de ganarlo «para que, dejando
2
el mundo, se entregase del todo al servicio de Dios» . La búsqueda
de compañeros - n o importa aquella indelicadeza- seguía firme en
sus proyectos.
Las incomodidades de distancia del hospital lo llevaron de
nuevo a «pensar qué haría». Era costumbre que algunos estudian-
tes trabajaran en sus horas libres sirviendo en los colegios a sus
maestros. Quiso hacerlo él también para pagarse sus estudios. Los
deseos que había concebido en el Cardoner de reproducir en su
vida la de Jesús con sus apóstoles - q u e se convertirá más tarde
en la inspiración común de la naciente Compañía- pobló su imagi-
nación: «y hacía esta consideración consigo y propósito, en el cual
hallaba consolación, imaginando que el maestro sería Cristo, y a
uno de los escolares pondría nombre S. Pedro, y a otro S. Juan, y
así a cada uno de los apóstoles; y cuando me mandare el maestro,
pensaré que me manda Cristo; y cuando me mandare otro, pensa-
3
ré que me manda S. Pedro» . Pero a pesar de haber agotado to-
das las diligencias no pudo conseguir quien lo recibiese. Acon-
sejado entonces por un fraile español, decidió ir cada año por los

2
Autob., n. 79.
3
Autob., n. 75.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 73

meses de vacaciones a Flandes, donde había ricos comerciantes


españoles, para solicitar de ellos ayuda para el curso siguiente.
En el año 29, de regreso a París de su primer viaje a Flandes,
«empezó más intensamente que solía a darse a conversaciones
espirituales» entre los estudiantes españoles. No había olvidado el
propósito principal que había traído de España: ganar nuevos com-
pañeros. Y dio casi al mismo tiempo los Ejercicios a tres condis-
cípulos: a Pedro de Peralta que estudiaba en Montaigu, al bachiller
Juan de Castro, de la Sorbona, y a Amador de Elduayen, estudian-
te de Santa Bárbara. Hicieron tal mutación en su vida, que regala-
ron todo a los pobres, hasta sus libros, se fueron a vivir al hospital
de Saint Jacques y comenzaron a mendigar por la ciudad. Gran
escándalo se armó en la universidad porque los dos primeros eran
personas muy valiosas y conocidas; el rector de Santa Bárbara,
don Diego de Gouvea, montó en cólera y con él el doctor Pedro Or-
tiz, que era maestro en Montaigu. El peregrino fue acusado de
«seductor de los escolares» por el rector Gouvea, quien se propu-
so darle una paliza delante de los demás estudiantes de Santa
Bárbara, acusándole de haber vuelto loco a su discípulo Amador.
Este segundo intento de conseguir algunos compañeros choca-
ba, pues, con tal contradicción que consultando entre ellos tomaron
la resolución de aplazar por algún tiempo sus opciones de ejerci-
cios: «se vinieron a concertar en esto: que después que hubiesen
acabado sus estudios, entonces llevasen adelante sus propósi-
4
t o s » . La paz retornó a la universidad y así Ignacio pudo disponer-
se a comenzar sus estudios de Artes o filosofía en Santa Bárbara.
Entre tanto, continuaría dando ejercicios a jóvenes selectos mu-
chos de los cuales se hicieron más tarde religiosos. Esta forma de
apostolado entre los condiscípulos la recomendará más tarde a los
escolares de la Compañía durante sus estudios. La comenzará a
poner en práctica el primer grupo de escolares enviados por él mis-
mo a París en 1540.
Ignacio tenía 38 años al iniciarse en Santa Bárbara en octubre
de 1529. En su último viaje a Amberes, Juan de Cuéllar, con otros
comerciantes españoles, le proporcionaron el dinero necesario
para vivir sin angustias y continuaron enviándole en los años si-
guientes. Escogió como maestro a Juan de la Peña, que era enton-
ces tutor de Fabro y de Javier. También debió cambiar su nombre:
5
en adelante sería Ignacio de Loyola .

4
Autob., n. 78.
5
En Santa Bárbara no admitían nombres en lenguas romances. Había que
ponerlo en latín (Inlcus, Ennecus). Iñigo prefirió, más bien, cambiar su nombre por el
de Ignacio, probablemente por devoción a San Ignacio de Antioquía.
74 AMIGOS EN EL SEÑOR

Llegó a Santa Bárbara con una determinación muy clara: «y


entró con propósito de conservar aquellos que habían propuesto
servir al Señor, pero no seguir buscando otros, a fin de poder estu-
6
diar más cómodamente» . Aquellos que quiere conservar son pro-
bablemente los cuatro que estaban esperando en Barcelona, ade-
más de Castro, Peralta y Amador, con quienes ha acordado lo que
acabamos de referir. Pero no ha renunciado totalmente a sus pla-
nes. Al doctor Frago, que se maravilla de que viva tan tranquilo, sin
que nadie lo moleste, le responde: «la causa es porque yo no hablo
con nadie de las cosas de Dios; pero terminado el curso, volvere-
7
mos a lo de siempre» .

Los tres primeros amigos

El doctor Peña señaló a Ignacio una habitación que debía com-


partir con dos estudiantes mucho más jóvenes, Pedro Fabro y
Francisco Javier. Fabro había nacido en Saboya y pertenecía a
una familia campesina; de niño había pastoreado rebaños en el
campo; quince años más joven que Ignacio, sobresalía por su
8
atractivo físico, la suavidad de su carácter y su inteligencia ; había
llegado a París desde 1525, y habiendo obtenido el bachillerato en
Artes a comienzos de 1529, por Pascua de ese mismo año consi-
guió la licenciatura. Javier, navarro, también de 23 años, de linaje
aristocrático, inteligente, deportista y galante, ambicioso de fasto y
de honra, estaba igualmente para laurearse en 1530. Los dos ha-
bían compartido estancia durante tres años y medio y habían traba-
do una estrecha amistad, a pesar de su diferente carácter. Fabro
era más silencioso, con tendencias al escrúpulo y a la depresión;
Javier era alegre, dinámico, de determinaciones rápidas.
Debido a las dificultades de Ignacio al comienzo de sus estu-
dios de filosofía, Fabro fue encargado por Juan de la Peña de ser-
virle como repetidor. Rápidamente sintonizaron e Ignacio se fue
convirtiendo poco a poco en el consejero y maestro espiritual de
Pedro. Comenzó un intercambio que habría de caracterizar más
tarde la comunión de los compañeros de Jesús. Cada uno daba al
otro lo que tenía, recordará Fabro un día: «Habiendo ordenado

6
Autob., n. 82.
7
Autob., n. 82.
8
Simón Rodrigues escribió sobre su compañero Pedro Fabro: «Lucía principal-
mente [en él] cierta singular y alegre gracia y suavidad para tratar con los hombres
que hasta entonces, lo confieso Ingenuamente, no había visto en ninguna otra per-
sona», Rodrigues Epist. p. 453.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 75

[Peña] que yo instruyese al varón santo, ya mencionado, conseguí


gozar de su conversación en lo exterior y muy pronto también de la
interior; viviendo juntos en el mismo aposento, participando de la
misma mesa y de la misma bolsa; y siendo él mi maestro en las co-
sas del espíritu, dándome manera de ascender en el conocimiento
de la voluntad divina y en el conocimiento propio, terminamos por
ser uno en los deseos, en la voluntad y en el firme propósito de ele-
gir esta vida que ahora llevamos los que somos y los que serán de
9
esta Compañía, de la que no soy digno» .
Fabro le abrió su conciencia. También a él lo afligían,, como
otrora al peregrino, los escrúpulos sobre sus confesiones pasadas
y otras tentaciones carnales y de vanagloria. Como Ignacio, había
pensado ir al desierto para alimentarse allí siempre con yerbas y
raíces. Poco a poco fue aprendiendo el examen diario de concien-
cia, la práctica de la confesión general de su vida y de la comunión
semanal, en la línea de los ejercicios. Con todo, tendrían que pasar
cuatro años antes de que fuera admitido a hacerlos completos du-
rante treinta días.
Con Javier la relación fue más complicada. Un comentario que
recogen muchas biografías de San Ignacio y cuyo autor parece ser
su secretario Polanco, dice: «Yo he oído decir a nuestro gran mol-
deador de hombres, Ignacio, que la más ruda pasta que él había ma-
nejado jamás, fue en los comienzos este joven Francisco Javier». A
pesar de que se hicieron amigos, «en las cosas espirituales no sinto-
10
nizaba con él», comentó también Polanco . Javier no participaba de
las conversaciones piadosas entre Fabro e Ignacio e inclusive se
reía del camino pobre que había elegido el peregrino. El quizás esta-
ba soñando con devolver un día a su familia el honor y el bienestar
de que habían sido privados cuando era todavía adolescente.
Mucho debió trabajarle y con paciencia Ignacio, ayudándole
incluso pecuniariamente cuando no le llegaba a tiempo lo que le
enviaban de Navarra y consiguiéndole discípulos para las clases
de filosofía que Javier había comenzado a dar en el colegio de
Beauvais. La sencilla pero inquietante pregunta que le lanzara:
«¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo entero si pierde o
arruina su vida?», caló en su espíritu. Dios le fue «ordenando sus
11
deseos y mudando su afección primera» , de modo que las ambi-
ciones de prestigio y vano honor del mundo se fueron transforman-
do en deseos de señalarse en el servicio de su nuevo amor, la per-

9
Fabro, Memorial, ver nn. 6-13; FN, I, Memorial, 4. 8.
1 0
FN, II, 565.
1 1
EE, 16.
76 AMIGOS EN EL SEÑOR

sona de Jesús, hasta que finalmente se entregó en 1533. Pro-


bablemente por tener que atender a sus estudios y sus clases, fue
el último en hacer los Ejercicios completos, después del voto de
Montmartre. Pero ya había sido ganado en aquel largo período pre-
12
paratorio por la conversación de I g n a c i o . Así lo comenta la
Autobiografía: «En este tiempo conversaba con Mtro. Fabro y con
Mtro. Francisco Javier, los cuales después ganó para el servicio de
13
Dios por medio de los Ejercicios» .
Con Fabro y Javier comienzan finalmente a germinar los sue-
ños de Ignacio. Comenta bellamente Josep María Rambla: «Años
más tarde, mirando hacia atrás, Iñigo hace un balance más bien
triste de su actividad inicial para atraer compañeros. Con todo,
ahora ha llegado el tiempo de la cosecha, Fabro y Javier son ya
verdaderas primicias... [él] nunca hablará de sus compañeros, pues
sólo son los compañeros en el trabajo del Reino, la obra de Jesús:
14
"compañeros de Jesús", por t a n t o » .

Van llegando los demás

El año 1533 llegaron a París dos inseparables amigos desde la


adolescencia, provenientes de la Universidad de Alcalá, Diego
Laínez, de 20 años y Alfonso Salmerón, de 17. Brillantes ambos en
los estudios, Diego laureado en filosofía y Alfonso todavía sin títulos
universitarios por su edad pero ya avanzado en conocimientos bíbli-
cos y patrísticos y además con estudios de griego en la C o m -
plutense. Habían oído hablar mucho de Iñigo en Alcalá, pero no lo
conocían. Sin embargo, acudieron en busca de alojamiento a la casa
en donde él habita. Por pura coincidencia él mismo los recibió a la
15
p u e r t a . Enseguida trabaron «familiar conversación y amistad»,
recuerda Laínez. Ambos hicieron los Ejercicios en la primavera del
mismo año, cada uno por separado. Al terminar la experiencia deci-
dieron consagrar sus vidas a Jesucristo e hicieron suyo el proyecto
de vida que antaño habían conocido y admirado en Ignacio.
Desde 1527 se encontraba en París un joven aristócrata portu-
gués, Simón Rodrigues, tenido por sus condiscípulos como travie-
so e inquieto. Adelantaba sus estudios de Arte también en Santa

1 2
Ver IGNACIO IPARRAGUIRRE, S . J . Historia de los Ejercicios, I, p. 193.
1 3
Autob., n. 8 2 .
1 4 A
JOSÉ M RAMBLA, S . J . El Peregrino, Autobiografía de San Ignacio de Loyola.
Comentarlo al n. 8 2 de la Autobiografía, Nota 16.
1 5
Ver PAUL DUDON, S . J . Saint Ignace de Loyola, S.J., I I , I X , 2 0 7 , París 1934.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 77

Bárbara y aunque era conocido de Ignacio, no tenía idea alguna de


sus proyectos, ni de la existencia del incipiente grupo de compañe-
ros que se había formado en torno a aquel hombre cuya fama de
santidad le impresionaba. Fue así como se acercó a él para abrirle
su conciencia y manifestarle los deseos de servir a Dios que agita-
ban su espíritu.
Nicolás Alonso de Bobadilla, castellano, tenía 24 años cuando
llegó a Santa Bárbara y se juntó a Ignacio. Había conseguido el
título de maestro de Artes en Alcalá y estudiado teología. Ahora
quería perfeccionar su latín, griego y hebreo, y «haciendo recurso a
Iñigo, como persona que tenía fama de ayudar aun temporalmente
muchos estudiantes fue de él ayudado, procurándose comodidad
16
de poder estar y estudiar en la u n i v e r s i d a d » ; por consejo de
Ignacio adelantó también estudios de teología escolástica y positi-
va. García-Villoslada lo describe como un joven de «carácter franco
y abierto, alegre y humorista, un poco rústico, bastante desigual y
arbitrario, amigo de cantar claras las verdades a cualquiera y ene-
migo de hipocresías, lisonjas y fariseísmos, tenía un corazón noble,
17
piadoso, pronto al sacrificio» . Habría de causarle muchas preocu-
paciones a Ignacio, pero iba a ser el de más larga supervivencia
entre los compañeros; después de un fecundo trabajo apostólico
en Alemania e Italia murió con más de ochenta años sin haber que-
rido nunca consultar a un médico.
Y así iba creciendo esta célula, alimentada cuidadosamente por
quien la cuidaba como a la niña de sus ojos. Aunque no se les ha
ocurrido entrar a una orden religiosa y mucho menos fundar una
nueva, ya sus ideales y su modo de proceder van tomando forma
en torno a Jesucristo, a quien desean seguir y servir. Estos prime-
ros siete compañeros están unidos por la amistad y por un dinamis-
mo de conversión común a todos, y así van madurando una autén-
tica comunión espiritual. Durante todo el tiempo de los estudios
continuaron comunicándose, ayudándose mutuamente en los estu-
dios y en las necesidades temporales. No emprendieron la activi-
dad apostólica que conocimos en los compañeros de Alcalá, por-
que todos habían tomado muy en serio sus estudios; pero ejercían
el influjo de su ejemplo y de su «trato» entre los condiscípulos.
Persuadían a dejar las malas compañías y a ocuparse en obras de
caridad, y llegaron a arrastrar grupos de estudiantes a confesarse y
comulgar los días de fiesta en la Cartuja.

1 6
Summ. hisp., n. 52; ver Bobadilla, 615.
1 7
RICARDO GARCIA-VILLOSLADA, S.J. San Ignacio de Loyola, Nueva Biografía.
P. 3 6 1 . Biblioteca de Autores Cristianos, 1986.
78 AMIGOS EN EL SEÑOR

La elección en Ejercicios

Juzgando Ignacio que el grupo estaba ya dispuesto para hacer


los Ejercicios completos, que estimaba como «todo lo mejor que yo
en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para el hombre
poderse aprovechar a sí mismo como para poder fructificar, ayudar
18
y aprovechar a otros m u c h o s » , los dio a cada uno por separado.
El primero fue Fabro, en enero de 1534. Su progreso espiritual bajo
la compañía de Ignacio había comunicado paz a su espíritu y ya
tenía la resolución, en la que había perseverado por dos años, de
entregarse del todo a Dios. Antes de comenzar los ejercicios fue a
su tierra natal a despedirse de su padre y estuvo allá siete meses.
De los Ejercicios salió con la decisión de ir a Jerusalén y a los
demás lugares sagrados y de gastar su vida siguiendo a Jesús en
pobreza y aprovechando al prójimo. Recibió la ordenación sacerdo-
tal el 22 de julio de ese año y celebró la primera misa. Laínez y
Salmerón los hicieron en la primavera y poco después Rodrigues y
Bobadilla. Comenta Simón Rodrigues de sí mismo: «Ignorante de
lo que los otros tres revolvían en su espíritu, se decidió a ir a
Jerusalén, y poner todo el tiempo restante de su vida al servicio de
19
los p r ó j i m o s » . De Laínez y Salmerón escribe el mismo: «Ig-
norando el uno los propósitos del otro, cada uno de ellos decidió
renunciar a los atractivos del século, navegar a Jerusalén y esco-
20
ger el género de vida que ya los otros habían elegido» . Bobadilla,
«movido por la santa intimidad con Ignacio, decidió abrazar lo que
los otros habían abrazado; y ciertamente antes de haber averigua-
21
do qué cosa habían decidido seguir los d e m á s » .
¿Qué quiere decir eso de que Bobadilla movido por la santa
intimidad con Ignacio tomó su resolución? La exigencia de que
cada uno hiciera los ejercicios por aparte y no comunicara sus
cosas con los otros, que cumplieron todos como lo confirma repeti-
damente Rodrigues, y las recomendaciones que el santo dejó en el
texto de los Ejercicios de que el acompañante no debe mover al
que los hace, para que sea el mismo Criador y Señor el que ac-
tuando inmediatamente con su criatura se comunique y mueva y

1 8
Carta de San Ignacio al P. Manuel Miona, el 16 de noviembre de 1536 desde
Venecia. Recomienda a quien había sido su confesor en Alcalá que «se ponga por
un mes en ejercicios espirituales». MI, Epist.1,111-113. Miona entró a la Compañía
de Jesús en 1545.
1 9
Rodrigues, Commentarium de origine et progressu Societatis lesu, n. 7, FN.
III (1566).
2 0
RODRIGUES, Commentarium... n. 7.
2 1
RODRIGUES, Commentarium... n. 9.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 79

disponga con su amor, permite concluir que Ignacio se abstuvo cui-


dadosamente de ejercer influencia alguna en la toma de decisiones
de los compañeros. Otra cosa es que la convivencia del grupo con
él durante el tiempo que precedió a los Ejercicios, y sus frecuentes
comunicaciones espirituales, los había ya inclinado a todos a dirigir
sus vidas en la misma dirección de los proyectos de Ignacio. Y
esto, según la misma recomendación de la anotación 15, está le-
22
gítimamente permitido .
Son enfáticas las palabras con las que Rodrigues asevera esta
independencia de cada uno en su resolución:

«Y le aconteció también [a Bobadilla] lo que a los otros padres;


después de que cada uno de ellos, voluntaria y espontáneamente
había decidido consigo consagrarse totalmente al servicio de
Dios y a la forma de vida ya descrita, entonces y solo entonces,
se le comunicaba que había otros que se habían consagrado
enteramente a la misma manera de vida. Al conocer esto, es di-
fícil explicar con palabras cuánta alegría se apoderaba de ellos,
cuánto deleite, cuánto consuelo, cuánto ánimo para continuar en
23
sus propósitos» .

Con los Ejercicios de mes los compañeros han llegado a un


momento culminante en el proceso de su comunión como grupo.
Es bueno analizar algunos elementos que lo caracterizan.

• Ante todo, la completa libertad y respeto por las personas


que muestra en su modo de proceder la comunidad en París.
Ignacio no solamente se ha preocupado por garantizar la libre
comunicación de cada uno con Dios durante el mes de Ejerci-
cios. Ha evitado además todo influjo, toda presión, todo con-
sejo de un compañero al otro. La decisión de cada uno ha de
ser personal, espontánea, tomada en la soledad de su comu-
nicación con Dios.

2 2
EE., 15. «El que da los ejercicios no debe mover al que los recibe más a
pobreza ni a promesa que a sus contrarios, ni a un estado o modo de vivir que a
otro... más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que el
mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota, abrazándola en su
amor y alabanza, y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle adelante. De
manera que el que los da no se decante ni se incline á la una parte ni a la otra; mas
estando en medio, como un peso, deje inmedlate obrar al Criador con la criatura, y a
la criatura con su Criador y Señor». Sin embargo, «fuera de los ejercicios lícita y
meritoriamente [podemos] mover a todas personas, que probabiliter tengan sujecto,
para elegir continencia, virginidad, religión y toda manera de perfección evangélica».
2 3
RODRIGUES, Commentarium, n. 9.
AMIGOS EN EL SEÑOR

• Aparece también claramente la fuerza interior de los Ejer-


cicios como factor determinante de la decisión de seguir «el
modo de vida de Ignacio». El proyecto de una vida apostólica
en imitación de Jesucristo con sus apóstoles, es lo medular en
la invitación del Rey eternal y en el programa de vida y de mi-
sión trazado por la meditación de dos Banderas. En la interior
comunicación con Dios, que «abraza en su amor y alabanza y
dispone», cada uno se siente movido por el mismo llamamien-
to y responde con generosidad a esta vocación de seguimien-
to y colaboración con Jesucristo. Ignacio se limita a poner
delante de ellos lo que ha recibido en Manresa. Los Ejercicios,
que son un medio universal para ordenar la vida según la dis-
posición divina, ofrecen, con todo, un ideal concreto de segui-
miento y servicio apostólico al que responderán aquellos que
han sentido la moción de Dios en esta dirección y forma parti-
cular de vida. Los seis compañeros han respondido así de
igual manera. Su conclusión es la de consagrar sus vidas a
Jesucristo para servicio de los hombres, en pobreza, humilla-
ción, viaje a Jerusalén con proyectos apostólicos en la tierra
del Señor. Esto es lo que ellos llaman «seguir el modo de vida
de Ignacio».

• Cada uno entra en Ejercicios después de una larga prepara-


ción medida por Ignacio. Fabro y Javier, por ejemplo, han
pasado cuatro años al lado suyo y han sido introducidos en
algunas prácticas de vida interior propias de los Ejercicios.
Ambos han hecho ya su opción de vida antes de hacerlos
durante un mes. Más aún, Javier, por razón de sus estudios y
de sus clases de regente, como hemos dicho, sólo entrará en
Ejercicios después del voto de Montmartre.

• El proceso de preparación ha sido vivido en el seno de un


grupo. Los siete amigos han pasado un tiempo más o menos
largo en comunión de bienes e ideales. Todos juntos, contem-
plando la vida y los proyectos de su maestro espiritual, escu-
chando sus conversaciones y confiriendo entre ellos, han
comenzado a convivir en pobreza, en oración, en entrega a
Jesucristo. La comunidad de amigos ha sido como el primer
noviciado antes de ligarse en comunidad espiritual por el com-
promiso de Montmartre.

• Hay, pues, un mutuo juego de influencias. Por un lado, la


decisión de abrazar el modo de vida propuesto por el Rey y
las Banderas engendra de hecho una comunidad que evolu-
cionando dará origen a la Compañía de Jesús; la comunidad
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 81

de París es el resultado de decisiones libres, personales, es-


pontáneas de cada uno. Por otro lado, esa decisión personal
ha sido preparada lentamente dentro de otra comunidad que
existe ya en un estado más embrionario, la de siete amigos
unidos en su amor al Señor Jesús, que viven en sorprendente
sintonía espiritual.

• Cuando cada uno se entera de que hay otros resueltos a


optar por la vida que él ha elegido, «la alegría, el deleite, el
consuelo, el ánimo para continuar» se apodera de ellos, como
lo pondera Rodrigues. Toman conciencia de que forman ya
una comunión y se dedican en adelante a consolidarla. Es
una comunión que Dios ha hecho y que de ninguna manera
podrán disolver, concluirán un día en Roma. Así, cuando Ja-
vier entra a sus Ejercicios por el mes de septiembre, hay una
comunidad que ora por él. Rodrigues, el mejor cronista de
esos momentos, cuenta cómo Javier se retiró a un lugar se-
creto para entregarse a la oración y a la castigación del cuer-
po; se comunicaba frecuentemente con Ignacio y también con
los otros compañeros, aunque poco «¡ya había hecho su elec-
ción!»; el exceso de sus penitencias lo llevó a atarse tan fuer-
temente los brazos, que se le formó un gran tumor y la comu-
nidad temió por él: «interim tamen fiebat oratio a sociis» (entre
tanto, sin embargo, los compañeros hacían oración).

Con la elección de consagrar sus vidas a Dios en servicio de


los hombres y de realizarlo según el «modo de proceder de Ig-
nacio», los compañeros han pasado de formar un simple grupo
transitorio de amigos universitarios encaminado a disolverse paula-
tinamente al concluir sus estudios, a sellar una comunión espiritual
en torno a un proyecto de vida y de trabajo. Una comunión, según
están persuadidos, convocada por Jesucristo y aglutinada en virtud
de la respuesta personal que cada uno le ha dado a su Señor. La
nueva situación los indujo a una reflexión común sobre lo que ha-
rían después de los estudios de París. Este primer gran discerni-
miento en común que remataría cinco años más tarde por derrote-
ros aún inciertos en la Deliberación constitutiva de la Compañía de
Jesús, tuvo lugar en el verano de 1534.

Deliberaciones de 1534

Conviene, antes de entrar en materia, hacer una explicación


sobre el uso que le damos al término «deliberación». El diccionario
82 AMIGOS EN EL SEÑOR

de la Real Academia de la lengua española llama deliberación la


«acción y efecto de deliberar», es decir, de «considerar atenta y
detenidamente el pro y el contra de los motivos de una decisión,
antes de adoptarla, y la razón o sinrazón de los votos antes de emi-
tirlos». En el lenguaje de la Compañía de Jesús se han entendido
comúnmente los vocablos «deliberar» y «deliberación» en este
sentido. Así, por ejemplo, se habla de «deliberación, en común»
como de una reflexión comunitaria o en grupo con miras a tomar
una decisión; y generalmente, como una reflexión analizando razo-
nes en pro y en contra. La Deliberación de los primeros padres en
1539, que dio origen a la Compañía, se considera como un proce-
so de consulta llevado adelante analizando los pros y los contras
de las alternativas puestas sobre el tapete, es decir, por el «tercer
24
tiempo de elección» indicado en el texto de los Ejercicios , en
cuanto se distingue del segundo tiempo «cuando se toma asaz cla-
ridad y conocimiento, por experiencia de consolaciones y desola-
25
ciones, y por experiencia de discreción de varios espíritus» . De
acuerdo con esta manera de entender las cosas, los fundadores
consideraron las razones que tenían en pro y en contra para con-
solidar su comunidad, adoptar el voto de obediencia y otros puntos.
Y esta deliberación de 1539 se toma a menudo como modelo de un
discernimiento, no por mociones, sino por razones.
Sin embargo, el diccionario de la lengua señala, como segunda
acepción del vocablo, «resolver, determinar». Y pensamos que San
Ignacio y los primeros compañeros privilegiaron este significado:
elegir, determinar. En el texto de los Ejercicios, al exponer el modo
de hacer sana y buena elección, dice San Ignacio: «Quinto. Des-
pués que así he discurrido y raciocinado a todas partes sobre la
cosa proposita, mirar dónde más la razón se inclina; y así, según la
mayor moción racional y no moción alguna sensual, se debe hacer
deliberación sobre la cosa proposita. Sexto. Hecha la tal elección o
deliberación, debe ir la persona que tal ha hecho, con mucha dili-
gencia, a la oración delante de Dios nuestro Señor y ofrecerle la tal
elección, para que su divina majestad la quiera recibir y confirmar,
26
siendo su mayor servicio y alabanza» . Es muy claro que en este
texto se usa el término «deliberación» como una elección o deter-
minación que se toma después de haber discernido y no como un
proceso para hacer elección.

2 4
EE., 177.
2 5
EE., 176.
2 6
EE., 182-183.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 83

Más aún, el mismo documento de 1539, que recoge las conclu-


siones a que llegaron los compañeros después de casi tres meses,
aunque no usa el vocablo deliberación ni en el título ni a lo largo del
texto, termina diciendo que guardando el mismo orden de investigar
y proceder en los demás asuntos, se detuvieron casi tres meses,
desde mediada la cuaresma hasta la fiesta de San Juan Bautista,
«día en el que se ultimaron y terminaron todos los asuntos, con sua-
vidad y amigable concordia de los ánimos, no sin grandes desvelos y
oraciones y esfuerzos de alma y cuerpo, antes de que definiéramos
y deliberáramos todas estas cosas»; en donde el verbo deliberar
27
tiene claramente el sentido de determinar, decidir .
Sin excluir la primera acepción «considerar, reflexionar, discer-
nir» que hemos venido usando hasta ahora y seguiremos usando en
algunas ocasiones, vamos a utilizar la segunda acepción «determi-
nar, decidir» cuando nos referimos a las grandes deliberaciones de
París en 1534, antes del voto de Montmartre, de Vicenza en 1537,en
espera de la navegación a Tierra Santa, y de Roma en 1539.
Simón Rodrigues ha dejado la crónica más detallada de aquellas
reuniones que concluyeron con las deliberaciones «determinaciones
o decisiones» sobre su futuro. Debieron prolongarse varios días, qui-
zás semanas. No sabemos exactamente dónde y cuándo se reu-
nían, pero a juzgar por el modo de vida que llevaban en París, pode-
mos conjeturar que se juntaban en la habitación de alguno de ellos
en las horas libres que les permitían sus clases y estudios.
Una primera consulta fue dedicada al «modo de proceder» que
querían imprimir a su convivencia. Consideran que puesto que han
consagrado sus vidas al servicio de los hombres y que su conver-
sación con ellos debe entregar eficazmente el mensaje de Cristo,
no les basta compartir su experiencia de Dios a base de ardor
apostólico; quieren ser instrumentos aptos en manos del Señor y

2 7
«9. Servato similiter eodem ordine discutiendi et procedendi ¡n reliquis ómni-
bus, semper in utramque partem agendo, immorati sumus in his et alus per tres fere
menses, a medio quadragesimae usque ad festum loannis Baptistae inclusive. Quo
die omnia suaviter et concordi animorum consensu terminata ac finita sunt, non sine
magnis vigiliis, orationibus et laboribus mentis et corporis permissis, antequam haec
definiremus et deliberaremus. Finís». Ver MI, Const., I, pp. 1-7. La traducción france-
sa de la Deliberación, en Ignace de Loyola. Ecríts, con su introducción y sus notas
confirma nuestra opinión. En la nota 1, p. 277 dice: «C'est le titre de Déliberation
des premiers Peres qui est le plus souvent retenu aujourd'hui. Mais il nous a semblé
plus juste de nous en teñir au seul titre inscrit para Ignace lui-méme: le substantif
deliberatio n'est jamáis employé dans ce Document, et le verbe deliberare ne Test
qu'une seule fois (á la fin de la conclusión [9]), dans le sens évident de decisión [voir
9
sur ce point l'introduction, p. 270]» Colección Christus N 76, Ecríts traduits et pre-
sentes sous la direction de Maurice Giuliani, S.J. Desclée de Brouwer, 1991.
84 AMIGOS EN EL SEÑOR

deciden dedicarse a un estudio serio de la teología, por un espacio


mayor de tiempo, tres años más o menos. Su ayuda al prójimo
requiere hombres bien formados y competentes, «letrados», como
se llamarán en el lenguaje de la primitiva Compañía.
No van a hacer ningún cambio en su forma exterior de vida,
continuarán procediendo como lo han venido haciendo hasta aho-
ra. Decisión que se refiere tanto al mundo exterior en que se mue-
ven como a las características de las relaciones mutuas entre los
miembros del grupo. Es el tipo de vida que llevaron después del
voto de Montmartre durante los años siguientes que permanecieron
en París. Se moverán entre sus condiscípulos como antes: estu-
diantes comunes y corrientes, sin especiales vestidos ni prácticas
externas que hagan conspicua la existencia de su grupo. Como
«vida común en lo exterior» se definirá en las Constituciones la ma-
nera de vivir y relacionarse entre ellos y con los demás los miem-
bros de la Compañía. La experiencia sufrida en Alcalá, entre otras
cosas por los «hábitos pardillos claros» que llevaban, ha dejado
una buena lección para todo el grupo. Entre ellos no existirán en el
período de París reglamentos, distribuciones o disciplinas especia-
les, como tampoco un superior. Ningún voto o promesa de obe-
diencia se hará en Montmartre, su comunión será garantizada por
el propósito apostólico, la amistad que los une y las consultas
comunes.
Encontrándose frente a una decisión bastante grave, ardua y
de tanto peso sobre el destino de sus vidas, conviene encomendar-
la a Dios por algún tiempo. Se consagra aquí una costumbre que
ya había adquirido: toda decisión que vincule al grupo será siempre
preparada en un clima de oración, de búsqueda libre y humilde, y
sometida a la confirmación de Dios. Sus conclusiones serán la for-
mulación del consenso al que ha llegado el grupo, pesadas las
razones y discernidas las mociones, sobre lo que todos «sienten en
el Señor».
Van a fortalecerse interiormente con mayor acopio de virtudes
a fin de «ir adelante», superar los impedimentos y confrontar los
riesgos y peligros que puedan amenazarlos. A la «vida común en lo
exterior» ha de corresponder una eximia vida interior, en torno a
28
Jesucristo .
Una vez resueltas las cuestiones fundamentales con relación al
estudio, la vida ordinaria, la excelencia en la virtud y el clima de
discernimiento en las consultas, pasaron a discutir una cuestión

2 8
A. JIMÉNEZ OÑATE, El origen de la Compañía de Jesús. Carisma fundacional y
génesis histórica, Roma 1966, p. 125.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 85

más concreta sobre lo que al parecer no había tanta unanimidad.


Después de larga discusión, continúa Rodrigues, decidieron dar
más firmeza a sus propósitos ligándose con voto de pobreza, de
castidad, de navegar a Jerusalén y de procurar intensamente la sa-
lud de los prójimos tanto fieles como infieles, con la gracia de Dios.
Durante las consultas se acordaron además las formas concretas
de esa ayuda al prójimo: la predicación de la palabra de Dios, la
administración de los sacramentos de la penitencia y eucaristía y la
gratuidad de los ministerios. También aclararon que el voto de
pobreza no comenzaría a obligarlos hasta terminar sus estudios y
por lo tanto podrían recoger y ahorrar el dinero necesario para su
viaje a Jerusalén. Fabro dice que prometieron comenzar el día
señalado, dejando padres y redes, fuera del viático [que se propo-
29
nían recoger para el v i a j e ] .
El proyecto de peregrinar a Jerusalén era una moción que to-
dos habían experimentado en los Ejercicios. Otra cosa, sin embar-
go, era si debían permanecer allá toda la vida o regresar. Las opi-
niones en este momento eran dispares. Para algunos, Jerusalén se
dibujaba como el campo definitivo de trabajo, el mejor lugar para
hacer realidad su deseo de imitar y reproducir el colegio apostólico.
Así parece que pensaba Ignacio. Laínez también aspira al martirio
en la tierra de Jesús. Otros, en cambio, sólo contemplan un viaje
temporal: Javier y Rodrigues ya están soñando en evangelizar a
los infieles; Rodrigues volverá a insistirle a Ignacio siendo provin-
cial, que lo envíe a las Indias, a Etiopía o a trabajar en las selvas
del Brasil, como habían sido siempre sus proyectos. Fabro parece
también haber pensado en un viaje de poco tiempo. Dice expresa-
mente Rodrigues que se comenzó a tratar este asunto porque
«algunos deseaban ardientemente llevar la luz de la verdad evan-
30
gélica a los infieles» . Y como todos se hallaban libres y disponi-
bles para gastar su vida en cualquier cosa que sintieran ser mayor
servicio divino y ayuda de las ánimas, pudieron llegar a un acuerdo
provisional, unánime: irían a Jerusalén y allí considerarían de
nuevo el asunto encomendándolo a Dios para conocer cuál de los
dos planes le era más grato y esperando que El les diera a sentir
31
su voluntad a su debido t i e m p o . No hay que pensar que esta
conclusión fue una fácil convergencia de opiniones y deseos. Lle-

2 9
Fabro, Memorial, n. 15.
3 0
Rodrigues, n. 14.
3 1
Rodrigues, n. 14.; Ver Summ. hisp., n. 57; Summ. ¡tal., n. 7; Summ. hisp.,
FN, II, 567.
86 AMIGOS EN EL SEÑOR

garon a ella «con más ardor algunos, menos inflamados otros,


32
según la medida del don de Cristo» .
¿Qué elementos relevantes nos brindan estas primeras delibe-
raciones de los siete compañeros para esclarecer el sentido de
comunión que se va desarrollando en sus consultas de grupo?

• Asientan la determinación fundamental en l a q u e todos coin-


ciden: dedicar sus vidas a cualquier trabajo que sea de mayor
servicio divino y provecho del prójimo. Este consenso será lo
que les permitirá llegar a los demás acuerdos.

• El punto en el que están en desacuerdo es objeto de un


compromiso que consiste en diferir la decisión definitiva hasta
otro tiempo de mayor consenso. Por el momento se toma una
decisión provisional: aunque la mayoría se inclina a quedarse
en Jerusalén, no tienen la suficiente claridad y hay que seguir
indagando el beneplácito de Dios. Es El quien tiene la última
palabra pero no sienten que su Espíritu los haya movido aún
hacia una parte u otra.

• Este término de espera, que es también de oración, será un


tiempo de exquisita docilidad y apertura a la inspiración del
Espíritu, que se dejará sentir en la voz de los demás, en las
experiencias y en las circunstancias de su permanencia en
Tierra Santa.

• Confiados en que la claridad les llegará, se comprometen a


acoger todos la decisión que la mayoría adopte cuando estén
en Jerusalén. Si ésta es la de quedarse en Palestina, todos
aceptarán que es el sitio mejor y más propicio que les presen-
ta Dios; si, en cambio, la mayoría se manifiesta en favor del
regreso, todos juntos, sin dividirse, regresarán de Jerusalén
«omnes simul, nulla facta disiunctione, redeamus». Los c o m -
pañeros están determinados a no separarse, y así, cada uno
se compromete a hacer suya la opinión del mayor número del
grupo para lograr el consenso y la decisión unánime. No ven
en la mayoría una simple suma de opiniones, descubren en
ella que Dios se ha comunicado al grupo que discierne en
común. La minoría tiene su lugar propio e importante y a que
también a través de ella los demás han de discernir las mocio-
nes del Espíritu. En el caso concreto de esta deliberación de

3 2
Rodrigues, n. 14: «ardentius illi quidem, vel minus inflammate, secundum
mensuram donationis Christi».
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 87

1534, la minoría ha tenido la fuerza suficiente para que el


grupo entienda que la búsqueda debe todavía proseguir y que
33
cada uno ha de someter aún a revisión su propia certitud .

• El grupo ha logrado una cohesión apreciable: decididos a


vivir y a trabajar junto's, resueltos a no separarse en adelante,
no buscan tanto la voluntad de Dios sobre sus proyectos per-
sonales cuanto sobre la comunidad que conforman, y lo que
se decide para el grupo se decide para cada uno de ellos.

• Para un grupo que no tiene superior, el principio de determi-


nación es el discernimiento en común. Todos toman parte en
preparar la decisión y en asumirla. Así como cuando tengan
voto de obediencia se esforzarán todos por acatar en la voz
del superior a Cristo que los conduce por su medio, así ahora
buscarán la voluntad de Dios en el grupo mismo que discierne
34
en o r a c i ó n .

Previeron también otras posibilidades. ¿Qué hacer si no podían


ir a Jerusalén en el término de un año desde su llegada a Venecia?
¿Qué, si estando en Jerusalén y habiendo decidido quedarse allá,
no pueden realizarlo porque otros se lo impiden, como le había
pasado al peregrino de 1523? ¿Qué harán si eventualmente deci-
den regresar?
La determinación es que se presentarán al Papa y le expon-
drán sus deseos y propósitos para que él les señale el sitio de tra-
bajo. El grupo no contempla la posibilidad de una dispersión apos-
tólica. Su resolución es que no van a separarse, sino a trabajar jun-
tos en un lugar de la viña del Señor donde puedan fructificar mejor
o donde haya mayor necesidad; y confían en que el Papa, pastor
universal, es quien les puede señalar ese lugar. Tampoco hay en
esta deliberación indicio alguno de que pretendan fundar una nue-
va orden. Bobadilla, en su comentario sobre el voto de Montmartre
dejará ver la sorpresa que tuvieron cuando se ofrecieron al Papa y
éste los distribuyó por diversos sitios: «el cual voto [de peregrinar a
Jerusalén] conmutó el Papa por otros votos mejores y más fructuo-
35
sos de peregrinar en religión» .
Nada mejor que el siguiente texto de Polanco para sintetizar lo
que hemos venido diciendo:

3 3
Ver MAURICE GIUUANI, S.J. «Compagnons de Jésus», Christus, 2 2 ( 1 9 5 9 )
226-227.
3 4
F N , III, 2 2 .
3 5
F N , III., 3 2 0 - 3 2 1 .
88 AMIGOS EN EL SEÑOR

«A lo que ellos entonces parece tenían más especial inclinación,


era a pasar en Jerusalén, y después predicar, si hubiese lugar, a
los infieles, o morir por la fe de Jesucristo entre ellos. Y así hicieron
voto de ir a Jerusalén «si dentro de un año después de llegados [a
Venecia] podían pasar allá», a donde pensaban encomendarse a
Dios para determinarse qué debían hacer, no sabiendo lo que Dios
quería de ellos, si tornar acá o quedar allá y a esto último más se
inclinaban. En caso que no pudiesen pasar, votaron de represen-
tarse al Papa, como Vicario de Cristo, para que su Santidad los en-
36
viase donde pensase que sería Dios más servido» .

75 de Agosto de 1534 en Montmartre

Al terminar las deliberaciones, los compañeros se prepararon


para hacer sus votos el día de la Asunción de Nuestra Señora,
poniendo a María como intercesora ante Jesucristo. El sitio escogi-
do fue la capilla de San Dionisio mártir, a mitad de camino hacia la
colina de Montmartre. Muy de mañana se dirigieron al cercano con-
vento de las benedictinas para solicitar la llave de acceso a la capi-
lla, bajaron a la cripta, en donde Pedro Fabro, el único sacerdote
del grupo, celebró la Eucaristía. En el momento de la comunión,
delante de la hostia consagrada, cada uno pronunció sus votos,
que no solamente eran una entrega personal a Dios, sino la vincu-
lación a la vida y a la suerte del grupo que formalizaba su existen-
cia delante de Jesucristo, presente en la Eucaristía.
No estaban fundando la Compañía de Jesús, ni pensaban ha-
cer nada distinto a formar esa asociación privada de amigos, dedi-
cada al servicio de Jesucristo; pero la semilla de la Orden queda
37
allí s e m b r a d a . Sus votos son la expresión de un proyecto misio-
nero: pobres, castos, abiertos al mundo, disponibles para el servi-
cio en la Iglesia. No hay en sus compromisos un voto de obedien-
cia a alguno de ellos, todos son iguales y todos corresponsables
del futuro destino de su grupo. Tampoco hay nada que indique pro-
yección de su trabajo a confrontar la reforma protestante.
Cerca de una fuente pasaron los amigos el resto de la jornada
en alegre conversación y compartieron la comida que entre todos
habían aportado. Al caer el sol, regresaron a París «alabando y

3 6
Summ. hisp. n. 57.
3 7
En Montmartre se levantó en el siglo pasado una capilla dedicada a San
Ignacio, en donde se puso esta inscripción: SOCIETAS IESU QUAE SANCTUM IGNATIUM
LOYOLAM PATREM AGNOSCIT LUTETIAN MATREM... HIC NATA EST. (Aquí nació la Compañía
de Jesús, que reconoce a Ignacio como padre, a París como madre).
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 89

38
bendiciendo a D i o s » . Ignacio tiene cuarenta y tres años, Fabro y
Javier veintiocho; Laynez veintidós; Salmerón diecinueve; Rodri-
gues veinticuatro y Bobadilla veinticinco.

Vida en comunión después de Montmartre

¿Cómo vivieron los compañeros y, sobre todo, cómo caracteri-


zaron la comunidad que había nacido en la colina de Montmartre,
hasta que salieron de París?
Los datos de que disponemos sobre este espacio de tiempo
comprendido entre el 15 de agosto de 1534 y el 15 de noviembre
de 1536, día en que abandonaron la ciudad de sus estudios para ir
a encontrarse con Ignacio en Venecia, son demasiado escasos.
Puesto que habían decidido no hacer ningún cambio exterior en
sus costumbres y dedicarse seriamente a sus estudios, la vida de
los compañeros no ofrecía particularidades. Realmente el estudio
de teología absorbía todo su tiempo. Bobadilla recuerda aquellos
años en su Autobiografía, como un tiempo en que se dedicó a leer
los santos doctores y a tomar notas sobre las cartas de San Pablo
y de los cuatro evangelistas y del antiguo y nuevo testamento, por-
que no creía que en adelante iba a poder estudiar más.
A pesar de no tener actividades apostólicas fuera de sus estu-
dios que consideraban como un compromiso apostólico para apro-
vechar más tarde al prójimo, no cesó la búsqueda de compañeros
que se agregaran al grupo. Su «pastoral juvenil» la realizaron
mediante la confesión y comunión semanal en La Cartuja, no lejos
del barrio de Saint Jacques, y los Ejercicios espirituales. Ignacio
continuó dándolos a un buen número de estudiantes, varios de los
cuales se hicieron luego franciscanos, dominicos o cartujos.
El grupo mismo creció con nuevos compañeros. Pedro Fabro,
que desde la partida de Ignacio a España por razones de salud,
había quedado como «el hermano mayor» del grupo y a quien
Ignacio reputaría más tarde como el que mejor daba los Ejercicios
entre los primeros jesuítas, tuvo la ocasión de darlos a los tres que
faltaban para completar los «nueve amigos en el Señor» a los que
39
se refirió desde Venecia Ignacio a Juan Verdolay . Claudio Jayo,
saboyano como Fabro, era ya sacerdote cuando llegó a París en

3 8
Rodrigues, nn. 14-18. Ver P. DE LETURIA S.J.,«El voto de San Ignacio en
Montmartre», en Estudios Ignacianos, II, 405-410.
3 9
MI, Epp., XII, 321 (también MI, Epp., I, 118), cita que utilizamos para iniciar
el capítulo 1.
90 AMIGOS EN EL SEÑOR

1534 para obtener licenciatura y maestría en Artes. Pronto se rela-


cionó con el grupo y por supuesto con Fabro quien lo incitó a hacer
los Ejercicios. Los practicó al año siguiente, 1535, y cuando los
compañeros volvieron a Montmartre a renovar sus votos el 15 de
agosto, él hizo los suyos y se les incorporó. El siguiente fue Pas-
casio Broet, también sacerdote, que venía a la universidad de París
para completar su formación teológica; por medio de Jayo conoció
a Fabro y a los demás compañeros. En ejercicios decidió ingresar
al grupo y pronunció sus votos en agosto del 36 cuando los demás
los renovaron por segunda vez. El último fue Juan Codure, francés
como Broet, de 27 años, que llegó con el fin de terminar la teología
y ordenarse; también atraído por Fabro, le abrió su conciencia, hizo
Ejercicios durante 40 días en los que optó por el seguimiento de
Jesús según el proyecto que había conquistado a los demás, y en
agosto de 1536 subió con ellos a la colina de Montmartre y pronun-
ció los votos.
Pero no siempre fue prudente ni respetuoso aquel denuedo en
reclutar otros compañeros de ideales. Cuando Ignacio, con su gran
capacidad de seleccionar personas, ponía el ojo en alguno de los
estudiantes en quien intuía cualidades para responder al proyecto
que Jesucristo había comenzado a realizar en el pequeño grupo de
los siete compañeros, la acometida para atraerlo apelaba a toda
clase de iniciativas. Eso había sucedido ya con Javier años atrás.
Los demás compañeros habían aprendido también aquellas tácti-
cas. Una de las víctimas fue Jerónimo Nadal, quien lo recuerda en
una crónica de su vida. Había visto al peregrino en Alcalá, pero no
se había relacionado personalmente con él. Ya en París trabaron
un trato íntimo y él se había agregado al puñado de estudiantes
que acudían los domingos al templo cartujano del barrio de Saint
Jacques: «vine después a confesarme con el P. Miona, y a fre-
cuentar los Cartujos con los hermanos [los siete compañeros] para
recibir la comunión los domingos». Cierto día, continúa su crónica,
llegó a su aposento Diego Laínez y «para inducirlo a la piedad»,
comenzó a hablarle de la inteligencia mística de las Sagradas
Escrituras. Nadal no reaccionó: «nihil me movit, nihil intellexi». No
había entendido nada, nada le había conmovido en la plática de
Laínez. Otro día lo buscó Fabro, igualmente sin éxito. El mismo
Miona, su confesor, lo apremiaba a unirse a los compañeros, a lo
que le respondía Nadal: «¿cómo vos, que no sois iñiguista, preten-
déis hacer de mí un iñiguista?» El mismo Ignacio mientras camina-
ban hacia el templo los domingos le contaba sus persecuciones en
Salamanca; en otra ocasión lo llevó a una pequeña capilla para
leerle una carta que había escrito a uno de sus sobrinos en España
invitándolo a seguir el camino d.e la perfección; apenas salieron de
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 91

la capilla, ya irritado Nadal con tanta presión de los compañeros,


reaccionó bruscamente y mostrándole el Nuevo Testamento que
llevaba consigo, le dijo: «yo quiero seguir este libro, en cuanto a
vosotros, no sé adonde vais a parar; no quiero que volváis a tratar
más de estas cosas conmigo, ni que os preocupéis más de mí». Y
desde aquel día desapareció de la vista de Ignacio y de los demás.
¡Jerónimo Nadal! El mismo que en unos años, leyendo una carta
escrita por Francisco Javier desde la India, se acordó de los com-
pañeros de París, buscó de nuevo a Ignacio y después de hacer
los Ejercicios con él, ingresó en la Compañía en 1545; el fundador
llegaría a considerarlo el más fiable intérprete de las Constituciones
de la Compañía. ¡Pero por el momento la cacería había terminado
4 0
muy m a l !
Polanco enumera, tanto en el Sumario español como en la Vida
latina, los medios con que los compañeros «se establecieron y con-
servaron en sus propósitos».
Los votos pronunciados en Montmartre, y renovados por la
misma fecha en 1535 y 1536, eran el aglutinante que aseguraba la
conservación y crecimiento de la comunión entre ellos. Castidad,
pobreza, peregrinación a Jerusalén, dedicación a los estudios.
Aunque no vivían todos juntos, fomentaban la mutua comunica-
ción de unos con otros. Las reuniones en la habitación de alguno de
ellos para una refección («comer en caridad»), eran ocasión para
tratar los asuntos del grupo y resolver los pequeños problemas de la
vida diaria. «Y así se alimentaba y crecía entre ellos la amistad en
41
Cristo» . Los «amigos en el Señor», aquella frase que quizás sin
darle demasiada importancia empleó Ignacio para referirse a los
nueve compañeros con quienes acababa de reencontrarse en
Venecia, era en realidad la expresión de algo que se había hecho
connatural entre ellos: experimentaban la amistad que les brindaba
Jesús y que los había entrelazado a todos en una comunión que
transfiguraba su confraternidad. Este era el secreto que los mante-
nía «en una suavísima paz, concordia y amor, comunicación de
todas sus cosas y corazones; se entretenían para ir adelante en sus
buenos propósitos... y así llegaron a ser diez, todos, aunque de tan
42
diferentes naciones, de un mismo corazón y voluntad» .
Ya en las consultas que precedieron los votos de Montmartre
habían concretado las líneas esenciales de su estilo de pobreza.

4 0
Ver Nadal, 1,1-3.
4 1
«Et ¡ta fovebatur et augebatur ínter ¡psos in Christo dilectio», FN, II, 567;
summ.hisp., n. 55; Laínez Epist., n. 30; Ribadeneira, FN, IV, 2 3 3 , 2 3 5 .
4 2
FN, IV, 233-235.
92 AMIGOS EN EL SEÑOR

Querían ser sacerdotes enteramente dedicados al ministerio de la


predicación, de los sacramentos y de la enseñanza, sin recibir por
ello estipendio alguno; aunque consideraban lícito aceptar las
ofrendas que se daban en la iglesia por la misas y por otras cere-
monias, con todo, para abrazar más íntimamente el seguimiento de
Jesús pobre, solidario con los pobres, y para evitar la malicia y la
calumnia, se proponían renunciar aun a lo que les era permitido.
Pero la decisión de no hacer ningún cambio en la forma de vida
mientras no terminaran sus estudios, les permitió ahorrar el viático
necesario para su viaje a Venecia a encontrarse con Ignacio y para
43
su peregrinación .
La experiencia personal de Ignacio era un punto de referencia
muy válido para el grupo. Como recordamos, éste había comenza-
do alquilando un aposento cerca del colegio de Montaigu, con algu-
nos estudiantes españoles; se vio obligado a mendigar y a vivir en
el hospital de misericordia a causa del amigo que lo dejó sin dinero,
pero allí encontró enormes dificultades para acudir a las clases;
intentó trabajar sirviendo en uno de los colegios; viajó a Flandes
durante tres veranos, y llegó hasta Londres, para costear su estan-
cia en santa Bárbara. Así, los demás tuvieron que costearse sus
estudios de diferentes formas, entre ellas con becas para estudian-
44
tes p o b r e s ; aunque los que tenían familias más acomodadas
recibían periódicamente algún dinero que compartían con los de-
más. El aspecto comunitario de su pobreza, la koinonía y la solida-
ridad'entre ellos, a imitación de los apóstoles y de la primitiva
comunidad de Jerusalén, se practicaba con esmero: sus bienes de
hecho los tenían en común, como lo habían hecho desde el princi-
pio Ignacio, Fabro y Javier en santa Bárbara: «uno en la mesa y en
la bolsa». Es de suponer que el dinero reunido en Flandes por
Ignacio, parte del cual repartía entre los pobres, encontró privilegia-
dos beneficiarios en aquella naciente compañía. Ellos también le
correspondían: cuando viaja a España en 1535, irá montado «en
45
un caballo pequeño que los compañeros le habían c o m p r a d o » .
Esta comunión de bienes va más allá de las necesidades materia-
les: «unos y otros se socorrían en las cosas espirituales y también
en las temporales, aumentándose así entre ellos el amor en Cristo.
La contribución mutua en los estudios ayudaba no poco: porque

4 3
Rodrigues, n. 13.
4 4
Ver JOSÉ M. GRANEROS, S . J . «La Pobreza ignaciana», Manresa, 40 (1968)
149-174.
4 5
Autob., n. 87.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 93

aquel que abundaba en un talento especial servía a quien tenía


46
mas necesidad de é l » .
No quedan indicios de que el grupo tuviese especiales prácti-
cas espirituales u oraciones en común. A nivel personal, todos se
daban a la oración mental y a la meditación y practicaban el exa-
men de conciencia; como, además, los estudios eran de temas teo-
lógicos y escriturísticos, también contribuían al acrecentamiento de
su vida interior. Los anteriores comentarios los debemos a Polanco
47
y a L a í n e z . Casi que las únicas prácticas en común que se pue-
den registrar fueron el encuentro dominical para confesarse y reci-
bir la comunión y la renovación de sus votos en Montmartre. La
vida espiritual del grupo giraba, pues, en torno a la mesa eucarísti-
ca, a la cual invitaban a otros estudiantes, en un signo claro de que
no era una comunidad cerrada sobre sí misma.
Y sobre todos los medios, resume Polanco, «el que los quería
para fundamento de una grande obra y de mucho servicio suyo, los
conservaba. Y es de considerar y tener por maravilla grande, que ni
el P. Iñigo, ni los dichos compañeros, con estar tan determinados de
emplearse cuanto más fuese posible en servicio de Dios, no se apli-
caron a ninguna otra religión; y con no tener cierto ningún instituto
que hubiesen de seguir, ni prevenir nada de hacer lo que ha sucedi-
48
do de la Compañía, se entretenían en uno» . Como Polanco, tam-
bién Laínez, Bobadilla y Rodrigues, expresan esa admiración y coin-
ciden en destacar el hecho de que por aquel entonces no tenían
intención alguna de transformar su pequeño grupo en la Compañía
que resultó después. Es Dios nuestro Señor el que los conserva uni-
dos, los acrecienta y los encamina suavemente hacia la fundación.
Esta admiración y confianza quedará expresada solemne y vigoro-
samente en las Constituciones de la Compañía: en un inspirado
«memorial» de lo que Dios hizo con los primeros compañeros, las
Constituciones comenzarán y terminarán con una profesión de con-
fianza en «la Suma sapiencia y Bondad de Dios nuestro Criador y
Señor», en cuyas manos la Compañía coloca su futuro. Es El quien
«la ha de conservar y regir y llevar adelante en su santo servicio,
49
como se dignó comenzarla» ; «Porque la Compañía, que no se ha
instituido con medios humanos, no puede conservarse ni aumentar-
se con ellos, sino con la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor
nuestro, es menester en El solo poner la esperanza de que El haya

4 6
FN, II, 567; Summ. hisp., n. 55.
4 7
FN, II, 568; Laínez Eplst. ,n. 30.
4 8
Summ. hisp., n. 56.
4 9
Proemio de las Constituciones, 134.
94 AMIGOS EN EL SEÑOR

de conservar y llevar adelante lo que se dignó comenzar para su


50
servicio y alabanza y ayuda de las á n i m a s .

En busca de salud por los aires natales

En 1535 la salud de Ignacio, que siempre había estado mal en


todo este tiempo, empeoró. A principios de ese año había recibido
el título de maestro en Artes y estaba comenzando los estudios de
teología. Los médicos lo atendieron sin encontrar mejoría aprecia-
ble y no vieron otra solución que sugerirle el contacto con el aire
natal; también «los compañeros le aconsejaban lo mismo y le hicie-
51
ron grandes instancias» para que viajara a España. La «provi-
dencia de la Compañía acerca del General» se perfila ya en esta
solicitud fraterna para con el compañero y padre espiritual enfermo.
Al fin se dejó persuadir. Entre todos acordaron que el viaje tendría
principalmente dos objetivos: primero, descansar unos meses en
Azpeitia buscando una mejoría; y luego visitar las familias de los
compañeros en distintas ciudades de España. Decidieron también
que Ignacio se les adelantara a Venecia y los esperara allí para
preparar juntos la peregrinación a Tierra Santa.
Estando ya para partir se enteró de que lo habían acusado ante
el inquisidor y que se había abierto un proceso contra él. No quiso
abandonar París sin antes presentarse al inquisidor acompañado
de un notario público y testigos, para dejar todo claro. Le preocupa-
ba sobre todo lo que pudiera acontecer a sus amigos en su ausen-
cia. Le dijo que estaba para marcharse a España y que tenía com-
52
pañeros, por lo que le rogaba que dictara sentencia . El inquisidor
le comunicó que en verdad lo habían acusado pero que no era co-
sa de importancia. Sin embargo, no quedó contento Ignacio hasta
que aquel delante de testigos dio fe de lo que había dicho.
Una mañana dejó a París y a los compañeros y montó en el
pequeño caballo que estos le habían regalado, iniciando una nueva
etapa de su peregrinación. Al llegar a Azpeitia se alojó en el hospi-
tal de la Magdalena, u hospicio donde se recibía a los pobres, pues
no quiso aceptar el hospedaje en la Casa-torre de Loyola, que le
ofrecían su hermano don Martín y su esposa Magdalena, aquella
cuñada que le había proporcionado los libros de lectura en su con-
valecencia, y a la que tanto quiso.

5 0
Constituciones, 812; ver también 825.
5 1
Autob., n. 85.
5 2
Autob., n. 86.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 95

De su actividad en Azpeitia encontramos un suficiente resumen


en la Autobiografía. Desde el hospital, donde comía y dormía entre
los pobres y mendigos, se dedicó a la conversación, a la enseñan-
za de la doctrina a los niños, y a predicar los domingos y los días
festivos; pero se propuso también, con éxito, ayudar a la reforma
de costumbres de sus paisanos de Azpeitia: intervino ante las auto-
ridades para que se corrigieran algunos abusos y se preocupó por-
que se socorriera pública y ordinariamente a los pobres.
Recuperada un poco su salud, partió a cumplir los oficios de
amistad con los compañeros y sus familias no sin antes regalar al
hospital que lo había alojado el caballo que los compañeros le
compraron en París. Quería proseguir su camino a pie. Se dirigió a
Navarra para llevar una carta de Javier a su hermano Juan de
Azpilcueta. En Almazán visitó la familia de Diego Laínez. Siguió a
Toledo para llevar los encargos de Salmerón para los de su casa.
En Valencia se encontró con Juan Castro, el estudiante de Sorbo-
na que hizo los Ejercicios en París y causó tan grande conmoción
en la universidad y que ahora había entrado en la Cartuja de
Valencia, donde moriría el mismo año que San Ignacio. «Y en to-
das estas tierras de los compañeros no quiso tomar nada, aun
cuando le hiciesen grandes ofrecimientos con mucha insisten-
5 3
c i a » . Intentó también recuperar a los compañeros que había
dejado en Salamanca, Arteaga, Calixto, Juanico, «pero ninguno de
54
ellos se dispuso a seguirlo» .

Los nueve amigos dejan París y viajan a Venecia

Volvamos a la «compañía» que se había quedado en París ter-


minando los estudios, y que en ausencia de Ignacio tenía a Fabro
como el hermano mayor. A los siete primeros se habían añadido,
como indicamos atrás, Jayo, Broet y Codure. Aunque continuaron
buscando otros para incorporar a su proyecto. Cuenta Laynez que
al tiempo del viaje de Ignacio para España «serían hasta 14 o 12
los compañeros de París, los cuales por vía de oración se habían
55
determinado de servir a nuestro S e ñ o r » . ¿Qué aconteció con los
demás? Polanco dice que además de los diez había otros tres que
finalmente se separaron del grupo antes de que Ignacio saliera de
París, a pesar de que estaban destinados a seguir el modo de pro-

5 3
Autob., n. 90.
5 4
Summ. hisp., n. 60.
5 5
Laínez Epist, n. 29.
96 AMIGOS EN EL SEÑOR

ceder de los compañeros; dos de ellos al ver que la comunidad de


amigos todavía no decidía nada sobre su futuro modo de vida, ni
tenía intención de fundar una religión, no pudieron soportar esa
incertidumbre («hanc animi suspensionem non ferentes)» y se
hicieron franciscanos; el tercero se llamaba Cáceres, que parece
ser aquel cuya firma aparece en las primeras actas constitutivas de
la Compañía, pero que más tarde abandonó todos sus propósi-
5 6
tos .
Sólo los diez, incluyendo a Ignacio, perseveraron en fidelidad a
lo que había llegado a ser su identidad: la gracia recibida en los
Ejercicios, particularmente en las meditaciones del Rey y las
Banderas, de imitar y seguir a Jesucristo con sus apóstoles, bajo el
estandarte de la cruz, para la vida del mundo. A Simón Rodrigues
debemos este recuerdo:

«Sentían los socios como es lógico, la ausencia del padre, pero


no por ello disminuía su entusiasmo ni su perseverancia en lo
que habían prometido: porque su esperanza y su fortaleza esta-
ban puestas en el Señor; cada uno, antes de saber la vocación y
propósitos de los demás, se habían iniciado espontánea y libre-
mente en aquella forma de vida; por eso todos estaban decididos
a no mirar atrás una vez puesta la mano en el arado, aunque los
57
otros desfallecieran» .

Habían acordado con Ignacio como fecha para su salida de


París el 25 de enero de 1537, conversión de San Pablo. Pero esta-
lló la guerra entre Carlos V y Francisco I en agosto de 1536. Igna-
cio, imaginando las dificultades que los compañeros encontrarían
en su viaje a Italia, procuró avisarles que lo adelantaran pues él ya
estaba esperándolos en Venecia. Escribió varias cartas a París,
solicitando ayuda para el Maestro «Fabro y algunos amigos»... «a
él con alguna compañía suya se le ofrece un camino asaz trabajo-
58
so... él y su compañía se verán en mucha y extrema necesidad» .
Obsérvese el uso de la palabra «compañía» en la correspondencia
de Ignacio, para referirse al cuerpo social que va surgiendo, el ape-
lativo de amigos con que se refiere a los compañeros y la mención
de Pedro Fabro a la cabeza, no como superior - q u e no tienen -
sino como «el hermano mayor de todos» desde su partida de
París.

5 6
Chron., I, 50; Summ. hisp., n. 54.
5 7
Rodrigues, n. 2 1 .
5 8
MI, Epp.l, 10 y 723.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 97

Así que el 15 de noviembre del 36, adelantando su viaje, salie-


ron de París. Desde esta fecha hasta su entrada a Roma en la
Pascua de 1538 van a transcurrir 17 meses de dificultades sin
número, de variadas experiencias y consultas. Para seguir obser-
vando el proceso de cohesión comunitaria que experimenta el
grupo, consideraremos solamente los momentos más pertinentes.
Las circunstancias de la guerra ofrecieron a los nueve viajeros
de diversas lenguas y naciones una ocasión propicia de fortalecer
sus vínculos de comunión. Mientras los soldados franceses y espa-
ñoles combatían, ellos, trascendiendo diferencias de origen y cultu-
ra, se ponían de acuerdo para ultimar los últimos detalles de su
viaje a Italia. ¿Cómo proteger a los cuatro amigos españoles mien-
tras duraba la travesía por Francia? Optaron por un Itinerario más
largo, esquivando las jornadas peligrosas y viajando por Lorena,
Alemania y Suiza. Preparan también respuestas para quienes los
interroguen por el camino, con el fin de evitar que se enteren de
que van españoles en la caravana. Los compañeros de habla fran-
cesa tomarán siempre la palabra y dirán: «somos todos escolares
de París».
Van vestidos como los estudiantes parisienses - r e l a t a Ro-
drigues-, sobre los hombros un saqulto de cuero con la Biblia, el
breviario y algunos apuntes. Para dar comienzo al cumplimiento del
voto de pobreza - a p l a z a d o hasta que terminaran de estudiar-,
algunos de ellos se habían quedado un poco más para distribuir
entre los pobres lo que ya no necesitaban. Los demás los espera-
ron en Meaux, desde donde comenzaría la travesía. Antes de salir
tuvieron una última consulta: ¿peregrinarían pidiendo limosna o lle-
varían consigo el dinero necesario para llegar hasta Venecia?
¿Harían todo el camino a pie? ¿Caminarían todos juntos, o dividi-
dos en dos grupos, o de dos en dos? Después de encomendarse a
Dios, de confesarse y recibir la comunión, les pareció a todos que
debían ir con el dinero necesario, a pie, y todos juntos ya que esta-
ban en invierno y debían pasar por «regiones de herejes».
Durante el camino el grupo llevó una forma de vida en común
que Laynez describe sumariamente y Rodrigues enriquece con
anécdotas, algunas de ellas fantásticas y casi increíbles:

«Cada día los sacerdotes, que eran tres «Maestro P. Fabro,


Maestro Claudio [Jayo] y Maestro Pascasio [Broet], decían misa, y
los otros que éramos escolares nos confesábamos y comul-
gábamos. Al entrar de la posada, la prima cosa era hacer un poco
de oración, haciendo gracias a nuestro Señor de los beneficios
recibidos; y otro poco de oración al salir; y en el comer, comíamos
lo que bastaba, y antes menos que más. Entre el caminar, o vení-
98 AMIGOS EN EL SEÑOR

amos rezando, o pensando en cosas de Dios, según que nos


daba su gracia, o hablando de cosas buenas. Y de esta manera,
aunque éramos novicios en el caminar, y aunque nos llovió cuasi
cada día por toda la Francia, y venimos sobre la nieve por todo el
camino de Alemania, nuestro Señor por su bondad nos ayudaba y
libraba de peligros; de manera que también los soldados y lutera-
59
nos nos guiaban y nos hacían buena compañía» . ,

A diferencia de los viajes que el grupo hará por Italia el año si-
guiente, en este camino hacia Venecia la labor apostólica es muy
reducida, en parte por las difíciles circunstancias del tiempo de
guerra y del invierno, en parte por el impedimento de la lengua a
través de los caminos de Alemania. No faltaban, sin embargo, con-
versaciones en las posadas y hasta discusiones sobre la fe, como
60
puede verse en la larga narración de Simón Rodrigues .

61
El año de espera: Enero 1537. Pascua 1 5 3 8

La llegada a Venecia marca indudablemente el comienzo de


uno de los periodos más fecundos en la génesis de la comunidad y
62
en su ulterior evolución . Es un tiempo que comprende la ordena-
ción sacerdotal y celebración de las primeras misas, el comienzo
de una intensa actividad apostólica con su impronta en la fisonomía
de la comunidad, las perplejidades sobre su futuro y las reflexiones
en común para resolverlas; finalmente, la pérdida de las esperan-
zas de viajar a Tierra Santa y consiguientemente su camino a Ro-
ma para ponerse a disposición del Papa.
Vamos a seguir este tiempo con más detalle, observándolo
desde los tres grandes discernimientos o consultas llevadas a cabo
entre los compañeros, que confirieron perfiles más definidos a su
comunidad.

Reencuentro en Venecia: primera consulta

El 8 de enero de 1537 entraron los compañeros a Venecia. El


reencuentro con Ignacio exterioriza aquel vínculo que los había jun-

5 9
FN I, 106-108.
6 0
Rodrigues, nn. 25-41.
6 1
Ver LETURIA, «Importancia del año 1538 en el cumplimiento del voto de
Montmartre», en Estudios Ignacianos, 1,201-221.
6 2
MI, Epp., I, 94; Chron., I, 54.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 99

tado por primera vez y que los mantenía en comunión: su amistad


en el Señor. «Lo encontraron con alegría de sus corazones», re-
cuerda Rodrigues. El ideal al que se habían comprometido en la
cripta de San Dionisio en Montmartre estaba a punto de hacerse
realidad: partir a Tierra Santa y dedicarse al servicio de Dios y pro-
vecho de los hombres.
Ignacio estaba ya en Venecia desde los últimos días de 1535 y
pasaría el año siguiente en casa de «un hombre mucho docto y
bueno», probablemente Andrés Lipomani, que vivía en su Priorato
de la Santísima Trinidad «casi como un ermitaño humilde en el
vestir, en el comer, en el hablar, al mismo tiempo que caritativo y
63
generoso con los pobres que le pedían ayuda y socorro» . Por la
64
carta que escribió a Jaime C a z a d o r en febrero de 1536, sabemos
que estaba «asaz proveído» para su estancia en Venecia durante
el año y medio que quería dedicar a completar sus estudios de teo-
logía, así como para comprar libros y algunas otras cosas necesa-
rias, gracias a la generosidad de Isabel Roser y del mismo Ca-
zador. Se encontraba mejor de salud y todo se le facilitaba enton-
ces para esperar a los compañeros mientras estudiaba en privado,
ya que no había universidad en Venecia. Había traído consigo sus
libros y notas de París y tendría a su disposición la biblioteca parti-
65
cular de L i p o m a n i .
Entre estudios y lecturas se dedicaba también a su ministerio
preferido, la «conversación» espiritual con personas selectas de
quienes esperaba grandes cosas en el servicio de Dios; les enseña-
ba a orar y a examinar la conciencia, los aconsejaba y los introducía
en la práctica del discernimiento espiritual para buscar y hallar la
voluntad de Dios. A los más dispuestos les daba los Ejercicios com-
pletos. Uno de ellos fue el bachiller Diego de Hoces, quien dudó mu-
cho para decidirse, prevenido por lo que había oído de Ignacio y con
miedo de que le enseñase en los Ejercicios alguna mala doctrina.
Pero a los pocos días de comenzarlos abrió totalmente su alma a
Ignacio y superando toda sospecha «se ayudó muy notablemente...
y al fin se resolvió a seguir el camino del peregrino. Fue también el
66
primero que m u r i ó » . Este recuerdo de la Autobiografía da a enten-
der que Ignacio lo tenía como miembro de la Compañía; sabemos
que se juntó con él y los compañeros en sus actividades por territo-

6 3
ANGELO MARTINI, «Da chi fu ospite S. Ignazio a Venezia nel 1536?», AHSIJñ
(1949) 253-260.
6 4
Ver M I , Epp. I, 93-94.
6 5
Ver GARCÍA VILLOSLADA, San Ignacio de Loyola, Nueva Biografía, 401 ss.
6 6
Autob., n. 92.
100 AMIGOS EN EL SEÑOR

rio veneciano y que murió en 1538 en Padua, donde estaba con


Juan Codure. Cuentan que San Ignacio, que estaba en Monte-
67
casino, vio su alma en el c i e l o . Sin embargo, aunque con toda
razón podría contarse entre el grupo de los fundadores, su muerte
acaeció antes de ser instituida canónicamente la Compañía. Los
compañeros encuentran también junto con Ignacio a los hermanos
Diego y Esteban de Eguía, que lo habían ayudado a su llegada a
Alcalá y que acababan de regresar de peregrinar a Jerusalén.
Pocos años más tarde entrarían ambos a la Compañía.
Sin más dilación, comenzaron a reflexionar juntos. Faltaban
más o menos seis meses para embarcarse y tenían que decidir lo
que harían durante la espera. Las conclusiones fueron dos: parte
del tiempo la dedicarían a servir a los pobres en los hospitales;
luego irían a Roma a obtener la bendición del pontífice para su
peregrinación. Laynez y Polanco insisten de nuevo en que no te-
nían intención de fundar una nueva religión, su proyecto era sim-
plemente dedicarse en pobreza a servir a Dios y ayudar al prójimo,
68
predicando y sirviendo en hospitales . Eligieron dos hospitales,
Los Incurables y San Juan y Paulo. Divididos en dos grupos, entre
los cuales se incorporó también Hoces, comenzaron a servir en
toda clase de oficios, como aderezar lechos, barrer los pisos, lavar
las cosas de los enfermos, enterrar a los difuntos, y estar a disposi-
ción de todos. El ministerio de la misericordia, que figurará en la
fórmula del Instituto, toma particular consistencia, ya que este tra-
bajo va a ocupar todos sus días y gran parte de sus noches. Fabro,
Jayo y Broet, que son ya sacerdotes, ejercen también el ministerio
de la reconciliación. Se reparten en dos grupos para vivir, pero se
reúnen de vez en cuando. Ignacio los visitaba con frecuencia, otras
veces eran ellos quienes iban a buscarlo. Su forma de comunión
adquiere dos dimensiones: la dispersión para el servicio apostólico
y la congregación momentánea para reafirmar su conciencia de
grupo, entusiasmarse, tratar sus asuntos y descansar juntos antes
de volver a dispersarse.
A mediados de la cuaresma, cuando había comenzado ya la pri-
mavera, los nueve compañeros que habían llegado de París partie-
ron para Roma con el fin de obtener la bendición del Papa. Ignacio
no viajó con ellos porque preveía dificultades en la casa pontificia
por la presencia del Cardenal Juan Pablo Carafa y del doctor Pedro
Ortiz. Este, como recordamos, lo había denunciado ante el inquisi-
dor en París como seductor de estudiantes. Sin embargo, observa

6 7
Ver Summ. hisp. n. 74 y Vita latina, n. 9 1 .
6 8
Summ. hisp., n. 62; Laínez Epist., n. 36.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 101

García-Villoslada, el cardenal no se preocupó de ellos, que le eran


desconocidos, y el doctor Ortiz les dio la sorpresa de recomendarlos
ante el Papa como «nueve teólogos parisienses, que habían hecho
concebir grandes esperanzas de saber y virtud, y que viviendo en
69
suma pobreza deseaban peregrinar a Tierra S a n t a » .
La peregrinación por los caminos de Italia es un poco diferente
del viaje de París a Venecia. Ahora van de tres en tres desde Ra-
vena, un sacerdote con dos escolares, mezclados por nacionalida-
des; aunque no tienen ningún voto de obediencia, esta división de
los grupos con la presencia de un sacerdote que diga la misa y
escuche las confesiones es germen de lo que será en el futuro el
modo de peregrinar y misionar en la Compañía: cada grupo, por
pequeño que sea llevará un superior. Durante el viaje van «conver-
sando», que en su lenguaje significa tratar espiritualmente con la
gente, y enseñando la doctrina cristiana en los hospitales donde se
alojan.
Ya no llevan dineros como en la travesía desde París, sino que
mendigan, dando principio en este viaje a la forma de pobreza que
han elegido («initlum paupertati primum hoc itiner-e facientes»).
Ponen en común la escasa colecta de las limosnas recogidas y
compran los alimentos; en cierto momento uno de ellos tiene que
70
vender su breviario para pagar una travesía en n a v e . Otra carac-
terística de su pobreza apostólica, ya iniciada en París, fue la gratui-
dad de su trabajo; todos se han trazado como modo de proceder
que no aceptarán estipendio alguno por su trabajo ni mucho menos
lo pedirán. Un pequeño episodio durante el viaje ilustra la actitud
radical que ya todos tienen en este aspecto de su pobreza. Un
sacerdote que se les había juntado por el camino, pidió limosna al
final de la misa sin haber consultado a los demás y le dieron sola-
mente «dos cuatrines»; al salir de la Iglesia, mientras caminaban
hacia el río, la gente les proporcionó voluntariamente tanta limosna
que tuvieron justo lo necesario para atravesar el río y les sobraron
exactamente aquellos dos cuatrines. Los compañeros se volvieron
entonces al sacerdote y le dijera: «tomad vuestros cuatrines para
que sepáis de nuestro Señor que no tiene necesidad de los que
71
demandastes en su m i s a » . Dar gratis lo que gratis recibieron y
esperar que el Señor los sustentará magnánimamente, fue para
ellos un criterio clave de su servicio apostólico. Aunque nos parece
bastante desabrida esta manera de tratar al desprevenido sacerdote

6 9
Ver GARCÍA VILLOSLADA, San Ignacio... 4 2 5 .
7 0
Ver Laínez Epist., 3 6 - 3 7 ; Rodrigues, n. 4 8 - 5 3 .
7 1
Summ. hisp., 6 7 .
1
102 AMIGOS EN EL SEÑOR

que no tenía por qué guardar su modo de proceder, lo cierto es que


ellos están empeñados en garantizar que la gratuidad de ministerios
sea una marca de su identidad. Más tarde, en el retiro de Vicenza,
experimentarán que si al principio les había sido necesario salir dos
veces al día a mendigar para mantenerse, «como comenzaron a
predicar por las plazas en diversos lugares, comenzó también la
gente a aficionárseles, que para once que se juntaron allí después,
72
daban recaudo abundante de limosnas» .
Esta convicción la expone Ignacio en 1536 en la controvertida
carta a Juan Pedro Carafa, cofundador de los Teatinos y futuro Pa-
pa Paulo IV, que para la fecha vive en un convento con un pequeño
73
grupo de compañeros teatinos . Movido por la admiración que sen-
tía hacia la nueva congregación de clérigos regulares, pero a la vez
preocupado por algunas cosas que no le parecían tan correctas, Ig-
nacio las manifiesta con toda franqueza y libertad cristiana, en fra-
ses aparentemente ásperas y de complicada redacción, pero que
indudablemente respiran caridad. Parece que en aquel convento la
nueva congregación practicaba una vida ocupada más en la con-
templación que en el ejercicio de obras de misericordia y por lo
tanto con muy escaso contacto con el pueblo. El no duda de que
todos los que llevan una vida irreprochable bajo obediencia, «aun-
que no prediquen, ni en las otras obras de misericordia corporales
tanto se ejerciten al parecer externo [a la vista de la gente] por vacar
más a otras espirituales y de mayor momento, se les es debido vic-
tus [sustento] et vestitus, según orden de amor y caridad cristiana»;
con todo, le parece que es bueno y más seguro considerar y enco-
mendar al Señor lo que convenga proveer para el sustento y con-
servación de una profesión tan santamente comenzada.
Su recomendación es práctica y precisa: aunque no mendiguen
lo necesario, pues lo tienen prohibido por su regla, cuando aparez-
can sus obras a los ojos del pueblo, como predicar o - s i para esto
no hay facultad o disposición- ayudar a enterrar a los muertos, orar
por ellos y decir misas gratis, y otras obras de misericordia, enton-
ces el pueblo se moverá más y con mucha mayor caridad a susten-
tarlos; Dios será mejor servido y los prójimos más edificados.
Algunos creen que esta carta nunca llegó a su destinatario y se
quedó entre los papeles de Ignacio como un borrador en espera de
su definitiva redacción. Pero, como conceptúa Bottereau: «La carta
a Carafa es el más antiguo texto ignaciano sobre la Compañía de

7 2
Summ.hisp., n. 7 1 .
7 3
Ver MI, Epp. I, 114, n o t a l .
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 103

Jesús: tres años antes de la Deliberación de los primeros Padres


«1539», a propósito de otro instituto y por oposición a un carísima
que no es el suyo, el ideal ignaclano aparece en filigrana, y por así
74
decir, en su génesis d i a l é c t i c a » . Ya por estos años de 1536,
1537, ha comenzado a perfilarse una fórmula de vida común que
permita a la Compañía conservarse mejor y con menos molestia y
mayor edificación del pueblo. Trabajar con generosidad, confiando
en que si ejercen gratuitamente sus ministerios, Dios proveerá a su
sustento a través de la generosidad de las personas devotas; y
mendigar solamente cuando la necesidad los apremie, de modo
que puedan dedicarse más libremente al trabajo.

Regreso de Roma: segunda consulta

Cuando regresan a Venecia en mayo de 1537, los compañeros


traen las mejores noticias de su gestión en Roma: han recibido del
Papa el fíat para pasar a Jerusalén, visitar los santos lugares, per-
manecer allí algún tiempo «sirviendo devotamente», y regresar
cuando lo deseen. También les han concedido la facultad de recibir
las órdenes a los siete que aún no son sacerdotes. Han encontrado
al doctor Ortiz benévolamente dispuesto hacia Ignacio y, por reco-
mendación de éste, han dialogado a la mesa del Papa quien los
acogió con alegría y hasta les regaló sesenta escudos para su
peregrinación. ¿Qué más podían pedir?
En Venecia encuentran en cambio perspectivas oscuras. Por la
ciudad se esparce el rumor de la guerra inminente con los turcos y
la navegación a Tierra Santa está a punto de irse a pique. Por lo
que reanudan su trabajo en los hospitales y se disponen a la orde-
nación sacerdotal que reciben el 24 de junio, fiesta de San Juan
Bautista, a la que han precedido los votos de castidad y pobreza
perpetuas en manos del legado en Venecia. Con la ordenación sa-
cerdotal se sienten preparados para imitar a Jesucristo con sus
apóstoles que discurren «por villas y castillos» predicando la buena
noticia del Reino. El grupo adquiere la condición de comunidad
sacerdotal y misionera.
Suspendida la navegación a Tierra Santa, los compañeros
afrontan un momento de perplejidad. ¿Qué hacer? ¿Por dónde los
encamina ahora el Señor? Como ya se va volviendo costumbre, se

7 4
G. Bottereau, La lettre d'lgnace, p. 148. Citado por García-Villoslada, San
Ignacio.... p. 143.
104 AMIGOS EN EL SEÑOR

reúnen de nuevo a discernir en común. Corre el mes de julio, redo-


blan su oración y recurren al «mucho examinar» que les permite
sentir y discernir por dónde los mueve el Espíritu. Las conclusiones
importantes de esta nueva reflexión común son dos: esperar toda-
vía otro año, hasta el verano de 1538, para ver si se presenta una
oportunidad de viajar a Jerusalén, con lo que se mantienen fieles a
la obligación de su voto; y prepararse para sus primeras misas.
El servicio a los pobres los absorbía tanto que disponían de
muy poco tiempo y tranquilidad para prepararse a la celebración de
sus primeras misas. Acuerdan, pues, alejarse de Venecia, pero no
de la Señoría, divididos de dos en dos por diversas nacionalidades,
para tener «el ánimo libre de ocupaciones, dirigido a la oración y
meditación de las cosas celestiales, en sitios solitarios y separados
75
del concurso de g e n t e » . Ignacio, con Fabro y Laínez, van a Vi-
cenza; Francisco Javier y Salmerón a Monsélice; Codure con Ho-
ces a Treviso; Jayo y Rodrigues a Bassano; Broet y Bobadilla a Ve-
rana. Preludio de la futura Compañía, dispersa pero unida por el
vínculo de una caridad que trasciende diferencias de culturas, len-
guas y naciones.
No fue éste un bello y romántico ideal. Aquellas diferencias
ocasionaron más de una dificultad para ponerse de acuerdo. Ya
habían surgido desencuentros de opinión en 1534 cuando decidían
si quedarse en Jerusalén o regresar al final de la peregrinación. En
el discernimiento que terminó con la Deliberación de 1539, el rela-
tor observará que por haber entre ellos españoles y franceses, sa-
boyanos y cántabros, se encontraron divididos en varias opiniones
y pareceres sobre su estado de vida y modo de proceder. Con-
cretamente, en lo relativo a introducir o no el voto de obediencia la
conciliación de opiniones costó muchos días de oración, de refle-
xión y diálogo. Lo que hizo posible aquella comunión entre perso-
nas tan diferentes, fue la amistad evangélica que brotaba de la
común vocación y que con gran esmero habían procurado alimen-
tar durante todos esos años. Comunión en la experiencia de sentir-
se llamados amigos por el Señor, comunión en un mismo proyecto
de servirle. Era una fuerza que los impelía en las situaciones de
mayor tirantez a redoblar la oración, a «salir de su propio amor,
76
querer e interés» , para abrirse dócilmente a la escucha del Es-
píritu que les daba señales, comp estaban convencidos, a través
de las opiniones, aun contrarias, de sus compañeros. Así llegaban

7 5
Rodrigues, n. 6 1 .
7 6
EE.,189, recomendación para aprovecharse y hacer una sana y buena elec-
ción; para enmendar y reformar la propia vida y estado.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 105

finalmente a conclusiones, no por mayoría de votos, sino por con-


senso unánime («non per plurium vocum sententias, sed nullo pror-
77
sus dissidente») .
Las fuentes revelan que aquellas disensiones nos los asusta-
ban ni los maravillaban. Con gran realismo y con impresionante fe
comentan: «A nadie le debe parecer admirable que entre nosotros,
enfermos y frágiles, haya una pluralidad de pareceres, cuando tam-
bién los príncipes de la santa iglesia y sus columnas, los apósto-
78
les... a las veces opinaron de diverso m o d o » . Más bien se admi-
ran y agradecen como un don la comunión que Dios mismo está
construyendo entre ellos: «Con lo cual quería manifestar Dios que
en la Compañía diversas naciones se unirían por el vínculo de la
caridad, puesto que naciones tan hostiles, como son Francia y
79
España, se encuentran ahora unidas en e l l a » .
Durante el retiro de preparación para la misa comenzaron a
practicar la obediencia entre ellos. No como una obligación, se
apresura a puntualizar Rodrigues. Era una práctica voluntaria. Ca-
da compañero tenía autoridad sobre el otro durante una semana y
luego le obedecía, alternándose. Parece que esta fórmula endere-
zada principalmente a la solución de asuntos prácticos, se mantuvo
durante el resto de su permanencia en tierras venecianas y que al
llegar a Roma, de común acuerdo, decidieron extenderla por un
mes más. De hecho la costumbre permaneció vigente hasta la
elección de Ignacio como General. Pero acudían de sus diversos
sitios para reunirse a decidir los asuntos comunes. Aun en Roma,
cuando ya vivían todos en una misma casa, la obediencia volunta-
ria al superior debió limitarse a las cosas agibles, pues los nego-
cios delicados los sometían a consultas entre todos.
«De este modo pasaron cuarenta días, no atendiendo más que
a la oración». Son palabras de Ignacio en la Autobiografía. ¿Una
especie de Ejercicios de mes, una tercera probación al finalizar
estudios, para disponerse a la primera misa antes de entrar a Ro-
ma a definir su futuro? No hay que urgir tanto las cosas. Pero es
impresionante la forma como la Autobiografía compendia este tiem-
po de retiro en San Pedro en Vivarolo, cerca de Vicenza, donde se
recluyeron Ignacio, Fabro y Laínez:

«Al peregrino tocó ir con Fabro y Laínez a Vicenza. Allí encontra-


ron una cierta casa fuera de la ciudad, que no tenía ni puertas ni

7 7
Mi, Const. l, p. 7.
7 8
MI, Const. I, p. 2.78 FN, II, 438.
7 9
FN, II, 438.
106 AMIGOS EN EL SEÑOR

ventanas, en la cual dormían sobre un poco de paja que habían


llevado. Dos de ellos iban siempre a pedir limosna en la ciudad
dos veces al día, y era tan poco lo que traían, que casi no podían
sustentarse. Ordinariamente comían un poco de pan cocido,
cuando lo tenían, y cuidaba de cocerlo el que quedaba en casa.
De este modo pasaron cuarenta días, no atendiendo más que a
80
la oración» .

La casa pertenecía a los frailes de Santa María de las Gracias,


quienes gustosamente la cedieron a los compañeros para que la
habitasen según les placiera. Ignacio, que seguía enfertno del es-
tómago, sería el que más se quedaba en casa y cocinaba. La pre-
paración para la misa no consistió solamente en el retiro. Pasados
los cuarenta días llegó Codure a tratar algunos negocios con
Ignacio y los cuatro se dividieron por la ciudad a predicar, experi-
mentando que muchas personas se movían a devoción y ellos
«tenían con más abundancia las cosas necesarias para la vida,
hasta el punto que cuando se congregaron allí los once, daban
recaudo abundante de limosna», es decir, distribuían entre los
pobres lo que les quedaba de lo necesario para el sustento.
Es un momento de muchas visitaciones espirituales y casi ordi-
naria consolación para Ignacio, semejante al que había vivido en
Manresa. En su carta a Pedro Contarini, puede decirle: «Hasta el
presente, por la bondad de Dios, siempre hemos estado bien [!],
experimentando más y más cada día la verdad de aquellas pala-
bras: «como quienes nada tienen y todo lo poseen» (2Cor 6,10);
todas las cosas, digo, que el Señor prometió dar por añadidura a
81
quienes buscan primero el reino de Dios y su justicia» .
Dispersos por lugares retirados, no tenían oportunidad de ver-
se. Pero la amistad que los mantiene unidos como un cuerpo, pro-
picia ocasiones de encuentro. Llega a Ignacio la noticia de que
Simón está gravemente enfermo en Bassano. El mismo también
padece calenturas. Pero no duda en emprender el camino de trein-
ta millas acompañado por Fabro hasta el yermo de San Vito. Simón
«estaba muy al cabo», pero «como llegaron, quiso el autor de la
salud dársela a Mtro. Simón, el cual desde la llegada de ellos co-
menzó a mejorar, haciendo, como se cree, Dios nuestro Señor esta
82
gracia por los deseos y oraciones de estos sus siervos» . Ignacio,
más ponderado que Polanco, comenta: «y llegando a Bassano, el

8 0
Autob., n. 94; ver FN, II, 4 4 1 , 580; Summ. hisp., n. 7 1 ; carta de Ignacio a
Pedro Contarini, escrita desde allí mismo, MI., Epp., 1,123-126.
8 1
MI, Epp., I, 123-126.
8 2
Summ. hisp., n. 72.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 107

83
enfermo se consoló mucho y sanó pronto» . Dieciocho años más
tarde, en 1555, cuando Simón Rodrigues volvió a la ermita de
Bassano, desterrado de Portugal y con planes de peregrinar a
Jerusalén, recuerda todavía con sentimiento aquel gesto del amigo
y padre: «eche una bendición tanto grande, que llegue hasta estas
montañas de Bassán, donde ahora justamente en este tiempo da
diez (sic) años que V.R. vino aquí a verme, estando yo para morir,
como sabe; y pues Dios hasta ahora me dio la vida del cuerpo,
84
V.R. haga ahora con sus oraciones que me dé la del a l m a » . ¿Era
Simón especialmente propicio a estas curaciones operadas sor-
prendentemente por la amistad de sus compañeros? Lo hace sos-
pechar Ribadeneira con otro recuerdo: «Diré ahora cómo no pasó
Mtro. Simón a la India, el cual, estando todavía con su cuartana en
Portugal, fue tanta la alegría que recibió con la súbita llegada de
Mtro. Francisco [Javier], que sola su visita le quitó luego la fie-
85
bre...»

Reunión en Vicenza: tercera consulta

Aún no había pasado el tiempo convenido para prepararse a


sus primeras misas cuando los encontramos a todos reunidos alre-
dedor de Ignacio en Vicenza.
Fabro calcula este tiempo, libres de las ocupaciones que tenían
sirviendo a los pobres en los hospitales, como tres meses en vida
solitaria. En la carta de Ignacio a Verdolay, el 24 de julio de 1537,
nos da la fecha en que comenzó este retiro de sus «amigos en el
Señor». Después de contarle con detalle lo que ha sucedido desde
la llegada de los nueve a Venecia en el mes de enero, le informa que
al día siguiente se partirán todos de dos en dos. Es decir, comenza-
ron a fines de julio pero interrumpen en septiembre. ¿Qué ha sucedi-
do? Hay dos posibles explicaciones: una, que el 13 de septiembre
fue declarada finalmente la guerra y con ello se desbarataban defini-
tivamente las esperanzas de viajar a Palestina donde los compañe-
ros quizás esperaban celebrar sus misas; otra, que de Roma llama-
ban al pequeño grupo y urge discutir sobre este asunto.
Se alojaron todos en el derruido monasterio de San Pietro en
Vivarolo, donde el agua y el viento penetraban sin clemencia. Por
las noches debían asegurar las ventanas con pedazos de ladrillos y

8 3
Autob., n. 95.
8 4
Broét, 663-664.
8 5
FN, IV, 382-383.
108 AMIGOS EN EL SEÑOR

removerlos por la mañana para que entrara la luz. Javier y Simón,


atacados por la malaria, tuvieron que ser recluidos en Los Incu-
rables, donde se les dio una sola cama para los dos. Mientras ellos
permanecían hospitalizados, los demás prosiguieron el discerni-
miento del que nos ocuparemos a continuación. ¡Esta fue la primera
casa común de la naciente Compañía de Jesús! Allí permanecieron
algún tiempo dejando huellas del modo de proceder en común que
ya les era familiar: en pobreza, en predicación y socorro a los
pobres, en mutua relación de amistad; sobre todo en acuciante bús-
queda para descifrar la voluntad del Señor sobre sus vidá$.
Consideramos que aquí se debe situar e identificar la segunda
de las tres grandes deliberaciones que progresivamente configuraron
la Compañía de Jesús. La Deliberación de 1534 en París, antes de
los votos de Montmartre; la Deliberación de 1539 en Roma; y la De-
liberación de 1537 en Vicenza. A pocos meses de encaminarse defi-
nitivamente a Roma, esta consulta, realizada en medio del retiro y
con las esperanzas rotas para su anhelada peregrinación a Je-
rusalén, es fundamental para el destino de la comunidad de los once
compañeros. En realidad, se sucederían durante estos días varias
consultas, en la forma de discernimiento que era ya habitual: oración,
serena reflexión, examen y mutuo intercambio de opiniones. Las
conclusiones más importantes se pueden recapitular así:

• Decidieron no dar más largas a la celebración de sus prime-


ras misas ya que por el momento no quedaba esperanza de
peregrinar a Tierra Santa. En la iglesia de San Pietro en Vi-
varolo, hacia finales de septiembre celebran por primera vez
Javier, Diego, Nicolás, y Juan Codure; Simón la celebró en
Ferrara. Alfonso Salmerón aún no estaba ordenado. En cuan-
to a Ignacio, sabemos que «había determinado, después que
fuese sacerdote, estar un año sin decir misa, preparándose y
86
rogando a la Virgen que le quisiese poner con su H i j o » .
• Determinaron que Ignacio, Fabro y Laínez fueran a Roma y
los demás se repartieran por grupos, durante un poco más de
tiempo, por algunas universidades de Italia, siempre cerca de
Venecia, donde querían «probar si Nuestro Señor era servido
87
de mover algunos estudiantes a nuestro instituto» .
• Dieron nombre a su agrupación, llamándola Compañía de
Jesús. Entre todas las deliberaciones de este tiempo induda-

8 6
Autob., n. 96
8 7
Summ. hisp., n.73, 86-87; Laínez, Epp., n. 42. El uso de la palabra "instituto"
por Laínez y Polanco es posfundacional evidentemente.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 109

blemente que ésta es la más trascendental. Vale la pena dete-


nernos un poco más en su consideración.

El nombre «Compañía de Jesús»

Como el grupo va siendo más y más conocido entre la gente,


han comenzado también a preguntarles quiénes son, a qué se dedi-
88
can, incluso algunos los están llamando «iñiguistas» . Los compa-
ñeros antes de dispersarse quieren tener un nombre con el que
puedan responder sobre su identidad a quienes los interroguen.
Aparentemente el asunto carecería de mayor importancia, pero les
parecía práctico. Ya en Ferrara la marquesa de Pescara los había
dejado inquietos cuando preguntó a uno de ellos si eran de aquella
«compañía de teólogos parisienses que, según se decía, esperaba
la oportunidad de navegar a Jerusalén». Necesitaban ponerse de
acuerdo sobre la manera más propia de identificarse.
Como de costumbre, someten su interrogante a examen y ora-
ción. Polanco se interesó por averiguar cómo se- había acordado
este nombre y por lo tanto es el más confiable cronista, junto con
otros comentarios de Laínez y Ribadeneira:

«Cuanto al nombre de la Compañía, y modo como se hizo y con-


firmó etc., lo que de información y escrituras de los mismos pa-
dres de la Compañía he podido saber, es lo siguiente. El nombre
es la Compañía de Jesús. Y tomóse este nombre antes que lle-
gasen a Roma; que tratando entre sí cómo se llamarían a quien
les pidiese qué congregación era ésta suya, que era de 9 o 10
personas, comenzaron a darse a la oración y pensar qué nombre
sería más conveniente; y visto que no tenían cabeza ninguna
entre sí, ni otro prepósito sino a Jesucristo, a quien sólo desea-
ban servir, parecióles que tomasen nombre del que tenían por
89
cabeza, diciéndose la Compañía de Jesús» .

Queda suficientemente claro que:

a) el nombre de Compañía de Jesús fue adoptado por primera


vez en Vicenza, cuando aún no tenían conciencia del Instituto
que iban a constituir, y solamente pretendían dar razón a la

8 8
Ver J. ITURRIOZ, S.J. «Compañía de Jesús, sentido histórico y ascético de
este nombre», en revista Manresa, 27 (1955), 43-53.
8 9
Summ.hisp., n.86; Chron., I, 72-74.
110 AMIGOS EN EL SEÑOR

gente de lo que ellos eran: un puñado de sacerdotes predica-


90
dores en camino hacia Jerusalén . «Somos de la Compañía
de Jesús», será en adelante su manera de identificarse. Aun-
que es producto de un discernimiento en común, nada extraña
que haya sido Ignacio quien lo propusiera y sometiera su
deseo a la consideración de todos; el nombre de Jesús colma-
ba su corazón; con el JHS iniciaba y terminaba sus cartas y
documentos y más adelante lo convertiría en el sello oficial del
91
General de la C o m p a ñ í a .

b) La motivación para escoger el nombre es traslúcida, ade-


más de que testimonia que no tienen intención de convertir su
grupo en un instituto religioso: no tienen ninguna cabeza que
los gobierne, su único jefe es Jesucristo a cuyo exclusivo ser-
vicio han dedicado sus vidas; su nombre será el de discípulos,
compañeros y servidores de su jefe;

c) Ignacio recibió varias veces confirmación de este nombre,


particularmente en La Storta y en otras varias ocasiones, has-
ta el punto de pensar que si lo cambiara iría contra la voluntad
de Dios y le ofendería:

«Y en esto del nombre tuvo tantas visitaciones el P. Maestro Ig-


nacio, de Aquel cuyo nombre tomaron, y tantas señales de su
aprobación y confirmación de este apellido, que le oí decir al
mismo, que pensaría ir contra Dios y ofenderle, si dudase que
este nombre convenía... me dijo que si todos juntos los de la
Compañía juzgasen... que se debía mudar este nombre, que él
solo nunca vendría en ello; y pues está en Constituciones que,
uno disensiente, no se haga nada, que en sus días nunca se
mudará este nombre. Y esta seguridad tan inmovible suele tener
el P. Maestro Ignacio en las cosas que tiene por vía superior a la
92
humana» .

c) En la Deliberación de 1939 en Roma todos ratificaron el


nombre de Compañía de Jesús. Laynez completa la informa-

so Que el nombre haya sido decidido en las consultas de Vicenza lo admiten


los editores de Fontes Narrativi (I, 2 0 4 , nota 1 ) ; también TH. BAUMAN, S.J., «Com-
pagnie de Jésus, origine et sens primitifde ce nom», R A M , XXXVII ( 1 9 6 1 ) , 4 7 - 6 0 ; y
ROBERT ROUQUETTE, S.J., Essai critique sur les sources relatant la visión de Saint
Ignace á La Storta, en RAM, XXXII (1957) 150-155.
9 1
«Quamvis autem ómnibus haec nominis appellatio placuerit, P. Ignatium fuis-
se illum a quo nomen hoc fuit socüs propositum, verisslmile est», Vita latina, FN, II,
596.
9 2
Summ.hisp. n. 8 6 - 8 7 .
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 111

ción reiterando que fue Ignacio el que se adelantó a manifes-


tar que le parecía bien que la congregación se llamase así, si
93
todos estaban de acuerdo, lo que no tuvo dificultad ;

d) Hubo quienes más tarde sugirieron que se cambiara el


nombre porque los enemigos de la Compañía lo atacaban es-
grimiendo el argumento de que se pretendía usurpar el título
de compañeros de Jesús, patrimonio de todos los cristianos.
Ignacio se opuso enérgicamente porque estaba convencido
de que lo del nombre era voluntad de Dios, de modo que,
como leíamos más arriba, si todos de la Compañía o también
otras personas a quienes él no estuviera obligado a obedecer
bajo pena de pecado, juzgaran que se debía cambiar, él
nunca convendría con eso. Mientras él viviera, ese nombre no
se cambiaría.

Si la motivación del nombre de Jesús nos parece evidente, no


lo es tanto el significado que pudo tener para los amigos reunidos
en Vicenza el nombre de Compañía. ¿Tenían acaso los que se
proponían «militar bajo el estandarte de la cruz», la conciencia de
estar configurando un escuadrón, una orden caballeresca, para la
defensa de la fe? ¿O significaron más bien que era un grupo de
«compañeros» de Jesús, que pretendían seguirlo y acompañarlo
en su proyecto de conquistar el mundo para entregarlo al Padre?
94
Pensamos, con otros autores , que en aquel momento esta-
ba excluido de la mente de los compañeros el significado militar
con el que desde muy temprano se quiso explicar el nombre de
Compañía de Jesús. Ni en Vicenza cuando lo adoptan, ni en Roma
cuando lo ratifican, percibimos señal alguna de que se estuviera
pensando en términos de milicia. Las crónicas de Polanco, Nadal y
95
M a n a r é , que le dan al nombre un sentido militar, utilizan un len-
guaje metafórico para expresar un sentido espiritual, o apelan a

9 3
FN, II, 132-133; ver Ribadeneira, FN, IV, 273.
9 4
Ver, especialmente, RICARDO GARCÍA VILLOSLADA, S . J . , San Ignacio, Nueva
Biografía... 433-435.
9 5
Polanco explica el nombre en la Vita latina, FN, II, 597, como lo hemos cita-
do más arriba; y en MI, Epp., XII, para responder a las acusaciones de la Uni-
versidad de París; Nadal, en varias partes, pero especialmente en Nadal, V, 50-52,
136-137, explica que nuestro "modus vivendi" se llama milicia, por la guerra que
Cristo lucha contra la carne y el demonio; también: «Ratio nostrae vocationis mllitia
quaedam est sub vexillo Christi, quod et totis exercitiis colligimus, et in meditatione
praesertim Regís temporalis ac Vexillorum sentimus», (Nadal, IV, 649); ver Manaré,
Exhortationes, 395.
112 AMIGOS EN EL SEÑOR

esta explicación para defender a la Compañía de la acusación de


usurpar el nombre de compañeros de Jesús. El nombre no signifi-
ca, escriben, que presuman ser los compañeros de Jesús; es un
título que se deriva militan modo del capitán bajo el cual militan, a
cuyo servicio se consagra esta Compañía.
Tampoco creemos que estuvieran dando expresamente a su
compañía el significado de una asociación de «compañeros de
Jesús» con ese matiz de cercanía, de compañerismo, que le comu-
nicamos hoy. Por más que la idea es bella y muy a tono con lo que
ellos más llevaban en su corazón: reproducir la vida y la actividad
de Jesús y sus apóstoles, siguiéndolo y acompañándolo muy de
cerca por los mismos caminos que ellos recorrieron, contentos de
vivir como él, «y así de beber y vestir, etc.», participando en sus
trabajos y en sus penas. No creemos que la atención de los com-
pañeros se detuvo a considerar el significado de la palabra compa-
ñía. Lo que querían recalcar era el nombre de Jesús. Un nombre
que, por lo demás, está cargado del sentido de compañía, porque
expresa la esencia de una comunidad cohesionada en torno a
Jesús, conglutinada por la amistad que él les ha brindado y que les
confiere a todos una relación de amigos entre sí. No está de
menos, sin embargo, señalar que a partir de entonces comenzó a
difundirse la costumbre de llamarse entre ellos compañeros, y her-
manos.
La palabra compañía era muy utilizada entonces en Italia para
significar asociaciones piadosas, especialmente dedicadas a la
caridad y a la asistencia social, como era por ejemplo en la Ve-
necia de aquellos años la Compagnia del divino Amore que había
organizado Gaetano de Thiene, cofundador con Juan Pedro Carafa
de los Teatinos. Ignacio mismo estaba acostumbrado al uso de es-
ta palabra, que la emplea en su célebre carta a Carafa, en la que
llama compañía a los teatinos y a las fundaciones de Santo Do-
mingo y San Francisco; y en la que escribió al confesor de la reina
de Francia para recomendar a Fabro y los viajeros: «él y su compa-
ñía...». En Roma le servirá para poner nombre a las asociaciones
que fundará para atender a sus obras de caridad: la Compagnia
della Grazia, para recoger a las mujeres arrepentidas, Compagnia
delle vergini miserabili etc.
Para concluir este apartado sobre la Deliberación de Vicenza,
diremos que este corto período en Vivarolo fue particularmente
fecundo en expresión comunitaria; cuando los compañeros se des-
piden para repartirse por diversas universidades de Italia, muy
cerca del invierno, son ya un grupo que se llama Compañía de
Jesús, tienen superiores temporales, que se alternan semanalmen-
te; llevan una vida de pobreza, sustentándose a base de las limos-
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 113

ñas que espontáneamente les dan los pueblos en donde sirven,


compartiendo mutuamente y con los pobres lo que recaudan; ejer-
citan sus ministerios sacerdotales, gratuitos, centrados en la Eu-
caristía, en la reconciliación y en la predicación; es una comunidad
volante, separada físicamente por razón de su trabajo, que se con-
grega brevemente de cuando en cuando para consultar sus asun-
tos más importantes y para descansar y retirarse espiritualmente.
Es decir, están ya perfilados los elementos más característicos de
lo que será la comunidad en la Compañía de Jesús.

Hacia Roma: la visión en La Storta

Durante el invierno de 1537 hasta la siguiente primavera, di-


seminados por Siena, Boloña, Ferrara y Padua, trabajan todos
febrilmente, exhortando en los templos y en las plazas, invitando a
la confesión y a la comunión, y sobre todo buscando nuevos com-
pañeros, que era la tarea más importante que se habían propuesto:
«probar si nuestro Señor era servido de mover algunos estudian-
tes» a su modo de vida y proceder. Su alojamiento ya habitual son
los hospitales de caridad, en donde a la vez sirven a los enfermos.
A comienzos del año muere el bachiller Hoces en Padua. Es una
ocasión que exterioriza la dimensión apostólica de la amistad que
los unía: «Quedó solo en Padua Maestro Coduri -relata nuestro
cronista Rodrigues- echando grandemente de menos a su carísi-
mo compañero y abrumado por el peso de gravísimos negocios.
Mirad, sin embargo, qué inflamada caridad reinaba entre los com-
pañeros: para consolar a Coduri y compartir con él su carga, acude
96
al instante otro de los dos que estaban en Ferrara» .
Hacia finales de octubre Ignacio, Laínez y Fabro van camino
de Roma como habían convenido en las consultas. Un largo viaje
en el que, de nuevo «peregrino», aunque ya no solitario, «fue muy
especialmente visitado del Señor». Iba muy tranquilo porque cuan-
do fueron a Roma los otros para solicitar la bendición del Papa, el
Cardenal teatino y el doctor Ortiz, «de los cuales él dudaba, se
97
mostraron muy benévolos» . La causa de este viaje de los tres a
Roma es desconocida. Fabro simplemente dice que fueron llama-
dos. Algunos sugieren que fue el mismo doctor Ortiz quien los invi-
tó, deseoso de reconocer al hombre que había perseguido en
París. Lo cierto es que unos meses más tarde, en Montecasino, iba

9 6
Rodrigues, n. 69.
9 7
Autob., n. 96.
114 AMIGOS EN EL SEÑOR

a hacer los Ejercicios bajo la dirección de Ignacio por espacio de


98
cuarenta d í a s .
Ya casi a la entrada de Roma, mientras hace oración en una
capillita en La Storta, junto a la vía Cassia, recibe la gracia extaor-
dinaria que conocemos como «la visión de La Storta». Dejemos
que sea él mismo quien nos de la primera descripción, que ense-
guida completaremos con la relación de Laínez:

«Había determinado, después que fuese sacerdote, estar un año


sin decir misa, preparándose y rogando a la Virgen que le quisie-
se poner con su Hijo. Y estando un día, algunas millas antes de
llegar a Roma, en una iglesia, y haciendo oración, sintió tal muta-
ción en su alma y vio tan claramente que Dios Padre le ponía con
Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de esto, sino que
99
Dios Padre le ponía con su Hijo» .

En verdad, mucho antes de confiar sus recuerdos a Goncalves


da Cámara, ya él había consignado en su diario espiritual un íntimo
recuerdo de aquella visión. Pero es igualmente un pasaje rápido y
sin detalles, escrito para su propio uso, no para comunicar con otras
personas. Son las notas que caligrafió en la noche del sábado 23 de
febrero de 1544 al examinar la jornada que terminaba: «al preparar
del altar [para celebrar], veniendo en pensamiento Jesú, un mover-
me a seguirle, pareciéndome internamente, seyendo él la cabeza <o
c a u d i l l o de la Compañía, ser mayor argumento para ir en toda
pobreza que todas las otras razones humanas... con estos pensa-
mientos andando y vestiendo, creciendo in cremento [en aumento],
y pareciendo una confirmación, aunque no recibiese consolaciones
sobre esto, y pareciéndome en alguna manera ser <obra> de la
Santísima Trinidad el mostrarse o el sentirse de Jesús y, veniendo
100
en memoria cuando el Padre me puso con el H i j o » .
Pues bien, saliendo de la capilla y continuando el camino hacia
Roma les dijo a los compañeros de viaje «que veía las ventanas
cerradas, queriendo decir que habían de tener allí muchas contra-
101
d i c c i o n e s » . Goncalves da Cámara al escuchar estas palabras
de boca de Ignacio sintió curiosidad de saber más: «Y yo, que es-
cribo estas cosas, dije al peregrino, cuando me narraba esto, que
Laínez lo contaba con otros pormenores, según había yo oído. Y él
me dijo que todo lo que decía Laínez era verdad, porque él no se

9 8
Ver GARCÍA VILLOSLADA.S.J., San Ignacio... p. 4 3 7 .
9 9
Ver GARCÍA VILLOSLADA, S . J . , San Ignacio, p. 4 3 7 .
1 0 0
Diario, 6 6 - 6 7 .
1 0 1
Autob., n. 9 7 .
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 115

102
acordaba tan d e t a l l a d a m e n t e » . Se Impone, pues, escuchar al
compañero de ruta de Ignacio aquel día, en cuya memoria depositó
el peregrino tanta confianza.
Pero si buscamos en la carta sobre la vida de Ignacio que
escribió Laínez en 1547, dando respuesta a la solicitud de informa-
ción que le había hecho Polanco, nos llevamos la sorpresa de que
no menciona para nada los acontecimientos tan trascendentales de
La Storta. Es probable que en ese entonces se considerara deposi-
tario de una confidencia que no tenía derecho a comunicar. Mas
siendo ya General de la Compañía, tuvo una exhortación a los.
jesuitas de Roma en 1559, pasados ya tres años de la muerte del
fundador. Y explicando por qué habían escogido el nombre que
dieron a la Compañía, refirió lo que había oído de Ignacio durante
aquel viaje de entrada a Roma:

«íbamos a Roma por la ruta de Siena... él recibía la eucaristía


todos los días de mano de Mtro. Pedro Fabro o de mí... y me dijo
que le parecía que Dios le imprimía en su corazón estas pala-
bras: Ego ero vobis Romae propitius [Yo les seré propicio a uste-
des en Roma]. Y nuestro Padre no sabiendo lo que querían signi-
ficar estas palabras, decía: yo no sé qué cosa será de nosotros,
quizás que seremos crucificados en Roma... Después, otra vez
dijo que le parecía ver a Cristo con la cruz a cuestas, y al Padre
eterno al lado, que le decía a su Hijo: 'quiero que tomes a éste
por servidor tuyo'. Y así Jesús lo tomaba y decía: 'Yo quiero que
tú nos sirvas'. Y tomando, por esto, gran devoción a este santísi-
mo nombre, quiso que la congregación se llamase: la Compañía
103
de J e s ú s » .

Desde Manresa, al descubrir la invitación de Jesús a seguirlo


bajo la bandera de la cruz, Ignacio venía repitiendo una insistente
petición a nuestra Señora, que felizmente incluyó en el texto de los
Ejercicios: «un coloquio a nuestra Señora porque me alcance gra-
cia de su Hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su ban-
dera, y primero en suma pobreza espiritual y, si su divina majestad
fuere servido y me quisiese elegir y recibir, no menos en la pobreza
actual; segundo, en pasar oprobios y injurias, por más en ellas le
104
i m i t a r . . . » Ahora, mientras se encamina a Roma para ponerse en

1 0 2
Autob., n. 97.
1 0 3
FN, II, 133. Anota García-Villoslada que la última frase no ha de entenderse
como que por efecto de esta visión se hubiera decidido Ignacio a dar a la Compañía
el nombre de Jesús, que ya había sido decidido en Vicenza; sino que aquí recibió la
confirmación de que Dios aprobaba ese título.
1 0 4
EE., n. 147.
116 AMIGOS EN EL SEÑOR

las manos del Papa, todavía peregrino en el camino del servicio, a


oscuras del destino futuro del grupo, recibe esta aceptación del
Padre y es puesto con el Hijo para que le sirva. Una inmensa con-
vicción se anida en su espíritu: el Padre manifiesta a su Hijo que
desea que tome a Ignacio como servidor suyo y Jesús le dirige
esas incomparables palabras: «Yo quiero que tú nos sirvas».
Tan incontrovertible convicción no conlleva, sin embargo, una
explicación clara de lo que les espera en Roma. Como les comenta
a sus dos compañeros, no sabe qué cosa será de ellos. Pero si
«ser puesto con el Hijo» para el servicio de la misión^ significa voca-
ción a seguirlo bajo el estandarte de la cruz, Ignacio llega a inter-
pretar aquello de que Dios les será propicio en Roma como una
posible insinuación de que «¡todos serán crucificados!» Y no tiene
temor alguno, sabe que están con Cristo que los ha tomado como
compañeros y servidores. Tal consolación es la que destaca Ri-
badeneira en su versión de La Storta: «Acabada su oración, dice a
Fabro y a Laínez: Hermanos míos, qué cosa disponga Dios de
nosotros yo no lo sé, si quiere que muramos en cruz o descoyunta-
dos en una rueda o de otra manera; mas de una cosa estoy cierto,
que de cualquier manera que ello sea, tendremos a Jesucristo pro-
105
picio» .
Hugo Rahner dejó un excelente estudio sobre la visión de La
106
S t o r t a . García-Villoslada en su Nueva Biografía ofrece un com-
107
pendio tan bien documentado como d e v o t o . Y no podemos dejar
de mencionar a Donatien Mollat, quien reflexiona sobre el misterio
108
de incorporación de Ignacio a Cristo que culmina en La S t o r t a .
Aquí solamente quisiéramos hacernos una pregunta final: ¿Esta
visión fue algo personal, una respuesta a la ardiente súplica del
peregrino, o tiene una proyección a la naciente comunidad de los
compañeros? ¿Qué se puede deducir de los textos que nos relatan
la visión?
109
Reflexionando sobre los principales , destacamos varias co-
sas. La gracia aparece como un don ciertamente personal para
Ignacio, respuesta a su insistente petición a nuestra Señora, y pro-

105 FN, I V , 2 7 1 .
1 0 6 HUGO RAHNER, S.J. «La visión de Saint Ignace á la chapelle de La Storta»,
Christus, I ( 1 9 5 4 ) 4 8 - 6 5 .
107 R. GARCÍA VILLOSLADA, San Ignacio... pp. 4 3 6 - 4 4 3 .
108 DONATIEN MOLLAT, S.J., «Le Christ dans l'expérience spirituelle de Saint
Ignace», Christus, I ( 1 9 5 4 ) 2 3 - 4 7 .
109 Los textos que consideramos más importantes son: el de la Autobiografía
(96); el de Laínez (FN, 11,133); dos de Nadal (FN, I, 3 1 3 - 3 1 4 ; FN, II, 9 - 1 0 ) . Los de
Ribadeneira (FN, II, 3 7 7 ; Vida de San Ignacio, 1 2 2 - 1 2 5 ) y Polanco (FN, II, 5 0 5 ) , se
basan en la Autobiografía y en Laínez.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 117

duce una gran mutación en su alma, reafirmando la seguridad de


que el Señor estará con él en Roma. Pero este Ignacio "personal"
es puesto al servicio del Hijo junto con todos los suyos: «Yo os
seré propicio en Roma». Así lo entiende, pues a continuación
comunica lo que ha experimentado a sus compañeros de camino
como algo que toca a toda la Compañía: «dijo a los compañeros
que veía las ventanas cerradas, queriendo decir que habían de
tener allí muchas contradicciones... yo no sé qué cosa será de
nosotros».
Con toda razón, desde un principio, la Compañía consideró la
gracia de La Storta como la aceptación que Dios Padre hacía no
sólo de Ignacio, sino de todos ellos, como una elección a la vez
personal y comunitaria. Así es como Nadal en 1554 explica las
palabras «ego vobiscum ero», yo estaré con vosotros, (que usa en
lugar del «ego ero vobis Romae propitius», probablemente utilizan-
do la interpretación de Pedro Canisio): como una señal evidente de
110
que «Dios nos eligió a todos como compañeros de J e s ú s » . El
mismo Ignacio en su Diario Espiritual de 1544 al recordar la visión,
concluye que es razón determinante para elegir toda pobreza para
la Compañía; entiende esa gracia personal que recibió en la iglesi-
ta de La Storta como un don concedido para la comunidad, cuya
forma de pobreza propia está buscando en esos días. Podríamos
concluir con el P. Rouquette, que la visión fue otorgada a Ignacio,
111
«en tant qu'il précontient la C o m p a g n i e » .
Ser puestos con el Hijo. ¿Dónde aprendió Ignacio esta súpli-
ca?, se pregunta García-Villoslada, y responde con una considera-
ción muy sugerente:

«Indudablemente en la plegaria medieval del Anima Christi, que a


él tanto le gustaba y que tanto la divulgó por todo el mundo por
medio de los Ejercicios Espirituales. Una de sus invocaciones, en
los manuscritos medievales y en los impresos más antiguos de-
cía así: "et pone me iuxta te"... La oración del Anima Christi evo-
lucionó en la Edad Media, mas la invocación "et pone me Iuxta te"
se mantuvo intacta hasta que en algunos pocos textos de fines
del siglo XV es sustituida por esta otra: "et iube me venire ad te".
Tal cambio no es uniforme ni universal hasta el siglo XVI. Ignacio
solía leer en Manresa un Libro de Horas que había traído de
Loyola. Si no era un incunable, reflejaría por lo menos un texto
del siglo XV, y como en esos Libros de Horas nunca faltaba el

1 1 0
FN, 1,313-314.
1 1 1
ROBERT ROUQUETTE, S.J., «Essai critique sur les sources relatant la visión
de saint Ignace á la Storta», RAM, 33 (1967) 54.
118 AMIGOS EN EL SEÑOR

Anima Christi, es indudable que Ignacio lo leyó y lo aprendió de


memoria antes de recomendarlo en el librito de sus Ejercicios.
Podemos dar por seguro que en ese texto del Anima Christi se
hallaba la invocación: "et pone me iuxta te" que se le hincó hon-
112
damente en el corazón» .

Este capítulo que concluimos partió del momento en que el


peregrino entraba solo a París el 2 de febrero de 1528. Termina
diez años después con la llegada a Roma de una «mínima Compa-
ñía de Jesús», compuesta por diez sacerdotes fuertemente ligados
por un propósito común que se ha expresado en Un mismo modo
de proceder. Durante esta larga peregrinación hemos asistido al
nacimiento de una comunidad de amigos, conquistados uno a uno.
La hemos visto crecer por etapas, vivificada por la savia del espíritu
de los Ejercicios, sorteando toda clase de dificultades, acusaciones
y peligros, primero en los años de estudios en París, luego en el
brevísimo pero fecundo período de Venecia. A lo largo de estos
años su amistad en el Señor se ha consolidado en viajes, en penu-
rias, en consultas, en servicio apostólico. El proyecto inicial que los
condujo a la colina de Montmartre para consagrar sus vidas a Je-
sucristo, su exclusiva cabeza, los cohesiona ahora de manera irre-
vocable, sobre todo después de recibir la ordenación sacerdotal. Y
si es verdad que no han podido realizar su sueño de ir a Jerusalén,
permanecen firmes en un sagrado compromiso: «y si Dios N.S. no
fuese servido en que pasen [a Jerusalén], no esperarán más tiem-
113
po, mas en lo que comienzan, irán a d e l a n t e » .
La condición de su vida comienza a ser desde Venecia la dis-
persión apostólica, con momentáneos encuentros o congregacio-
nes, como el de cuarenta días en Vivarolo, para celebrar sus pri-
meras misas, pensar en común sobre su futuro inmediato y recon-
fortarse espiritualmente en compañía, antes de volver a dispersar-
se; un momento que no puede menos de evocar aquella escena
evangélica del texto de Marcos: «Después de esto los apóstoles se
reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y en-
señado. Jesús les dijo: Vengan, vamos nosotros solos a descansar
un poco en un lugar tranquilo. Porque iba y venía tanta gente, que
ellos ni siquiera tenían tiempo para comer». Por más que al entrar
a Roma ya se pueden dar a conocer diciendo: «somos de la
Compañía de Jesús», no son otra cosa que lo que pretendieron
desde un comienzo: un puñado de amigos en torno a Jesucristo,

1 1 2
GARCÍA VILLOSLADA, S.J., San Ignacio... p. 4 3 9 , nota 5 8 .
1 1 3
MI, Epp., XII, 323.
E L GRUPO DE AMIGOS EN EL SEÑOR 119

determinados a conformar sus vidas con la suya y a servirle ayu-


dando al prójimo. Su ley es la caridad evangélica; su actitud, la koi-
nonía; su programa, la disponibilidad para el Reino y su justicia; su
114
talante, el de Jesús pobre y humilde, servidor de los p o b r e s .
¿Podrá este grupo de amigos que se aproxima a Roma, subsis-
tir y crecer sin institucionalizarse de alguna manera? Y si la institu-
cionalización es una exigencia insoslayable de su progreso y ulte-
rior evolución, ¿cómo garantizarán los compañeros en sus prime-
ros pasos de legislación la continuidad de su espontánea comunión
de vida y de trabajo, y de su modo de proceder con tanto esmero
logrado y defendido? De estos interrogantes nos ocuparemos en el
siguiente capítulo.

1 1 4
M c . , 6 , 30-31
3

DE LA COMUNIÓN DE AMIGOS
A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA

«De lo que acá por nosotros pasa, sabréis que la cosa que en
nuestras conscienclas y en el Señor nuestro hemos podido juz-
gar, y muchas veces juzgar, sernos más conveniente y más ne-
cesaria para poner firme fundamento y verdaderas raíces para
edificar adelante, ha placido a Dios nuestro Señor por la su infini-
ta y suma bondad, quien esperamos por la su inmensa y acos-
tumbrada gracia tener especial providencia de nosotros y de
nuestras cosas, o por mejor decir de las suyas «pues las nues-
tras no buscamos en esta vida» que ha puesto su santísima ma-
no en ello; y así ha puesto contra tantas adversidades, contradic-
ciones y juicios varios, [que] ha sido aprobado y confirmado por el
Vicario de Cristo N.S. todo nuestro modo de proceder, viviendo
con orden y concierto, y con facultad entera para hacer constitu-
ciones entre nosotros, según que a nuestro modo de vivir juzgá-
1
remos ser más conveniente» .

Introducción

El presente capítulo, que cubre la vida y actividades de los


compañeros durante sus primeros años en la Ciudad de los papas,
marca una transición entre las dos partes del libro. Transición en
cuanto al objeto mismo de estudio, que en la primera parte se ha
concentrado sobre la génesis y evolución de la Compañía como

1
MI, Epp., 1, 149, Carta de San Ignacio (septiembre de 1539) a Beltrán de Lo-
yola, su sobrino, hijo de su hermano, Martín y de Magdalena de Araoz; desde la
muerte de su padre, en noviembre de 1538, era señor de Loyola.
122 AMIGOS EN EL SEÑOR

comunidad, a partir del grupo de los primeros compañeros en Pa-


rís; y en la segunda se ocupará directamente del análisis de las
Constituciones para desentrañar de ellas el sentido de comunidad
propio de la Compañía. Transición también en el método de expo-
sición, que en esta parte primera ha sido más narrativo, pretendien-
do interpretar los acontecimientos desde la perspectiva comunita-
ria, mientras que en la parte segunda será preferentemente temáti-
co, reflexionando sobre los documentos para entrever cómo han
quedado expresados en ellos la idea y la forma de comunión que
vivieron inicialmente los compañeros fundadores.
En su estructura de puente entre las dos partea del libro, el ca-
pítulo contiene dos secciones. La primera, narra el desarrollo de los
acontecimientos de los años 1538 a 1541 para terminar de describir
la evolución de la comunidad; la segunda, emprende el análisis de
los primeros documentos fundacionales elaborados en estos años:
la Deliberación de 1539, la primera Suma del Instituto y la Bula de
1540, las Constituciones de 1541 y el relato de la elección de Ig-
nacio como primer General de la Compañía. Aunque hubiera sido
posible intercalar el análisis de esos documentos a medida que fue-
ron apareciendo en el transcurso de estos cuatro años, nos ha pare-
cido más conveniente separar lo narrativo de lo temático, porque
una comprensión más clara de los documentos presupone el cuadro
histórico. Esto justificará las necesarias repeticiones de datos ex-
puestos en la primera sección y recordados brevemente en la
segunda como introducción a la reflexión sobre los documentos.

S e c c i ó n primera

Reunión, persecución, deliberación y ofrecimiento

Congregación de la «compañía» en Roma

El año 1538 en Roma se caracteriza como un tiempo de inten-


sa actividad apostólica, de ¡ncertidumbre en cuanto al inmediato
futuro y de persecución y hostigamiento. Culminará con el ofreci-
miento formal al Papa en fidelidad a la segunda cláusula del com-
promiso de Montmartre. 1539 será el año de las consultas comuni-
tarias: el proyecto de una fórmula de la Compañía, acordado entre
todos y presentado al Pontífice, recibirá su aprobación «viva voce»,
y algunos de los compañeros serán enviados en misión dentro del
territorio de Italia. Durante el año siguiente, 1540, proseguirán las
determinaciones y se promulgará la Bula «Regimini militantis Ec-
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 123

clesiae» que instituye y confirma la Compañía de Jesús. Final-


mente, durante 1541 se componen, aprueban y firman las llamadas
Constituciones de 1541, Ignacio es elegido General y todos los pre-
sentes en Roma hacen su profesión solemne.
Ignacio, Fabro y Laínez habían precedido a los demás en Ro-
ma, como hemos indicado. Pasada la cuaresma de 1538 el resto
del grupo se encamina hacia la Ciudad Eterna con el doble pro-
pósito de dar razón de sus proyectos al Sumo Pontífice y de tratar
entre todos los asuntos referentes a su modo de proceder para
adelante.
En diciembre los encontramos a todos hospedados en una pe-
queña casa ofrecida por Qulrino Garzoni en su viña de la Trinitá dei
Monti, sobre las faldas del monte Pincio. Esta, su primera casa en
Roma, será el lugar de las consultas del grupo antes de presentar-
se y ofrecerse al Papa. La obligación del voto de ir a Jerusalén
había cesado con el recrudecimiento de la guerra y la imposibilidad
de pasar a Tierra Santa dentro del año establecido. Entre tanto,
Ignacio se dedica a dar los Ejercicios; desde Roma fue, por ese
tiempo, a Montecasino para darlos al doctor Ortiz-durante cuarenta
días. Fue entonces cuando vio al bachiller Hoces que penetraba al
cielo. Desde allí trajo a Francisco Estrada, joven español, des-
2
pedido del servicio del Cardenal Juan Pedro Carafa . Los demás
enseñan en la Sapiencia, predican y oyen confesiones, gracias a
las facultades que han recibido, y ejercitan obras de caridad entre
los pobres. ¿Por qué no se presentaron inmediatamente a Paulo
III? Debió ser porque estuvo ausente de la ciudad hasta el otoño.
Por primera vez los diez amigos están formando una comuni-
dad más estable de vida, en las afueras de la ciudad. «Después de
la cuaresma nos congregamos todos en Roma», recuerdan Laínez
3
y Rodrigues . Más adelante volveremos sobre la palabra congrega-
ción, que en el lenguaje de la naciente Compañía comienza a utili-
zarse para designar, o la reunión estable de algunos en un sitio (=
comunidad), o el encuentro momentáneo de toda la Compañía dis-
persa para discernir en común y deliberar (= Congregación general,
provincial).
Por más que la curiosidad nos tira a escudriñar algunos deta-
lles más íntimos de la «vida comunitaria» del grupo congregado en
Roma después de los estudios y los viajes, ningún documento nos
la satisface. En las crónicas de los primeros padres, incluido el

2
Autob., n. 98.
3
«His igitur acceptis aedibus, in eas tándem omnes post Pascha congregan-
tur», Laínez, Epist., n. 47.
124 AMIGOS EN EL SEÑOR

Chronicon de Polanco, todo el interés recae sobre las personas y


las actividades de la naciente Compañía. Nadie se interesa en des-
cribir el régimen interno de vida en las diversas comunidades que
se van formando. Tenemos, pues, que contentarnos con considera-
ciones periféricas, conectando datos esparcidos aquí y allá; pero la
limitación no hace menos interesantes los hallazgos.
Lo primero que llama la atención es la fuerza con que el carác-
ter apostólico actúa como criterio prioritario en la configuración de
las comunidades. Están proyectadas hacia afuera, al servicio de la
gente. Los compañeros, que no abrigan otra expectativa que pre-
sentarse al Papa, están entregados entre tanto a ün infatigable tra-
bajo. Se han juntado para servir apostólicamente. Por el momento
no tienen otro superior que el jefe de turno, en relevo mensual. No
se vislumbra preocupación alguna por regular su vida ordinaria con
reglas o prescripciones comunes. El vínculo de su ideal y el modo
de proceder que han observado desde París es su única regla viva.
El sitio de su residencia se escoge también por razones apos-
tólicas. Cuando los restantes compañeros llegan a Roma, los ami-
gos de Ignacio se afanan por conseguirles una casa más amplia y
más convenientemente situada para sus actividades. El alojamien-
to en la viña de Trinitá dei Monti les resultaba remoto y apartado
del concurso de la gente. En junio se trasladaron a su nueva resi-
4
dencia, «cerca de Ponte Sixto y del Doctor Ortiz» , situada más al
interior de la ciudad y «más adaptada a los ministerios de la Com-
5
pañía» .
Desde esta segunda residencia salían todos cada mañana a
sus trabajos en templos y plazas públicas. «Ignacio predicaba en
español en Santa María de Monserrate; los otros en italiano tal
6
cual», en diversas iglesias, detalla Laínez . Sus exhortaciones
movían a muchas personas a la confesión y a la comunión y se va
así perfilando uno de los ministerios prioritarios de la primera
Compañía. Enseñaban también la doctrina a los niños y muchos
maestros traían sus escuelas enteras a las lecciones de los compa-
ñeros. Era tanta la gente, dice Rodrigues, que los padres no basta-
ban; olvidados de sí mismos y de tomar alimentos, regresaban de
los templos sólo a la hora de comer, para encontrar que en casa no
había nada. Tenían entonces que salir a mendigar, fatigados como
estaban de trabajar, y se contentaban con lo poco que podían reco-
7
ger a esas horas inoportunas

4
Nadal, FN, II, 169.
5
Rodrigues, n. 78.
6
Laínez Epist., n. 47; ver MI, Epp., 1,138-139.
7
Rodrigues, n. 79.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 125

Particularmente intensa fue su dedicación con ocasión del in-


vierno del 38 al 39. A la temperatura cruda e intolerable se juntó la
carestía. Los pobres, venidos del campo, pululaban por calles y
plazas medio muertos de hambre y de frío. Al llegar la noche, los
compañeros, fatigados de sus ministerios, salían no obstante a
buscarlos y los traían a su casa, su tercera residencia, alquilada a
8
Antoníno Frangipani, junto a la Torre del Melángolo , a donde se ha-
bían movido en octubre. Les lavaban los pies, les daban de comer
de las limosnas que habían conseguido para su propio sustento,
recogían leña para encender fuego, proveían lechos para los más
desprotegidos y paja donde dormir para los más robustos. «Y sin
esto, estando todos juntos en una sala grande, entraba uno que les
enseñaba la doctrina cristiana, porque no tuviesen solamente la
9
corporal, pero también la espiritual refección» . Llegaron a recoger
10
hasta trescientos y casi cuatrocientos damnificados .
Basta reflexionar un poco sobre tan abrumadora actividad, en
predicación y ministerios de la misericordia, para inferir que la
«vida comunitaria» en la casita vecina al Ponte Sixto o en la de
Antonio Frangipani, estaba profundamente condicionada por el tra-
bajo y de él adoptaba su fisonomía y características. Ribadeneira
hace el recuento de esa vida que él encontró cuando, adolescente
de 14 años, tocó por primera vez a la puerta de Frangipani: «La
vida de la casa era pobre, desconocida para la gente, sin constitu-
ciones ni reglas, más aún, sin superior, porque los pocos que
entonces había en la Compañía reconocían a Ignacio como padre
11
y le obedecían voluntariamente» .

Contradicciones y persecuciones

Por cuenta de su trabajo todos se habían hecho conocer en


Roma y la gente se admiraba de ver que esos sacerdotes extranje-
ros que les predicaban, no eran monjes ni tampoco frailes. Entre
los muchos que acudían a sus predicaciones y enseñanzas se
hicieron presentes también los enemigos que desataron la perse-

8
Hoy, Vía dei Delfini, 16. En este nuevo domicilio, donde vivirán dos años lar-
gos, se tendrán las reuniones para preparar las deliberaciones de 1539, recibirán la
Bula Regimini militantis Ecclesiae y, desde aquí partirá Javier para el Extremo
Oriente.
9
Laínez, Epp., n. 48; Summ. hisp., n. 82; Rodrigues, n. 80.
1 0
Ver LETURIA, sobre el sentido social de los primeros compañeros, en
Estudios Ignacianos, I, 257ss.
1 1
Ribadeneira, Confes., 1,13.
126 AMIGOS EN EL SEÑOR

cución. En mayo asomaron los primeros rumores de una tempes-


tad que había de prolongarse hasta noviembre. Ignacio la refiere a
Isabel Roser como «la más recia contradicción o persecución que
12
jamás hayamos pasado en esta v i d a » . Los acusaban de herejes
que huían de España y de París y de Venecia, y hasta atacaban su
13
honestidad .
La persecución afligía al grupo especialmente por dos razones:
por el escándalo que producía entre la gente sencilla, impidiendo el
bien que hacían entre ella; y porque mientras su reputación no
fuese recuperada no querían presentarse al Papa- Además, era la
primera persecución contra toda la Compañía. La habían precedido
siete contra Ignacio: tres en Alcalá, una en Salamanca, dos en
París y una en Venecia. En una carta al Rey de Portugal en 1545,
Ignacio explica que en las tres últimas había de por medio una
razón comunitaria que urgía a insistir en la defensa: «por ser yo
adluntado con los que son de la Compañía... y porque no se siguie-
se ofensa a Dios N.S. en difamar a todos los de ella, procuramos
14
que la justicia tuviese l u g a r » . La sentencia absolutoria la consi-
guió Ignacio el 18 de noviembre presentándose al mismo Papa en
su residencia veraniega de Frascati, para explicarle personalmente
todas las acusaciones.
Dispersada la calumnia y rehabilitada plenamente su honesti-
dad y la ortodoxia de su doctrina, estaban ya listos para ofrecerse
al Pontífice a fin de que les señalara un sitio de trabajo y el género
de ministerios que deberían emprender.

Deliberación y ofrecimiento

Desde otoño, cuatro de ellos habían sido invitados para dispu-


tar sobre teología a la mesa del Papa, amigo de esta clase de diá-
logos durante sus comidas. Aunque formalmente no se habían
ofrecido todavía, es de suponer que en aquellas conversaciones le
descubrieron sus proyectos, en especial su plan de trabajar en
Jerusalén, a la manera de Jesús y sus apóstoles; deseo que aún
abrigaban a pesar de las dificultades y de que ya había cesado la
obligación del voto. Uno de esos días, Paulo II les preguntó por qué
deseaban tanto ir a Jerusalén. «Buena y verdadera Jerusalén es

1 2
MI, Epp., I, 137; Autob., n. 98.
1 3
Un recuento de la persecución puede leerse en PIETRO TACCHI VENTURI S . J .
Storia delta Compagnia, 1,1,139,164.
1 4
MI, Epp., I, 297.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 127

Italia, si deseáis hacer fruto en la Iglesia de Dios». El comentario


del Papa, llevado por los comensales a casa fue la motivación,
según recuerda Bobadilla, para que comenzaran a tratar entre ellos
de su unión en un cuerpo, ya que hasta entonces siempre habían
tenido el propósito de ir a Jerusalén «inceperunt omnes simul trac-
5
tare de unione in unum corpus»)^ .Tratar juntos, vale decir, discer-
nir en las palabras del Papa las señales de Dios. Empiezan, pues,
a considerar informalmente la posibilidad de transformar su comu-
nión en un cuerpo apostólico organizado y diversificado. Bobadilla
difiere de lo que informan las actas de la Deliberación de 1539: que
fue sólo en la cuaresma de ese año 39 cuando, ante la inminencia
de la separación, se reunieron para tratar entre sí sobre su voca-
ción y forma de vida. Es posible, sin embargo, conciliar las dos afir-
maciones: la deliberación seria y formal se tomó en la cuaresma de
1539, pero ya desde el otoño del año anterior se iba madurando un
proceso de discernimiento que concluyó en aquella Deliberación.
Rodrigues comenta que habían acudido al Papa antes de mani-
festarle sus propósitos y todo lo que venían removiendo en sus
corazones, para pedirle facultad de agregar a su número los que
deseaban reunírseles, ya que apenas podían ellos satisfacer a las
múltiples confesiones y demás trabajos. Paulo III les concedió oral-
mente el permiso. Eran varios jóvenes sacerdotes que, movidos
por el ejemplo y modo de vida de la pequeña compañía, quisieron
unirse a ella. ¡Alguno de ellos llegó a convivir durante algún tiempo
en la villa de Quirino Garzoni, pero huyó de Roma junto con otro
también simpatizante cuando estalló la persecución. Ignacio le indi-
ca a Isabel Roser la cautela que guardaban entonces para la admi-
sión de nuevos compañeros: «Hay cuatro o cinco que están deter-
minados de ser en la Compañía nuestra, y ha muchos días y mu-
chos meses que en la tal determinación perseveran. Nosotros no
osamos admitir, porque éste era un punto entre otros de los que
nos ponían [los calumniadores], es a saber, que recluíamos a otros
y que hacíamos congregación o religión sin autoridad apostólica.
Así ahora, y si no somos juntos en el modo de proceder, todos so-
mos juntos en ánimo para concertarnos para adelante; lo cual
esperamos en Dios N.S., que presto dispondrá cómo en todo sea
16
más servido y a l a b a d o » .
Ignacio formuló lacónicamente en su carta lo que caracterizaba
la identidad de la nueva Compañía y la diferenciaba de los que no
pertenecían a ella. Esos cuatro o cinco «candidatos» por más que

1 5
Bobadilla, 616-617.
1 6
MI, Epp., I, 143.
128 AMIGOS EN EL SEÑOR

están determinados a ingresar y perseveran en su decisión, no han


sido admitidos al «modo de proceder», pero conservan con los
compañeros un lazo de unión : «todos somos juntos en ánimo para
concertarnos para adelante». La identidad comunitaria como tal, lo
que constituye su comunión y confiere pertenencia, es «el modo de
proceder». Frase consagrada desde hace muchos años, como
sabemos, pero que ninguno se detiene a explicar. Compendia un
estilo de vida no estipulado en reglas, sino asimilado en la vida y
en la relación común; es su carisma peculiar, don gratuito del
Padre en Jesucristo, que los distinguirá de las órdenes religiosas
tradicionales; así como los «nueve amigos míos en el Señor», frase
perdida en una carta de Ignacio, tiene la fuerza para significar la
calidad de comunión apostólica que los enraiza en Jesús y los
entreteje a ellos en un cuerpo al servicio de su Señor. En una
Compañía de más de 22.000 jesuítas resulta imposible hablar hoy
de los amigos en el Señor con la hondura afectiva que experimen-
taron los primeros compañeros. Pero es un desafío a reproducirla
dondequiera que exista una auténtica unión afectiva con el Señor y
una común pasión apostólica para llevar adelante su misión. De
acuerdo con este «modo de proceder», proyectado en el horizonte,
se van a escribir los primeros documentos y finalmente las Cons-
tituciones de la nueva Orden.
Entre el 18 y el 23 de noviembre de 1538 pueden presentarse
por fin al Papa y poner en sus manos «la dedicación de nuestras
personas y vidas a Cristo N.S. y a su verdadero y legítimo Vicario
en la tierra, para que él disponga de nosotros, y nos envíe a donde
más juzgare que podemos fructificar, ya sean indios, ya herejes, ya
17
cualesquiera fieles o i n f i e l e s » . Fabro considera esta oblación
como el fundamento de toda la Compañía («quasl totius Societatis
18
f u n d a m e n t u m » ) . Un final de año muy pleno permite a Ignacio
celebrar su primera misa el 25 de diciembre en Santa María la Ma-
yor, junto al altar del pesebre.

«Unidos y coligados en un cuerpo»

El Papa ha aceptado el ofrecimiento del grupo y se dispone a


diseminarlos por Italia. Hasta entonces ellos solo habían planeado
trabajar juntos en un lugar de la viña del Señor que les indicara el
Pontífice y que sustituyera el campo de sus primeras preferencias:

1 7
MI, Const. I, p. 3.
1 8
Fabro, n. 18, 498.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 129

la tierra de Jesús. Desbaratado este sueño, acudían a quien, como


pastor universal, podía decidir mejor. Así lo expresó Pedro Fabro a
Diego de Gouvea en carta del 23 de noviembre de 1538, poco des-
pués de su ofrecimiento:

«Todos cuantos estamos reunidos mutuamente en esta compa-


ñía, nos hemos consagrado al Sumo Pontífice, en cuanto él es
señor de la mies universal de Cristo; y le hemos expresado en
este ofrecimiento que estamos preparados para todo lo que él
decida de nosotros en Cristo. Si él, por lo tanto, nos enviase a
donde vos nos llamáis [para una expedición a las Indias], ¡remos
gustosamente. La causa por la cual nos hemos sujetado de esta
manera a su juicio y voluntad es la de saber que él tiene mayor
9
conocimiento de aquello que conviene a la entera cristiandad»' .

En un primer momento el Papa había dejado entrever sus in-


tenciones de mantenerlos cerca de sí, como lo indica el mismo
Fabro: «la voluntad del sumo Pontífice no es que nos alejemos de
aquí, ya que también en Roma la mies es mucha». Era lo que pro-
bablemente les había dicho de modo informal a los cuatro que dis-
putaban a su mesa cada quince días. Sin embargo, varios obispos
comenzaron a solicitar la ayuda de los «sacerdotes predicadores»
para sus diócesis, y el Papa, cediendo a sus deseos, hizo clara su
voluntad de dispersarlos en los primeros meses de 1539.
Ante la Inminencia de ser divididos y separados unos de otros,
deciden tener juntas entre ellos durante la cuaresma para tratar
sobre su vocación y sobre la forma de vivir que han de llevar en
adelante. Como han estado tan absorbidos por el trabajo, no se
habían detenido a pensar juntos sobre la posibilidad de transformar
su pequeña comunidad en un cuerpo más estable y duradero.
Aunque algunos habían venido revolviendo en su mente esa ¡dea,
según parece Insinuarlo Bobadilla cuando comenta la reacción de
todos a la sugerencia de Paulo III de que en Italia tenían una «bue-
na y verdadera Jerusalén». Pero es la proximidad de la separación
la que los impele a cuestionar la supervivencia de su comunión y a
planteársela con radicalidad impresionante. Con la dispersión están
a punto de romperse muchos vínculos atados con tanto esfuerzo y
cariño y a lo largo de muchos años. ¿Conviene deshacer todo en
aras del servicio apostólico al que serán enviados? O «¿sería más
expediente que estuviésemos de tal suerte unidos entre nosotros y
coligados en un cuerpo, que ninguna división de cuerpos, por gran-
de que f u e s e , nos separase? ¿O quizá no convendría eso?»

1 9
Fabro, n. 1 8 , 4 9 8 .
130 AMIGOS EN EL SEÑOR

Concretamente, están para separarse, enviados a Siena, dos de


ellos. ¿Qué hacer? «¿Debemos quedar los demás con cuidado de
los que allá fueren, o llevarle ellos de nosotros y mantener inteli-
gencia mutua? ¿O no hemos de cuidar más de ellos que de los
2 0
otros que están fuera de la Compañía? . El peligro que afrontan
es el de sustituir su exquisita comunión por una dispersión indivi-
dualista, o
Las reuniones comenzaron con la primavera, a mitad de la cua-
resma de 1539 y se prolongaron por espacio de tres meses, hasta
el 24 de junio, día de S. Juan Bautista. En un clima de intercambio
comunitario acompañado por intensa oración y madura reflexión
personal y con actitud libre y sincera de buscar lo que entendieran
que más agradaba al Señor, pudieron al cabo de los días lograr
una convergencia y abrazar conclusiones unánimes. Sobre la
manera de adelantar este discernimiento y sobre las deliberaciones
o determinaciones que tomaron, nos detendremos más en la se-
gunda sección.
La primera decisión fue mantener su unión sin importar las dis-
tancias que los pudiesen separar en el futuro. Habiendo confirmado
así establemente su comunidad, que se convertía ahora en un
cuerpo espiritual en dispersión apostólica, adoptaron el voto de
obediencia a un superior, principalmente como medio de mantener
y alimentar esa unión entre los dispersos. Además, siguiendo el
mismo orden de reflexión y similar procedimiento, decidieron algu-
nas cosas sobre su pobreza, la obediencia al Papa, probaciones,
colegios, enseñanza del catecismo a los niños y otros ejercicios de
su vocación, que quedaron contenidos en la Bula de erección de
1540 y en lo que Polanco llama «constituciones viejas» de 1541.

Cinco capítulos a consideración del Papa

Desde finales de junio comenzaron todos a dispersarse por


diversas ciudades de Italia. En la casa Frangipani sólo quedaron
Ignacio, Javier y Salmerón. Ignacio fue encargado por todos de
consignar las conclusiones o deliberaciones en un proyecto de fór-
mula o programa que presentara sus objetivos y su modo de vivir.
En lo que hoy conocemos como los «Cinco capítulos» quedó for-
mulado y ordenado todo lo esencial de la nueva Orden. Un esbozo
de constituciones que algunos consideran como «La Carta Magna
de la Compañía de Jesús».

VerConst. I, pp.1-7: Acta de la Deliberación de 1539.


D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 131

Ignacio envió los Cinco capítulos, con el título Prima Societatis


lesu Instituti Summa, al cardenal Gaspar Contarini, quien des-
pués de leerlos, tuvo la delicadeza con su amigo de llevarlos y leér-
selos personalmente al Papa que estaba por aquellos días en
Tívoli. Muy satisfecho, Paulo III los aprobó oralmente el 3 de sep-
tiembre de 1539 y ordenó que se expidiera una Bula o Breve,
según la práctica de la Curia romana. Nadal pone estas palabras
en boca del Papa: «El espíritu de Dios está aquí». Ribadeneira
tiene un recuerdo semejante: «El dedo de Dios está aquí».
El esquema aprobado en Tívoli consideraba la oblación al Papa
como una expresión del servicio a Jesucristo, que daba su razón
de ser a la Compañía. No se trataba de un simple recurso al Pon-
tífice como arbitro para que les señalara el más apropiado lugar de
trabajo. El Papa es el Vicario visible de Jesucristo, dice la fórmula
en su encabezamiento: «Todo el que en nuestra Compañía, que
deseamos se distinga con el nombre de Jesús, quiera militar para
Dios bajo el estandarte de la cruz y servir solamente al Señor y a
su vicario en la tierra, hecho el voto solemne de castidad, tenga
firme en la mente que forma parte de una comunidad instituida
principalmente para el provecho de las ánimas en la vida y doctrina
2 1
cristiana, y para la propagación de la fe...» Y continúa unos
párrafos más adelante: «Sepan todos los compañeros, y no sola-
mente en los comienzos de su profesión, sino durante todo el tiem-
po de sus vidas recapaciten diariamente que toda esta Compañía y
cada uno de sus miembros militan para Dios bajo la fiel obediencia
de nuestro santísimo señor Paulo III y de sus sucesores; y recuer-
den que en tal forma está sujeta al comando del Vicario de Cristo y
a su poder, que no sólo le debe obedecer conforme al deber co-
mún de todos los clérigos, sino que está ligada a ello con el vínculo
2 2
del voto» Disponibilidad de la Compañía para la misión apostóli-
ca en cualquier parte del mundo a donde el Papa la enviara para el
aprovechamiento de las personas y la propagación de la fe.
Simón Rodrigues hace referencia a la presentación al Papa al
menos cinco veces en su comentario sobre el origen de la Com-
pañía, con diversos matices: 1) Cuando narra el voto de Mont-
martre, la describe como una manifestación que le harán de estar
preparados a anunciar el Evangelio por todo el orbe de la tierra,
aun entre los turcos, etc; 2) al llegar todos a Roma en 1538, como
el propósito que traen de «dar razón al Pontífice de todas sus

2 1
MI, Const., I, p. 16.
2 2
MI, Const., I p . 17.
132 AMIGOS EN EL SEÑOR

cosas, conforme han decidido»; 3) cuando van a pedirle facultades


para admitir candidatos, advierte que aún no le han descubierto lo
que agitan en sus mentes y que van a meditar más diligentemente
algunos puntos «antes de declararle sus propósitos»; 4) pasada la
persecución, como una declaración al Papa sobre «la vida que
desean instituir en honor de Dios y obsequio de la Sed Apostólica»;
5) por fin, decididas ya todas las cosas,^por medio del Cardenal
2 3
Contarini refieren su propósito y se ofrecen al Papa . No dice
Rodrigues que en 1538 cuando llegaron a Roma se ofrecieron al
Papa; simplemente recuerda que llegaron con ese propósito.
Ninguno de los demás compañeros hace tampoco referencia a
dicho ofrecimiento.
Solamente Pedro Fabro, que narra los hechos a relativamente
poca distancia, advierte de esa oblación que precedió a la presen-
tación de los Cinco Capítulos en 1539. Quizás los demás cronistas,
al destacar la trascendencia del ofrecimiento que hicieron al termi-
nar la Deliberación que dio origen formal a la Compañía, como el
momento decisivo de su entrega en manos del Papa y de la acep-
tación de parte suya, pasaron por alto el anterior ofrecimiento que
les resultaba menos significativo. Pero la observación de Fabro es
importante, porque muestra que fue un acontecimiento realizado en
varias etapas. En noviembre del 38 se presentaron para cumplir lo
prometido en el voto de Montmartre. Debió ser un ofrecimiento más
informal, sin ceremonias, quizás en una de aquellas audiencias de
otoño, a la mesa del Papa, como conjetura Schurhammer. La acep-
tación inmediata y también informal de Paulo III, no produjo conmo-
ción en el grupo ni modificó nada en sus vidas y actividades apos-
tólicas, entre otras cosas porque parecía que su intención era de-
jarlos en Roma.
Pero cuando a comienzos de 1539 les manifestó que les daría
misiones por diferentes sitios de Italia, entonces se apresuraron a
iniciar la reflexión común que dio origen a la Prima Societatis Ins-
tituti Summa o Cinco Capítulos.
Si las Deliberaciones operaron una transformación esencial de
la comunidad en su constitución interna «ad intra», convirtiéndola
en un cuerpo apostólico organizado, jerarquizado y durable, la
oblación al Papa enriqueció también su sentido hacia afuera «ad
extra». La «Compañía de Jesús» que llega de Venecia es una
comunidad de sacerdotes peregrinos que quieren servir a Jesús en
Jerusalén y se ofrecen para trabajar donde el sumo Pontífice, pas-
tor de la mies universal, se lo indique; después de la oblación for-

2 3
Rodrigues, nn. 14, 78, 79, 83, 92.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 133

mal y aceptación pontificia, se transforman en un cuerpo apostólico


abierto universalmente, «al servicio de la Iglesia bajo el Romano
Pontífice».
Es verdad que la Prima Societatis lesu Instituti Summa, leída
por el Cardenal Contarini a Paulo III, y por consiguiente la Bula
«Regimini militantis Ecclesiae» elaborada a partir de aquella, no
mencionan explícitamente el servicio eclesial. Por eso diez años
más tarde, en la Bula de confirmación «Exposcit Debitum» firmada
por el nuevo Papa Julio III, se modifica una frase para clarificar el
sentido. Donde la Bula de 1540 dice: «servir solamente al Señor y
a su vicario en la tierra», en la Bula de 1550 se lee: «servir sola-
mente al Señor y a su esposa la Iglesia, bajo el Romano Pontífice,
2 4
Vicario de Cristo en la tierra» .
La expedición de la Bula ordenada por Paulo III no fue, sin em-
bargo, un negocio fácil. El cardenal Jerónimo Guinucci examinó los
Cinco Capítulos por orden del Papa y presentó alguna objeciones
referentes según parece a la ausencia del coro, de órgano y canto
en las misas y funciones sacras de la nueva congregación, a que
no tuviera penitencias ordinarias de obligación y al significado de
un voto especial de obediencia al Papa. Eran novedades que se
apartaban de la tradición de las órdenes monásticas. Pero las
mayores dificultades, que amenazaron seriamente la aprobación,
vinieron del canonista cardenal Bartolomé Guidiccioni, a quien se
había transmitido el estudio. Sostenía el cardenal que había que
cumplir severamente la prohibición de instituir nuevas órdenes reli-
giosas, dada por el Concilio Lateranense IV y renovada en el Con-
cilio de Lyón. Pensaba que para remediar los graves abusos prove-
nientes de la excesiva variedad de instituciones religiosas y de su
decadencia, se debían suprimir muchas y reducirlas a cuatro: domi-
nicos, franciscanos, cistercienses y benedictinos.
Así como la persecución del año anterior había cohesionado
fuertemente la comunidad, este nuevo desafío a la realización de
sus deseos obró efectos parecidos. Ignacio, que aún no era supe-
rior pero que ejercía innegable liderazgo espiritual, dispuso que se
celebraran más de tres mil misas por la intención que tenían entre

2 4
Ver MI, Const., I, pp. 16,26 y 375. Se conserva también una propuesta en la
«series dubiorum»: «podrase moderar [la Bula de 1540] con algunas palabras que
declaren cómo se ha de servir toda la Iglesia, mas como subordinada al Vicario de
Cristo. Affirmative: podrase moderar (MI, I, pp. 299-300 y 322). Y la razón que se
aduce es que podría parecer petulante decir que de la Compañía se sirven solo
Dios y el Romano Pontífice, cuando en realidad se sirven de ella por Cristo el pre-
pósito y los prelados y príncipes y personas particulares, que se ayudan de la
Compañía (Ib.).
134 AMIGOS EN EL SEÑOR

manos. Es el texto más antiguo que conocemos en que aparecen


los miembros de la Compañía orando por las necesidades del cuer-
po en un tempestuoso momento de su incipiente vida. Javier escri-
birá desde Lisboa y la India acerca de las misas que se están cele-
brando allá por Guidiccioni. Orar por los intereses de la universal
Compañía, concretados siempre en negocios y asuntos muy con-
cretos, será una práctica de los primeros jesuítas dispersos por el
mundo. Esta oración por la Compañía es una expresión más del
nuevo sentido que los fundadores dan a la comunión y a lo comuni-
tario en su congregación. Separados por enormes distancias y
empeñados en agotadores trabajos particulares, no perderán la
visión del cuerpo universal que han constituido precisamente para
mantenerse unidos en la dispersión apostólica.
Junto con las oraciones y la celebración de misas, apelaron a
cuantos medios tuvieron a mano para afrontar la situación, sobre
todo al apoyo de personas influyentes ante la Casa pontificia. Por
fin, superados muchos obstáculos, el 27 de septiembre de 1540,
poco más de un año después de la aprobación oral en Tívoli, fue
expedida la Bula «Regimini militantis Ecclesiae» que confirmaba
oficialmente la existencia de la Compañía de Jesús. La Iglesia
aceptaba el nuevo carisma que Dios ponía a su servicio y les per-
mitía realizarlo y elaborar constituciones apropiadas a su modo de
proceder. Quedaba disipado el temor de que los hubiesen obligado
a abrazar algunas de las reglas existentes y a ajustarse a modelos
de vida y de trabajo más tradicionales y propios de comunidades
contemplativas o monásticas. El mismo cardenal Guidiccioni, por
cuya recomendación se había limitado en la Bula el número de pro-
fesos a 60, sería unos años más tarde amigo y admirador de la
Compañía.

La comunidad se dispersa: primeras misiones

Ni siquiera durante el tiempo de su trascendental discernimien-


to en común pudo mantenerse completo el número de los compa-
ñeros. La misión apostólica reclamó a varios de ellos antes de ter-
minar. Así que la «vida en común» que habían iniciado en la viña
de Quirino Garzoni cercana a la Trinitá dei Monti en la Pascua de
1538, se interrumpía exactamente un año después por razones de
«ayuda de las ánimas». Los antiguos compañeros de París no eran
ya más un grupo de sacerdotes predicadores comprometidos a tra-
bajar juntos en Palestina, o en otro sitio señalado por el Papa. Eran
un cuerpo apostólico disponible, -«calzados los pies para anunciar
el Evangelio de la paz»-, al servicio de la Iglesia. La circunstancia
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 135

imprevista de tener que separarse para el ministerio apostólico,


deshacía su comunidad física, pero daba lugar a una comunidad
espiritual mucho más fuerte, que garantizaba la permanencia de su
comunión. No partía cada uno a cumplir la misión que le había sido
encomendada, independientemente de los otros; trabajarían todos
en profunda comunión.
Por lo que carece de lógica el recelo que algunos sienten hoy de
que se llame a la Compañía «communitas ad dispersionem» - l o ha-
ce oficialmente la Congregación General 3 2 - , como si con este ape-
lativo se debilitara la cohesión del cuerpo apostólico, cuando preci-
samente los compañeros idearon tal cuerpo como una estructura
que fortaleciera la koinonía. La Compañía es «una comunidad de
hombres dispuestos a marchar donde sean enviados... pero también
una koinonía, una participación de bienes y de vida, con la Eucaristía
25
como centro», afirma con vigor la Congregación G e n e r a l .
El 19 de marzo de 1539 firmaba el cardenal Carafa la carta que
comunicaba a Broét la orden de Paulo III de partir a Siena para
colaborar en la reforma de un monasterio de aquella ciudad. Se le
pedía que tomara consigo uno de los compañeros,-a su elección, y
que viajara tan pronto como le fuera posible. Fue escogido Simón
como socio, y después de firmar las primeras decisiones del discer-
nimiento el 15 de abril, salieron de Roma llevando también consigo
al joven Francisco de Estrada, a quien había recogido Ignacio
durante los Ejercicios al doctor Ortiz en Montecasino y que era can-
didato a la Compañía. Fue ésta la primera misión que recibió la Or-
den de Paulo III.
Poco tiempo después el cardenal de S. Angelo, que iba como
legado a Parma, pidió insistentemente a Paulo III dos de los «sacer-
dotes reformados» para que se ocuparan allá de los ministerios es-
pirituales. El Papa confió a los compañeros que designaran los que
2 6
deberían ir y enviaron «por parecer de todos a Fabro y Laínez» . Y
así sucesivamente, la mayoría de los restantes fueron abandonando
Roma para cumplir misiones por diversas regiones.
Está fuera de nuestro intento seguirlos a todos. Pero sí interesa
señalar algunas características de esas primeras misiones que im-
primieron su sello de identidad al trabajo «en común» de la primiti-
va Compañía.
En Siena, Broét y Rodrigues, además de la reforma del monas-
terio, trabajaron en la universidad explicando las cartas de San
Pablo. Pronto un grupo de jóvenes comenzó a practicar la comu-

2 5
C G 3 2 , Dec.2, 17-18.
2 6
MI, Epp., 1,153; Laínez, Epist., n. 50.
136 AMIGOS EN EL SEÑOR

nión, a servir en los hospitales y a los pobres, y algunos recibieron


los Ejercicios, retirados en las afueras de la ciudad. Rodrigues
cuenta que varios intentaron luego fugarse de sus casas para ir a
Roma a pedir admisión a la Compañía y que algunos finalmente
2 7
ingresaron .
De Parma escribía Laínez en enero de 1540:

«Certísimamente que acá, por la gracia de Dios, hay tanto qué


hacer, que no solamente a mí, mas ni aun a los hermanos (Fabro
y Doménech) remuerde la conciencia de ocio; porque muchas
veces acaece, aun en carnaval, comenzar a ia mañana con can-
dela a confesar y ejercitar, y estar hasta más de una hora de
noche, sin tomar otro tiempo sino para comer, no sin frecuente
interpelación [interrupción] de unos y de otros. Además de esto,
todos los días de trabajo estamos ocupados, Maestro Fabro y yo
en confesiones, y todos tres en dar ejercicios; así que Maestro
Fabro estudia, como suele, y a mí apenas me queda la noche
para el oficio y cenar y recrearme, y dar una ojeada o por mejor
2
decir una pensada a las prédicas» ° .

La pasmosa actividad que llenaba sus días no era ciertamente


una novedad para los compañeros, acostumbrados como estaban
desde que llegaron a Venecia. Bajo este punto de vista el rompi-
miento de la vida común que llevaron en Roma durante poco más
de un año no implicó especial perturbación. Pero sí era novedad
para ellos la dispersión que los iba a mantener privados en adelan-
te de una comunión también corporal. Y desde un primer momento
comienzan a reemplazarla, esforzándose por establecer nuevos
vínculos para su comunión espiritual: la unión de todos en Jesu-
cristo, la oración de unos por otros, la comunicación, y la consolida-
ción de su amistad a través de las distancias.
Sobre la unión en el Señor, escribía Pedro Fabro la víspera de
abandonar Parma, camino de Alemania y España en septiembre
de 1540:

«Yo suplico a la divina majestad, nos quiera dar entera gracia


que, en cuanto más seremos corporalmente esparcidos, tanto
mayores raíces echemos cuanto al espíritu, in quibus uniamur in
saecula saeculorum. Lo cual se hará si rogamos al Espíritu del
Señor, que llena la faz de la tierra, para que en todo nos quiera
2 9
guiar a su santísima voluntad»

2 7
Rodrigues, nn. 93-98.
2 8
Summ. hisp. nn. 103-104.
2 9
Fabro, 34.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 137

Las cartas de Laínez por diciembre del mismo año reflejan su


inmenso interés por los hermanos que empiezan a dispersarse y
por toda la Compañía. Quiere tener noticias de ellos y se enco-
mienda a la oración de todos:

«Recibí una vuestra juntamente con las buenas nuevas de la


expedición de la Bula y del fruto que hace nuestro Redentor por
nuestros hermanos, así en Portugal, como en Castilla, como en
París; con las cuales acá nuestras ánimas se han alegrado en la
3 0
bondad del Señor más que sabríamos escribir» .

«[Las cosas de acá] cada día van adelante; tanto que la oración y
estudio de prédicas y lecciones, y aun el cibo corporal es menes-
ter tomar de noche, porque los días son cortos, y las ocupaciones
en confesiones y ejercicios son largas... el tiempo es breve, la
empresa es grande. Habernos bien menester las oraciones, a las
31
cuales nos encomendamos» .

Entre tanto, desde Roma se expresaban similares sentimientos


con respecto a los compañeros ausentes. Salmerón, en nombre de
toda la Compañía, escribió el 25 de septiembre de 1539 al padre de
Diego, Juan Laínez, recordando su amistad de adolescentes con su
hijo en Almazán, que los llevó a los dos a París en búsqueda de
Ignacio; y le manifiesta los nuevos vínculos con que esa amistad los
ha unido más inseparablemente, pese a la separación física:

«Vuestra merced creo ya sabrá cómo el mismo que allá nos juntó
a Mtro. Laínez y a mí en casa suya en Almazán, aquel mismo nos
ha conservado en perpetuo amor, así en los estudios como en la
misma profesión y manera de vivir, y ahora nos ha más insepara-
blemente unido y juntado que nunca; y por eso todas sus cosas
yo las reputo como mías propias, y sus negocios los tengo por
míos... el cual [Diego], con otro de la Compañía, hará ya casi tres
meses que se partió con el cardenal y de ellos tenemos cada
32
semana letras...»

La amistad en el Señor se estrechaba en correspondencia con la


separación física. Las cartas de Javier a Ignacio y a toda la Com-
pañía desde la India y el Japón son la más patente evidencia. Aquí
me voy a permitir una interpolación. Es curioso encontrar, perdida
entre la inmensa documentación de Monumenta Histórica Societatis

3 0
Laínez, I, 13-14.
3 1
Laínez., I, 15-16, 18.
3 2
MI, Epp., I, 153.
138 AMIGOS EN EL SEÑOR

lesu, una noticia que da a entender que el término «amigos en el


Señor» se usaba connaturalmente como expresión familiar en la
Compañía, seis años después de su fundación. Y que se utilizaba
incluso para nombrar a las personas que sin pertenecer a ella, o
siendo apenas candidatos o novicios, tenían alguna especial vincula-
ción. Es el caso de un informe sobre el regreso de Pedro Fabro a
Roma, acogido con inmenso cariño después de varios años de sepa-
ración, y de su inesperada muerte. Escrito en Roma y fechado el
S
mismo día de su fallecimiento, 1 de Agosto de 1546, dice así:

«Siendo llamado por ordenación de su Santidad y de la Com-


pañía para venir al Concilio de Trento el sobredicho Mtro. P.
Fabro, habiendo ocho años circum circa que fuera de Roma pere-
grinaba en santa obediencia por diversas partes; entrando en
Roma sano, por ocho días visitando y siendo visitado en espiri-
tual regocijo de todos los suyos; después por otros ocho días
cayendo malo de unas tercianas dobles; el primero de Agosto,
domingo y día de S. Pedro, siendo confesado y comulgado, y
tomado la extrema unción, al mediodía, presentes muchos ami-
gos en el Señor y la Compañía, con muchos signos de la su vida
pasada y de la que esperaba eterna, dio l'ánima a su Criador y
33
Señor» .

El año 1540 trajo un nuevo desenvolvimiento en la vida de la


Compañía. Los compañeros no solamente se ausentaban de Ro-
ma, sino que recibían destinos fuera de Italia. El rey de Portugal
había solicitado al Papa algunos de ellos para las Indias. Simón fue
designado, y junto con él, Javier, en reemplazo de Bobadilla, como
es bien conocido. Esta nueva situación creaba un problema para
las deliberaciones de la Compañía que habrían de ser tomadas por
un tiempo en los siguientes años de elaboración de sus leyes. Ya
no sería posible que los diez primeros tomaran parte en las consul-
tas y discernimientos comunitarios. Antes de que Simón y Javier
partieran, se reunieron seis que estaban en Roma para firmar lo
34
que Ignacio llama «Determinatio Societatis, 4 martii 1 5 4 0 » .
Dicha «Determinación» respira un profundo sentido de comu-
nión. Todos son conscientes de formar un cuerpo en proceso de
configuración jurídica. Comprenden la importancia de que en ese
período de estructuración en el que habrá que tomar decisiones

3 3
Fabro, p. 481-482. Texto descubierto por el compañero Hermann Rodríguez,
S.J., mientras preparaba su tesis doctoral en Comillas, quien generosamente me lo
proporcionó.
3 4
Los firmantes fueron Ignacio, Simón, Javier, Jayo, Coduri y Salmerón. Ver
MI, I, pp. 23-24.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 139

fundamentales, todos los miembros se hagan presentes de alguna


manera y participen en su elaboración. Sin embargo, una vez que
se dispersen será difícil, si no imposible, juntarse para discernir y
deliberar. Así que felizmente acuerdan un recurso:

«Como acaezca, según piadosamente creemos, por disposición


de Dios Infinitamente bueno y grande, que seamos, por mandato
del sumo Pontífice cabeza de toda la Iglesia, segregados por
diversas partes del mundo, y esas lejanas; considerando noso-
tros los que hemos sido juntados en un cuerpo, que pueden
sobrevenir muchas cosas que podrán tocar el bien de toda la
Compañía, como de hacer constituciones y otros cualquiera, pa-
reciónos a todos los que en este tiempo nos hallamos en Roma, y
así lo determinamos, que todas estas cosas se hayan de dejar al
juicio y decisión del mayor número de votos de aquellos (que son
de nuestro cuerpo) que morando en Italia, pudieren ser convoca-
dos o pedírseles por cartas los votos, por los que se hallaren en
Roma; y vistos así la mayor parte de los votos... podrá determinar
acerca de las cosas sobredichas pertenecientes a toda la
Compañía, como si toda ella estuviese presente; porque así pare-
35
ció a todos y lo tuvieron por bien en el Señor»

Los compañeros que se ausentaban se remitían a los que que-


daban en Italia y fácilmente pudieran ser convocados a Roma o
consultados por carta. Tendrían el poder de decidir por mayoría de
votos las cosas más importantes de la Compañía, como si toda ella
estuviese presente.
Destacamos algunos aspectos de esta Determinación por su
significado corporativo:

• La actividad apostólica impone una vez más exigencias al


estilo de la comunidad ignaciana: la Compañía no podrá dejar
los trabajos que tiene entre manos para reunirse a discutir y
resolver aun sus más importantes asuntos;
• con marcado espíritu de cuerpo, confían a una parte de ellos
el oficio de representar a toda la Compañía: sus consultas y
decisiones tendrán valor como si toda ella estuviese presente.
En documentos posteriores aparecerá un nuevo vocablo en el
lenguaje de la Compañía: remitirse;
• se habla por primera vez en un documento escrito, del bien
universal de la Compañía, expresión que aparecerá continua-
mente en el futuro;

3 5
MI, I, pp. 23-24.
140 AMIGOS EN EL SEÑOR

• para comunicar mayor fuerza a esta Determinación, se ex-


presa que ha sido tomada «porque así pareció a todos» y lo
tuvieron por bien delante del Señor;
• se acepta el criterio de la mayoría y la posibilidad de pedir
votos por carta a los que están en Italia. Constituidos en re-
presentantes de los demás que están fuera de Italia, ejercerán
su responsabilidad, aun si el trabajo les impide en alguna oca-
sión viajar a Roma.

Al día siguiente de la firma de esta Determinación, Simón Ro-


drigues salió de Roma hacia Portugal, camino de las Indias. Pocos
días más tarde, el 16 de marzo, lo seguiría Javier, para quien en
adelante la Compañía no existirá más como amable comunidad de
vida, sino como cuerpo universal vigorosamente unido en la disper-
sión apostólica. Por primavera, Diego de Eguía encabezaría el
puñado de jóvenes enviados a estudiar en París, donde se habían
formado los primeros. En septiembre Fabro saldría de Parma con
destino a Alemania y España. Al año siguiente Broet y Salmerón
serían enviados a Irlanda. Desde la pobre y destartalada casita de
Antonino Frangipani, perdida en un rincón de la Ciudad eterna, la
Compañía de Jesús se abría al mundo entero en el espíritu de las
dos Banderas. La comunidad de los diez amigos en el Señor se
esparcía por la universal comunidad de la Iglesia, sirviéndole al
estilo de Jesús pobre y humilde.
La Compañía fue aprobada en septiembre, pero pasaron toda-
vía siete meses antes de designarle un superior. Polanco sintetiza
en su Chronicon los acontecimientos que siguieron hasta la elec-
ción del General: «En Roma el P. Ignacio regía el timón de la nave-
cilla; pero más bien como padre que los había engendrado a todos
en espíritu y a cuya prudencia y caridad ordinariamente se plega-
ban». Estaban con él en Roma Codure y Salmerón cultivando la
mies según las posibilidades de sus débiles fuerzas. Para los pri-
meros meses de 1541, Ignacio convocó a los compañeros esparci-
dos por Italia para discutir las primeras constituciones y para elegir
un prepósito. «De Siena vino el P. Pascasio, de Brixia el P. Jayo,
de Parma el P. Laínez... trayendo consigo algunos novicios». Ja-
vier, Simón y Pedro Fabro estaban impedidos por la distancia y
Bobadilla retenido por encargo del Papa, pero «se adhirieron por
escrito al parecer de los que se reunieran en Roma y enviaron sus
3 6
votos cerrados» para la elección .

3 6
Chron., I, 90-91.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 141

Desde finales de enero habían dejado la casa de Frangipani,


escenario de su caridad con los campesinos víctimas del invierno,
de las deliberaciones de 1539, de la primera misa de Ignacio y de
la dispersión apostólica. Se trasladaron frente a la iglesita de Santa
María de la Strada, que poco antes había cedido Paulo III a la
3 7
Compañía . Ribadeneira recuerda: «estábamos obra de una do-
cena [de estudiantes] que nos habíamos allegado a los primeros
padres, para seguir su vida e instituto. Vivíamos con grande pobre-
za y estrechura en una casa alquilada, vieja y caediza, en frente
38
del templo viejo de la Compañía...» En efecto, con Ignacio, Co-
dure y Salmerón, estaban cerca de doce más, sacerdotes y laicos
que habían dado sus nombres a la Compañía ese año y el anterior.
Comenzaba así, paralelamente a la dispersión, la cuarta residen-
cia, sede del gobierno de la Orden y de un intenso apostolado por
la ciudad, punto de partida y de regreso de las varias misiones y
sitio de probación de los candidatos que Ignacio mismo formaba.
En esta casa él vivirá el resto de sus años, ocupado en la tarea de
hacer constituciones, en un ambiente de oración y consulta, favore-
3 9
cido de frecuentes visiones y confirmaciones .

Sección segunda

Los primeros documentos

El volumen MONUMENTA CONSTITUTIONUM PRAEVIA de


Monumenta Ignatiana, contiene cuarenta y ocho documentos rela-
cionados con la preparación de las Fórmulas y Constituciones de la
Compañía. Aunque varios de estos documentos son posteriores a
los textos a y A de las Constituciones, todos preceden al último
texto español (B) o autógrafo que tuvo en sus manos y corrlgió con-
tinuamente San Ignacio. El contenido de este volumen está formado
por documentos pontificios, textos elaborados con el trabajo de los
primeros compañeros, y otros que directamente pertenecen a Igna-
cio o se relacionan particularmente con él. Todos de incalculable

3 7
Ver P. TACCHI VENTURI S.J., La prima casa di S. Ignazio di Loyola in Roma,
13. La casa pertenecía a Camilo Astalli y fue alquilada por 30 escudos al año. Ver
FN, III, Mon. 7: De origine domus professae, 175-182, con notas. García-Villoslada
refiere cómo Paulo III le otorgó en 1540 la parroquia de Santa María de la Strada a
Pedro Codacio, joven sacerdote que había ingresado a la Compañía el año anterior,
probablemente con el propósito de que pasase a manos de la Compañía por medio
del novicio. Ver San Ignacio... p. 474-476.
3 8
Ribadeneira, Vida del P. Ignacio, III, 1.
3 9
Autob., nn. 99-100.
142 AMIGOS EN EL SEÑOR

valor para desentrañar el proceso gradual de elaboración del texto


definitivo de las Constituciones, en el que los diez primeros compa-
ñeros pusieron su parte de algún modo y en diversa proporción, así
como también otros padres cuyo consejo solicitó innumerables ve-
4 0
ces Ignacio . Hemos seleccionado solamente unos pocos con un
doble criterio: los que nos ofrecen directamente, material para des-
cribir la comunidad de la Compañía; y los que cubren los años 1539
y 1541 cuando los compañeros, todos o en su mayor parte reuni-
dos, intervinieron en redactar su primera legislación.
En total, cinco documentos se consideran en esta sección:
1. La Deliberación de los primeros padres en 1539, que com-
prende el acta de las consultas y de las decisiones a que llegaron.
2. Las Determinationes Societatis o conclusiones de siete com-
pañeros, que complementan el acta de las deliberaciones de 1539.
3. La Prima Societatis lesu Instituti Summa de agosto de 1539,
con los cinco capítulos presentados a la aprobación de Paulo III, y
la Bula Regimini militantis Ecclesiae del 27 de septiembre de 1540.
4. Las Constituciones de 1541 llamadas por Polanco «constitu-
ciones viejas».
5. La Forma de la Compañía y Oblación, documento redactado
por San Ignacio sobre la elección del General y la solemne profe-
4 1
sión de los compañeros en San Pablo .

Deliberaciones de 1539

Es el documento más antiguo en relación con la constitución de


la Compañía. Ignacio le puso título con su propia mano: «1539. En
tres meses. El modo de ordenarse la Compañía para dar obedien-
cia a uno della». Es un acta de las reuniones o juntas celebradas
por los compañeros desde la mitad de la cuaresma de 1539 hasta
la fiesta de San Juan Bautista, 24 de junio del mismo año. Con
detalle relata no sólo las determinaciones «o deliberaciones», sino
también el proceso de discernimiento que las preparó y la forma
como lo llevaron a cabo. La redacción del documento ha sido atri-
buida a Pedro Fabro o a Juan Codure, sin argumentos suficiente-
mente claros; pertenece muy probablemente a todos, que confia-
rían luego a uno de ellos la tarea de escribir lo que habían acorda-
do en común.

4 0
Ver MI, Const., I, proleg., especialmente pp. XXXIII-XXXV.
4 1
Este último documento no forma parte de Monumenta Constitutionum
Praevia. Se encuentra en FN, 1,15-22.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 143

Desde el punto de vista de la comunidad, ofrece los más pre-


ciosos datos, no sólo por ser el primero, sino porque describe
minuciosamente el método de discernimiento o búsqueda comuni-
taria que emplearon los compañeros y manifiesta con toda claridad
el sentido de comunión y de cuerpo apostólico que quisieron darle
a la Compañía antes de separarse, así como el significado y fun-
ción de la obediencia en relación con la comunidad.

Introducción a la lectura del documento

El texto registra en sus primeras líneas no sólo la fecha sino


también el momento psicológico en que comienzan sus reuniones:

«La cuaresma pasada, como instase el tiempo en que convenía


dividirnos y separarnos unos de otros «lo cual también esperába-
mos con sumos deseos para llegar cuanto antes al fin que tenía-
mos ideado y establecido, y con vehemencia deseado», resolvi-
mos tener juntas entre nosotros por muchos días antes de la
42
separación, y tratar de ésta nuestra vocación y forma de vivir» .

Broét y Salmerón están para partir, como ya indicamos. No es


nostalgia por la próxima separación lo que invade el espíritu de los
compañeros. Muy por el contrario, están ansiosos y esperan con ilu-
sión dar comienzo firme a la realización de su ideal. El trabajo apostó-
lico que desarrollan en Roma mientras esperan la manifestación del
Papa, tiene un carácter provisorio; así lo deja traslucir Ignacio en su
carta a Isabel Roser en diciembre de 1538: «Somos ya mucho infes-
tados de unos prelados y de otros para que en sus tierras (Dios N.S.
obrando) fructificásemos. Nosotros estamos quedos para esperar
mayor oportunidad... así ahora... todos somos juntos en ánimo para
concertarnos para adelante: lo cual esperamos en Dios N.S., que
43
presto dispondrá cómo en todo sea más servido y alabado» .
Por fin llega a la casita Frangipani la alegre noticia de que el
Papa quería enviar dos de ellos fuera de Roma. La imagen de
Jesús, «Señor de todo el mundo [que] escoge tantas personas,
apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el mundo, espar-
ciendo su sagrada doctrina por todos estados y condiciones de per-
44
s o n a s » , comienza a hacerse realidad con esta primera misión de

4 2
MI, Const., I, pp.1-2. El texto del acta está en latín. Utilizamos la traducción
española tomada de Cartas de San Ignacio de Loyola, tomo I, apéndice II, 4,
Madrid, 1874.
4 3
MI, Epp., I, 141-143.
4 4
EE., 145.
144 AMIGOS EN EL SEÑOR

Paulo III. Prueba de que no estaban aún concertados en la idea de


transformar su grupo en una comunidad religiosa y mucho menos
en un cuerpo para mantenerse unidos en la dispersión, es el hecho
de que se encontraron impreparados y con pareceres diferentes
para sortear el momento. Más aún, como ya había sucedido en
otras ocasiones, la diversidad de naciones y culturas fue causa de
divergencia de opiniones, si bien todos tenían una misma intención
y voluntad de buscar la voluntad de Dios según el blanco de su
vocación. Diversidad que no los sorprende, pues hasta los mismos
apóstoles - c u y a imitación y seguimiento inspiraba todos sus pro-
yectos- tuvieron pareceres diversos y aun adversos:

«Lo cual [juntarnos para tratar de nuestra vocación y forma de


vivir], como hubiésemos hecho muchas veces, y unos de noso-
tros fuesen franceses, otros españoles, otros saboyardos y otros
cántabros, teníamos acerca de este nuestro estado variedad de
sentencias y opiniones, si bien todos con una misma intención y
voluntad de buscar la beneplácita y perfecta voluntad de Dios,
según el blanco de nuestra vocación. Pero en cuanto a los me-
dios más expedientes y fructuosos, tanto a nosotros cuanto a los
demás prójimos nuestros, había alguna pluralidad de sentencias.
Y a ninguno debe causar admiración que entre flacos y frágiles
interviniese esta pluralidad de opiniones, pues los mismos
Apóstoles, Príncipes y Columnas de la santísima Iglesia, y otros
muchos varones perfectísimos (a los cuales nosotros somos in-
dignos de ser comparados aun de lejos), tuvieron tal vez entre sí
diverso y aun adverso sentir, y nos dejaron en escrito sus senten-
45
cias contrarias» .

El método de discernir

El modo que eligieron para llegar a conclusiones sobre su


forma de vida muestra un esquema de búsqueda en común que
anima y dirige todo el proceso de las reuniones y de la reflexión
personal fuera de ellas. El acta recoge paso a paso el derrotero de
un grupo de hombres que ora, reflexiona, intercambia y decide, en
un momento trascendental de su vida común. Ya han practicado en
París y en Venecia esta manera de discernir sus asuntos, pero
aquí lo describen con riqueza de detalles como una reflexión madu-
ra y perfeccionada. Su valor aumenta si consideramos que consti-
tuye ya un estilo propio que se transmitirá a los discernimientos de
las primeras comunidades de la Compañía en Europa.

4 5
MI, Const, I, p. 2.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 145

Algunos han visto en las Deliberaciones de 1539 un modo cabal


de discernir en común por el tercer tiempo indicado en el texto de
los Ejercicios. Es decir, en una situación tranquila, «cuando el ánima
no es agitada de varios espíritus y usa de sus potencias naturales
46
libera y tranquilamente» , considerando, a la luz del principio y fun-
damento, las razones en favor y en contra de lo que se propone al
discernimiento. Habría que poner esto en duda, si se piensa que la
convergencia en el primer punto de su discernimiento - l a voluntad
unánime de mantener su unión y garantizarla reduciéndose a un
cuerpo tan estrechamente ligado que nada pueda disolver-, fue una
decisión tan clara, tan segura, sin lugar a dubitación alguna, que
bien pudo haber sido una elección por primer tiempo.
Otra cosa es cuando llegaron a la pregunta sobre la convenien-
cia o no de agregar el voto de obediencia al de pobreza y castidad
que habían profesado desde Montmartre. Aquí a las naturales dife-
rencias de naciones y cultura se sumaron las sentencias y opinio-
nes objetivas en torno al significado de tal voto y a las circunstan-
cias históricas concretas en que se disponían a introducirlo. El acta
vuelve a iluminarnos:

«Para solución de esta duda, como nos diésemos por muchos


días a la oración, y la confiriésemos sin que nada ocurriese que
llenase nuestros ánimos, esperando en el Señor, comenzamos a
47
pensar entre nosotros algunos medios para mejor desatarla» .

El orden de discernimiento que siguen es el que proponen los


Ejercicios para cuando no se ha podido hacer elección por el pri-
mero o por el segundo tiempo. Después de la oración y reflexión
personal de cada uno, sin consultarse ni conferir razones el uno
con el otro, se reunían por la noche:

«preparados para decir cada uno los inconvenientes que pudiese


haber contra la obediencia, las razones que ocurrían, y las que
cada uno de nosotros había hallado a solas, pensando, meditan-
do y orando... en el día inmediato siguiente discurríamos en con-
trario, proponiendo las utilidades y frutos de la misma obedien-
cia... pasando, pues, muchos días en que por una y por otra parte
ventilamos largamente acerca de la solución de la duda, pensan-
do y examinando las razones de mayor momento y eficacia...
48
concluimos...»

4 6
EE. 177.
4 7
MI, Const., I, p. 4.
4 8
MI, Const,, I pp. 5-7.
146 AMIGOS EN EL SEÑOR

Parece claro que en este segundo tema de discernimiento se


empleó el tiempo tranquilo, discurriendo con libertad sobre los
inconvenientes y utilidades de introducir el voto de obediencia, y
por este modo obtuvieron la convergencia deseada.
Con todo, no se debe pasar por alto que, aunque en las reunio-
nes nocturnas se proponía lo que cada uno había orado, meditado
y reflexionado, trayendo razones a favor y en contra, había precedi-
do todo un día de discernimientos personales, como habían conve-
nido: que «cada cual de tal modo se preparase, y de tal suerte se
diese a la oración, meditación y sacrificios, que procurase conse-
guir el gozo y paz en el Espíritu Santo acerca de la obediencia, y
tener cuanto fuese de su parte más inclinada la voluntad a obede-
cer que a mandar...» ¿No se puede reconocer aquí un discerni-
miento por el segundo tiempo, ya que cada uno a lo largo de la jor-
nada procuraba conseguir a través de la oración y el sacrificio la
consolación del Espíritu: el gozo y la paz? ¿Más aún, cuando se
esforzaban en inclinar la voluntad, liberándola de afectos desorde-
nados a mandar, para hacerse más disponibles a obedecer? Dis-
cernimiento de segundo tiempo, por experiencia de consolaciones
y desolaciones, cuyo fruto («¿asaz claridad y conocimiento»?) tam-
bién sería aportado por cada uno durante la puesta en común del
final de la jornada.
Opinamos, pues, que la Deliberación de 1539 fue fruto de un
discernimiento en común que se desenvolvió a lo largo de tres me-
ses de búsquedas y hallazgos por los tres tiempos de elección.
Claramente, por el primer tiempo, en la decisión de mantener la
unión y congregación que Dios les había dado y reforzarla redu-
ciéndose a un cuerpo. Por el tercer tiempo, de razones, en la acep-
tación del voto de obediencia. Y por el segundo tiempo a todo lo
largo del discernimiento, procurando cada uno conseguir el gozo y
la paz en el Espíritu Santo, y compartiéndolos en el momento de
los encuentros vespertinos.
El método de discernir que escogieron fue también el propio de
un grupo de hombres comprometidos en el trabajo apostólico.
Están en plena cuaresma, sin tiempo apenas para comer y descan-
sar, dado el número de gente que acude a sus predicaciones y
ministerios. ¿Cómo sustraerse a sus servicios apostólicos para
dedicarse a buscar tranquilamente la voluntad del Señor sobre su
futuro? Se proponen varios caminos:

«¿Si convendría retirarnos todos a algún desierto, y estarnos en


él por 30 o por 40 días, empleándonos en meditación, ayunos y
penitencias, para que el Señor oyera nuestros deseos y se digna-
ra de imprimir en nuestras mentes la solución? ¿O si irían tres o
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 147

cuatro allá, en nombre de todos para el mismo efecto? ¿O si, en


caso de que ningunos hubiesen de ir al desierto, quedándonos
dentro de Roma, aplicaríamos la mitad del día a éste nuestro
negocio principal, para que tuviésemos mayor y más cómodo
lugar de meditar, pensar y orar, y el resto del día gastaríamos en
nuestros acostumbrados ejercicios de predicar y oír confesio-
49
nes?» .

Entre las varias alternativas resuelven quedarse en Roma sin


interrumpir su trabajo. La razón es doble: para no causar escándalo
en la ciudad y entre el pueblo «que pensaría y juzgaría... o que
habíamos hecho fuga, o que maquinábamos alguna novedad, o
que éramos poco firmes y constantes en lo que una vez habíamos
comenzado»; y para no malograr el fruto que estaban consiguien-
do, «tan grande, que si fuésemos cuatro tantos en número más de
los que éramos, no podríamos, como ni ahora, satisfacer a todos».
Así que trabajaban durante el día y por las noches se reunían para
que cada uno propusiera lo que había sentido y juzgado mejor y
más conveniente en el Señor durante aquel día.

«Tres preparaciones del espíritu»

Estar unidos con Dios en la acción es la más lograda expresión


de la espiritualidad ignaciana (ser contemplativos en la acción,
enseñaba Nadal). Una actitud con doble dirección: comprometidos
en las responsabilidades de nuestra realidad cotidiana de tal modo
que descubramos en ella la presencia actuante de Dios y camine-
mos en sintonía con su amor creador (buscar y hallar a Dios en
todas las cosas); y unidos con Dios en la intimidad del corazón,
aprendiendo a amar con El y como El su creación. Ni un compromi-
so con el mundo que nos haga olvidar de Dios, ni una unión con
Dios que nos desinterese de las realidades terrenas. Ignacio lo
explicó diáfanamente en las Constituciones y lo propuso como ta-
rea y aprendizaje a los escolares en su camino de incorporación a
la Compañía: «Todos se esfuercen de tener la intención recta, no
solamente acerca del estado de su vida, pero aun de todas cosas
particulares, siempre pretendiendo en ellas puramente el servir y
complacer a la divina Bondad... y sean exhortados a menudo a
buscar en todas cosas a Dios nuestro Señor... a El en todas aman-
50
do y a todas en El, conforme a la su santísima y divina voluntad» .

4 9
MI, Const., I, p. 4.
5 0
Const., 2 8 8 . Ver JOSÉ A . GARCÍA S.J. En el mundo desde Dios. Vida religiosa
y resistencia cultural. Capítulo 6 , «Místicos horizontales», Sal Terrae, pp. 1 0 7 - 1 2 0 .
148 AMIGOS EN EL SEÑOR

Esta espiritualidad nutre la vida de los compañeros durante la


cuaresma de 1539, mientras se desgastan en servicio del pueblo a
la vez que disciernen sobre su futuro inmediato. Dado que no quie-
ren ni pueden abandonar sus actividades apostólicas, se disponen
a trabajar durante el día y discernir en común por las noches, para
lo cual se preparan a lo largo de la jornada con lo que llaman «tres
preparaciones del ánimo»:

«La primera: que cada cual de tal modo se preparase, y de tal


suerte se diese a la oración, meditación y sacrificios [durante la
jornada] que procurase conseguir el gozo y paz en el Espíritu
Santo. /

La segunda: que ninguno de los compañeros hablase de este pun-


to con otro, o le pidiese razones, para que por ninguna persuasión
ajena fuese atraído o inclinado más a obedecer que a no obe-
decer, o al contrario, sino que cada uno inquiriese lo que pudiese
alcanzar de la oración y meditación como más expediente.

La tercera: que cada cual se imaginase como extraño desta


nuestra Congregación... porque en esta consideración no se
dejase llevar de aficiones algunas para más opinar y juzgar el
uno de los extremos, sino, como si fuese extraño, profiriese con
51
libertad su sentir acerca del propósito...»

Aplicación comunitaria del primer modo


de hacer elección en Ejercicios

Podríamos casi delinear el esquema de trabajo que utilizaron


los primeros padres durante estos meses de consulta, que se ajus-
ta a lo que el texto de los Ejercicios llama «Primer modo de hacer
52
sana y buena elección» .

1. Se proponía claramente el asunto que debían examinar por


la noche: «Con estas previas disposiciones del ánimo, orde-
namos que el día siguiente nos juntásemos todos, preparados
para decir cada uno los inconvenientes que pudiese haber
contra la obediencia, las razones que ocurrían, y las que cada
uno de nosotros había hallado a solas, pensando, meditando
y orando... En el día inmediato siguiente discurríamos en con-
trario, proponiendo las utilidades y frutos de la misma obe-

5 1
MI, Const., I, p. 5.
5 2
EE., 178-183.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 149

diencia que cada uno había sacado de la oración y medita-


53
ción...»

2. Se encuentran libres y unidos en cuanto al fin que se pro-


ponen: «Como también nosotros juzgásemos variamente, y
anduviésemos solícitos y desvelados por hallar alguna vereda
muy llana por donde caminando ofrecernos totalmente en
holocausto a Nuestro Dios, a cuya alabanza, honor y gloria
cediesen todas nuestras cosas; decretamos por último, y esta-
blecimos, por sentencia concorde, instar con mayor fervor de
lo acostumbrado a la oración, sacrificios y meditaciones; y
después de aplicada de nuestra parte alguna diligencia, echar
en lo demás nuestro pensamiento a los pies del Señor, espe-
rando de El, como tan bueno y liberal, que así como no niega
el buen espíritu a ninguno que se lo pide en humildad y simpli-
54
cidad de corazón... tampoco nos faltaría...» En el fin están
todos de acuerdo; pero en cuanto a los medios para lograrlo
hay diversidad de opiniones, por lo que quieren «hallar una
vereda muy llana, por donde caminando...» consigan la mayor
alabanza y servicio de Dios.

3. Intensifican la oración y los sacrificios, ofrecen la Eucaristía


y en sus reflexiones piden a Dios se digne mover sus volunta-
des y poner en sus corazones lo que deben hacer. Aplican
diligentemente, durante el día (per diem) su capacidad de dis-
currir, razonando en pro y en contra las alternativas, cada uno
a solas; y por la noche (noctu) propone cada uno a los demás
lo que ha pensado y sentido mejor y más expediente, delante
del Señor, «para que todos a una abracen la sentencia más
verdadera, examinada y probada con las razones más efica-
55
ces» .

4. Lo más probable es que el discernimiento se haya prolon-


gado suavemente durante aquellos tres meses y que las reu-
niones de la noche fueron espaciadas, para dar lugar a que
cada uno madurara su reflexión. Pasados muchos días en

5 3
Ver EE., 178: «El primer punto es proponer delante la cosa sobre que quiero
hacer elección».
5 4
Ver EE.,179: «Segundo, es menester tener por objeto el fin para que soy
creado... y con esto hallarme indiferente... para seguir aquello que sintiere ser más
en gloria y alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima».
5 5
Ver EE.,180-182. Obsérvese especialmente la aplicación comunitaria de
este procedimiento.
150 AMIGOS EN EL SEÑOR

que ventilaron muchas cuestiones con detenimiento, conclu-


yeron «no por pluralidad de votos, sino por total concordia de
56 S
dictámenes» . Dice el texto de los Ejercicios en el 5 punto
del primer modo de hacer elección: «Después que así he dis-
currido y raciocinado a todas partes sobre la cosa proposita,
mirar dónde más la razón se inclina; y así, según la mayor
moción racional, y no moción alguna sensual, se debe hacer
deliberación [determinación, elección] sobre la cosa proposi-
5 7
t a » . No cabe duda de la fidelidad con la que los compañeros
aplicaron este modo de hacer elección personal propuesto en
los Ejercicios, a su consulta comunitaria. Advirtamos, de paso,
que San Ignacio usa aquí el vocablo hacer deliberación, en el
sentido de determinar o hacer elección.

5. Terminada la elección, se congregan en torno a la mesa


eucarística para ofrecerla al Señor y esperar su confirmación.
Bobadilla comenta: Fabro, «quien era como el padre de todos
para las confesiones», celebró la misa y les interrogó a todos
y a cada uno si querían permanecer unidos y hacer una «reli-
gión» entre ellos, supuesto el beneplácito de Dios y del sumo
Pontífice; y si cada uno quería pertenecer a aquella religión y
Compañía. Todos tenían un mismo parecer y respondieron
afirmativamente; entonces les dio la Eucaristía y firmaron la
5 8
constancia de su decisión . Se ajustan con fidelidad al punto
sexto del texto de los Ejercicios: «Hecha la tal elección o deli-
beración, debe ir la persona que tal ha hecho, con mucha dili-
gencia, a la oración delante de Dios nuestro Señor y ofrecerle
la tal elección para que su divina majestad la quiera recibir y
5 9
confirmar, siendo su mayor servicio y alabanza » . Forma
parte ya de su modo de proceder la costumbre de sellar los
grandes momentos de su vida en torno a Jesús en la Euca-
ristía. El documento que todos firmaron pueda verse entre los
«monumenta praevia»; lleva la fecha del 15 de abril de 1539,
es decir, el día en que tomaron la primera decisión de «no
deshacer la unión y congregación que Dios había hecho, sino
antes confirmarla y establecerla más, reduciéndonos a un
60
cuerpo» .

5 6
MI, Const., I, p. 7: «Tándem, Domino prestante auxilium, non per plurium
vocum sententias, sed nullo prorsus dissidente, conclusimus...»
5 7
EE.,182.
5 8
Bobadilla, 617.
5 9
EE., 183.
6 0
MI, Const., I, p. 3.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 151

Las dos grandes «deliberaciones» o decisiones

Aunque a lo largo de las páginas anteriores hemos conocido


los dos puntos fundamentales sobre los que giraron las consultas
de aquella cuaresma de 1539 y las decisiones o deliberaciones a
las que llegaron por unanimidad, su trascendencia merece que les
dediquemos, a modo de síntesis, un apartado especial.

Consolidar la unión

«La primera noche en que nos juntamos, se propuso esta duda:


¿si sería más expediente, pues habíamos ofrecido y dedicado
nuestras personas y vida a Cristo N.S. y a su verdadero y legíti-
mo Vicario en la tierra, que él disponga de nosotros, y nos envíe
a donde más juzgare que podemos fructificar, - y a sean indios, ya
herejes, ya cualesquiera fieles o infieles-; si sería más expedien-
te, digo, que estuviésemos de tal suerte unidos entre nosotros y
coligados en un cuerpo, que ninguna división de cuerpos, por
grande que fuese, nos separase? ¿O si quizá no convendría
esto? Lo cual, para que se haga manifiesto por un ejemplo: he
aquí que ahora el sumo Pontífice envía a dos de nosotros a la
ciudad de Siena. Pregunto: ¿debemos quedar los demás con cui-
dado de los que allá fueren, o llevarle ellos de nosotros y mante-
ner inteligencia mutua? ¿O no hemos de cuidar más de ellos que
de los otros que están fuera de la Compañía? Definimos final-
mente la parte afirmativa: es a saber, que habiéndose dignado el
clementísimo y piadosísimo Dios de unirnos y congregarnos re-
cíprocamente, aunque somos tan flacos y nacidos en tan diver-
sas regiones y costumbres, no debíamos deshacer la unión y
congregación que Dios ha hecho, sino antes confirmarla y esta-
blecerla más, reduciéndonos a un cuerpo, teniendo cuidado unos
de otros, y manteniendo inteligencia para el mayor fruto de las
ánimas. Pues también la misma virtud unida tiene mayor vigor y
fortaleza para ejecutar cualesquier empresas arduas, que si estu-
viese dividida en muchas partes. Mas todas las cosas que ya se
han dicho, y que se dirán después, queremos se entiendan de tal
suerte, que nada afirmemos por nuestro capricho y propio espíri-
tu, sino solamente lo que el Señor inspirare sea lo que fuese, y
61
confirmare y aprobare la Sede Apostólica» .

La total sinceridad y libertad con que el problema se propone,


somete a examen la existencia misma de la comunidad que a lo
largo de estos años se ha vuelto hueso de sus huesos y carne de

6 1
MI, Const., i. p. 3.
152 AMIGOS EN EL SEÑOR

su carne, pedazo de su propia identidad. ¿Qué será lo más conve-


niente para gloria de Dios y provecho de las ánimas? Están dis-
puestos a todo. A lo mejor deberán disolverla para que cada uno
pueda partir con toda libertad a la misión, en obediencia al Papa e
independiente de los demás. En tal caso no quedará de la comuni-
dad más que el recuerdo nostálgico de aquellos años de familiari-
dad y de trabajo.
Pero una fuerza interior los movió a considerar otra posibilidad:
¿por qué no dar un vuelco a su comunidad, para que no fuera ya
como la venían proyectando, un grupo de compañeros y amigos
compartiendo vida en común y trabajando juntos, sino una comu-
nión en la dispersión apostólica, de tal manera consolidada por el
cuidado mutuo y la comunicación e inteligencia de los unos con los
otros, que «ninguna división de cuerpos, por grande que fuese» los
pudiera separar? ¿Por qué no confirmarla y establecerla aún más,
«reduciéndose a un cuerpo»?
No dudan, ni pueden dudar, de que es Jesús quien se ha dig-
nado llamarlos, unirlos y congregarlos, a pesar «de ser tan flacos y
nacidos en tan diversas regiones y costumbres». Es Dios nuestro
Señor quien así los mueve y los atrae; y no pueden menos de
seguir lo que les es mostrado «así como san Pablo y san Mateo lo
62
hicieron en seguir a Cristo» . No deben, pues, deshacer la unión y
congregación que Dios ha hecho, sino antes confirmarla y estable-
cerla más.
En el momento mismo en que la comunidad está a punto de
deshacerse, la establecen más sólidamente, haciendo «una com-
pañía que durase... donde otros se admitiesen para seguir el mis-
mo instituto, en ayuda de los prójimos... deseando imitar el modo
apostólico en lo que pudiesen», como lo explica Laínez a Polan-
6 3
c o . Y añaden una razón que será determinante en el futuro para
la elección de ministerios: el mayor fruto de las ánimas. «La misma
virtud unida tiene mayor vigor y fortaleza para ejecutar cualesquier
empresas arduas». Pero, con todo, la razón de ser de su comuni-
dad no es la eficiencia de un equipo, sino la creación que Dios ha
hecho entre ellos. Es una convicción llamada a mantenerse viva a
través de más de cuatrocientos cincuenta años. La Congregación
General XXXI, en su Decreto 19,2 dirá que: «La "comunidad" en la
Compañía de Jesús nace, pues, de la voluntad del Padre que nos
congrega en un solo cuerpo; y consiste en el con-sentimiento
(conspiratio) activo y personal de todos los miembros al cumpli-

6 2
EE, 175, primer tiempo para hacer sana y buena elección.
6 3
Laínez Epist., n. 49.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 153

miento de la voluntad divina, bajo la moción del Espíritu Santo... se


trata de una comunidad de hombres llamados por Cristo para vivir
con El, y asemejándose a El, realizar la obra de Cristo en sí mis-
mos y entre los hombres».

Introducir el voto de obediencia

«Decidida y resuelta esta primera duda, se llegó a otra, digna de


no menor consideración y providencia. Es a saber, si después que
todos habíamos hecho voto de castidad perpetua y voto de pobre-
za en manos del reverendísimo Legado de Su Santidad, cuando
estábamos en Venecia, si sería expediente, digo, hacer otro tercer
voto, de obedecer a alguno de nosotros, para que con mayor sin-
ceridad, alabanza y mérito, pudiésemos en todo y por todo hacer
la voluntad de Dios N.S., y juntamente la libre voluntad y precepto
de Su Santidad, a quien gustosamente le habíamos ofrecido todas
nuestras cosas, voluntad, entendimiento, fuerzas. Para solución
de esta duda, como nos diésemos por muchos días a la oración,
y la confiriésemos sin que nada ocurriese que llenara nuestros
ánimos, esperando en el Señor, comenzamos a pensar entre
64
nosotros algunos medios para mejor desatarla» .

Esta segunda deliberación va a dar un paso más en el proceso


orgánico de su configuración como un cuerpo apostólico. En cierto
sentido ya existe la obediencia entre ellos, la vienen practicando
voluntariamente desde Venecia al superior de turno. Ignacio, por lo
demás, ejerce un formidable liderazgo espiritual sobre todos. Y las
decisiones que toman en consultas comunes las acatan por unani-
midad, como expresión de que han alcanzado la comunión en lo
que sienten que agrada más a Dios. Pero ahora se proponen la
conveniencia de añadir el voto de obediencia, que los convierte en
una Orden religiosa.
La solución a esta duda no fue fácil. Requirió una larga y peno-
sa reflexión. Pasaban los días, como hemos visto, dedicados al tra-
bajo, a la oración y reflexión personal y al intercambio de opinio-
nes, sin hallar nada que aquietase su espíritu en el Señor.
Las objeciones contra el voto tenían que ver con las relaciones
de su comunidad hacia afuera y también con la misma estructura
interna: 1) el desprestigio que el nombre de «religión y de obedien-
cia» (orden religiosa) tenía entre el pueblo cristianó. Conscientes
de que el voto los convertiría en una nueva orden religiosa, si acep-

6 4
MI, Const., I, p. 4.
154 AMIGOS EN EL SEÑOR

taban esta estructura para su comunidad, hasta entonces libre y


espontánea, podría acarrearles una disminución en el influjo y pro-
vecho que ejercían entre la gente. 2) El peligro de no conseguir
tantas vocaciones que trabajaran fielmente en la viña del Señor,
cuando su interés se dirigía no sólo a conservar la comunidad, sino
también a perpetuarla y acrecentarla. 3) El temor de tener que vivir
bajo otra regla, menos adaptada al modo de proceder propio de su
vocación, con la consiguiente pérdida de libertad y movilidad. El
grupo necesitaba formas ágiles de vida y de disponibilidad apostóli-
ca, lo que apenas si podría realizarse con reglas, aun apostólicas,
pero ligadas a la tradición monástica y conventual: «No tendríamos
la oportunidad y lugar de trabajar en la salud de las almas como
hasta aquí... se frustrarían todos nuestros deseos, que a nuestro
65
parecer son agradables a Dios N.S.» .
Al discernimiento en común aportaron también las «utilidades y
frutos» de la obediencia, que cada uno había encontrado en su
oración y reflexión: 1) Alguno se preguntó si su congregación, sin el
suave yugo de la obediencia, tendría el cuidado conveniente de las
cosas prácticas; muy aterrizado y realista, recordó a los demás lo
que la experiencia les había enseñado: ninguno se responsabiliza-
ría, «cada cual le echaría la carga al otro». 2) Otro apuntó que si la
congregación no acogía la obediencia, no podría conservarse ni
perseverar por mucho tiempo, lo que repugna con lo que acababan
de decidir: mantenerla perpetuamente. Por esto «parece sernos
necesaria [la obediencia], sobre todo a nosotros que hemos hecho
voto de perpetua pobreza y andamos en continuos trabajos, tanto
espirituales como temporales, en los que menos se conserva una
sociedad». 3) Uno de ellos argüyó desde la consideración de que
la obediencia produce actos y virtudes heroicas y continuas. «El
que vive en verdadera obediencia, está prontísimo a ejecutar cuan-
tas cosas se le manden, ya sean dificilísimas , ya de las que oca-
sionan confusión, risa y espectáculo del mundo. Por ejemplo: si me
mandasen a mí que anduviese desnudo, o vestido con extravagan-
te traje por las calles y plazas «lo cual aunque nunca se mande,
cada uno está pronto de su parte a ejecutarlo, negando el propio
juicio y toda su voluntad), siempre estaría en actos heroicos que
acrecientan el mérito, pues nada postra tanto toda soberbia y arro-
gancia como la obediencia... que se acompaña estrechamente con
la humildad. 4) Otro estimó que aunque han prometido obediencia
66
al Papa y pastor, así en general como en p a r t i c u l a r , y él es el

6 5
MI, Const., i, p. 6.
6 6
La obediencia "en general y en particular" correspondería a lo que se escribe
luego en la Fórmula: "Societatem hanc universam et singulos", MI, Const., I, p. 27.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 155

jefe de la Compañía que puede enviarlos a todas partes en misión,


en lo referente a sus cosas particulares y contingentes, que son
innumerables, no podría él, ni aunque pudiera sería conveniente
6 7
que se encargara de ellas Además de la obediencia al Pontífice
para la misión, es conveniente, pues, tener un superior para los
asuntos y detalles de la vida cotidiana.
Tras muchos días de discurrir, la divergencia inicial de opinio-
nes dio paso a un consenso unánime:

«Favorecidos, finalmente, del auxilio divino, concluimos, no por


pluralidad de votos, sino por total concordia de dictámenes, ser-
nos más expediente y necesario dar la obediencia a alguno de
nosotros, para mejor y más exactamente poder ejecutar nuestros
primeros deseos de cumplir en todo la voluntad divina, para más
seguramente conservar la Compañía, y en fin, para poder dar de-
cente providencia a los negocios particulares ocurrentes, así
68
espirituales como temporales» .

El voto de obediencia es agregado como un medio para llevar


adelante sus primeros deseos de realizar la vocación tal como la
han recibido de iniciativa de Dios, para garantizar más seguramen-
te la comunión, cohesión y eficaz administración del cuerpo apos-
tólico diseminado en misión. Comenta el P. Dumeige: «Las condi-
ciones de una vida dispersa y dispersante hacían indispensable a
esos hombres que querían realizar el trabajo confiado a ellos por
Cristo, un vínculo que les garantizara la pureza de su ideal, la
69
dirección de su esfuerzo y la cohesión durable de su e m p r e s a » .
Las dos decisiones fundamentales, sin embargo, deben espe-
rar la confirmación de Dios, que confían recibir principalmente por
la aceptación del Sumo Pontífice. No quieren actuar por una volun-
tad propia, si no están seguros de que es lo que agrada a su divina
Majestad. Para Ignacio, todo es don del Espíritu. Lo que deciden es
primeramente «recibido» de arriba. Los Ejercicios son muy claros
con respecto a esta actitud. Tanto en el coloquio del Rey eternal,
como en el de las dos Banderas, el deseo de identificarse con Je-
sucristo en suma pobreza, en humillaciones y oprobios, está condi-
cionado al placer de la divina Majestad: «... yo quiero y deseo y es
mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y
alabanza... queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir
en tal vida y estado» (n. 98); «Un coloquio a nuestra Señora por-

6 7
M I , Const.,I, pp. 6-7. Ver GERVAIS DUMEIGE S.J. «La Genése de l'obélssance
¡gnatienne», Christus 1955, 314-331.
6 8
M I , Const., I, p. 7.
6 9
G. DUMEIGE, S.J.; «La Genése...» p. 324-325.
156 AMIGOS EN EL SEÑOR

que me alcance gracia de su Hijo y Señor, para que yo sea recibido


debajo de su bandera, y primero en suma pobreza espiritual y, si
su divina majestad fuere servido y me quisiese elegir y recibir, no
menos en la pobreza actual...» (n.147). El acta de las deliberacio-
nes consigna una declaración semejante precisamente después de
reseñar la decisión que han tomado de no deshacer la unión que
Dios ha hecho, sino confirmarla y establecerla más, reduciéndose a
un cuerpo; dice así: «Mas todas las cosas que ya se han dicho, y
que se dirán después, queremos se entiendan de tal manera, que
nada afirmemos por nuestro capricho y propio espíritu, sino sola-
mente lo que el Señor inspirase, sea lo que fuese, y confirmare y
70
aprobare la sede Apostólica» .
El acta de las Deliberaciones termina con la constancia de que
determinaron muchas otras cosas, observando y conservando el
mismo orden de investigar y proceder, es decir, examinándolas por
una y otra parte. El día de San Juan Bautista, todo «terminó de es-
tablecerse con suavidad y de consentimiento concorde de los áni-
mos, no sin los graves desvelos y oraciones, y trabajos de alma y
7
cuerpo, que precedieron a la definición y deliberación» ^.

Determinationes Societatis

Bajo el encabezamiento general de «Conclusiones septem so-


ciorum», este documento cubre el período de las Deliberaciones de
1539 comprendido entre mayo y junio y por lo tanto completa el
acta anterior, donde, como acabamos de decir, se anota que deter-
minaron otras cosas además de las dos fundamentales a que nos
hemos referido. Son quince capítulos, puntos o constituciones deci-
didos por los compañeros en diversos días entre el 3 de mayo y el
11 de junio, sin seguir orden alguno, lo que indica que se fueron
asumiendo a medida que se presentaban. En ellos aparece sobre
todo la relación entre las personas y su comunidad, si bien apenas
germinalmente.
Establecen que todo el que haya de entrar a la Compañía debe
hacer voto expreso de obediencia al sumo Pontífice ofreciéndose
para ir a cualquier provincia o región, tanto de fieles como de infie-
les; voto que no harán directamente ante él, sino en mano del
«Prelado de la Compañía» o en manos de toda la Compañía. Co-
mienza a abrirse camino una diferenciación de miembros que tie-

7 0
MI, Const., I, p. 3-4.
7 1
MI, Const., I, p. 7.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA ] 57

nen «suficiencia para aprovechar a los prójimos entre quienes son


enviados» y otros que son «menos suficientes». Estos últimos no
serán recibidos si no tienen el mismo espíritu, de tal manera que
también prometan que obedecerán al sumo Pontífice si son envia-
dos. Lo cierto es que los diez primeros compañeros eran «todos
maestros en artes y asaz versados en teología», pero pronto se
fueron juntando otros sacerdotes deseosos de seguir el modo de
proceder de los primeros, pero con menos cualidades para los
ministerios y las misiones delicadas a las que pudiera enviar el
Papa. Y aunque el criterio de las letras era importante, hay otro que
prevalece: que todos sean movidos por el mismo espíritu. A estos
los admitirán también, aunque no puedan decir más que «Cristo es
salvador», si son enviados a los infieles; o al menos que puedan
enseñar el Padre nuestro y los mandamientos, si han de trabajar
entre los fieles cristianos.
Otra determinación se refiere al caso de que uno de la Com-
pañía tuviese deseo de ir a una parte más que a otra. En ningún
modo podrá recurrir directamente al Pontífice, sino que deberá
exponer su deseo y remitirse al juicio de la Congregación o del pre-
lado. Y en ese caso, deberá ejercitarse por espacio de diez días en
cosas espirituales para que la Compañía conozca de qué espíritu
es movido. Tres elementos importantes se consignan en esta de-
terminación: la docilidad y sincera disponibilidad en manos del
Papa, el respeto a la iniciativa personal proveniente de la moción
del Espíritu en los corazones, y la apertura de los deseos y juicios
individuales a la comunidad, que actúa como intermediaria en un
discernimiento y juzga lo más conveniente. La moción del Espíritu,
que es principio de pluralidad y de comunión, interesa tanto a la
persona como al cuerpo apostólico.
Es claro que no están definiendo nada en abstracto; es una
experiencia comunitaria que viene rigiendo la vida del grupo. Re-
cordemos, por ejemplo, cuando el Papa por aquellos días había
ordenado que dos de ellos fueran a Parma y los compañeros de
común acuerdo eligieron a Fabro y a Laínez. Era fácil en aquel
pequeño grupo de diez amigos que se conocían tan bien, que las
personas se remitieran al juicio de los demás, en auténtico discer-
nimiento apostólico en común.
En varias de las conclusiones encontramos aspectos relativos a
la admisión de candidatos. Los compañeros deciden que antes del
noviciado de un año, común entonces a todas las religiones, los que
se reciben en la Compañía han de emplear además tres meses en
ejercicios espirituales, peregrinación y servicio en hospitales pobres.
Es decir, como quedará más claramente expresado en el documen-
to «Fundación de Colegio», de 1541: «quien ha de ser en nuestra
158 AMIGOS EN EL SEÑOR

Compañía, quier de una manera, quier de otra, ha de pasar por un


72
año y tres meses por experiencias y probación de v i d a » . En la
admisión y dimisión de novicios, el prelado está obligado a tomar la
opinión de algunos de la congregación, «según vea que mediante
ellos podrá informarse mejor de lo que conviene hacer...», pero
obtenida la información él mismo determinará según le parezca
73
mejor «para alabanza de Dios y provecho de la comunidad» . La
palabra «comunidad» es usada por primera vez para llamar a toda
la Compañía. Hay tres casos en que el prelado no solamente no
podrá decidir el asunto, pero ni siquiera tendrá voto: cuando el que
desea entrar es pariente suyo, cuando procede de la misma tierra,
cuando es su hijo espiritual. En estos casos, puesto que podría ser
movido por afectos de proximidad, «el juicio pasará a la mayor parte
de los demás de la Congregación y asamblea de ella».
Luego determinan que «habrá un prelado en toda la Compañía,
elegido ad vitam». Es sólo en 1546 cuando Paulo III concederá
también facultad de crear provinciales y superiores locales, que
sean vicarios del prepósito de la Compañía. Por siete años, sin
74
embargo, existirá solamente un superior jurídico .
El documento que analizamos comienza diciendo que el día 4
de mayo se tomaron las primeras nueve determinaciones, sin que
ninguno discrepara, y tres veces más se repite esta observación,
con evidente interés de afirmar la unanimidad que existe entre los
compañeros. De modo sorprendente nos encontramos ahora con
que el viernes antes de Pentecostés fue concluido por todos,
excepto Bobadilla, el artículo sobre la instrucción de los niños y
gente ruda por cuarenta días al año.
Este 23 de mayo va a marcar un momento importante en la to-
ma de decisiones comunes, que desde sus primeras consultas en
París han sido todas unánimes, superando diversidad de naciones
y costumbres y aun discrepancias iniciales de opinión. La coinci-
dencia en lo que consideraban esencial a su modo de proceder y
vocación, la absoluta sinceridad e indiferencia en la búsqueda de la
voluntad de Dios, la oración y la puesta en común de sus reflexio-
nes personales, habían permitido siempre concluir, «no por mayo-
ría de votos, mas sin disentir ninguno». Pero la oposición de Bo-
badilla a que este artículo sobre la enseñanza de la doctrina a los
niños cayera bajo voto formal que obligara bajo pecado mortal, ori-
gina una crisis en el seno del grupo.

7 2
MI, Const., I, p. 60.
7 3
MI, Const., I, p. 13-14.
7 4
MI, Const., I pp. 172-173. La primera provincia fue la de Portugal, creada en
1546.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 159

No pudiendo lograr el consenso de todos, contra la opinión del


compañero, decidieron, no obstante, y confirmaron ligarse por voto;
al tiempo que establecieron que en adelante no sería necesario
conseguir la unanimidad en ninguno de los asuntos que trataran,
por importantes que fueran. Será suficiente el juicio concorde de la
mayoría, aunque en las determinaciones de mayor gravedad toma-
rán tres días, para lograr un consenso antes de decidir.
La cláusula final de las conclusiones de ese día añade: «los
infrascritos aprobaron con sus firmas esta sentencia, juzgando que
no era justo excluir de otras decisiones a quien disentiese de los
demás». Vienen luego las firmas de Fabro, Jayo, Codure, Salme-
75
rón, Iñigo, Cáceres y L a í n e z . En mitad del documento y como
conclusión de la jornada de ese 23 de mayo, estas firmas acreditan
que se estaba tomando una decisión trascendental.
Se echa de menos la firma de Bobadilla, que rompía así una
«tradición» de la naciente Compañía. ¿Se había retirado de la reu-
nión cuando los demás decidieron seguir adelante y no considera-
ron que su oposición tenía fuerza de veto? No hubiera sido nada
extraño, dado su carácter; y además se explicaría-mejor el sentido
de la cláusula en la que todos afirman que no es justo excluir de las
discusiones a quien no esté de acuerdo con los demás. La comuni-
dad, con realismo y flexibilidad en aquellos momentos en que se
estructuraba, renuncia al ideal de la unanimidad y adopta una
norma más realista pero no menos segura de deliberar: tomar deci-
siones por mayoría, sin excluir de sus reflexiones a la opinión mino-
ritaria. Esta norma de la mayoría numérica sería confirmada en la
Bula Regimini militantis Ecclesiae. Pero la unanimidad, como vere-
mos más adelante, seguirá siendo una acariciada posibilidad en la
Compañía. Y no está de menos señalar de paso que Bobadilla, a
pesar de todo, siguió formando parte de los consultores del Ge-
neral Ignacio siempre que se encontraba presente en Roma.

7 5
MI, Const., p. 13. Es extraño que haya firmado Cáceres, que no pertenecía
al grupo de los «fundadores» y ni siquiera era sacerdote. Pero conocía el modo de
proceder de los compañeros desde París y era además «maestro» en artes por la
misma universidad. Sea cual fuere la razón, parece significativo que hayan acogido
en el cuerpo deliberativo de la comunidad un «escolar» que por su experiencia de
vida en la Compañía, podía contribuir al proceso de su estructuración. Los otros seis
firmantes eran los primeros compañeros, excepto Broét y Rodrigues, que habían
partido ya para Siena, Javier que probablemente estaba enfermo y Bobadilla que no
firmó.
160 AMIGOS EN EL SEÑOR

«Prima Societatis lesu Instituti Summa»


y Bula «Regimini militantis Ecclesiae»

Volvamos a tomar el documento que sirvió como minuta o pro-


yecto para la Bula de aprobación de la Compañía. Redactado pro-
bablemente por Ignacio entre junio y julio de 1539 por encargo de
los demás compañeros, como hemos dicho, contiene en Cinco
Capítulos los puntos fundamentales de la Compañía, que expresan
el «modo de proceder», la forma de vida de los primeros padres, y
fueron materia de las deliberaciones de esa cuaresma. Recor-
demos que Antonio Araoz los llevó al cardenal Contarini y éste los
leyó a Paulo III en Tívoli, quien los aprobó oralmente el 3 de sep-
tiembre.
Entre el contenido de estos «Cinco Capítulos», que conocemos
como la «Prima Societatis lesu Instituti Summa», y la Bula de apro-
bación «Regimini militantis Ecclesiae» de 1540, las diferencias son
de poco relieve en cuanto nos interesa para el tema comunitario.
Por eso los analizaremos en conjunto, señalando de paso las diver-
gencias cuando sea oportuno.

Introducción

El texto de Monumenta Histórica Societatis lesu presenta los


«Cinco capítulos» con el título «Prima Societatis lesu Instituti Sum-
ma», y los enmarca dentro de un proemio, una conclusión, y un
76
epílogo del cardenal Gaspar Contarini . El proemio es un cálido
mensaje de Paulo III a sus «queridos hijos» y un estimulante asen-
timiento de su forma de vida. En la conclusión, las palabras del
Papa aprueban, bendicen y confirman la fórmula contenida en los
cinco capítulos y animan a los compañeros a seguir su vocación
bajo la conducción del Espíritu, trabajando como buenos agriculto-
res en la viña del Señor. En el epílogo, el cardenal Contarini da fe
de haber leído personalmente los cinco capítulos al Papa, quien los
aprobó y concedió que se hiciera una Bula o Breve, según parecie-
ra conveniente. Las traducciones al castellano de la Summa omiten
desafortunadamente el proemio y nos privan de la hermosa des-
77
cripción de la comunidad de los diez primeros c o m p a ñ e r o s .
Caemos en la tentación de intentar su traducción adecuada aquí:

7 6
MI, Const., I, pp. 14-21.
7 7
Así, por ejemplo, la edición de las Constituciones de la Compañía de Jesús,
Introducción y notas para su lectura, preparada por S. Arzubialde, J. Corella y J.A.
García Lomas, en la colección Manresa, n. 12, Mensajero - Sal Terrae.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 161

«A los queridos hijos Ignacio de Loyola, Pedro Fabro, Jacobo


Laínez, Claudio Jayo, Pascado Broet, Francisco Xavier, Alfonso
Salmerón, Simón Rodrigues, Juan Coduri, Nicolás de Bobadilla,
maestros parisienses, de las diócesis de Pamplona, Ginebra, Si-
güenza, Toledo, Viceu, Embrún y Palencia.

Hemos oído con frecuencia de varias personas que vosotros,


sacerdotes pobres de Cristo, procedentes de diversas regiones
78
del mundo, os habéis j u n t a d o y, por inspiración del Espíritu
Santo, como creemos, os habéis puesto de acuerdo para actuar
según un único propósito: dejar los atractivos de este mundo para
dedicar vuestras vidas perpetuamente a nuestro Señor Jesucristo
y a su vicario en la tierra; y como nos lo han testimoniado conti-
nuamente varones de probada confianza, os habéis ejercitado
encomiablemente ya por varios años en la viña del Señor, predi-
cando públicamente la palabra de Dios, exhortando en privado,
oyendo confesiones, ejercitando a las personas en pías medita-
ciones, sirviendo en hospitales, peregrinando, instruyendo a
niños y a personas ignorantes en lo necesario para la vida cristia-
na, y, por fin, en todos los demás oficios de caridad; y dondequie-
ra que habéis estado, sin señal alguna de herejía, avaricia o
indignidad, sino atendiendo a todo con mucha aprobación y ala-
banza.

Oyendo todo esto de vosotros, nos gozábamos, como es conve-


niente, y en gran manera deseábamos que muchos, ojalá todos si
posible fuera, y principalmente los clérigos, se renovaran con el
ejemplo de la madura conversación (que tenéis vosotros); y
dábamos vueltas en la mente para ofrecer algún signo con el que
declaráramos que nos es grata vuestra virtud y religión.

Nuestro dilecto hijo, el cardenal Contarini, nos refirió que este


vuestro instituto de vida es alabado por muchos y por algunos tan
aprobado que también ellos lo quieren seguir; y que vosotros
mucho deseáis, para conservar y perfeccionar la unión de vuestra
Compañía en Cristo, establecer por escrito y con vínculo de obe-
diencia todas estas cosas que habéis comprobado por experien-
cia ser conducentes para el fin que os habéis propuesto; por lo
que suplicáis que entre nuestras constantes y gravísimas ocupa-
ciones, alguien por nos delegado considere si vuestra fórmula de

7 8
La traducción no alcanza a comunicar con fuerza la idea de unidad expresa-
da en el original latino «in unum convenerunt». La frase recuerda expresiones igna-
clanas similares: «todos somos juntos en ánimo para concertarnos» (MI, Epp., I,
143); «ayuntamiento en uno» (MI, Const., I, p. 62); «los que se han de ayuntar de la
5
Compañía» (Const., P.VIII, c.3 , 682). Lo mismo se puede decir de otras frases del
documento: «hechos compañeros» por «socii effecti»; «os habéis puesto de acuerdo
para actuar según un único propósito» por «in hanc unam voluntatem conspirasse».
162 AMIGOS EN EL SEÑOR

vida es conforme a los consejos evangélicos y sanciones canóni-


cas de los padres; y que habiéndola hallado congruente con la
pureza de la religión cristiana, sea por nos, como se acostumbra,
bendecida y aprobada.

Como esta vuestra petición ha encontrado nuestro ánimo benévo-


lamente inclinado hacia vosotros desde hace mucho tiempo,
hemos delegado vuestro negocio al querido hijo Tomas Badia,
maestro del sacro palacio; quien, examinadas maduramente las
cosas, nos respondió que le parecía santo y devoto todo el pro-
yecto de vuestra Compañía, así como la Suma de la regla que
deseáis guardar, contenida en los cinco capítulos que siguen a
79
continuación» .

La comunidad en los Cinco Capítulos

No sobra recordar que los Cinco capítulos, aunque aprobados


oralmente por Paulo 11, no son todavía la Fórmula del Instituto.
Contienen sólo la presentación que los compañeros hicieron de sus
propósitos para obtener la aprobación pontificia. La Bula Regimini
militantis Ecclesiae de 1540 incluye la primera Fórmula, que sería
retocada hasta adquirir su redacción definitiva y su confirmación en
1550 por la Bula Exposcit debitum de Julio III. Porque no quedaron
completamente satisfechos con la primera presentación de su pro-
yecto de vida. Durante los años siguientes, hasta, la Bula de 1550,
continuarían pulimentándola y enriqueciéndola para expresarse
con mayor integridad.
La novedad de los Cinco Capítulos no proviene solo de que
exponen un proyecto de comunidad apostólica que se aparta en
muchos aspectos de las tradicionales formas de consagración reli-
giosa existentes entonces en la Iglesia. La misma manera como los
compañeros lo presentan es totalmente original.
Aquí la Compañía no se describe en conceptos globales acer-
ca de sus objetivos, sus medios, sus estructuras. Los compañeros
pretenden ofrecer una información dirigida tanto a los que les pre-
guntan sobre su género de vida, como también «a nuestros suce-
sores, si Dios quiere que tengamos en alguna ocasión quienes nos
sigan por este camino»; una «imagen de nuestra profesión», con-
cretada en una persona que quiere consagrar su vida para servir
exclusivamente a Dios, bajo la bandera de la cruz «en nuestra
Compañía, que deseamos se distinga con el nombre de Jesús».

7 9
MI, Const., I, pp. 14-16.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 163

Con la descripción de un compañero, que bien podría ser cual-


quiera de los fundadores, exhortan a quien quiera alcanzar ese fin
que Dios le propone, a incorporarse en esa comunidad que es un
camino hacia El. La Compañía es retratada como un reto - u n a pro-
vocación, con palabras de Ignacio Iglesias-, en la figura de una
«persona espiritual y aprovechada para correr por la vía de Cristo
nuestro Señor», como van a presuponer más tarde las Consti-
8 0
tuciones que será quien es admitido en ella . Cada capítulo es
una invitación a aceptar el desafío y a proseguir con radical gene-
rosidad por ese camino.
Jesús Corella, expresa lo que hemos querido decir en forma
muy sentida: «La Compañía está hecha para ser vivida desde el
corazón del jesuita. Es un carisma que sólo se comprende si se le
ve en vivo en el corazón y en la cabeza de los que lo poseen.
Momento privilegiado para entender lo que es la Compañía es
verla encarnada en ese hombre que, en la plenitud de su vida, des-
pués de una larga formación, entra en ella con el único deseo de
dar la vida en amor y servicio al Señor Jesús, y a la Iglesia su
81
Esposa» .

El PRIMER CAPITULO carga el acento sobre el carácter personal


de la vocación. Pero inmediatamente el nuevo compañero es
exhortado a que se persuada de que es ya miembro de esta comu-
nidad instituida ante todo para ocuparse en el provecho de las áni-
mas y en la propagación de la fe. La Compañía se presenta como
una comunidad que quiere ser conocida por el nombre de Jesús y
cuya razón de ser es el servicio a su Señor. El sentido de pertenen-
cia ilumina todo el capítulo. El jesuita pertenece a una comunidad y
la comunidad pertenece a Jesucristo. Palpita detrás de estas pala-
bras el Principio y Fundamento de los Ejercicios: el hombre es cre-
ado para, la Compañía es fundada para, alabar, hacer reverencia y
servir a Dios nuestro Señor. No se pertenecen. La comunidad de-
signa aquí la Compañía como un todo en el que se incorpora el
jesuita. No hay que dar demasiada importancia, sin embargo, al
uso del vocablo comunidad, pues la terminología para designar la
Compañía es todavía variable e imprecisa. Y además la palabra
«communitas», comunidad, fue cambiada por «Societas», Com-
8 2
pañía, al pasar de los Cinco Capítulos a la Bula de Paulo I I I .

8 0
Const., 582.
8 1 8
Constituciones de la Compañía de Jesús, colección Manresa, n 1 2 , p. 15.
8 2
En las deliberaciones de 1539 y en las Conclusiones de los siete compañe-
ros, la palabra más usada para hablar de la Compañía es «congregación»; pero usan
también «societas», «compañía», «cuerpo»; «comunidad» sólo aparece tres veces.
164 AMIGOS EN EL SEÑOR

El carácter apostólico está en primer plano. No se enfoca la


comunidad como medio para ayudar a las personas a la práctica
de los consejos evangélicos y a alcanzar la perfección. No hay
referencia alguna a «vida comunitaria», a acciones comunes para
buscar la santidad. La Compañía está volcada hacia afuera, al ser-
vicio y ayuda de los demás. Pero no es que pase por alto la santifi-
cación de sus miembros. El texto prosigue diciendo que cada uno
debe tener siempre ante los ojos, primero a Dios, y luego el modo
de ser de su instituto, que es una vía hacia El. El camino de la pro-
pia realización y santificación pasa por el servicio al prójimo, para
el que Dios ha creado la Compañía.
El servicio se despliega en múltiples posibilidades de ministerio
de la palabra, ejercicios espirituales y actuación de la misericordia.
En concreto se explícita la instrucción de los niños y de personas
ignorantes. La Bula Regimini militantis Ecclesiae agregará el minis-
terio de la consolación de las personas, oyendo sus confesiones.
Y, por fin, en 1550, Exposcit debitum completará con el ministerio
de los sacramentos; pero sobre todo encareciendo el ministerio de
la misericordia, que había sido característica de su trabajo desde
los primeros años: «manifiéstese disponible (se utilem exhibeat)
para reconciliar a los desavenidos, socorrer misericordiosamente y
servir a los que se encuentran presos en las cárceles o enfermos
en los hospitales, y para ejercitar todas las demás obras de cari-
dad, según que parecerá conveniente para la gloria de Dios y el
bien común, haciéndolas totalmente gratis, y sin recibir remunera-
83
ción alguna por su trabajo» . Cercanía a los pobres y gratuidad,
dos aspectos de su identidad que no habían sido adecuadamente
expresados en los Cinco Capítulos.
Ha de trabajar, sin embargo, según la gracia que ha recibido
del Espíritu Santo y el grado propio de su vocación. No se habla de
«grado» en el sentido de una distinción de categorías dentro de la
Compañía. No existe aún la diferencia de profesos y coadjutores.
El grado propio se refiere más bien a los talentos evangélicos que
el Espíritu distribuye dentro del cuerpo para el bien común: unos
predicando o enseñando, otros confesando, estos dando ejercicios,
aquellos practicando el ministerio de la misericordia, como miem-
bros todos de un mismo cuerpo. En la serie de dudas o «sex dubio-
rum series», papeles que Polanco cuidadosamente preparaba con
preguntas y sugerencias que luego sometía a la consideración y
decisión de San Ignacio, como ayuda para perfeccionar la Fórmula
y escribir las Constituciones, se encuentra esta pregunta con su
respectiva respuesta:

8 3
MI, Const., I,p. 376.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 165

«Ponense [en la Bula de Paulo III] los medios que para tal fin se
deben usar, que son predicaciones públicas y el ministerio de la
palabra de Dios y ejercicios espirituales y obras de caridad....
Dúdase si cada uno ha de usar de estos medios todos, o no, sino
todo el cuerpo de la Compañía, unos predicando, otros confesan-
do, según el talento de cada uno.

[R.] Parece que no hay dificultad, que cada soldado no ha de


84
usar todas las armas de su exército» .

Tanto en la duda como en su respuesta se percibe el acento


corporativo en el ejercicio de los diversos ministerios. Es la Com-
pañía entera la que emplea todos los instrumentos para ayudar al
prójimo. Sus miembros han de estar disponibles para ejercitarlos
de acuerdo a sus capacidades y a la distribución del trabajo «en
toda comunidad bien constituida». A continuación se propone otra
duda:

«Dice más adelante la Bula que cada uno tenga delante de los
ojos este su fin y medios para conseguirlo; pero cada uno según
el grado de su vocación y gracia que Dios le dio, porque no hu-
biese indiscreción en el celo. Dúdase si podría uno de la
Compañía, sin especial facultad, usar de estos medios, como dar
exercicios, leer, etc.. o no, sin licencia del prepósito.

[R.] Parece que no, hablando del oficio; como sería ser predica-
dor etc., pero en actos particulares, como sería predicar o confe-
sar en casos que pueden ocurrir, si no lo hubiese el superior
prohibido, sin su facultad especial podría usar de estos medios,
85
guardadas las otras debidas circunstancias» .

El grado de la vocación parece, pues, que se refiere a un oficio


dentro del cuerpo, que no debe ejercerse indiscretamente, sin tener
los talentos propios; el juicio y la distribución de estos oficios co-
rresponde al superior para que «se guarde el orden conveniente en
toda comunidad bien constituida»; se va consolidando así la con-
ciencia de que el trabajo en la Compañía no puede concebirse
como una actividad individual, independiente de la comunidad; ésta
no es un parador desde el que cada cual sale a su trabajo; cada
uno ha de estar persuadido de que su empeño apostólico no es
tanto suyo como el de todo el cuerpo, en cuyo nombre actúa y de
cuyas direcciones, gracias y oraciones participa.

8 4
MI, Const., I, series dubiorum tertia, n. 4, pp. 296-297.
8 5
MI, Const., I, n. 5, p. 297.
166 AMIGOS EN EL SEÑOR

Trae también el primer capítulo un punto sobre el superior y


«su consejo». La Bula concede al prepósito autoridad para hacer
Constituciones, en consejo con sus «hermanos», correspondiendo
siempre el derecho de decidir a la mayoría de votos. Este consejo
-germen de la Congregación General-, para las cosas importantes
y perpetuas se compondrá de la mayor parte de toda la Compañía
que pueda ser convocada cómodamente por el superior; para los
asuntos menores y temporales, de todos los que se hallaren pre-
sentes en el lugar donde reside el superior.

El SEGUNDO CAPITULO está dedicado al voto de obediencia al


Papa, fundamento de la misión apostólica. Todo miembro ha de ser
consciente de que la universal Compañía y cada uno de los que
hacen profesión en ella, militan para Dios bajo la fiel obediencia al
Papa y a sus sucesores. No se expone ninguna motivación para
justificar este voto especial, a pesar de que se les cuestiona, ya
que todo fiel cristiano está obligado a la obediencia al Papa. La
Fórmula definitiva del Instituto presentará algunos motivos: para
mayor devoción a la Sede Apostólica, mayor abnegación de las
voluntades y más segura dirección del Espíritu Santo.
Por este voto la Compañía se compromete a discurrir, al man-
dato del Papa, por unas y por otras partes del mundo, para prove-
cho de las almas y propagación de la fe, sin subterfugios ni excusa
alguna. Las Declarationes circa missiones recuerdan que es un
voto y promesa a Dios que todos hicieron: «al principio de nuestro
ayuntamiento en uno... siendo la tal promesa nuestro principio y
8
principal fundamento» ®.
Tal disponibilidad exige «estar preparados, día y noche, ceñida
la cintura, para pagar esta deuda tan grande». El que quiera «agre-
garse a nosotros», dicen, antes de echar esa carga sobre sus hom-
bros, ha de ponderar despacio y a fondo si tiene tanto caudal de
bienes espirituales que pueda dar cima a la construcción de la
87
torre, como aconseja Jesús '. Es decir, si el Espíritu Santo que los
impulsa, les promete tanta gracia, que esperen poder llevar el peso
8 8
de su vocación .
La obligación personal se inserta en una obligación de todo el
cuerpo. Hasta el punto de que se prohibe todo recurso directo o
indirecto de las personas particulares al Pontífice, para ir a un lugar
en vez de otro. Todo debe remitirse al consejo de la Compañía.

8 6
MI, Const., I, Declarationes circa missiones, p. 162.
8 7
Ver Le 14,28-30.
8 8
MI, Const., I, p. 17.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 167

«Para que no pueda haber entre nosotros ambición o rechazo de


tales misiones o destinos... han de dejar todo cuidado a Dios, a su
vicario y al prepósito de la Compañía».

El TERCER CAPITULO despliega el sentido del voto de obediencia


dentro de la comunidad. Lo han agregado a los de pobreza y casti-
dad en las deliberaciones de 1539, precisamente como medio para
asegurar la comunión de un cuerpo destinado a dispersarse para la
misión enteramente y sin reservas. Su atención se dirige a delinear
el modo de proceder en las relaciones autoridad y obediencia. La
jerarquía no va a desvirtuar el consejo evangélico de la igualdad
fraterna en el ejercicio de la autoridad. Se define como un gobierno
personal. El superior de la Compañía tendrá siempre presente «la
benignidad, mansedumbre y caridad de Cristo, y del modelo de
Pedro y Pablo». Por su parte, los que están bajo su autoridad, por
las grandes ventajas que lleva consigo el orden, como por el ejerci-
cio constante de la humildad, obedecerán en todas las cosas que
pertenezcan al instituto y reconocerán en el superior, como presen-
te, a Cristo.
La humildad y sencillez de todos, superior y compañeros, será
la garantía de que este modo de proceder tenga autenticidad. Para
lo cual encarecen al Prepósito y a su Consejo la instrucción de los
niños y personas ignorantes en la doctrina cristiana. Parece abso-
lutamente necesario cuidar con especial vigilancia este ministerio,
para asentar el fundamento del edificio de la fe en aquellos a quie-
nes sirven, y para evitar en los nuestros el «peligro de que cuanto
más sabio es uno, quizá rehuse más esta parcela de trabajo, como
menos brillante a primera vista, siendo así que no hay ninguna tan
fecunda, tanto para la edificación del prójimo, como para que los
89
nuestros ejerciten a la vez oficios de caridad y humildad» . La cer-
canía a los pobres y a los pequeños ha sido para los primeros com-
pañeros, desde los comienzos, escuela de sencillez y humildad y
por lo tanto fuente de comunión y entendimiento. Conservándola,
se vivirá en el seno de la Orden la verdadera relación evangélica
en el ejercicio de la autoridad y de la obediencia. Sin embargo, esta
recomendación del capítulo, que se conservó en la primera Fór-
mula de 1540, desapareció en la definitiva de 1550.

En el CUARTO CAPITULO los compañeros manifiestan el Ideal de


seguir a Jesús pobre y humilde que habían prometido con voto en
Montmartre y enriquecido con la experiencia de sus primicias apos-

8 9
MI, Const., I, p. 18.
168 AMIGOS EN EL SEÑOR

tólicas desde que, terminados los estudios, comenzaron a ponerlo


en práctica en Venecia, en Vicenza y en Roma, como habían con-
venido en 1534. «Habiendo experimentado que una vida lo más
alejada de todo contagio de avaricia y lo más semejante posible a
la pobreza evangélica es más feliz, más pura y más apta para la
edificación del prójimo; y sabiendo que nuestro Señor Jesucristo
suministrará lo necesario para el sustento y vestido a sus siervos,
que buscan solamente el Reino de Dios, hagan todos y cada uno
90
voto de perpetua pobreza» .
Tampoco en este apartado el esquema de su pobreza, impreg-
nado de motivación apostólica, incluye el tema de la gratuidad de
sus ministerios. Sobre ella se legislará en las Constituciones de
9 1
1 5 4 1 ; en la Fórmula del Instituto de 1550 se incorporará al ca-
pítulo primero al describir los diversos ministerios en que se em-
plea la Compañía. ¿Por qué lo pasaron por alto aquí? Tal vez el
modo de predicar en pobreza, que consistía en vivir de limosnas
sin aceptar nada por sus ministerios, era ya una vivencia tan arrai-
gada en ellos y tan familiar a los demás, que no juzgaron necesario
declararla más. O quizás pensaron que quedaba dicho con la pro-
fesión de su esperanza en que Jesucristo sustentaría a quienes
sólo buscasen el Reino de Dios y su justicia.
Más bien se interesan por explicar la dimensión comunitaria de
su pobreza, caracterizada especialmente por la renuncia básica al
derecho de poseer. Al prometer perpetua pobreza, todos y cada
uno deberán declarar que ni en particular ni en común pueden ad-
quirir derecho civil alguno a cualesquiera bienes estables, rentas o
ingresos para el sustento y uso de la Compañía. No van a vivir del
estipendio de su trabajo, ni de rentas, sino de las limosnas y dona-
ciones que les hagan para proporcionarse lo necesario. Una cláu-
sula del capítulo deja la posibilidad de adquirir derecho civil para
bienes estables y rentas con el fin de poder juntar «algunos escola-
res de buenas cualidades y formarlos en letras». Estos, como aún
no eran estrictamente miembros de la Compañía, no estaban obli-
gados al modo de proceder en pobreza de los profesos. Todavía
no se habla de colegios, pero en la Bula Regimini militantis Eccle-
siae Paulo III les concede permiso de tenerlos para que aprove-
chen en virtud y en letras y terminado el tiempo de sus estudios
puedan ser admitidos en la Compañía los que lo deseen.
Todavía continuarán los compañeros, e Ignacio especialmente,
discerniendo la forma de su pobreza para estrecharla más, como
podemos conocer por el Diario espiritual de 1544.

9 0
MI, Const., I, p. 19.
9 1
MI, Const., I, p. 38, nn. 9-10.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 169

En el QUINTO CAPITULO se describen otras particularidades de la


nueva congregación, referentes sobre todo a la «vida común en lo
exterior», que responden a exigencias de su carácter apostólico.
Excluyen la obligación de recitar el oficio divino en coro, aunque no
en particular, «para que no se aparten de los oficios de caridad a
los que nos hemos dedicado enteros». Tampoco utilizarán órganos
ni música en las misas y otros oficios litúrgicos. Un largo párrafo
abunda en la explicación: «porque hemos experimentado que estas
cosas, que laudablemente adornan el culto divino de los demás
clérigos y religiosos, y fueron introducidas para impulsar y conmo-
ver los ánimos por medio de cánticos y celebraciones de los miste-
rios, son para nosotros no pequeño impedimento; puesto que,
según la forma de nuestra vocación, tenemos que estar frecuente-
mente ocupados, aparte de otros oficios indispensables, durante
gran parte del día e incluso de la noche, en consolar a los enfer-
92
mos de cuerpo y a l m a » .
La movilidad apostólica, las ocupaciones de caridad con pobres
y enfermos, que les robaban aun las horas de descanso, requerían
una comunidad más ágil y libre, que no estuviera ligada a las obli-
gaciones horarias del coro ni a prolongadas ceremonias litúrgicas.
Pero la oposición del cardenal Guinucci no era por las razones
aducidas sino por los efectos que podría producir entre los segui-
dores de la reforma ver que la nueva orden prescindía de algunos
de los medios tradicionales que ellos atacaban; encontrarían una
justificación de su rechazo a aquellas ceremonias de la Iglesia. Por
eso consideraron más prudente omitir este párrafo en la Bula.
El último apartado es como una conclusión: «Esto es lo que
hemos podido explicar, a modo de imagen de nuestra profesión,
comienza. Y se dirige luego, como decíamos antes, a «nuestros
sucesores, si Dios quiere que tengamos en alguna ocasión quienes
nos sigan por este camino». El camino que tendrán por delante
conlleva muchas y grandes dificultades. Ellos mismos lo han expe-
rimentado. Por eso les parece oportuno prevenirlos «para que no
caigan, bajo apariencia de bien, en dos puntos que nosotros hemos
evitado»: 1 ) que no impongan en el futuro a sus posibles compañe-
ros ayunos, penitencias, llevar los pies descalzos o descubierta la
cabeza, colores especiales en los vestidos, diferencias de alimen-
tos, cilicios y otras mortificaciones de la carne. No es porque con-
denen todas esas cosas; al contrario, las alaban y valoran en quie-
nes las practican. Simplemente, no quieren «que los Nuestros se
sientan oprimidos por tantas cargas juntas, ni tampoco propiciar

9 2
MI, Const., I, p. 1.
170 AMIGOS EN EL SEÑOR

excusas para que abandonen el ejercicio de las cosas que nos


hemos propuesto». Los ayunos, penitencias y otras mortificacio-
nes, podrá hacerlos cada cual si los estima útiles o necesarios, de
acuerdo con el superior. 2) que no admitan «en la milicia de Je-
sucristo» que es la Compañía, a nadie que no haya sido probado
larga y diligentemente; sólo cuando se muestre prudente en Cristo
y señalado, ya en doctrina, ya en santidad de vida.
En una palabra, la regla tradicional inspirada en modelos mo-
násticos que colocan ese tipo de disciplinas, hábitos y calzados,
penitencias en las comidas y ceremonias litúrgicas, como elemen-
tos constitutivos de la vida religiosa, es sustituida por una forma de
vida «común en lo exterior», para atender a las exigencias y com-
promisos del trabajo apostólico. La comunidad se configura en fun-
ción del servicio y ayuda del prójimo.
Las misiones del Papa piden de la Compañía un tipo de comu-
nidad móvil y disponible, no sólo para desplazarse de una región a
otra, sino también cuando residen establemente en algún sitio, pa-
ra poder responder a las circunstancias de personas, tiempos y lu-
gares. Sacrifican aspectos de vida común que por otra parte valo-
ran, pero que no encajan en su talante apostólico. Las casas de la
Compañía no se llamarán conventos. La «vida comunitaria» estará
especificada por los compromisos y responsabilidades de una
Compañía fundada ante todo para emplearse en ayuda del prójimo
y en la propagación de la fe. Lo cual de ninguna manera significa
que la comunidad sea más frágil que en otras formas de vida reli-
giosa; los primeros compañeros han fortificado los vínculos de soli-
daridad y comunicación, con los que buscan consolidar su amistad
y su comunión en el Señor, y procuran la conservación y buen ser
del cuerpo apostólico que han creado.
Pero también ese último párrafo fue suprimido en la Bula Re-
gimini militantis Ecclesiae, por las objeciones del cardenal. Sin
embargo, no quedaron tranquilos los compañeros con la omisión.
Unos años más tarde, en las series de dudas, de Polanco, encon-
tramos un testimonio de esa inquietud:

«Después de todo lo dicho se duda si se dirá nada en las bulas


del victo y vestido común y cosas exteriores otras, que para mu-
chos son de edificación, o si será mejor que en las Constituciones
se aclare esto todo. En general podrá tocarse que el victo y vesti-
do sea común de honestos sacerdotes»
93
[R.] Afirmative, como está respondido» .

MI, Const., I, Series dubiorum tedia, n. 4, p. 317; Series quarta, n. 333.


D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 171

Como consecuencia leemos hoy en la Fórmula del Instituto, a


cambio de la redacción de los Cinco Capítulos, estas sobrias pala-
bras: «Y en todo lo que se refiere al comer, vestir y las demás
cosas exteriores, seguirán el uso común y aprobado de los buenos
sacerdotes. Así, lo que cada uno quitare de esto por su necesidad
personal o por su deseo de provecho espiritual, lo ofrecerá a Dios
por devoción y no por obligación, como ofrenda razonable del pro-
94
pio c u e r p o » . En realidad, no Implica ningún cambio en la forma
de vida propuesta por los compañeros, que el Papa admite en su
integridad, es simplemente una presentación más adecuada para
calmar las preocupaciones que suscitó la espontánea redacción
original. Por otra parte, no deja de llamar la atención que se pro-
ponga el modelo de los «buenos sacerdotes» en lugar de «los bue-
nos religiosos».

Constituciones de 1541

Ante todo, una aclaración referente al título. Las Constituciones


de la Compañía de Jesús son el resultado de muchos años de tra-
bajo a partir de las Deliberaciones de 1539. Fruto de oración, discer-
nimiento y confrontación con la experiencia, de lo que queda un tes-
timonio en las notas escritas para uso personal del diario Espiritual
de San Ignacio, rescatadas en el fragmento que hoy podemos leer.
Fueron cuidadosamente ordenadas y distribuidas en diez partes,
que el fundador estuvo revisando hasta su muerte. Estamos todavía
lejos de ese resultado en los cuarenta y nueve artículos aprobados
por los compañeros en 1541. Estos son apenas un bosquejo de
constituciones, un conjunto de determinaciones destinadas sobre
todo a la aplicación de la bula Regimini militantis Ecclesiae del año
anterior. No tienen orden preciso ni obedecen a un esquema parti-
cular. Sin embargo, fue el mismo Ignacio quien las llamó Constitu-
ciones. Así, por ejemplo, en el relato sobre la elección del General:
«En el año 1541, pasada la media cuaresma, se juntaron todos seis
95
(«ya hechas sus constituciones y firmadas...») . También en uno
de los ejemplares que se conservan de las mismas, se lee esta ins-
cripción de mano de Ignacio: «Ihus. Constituciones cerca mucha-
chos, vestir y calzar. Para Laínez solo».
El fundador era bien consciente de la provisionalidad de este
esbozo de constituciones. El 18 de marzo de 1543 las envía a

9 4
MI, Const., I, p. 380.
9 5
F N , 1,16-17.
172 AMIGOS EN EL SEÑOR

Laínez con esta nota: «Aquí van las constituciones cerca mucha-
chos, según que fueron firmadas de los seis presentes con autori-
dad de los absentes, hasta en tanto que más se declaren y se pon-
96
gan en alguna honesta f o r m a » . Más adelante, en la misma carta,
le ordena cumplirlas y lo dispensa en lo que considere necesario:
«Así, conforme a las constituciones y declaraciones de ellas, de la
manera que yo soy obligado a mandaros, así os lo mando, por vir-
tud de obediencia, dos cosas. La primera, que enseñéis a los mu-
chachos o hombres por 40 días cada año... la 2-, que andéis vesti-
do y calzado conforme a los capítulos que van con ésta, cerca las
constituciones de vestir y calzar... yo tamen... por la fuerza de las
constituciones, en cuanto yo puedo, dispenso a vuestro placer en
97
el Señor nuestro» .

Introducción

Habían transcurrido seis meses desde la aprobación de la


Compañía por Paulo III. Ignacio veía la necesidad de nombrar un
General y de hacer Constituciones según el derecho que les con-
cedía la Bula. Congregó, pues, a los compañeros que estaban en
Italia, los que se reunieron el 4 de marzo de 1541. Aunque eran
sólo seis, representaban a toda la Compañía, de acuerdo a lo con-
venido previamente; y así, desde la dispersión apostólica, los
ausentes también continuaban de alguna manera estructurando
jurídicamente su incipiente Compañía de Jesús.
En cuanto al modo de trabajar, decidieron un cambio. Hasta
entonces, y particularmente en las reuniones de 1539, habían dis-
cernido juntos, dando el día a sus tareas apostólicas y juntándose
por las noches para poner en común sus aportes personales. La
situación ha cambiado. Algunos han venido de paso interrumpien-
do sus ministerios y tienen prisa en regresar. Ya conocen por expe-
riencia cuánto tiempo emplearon en las deliberaciones del 39, las
dificultades para llegar a un consenso sobre el voto de obediencia
y el callejón sin salida que afrontaron con Bobadilla en el asunto de
enseñar a los niños. Encargaron, pues, a Ignacio y Codure la tarea
de reflexionar y conferir acerca de los asuntos y de referir luego a
la Compañía - q u e son los otros cuatro- lo que les ha parecido con-
veniente. El grupo total se reservó el derecho de aprobar o modifi-
car lo pertinente. Esto lo hicieron, dice el documento, «para termi-
nar más brevemente y para que los otros, fuera de éstos dos, pue-

9 6
MI, Epp., I, 246.
9 7
MI, Epp., I, 246.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 173

dan entre tanto dedicarse a la predicación, confesiones y otros


98
ejercicios espirituales» . Nuevamente, el criterio apostólico dicta el
estilo de proceder comunitario: no pueden «distraerse» de sus ta-
reas apostólicas para sentarse todos a discernir. Ignacio y Codure
comenzaron a cumplir su encargo el 10 de marzo «iuxta volunta-
tem Societatis».

Contenido de las constituciones

En cuarenta y nueve artículos consignan determinaciones so-


bre su pobreza, el vestido y el calzado, la enseñanza de la doctrina
cristiana a los muchachos, la admisión y experiencias de los candi-
datos y otras primeras normas de disciplina interna.

- La pobreza de la comunidad es el primer tema de sus con-


sideraciones. El seguimiento de Jesús pobre y humilde había sido
para los primeros compañeros, a partir de la experiencia de ejerci-
cios en París, columna vertebral de su carisma y medio privilegiado
para estrechar los vínculos de comunión. Eran sacerdotes pobres
al servicio de Jesucristo y predicaban el Evangelio en pobreza. Así
se proponían seguir viviendo en adelante ellos y sus posibles «su-
cesores»: «Primero se ha de pensar la pobreza: cómo se ha de
entender, supósito, como está en la Bula de la confirmación de la
Compañía, que no puede haber la Compañía ius civile en cosa nin-
99
guna, ni en común ni en particular» .
Querían permanecer fieles a la severa profesión de pobreza
que habían elegido en Montmartre. Determinaron, pues, que «los
profesos presentes no pueden haber nada, ni en propio, ni en co-
mún, ni en renta». En cuanto a los futuros - « l a Compañía que ha
de v e n i r » - , el superior podrá dispensar según la necesidad y
mayor edificación, en lo referente al ajuar de casa, fuego, libros y
todo lo necesario o conveniente para el estudio, cuidados para los
enfermos, portes de correo, viático. Todos estos gastos podían ser
cubiertos por la sacristía de la Iglesia. Conforme a la pobreza acep-
tada para las órdenes mendicantes, habían admitido, en un princi-
pio, que la sacristía de la iglesia de La Strada, de cuya donación
por parte del Papa se estaba tratando por aquellos días, podría
tener «renta para todas las cosas de menester, de aquellas que no
serán para los profesos». Lo necesario para comer y vestir, los pro-
fesos debían conseguirlo con las inciertas limosnas.

9 8
MI, Const., I, p.34.
9 9
MI, Const., I, p.34.
174 AMIGOS EN EL SEÑOR

Junto a los primeros, ya en su mayor parte dispersos, habían


comenzado a convivir, como conocemos, algunos otros sacerdotes
y jóvenes candidatos. Ribadeneira, un jovencito de 14 años, estaba
con ellos desde 1540; Laínez había traído de Parma algunos de-
seosos de ingresar. Como todos éstos, de acuerdo con la Bula, po-
dían vivir de rentas y limosnas fijas, se estableció delicadamente
una diferencia dentro de la comunidad: «los profesos hayan de
comer aparte, y el armario así, por no mezclar en cosas distintas».
De la sacristía los profesos sólo podían solicitar, en préstamo,
hasta cinco o diez escudos, con obligación de restituirlos.
Dos artículos, el 9 y el 10, determinaron la gratuidad de los
ministerios. No se puede pedir cosa alguna por misas particulares,
confesiones, predicaciones, lecciones y administración de sacra-
mentos. Ni se permite siquiera tomar lo que la gente solía dar por
esos ministerios. Solamente para las misiones y legaciones está
permitido recibir el dinero de viajes, pero nunca a manera de esti-
pendio. La delicadeza en esta materia llega hasta fijar la prohibi-
ción de poner «caxeta» o caja para recoger limosnas en su iglesia;
y aunque puede hacerlo alguna cofradía de las que están institui-
das en la misma iglesia, la llave de la caja debe tenerla una perso-
na de fuera y lo recogido se distribuirá en limosnas a los pobres,
fuera de la casa, vigilando la Compañía para que tal distribución
sea conforme a la ley de la caridad.
La determinación sobre la renta de la sacristía y la distinción
entre la pobreza de los profesos y la de sus iglesias, no trajo a
Ignacio consolación y «leticia interna, quietándolo y pacificándolo
en su Criador y Señor» (EE.316). Retomará el.asunto en 1544, con
100
su deliberación sobre la pobreza y el discernimiento anotado en
su Diario espiritual. Decidirá entonces rechazar la renta para la
sacristía; pero teniendo en cuenta la determinación tomada por los
compañeros en las constituciones de 1541, añadirá que el asunto
debe someterse de nuevo a juicio y se somete respetuosamente a
una ulterior determinación de la comunidad. Julio III en la Bula de
1550 abolió el punto referente a la renta en las sacristías:

«Al preparar el altar, viniendo en pensamiento Jesú, un mover-


me a seguirle, pareciéndome internamente, siendo él la cabeza
<o caudillo> de la Compañía, ser mayor argumento para ir en
toda pobreza, que todas las otras razones humanas, aunque me
parecía que todas las otras razones pasadas en elección milita-
ban a lo mismo... añadía de mi parte, haciendo cuanto era en

1 0 0
MI, Const., I pp. 78-81.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 175

mí, y esto último se terminaba para los compañeros que habían


101
firmado» .

- La admisión y experiencias de los candidatos, ocupa siete


artículos. El superior tiene autoridad para admitir y despedir, pero
los profesos o algunos de ellos deben dar información, sean o no
preguntados. Después de hecha la profesión no se podrá despedir
sino «ad plures voces», dejando dos votos al prelado, uno por ser
superior y otro por ser profeso. En todos estos artículos hay un
esfuerzo por definir la relación entre el superior y la comunidad en
materia de autoridad, en un momento en que todavía la Compañía
no ha elegido General.
La autoridad, en la naciente Compañía, la ejerce el grupo de
los diez compañeros como se puede vislumbrar en una correspon-
dencia de Jerónimo Doménech, superior de los escolares que han
¡do a París. Así escribía a Ignacio, que todavía no había sido elegi-
do General:

«Esta es sólo para mandarle una carta de M. Jacobo Mirón, el


cual, como por su carta verán, está del todo deshecho por la
Compañía. Ha ya acabado su curso de artes; querría de ellos
saber qué es lo que debe hacer circa su estudio, porque no quie-
re discrepar en ninguna cosa de la voluntad de ellos; así, por el
102
primero nos avisarán de su parecer»' .

Y en otra de abril del mismo año:

«... Jacobo Mirón... ha recibido muy bien la determinación de ellos


circa sus estudios, y así, después de Pascua la pondrá en obra,
queriendo en todo conformarse con la voluntad de todos ellos, pen-
1 3
sando en ello conformarse con la voluntad de nuestro Señor» " .

«Ellos», «la voluntad de todos ellos», significa «la Com-


pañía», punto de referencia para quienes se preparaban a seguir la
misma forma de vida de los primeros. Era unánime su preocupa-
ción de conformarse en todo con lo que ellos habían experimenta-
do y determinado acerca del modo de proceder de su común voca-
ción.

- El vestido: del artículo 22 al 32 las constituciones ordenan


«el vestir y calzar de la Compañía». Varias cosas reclaman nuestra

1 0 1
Diario, 6 6 , 6 9 . Sábado 23 de febrero de 1544.
1 0 2
Epist. Mixtae, I, 57.
1 0 3
E p i s t . Mixtae, 6 1 .
176 AMIGOS EN EL SEÑOR

atención en esta materia. En primer lugar, el hecho de que sólo se


determina el vestido y calzado de los profesos y del prepósito.
Nada se dice de la manera cómo deben vestir los demás que están
en casa, sacerdotes y jóvenes candidatos. La primera impresión
que dejan estas determinaciones, que van hasta el más insignifi-
cante detalle en algunos puntos, e í que los compañeros no están
siendo consecuentes con lo que escribieron en los Cinco Capítulos:
que no se debía imponer a los de la Compañía ayunos, disciplinas,
llevar los pies descalzos o descubierta la cabeza, colores especia-
les en el vestido. ¿Los que habían renunciado al hábito tradicional
de las órdenes religiosas, dan ahora un paso atrás y adoptan un
tipo común de vestirse que identifique y distinga a su comunidad?
Una lectura más detenida del conjunto de los once artículos nos
convence de que es apenas natural que se haya querido establecer
cierta norma para conformarse al estilo de vestir de los «buenos
sacerdotes» de su tiempo, pero que ninguna de las particularidades
tan minuciosamente especificadas significaba un modo de vestir
propio y peculiar para la Compañía. En la vida real, sería imposible
distinguirlos por el traje de los demás clérigos, ni reconocerlos como
religiosos. Detrás de todo, lo que buscan es que el vestido sea
pobre, decente y adaptado a las circunstancias y regiones.
El superior se ha de vestir de paño teñido, «a fin que no sea el
paño fino, mas bajo, pobre, no llegando a mediano en fineza,
mirando el provecho universal». Y puede vestirse aún más pobre-
mente si así lo permite la decencia, «cuanto honesto le pareciere».
Sin embargo, tanto para el superior como para los demás, se per-
miten excepciones: se puede usar un paño más bajo, no teñido
«por falta de aparejo, o por prisa de camino, o por otro caso espe-
cial, con razonable causa de necesidad» y nunca por costumbre. El
superior no permitirá a los profesos que se vistan de mayor precio.
¡El vestido consistirá en «una veste a la francesa, larga hasta el
suelo, menos cuatro dedos, poco más o menos; la sotana hasta la
media pierna, y el manteo». Sobre el uso del manteo hay un amplio
espacio de libertad y adaptación: «sea a arbitrio del prelado cuanto
a sí mismo, y a arbitrio de cada profeso, traer manteos o no man-
teos, según las exigencias del tiempo y la disposición, etc.»!
En pocas palabras, están manifestando que la vida debe ser
«común en lo exterior» y para conseguirlo eficazmente, atienden
hasta a los más insignificantes detalles. Lo que tiene que ver con
evitar lujo y apariencias, por lo general se manda como obligación,
lo demás se aconseja. Y para evitar excentricidades descienden a
detalles que parecen excesivos: «El traer de los vestidos sea símil
o poco disímil de lo que en las tierras se acostumbra... la color de
los vestidos sea negra, de costumbre; sin embargo, por el camino,
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 177

o para algunas tierras, o por casos particulares puede ser de otra


color que no sea inhonesta, como de pardillo oscuro, etc.». ¿Y el
calzado? «Por costumbre, más negras que blancas [las calzas] y
pardillas, y anchas, que sin trabajo alguno se calcen y se descal-
cen». Y el prepósito «no traiga pantuflas fuera de casa por calles
104
públicas, amonestando a los profesos lo m i s m o » !
«ítem, no traiga el prelado sobre el cuerpo cosa de seda, ni de
tafetán [seda fina], ni de sarga [otra clase de tela especial], ex pre-
cepto, si no fuese en caso de prestado, o por algún caso mucho
particular, o en tierras muy extrañas, como en las Indias, según la
consuetud, por los calores y por la indigencia de otros paños, mi-
rando siempre y conformándose con pobreza; ni en horas o cuen-
1 0 5
t a s » . Tampoco podrá tener el prepósito muía, ni caballo, si no
fuere por falta de salud, pero quedará a juicio de la comunidad por
cuánto tiempo la debe mantener.
- Los artículos sobre «mostrar muchachos», son los relacio-
nados con el voto de instruir a los niños por cuarenta días al año.
Muchas de las disposiciones quieren evitar escrúpulos en el cum-
plimiento de este voto; otras contemplan posibles excepciones y
dispensas. El profeso podrá cumplir el voto, «asistiendo y teniendo
el régimen, parte enseñando, parte haciendo enseñar a otro o a
otros». Se puede, por ejemplo, poner en lugar del profeso a alguien
que después de haber pasado algunas de las experiencias prescri-
tas, haya entrado en el año de probación, con propósito de entrar
en la Compañía. Un espíritu de equipo inspira estas determinacio-
nes. El voto de instruir a los niños y a personas incultas, es perso-
nal; pero es también un voto de la Compañía, que lo cumple a tra-
vés de sus profesos, y en alguna eventualidad solidariamente con
la colaboración de sus miembros más jóvenes.
- Bajo el título «de prelado • misa - Compañía de Jesú» se
agrupan los últimos once artículos, con determinaciones varias,
muchas referentes a las relaciones entre el superior y la comunidad
y otras a normas menores de vida interna.
Tres veces se utiliza el nombre comunidad para referirse a toda
1
la Compañía.

1 0 4
MI, Const., I, pp. 40-43.
1 0 5
MI, Const., I, pp. 40-43. La simplicidad como talante es muy apreciada. Se
guardarán todos de eliminar lo que pueda llamar la atención u ostentar lujo. Detalles
sobre algunos objetos de uso habitual como el libro de las horas o las cuentas del
rosario -sabemos que de París a Venecia viajaron con sus rosarios colgando al
cuello-, sobre el uso del vestido ceñido para no parecer fausto, o los cinturones de
un dedo de anchura, a pesar de que nos parezcan excesivos en un primer boceto
de constituciones, expresan ese cuidado por ser y aparecer, a la manera de Jesús,
pobres y humildes.
178 AMIGOS EN EL SEÑOR

El principio general es que cuando un asunto toca más a la


comunidad, es la comunidad la que hace la elección; cuando toca a
lo particular corresponderá al prepósito. Y la Compañía está forma-
da en estos años por «los diez primeros», los «profesos presen-
tes». Ellos eran, a juzgar por lo que leemos en las cartas de los
que aún no han sido plenamente admitidos, algo así como lo que
fue el colegio de los apóstoles para la Iglesia naciente: un paradig-
ma del modo de proceder, que todos los de «la Compañía que ha
de venir» - c o m o llaman a los posibles seguidores- se empeñaban
en imitar y seguir. Un recuerdo de aquella actitud de los primeros
años ha quedado en el texto del Examen en las Constituciones:
«Su comer, beber, vestir, calzar y dormir, si a la Compañía le place
seguir, será como cosa propia de pobres... que donde los primeros
de la Compañía han pasado por estas necesidades y mayores
penurias corporales, los otros que vinieren para ella, deben procu-
rar por allegar cuanto pudieren a donde los primeros llegaron o
106
más adelante en el Señor n u e s t r o » .
Aunque no existe aún la distinción entre profesos, coadjutores
espirituales y temporales, conviven en la casa de La Strada los pro-
fesos con sacerdotes y jóvenes que son candidatos o novicios.
Esos son los no profesos. Y se ha establecido una distribución de
oficios con sentido de colaboración comunitaria. Los profesos y los
demás sacerdotes están día y noche ocupados en ministerios fuera
de casa; los novicios y candidatos, facilitan la libertad apostólica de
los primeros, ocupándose ordinariamente de los oficios domésti-
cos. Pero, si por un lado se trata a los primeros diez con gran res-
peto y reverencia, por otro, ellos deben dar especial ejemplo de
sencillez. Uno que otro día «el prelado y profesos hagan los oficios
de los no profesos y de los que sirven», recomienda uno de los
artículos. Goncalves da Cámara nos cuenta que Javier hacía algu-
nos días de portero en la casa junto a la torre del Melángolo; y
Ribadeneira no olvida que Ignacio al recibir el cargo de General,
«por humillarse y abaxarse... y para provocar a todos con su ejem-
plo al deseo de la verdadera humildad, luego se entró en la cocina
y en ella por muchos días sirvió de cocinero y hizo otros oficios
107
bajos de casa... como si fuera un n o v i c i o » .
Otra distinción hacen las constituciones entre letrados y no
letrados, que propiamente designa a los que han terminado sus
estudios y a los que están estudiando o no los han comenzado.
Consecuentemente establecen también una diferencia de tareas.

1 0 6 5
Const., Examen, c. 4 , 8 1 .
1 0 7
FN, IV, 373.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 179

Los más preparados, obviamente, tendrán los ministerios más di-


fíciles. ¡A tierra de Indias y montañas, puede ¡r mayor número de
no letrados! Y el no letrado «sea atractivo por sus virtudes y apa-
riencia, o espiritual, noble o rico; y cuanto fuere de buena cabeza y
juicio natural, tanto sea más fácil de recibir...»!
Hablan también las constituciones de «los que a la mayor parte
edifican» y «los que en menor parte edifican». Edificar, una palabra
que entrará al lenguaje de las Constituciones definitivas, significa
trabajar en provecho del prójimo, asistirlo en la edificación de su vi-
da espiritual. Los profesos viven dedicados de tiempo completo al
trabajo apostólico; los que están en probación o esperando su
admisión en la Compañía terminado el noviciado, permanecen más
tiempo en casa ya que deben atender también a los deberes
domésticos. Los primeros, por lo tanto, gozan de mayor libertad de
movimiento: cuando salen fuera basta con que avisen al portero o
a otro; los demás, no deben salir de casa sin licencia.
Las firmas de Yñigo, Broet, Salmerón, Laínez, Jayo y Codure,
seis de los primeros compañeros, cierran el documento. Al terminar
su lectura podrían suscitarse algunas preguntas ¿No hay excesivos
detalles y nimiedades para regular la vida comunitaria? ¿Acaso
p a r t i c u l a r i d a d e s que no c o r r e s p o n d e n a un texto de C o n s t i -
tuciones? Quizás. Pero no olvidemos que estamos en 1541 y que
éste es apenas un esbozo. Ignacio seguirá trabajando en el texto
definitivo hasta su muerte. Aún no se han redactado las reglas, a
las que pasarán muchas de estas pequeñas determinaciones.

Forma de la Compañía y oblación

Elaboradas, aprobadas y firmadas las constituciones de 1541,


quedaba faltando solamente la elección de un superior o prepósito.
Ignacio compuso de su mano, como atestigua Goncalves da Cá-
08
mara en su Memoria^ , una relación titulada «Forma de la Com-
109
pañía y o b l a c i ó n » , que es como un diario de aquellos días en
que él fue elegido General y todos hicieron la profesión en la basíli-
ca de San Pablo extramuros. Se llama a sí mismo Iñigo y no tiene
inconveniente en reconocer sus «muchos y malos hábitos pasados
y presentes, con muchos pecados, faltas y miserias».

1 0 8
FN, I, 6 5 1 . «Esta narración la escribió Nuestro Padre de su propia mano».
1 0 9
FN, I, 15-22. Puede verse en San Ignacio de Loyola. Obras, Biblioteca de
Autores Cristianos, sexta edición, Madrid, 1997, pp. 325-329.
180 AMIGOS EN EL SEÑOR

Elección del General

Pasada la mitad de la cuaresma de ese año 1541, con toda


probabilidad el 2 de abril, se juntaron los seis que habían firmado
las constituciones con el propósito de elegir su superior conforme a
la Bula Regimini militantis Ecclesiae: Decidieron prepararse duran-
te tres días encomendando el asunto a Dios, guardando silencio y
evitando conversar los unos con los otros para no influenciarse mu-
tuamente.
Al finalizar los tres días se volvieron a reunir; cada uno traía su
voto escrito de propia mano y sellado. Juntaron sus papeletas con
las otras de los compañeros de Portugal y de Alemania, que eran
Javier, Simón Rodrigues y Pedro Fabro y las pusieron todas en
un arca bajo llave, donde estuvieron durante tres días «para mayor
confirmación de la cosa».
El 8 de abril leyeron los votos y por unanimidad «vinieron todas
las voces sobre Iñigo, excepto maestro Bobadilla que (por estar en
111
Bisignano...) no invió su voz a n i n g u n o » . Delicadamente presen-
ta Ignacio una excusa para explicar la extraña falta del voto de su
amigo. Aunque elegido por voluntad de todos los demás, expuso
sencillamente sus razones: sentía en sí más deseo y voluntad de
ser gobernado que de gobernar, no encontraba fuerza para regirse
a sí mismo, cuánto menos para regir a otros. Por sus muchas faltas
y miserias del pasado, no quería, pues, aceptar hasta no tener más
claridad. Así que les pidió que consideraran mejor el asunto por
tres o cuatro días más. «Aunque no con asaz voluntad de los com-
pañeros, fue así concluido».
13 de abril: nueva votación con idéntico resultado, unánime.
Iñigo resiste de nuevo a la decisión del grupo. Para asegurar más
su conciencia decide poner todo en manos de su confesor francis-
cano, el P. Teodosio: haría con él una confesión general, «desde el
día que supo pecar hasta la hora presente» y le descubriría todas
sus miserias. Estaba dispuesto a aceptar lo que el P. Teodosio le
mandare, después de conocer toda su vida pasada y presente. Por
Ribadeneira conocemos la reacción de los compañeros: «Aquí
comenzaron todos a reclamar, diciendo que harto entendida estaba
la voluntad de Dios, y apretaban al bienaventurado padre para que
no los entretuviese más con sus humildades, ni dilatase este nego-

1 1 0
Javier y Simón habían dejado sus votos al salir para Portugal. Fabro la
envió por varios caminos.
1 1 1
Ver nota en la edición BAC de las Obras de San Ignacio: «Con todo, el P.
Bobadilla, ya anciano, escribió que había mandado su voto en favor de San Ignacio.
Si no le engañó la memoria, hay que decir que no llegó el voto a tiempo a Roma
(Bobadilla, 619; FN, lll,330)», sexta edición, p. 326, nota 9.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 181

1 1 2
cío, porque esto parecía querer repugnar a D i o s » . A más no
poder, tuvieron que aceptar. Jueves, viernes y sábado santo pasó
Ignacio en San Pietro in Montorio sin venir a donde los compañeros.
El 17, domingo de Resurrección, el confesor le dio su respuesta: ¡le
parecía que Iñigo estaba resistiendo al Espíritu Santo! Aun así no
quedó satisfecho y le pidió a su confesor que encomendara más la
cosa a Dios y luego mandara su parecer por escrito «a la Com-
pañía». El 19 llega la carta sellada del P. Teodosio con la resolución
de «que Iñigo tomase el asunto y régimen de la Compañía». ¡En-
tonces, desarmado de todas sus objeciones, claudicó.
Esta elección sirvió como modelo para otras que se ordenaron
en algunas comunidades en los años siguientes. Se había emplea-
do un modo de proceder propio y espontáneo, distinto de las pres-
cripciones del derecho capitular de ese tiempo: el triduo de prepa-
ración, los votos escritos y secretos, la participación de los ausen-
tes y sobre todo el voto de Ignacio, indeterminado y condicional,
113
contra todo lo que se prescribía en el derecho v i g e n t e .

Los votos de los compañeros

114
Se conservan los votos dados para elegir a I g n a c i o . Vale la
pena analizarlos para percibir el sentido de comunidad que anima-
ba a los compañeros en el momento de escoger su superior.

• Se vuelve a lograr el ideal de unanimidad con que desearon


siempre tomar sus decisiones. Solamente Iñigo da un voto
indeterminado, en un acto de delicadeza y respeto por sus
amigos, a quienes llama siempre los compañeros, la Compa-
ñía. No quiere preferir a ninguno, y en un gesto de sumisión
se remite al parecer de los demás.
• Las razones que dan para elegir a Iñigo dejan ver cómo en-
tienden la autoridad que han admitido para la Compañía. El

1 1 2
Ver ia relación de Ribadeneira en FN, 1,15-22.
1 1 3
El voto de San Ignacio es así: «Ihus. Excluyendo a mí mismo, doy mi voz en
el Señor nuestro para ser prelado a aquel que tendrá más voces para serlo. He dado
indeterminate, boni consulendo [teniéndolo por bueno]; si tamen a la Compañía le
parecerá otra cosa, o juzgare que es mejor y a mayor gloria de Dios Nuestro Señor,
yo soy aparejado para señalarlo. Hecha en Roma, 5 de abril de 1541.
4
" E I voto de Javier en Epp. Xav., I, 26; el de Fabro en MI, Const, I, p. 33; el
de Laínez en Lainü Mon. VIII, 638; el de Salmerón en Epp. Salmeronis, 1,1-2; los de
Broet, Codure y Rodrigues en Epp. Broéti, 23, 418-419, 519; el de Jayo en Acta
Sanctorum, VII «Amberes 1731), n.355-364; el testimonio de Bobadilla en Boba-
dillae Mon., 619. Todos los votos se encuentran en García-Villoslada, San Ignacio,
Nueva Biografía, pp. 480-481.
182 AMIGOS EN EL SEÑOR

superior aparece como un padre y servidor, que los conoce a


todos íntimamente. Javier, en el voto que dejó la víspera de
viajar a Portugal, escribe así:

«Juzgo que el que ha de ser elegido por prelado en nuestra


Compañía, al cual todos habernos de obedecer, me parece,
hablando conforme según mi conciencia, que sea el prelado
nuestro antiguo y verdadero padre Don Ignacio, el cual, pues nos
juntó a todos no con pocos trabajos, no sin ellos nos sabrá mejor
conservar, gobernar y aumentar de bien en mejor, por estar más
115
él al cabo de cada uno de nosotros» -

Jayo lo escoge porque «durante bastantes años nos fue dado


por Dios a todos como padre». Salmerón, el menor del grupo,
compone una fórmula saturada de bellas citas de la Escritura
para escoger a Iñigo:

«que así como nos engendró a todos en Cristo y nos nutrió con
leche cuando éramos pequeños, ahora que somos mayores nos
conducirá y dirigirá con el sólido alimento de la obediencia a los
pastos pingües y ubérrimos del paraíso y a la fuente de la vida».

Juan Codure se inspira en la enseñanza de Jesús sobre la


autoridad como servicio:

«A mi juicio debe ser colocado sobre todos y ocupar el lugar del


ministerio, el venerable padre Señor Ignacio de Loyola, porque se
ha hecho siempre el menor de todos y a todos ha servido».

• La conciencia de que forman una comunidad está bien arrai-


gada en todos. «Elijo al Señor Ignacio de Loyola como supe-
rior mío y de la Compañía», firma Laínez. «Elijo y pronuncio
por prelado y superior mío y de toda la congregación al Señor
Ignacio de Loyola», suscribe Salmerón, que llama a la Com-
pañía: «este pequeño rebaño».
• Finalmente, en los votos se expresan los sentimientos de
amistad en el Señor que los ligaban entre sí. El voto de Ro-
drigues, firmado también antes de salir de Roma, se convierte
en una sentida carta de adiós a todos sus compañeros:

«Cuando el Señor satisfaga vuestros deseos [la aceptación de la


Compañía], recordaos, hermanos carísimos, de vuestros [otros]

1 1 5
Xavier, I, 26.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 183

hermanos y elevad vuestros corazones por ellos. Os saludo a


todos, hermanos míos. 5 de marzo, día en que dejo Roma».

La mayoría escribe el nombre de Ignacio con su apellido y


antepone alguna palabra de respeto, con la excepción de
Pedro Fabro, su primer amigo y compañero, que escribe: «mi
voto... es por Iñigo». Esa reverencia puede atribuirse a la
solemnidad del momento de votar. Fabro y Javier indudable-
mente son los más cercanos y los que mejor expresan esa
amistad que se remonta al colegio de Santa Bárbara, cuando
compartieron una misma habitación. Fabro escoge a Javier
para General, en caso de ausencia de Iñigo. Javier, a su vez,
vota por Fabro: «y en esta parte Deus est mihi testls que no
digo otro de lo que siento», añade, queriendo testificar que su
amistad y su preferencia no son algo puramente natural, sino
iniciativa y regalo de Dios.

La oblación de la Compañía

La elección de Ignacio no fue óbice para que los compañeros


siguieran tomando algunas decisiones en común. Todos convinie-
ron en que el viernes siguiente, 22 de abril, harían la visita de las
siete Iglesias en Roma y emitirían su profesión solemne. Ese día
Ignacio, Codure, Broét, Jayo, Laínez y Saímerón, llegaron a la ba-
sílica de San Pablo extramuros y se reconciliaron unos con otros.
Aun en ese trascendental momento la comunidad estaba incomple-
ta. Pero no importaba, los seis que estaban presentes representa-
ban a la Compañía, como si todos se hallasen presentes. Más aún,
el hecho mismo de la ausencia de cuatro de ellos simbolizaba su
verdadera fisonomía de cuerpo espiritual diseminado por el mundo
en servicio de Dios y ayuda de los hombres.
La ceremonia tuvo por centro la celebración de la Eucaristía,
presidida por Ignacio. Delante de Jesús en el sacramento, autor de
su amistad y de su dispersión misionera, sellaban su consagración,
como lo habían hecho al culminar las deliberaciones de 1534 y de
1539. Al momento de la comunión, teniendo en una mano el Cuer-
po de Cristo sobre la patena y en la otra la fórmula de sus votos,
Ignacio se volvió a los compañeros e hizo profesión delante de la
Compañía. Después de comulgar él, tomó las otras cinco hostias
consagradas y vuelto de nuevo a los compañeros, recibió la profe-
1 1 6
sión de cada u n o . La oblación siguió un rito distinto del tradicio-

1 1 6
FN, 1,20-21.
184 AMIGOS EN EL SEÑOR

nal. No se hizo en el ofertorio, sino al momento de la comunión,


delante de Jesús-Eucaristía, bajo cuyo estandarte eran recibidos,
del Señor que los llamó, los reunió y los envió a llevar adelante su
misión.
Al terminar la misa se juntaron en el altar mayor, «donde cada
uno de los cinco vinieron a Iñigo, e Iñigo a cada uno de ellos, abra-
zando y dando osculum pacis, no sin mucha devoción, sentidos y
117
lágrimas, dieron fin a su profesión y vocación c o m e n z a d a » .
Luego continuaron la peregrinación por las otras iglesias. Ribade-
neira los acompañaba aquella mañana y describe la alegría de
todos a su regreso por aquellos campos, así como la cena que él
ayudó a prepararles al caer la tarde. Reflexionando sobre sus re-
cuerdos de muchacho de 15 años, concluye bellamente: «Yo andu-
ve con los padres aquel día, y vi lo que pasó...[regresaron] dando
infinitas gracias porque... los había recibido en holocausto de sua-
ve odor y dándole gracias que unos hombres de tan diversas
naciones fuesen de un mismo corazón y espíritu y hiciesen un
cuerpo con tan concorde unión y liga, para más le agradar y ser-
1 1 8
v i r » . «Este testigo acompañó a los padres cuando visitaban las
siete iglesias; y él les preparó la comida cerca de San Juan de
119
Letrán, siendo ya muy a t a r d e c i d o » .
Los compañeros ausentes pronunciaron también sus votos en
diversos tiempos: Fabro en Ratisbona, Bobadilla en Roma, Rodri-
gues en Evora y Javier en Goa.

******

Concluimos aquí la primera parte de este trabajo, que ha exa-


minado la génesis de la comunidad de la Compañía de Jesús.
Hemos cubierto el camino del peregrino desde el momento de su
conversión en Loyola hasta que, veinte años después, él con s -
compañía de amigos en el Señor, hicieron la oblación en San
Pablo extramuros.
Después de atisbar el primer brote de la aspiración comu litaría
en Manresa y sus tentativas de realización práctica durante la bús-
queda de compañeros por España y París, asistimos al nacimiento
de la pequeña comunidad de estudiantes amigos en la universidad
parisiense. Observamos su gradual crecimiento, maduración y con-

1 1 7
FN, I, 22.
1 1 8
FN, IV, 3 7 1 .
1 1 9
Scripta de S. Ignatio, II, 875.
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 185

solidación hasta que alcanzó la estructura de una Compañía, dis-


tinguida con el nombre de Jesús, aprobada por Paulo III, consolida-
da con sus primeros estatutos y un superior.
Como este estudio acompañó las diversas etapas de una co-
munidad viva, en continuo proceso de gestación y desarrollo, que
gradualmente se fue definiendo a sí misma a través de las dificulta-
des sorteadas en París, Venecia y Roma, ha sido necesario seguir-
la paso a paso, al ritmo de una narración histórica en la que no sólo
los momentos cumbre, sino también los acontecimientos de menor
relieve y aun las anécdotas intrascendentes en apariencia, proyec-
taron luz para conocer qué comunidad iban configurando los com-
pañeros, guiados silenciosamente por el Espíritu.
Aunque a lo largo de los tres capítulos hemos venido recogien-
do conclusiones parciales, al llegar al término de ellos es oportuno
sintetizar los logros de esta primera parte.

1. La comunidad de la Compañía nació a partir de una amistad


en el Señor que se fue fraguando con sencilla espontaneidad. Los
primeros compañeros eran originalmente un grupo de universitarios
que trabaron la connatural amistad que suele surgir entre compa-
ñeros de estudios, sobre todo cuando conviven en una misma resi-
dencia. Pero otra amistad que ninguno había escogido, venía ya
trabajando en el corazón de algunos, muy hondamente en el del
peregrino, y fue prendiendo rápidamente en los demás: Jesús los
llamaba, los reunía y los enviaba, con la irresistible fuerza de las
invitaciones del Rey eternal y las contundentes exigencias de la
meditación de las banderas. «No me escogisteis vosotros a mí, yo
os he escogido a vosotos y os he encargado que vayáis y deis
mucho fruto, y que ese fruto permanezca... os llamo mis amigos
porque os he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho...
permaneced unidos a mí, como yo permanezco unidos a voso-
1 2 0
t r o s » . «Amigos en el Señor» puede haber sido una expresión
instintiva salida de la pluma de Ignacio, pero preñada de sentido
para compendiar los ideales y vivencias de los primeros compañe-
ros. No importa en qué momento la escribió ni cuántas veces volvió
a repetirla, pero sí impresiona la exuberancia con que pudo eviden-
ciar la calidad de comunión que, como hechura de Dios, los traba-
ba con Jesús y entre ellos mismos. Esa amistad se va ahondando
al paso de los años a pesar de las diferencias de naciones, lenguas
y costumbres, con la solidaridad de una pobreza en común, las
consultas de grupo, la participación eucarística en los retiros cartu-

1 2 0
Jn., 1 5 , 1 6 , 1 5 , 4.
186 AMIGOS EN EL SEÑOR

janos de París, las invitaciones informales como las cenas en


común, las experiencias apostólicas, las dificultades y persecucio-
nes después de terminados sus estudios.

2. Son conscientes de que su comunidad no es resultado de


sus esfuerzos, sino una unión comenzada por el Señor. La razón
definitiva que en 1539 los lleva a consolidar su comunión y a trans-
formarse en un cuerpo apostólico, es la convicción de que no
deben deshacer «la unión y congregación que Dios ha hecho, sino
antes confirmarla y establecerla más».

3. El carácter apostólico especifica desde un comienzo la fiso-


nomía del grupo. Son un manojo de sacerdotes pobres, entregados
exclusivamente al servicio de Jesucristo en la Iglesia, para ayudar
a hombres y mujeres con el ministerio de la palabra, en predicacio-
nes, lecciones, conversaciones y ejercicios; con el ministerio de los
sacramentos, llevando consolación a los espíritus; y con el ministe-
rio de la misericordia, reconciliando, sirviendo a los pobres en cár-
celes y hospitales y en las demás obras de diakonía. El servicio
modela su estilo de vida en común. Al comprender, no más llegar a
Roma, que la ley de su vida será la dispersión para el servicio
apostólico, le dan un vuelco a sus primeros sueños para estrechar
su comunión de tal manera «que ninguna división de cuerpos, por
grande que fuese, nos separase». Y se inventan la solidaridad
(«teniendo cuidado unos de otros») y la comunicación («mante-
niendo inteligencia para el mayor fruto de las almas»), como los
instrumentos garantes de esa nueva manera de comunión.

4. La vida comunitaria con sus formas tradicionales, centrada en


la común habitación, los hábitos uniformes, las penitencias de obliga-
ción, las oraciones en coro, no encaja en su proyecto; prescinden de
muchas de estas cosas porque «son para nosotros no pequeño
impedimento, puesto que según nuestra vocación, tenemos que
estar frecuentemente ocupados, aparte de otros oficios indispensa-
bles, durante gran parte del día e incluso de la noche, en consolar a
los enfermos de cuerpo y alma». A una identidad básica, que se pre-
ocupan por definir muy concretamente, a veces con detalles excesi-
vos, corresponde una apertura en libertad y una enorme flexibilidad
para adaptarse a tiempos, lugares y personas. Superada y reflexio-
nada la experiencia inicial de Ignacio en Alcalá, su forma de vida y su
modo de proceder se definen como común en lo exterior.

5. La imitación de Jesucristo y sus apóstoles es el paradigma


que guía paso a paso la configuración de la Compañía. Con el co-
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 187

rrer del tiempo va emergiendo una comunidad modelada sobre ese


Ideal: pobre y solidaria con los pobres, célibe, itinerante, flexible,
libre para darse en servicio a los demás, totalmente disponible para
el proyecto del Padre, que es el Reino y su justicia. Es quizás esta
pretensión tesonera de reproducir el colegio apostólico congregado
por Jesús, que alimentó sus primeros sueños de Jerusalén y que
nunca perdió fuerza - N a d a l promulgando las Constituciones la
contagiará por todas partes-, lo que en definitiva identificó a la
Compañía como una nueva figura de consagración religiosa, origi-
nal y distinta de las variadas formas monacales que entonces exis-
tían en la Iglesia.

6. Característica inconfundible de su comunidad es la incesante


interrogación sobre la voluntad del Señor para ellos y la docilidad
inquebrantable para dejarse conducir. Siempre buscando, conti-
nuamente sintiendo y discerniendo cómo los mueve Dios, qué les
muestra y les pone en su corazón, hacia dónde los lleva, aprenden
el discernimiento apostólico en común como la forma habitual de
todas sus búsquedas. Antes de tener un superior, todos deciden
colegialmente, persiguiendo el consenso unánime a través de la
reflexión personal, la puesta en común y la fidelidad a su único pro-
pósito de servir en todo a su Señor de la manera que él les va indi-
cando. De esta manera logran superar los momentos de perpleji-
dad y de tensión causados por las diferencias Iniciales de opinión.
Y cuando reconocen que Dios se les ha manifestado, logran el con-
senso, que es la comunión en torno a lo que ven en ese momento
como lo mejor que el grupo puede dar. Y así firman sus delibera-
ciones o elecciones y las ofrecen a Dios para que se digne confir-
marlas.

7. El momento culminante y casi exclusivo de su oración en


común, es la celebración eucarística. Desde París, reunirse para
recibir la comunión entra a formar parte de su modo de proceder.
Con la celebración eucarística terminan sus deliberaciones, en
Montmarte, en Vicenza, en Roma. Los votos los pronuncian delan-
te de Jesús presente en la Eucaristía. Los intereses de la Com-
pañía se suplican celebrando misas por concretas Intenciones. San
Ignacio discernirá la elaboración de las Constituciones en torno a la
celebración diaria, como lo consigna jornada tras jornada en su dia-
rio personal. Fuera de esto, el grupo no fija tiempos especiales pa-
ra orar en común porque no se lo permite la intensidad de su dedi-
cación apostólica. No tienen coro, ni misas con cantos, ni ocupacio-
nes comunes establecidas por regia dentro de casa. Pero su ora-
ción personal es también una manera de orar en común por los
188 AMIGOS EN EL SEÑOR

intereses del cuerpo universal. Cada uno de los compañeros madu-


raba en oración sus reflexiones sobre la comunidad antes de llevar-
las al discernimiento en común. Era una forma personal y muy pro-
pia de «orar en común» que practicarán en lo sucesivo aun estan-
do separados por inmensas distancias;

Los primeros documentos que hemos analizado, aunque ricos


en contenido comunitario, están, sin embargo, concebidos en otra
perspectiva. En realidad, apuntan a definir los puntos esenciales de
la forma de vida y modo de proceder de la Compañía y a declarar
la aplicación de la Fórmula contenida en la Bula de Paulo III. Sin
forzar esos textos, se puede afirmar que la ausencia de una preo-
cupación directa por describir un estilo de vida comunitaria, y la
intención primordial de configurar un cuerpo apostólico unido en la
dispersión con fuertes vínculos espirituales, son la contribución
más valiosa de esta primera legislación para comprender lo que
para los compañeros significaba la comunión. Ha sido preciso exa-
minar detalladamente esos textos para descubrir las líneas de
orientación a veces veladas en el conjunto de determinaciones muy
puntuales y concretas. Se va delineando en la legislación una figu-
ra de comunidad pensada para el servicio y aprovechamiento del
prójimo, ágil, libre de ciertas ataduras que un tipo de vida más pro-
piamente conventual pudiera imponer al modo de proceder desea-
do para la nueva institución. Y de esta manera, los primeros textos
coinciden en trasladar cuidadosamente a constituciones la expe-
riencia que han vivido los compañeros durante todos estos años.
El estudio de las Constituciones nos va a mostrar cómo se con-
tinúa ese proceso de institucionalización cuando el previsible creci-
miento y evolución de la Compañía hacen necesaria una canaliza-
ción de aquella nueva forma de vida en común y de trabajo apos-
tólico. Las Constituciones, como la Fórmula, están concebidas ha-
cia el futuro, dirigidas a los «sucesores», para ayudarnos a llegar
hasta dónde llegaron los primeros y más adelante en el Señor
nuestro. Su ordenación, análoga a la de los Cinco Capítulos, traza
el proceso de incorporación de los nuevos compañeros, desde el
Examen para los candidatos hasta que, después de largas proba-
ciones, se presuponen maduros para correr en la vía de Cristo
nuestro Señor y son incorporados en la Compañía. Entonces, des-
criben su modo de vida, su repartición para el trabajo, los medios
para conservar la comunión, su vinculación dentro del cuerpo
mediante la relación autoridad-obediencia. Y cierra todo este pro-
ceso, como un compendio, la visión del cuerpo total, como algo
que Dios mismo ha creado, que conserva y lleva adelante y en
D E LA COMUNIÓN DE AMIGOS A LA CONSTITUCIÓN DE LA COMPAÑÍA 189

quien hay que poner toda la esperanza, con la contribución corres-


ponsable que El espera de todos para perpetuarlo en su buen ser.
¿Garantizan las Constituciones la supervivencia de esa comu-
nidad con las características que los diez primeros le imprimieron a
lo largo de los años fascinantes de fundación que acabamos de
recorrer? ¿O la institución, en lugar de servir de cauce al carisma
primigenio, termina por sofocarlo irreparablemente? ¿Nos dejaron
Ignacio y los compañeros en las Constituciones un camino eficaz
para conservar y perfeccionar la comunidad de amigos congrega-
dos en torno a la persona de Jesús? ¿Cómo se expresa en ellas la
comunidad originante?
Las respuestas que podamos encontrar a estos y a otros Inte-
rrogantes tienen insustituible valor como punto de referencia para
comprender y realizar con fidelidad creativa a nuestro carisma, la
renovación comunitaria inspirada por el Espíritu en la Iglesia de
nuestro tiempo y emprendida con tanto empeño por la Compañía
en sus últimas Congregaciones Generales y en la actualización de
las Constituciones. Tenemos así planteado el tema de la segunda
parte, que nos disponemos a emprender.
Parte s e g u n d a

Su expresión en las
Constituciones
«Cuando el Espíritu Santo
venga sobre vosotros, recibiréis
poder y saldréis a dar testimonio de mí,
en Jerusalén, en toda la región de Judea
y de Samaría, y hasta en las partes
más lejanas de la tierra».
(Hechos 1,8)
4

UN CUERPO APOSTÓLICO
ESPARCIDO POR EL MUNDO

Introducción

«Entonces el P. Ignacio con sus compañeros comenzaron a tratar


de hacer un cuerpo de congregación, que fuese durable y donde
otros se admitiesen para seguir el mismo instituto, en ayuda de
los prójimos, y de la forma de él, y constituciones más substan-
ciales, para el fin que arriba dije, de imitar el modo apostólico en
1
lo que pudiesen» .

Las preguntas que dejamos planteadas al concluir la primera


parte son el punto de partida de la que iniciamos. Queremos averi-
guar si las Constituciones de la Compañía pudieron conservar
aquel sentido de comunidad que los compañeros habían creado y
que se propusieron mantener en el momento de la dispersión apos-
tólica. ¿Cómo se expresa la comunidad primigenia en el texto au-
tógrafo de las Constituciones, tal como quedó a la muerte de Ig-
nacio?
En las deliberaciones de 1539, como hemos expuesto amplia-
mente en la parte primera, los compañeros examinaron detenida-
mente la naturaleza de la transformación que requería su comunión
y su modo de proceder, ante la proximidad de su separación. Rápi-
damente se habían puesto de acuerdo en que debían confirmar y
establecer más la unión que Dios había hecho, de tal modo que se
perpetuara y creciera, y para ello configuraron un cuerpo apostólico
que los mantuviera estrechamente unidos por más grande que

FN, II, 310, Polanco, información sobre el Instituto de la Compañía.


194 AMIGOS EN EL SEÑOR

fuera su separación en las diversas misiones. La Compañía se dis-


ponía así a comenzar una vida de dispersión al servicio de los
hombres, en la Iglesia, sin que se resquebrajara por eso la solidari-
dad y el interés de los unos por los otros, ni se desvirtuara su modo
de proceder con el ingreso siempre creciente de los nuevos com-
pañeros que se les iban agregando en las diversas regiones donde
trabajaban. Esto hubiera sido imposible sin un conjunto de criterios
directivos que encauzaran el carisma y le aseguraran su potencial
vivificante sobre la institución.
Es innegable que la institucionalización conllevaba el riesgo de
sofocar el carácter espontáneo de la comunidad que los compañe-
ros habían cultivado con tanto esmero. Toda sociedad organizada
para el logro de un fin contiene necesariamente elementos de or-
den material, impersonal, reglamentario, que la contraponen a la
comunión espontánea que hemos visto nacer, crecer y madurar
2
entre los primeros compañeros . Tal preocupación estaba en la
mente de los deliberantes de 1539 en el momento de asumir el
voto de obediencia. Y los primeros documentos previos a las
Constituciones manifiestan el cuidado con que ellos se propusieron
afrontar todos los riesgos. ¿Qué sucedería después de Ignacio y
los primeros compañeros?
En las páginas siguientes vamos a averiguar si las Consti-
tuciones a la vez que codifican la vida de la Compañía, la estable-
cen como una comunidad con las características del espíritu primi-
genio. Nuestro material de estudio serán, pues, las Constituciones.
Nos adentraremos en ellas con la mayor seriedad y objetividad po-
sible, para tratar de extraer el sentido comunitario con que estructu-
ran la Compañía de Jesús.
Por razones obvias limitamos nuestro trabajo hasta la muerte
de San Ignacio. Somos conscientes de que las Constituciones,
aunque continuamente revisadas y perfeccionadas por el fundador,
quedaron abiertas a futuras adaptaciones a las circunstancias de
tiempos, lugares y personas y contenían potencialidades que a lo
largo de los años se explicitarían para responder adecuadamente a
los desafíos de la misión evangelizadora. Los compañeros legisla-
ron hacia el futuro, para que sus sucesores pudieran reproducir
creativamente el camino que ellos habían roturado. Hoy día, gra-
cias a los cambios sociales y culturales, a las orientaciones del
Concilio Vaticano II y a las auténticas interpretaciones que han
hecho las Congregaciones Generales 31 a 34, se han introducido

2 Ver CHASTONAY, PAUL, S J., Les Constitutions de l'Ordre des Jésuites, París,
1941, pp. 224ss.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 195

modificaciones sustanciales de orden comunitario; ellas merecen


una reflexión cuyas dimensiones sobrepasan los límites de nuestro
propósito.
Cuando en 1541 se firmaron los cuarenta y nueve capítulos de
constituciones, los compañeros se dispersaron, como hemos co-
mentado. En Roma quedaron solamente Ignacio y Codure, con el
encargo de seguir desarrollando esos capítulos hasta conferirles la
forma de un texto orgánico satisfactoriamente desarrollado. Juan
Codure murió prematuramente, dejando a Ignacio solo en la tarea.
No tenemos que ponderar el cuidado con que el fundador se dedi-
có a ello en medio de las responsabilidades cada día más apre-
miantes del gobierno de la naciente Compañía y con una salud
deshecha. Como fruto de su oración y reflexión, de repetidas con-
sultas, de constatación de experiencias - t a n importantes para Ig-
nacio como lugar de discernimiento- y de problemas que iban sur-
giendo, entre 1547 y 1550 fue elaborado y terminado un primer
texto que contenía ya la estructura fundamental, con las diez par-
tes, del que se conserva una copia conocida como textos.
Para el año 1550 Ignacio convocó a la Compañía en Roma
para someter a su juicio el resultado de ese trabajo. Con la ayuda
de Juan Alfonso de Polanco, su secretario desde 1547, se pudo
presentar a los padres congregados un nuevo texto, compuesto a
partir del original texto a, que se conoce como texto A. Este docu-
mento fue examinado y aprobado con pequeñas modificaciones
3
que pedían principalmente la abreviación de algunas p a r t e s .
Ignacio continuó el trabajo en los años siguientes y a su muerte en
1556 quedó el texto B, con escasas diferencias respecto al texto A.
Es el que tenemos como fexfo autógrafo.
Hemos leído y comparado cuidadosamente los tres textos a, A
y B, en busca de luz sobre el tema comunitario y encontramos
cambios tan escasos y de tan poco relieve, que parece inadecuado
proceder con una presentación comparativa de las redacciones a
cada paso del análisis. Tomamos como texto de investigación y
comentario el texto autógrafo, aunque frecuentemente acudiremos
al texto a para buscar apoyo, por ser el más antiguo y el más cer-
cano por tanto a la idea original. Su mayor longitud y riqueza en
detalles de expresión serán un valioso instrumento para la interpre-
tación del texto autógrafo. La correspondencia de San Ignacio en
esos años es también una inapreciable ayuda para la Interpreta-
ción. Sus numerosas cartas, instrucciones y avisos, según las épo-
cas y las circunstancias concretas, cumplieron múltiples propósitos.

3
Ver MI, Const., I, Observata patrum, pp. 390-396.
196 AMIGOS EN EL SEÑOR

Cuando las Constituciones no estaban aún terminadas ni promul-


gadas, hacían sus veces. En otras ocasiones las interpretaban o
aplicaban a situaciones particulares. Con frecuencia respondían a
las consultas que llegaban a Roma sobre diferentes aspectos del
modo de proceder de la Compañía. Algunas veces testimoniaban
los problemas que surgían aquí y allá y eran fuente de soluciones
prácticas que hoy vemos incorporadas al texto de las Constitu-
ciones. Haremos abundante uso de ellas.
Además de la correspondencia ignaciana, para completar la
interpretación de las Constituciones acudiremos también a Je-
rónimo Nadal, el hombre a quien Ignacio confió su promulgación y
conocedor del espíritu ignaciano como pocos. En Portugal y sobre
todo en España las comentó y declaró, dejando numerosas instruc-
ciones y exhortaciones cuyo contenido enriquecerá aspectos fun-
damentales de este trabajo.
Para la distribución del estudio por capítulos, inicialmente pen-
samos seguir el esquema lógico del texto, recorriendo ordenada-
mente las diez partes de las Constituciones. Estas partes se suce-
den y se relacionan entre sí obedeciendo a una trama orgánica
cuyo principio directivo es precisamente la Compañía concebida
como la integración y comunión de un cuerpo apostólico para el
mayor servicio divino y ayuda de los hombres. Para San Ignacio,
las Constituciones tienen un fin muy preciso: «El fin de las Cons-
tituciones [es] ayudar todo el cuerpo de la Compañía y particulares
della a su conservación y aumento a gloria divina y bien de la uni-
4
versal Iglesia», escribió en los textos a y B . Con este presupuesto
social concibió él todo el cuadro de las Constituciones como un
gradual proceso de incorporación de las personas en el cuerpo
apostólico, desde su admisión y formación, hasta su profesión o
últimos votos y su distribución para el trabajo. Los medios para unir
este cuerpo entre sus miembros y con la cabeza, la función de la
autoridad al servicio de la comunión, y la conservación y aumento
de todo el cuerpo en su buen ser, completan la gran Carta constitu-
cional. Seguir este mismo orden en nuestro trabajo ofrecía la enor-
me ventaja de mostrar claramente el proceso comunitario que se
inicia en la Parte Primera con la admisión de los nuevos miembros
y culmina con la comunión del cuerpo total en la Décima. Al desa-
rrollo y progresiva integración de las personas, acompaña la géne-
sis de la Compañía como cuerpo universal. Para Roustang, en su
comentario de las Constituciones, formarse es participar más y
más de la existencia de la comunidad; el término de la formación

4
MI, Const., II, pp.129, 262.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 197

es definido por la inserción total del jesuita en el cuerpo social de la


5
Compañía .
Hemos preferido, sin embargo, adoptar otra forma que nos pare-
ce más conforme con el objeto delimitado de nuestra investigación.
No vamos a tratar de la comunidad de los que están en formación,
puesto que ella, por un lado se modela con referencia a la comuni-
dad de la Compañía profesa, y por otro, tiene características propias
del tiempo de formación que no ofrecen ningún aporte para lo que
pretendemos que es buscar el sentido propio de comunidad en la
Compañía de Jesús. Las cinco primeras Partes de las Consti-
tuciones no entran, pues, directamente en nuestro trabajo directo.
Comenzaremos por la Parte séptima, la más antigua, que pre-
suponiendo a los miembros de la Compañía, - t r a s «el tiempo y
aprobación de vida que se espera» para ser incorporados-, como
«personas espirituales y aprovechadas para correr por la vía de
6
Cristo nuestro Señor» , se ocupa de su distribución en la viña de
Jesucristo. Empalmamos así con el punto en el que concluimos la
primera parte de nuestro trabajo: una comunidad que se dispersa
para la misión y que sólo a partir de esa dispersión puede encon-
trar su auténtico sentido de comunión. Se plantea de este modo la
tensión dialéctica entre una comunidad que se dispersa y una dis-
persión que congrega, originando un nuevo tipo de comunión.
Consideraremos luego la Parte sexta, que describe la vida y
modo de proceder del jesuita formado que se dispone a trabajar
apostólicamente. ¿Cómo se armoniza nuestra espiritualidad con la
idea de comunidad expresada en la Parte séptima?
Pasaremos luego a la Parte octava, para considerar los víncu-
los Ideados para unir espiritual y corporalmente a los que están
esparcidos, ¿En qué consiste últimamente la comunión del cuerpo
disperso y cómo conservarla y fortalecerla?
Finalmente examinaremos las Partes novena y décima, para
mirar la Compañía como una comunidad universal, con una cabeza
cuya función es vincular, edificar y gobernar el cuerpo total, que
con la cooperación de todos se conserva y aumenta en su buen ser
como instrumento en las manos de Dios para servicio de los hom-
bres, en la Iglesia.
Una última consideración antes de entrar en la materia de este
capítulo, parece ineludible. Es cierto que las Constituciones no se

5
ROUSTANG, FRANCOIS Constitutions de la Compagnie de Jésus, II, Colección
Christus, p. 119-124.Ver también «Le corps de la Compagnie», en Christus 51
(1966)332-345.
6
Const., 582
198 AMIGOS EN EL SEÑOR

refieren temáticamente al sentido de comunidad en la Compañía


como tal, ni se ocupan de trazar un proyecto de «vida comunitaria»
o cosa semejante. Sin embargo, a lo largo del desarrollo de sus
diversas Partes se pueden desentrañar características que el fin
apostólico y el modo propio de proceder confieren a la comunión, y
así, de modo indirecto pero muy rico, expresan lo que es la comu-
nidad en la Compañía de Jesús.

Misiones del Papa

«Esta Compañía y los particulares della han sido juntados y


unidos en un mismo espíritu, es a saber, para discurrir por unas
partes y otras del mudo entre fieles e infieles, según que nos será
mandado por el sumo pontífice; de modo que el espíritu de la
Compañía es en toda simplicidad y bajeza pasar adelante de ciu-
dad en ciudad, y de una parte en otra, no atacarnos en un parti-
7
cular lugar» .

La Parte séptima de las Constituciones tiene un puesto central


en el conjunto del texto, ya que las misiones del papa son lo prime-
ro que ocurre en el orden de la consideración, según el esquema
ignaciano. La misión es la idea madre de la Compañía, la razón de
ser de su existencia, hacia la que se orienta todo el dinamismo del
cuerpo apostólico. El resto de las Constituciones está dirigido a
prepararla, emprenderla y realizarla, manteniendo vigorosamente
unidos a todos los miembros entre sí y con su cabeza.
Es muy posible que las misiones hayan sido el primer asunto que
Ignacio tomó entre manos inmediatamente después de sus delibera-
ciones sobre la pobreza de la sacristía del Gesu en 1544. En las
constituciones de 1541 los compañeros habían tratado largamente el
asunto de la pobreza, pero no se habían ocupado de las misiones.
Leemos en las notas del Diario Espiritual el 17 de marzo de 1544:
8
«Aquí comencé de prepararme y mirar primero cerca las misiones» .
Fruto de este discernimiento serán seguramente las «constitutiones
9
circa missiones» y las «declarationes circa missiones» , terminadas
entre 1544 y 1545, que tratan sobre las misiones del Papa y las

7
MI, Epp., I, 451 Carta a Fernando 1, rey de romanos, quien quería proponer a
Claudio Jayo para un obispado. Ignacio rechaza decididamente la idea: «Daríamos
en tierra con la Compañía... haríamos mayor daño en todo lo universal y [sería] per-
der nuestro espíritu».
8
Diario, 161.
9
MI, Const., I, pp. 159-164.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 199

misiones del superior. Ambos documentos fueron la base de la Parte


séptima, de la que pasaron a formar los dos primeros capítulos con
muy pequeñas modificaciones. De ahí la antigüedad que atribuimos
a esta parte de las Constituciones.
El título de esta Parte es: «De lo que toca a los ya admitidos en
el cuerpo de la Compañía para con los próximos, repartiéndose en la
viña de Cristo nuestro Señor». Dos puntos nos dan la tónica del
documento: la repartición de los operarios y los próximos. Apa-
rentemente muy poco podría decirse sobre el sentido de comunidad
en un texto que se ocupa de su dispersión, que pone fin a la convi-
vencia que caracterizó la primera época de la compañía de Ignacio;
mucho menos en cuanto que toda la atención se dirige hacia lo que
toca a los miembros con relación a las personas a quienes dedican
sus servicios. Sin embargo, es paradójicamente aquí donde se plan-
tea y fundamentalmente se resuelve la configuración de la comuni-
dad propia de la Compañía. La inminencia de la separación, como
dijimos en la primera parte, fue precisamente lo que estrechó la co-
munión y creó una nueva forma de ser comunidad.
La introducción da la razón de la división, de los capítulos: la
Compañía se reparte en la viña de Cristo, cada uno va a trabajar
«en la parte y obra de ella que le fuere cometida». Esta frase pone
de relieve la característica principal del servicio apostólico: el traba-
jo de cada uno se enfoca como una parte de toda la acción del
cuerpo, como una obra de la Compañía que le ha sido específica-
mente confiada. El jesuita ha de llevar adelante su trabajo con la
conciencia de estar colaborando en una tarea común. Ahora bien,
la repartición comporta un doble tipo de actividades: discurrir por
unos y otros lugares enviados por el Papa o por los superiores, o
escogiendo ellos mismos «dónde y en qué trabajar, siéndoles dada
comisión para discurrir por donde juzgaren se seguirá mayor servi-
cio de Dios nuestro Señor y bien de las almas»; o residir firme y
continuamente en otros sitios «donde mucho fruto se espera de la
10
divina gloria y servicio» .
Las misiones, que tienen su origen en el voto de los compañe-
ros de obedecer e ir dondequiera que el sumo Pontífice los enviara,
son según San Ignacio «nuestro principio y principal fundamen-
1 1
t o » . El sentido de esta obediencia al papa es para acertar más
cumplidamente en la misión universal del Cristo que han experi-
mentado en las meditaciones del Rey y de las dos Banderas.

1 0
Const., 603.
1 1
Declarationes circa missiones, MI, Const, I, p. 162 y texto a, MI, Const., II, p
214 Sobre esta expresión ver el artículo de Burckardt Schneider, S. J. Nuestro prin-
cipio y principal fundamento, en AHSI, 25 (1956), 488-513.
200 AMIGOS EN EL SEÑOR

N O está de menos advertir que el capítulo sobre la residencia


estable de la Compañía en algunos lugares solamente aparece en
el texto a. El documento circa missiones de 1544 únicamente hace
referencia al carácter itinerante de la Compañía; no se mencionan
las casas, que existen ya desde hace algunos años, ni a los cole-
gios que eran siete a fines de 1544.

• La intención del voto: «la intención del voto que la Compañía


hizo de le obedecer como a Sumo Vicario de Cristo, sin excusa
alguna, ha sido para dondequiera que él juzgase ser coveniente
para mayor gloria divina y bien de las ánimas enviarlos entre fie-
les o infieles, no entendiendo la Compañía para algún lugar parti-
cular, sino para ser esparcida por el mundo por diversas regiones
y lugares, deseando acertar más en esto con hacer la división de
ellos el Sumo Pontífice». «Porque como fuesen los que primero
se juntaron de la Compañía de diversas provincias y reinos, no
sabiendo en qué regiones andar, entre fieles o infieles, por no
errar in via Domini hicieron la tal promesa o voto, para que Su
Santidad hiciese la división de ellos a mayor gloria divina, confor-
me a su intención de discurrir por el mundo, y donde no hallasen
el fruto espiritual deseado en una parte, para pasar en otra y en
otra, buscando la mayor gloria de Dios nuestro Señor y ayuda de
12
las á n i m a s » .
El texto B abrevia el texto a por razones de concisión. Se mantie-
ne el recuerdo de la comunidad primigenia, los que «primero se jun-
taron», con sus diferencias de naciones, aunque en tercera persona.
Y también la inspiración evangélica. ¿Quién no evoca aquí el ideal
de la reproducción del grupo apostólico enviado por Jesús, que ani-
mó originalmente a los compañeros desde París? El parentesco con
los textos de los sinópticos salta a la vista: Jesús, que recorría ciuda-
des y pueblos enseñando en las sinagogas -«sinagogas, villas y
castillos por donde Cristo nuestro Señor predicaba», en la medita-
ción del Rey-; la gente que trataba de retenerlo y su respuesta de
que tenía que ir a los otros pueblos a anunciar la Buena Noticia del
Reino; la instrucción misionera de sacudirse de los pies el polvo de
los pueblos que no los recibían y salir a otros lugares.
Destacamos los elementos que distinguen la misión, que son
otras tantas características de la comunidad:

• En su origen hay un voto expreso de toda la Compañía, a


disposición del Papa. La obediencia es corporativa al tiempo

1 2
Const, 603, 605.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 201

que personal. Este aspecto fue claramente considerado en las


deliberaciones de 1539: ¿debería cada uno realizar su voca-
ción y partir sin más a donde fuera enviado, independiente-
mente de los otros, y éstos desvincularse de todo cuidado de
los compañeros que partían? La decisión de coligarse en un
cuerpo para cumplir unidos la común vocación, teniendo soli-
daridad e inteligencia mutua, fue la respuesta a este primer
cuestionamiento.

• La intención del voto no es para algún lugar particular. Des-


de los comienzos de su asociación se habían propuesto un
proyecto universal que no conocía otras limitaciones que el
mayor servicio divino en la ayuda de los demás. La medita-
ción de las Banderas les había abierto las perspectivas de tra-
bajo con el Señor de todo el mundo, que escogía discípulos,
amigos, y los enviaba por todo el mundo, esparciendo su
sagrada doctrina por torios estados y condiciones de perso-
nas. Aunque Jerusalén y Palestina eran para algunos un
sueño de permanencia permanente para predicar en la misma
tierra del Señor, para otros era sólo un lugar de peregrinación.
Y como no lograron ponerse de acuerdo, decidieron postergar
la decisión hasta que estuvieran allá.

• El proyecto universal conllevaba la prontitud para discurrir


por diversas regiones y lugares, entre fieles e infieles. Parece
que el pensamiento original no contaba con una dispersión del
grupo, es verdad; esperaban más bien que el Papa les fijaría
un lugar común de trabajo, desde el cual se moverían de un
sitio a otro. Pero la decisión del pontífice de dispersarlos redi-
mensionó esta movilidad insertándola en los horizontes mis-
mos de la Iglesia. Ellos la acogieron con entusiasmo y de
hecho se convirtió en su «intenciones y deseos de ser espar-
cidos por diversas y varias regiones».

• El estilo que caracterizará en adelante la misión será, princi-


palmente, discurrir por lugares «donde no hace residencia la
Compañía», aunque se contempla también que podrá reali-
13
zarse en parte «donde reside continuamente» . Las misiones
del Papa consisten en ese primer momento en actividades
temporales, fuera de la propia residencia, predicando, confe-

1 3
Expresiones del texto a, MI, Const., II, p. 209.
202 AMIGOS EN EL SEÑOR

sando y usando los demás medios de aprovechar al prójimo


que tiene la Compañía conforme a su modo de proceder.

Nadal desarrolló este tema del discurrir y residir, en sus pláti-


cas, pero sobre todo en ej-Diálogo II, como veremos a conti-
nuación. Según él «la definitiva y perfectísima habitación de la
4
Compañía es el peregrinar de tos profesos»^ . El Diálogo II se
extiende más ampliamente, entre un supuesto Phillippicus,
irritable interlocutor luterano, Philalethes (amigo de la verdad),
que expone a sus amigos las cosas de la Compañía que oyó
en Colonia, y Libanius (blanco o neutro), un católico mal infor-
mado.

Traducimos del latín la parte que más nos concierne, aunque


recomendamos la lectura del texto original, en la nota, para
captar toda su fuerza:

«LIBA (después de escucharla descripción de los diversos domi-


cilios de la Compañía): ¿Y qué otro sitio queda?
15
PHILI: La dispersión de los «jesuítas» .
PHILA: Calma, Philipico... Queda ese lugar de tan vasta amplitud
y de horizonte tan abierto como el orbe universo; puesto que,
cualquier sitio a donde pueden ser enviados en ministerio para
llevar ayuda a las ánimas, es la más excelente y muy anhelada
habitación de estos teólogos; porque ellos saben que su fin deter-
minado es procurar la salud y perfección de todas las ánimas.
S
Entienden, por lo tanto, que están obligados por aquel 4 voto al
Pontífice máximo, para ir en misiones universales en ayuda de

1 4
«Ultimam ac perfectissimam Societatis habitationem dicimus peregrínatio-
nem professorum», Nadal Annot. in exam., Nadal, V, p. 195 (n. 1751).
1 5
Imposible traducir adecuadamente la frase: «dispersio iesuitantium». Extraña
forma de usar la palabra «jesuíta» como verbo (iesuitare). Hay que tener en cuenta
que el vocablo «jesuíta» comenzó a usarse en Alemania mucho antes de la funda-
ción de la Compañía, como un mote de burla o desprecio. La Enciclopedia universal
ilustrada Espasa explica que llamar a alguien «jesuíta» era una apelación despecti-
va o irónica y trae el ejemplo de un examen de conciencia de un devocionario de
1519, que hace esta pregunta: «¿Has dejado de enseñar la palabra de Dios, etc.,
por temor a las críticas de algunos burlones, que te llamaran fariseo, jesuíta, hipócri-
ta, beguino? Es probable que el comentario de Philippicus sea una mención despec-
tiva de los jesuítas, ya que en el norte de Alemania empezó a aplicarse por primera
vez esta palabra a los de la Compañía de Jesús. Pedro Canisio escribió en 1544 a
Pedro Fabro: «Le diré que se nos llama jesuítas»; y en otra carta, al año siguiente,
el mismo Canisio da a entender que este nombre era un remoquete: continuamos
en nuestro instituto «a pesar de la envidia y detracciones de algunos, que hasta nos
han dado el nombre de jesuítas». Ver la palabra «jesuíta» en la mencionada Enci-
clopedia Espasa, de donde hemos sacado esta información.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 203

las ánimas, bajo su mandato, que ha sido constituido por Dios


para la Iglesia universal. Ven ellos que no pueden edificar u obte-
ner tantas casas, desde las que puedan estar cercanos para
correr a la batalla. Siendo así las cosas, estiman como su más
tranquila y agradable habitación, peregrinar perpetuamente, reco-
rrer toda la tierra, no habitar en ningún sitio como en casa propia,
siempre indigentes, siempre mendicantes, esforzándose por imi-
tar, de alguna mínima manera, a Jesucristo, que no tenía dónde
reclinar la cabeza y que gastó todo el tiempo de su predicación
16
en peregrinaciones» .

Este hermoso texto compendia con impresionante vigor lo que


el discurrir significaba para Nadal en las Constituciones que
estaba promulgando: la misión universal insertada en la Igle-
sia, el fin propio de la Compañía, la vocación a servir por todo
el mundo, la pobreza esencial a su misión y, sobre todo, el
anhelo de imitar en alguna manera a Jesucristo pobre e itine-
rante, como lo habían contemplado en las meditaciones del
Rey y las Banderas.

Tal era el tipo de vida en aquellos primeros años. No es de


extrañar que Polanco, en la introducción a la octava industria,
hable de ello como de un estilo normal en la Compañía: «Por
ser las misiones a tan varios lugares, y no vivir siempre en
congregación, antes pocas veces... es difícil el unirse con el
17
superior y entre sí los de esta Compañía» . Como tampoco
que se hable de «los compañeros esparcidos», de «dispersos
y congregados», como lo hacían San Ignacio y los demás
para referirse a los que andaban en misión.

Porque la misión significaba estar fuera de casa, solos mu-


chas veces, alojados en los hospitales u hospicios y también

1 6
«lile est locus longe amplissimus et tam late patens quam orbis universus;
quocumque enim ¡n ministerium ad opem anlmabus ferendam mitti possunt, haec
est horum theologorum habltatio praestantissima atque optatisslma; sciunt enim
esse sibi finem praestitutum, ut salutem omnium animarum procurent et perfectio-
nem. Intellegunt propterea se voto ¡lio quarto Pontífice máximo esse obstrictos, ut
universales missiones in animarum subsidium obeant ex illius imperio, quod est divi-
nitus in universam Ecclesiam constitutum. Vident se tot domus vel aedificare vel
obtinere non posse, ut ex propinquo excurrere ad pugnam possint. Haec quum ita
slnt, ¡Mam reputant esse quietissimam atque amenissimam habitationem, si perpetuo
peregrinari, orbem terrarum circumire, nullibi in suo habitare, semper esse egenos,
semper mendicos, modo mínima aliqua ex parte enltantur Chrlstum lesum imitari, qui
non habebat ubi caput recllnaret, et totum tempus suae praedicationis in peregrina-
tionibus exegit». Nadal, V, Dialog. II, pp. 773-774 (n.188).
1 7
Pol. Compl. II, 758.
204 AMIGOS EN EL SEÑOR

en residencias particulares. Sin superiores ni compañeros


para discernir y deliberar juntos, tenían que decidir por sí mis-
mos muchos asuntos importantes. Bobadilla en carta a Laínez
y Codacio, escribe en junio de 1542: «He tomado una estan-
cia en el hospital... no porque el señor Nuncio apostólico no
me hubiese dado el mejor aposento de su casa, más aún, to-
da su casa; mas porque está cerca de una iglesia y del pala-
cio para poder conversar con todos y trabajar más cómoda-
18
m e n t e » . Fabro, por su parte, refiere a Ignacio: «Dicen tam-
bién que, pues nosotros tres [Fabro, Jayo y Bobadilla] esta-
mos divididos en tres casas, que es señal de que somos es-
pías, que por diversas artes buscamos los males secretos de
19
esta ciudad y del clero para escribir al S . P . » . Laínez, en mi-
sión por Venecia, predicando, explicando el evangelio de
Juan, dando ejercicios y atendiendo coloquios personales, se
hospedaba en la casa de Andrés Lipomano; Broet y Sal-
merón, al no ser recibidos como nuncios en Irlanda, deben ir
de uno a otro sitio, sin alimento ni bebida, sin lecho ni comodi-
dades; «humildes nuncios a pie por los caminos», comenta
Polanco. En fin, Javier y Rodrigues en Portugal, insisten ante
el rey que ellos quieren vivir de limosna y así lo hacen por un
tiempo; sólo cuando las ocupaciones espirituales los urgen a
dedicarse más y más, aceptan los ofrecimientos de don Juan,
pero dedican todavía dos días a la semana a mendigar y lle-
van lo recogido a un hospital de los pobres.

Todos los primeros compañeros, a excepción de Ignacio que


permanecía en Roma con un grupo de candidatos, andaban
esparcidos en expediciones apostólicas: «non uno in loco ver-
20
sabantur... privatis in domibus, etiam saecularibus» : se alo-
jaban en casas particulares aun no religiosas.

La experiencia de los primeros también habían comenzado a


vivirla los nuevos miembros de la Compañía. El General Ig-
nacio escribía en 1548 que «La Compañía está comúnmente
21
muy dispersa y sobre sus fuerzas ocupada» . Por eso el año
anterior había rehusado abrir una casa en Jerez: «Porque los
de la Compañía que han cumplido sus estudios y atienden a
trabajar en la viña del Señor, son tan pocos y tan demandados

1 8
Bobadilla, 35; Chron., 1,100.
1 9
Fabro I, 96.
2 0
Chron., I, 99-100.
2 1
MI, Epp., II, 9-81.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 205

de varias partes... que no sería posible que en un lugar particu-


22
lar se detuviesen» . Si la misión, en palabras de Jerónimo
Nadal, es la última y perfectísima habitación de los profesos de
la Compañía, su comunión no puede centrarse en una vida
comunitaria. Hay que encontrarla en otras dimensiones.

• El elemento más importante del texto, para comprender la


intención del voto es el concepto de envío. Toda misión pro-
viene de un mandato: alguien envía y en su nombre se reali-
za. No cabe duda de que Ignacio y los primeros compañeros
concibieron su dedicación al Reino como un envío. Los Ejer-
cicios, donde todos se formaron, parten de la consideración
de la Trinidad que envía al Hijo para hacer redención de la
humanidad. Y la meditación de las Banderas presenta a Je-
sús, Señor de todo el mundo, que escoge y envía. La visión
de La Storta, en la que Ignacio comprende que el Padre lo ha
puesto con su Hijo bajo la bandera de la cruz, es un envío
para servir. Por fin, su aspiración de reproducir en su tiempo
el grupo de Jesús con sus discípulos, es un deseo de colabo-
rar con él en la misión que ha recibido del Padre. En la noche
del 11 de febrero de 1544, Ignacio anota en su diario que ese
día había sacado las razones que tenía escritas [el papel de la
23
deliberación sobre la pobreza] , para discurrir por ellas, pero
que se le Iban las ganas de ver razones, porque experimenta-
ba gran consolación y claridad y le venían otras inteligencias:
«cómo el Hijo primero envió en pobreza a predicar a sus
apóstoles, y después el Espíritu Santo, dando su espíritu y
lenguas los confirmó, y así el Padre y el Hijo, enviando el Es-
24
píritu Santo, todas tres personas confirmaron la tal misión» .
Encargo recibido para predicar en pobreza es lo que él entien-
de para sí y para toda la Compañía cuando experimenta que
el Padre lo ha puesto con su Hijo y que el Hijo, dirigiéndose a
él le ha dicho: «Yo quiero que tú nos sirvas».

Cuando acudieron al Papa para solicitar que les señalara un


sitio de trabajo en vista de que el proyectado viaje a Jerusalén
se había frustrado - p o r no errar in vía Domini... porque él
tiene mayor conocimiento de lo que conviene a la entera cris-
tiandad-, Paulo III no solamente les señaló el sitio, sino que

2 2
MI, Epp., I, 630.
2 3
Este documento puede verse en San Ignacio de Loyola. Obras, BAC, sexta
edición, pp.333-338.
2 4
Diario, 15.
206 AMIGOS EN EL SEÑOR

tomó en sus manos el grupo para diseminarlo en diversas


misiones. Fue entonces cuando su vocación se convirtió cla-
ramente en una misión en la Iglesia y cobró sentido pleno la
noción de enviar y ser enviado, que pudo entrar luego conna-
turalmente en los textos constitucionales.
• Los compañeros insisten en que el Papa hará la distribución
de ellos «conforme a nuestras intenciones y deseos» (texto
a); «conforme a nuestra intención de discurrir por el mundo»
(textos a y B). No entienden la Compañía para un lugar parti-
cular, sino para ser esparcidos por diversas y varias regiones.
No es temor de Paulo III, que desde el primer momento en
Tívoli había entendido su carisma como un don del Espíritu y
que ahora lo ampliaba con la dispersión apostólica. Pero quie-
ren garantizar para el futuro en sus Constituciones la continui-
dad de ese carisma original que hace de la Compañía una
comunidad itinerante al servicio de la misión.

• La disponibilidad: Después de explicar la intención del voto,


se pasa a otro punto: la disponibilidad, que en virtud de esa prome-
sa se exige en toda la Compañía, como cuerpo dedicado entera-
mente y sin reservas a Jesucristo, en la Iglesia, bajo el Romano
Pontífice. El presupuesto es que por el voto así declarado han
puesto «todo el entender y querer de la Compañía debajo de Cristo
N.S. y su vicario». Por lo tanto:

«ni el Superior por sí mismo, ni alguno de los particulares de ella


podrá por sí ni por otro procurar ni tentar mediata o inmediata-
mente con el Papa o sus ministros, para que haya de residir o ser
enviado más a una parte que a otra, dejando los particulares todo
el cuidado al Sumo Vicario de Cristo y a su Superior, y el Su-
perior cerca de sí mismo a Su Santidad y a la Compañía en el
25
Señor nuestro» .

Con todo, esta disponibilidad no excluye la representación.


Sólo que las personas deben dejar todo el cuidado en manos del
Papa y del superior, en caso de que alguien sea destinado para
algún lugar o empresa «para la cual se juzgase que siendo bien
informado el Sumo Vicario de Cristo no le enviaría».

• Misionar en pobreza: En las constituciones de 1541 se había


consagrado el principio de la gratuidad de los ministerios. Se per-

2 5
Const., 609.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 207

mitía tomar lo necesario para los viajes, pero no a modo de esti-


pendio. La pobreza y la generosidad especialmente con los pobres
eran dimensiones esenciales del servicio al prójimo. No sólo como
condición de libertad o como medio de dar testimonio, sino como
rasgos fundamentales del envío evangélico, del seguimiento de
Jesús que tipifica a la Compañía. La conciencia de que todo lo que
tienen es don recibido, crea el imperativo de darlo todo gratis.
En el momento de partir a la misión, el jesuíta debe dar esa
muestra de liberalidad y profesar su adhesión a la pobreza en
seguimiento de Jesús, no pidiendo cosa temporal alguna, ni siquie-
ra para el viático.

«Demás de esto, el que fuere por Su Santidad señalado para ir a


alguna parte ofrezca su persona liberalmente, sin que pida para
el viático ni haga pedir cosa temporal alguna, sino que así le
mande enviar Su Santidad como juzgare ser mayor servicio de
26
Dios y de la Sede Apostólica, sin mirar en él otra cosa alguna» .

Ha de recordar lo que dice la Fórmula del Instituto, que una vi-


da lo más alejada posible de todo contacto de avaricia y lo más se-
mejante a la pobreza evangélica, es más alegre, más pura, más
apta para la edificación del prójimo. Así que, «sin mirar en él otra
cosa alguna», emprenderá su camino en las condiciones en que el
Papa haya enviado.
La preferencia de la Compañía está decididamente por la pere-
grinación en pobreza. Así había enviado Jesús a sus discípulos:
«No llevéis nada para el camino: ni bastón, ni bolsa, ni pan, ni dine-
ro, ni ropa de repuesto... pues el trabajador tiene derecho a su ali-
27
m e n t o » . Tiene la seguridad de que Jesucristo suministrará lo
necesario para el sustento y vestido a sus colaboradores que bus-
can solamente servir al Reino de Dios.
Por otra parte, Ignacio es bien consciente de que las misiones
suponen gastos especiales que hay que obtener por medio de las
limosnas, el medio posibilitado en su tiempo. Es una forma de sus-
tentarse de la misma fuente a la que acuden los pobres. Para con-
seguir el fin que se pretende hay que emplear los medios condu-
centes, pero siempre con una actitud vigilante para evitar los peli-
gros a los que puede llevar la codicia ante la facilidad de obtener
todo de la generosidad de los bienhechores. No faltaban entre las
personas grandes que solicitaban sus servicios en alguna reglón,
quienes ofrecían lo necesario y más. Particularmente, cuando se

2 6
Const., 609.
2 7
L c . 9 , 3;Mt.10,9.
208 AMIGOS EN EL SEÑOR

trataba de enviar un grupo para establecer un colegio o casa de la


Compañía. Las Constituciones tratan el tema con especial delica-
deza. La series dubiorum cuarta de Polanco, trae esta pregunta:

«Si se dirá que vayan sin pedir viático, o si bastará decir que
vayan aunque no hubiese viático, etc.

[R.] Ni uno ni otro se diga en la Bula, sino que en constituciones


se puede decir que se presenten al papa para ir en el modo que
28
se les dijere por su santidad» .

Lo que se adiciona en el texto B con una declaración:

«Esto se podrá bien representar, antes se deberá hacer, por vía


del prelado o por persona por quien Su Santidad manda ir a algu-
na parte, cómo es su mente que vaya por el camino y esté allá,
scilicet, viviendo de limosna y demandando por amor de Dios
nuestro Señor, o de otra manera. Porque lo que pareciere mejor
a Su Santidad se haga con más devoción y seguridad en el Se-
29
ñor nuestro» .

La declaración del texto insinúa dos posibilidades de realizar la


misión: una es «a la apostólica», sin dineros; la otra con limosnas,
más cómodamente. Ignacio lo explica en una instrucción a Elpidio
Ugoletto en 1551, que se refiere al envío de escolares a los cole-
gios, pero que indica el estilo de viajar que ya se acostumbra en la
Compañía. Las pequeñas expediciones de compañeros que salían
a establecer colegios viajaban de una manera similar a la de los
misioneros:

«De una de dos maneras se han enviado otras veces nuestros


escolares a los colegios que se han comenzado de la Compañía
nuestra: una es a la apostólica, sin dineros, yendo como peregri-
nos y mal vestidos, como se hallan acá, sin que hayan de repre-
sentarse al papa, y en el lugar a donde van los visten como usan
los escolares de la Compañía; y esta se hace cuando los funda-
dores dejan hacer a la misma Compañía, porque ella se confor-
a
ma con su pobreza... La 2 manera es, que los que Dios N.S.
mueve a dar principio a los colegios escriben al prepósito, y tam-
bién al papa o a quien le hable, para que con su bendición se
comience la obra... y para esto, como los habían de vestir allá,
dan orden que se vistarr acá, para comparecer con más decencia

2 8
MI, Const., II, p 324.
«9 Const., 610.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 209

aquí cuando van a besar el pie al papa, y allá, y proveen así


mismo de algún viático con que vayan en alguna manera cómo-
30
damente» .

Cuando los bienhechores dejan hacer a la Compañía, ella se


conforma con su pobreza. La que habían prometido en Montmartre
y practicado hasta entonces en todos sus ministerios por Italia y
Roma. «A la apostólica», es decir, prosiguiendo la manera como
Jesús con sus apóstoles anunciaba el Evangelio.

Instrucciones para la misión

«Al que así fuere enviado es muy conveniente que le sea decla-
rada enteramente su misión y la intención de Su Santidad y el
efecto para que es enviado, y esto en escrito si es posible se le
dé, para que mejor pueda cumplir lo que le es cometido. Y el
Superior procurará también de ayudarle con los demás avisos
que pudiere, para que más en todo se sirva Dios nuestro Señor y
31
la Sede Apostólica» .

La importancia de este número de las Constituciones que po-


dría pasar desapercibido, se puede calibrar por la práctica constan-
te de Ignacio General, que acompañaba a los enviados en misión
con detalladas instrucciones y avisos para el fiel cumplimiento del
encargo. A esas instrucciones y avisos dedicaremos un apartado
especial más adelante. La labor apostólica se define, no como un
trabajo personal independiente, sino como el cumplimiento de un
encargo, conforme a su vocación y carisma, que es necesario com-
prender y ejecutar fielmente. El trabajo del que es enviado es «en
la parte y obra de la Compañía que le fuere cometida». Con la pre-
sencia y el trabajo de alguno de ellos, es la Compañía la que está
allí sirviendo. Esta conciencia comunitaria del ministerio es uno de
los constitutivos primordiales de la comunidad ignaciana. Para que
pueda ejecutar cabalmente la misión, según el modo de proceder
propio de todo el cuerpo apostólico, recibe la ayuda de la Com-
pañía, tanto si se trata de las misiones del papa como de las encar-
gadas por el superior.
Las instrucciones se convirtieron en la regla de vida para los
que debían pasar algún tiempo fuera de comunidad, sin contacto
ordinario con los demás. Fueron además un instrumento que unifi-
caba a los miembros con su cuerpo y al cuerpo total con la Iglesia

3 0
MI, Epp., III, 638-639.
3 1
Const., 612.
210 AMIGOS EN EL SEÑOR

para que mejor se pudiera lograr «lo que se pretende en servicio


de Cristo nuestro Señor». Con esta práctica, la Compañía se acer-
caba también al modelo de imitación: Jesucristo instruía a sus dis-
cípulos antes de enviarlos en misión y ellos partían a cumplir su
encargo como enviados del maestro y al retornar se reunían con él
y le contaban todo lo que habían hecho y enseñado. La meditación
de las Banderas incluía como uno de los puntos de oración: «Con-
siderar el sermón que Cristo nuestro Señor hace a todos sus sier-
32
vos y amigos, que a tal jornada e n v í a » .

• Movilidad: El último apartado de este capítulo sobre las misio-


nes de su Santidad considera el tiempo y las actividades comple-
mentarias de la misión. Tres cosas se sugieren: 1) Si el tiempo de
la misión no es determinado por el pontífice, la residencia en el
lugar debe ser de fres meses, y más o menos, de acuerdo a tres
criterios: el mayor o menor fruto espiritual que se sintiere hacer, lo
que se puede esperar en otra parte, lo que parezca más conve-
niente para el bien universal; 2) cuando en un lugar determinado se
ha de alargar por más tiempo la residencia, con tal de no perjudicar
la misión principal, convendrá hacer algunas salidas a los lugares
vecinos para ayudar a las personas, y después tornar a su residen-
cia; 3) aunque permanezcan en el mismo lugar donde cumplen la
misión, además de lo que se les ha encargado principalmente - q u e
se debe atender con especial cuidado-, se sugiere que miren en
qué otras cosas se puede emplear, no perdiendo la oportunidad
33
que les ofrece Dios, en cuanto les parezca que c o n v i e n e . La
comunicación con el superior en todos estos casos, sobre los frutos
que se van logrando, es garantía de un acertado discernimiento.
Con el criterio de brevedad que rigió la preparación del texto B,
esta sección quedó recortada con relación a la primera redacción
del texto a, aunque conserva los puntos esenciales. El texto origi-
nal a, además de su antigüedad, es rico y más explícito. Describe
la movilidad del compañero enviado en misión, su carácter itineran-
te, según la intención y devoción de la Compañía, que no quiere
instalarse ni detenerse en uno u otro lugar para el descanso tempo-
ral. Si se detienen en alguna parte es únicamente por razones
apostólicas. Es bueno conocerlo:

«Siendo alguno de la Compañía enviado por mandato de su san-


tidad o por el superior della para algunos lugares particulares,
como la intención y devoción de la Compañía sea discurrir de una

3 2
EE., 146.
3 3
Const., 616.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 211

ciudad en otra no parando en una parte ni en otra para algún des-


canso temporal en esta vida, nos parece ser mucho conveniente
para mayor servicio de Dios N. Sr. que nuestro estándar o residir
en un obispado o en una ciudad o en otro lugar particular, sea por
espacio de tres meses...»
Si en el lugar determinado se hubiese de alargar la residencia,
cuando puede hacerse sin perjuicio de la misión principal y inten-
ción del sumo pontífice, no será inconveniente el hacer algunas
salidas para los lugares vecinos para ayudar más en la predica-
ción y los otros medios que usa la Compañía, a otras ánimas; y
tornando a su sólita residencia más deseada, podría aun a los
mismos a quienes fue enviado, más aprovechar en el Sr. Nro.
Pero en esto el mismo que fuere enviado, con tener más noticia
de los particulares, después de la oración y consideración debida,
34
podrá determinarse...»

Estas sugerencias no eran improvisaciones que se creaban


sobre el texto. Recogían experiencias que los primeros habían ya
vivido. Laínez y Fabro, para no recordar más que un ejemplo, du-
rante su misión en Parma visitaban los pueblos vecinos cuando
e
quedaban libres de su trabajo principal: «El 2 día de Pentecostés,
porque no se predicaba aquí por las procesiones, me fui a un casti-
llo y prediqué tres veces y confesé todo el resto del tiempo de la
mañana hasta la noche; otros dos sacerdotes que habían hecho
los ejercicios, salieron los mismos días por algunas aldeas y confe-
35
s a r o n . . . » . La movilidad define, pues, a la Compañía como una
comunidad dispuesta siempre a desplazarse en busca de un mayor
fruto y bien más universal. Aun las residencias más estables pre-
sentarán también la figura de una frecuente expedición apostólica.
a
Polanco en la 7 industria sugiere que a los predicadores les
bastaría menos tiempo para conmover la multitud, y que luego
podrían ir a otros lugares; los confesores podrían detenerse más,
para recoger el fruto de la predicación. Es una forma de la ayuda
mutua y el trabajo en equipo, que se detallará más en el segundo
capítulo de esta Parte séptima.

Misiones del Superior

Esta sección atiende a la autoridad delegada del Superior para


enviar en misión, valdría decir hacia afuera. Es una facultad vicaria,

3 4
MI, Const., II, pp. 212-213.
3 5
FN, 1,216, nn. 103-104.
212 AMIGOS EN EL SEÑOR

distinta de la autoridad administrativa ordinaria por la cual, como


superior de la Compañía, la gobierna internamente. Cuando el
superior «envía», lo hace en nombre del Papa. Esta doble función
del superior general se puede entender así: 1) por la autoridad inter-
na, congrega la comunidad dispersa por el mundo; es el vínculo de
comunión que conserva y mantiene unida a la Compañía, el sentido
del voto de obediencia adoptado en 1539 antes de diseminarse para
la misión, con el fin de consolidar el «ayuntamiento en uno» que
acababan de constituir. 2) Por la autoridad vicaria, en cambio, el
superior dispersa, reparte o distribuye a los miembros para trabajar
en la viña universal de Jesucristo, entre fieles e infieles.
Este paso es el fruto de un proceso vital en la evolución de la
Orden. Después de algunos años se obtiene del papa la facultad
para que el superior o prepósito general tenga también autoridad
para enviar entre fieles e Infieles; esto con el fin de «poder socorrer
a las necesidades espirituales de las ánimas con mayor facilidad
en muchas partes, y más seguridad de los que para este efecto
36
f u e r e n » . Desde muy pronto comenzaron a llegar continuamente
al General peticiones de una parte y de otra. A Isabel Roser le
escribe en diciembre de 1538: «somos ya mucho infestados [impor-
tunados] de unos prelados y de otros para que en sus tierras (Dios
37
N.S. obrando) fructificásemos» . Innumerables solicitudes llega-
ban a Roma de Goa, Portugal, Etiopía, España, Alemania. El mis-
mo Papa hacía la distribución de los compañeros de acuerdo con
Ignacio y con la Compañía; dejaba a los compañeros la selección
de las personas. Era natural que con el paso del tiempo surgiera la
conveniencia de que el superior pudiera hacer la distribución pues
en muchos casos parecía muy difícil que el mismo Papa señalara
las personas. El superior tenía mejor conocimiento para determinar
quiénes podían ser los más indicados para una tarea. Por eso se
habla de mayor seguridad y claridad. La agilidad para el servicio
universal podía también sufrir si de las reglones más distantes ha-
bía que acudir al Papa. Con esta facultad, se aseguraba, pues,
más eficacia. Por lo demás, todos permanecían, dondequiera que
estuvieran, a disposición del pontífice.
También se configuraba mejor la comunidad apostólica como
cuerpo al servicio de la Iglesia, aunque no a la manera de los ofi-
ciales de una guardia palatina, que esperan las órdenes del papa.
El superior, como vicario, por propia iniciativa, subordinada, asegu-

3 6
Const., 618.
3 7
MI, Epp., I, 141.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 213

raba así más prontitud, facilidad y eficacia para cumplir las diversas
misiones.
La comunicación de esta facultad, extendida a los prepósitos
provinciales y locales, era sobre todo necesaria en las regiones
más apartadas. Y lejos de desmembrar, unía más a la Compañía
como cuerpo apostólico universal. Porque el provincial o el superior
local al dar una misión, no podían actuar como superiores de la
comunidad local, sino como delegados del Papa y del Prepósito
General, y tenían que usar de esa facultad con criterios de servicio
universal en la Iglesia.
Esta delegación conlleva una delicada responsabilidad. Las
Constituciones encarecen mucho el miramiento que ha de tener el
superior en su ejercicio, poniendo siempre delante el mayor y más
universal provecho de las ánimas. La experiencia había demostra-
do que muchas de las peticiones de ayuda que llegaban respon-
dían a intereses más locales y no siempre consultaban el bien
común o universal de la Iglesia. Para cumplir diligente y eficazmen-
te la repartición se formulan algunos criterios, que ocupan la parte
central del capítulo segundo de esta Parte séptima. El texto a orde-
na en siete respectos o referencias las consideraciones que ha de
tener el superior para el ejercicio del envío. En el texto B autógrafo
pasan a Declaraciones, con lo que se difumina un poco el orden y
la claridad con que fueron presentados en el texto a. 1) Acerca del
que envía; 2) de los lugares o personas a donde envía; 3) de las
cosas del servicio divino para que se envía; 4) cuáles personas
para tales lugares o cosas envía; 5) cuántos y cómo juntados; 6) en
qué modo los envía y cómo puede ayudar a los enviados; 7) del
tiempo para que envía. Para el objeto de nuestro estudio solamen-
te presentaremos aquellos que más cercanamente tienen que ver
con el aspecto comunitario.

Recomendaciones al Superior

• Al superior, recomiendan las Constituciones la intención muy


recta y pura del mayor servicio divino y bien universal y el recurso a
la oración. Cuando la determinación es digna de mayor considera-
ción o discernimiento, podrá hacerla encomendar en las oraciones
y misas de la casa y comunicarla con algunos que se hallaren pre-
sentes de la Compañía. El que es enviado, debe dejar muy libre-
mente la disposición de sí mismo al Superior, que en lugar de
Cristo le endereza en la vía del mayor servicio y alabanza. Pero,
sin interponerse para ir a una parte o para quedarse en otra, puede
representar sus deseos y mociones interiores. La conversación
214 AMIGOS EN EL SEÑOR

entre los compañeros, el poder confrontar con otros los asuntos, la


oración común por las intenciones de la Compañía, son los medios
comunitarios para que tanto el que envía como el que es enviado
38
puedan acertar en la m i s i ó n .
Aunque no muy temáticamente, aparece aquí codificada una
instancia de deliberación comunitaria, que fue una de las particula-
ridades más notables que descubrimos en el origen y evolución de
la comunidad de amigos en el Señor. El caso es más significativo
puesto que se trata de la participación consultiva de la Compañía,
recomendada al superior para el ejercicio de una facultad delegada
por el sumo Pontífice. La determinación, desde luego, está en ma-
nos del mismo superior, que procederá luego como juzgue conve-
niente a mayor gloria divina. La consulta o comunicación con los
que le parezca, de los que se hallaren presentes de la Compañía,
es para asistir al superior, no para determinar con él. Es lástima
que por razones de brevedad no haya pasado al texto definitivo la
expresiva redacción del texto a sobre el valor de estas consultas:
«porque oyendo y sintiendo diversos pareceres y fundados con
razones, mejor pueda delante de Dios Nro. Sr. representándolo,
determinar lo más conveniente y a mayor edificación de los próxi-
39
mos y mayor gloria y alabanza d i v i n a » .
En materia de consultas, Goncalves da Cámara tiene suficiente
autoridad para informarnos de cómo las tenía San Ignacio, ya que
él mismo participó en ellas durante el tiempo de su permanencia en
la casa de Roma. Su memorial abunda en referencias a las varias
consultas de 1555, un año antes de la muerte del padre. En rela-
ción con el tema de enviar a misiones, son de particular Interés tres
de ellas: sobre si debía la Compañía tomar o no la inquisición en
Portugal, sobre los dos profesos que pedía el papa Marcelo y sobre
la misión de Etiopía.
El rey Don Juan de Portugal había ofrecido a la Compañía el
oficio de la inquisición. Los padres lo habían aceptado y el provin-
cial, Diego Mirón, así lo informaba al General, quien no aprobó que
lo hubieran hecho sin consultarle. En un principio él era contrario a
la idea, no le parecía que era propio de la Compañía, cuya voca-
ción era ayudar a la gente por vía de humildad. Pero, como lo dice
en una carta al provincial Mirón: «a la verdad la cosa es de mucha
consideración, y en la cual hay muchas razones de peso a una
40
parte y a o t r a » . Haciendo oración, comenzó a tener dudas y remi-

3 8
Const., 618, 627-628.
3 9
MI, Const., I, p. 216.
4 0
MI, Epp., IX, 226.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 215

tió el asunto a la consideración de una junta formada por seis de


los compañeros. «Y así, ultra de mirar yo en ella y encomendarla a
Dios N.S., cometí a seis, que son: Mtro. Laínez, Mtro. Salmerón,
Mtro. Bobadilla, el Dr. Olave, el Dr. Madrid, Mtro. Polanco, que por
tres días celebrasen y confiriesen de este asunto, informándose de
Luis Goncalves, sin la información que de allá enviáis y tratando
41
con él; y que después me diesen en escrito sus pareceres . Por
Gongalves sabemos que cinco estuvieron de acuerdo en que se
aceptara, excepto Laínez, quien, por la gran autoridad que tenían
los inquisidores en España, pensaba que la Compañía, cuya voca-
ción es servir en humildad, debería huir de tal oficio; sin embargo,
se remitió a la opinión de los demás. Finalmente San Ignacio acep-
tó y en la carta ya citada le comunica la decisión al Provincial: «La
suma de lo que finalmente nos ha parecido en el Señor nuestro, es
que se ponga todo en manos de S.A. [Don Juan], obedeciendo en
lo que parecerá debamos hacer a gloria de Dios».
El asunto del Papa Marcelo es un tanto diferente, pues se trata-
ba ahora de designar dos personas. El nuevo Pontífice, elegido el 9
de abril de 1555, recibió pocos días después a Ignacio y le mani-
festó su deseo de tener consigo dos personas de la Compañía
para aconsejarse con ellas en las cosas referentes a la reforma de
la Iglesia. Ignacio se propuso enviarle los mejores, pues no sola-
mente era una voluntad del Papa, sino que el asunto de la reforma
de la Iglesia era para él un tema que llevaba en el corazón. Aunque
hubiera podido designarlos sin más, prefirió, con todo, que se esco-
gieran por voto, «para contentar algunos de la Compañía». El sen-
tido de esta frase lo aclara Gongalves: era costumbre ordinaria del
fundador ingeniarse para no dar ocasión a ninguno de la Compañía
de pensar que lo tenía en menor estima y por eso no escogió por sí
mismo los dos padres.
Se tuvo, pues, una consulta para la elección, presidida por Bo-
badilla, pues Ignacio, como en la anterior, no estuvo presente, y se
limitó a dar un perfil con las cualidades que debían tener los elegi-
dos. La consulta no debía debatir las cualidades, sino elegir las
personas. Salieron escogidos Laínez y Nadal. Ignacio, sin embar-
go, quería retener consigo a Nadal, y le presentó al Papa la conclu-
sión: que hecha la consulta se había escogido a Laínez como pri-
mero; en cuanto al otro, se proponían cuatro o cinco para que el
mismo Marcelo escogiese. Lo cual no pudo realizarse por la muerte
42
inesperada del P a p a .

4 1
MI, Epp., IX.226; Ver Memorial, nn.368,380-382.
4 2
Ver Memorial, nn.330, 334-335; MI, Epp., IX, 181.
216 AMIGOS EN EL SEÑOR

La misión de Etiopía. Era una de las empresas a las que Ig-


nacio había puesto más cariño e interés hasta el punto de que él
mismo se ofreció al rey: «Si los otros compañeros en el mismo
talento o profesión, que nos ha llamado (en cuanto nos podemos
persuadir) su divina majestad, no me prohibieren, por no me mos-
trar rebelde a todos, como yo creo que no lo harán, yo os ofrezco,
donde otro de los nuestros no quisiere tomar esta empresa de
43
Etiopía, de tomarla yo de muy buena gana, siéndome mandado» .
No lo aterraba la dignidad patriarcal, tan ajena al espíritu de la
Compañía, ya que para él había «mucha diferencia entre los obis-
pados que por estas partes se acostumbran y entre lo que se ofre-
ce para Etiopía, que lo primero muestra pompa y descanso, y lo
44
segundo fatigas y trabajos» .
Ya en 1546 el rey don Juan había solicitado a Fabro para pa-
triarca, quien murió por esas fechas; así que Ignacio sometió al
voto de los compañeros escoger a uno que lo reemplazara. Todos
convinieron en el nombre de Broet y enviaron sus votos por él.
Pero el rey no lo conocía y además no era portugués, como hubie-
ra preferido. El negocio se durmió por un tiempo.
En 1553 llega a Roma una nueva petición de don Juan III: uno
para patriarca de Etiopía, dos para obispos con derecho a sucesión
en el patriarcado, y otros doce operarios. La selección era delicada
tratándose de una empresa que se consideraba «de grande impor-
tancia y que requiere bondad mucha y prudencia y letras en los
45
que f u e r e n » . Ignacio encargó a Nadal que sacara tres compañe-
ros de Castilla para la expedición y cuatro de Portugal. En Roma se
dispuso una elección de los que irían de Italia. En carta a Don Juan
le dice: «Por cinco días he ordenado que todas las misas y oracio-
nes de esta casa y de nuestros colegios de Roma fuesen endere-
zadas a esta intención de acertar en lo que hubiese de representar
a V.A.; y a los que más entienden he dado cargo que miren en lo
mismo; y habidos los pareceres de todos, me he determinado en
46
representar los [doce] que van en la Información aquí Inclusa» .
Goncalves completa los detalles: «Nuestro padre se alegró
mucho con esta noticia y mandó dar por escrito a todos los padres
de Roma los puntos de que aquí hablo; y me parece, aunque no
me acuerdo bien, que a la vez pidió los pareceres y votos de todos

4 3
MI, Epp., 1,429.
4 4
MI, Epp., 1,430 a Simón Rodrigues. Sobre la misión de Etiopía ver GRANERO,
JESÚS M., S.J., San Ignacio de Loyola, Panoramas de su vida, en Razón y Fe,
Madrid, 1967, 389-394; ver Memorial de Goncalves, nn. 118-123.
4 5
MI, Epp, VII, 295.
4 6
MI, Epp., VI, 97.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 217

47
para elegir a los que habían de i r » . La expedición se preparó con
especial esmero. En febrero de 1555 Ignacio envió al patriarca y a
doce compañeros, con una larga instrucción que testimonia su
inmensa capacidad de adaptación. Al emperador le mandaba tam-
bién un mensaje del que entresacamos estas palabras: «[designé]
sin el patriarca doce sacerdotes... por devoción del número que
representan de Cristo N. S. y los doce apóstoles; para que fuesen
a poner sus personas en todos trabajos y peligros, que menester
4 8
fuere para el bien de las ánimas de los reinos subditos a V. A . » .
Pero el Negus murió en 1559 y desde entonces el trabajo de los
misioneros se hizo más y más difícil, hasta que en 1632 su hijo res-
tableció la antigua religión.
En los casos que hemos ilustrado, las orientaciones indicadas por
las Constituciones se cumplen puntualmente: un asunto importante y
complejo, oraciones de todos para acertar en la decisión, participa-
ción comunitaria en la consulta, y determinación final del Superior.

Recomendaciones a los enviados

• Al que es enviado se le pide la entera disponibilidad y queda


excluido terminantemente cualquier intento de forzar la decisión
hacia sus propios deseos. Pero se abre generoso margen para
que, considerando el asunto en oración, represente al superior, y le
muestre «lo que siente y su interior moción de residir o ir más a
una parte que otra, para que el superior, todas cosas entendidas,
4 9
provea en lo que conviene», como reza el texto a .
La práctica ignaciana, tal como la observó Gongalves da Cá-
mara en 1555, conservaba vivo el espíritu del texto a:

«Nuestro padre dijo una vez estas palabras: "Yo deseo mucho en
todos una general indiferencia, etc.; y así, presupuesta la obe-
diencia y abnegación de su parte del subdito, yo me tengo halla-
do mucho bien de seguir las inclinaciones". Y procede de acuerdo
con este principio, o sea, cuando quiere mandar a uno a estudiar,
o a alguna parte fuera de Roma, o darle un oficio en que trabaje,
le examina para ver en qué se inclina más (presupuesta la indife-
rencia). El modo de examinarle es éste: mandarle hacer oración o
decir misa, y darle por escrito tres puntos: primero, si se halla
preparado para ir conforme a la obediencia; segundo, si se inclina
a ir; tercero, si lo dejasen en su mano, qué escogería. También

4 7
Memorial, n. 119.
4 8
MI Epp. VIII. 460-467.
4 9
MI, Const, II, p. 574.
218 AMIGOS EN EL SEÑOR

tiene otro modo de examinarle, y es por medio de alguno que


hable con él y le saque su inclinación. Del primer modo se vale el
padre en cosas de Importancia, como en confiar misiones, etc.,
en las cuales obliga a todos a escribir, como en la misión al pres-
te Juan y en la fundación de Loreto. Del segundo se vale en casi
todos los casos, cuando no consta de la Inclinación, por la que se
mueve tanto nuestro padre, que cuando delibera la consulta so-
bre quién irá a tal parte, o quién hará tal cosa "presupuesta ade-
más la aptitud para ello", una de las razones que más pondera el
padre es que fulano se inclina o no se inclina a ello; y ésta es una
50
cosa muy ordinaria» .

Hay, pues, en la Compañía, un diálogo de gobierno personal.


Al criterio del bien universal, a la oración y consulta recomendadas
al superior, corresponde de parte del que es enviado la manifesta-
ción sencilla de sus mociones interiores. Así se prepara la reparti-
ción en una búsqueda comunitaria. La persona no escoge ni decide
su trabajo. Como miembro del cuerpo, pone sus talentos y su dis-
ponibilidad al servicio de la obra común. Pero ofrece al superior lo
que siente en el Señor para que tenga más completa información.
Aquí tiene su lugar la cuenta de conciencia, apertura apostólica por
la que cada uno se dispone a encontrar su lugar y su mejor servicio
en el cuerpo de la Compañía.

«Cuáles personas deba enviar para tales lugares y cosas»

Es el enunciado del texto a, con relación a la escogencia de los


que han de ser enviados en misión; en el texto B ha pasado a la
Declaración F del capítulo segundo (624). La Compañía fue desde
sus comienzos un grupo hetereogéneo de amigos, por origen, len-
gua y costumbres. Los compañeros daban mucho peso a estas
diferencias que repetidas veces habían creado momentos difíciles
para la toma de decisiones unánimes. Explícitamente lo ponderan
en el acta de las deliberaciones de 1539 y en el mismo texto de las
Constituciones. La diversidad de talentos y fuerzas corporales era
también manifiesta. Así la apreciaba Ignacio en una carta a Simón
Rodrigues cuando se trató de escoger el patriarca para Etiopía:

«Si Dios nuestro Señor ordenare que alguno de esta Compañía


vaya en esta empresa de Etiopía, yo creo que la suerte caerá
sobre Pascasio, que a estar a mi elección, mirando todo el uni-
versal y particular, conforme mi conciencia, no elegiría otro... por-
que si hablamos de Jayo, es mucho viejo; Mtro. Laínez, no

5 0
Memorial, n. 117.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 219

teniendo persona, es mucho delicado, Mtro. Salmerón, de poco


tiempo, y está casi tan mozo y sin barbas como antes lo conocis-
te; Mtro. Bobadilla, mucho enfermo y no tanto al propósito...;
Mtro. Pascasio me parece que tiene más cumplidamente todas
51
las partes juntas» .

Pero el vínculo de la caridad permitió trascender las diferencias


para aglutinar una comunidad espiritual, cuyo centro era Jesús, en
la que la diversificada riqueza, puesta en común, era precisamente
la fuerza de su comunión. En París, durante su viaje hasta Venecia
y luego a Roma, y en el tiempo de su primera actividad en la ciu-
dad, unos y otros se complementaban «aumentándose así entre
ellos el amor en Cristo, porque aquel que abundaba en un talento
especial servía a quien tenía más necesidad de él». La razón para
consolidar su unión en 1539 había sido ésa: tener «cuidado unos
de otros y manteniendo inteligencia para el mayor fruto de las
almas. Pues también la misma virtud unida tiene mayor vigor y for-
taleza para ejecutar cualesquier empresas arduas, que si estuviese
dividida en muchas partes».
La distribución para el trabajo les impedía expresar y profundi-
zar su amistad en una vida comunitaria, como lo habían logrado en
París. Su vocación era para discurrir, separados unos de otros,
raramente juntos. Pero la puesta en común de todos sus talentos
para el mayor servicio de Dios, que era la fuerza de su genuina
comunión, quedó codificada en las Constituciones. Aunque no fue-
sen más que dos trabajando en un lugar, deberían realizar entre sí
ese ideal comunitario y vivir su típica comunidad apostólica.
Tales son los criterios de selección: enviar a cada parte los que
más convengan y sean proporcionados a las personas y empresas
para las que se envían. Para cosas más importantes, personas
más escogidas y de quienes se tiene mayor confianza; donde hay
más trabajos, personas más recias y sanas; en las cosas donde
hay más peligros, las más probadas en la virtud y más seguras;
para ir a personas discretas y de gobierno, los que más se señalan
en discreción y gracia para conversar, «con lo exterior de aparien-
cia» que ayude a la autoridad; para con personas de ingenio delga-
do y letras, los que en ingenio así mismo y en letras tienen don
especial para ayudar con lecciones y conversaciones; para pueblo,
los que tienen talento de predicar y confesar.
Esta utilización de los talentos concurre a una acción de cuerpo y
confiere mayor eficacia para aprovechamiento de la gente. Cada uno

5 1
MI, Epp., I, 599-600.
220 AMIGOS EN EL SEÑOR

encuentra su inserción en el cuerpo de acuerdo a su aptitud para los


diversos ministerios. «Diferentes dones, pero el que los concede es
un mismo Espíritu. Diferentes maneras de servir, pero todas por
encargo de un mismo Señor. Diferentes manifestaciones de poder,
pero un mismo Dios, que con su poder, lo hace todo. Dios da a cada
52
uno alguna manifestación del Espíritu, para provecho de todos» .
Para que el superior pueda «emplear los suyos», se ha de
suponer la total disponibilidad. El ojo. limpio, que busca solamente
el mayor servicio divino y el aprovechamiento de aquellos a quie-
nes se sirve, es lo que asegura esta prontitud para ir de un lugar a
otro o para establecer residencia en un sitio. Cada uno debe estar
contento, dice la Fórmula del Instituto, «procurando tener delante
de los ojos mientras viva, primero a Dios, y luego el modo de ser
de su Instituto, que es un camino hacia él... cada uno, sin embargo,
según la gracia que el Espíritu Santo le comunique y el grado pro-
pio de su vocación».

«En qué número envía y cómo juntados»

Este «respecto» del texto a forma parte de la Declaración F,


capítulo segundo del texto autógrafo (624). Para una Compañía
empeñada en tantas empresas y continuamente solicitada de todas
partes, la determinación del número de operarios que se envían a
una misión y el modo de combinarlos, requiere particulares indica-
ciones. Lo primero: «Cuando se pudiese, sería bien que no fuese
uno solo, sino dos a lo menos». Y esto por un doble motivo: para
que se ayuden mutuamente en lo espiritual y en lo temporal, y para
que puedan producir más fruto compartiendo entre sí los trabajos
en servicio de los demás.
Viene en seguida a la imaginación el recuerdo de Jesús cuando
«escogió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos
delante de él a todos los pueblos y lugares por donde él había de
53
p a s a r » . Para los compañeros esta forma de reproducir el grupo
de Jesús debió ser siempre inspiradora. De dos en dos se habían
repartido para prepararse a sus primeras misas; de dos en dos
salieron a trabajar por las universidades del norte de Italia antes de
entrar a Roma. Y las primeras misiones encomendadas por el Pa-
pa habían sido también en binas.
La combinación de las parejas tiene un gran sentido práctico:
con un predicador o lector, otro que recoja la mies, en confesiones y

52
1 C o r . , 1 2 , 4-7.
5 3
Le, 10,1.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 221

ejercicios espirituales, conversación y demás medios que usa la


Compañía; el de menor experiencia en el modo de proceder y en el
trato con la gente, con otro más experto, con quien pueda aprender,
aconsejarse y conferir los asuntos difíciles; con uno muy ferviente y
animoso, otro más circunspecto y recatado. Son sólo ejemplos
sugestivos de muchas otras posibles combinaciones. Con la adver-
tencia de que la diferencia, unida con el vínculo de la caridad, sea
una ayuda para ambos y no ocasión de contradicciones y discordias.
La complementación en el trabajo, el mutuo aprendizaje, la dis-
posición sencilla para aconsejarse, estimularse y corregirse, la con-
junción de disposiciones físicas y variedad de caracteres, encarnan
la auténtica amistad evangélica, médula de la comunidad apostóli-
ca. La amistad en la Compañía no se proyecta tanto hacia la rela-
ción en el tranquilo reposo de una vida comunitaria, ni es siempre
factible por múltiples razones. Se hace verdadera en la dinámica
del servicio apostólico, como una koinonía en y para la diakonía. La
amistad en el Señor surge de un llamamiento que nos junta con él,
y entre nosotros en él, para colaborar en la misión, a la que dedica-
mos la vida poniendo en común cuanto somos y tenemos.
Además de los envíos de dos en dos, misiones de pequeños
grupos fueron también frecuentes en la primitiva Compañía, parti-
cularmente cuando iban a establecer colegios. En ellas se procura-
ba igualmente cumplir las indicaciones propuestas en la legislación,
concretamente en lo referente al complemento de cualidades para
atender a un objetivo común. Para la misión de Etiopía, por ejem-
plo, Ignacio envía al rey de Portugal una lista de personas para que
escoja entre ellas el patriarca y sus coadjutores, en la que se
advierte la complementariedad que pueden prestarse entre ellos:

«El primero es el P. Juan Nuñes, de cuya bondad y doctrina y


o
prudencia hay allá en Portugal mucha noticia; el 2 es el P.
Cornelio, que fue al Congo, de cuya bondad y prudencia, y des-
treza en tratar negocios de importancia, también allá hay harta
' noticia; y aunque le faltan las letras que se podrían desear en un
patriarca, yendo en el consejo personas de letras, podrá esta
54
falta con otros dones de Dios N. S. encubrirse en él, etc...» .

Al provincial de Portugal, Diego Mirón, le informa luego de la


salida de un grupo de cinco para Portugal y de ahí a Etiopía: An-
drés de Oviedo, castellano, muy ejercitado para el gobierno; Mel-
chor Carnero, portugués, letrado y bondadoso y también apto para
gobernar; Mtro. Juan, flamenco, suficiente para todo lo que se le

5 4
MI, Epp., VI, 99.
222 AMIGOS EN EL SEÑOR

encargue, pues es sano y recio y tiene cuerpo para sufrir trabajos;


Mtro. Miguel, catalán, experimentado en instruir los niños en la doc-
trina; Juan Thomas, italiano, que se ha distinguido en obras pías,
trabajando con huérfanos y con gracia para predicar y oír confesio-
5 5
n e s . Sorprendente combinación de nacionalidades y disposicio-
nes en tan reducido grupo misionero.
No era siempre posible enviar a una misión el número ideal.
Los recursos humanos eran escasos y esa penuria personal se
sentía en muchas partes. Jerónimo Doménech, provincial de Sici-
lia, solía quejarese ante otros de la escasez de compañeros y de la
poca atención que el General le daba a su Provincia, pues aunque
al principio le había enviado hombres de los principales de la
Compañía, después los había sacado a todos. Polanco, en nombre
de Ignacio, le responde una carta punzante, en la que le manifiesta
el descontento de Ignacio con ese «llorar de V. R.» y le hace ver la
situación en que se encuentran en otras partes:

«El colegio de Venecia está con un sacerdote solo, que no sabe


ningunas artes ni teología. El de Padua con dos no buenos gra-
máticos, ni de allí arriba. El de Módena, otros dos, apenas latinos
medianos, y mancebos. En Ferrara, al Pelletarlo, que estaba solo,
se le ha enviado una ayuda, que no sabe mucho de gramática ni
de allí arriba. En Bolonia está Mtro. Francisco Palmio, y no se le
puede enviar compañero, porque no lo hay. En Florencia está
Maestro Ludovico y un otro apenas gramático. En Augubio hay
dos, que ninguno es teólogo. Y en Perusa uno solo, teólogo, y otro
que no lo es. Y de maestros que enseñen, pienso hay tanta o más
falta que de sacerdotes en las dichas partes; pero no por eso deja
de hacerse fruto, supliendo Dios N. S. lo que nuestras pocas fuer-
zas no pueden. Y si se compara lo de Sicilia con todo lo de Italia,
56
no hay duda que está más proveída que ninguna otra parte» .

La carta termina pidiéndole que no se queje amargamente,


sobre todo delante de otros, pero que puede representar por escri-
to al padre Ignacio; y que también tenga en cuenta consolarlo de
vez en cuando «pues tiene tantos trabajos de proveer a tantas par-
tes en Italia y en Etiopía, y de entretener aquí en Roma este estu-
dio general, donde tantos se han enfermado, lectores y discípulos».
Angustioso de veras el panorama de los colegios de Italia al
comenzar el año de 1554. Han pasado casi quince años desde las
primeras misiones y se prosigue con el mismo esquema de enviar

5 5
ver MI, Epp., Vil, 522-523 y 260-261.
5 6
MI, Epp., VI, 178-180; ver MI, Epp., VIII, 454-455.
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 223

de dos en dos. Más adelante nos ocuparemos de los colegios en


relación con las misiones. Basta por ahora recordar que Polanco
en el Chronicon advierte cómo esos sacerdotes enviados temporal-
mente a un colegio, eran sacados con facilidad de un sitio a otro
para atender mejor al bien universal. Su breve paso por los cole-
gios era en realidad una auténtica misión. Pero ya se cernía sobre
la Compañía la amenaza de esa visión universal del cuerpo apos-
tólico ante la presión de las comunidades locales apremiadas por la
escasez de personal para su ingente trabajo.

• «En qué modo los envía y cómo los ayuda después de envia-
dos». Finalmente nos interesa este aspecto del modo como el supe-
rior debe enviar y acompañar durante la misión. Es el «sexto respec-
to» en el texto a y corresponde a la Declaración G [626] de la VII
e
Parte, capítulo 2 y al número 629, en el texto autógrafo. En cuatro
puntos se distribuyen las indicaciones: que vayan bien informados de
la intención de quien envía, las condiciones económicas de la misión,
el apoyo que han de recibir de la casa de donde parten y las instruc-
ciones y demás ayudas que ha de brindarle el superior.
Primeramente, es menester que vayan bien informados de la
intención del superior que envía, y si la calidad de los negocios y de
las personas lo requieren, que lleven cumplida instrucción del modo
de proceder, de lo que han de hacer y de lo que deben evitar.
Las condiciones económicas de la misión, «si pobremente, co-
mo sería a pie y sin dineros, o con más comodidad», quedan al
arbitrio del superior que, mirando a lo que más ayude para el buen
crédito y benevolencia de las personas y ciudades, a la mayor edifi-
cación de los prójimos y al servicio divino, determinará lo que con-
venga en cada caso. En las misiones dadas por el Papa se pedía
una disponibilidad total en sus manos, sin pedir nada para el viáti-
co, solamente preguntando cómo quería el pontífice que fueran, si
mendigando o de otro modo. Ahora, cuando a la Compañía «se le
deja hacer a su manera», la preferencia será «a la apostólica»,
«sjn dinero, ni provisiones, ni sandalias» (Le 10,4). Pero la pobreza
de la comunidad apostólica no es siempre uniforme, está medida
por la naturaleza de la misión, y sus criterios son el mayor servicio
de Dios y el aprovechamiento del prójimo. El enviado, unas veces
sufrirá su rigor, otras experimentará más alivio. Procurará conser-
var la libertad y la disponibilidad, con su inclinación siempre a
desear una identificación cada vez mayor con Jesucristo.
El apoyo que acompaña a los enviados, de parte de su comuni-
dad, más aún de la Compañía entera - y a que su misión es parte del
trabajo c o m ú n - , era muy expresivo en el texto a: «ayudarlos así
mismo después de enviados con deseos de caridad y oraciones y
224 AMIGOS EN EL SEÑOR

misas suyas [del superior] y de los de casa y de la Compañía, espe-


cialmente al principio de las empresas o cuando se ve más necesidad
de tal socorro, por ser las cosas de importancia o las dificultades que
57
ocurren grandes» . Aparecía más destacado el vínculo de comunión
entre todos los miembros de un mismo cuerpo. En el texto definitivo,
este bello texto pasó a una recotnendaclón al superior para que pro-
vea «a las demás ayudas que le serán posibles», entre las cuales la
Declaración M añade: «como serían oraciones y misas, aplicándose
mayormente al principio...[etc.]». El recorte aquí, como en otras par-
tes, obedece seguramente a las recomendaciones de abreviar que
había recibido San Ignacio de los compañeros.
No parecería además tan Importante encarecer lo que era en
aquellos años una práctica asidua de todos. Las numerosas cartas
que se cruzaban unos con otros evidencian el interés con que se-
guían los trabajos de los compañeros distantes y las oraciones que
en todas partes se ofrecían por el trabajo de la Compañía entera.
Desde el escritorio del secretario, Polanco, Incesantemente salían
comunicaciones que divulgaban las actividades en los diversos
lugares y reclamaban el interés y la oración de todos por el buen
logro de las misiones.
En cambio, el texto autógrafo es mucho más detallado y com-
pleto que los anteriores en lo que se refiere al apoyo que el supe-
rior debe ofrecer a los que envía. En primer lugar: dará instrucción
cumplida, y ordinariamente por escrito, sobre el modo de proceder
y los medios que quiere se empleen para el fin que se pretende.
Luego, tendrán mucha comunicación por letras, para que bien
informado de lo que sucede, pueda el superior proveer con su con-
sejo y las demás ayudas que le sean posibles. Cumple la autoridad
con el servicio de acompañamiento y sobre todo con la función pro-
pia de mantener todo el cuerpo de la Compañía unido entre sí y
con su cabeza, razón por la que se había introducido el voto de
obediencia en la Orden.
Un tercer capítulo, muy breve, de esta Parte séptima habla del
«moverse por sí a una parte o a otra». La iniciativa Individual, cui-
dadosamente encuadrada dentro de la fidelidad a la misión, había
sido ya estimulada a propósito de las salidas a lugares vecinos y a
ministerios complementarios de la tarea principal encomendada;
ahora se trata de un compañero enviado a una región grande, leja-
na de su superior, con una misión amplia y no muy concretamente
determinada. Las alternativas de recorrer la región, de detenerse
más o menos tiempo en un lugar, de trabajar con unos medios u

5 7
MI, Const., II, p. 2 2 1 .
U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 225

otros de los que usa la Compañía, debe resolverlas personalmente


en oración y discernimiento. Y si tiene un superior vecino, siempre
será más seguro consultarle.
Ejemplos de esta confianza en el juicio maduro y discernimien-
to de personas que se suponen «espirituales y aprovechadas para
correr por la vía de Cristo nuestro Señor», los dejó también Ignacio
en sus cartas e instrucciones, sobre todo con los primeros compa-
ñeros. A Araoz escribe en 1545: «Porque yo os escribí que por un
año estuviésedes donde el príncipe, y en las comarcas donde os
58
pareciese mejor, lo podréis hacer en t o d o » . A Bobadilla, que está
en Ñapóles en 1549: «que fuese por donde quisiese por el rei-
5 9
n o » . A Francisco de Borja en 1553: «No quise dejar de escribiros
yo mismo, que la voluntad que mostrávades de ir a Portugal tenía
yo por muy buena... y así, en esta como en otras cosas que os
parecerán, podréis seguir sin escrúpulo la inspiración que en vos
60
juzgáredes ser de D i o s . La completa instrucción al P. Juan Núñes,
nombrado patriarca de Etiopía, quizás la más importante y rica que
tenemos, concluye así: «Todo esto propuesto servirá de aviso;
pero el Patriarca no se tenga por obligado de hacer conforme a
esto, sino conforme a lo que la discreta caridad, vista la disposición
de las cosas presentes, y la unción del Espíritu Santo, que princi-
61
palmente ha de enderezarle en todas cosas, le dictare» .
Concluimos este capítulo sobre la repartición de los operarios
para c u m p l i r diversas misiones donde no hace residencia la
C o m p a ñ í a . Creemos haber logrado lo que nos propusimos al
comienzo: mostrar que en esta Parte séptima, dedicada precisa-
mente a la dispersión de la comunidad por diversas partes del
mundo, y que por lo mismo aparentemente podría contener escaso
material para una descripción de lo que es la comunidad en la
Compañía, las Constituciones arrojan por el contrario extraordinaria
luz. Porque Ignacio, al escribirlas, no ha hecho otra cosa que llevar
a la letra del código constitucional lo que la Compañía ha vivido
desde París y sigue viviendo en estos años ya próximos a su muer-
de. Y lo hace para que los sucesores perpetúen esa misma vida en
su propia andadura de seguidores de Jesús bajo el estandarte de
la cruz; poniendo delante de sus ojos, mientras vivan, «ante todo a
Dios, y luego el modo de ser de este su instituto, que es camino
6 2
para ir a E l » .

5 8
MI, Epp. 1,312.
5 9
MI, Epp. II, 546.
6° MI, Epp. V, 379; ver también, I, 479; II, 148-149; IX, 427-428.
6 1
MI Epp. VIII, 690.
6 2
Fórmula del Instituto, 1.
226 AMIGOS EN EL SEÑOR

La tradicional comunidad de vida se torna prácticamente invia-


ble para la mayoría de los compañeros dispersos en el trabajo
apostólico, pero en cambio conciben un nuevo designio, hasta en-
tonces inédito, de comunión en la misión.
Ante todo, es una comunidad apostólica profundamente condi-
cionada por la movilidad y el intenso trabajo que excluye toda posi-
bilidad de ocio; por la ausencia regular de un grupo mayor de com-
pañeros que apoye y estimule el Ideal; por la distancia, muy a
menudo, del superior; y por una permanente apertura a la «conver-
sación» con toda clase de personas, en las más variadas circuns-
tancias de tiempos y lugares. Podrá suceder que alguno tenga que
trabajar solo en un lugar o en una tarea; en muchos casos, como
hemos visto, enviados de dos en dos; o integrados en grupos muy
pequeños y por breve tiempo. Los riesgos para la propia identidad
y para la unión del cuerpo de la Compañía son muy grandes.
Las Constituciones proporcionan y encarecen los nuevos víncu-
los de comunión para contrarrestar ese peligro de disgregación y
crear el cuerpo espiritual que los primeros compañeros se propu-
sieron en 1539 para confirmar y establecer más la comunión que
Dios había hecho; una asociación que los uniera y coligara de tal
suerte, que ninguna división de cuerpos, por grande que fuese, los
63
pudiera separar .
Predicar en pobreza es uno de los más poderosos vínculos,
porque la amistad con el Señor, y entre ellos en él, los identifica a
todos como seguidores de Jesús pobre y humilde que instruye a
sus discípulos a dar gratis lo que gratis recibieron. No poseer nada,
viajar «a la apostólica», sustentándose con la caridad de aquellos a
quienes sirven y demandando limosna cuando se requiere, con una
¡limitada confianza en que Jesucristo los sustentará.
Su ministerio se realiza como parte de una obra común de todo
el cuerpo. El trabajo personal es cumplimiento de una misión con
entera fidelidad al encargo recibido; ha de ejecutarse según la
intención del Papa o del Superior que envía y empleando los me-
dios propios de la Compañía. La disponibilidad, la obediencia, la
atención cuidadosa a las instrucciones recibidas, no son una carga
pesada, limitante de su libertad y autonomía, sino una ¡nevaluable
ayuda, apetecida y buscada para servir eficazmente en «la parte y
obra de la Compañía que les fuere encomendada».
La frecuente comunicación por cartas entre sí y con su supe-
rior, el apoyo de las casas y de toda la Compañía, «con deseos de

Ver Deliberación de los primeros padres en 1539.


U N CUERPO APOSTÓLICO ESPARCIDO POR EL MUNDO 227

caridad y oraciones y misas», especialmente al comienzo de las


misiones, ante la importancia de los negocios y en las situaciones
difíciles, consolida la comunión entre los dispersos.
En la repartición de los operarios se atiende a la distribución
eficaz de los talentos y a la combinación de disposiciones corpora-
les y cualidades humanas, en una auténtica amistad apostólica
gracias a la cual se comparte lo que cada uno tiene, se aconsejan
y corrigen mutuamente, se confieren los asuntos y se intercambian
las experiencias. Es la koinonía en y para la diakonía.
Son éstos los aspectos principales que hemos desentrañado
del análisis de los textos. Completaremos la búsqueda de aporta-
ciones de la Parte séptima en los dos siguientes capítulos, sobre
las instrucciones para la misión y la comunidad en la Compañía
que reside en casas y colegios.

Apéndices sobre San Ignacio y la "Compañía dispersa"

Ofrezco algunos textos que recogen esta idea:

1 . - mt. Epp.,l (36) 190: a Beltrán de Loyola, ineunte februario 1542.

«De cosas de acá y de la Compañía dispersa siempre tenemos


nuevas causas para dar mayores y más incesables gracias a Dios
N.S., quien sea siempre en nuestro continuo favor y ayuda».

2 - MI Epp., I (38) 196: Patri Simoni Rodericio. Roma, 18 martii 1542.

«Y porque por otras os he escrito largo de la Compañía disper-


sa, del fruto espiritual que el Señor nuestro se digna hacer por
ellos, no me resulta que decir. Quien sea siempre por la sua infinita
y suma bondad, en nuestra continua custodia, favor y ayuda».

3 - MI Epp., I (39) 196: Patri Simoni Rodericio. Roma, 18 martii 1542.

«...nos alegramos y nos gozamos mucho con todas buenas


nuevas y prósperas en servicio de Dios N.S., y provecho de las áni-
mas, entendiendo a menudo de toda la Compañía dispersa».

4.- MI, Epp., I (91) 313: Joanni Bernardo Díaz de Luco, nombrado
obispo de Calahorra, que pide a Ignacio le envíe algunos compañeros
a sus diócesis. Declinante anno 1545.

«A lo primero, que V. Sría desea haber, para mayor gloria de


Dios N. S., alguno desta pobre Compañía... no siento medio alguno
228 AMIGOS EN EL SEÑOR

por ahora hasta que Dios N. S. provea de nuevos medios; porque


diez solos, que somos en la Compañía, estamos tan repartidos y
dispersos, y en parte tanto enlazados, que yo no sabría cómo
poder soltar...»

5.- MI, EPP., II (308) 80: Papiensi civitati, Roma 7 aprilis 1548 («La
bella mlsslva di S. Ignazio al Comune di Pavia trovasi in doppio esem-
plare nell archivio del Museo di Storia Patria a cui sonó preposto... Si
mano del Santo non si vede nel due essemplari che la sottoscrizione e
le parole che la precedono...»

Ma come «salddio signor nostro (cui solo servitio in ogni cosa


deslderamo per gratia sua), per adesso slamo tanto spogliati de
persone qui ¡n Roma, che sana per questo tempo impossibile man-
dargli, perché, oltra di essere comunmente molto dispersa et quasl
sopra le forze ocupata per ordine di dua santitá et altri prelati, ques-
ti di, faciendo instantia piü volte la cittá di Messina et ¡I viceré di
Sicilia., ci hanno conmstretto a mandar ¡n quel regno da 14 person-
me per dar principio a certl collegi...»

6.- MI, Epp., III (1324) 155: Episcopo Mutlnensi, Aegidio Fosearan,
Roma 23 augustl 1550.

«Quanto a me, ¡o havería molto charo di far piü di quello che mi


son offerto, se non fossi la minima nostra Compagnia tanto disper-
sa et adoperata, che non bastamo per la mlnor parte delle cose ci
occoreeno nel divino servitio...»
5

LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES


PARA LA MISIÓN

Introducción

Dejamos el capítulo anterior después de haber constatado que


la Parte séptima de las Constituciones, al tratar sobre la repartición
de los miembros de la Compañía «en la viña de Cristo para trabajar
en la parte y obra de ella que les fuere encomendada», ha trazado
los rasgos más característicos de un nuevo designio de comunión
entre los compañeros dispersos. Sustituye colmadamente para
ellos los cánones tradicionales que alimentan la vida de comuni-
dad, muy poco compatibles con la condición apostólica itinerante.
Pero el Proemio de las Constituciones estipula que éstas deben
reunir tres condiciones: que sean cumplidas, que sean claras y que
sean breves. Entre las observaciones que los padres convocados a
Roma en 1551 hicieron al texto A de las Constituciones, algunos
solicitaron que fuera más breve. Salmerón, por ejemplo: «Oigo que
cuanto más cortas y abreviadas fuesen las Constituciones, me pa-
' recería mejor, y poner en Declaraciones muchas cosas»; y Boba-
dilla: «Parece repite una cosa muchas veces. Sería bien hacer un
1
breve sumario de todas estas reglas, que digan la substancia» .
Por otra parte, numerosos avisos, instrucciones y promemorias
dados por San Ignacio a los compañeros que iban en misión, perte-
necen al periodo de elaboración del texto constitucional y pueden
ser considerados como sus fuentes, comentarios, interpretaciones
o aplicaciones. Por medio de ellos, Ignacio procuraba crear y ali-

1
Ver Obsérvala Patrum, al texto A, en MI, Const., 1, pp.395-396.
230 AMIGOS EN EL SEÑOR

mentar la comunión apostólica basada en la solidaridad y en el


sentido de pertenencia. Hemos querido, pues, examinarlos, como
complemento para ahondar más en los textos y comprender mejor
cómo se iba consolidando aquella comunión espiritual en la nacien-
te Compañía.
Valdría la pena hacer un estudio más pormenorizado de las ins-
trucciones, como elemento Integrante de las misiones, y de su
influjo en la redacción de las Constituciones y en la transmisión del
modo de proceder de la Compañía a las jóvenes comunidades que
se Iban formando en diversos lugares. Pero el tema escapa a nues-
tros objetivos.
Hemos decidido más bien elaborar una síntesis expositiva de
los elementos comunitarios que contienen. En el trabajo preparato-
rio examinamos 60 instrucciones y avisos pertenecientes a diver-
sas épocas, desde las primeras, dadas a Broét y Salmerón para su
misión en Irlanda (septiembre de 1541), hasta la del colegio de
Ingolstadt (junio de 1556), a poco más de un mes antes de la muer-
te de San Ignacio. No puede ser un estudio exhaustivo ya que son
numerosísimas; además, a menudo es difícil distinguir entre cartas,
instrucciones o simples avisos. En realidad, casi todas las cartas
para los compañeros llevan recomendaciones y consejos para sus
diferentes empresas. Hemos hecho, pues, una obligada selección,
con doble criterio: aquellas que por su redacción se acercan más al
carácter de una instrucción; y las más típicas y ricas en materia
comunitaria. 8 son instrucciones personales, 21 están dirigidas a
una persona responsable de alguna expedición, 11 son normas
2
para el camino, 20 van dirigidas a todo el grupo .
En el periodo de quince años que cubren estas instrucciones,
se observa obviamente una evolución. Las tres primeras, de 1541,
para Broét y Salmerón, enviados como nuncios a Irlanda, preanun-
cian futuras Instrucciones más precisas sobre el modo de viajar y
de tratar los asuntos; son espontáneas y carecen de esquema rígi-
do. Es lástima que no dispongamos de otras similares que debie-
ron escribirse por la misma época, cuando los compañeros partían
para las primeras misiones pontificias. Entre 1542 y 1546 no en-
contramos Instrucciones propiamente tales, sino cartas con avisos
y consejos. La instrucción de 1546 «Para la jornada de Trento»,
ofrece, sin embargo, un esquema, aunque todavía primitivo: «Para
conversar - p a r a ayudar a las ánimas- para más ayudamos». Por

2
La lista de las instrucciones, con sus techas y destinatarios, puede consultar-
se en el apéndice, al final de este capítulo.
LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES PARA LA MISIÓN 231

las mismas fechas podría datarse la breve instrucción «A los pa-


3
dres que se envían en ministerios» , cuyo esquema es: «Respecto
a sí mismo -respecto del prójimo con quien conversa- respecto a
la cabeza y a todo el cuerpo de la Compañía, de la cual es miem-
bro»; sus avisos no van dirigidos a un grupo concreto o a una per-
sona en particular; son más bien principios aplicables a diversas
circunstancias. Por los años 1548 y 1549 aparecen ya instruccio-
nes con estructura más fija y ordenada. Desde 1551 se hacen cada
vez más numerosas, están mejor elaboradas y siguen esquemas
mucho más precisos, en los cuales hay una sección especial para
los deberes con la Compañía. Son precisamente estas secciones
las que más nos interesan.

Antes de presentar la síntesis de todas, una mirada a la prime-


ras, para Broet y Salmerón, sea por su antigüedad, sea por su con-
tenido, puede servirnos de introducción y de guía de lectura para lo
siguiente.

A los padres Broet y Salmerón, enviados a Irlanda

Son, en realidad, tres instrucciones redactadas por San Ignacio


con este título: «Avisos e instrucción que dio M. Ignacio a los de la
Compañía que fueron a Hibernia, Nuncios de su Santidad, Paulo III.
4
Fue en el año 1541 » .
1. Al comienzo, una instrucción para el camino. Broet y Salme-
rón tienen encomendada una delicada misión que no deben descu-
brir a persona alguna, a menos que a todos o a la mayor parte
parezca otra cosa. Van acompañados de otros dos: Francisco
Zapata, candidato para la Compañía y una persona de confianza
que los ayuda. Se comprometen a ser fieles entre ellos para guar-
dar la reserva. Cuando pasen por París, será mejor no alojarse en
la universidad ni ir a los colegios -donde seguramente tienen cono-
* cidos de su tiempo de estudios-; se hospedarán en una estancia
en la ciudad y podrán llamar en secreto a Doménech y a Estrada
para comunicarles a ellos el encargo que llevan a Irlanda. El día en
que vayan a salir de París podrán «llamar a todos los compañeros,
o a algunos que os parecerá, y hablarles en vuestra estancia,

3
Ver MI, Epp., XII, 251-253. Aunque fechada el 8 de octubre de 1552, una nota
en el texto de Monumenta admite la posibilidad de una redacción mucho más ante-
rior. Si se compara con el texto a (MI, Const., II, pp.217-219), la redacción es más
primitiva, lo que sugiere que es anterior.
4
MI, Epp., 1,174-178; sobre la misión de Irlanda ver Polanco, Chron., I, 96-98.
232 AMIGOS EN EL SEÑOR

haciendo una comida o cena». A pesar de la pobreza con que via-


jan [a la apostólica], no han de ser carga para los compañeros de
París, que padecen también estrecheces económicas; más bien
habrán de compartir generosamente con ellos algo de lo que lle-
van, antes de despedirse: «en París será más edificación darles
alguna cosa que demostrar necesidad, pequeña ni grande».
2. Al llegar a Escocia, se deben presentar al rey e informarle
sobre su «modo de proceder», especialmente que no tomarán nin-
guna cosa de la expedición para ellos; todo lo que recojan lo van a
poner «en persona de bien, para que indiferentemente reparta en
los hospitales entre pobres u obras pías»; y le pedirán recomenda-
ciones para con la gente de Irlanda. Mientras llega la respuesta,
estar en su corte y poner toda diligencia posible en confesiones,
ejercicios y otras exhortaciones.
3. Para los asuntos ordinarios entre ellos «cuanto al andar poco
o mucho, comer, beber, gobernarse por M. Francisco [¡el candida-
to!] durante la vía, porque Dios nuestro Señor os favorece en él y
por él». Todo lo demás, como embarcar en un puerto o en otro, en
este tiempo o en otro, gastar esto o aquello, y demás cosas, espe-
cialmente las que podrían sembrar discordia, las tratarán «ad plu-
res voces entre los tres».
4. También hay una repartición del trabajo, de acuerdo a las
habilidades de cada uno: Salmerón predicará en latín; el trato con
príncipes o con personas de autoridad, se lo dejará a Pascaslo
(Ignacio tiene en cuenta que Salmerón es aún «mozo y sin bar-
bas»); Zapata se encarga de los cuidados materiales, en su condi-
ción de candidato... ¡pero los gobierna por el camino! Valga la ver-
dad, Francisco Zapata, quiso acompañar a ios padres haciendo los
gastos del camino y viajando como secretario para comenzar así
su noviciado. De él escribirá Ignacio en 1546: «El P. Francisco
Zapata... es ahora aquí en casa un ejemplo vivo de toda obedien-
cia y humildad, sirviendo en la cocina y cavando en el huerto, con
suma pobreza, deliberado de en toda su vida no ser más que coad-
jutor en la Compañía, reputándose por indigno de ser del número
de los profesos, aunque por la obediencia él se ocupa en oír confe-
5
siones y en hacer visitaciones» .
5. No pueden faltar las recomendaciones sobre la correspon-
dencia, uno de los más importantes vínculos de comunión para
San Ignacio. «Escribiréis a nosotros con mucha diligencia por los
caminos, frecuentemente... y después, el primer día de todos los

5
MI, Epp., 1,374
LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES PARA LA MISIÓN 233

meses... en las cosas principales narraréis la historia de los hechos


a mayor edificación, sin otras nuevas o exhortaciones, haciendo
cuenta que se mostrarán [las cartas] a personas de arte... de otras
cosas, escribiréis en chirógrafos».
6. La instrucción termina con una bella manifestación de pobre-
za y generosidad con los pobres. Al comenzar a vivir en el sitio a
donde llegan han de acordar una especie de presupuesto de sus
gastos y organización del dinero que hayan recibido. Lo primero es
pensar en los pobres, luego proveer a sus gastos necesarios, men-
digar y confiar en la providencia; y finalmente, gratuidad en los
ministerios: «Arribando a la ciudad o villa donde debéis hacer resi-
dencia, comer, cenar o dormir, tan pronto como lleguéis... antes de
ser provistos, si algunos dineros quedan de lo que os han dado,
distribuyendo parte entre los pobres; parte para vestir y calzar, por
los fríos y diversidad de los países, poniendo en depósito. De-
mandar por las puertas por amor de Dios N. S., un día o dos, y
después, según que el Señor nuestro os dará. Esto entiendo para
los nuncios solos; y Mtro. Francisco podrá hacer según que hallará
devoción y amor en Dios N. S.». A los dos profesos se les traza
una exigencia grande de pobreza, que al candidato simplemente se
recomienda como devoción.

«Cerca las expediciones, tomando el tercio o la mitad, según


que mejor os parecerá... no prendiendo en mano vuestra dinero
alguno, pondréis toda la cantidad... en mano y potestad de alguna
persona del lugar... para que la distribuya entre los pobres... gratis
accepistis, gratis date».
Pasamos, ahora sí, a presentar la síntesis de las instrucciones.
Las hemos agrupado en torno a cuatro grandes temas: 1) Normas
para el camino; 2) relaciones entre sí; 3) ministerio con la gente; 4)
deberes con el cuerpo de la Compañía.

Normas para el camino

Las expediciones llevan un compañero como superior, a quien


todos obedecen «como al P. Ignacio en lugar de Cristo». La norma
se ha de observar en todo grupo compuesto por más de dos perso-
nas; aunque para la misión de Etiopía se precisa que: «donde quie-
ra que fueren algunos de la Compañía, aunque sean dos solamen-
te, uno de ellos tenga obediencia del otro». El superior se encarga
de las cosas prácticas relativas al camino -pasar adelante o dete-
nerse a descansar o dormir, etc.-, pidiendo el parecer de los de-
más. Y cuando van solamente dos, el uno tendrá autoridad sobre el
234 AMIGOS EN EL SEÑOR

otro en lo relacionado con enfermedad, trato del cuerpo, dispensa


6
del oficio, etc. .
Encarecen las instrucciones una delicada consideración con los
enfermos. Impresionan los detalles recomendados a un grupo de
viajeros que van a sus países en busca de recuperar la salud: los
más débiles irán adelante, marcando el paso; si se toma una cabal-
gadura para ellos, el caballo irá detrás del que camina a pie. Y si
alguno cae enfermo, los demás se detendrán para servirle con cari-
dad y procurarán conducirle a un lugar «donde esté la Compañía».
En caso de que se prolongue la enfermedad, lo dejarán en buena
compañía, con dinero para que pueda continuar más tarde su ca-
mino.
Durante la ruta, en las hospederías y en las plazas predicarán y
exhortarán siempre que se ofrezca ocasión. La predicación se deja
a la espontaneidad de quienes sienten espíritu para hacerlo; por lo
demás, conversarán con la gente, edificando al menos con su
ejemplo, aunque no hablen.
Algunos de ellos mendigarán para satisfacer las necesidades,
pero nunca recibirán dinero por sus predicaciones.
En las hospederías procurarán tomar un cuarto en donde estén
todos juntos, o por lo menos dos vecinos, y no dormirán con foras-
teros, para poder conferir sus asuntos entre sí y hacer sus ejerci-
cios. Leerán algún libro pío, por ejemplo el Gersón [Imitación de
Cristo], pero sólo «cuando les sobre tiempo... cuando no habrá
7
ocasión de obtener mayor provecho espiritual con los prójimos» .
Podrán también, en vez de la lectura, tener conversaciones espiri-
tuales entre sí.
Una distribución de funciones se puede percibir en los diversos
grupos: unos predican, conversan otros; alguien se encarga de
mendigar, de la cabalgadura, del dinero, de que no se pierdan las
cosas por el camino.
Especial interés tiene el lugar de habitación. Porque una de las
características de las misiones en aquellos tiempos era que se
hacían «donde la Compañía no tiene residencia». Precisa romper
con la norma tradicional de que todo religioso duerma en su con-
vento. Las instrucciones abundan en detalles sobre la residencia:
seleccionar un sitio donde no habite mujer, ni joven ni vieja, para
evitar cualquier ocasión de escándalo; procurar estar juntos en
8
alguna parte honesta, cómoda y tranquila para el trabajo ; a los

6
MI, Epp., VIII, 697; V, 38; IX, 598.
7
MI, Epp.,11,705; XI1, 250; VI.492.
8
MI E p p . 1,387; 1 1 , 2 7 7 .
LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES PARA LA MISIÓN 235

enviados a Ingolstadt se les aconseja «elegir algún lugar cómodo,


donde celebren, oigan confesiones y prediquen, y donde, cuando
9
los busquen, los puedan hallar» . Muchos se hospedaban en casas
de amigos de la Compañía: en Venecia, Andrés Lipomano, prior de
la Santísima Trinidad -donde estuvo Ignacio en 1536-, los acogía
generosamente; en Florencia los recibía el médico Juan de Rossi;
en Valencia, el padre de Jerónimo Doménech los hospedaba. Jayo,
en Trento, recibe la instrucción de buscar alojamiento apropiado
para que cuando lleguen los compañeros encuentren ya algo co-
menzado; y «la cosa más conveniente y necesaria será que todos
estén juntos para poder conferir lo hecho en el día y lo que habrá
10
de hacerse al siguiente» . En general, hay de por medio un criterio
apostólico y una distinción entre el sitio de trabajo y aquel de domi-
cilio. Los lugares han de ser, en lo posible, vecinos a «la conversa-
11
ción de la c i u d a d » .
En lo referente a la residencia, es ilustrativa la instrucción dada
a Gerardo Brasica y sus compañeros enfermos, enviados en 1555
a sus respectivas regiones para que recuperen la salud. La expedi-
ción se componía de cinco: Gerardo, sacerdote holandés; Esteban,
alemán; Jodoco, belga; Anselmo, escolar y un «fámulo», encarga-
dos éstos dos de acompañar a los enfermos y cuidar de ellos por el
camino. La instrucción indica que dejarán a Esteban en Espira, en
su casa; Anselmo o el fámulo, acompañarán a Jodoco a Bruselas y
lo dejarán estar también en su familia; en cuanto a Gerardo, de
Colonia irá a su país, acompañado por Anselmo, quien, habiéndolo
dejado en su casa, se encaminará a Lovaina o a Colonia para estu-
diar allá, según le plazca, aunque puede también, si lo desea,
12
regresar a Roma pasado el invierno .

Relaciones entre sí

Sobre este aspecto de las instrucciones destacamos la consul-


ta en común y la unión mutua.
i La mayoría de las instrucciones recomiendan las consultas de
grupo, sea en el camino, sea para programar los trabajos y revisar-
los. Se observa un especial interés por prolongar en la vida de la
Compañía el estilo de resolver los asuntos que acostumbraron los
primeros. En la instrucción para la «Jornada de Trento» encontra-

9
MI, Epp., X M , 244.
1 0
MI, Epp., 1,734.
1 1
MI, 1 1 1 , 5 4 8 .
1 2
MI, IX, 591-595; ver también Epist. Mixtae, V, 96, donde Anselmo escribe
sobre la muerte de Gerardo y relata todo el viaje.
236 AMIGOS EN EL SEÑOR

mos lo que podría ser un compendio de lo que hoy llamamos revi-


sión de vida. Lo citamos textualmente:

«Tomaremos una hora a la noche [terminados los trabajos] entre


todos para comunicar lo que se ha hecho en el día, y lo que se
debe pretender para el que viene. En las cosas pasadas o en las
por venir convendremos a votos o de otra manera.
Uno una noche ruegue a todos los otros para que le corrijan en
todo lo que les pareciere; y el que así fuere corregido no replique,
si no le dijeren que dé razón de la causa por la cual ha sido corre-
gido. El segundo haga lo mismo otra noche; y así consequenter,
para ayudarse todos en mayor caridad y en mayor buen odor de
todas partes.
13
A la mañana, proponer, y dos veces examinarnos en el d í a » .

Para la misión de Alemania en 1549, aconsejan a Jayo, Sal-


merón y Canlsio que «sean solícitos todos los hermanos para pen-
sar por sí mismos y escoger lo que parezca oportuno para la con-
secución de los fines, y para conferirlo entre sí; el superior los oirá
y decidirá lo que se debe hacer u omitir». De igual modo, deberán
«conferir entre sí sus estudios y predicaciones y juzgarse sus lec-
ciones (clases), para que si hay defecto en ellas, advertidos en
14
casa, puedan ser más gratos y útiles a los auditores» .
Las consultas tocan detalles de ayuda a los menos expertos.
La instrucción a Mercurlano y compañeros que van a Perugia en
1552, por ejemplo, tiene en cuenta a uno de aquellos a quienes
Ignacio consideraba «novicios» en el ministerio: «M. Juan, si ha de
predicar, confiera la materia con M. Everardo [Mercuriano] y siga
su parecer; si se considera conveniente, puede hacérsele dar en
casa toda predicación antes de presentarse en público. En materia
de oír confesiones -salvo siempre el sigilo- conviene que todos
15
confieran entre sí para más aprovecharse» .
Poco a poco este estilo de consulta se va institucionalizando
también como 'consejo' para ayudar al superior en su gobierno.
Oliverio Manaré lleva a Loreto un consejo de tres; al patriarca de
Etiopía se le dan cuatro consejeros, con la advertencia de que
estén de ordinario con él, y en caso de muerte o ausencia, sean
reemplazados; el colegio de Colonia tiene dos o tres consultores;
entre los que van al colegio de Ñapóles está Francisco Hércules,
16
que lleva el oficio de despensero «y será de la consulta» .

1 3
MI, Epp., I, 389.
1 4
MI, Epp., XII, 241-244.
1 5
MI, Epp., IV 3 0 1 ; XI, 256.
1 6
MI, Epp., XII, 2 3 1 .
LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES PARA LA MISIÓN 237

Estrechar la unión entre todos, es una de las principales reco-


mendaciones de las instrucciones y avisos. Es un presupuesto ine-
ludible para posibilitar el estilo de consultas que acabamos de refe-
rir. Se manifiesta sobre todo en detalles aparentemente insignifi-
cantes: se llaman entre sí 'hermanos' y utilizan los nombres pro-
pios, se confiesan entre sí «para mayor unión y mutua caridad», se
corrigen fraternalmente.
Pero la comunión entre todos va particularmente orientada a la
eficacia del trabajo. Los que van a Córcega, por ejemplo, «vean
también si estará bien que vayan por toda la isla juntos para com-
partir las fatigas y poder atender simultáneamente a visitar los
parajes, confesar y predicar».
Los detalles de delicado afecto fraterno también abundan. Tar-
quinio, escolar, que va a Valencia para los estudios, recibe una carta
de recomendación de Ignacio: «Todos los hermanos bajo obediencia
de nuestra Compañía, dondequiera vivan, lo acojan como hermano
17
carísimo y le brinden los oficios oportunos de caridad» . A los que
van a Colonia en 1556 se les pide visitar a Esteban, que está cuidan-
do de su salud en Espira, «porque entendemos que está mal tratado
entre sus parientes. Y por su mayor consolación, si no se pudiere
remover cómodamente de Espira por la enfermedad, vean de ayu-
18
darlo con alguna cosa, si tiene necesidad» .
En fin, la unión de corazones o «unión de los ánimos» como lo
expresan las Constituciones, se urge a cada paso con la consagra-
da frase del «idem sapiamus, idem dicamus omnes, conforme al
19
apóstol», que traen las C o n s t i t u c i o n e s . Para la unidad de la
Compañía en su modo de actuar, importa mucho que «todos pro-
cedan con un mismo espíritu... procurando cese, si la hay, alguna
distinción de naciones y otros efectos más humanos que espiritua-
les», que pueden perjudicar la edificación y aprovechamiento de
aquellos entre quienes trabajan. Además, la manera de vestir
pobre y honesta, la similaridad en ceremonias externas, el modo de
«conversar» - c o n la indispensable adaptación a regiones y cir-
cunstancias - , contribuyen también a esa identidad que los distin-
gue como miembros de una misma Compañía de Jesús.

Ministerios entre los prójimos

Es el aspecto más importante de todas las instrucciones, que


están dirigidas precisamente a asegurar que el trabajo se realice

1 7
MI, Epp., VI, 4 9 1 .
1 8
MI, Epp., XI, 360.
1 9
Const., 273; MI, Epp., X, 508; XII, 2 4 1 ; 255.
238 AMIGOS EN EL SEÑOR

según el modo de proceder de la Compañía. Un estilo que se con-


cretlza más y más gracias a la frecuente comunicación de unos con
otros y con la cabeza de la orden. Podemos agrupar el tema en
torno a cinco puntos: 1) servir en pobreza; 2) preferencia por los
medios que usa la Compañía; 3) repartición del trabajo; 4) apertura
y adaptación; 5) sólido talante espiritual.

1. Servir en pobreza: Los compañeros no deben buscar sus


propios intereses, sino los de Jesucristo. Esta actitud la expresan
ante todo con la gratuidad de los ministerios y con la generosidad
en distribuir entre los pobres parte de lo que recogen.
Para que todos comprendan que los compañeros son ajenos a
cualquier especie de avaricia, no tomarán en mano cosa alguna y
confiarán el dinero a personas fieles, que lo distribuirán entre los
pobres. Lo necesario para cubrir las necesidades de sustento y
ropa se pone en común y si sobra algo al llegar al sitio de residen-
cia, se usará para que los demás que siguen adelante puedan con-
tinuar el camino.

2. La preferencia por los ministerios más propios de la Com-


pañía es medio privilegiado para estrechar entre ellos la comunión
apostólica. Aunque todas las instrucciones insisten en que los
enviados a una misión deben atender en primer lugar al negocio
para el que han sido enviados, el tiempo que les queda libre deben
dedicarlo a aquello que es más propio del Instituto: predicar, expli-
car la Escritura, oír confesiones, administrar la eucaristía, reconci-
liar, conversar, dar ejercicios, enseñar a los niños, servir a los po-
bres en cárceles y hospitales, y ejercitar el ministerio de la miseri-
cordia en sus variadas formas. De estos ministerios hablan las ins-
trucciones como «conformes al Instituto», «según el uso de la
20
Compañía», «los que usa la C o m p a ñ í a » . Por medio de ellos se
edifica a la gente de las ciudades, se coopera en las obras pías
que allí practican los cristianos y se gana crédito para la Compañía;
lo que no busca ella para sí misma sino en cuanto redunda en bien
21
universal de la Iglesia .

3. Para la repartición del trabajo, las instrucciones coinciden,


casi a la letra, con las normas dadas en la Parte séptima sobre el
número de los que se envían y la manera de combinar sus disposi-
ciones y talentos para realizar un trabajo de equipo. El principio de

2 0
MI, Epp., I, 570; VIII, 9 1 ; XI, 364, 5 4 1 .
2 1
MI, Epp., X, 508.
LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES PARA LA MISIÓN 239

esta distribución se da muy claramente en la instrucción para la


Jornada de Trento: «Según que cada uno se hallare con este o con
aquel talento para mover las personas que pudiéremos». Y se repi-
te con otras palabras en una instrucción que es como el esquema
de muchas otras: «tomando aquellas armas - s i no pueden em-
plearse otras- que se piensa serán más eficaces, y de las cuales
22
cada uno se sabe ayudar m e j o r » .

4. Apertura a diversidad de tiempos, lugares y personas. En las


grandes instrucciones estos dos puntos se desarrollan extensa-
mente, confiriendo al trabajo una característica particular: hacerse
todo a todos. La Compañía se abre a la comunidad de los hombres
entre quienes trabaja con la libertad de espíritu que propicia lo que
hoy conocemos como inculturación. Es una preocupación de todos
atender a la diversidad para hacer llegar el mensaje más efectiva-
mente y para mayor aprovechamiento de la gente. En esta materia
queremos detenernos un momento sobre dos aspectos: la «conver-
sación» y la «adaptación».
a) La conversación. En el lenguaje de la Compañía esta palabra
se puede tomar en dos acepciones: como coloquio espiritual, para
atraer a la confesión, a la pacificación de los desavenidos, a la prác-
tica de la confesión y comunión, a los ejercicios. Fue la sencilla
forma como Ignacio, recién convertido, comenzó a tratar con sus
familiares en Loyola y luego en Manresa. Así atraía lentamente a los
primeros compañeros en Alcalá y París. Si queremos alcanzar el
manantial de donde brotó la amistad en el Señor, aquí lo toparemos.
Pero su sentido se aquilata cuando abarca no sólo el coloquio
de palabras sino todo un estilo de convivir y de comportarse en
medio de las personas: una convivencia con los demás, una con-
ducta que se observa en el trato, la comunicación y la amistad. En
esta acepción es usada con frecuencia en la traducción vulgata de
la Escritura: «Así apareció en la tierra la sabiduría y ha vivido con
23
los h o m b r e s » ; «para que sepas cómo debe comportarse uno en
24
la familia de D i o s » ; «vivan de una manera completamente san-
ta... mostrando reverencia a Dios todo el tiempo que vivan en este
mundo... que los ha rescatado de la vida sin sentido que heredaron
25
de sus antepasados» .

2 2
MI, Epp., XII, 252.
2 3
«Et cum hominibus est conversatus», Baruch, 3,38.
2 4
«Ut scias quomodo oporteat te in domo Deí conversan», 1Tim 3,15.
2 5
«In omni conversatione sancti sitis... in timore incolatus vestri tempore con-
versamini... redempti estis de vana vestra conversatione» 1 Pe 1,15-18
240 AMIGOS EN EL SEÑOR

Con ambos significados se usa en las Constituciones y también


en las instrucciones y en las cartas de Ignacio. Los Ejercicios son
una forma de «conversar con el prójimo», como leemos en una
carta: «De Portugal no podemos escribir en pocas palabras el fruto
que se hace... el Mtro. Simón ha conversado en Ejercicios espiri-
tuales con la majestad de la Reina y con muchas de sus damas
26 S
favoritas» . Polanco la describe en sus dos sentidos: «El 7 medio
es de la conversación, la cual suele ser de mucha importancia para
llevar adelante la obra de Dios o desbaratarla... a esta conversa-
ción pertenece el visitar pobres y enfermos en hospitales o fuera de
ellos, aconsejar, consolar, reprender, atraer a los sacramentos y
27
virtudes y buenas obras, como limosnas, e t c . » .
Un primer consejo para los viajeros es el de aprovechar al próji-
mo por caminos y hospederías: «Con la conversación espiritual
28
todos pueden ayudar a aquellos con quienes t r a t a n » . Los grupos
expedicionarios no se encerraban al llegar a las posadas, bus-
caban a la gente para conversar. Y si es verdad que procuraban
estar juntos en una pieza, sin forasteros, para poder conferir sus
asuntos y dedicar algún tiempo a los ejercicios de piedad, lo hacían
cuando quedaban libres de las oportunidades apostólicas que se
les ofrecían.
Cuando la tarea principal de la misión se lo permita, procurarán
hacer más, particularmente con la conversación, que es instrumen-
to muy propio de la Compañía: con el «buen ejemplo de la vida
vuestra; [con] conversaciones buenas y edificantes; andando, si
podéis, de uno en uno y de casa en casa de la gente de la tierra;
visitando los enfermos y procurando socorrer a los pobres sin te-
29
cho; y si hay prisiones, visitándolas» .
Por su misma importancia, la conversación presupone un talen-
to especial. Para San Ignacio era un arte en el que había que for-
mar cuidadosamente a los escolares. Por eso mismo es recomen-
dada con especialidad a «las personas que entre los nuestros ten-
30
drán talento de conversar» , pero se le encarga al superior el cui-
dado de señalar quién ha de conversar con forasteros y quién no,
31
quién con éste, quién con a q u e l .
Entendida en su sentido más amplio, la conversación ignaciana
se compendia en las funcionales reglas de conversar con el próji-

2 6
MI, Epp., 1,204.
2 7
Pol. Compl., 1 1 , 7 5 1 .
2 8
MI, Epp., 1 1 1 , 5 4 6 .
2 9
MI, Epp., IV, 457.
3 0
MI, Epp., X, 690; ver Pol. Compl., 11, 756.
3 1
MI, Epp., 1 1 1 , 5 4 3 ; XI, 3 7 1 .
LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES PARA LA MISIÓN 241

mo de las instrucciones a los legados de Irlanda, Broet y Salmerón,


y a los enviados a la Jornada de Trento, Laínez, Jayo y Salmerón.
Ambas se complementan y forman una unidad. Creo pertinente
dedicarles un espacio a continuación.
«Del modo de negociar y conversar con el prójimo», tienen por
3 2
título estas reglas en la instrucción de 1 5 4 1 . Son indicaciones
para tratar con «iguales o menores... grandes o mayores»; un
modelo de adaptación psicológica:

Hablar poco y tarde; oír largo y con gusto, hasta que acaben de
hablar lo que quieren y después responder; acomodarse al tem-
peramento de las personas: «mirar primero de qué condición
sean y haceros de ella, es a saber: si es colérico y habla de pres-
to y regocijado, tener alguna manera su modo en conversaciones
buenas y santas cosas, y no mostrarse grave, flemático o melan-
cólico. Si entendiéredes que a natura son recatados, tardos en
hablar, graves y pesados en sus conversaciones, tomar el modo
de ellos con ellos, porque aquello es lo que les agrada: omnia
ómnibus factus sum».

Controlar también las propias deficiencias: «si uno conoce ser de


complexión colérica, debe ir, aun en todos los particulares, cerca
conversar con otros, si es posible, mucho armado con examen o
con otro acuerdo de sufrir, y no se alterar con el otro, máxime si
lo conoce enfermo». Imitar el modo de proceder del enemigo de
natura humana, que entra con el otro y sale consigo, «él para el
mal, nosotros todo para el bien». A la luz de un principio clave:
me he hecho todo a todos; y con una liberalidad máxima: «en el
expedir negocios ser liberales de tiempo, es a saber: prometiendo
para mañana, hoy, si fuere posible, sea hecho».

«Para conversar», es el primer capítulo de la instrucción para la


33
Jornada de Trento en 1 5 4 6 . Aquí también San Ignacio propone
varias reglas para el trato con toda clase de personas, porque
«según nuestra profesión, de la tal conversación no nos podemos
' excusar». Pero como la conversación puede ayudar mucho, si no
somos vigilantes y ayudados del Señor, puede también traer
muchos males. Aconseja igualmente: hablar «quieto para sentir y
conocer los entendimientos, afectos y voluntades de los que
hablan»; capacidad para dar razones a ambas partes, cuando se
puede, sin aferrarse al propio juicio y procurando no dejar descon-

3 2
MI, Epp., I, 179-181
3 3
MI, Epp., I, 386-387. Ver artículo de Ignacio Iparraguirre, S.J., «La conversa-
ción como táctica apostólica de San Ignacio», en Razón y Fe, 160 (1 959) 11-24.
242 AMIGOS EN EL SEÑOR

tentó al otro; guardar la mayor tranquilidad y humildad posible al


dar el parecer; no andar de prisa como si no hubiera tiempo, consi-
derando, «no mi comodidad, mas traerme a mí mismo a la comodi-
dad y condición de la persona con quien quiero tratar».
b) La adaptación. La conversación, a través de la cual la Com-
pañía busca aprovechar al prójimo, presupone, como acabamos de
leer, una magnánima actitud para hacerse todo a todos. Es rasgo
vital de su fisonomía como comunidad apostólica.
Darse a los demás exige liberalidad de tiempo, actitud de cer-
canía, prontitud para escuchar y tratar de comprender la verdad del
otro. Nuestras casas no deben estar «demasiado separadas de la
34
conversación de la c i u d a d » , dicen varias de las instrucciones, en
una frase cargada de significación, más allá de la simple cercanía
geográfica.
La instrucción «para los que de la Compañía son enviados»,
condensa sobriamente el sentido de la adaptación. Sugiere atraer-
se la buena voluntad de las personas, «con demostraciones funda-
das en verdad, en virtud y en amor»; ha de ser ponderada y discre-
ta, «acomodándose a todos con santa prudencia, lo cual principal-
mente lo enseña la unción del Espíritu Santo, pero el hombre coo-
35
pera con la consideración y diligente cuidado» . En una palabra,
la adaptación es el resultado de un discernimiento por el que la
persona se abre a los demás con la libertad que da el Espíritu,
cuya unción es diligentemente escrutada en cada circunstancia.
Tal vez la instrucción más completa sobre adaptación es, sin
embargo, la extensa carta para Jayo, Salmerón y Canisio, que van
36
a Ingolstadt como profesores de teología en la universidad . Los
puntos sustanciales de estas orientaciones son:
- «Muéstrense amables por la humildad y la caridad, hechos
todo a todos y acomodándose, en cuanto lo permite el Instituto de
la Compañía, a las costumbres del país, al ingenio y los sentimien-
tos de las gentes; y procuren [comjplacer a los demás sin que la
demasiada familiaridad degenere en menosprecio».
- La adaptación exige no sólo madurez interior; también en el
comportamiento externo, que se muestra en el caminar, en los ges-
tos, en la decencia del vestido y sobre todo en la circunspección de
las palabras y en la sensatez de los consejos.
- Propone 17 reglas prácticas para realizar más eficazmente su
trabajo como profesores, que apuntan a conquistar las voluntades

3 4
MI, Epp., III, 548; XII, 244.
3 5
MI, Epp., XII, 253.
3 6
MI, Epp., XII, 239-247. Sobre la misión de Ingolstadt, ver Chron., I, 410-416.
LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES PARA LA MISIÓN 243

de los jóvenes estudiantes, en especial de aquellos de quienes


puede esperarse mayor fruto y «cuya amistad se debe buscar por
Dios N.S.». Destacamos las principales: en las clases, presenten la
sólida doctrina, sin demasiados términos escolásticos, a menudo
odiosos y difíciles de comprender; sean constantes mas no prolijas
sus lecciones; usen las disputas y demás ejercicios escolares sólo
en la medida que dicte la prudencia; para acrecentar el número de
auditores, mezclen la enseñanza intelectual con algo que mueva
los afectos y haga a los discípulos no sólo más cultos sino también
mejores; en cuanto se lo permita la ocupación principal de enseñar,
oigan también sus confesiones, visiten con ellos cárceles y hospita-
les en socorro de los pobres; elijan algún lugar cómodo para que
37
los que los busquen puedan encontrarlos con facilidad .
- Promuevan las cosas de la Compañía con el trato familiar;
esfuércense por atraer a sus discípulos a la amistad espiritual y a la
confesión, e inviten a hacer los ejercicios, «enteros» [«ad exercitia
splrltualia et quidem exacte facienda»] a aquellos jóvenes de buena
condición que parezcan aptos para el Instituto de la Compañía; a
otros que puedan también aprovecharse, los de primera semana.

5. El talante espiritual: este último punto se refiere a la vida


espiritual de los compañeros en misión. Las instrucciones por lo
general no se detienen en detalles; trazan líneas generales, muy
sencillas, para inspirar una espiritualidad en el trabajo:
- No se olviden de sí mismos por atender a los demás; tengan
cuidado de conservar y acrecentar el espíritu y acuérdense de que
cuanto mejores sean, tanto más idóneos se harán para que los
acepte Dios como instrumentos en la edificación de las personas
por cuyo provecho espiritual trabajan;
Cada uno rectificará su intención, para buscar en todo, no sus
propios Intereses, sino los de Jesucristo, con verdadera abnega-
ción de la propia voluntad y juicio, sometiéndose enteramente a la
conducción de Dios por medio de la obediencia;
- Tomarán algún tiempo cada día para sí mismos; atenderán a
sus acostumbradas devociones personales, pero las podrán abre-
viar para acudir a la ayuda de la gente, ya que «es oración cuanto
38
se hace por e l l o s » ; usarán diariamente el examen de conciencia,
que se podrá aplicar a la consideración de lo que conviene hacer
para ganar la benevolencia de las personas. Procurarán confesar-
se y comulgar frecuentemente.

3 7
MI, Epp., XII, 242-243.
3 8
MI, Epp., IV.456-457.
244 AMIGOS EN EL SEÑOR

Relación con todo el cuerpo de la Compañía y con su cabeza

Un cuidado especial merece en las instrucciones la relación de


los miembros dispersos con el cuerpo universal de la Compañía.
Por vivir generalmente fuera de la convivencia con otros miembros
de la orden, en continuo trato y conversación con el prójimo, la ne-
cesidad de fortalecer los vínculos de comunión se vuelve imperio-
sa, a riesgo de debilitar su identidad corporativa. La deliberación de
1539, de coligarse en un cuerpo en el que mantuvieran mutua inte-
ligencia y cuidado de los unos por los otros, para que ninguna dis-
persión, por grande que fuese los pudiese separar, está presente
en cartas, avisos e instrucciones.
Tres grandes vínculos consolidan la comunión de los miembros
dispersos con el cuerpo y con su cabeza: la conciencia de formar
parte de la comunidad total; la promoción del bien universal de la
Compañía; la frecuente comunicación.
- Conciencia de formar parte de la comunidad total. Los misio-
neros alejados de sus hermanos deben tomar conciencia de que
no están solos, detrás de ellos está toda la Compañía, a la que
representan donde están y en cuyo nombre sirven con sus diversos
ministerios.
«Dar buen odor de la Compañía», es frase que se convierte en
una fórmula común. Privilegiadamente con las obras humildes pro-
pias del instituto, como la visita a las prisiones, la asistencia a los
pobres en los hospitales y la instrucción de los niños y de las per-
sonas sencillas, se esparce el buen odor y gusto por la Compañía.
Ignacio no duda de que los teólogos en Trento, y todos los demás,
practicando esos ministerios, provocarán la estimación del Concilio,
de los pueblos y de la gente en general: «Procuren ser amados de
todos, con demostraciones de verdadera caridad y celo de las
almas, en tal modo que aumente la devoción de las gentes a ellos
39
y a la C o m p a ñ í a » .
Los compañeros tienen que esforzarse, además, por dar a co-
nocer el instituto de la Compañía. Laínez, en Sicilia, llevará «las
nuevas de las Indias y otras partes de la Compañía, que se le
enviarán»; Jayo, Salmerón y Canisio en Ingolstadt «narrarán al du-
que de Baviera y a los que lo rodean, las cosas que más puedan
complacerlos del instituto de la Compañía y del progreso que por la
gracia de Dios ha hecho en estos pocos años en tantas partes del
orbe»; y entre los jóvenes excitarán el amor por el instituto; Martín
Olave procurará que el cardenal de Gubbio «conozca el instituto de

3 9
MI, Epp., 1, 733-734; III, 546; IV, 419, 458; x, 506, 695; XII, 253.
LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES PARA LA MISIÓN 245

la Compañía y se aficione a ella, y entienda que no gana la Com-


pañía en tener lo que tiene en Gubbio a todos ocupados, sino la
población». Son sólo algunos ejemplos.
Deben trabajar también para quitar la mala opinión que en algu-
nas partes pueden tener de la Compañía. A Antonio Araoz, que viaja
a España, le escribe Ignacio que la familia de Polanco, mal informa-
da, está «mucho desedificada de mí y consequenter de la Com-
pañía»; si encomendando el asunto a Dios, le parece ser a propósito,
vaya hasta Burgos para quitar el escándalo. Le recuerda lo que
sucedió en París, cuando el bachiller Juan de Castro, burgalés
-ahora cartujo-, después de hacer los ejercicios, distribuyó todo lo
que tenía entre los pobres y anduvo mendigando por las calles de
aquella ciudad; esto había conmocionado a mucha gente en Burgos
y lo atribuían a Iñigo. Le aconseja igualmente tener memoria allá «de
todos aquellos que han tenido sus hijos o parientes... en París, y que
posiblemente estarán desedificados de mí». Basta este ejemplo para
ilustrar el exquisito cuidado con que se preocupaban todos porque la
Compañía fuera bien comprendida para que pudiera trabajar eficaz-
mente por la gloria de Dios y el bien de todos.
- Promoción del bien universal: una forma de manifestar la co-
munión es la de buscar personas idóneas para ingresar a la Com-
pañía. En una instrucción para el superior de los compañeros en
Etiopía, se explica el motivo de este esfuerzo por aumentar la or-
den: «porque llevando el Señor unos, queden otros con el espíritu
de la Compañía, para que se pueda perpetuar lo que Dios fuere
servido». También recomiendan la fundación de colegios en diver-
sas partes, así como la búsqueda de jóvenes idóneos para ingresar
a la Compañía.
- Comunicación entre ellos y con el superior. Aún no se ha es-
tablecido un sistema fijo de correspondencia, pero se prescribe
comunicarse a menudo, incluso cada ocho días o al menos cada
mes. Las cartas ordinariamente avisarán del estado de los nego-
cios y de las personas y pedirán consejo en las dudas y dificulta-
' des, con un sincero deseo de dejarse regir. Por lo general se pide
que las cartas sean edificantes, para que puedan ser leídas por
todos, dejando los detalles de cosas más particulares para una
40
comunicación diversa con el superior . La primera utilidad de la
comunicación es garantizar la fidelidad a la misión encomendada,
mediante las orientaciones impartidas desde Roma; además, ofre-
cen a la actividad particular de cada uno la oportunidad de presen-
tarse como colaboración en el trabajo común.

4 0
MI, Epp., XII, 253; IV, 421; 1, 235.
246 AMIGOS EN EL SEÑOR

No pretendía Ignacio ahogar la iniciativa personal ni dirigir cada


paso desde Roma. Una y otra vez reconoce que en los diversos
sitios de trabajo los operarios tienen un conocimiento práctico más
cercano de las circunstancias y de las personas y se remite «a lo
que parecerá en el Señor», en un, discernimiento practicado con
libertad y en oración. «Mas para poner en ello medio alguno, no os
mováis por lo que escribo, mirando siempre mayor servicio de Dios
41
N. S.», escribe a A r a o z . Y a Laínez le transmite Polanco la volun-
tad de Ignacio: «todos los recuerdos dichos, y los demás que se
podrán dar, dice N. P. - p o r cuyo mandato y orden se escribieron-,
que se dejen a la discreción de V. R., y lo que la unción del Espíritu
42
Santo le enseñare» .
Los avisos son principios directivos, pero para Ignacio hay
siempre algo más importante: «si otra cosa no mostrare la discre-
ción convenir, por tiempos, lugares y personas, la cual discreción
no puede ser comprendida por reglas algunas... [mas] las enseña
particularmente la unción del Espíritu Santo, pero el hombre coope-
43
ra con la consideración y el diligente cuidado» .

* ****

Con esta síntesis de las sesenta instrucciones escogidas, ce-


rramos este breve capítulo que pretendía completar la visión de la
Parte séptima sobre la comunidad esparcida en misión. Ha sido
necesario presentar algunos aspectos que tienen menos conexión
con el tema de la comunidad y que pueden dar la impresión de que
nos apartábamos a menudo del objetivo propuesto. Fue el camino
obligado para hacer incursiones en perspectivas comunitarias que de
otra manera hubieran pasado desapercibidas. Obviamente, las
numerosas citas sacadas de su contexto y agrupadas por temas,
pierden gran parte del sentido con que seguramente eran reflexiona-
das por los destinatarios de cada instrucción cuando las leían articu-
ladas en el conjunto de orientaciones y sugerencias. Pero, recolecta-
das de uno y otro sitio, orientaciones que fueron pensadas para dife-
rentes tiempos y negocios, constituyen en su conjunto una muestra
impresionante del estilo inconfundible de comunidad apostólica con
que la Compañía, dirigida por Ignacio, vivía y trabajaba en todas par-
tes durante aquellos primeros quince años de su existencia.

4 1
MI, Epp., 1, 191 05.
4 2
MI, Epp., 11, 277; ver además 111, 76, 544, 546; IV, 302; V, 13.
4 3
MI Epp., XII, 253.
LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES PARA LA MISIÓN 247

Una comunidad ágil y adaptable, que se hacía todo a todos en


un espléndido esfuerzo para prestar el mayor servicio a Dios y la
mejor ayuda posible a los hombres. Sin diluir su identidad, sin debi-
litar su fidelidad al modo común de proceder; afrontando los ries-
gos de disgregación con la recia trabazón de vigorosos vínculos de
comunión.
De esta suerte se proyecta unida y compacta, pese a las dis-
tancias y a las diferencias culturales de los lugares donde presta su
servicio apostólico. La mutua colaboración en el trabajo, la escru-
pulosa fidelidad a su pobreza y a la gratuidad de ministerios, las
consultas y revisiones en común bajo la unción del Espíritu ardien-
temente buscada, la abundante comunicación -superando enor-
mes distancias y deficientes medios-, el genuino interés por lo que
vive y hace la Compañía en otras partes, componen un espléndido
retrato al vivo de cómo todos entendieron y estrecharon su comu-
nión.
En su trabajo personal, ejecutado según el uso de la Com-
pañía, cada uno tenía clara conciencia de su pertenencia a un
cuerpo universal y de su colaboración en una empresa común. Las
instrucciones eran la expresión escrita de un espíritu que palpitaba
en todos; las llevaban consigo al partir para la misión o las solicita-
ban con apetencia desde la distancia. En ellas se inspiraban gru-
pos y personas, sin renunciar a la libertad para adaptarlas a las
situaciones concretas de sus ministerios.

La visión de conjunto permite finalmente percibir cómo las


Constituciones se trasladaban a la vida y la vida se expresaba en
los textos constitucionales.
APÉNDICE

Lista de las instrucciones, avisos y promemorias


utilizadas para la síntesis de este capítulo.

1. Primera instrucción a Broet y Salmerón, nuncios en Irlanda.


Comienzos de septiembre, 1541. En italiano. MI, Epp., 1,174-179.
2. Segunda Instrucción a los mismos, «Del modo de negociar y
conversar in Domino». Comienzos de septiembre, 1541. Español.
Epp., I, 179-181.
3. Tercera instrucción a los mismos. Comienzos de septiembre,
1541. Italiano. Epp., I, 727-731.
4. Carta a Antonio Araoz, que va a España. 20 febrero 1541.
Español. Epp., I, 190-191.
5. Carta a Diego Laínez en Venecia. 27 agosto, 1542. Español.
Epp., I, 227-228.
6. Memorias a Simón Rodrigues en Portugal. 1 noviembre, 1542.
Español. Epp., I, 230, 235.
7. A Diego Laínez: envío de las Constituciones. 18 marzo, 1543.
Español. Epp., I, 246-247.
8. Instrucción para la Jornada de Trento, a Laínez, Salmerón y
Jayo. Principios de 1546. Español. Epp., I, 386-389.
9. A Claudio Jayo, sobre la manera de proceder en Trento. 6
marzo, 1546. Italiano. Epp., I, 733-734.
10. Breve instrucción para los que de la Compañía son enviados.
Fecha incierta. Italiano. Epp., XII, 251-253.
11. A Miguel de Torres, memoria para Florencia, Bolonia, Parma,
Barcelona, Valencia, Gandía, Alcalá. 10 septiembre, 1546. Español.
Epp., 1,415-423.
12. A Claudio Jayo, para la misión a Ferrara. Agosto 1547. Italiano.
Epp., I, 568-570.
13. A Juan Bautista Pezzano, que va a Parma a expedir sus nego-
cios. 1548. Italiano. Epp., XII, 236-237.
14. Recuerdos a Diego Laínez para Sicilia. 22 diciembre 1548.
Español. Epp., II 274-277.
250 AMIGOS EN EL SEÑOR

15. A Jayo, Salmerón y Canisio, en misión para ayudar en Ale-


mania, particularmente en la universidad de Ingolstadt. 24 septiembre
1549. Latín. Epp., XII, 239-247.
16. A Nicolás Gaudano y compañeros, que parten para Bolonia y
Venecia. 6 marzo 1550. Italiano. Epp., II, 704-705.
17. A Miguel Ochoa, lo que na de observar en Tívoli. 9 junio 1550.
Español. Epp., III, 74-75.
18. A Antonio Brandao, sacerdote escolar de la Compañía. 1 junio
1551. Epp., III, 506-513.
19. A Jean Pelletier, instrucción mandada a Ferrara, y casi del
mismo contenido a Florencia, Ñapóles y Módena. 13 junio 1551. Ita-
liano. Epp.,111, 542-550.
20. A Claudio Jayo, sobre estudios teológicos en Viena. 8 agosto
1551. Italiano. Epp.,111, 602-605.
21. A Elpidio Ugoletti, de lo que ha de hacer en Florencia. Sep-
tiembre 1551. Italiano. Epp., III, 634-637.
22. A Elpidio Ugoletti, acerca del modo de enviar los escolares.
Septiembre 1551. Español. Epp., 111, 638-639.
23. Instrucción a los que van a Florencia con Mtro. Ludovico de
Coudreto. 12 noviembre 1551. Español. Epp.,111, 715-716.
24. Instrucción para los que van a Florencia, Bolonia, Padua y
Trento. 12 noviembre 1551. Italiano. Epp.III, 717-721.
25. A Tomás y Bautista: lo que han de observar en el viaje los dos
que se mandan a Perugia. Junio 1552. Italiano. Epp., XII, 250-251.
26. Instrucción para los que van a Perugia. Incierto día, junio 1552.
Italiano. Epp., IV, 301 -302.
27. Instrucción para los que van a Córcega. 10 septiembre 1552.
Italiano. Epp., IV, 416-422.
28. Instrucción para M. Bastiano Romei. 8 octubre 1552. Italiano.
Epp., IV, 456-458.
29. A Jerónimo Nadal, enviado a Portugal y España. 12 abril 1553.
Español. Epp., V, 13-15.
30. A Antonio Marino y compañeros al salir de Roma.22 abril 1553.
Italiano. Epp., V, 38-39.
31. Recuerdo de algunas cosas que se han de hacer en viaje a
Gubbio del Dr. Olavio. 30 junio 1553. Español. Epp., V, 153-156.
32. A Silvestre Landino, misión a Córcega.27 julio 1553. Italiano.
Epp.,V, 237-240.
33. A Manuel Gómez, misión a Córcega. 27 julio 1553. Español.
Epp., V, 240-241.
34. Al Legado pontificio enviado a Austria, Zacarías Delfini: recuer-
do de algunas cosas que pueden ayudar la religión católica en Ale-
mania. [El Legado no era de la Compañía]. Finales de 1553. Italiano.
Epp., XII, 254-256.
35. A Tarquinio de Rainaldis y compañero, enviados a estudiar a
Valencia. 18 marzo 1554. Italiano. Epp., VI, 491-493.
36. A Pedro Canisio en Viena.13 agosto 1554. Latín. Epp., VII,
398-404.
LA COMUNIÓN EN LAS INSTRUCCIONES PARA LA MISIÓN 251

37. A Oliverio Manaré: instrucción para los que van al nuevo cole-
gio de Loreto. 23 noviembre 1554. Italiano. Epp. VIII, 89-92.
38. Instrucción a los que van a Portugal para Etiopía. 15 septiem-
bre 1554. Español. Epp., VIII, 677-679.
39. A Poncio Cogordan, para la misión en Provenza.12 febrero
1555. Italiano. Epp., VIII, 391 394.
40. A Poncio Cogordan, para la misma misión.12 febrero 1555.
Español. Epp., VIII, 395-397.
41. A Poncio Cogordano y Julio Onofrio, sobre lo mismo. 12 febrero
1555. Italiano. Epp., VIII, 395-400.
42. A Everardo Mercuriano, sobre el colegio de Perugia. Co-
mienzos de abril 1555. Italiano. Epp., XII, 316-319.
43. A Juan Nuñes, patriarca de Etiopía. 26 febrero 1555. Español,
Epp., VIII, 680-690.
44. A Alfonso Salmerón: recuerdos para la Dieta y para Polonia. 27
julio 1555. Italiano. Epp., IX, 374-378.
45. Instrucción para los que se envían enfermos a Alemania y
Flandes. 12 septiembre 1555. Italiano. IX, 592-594.
46. Instrucción para Gaspar Loarte en viaje a Florencia y Genova.
12 septiembre 1555. Italiano. Epp., IX, 595-596.
47. A Jerónimo Le Bas: misión en Auvernia. 12 septiembre 1555.
Italiano. Epp., IX, 597-599.
48. Instrucción a todos los que se envían de Roma a distintos cole-
gios. 18 octubre 1555. Italiano. Epp., IX, 729-731.
49. A Jerónimo Doménech y compañeros: instrucción para los que
se mandan a Sicilia y Ñapóles. 20 octubre 1555. Italiano. Epp., X, 8-11.
50. Al patriarca de Etiopía. Principios de 1556. Portugués. Epp.,
VIII, 690-696.
5 1 . Al superior de la Compañía en Etiopía. Principios de 1556.
Español. Epp., VIII, 696-698.
52. A Luis Gongalves, visitador de colegios y colateral de Torres
en Portugal. 12 enero 1556. Español. Epp., X, 505-511.
53. Instrucción para el colegio de Praga.12 febrero 1556. Italiano.
Epp., X, 689-701.
54. Instrucción para los que se mandan a Ñapóles.10 abril 155.
Italiano. Epp., XI, 231 -232.
55. Instrucción para los que se mandan a Siena.15 abril 1556.
Italiano. Epp., XI, 255-257.
56. Instrucción para los que van a Colonia. 11 mayo 1556. Italiano.
Epp., XI, 359-365.
57. Instrucción para los que se mandan a Claramonte. 11 mayo
1556. Italiano. Epp., XI, 366-372.
58. Recuerdos para el P. Mtro. Salmerón en la ida a Flandes. 20
mayo 1556. Español. Epp., XI, 422-425.
59. Instrucción para el viaje de los que van a diversas partes de
Italia. 1 junio 1556. Italiano. Epp., XI, 483-484.
60. Instrucción para el colegio que se manda a Ingolstadt. 9 junio
1556. Italiano. Epp., XI, 530-544.
6

LA COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA
QUE RESIDE EN CASAS Y COLEGIOS

Introducción

Termina la Séptima Parte de las Constituciones con un breve


S
capítulo (4 ) dedicado a las casas y colegios en donde la Com-
pañía reside permanentemente. Había comenzado con el anuncio
de que la repartición de «los de la Compañía en la viña de Cristo
para trabajar en la parte y obra de ella que les fuere cometida» se
hacía, ahora discurriendo en misiones por diversos lugares donde
no hace residencia, «ahora el trabajar no sea discurriendo, sino
residiendo firme y continuamente en algunos lugares, donde mu-
1
cho fruto se espera de la divina gloria y servicio» .
Hemos descrito la fisonomía de la comunidad en la Compañía
itinerante, nos ocuparemos en seguida de la comunidad en la
Compañía residente. Tampoco vamos a hallar en este capítulo nin-
guna descripción de vida comunitaria, ni reglas para el régimen
o interno de las comunidades que se establecen permanentemente
en determinado lugar. Aquí, como en todo el enfoque de la Parte
Séptima, la mirada se dirige hacia afuera: a repartir y emplear los
miembros del cuerpo para el servicio de los hombres. La Intención
no es legislar sobre la vida interna de la comunidad, sino sobre su
proyección apostólica. La frase con la que se cierra este capítulo
dice: «De lo que toca a los oficios de casa y otras cosas más parti-
culares, se verá en las reglas de ella, no alargando más cuanto a

1
Const., 603; ver texto a, MI, Const.,II, 209-210.
254 AMIGOS EN EL SEÑOR

las misiones o compartición de los de esta Compañía en la viña de


2
Cristo nuestro Señor» .
No obstante, la casas fueron pensadas también como lugares
en donde los operarios pudieran recogerse para descansar un
poco y recobrarse física y espirituafmente en compañía de sus her-
manos, antes de partir para nuevas misiones. Comenta el P.
Antonio M. de Aldama: «La profesión de la Compañía, a imitación
de los Apóstoles, es "ir debajo de la bandera de Jesucristo para
predicar y exhortar" (1), y en consecuencia dice el P. Nadal que la
mejor habitación de la Compañía, la más perfecta, la más tranquila
y amena, es el peregrinar de los profesos (2). Este peregrinar, con
todo, no puede ser continuo; necesita de puntos de partida y de lle-
3
g a d a » . Así se constituyeron las residencias permanentes en la
vida real y así las explicó repetidamente Nadal, como acaba de
referir Aldama y como lo detallaremos más adelante.
Con este presupuesto trataremos de buscar indirectamente - a
través de la naturaleza y de las actividades de las casas y cole-
g i o s - la figura de la comunidad ignaciana más estable, en cuanto
se contradistingue de la itinerante que hemos venido conociendo.
Este cuarto capítulo de la Séptima Parte no existía en las Cons-
tituciones circa missiones de 1544-1545, que fueron el núcleo de
los dos primeros capítulos. Quizás porque Ignacio fue discerniendo
diversos aspectos separadamente. Cuando escribe en el Diario
Espiritual el 17 de marzo que había comenzado a prepararse y
4
«mirar primero cerca las misiones» , estaba reflexionando y orando
sobre el voto que la Compañía había hecho para discurrir por unas
partes y otras del mundo, enviada por el Papa; esto fue lo que se
aprobó en aquellas constituciones. Pero cuando en las Cons-
tituciones definitivas se quiso describir todo el trabajo de la Com-
pañía, ya por entonces extendida por Europa en diversas misiones,
casas y colegios, se concibió una Séptima Parte que consideraba
en primer lugar los miembros dispersos en misiones, y luego los
congregados en algunos lugares, también ellos «repartidos» en la
viña del Señor.
Lo primero que ocurre es preguntarnos cómo se justifica la exis-
tencia de comunidades estables en la concepción de una Compañía
como la que describía Ignacio a don Fernando de Austria para disua-

2
Const., 654.
3
ANTONIO M. de ALDAMA S.J., Repartiéndose en la viña de Cristo. Comentario a
S
la 7 Parte de las Constituciones. Centrum Ignatianum, CIS, 1973, p. 165. Cita (1):
Deliberación de San Ignacio sobre la pobreza, MI, Const., I, p. 80, y Obras de San
a
Ignacio, BAC, 6 edición, p. 338, n.13. Cita (2): Nadal, V, 195, 364, 673, 773-774.
4
Diario, n.161.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 255

dirlo de su intención de promover a Claudio Jayo como obispo de


Trieste: «Esta Compañía y los particulares de ella han sido juntados
y unidos en un mismo espíritu, es a saber, para discurrir por unas
partes y otras del mundo entre fieles e infieles, según que nos será
mandado por el sumo pontífice; de modo que el espíritu de la
Compañía es en toda simplicidad y bajeza pasar adelante de ciudad
en ciudad, y de una parte en otra, no atacarnos en un particular
5
lugar» . Algunas consideraciones pueden aportar luz al esclareci-
miento de este problema de armonía entre el discurrir y el residir, si
comprendemos el origen de las casas y de los colegios y su sentido,
así como las precauciones que se tomaron para que se constituye-
ran y funcionaran según los mismos criterios de comunión que dirigí-
an el modo de proceder de los compañeros itinerantes.

Origen de las casas o residencias

La Parte Tercera de las Constituciones explica escuetamente


que «los Colegios son para aprender letras, las Casas para ejerci-
tarlas los que las han aprendido o preparar el fundamento de ellas
6
de humildad y virtud los que las han de aprender» . Parecen refe-
rirse a dos tipos de casas: las residencias de los profesos y las
casas de probación.
Las residencias más o menos estables fueron surgiendo a me-
dida que las misiones se prolongaban más allá de los tres meses
prudenciales indicados por las Constituciones para cuando el pon-
tífice no señalaba un tiempo determinado. Los criterios para prolon-
gar la residencia en un sitio particular, eran el mayor o menor fruto
espiritual que los enviados sentían que se lograba entre la gente, la
consideración de lo que podría esperarse en otra parte, y un bien
más universal. Una larga Declaración con relación a las misiones
dadas por el superior, toma también en cuenta las fuerzas con que
cuenta la Compañía para suplir en unas empresas o en otras y los
accidentes que pueden intervenir; invariablemente «teniendo res-
pecto a nuestro instituto primero, siendo éste discurrir por unas par-
7
tes y otras, deteniéndonos más o menos según se viese fruto» .
Por otra parte, entre las pautas para que el superior pueda acertar
mejor en la selección de las obras, las Constituciones indican que
habiendo unas «más durables y que siempre han de aprovechar...

5
MI, Epp., 1,451.
6
Const., 189.
7
Const, 626, 615.
256 AMIGOS EN EL SEÑOR

otras menos durables, que pocas veces y por poco tiempo ayudan,
es cierto que las primeras deben preferirse a las segundas... todo
8
por ser así más servicio divino y más bien de los próximos» .
El «no atacarnos a un lugar particular» de que habla Ignacio,
está, pues, temperado por el fruto perseguido. Es la causa para
que la comunidad se detenga más o menos en un sitio, y la motiva-
ción que le Imprime movilidad para dejarlo en busca de otro bien
mayor. Estable o peregrinante, la Compañía se mantiene libre para
el mayor servicio divino en bien de los prójimos.
Cuando se escriben las Constituciones, esos tipos de residencia
no constituían, pues, ninguna amenaza para la movilidad de la
Compañía. Mientras unos compañeros se detenían, otros discurrían
en sus misiones, y el cuerpo total no perdía su fisonomía itinerante.
Además que aquellas residencias no tenían el talante de conventos
donde permanecieran habitualmente recogidos los profesos. Eran
bases de operación, centros de partida y de llegada. Para evitar el
ocio, las Constituciones apelan a la Imaginación de los operarlos
para que, sin perjuicio de la misión principal, el tiempo libre lo apro-
vechen para hacer salidas apostólicas a lugares vecinos.
La casa profesa de Roma, prolongación de la primera comuni-
dad estable que formaron los compañeros a su llegada de Venecia,
fue el modelo inspirador de aquellas nuevas residencias más esta-
bles. Era el centro del gobierno de la Compañía; punto de partida y
de regreso de los enviados a misiones; desde ella se atendía a mul-
titud de ministerios en la iglesia de Santa María de la Estrada y en
muchas otras partes de la ciudad; y servía además como lugar de
probación de los candidatos antes de pasar a los colegios. Así escri-
be Polanco a Ribadeneira un mes antes de la muerte de Ignacio:
«N. P. Mtro. Ignacio está bien, Dios loado, y para la multitud que hay
de gente en la casa y colegio parece que hemos tenido y tenemos
mucha salud... Hoy son partidos [18 para el colegio de Ingolstadt]...
van medianamente acomodados con el viático de 300» que les puso
en Roma el duque, parte de ellos a pie, parte a caballo, como sole-
mos usar, para que descansen los unos y los otros. No quedamos
tan desiertos con estas misiones, y con otras que se han enviado a
colegios ya hechos, porque son muchos los que envía Dios N. S. a
la Compañía, que en un mes contábamos veinte y tantos recibidos
9
en casa; y más que otros tantos nos dan prisa por entrar» .
En su información sumaria sobre la Compañía escrita en 1555,
es nuevamente Polanco quien exhibe la fotografía de la casa de

8
Const., 623.
9 Mi, Epp., XI, 555.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 257

Roma. Lo citamos ampliamente porque, a pesar del tamaño de la


comunidad y de su carácter tan especial, revela muchos aspectos
de lo que era una casa profesa en aquellos tiempos:

«En esta casa de Roma se reciben a prueba aquellos que en la


Compañía pretenden entrar de toda nación y lengua, igualmente
italianos, franceses, flamencos, alemanes, griegos, españoles y
de cualesquiera otras partes; y así ordinariamente serán siempre
en casa de 50 a 60 personas. Porque en lugar de aquellos que,
habiendo sido probados, se mandan fuera a los colegios para
estudiar, o para trabajar in vinea Domini, suceden otros que se
admiten a probación...

En la iglesia de la Compañía se predica todo el año... y se atien-


de continuamente a oír confesiones... y se celebran muchas mi-
sas comenzando de la aurora hasta medio día... Igualmente los
de casa predican o enseñan la doctrina cristiana en otras partes
fuera de la Iglesia, como en monasterios de monjas, en los hospi-
tales, en las prisiones y a veces en las plazas... van aun los con-
fesores fuera de casa a diversos lugares para confesar enfermos
y ayudarles a morir cristianamente, y a las cárceles de la ciudad...
y se preocupan porque muchas personas particulares depongan
los odios y enemistades... fuera de esto procuran que en lo tem-
poral sean socorridos muchos pobres... y en obras de misericor-
dia se hace aquello que se puede.

De aquí también su santidad manda algunos a diversas partes


para cosas del divino servicio... Y están siempre aparejados para
andar a cualquier parte del mundo para hacer lo mismo, y todo
10
gratis, sin esperar premio de otro que de Dios N . S . » .

De hecho, a la muerte de Ignacio existían solamente dos resi-


dencias de profesos: las de Roma y Lisboa. El número de profesos
era aún muy escaso. Dejó al morir «cuarenta y tres profesos, cinco
-de los primeros diez compañeros y otros treinta y ocho; once profe-
sos de tres votos, cinco coadjutores espirituales y trece temporales;
11
los demás no estaban aún finalmente incorporados» . Y ordinaria-
mente los profesos no podían radicarse firmemente en un sitio. La
penuria de personal, junto con las innumerables peticiones, obliga-
ba a que se desplazaran ágilmente de una parte a otra. Escogidos
para fundar un colegio, partían a la cabeza de un pequeño grupo

1 0
Pol. Compl., 1,117-119.
1 1
F N , I, 6 3 - 6 6 .
258 AMIGOS EN EL SEÑOR

de estudiantes y luego de dejarlos establecidos, partían para otra


misión. Para ellos, formar parte de una comunidad no significaba
una permanencia prolongada en ella. Su verdadera comunidad era
la Compañía esparcida por el mundo.
Si la idea primera fue la de establecer muchas casas profesas
que sirvieran como sede cierta para los que iban y venían de mi-
sión, a partir de la fundación de colegios se fue produciendo una
realidad muy diferente. Por comisión de Ignacio, Polanco le explica-
ba a Borja en 1555, la manera de pensar del fundador: «Advierto a
V. R., que la intención de N. P. es especialmente para los principios,
que los colegios se multipliquen y no las casas: porque es menester
que haya comodidad de entretener y instruir muchos escolares; que
para los operarios nunca faltará donde se ejerciten, sin obligarse la
Compañía a tener muchas casas, que han menester mucha provi-
12
sión de gente que vive de limosna» . La interpretación del P. de
Aldama es que el inciso «especialmente para los principios», quería
decir que mientras la Compañía era aún joven y tuviera pocos hom-
bres formados, lo urgente era formar escolares y no establecer resi-
dencias de operarios, a los cuales, dada la vida peregrinante de la
Compañía, no les faltaría donde vivir trabajando. Se apoya en la
afirmación de Nadal: «Hay ahora pocas [casas profesas] por ser
13
pocos los profesos; espero en el Señor habrá m u c h a s » .

Los colegios para los escolares

Desde muy temprano se dieron cuenta los primeros compañe-


ros de que sería muy difícil, si no imposible, perpetuar y aumentar
su Compañía si se limitaban a admitir solamente personas ya for-
madas e instruidas, que estuvieran realmente dispuestas a com-
partir con ellos su profesión de cooperar en la misión de Jesús po-
bre y humilde, y a recorrer el mundo predicando el Evangelio en
pobreza. Pero como querían que el ministerio de la Compañía
fuese un ministerio instruido, necesitaban buscar jóvenes y propor-
cionarles una formación académica y pastoral muy seria. Re-
cordemos que desde los meses que precedieron su entrada a
Roma, se habían distribuido por las universidades del Norte de
Italia con la mira de atraer a sus propósitos algunos estudiantes
que dieran la talla de lo que se requería para incorporarse un día a
su Compañía. Todo esto quedó muy claramente explicado al co-

1 2
MI, Epp., IX, 83.-
1 3
Ver Aldama, Repartiéndose en la vida... pp. 166-167.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 259

mienzo de la Parte Cuarta de las Constituciones, sobre la forma-


ción de los que se retienen en la Compañía:

«Siendo el escopo que derechamente pretende la Compañía ayu-


dar las ánimas suyas y de sus prójimos a conseguir el último fin
para que fueron criadas, y para esto, ultra del ejemplo de vida,
siendo necesaria doctrina y modo de proponerla, después que se
viere en ellos el fundamento debido de la abnegación de sí mis-
mos y aprovechamiento en las virtudes que se requiere, será de
procurar el edificio de letras y el modo de usar de ellas, para ayu-
dar a más conocer y servir a Dios nuestro Criador y Señor. (A)
para esto abraza la Compañía los Colegios y también las Uni-
versidades, donde los que hacen buena prueba en las Casas y
no vienen instruidos en la doctrina que es necesaria, se instruyan
en ella y en los otros medios de ayudar las ánimas.

A. Como el escopo y fin de esta Compañía sea, discurriendo por


unas partes y por otras del mundo por mandado del sumo Vicario
de Cristo nuestro Señor o del Superior de la Compañía misma,
predicar, confesar y usar los demás medios que pudiera con la
divina gracia para ayudar a las ánimas, nos ha parecido ser nece-
sario o mucho conveniente que los que han de entrar en ella
sean personas de buena vida y de letras suficientes para el oficio
dicho. Y porque buenos y letrados se hallan pocos en compara-
ción de otros, y de los pocos los más quieren ya reposar de sus
trabajos pasados, hallamos cosa muy dificultosa que de los tales
letrados buenos y doctos pudiese ser aumentada esta Compañía,
así por los grandes trabajos que se requieren en ella como por la
mucha abnegación de sí mismos. Por tanto nos pareció a todos,
deseando la conservación y aumento de ella para mayor gloria y
servicio de Dios nuestro Señor, que tomásemos otra vía, es a
saber, de admitir mancebos que con sus buenas costumbres e
ingenio diesen esperanza de ser juntamente virtuosos y doctos
para trabajar en la viña de Cristo nuestro Señor. Y admitir así
mismo Colegios con las condiciones que la Bula dice, ahora sean
en Universidades ahora no. Porque de esta manera nos persua-
dí dimos en el Señor nuestro que será para mayor servicio de su
divina Majestad, multiplicándose en número y ayudándose, los
14
que se han de emplear en él, en las letras y virtudes» .

La presencia en la comunidad de aquellos jóvenes todavía


necesitados de una seria instrucción, introducía en su seno un prin-
cipio de diferenciación que era preciso definir muy bien. La libertad
de movimiento y la agilidad apostólica de una Compañía cuyo

1 4
Const., 307-308.
260 AMIGOS EN EL SEÑOR

«escopo y fin» es discurrir en ayuda de las ánimas, eran condicio-


nes esenciales, y hacían imposible mantener comunidades más
bien encerradas, según el corte conventual que se estilaba, donde
los mayores viviesen «recogidos» junto con sus novicios y estu-
diantes. Pero por otra parte, los jóvenes estudiantes, para quienes
se deseaba excelente formación en letras y en el modo de usarlas
en provecho de los demás, debían acudir a las universidades; esto
requería también un ambiente más reposado y residencias más
estables que las de una comunidad itinerante. Además, la forma de
pobreza de las casas para los profesos planteaba un serio proble-
1 5
ma para el mantenimiento de los estudiantes . Surgieron enton-
ces los Colegios, concebidos a manera de seminarios de la Com-
pañía profesa.
Conocemos que ya en las reuniones de 1539 trataron de los
estudiantes entre otras muchas cosas, y que Ignacio atribuyó a
Laínez la primera idea de establecer estos colegios-residencias
para los escolares. Así lo recuerda Gongalves da Cámara: «¿quién
inventó los colegios? R. "Laínez fue el primero que tocó este punto.
Nosotros hallábamos dificultad por causa de la pobreza; y así quién
16
tocaba unos remedios, quién o t r o s » . La Bula de confirmación de
1540 concedió facultad para tener colegios cerca de las universida-
des, licencia que fue luego confirmada y ampliada en la Bula de
1550, en donde aparece clara la distinción entre casas para traba-
jar en la viña del Señor y colegios - c o m o seminarios de la Com-
pañía-, para los escolares.
En realidad, a principios de 1540, estando todavía pendiente la
expedición de la Bula de Paulo III, Ignacio había enviado a París
cuatro jóvenes que se les habían juntado. Los acompañaba Diego
de Eguía. Ellos formaron la primera comunidad de estudiantes, que
deberían repetir en las mismas aulas parisienses, la experiencia
académica y espiritual de los diez primeros. Para 1541 estaba ya
redactado el documento «Fundación de Colegio, Fundación de
Casa», que explica ampliamente la razón de su establecimiento, su
17
naturaleza y características .
En 1544 eran siete los colegios de este tipo: en París, Coimbra,
18
Padua, Lovaina, Colonia, Valencia y A l c a l á . Eran pequeñas co-

1 5
Ver A. DELCHARD, S.J., «La genése de la pauvreté Ignatienne», Christus,
2 4 ( 1 9 5 9 ) 464-486.
1 6
Memorial, n.138. La Iniciativa de Laínez en las reuniones de la cuaresma de
1539, se refiere a los colegios como residencias para los estudiantes de la
Compañía, no a colegios para enseñanza de la juventud. Sobre el asunto ver PEDRO
DE LETURIA, S.J., «Pourquoi la Compagnie de Jésus devint un ordre enseignant»,
Christus, 8 (1960) 305-328.
1 7
Ver MI, Const., I, p p. 48-65.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 261

munidades de escolares, que residían en torno a las universidades


y acudían diariamente a las aulas. No se enseñaba en ellos. Con
los estudiantes convivían uno o dos padres, raramente más, esco-
gidos entre los que tenían mayor conocimiento y experiencia del
Instituto y más cualidades para guiarlos en la formación espiritual y
en el talante de una comunión de vida acorde con el modo de pro-
ceder de la Compañía. Estos padres tomaban además el peso de
muy diversas ocupaciones apostólicas, ayudados por los mismos
estudiantes que, en cuanto era compatible con el serio compromi-
sos de sus estudios, iban siendo iniciados en la forma de conversar
con el prójimo. Todo lo cual le comunicaba a estas comunidades
un semblante apostólico.
Desde el primer momento se presentaron como comunidades
distintas de las residencias de los profesos, que constituían propia-
mente la Compañía. Se podía decir que se miraban como comuni-
dades provisionales; porque su misma estabilidad, impuesta por las
exigencias académicas, estaba al servicio de la formación de los
futuros profesos itinerantes. De ahí que manifestaran tantos rasgos
de semejanza con las residencias apostólicas. Los jóvenes se
esforzaban por reproducir lo que habían vivido los primeros compa-
ñeros en París, formándose «a la apostólica», según aquel para-
digma, conferido constantemente con Ignacio en Roma.

Ulterior evolución e impacto de los colegios

Aquellas simples residencias de escolares de la Compañía,


donde no se impartían lecciones ni había profesores para los estu-
diantes, comenzaron a experimentar un nuevo estilo con la admi-
19
sión de estudiantes externos en el colegio de Gandía, en 1 5 4 6 y
la fundación del colegio de Meslna en 1548. Esta novedad se pro-
pagó con extraordinaria rapidez, hasta el punto de que a la muerte
de Ignacio eran ya treinta y tres los colegios donde se impartía
20
/ públicamente enseñanza a la j u v e n t u d .
Los primeros siete colegios-residencias causaban serios proble-
mas porque no gozaban de renta y debían sustentarse ordinaria-

1 8
Ver Chron. 1,147.
1 9
Epist. Mixtae, I, 315.
2 0
Ver ALLAN P. FARELL, S.J., «Colleges for extern students opened in the lifeti-
me of St. Ignatius», AHSI, 6(1937) 287-291; JOHN W. O'MALLEY, S.J., Los primeros
Jesuítas, c.6. «Los Colegios», p p. 249-298; PEDRO de LETURIA S.J., «Pourquoi la
Compagnie de Jésus devint un ordre enseignant», Christus, 8 (1960) 305-328;
LADISLAUS LUKACS, S.J., «De origine collegiorum externorum», AHSI (1960-1961)189-
245, 3-89; MI, Epp., IV, 59-60; Pol. Compl., 1,112-114. En realidad, la primera ense-
262 AMIGOS EN EL SEÑOR

mente con las limosnas espontáneas o con la ayuda mutua de los


mismos estudiantes. Por tanto, eran muy pocos los escolares que la
Compañía estaba en condiciones de enviar a ellos, mientras el
número de candidatos crecía aceleradamente con los días. A solu-
cionar estos problemas acudió la experiencia de las primeras funda-
ciones de colegios con alumnos externos. Y la experiencia fue siem-
pre para Ignacio y los compañeros un camino muy seguro para des-
cubrir ios planes de Dios. Por una parte, este nuevo estilo de cole-
gios sostenidos por las ciudades, los príncipes o por personas parti-
culares, que daban una suma de dinero cada año -algunos una
cantidad suficiente desde el comienzo-, abría la posibilidad de sus-
tentar un número cada vez mayor de estudiantes jesuítas, que de
otra manera tendrían que mendigar, con gran distracción para sus
estudios. Por otra parte, se hacía un fruto extraordinario en la juven-
tud y en sus familias. San Ignacio escribía a Canisio en 1554: «El
multiplicar los colegios y escuelas de la Compañía en muchas tie-
rras... sería un óptimo medio para ayuda en estas dificultades de la
21
Iglesia» . También Gongalves da Cámara informaba a Roma des-
de Portugal: «Los que acá hablan en esto [de los colegios] piensan
ser la cosa más apta para remedio de la Iglesia de cuantas se po-
22
drían inventar» . No cabe duda de que la Compañía había acogido
con entusiasmo la nueva experiencia.
Nos interesa conocer el estilo de comunidad que estos nuevos
colegios fueron inyectando en la Compañía y el influjo que en la
fidelidad a ese talante tuvo la dirección de San Ignacio. Con este
propósito hemos elaborado una síntesis a partir de cinco documen-
tos que nos han parecido más importantes: 1) la «informatione delli
2 3
collegii della Compagnia de Gesü», de 1 5 5 0 ; 2) una carta a
Antonio Araoz en 1551, sobre «el modo y utilidades de los colegios
24
de la Compañía en Italia y Sicilia» , para que lo confiriera con su
propia experiencia en España; 3) la carta a Everardo Mercuriano
en1552, con una «summaria informatione delli collegii della Com-
2 5
pagnia di G e s ü » ; 4) unas normas de Ignacio, 1553, a toda la
26
Compañía, sobre la manera de aceptar c o l e g i o s ; 5) la carta a

ñanza de estudiantes externos se realizó en el colegio de Goa, India, fundado antes


de la llegada de los jesuítas, pero donde los primeros misioneros enseñaron desde
1543 hasta 1549, cuando asumieron la dirección del colegio.
2 1
MI, Epp., XII, 2 6 1 .
2 2
Epist. Mixtae, III, 43-44.
2 3
Mon. Paed., 45-49.
2 4
MI, Epp., IV, 5-9.
2 5
MI, Epp., XII, 309-311.
2 6
Instit. S.I., 1,158.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 263

Jean Pelletier, 1554, aplicación de la norma anterior a una circuns-


27
tancia c o n c r e t a . Hemos investigado tres puntos, que ayudan a
conocer el estilo de comunidad de los colegios: su finalidad, la
composición de la comunidad, su forma de trabajo.
La finalidad de los Colegios, de acuerdo a la información de
1550, es propia y principalmente la preparación de los escolares de
la Compañía. Ya en 1551 y 1552 se explica a Araoz y a Mercuriano
e
un doble fin: 1 que la tierra o provincia sea ayudada en las letras y
en las cosas espirituales, con el ejemplo y doctrina y toda otra
industria de los escolares y colegiales; 2- que los escolares de la
Compañía se hagan idóneos en las letras, para ser operarios en la
viña de Dios N.S., lo cual redunda en utilidad de la misma tierra,
pues estos ahora dan allí buena edificación con su vida y conversa-
ción, y luego podrán - c o n lo que han aprendido- enseñar, predicar,
oír confesiones, y ayudar al bien común con otras obras de ca-
28
r i d a d . Es decir, los colegios pasan a ser, juntamente con la for-
mación de los escolares, comunidades apostólicas por el testimo-
nio de vida y conversación en la ciudad.
La carta a Araoz explícita la utilidad de los colegios para la
misma Compañía, para los oyentes de fuera y para el pueblo o pro-
vincia donde está el colegio:

1) Para la Compañía: los nuestros que enseñan, aprenden mu-


cho enseñando a otros «y quedan más resolutos y señores de lo
que saben»; los nuestros que estudian, no solamente se aprove-
chan en letras, «pero aun se sueltan en el predicar y enseñar la
doctrina cristiana, y se ejercitan en los otros medios con que han
de ayudar después al prójimo, y se animan con ver el fruto que
Dios N.S. les deja ver»; aunque no pueda ninguno persuadirá los
estudiantes, especialmente muchachos, para que entren en la
Compañía, «todavía con el buen ejemplo y conversación, y con
las declamaciones latinas que se hacen los domingos tratando de
las virtudes, ellos de suyo se aficionan, y se pueden ganar mu-
t0 29
chos operarios para la viña de X nuestro Señor» .

2) Para los de fuera y para la ciudad, se enumera una lista de más


de diez frutos, entre los cuales, además de la formación académi-
ca y aprovechamiento en la virtud, merecen destacarse: «que los
pobres, que no tienen con qué pagar los maestros ordinarios, ni
menos los pedagogos domésticos, aquí hallan gratis lo que con
costo mucho apenas podrían tener para salir con las letras»; que

2 7
MI, Epp., VI, 411-412.
2 8
MI, Epp., IV, 7-9; XII, 309-310.
2 9
MI, Epp., IV, 7.
264 AMIGOS EN EL SEÑOR

se alivian los costos de los padres en la educación de sus hijos en


letras y virtudes y las mismas familias son atraídas a las cosas
espirituales con el ejemplo de sus hijos; que «tienen en los nues-
tros los de la tierra quien los anime y ayude para las obras pías,
como hospitales y casas de convertidas y semejantes»; que de los
que son ahora estudiantes, salarán luego algunos para el sacer-
docio, otros para el gobierno de la tierra, la administración de la
justicia y otros cargos, y se proveerá así a la buena institución de
30
toda la sociedad .

Composición y forma de trabajo: los primeros documentos no


son tan precisos en cuanto a la composición de las comunidades,
pero todos constatan la modalidad que -bajo la dirección de Ig-
nacio- se va introduciendo en los colegios. A ellos se envían, en
primer lugar, algunos escolares para estudiar, los cuales han de
colaborar en los oficios domésticos de la comunidad y también en
las clases, cuando hay necesidad. Con ellos van algunos sacerdo-
tes como lectores y para atender a la ayuda del prójimo con predi-
caciones, administración de sacramentos y demás medios que usa
la Compañía. Se habla además de maestros, que tienen el oficio
de enseñar latín, griego, hebreo, filosofía, artes liberales y aun teo-
logía, según las posibilidades. La carta a Araoz precisa más:

«Envíanse dos o tres sacerdotes de más sólida doctrina, y los


demás estudiantes... los sacerdotes ultra desto [enseñarj ayudan
en los colegios con el confesar y predicar, y todas otras cosas
espirituales; y los mancebos algunas veces tienen en esto tanta y
más gracia que los sacerdotes... los demás estudiantes, que ultra
de aprovechar ellos en las letras, puedan aprovechar a otros en
ellas, y con su buen ejemplo y conversación y doctrina también
ayuden en las virtudes y espíritu... pónense [además] tres o cua-
tro lectores [para enseñar gramática, humanidades, latín, grie-
go...] y habiéndose publicado esta escuela, admítense en ella
gratis y sin aceptar dinero ni presente alguno, todos cuantos quie-
31
ren, que sepan leer y escribir y comiencen la gramática...» .

En 1553, recogiendo las dificultades que ha ido mostrando la


inicial experiencia, se elabora una planificación para los siguientes
diez años acerca de la manera como se deben conformar los cole-
gios. En ella se concreta la composición numérica de la comunidad
y las actividades apostólicas que debe realizar:

3 0
MI, Epp., IV.8-9.
3 1
MI, Epp., IV, 5-7.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 265

«La experiencia nos ha enseñado que en nuestros colegios,


donde son necesarios dos o tres sacerdotes que se dediquen al
ministerio de los sacramentos y de la palabra divina, y cuatro o
cinco preceptores que eduquen la juventud en letras y buenas
costumbres, son también necesarios otros que estén allí para
ayudar a aquellos y suplirlos si se enferman, con el fin de no inte-
rrumpir el curso de las clases; y también porque la Compañía
perciba alguna compensación en la formación de algunos de sus
escolares que aprendan letras, ya que tantos otros se ocupan en
el servicio y auxilio del bien común; por lo tanto decidimos que en
los próximos diez años, desde 1553, no se admita ningún colegio
donde no puedan ser sustentados al menos 12 de la Compañía,
con dos más que sirvan en las cosas temporales, de suerte que
32
el número sea de 14» .

La orden también dispone que no se envíe colegio a ningún


lugar donde no se asigne, sea en propiedad o en uso libre, una
casa conveniente para la habitación de los nuestros y para las cla-
ses, y una iglesia para ejercitar los ministerios espirituales. La
aceptación de un colegio tenía carácter provisional. Si al cabo de
un año no se constataba que era útil a la ciudad, los operarios
podían irse a otro sitio. Es decir, la agilidad apostólica se asegura-
ba; el fruto apostólico dictaba la conveniencia de una fundación
más estable o, por el contrario, la alternativa de pasar a otro lugar
en servicio del bien más universal; los compañeros debían perma-
necer libres y disponibles para este discernimiento.
La instrucción a Jean Pelletier sobre los Inconvenientes para
enviar un colegio a Argenta, aplica concretamente la planificación
de 1553. La Compañía, con deseo de ayudar a muchas tierras, ha
tomado durante estos años diversos colegios en una y otra parte,
enviando ocho o diez personas, entre sacerdotes, maestros y esco-
lares. Pero la experiencia demuestra que no conviene tomar tal
responsabilidad con tan pocos recursos; porque todos ellos están
demasiado ocupados, «quién en predicar, quién en confesar, quién
en enseñar, quién en los servicios necesarios a aquellos; y si se
" enferma alguno, es necesario que continúe trabajando o que los
otros redoblen el trabajo, enfermándose también ellos». Por eso se
ha hecho el decreto de que no se acepte colegio donde no se pue-
dan tener doce personas, con dos más que sirvan: dos sacerdotes
que atiendan a las cosas espirituales, cuatro maestros que ense-
ñen, seis escolares que los puedan suplir y aligerar los trabajos y
33
que también estudien, un cocinero y un portero .

3 2
Ver Inst. S.l, 1,158.
3 3
MI, Epp., VI, 411-412.
266 AMIGOS EN EL SEÑOR

Con los datos anteriores podemos sacar algunas conclusiones.


Los jesuítas enviados a un colegio formaban pequeñas comunida-
des, cuyo número oscilaba entre catorce personas. Pero la expe-
riencia indicó la necesidad de aumentar el número. El P. Lukacs
publicó un catálogo con la composición numérica y distribución de
las personas de la Compañía a la muerte de Ignacio. La lista com-
prende unos 1.015 jesuítas, repartidos en 50 lugares diferentes,
entre misiones, casas y colegios. Solamente cuatro comunidades
tenían un número considerable de miembros: la casa profesa de
Roma (alrededor de sesenta); el colegio romano (cerca de cien); el
colegio de Coimbra (ciento tres); y el de Loreto (cincuenta y ocho).
Los tres colegios eran centros donde preferencialmente se concen-
traban los escolares de la Compañía para proseguir los cursos
mayores de filosofía y teología, ya que en los pequeños colegios se
enseñaban principalmente las humanidades. En los restantes 46
lugares, la composición más frecuente de las comunidades varía
entre nueve y quince personas. Hemos sacado la siguiente propor-
ción:

• Comunidades con menos de 10 miembros 15


• Comunidades entre 10 y 15 13
• Comunidades entre 15 y 25 10
• Comunidades entre 25 y 35 8
• Comunidades con más de 50 4

Estas comunidades estaban compuestas por personas de dife-


rentes nacionalidades, a semejanza de los primeros compañeros.
Los escolares que de Roma se enviaban a los distintos colegios
terminada la probación, provenían de muy diversas partes. Ignacio
perseguía que la comunión de ideales y de mutua colaboración
surgiera a partir de esas diferencias de origen, lengua y costum-
bres. Era una experiencia muy valiosa de la comunidad de París
que valía la pena reproducir de alguna forma en los sucesores.
Eran comunidades auténticamente apostólicas. Se había.deter-
minado en la planificación que no se admitiese ningún colegio sin
iglesia para los ministerios propios de la Compañía y sin dos o tres
sacerdotes dedicados a ellos. La enseñanza de la juventud consti-
tuía por sí sola un excelente ministerio y un servicio a las ciudades
que los acogían, sobre todo porque se ofrecía enseñanza gratuita a
los estudiantes pobres. El peso de estos colegios lo llevaban los
sacerdotes y maestros, pero también los escolares debían estar
prontos a aligerar sus trabajos y a suplirlos. No pocos de los esco-
lares «se sueltan en el predicar y enseñar la doctrina cristiana, y se
ejercitan en los otros medios con que han de ayudar después al
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 267

prójimo, y se animan con ver el fruto que Dios N.S. les deja ver» y
al decir de Ignacio: «los mancebos algunas veces tienen en esto
tanta y más gracia que los sacerdotes». Pero como su principal
ocupación eran los estudios, ejercían su apostolado principalmente
«con su buen ejemplo y conversación y doctrina». La formación de
los futuros operarios estaba, pues, íntimamente ligada a la prepara-
ción apostólica.
Aunque los colegios tenían renta para la sustentación de los
escolares y de los operarios que en ellos trabajaban, el estilo de
pobreza no se diferenciaba en su austeridad del de la Compañía
profesa. Y la enseñanza gratuita a los estudiantes externos pobres,
inculcaba el propósito de «predicar en pobreza».
De suerte que con la aparición del fructuoso ministerio de la
enseñanza, esos colegios -diferentes de aquellos primeros cole-
gios-residencias alrededor de las universidades- se fueron convir-
tiendo en comunidades apostólicas donde se realizaba el trabajo
de las casas profesas juntamente con la enseñanza de la juventud.
El P. Nadal explicará más tarde: «En los colegios se espera gran
provecho, no sólo de la educación de los niños en la doctrina cris-
tiana, sino juntamente de los ministerios primarios de la Compañía,
que seriamente se ejercitan en estos colegios, y muy fructuosa-
34
mente. Por lo tanto, en ningún colegio se deben omitir» .
Se puede aplicar por lo tanto a los colegios de ese tiempo lo
que hemos dicho sobre la razón de ser de las residencias profesas,
dentro de la concepción de la comunidad ignaciana: instrumentos a
través de los cuales la Compañía se reparte para realizar su mi-
sión, no discurriendo, sino «residiendo firme y continuamente en al-
gunos lugares, donde mucho fruto se espera de la divina gloria y
35
servicio» . Pero no puede olvidarse que si los colegios constituían
comunidades estables, las personas que en ellos trabajaban con-
servaban su movilidad: los estudiantes, porque estaban en ellos
sólo por un tiempo, preparándose para ser operarios; los padres,
porque Ignacio los pasaba de una partes a otras para satisfacer
" nuevas demandas, según el criterio del mayor fruto y del bien más
universal.
En una perspectiva de la comunidad total de la Compañía, la
contemplamos todavía «no atacada en un particular lugar», sino
por el contrario «esparcida por el mundo, por diversas regiones y
lugares», ya sea discurriendo en algunos de sus miembros, ya resi-
diendo en otros, siempre disponible para ir dondequiera que el

3 4
Scholia ¡n Const., p. 383 (a la Declaración, n. 394).
3 5
Const., 603; ver texto a, MI, Const.,11, p p. 209-210.
268 AMIGOS EN EL SEÑOR

sumo Vicario de Cristo N.S. la enviara, conforme a su principio y


36
principal fundamento .
Podemos preguntarnos si previo San Ignacio, al acoger con
tanto entusiasmo la educación de la juventud, que la Compañía iba
a experimentar un viraje tan radical, pasando de ser primordialmen-
te un cuerpo para discurrir por unas partes y otras, asentándose
sólo temporalmente en algunos lugares en razón del fruto apostóli-
co, a ser una orden con Instituciones «residentes» firme y perma-
nentemente para realizar su servicio a través de «obras más dura-
37
bles y que siempre han de aprovechar» . Lo único que sabemos
es que su intención era {especialmente para los principios), que se
multiplicaran los colegios y no las casas, de los cuales esperaba un
aumento de operarios para las innumerables misiones de la Com-
pañía. Y al aceptar esta forma de servicio que ofrecía tantas pers-
pectivas para ayudar a la Iglesia y a la sociedad de su tiempo, puso
serlas condiciones que garantizaban la continuidad del ideal primi-
genio de la orden. Como hemos anotado, todos los colegios debían
tener iglesia y operarlos para ayudar a la tierra con los ministerios
propios de la Compañía, las comunidades eran relativamente
pequeñas, y la movilidad continuaba, sea por el continuo cambio
de personal, sea por la libertad con que se discernían las circuns-
tancias para dejar un colegio si no respondía a las expectativas tra-
zadas. Sobre todo, la Compañía permanecía abierta y dócil a la
enseñanza de la experiencia, en la que escrutaba los designios de
Dios para ella. Un estudio más detenido sobre la progresiva evolu-
ción de los colegios desde la muerte de San Ignacio hasta nuestro
tiempo y sobre el impacto que ellos causaron, excede los límites
que nos hemos propuesto en este libro.
Quisiéramos, sin embargo, anotar la preocupación que ya en-
tonces apuntaba en Polanco, gran defensor de los colegios, cuan-
do escribe en el Chronicon de 1556, comentando la situación de la
provincia de Portugal:

«Del tomar tales colegios se seguía este inconveniente para la


Compañía: que muchos que habían ya terminado sus estudios
filosóficos - y algunos de ellos también los teológicos en gran
parte-, eran ocupados en enseñar letras humanas... y esto a
pesar de que algunos tomaban esta ocupación con bastante dis-
gusto y no sin tentaciones; y la misma Compañía se veía privada
de número de operarios, pues no podían terminar sus estudios
los que ya estaban casi maduros para emplearse en la viña del

3 6
Ver MI, Const., II, pp. 562, 214.
3 7
Const., 623.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 269

Señor; «aunque el P. Ignacio aconsejaba, en cuanto se pudiera


hacer, que pocos de ellos fueran ocupados en tales oficios, y más
bien se acudiera a la ayuda de novicios para algunos de estos
38
menesteres)...» .

El mismo, en 1575, un año antes de su muerte escribía al Ge-


neral Mercuriano sobre su visita a Sicilia:

«De las cosas más universales para ayudar a la provincia, la pri-


mera es que se haga alguna casa profesa, sin la cual parece a-
céfala en cierto modo esta provincia, siendo los colegios como
seminarios de las casas profesas; y hasta ahora parece a algu-
nos que se deja lo principal por lo accesorio. Y como esta gente
es aguda, oyendo tratar de la pobreza de la Compañía profesa, y
viendo que todos, profesos y no profesos, viven de entradas en
los colegios, tienen poca ocasión de creer en la períección de
pobreza de nuestro instituto.

Por la razón más eficaz que hace desear alguna casa, es porque
los profesos comienzan a multiplicarse, y aún se multiplicarán
más; y no siendo el trabajo de algunos de ellos necesario en los
colegios, no pueden según las Constituciones nuestras realmente
vivir en ellos; y estar siempre en las misiones no conviene, por-
que se olvidarán de la disciplina religiosa.

Noto también esta gente tan acostumbrada a vivir en los colegios


y de las entradas de ellos, que les parece cosa muy extraña vivir
fuera de ellos, de limosnas, y como conviene a quienes hacen
profesión de pobreza... y así se ve una cierta delicadeza en mu-
chos, aun coadjutores, que les parece cosa muy extraña si los
hacen andar a pie de un colegio a otro por dos o tres días. Y aun
cuando van a misiones, es para gravar demasiado a la gente con
39
los gastos» .

Cuatro son las razones que aduce Polanco para pedir casas
profesas, que corresponden a otros tantos inconvenientes que se
" están ya presentando en los colegios por aquellos años: 1) la pro-
vincia está acéfala sin casa profesa; se deja lo principal por lo
accesorio; 2) la Compañía debe dar testimonio de pobreza en sus
profesos; y ese testimonio no es manifiesto, ni fácilmente creíble
mientras vivan los profesos de las rentas de los colegios; 3) los
profesos comienzan a multiplicarse y no tienen comunidades pro-
pias a donde puedan retirarse, descansar y reparar sus fuerzas

3 8
Chron., VI, 743.
3 9
Pol. Compl., II, 390-391.
270 AMIGOS EN EL SEÑOR

entre una y otra misión; los colegios no son sitios en donde normal-
mente puedan vivir, según las Constituciones; 4) la vida en los
colegios tiende a debilitar su espíritu misionero y la vocación de
discurrir «a la apostólica», predicando el Evangelio en pobreza.

Las casas de probación

El capítulo cuarto de la Parte Séptima no menciona las casas


de formación. Además de que su aparición es un poco tardía, no
entran en el esquema de un capítulo que trata de la forma como la
Compañía sirve al prójimo residiendo en algunos lugares. Pero
parece pertinente referirnos a ellas para completar el cuadro de las
comunidades estables de la Compañía. La mente de Ignacio en re-
lación con la formación de los novicios puede añadir algunas luces
más para entender las características de la comunidad.
A su muerte existían solamente dos casas de formación Inde-
pendientes, en Portugal (Coimbra) y en España (Simancas). Los
demás novicios estaban en la casa profesa de Roma y en algunos
colegios, como en Meslna, Palermo y Granada. Allí cumplían su
etapa de formación bajo la guía de Ignacio mismo en Roma, o de
una persona fiel y suficiente que los instruía y los adiestraba en el
modo de proceder de la Compañía. Además de las experiencias
características, hacían los oficios domésticos de casa y ayudaban
en la ciudad «con su ejemplo y conversación». Cuando se les con-
sideraba suficientemente probados y determinados para unirse a la
Compañía, eran enviados a los colegios.
Pero aunque las casas de probación no aparecieron tan pronto,
Ignacio y los compañeros se ocuparon ya de los candidatos y de
sus probaciones en 1539. Y el documento sobre Fundación de Co-
legio se extiende en el tema de los candidatos que se preparan
para pasar a los colegios:

«Como la Compañía debe ser acrecentada con personas de mu-


cha abnegación de sí mismas», dispuestas para «los grandes tra-
bajos que se requieren en ella y aparejados para caminar y traba-
jar hasta en cabo de todo el mundo, quier entre fieles o infie-
40
l e s » , primeramente, el que ha de ir a estudiar en el tal colegio
ha de pasar por tres experiencias:

La primera, que la Compañía, o alguno de ella por su mandato,


ha de conversar con el que ha de ir a colegio por espacio de un

4 0
MI, Const., I, pp. 49-51.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 271

mes, poco más o menos, en ejercicios o comunicaciones espiri-


tuales, para conocer en alguna manera su natura o constancia,
su ingenio, inclinación y llamamiento.

Por espacio de otro mes ha de servir en hospital a pobres en cua-


lesquier oficios ínfimos que les mandaren, porque bajando se
humille, y así mismo venciendo la vergüenza del mundo se apar-
te y se pierda.

Por espacio de otro mes ha de peregrinara pie y sin dineros, por-


que toda su esperanza ponga en su Criador y Señor y se avece
en alguna cosa a mal dormir y a mal comer; porque quien no
sabe andar o estar un día sin comer y mal dormir, no parece que
41
en nuestra Compañía podría perseverar» .

Los candidatos recibían una formación primera adecuada para


quienes se disponían a formar parte de una comunidad apostólica,
preparada para seguir a Jesús pobre y humilde, discurriendo por el
mundo. La abnegación de sí mismo, la cercanía a los pobres, la ba-
jeza y humildad, eran los cimientos sobre los que debía levantarse
una vocación. Las experiencias estaban orientadas a lograr estos
objetivos y se adaptaban con elasticidad a las condiciones de las
personas. Si eran demasiado jóvenes, se postergaban hasta des-
pués de los estudios; si, por el contrario, el candidato era considera-
do «asaz editicativo», fiándose de él se le enviaba a los estudios con
la primera experiencia de los ejercicios, dejando las otras para más
adelante. Todo el que pasaba a un colegio debía «tener propósito y
determinación firme de pobreza actual y castidad todos los días que
viviere», y si tenía edad cumplida, pronunciaba los votos de pobreza
y castidad y de entrar en la Compañía acabados los estudios.
Un noviciado tan diverso del que se estilaba entonces, llamaba
la atención y preocupaba a más de uno. Tomás de Villanueva, a
pesar de sus simpatías por la Compañía, decía en 1546 a Araoz
que eso de vagar de un lado a otro sus novicios, sin clausura ni con-
' vento, era cosa que producía crítica y murmuración entre la gente. Y
Melchor Cano observaba acerca de la Compañía: «a mí no me con-
tenta no tener coro, y no criar los novicios en los encerramientos
42
que acá acostumbramos en las O r d e n e s » . Tales críticas no
inquietaban a los compañeros. Con la mayor libertad establecieron
en 1541 que todo el que quisiera pertenecer a la Compañía debía
pasar por aquellas tres experiencias y probación de vida y un año

4 1
MI, Const., I pp. 53-54.
4 2
Citado por Tacchi Venturi, Storía della Compagnia di Gesü, vol. II, p. I, 58.
272 AMIGOS EN EL SEÑOR

de noviciado. La explicación de esta novedad se pone en que los


miembros de la Compañía no van a tener la protección de comuni-
dades más concertadas y ordenadas, con la clausura propia de los
monasterios; su vocación los llevará a conversar o tratar con toda
clase de personas, lo cual requiere protecciones interiores, fuerza,
experiencia y especial gracia de Dios. Así lo consignaron manifies-
tamente en el documento de fundación de colegio:

«La causa que nos ha movido a hacer mayores experiencias y a


tomar más tiempo que en otras congregaciones acostumbran to-
mar, es que si alguno entra en monasterio bien ordenado y bien
concertado, estará más apartado de ocasiones de pecados, por la
mayor clausura, quietud y concierto, que en nuestra Compañía, la
cual no tiene aquella clausura, quietud ni reposo, mas discurre de
una parte a otra. ítem, uno que tenga malos hábitos y sin perfec-
ción alguna, basta perfeccionarse en monasterio así ordenado y
concertado; mas en nuestra Compañía es necesario que primero
sea alguno bien experimentado y mucho probado antes que sea
admitido; porque después discurriendo ha de conversar con bue-
nos y con buenas, y con malos y con malas, para las cuales con-
versaciones se requieren mayores fuerzas y mayores experiencias,
43
y mayores gracias y dones de nuestro Criador y Señor» .

Parece que Ignacio desde muy pronto deseaba tener casas se-
paradas para la formación, pero no precisamente por las razones
que se podrían pensar, siguiendo la argumentación de Villanueva y
Melchor Cano. En los documentos preparatorios de las Constitu-
ciones se hace mención de ellas: y se pregunta «si los colegios
pueden tener a su costa... una casa en Roma, y así otras en diver-
sas partes... para estar en prueba los escolares, los que pretenden
entrar en las casas de la Compañía... tamen no por todo el tiempo
de las probaciones, mas por alguna parte de ellas que más conve-
niente parezca. Así mismo para que se puedan dar ejercicios espi-
44
rituales... afflrmative» .
Polanco propone a Simón Rodrigues en 1547 ensayar en
Coimbra ese mismo plan que el fundador «tiene hecho de muchos
días y aun años acá... aunque hasta ahora no se haya ofrecido
comodidad para efectuarlo»; ese plan consiste en hacer una casa
para recibir en probación «a los que vienen aquí de día en día de
varias naciones, con votos o propósitos de ser en esta Compañía»;
dicha casa servirá también para que hagan ejercicios otros, aunque

4 3
MI, Const., I, p. 60.
4 4 a
MI, Constituía et annotata, p p. 191-192, n.24; ver Series dubiorum 3 , ib.,
p. 305.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 273

no traigan determinación de entrar. Estará separada de la casa


profesa y habrá «alguna persona de confianza y práctica en las
cosas de la Compañía, o más de una si fuere menester, para tener
el cargo de los tales». De ella se despedirán los que no sean para
la Compañía «antes de que entren en la nuestra [casa]». Deberá
tener, además, renta suficiente para mantener, vestir y enviar a los
45
estudios a los novicios .
La propuesta de Polanco agrega siete motivos para establecer
dicha casa de probación:
o
1 «el aliviar de costos esta nuestra casa de Roma, disminuyendo
el número de los que suelen estar en ella... y el gasto en vestir y
el viático para ir a los estudios;
a
2 quitar la inquietud de los de esta casa que, siempre que viene
o se va gente de la que está aquí de prestado, es necesario haya
en ella novedades, atendiendo a los tales;
a
3 habrá mejor odor de la casa nuestra, si en ella hubiere casi
todos los que hay obreros, y gente que ya esté dispuesta a traba-
jar en la viña del Señor, y cuando ocurriere trabaje... para este
mismo buen odor servirá la casa de probación, porque se verá
que es menester sean personas probadas las que en la nuestra
entran y estimaráse más la entrada, y habrá menos que se hayan
de salir;
a
4 se evitará el daño que los que en casa están podrían haber de
mezclarse con otras personas poco probadas;
a
5 podrán los de esta casa tanto más atender al servicio y ayuda
del prójimo, cuanto menos embarazados fueren con la gente que
se prueba;
a
6 se podría recibir más número de personas... y haríase esto
mejor, habiendo personas prácticas que a ello atendiesen;
a
, 7 utilidad de los colegios, en los cuales, si entrase la gente así
probada, no se mantendrían sino los escogidos y aptos a nuestro
instituto; y los que hay en ellos vivirán con más quietud... tendría-
se también en más la entrada en ellos, y se evitaría el mal odor
que es casi necesario entre muchos, siendo muchos los desecha-
46
dos o que se salen» .

4 5
MI, Epp., I, 603-606. También el texto a de las Constituciones contempla la
posibilidad de varias personas a cargo de los novicios: «si hubiese mucha multitud
de mancebos», para que tengan cargo de algunos especialmente, confiriendo con el
maestro de novicios en las dudas que ocurrieren.
4 6
MI, Epp., I, 603-606.
274 AMIGOS EN EL SEÑOR

Detrás de todas estas razones bien puede leerse el carácter de


comunidad que se deseaba en la Compañía, tanto para las casas
profesas como para los colegios. Sacando a los novicios de las
casas se alivia y aligera la comunidad de un peso que merma la
libertad y agilidad para el trabajo apostólico: los profesos estarán
menos «embarazados» y la casa adquirirá el estilo de una comuni-
dad misionera cuando todos los que la componen son «obreros»
ya maduros para el trabajo. El número de la comunidad también se
reducirá. Se mira asimismo a una mayor integración comunitaria,
considerando el perjuicio que puede causar a una comunidad la
presencia de personas aún no integradas, en orden a construir una
sólida amistad, una mayor relación interpersonal y a posibilitar el
discernimiento en común que practicaron los diez primeros en la
temprana Compañía. Por su parte, los colegios se compondrían de
personas probadas y escogidas. Es de notar, por fin, el daño que
temía Ignacio: ¡no precisamente que los mayores «desedificaran»
a los novicios, sino más bien el mal que a aquellos pudiera sobre-
venir «mezclándose» con otras personas poco probadas!
Los novicios, en cambio, tendrían comunidades en proceso de
comprensión y asimilación del espíritu propio de la Compañía bajo
la guía de personas prácticas y expertas en las cosas de la Com-
pañía. Por un motivo similar, las Constituciones precisamente pres-
criben que antes de comenzar el noviciado, el candidato debe
pasar unos días en primera probación «fuera de la común habita-
ción y vivir de la otra casa»; el ingreso al noviciado consiste en
comenzar a participar de la común habitación: «se reconciliarán
últimamente, y tomando el Santísimo Sacramento, entrarán en la
Casa de la común habitación y conversación donde se hace la
47
segunda probación más a la l a r g a » .
Conociendo los deseos de Ignacio, Nadal le propuso en 1549
abrir una casa de probación en Mesina y recibió su beneplácito. La
idea pudo realizarse al año siguiente y comenzó allí el primer novi-
ciado con diez novicios. En 1551 Polanco habla de los novicios de
Coimbra: estaban en un aula del colegio, a manera de dormitorio;
el P. Mirón, rector del Colegio, se interesaba en que los novicios
estuviesen juntos, formando comunidad en una misma parte de la
casa, para que así reunidos se pudiesen ayudar mejor unos a otros
y se estimulasen entre sí.
Las casas de probación tampoco formaban comunidades cerra-
das, aisladas o solitarias, ni tenían el «orden y concierto y quietud»

MI, Const., II, texto a, p. 136; Const., 6.


L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 275

de clausuras conventuales. Pensadas como lugares de formación


de jóvenes que debían integrarse en una comunidad apostólica,
participaban del espíritu de las casas profesas. Nadal, que en este
punto como en muchos otros conocía tan bien la mentalidad de Ig-
nacio, es quien habla mejor de ellas:

«Hay casas de probación, que forman parte de los colegios y


están vecinas a ellos. En estas casas se ejercitan los novicios en
varias probaciones y experiencias; para extinguir las raíces de
sus vicios y para deshacerse de hábitos y manera de vivir contra-
rios al Instituto o ajenos a él, aunque buenos en otros sitios; para
adquirir sólidas virtudes y para comprender y sentir plenamente la
48
gracia y el espíritu propios de la Compañía .

Presiden estas casas coadjutores espirituales, que se llaman


Maestros de probaciones. Pero además deben emplearse en
ellas otros veteranos y coadjutores espirituales y temporales, que
49
les ayuden en espíritu con su ejemplo y con sus ministerios .

De estas casas redunda una particular utilidad en auxilio de las


ánimas, puesto que además de que en ellas hay operarios que
por instituto se dedican a esto, los novicios se aplican a todos los
ministerios de la Compañía que suelen contribuir a la salud y per-
fección de las ánimas. Una vez que han hecho sus probaciones
para componer religiosamente sus costumbres, son destinados a
manera de prueba a ayudar al prójimo con los ministerios que
usa la Compañía, y así reproducen una cierta imagen e imitación
de los profesos y coadjutores espirituales. Esto lo hacen más ple-
namente los que, terminados sus estudios, vuelven al noviciado
50
antes de ser recibidos como profesos o coadjutores .

Pero pueden también los novicios ser recibidos y probados en los


mismos colegios y en las casas profesas; aunque habría de tener
cuidado a que el noviciado no se haga allí con menor fruto; pues
en esas casas y colegios, los novicios no conciben fácilmente su
„ mayor espíritu y gracia; y por otra parte hay cierta tendencia a
que se escandalicen con la libertad de espíritu con que actúan los
profesos, coadjutores y escolares en sus trabajos, a los que se
dedican intensamente. A no ser que digamos (y esto parece que
miraba el P. Ignacio) que también aquello es una gran parte de
probación, porque se ejercitan los novicios en humildad, no to-
mando a mala parte lo que hacen los profesos, coadjutores y

4 8
Annot. in exam.(1557), Nadal, V, 190-191, n.161.
4 9
Annot., in exam., Nadal, V, n.165.
5 0
Dialogus II, n.185 Nadal, 771-772; ver Exhort. Compl. N.256, Nadal, 470.
276 AMIGOS EN EL SEÑOR

escolares, persuadidos en humildad de espíritu, que mientras


ellos necesitan sus probaciones por ser malos, aquellos no, por
51
ser más perfectos .

El trabajo en las comunidades residentes

Las casas y colegios son, pues, los centros desde los cuales la
Compañía procura ayudar al prójimo residiendo en algunos lugares
continuamente. Los medios apostólicos que utiliza son similares a
los que emplea discurriendo en misiones por unas partes y otras.
El capítulo cuarto de la Parte Séptima propone nueve medios de
trabajo y excluye tres. Lo primero es el testimonio de vida, «el buen
ejemplo de toda honestidad y virtud cristiana, procurando no menos
sino más edificar con las buenas obras que con las palabras». Es
significativo que las Constituciones den la primacía a la edificación,
entre los medios de aprovechar al prójimo. La edificación es un tér-
mino genuinamente ignaciano cuyo significado propio es construir,
levantar el edificio, promover, a las personas y a la sociedad.
Hoy podemos entender mejor lo que significa el testimonio
como medio de evangelización, y éste como comunitario, con la
ayuda de dos textos contemporáneos, uno de Pablo VI y otro del
General de la Compañía, Peter-Hans Kolvenbach.
El Papa Pablo VI en la Exhortación apostólica Evangelii Nun-
tiandi lo antepone a los demás: «Para la Iglesia el primer medio de
evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente
cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe inte-
rrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin
límites. Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida,
como la Iglesia evangelizará al mundo. Es decir, mediante un testi-
monio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desprendi-
miento de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del
52
mundo, en una palabra: de santidad» . «A través de este testimo-
nio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse a quienes con-
templan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por
qué viven de esta manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira?
53
¿Por qué están con nosotros?» .
En la Compañía, el P. General decía a los Provinciales euro-
peos: «Más que nunca los cristianos testimonian juntos, en comuni-

5 1
Annot. in exam, Nadal, V, 191, n.163; ver también las Pláticas de Coimbra
(1561), pp. 89, n . 1 3 y 1 6 1 , n . 1 3 .
5 2
Evangelii Nuntiandi, n. 4 1 .
5 3
Evangelii Nuntiandi, n. 2 1 .
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 277

dad. No porque encuentren en ellas un lugar de refugio, sino por-


que en ese lugar humano y fraternal, en la estela de la primera
comunidad de Jerusalén, la fe en Cristo puede ser celebrada y vivi-
da juntos... La Congregación General ha querido mantener que
nuestra primera y verdadera comunidad es todo el cuerpo apostóli-
co de la Compañía. Una comunidad jesuita está abierta al diálogo y
la colaboración, a la ¡nculturación, a la solidaridad y a la coopera-
ción ¡nterprovinclal. Responde al llamamiento de no ser sólo "para
los demás" sino también "con los demás". Pero esta dispersión, o
mejor apertura, esta dimensión universal de la comunidad, no
excluye en manera alguna que sus miembros, viviendo como "ami-
gos en el Señor" en torno a la Eucaristía, den testimonio de vida en
la Iglesia anunciando la Buena Nueva con la calidad de sus relacio-
nes mutuas, así como con el cuidado de entablar relaciones con
los que están "lejos", para ayudarlos a vivir como familia de Dios.
¿Es verdad que no podemos abrir demasiado nuestras comunida-
des porque nuestros huéspedes, jóvenes o no tan jóvenes, no re-
conocerán la autenticidad evangélica en nuestras relaciones huma-
nas, en nuestra manera de vivir, de orar y de trabajar juntos? ¿Es
verdad que dudamos en hacer nuestra, para nuestras casas, la
54
Invitación de Jesús: "Venid y v e d " ? » .
El texto a de las Constituciones decía explícitamente: «lo pri-
mero en que las casas de la Compañía han de ayudar...», con lo
que expresaba mejor el carácter corporativo de la edificación con el
ejemplo. Es la comunidad la que da testimonio, con su presencia y
su estilo de vida, en medio de la ciudad. Desafortunadamente en el
texto autógrafo se pasó por alto este matiz de la primera expresión
y se modificó con una frase más bien descolorida: «Y lo primero
ocurre ser el buen exemplo de toda honestidad y virtud cristia-
55
na...» .
Lo segundo es la oración por la Iglesia y por la Compañía: aquí
nos ayuda hacer una rápida composición de lugar. Las Cons-
tituciones están hablando de cómo la Compañía, residiendo en un
l u g a r particular, puede ayudar al prójimo, y recomiendan los de-
seos ante Dios nuestro Señor y la oración. ¿Por quién? ¿Por aque-
llos entre quienes está trabajando en ese sitio? Parece que el texto
da por supuesta esa oración e inmediatamente abre la comunidad
local a los amplios intereses de la Iglesia universal, de los bienhe-
chores y amigos, del bien común y de «todos aquellos en cuya par-
ticular ayuda entienden ellos y los otros de la Compañía en diver-

5 4
Manresa, 29 de octubre de 1995.
5 5
Const., 637.
278 AMIGOS EN EL SEÑOR

sos lugares entre fieles e infieles, para que Dios los disponga todos
a recibir su gracia por los flacos instrumentos de esta mínima
56
C o m p a ñ í a . Es una oración apostólica que desde la residencia o
el colegio asiste a todo el cuerpo esparcido por el mundo. El jesuíta
no puede ser absorbido de tal manera por su trabajo concreto ni la
comunidad concentrarse tanto sobre sí misma, que pierdan la con-
ciencia de ser «parte y obra» de la primera y verdadera comunidad,
que es la universal Compañía.
En tercer lugar los ministerios de la palabra y los sacramentos,
como la celebración de misas y otros oficios; la administración de
los sacramentos y la exposición de la palabra divina en sermones,
lecciones y enseñanza; la conversación, exhortando, aconsejando
y dando ejercicios espirituales. En una palabra, los ministerios que
son más propios de la Compañía, indicados en la Fórmula del Ins-
tituto. Todo gratuitamente, sin tomar limosna alguna por ellos. Y no
sólo en la iglesia de la Compañía, sino también fuera de ella, en
otras iglesias, plazas o en otros lugares de la tierra. Como comuni-
dad que tiene una constitución misionera, no se contentará con
ayudar a los que vienen a buscarla, sino que saldrá a su encuentro
fuera.
El P. Nadal escribió una consideración sobre este aspecto:

«Los superiores deben cuidar diligentemente que los nuestros no


permanezcan sentados ociosamente en casa; y no viniendo a
nosotros aquellos a quienes podamos ayudar, debemos salir a
buscar en las plazas públicas, en las afueras de la ciudad, en las
reuniones, en los mercados, en las iglesias, a cuantos podamos
ganar para Cristo. Porque esto no solamente es lo que nos co-
rresponde hacer por instituto, sino que al mismo tiempo nos será
útil para evitar que careciendo de coro, tengamos la mala reputa-
ción entre la gente de estar con los brazos cruzados y de comer-
nos indolentemente el pan de los pobres. Así acostumbraba el P.
Ignacio añadir también esta razón cuando explicaba por qué no
57
había admitido coro en la Compañía .

Evoca Nadal el recuerdo de la respuesta que dio San Ignacio a


Gongalves da Cámara cuando éste le preguntó cuál era el motivo
para no tener coro: «Yo pensaba que, si no tuviésemos coro, todo
el mundo sabría que estábamos ociosos cuando no nos viesen
aprovechar a las ánimas; y así, esto nos serviría de espuela para
58
quererlas aprovechar» . De la respuesta de San Ignacio se colige

5 6
Const., 638.
5 7
Scholia in Const., 188 (al n. 650 de las Constituciones).
5 8
Memorial, n.137.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 279

su intención de espolear hacia la actividad extema. Suprimido el


oficio divino comunitario, no había obligación alguna que los retu-
viera en casa con peligro de adquirir la reputación de sedentarios y
ociosos. La comunidad fue liberada para el tipo de trabajo misione-
ro, excluyendo de su modo de proceder algunas formas de vida
conventual tendientes a encerrar al monje en su monasterio.
Tal era la práctica habitual en la casa de Roma:

«Predica un nuestro hermano, llamado Benedicto Palmio [enton-


ces estudiante en el Colegio Romano], con grande espíritu y edifi-
cación; y de algunos meses acá, así porque nuestra iglesia es
pequeña, como porque no venían a ella algunas maneras de per-
sonas, como son mercaderes y semejantes, que están lejos, co-
menzó a irles a predicar a los bancos [foros públicos donde te-
59
nían sus negocios]» . «Se continúan las cosas del divino servi-
cio por medio de la Compañía, y así en las predicaciones y confe-
siones y comuniones de nuestra Iglesia, como en otras muchas
buenas obras espirituales y corporales, que suele ejercitar la
Compañía según su instituto; y como hay muchos escolares hábi-
les, predican en otras partes diversas en Roma, especialmente
60
en prisiones» -

No podía quedar fuera de este cuadro de actividades el minis-


terio de la misericordia, en la medida de sus fuerzas: «ayudar los
enfermos, especialmente en hospitales, visitándolos y dando algu-
nos que los sirvan, y en pacificar los discordes; asimismo en hacer
por los pobres y prisioneros de las cárceles lo que pudieren por sí y
procurando otros lo hagan».

Ministerios ajenos a la comunidad

Por las mismas razones de que no se compadecen con la liber-


tad para moverse ni con la disponibilidad para cumplir las misiones,
las Constituciones excluyen algunos ministerios que podrían refrenar
, la comunidad. Concretamente, tres clases de actividades: no ocupar-
se en cosas seculares como ser testamentarios o procuradores de
cosas civiles, no tener coro de horas canónicas, ni decir misas ni ofi-
61
cios cantados, y no tomar cargo de mujeres . Porque las ocupacio-
nes propias del Instituto son muchas y de mucho momento, y por ser
«tanto incierta nuestra residencia en un lugar y en otro».

5 9
MI, Epp., V, 657-658.
6 0
MI, Epp., IX, 535-536.
6 1
En el texto B, estas actividades que se excluye, fueron trasladadas de la
a a
Parte 7 a la 6 , 586-592.
280 AMIGOS EN EL SEÑOR

La exclusión de la cura de ánimas y sobre todo del «cargo de


mujeres religiosas o de otras cualesquiera, para confesarlas por ordi-
nario o regirlas», la justifica en dos palabras el texto B: «porque las
personas de esta Compañía deben estar cada hora preparadas para
discurrir por unas partes y otras del mundo...» La infortunada expe-
riencia con Isabel Roser y sus dos compañeras, Francisca Cruillas y
Lucrecia de Bradine, en 1545-1547, cuando Ignacio - q u e se resistía
firmemente- hubo de admitirlas en la Compañía para condescender
con la voluntad de Paulo III a quien Isabel habían acudido pidiéndole
que ordenara al General que recibiera sus votos en la Compañía,
tuvo mucho que ver en esta determinación. Menos de dos años duró
la prueba: emitieron profesión el día de Navidad de 1545 y el 20 de
mayo de 1547 Ignacio obtenía que Paulo III exonerara a la Com-
pañía del cargo de mujeres religiosas bajo su obediencia, cuidado
tan ajeno al Instituto. «Esto no le parecía conveniente al Padre Ig-
nacio -comenta Polanco-, pero quizá la providencia de Dios lo per-
mitió al comienzo, para dar a conocer por experiencia a la Compañía
la molestia de tal carga, a fin de que con mayor diligencia cerrara la
62
puerta en el futuro a esta clase de ocupaciones» .
En la súplica al Papa para obtener este favor, relucen las mis-
mas razones, más elocuentemente presentadas:

«El prepósito general y los presbíteros de la Compañía de Jesús,


ya desde los principios de su vocación han sentido este espíritu y
gracia de Dios, y lo han practicado según la confirmación de él
hecha por V.S.: de ejercitarse en el Señor, conforme a la medida
de sus fuerzas, en predicaciones, lecciones sagradas, exhortacio-
nes y ejercicios espirituales, así como otras obras de caridad, tra-
bajando en el campo del Señor por la común salud de todas las
ánimas: siempre con los pies calzados y prontos para anunciar el
Evangelio de la paz, según el mandato y obediencia de V.S. en
cualquier lugar de la tierra donde los enviare. Sin embargo, son
solicitados en diversas ciudades y regiones para recibir los votos
y tomar el cuidado de monjas y mujeres devotas que desean ser-
vir a Dios. Y como se dan cuenta de que esto es un gran impedi-
mento para los ministerios y oficios primarios y esenciales de su
vocación... suplican humildemente que para poder proceder con
63
mayor libertad, sean liberados y eximidos....» .

Una comunidad «con los pies calzados», lista para salir a anun-
ciar el Evangelio de la paz. La Compañía, aunque detenida en un

6 2
Chron., I, 148; ver Ribadeneira, Vida de San Ignacio, Lili, ca p. 14, FN, IV,
437-441.
6 3
MI, Const., I, p p. 183-184.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 281

lugar por motivos apostólicos, quiere a toda costa preservar su


libertad y su disponibilidad para dedicarse a aquello que la especifi-
ca como un cuerpo misionero. Las Constituciones han trasladado
el espíritu y la forma de trabajo de la comunidad que discurre en
misiones, a las casas y colegios en donde la Compañía reside. Hay
una unidad de inspiración que se remonta a la imagen de comuni-
dad que modelaron los primeros compañeros.

¿Son las casas y colegios una forma de misión?

¿Qué relación se puede establecer entre las misiones del Papa


y la residencia firme de la Compañía en casas y colegios? ¿Es su
estabilidad incompatible con el carácter itinerante y temporal de las
misiones, tal como se describen en la primera sección de la Parte
séptima de las Constituciones?
Antes de intentar una respuesta vamos a resumir brevemente
lo que dijimos anteriormente sobre la naturaleza y características
de las misiones del Papa. Consideramos como elemento esencial y
constitutivo de la misión el envío. Las describimos como encargos
ordinariamente temporales, para prestar asistencia espiritual en un
lugar concreto. Y observamos cómo su estilo era discurrir, pasar de
ciudad en ciudad, donde no hace residencia la Compañía. Envío,
temporalidad, ¡tlnerancia, son tres de sus notas distintivas. Con
esta descripción, ¿se puede aplicar objetivamente el nombre de
misión a la residencia continua en residencias y colegios? A prime-
ra vista habría que negarlo. La misión es un encargo temporal, las
casas son los sitios en donde la Compañía reside permanentemen-
te; aquella se realiza discurriendo, ésta se radica en un lugar; la
misión tiende a cumplir un encargo más universal, las residencias y
colegios sirven a necesidades e intereses más locales.
Sin embargo, hay otras consideraciones que invitan a repropo-
¡ ner el problema. Cuando los compañeros no sabían en qué regio-
nes «andar o parar» para dar cumplimiento a su vocación, resolvie-
ron acudir al Papa «para que su Santidad hiciese nuestra división o
64
misión a mayor gloria de Dios N. S . » . Esta es la redacción en el
texto a de las Constituciones, que parece indicar que los compañe-
ros consideraban el andar o parar de la Compañía como dos alter-
nativas de misión o distribución en manos del Papa. Por otro lado, el
texto B cierra la Parte séptima con esta frase: «De lo que toca a los
oficios de casa y otras cosas más particulares, se verá en las reglas

6 4
MI, Const, II, p. 2 1 1 .
282 AMIGOS EN EL SEÑOR

de ella, no alargando más cuanto a las misiones o compartición de


65
los de esta Compañía en la viña de Cristo nuestro S e ñ o r » . Las
palabras «misión» y «compartición» o distribución se toman indistin-
tamente para referirse a lo que ha sido el tema de toda la Parte sép-
tima: la repartición de los miembros de la Compañía. Pero estos dos
textos por sí mismos poco ayudan para una interpretación objetiva,
fuera de provocar un análisis más detenido.
Parece convincente que, según las Constituciones, toda misión
nace de un mandato y envío a trabajar en servicio de la Iglesia
para ayuda de las ánimas. Ahora bien, tanto en el epistolario igna-
ciano, como en el de Laínez y en el Chronicon de Polanco, abun-
dan los pasajes en donde se habla del envío de un colegio. Y las
residencias de los profesos son el resultado de la prolongación de
una misión más allá del tiempo tentativamente señalado por las
Constituciones. De algunos de esos envíos se dice expresamente
que son «habiéndolo ordenado el Papa», es decir, que el Papa no
solamente daba misiones para discurrir sino también para estable-
cer un colegio o para residir en él.
Esta fórmula, consagrada en el lenguaje epistolar de la tempra-
na Compañía para relatar la fundación de un Colegio o las expedi-
ciones designadas para integrarlo, la emplea también San Ignacio
de modo genérico en su instrucción de 1553 sobre la manera de
aceptar colegios: «Igualmente hemos decidido que no se envíe nin-
gún colegio [ne ullum mittatur collegium] a lugar alguno donde no
se asigne [casa e iglesia]... tampoco se envíe [non item mittatur], si
66
no será asegurada la sustentación para catorce personas» . Aun-
que estos textos no tienen que interpretarse necesariamente como
envíos a una misión, puesto que pueden ser una forma coloquial
de referirse a la organización del trabajo ordinario de la Compañía.
La fuerza del argumento reside, con todo, en que cuando se
habla de enviar colegios, ordinariamente se cumplen las condicio-
nes de una misión en el sentido de las Constituciones. El envío se
hacía por mandato del Pontífice o del superior en uso ordinario de
su facultad misiva; se enviaba un colegio a lugares donde la Com-
pañía entonces no tenía residencia; antes de enviar, Ignacio con
frecuencia empleaba el discernimiento que la Parte séptima pide al
General para confiar misiones; las expediciones enviadas a fundar
un colegio llevaban instrucciones precisas, semejantes a las que
escribía Ignacio para los compañeros que salían a una misión;

6 5
Const., 654.
6 6
MI, Epp. X, 374,545-546; ver LUKACS, «De origine collegiorum»... p p. 5 4 , 1 1 6 .
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.. 283

todos se presentaban al Papa para «besar sus pies y tomar su


bendición»; los envíos se hacían en vista de la misión universal de
la Compañía, seleccionando sitios y personas con los criterios
señalados para las misiones.
Más aún, expresamente se habla de misión a colegios. Po-
lanco, escribiendo por comisión de Ignacio a Ribadeneira, en 1556,
le informa de los colegios de Praga, Colonia y Viena, y de las per-
sonas que han salido ese día para dar comienzo al colegio de
Ingolstadt; luego añade: «no quedamos tan desiertos con estas
67
misiones y con otras que se han enviado a colegios ya hechos» .
En otra carta leemos: «y sería a propósito Mtro. Gerardo para la
68
misión de Ingolstadio» .
Todo lo que se estilaba en la preparación y la partida de una
auténtica misión, se verifica en el caso concreto del envío del Co-
legio de Mesina. El 27 de marzo de 1548, Polanco narra a Araoz,
con riqueza de detalles, la expedición de los diez compañeros envia-
69
dos a Sicilia para dar comienzo al colegio . Ignacio mandó reunir
toda la casa y delante de todos propuso «su intención y los motivos
del divino servicio y bien de aquel reino, y universal de la Iglesia que
lo persuadían a venir en lo que el vicerey... y la ciudad le pedían». A
continuación, para conocer la disposición de todos, propuso a los 36
que estaban en la casa, tres puntos para que encomendaran a Dios
durante tres días y luego le respondieran por escrito: si estaban más
dispuestos a ir o a no ir; si lo estaban para ir a estudiar o para otros
ministerios corporales cualesquiera; si querían enseñar «aunque
fuese en facultad que nunca hubiesen sabido, como sería para leer
en hebreo, etc.» Todos, hasta el encargado de la cocina, manifesta-
ron su disposición para ir. Entonces Ignacio designó los sacerdotes y
escolares, que se presentaron al Papa a besar sus pies y pedir su
bendición; él los exhortó a «ayudar con la vida y oraciones la Iglesia
de Cristo, no solamente en la tierra donde iban»; luego les ofreció lo
que necesitaran, y viendo el número, «que eran doce, mostraba ale-
* grarse con el número de los apóstoles».
Son satisfactorias las razones para afirmar que el envío de co-
legios a sitios donde no hacía residencia la Compañía hasta enton-
ces, eran verdaderas misiones, no para discurrir sino para residir
de manera estable. La expedición partía como una unidad. Por las
noches predicaban o conversaban en las hospederías, y al llegar a
las ciudades corría la voz de que «el colegio había llegado» y la

6 7
MI, Epp., XI, 555.
6 8
MI, Epp., X, 546.
6 9
MI Epp., II, 49-53.
284 AMIGOS EN EL SEÑOR

gente salía a recibirlos y a prestarles ayuda. Su peregrinación en


70
pobreza en nada difería de la de un grupo de misioneros .
En verdad, una vez establecidas, casas y colegios perdían su
condición itinerante para transformarse en comunidades de servicio,
continuas y firmes. Pero todos permanecían allí enviados por el
Papa o por el superior para cumplir un encargo concreto en vista de
un mayor servicio de Dios. Las primeras misiones continuaban sien-
do la tarea primordial de la comunidad ignaciana y las residencias y
colegios trataban de conformarse de algún modo con la estructura y
la actividad, con la disponibilidad y la universalidad de aquellas. Los
colegios estaban preparando futuros misioneros Itinerantes; las resi-
dencias eran estaciones desde las cuales profesos y coadjutores se
desplazaban en ayuda de la ciudad, de las vecindades y de los más
remotos caseríos de la región; y los ministerios con los que procura-
ban aprovechar a la gente eran los mismos que usaba la Compañía
en sus misiones, excluidos también aquellos que tendían a obstruir
la libertad y agilidad apostólica. Casas y colegios participaban de la
temporalidad porque los miembros de esas comunidades estaban
siempre «a disposición, ordenación y mandamiento de su Santidad,
71
conforme a nuestra promesa» , de acuerdo a las necesidades del
mayor bien universal y al fruto que se lograba. Cada residencia par-
ticular, circunscrita geográficamente a un campo limitado de acción,
permanecía abierta en comunión con toda la Compañía y la hacía
presente allí donde estaba sirviendo. La movilidad, más que un des-
plazamiento físico, es una actitud disponible y alerta, en libertad
para escudriñar constantemente un mayor servicio, para levantar
tiendas y acudir a donde se siente que Dios indica.

La «habitación» de la Compañía, descrita por Nadal

El testimonio de Nadal, repetimos, tiene un valor de excepción ya


que fue un profundo conocedor del pensamiento de San Ignacio
sobre la Compañía y gozó de su plena confianza para explicarla y
para promulgar las Constituciones. Pasó por las comunidades ayu-
dando a plasmar en ellas el ideal ¡gnaciano. Hay quienes tienen reser-
vas para aceptar totalmente su interpretación, pues opinan que en
algunos puntos no comprendió cabalmente la originalidad de la con-
cepción primera y pudo haberla modificado en un esfuerzo por aco-
modar ciertos aspectos a una visión más contemplativa y tradicional

7 0
VerChron., II, 174-185.
7 1
MI, Const., II, p. 215.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE... 285

de la vida religiosa. No nos compete valorar esas opiniones ya que no


hemos acudido a él como fuente primaria de nuestra Investigación.
Una vez que nos hemos acercado al tema desde las Constituciones y
la correspondencia ignaciana y de otros documentos de los primeros
compañeros, nos hemos vuelto a él para confirmar algunos puntos,
cotejándolos con su profunda visión de la vocación y de la gracia de
la Compañía. Para quienes han seguido nuestro trabajo resultará
clara la coincidencia entre la primigenia inspiración ignaciana y la que
ofrecía, en sus grandes líneas, a las comunidades de España y
Portugal el promulgador de las Constituciones.
Nos dejó, particularmente en su «scholia ad Constitutiones et
Declaratlones», pasajes de extraordinaria precisión, fuerza y luci-
dez, referentes a las misiones del Papa, a las casas profesas, a la
peregrinación de los profesos. Dejemos que se exprese con su pro-
pio lenguaje, interrumpiéndolo sólo para conectar diversos puntos o
para llamar brevemente la atención sobre algunas aspectos más
significativos.

1. Las misiones del Papa: este primer texto confirma que el


Papa da misiones para fundar casas y colegios así como para dis-
currir por el mundo. Nuestro especial voto de obediencia es para
cumplir todos estos mandatos y nos permite actuar con más certe-
za y devoción.

«No se refiere la obligación del cuarto voto sino a las misiones


mismas, que es como decir: a la distribución de operarios en la
viña del Señor: sea que el Sumo Pontífice quiera enviar a fundar
alguna casa o también un colegio; sea que envíe a otras partes
por todo el mundo universo en ministerios que contribuyan a la
salud de las ánimas y a la defensa y propagación de la fe.

Porque todo lo demás son como funciones privadas de la Com-


pañía. En cambio las misiones son oficio público de la Iglesia, y
de tal manera, que tocan al Vicario de Cristo. Pues al Sumo
Pontífice Incumbe en general velar porque las almas no perez-
can, o se pongan en peligro por la negligencia o penuria de ope-
rarios; no donde existen obispos, sino donde no hay ninguno. Por
lo cual fue razonable que este punto primario de nuestro instituto
lo tomáramos, no sólo por la obediencia comúnmente debida al
Sumo Pontífice, o a nuestros superiores, sino con la obligación
religiosa de un voto que hiciéramos especialmente al Sumo
Vicario de Cristo; con lo cual actuamos más segura y ciertamen-
72
te, y con mayor devoción y fruto» .

7 2
Scholia in Const., p. 440 (a la Declaración, n. 605).
286 AMIGOS EN EL SEÑOR

2. Número de los enviados: la práctica evangélica de enviar


de dos en dos inspira la vocación de la Compañía, que modeló su
comunidad a imitación de Jesús con el Colegio apostólico. Así
comenta en «Scholia» (p. 443) sobre el compañero:

«624... En estos comienzos no tenemos muchos [operarios], y los


que pueden ser enviados en ministerios, ayudan en gran parte a
las fundaciones de colegios o son profesores públicos de las dis-
ciplinas superiores. No es extraño, pues, si se envían solos algu-
nas veces. El Instituto pide, con todo, que partan un profeso con
un coadjutor espiritual, a los cuales se dé un coadjutor temporal.
Y ésta será en el futuro la norma común de las misiones...»

3. La misión configura la comunidad: aunque la Compañía reci-


be misiones para establecer casas profesas y colegios y las resi-
dencias son centros desde donde también se «discurre» en cumpli-
miento de las misiones, el ideal de la Compañía no es tanto habitar
en casas como peregrinar en misiones.

«Esta distribución de profesos y coadjutores se hace ciertamente


para fundar casas profesas y también colegios o casas de proba-
ción en las ciudades principales, o en los pueblos grandes y habi-
tados; sin embargo, se habrá de considerar siempre aquel gran
fin de la Compañía y tender hacia él: que no consiste tanto en
que los nuestros habiten en casas, y desde ellas ayuden la ciu-
dad, el pueblo o aun los más remotos caseríos, como en que los
profesos y coadjutores se empleen en peregrinaciones recibidas
por misión del Sumo Pontífice o de nuestros superiores, para
prestar auxilio a las almas en cualquier lugar, en cjalquiera oca-
sión, por cualquier causa, donde será necesaria una asistencia
espiritual; sea que seamos enviados a los idólatras, o a los maho-
metanos o a los heréticos, o también a los cristianos que están
73
en peligro o perecen por la penuria o negligencia de pastores» .

Resulta curioso que Francisco Javier, cuyo trabajo comportó


siempre un continuo desplazamiento por los sitios más diversos y
remotos, fuera considerado por Ignacio como «inmóvil en un
lugar», por el hecho de no haber recibido sino una misión. Fabro,
en cambio, a quien se confiaron múltiples misiones por Italia,
Alemania y España, es para Ignacio el prototipo del misionero
móvil. «Pedro Fabro... parece que no es nacido para estar quedo
en una parte, y hay quienes de su naturaleza parecen inmobles en
74
un lugar, como Mtro. Francisco en las Indias» .

7 3
Scholia in Const., p. 175 (al n. 603 de Constituciones).
7 4
MI, Epp., I, 362.-
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE.., 287

4. La habitación del jesuita: Nadal entiende y explica el espíritu


de las residencias mejor que ninguno otro de la primera generación
de jesuitas. Describe las casas de probación - c o m o ya hemos
visto-, los colegios y academias, las casas profesas y la peregrina-
ción misionera. Para nuestra investigación es interesante sobre
todo lo que escribe sobre las casas de los profesos.

«Hay casas de profesos, donde están los que atienden a lo último


de la Compañía... En ellas se ejerce toda la amplitud de los
ministerios... Habitan allí los profesos y con ellos sus coadjutores
espirituales y temporales. Desde ellas se lleva auxilio, primero a
la propia ciudad, luego a las vecindades, finalmente (pero esto es
principalísimo) a las más apartadas regiones, donde hace falta
75
nuestro trabajo y nuestros ministerios»

Aunque emplea la imagen de un ejército - m u y propio de quien


veía el origen de la Compañía en las meditaciones del Rey y las
Banderas, y explicaba que se la llamaba «milicia» en la Bula por-
que se dedicaba con todas sus fuerzas a seguir a Cristo bajo el
estandarte de la c r u z - deja no obstante una espléndida descripción
de las casas profesas como comunidades apostólicas móviles y
siempre empeñadas en el trabajo. Habla de campamentos, como
de estaciones temporales donde los soldados están esperando
orden de combate; destaca el discurrir de los operarios y las cortas
salidas para hacer escaramuzas y saltos contra el enemigo, o
expediciones mayores. Los jesuitas no residen en ellas como en
conventos, sino que salen y retornan brevemente para descansar,
rehacerse espiritualmente y volver a partir. Y sobre todo, en una
conclusión que abandona la imagen para pasar a la aplicación con-
creta, afirma que una determinada comunidad local no se compone
sólo de los miembros que ordinariamente habitan en ella, sino que
se abre para abrazar también a los que andan dispersos en lejanas
misiones:

«Son, pues, las casas profesas como campamentos, donde el


ejército de esta milicia tiene su estación: son como el cuerpo del
escuadrón, de donde se hacen cortas salidas o se emprenden
expediciones a unos y otros lugares, sosteniendo así continua-
mente la batalla divina; y quedarán otros que hagan el cuerpo de
batalla. Por eso a un mismo campamento no sólo pertenecen los

7 5
Ver Nadal, V, 773. Este texto y el siguiente son concordancias tomadas prin-
cipalmente de: Diálogus II (1562-1565) n, 187, Nadal, V, pp. 673 y 770-774; Annot.
in exam. (de domibus Societatis), Nadal, V, pp. 190-196; y Exhort. Compl., Nadal, V,
pp. 364-365 y 469-470.-
288 AMIGOS EN EL SEÑOR

soldados que combaten en aquella ciudad o en las vecindades y


que diariamente o tras breve tiempo se recogen a él, sino tam-
bién los que son enviados a remotas expediciones; al fin de las
cuales retornan al mismo campamento, cuando el capitán da el
toque de retirada; y mientras envía otros soldados al frente, ellos
se recobran física y espiritualmente. Mucho más grande es, pues,
la familia de una casa, que el número de los que regularmente vi-
ven en ella; con el fin de que haya suficiencia de operarios para
76
toda la amplitud de ministerios» .

Las casas son también la comunidad fraterna que acoge a los


operarios y les brinda el calor de aquella «koinonía» que hace de la
Compañía una verdadera comunión de vida y de trabajo:

«En las casas tienen también los profesos una sede cierta donde
pueden recogerse al regreso de sus misiones; y «requiescent
pusillum» como decía Cristo a sus discípulos. Y mientras ellos se
rehacen, irán otros en su lugar. Allí podrán disfrutar en el Señor
de un ligero descanso, y consolarse con la intimidad agradable y
espiritual de los padres, para poder ser enviados de nuevo en
peregrinaciones. Brevemente, es como retornar de la lucha y de
la victoria al estandarte de la Compañía, es decir, a la obediencia
77
de los superiores, y del frente recogerse en el campamento» .
«Pero con todo, lo principal de las casas es que en ellas se traba-
78
ja intensamente por la salud de las ánimas» .

Si la Compañía establece casas para los profesos, es para


poder realizar más cabalmente su acción misionera en cumplimien-
to de los encargos del Papa:

«Y aunque hay ahora pocas, por ser aún pocos los profesos,
espero en el Señor habrá muchas... de suerte que en cada
obispado con la ayuda de Dios vengan a tener casa, de la
79
cual salgan unos y otros para ayudar a las á n i m a s » .

5. El peregrinar de los profesos: Al describir las misiones el


lenguaje se vuelve espléndido:

7 6
Nadal, V, Dialogus II, 773; Ver nota anterior.
7 7
Nadal, V, 195 , 470; Exhort. Compl., p. 469 (n. 256); La imagen del estandar-
te se refiere a la tienda del general donde flotaba la bandera del ejército.
7 8
Nadal, V, p. 195 (n. 174).
7 9
Exhort. Compl., Nadal, V, p. 469 (n. 256); Pláticas espirituales en Coimbra,
n. 17.
L A COMUNIDAD EN LA COMPAÑÍA QUE RESIDE... 289

«¿Queda más? Sí, lo mejor, las misiones a donde envía el Papa


o el superior; que a la Compañía todo el mundo le ha de ser
80
casa .

En las casas profesas no está la última, ni siquiera la principalísi-


81
ma habitación de la Compañía, sino en peregrinaciones .

Queda, pues, un lugar preclarísimo y amplísimo; porque no han


sido llamados estos hombres a que ayuden a las almas desde
sus casas solamente; su principal fin e intención es buscar por
toda la tierra a cuantos puedan ganar para Cristo; por eso deben
estar perpetuamente en peregrinaciones y misiones, dondequiera
82
los envíe el sumo Pontífice o su superior en ministerio .

Esfa es la definitiva y perfectísima habitación de la Compañía: el


peregrinar de los profesos; por medio del cual buscan ganar para
Cristo las ovejas que perecen. Esta es la propiedad privilegiada
de nuestra vocación: que hemos recibido de Dios y de la Iglesia
el cuidado de aquellos de quienes ninguno se preocupa... porque
si ninguno, ciertamente el sumo Vicario de Cristo... y por eso
hemos sido ofrecidos a él en servicio, a fin de que por medio de
nosotros tenga él cuidado de aquellos... esta es una empresa
llena de sumas dificultades, trabajos y peligros, pero a la vez
sumamente útil y necesaria. Y de este modo, toda la Compañía
aparece como una cierta imitación del estado apostólico, en
63
nuestra humildad en Cristo» .

Terminamos esta presentación del pensamiento de Nadal con


una frase suya pronunciada durante una de sus pláticas en Alcalá,
el año 1561. Hablaba de las misiones y había dicho que era lo
mejor de la Compañía y que gracias a ella la Compañía tenía todo
el mundo por casa. En seguida añadió: «Y así será con la gracia
divina. Ahora la Compañía aún no es lo que ha de ser, comiénza-
se; cuando venga su perfección, a todas partes se han de enviar
84
de los nuestros para emplearse en sus ministerios» .

8 0
Exhort .Compl., Nadal, V, pp. 364-365 (n. 130).
8 1
Annot. In exam., Nadal, V, p.195: «In domlbus professls non est ultima vel
etiam potissima habitatio Societatis, sed in peregrinationibus, ut dicetur».
8 2
Dialogus, II, Nadal V, p. 673 (n. 52).
8 3
Annot. In exam., Nadal, V, p. 195 (n. 175).
8 4
Exhort. Compl., Nadal, V, p. 364-365 (n.130).
7

LA VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU


Y PERSPECTIVA COMUNITARIA

Introducción

«Si no buscásemos otro, según nuestra profesión, sino andar


seguros, y hubiésemos de posponer el bien por apartarnos lejos
del peligro, no habíamos de vivir y conversar con los prójimos.
Pero según nuestra vocación, conversamos con todos; antes,
según de sí decía S. Pablo: omnia ómnibus fieri debemus, ut
omnes Xto. lucrifaciamus; y andando con intención recta y pura,
quaerendo non quae nostra sunt, sed quae lesu Xti., él mismo nos
guardará por su bondad infinita. Y si esta profesión no tomase su
potente mano, no bastaría apartarnos de peligros semejantes
para no caer en ellos y otros mayores. Pues lo que las gentes po-
drían decir, que queréis honores y dignidades, cayérase de suyo
con la fuerza de la verdad y evidencia de la obra, viendo que con-
1
serváis la bajeza que por Cristo nuestro Señor tomasteis» .

El texto que encabeza este capítulo está tomado de una carta


de Ignacio a Diego Mirón, Provincial de la Compañía en Portugal, y
4 a Luis Goncalves da Cámara. El rey les había ofrecido el cargo de
confesores suyo y de su hijo, pero ellos lo rehusaban porque les
parecía una dignidad ajena a nuestra profesión, tan rechazable
como el episcopado. Ignacio comprende su buena intención, pero
no está de acuerdo con lo que piensan. La vocación de la Com-
pañía es para vivir y conversar con toda clase de personas. Oír las
confesiones de grandes y pequeños es ministerio propio de la
Compañía y no podemos anteponer consideraciones personales,

1
MI, Epp., IV, 627.
292 AMIGOS EN EL SEÑOR

como el peligro de faltar a la humildad. Si no buscamos nuestros


propios intereses, sino los de Cristo Jesús, él nos guardará por su
bondad infinita. Conducidos por su Espíritu, seremos libres para
hacernos todo a todos y ganarlos para Cristo.
El contenido de este nuevo capítulo pretende complementar los
tres anteriores. La Parte séptima de las Constituciones mira la
Compañía hacia afuera, en sus relaciones con las personas para
cuya ayuda trabaja. La Parte sexta, en cambio, la considera hacia
adentro, en la vida interior de sus miembros. Así como la Parte
séptima no trataba expresamente de la comunidad, tampoco lo
hace la sexta; se ocupa de caracterizar la espiritualidad de los
jesuítas que, concluida su formación, se han incorporado a la
Compañía, de quienes se presupone que son «personas espiritua-
les y aprovechadas para correr por la vía de Cristo nuestro Señor»
Sin embargo, como lo hicimos en la Parte séptima, trataremos de
desentrañar de la vida espiritual propia del jesuíta, los aspectos
que nos permiten verla concebida desde la perspectiva de la comu-
nidad apostólica y en función de ella.
Hemos preferido abordar este tema después de haber conocido
la comunidad apostólica repartida en misiones, residencias y cole-
gios, para comprobar, ahora con más facilidad, cómo la vida espiri-
tual del jesuíta responde armónicamente a las características pro-
pias de la comunidad ignaciana.
Entre los textos a y B se observa una diferencia de plan y de
estructura. El texto & introduce la Parte sexta con estas palabras:
«Aunque en la Bula de nuestro instituto se contiene la sustancia de
lo que se debe observar in Domino en esta Compañía, para más
declaración de algunos puntos de la dicha Bula se dirán algunas
2
c o s a s » . A continuación se ordena la materia en tres capítulos:
«primeramente la pobreza santa», como guarda de todo lo demás;
luego, de las cosas en que no debe ocuparse la Compañía; en ter-
cer lugar, de lo que toca a la obediencia. El mismo esquema se
conserva en el texto A. En cambio, el texto B desarrolla un plan y
un orden diversos, siguiendo esta consideración: «Para que los ya
admitidos a profesión o por coadjutores formados, más fructuosa-
mente puedan emplearse según nuestro Instituto en el divino servi-
cio y ayuda de sus prójimos, deben observar en sí mismos algunas
c o s a s , que aunque las principales de ellas se reducen a sus
votos... todavía por más aclararlas y encomendarlas, se dirá de
3
ellas en esta Parte sexta» . Después de un breve párrafo sobre la

2
MI, Const., II, p. 202.
3
Const., 5 4 7 .
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 293

castidad, se pasa a la obediencia, como primer capítulo, luego a la


pobreza, a las cosas en que deben ocuparse y no ocuparse los de
la Compañía, y añade dos capítulos más: sobre la ayuda que se da
en la muerte a los de la Compañía, y de que no traen las Cons-
tituciones obligación de pecado.
Como veremos a lo largo del capítulo, la obediencia, la pobreza
y la libertad apostólica evocan la vida evangélica del grupo de los
apóstoles enviados a predicar por Jesucristo, ideal sobre el que se
modela la comunidad Ignaciana. De entrada, podemos decir que se
propone una espiritualidad en función de la obediencia a Jesu-
cristo, mediante el voto al Papa, para la misión universal de anun-
ciar el Evangelio, itinerando en pobreza.
En el texto B los temas aparecen ordenados en torno a los tres
votos tradicionales de la vida religiosa. Roustang opina que este
cambio con respecto al plan del texto a contrapone dos concepcio-
nes diversas de la vida religiosa. Mientras el texto a presentaría
fielmente aquella de Ignacio, que identifica la vida de la Compañía
con la vida apostólica o evangélica - u n a comunidad de predicado-
res itinerantes y pobres, con Jesucristo como cabeza - , el texto B
la encierra en los cuadros tradicionales de las órdenes religiosas;
no es ya la visión de unos hombres convocados para la misión,
sino la de un grupo de personas que han pronunciado tres votos
religiosos. El proceso genético, típico de Ignacio, que va de lo más
exterior «condiciones materiales de vida, defensa del alma y de
aquello que podría entrabar su progreso» a lo más Interior «la obe-
diencia»; de lo menos a lo más perfecto, desaparece en el texto B.
La castidad es mencionada apenas de paso, en un esfuerzo por
acoplar artificialmente la Parte sexta con el esquema de los tres
votos. En dos palabras, al querer Imponer forzosamente al texto un
esquema que pretende ser más claro y clásico, no logra otra cosa
que multiplicar incoherencias. Uno está inclinado a concluir, según
Roustang, que se ha desvirtuado, si no difuminado, el genio de
4 Ignacio, introduciendo esquemas rígidos, incapaces de dar forma al
material organizado precedentemente según otra línea de pensa-
miento. ¿Cómo se han podido operar tales transformaciones que
4
tocan el más profundo significado de la redacción original?
El problema es tanto más difícil de resolver en cuanto que el
mismo Ignacio revisó el texto y le hizo una veintena de correccio-
nes. Pero mientras la concepción de la vida religiosa que revela el
texto a transmite perfectamente cuanto sabemos del proyecto de

4
Ver F. ROUSTANG, Constitutions de la Compagnie de Jésus, Introduction á une
lecture, I I , 8 3 - 8 6 , 1 2 8 .
294 AMIGOS EN EL SEÑOR

Ignacio sobre la Compañía, la redacción de B, cree Roustang,


puede más bien atribuirse a la manera de pensar habitual a Po-
lanco. Es posible que el fundador, revisando el texto a nivel de
detalle, se haya confiado para el conjunto, sobre todo después de
1550, a su secretario y a sus colaboradores.
Aunque de acuerdo con Roustang en que el esquema de a, en
su bella simplicidad, expresa con más vigor el nexo entre la vida
espiritual de las personas y su comunidad apostólica, no pensamos
que el cambio del esquema haya alterado fundamentalmente esa
5
espiritualidad para darle un viso jurídico más tradicional . Ya desde
el texto a se habla de las obligaciones fundamentales contenidas
en el voto al Papa y en «los otros tres esenciales de pobreza, casti-
6
dad y obediencia . Además, los compañeros habían pronunciado
en 1527 en Venecia los votos de pobreza y castidad, que tendían
ya, sin que se lo propusieran, a los votos de religión que harían en
1541 con su profesión en S. Pablo extramuros. Y con todo, la acep-
tación de la vida religiosa no les había impedido llevar adelante su
proyecto de estructurar la Compañía según un modo de proceder
propio y original. En el texto B pueden coexistir la concepción de
los tres votos como sumario de su vida espiritual y la inteligencia
de ellos según el carisma de la propia vocación. Si el esquema fue
oscurecido en la ordenación del texto autógrafo, su contenido no
ha perdido la inspiración y el sentido de la primera redacción. Más
aún, las adiciones y algunas precisiones del texto B, enriquecen la
Parte sexta y contribuyen a confirmar la visión de una espiritualidad
referida a la comunidad apostólica típica de la Compañía.
Con las observaciones anteriores, pasamos al análisis de la
Parte sexta de las Constituciones, siguiendo el orden propuesto en
el texto a, que corresponde más al proceso vivido por los primeros
compañeros.

Una comunidad pobre

Las Constituciones de 1541 trataron en primer lugar el tema de


la pobreza, a la que dedicaron doce de sus cuarenta y un artículos.
La Parte sexta incorpora muchos de los puntos suscritos en aque-

5
La posición de Roustang acerca de Polanco es comentada por Jesús M.
Granero, S.J., en revista Manresa, 39 (1967) 235-244 y por Cándido de Dalmases,
S.J., AHSI, 36 (1967), 300-306, en sendas recensiones de la traducción francesa de
las Constituciones bajo la dirección de F. Courel y F. Roustang, Collection Christus.
6
MI, Const., II, p. 209.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 295

lias y sobre todo tomando inspiración en el capítulo cuarto de la


Bula de confirmación de la Compañía. Para los compañeros, la
pobreza, escogida libremente desde París, los empeñaba en el
seguimiento de Jesús pobre y humilde, enviado por el Padre en
misión redentora. Era al mismo tiempo un medio de estrechar su
comunión y solidaridad, compartiendo todo lo que tenían, tanto
material como espiritual.

«La pobreza, como firme muro de la religión, se ame y conserve


en su puridad, cuanto con la divina gracia posible fuere. Y porque
el enemigo de la natura humana suele esforzarse de debilitar
esta defensa y reparo, que Dios nuestro Señor inspiró a las reli-
giones contra él y los otros contrarios de la perfección de ellas,
alterando lo bien ordenado por los primeros fundadores con
declaraciones o Innovaciones no conformes al primer espíritu de
ellos, para que se provea lo que en nuestra mano fuere en esta
parte, todos los que harán profesión en esta Compañía prometan
de no ser en alterar lo que a la pobreza toca en las Consti-
tuciones, si no fuere en alguna manera, según las ocurrencias in
7
Domino, para más estrecharla» .

Un programa de pobreza común viene prologado por un com-


promiso comunitario de defenderla de alteraciones contra el espíritu
de los primeros fundadores. Esta promesa fue incluida ya en las
constituciones de 1541, pero el texto B es más radical y añade el
párrafo: «si no fuese... para más estrecharla». Alterar la pobreza,
«sería alargar la mano a tener alguna renta o posesión para el uso
propio o para sacristía o para fábrica o para algún otro fin, fuera de
8
lo que toca a los colegios y casas de probación» . La promesa com-
promete personal y comunitariamente: «ni en congregación de toda
la Compañía juntada, ni de por sí procurándolo por vía alguna».
El texto con su vocabulario lleva espontáneamente a la medita-
ción de dos Banderas. Lucifer es el caudillo y «mortal enemigo de
% nuestra humana natura», que amonesta a sus colaboradores para
echar redes y cadenas, tentando a codicia de riquezas, vano honor
del mundo y crecida soberbia. Cristo nuestro Señor es quien inspi-
ra la vida verdadera, escoge discípulos y los envía por todo el
mundo, encomendándoles que a todos quieran ayudar en traerlos
a «pobreza contra riqueza, oprobio o menosprecio contra el honor
mundano, humildad contra soberbia». La Compañía, enviada a tal
jornada por su cabeza, para «ayudar» a atraer a toda clase de per-

7
Const., 553.
8
Const., 554.
296 AMIGOS EN EL SEÑOR

sonas, esparciendo su sagrada doctrina, ha de comenzar por apro-


9
piarse las recomendaciones de su S e ñ o r .
Para Ignacio, puesto con el Hijo en el camino hacia Roma, este
encargo del Señor es la motivación definitiva para estrechar toda
pobreza. «Se me iba la gana de ver ningunas razones», consigna
en su Diario el 11 de febrero, entendiendo «cómo el Hijo primero
envió en pobreza a predicar a los apóstoles, y después el Espíritu
Santo, dando su espíritu y lenguas los confirmó, y así el Padre y el
Hijo, enviando el Espíritu Santo, todas tres personas confirmaron la
10
tal m i s i ó n » . Y en sus razones para no tener cosa alguna de
renta, pone éstas entre otras muchas: «La Compañía toma mayo-
res fuerzas espirituales y mayor devoción asimilando y viendo al
Hijo de la Virgen, nuestro Criador y Señor, tanto pobre y en tantas
adversidades... Esta [pobreza] tomando nuestro común Señor Je-
sús para sí, mostró la misma a sus apóstoles y discípulos queridos,
enviándolos a predicar... Esta eligiendo todos diez, nemine discre-
pante, tomamos por cabeza al mismo Jesús, nuestro Criador y
Señor, para ir debajo de su bandera para predicar y exhortar, que
11
es nuestra profesión» .
Pobreza para la misión, a la apostólica, apropiándose la po-
breza personal del Señor Jesús, con la fuerza de su Espíritu. Es la
primera actitud espiritual del jesuíta, seguidor de Jesús pobre y
humilde.
De la pobreza de la Compañía, como comunidad universal, pa-
sa a aquella de las residencias e iglesias que la Compañía acepta
para ayudar a las ánimas. No se puede tener renta ninguna, ni aun
para la sacristía, ni para otra cosa alguna, en manera que la
Compañía tenga alguna disposición de ella. Toda la esperanza hay
que ponerla en el Señor, a cuyo servicio atienden las casas e igle-
sias. El se encargará de proveerlas de lo necesario para la susten-
tación. El texto a agregaba: «tanto más no se entibiando en ejerci-
12
tar la caridad con los próximos» , frase que fue eliminada en la
redacción definitiva. Expresaba, sin duda, la convicción ya antigua
de Ignacio, que escribió en su carta a Carafa en 1536 ofreciéndole
sugerencias para la conservación y aumento de los Teatinos: aun-
que no mendiguen lo necesario, cuando sus obras -predicando,
ayudando a enterrar a los muertos, celebrando gratis la misa...- se
hagan visibles a la gente, se moverán más generosamente a sus-
tentarlos. Confía plenamente en la providencia del Señor, pero

9
Ver EE., 136-148.
1 0
Diario, n.15.
1 1
Deliberación sobre la pobreza, nn. 1 , 1 2 , 1 3 .
1 2 a
MI, Const., II, p. 203, 2 .
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 297

a ñ a d e con sano realismo la cooperación humana: «que San


Francisco y los otros bienaventurados se cree tanto esperaban y
confiaban en Dios N. S., mas por eso no dejaban de poner los me-
dios más convenientes para que sus casas se conservasen y
aumentasen para mayor servicio y mayor alabanza de la su divina
majestad; que de otra manera, pareciera más tentar al Señor a
13
quien servían, que proceder por vía que a su servicio conviene» .
Quizás la frase fue suprimida porque era algo tan obvio para todos,
que no parecía necesaria. Y quedaba más resaltada la actitud de
14
poner toda la esperanza en el S e ñ o r .
Un tercer punto tiene que ver con la habitación de profesos y
coadjutores, cuando residen en un lugar cierto, es decir, cuando no
están en misiones. Las Constituciones dicen que vivan de limosna,
en las residencias y no en los colegios. Lo que se entiende «a la
larga», aunque de pasada pueden estar algún día o tiempo conve-
niente. Vivir más a la larga es permitido cuando es necesario o
conveniente para los colegios o universidades. Por ejemplo, «para
el gobierno de los estudios», para enseñar u ocuparse de confesio-
nes y predicaciones dando alivio a los escolares que deberían
hacerlo; también cuando alguno se recoge por algún tiempo para
escribir, con licencia expresa del General.
15
«Las cosas mínimas reputantur pro nihilo» . Con un espíritu
grande, para prevenir escrúpulos y para fomentar la caridad y soli-
daridad entre los amigos en el Señor, las Constituciones ponen
algunos ejemplos que no contradicen la profesión de pobreza. Los
rectores pueden ayudar con algún viático «a quien no le tuviese
pasando por su colegio, haciéndole limosna»; subsidiar a los cole-
gios con algunos gastos, como viáticos o vestido para los que de
las casas se envían a los colegios; permitiendo «que en algún
huerto del colegio tomen alguna recreación los enfermos o sanos
16
de las casas», con tal de que no vivan a costa del colegio . Son
sencillas aplicaciones de la intención que tuvieron los primeros
compañeros en 1539, cuando decidieron consolidar su comunión
para tener cuidado los unos de los otros.
Aunque de ordinario los profesos no deben tener cargo de rec-
tores de colegios o universidades, se admiten excepciones por

1 3
MI, Epp., 1,117.
1 4
Roustang piensa que la eliminación excluye toda traza de pelagianismo que
haría depender los beneficios divinos del fervor apostólico de la Compañía (op. cit.
p. 87). No nos parece tan convincente su razón.
1 5
Const., 559. Es una frase que no estaba en el texto a; la añade el texto au-
tógrafo en forma de declaración.
1 6
Const., 558-559.
298 AMIGOS EN EL SEÑOR

necesidad o notable utilidad. Esta prohibición se entiende, no tanto


por motivos de pobreza cuanto por la necesidad de preservar la
libertad y disponibilidad para itinerar en misiones, a órdenes del
Papa o del superior. Tanto los profesos como los coadjutores, sin
embargo, deberán residir en casas, cuando no haya necesidad de
prestar la ayuda a los colegios.
No solamente renta, pero «ni posesiones algunas» pueden te-
ner las casas o iglesias, ni en particular ni en común, fuera de lo
que es necesario o muy conveniente para la habitación y uso ordi-
nario. Puede, por ejemplo, tenerse algún lugar apartado de la
común habitación para los que convalecen o se retiran a ejercicios
espirituales. Pero «entonces sea cosa que no se alquile a otros ni
17
de frutos equivalentes a la r e n t a » . El texto a era más expresivo y
fue tal vez recordado para atender a la brevedad que pedían los
compañeros. Pero vale la pena conocerlo:

«Diciendo la Bula que no se puedan tener otras posesiones, sino


solamente la casa o casas que para su habitación y uso son nece-
sarias, entiéndese que sin la casa de la común habitación, pueda
tenerse alguna otra o otras, según las necesidades ocurrentes,
para los que convalecen de enfermedades, y para los que tienen
necesidad de recogimiento para atender a las cosas espirituales
quienes y cuando al superior pareciese, y dar ejercicios y para
otros varios oficios y lo que más conviniese a mayor gloria divina,
no teniendo rentas algunas, ni cogiendo trigo ni naciendo vino ni
olio de los campos o huertos que las tales casas tuviesen, ni ven-
18
diendo cosa alguna que en ellos hubiese o se criase» .

También se prohibe, para mayor edificación, inducir persona


alguna a hacer limosnas perpetuas a las casas o iglesias de la
Compañía. Y cualquier cosa estable que fuese dada «sea obligada
la Compañía a deshacerse de ella lo más presto que pueda, ven-
diéndola para socorrer a la necesidad de los pobres de la Com-
pañía o fuera de ella»™. Se reconoce, con gran realismo, que por
la distinción entre casas y colegios, por la diversa generosidad de
los bienhechores y por otras circunstancias, hay en la Compañía
unas comunidades más pobres que otras. El espíritu de comunión
universal y de solidaridad reclama, como en los Hechos de los
Apóstoles, que se vendan cuanto antes, para compartir con los
más necesitados. Es una generosidad que desborda los marcos

1 7
Const., 5 6 1 .
1 8
MI, Const., II, pp. 203-204.
1 9
Const., 562.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 299

estrechos de una necesaria división jurídica de comunidades loca-


les y provincias, y que no se limita a atender a la penuria dentro de
la Compañía, sensible a las necesidades y al clamor de los pobres
de fuera de ella. Las Constituciones quieren mantener viva la prác-
tica de los primeros compañeros cuando viajaban de París a
Venecia y a Roma y cuando se desvivían por los pobres en su pri-
meras residencias romanas.

Gratuidad de ministerios y limosnas

En dos artículos recogen las Constituciones los textos de las


constituciones de 1541 sobre la gratuidad de ministerios.

«Todas personas que están a obediencia de la Compañía se


acuerden que deben dar gratis lo que gratis recibieron, no de-
mandando ni aceptando estipendio ni limosna alguna en recom-
pensa de misas o confesiones o predicar o leer o visitar, o cua-
lesquiera otro oficio de los que puede ejercitar la Compañía
según nuestro Instituto, porque así pueda con más libertad y más
20
edificación de los prójimos proceder en el divino servicio» .

«Por evitar toda especie de avaricia, especialmente en los píos


ministerios que para ayudar las ánimas usa la Compañía, no
haya caja en la Iglesia en que suelen poner sus limosnas los que
21
vienen a los sermones o misas o confesiones, etc.» .

Las motivaciones que Invocan las Constituciones en materia de


pobreza y gratuidad son tres: la libertad de la evangelizaron, la
mayor edificación y credibilidad de la gente, y la confianza en la
providencia del Señor. Y hay otra que no aparece explícitamente
pero que acude a la imaginación con la simple lectura del texto
evangélico de dar gratis lo que se recibió gratuitamente: la imita-
>' ción más cercana de Jesucristo y de su grupo apostólico enviado a
predicar el evangelio. Así debían partir también los compañeros
que habían recibido como una gracia «ser puestos con el Hijo» pa-
ra colaborar en su misión. «Predicar en pobreza», fórmula em-
pleada por Ignacio escribiendo a Jaime Cazador desde Venecia en
22
1 5 3 6 , era la característica de la nueva comunidad apostólica que
aparecía en la Iglesia, ofreciéndole un grupo de «sacerdotes refor-

2 0
Const., 565.
2 1
Const., 567.
2 2
MI, Epp., I, 96.
300 AMIGOS EN EL SEÑOR

mados», como eran llamados por la gente en sus diversas corre-


rías y ministerios. Imitación apostólica, libertad para prestar el ser-
vicio divino sin esperar provecho alguno y sin estar presionada a
hacerlo como deuda con personas e instituciones, testimonio que
inspira credibilidad ante la gente y total confianza en el Señor, son
los distintivos con que la gratuidad marca la comunidad en la Com-
pañía.
En el punto de evitar toda especie de avaricia, Ignacio es espe-
cialmente riguroso. Una carta de 1554 puntualiza hasta el más pe-
queño detalle la forma como ha de actuarse la gratuidad:

«Recibir dinero por limosna puramente, está bien; recibirlo por


misas o confesiones, u otros ministerios, no se puede. Cuando
acaece que alguna persona, al tiempo que pide misas etc., ofrece
la limosna, se le puede decir, en cuanto a las misas, que se acep-
ta el asunto o no, como parecerá; pero de la limosna, que no se
acepta por cosas semejantes; pero la podrán hacer libremente,
cuando quieran, en otra ocasión. Y mejor sería que no se tomase
al tiempo que se acepta el asunto de decir las misas; pero si
acontece tomarla, habiendo primero avisado que no se acepta
nada por las misas etc. y replicando el otro que no las da por eso,
23
sino por pura limosna, no es cosa que se pueda reprender» .

La gratuidad de los ministerios es un «modo de proceder» que


los compañeros habían escogido desde sus primeras prácticas
apostólicas, pero que sólo se expresa en la última redacción de la
Fórmula del Instituto en 1550: «haciéndolas totalmente gratis, y sin
recibir ninguna remuneración por su trabajo, en nada de lo anterior-
mente dicho». La radicalidad con que las Constituciones la encare-
cen y la finura con que Ignacio se empeña en evitar toda especie
de avaricia, son, sin embargo, formulados a manera de memoria:
todos «se acuerden» que deben dar gratis, lo que gratis recibieron.
Se apela a suscitar en todos el recuerdo de una actitud que perte-
nece a lo más distintivo de la forma de seguimiento en la Com-
pañía de Jesús y de la que no se puede tornar atrás.
Más allá de las motivaciones que expresan las Constituciones,
está seguramente la experiencia fundante de Ignacio, a la que él
apelaba para explicar muchas cosas de la Compañía: «se respon-
derá con un negocio que pasó por mí en M a n r e s a » . Ignacio
Iglesias, S.J., aporta penetrantes consideraciones en torno a esa
experiencia de la gratuidad: no es «una modalidad más de la po-
breza... La gratuidad de ministerios es para Ignacio un derivado

2 3
MI, Epp., VI, 577.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 301

esencial de la evangelización como anuncio del Amor gratuito que


es Dios. No se puede evangelizar si no es extremando la gratuidad.
Y las posibilidades de extremarla son ilimitadas. Pero también las
de reducirla. Las restantes modalidades de pobreza «habitat, vesti-
do, alimentación, cuidado de la salud, medios de formación y traba-
jo...» tendrán también que medirse desde la evangelización, como
medios que sólo se justifican desde ella; pero en todo caso han de
dejar bien claro que no son "producto" de la evangelización, que es
24
absolutamente innegociable» . «Para Ignacio el "dad gratis lo que
gratis recibisteis" no es puro mandato moral, ni un criterio de estra-
tegia pastoral. Es ante todo un enunciado teológico fundamental,
que deriva del "Todo es gracia" ("todo es vuestro") de la contempla-
ción para alcanzar amor y que genera la voluntaria y generosa
indefensión del "disponed a toda vuestra voluntad", como la expre-
sión más profunda de la vida concebida esencialmente como rega-
lo. La de Dios y la del hombre. Por eso, porque para Ignacio la gra-
tuidad es el contenido sustancial de una auténtica evangelización,
ha de ser también su procedimiento esencial. Un procedimiento no
meramente formal, sino verdaderamente necesidad interior vital en
quien debe concebirse a sí mismo como receptor y transmisor, al
mismo tiempo, de un amor "que desciende de arriba" y que no le
pertenece ni en origen ni en destino. Tal es la hondura de esta gra-
tuidad, que habrá de tener su expresión y su aplicación más directa
dando cuerpo al "propósito" final que cohesiona vitalmente al gru-
25
po: la evangelización» .
La limosna, aceptada en aquella época como fuente de satis-
facción de las necesidades de subsistencia, como el comer, vestir,
atención a la salud, etc. merece una atención muy rápida en el
texto autógrafo. «Estén aparejados para mendigar ostiatim cuando
la obediencia o la necesidad lo pidiese. Y haya algunos o algunos
deputados para pedir limosnas de que se mantengan los de la
Compañía, y esto llanamente demandándolas por amor de Dios
26
nuestro S e ñ o r » .
Después de trazar las características y exigencias de una co-
munidad pobre, que renuncia incluso al legítimo derecho de recibir
estipendios por sus servicios, pero que acepta la ayuda generosa
de las personas entre quienes trabaja, las Constituciones esperan
que todos los compañeros estén preparados para pedir de puerta

2 4
«Predicar en pobreza o breve ensayo sobre la gratuidad en Ignacio de
Loyola», artículo publicado en Tradición ignaciana y solidaridad con los pobres,
5
colección Manresa n 4 , 1 0 4 .
2 5
«Predicar en pobreza»... 103.
2 6
Const, 569.
302 AMIGOS EN EL SEÑOR

en puerta, con toda sencillez, cuando la necesidad lo imponga, y


por amor de Dios nuestro Señor, «por cuyo servicio deben hacer
27
puramente todas c o s a s » .
Desde las primeras peregrinaciones los compañeros eran ins-
truidos sobre la forma de mendigar por el camino y en los pueblos
a donde llegaban. Con esas limosnas satisfacían a sus necesida-
des más urgentes y el resto lo distribuían entre los pobres. Re-
cordamos también que en Roma, particularmente durante el invier-
no de 1538, salían a pedir limosna, no sólo para su sustento sino
para compartirla con los pobres que recogían en su casa. Esta dis-
posición querían verla también en sus sucesores y por eso leemos
en el Examen General que se prescribe a los que entran, entre las
seis experiencias principales, la de peregrinar y mendigar:

«Tercera, peregrinando por otro mes sin dineros, antes a sus


tiempos pidiendo por las puertas por amor de Dios nuestro Señor,
porque se puedan avezar a mal comer y mal dormir. Asimismo
porque dejando toda su esperanza que podrían tener en dineros
o en otras cosas criadas, las ponga enteramente, con verdadera
28
fe y amor intenso, en su Criador y Señor...»

Aun en los colegios, donde para mayor tranquilidad y consagra-


ción a los estudios tienen rentas estables, se exige esta disposición
para mendigar. La «confianza y afición y esperanza [que] quería te-
ner en solo Dios» el peregrino que en Barcelona se disponía a em-
barcar para Jerusalén, y que lo llevó a los extremos de que «ha-
llándose en la playa con cinco o seis blancas de las que le habían
dado pidiendo por las puertas «porque de esta manera solía vivir»,
29
las dejó en un banco que halló allí junto a la p l a y a » , esa confian-
za en que Jesucristo los sustentará, permanece inconmovible, no
se desplaza hacia otros medios que puedan sustituir a la providen-
cia. Sólo que ha madurado con la experiencia y con los años. La
divina gracia pide cooperación de sus criaturas: «para nuestro
comer, vestir y calzar "cotidiano" no queremos tener renta, ni pose-
siones algunas, esperando en Dios nuestro Señor que él nos dará
por sus buenos instrumentos [por la generosidad de las personas]
30
cuanto hubiéremos menester» .

2 7
Examen, I, 4.
2 8
Examen, IV, 67. Los que pedían limosna por Roma debían responder, entre
otras cosas, a los que les preguntaran por qué lo hacían: «por imitar a nuestros
Padres, que así lo han hecho», MI, Epp., XII, 656.
2 9
Autob., n. 37.
3 0
MI, Const., I, p. 63, n. 28 (Fundación de casa).
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 303

Sin embargo, el mendigar, como todo lo demás, es algo que


debe regirse por el Principio y Fundamento: el tanto cuanto, la indi-
ferencia, y la pura intención del servicio divino. Requiere, ante todo,
una actitud humilde; de ahí que todos se deben «disponer», «estar
aparejados», para vencer todo amor propio y salir a pedir de puerta
en puerta. Por otra parte, está expuesto también a los excesos, por
la seguridad que pueden ofrecer las limosnas generosas y por la
inclinación a aficionarse a ellas. Hay que tener una actitud vigilante.
Mendigar era para Ignacio un recurso extraordinario. En el docu-
mento Fundación de Colegio, de 1541, encontramos ya una pre-
vención:

«Según mayor servicio de Dios nuestro Señor, y mayor quietud y


salud de nuestras conciencias, nos ha parecido que, si quisiése-
mos mendigar cada día (donde no tomamos ninguna cosa por
misas, por confesiones, por predicaciones, por lecciones ni por
otras cosas espirituales) para sustentar todas las cosas necesa-
rias para la casa, gastaríamos mucho tiempo en las cosas tempo-
rales, no teniendo tanto tiempo para las espirituales, y forsan se-
ríamos en alguna manera importunos o molestos a algunas per-
sonas.

Tomamos parte de las segundas religiones, es a saber, para


nuestro comer, vestir y calzar no tener cosa segura, porque la
abundancia de todo lo necesario, no nos haga ser perezosos
para trabajar in agro dominico, y que la pobreza nos haga des-
31
pertar para el mayor provecho y salud de las ánimas» .

También en la deliberación sobre la pobreza, anota Ignacio, en


favor de la limitación de la pobreza -teniendo renta-, estas dos razo-
a
nes: « 2 Teniendo, no serán así molestos ni desedificativos a otros
S
por pedir, mayormente siendo clérigos los que habían de pedir; 5 El
tiempo de demandar o buscar se podría predicar, confesar y darse a
» otras obras pías». Gongalves da Cámara recuerda lo que pensaba el
fundador poco antes de su muerte sobre el mendigar:

«Al Padre le parece bien que se pida limosna por prueba, y al prin-
cipio de la Compañía también le parecía bien, para que se supiese
que éramos pobres, pero no simplemente por mendigar; al contra-
rio, cree que este modo de sustentarse no es bueno para la
Compañía; y se ha introducido en Roma por debilidad e insistencia

3 1
MI, Const., I, pp. 63-64. Las primeras religiones son las de vida contemplati-
va; las segundas, las de vida mixta.
304 AMIGOS EN EL SEÑOR

de los administradores. El Padre tiene intención de quitarlo lo más


32
pronto que pueda; y quiere que se lo recuerde cada m e s » .

Pobreza personal y vida común en lo exterior

Sobre el modo como cada uno ha de vivir su profesión de po-


breza en el seno de la comunidad, se dan normas concisas para
una praxis que no sea una vivencia personal aislada de los demás,
sino compartida entre quienes han puesto todo en común para
dedicarse al servicio de Dios en la Compañía.

1. «No se puede tener cosa propia en casa, ni fuera de ella en


manos de otro, contentándose cada uno de lo que le fuere dado del
común para su uso necesario o conveniente, sin superfluidad algu-
3 3
na» .
La pobreza personal es constitutiva de la vida común de la
Compañía. Si ella depende para su sustento de la generosidad de
los bienhechores, los miembros a su vez dependen de la comuni-
dad, que proveerá a cada uno lo necesario, sin superfluidades, es
decir, como comunidad pobre; y no de manera uniforme, sino de
acuerdo a las necesidades diversas de sus miembros.
En la historia del voto de pobreza en la vida religiosa, éste se
concibió originalmente como una práctica de la vida en común.
«Slne proprio vivere», «nihil proprium habere», es la manera como
se expresa la pobreza religiosa en los siglos XII y XIII. La expresión
de «pobreza», como objeto de voto de religión, es la más tardía de
la tríada «pobreza, castidad y obediencia». Entre los canónigos de
Santa Genoveva de París, por los años 1148 se encuentra este
ejemplo: «en la profesión que hicimos nosotros, prometimos tres
cosas, como bien sabéis: castidad, comunión, obediencia», donde
el término «comunión» expresa la práctica esencial de la vida co-
mún como forma propia de la pobreza inspirada en la regla de San
34
Agustín .

3 2
Memorial, n. 253. Goncalves explica «este modo de sustentarse»: el que
usan ordinariamente los frailes de San Francisco. «íbamos con nuestro saco a cues-
tas por las calles de Roma, llamando a las puertas y diciendo en cada una con voz
tan alta que pudiera oírse en toda una casa de tres o cuatro pisos: "Dadme una
limosna, por amor de Dios, para la Compañía de Jesús"». Existe una instrucción de
1554 sobre el modo de mendigar en Roma, ver MI, epp., XII, 656-657.
3 3
Const., 570.
3 4
Sobre este tema ver ANTOINE DELCHARD, S.J. «Histoire du voeu de pauvreté»,
De Pelgrim, Leuven, 1961.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 305

En la Compañía, mucho antes de corcretarse en la forma de


un voto religioso, los compañeros abrazaron la pobreza como una
práctica marcadamente comunitaria. En 1534 hicieron juntos un
voto de pobreza que no los obligaba hasta que terminaran sus
estudios. Un voto privado que materializaba la determinación per-
sonal de cada uno y de todos en común, de seguir a Jesucristo
pobre y humilde, enviado a traer la buena nueva a los pobres. Y
mientras vivieron en París, su vida común en lo exterior con los
demás estudiantes, manifestaba su pobreza en un generoso com-
partir todos sus bienes materiales, sus talentos y sus dones espiri-
tuales. En este contexto habría que leer el artículo de las Cons-
tituciones que comentamos.

2. Los que son enviados en misión no podrán pedir viático, se


presentarán liberalmente al Papa o al superior para saber en qué
modo quieren que vayan, «es a saber, a pie o a caballo, con dine-
ros o sin ellos. Y estén aparejados con efecto para hacer aquello
que juzgare quien los envía ser más conveniente y para mayor edi-
ficación universal».
Vuelve a tomarse la pobreza en su esencial relación apostólica,
como queda dicho en la Parte séptima; relación que une, en un
compañero de Jesús recibido para servicio de la Iglesia bajo el
Pontífice, la pobreza de vida y la obediencia misional. La disponibi-
lidad e indiferencia para la misión hacen del jesuíta una persona
dispuesta a vivir la pobreza más estrecha o más suavemente de
acuerdo a las circunstancias diversas de cada misión. Como Pablo,
estará preparado para vivir en la pobreza y también para vivir en la
abundancia, haciendo frente a cualquier situación, lo mismo a estar
satisfecho que a tener hambre, a tener de sobra o a no tener nada,
35
con la gracia de Jesucristo que lo fortalece .
Aunque, en el más genuino espíritu de los Ejercicios, se sentirá
más pleno «en lo que a su persona y estado de casa toca, cuanto
sl más se cercenare y disminuyere y cuanto más se acercare a nues-
tro sumo pontífice, dechado y regla nuestra, que es Cristo nuestro
36
S e ñ o r » , sus mismos deseos personales se sujetan al servicio a
las exigencias del Reino y su justicia. El P. Kolvenbach, en una
conferencia a los jesuitas de la universidad de Fordham, llamaba a
esta clase de indiferencia tensiones del carisma: «Hay realmente
- y debe haber- tensiones en la Compañía; me refiero a las tensio-
nes que brotan dentro de nuestra espiritualidad y vocación de jesui-

3 5
Ver Flp. 4, 11-14.
3 6
EE., 344.
306 AMIGOS EN EL SEÑOR

tas... Hombres de la Encarnación, tal como quiere san Ignacio que


seamos, deberíamos soportar las tensiones de la Encarnación. Y
así, en la segunda semana de Ejercicios, inmediatamente nos pre-
senta la tensión de nuestra propia vida, cuando por una parte pedi-
mos suma pobreza espiritual, y por otra parte decimos al Señor:
"ahora, la forma de cumplir este deseo, es cosa tuya", y cada año
en Ejercicios nos planteamos esta tensión. Esto es lo que sucedió
en Montmartre, cuando Ignacio y sus compañeros decidieron entre-
garlo todo, pero al mismo tiempo mantuvieron tenso su espíritu
apostólico ante la realidad de que no todo se puede actuar aquí y
ahora; y así vivieron conforme a un ideal que ellos se habían repe-
tidamente cuestionado, ideal que habían repetidamente revisado,
37
en la tensión que les había infundido el carisma ignaclano» .

3. «No se tendrá en Casas de la Compañía cabalgadura ningu-


na por ordinario para alguno de la Compañía misma, Prepósito o
38
s u b d i t o » . Los viajes, como los instrumentos de trabajo, son me-
dios para el servicio y su empleo debe ser el que corresponde a los
seguidores de Jesús pobre y humilde; excluyendo, por lo tanto, lo
que desdiga de la sencillez y de la austeridad y mirando siempre a
la situación concreta, especificada por la importancia de los nego-
cios, o por enfermedad. En tales casos, «más se debe mirar al bien
universal y a la salud de los Individuos que al tiempo limitado o per-
petuo, y más que al andar en sus pies o en ajenos, mirando siem-
pre a la necesidad y honestidad, y en ninguna manera a apariencia
39
alguna» .

4. «Asimismo el vestir tenga tres partes: una que sea honesto;


otra que se acomode al uso de la tierra donde se vive; otra que no
contradiga a la profesión de la pobreza, como sería trayendo seda
o paños finos que no deben usarse, porque en todo se guarde la
40
humildad y bajeza debida a mayor gloria divina» .
Un párrafo denso y corto compendia las normas que las consti-
tuciones de 1541 habían pormenorizado en doce artículos de sabor
algo conventual. La inspiración, sin embargo, viene de ellas; y
aquella primera legislación trató de codificar lo que era la vida real
de los primeros compañeros. Llama la atención que no se determi-
na nada uniforme; por el contrario, en la Declaración M, se han pre-

3 7
En Información, S.J., Madrid, 95 (1985) 11-12.
3 8
Const., 575.
3 9
Const., 576.
4 0
Const., 577.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 307

visto situaciones particulares muy concretas y se recomienda con-


siderar «que no tienen todos iguales fuerzas naturales, ni les acom-
paña la salud corporal ni edad conveniente para ella. Y así, según
el mayor bien particular de las tales personas y el bien universal de
otras muchas, se debe mirar y proveer como se pudiera a mayor
gloria divina».
Las razones para no tener hábito las explicó la Compañía en un
texto preparado para contestar a la Universidad de París, que nos
puede servir en este momento, adelantándonos a los que volvere-
mos luego.

«Por Instituto tenemos vestido común con los sacerdotes de las


regiones donde vivimos; pero hemos de tener cuenta con la
honestidad y pobreza, y así lo hacemos; de donde fácilmente
somos reconocidos también por un vestido común, que es señal
y defensa de nuestra profesión. Y con el ejemplo ayudamos a
otros sacerdotes más espléndidamente vestidos.

Los regulares antiguamente solían usar esta manera de vestir; en


estos tiempos, cuando muchos y particularmente los herejes,
detestan el hábito monacal, los religiosos que son enviados a
veces por la Sede Apostólica a Alemania, en compañía de los
nuncios, deben ocultar o dejar el hábito monástico. ¿Por qué,
pues, se nos reprende, si nosotros, queriendo ayudar también a
las almas de los heréticos, llevamos por instituto un vestido co-
mún y simple, que a ellos los edifique?

Muchos hombres sapientísimos han aprobado el que portemos


un vestido común y honesto, y que nos esforcemos por hacernos
41
todo a todos aun en el vestir, para ganarlos a todos» .

Esta manera de razonar nos lleva espontáneamente a las deli-


beraciones de 1539, cuando los compañeros se propusieron entre
sí el problema del desprestigio de las órdenes religiosas de su
tiempo, como una objeción a que su compañía se convirtiera en
i 1
una de ellas. Para Ignacio, por lo demás, el hábito era un asunto de
menor monta. Gongalves da Cámara, queriendo saber los menores
detalles sobre la Compañía, lo abordó un día: «Pregunté al Padre
qué motivo había tenido para no tener hábito. R.: Yo al principio
andaba en penitencias, y traía hábito diferente: los jueces me han
mandado que me vistiese a lo ordinario y común; yo tomé de aquí
esta devoción; pues me lo mandan, lo quiero así hacer; porque el
42
hábito poco importa» .

4 1
MI, Epp. XII, 617. \
4 2
Memorial, n.136.
308 AMIGOS EN EL SEÑOR

Algunas cartas e instrucciones dan a entender que se estilaba


ya una manera común aunque no uniforme de vestir en la Com-
pañía. No es raro encontramos con expresiones como éstas: «ves-
tir como los otros», «que no se vista al modo de los nuestros»,
43
«que vaya vestido de otra manera que los de la Compañía», e t c .
Parece que el traje se miraba como un signo de incorporación a la
«común habitación». Los candidatos ordinariamente continuaban
usando la ropa que traían a la Compañía. Los vestidos de los novi-
cios eran pobres, para mayor humildad, aprovechamiento espiritual
y afición a la pobreza; «durante este tiempo de dos años -dice el
E x a m e n - en el cual no se toma hábito alguno determinado de la
Compañía... estará en la discreción del que tiene cuidado de la
casa si les dejará andar con sus mismas vestiduras que trajeron
del século, o se las hará mudar; o cuando se rasgasen, les dará
otras más convenientes a lo que ellos han menester para ayudar-
44
se, y a lo que la casa para ayudarse de e l l o s » . Los escolares,
como antes los primeros compañeros, portaban el traje común a
los demás estudiantes de su tiempo. SI algo común los identificaba,
era la norma de las Constituciones: simplicidad, honestidad y po-
breza.
Un comentario de Nadal llama la atención porque, con gran
ingenuidad, nos permite ver hasta dónde había calado el deseo de
imitar en todo a la comunidad de Jesús y sus apóstoles:

«Tomamos de los presbíteros el vestido común, para mayor facili-


dad en el trato con el prójimo; también para humildad nuestra,
que queremos ser religiosos, no aparecerlo «aunque el hábito
sea útil y santo para otros religiosos»; además, para imitación de
Cristo y los apóstoles, de los cuales creemos fue recibido este
vestido común. No vistieron los apóstoles el hábito de los mon-
jes... de la tradición y uso de la Iglesia romana hemos recibido
que no usaban los apóstoles un vestido diverso del que usan los
45
prelados y clérigos en Roma» .

Nuestra vida es común en lo exterior por justos respectos

En los demás aspectos de la vida ordinaria, las Constituciones


trazan un género de vida común en lo exterior, mirando siempre al
mayor servicio divino:

4 3
Ver, por ejemplo, MI, Epp., I, 175; III, 733; IV, 42; V , 9 1 ; VI, 6 8 1 ; VII, 38; IX,
26; XII, 67.
4 4
Examen, 18-19.
4 5
Annot. in Exam., Nadal, V, 173; Annot. in Const., Nadal, V, 126.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 309

«En lo demás la vida es común en lo exterior por justos respec-


tos, mirando siempre al mayor servicio divino. Ni tiene algunas
ordinarias penitencias o asperezas que por obligación se hayan
de usar; pero puédense tomar las que a cada uno pareciese con
aprobación del superior que más le han de ayudar en su espíritu,
46
y las que por el mismo fin los superiores podrán imponerles» .

«En lo que para el comer, dormir y uso de las demás cosas nece-
sarias o convenientes a la vida toca, aunque será común y no
diferente de lo que al médico de la tierra donde se vive parecerá,
en manera que lo que de aquí quitare cada uno sea por devoción
y no por obligación, se haya miramiento a la bajeza, pobreza y
espiritual edificación, que siempre debemos tener ante los ojos
47
en el Señor nuestro» .

En las deliberaciones de París, en 1534, los primeros decidieron


que no cambiarían en nada su vida exterior; seguirían portándose
como los demás estudiantes de su entorno. Ahora la Compañía
adopta un modo de vida semejante al de los «honestos sacerdotes»
del lugar donde se vive. No se imponen oraciones, meditaciones ni
austeridades comunes, propias de otros institutos religiosos. Lo que
cada uno corte o agregue, será por devoción, fruto de un discerni-
miento consultado con el superior o el confesor en los casos más
complejos: «/o que la discreta caridad dictare». Polanco lo anuncia
en 1550 a Juan Bautista Viola: «Las Constituciones, no tan presto las
esperen; pero ya escribí que en las cosas externas habrá poco que
48
esperarlas: que se acomode a la tierra» .
Para el monje, la comunidad es el centro de su vida cotidiana,
donde realiza su ideal personal de santificación. A través de la
comunidad, con la oración, el canto y la liturgia, encuentra a toda la
Iglesia, trascendiendo los muros de su monasterio. Esa es la forma
peculiar de su presencia en el mundo, necesaria por lo demás a
todo el pueblo cristiano. Su género de vida está en razón de su
n comunidad; su prójimo inmediato es el hermano con quien se cruza
en el jardín del monasterio y que encuentra en el coro o en el ca-
pítulo; viviendo con él, es invitado a vivir como él. El jesuíta, en cam-
bio, está llamado a «conversar» con toda clase de personas, a vivir
en medio de ellas. Su comunidad concreta de cada día desborda los
límites de la casa donde vive: es también la gente con quien trabaja;

4 6
Examen, 8.
4 7
Const., 580.
4 8
MI, Epp., 111,41.
310 AMIGOS EN EL SEÑOR

y su estilo de vida se acerca a esa comunidad para ayudar a edifi-


carla. Nadal y Manare se expresan con admirable propiedad:

«Este modo aparece para nosotros como el más apropiado de


todos, especialmente porque estamos en común conversación
con otros para ganarlos a Cristo. Se asustarían los hombres y no
se harían familiares a nosotros, si en los vestidos, comidas y
otras cosas, nos vieran alejados de la común manera de ser: por-
que así como la similitud concilla la amistad y la familiaridad, la
49
disimilitud la disuelve» .

a
« 1 [razón para la vida común]: para tener más acceso a todo
género de personas, al clero, a los monjes, a los nobles, a los
ciudadanos, a los rústicos... con los laicos convenimos, y con los
hombres de todas condiciones, en un modo común de conver-
sar... según el ejemplo de Cristo y de los apóstoles, cuya comida
y vestido era común; y el mismo Cristo llevó una vida común para
50
comunicar su divina doctrina a todos los hombres» .

Sin embargo, algo común identifica a todos: el seguimiento de


Cristo pobre, en un tenor de vida personal y comunitaria simple y
discreto, que quiere servir con humildad y sencillez a todos, espe-
cialmente a los pobres.
Hay que tener siempre ante los ojos en el Señor, dicen las
Constituciones, «la bajeza, pobreza y espiritual edificación». Como
discípulos de Jesucristo, que «se abajó», renunciando a lo que era
51
suyo y se presentó como un hombre cualquiera , este «abajarse»
de su mínima Compañía es uno de los rasgos más entrañablemen-
te queridos del seguimiento. Y es herencia de Ignacio, el peregrino,
que entre el 24 y 25 de marzo de 1522, después de haber velado
sus armas durante toda la vigilia de la Anunciación delante del altar
de nuestra Señora, «despojándose de todos sus vestidos», los dio
a un pobre lo más secretamente que pudo, tomó el humilde ropaje
que había deseado y, «en amaneciendo se partió por no ser cono-
cido, y se fue, no el camino derecho de Barcelona, donde hallaría
muchos que le conociesen y le honrasen, mas desvióse a un pue-
52
blo, que se dice M a n r e s a » .
En verdad, el estilo de vida común en lo exterior no fue una ori-
ginalidad de la Compañía. Los clérigos regulares en el siglo XVI lo

4 9
Nadal, V, Exhort. In Hispania, p. 60 (n. 52), Ver Annot. in exam., Nadal, V,
pp. 164-168.
5 0
Oliverio Manare, Exhortationes super Institutum, 409.
5 1
Ver Flp, 2, 5ss.
5 2
Autob., n. 18.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 311

habían adoptado antes. Pero ella avanzaría ampliándolo aún más


para responder coherentemente a las exigencias de la misión
apostólica.
Los Teatinos y los Barnabitas hicieron su aparición en la Iglesia
bajo la forma religiosa de clérigos regulares. Fue san Cayetano de
Thienne quien tomó la iniciativa de constituir una comunidad de
sacerdotes reformados, religiosos, que con su ejemplo de santidad
contribuyeran a la reforma del clero y al reflorecimiento de la vida
religiosa. Fundados en 1524 y confirmados en 1533, los teatinos
configuraron una comunidad no inspirada en el monaquismo, que
se contentaba con adoptar en las cosas exteriores la medida de los
sacerdotes honestos de la región donde vivían. Por sacerdotes
honestos entendían, no simplemente clérigos de sanas costum-
bres, sino personas que positivamente se empeñaban en romper
con la vida mundanizante de su tiempo. La «honestas clericalis»
consistía en la tonsura, los movimientos del cuerpo, los vestidos
sencillos, la buena compañía, la habitación decente, el rechazo de
juegos de azar y diversión en las tabernas. Eran sacerdotes pobres
53
y apostólicos .
El proyecto que se trazaban los teatinos consistía en el fiel
cumplimiento del ministerio sacerdotal, que incluía las ceremonias
litúrgicas y el rezo del breviario; por eso no renunciaban al coro ni a
los oficios con cantos. El trabajo consistía en el servicio que un
sacerdote presta ordinariamente en su parroquia: administración de
los sacramentos, predicación, atención de enfermos y moribundos.
La perspectiva de «misión» no se contemplaba. Por contraste con
los clérigos que derrochaban su tiempo charlando por las calles y
las plazas, preferían consagrarse en casa a la oración y al estudio.
Los barnabitas, o clérigos regulares de San Pablo, tuvieron por
fundador a san Antonio María Zacearía y fueron aprobados en
1533. Su línea de inspiración era muy semejante a la de los teati-
nos, con el aspecto apostólico quizá más acentuado. Ambas Bulas
t de aprobación los definen con términos idénticos como congrega-
ciones que, bajo el sólito vestido clerical, «in unum habitantes et in
communi viventes», quieren dedicarse a una vida píamente sacer-
dotal, predicando la palabra divina, oyendo confesiones, estudian-

5 3
Ver MICHEL DORTEL-CLAUDOT, S.J., Le gente de vie extérieure des Cleros
réguliers et de la Compagnie de Jésus: Ratio vivendi communis honestorum sacer-
dotum, disertación inédita en la Universidad Gregoriana, 1966, pp. 179ss.; Atoóte de
vie et pauvreté de la Compagnie de Jésus, Centrum Ignatianum, CIS, Recherches,
4, Roma; JOSÉ LUIS DE URRUTIA, S.J., «Régimen de las Ordenes Religiosas a media-
dos del siglo XVI y aportación de san Ignacio», Miscelánea Comillas, 36 (1961) 93-
142; Nadal, V, Annot.in.exam., Curvita exterior communis in Societate, pp. 164-168.
312 AMIGOS EN EL SEÑOR

do la teología y los cánones sagrados, para provecho propio y de


54
las a l m a s . Las constituciones de unos y otros conservan muchos
elementos monacales; su esquema recuerda las reglas de monas-
terios y abadías; el primer capítulo, por ejemplo, está dedicado al
oficio divino y al culto, por donde comenzaban las reglas monásti-
cas de la época; tenían penitencias de regla; ayuno en ciertos tiem-
pos del año, abstinencia algunos días de la semana, capítulo de
culpas, etc.
San Ignacio había conocido a los teatinos a su paso por Ve-
necia en 1536, como queda dicho, y se había impresionado por su
forma de vida en un momento en el que su pequeña compañía aún
55
no tenía proyectos de constituirse en orden religiosa . Cuánto pu-
dieron Influir en la forma posteriormente adoptada por la Compa-
ñía, es difícil calcularlo. Lo cierto es que ella escogió este género
de vida común en lo exterior porque se ajustaba muy apropiada-
mente a sus exigencias apostólicas y la aplicó en sus consecuen-
cias al estilo de sus misiones itinerantes. Esto constituyó una ver-
dadera novedad en la historia de la vida religiosa. El coro fue supri-
mido, lo mismo que los oficios y misas con cantos; la actividad
apostólica se extendió a salir en busca del prójimo donde pudiera
encontrarse; se tomaron determinaciones innovadoras sobre el
hábito, la oración y las penitencias. Pero no hay que admirarse si
quedaron algunos residuos de sabor monástico. El peso de la tradi-
ción y el escándalo que en muchos suscitó la Orden naciente,
puede ser una explicación satisfactoria. Ignacio y sus compañeros
eran al fin de cuentas hombres de su tiempo. Pero lo Importante es
que dieron pasos extraordinarios para la época, inspirados por el
propósito de cumplir un sen/icio apostólico más amplio.
El P. José Luis de Urrutia, en su ensayo sobre el régimen de
las órdenes religiosas a mediados del siglo XVI, describe lo que
Incorporó y lo que Innovó San Ignacio en su obra. La gran propie-
dad con que el autor logra esta síntesis merece que la consigne-
mos aquí en sus principales puntos:
«En el desarrollo de las religiones, la Compañía de Jesús esta-
blece la frontera entre la concepción medieval y las ideas moder-
nas. Aquella es apartarse del mundo, santificarse por la contempla-
ción, las penitencias y austeridades de regla, la rigidez de los vo-
tos, la vida conventual. Los monjes alemanes introducen el aposto-
lado, pero eso es "per accldens", y en la regla benedictina no se

5 4
Ver Bullarium Romanum, t.VI (1522-1555).
5 5
Ver PEDRO de LETURIA, S.J., « A las fuentes de la romanidad de la Compañía
de Jesús», en Estudios Ignacianos, I, 239-256.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 313

encuentra. Los mendicantes se entregan a la predicación, pero


yuxtaponiéndola como un apéndice a la contemplación, su ascética
es todavía monacal.
San Ignacio, determinándolo en una legislación concreta y aca-
bada, busca la santidad por otros medios, sin vida conventual, sin
austeridades de regla, sin el coro y el retiro que todavía conserva-
ban los teatinos, con una movilidad hasta entonces desconocida,
acentuando en contraposición la formación personal, la obediencia,
la dependencia de los superiores y la organización en un conjunto
plenamente original y totalmente diverso a las concepciones ante-
riores. Parte integrante de él son los nuevos votos públicos, pero
no solemnes, el grado de escolares verdaderos religiosos, aunque
en un estadio preparatorio. Noviciado de dos años en casas espe-
ciales, con pruebas del mes de Ejercicios, hospitales, peregrina-
ción, etc. Tercera probación. Pobreza doble, una para los colegios,
otra para las casas. Gobierno centralizado... todo original, desde la
interpretación fundacional de clérigos regulares móviles, hasta los
últimos detalles enumerados. Elementos estos constitucionales que
son medios perfectamente adecuados para conseguir lo más
importante, la gran innovación de la Compañía, su fin al cual supe-
dita todo lo demás: el máximo apostolado a las órdenes inmediatas
56
del P a p a » .

No usarán los nuestros tener Coro

Si recordamos las vicisitudes que pasó la aprobación de este


punto en la elaboración de la Bula de confirmación y la concisión a
la que quedó reducido el largo párrafo del proyecto de los Cinco
Capítulos, será fácil comprender que se ha llegado por fin a una
redacción intermedia pero satisfactoria y bien puntualizada. Se
ofrecen las razones escuetamente, sin la preocupación de la Prima
Summa Instituti, que se alargaba innecesariamente en alabar órga-
nos y ritos con cantos antes de atreverse a decir que no eran, con
todo, propios del carisma de la nueva congregación. Además, que-
da suficientemente claro que lo que se excluye es la obligación del
coro, misas y oficios cantados, pero que la comunidad puede, con
libertad apostólica, usar esos medios cuando y donde estime que
ayudan para la edificación del pueblo de Dios.
El texto autógrafo introduce pequeñas modificaciones más bien
para reforzar los motivos:

5 6
«Régimen de las Ordenes religiosas a mediados del siglo XVI y aportación
de San Ignacio», Miscelánea Comillas, 36 (1961) 140-141.
314 AMIGOS EN EL SEÑOR

«Porque las ocupaciones que para ayuda de las ánimas se to-


man son de sumo momento>y propias de nuestro Instituto y muy
frecuentes, y por otra parte, siendo tanto incierta nuestra residen-
cia en un lugar y en otro, no usarán los nuestros tener coro de
horas canónicas ni decir las misas y oficios cantados; pues no fal-
tará a quien tuviese devoción de oírlos, donde pueda satis-
facerse. Y por los nuestros es bien se traten las cosas más pro-
57
pias de nuestra vocación a gloria de Dios nuestro Señor .

Las excepciones pasan a una Declaración, para permitir que si


en algunas casas o colegios se juzga conveniente para mover al
pueblo a frecuentar las confesiones, sermones y lecciones, se pue-
den tener las vísperas, pero sin canto de órgano ni canto llano, sino
en un tono devoto, suave y simple.
No usa, pues, la Compañía, como práctica ordinaria, coro ni ofi-
cio cantado, ni siquiera en las residencias más estables que po-
drían hacerlo si la única excusa es la incierta residencia. Las ocu-
paciones más propias de su vocación, es decir, el servicio divino y
ayuda de las ánimas según la Fórmula del Instituto, requieren la
libertad de obligaciones que retendrían a los operarios en su comu-
nidad, con perjuicio de aquellas tareas que son la razón de ser de
su carisma.
Fue necesario justificar una y otra vez esta novedad porque
suscitaba incomprensión en muchos sectores. El teólogo Domingo
Soto, -citado por Astráin-, en su tratado De Justltia et Jure, emite
una opinión muy severa: «Hablo de los regulares antiguos, porque
si se formase alguna Orden religiosa sin esta obligación, segura-
mente que apenas merecería el nombre de religión, ya que carece-
58
ría del esplendor principal de las órdenes religiosas» .
Tuvo que padecer también la Compañía las aterradoras acusa-
ciones contenidas en la sentencia de la facultad de teología de la
Sorbona, el Alma Mater de Ignacio, en 1554, que la condenaba
como una Orden intrusa, que excluía las abstinencias, las ceremo-
nias y la austeridad, peligrosa en materia de fe, perturbadora de la
paz de la Iglesia, destructora de la profesión monástica, y muchas
cosas más:

«Esta nueva Compañía, vindicando para sí el título insólito del


nombre de Jesús... no tiene ninguna diferencia con los sacerdo-
tes seculares en el hábito exterior y tonsura, en el decir las horas

5 7
Const., 586.
5 8
Ver ANTONIO ASTRAIN, S . J . , Historia de la Compañía de Jesús en la Asis-
tencia de España, t.1,1.1 c.XI, 184.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 315

canónicas en privado... en la clausura y silencio, y otras varias


leyes y ceremonias con las cuales se distingue y conserva el
estado de las religiones; tiene tantos y tan variados privilegios,
indultos y libertades, particularmente en la administración de los
sacramentos de la penitencia y eucaristía... va en perjuicio de
otras religiones y parece violar la honestidad de la religión mo-
nástica; enerva el pío y muy necesario ejercicio de abstinencias,
ceremonias y austeridades; más aún, da ocasión de apostatar a
las demás religiones... así, bien pensadas y examinadas estas y
otras cosas, parece que esta Compañía es peligrosa en el nego-
cio de la fe, perturbadora de la paz de la Iglesia, eversiva de la
religión monástica, y hecha más para destrucción que para edifi-
59
cación .

En aquella ocasión se preparó un texto con cinco razones prin-


cipales para justificar su opción con respecto al coro:

1. «Aunque alabamos el canto en otros... sin embargo, como


esta parte del culto de Dios tiene suficiente vigor en la Iglesia,
no nos ha llamado Dios a ella, sino a otros oficios, que siendo
más necesarios y de mayor importancia, no son hechos por
otros...

2. Hay tres clases de personas en nuestra Compañía: los que


emiten profesión, los coadjutores, los escolares. Los profesos
no pueden permanecer detenidos para tener coro, parte por
sus ocupaciones de predicar, enseñar y oír confesiones; parte
porque deben estar siempre listos para ser enviados a misio-
nes de la Sede Apostólica, entre fieles e infieles. Los coadju-
tores y escolares, se ocupan en los ministerios necesarios y
en los estudios, y por eso tampoco pueden tener coro fijo.
Piénsese que aun los religiosos que tienen coro suelen dis-
pensar a esta clase de personas para que no asistan.

* 3. Para conservar los oficios más importantes y más útiles de


nuestra Compañía para ayudar a la salud de las ánimas,
como son predicar, enseñar, oír confesiones y practicar otras
obras de misericordia espirituales y corporales, conviene no
señalarnos en el coro y en el canto.

4. Hombres graves y prestantes de otras religiones, enseña-


dos por su propia experiencia, alaban muchísimo que la
Compañía no tenga coro.

5 9
MI, Epp., XII, 614-629. Original latino.
316 AMIGOS EN EL SEÑOR

5. Podría bastar la aprobación que tenemos de tres pontífices,


60
en esto y en otras cosas de nuestro Instituto» .

Ribadeneira y Goncalves da Cámara recuerdan cuánto le gus-


taban a Ignacio el canto del coro y las demás ceremonias litúrgicas
61
y en qué grado le ayudaban para elevarse a D i o s . En una oca-
sión le contó a Ribadeneira que había entrado en la Iglesia de san
José, el día de su fiesta de 1544 y había sentido gran consolación
con la música que se entonaba; y añadió estas palabras: «si yo
siguiese mi gusto y mis inclinaciones pondría coro en la Compañía;
mas dejólo de hacer porque Dios nuestro Señor me ha dado a en-
tender que no es ésta su voluntad, ni se quiere servir de nosotros
62
en coro, sino en otras cosas de su s e r v i c i o » . Desde Manresa
«oía cada día la misa mayor y las vísperas y completas, todo can-
63
tado, sintiendo en ello grande consolación» . Hombre de su tiem-
po, en las reglas para sentir en la Iglesia militante, alaba «cantos,
salmos y largas oraciones en la iglesia y fuera de ella; asimismo
horas ordenadas a tiempo destinado para todo oficio divino y para
64
toda oración y todas horas canónicas» . Rezaba personalmente
las letanías de los santos, y otras devociones. Pero así como un
día en Manresa se cortó las uñas y retomó el cuidado de su cabe-
llo, abandonando aquellos extremos «después que empezó a ser
consolado por Dios y vio el fruto que hacía en las personas conver-
sando con ellas», no de otra manera, después de «aquel negocio
que pasó por él en Manresa», la consolación de Dios lo guiaba
para modelar a su Compañía, no según sus deseos personales,
sino de acuerdo a lo que sentía ser mayor servicio divino y más
ayuda del prójimo.
Confirmado a través del discernimiento sobre lo que convenía o
no para la Orden, tomaba firmemente sus decisiones y las exigía
con rigor, a veces excesivo. En cierta ocasión el propio Luis Gon-
calves recibió una reprimenda porque rezaba con un compañero
por el jardín y los amenazó si seguían haciéndolo: «no nos dio la
reprensión por rezar en la huerta, sino porque parecía que cantá-

6 0
«Compendio de lo que se puede responder al decreto de la sagrada facultad
de teología parisiense» (a cada uno de los capítulos de la acusación), MI, Epp., XII,
618-619.
6 1
Ver Memorial» nn. 177, 325 y FN, I, 636, 712; ver también artículo de Alberto
Gutiérrez, S.J., «San Ignacio de Loyola y la música, Apuntes Ignacianos», Centro
Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE), Bogotá, 17 (1996) 49-60.
6 2
FN, II, 337.
6 3
Autob., n. 20.
6 4
EE., 355.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 317

65
barrios como frailes» . Otro asunto acaecido en Viena le pareció
muy grave: la Compañía había recibido una antigua iglesia de car-
melitas, con culto. Comenzaron a cantar los nuestros en la misa del
domingo, a la que respondían algunos desde el coro superior; los
escolares entonaban los maitines y las vísperas del oficio de nues-
tra Señora. Primero les llegó una carta de Polanco:

«Acerca de la misa que se canta, los maitines, etc., pienso habrá


V.R. recibido el capítulo de nuestras constituciones, que le fue
enviado sobre esta materia. En cuanto se podrá, sería bien aten-
der a la uniformidad; pero para no hacer violencia notable a la
costumbre de esa iglesia, se condesciende, no ordenando expre-
samente a V.R. que en todo se conforme con los otros colegios;
más bien quisiéramos, en cuanto se puede, que se restringiese
66
en cosas símiles» .

No quedó nada satisfecho Ignacio con lo que había escrito Po-


lanco; ocho días después salía de Roma una nueva carta:

«Viendo N.P. lo que se escribe a V.R. sobre los cantos y órgano,


le pareció no haberse dicho suficiente; porque la introducción de
tales ritos y costumbres tan diversos de aquellos que usa la
Compañía nuestra, le parece no ser cosa tanto ligera o poco
importante, que debiese usarla V.R. sin avisarlo. Y tanto peor es,
porque hubiese sido mejor no comenzarlo, que interrumpir esa
usanza; lo cual es necesario a fin de que no se vea de tantos
colores nuestra Compañía, que no la reconociese en una parte
quien la ha conocido en otra.

Me recomendó, pues, que yo diese a V.R. una penitencia que le


durase por un mes; y ésta será que cada día se acuse delante de
Dios nuestro Señor de ésta su culpa, y pida espíritu de unión y
conformidad total con la Compañía universal... en segundo lugar
ordena S.P. que se quite inmediatamente todo esto del cantar
misas y maitines, etc., y se acomode al nuestro proceder, o si no
parecerá conveniente que se quite todo de un golpe, que poco a
poco se vaya quitando cada cosa, en manera que en término de
67
tres meses, y a lo más largo de seis, sea quitado t o d o » .

Conocemos muy bien la libertad que se permitía a las diversas


comunidades y personas para adaptarse a las cambiantes regiones
y costumbres, pero en aquellas cosas que caracterizan el modo

6 5
Memorial, n.373.
6 6
MI, Epp., VIII, 68.
6 7
MI, Epp., VIII, 117-118.
318 AMIGOS EN EL SEÑOR

propio de ser de la Compañía, Ignacio era Inflexible: en eso, exigía


espíritu de unión y conformidad total con la Compañía universal, de
tal modo que ella pudiera ser reconocida dondequiera por sus
notas esenciales.

¿Oración común en la Compañía?

A manera de apéndice al tema del coro, queremos preguntar-


nos qué pensaba san Ignacio sobre la oración en común, las leta-
nías y otras prácticas comunitarias de piedad en la Compañía.
No se dice nada en las Constituciones sobre oraciones en
común. A pesar de que trata sobre los deberes de profesos y coad-
jutores para consigo mismos, la Parte sexta tiene también un enfo-
que definidamente apostólico y no considera ninguna práctica de
vida comunitaria al Interior de las diversas comunidades de la Com-
pañía. La exclusión del coro, por ejemplo, se mira desde el punto
de vista del servicio apostólico y no como una devoción comunita-
ria. Aun la vida común en lo exterior se proyecta más hacia la voca-
ción de la Compañía de conversar con el prójimo. Ningún sitio más
apropiado para hablar de la comunidad como medio de santifica-
ción, como apoyo para la vida espiritual de los jesuitas, que la
Parte sexta; y, sin embargo, no fue objeto de particular atención en
el momento de legislar. Quizás se dejó, como otros temas, para
incluirlo en las reglas. Esta ausencia de un programa de vida espiri-
tual, personal o común, es ya un indicio de que al escribir las
Constituciones, el interés se enfocaba definitivamente hacia afuera.
La vida espiritual del jesuita, como instrumento de Dios que es él,
para el servicio de los hombres.
Creemos, por lo demás, que las mismas razones que se exhi-
ben para excluir el coro y los oficios cantados como medios de
ayuda al prójimo, valen para eximir a la comunidad de obligaciones
comunes en beneficio espiritual de sus miembros. Las personas de
la Compañía están ocupadas con muy frecuentes e Importantes
ministerios y su misma residencia en determinados lugares es
«muy incierta». Mal pueden, pues, atarse a la estabilidad y regulari-
dad monásticas que imponen esas prácticas comunitarias. La regu-
laridad cotidiana para estar en casa o regresar a ciertas horas, ge-
neraría una serle inagotable de «dispensas». Para Ignacio y los
compañeros la ingente actividad apostólica era por sí misma ora-
ción, un lugar privilegiado para buscar y hallar a Dios, como muy
expresamente lo enseña en su correspondencia.
Pero, tratando de indagar directamente lo que opinaba san
Ignacio, de entrada advertimos que sólo podemos contar con orlen-
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 319

taciones o respuestas coyunturales en su correspondencia, que,


aunque no legitiman ninguna afirmación categórica, proyectan, sin
embargo, algunas luces.
Como introducción, recordemos la respuesta que dio a la pre-
gunta de Goncalves da Cámara sobre por qué no había coro en la
Compañía. «Yo pensaba que, si no tuviésemos coro, todo el mundo
sabría que estábamos ociosos, cuando no nos viesen aprovechar a
las ánimas; y así, esto nos sería espuela para quererlas aprove-
68
c h a r » . ¿Qué quiso decir exactamente Ignacio con esta expresión
un poco enredada? Le preocupaba lo que la gente pudiera pensar
de la Compañía. La clausura de los monjes era bien entendida por-
que su servicio en la Iglesia lo realizaban mediante la contempla-
ción, el silencioso trabajo y la espléndida oración litúrgica de alaban-
za a Dios e interpelación por el mundo. Pero, ¿los jesuítas, qué
hacen ociosos en casa, si no tienen coro y, sin embargo, no salen a
trabajar con la gente? Esto «nos sería espuela» para estimularnos
al trabajo apostólico. Ignacio quiere comunidades activas, siempre
empeñadas de la mañana a la noche en la asistencia espiritual a
toda clase de personas. En reemplazo del coro no programa actos
comunes que retengan a los compañeros en casa.
En el texto «Capita quaedam constitutionum», hay una lista de
«dubios», que parecen ser anotaciones tomadas por Polanco, o
por algunos amanuenses, para consultar a san Ignacio; desafortu-
nadamente no tienen respuesta, pero son indicativos de que el
tema se reflexionó. Este, a manera de ejemplo: «En profesión cere-
69
monias -oración en m e s a - oración, si todos juntos...» No es po-
sible averiguar a qué se refiera exactamente cada punto, si a la
bendición y acción de gracias, o a la predicación de los escolares,
en las comidas, como lo sugiere Monumenta Ignatiana, o a prácti-
cas de oración en común, como las letanías.
Hemos encontrado cuatro cartas del año 1551, que parecen
tocar el tema de la oración en común en varios colegios. Una va
dirigida al P. Nicolás de Lanoy: «Que los himnos y oración común,
< que era bien se comunicara con el Padre [Ignacio], y que se deje
70
hasta que se vean las Constituciones» . Pero, como hemos visto,
las Constituciones no dijeron nada sobre oraciones comunes, fuera
de la exclusión del coro. ¿Se asimilan con ésta todos los demás
actos de oración comunitaria?

6 8
Memorial, n. 137.
6 9
MI, Const., I, p. 267. Ver la nota 5 de la misma página y Prolegomena, pp.
CLXVl-CLXII, donde se explica la naturaleza de este documento y se le asigna una
fecha probable en 1549 o antes.
7 0
MI, Epp., II, 699.
320 AMIGOS EN EL SEÑOR

Más clara es una carta de 1556, importante porque cubre dieci-


séis años de experiencias desde la confirmación de la Compañía.
El P. Cristóbal de Mendoza, rector del colegio de Ñapóles, había
introducido algunas prácticas comunes en su casa. Polanco, por
comisión de Ignacio, le advierte:

«Las cosas que aquí dentro van escritas ha entendido N.P. de


V.R.; y porque en ellas hay ritos o costumbres nuevas a la Com-
pañía "cosa prohibida en ella con mucha razón", N.P. no lo ha
tenido nada por bien, aunque sepa que la intención es buena; y
hame ordenado que, entretanto que da razón de sí, que no coma
carne ni pescado, ni huevos; y punto por punto avise V.R. si es
así como se dice, o de otra manera; y sepa que en todas partes
se vieda [prohibe] hacer ayuntamientos para orar o meditar en
nuestra Compañía. Si quiere abreviar V.R. las penitencias, escri-
71
ba por extraordinario» .

Menos severo, aunque Igualmente claro, se muestra en otra


carta a Juan Victoria, en Burgos:

«Lo del hacer oración después de cena y de comer, ultra de las


gracias, es cosa muy mal sana; y si no es por muy breve tiempo,
72
no parece [se ha] de permitir» .

Esta manera de pensar de san Ignacio la explicaba también


Nadal:

«Después de comer y cenar no se introduzca costumbre de ir


enseguida a la iglesia, ni juntos ni separados, para dar gracias,
73
porque bastan las gracias que se dan en el refectorio» .

Tampoco quiso que se introdujeran las letanías de comunidad


como obligación. Con motivo de la enfermedad y muerte del Papa
Julio III, pidió que se hiciera oración continua en la casa y se enco-
mendara su alma durante nueve días. Y para la elección del nuevo
pontífice ordenó que todos los que estaban en Roma, que eran
unos doscientos entre el colegio y la casa, hicieran oración pidien-
do que saliera elegido el que conviniera para el bien universal de la
cristiandad: «a lo menos cada uno tres veces al día que hagan
especial oración por tal efecto... y lo que se ordena en Roma que-

7 1
M I . , Epp., X I , 227-228.
7 2
Epp., X I I , 46.
MI.,
7 3
Nadal, I V , 572; ver J . M . AICARDO, S.J., Comentario a las Constituciones, t. I I ,
574-578.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 321

ría nuestro Padre se observase por todos los de la Compañía en


74
cualquier lugar que se hallasen» . La oración consistía en la misa
que ofrecían los sacerdotes y en que «todos, cuanto hicieren y pa-
decieren» lo ofrecieran a tal intención. Algunos «propusieron al Pa-
dre hacer oración continua por la elección, y no le pareció, por no
75
hacer ritos, ni tampoco que todos juntos dijesen las letanías...»
También en Ferrara las desaconsejó a Juan Pelletier: «el ayunar el
viernes no está vetado, con tal que sea libre cada uno de poder
ayunar o no; antes, es costumbre. Decir las letanías antes de la
cena, públicamente y en común, no parece a nuestro Padre se
76
haga m á s » .
Estos textos son suficientes para conocer, por lo menos, que
las prácticas de oración en común, como obligación impuesta a
todos, no las quería san Ignacio y que corrigió con firmeza la tenta-
tiva de introducir esta nueva costumbre en la Compañía. De ahí
que la primera Congregación General rechazara la inquietud que
había entre algunos sobre si convendría que todos oraran en
común en algún momento del día o de la noche: «no se debe orar
en común, especialmente porque tal era la mente del Padre Ig-
77
nacio, que manifestó con palabras» . Laínez, siendo ya General,
aunque permaneció fiel a esta determinación, permitió algunos
casos particulares. En 1560 escribía Polanco a Broet: «Aquí se ha
visto aquella fórmula de hacer oración en común y parece a nues-
tro Padre [Laínez] que V.R. se acomode con su colegio al decreto
de la Congregación General en cuanto a no hacer oración en co-
78
munidad si no fuese en alguna ocasión particular» .
En un momento en que era preciso definir muy claramente la
identidad de la Compañía, Ignacio se empeñó, quizás a veces con
excesivo rigor, en evitar que se introdujeran prácticas y costumbres
ajenas al modo de proceder propio de una comunidad misionera iti-
nerante, cuyo paradigma era la imitación del grupo de Jesús con
sus apóstoles. Sobre todo si esas prácticas tenían un tinte algo

7 4
MI, Epp., VIII, 594.
7 5
Memorial, n. 316.
7 6
MI, Epp., VII, 708. Pero Ignacio mismo las rezaba cada noche por la elección
del Papa con el hermano Juan Cors, su ayudante, que le arreglaba la habitación.
Ver Memorial, n. 316.
7 7
«An simul omnes orare aliqua diei, vel noctis hora expediet. Responsum est,
simul non esse orandum cum praesertim mens Patris Ignatii eo tenderet prout verbis
significavit», Inst. S.I., 1,163.
7 8
Laínez, Epp. V, 117-118. Las letanías fueron introducidas como oración de
comunidad por el P. Borja, para atender a los deseos de Pío V de que se ofrecieran
oraciones en toda la Iglesia por la solución del problema turco. El mismo Borja en
1570 ordenó el rezo diario de las letanías en todos los colegios de la Compañía «por
la real persona de su majestad y por sus negocios y de sus reinos», Borja, V, 374.
322 AMIGOS EN EL SEÑOR

conventual. Pero diseñó y urgió con insistencia, un nuevo modo de


5
«oración en común»: aunque los compañeros no se juntaran para
orar, lo que cada uno hacía, no sólo en sus momentos de recogi-
miento, sino también en su trabajo -las ocupaciones, estudio, re-
79
creación, hechos por caridad y obediencia, son o r a c i ó n - , era
ofrecido por las necesidades de la Iglesia y por los asuntos concre-
tos y a veces muy delicados que la Compañía tenía entre manos
en las distintas partes del mundo. Una vez más, Nadal interpretó
magníficamente la Intención de Ignacio con un esclarecedor co-
mentario: nuestra principal oración pública es la Eucaristía. Por lo
demás, no tenemos oración común, pero cada uno hace oración
desde su aposento, en toda la Compañía y en sintonía con la ora-
ción pública; ésa es nuestra oración en común:

«La oración pública principalmente es la de la misa, que tiene


suma virtud por el santo sacramento y sacrificio. También la que
se hace comúnmente en las iglesias y en nuestras casas domin-
gos y fiestas [el canto de vísperas autorizado en las Consti-
tuciones, en orden al ministerio apostólico], y cuando tenemos le-
tanía u otra [oración] semejante. La particular es la que cada uno
tiene en su cámara; y ésta, para que vaya bien, debe tomar siem-
pre autoridad y orden de la pública, para tener de ella virtud; y
máxime cumple esto a nosotros que no tenemos la pública o la
común, pues no tenemos coro. Sucede a cada uno su cubículo
en lugar del coro, haciendo allí la oración por el mandato de la
obediencia, unidos todos con ella, tañéndose a cierto tiempo a la
oración, y esto por toda la Compañía; que es la oración común y
80
pública de ella, cuando no se hace particular» .

Señalarse en la obediencia

En el texto a, la Parte sexta culminaba con el capítulo sobre la


obediencia, que el texto autógrafo ha trasladado al principio, con
una sencilla estructura en tres artículos: la excelencia en su cumpli-

7 9
Ver M I , Epp., 111,502; V I , 5 8 7 . Sobre la oración en la naciente compañía ver:
IGNACIO IPARRAGUIRRE S.J., «La oración en la Compañía naciente», AHSI, 2 5 ( 1 9 5 6 )
4 5 5 - 4 8 7 ; PEDRO de LETURIA, S.J., «La hora matutina de meditación en la Compañía
naciente», AHSI, 3 ( 1 9 3 4 ) 4 7 - 8 6 ; ROBERT MCNALLY, S.J., St. Ignatius, Prayerand the
early Soclety of Jesús, en «Jesuit Spirit in a Time of change», Newman Press, 1 9 6 7 ;
MIGUEL A. FIORITO, S.J., «La ley ignaciana de la oración en la Compañía de Jesús»,
Stromata, 2 3 ( 1 9 6 7 ) 3 - 8 9 .
8 0
MIGUEL NICOLAU, S.J., Pláticas espirituales del P. Jerónimo Nadal, S.J. en
Coimbra (1561), Facultad teológica de la Compañía de Jesús, Granada, 1 9 4 5 . De-
cima nona exhortatio, pp. 1 8 9 - 1 9 0 .
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 323

miento; la actitud ante los superiores, reverenciando en ellos a Je-


sucristo y descubriéndoles la conciencia; y el recurso a ellos en
todas las cosas. La explicación de que las Constituciones no obli-
gan a pecado, que el texto a incluía aquí, en el texto B pasa aparte
al capítulo final, como queda dicho.
Las Constituciones abordan el tema de la obediencia en otros dos
sitios. En la Parte tercera la presenta a los que aún no se han in-
corporado definitivamente a la Compañía, desde una perspectiva más
pedagógica, para introducirlos en el ideal de obediencia del jesuíta
formado. Y en la Parte octava la considera bajo el aspecto cardinal de
vínculo de comunión y cohesión del cuerpo de la Compañía.
Los primeros compañeros se habían comprometido con el voto
de obediencia en 1539 por tres motivos principales: 1) «para mejor
y más exactamente ejecutar nuestros primeros deseos de cumplir
en todo la voluntad divina»; 2) «para más seguramente conservar
la Compañía»; 3) «para poder dar decente providencia a los nego-
cios particulares ocurrentes, así espirituales como temporales». La
adopción de la obediencia en el Instituto, como fruto del auxilio divi-
no en su discernimiento, tiene, pues, la condición de medio nece-
sario y conveniente para conservar, perpetuar y perfeccionar el
cuerpo apostólico recién constituido. Del segundo de estos motivos
se ocupará la Parte octava. La Sexta desarrollará los otros dos.

1. La perfección de la obediencia: hay que entenderla en el


trasfondo de aquella frase con la que Ignacio acostumbraba termi-
nar su correspondencia: «ceso rogando a la divina y suma bondad
a todos quiera dar su gracia cumplida, para que su santísima vo-
luntad siempre sintamos y aquella perfectamente cumplamos».
La obediencia de Jesús no era una virtud más en el conjunto de
su inefable persona. Constituía la razón de ser de su existencia, su
alimento. Había venido al mundo para llevar a cabo la tarea que su
Padre le había encomendado y se hizo obediente hasta la muerte,
y una muerte en cruz. El discípulo suyo, puesto por el Padre con él
<• para servirlo en la misma y única misión, no puede menos de iden-
tificarse con su Señor en el deseo de hacer siempre su voluntad:
que todos tengan vida y la tengan en abundancia.
Las Constituciones invitan a señalarse en ella, teniendo ante los
ojos a Dios nuestro Criador y Señor, por quien se hace. Es una acti-
tud de amor, que excluye todo temor, y que nos anima al cumpli-
miento de todas las Constituciones y modo nuestro de proceder,
como exhorta el texto. La Fórmula del Instituto comienza advirtiendo
que todo el que quiera ser soldado para Dios bajo la bandera de la
cruz en la Compañía y servir al solo Señor y a la Iglesia su esposa
bajo el Romano Pontífice, tenga entendido que forma parte de una
324 AMIGOS EN EL SEÑOR

Compañía fundada como instrumento de Dios para la realización de


su designio salvífico; ha de tener ante los ojos siempre, primero a
Dios, y luego el modo de ser de su Instituto, que es camino hacia El,
y alcanzar con todas sus fuerzas este fin que Dios le propone.
Pero como las Constituciones no podrían, ni lo pretenden, de-
terminar a prlori y de una vez por todas la realización concreta de
esa forma de vida, trazan las líneas fundamentales, la inspiración,
las orientaciones que cada uno habrá de traducir a las propias con-
diciones de su vida. Los textos una y otra vez apelan a las diversas
circunstancias de personas, tiempos y lugares. Aquí es donde
entra la obediencia a jugar su papel, como ayuda «para mejor y
más exactamente ejecutar nuestros primeros deseos de cumplir en
todo la voluntad divina». La obediencia sólo puede entenderse y
practicarse en este contexto de amor a Dios y deseo total de servir-
le, saliendo de nuestro propio amor, querer e interés. En el contex-
to del «Tomad, Señor y recibid». Es allí donde adquieren colorido
las palabras que invitan a la perfección, a señalarse, a la presteza
y gozo espiritual en la ejecución, la voluntad y el entendimiento.
Los ejemplos supuestamente motivadóres de obediencia ciega, del
cuerpo muerto y del bastón de hombre viejo, son extraños e ina-
ceptables para nuestra mentalidad. Nos preguntamos si Ignacio,
que estuvo corrigiendo el texto de las Constituciones hasta su
muerte, no los habría eliminado hoy. Sin embargo, conservados
por respeto a la venerabilldad del texto ignaclano, podemos leerlos
como instancias para invocar el deseo y la disponibilidad para bus-
car hallar y cumplir la voluntad de Dios en todas las cosas.
En su contextura comunitaria, la obediencia al Papa hace posible
la misión del cuerpo total de la Compañía y de cada uno de nosotros
en ella; y la obediencia al superior posibilita, además, la «decente
providencia de los negocios particulares ocurrentes». El jesuita «para
cualquier cosa en que le quiera el Superior emplear en ayuda de
todo el cuerpo de la religión, debe alegremente emplearse, teniendo
por cierto que se conforma en aquello con la divina Voluntad, más
que en otra cosa de las que él podría hacer siguiendo su propia
81
voluntad y juicio diferente» .
Unas pocas palabras acerca de la obediencia ciega. En una
carta a Juan Bautista Viola, estudiante en París en 1542, Ignacio le
explica lo que él entiende por esta expresión:

«Llamo ciega de dos maneras: la primera: del inferior es [propio],


donde no es cuestión de pecado, cautivar su entendimiento y

8 1
Const., 547.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 325

hacer lo que le manden; la segunda, del inferior es, dado que el


superior le mande o le haya mandado alguna cosa, sintiendo
razones o inconvenientes [a]cerca, [de] la cosa mandada, con
humildad al superior representar las razones o inconvenientes
que le asoman, no induciéndole a una parte ni a otra, para des-
pués con ánimo quieto seguir la vía que le será mostrada o man-
82
dada» .

La obediencia ciega es, pues, para Ignacio, la aceptación final


después de un diálogo sincero, en el que ha prevalecido la indife-
83
rencia y la tranquilidad, tanto de parte del que o b e d e c e como del
que manda, para buscar en sincero discernimiento la voluntad de
Dios.
Es útil traer aquí el texto completo de la tan poco conocida
«Instrucción sobre el modo de tratar o negociar con cualquier supe-
rior», escrita por Polanco por comisión de San Ignacio para toda la
Compañía, con las partes en cursiva que acostumbramos utilizar
para destacar lo que parece más digno de atención:

«1. El que ha de tratar con superior, traiga las cosas digestas


[asimiladas, pensadas] y miradas por sí, o comunicadas con
otros, según que fueren de más o menos importancia. Con esto,
en las cosas mínimas, o de mucha prisa, faltando tiempo para
mirar o conferir, se deja a su buena discreción, si, sin comunicar-
las o mucho mirarlas, debe representarlas al superior, o no.

2. Así digestas y miradas, propóngalas, diciendo: este punto se


ha mirado por mí, o con otros, según que fuere; y ocurría o mi-
rábamos si sería bien así o así. Y nunca diga al superior tratando
con él: esto o aquello es o será bien así; mas dirá condicional-
mente si es o si será.

3. Así propuestas las cosas, del superior será determinar o espe-


rar tiempo para mirar en ellas, o remitirlas a quien o a quienes las
han mirado; o nombrar otros que miren en ellas o determinen,
según que la cosa fuere más o menos importante o difícil.

4. Si la determinación del superior, o lo que él tocare, replicare


alguna cosa que bien le parezca, tornando el superior a determi-
nar, no haya réplica ni razones algunas por entonces.

5. Si, después de así determinado el superior, sintiese el que


trata con él que otra cosa sería más conveniente, o se le repre-

8 2
MI, Epp., I, 228.
8 3
La palabra «inferior» - n o así la de «superior»-, ha caído felizmente en desu-
so en la Compañía.
326 AMIGOS EN EL SEÑOR

sentase con fundamento alguno, aunque suspendiese el sentir,


después de tres o cuatro horas, u otro día, puede representar al
superior si sería bien esto o aquello; guardando siempre tal forma
de hablar y términos, que no haya ni parezca disensión ni altera-
ción alguna, poniendo silencio a lo que fuere determinado en
aquella hora.

6. Con esto, aunque sea la cosa determinada una y dos veces,


de ahí a un mes o tiempo más largo, puede representar asimismo
lo que siente o le ocurriere por la orden ya dicha; porque la expe-
riencia con el tiempo descubre muchas cosas, y también hay
variedad en ellas con el mismo.

7. ítem, se acomode el que trata a la disposición y potencias


naturales del superior, hablando distinto y con voz inteligible, y
claro, y a tiempos que le sean oportunos, cuando fuere posi-
84
ble» .

2. Encuentro de Jesucristo en el superior: Las Constituciones


abordan el tema de la relación con los superiores en una doble
actitud: de «reverencia», considerando en ellos y reverenciando a
Jesucristo, y de «amor», amistad y confianza, deseando que estén
al cabo de todo, sin tenerles ninguna cosa encubierta. La reveren-
cia es un término que insinúa verticalidad y distancia, no agrada a
nuestro modo de concebir hoy la relación y preferimos hablar de
«respeto»; la amistad implica horizontalidad y cercanía.
El clima de relación que quieren propiciar las Constituciones se
compone ciertamente del respeto interior a la persona del superior,
en razón de su oficio, y de la familiaridad con quien es «uno de
nosotros» en el lenguaje de la deliberación de 1539 («concluimos...
sernos más expediente y necesario dar la obediencia a alguno de
nosotros»). Es una relación horizontal y fraterna.
Cuando los primeros dieron nombre a su Compañía en Vicen-
za, escogieron el de Jesús «visto que no tenían cabeza entre sí, ni
85
otro prepósito sino a Jesucristo, a quien solo deseaban servir» .
Por eso, al ligarse en obediencia eligiendo un prepósito o superior
entre ellos, pusieron énfasis marcado en que el superior hacía para
86
ellos las veces de su único prepósito, Jesucristo . Ignacio en su
carta al colegio de Gandía en 1547, ordenando que hicieran elec-

8 4
M I , Epp., I X, 90-92.
8 5
Summ. Hisp., n.86, FN. I, 203-204.
8 6
Por lo demás, son numerosos los textos de la tradición sobre la repiesenta-
ción de Cristo en el superior. Ver Luis MENDIZABAL, S.J., «Riqueza eclesial y teológi-
ca de la obediencia religiosa»^ Manresa, 36 (1964) 283-302.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 327

ción de su superior, les da esta recomendación: «Cuanto al modo


de obedecerle después que le hubiésedes elegido, paréceme ser el
mismo que usaríades conmigo estando presente... así que no le
tengáis otro respeto que a mí mismo me tendríades, antes ni a él ni
a mí, mas a Jesú Cristo Señor Nuestro, a quien en entrambos obe-
87
decéis, y por El a sus ministros» . Y motivando la importancia de
que haya una cabeza dondequiera que un grupo de personas de la
Compañía vivan juntas por algún tiempo, invoca la imitación de la
comunidad de Jesucristo y sus apóstoles: «El mismo Cristo nuestro
Señor, viviendo en Compañía de los discípulos, se dignó ser pre-
pósito de ellos, y habiéndose de apartar con la presencia corporal,
88
dejó a San Pedro prepósito de los otros y de toda su Iglesia...»
El prepósito es, pues, en el primigenio carisma de la Compañía,
el que tiene el lugar de Cristo nuestro Señor, su vicario. De ahí que
se pida que «usen grande reverencia, especialmente en lo interior,
para con los superiores suyos, considerando en ellos y reveren-
69
ciando a Jesucristo» .
Como quiera que entendieran Ignacio y sus contemporáneos,
dentro de la teología y de la cultura de su época, el concepto de
«vicario», es evidente que no cabe hablar de un reemplazo de
Jesucristo, a quien el mismo Ignacio sentía vivo y presente en la
Iglesia, haciendo el oficio de Consolador. Igualmente, cuando se
habla de que el superior tiene el lugar de Cristo nuestro Señor, en
la más genuina espiritualidad de buscar y hallar a Dios en todas las
cosas deberá entenderse que el superior es lugar de encuentro con
el Señor, cauce de la comunicación del Señor resucitado. Cuanto
más fiel instrumento suyo sea el superior, más transparente podrá
ser esa comunicación del Señor a través de su instrumento. Y
cuando la relación autoridad-obediencia, se realiza a través del dis-
cernimiento espiritual para buscar y hallar la voluntad de Dios, la
figura del superior que conjuntamente discierne y toma la decisión,
emerge más perceptiblemente como lugar de encuentro con Je-
sucristo.
Tanto la correspondencia que salía de Roma como las cartas
que llegaban a la casa de La Strada, evidencian el respeto con que
se trataba a san Ignacio o se hablaba de él. Aun Polanco, su secre-
tario, que vivió casi diez años en íntimo contacto con él, lo mencio-

8 7
MI, Epp., I, 5 6 1 ; ver Epp., XII, 338. Fue un Intento de nombramiento directo
de superior por los miembros del colegio, que nunca más se dio después de escritas
las Constituciones.
8 8
MI, Epp., 332.
8 9
Const., 5 5 1 .
328 AMIGOS EN EL SEÑOR

na usualmente como «nuestro Padre», o «el Padre»; y los que le


escriben le dan el tratamiento de «Padre mío carísimo», «muy
reverendo Padre mío en Cristo», y otros parecidos. La paternidad
espiritual de Ignacio era reconocida por los mismos diez compañe-
ros, como lo evidencian los votos que emitieron para hacerlo Ge-
neral.
Ese respeto o reverencia interior que recomiendan las Cons-
tituciones, no impedía, sin embargo, un trato sencillo con él e inclu-
so familiar de parte de algunos. Goncalves da Cámara supo tam-
bién del trato que Ignacio quería se tuviera entre los jesuitas: «Al
Padre no le parece bien que se llamen Padres ni Hermanos; por-
que así como le parece bien que no llevemos hábitos diferentes, lo
mismo debemos de seguir en el modo de hablar. Manda que se
haga consulta a fin de hallar medios para que se hable decente-
mente, tanto aquí en casa como en el colegio y que se dé cuenta al
Padre de los resultados. Y proponía su reverencia que se podría
decir: uno de los nuestros, uno de la Compañía, un sacerdote, un
90
laico; y en lo demás llamar a cada uno por sus n o m b r e s » .
Trae el mismo Goncalves un comentario de que «la costumbre
de llamarse sencillamente unos a otros por sus propios nombres es
muy antigua en la Compañía», y añade la anécdota ya citada en la
primera parte: «Me contó el Hermano Iñigo de Ochandiano... haber
oído contar al P. Araoz que, antes de entrar a la Compañía, fue un
día en Roma a visitar a nuestro Padre Ignacio, que era tío suyo; y
al llegar a la puerta, el portero, que entonces era el Padre Fran-
cisco [Javier] de la India, dio el aviso con estas palabras: «Iñigo,
está aquí Araoz que os quiere hablar». De la misma manera se diri-
gía el Padre Pedro Fabro a nuestro Padre Ignacio, según consta de
muchas de sus cartas, que aún hoy circulan entre nosotros. A este
propósito, nos contaba el Padre Araoz en Valencia el año 1545 que
mandó un día el Padre Fabro al portero de aquel colegio que llama-
ra a uno de casa, que iba ya fuera por la calle. Y como al llamarle
le trató con la palabra «Hermano», le reprendió el Padre, diciendo
91
que le llamara por su propio n o m b r e » .
Son pequeños relatos que indican la calidad de relación inter-
personal sencilla que San Ignacio quería para la Compañía. Contra
su voluntad se fue introduciendo en la práctica una costumbre dife-
rente y en esto como en otras cosas menores tuvo él que confor-
marse con un estilo que no interpretaba sus mejores Intuiciones.
Así explica Polanco que «es verdad que dice N.P. que él querría

9 0
Memorial, n. 142.
9 1
Memorial, n. 142..
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 329

«cuanto es en él» la simplicidad que primero usaban, de tratarse


todos de vos; pero ya que el uso no lo permite, que no se vaya más
92
adelante que hasta «reverencia para con é l » .

3. No tenerles ninguna cosa encubierta: La relación con los


superiores no se define en las Constituciones bajo un aspecto ju-
rídico o administrativo. La comunidad ignaciana quiere proceder en
todo «en espíritu de caridad». Dentro del trato a la vez respetuoso
y familiar, brota la indispensable confianza para no tenerle nada
encubierto al superior y para desear que «esté al cabo de todo» a
fin de que, participando en el discernimiento de cada uno, pueda
ayudarle «en la vía de la salud y perfección». En ese clima adquie-
re posibilidad y significado la cuenta de conciencia, como elemento
93
de gran importancia para el gobierno espiritual de la Compañía .
Si falta ese talante de parte de las personas y si no propicia el su-
perior un trato con sus hermanos que favorezca la apertura y el
diálogo espiritual, la cuenta de conciencia se desvirtúa y puede ori-
ginar actitudes de desinterés o encubrimiento entre los miembros
de su comunidad, así como de evasión del diálogo en el superior.
La apertura de conciencia se articula en aquella atmósfera fa-
miliar que hizo de la comunicación espiritual de los ausentes, de las
deliberaciones en común y de la representación, modos de proceder
constitutivos de la comunidad ignaciana en aquellos primeros años.
El texto autógrafo motiva expresamente la cuenta de concien-
cia como ayuda para «enderezarse en la vía de la salud y perfec-
ción»; y añade: «por la mucha utilidad que en esto hay, como se
dijo en el Examen». Hay que acudir, pues, al Examen para ver allí
la perspectiva apostólica que motiva esa manifestación y su parti-
cular sentido de ayuda para acertar en la misión y para el bien uni-
versal del cuerpo de la Compañía. En el capítulo cuarto hay una
extensa exposición del tema, con un preámbulo de motivación.
Destacamos lo más concerniente:

«Nos ha parecido en la su divina Majestad, que mucho y en gran


manera importa que los superiores tengan entera inteligencia de
los inferiores, para que con ella los puedan mejor regir y gober-
nar, y mirando por ellos, enderezarlos mejor in viam Domini.

Asimismo cuanto estuvieren más al cabo de todas cosas interio-


res y exteriores de los tales, tanto con mayor diligencia, amor y

9 2
MI, Epp., v, 163.
9 3
Así lo entiende hoy la Compañía, después de la Congregación General 34.
Ver Normas Complementarias a las Constituciones, n. 155.
330 AMIGOS EN EL SEÑOR

cuidado, los podrán ayudar y guardar sus ánimas de diversos


inconvenientes y peligros que adelante podrían provenir.

Más adelante, como siempre debemos ser preparados conforme


a la nuestra profesión y modo de proceder, para discurrir por
unas partes y por otras del mundo, todas veces que por el Sumo
Pontífice nos fuere mandado, q por el superior nuestro inmediato,
para que se acierte en las tales misiones, en el enviar a unos y
no a otros, o a los unos en un cargo y a los otros en diversos, no
solo importa mucho, mas sumamente, que el superior tenga ple-
na noticia de las inclinaciones y mociones, y a qué defectos o
pecados han sido o son más movidos o inclinados los que están
a su cargo, para según aquello enderezarlos a ellos mejor, no los
poniendo fuera de su medida en mayores peligros o trabajos de
los que en el Señor nuestro podrían amorosamente sufrir. Y tam-
bién porque guardando lo que oye en secreto, mejor pueda el su-
perior ordenar y proveer lo que conviene al cuerpo universal de la
94
Compañía» .

Parece demasiado utópico que puedan darse comunidades en


donde la confianza y familiaridad sea tal, que el superior esté ente-
rado de las inclinaciones y mociones, de los defectos o pecados a
que han sido o son más movidos o inclinados sus miembros, para
poder acertar mejor en las misiones que les confía. Pero hay tam-
bién un gran sentido de realismo en aceptar con la mayor tranquili-
dad que la Compañía se compone de personas limitadas, frágiles y
tentadas que, sin embargo, pueden contribuir eficientemente al tra-
bajo del cuerpo universal de la Compañía, si encuentran dentro de
él la mejor forma de servir a Dios y aprovechar a sus prójimos. Y a
juzgar por todos los cronistas de la época, esta realidad se dio en
la Compañía de entonces.
La Parte tercera de las Constituciones encomia «el cuidado
competente de mirar cómo se conserve para el divino servicio la
salud y fuerzas corporales»; por lo cual prescribe a los que están
en formación avisar al superior o a quien él señale, de palabra o en
un breve escrito para que no se olvide, «cuando sintiesen alguna
cosa serles dañosa, o alguna otra necesaria, cuanto al comer, ves-
95
tir, estancia, oficio o ejercicio, y así de otras c o s a s » . Lo harán
después de haber sentido en la oración que deben representarlo,
es decir, habiéndolo discernido; y dejando todo a su cuidado, per-
suadidos de que lo que su superior siendo informado determine,
será lo que más conviene para el divino servicio y su mayor bien en

9 4
Examen, 92.
9 5
Const., 292.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 331

el Señor. En la Parte sexta, una disposición semejante para los


profesos y coadjutores formados pide que «todos hagan recurso al
96
superior para las cosas que les ocurre d e s e a r » , confiando en que
quien «tiene el lugar de Cristo nuestro Señor» para con ellos, dis-
pondrá lo más apropiado. Con estos dos párrafos se atiende a uno
de los objetivos de la obediencia que pretendieron los fundadores
en 1539, que alguien tuviese la responsabilidad de proveer a los
negocios particulares, así temporales como espirituales; pues la
experiencia les había enseñado que de otra manera cada cual,
absorbido por sus ocupaciones apostólicas, echaría la carga sobre
el otro. Es la función administrativa de la autoridad, necesaria para
la buena marcha de una comunidad, revestida, sin embargo, de
una dimensión más trascendente: la providencia de Dios manifes-
tada a través del superior.
Con una consideración más de Ignacio a la comunidad de Gan-
día, completamos el cuadro de la obediencia para la misión, pro-
pia de una comunidad esparcida en lugares remotísimos, com-
puesta por personas de letras, con responsabilidades grandes y
complejas:

«Sin estos provechos espirituales ya dichos, que tocan más a los


particulares, importa esta forma de vida a la conservación del
cuerpo todo de vuestra congregación. Porque es así que ninguna
multitud puede en un cuerpo conservarse sin estar unida, ni puede
unirse sin orden, ni puede haber orden si una cabeza no hay, a
quien sean por obediencia los otros miembros subordinados... No
poca utilidad, aun sin la dicha conservación, redunda en todo el
cuerpo de la Compañía, a la cual es útilísimo que los estudiantes
y otros que la siguen, sean muy ejercitados en obediencia, no
haciendo diferencia de quién es ministro en sí, pero en cada uno
de ellos reconociendo a Cristo N.S., haciendo cuenta de obede-
cer al mismo en su vicario.

Y la razón de esta utilidad es porque, con ser en toda congrega-


* ción muy necesaria esta virtud de la obediencia, especialísima-
mente lo es en ésta, por ser personas de letras los que hay en
ella, y ser enviados por el Papa y prelados, y esparcidos en luga-
res remotísimos de donde reside el superior, y cabidos [bien reci-
bidos, estimados] con personas grandes, y otras muchas causas;
por las cuales, si la obediencia no fuese señalada, parece no se
podía regir tal gente; y así, ningún ejercicio tengo por más oportu-
no ni por más necesario para el bien común de la Compañía, que
97
éste del obedecer mucho bien» .

9 6
Const., 552.
9 7
MI, Epp., I, 559.
332 AMIGOS EN EL SEÑOR

Lo que la discreta caridad les dictare

El programa espiritual del jesuita que, terminado el tiempo de


formación, se incorpora definitivamente a la Compañía, se comple-
ta con un texto de gran sencillez evangélica. El punto de partida es
una manifestación de confianza: la Compañía presupone que es ya
una persona espiritual y aprovechada para correr por la vía de
Cristo nuestro Señor. En otras palabras, alguien que ha asumido
con empeño la propuesta de la Fórmula del Instituto y se esfuerza
por «tener ante los ojos, mientras viva, primero a Dios, y luego el
98
modo de ser de su Instituto, que es camino hacia E l » .
No le impone, ni siquiera le sugiere, una regla común y univer-
sal para su oración, su estudio, sus penitencias corporales. Lo esti-
mula a dejarse conducir por el Espíritu para discernir las exigencias
del amor: lo que la discreta caridad le dictare. Sólo le recomienda
que «ni el uso demasiado de estas cosas tanto debilite las fuerzas
corporales y ocupe el tiempo, que para la espiritual ayuda de los
prójimos, según nuestro Instituto, no basten, ni tampoco, por el
contrario, haya tanta remisión en ellas que se resienta el espíritu, y
99
las pasiones humanas y bajas se calienten» .
Tres notas caracterizan este programa espiritual: 1) atención y
respeto a la persona, con sus propias condiciones físicas y su ritmo
espiritual; 2) una vida espiritual orientada al servicio apostólico; 3)
el prudente consejo de la obediencia.
Una comunidad llamada por vocación a conversar con toda
clase de personas y a discurrir por el mundo en misiones tan diver-
sas y tan delicadas, requiere otra tanta variedad de personas y
talentos. Los primeros compañeros fueron muy conscientes de que
Dios, al escogerlos de tan diversas naciones, lenguas y costum-
bres, se proponía conglutinarlos por su Espíritu, dispensador de
multitud de carismas y creador de comunión. El respeto a las per-
sonas era una consigna común. Ignacio se alegraba de ver llegar a
Roma candidatos procedentes de todas partes, con las más distin-
tas cualidades y fisonomías, llamados a perpetuar la riqueza y
variedad de la comunidad primera. Las Constituciones tienen que
legislar para esa realidad. Para hombres, además, cargados de tra-
bajo, con frecuencia ausentes de su comunidad y por lo tanto sin el
apoyo de una vida común y regular, expuestos a las solicitaciones
del mundo en que se mueven.
El principio de adaptación a las diferentes personas es tenido
en cuenta aun en el período de formación, cuando por otra parte se

9 8
Fórmula del Instituto, 1.
9 9
Const., 582.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 333

diseña una pedagogía para ayudar a la integración comunitaria.


Piénsese, por ejemplo, en este sencillo detalle de una Declaración
en la Parte tercera: «El tiempo para dormir en general parece debe
ser entre seis y siete horas, no durmiendo sin camisa, si no fuese
por alguna necesidad que al superior pareciese. Mas porque en
tanta diversidad de personas y naturas no puede haber regla cierta,
el acortar o alargar este término quedará en la discreción del
Prepósito, que proveerá cómo retenga cada uno lo que la necesi-
0
dad natural requiere»™ . Y como éste, muchos otros.
Así, pues, cada uno habrá de encontrar sus propios tiempos y
ritmos de oración, como también la forma misma de su encuentro
con Dios, que se manifiesta distintamente a las personas. El respe-
to al misterio de este encuentro lo expresa diáfanamente la Ano-
tación 15 de los Ejercicios: se debe propiciar delicadamente que
«el mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota,
abrazándola en su amor y alabanza, y disponiéndola por la vía que
mejor podrá servirle adelante»; hay que dejar «inmediate obrar al
Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor». La
mejor forma de oración para cada uno será aquella en la que Dios
más se le comunica y le manifiesta su presencia y su acción.
El principio de permitir que la «discreta caridad» dicte lo que es
mejor en cada caso, deja en manos del jesuíta la responsabilidad
de buscar con sinceridad y libertad ese movimiento del Amor en su
corazón. Su condición de ser una persona que ha entregado en-
teramente su vida para la misión, integrado en la Compañía y en su
modo propio de proceder, sugiere además la conveniencia de un
acompañamiento, especialmente para situaciones de duda, en las
que los riesgos de exceso, de ilusiones o de remisión, pueden des-
virtuar la confiabilidad de un discernimiento. El recurso al confesor,
al acompañante espiritual o al superior, responsable de la anima-
ción espiritual de la comunidad, son preciosas ayudas que tendrá
siempre a mano, para adaptar su oración, sus estudios y peniten-
, cias a las situaciones y necesidades concretas. Sabio principio del
método de los Ejercicios, que para ayudar a acertar en la búsqueda
de la voluntad de Dios, se hacen, en su forma genuina, con la com-
pañía de una persona experta: «el que da los Ejercicios».

Buscar y hallar a Dios en todas las cosas

La espiritualidad propia del jesuíta es nuestra herencia del Car-


doner, recibida un día por Ignacio, profundizada a lo largo de los

1 0 0
Const, 3 0 1 .
334 AMIGOS EN EL SEÑOR

años y compartida a través de los Ejercicios con todos aquellos a


quienes «podrían ser útiles», según lo refirió él mismo. Las caracte-
rísticas propias de la espiritualidad monacal, de inapreciable valor,
no son propicias para hombres consagrados a la misión, en cons-
tante contacto con el mundo. Ni siquiera la del «contemplan et alus
contemplata tradere», de la espiritualidad dominicana. Para estos
101
«místicos horizontales», como los llama K i n e r k , el mundo es el
lugar del encuentro de Dios. Ignacio describió esta espiritualidad
diciendo que «es preciso encontrar a Dios en todas las cosas... a
1 0 2
El en todas amando y a todas en E l » . Nadal la bautizó, refirién-
dose a la facilidad de Ignacio para encontrar a Dios en todo
momento, con una expresión a todos familiar pero quizás menos
exacta: «contemplativo en la acción».
En el primer capítulo de la Parte tercera ha quedado Incrustado
uno de los textos más densos y más bellos de las Constituciones,
válido no solamente para los que están en formación, sino para
todo jesuita. Es una exhortación a mantener siempre recta la inten-
ción, no solamente en la orientación fundamental de la vida, sino
en todas las cosas particulares, buscando puramente sen/ir y com-
placer a Dios en respuesta a su amor y a sus singulares beneficios.
«Y sean exhortados a menudo - c o n c l u y e - a buscar en todas co-
sas a Dios nuestro Señor, apartando, cuanto es posible, de sí el
amor de todas las criaturas, por ponerle en el Criador de ellas, a El
en todas amando y a todas en El, conforme a la su santísima y divi-
103
na voluntad» .
Provoca cierta incomprensión aquello de «apartar de sí el amor
de todas las criaturas, por ponerle en el Criador y Señor de ellas».
Como si para amar a Dios fuese necesario huir del amor a su crea-
ción. La lectura más profunda de todo el texto nos dará una expli-
cación totalmente contraria.
Dios ha entregado al hombre toda la belleza de su creación y
sus potencialidades para que usando su libertad las disfrute y las
desarrolle. Todas las cosas han sido creadas para el hombre y
para que le ayuden en la prosecución de su fin, meditamos en el
Principio y Fundamento de los Ejercicios. Pero fascinado con el
maravilloso universo que tiene por delante y con todas sus posibili-
dades, el hombre tiende a emborracharse y a olvidar a su Creador.
Ya lo advertía a los israelitas con gran realismo un texto del Deu-
teronomio:

1 0 1
E . KÍNERK, «When Jesuits Pray: a Perspective on the Prayer of Apostolic
Persons», Studiesin the Spiritualtty of Jesuits, Nov. 1985.
1 0 2
Ver Const., 288.
1 0 3
Const., 288.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 335

«Guárdate de olvidar al Señor, tu Dios... No sea que cuando co-


mas hasta hartarte, cuando te edifiques casas hermosas y las
habites, cuando críen tus reses y ovejas, aumenten tu plata y tu
oro y abundes de todo, te vuelvas engreído y te olvides del
104
Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud...»

Ignacio hace un llamamiento similar, una invitación a corregir el


enfoque de la mirada. Nuestro amor a la creación puede en un
momento absorbernos y fascinarnos de tal forma, que no nos deje
lugar para acordarnos de Dios. Es preciso rectificar todo amor de-
sordenado; tomar distancia momentáneamente para enfocar con el
corazón a Dios, centro de nuestro amor. Entonces, en su amor y
desde su amor, volveremos a recuperar la creación entera: «a El
en todas amando y a todas en El».
Estamos en plena contemplación para alcanzar amor. En todas
las cosas se puede encontrar y amar a Dios: o porque las miramos
como regalo suyo, o porque en ellas habita y trabaja por nosotros,
o porque se nos transparenta a través de su creación. Y cuando
encontramos a Dios y lo amamos, en El hallamos todas las cosas,
porque nos lo ha dado a conocer Jesús, no como un Dios lejano e
indiferente, sino como Padre, como Dios-del-Reino, que ama a
todas sus criaturas y tiene cuidado de ellas: «El Señor es tierno y
compasivo, es paciente y todo amor. Es cariñoso con todas sus
105
criaturas y con ternura cuida sus o b r a s » .
Ignacio habla de una vía espiritual que tiene doble dirección:
del mundo a Dios, y de Dios al mundo. José Antonio García descri-
be esta espiritualidad de los «místicos horizontales» en un magnífi-
co texto: «cuando nos encontramos con el mundo, hay que descu-
brir en él a Dios y amarlo; y cuando nos remitimos amorosamente a
Dios, hay que amar en él a todo el mundo. En su primer movimien-
to, esta síntesis espiritual prohibe toda huida del mundo para en-
contrar a Dios, al igual que todo paso ¡n-trascendente por él: hay
que ser contemplativo en la acción. En su segundo movimiento,
esta síntesis prohibe toda ansia de Dios que no sea al mismo tiem-
po intensa preocupación y amor por el mundo: hay que ser activos
en la contemplación»... [aquí] está la originalidad de una corriente
espiritual que quiere sobrepasar la oposición entre pura interioridad
y mundo exterior, entre contemplación y acción, haciendo de la
contemplación una actividad de todo el hombre en todas sus cir-

1 0 4
Dt. 8,11ss.
1 0 5
Salmo 145, 8-9.
336 AMIGOS EN EL SEÑOR

cunstancias, y de la acción una praxis humana alcanzada crítica-


106
mente por la contemplación de D i o s » .
Para el jesuita el trabajo no puede ser una actividad que desvin-
cule de Dios, que desgaste la energía alimentada en la oración, o
descapitallce la espiritualidad acumulada en la contemplación y medi-
tación. Hay que estar unidos con Dios en la acción, repetía Ignacio.
Esta era su lectura de la recomendación de Jesús a sus discípulos:
«permanezcan unidos a mí, como yo permanezco unido a ustedes».
No propiamente la unión que logramos en la oración, sino aquella
que nos mantiene en sintonía con él, cuando nuestra libertad corre al
unísono con la suya; cuando saliendo de nuestro propio amor, que-
rer e Interés, procuramos mirar lo que hace el Padre para hacerlo
107
también nosotros . Por eso ponía Ignacio la autenticidad de la ora-
ción en la abnegación, que hace al hombre libre para caminar humil-
demente con Dios, escrutando los signos de su providencia.
Este espíritu está ilustrado frecuentemente en su correspon-
dencia. Al P. Antonio Brandáo, escolar portugués que vino a Roma
en 1551 y propuso una serie de preguntas, le responde Polanco
con unas «instrucciones que se dan por nuestro Padre Ignacio», no
sólo para él sino para todos los que se encuentran fuera de Roma:
a
«A la 6 [¿en qué se ejercitará más en la meditación?\, atendiendo
el fin del estudio, por el cual no pueden los escolares tener largas
meditaciones, allende de los ejercicios que tienen para la virtud,
que son oír misa cada día, una hora para rezar y examen de con-
ciencia, confesar y comulgar cada ocho días, se pueden ejercitar
en buscar la presencia de nuestro Señor en todas las cosas, como
en el conversar con alguno, andar, ver, gustar, oír entender, y en
todo lo que hiciéremos, pues es verdad que está su divina
Majestad por presencia, potencia y esencia en todas las cosas. Y
esta manera de meditar, hallando a nuestro Señor Dios en todas
las cosas, es más fácil que no levantarnos a las cosas divinas
más abstractas, haciéndonos con trabajo a ellas presentes; y cau-
sará este buen ejercicio, disponiéndonos, grandes visitaciones del
Señor, aunque sean en una breve oración. Y allende de esto,
puédese ejercitar en ofrecer a nuestro Señor Dios muchas veces
sus estudios y trabajos de ellos, mirando que por su amor los
aceptamos, posponiendo nuestros gustos, para que en algo a su
divina Majestad sirvamos, ayudando aquellos por cuya vida El
108
murió. Y de estos ejercicios nos podríamos examinar» .

1 0 6
JOSÉ GARCÍA, S.J., En el mundo desde Dios: vida religiosa y resistencia cul-
S
tural, capítulo 6: «Místicos horizontales». Sal Terrae, 3 edición, pp. 108ss.
1 0 7
Ver Jn., 5 , 1 9 - 2 1 .
1 0 8 s
Ver MI, Epp., III, 506-513; en BAC, Obras, 6* edición, p. 886 (Carta del 1
de junio, 1951).
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 337

Al P. Urbano Fernandes, recién nombrado rector del escolasti-


cado de Coimbra, que pide unas máximas para su oficio, responde
s
Polanco, también el 1 de junio de 1551:

«Cuanto a lo que manda escribir de algunas como máximas para


en lo que toca al gobierno, etc., yo no me hallo idóneo ni aun pa-
ra decir de las mínimas; pero el santo Espíritu, cuya unción ense-
ña todas las cosas, a los que se disponen a recibir su santa ilus-
tración... enseñe a V.R., y espero lo hará, pues le da tan buena
voluntad de acertar en lo que es mayor servicio suyo... Cuanto a
la oración, no habiendo necesidad especial por tentaciones,
como dije, molestas o peligrosas, veo que más aprueba [Ignacio]
procurar en todas cosas que hombre hace hallar a Dios, que dar
mucho tiempo junto a ella. Y este espíritu desea ver en los de la
Compañía: que no hallen (si es posible) menos devoción en cual-
quier obra de caridad y obediencia que en la oración o medita-
ción; pues no deben hacer cosa alguna sino por amor y servicio
de Dios nuestro Señor, y en aquello se debe hallar cada uno más
contento que le es mandado, pues entonces no puede dudar que
9
se conforma con la voluntad de Dios nuestro Señor»™ .

A Sebastián Romeo, le recomienda no olvidarse de tener cuida-


do de conservar y acrecentar el buen espíritu, de usar cada día los
exámenes de conciencia, oír misa y atender a las sólitas devocio-
nes «aunque se pueden abreviar atendiendo a ayudar al prójimo,
110
porque es oración cuanto se hace por e / / o s » .
A Gaspar Berceo, misionero en la India, escribe Polanco sobre
las prácticas del Colegio de Goa:

«Solamente diré que es mucho tiempo el que se da a la oración,


hablando de los escolares especialmente, a los cuales no permi-
ten las constituciones más de una hora de oración, fuera de su
misa, en el día, y en esta hora entran los exámenes de concien-
cia y las horas de nuestra Señora...Y si esa tierra sufre menos las
meditaciones que ésta, habrá menos razón de alongar la oración
que acá. Entre las acciones y estudios se puede elevar a Dios la
mente; y enderezándolo todo al divino servicio, todo es oración. Y
de esto deben estar muy persuadidos todos los de la Compañía,
a quienes los ejercicios de caridad quitan el tiempo de la oración
muy a menudo, mas no han de pensar que en ellos agradan me-
nos a Dios que en la oración... De otras cosas particulares que
V.R. pide se le escriba, con las constituciones en buena parte se

1 0 9
MI, Epp.,III, 499-503.
1 1 0
MI, Epp., IV, 456.
338 AMIGOS EN EL SEÑOR

podrá excusar respuesta, y Jo demás suplirá la unción del Santo


111
Espíritu, a quien plega enderezar a V.R. en todas sus c o s a s .

Otro tanto podría decirse a propósito de lo que determinan las


Constituciones sobre la penitencia. Los compañeros no quisieron
recargar con extraordinarias austeridades a su comunidad, solícita
todo el día en tareas apostólicas que requerían de por sí una exqui-
sita abnegación. Esa recomendación, que dejaron a sus seguido-
res en los Cinco Capítulos, fue objeto también de una reflexión de
Nadal:

«Los monjes instituyeron aflicciones comunes y perpetuas. Por-


que no usaban sus fuerzas y ejercicio corporal para ayudar a los
prójimos; se sentaban en sus celdas y monasterios, devotos,
dados a la contemplación y a la oración... como no salían al próji-
mo, ayunaban por él, por él llevaban cilicios y se afligían el cuer-
po, providente y santamente. Nuestra condición es diversa. De-
bemos ejercitar las fuerzas corporales en ayuda del prójimo en
nuestros ministerios; debemos peregrinar en nuestras misiones...
por eso no nos conviene aquella forma de ayunos y aflicciones, si
miramos en común al modo de ser de nuestro Instituto. Si consi-
deramos a la utilidad y necesidad particular, puede convenirnos;
pero entonces, más seguramente lo discernimos con los superio-
112
res, por obediencia particular» .

En síntesis, la espiritualidad apostólica de la Compañía se re-


gula por la discreta caridad, desde una comprensión de la vida co-
mo «enviados» al servicio de los demás, en constante esfuerzo
para estar unidos con Jesucristo en la acción. El que llama a traba-
jar con él, nos hace instrumentos en sus manos en el momento de
la acción, y en tanto nos unimos a él en cuanto nos entregamos,
enteramente disponibles, como instrumentos, a su acción para lle-
var adelante la misión confiada por su Padre.
La flexibilidad y adaptación a las personas y a las situaciones
muy diversas de comunidades y colegios, pareciera recortarse con
la multitud de reglas minuciosas de disciplina y orden comunitario
que por el mismo tiempo se Iban componiendo. Las Constituciones
remiten a ellas, pero agregan que «es bien procuren guardar la
parte que conviene y se les propone a juicio del superior, o para el
provecho y edificación suya o de los demás entre quienes se ha-
113
l l a n » . El Proemio de las Declaraciones y Avisos sobre las Cons-

1 1 1
MI, Epp., VI, 90-9.
1 1 2
Annot. In Exam., Nadal, V, 167-168.
1 1 3
Const., 585.
L A ViDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 339

tituciones ya había explicado que además de ellas, «que son de


cosas inmutables y que universalmente deben observarse», se
hacían necesarias «algunas otras ordenanzas que se pueden aco-
modar a los tiempos, lugares y personas, en diversas Casas y Co-
legios y oficios de la Compañía, aunque reteniendo, en cuanto es
posible, la uniformidad entre todos. De estas tales ordenanzas o
114
reglas no se dirá a q u í . . . »
Las reglas particulares se fueron multiplicando a partir de la
estructuración de la vida común en los colegios, comenzada por los
mismos escolares que hacían entre ellos sus propias constitucio-
nes -cuando aún no se había promulgado la Carta fundamental de
la Compañía-. Ellos expresaban espontáneamente de este modo
el deseo de conformar su vida con el paradigma de comunión de
los primeros compañeros. Su observancia no era tanto un deber
moral, cuanto un entusiasta compromiso con aquel ideal; consigna-
ban en aquellas reglas lo que era ya en su vida espíritu y verdad.
Una visión de conjunto del plan del texto autógrafo, permite ver
la articulación que se ha logrado a partir del texto a, en torno a la
vida común en lo exterior:

El vestir tenga tres partes: ho-


nesto, acomodado al uso de No hay hábito.
la tierra, conforme a nuestra Cap. II, 577
profesión de pobreza.

El comer, dormir y uso de las


c o s a s necesarias o c o n v e - No hay diferencias
nientes, será común, tenien- específicas.
do siempre ante los ojos la Cap. II, 580
bajeza, pobreza y espiritual
edificación.

No parece dar otra regla en lo


que toca a la oración, medita- No hay reglas comunes
ción, estudio, ayunos y otras obligatorias para la ora-
asperezas sino lo que la dis- ción y las penitencias.
creta caridad dictare. Cap. III, 582

1 1 4
Proemio de las Declaraciones y Avisos sobre las Constituciones, 136. En la
redacción del texto a se lee, al exponer la división general de las Constituciones:
«parece se deban poner de aparte las reglas de casas o colegios que son más parti-
culares y mutables, y cuya observación no es tan importante, y aparte las Consti-
tuciones que son más universales y inmutables y cuya observación más importa»,
MI, Const., II, 129-130.
340 AMIGOS EN EL SEÑOR

La frecuentación de sacra- No hay ceremonias litúr-


mentos sea muy encomenda- gicas o actos comunes
da; no diferir la comunión o la para la vida sacramental.
celebración más de ocho días. Cap. III, 584

Do las reglas particulares Flexibilidad para obser-


que se usan en casa, procu- vancia de reglas.
ren guardar la parte que con- Cap. III, 585
viene y se les propone a jui-
cio del superior.

No usarán los nuestros coro, No hay coro ni oficios


ni misas y oficios cantados. cantados.
Cap. Ill, 586

No deben tomar cura de áni- No se permite tomar a


mas, ni cargo de mujeres re- nuestro cuidado obliga-
ligiosas o de otras cualesquie- ciones que limiten la
ra. libertad para discurrir.
Cap. III, 588
Se deje cuanto es posible to-
do negocio secular, para
poder atender más entera- No se admite cargo de
mente a las cosas espiritua- negocios seculares
les de la profesión. Cap. III, 591

Como en la vida toda, así también en la muerte

Este capítulo, propio del texto autógrafo, traza una última pince-
lada de la comunidad de amigos en el Señor en el momento dolo-
roso de la muerte de un compañero. En su brevedad, es un texto
cargado de sentimientos humanos y de unción espiritual.
Y en primer lugar, la perspectiva apostólica del jesuíta que
muere: «Como en la vida toda, así también en la muerte, y mucho
más, debe cada uno de la Compañía esforzarse y procurar que
Dios nuestro Señor sea en él glorificado y servido, y los prójimos
edificados, a lo menos del ejemplo de su paciencia y fortaleza, con
fe viva, esperanza y amor de los bienes eternos...» Asumen las
Constituciones toda la crudeza de ese momento difícil, cuando la
enfermedad puede quitar gran parte del uso de las facultades, y
aun sobrevenir tentaciones y desvarios. El moribundo «requiere el
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 341

socorro de la fraterna caridad». El superior cuidará de que antes de


ser privado ie su juicio, «tome los santos sacramentos todos y se
fortalezca para el tránsito de la temporal vida a la eterna con las
armas que nos concede la divina liberalidad de Cristo nuestro
115
Señor» .
Los miembros de su propia comunidad deben ayudarlo con ora-
ciones muy especiales. Y además de los que pueden entrar a ver
morir el enfermo, «deben ser deputados algunos especialmente
que lo acompañen, animándole y dándole los recuerdos y ayudas
que convienen en aquel punto».
Después de la muerte, los de la casa dirán el oficio: «rezado y
medianamente alto... con sus candelas encendidas». «La mañana
primera», los sacerdotes celebran la misa por él y los demás ele-
van especiales oraciones, y continuarán haciéndolo en adelante,
según la devoción de cada uno.
Finalmente, ordenan las Constituciones que se dé aviso en otras
partes de la Compañía, con el fin de que «la caridad con los muertos,
no menos que con los vivos se muestre en el Señor nuestro».
Cómo vivía ya la Compañía estas costumbres, lo experimenta-
mos en la muerte de los dos primeros del grupo de los diez, Juan
Codure y Pedro Fabro. Con una sentida carta lo comunica a los
padres y hermanos del colegio de Coimbra, en 1546, quien era
entonces secretario de Ignacio, Bartolomé Ferráo:

«Parece se ha de tener paciencia él [Mtro. Ignacio] en quedar, y


nosotros en oír; y con todo esto también mucha alegría, en que
nos quede tal guía acá mientras que vivimos, y que vaya tal se-
gundo terrier [representante] de la Compañía y interpelador fiel,
que ya está allá, de buena memoria, el Rdo. Mtro. Pedro Fabro,
que en su día del señor San Pedro, primero de agosto, disponién-
dolo el Señor, fue liberado de los vínculos de esta muerte, yendo
felizmente al Señor, así como Mtro. Juan Codure, primer terrier
[representante], murió su día también, es de saber del señor Juan
' Degollado [29 de agosto de 1541], cuyas ánimas, estando en el
cielo juntas, sus cuerpos en Santa María de la Estrada acompa-
ñados, aquí nosotros en Roma asimismo nos hace compañía.

Y fue en tal modo [la muerte de Fabro], permitiéndolo la bondad


divina, que habiendo tanto tiempo, alrededor de ocho años, de su
ausencia de Roma y peregrinación por tantas partes, en santa
obediencia, entrando aquí sano y bueno a 17 de julio, y por ocho
días gozándonos todos y sus devotos en el Señor, después otros

1 1 5
Const., 595.
342 AMIGOS EN EL SEÑOR

ocho días siendo visitado de unas tercianas dobles, finalmente, el


primero de agosto como dije, y día del señor San Pedro ad
Vincula, siendo confesado el sábado a la noche, al domingo a la
mañana oyendo misa y recibiendo el santísimo sacramento y la
extrema unción, entre medio día y vísperas, presentes cuantos
éramos en casa, y muchos de los devotos en el Señor nuestro,
que eran venidos, con muchas señales de su vida pasada y de la
116
que esperaba eterna, dio su ánima a su Criador y S e ñ o r » .

Al terminar este capítulo sobre la 6* Parte de las Constitu-


ciones, se pueden recoger algunas conclusiones.
Ante todo hemos constatado la enorme armonía entre la pre-
sentación de la comunidad esparcida en misiones para el servicio
evangélico, de la Parte 7-, y la de esa misma comunidad contem-
plada desde dentro, en la vida espiritual de sus miembros. Pro-
graman las Constituciones una vida en el Espíritu, personal y co-
munitaria, adecuada para un cuerpo de operarios en manos del
Papa, prontos para ser enviados en misión, a una vida de incesan-
te trabajo, de movilidad constante, de trato con toda clase de per-
sonas, grandes y pequeñas, a menudo distantes de la comunión de
los hermanos y de la inmediata dirección de superiores.
Tres grandes líneas la caracterizan: pobreza, libertad apostóli-
ca y obediencia. Pobreza, en seguimiento de Jesús pobre y humil-
de, participación de su «abajamiento»; mediante la que se pone en
común y se comparte todo con los compañeros y con los pobres,
se sirve distribuyendo gratuitamente el don recibido, y se confía en-
teramente en la providencia para su diario sustento. Libertad apos-
tólica, que libera de ocupaciones impropias para garantizar la dis-
ponibilidad al servicio de la Iglesia y el ejercicio de los ministerios
propios de la Compañía. Obediencia, por la que permanecen visi-
blemente unidos a Jesucristo y a los hermanos, en la comunión de
«amistad en el Señor»; procuran señalarse en ella para que, aun
trabajando lejos de sus comunidades, les sirva de vínculo de comu-
nión con el superior y con el cuerpo universal disperso.
El texto autógrafo, con sus adiciones, completa el capítulo de la
libertad apostólica del texto a, con la descripción de un estilo de
vida espiritual que no ata a la persona a una comunidad estable ni

1 1 6
MI, Epp., I, 405-407; ver también el informe para toda la Compañía, redac-
tado por el mismo Bartolomé Ferráo y de igual tenor, donde escribe que murió rode-
ado de muchos «amigos en el Señor y la Compañía», en MHSI, Fabro, 481-482,
Appendix 19.
L A VIDA SEGÚN EL ESPÍRITU Y PERSPECTIVA COMUNITARIA 343

a una regla común y universal: se regula por el principio de la dis-


creta caridad, medio de equilibrio para su oración, sus penitencias
y su dedicación apostólica. La integración entre oración y trabajo
se consigue en el esfuerzo constante por buscar y hallar a Dios en
todas las cosas y permanecer unidos a Jesucristo en la acción.
La vida común en lo exterior, apoyada en una extraordinaria vi-
da interior, tipifica la Compañía, que se configura a sí misma
teniendo delante de los ojos la misión apostólica. Y por último, un
bello capítulo de fraternidad evangélica, extiende la amistad en el
Señor hasta el momento de la muerte y más allá.
a
La perspectiva comunitaria de toda la Parte 6 se ha dibujado
claramente, a pesar de que trata sobre los deberes de los profesos
y coadjutores formados «cuanto a sí mismos». El tratamiento de la
pobreza comienza con la descripción de una comunidad pobre a la
que se incorpora el jesuíta y termina con un programa de pobreza
personal con dimensión marcadamente corporativa. La libertad
apostólica tiene ante los ojos primeramente a «la Compañía»: el
título anuncia lo que toca a los ya incorporados en la Compañía, es
decir, sobre su vida en el Espíritu, integrados en un cuerpo que
tiene su propio modo de proceder. La obediencia es la garantía
para un acertado cumplimiento de la misión, para una comunión
espiritual más íntegra y para una vida más ordenada del cuerpo
universal. Es remarcable que poniendo el acento a la vez en las
personas y en la comunidad, no trace un programa de vida comuni-
taria propiamente tal, ni demuestre mayor preocupación por las
reglas de disciplina religiosa interna, o actividades comunes para
alimentar la vida espiritual. Todo el interés está dirigido a que el
jesuíta integre su vida interior con el servicio a la misión. La comu-
nidad se mira a sí misma, en cada uno de sus miembros, pero con
un ojo puesto sobre el servicio apostólico propio de su profesión.
La libertad de las personas se respeta y se promueve, admitiendo
un principio de diversificación dentro de la común identidad: cada
uno regulará su pobreza, su oración, sus penitencias, por iniciativa
" personal bajo la guía del Espíritu, permaneciendo en fiel relación
con la Compañía y con el apoyo de su confesor y de su superior.
Finalmente, la imitación de Jesucristo con sus apóstoles, aun-
que no expresamente en el texto de esta Parte de las Constitu-
ciones, sí la retoman los comentadores. Ella inspira la gratuidad de
los ministerios, la libertad apostólica, la obediencia al único pre-
pósito y ¡hasta las razones de no llevar hábito, en el singular texto
de Nadal! La meditación de dos Banderas, con la instrucción de
Jesús a sus amigos que envía a la misión: pobreza contra riqueza,
oprobio y menosprecio contra el honor mundano, humildad contra
soberbia, palpita a través de todo el texto.
8

UNION DE LA COMPAÑÍA DISPERSA


El ritmo de dispersión y congregación

Nuestro Padre desea toda vuestra consolación espiritual. Y pues-


to que ésta sería en estar entre los hermanos y padres vuestros
en el espíritu, os permitiría estar en Ñapóles, si vuestra indisposi-
ción lo hubiese tolerado. Mas juzgando los médicos que de todos
modos os conviene para curaros el aire nativo, se ha pospuesto
la consolación a la utilidad. Tened, sin embargo, por cierto, carísi-
mo hermano, que por más que estéis separado de nosotros con
el cuerpo, estáis íntimamente unido con el vínculo de la caridad
de parte nuestra, y pienso que también de la vuestra. Y persua-
dios que no solamente estáis unido con este vínculo, mas tam-
bién con aquel de la santa obediencia, que liga todos los miem-
bros de la Compañía nuestra en un solo cuerpo espiritual, en el
1
cual estáis incorporado en dondequiera que os halléis» -

Las palabras llenas de comprensión y cariño con las que Po-


lanco, en nombre de Ignacio, escribe a un jesuita enfermo, encabe-
zan este nuevo capítulo sobre la unión de los miembros de la
Compañía entre sí y con su cabeza.
Francisco Manclni se había debilitado en Ñapóles y los médi-
cos aconsejaron que saliera en busca de los aires nativos para re-
cuperarse al lado de su familia. Pero él prefería estar con sus her-
manos de la Compañía y así le había escrito a Ignacio. El dictamen
de los médicos prevaleció sobre los deseos del enfermo y se pos-
puso la consolación a la utilidad, como se expresa Polanco. Sin
embargo, no debe afligirse Francisco: por más que esté separado

1
MI, Epp., VI, 586.
346 AMIGOS EN EL SEÑOR

físicamente, permanece unido a la Compañía con los vínculos de la


caridad y la obediencia que lo ligan al cuerpo espiritual en el que
está incorporado, dondequiera que se encuentre.
En un breve texto se enuncian los dos medios principales que la
Parte octava de las Constituciones proponen para mantener y au-
mentar la comunión de la Compañía dispersa: la caridad y la obe-
diencia. En 1539 los compañeros habían tomado una trascendental
determinación que dio forma permanente a su compañía: «defini-
mos... que habiéndose dignado el clementísimo y piadosísimo Dios
unirnos y congregarnos recíprocamente, aunque somos tan flacos y
nacidos en tan diversas regiones y costumbres, no debíamos des-
hacer la unión y congregación que Dios había hecho, sino antes
confirmarla y establecerla más, reduciéndonos a un cuerpo, tenien-
do cuidado unos de otros y manteniendo inteligencia para el mayor
fruto de las ánimas; estar de tal suerte unidos y coligados entre
nosotros en un cuerpo, que ninguna división de cuerpos, por grande
2
que fuese, nos separase» . Aquella determinación de los primeros
compañeros, convertida en una viviente realidad, es lo que certifica
Polanco para consolar a Francisco, quince años más tarde.
Hasta ahora hemos venido considerando la dispersión de la
Compañía para el trabajo apostólico y el nuevo tipo de comunión
que tal dispersión originó. Se insinuaban los riesgos de la separa-
ción: desintegración y total independencia en el trabajo; pérdida de
la identidad a causa de la conversación con el mundo y la vida co-
mún en lo exterior; distanciamiento del modo de proceder de la
Compañía por las exigencias de inculturación en los medios donde
se realiza el trabajo. Para afrontar esos y otros posibles riesgos, se
promovían, a través de cartas e instrucciones, los nuevos vínculos
enderezados a garantizar y fortalecer aquella comunión que habían
vislumbrado los fundadores.
En sus tres últimas Partes, las Constituciones se ocupan direc-
tamente de esa unión y comunión, dando así una respuesta defini-
tiva y completa a la pregunta inicial que originó nuestro trabajo: ¿en
qué consiste la comunidad propia de la Compañía de Jesús? ¿Qué
es lo que congrega a todos los miembros dispersos y los reduce a
la unidad de un cuerpo orgánico, tan diferenciado y dinámico?
¿Cuál es el secreto de su articulación?
Abordamos la Parte Octava, que lleva por título: De lo que ayu-
da para unir los repartidos con su cabeza y entre sí. El tema central
es, pues, la comunión que hace posible la dispersión y la pluralidad
necesaria a la Compañía, al tiempo que la cohesiona y la vivifica.

Deliberación de los primeros padres, MI, I, p. 3.


UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 347

La unidad de que hablan las Constituciones no es la jurídica, que


ya existe con la confirmación de la Orden por la Iglesia, sino la
comunión dentro de ese cuerpo apostólico, entre los miembros y
con su cabeza, que alimenta y renueva continuamente la comuni-
dad apostólica y comunica eficacia apostólica a su trabajo.
Desde la misma introducción se aboca de frente este problema:
la comunión entre jesuitas esparcidos en tan diversas partes del
mundo y empeñados en tan distintas y difíciles misiones, personali-
dades ricas, dotadas de abundantes capacidades y excelentemente
formadas, es algo muy difícil de lograr. Pero es esencial para que la
Compañía se conserve y consiga el fin para el que fue constituida.

Cuanto es más difícil unirse los miembros de esta Congregación


con su cabeza y entre sí, por ser tan esparcidos en diversas par-
tes del mundo entre fieles y entre infieles, tanto más se deben
buscar las ayudas para ello; pues ni conservarse puede ni regir-
se, ni por consiguiente conseguir el fin que pretende la Compañía
a mayor gloria divina, sin estar entre sí y con su cabeza unidos
3
los miembros de ella .

La primera dificultad para la unión es, según las Constituciones,


la misma dispersión. Pero agrega además otra razón: los miembros
de la Compañía comúnmente serán letrados que tendrán el favor
4 a
de príncipes o personas grandes y pueblos, etc. Polanco en la 8
Industria, de donde procede el material de este primer capítulo,
plantea aún más dramáticamente la dificultad de la unión:

Por ser las misiones a tan varios lugares, y no vivir siempre en


congregación, antes pocas veces, y por ser las personas de le-
tras comúnmente, y dispuestos a hacer cabeza de sí y tener
muchas veces gran favor con personas grandes, es difícil el unir-
5
se con el superior y entre sí los desta Compañía...

No es difícil imaginar detrás de todo esto las redes y cadenas


de la meditación de las Banderas -pieza central de los Ejercicios,
' en el seguimiento y el servicio-: la riqueza de las letras, el favor de
los príncipes y la tentación de ser cabeza de sí. Son, sin embargo,
muy parcas las Constituciones al enumerar las dificultades; podría-
mos agregar hoy tantas otras fuerzas propensas a obstruir la co-
munión, fuerzas de dispersión provenientes de los diferentes estu-
dios y mentalidades, de la necesaria ¡nculturación, de la diferencia
generacional, de la secularización...

3
Const., 655.
4
Const., 656.
5 Pol. Compl., II, 756.
348 AMIGOS EN EL SEÑOR

El plan general de la Parte octava, para buscar los medios y ayu-


das de la comunión, comprende dos grandes aspectos: la unión de
los ánimos, y la unión personal en Congregaciones o Capítulos. Hay
una íntima correspondencia entre ambos, como aparece más claro
en el texto a al explicar la división de las Constituciones: «De lo que
hace para la unión de los miembros de la Compañía entre sí y con la
cabeza suya, estando en sus lugares diversos, y reduciéndose en
6
algunos capítulos o ayuntamientos la Compañía» - El pensamiento
de las Constituciones abraza a la Compañía universal en sus dos
momentos o ritmos: la dispersión apostólica y la reunión física o cor-
poral. Dispersión y congregación. La unión de los ánimos cubre
ambos momentos, pero es más perentoria para conservar en su
buen ser y garantizar la eficacia apostólica del cuerpo disperso.
Tradicionalmente la vida religiosa se ha inspirado para funda-
mentar la comunión en la imitación apostólica, tomando como mo-
delo la primitiva comunidad cristiana descrita en los Hechos de los
Apóstoles: «Todos los creyentes estaban muy unidos y compartían
sus bienes entre sí... todos los días se reunían en el templo, y en
las casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de
7
corazón... pensaban y sentían de la misma manera» . La imitación
apostólica para la Compañía es la misión evangelizadora de Jesús
con sus apóstoles. La unión de los corazones será la manera privi-
legiada de conglutinar el cuerpo, porque la unión corporal o congre-
gación será- siempre ocasional y por breve tiempo.
La comunidad espiritual viene a suplir la separación frecuente
y el apoyo de una comunidad física. Con la ausencia de los medios
tradicionales para conservar la unión: la estabilidad, la habitación,
el coro; y descartada la vida común con sus observancias, por ser
tan esparcidos comúnmente sus miembros, es preciso buscar otros
vínculos de comunión.

I. La unión de ánimos

Las Constituciones consideran ordenadamente los medios que


han de poner los miembros de la Compañía, los superiores, y
ambas partes entre sí.

1. De parte de los miembros de la Compañía: se requieren


cuatro condiciones: que sean personas escogidas y mortificadas,

6
MI, Const., II, p. 131.
7 Hch 2, 42-47 y 4, 32-35.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 349

que estén ejercitadas en la obediencia, que guarden la subordina-


ción y que se alejen los autores de división.

Personas escogidas y mortificadas

De parte de los inferiores ayudará no se admitir mucha turba de


personas a profesión, ni se retener sino personas escogidas, aun
por coadjutores o escolares. Porque la grande multitud de perso-
nas no bien mortificadas en sus vicios, como no sufre orden, así
tampoco unión, que es en Cristo nuestro Señor tan necesaria
8
para que se conserve el buen ser y proceder de esta Compañía .

La «turba» hace inviable la comunión. Una multitud de personas


no bien mortificadas es incapaz de orden y de unión. En la redacción
del texto a leemos: no mortificadas en sus pasiones y juicios, frase
que pasa al texto A como pasiones y vicios, y llega al texto B como
sus vicios. Especificar la inmortificación en los juicios tiene importan-
cia porque es principalmente la ausencia de esta clase de abnega-
ción la que causa mayores problemas a la comunión. La obstinación
en los propios juicios, la falta de prontitud para salvar la proposición
del prójimo o para tratar de comprenderla, como leemos en el presu-
9
puesto de los Ejercicios , entraba el diálogo e indispone para la
puesta en común de lo que somos y tenemos. Y la comunidad no es
lugar para recoger, en actitud egoísta, sino para dar y darse a los
demás. La comunión, que es irradiación del amor, consiste precisa-
mente «en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y co-
municar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede,
10
y así, por el contrario, el amado al amante» .
Ninguna comunidad puede levantarse sobre la arena movediza
del quererse bien, si las personas no están dispuestas a buscar, no
sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Los compañeros con-
taban con esa rica experiencia que había acompañado el proceso
evolutivo de su comunidad. Gracias a ella pudieron llegar a decisio-
" nes unánimes a partir de momentos de perplejidad y de tensión. La
minoría sabía abnegar sus propias opiniones e inclinaciones al
descubrir en el parecer de los demás las señales de la voluntad de
Dios. Esta es la comunión que se pretende ahora para la Compa-
ñía universal.
La atención a que la Compañía se componga de personas
escogidas y mortificadas es un punto neurálgico en las Consti-

8
Const., 657.
9
Ver EE., 22.
1 0
EE., 2 3 1 .
350 AMIGOS EN EL SEÑOR

tuciones. Una y otra vez aparece, especialmente en las Partes pri-


mera y segunda, sobre la admisión y el despido; en la quinta, sobre
la incorporación; y en la décima, sobre la conservación y aumento
11
de todo el c u e r p o . Particularmente explícito era el texto a: Así los
superiores como sus ministros deben mucho moderar el deseo de
admitir multitud, pues comúnmente con dificultad se compadece
ser muchos y escogidos, y es queja ordinaria de los que no han
sido circunspectos, multiplicasti gentem, sed non magnificasti laeti-
12
t i a m . Dicen que san Juan de Avila comentaba: si sois tantos, no
vais a poder ser lo que queréis.
¿Pretendían los compañeros mantener reducido el número de
los miembros de la Compañía? En el texto a hay dos expresiones
que podrían dar lugar a esa interpretación. Una de ellas es la que
acabamos de citar; la otra es una adición en el manuscrito, luego
cancelada, al comienzo de la Parte Octava: y al contrario se unirán
13
mejor, cuando la multitud será menor y más mortificada . Desde
Venecia en 1537 asomaba ya esta preocupación; en su carta a
Verdolay escribía Ignacio: «acá se nos han querido apegar algunas
compañías, y sin faltas de letras suficientes, y tenemos cargo de
14
rehusar más que de aumentar por temor de las c a í d a s » .
Que el número demasiado grande dificulta la unión a nivel más
personal, y que esa unión será tanto más factible cuanto menor la
multitud, parece haber sido una convicción desde muy temprano en
la Compañía. Durante la preparación de las Constituciones Polan-
co había consignado entre sus dudas esta pregunta: «si sería al
propósito, cuando una congregación [comunidad] fuese grande,
poner decanos que tuviesen especial cuidado de un cierto número
que el prepósito le asignase, escogiendo para tal cuidado personas
15
en sapiencia y vida más señaladas» . La solución de subdividir las
grandes comunidades en grupos más pequeños para favorecer la
relación interpersonal y la buena marcha de la vida en común, no
sería, pues, una originalidad moderna.
Sabemos también que Ignacio admitía muchos a probación, y
aun a los primeros votos, pero que el número de los que se incor-
poraban definitivamente era muy reducido. Ribadeneira recuerda
que a los comienzos no se mostró difícil para admitir gente en la

1 1
Ver Const., Parte primera, cap. 1; Parte segunda, cap. 1,1; Parte V, cc.1 y 2;
Parte X, n. 7.
1 2
MI, Const, II, p. 133.
1 3
MI, Const, II, p. 226, aparató crítico, 20.
1 4
MI, Epp., XII, 323.
1 5
MI, Const, I, p. 292, n.123. Recordemos que para Ignacio una comunidad
era muy grande si pasaba de 15 o 20 miembros, ver MI, Const, I, p. 389.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 351

Compañía, pero que después vino a apretar la mano, diciendo que


si por alguna cosa pudiera desear vivir, era para ser más difícil en
16
recibir personas para la Compañía .
Hay, sin embargo, otros textos que dan una visión más exacta
del pensamiento del fundador. La Parte X, desde el texto a, repite
la necesidad de cerrar la mano para admitir y de no hacerlo sino
con personas escogidas y bien probadas. Y termina así: «porque
de esta manera, aunque se multiplique la gente, no se disminuya ni
17
debilite el espíritu». Pero es sobre todo en la Declaración del
texto autógrafo al artículo sobre no admitir turba en donde encon-
tramos el equilibrio entre el número y la selección: «Esto no exclu-
ye el número, aunque fuese grande, de personas Idóneas para la
profesión o para ser coadjutores formados, o escolares aprobados.
Pero encomiéndase que no se alargue la mano a pasar por idóne-
os (en especial para profesos) los que no lo son. Y cuando se guar-
dare bien lo que se dijo en la Primera y Quinta Parte, bastará; que
no se entiende turba la que tal fuere, sino gente escogida, aunque
18
mucha f u e s e » .

Ejercitados en obediencia

«Y porque esta unión se hace en gran parte con el vínculo de la


obediencia, manténgase siempre ésta en su vigor. Y los que se
envían fuera para trabajar ¡n agro dominico de las casas, en
cuanto se pueda, sean personas ejercitadas en ella... Y así, quien
no tuviese dada tanta experiencia de esta virtud, a lo menos
debería ir en compañía de quien la tuviese dada. Porque en
general ayudar el compañero más aprovechado en ella al que
19
menos lo fuese, con el favor divino» .

La Parte Octava retoma el tema de la obediencia, ya desarrolla-


do en la Sexta, para presentarla ahora como vínculo de unión de la
Compañía. Este aspecto de la obediencia responde al deseo de los
compañeros en 1539 de conservar mejor la Compañía. Sin esta vir-
tud, pensaban, la comunidad no podrá congregarse por mucho
tiempo, lo cual repugna con lo que han decidido acerca de perpe-
tuar su unión.

1 6
Ver FN, II, 475-476; Pol. Compl., II, 772.
1 7
MI, Const., II, p. 255.
1 8
Const., 658.
1 9
Const, 659.
352 AMIGOS EN EL SEÑOR

20
De las varias cartas de Ignacio sobre la obediencia , la que
dirigió a los padres y hermanos de Gandía en 1547 para que eli-
gieran un superior, expone de manera sobria y precisa la función
de vínculo de unión asignada a la obediencia. Entre las razones
para persuadirlos de la conveniencia y necesidad de que, donde-
quiera que se halle algún número de personas de la Compañía
viviendo juntas por algún tiempo, tengan una cabeza o superior,
aduce ésta:

Sin estos provechos espirituales ya dichos, que tocan más a los


particulares, importa esta forma de vida a la conservación del cuer-
po todo de vuestra congregación. Porque es así que ninguna multi-
tud puede en un cuerpo conservarse sin estar unida, ni puede unir-
se sin orden, ni puede haber orden si una cabeza no hay, a quien
21
sean por obediencia los otros miembros subordinados .

Invoca la cabeza, como autoridad, pero especialmente como


servicio de la unidad. No tanto porque manda, cuanto porque dina-
miza, entrelaza y conglutina a los miembros creando un orden y
armonía que hace propicia la comunión
La Parte sexta exige a los que son enviados en misiones del
Papa o del superior que se señalen en la obediencia. Correlativa-
mente en la Parte Octava se estatuye que los enviados fuera de las
casas sean ejercitados en la obediencia, es decir, prontos a inte-
grarse como partes bien articuladas de un organismo vivo, al que la
cabeza imprime unidad de propósitos y concierto de tareas. Es
aquella función de Cristo cabeza que tan estupendamente describe
Pablo en su carta a los Efesios: «Con la sinceridad del amor, crez-
camos hasta alcanzar del todo a Cristo, que es la cabeza del cuer-
po. Gracias a Él el cuerpo entero, compacto y trabado por todas
sus junturas, que llevan la nutrición según la función propia de ca-
22
da miembro, va creciendo y construyéndose en el a m o r » .
La obediencia es, pues, una condición indispensable para la
vida de un cuerpo en pleno dinamismo, como es la Compañía. Sólo
ella puede lograr que esa intensa actividad no desemboque en
desarticulación de fuerzas, en conflicto de intereses individuales,
en tensiones irreductibles.

2 0
Ver Carta a los de Gandía (1547) para la elección de un superior, MI, Epp.,
XII, 331-338; a los de Coimbra (1548); MI, Epp., I, 687-695; a Andrés Oviedo (1548),
que encarece la subordinación, MI, Epp., II, 54-65; y la célebre Carta de la Obe-
diencia a los jesuítas de Portugal (1553), MI. Epp., IV, 669-681.
2 1
MI, Epp., XII, 335.
2 2
E f 4 , 15-16.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 353

El texto propone además dos instancias de colaboración solida-


ria que expresan el sentido de comunidad: que los más veteranos
sean ejemplo de unión con el superior, para los demás; y que si
alguno tiene menos experiencia en esa virtud, vaya en compañía de
otro que la tenga, como ayuda solidaria y fraterna. Ambos casos
deben leerse desde el horizonte de la misión, para comprenderlos
cabalmente. El trabajo de la Compañía es un mandato, un encargo.
El jesuíta no hace su trabajo, sino algo que le ha sido encomendado
y para cuyo exacto cumplimiento recibe el apoyo y la experiencia de
los más veteranos, según aquel principio de mutua colaboración,
mediante el envío de dos en dos, señalado de la Parte Séptima.

Guardarla subordinación

A la misma virtud de obediencia toca la subordinación bien guar-


dada de unos superiores para con otros, y de los Inferiores para
con ellos... porque así guardada la subordinación mantendrá la
unión que muy principalmente en ella consiste, mediante la gracia
23
de Dios nuestro Señor .

La ¡dea de la subordinación confiere un matiz especial a la obe-


diencia. La concibe como una virtud de un cuerpo orgánico y bien
diferenciado, que se articula ordenadamente teniendo por punto de
convergencia la cabeza. La Compañía que inlclalmente tenía un
solo superior, fue creciendo; se multiplicaba el cuidado de todas las
personas y de las diferentes misiones, y uno solo no podía atender
a tantas cosas. Para satisfacer mejor al gobierno de los particulares,
se hizo razonable repartir aquel cuidado a través de una jerarquía y
manteniendo el orden entre ellos para evitar confusiones y mante-
ner la unidad. La subordinación no significa en las Constituciones
simplemente sumisión, sujeción o dependencia, explica el P. de
Aldama. Tiene siempre el matiz de ordenación jerárquica en esta
24
s u j e c i ó n . De subsidiariedad, podríamos interpretar hoy. Por eso
* se habla de la subordinación de unos superiores para con otros.
El ejemplo de la subordinación lo encuentran Ignacio y Polanco
en el orden de la naturaleza y en las organizaciones de la Iglesia y
de la sociedad. Sobre todo en la Providencia, que reduce las cosas
ínfimas por las medias y las medias por las sumas a sus fines. Así,
la subordinación es vínculo de la unidad dentro del cuerpo de la
Compañía.

2 3
Const., 662.
2 4
Ver ANTONIO MARÍA de ALDAMA, S.J., Unirá los repartidos: comentario a la oc-
tava parte de las Constituciones, Centrum Ignatianum, CIS, Roma, p. 15.
354 AMIGOS EN EL SEÑOR

La conveniencia de un superior más próximo, representante del


General, en las comunidades locales, la explica con claridad la
Carta a los jesuítas de Gandía. El General es el principio de la uni-
dad de todo el cuerpo, y los prepósitos provinciales y locales han
de guardar subordinación a Él. En el concierto del cuerpo total, nin-
gún miembro queda desarticulado. A los compañeros esparcidos,
distantes de sus superiores, se les recomienda recurrir a alguno de
los prepósitos vecinos. La octava Industria de Polanco comenta
este recurso:

«Comunicar con los vecinos... ayuda que los que andan disper-
sos de uno en uno o de dos en dos se comunicasen a menudo
con uno de los colegios o casas o personas de más tomo, veci-
nas; porque esperar comisión y orden de Roma para todo no se-
ría posible por la distancia, sin perder muchas buenas ocasiones
de servir a Dios, vea el propósito si sería bien mandar a los tales
que se rigiesen por el parecer de los vecinos dichos, hasta que
en contrario tuviesen comisión de Roma... ayudaría para lo mes-
mo que los lugares no estuviesen muy distantes unos de otros, y
que pudiéndose, no se alejasen demasiadamente los compañe-
ros... de donde hubiese colegio o casa de los nuestros... aunque
25
esto es difícil, si el papa los envía» .

El orden de la subordinación no termina en el General. Las car-


tas lo ponen de presente: «Y en éste, [la obediencia se entienda]
para con quien Dios nuestro Señor le dio por superior, que es el
26
vicario suyo en la t i e r r a » ; «Así como este tal [el General] al que
es a todos supremo... Jesucristo, Señor nuestro, pues a él y por él
27
debe darse toda obediencia a cualquiera que se d é » . La obedien-
cia ignaciana se ejercita en la Iglesia y, por ella, en Jesucristo,
completándose así el panorama de la subordinación dentro del
cuerpo eclesial, que inserta a la Compañía en la Iglesia como un
cuerpo al servicio de su «único prepósito», Jesucristo.

Apartara los autores de división

«Quien se viese ser autor de división de los que viven juntos,


entre sí o con su cabeza, se debe apartar con mucha diligencia
de la tal congregación [comunidad], como peste que la puede infi-
cionar mucho, si presto no se remedia».

2 5
Pol Compl. II, 760. nn 9 y 12.
2 6
MI, Epp., IV, 680, n. 26.
2 7
MI, Epp., I, 689.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 355

«Apartar se entiende o del todo, despidiéndole de la Compañía, o


traspasándole a otro lugar, si esto pareciese bastar y ser más
conveniente para el divino servicio y bien común, a juicio de
28
quien tuviere el asunto de ello» .

Nada perjudica más la comunión en un grupo o comunidad que


una persona que siembre la discordia y lidere la división dentro de
los miembros o con su cabeza. ¡Y qué decir de la posibilidad de un
discernimiento en común! «Apartar con mucha diligencia», «como
peste» que amenaza infectar todo un ambiente, remediarlo pronto.
Son términos drásticos los que emplean las Constituciones. Dar
largas a este tipo de problemas no hace más que agravar las situa-
ciones y entorpecer el buen orden y armonía de una comunidad
que necesita paz y alegría para llevar adelante sus compromisos
apostólicos.
Apartar de la congregación no significa sin más despedirlo de la
Compañía. Por congregación se entiende aquí la comunidad, casa
o colegio, donde se detecta el problema. Las Constituciones pien-
san ante todo en una solución remedial. La Compañía pone en
juego una actitud pastoral. Quizás en otro lugar pueda la persona
integrarse mejor, por el ambiente, por el cambio de trabajo o por
las nuevas relaciones. Pero hay que tener en cuenta tres aspectos:
el divino servicio, el bien común - d e la comunidad y del cuerpo uni-
v e r s a l - y si la solución parece suficiente. No se trata, ni mucho
menos, de deshacerse de un problema local en perjuicio del fin
apostólico y del buen ser de la Orden. Hay que atender, desde
luego, al bien de la persona que ha recibido una vocación; sin
embargo, está en juego la unidad de la Compañía, primero a nivel
local, luego la del cuerpo universal. Despedirlo de la Compañía es
el recurso extremo.
a
La 8 Industria, en preparación de este texto, impresiona por su
crudeza. Escribe Polanco:

«Quitar los divisores de la unión. Si hubiese alguno divisor de la


unidad y rebelde, si no bastasen las correcciones, no siendo pro-
feso, se podría despedir; si lo fuese, debería procurarse de sacar-
lo de donde puede hacer daño y traerle a Roma; o si se tuviese
por incorregible, procurar con el Papa que le envíe a algún lugar,
donde menos daño haga y para algo sirva, como a las Indias o a
otro lugar, donde poco pierda con él la Compañía. Si no obede-
ciese a esto, habido consejo, y - s i así pareciese al prepósito- el

2 8
Const., 664-665.
356 AMIGOS EN EL SEÑOR

parecer de los principales de la Compañía, se podría despedir. El


poder tener alguno, como sería en prisión, es de ver si lo sufriría
29
el modo de vivir de la Compañía» .

Varias de las propuestas de Polanco nos parecen, por lo me-


nos, extrañas: pasarle el problema al Papa; enviar a misiones a
personas problemáticas, divisoras de la unión; procurar que la
Compañía «poco pierda», como, por ejemplo, mandándolo a las
30
Indias; la sugerencia de la c á r c e l . El trato peyorativo que reciben
las misiones en la India, donde está nada menos que Francisco
Javier, es disgustante. Pero hay que salvar en Polanco el deseo de
buscar para ese profeso divisor de la unión, alguna solución que
evite tener que despedirlo de la Compañía en la que pudiera conti-
nuar prestando algún servicio apostólico. Y aunque sugiere la posi-
bilidad de ponerlo en prisión, como se estilaba en las Ordenes reli-
giosas de la época, incluidos los franciscanos - q u e las disponían
«buenas, fuertes y muchas, aunque h u m a n a s » - , enseguida lo
cuestiona desde la consideración del modo de proceder de la
Compañía.

2. De parte de los Superiores: Al primer capítulo, que com-


pendia en cuatro puntos lo que de parte de los miembros de la
Compañía se requiere para la unión de los ánimos, corresponde en
el texto a un capítulo paralelo con las disposiciones que se piden al
superior. El superior es el General, cabeza de la Compañía. De
esta suerte, los dos capítulos presentan la visión de la unidad de
toda la Compañía como un cuerpo: cabeza y miembros. El texto
autógrafo reúne todo en un solo primer capítulo sobre la unión de
los ánimos. Los siguientes seis capítulos van a estar dedicados a la
unión personal que se hace en congregaciones, concretamente a
la Congregación General.

1. Las condiciones o ayudas de parte del superior para la unión


de los ánimos son, en primer lugar, sus cualidades personales. La
Parte Octava remite aquí a la Novena, donde se expondrán en deta-
lle. Así lo haremos también nosotros. Aquí, sin embargo, las Cons-

2 S
P o l . Compl., 1 1 , 7 5 9 .
3 0
Ribadeneira explica por qué Ignacio no puso cárceles en la Compañía: «Si
se hubiese de tener cuenta solamente de Dios nuestro Señor - e s la respuesta-, y
no de los hombres también por el mismo Dios, yo pondría luego las cárceles en la
Compañía; mas, porque Dios nuestro Señor quiere que tengamos cuenta con los
hombres por su amor, juzgo que por ahora no conviene», MI, FN, 11, 337-333.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 357

tituclones adelantan algo importante: todas sus cualidades han de


estar al servicio de su función de cabeza que Irriga con su Influjo a
todos los miembros con la vitalidad que se requiere para que la
Compañía cumpla el fin que pretende. El General es como el
manantial de donde dimana toda la autoridad para los provinciales y
de los provinciales para los locales y de estos para los particulares,
especialmente en lo que toca a las misiones y a la comunicación de
las gracias de la Compañía. A la vez que es factor de unión y parti-
cipación, previene contra el peligro de que una provincia, una comu-
nidad local o una persona particular actúen al margen del dinamis-
mo del cuerpo. La misión de la Compañía es una tarea común en la
que todos ponen la parte que se les encomienda,

2. Encarecen luego las Constituciones el crédito y autoridad


moral de que ha de gozar el superior en su modo de gobernar, de
tal manera que sus subditos estén convencidos de que «sabe y
quiere y puede bien regirlos en el Señor nuestro». Ha de tenerles y
demostrarles amor y solicitud por ellos, para favorecer el respeto y
el ejercicio de aquella señalada obediencia que se espera de los
miembros de la Compañía. Paralelamente a las cualidades de la
obediencia, se reclaman ahora las cualidades de la autoridad, a fin
de que la relación entre los miembros y su cabeza contribuya efec-
tivamente a la comunión. Y un buen consejo: que el superior tenga
consigo personas que le ayuden a gobernar, para el buen proceder
de la Compañía en todas partes.
No bastaría con que los subditos se esforzaran por alcanzar la
perfección de la obediencia para lograr una comunidad sólidamen-
te unida. El modo de ejercer la autoridad es decisivo. De no ejerci-
tarse como lo proponen las Constituciones, la relación autoridad-
obediencia se convierte en foco de tensiones y conflictos y el cuer-
po pierde el Influjo que debe recibir de su principal miembro unifi-
cante. Amar auténticamente a quienes rige, saber demostrarles
ese amor, inspirar credibilidad y confianza, y despojarse de toda
autosuficiencia que lo lleve a gobernar solo, sin la ayuda de buenos
y prudentes consejeros; he aquí las condiciones que Indica la Parte
Octava para contribuir a la unión de los ánimos en la Compañía.

3. Gracia o carisma para conducir la comunidad esperan tam-


bién las Constituciones del superior. En este punto hay una dife-
rencia entre el texto a y los textos A y B, que es provechoso com-
parar:
Ambas redacciones buscan un estilo de gobierno bien conside-
rado, prudente, moderado, que pretende, por una parte «mantener
358 AMIGOS EN EL SEÑOR

Texto a Texto A y B

«Ayudará también que el mandar


sea bien mirado y ordenado, pro-
«El mandar moderado, procuran-
curando en tal manera mantener
do en tal manera mantener la obe-
la obediencia en los subditos, que
diencia en los subditos, que de su
de su parte use el superior todo
parte use toda modestia con ellos.
amor y modestia y caridad en el
Señor nuestro posible;

de manera que los sujetos se pue-


dan disponer a tener siempre ma-
yor amor que temor a sus superio-
res, aunque algunas veces apro-
«y se acuerde de la naturaleza li- vecha todo.
bre y inclinada a regirse por su jui-
cio y voluntad, remitiéndose en Asimismo remitiéndose a ellos en
algunas cosas, donde es probable algunas cosas, cuando pareciere
no errarán o importa poco, a su probable que se ayudarán con ello,
juicio, etc.»
y otras veces yendo en parte y
condoliéndose con ellos, cuando
pareciese que esto podría ser
31
más conveniente» .

la obediencia», por otra gobernar con suavidad, de modo que todos


se dispongan a tener siempre mayor amor que temor a sus supe-
riores. Para ello se recomienda al superior usar todo amor y mo-
destia y caridad en el Señor. La modestia, o sencillez, se contrapo-
ne a toda actitud dominante y autoritaria; excluye el ejercicio de la
autoridad como poder, para convertirla en autoridad-servicio. El
texto B o autógrafo nos parece más cercano a la Fórmula del Ins-
tituto: «En su gobierno [el prepósito] acuérdese siempre de la
benignidad, mansedumbre y caridad de Cristo, del modelo de Pe-
dro y Pablo. Y tanto él como el Consejo antes dicho tengan cons-
32
tantemente delante de los ojos esta n o r m a » .
Como puede observarse en el cuadro, el párrafo cancelado en
el manuscrito del texto a [entre corchetes], recibe una formulación
nueva en el texto A que se presentó a los primeros compañeros en
1950-1551 y permaneció en el texto autógrafo. Desaparece la con-
sideración de la naturaleza libre del hombre y su consiguiente incli-
nación a gobernarse por sí mismo. Ambos textos conservan, sin

3 1
Texto a: MI, Const., II, p. 228; ver Pol. Compl., II, 7 6 1 , n. 19; texto A: MI,
Const., II, p. 16; texto B: Const., 667.
3 2
MI, Const, I. p. 28.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 359

embargo, la sugerencia de «remitirse», es decir, de confiar a las


personas la toma de decisiones en algunos asuntos en los que
esta forma les será provechosa.
La obediencia del jesuíta no es una virtud pasiva por el hecho
de haber dedicado su vida en total disponibilidad a la voluntad divi-
na con un voto. La Compañía permite y alienta la iniciativa personal
y confía en la responsabilidad de las personas. El texto a más
negativamente, limitaba esta libertad a los casos en los que no es
probable que se equivoquen o, si yerran, los errores serán de poca
importancia. El texto B, mucho más liberal, la extiende a las situa-
ciones en las que «es probable que se ayudaran con ello».
Hemos traído anteriormente muestras de cómo se remitía Ig-
nacio al parecer de las personas, particularmente maduras y ejer-
citadas en la obediencia, permitiendo que tomaran decisiones para
moverse de un sitio a otro, en la elección de estos o aquellos mi-
nisterios, y en muchas otras eventualidades. Era consciente de
que podrían tener mejor conocimiento de las circunstancias con-
cretas, y los remitía a lo que la unción del Espíritu Santo les dicta-
3 3
r a . A Francisco de Borja, por ejemplo, le escribía: «Con esto,
como yo no puedo estar tan al cabo de los particulares como allá
lo estaréis, teniendo las cosas presentes, no puedo sino remitirme
a todo lo que en el Señor nuestro os pareciere será para mayor
gloria suya y bien común, que todos y en todas partes pretende-
3 4
m o s » . Ríbadeneira lo recuerda como una persona que mostraba
su amor a los demás con la confianza que les daba al encomen-
darles un negocio. Después de darles algunos avisos, solía añadir:
«vos que estáis al pie de la obra, veréis mejor lo que se debe
35
hacer» .
Un gesto especialmente humano es el que aconseja al superior
no sólo que «se remita», sino que cuando le parezca que más con-
viene, sea indulgente y se haga cargo de la situación de las perso-
nas «yendo en parte», es decir, dándoles en algo la razón, «y con-
doliéndose» con ellas. Son palabras que escribió el mismo Ignacio
sobre el texto. Condolerse o com-padecer, no parece que deba
entenderse sólo como una resignada condescendencia con las
debilidades y limitaciones de los otros. Es la forma del amor-mise-
ricordia de Jesús, la «solidaridad» que acompaña toda auténtica
amistad y permite comprender maneras de pensar, actitudes o mo-
tivaciones diferentes de las propias.

3 3
Sobre el tema del gobierno en la Compañía, ver JACQUES LEWIS, S.J., Le
Gouvernement spirítuel selon saint Ignace de Loyola, Desclée de Brouwer, 1961.
3 4
MI, Epp., VII, 267.
3 5
FN, 111,619.
360 AMIGOS EN EL SEÑOR

4. Por fin, como ayuda para mantener unido al cuerpo, la resi-


dencia del General, así como la de los Provinciales, debe estar en
un lugar conveniente para la comunicación; más aún, la presencia
corporal y la cercanía a través de las visitas a las comunidades, es
algo «muy propio de su cargo», concluye el texto. Estas últimas
providencias son nuevas instancias para facilitar el contacto perso-
nal en la relación autoridad-obediencia, como también lo son la
cuenta de conciencia, la comunicación, el estilo de gobierno. Se
tiende a crear, dentro de la subordinación, una relación ¡nterperso-
nal más horizontal, no sólo a nivel de compañeros, sino también
entre superiores y subditos; porque la cabeza es un miembro del
cuerpo, con específicas funciones; «uno de nosotros», como lo
expresaron los primeros compañeros.
En todo lo que las Constituciones indican al superior como ayu-
das de su parte para la unión de la Compañía - s u s cualidades per-
sonales, la confianza y credibilidad que inspira, la manera de go-
bernar, la cercanía de su residencia- descubrimos un talante en el
que convergen y se unifican todas: la cercanía y la sencillez en el
ejercicio de la autoridad. El tono es de una Impresionante autentici-
dad evangélica. La autoridad no se ejerce como poder, desde arri-
ba, sino como servicio, desde el centro, a la manera de Jesús. A
las personas se les invita a obedecer con amor, con confianza, con
la convicción de que el superior sabe y quiere y puede regirlos. Al
superior se le exhorta a gobernar con la benignidad y mansedum-
bre de Cristo y según el modelo de Pedro y Pablo. Se percibe el
eco de las palabras de Jesús: «aprendan de mí, que soy sencillo y
36
de corazón h u m i l d e » ; y aquellas otras de la primera Carta de san
Pedro: «Apacentad el rebaño de Dios que os han confiado, cuidan-
do de él no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no
por lucro sórdido, sino generosamente; no como tiranos de los que
37
os han asignado, sino como modelos del r e b a ñ o » . La misma
experiencia acredita que no hay nada que más impresione e induz-
ca a la confianza y a la confidencia, que la actitud sencilla y cerca-
na de una persona. Así como desagrada y repele el estilo suficien-
te y distante de quienes conciben y ejercen la autoridad como
poder y dominio. Promover lo uno y evitar lo otro parecen ser la
pretensión de este conjunto de orientaciones de la Parte Octava.
Para sintetizar toda esta sección observemos la correlación
entre las ayudas que los miembros de la Compañía y su cabeza
ponen para construir la comunión:

36 Mt 11, 19.
3 7
1 Pe 5, 2-3.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 361

• Las personas deben ser escogidas y mortificadas; el supe-


rior ha de tener crédito y autoridad, poniendo sus cualidades
personales al servicio de su función de cabeza.

• Los subditos serán ejercitados en la obediencia; el superior


tendrá un modo de gobernar moderado, con «amor, modestia
y caridad».

• Se guarde en todo la subordinación; toda autoridad dimana-


rá de la cabeza.

• Se deben apartar con mucha diligencia los autores de divi-


sión; se promueve la cercanía y comunicación de los superio-
res con todos.

3. Las ayudas que pondrán las partes entre sí para la unión


De una y otra parte, cabeza y miembros, la unión de los ánimos
se entrelaza con tres vínculos: el amor de Dios nuestro Señor, la
comunicación y la uniformidad. Nos detendremos más largamente
en el primero, al que las Constituciones conceden la primacía,
señalándolo como el vínculo principal para la unión.

El amor de Dios nuestro Señor

«El vínculo principal de entrambas partes, para la unión de los


miembros entre sí y con la cabeza, es el amor de Dios nuestro
Señor. Porque estando el Superior y los inferiores muy unidos
con la su divina y suma Bondad, se unirán muy fácil entre sí mis-
mos, por el mismo amor que de ella descenderá y se extenderá a
todos próximos y en especial al cuerpo de la Compañía. Así que
la caridad, y en general toda bondad y virtudes con que se proce-
da conforme al espíritu, ayudarán para la unión de una parte y
otra, y por consiguiente todo menosprecio de las cosas tempora-
les, en las cuales suele desordenarse el amor propio, enemigo
38
principal de esta unión y bien universal» .

Este texto comienza con el amor de Dios, al que llama el víncu-


lo principal de la unión. Termina señalando el amor propio, como
su enemigo principal. Así que hay que proceder con la «caridad y
toda bondad» que inspira el Espíritu, cuyo fruto es amor, alegría,
paz, cordialidad, generosidad, paciencia, fidelidad, sencillez, domi-

3 8
Const., 6 7 1 .
362 AMIGOS EN EL SEÑOR

39
nio p r o p i o ; y combatir todo aquello con que puede desordenarse
el amor propio, que suele ser el apego codicioso a las cosas tem-
porales. Menospreciarlas, en el lenguaje ¡gnaciano, no significa
despreciar lo terreno, sino, con la indiferencia y libertad de quien
40
«tiene ante los ojos mientras vive, primero a D i o s » , colocar todo
lo creado por debajo del conocimiento, amor y seguimiento de Je-
sús: «Todo esto, que antes valía tanto para mí, ahora, a causa de
Cristo, lo tengo por algo sin valor. Aún más, a nada le concedo
valor si lo comparo con el bien supremo de haber conocido perso-
41
nalmente a Cristo Jesús, mi Señor», como confesaba P a b l o .
La convicción que nos entrega Ignacio en este texto - s u ilumi-
nación a orillas del C a r d o n e r - es sencillamente grandiosa. La
comunión en la Compañía es un don recibido de arriba. El amor
desciende de Dios y se derrama sobre nosotros por la habitación
del Espíritu; luego, ese mismo amor, desde nosotros, se extiende a
todos los hombres y en especial al cuerpo de la Compañía. Aquí,
pienso, encuentra su nervio aquella sencilla frase de los «amigos
en el Señor»: unidos cada uno a Jesucristo por el amor personal
que él nos demuestra, ese mismo amor brota de nosotros como de
un manantial, del que corre a la manera de la savia, estrechándo-
nos mutuamente en el cuerpo de la Compañía; y se esparce hacia
42
fuera, dando vida a todos los h o m b r e s .
En su escueta forma, el texto es una breve pieza de teología
del amor como comunión. Amor de Dios y amor del prójimo están
indisolublemente ligados: el amor eterno de la Trinidad -comunión
del Padre y del Hijo en el Espíritu-, es la fuente del ágape fraterno,
4 3
porque, ¡nfundido en nosotros como un d o n , nos capacita no
solamente para amar a Dios sino para vivir a su Imagen en una ínti-
ma comunión de intercambio y reciprocidad con todos los hombres.
El texto es una invitación al jesuita para unificar su amor personal a
Dios, su comunión con los hermanos y su celo apostólico con toda
clase de personas.
Tratando de penetrar un poco más en la visión de fe de Ignacio,
la mente se vuelve espontáneamente a la primera carta de Juan
con la que hay una notable sintonía. Apoyados en la exégesis del
P. Ignacio de la Potterle, intentaremos una rápida comparación.

3 9
Ver Gal 5, 22.
4 0
Fórmula del Instituto, I.
4 1
Flp 3, 7-8.
4 2
Ver Jn 4,14; 7,37-38; 15,1ss.
4 3
Ver Rom 5, 5.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 363

San Juan, que ha seguido un movimiento ascendente a la fuen-


te del amor en el capítulo cuarto: «Queridos hermanos, debemos
amarnos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que
44
ama es hijo de Dios y conoce a D i o s » , presenta la caridad frater-
na como criterio o signo para conocer la comunión con Dios: si la
caridad viene de Dios, el verdadero ágape fraterno en una persona
muestra que vive en comunión con Dios. Pero en el capítulo quinto
toma un camino descendente, especificando los dos aspectos de la
caridad: hacia Dios, que engendra y hacia los creyentes engendra-
dos por él. El movimiento del amor parte de Dios y desciende a los
creyentes. La caridad fraterna ya no es tanto un criterio como la
expresión y plenitud de la caridad con el Padre. La corresponden-
45
cia con el texto de las Constituciones es bastante c e r c a n a :
Ignacio, desde luego, no utiliza a San Juan en la redacción de
este texto. La inspiración viene de su experiencia en Manresa,

PRIMERA CARTA DE JUAN, 5,1 -2 CONSTITUCIONES, 671

«...Todo el que ama al que da el «Estando... muy unidos con la su


ser, divina y suma Bondad,

ama también al que ha nacido de se unirán muy fácilmente entre sí


El. mismos, por el mismo amor que
de ella descenderá y se extenderá
a todos próximos, y en especial al
cuerpo de la Compañía.

Cuando amamos a Dios Así que la caridad,

y hacemos lo que él manda, y en general toda bondad y virtu-


des con que se proceda conforme
al espíritu»,

sabemos que amamos también a ayudarán para la unión de una


los hijos de Dios». parte y otra».

sobre la cual dice que le dio tanta confirmación de la fe, que mu-
chas veces había pensado que «si no hubiese Escritura que nos
enseñase estas cosas de la fe, él se determinaría a morir por ellas,
46
solamente por lo que ha v i s t o » . Pero su evangelio se trasluce a

4
1 Jn 4 , 7 .
4

4 5
Ver IGNACIO de la POTTERIE, S.J., Adnotationes in exegesim Primae Epistolae
S. loannis, 2 edición, 1 9 6 6 , 1 4 1 - 1 4 3 .
A

4 6
Autob., n. 2 9 .
364 AMIGOS EN EL SEÑOR

través de su correspondencia cuando se expresa sobre la caridad


como vínculo de comunión en la Compañía. Son particularmente
inspiradas sus expresiones en las cartas y avisos a las primeras
comunidades de estudiantes en París, Alcalá, Coimbra, Colonia,
Lovalna, pues nos permiten ver, en una época anterior a la definiti-
va redacción de las Constituciones, su convicción de que el amor a
Dios y a Jesucristo es el vínculo principal que congrega a todos los
miembros de la Compañía.
Veamos en primer lugar los doce «Avisos de N. Bto. P. Igna-
cio», que Ribadeneira, en su historia inconclusa de la Compañía en
España, presenta como los primeros que tuvieron nuestros estu-
diantes y que usaban en Alcalá: «No tenían [nostri complutenses]
las constituciones de las Reglas, que ahora tenemos los de la
Compañía, porque aún no las había escrito N.B.P. Ignacio; pero
tenían algunos avisos y documentos suyos, los cuales leían a
menudo y procuraban guardar con sumo cuidado; y por ser avisos
de tan gran P. nuestro, y los primeros que tuvieron nuestros estu-
diantes, para que quede memoria de ellos, me ha parecido poner-
47
los a q u í » :

«[1] Tendremos cuidado de guardar el corazón con mucha limpie-


za en el amor de Dios, de suerte que ninguna cosa amemos, sino
a él, y con solo Dios deseemos conversar, y con el próximo por
amor de él, y no por nuestros gustos y pasatiempos... [6] Una de
las cosas en que nos habernos de fundar para agradar a nuestro
Señor, será echar de nosotros todas las cosas que nos pueden
aportar del amor a los hermanos, trabajando de los amar con
entrañable caridad; porque dice la suma verdad: «In hoc cognos-
48
cent vos meos esse etc.» .

En 1544 escribía una brevísima carta a los compañeros de


Colonia en dispersión, exhortándolos a mantener la unión. Pedro
Fabro había ganado algunos candidatos en Alemania y se había
conformado en Colonia una pequeña comunidad de jóvenes estu-

4 7
Ver MI, Regulae Societatis lesu, pp. 137-143. En realidad, tanto el autor
como la fecha de estos Avisos permanecen inciertos. El P. Fernández Zapico en su
introducción a ellos en Monumenta Ignaciana, hace notar que si la doctrina concuer-
da con la de Ignacio, el estilo no parece suyo. En cuanto a la fecha, dice que los
mismos avisos estaban ya incluidos en 1545 entre los «avisos espirituales» en por-
tugués, conocidos como reglas del P. Simón Rodrigues. Así que podría existir una
fuente común más antigua. El P. Gervais Dumeige sugiere la posibilidad de que
hayan sido redactados desde 1541 para otros grupos de escolares en París o en
Padua, y de allí enviados más tarde a España. Ver Saint Ignace, Lettres, Desclée de
Brouwer, 1959 p. 88.
4 8
MI, Reg.Soc, pp. 141-142.
UNION DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 365

diantes. Sin embargo, las leyes de la ciudad no permitían nuevas


congregaciones religiosas y por orden del Senado los compañeros
tuvieron que disolver su «común habitación». Cuenta Polanco que
quedó allí Pedro Canisio con un grupo que, aunque separados por
la habitación, estaban ligados por la unión de la obediencia y de la
caridad. La carta que les dirigió Ignacio dice:

«Aunque tengáis que estar separados corporalmente y viváis bajo


distinto techo, fácilmente lográis, con el auxilio divino, que se os
vea vivir y conversar siempre entre vosotros con espíritu fraterno;
ya que con vuestra dedicación voluntaria a los estudios, con vues-
tro propósito de vida, y con los votos debidamente ofrecidos, os
habéis ligado con tan apretado lazo entre vosotros para gloria de
Jesucristo. Con cuyo amor, como un aglutinante, conviene que
toda esta familia sea aglutinada y bien trabada. Por lo demás, resta
a la protección divina que Aquel, por cuya causa soportáis todo
49
esto, algún día congregue las dispersiones de Israel» .

La carta de la perfección a los estudiantes de Coimbra en 1547


vuelve sobre el tema de la unión por el amor a Jesucristo, que se
extiende a través de nosotros a todos los hombres:

«La cual [obediencia] os encomiendo muy encarecidamente,


junto con aquella virtud y compendio de todas las otras, que Jhu.
Xto. tanto encarece, llamando el precepto de ella propio suyo:
hoc est praeceptum meum, ut diligatis invicem. Y no solamente
que enfre vosotros mantengáis la unión y amor continuo, pero
aun le extendáis a todos y procuréis encender en vuestras áni-
50
mas vivos deseos de la salud del prójimo» .

El 24 de diciembre de ese mismo año 1947 salía de Roma una


carta para la recién organizada comunidad de Lovaina. El P. Daniel
Paeybroeck había recibido el encargo de formarla y el 18 de febre-
ro se habían reunido todos en la casa del P. Cornelio Wischaven,
poniendo todas las cosas en común y habían hecho los votos.
Paeybroeck redactó un documento que era un programa de vida y

4 9
MI, Epp., I, 295 296. El original latino es digno de leerse por su vigorosa
redacción: «Licet inter vos tecto sitis corporibusque seiuncti, divina tamen ope facile
consequimini, ut fraternis inter vos animis semper esse versarique videamini; cum et
in voluntario disciplinarum studio, et in vitae proposito, susceptisque rite votis tam
arcto inter vos nexu ad lesu Christi gloriam ipsi vos adstrinxeritis. Cuius veluti glutino
caritatis totam hanc conglutinan familiam et copulari par est. Caeterum divinae tute-
lae fuerit, ut cuius causa ista perfertis, is aliquando dispersiones congreget Israelis».
Ver Chron., I, 155-156; Fabro, 250, 256, 259, 264-265.
5 0
MI, Epp., I, 507.
366 AMIGOS EN EL SEÑOR

lo envió a Ignacio junto con dos cartas que le llevaban detalles


51
sobre la recién constituida comunidad . La carta que citamos es la
respuesta de Ignacio:

«Hemos recibido dos cartas vuestras... que nos causaron gozo


grande en el Señor, en el cual nos sentimos compelióos a ama-
ros a vos y a todos los compañeros, con quienes por idéntico
género de vida y deseos de vuestro corazón estáis tan estrecha-
mente vinculados para gloria de Jesucristo, cuyo exclusivo amor
es conveniente que sea el aglutinante con el que se una y con-
serve toda la Compañía...

Espero que también a vosotros os será útilísima vuestra convi-


vencia; para que el hermano levante al hermano desfallecido,
sostenga al vacilante, estimule al perezoso con la palabra y el
ejemplo; de manera que cada uno, administrando la gracia recibi-
da en favor de los otros (1Pe 4,10) os preparéis para recibir del
Padre de las luces nuevas gracias, ya que dondequiera que se
concertaren dos o tres para pedirle algo, se lo concederá, según
52
promete la Verdad (Mt.,18, 19)» .

La frase del texto de las Constituciones acerca del amor de Dios


que desciende y se extiende «en especial al cuerpo de la Com-
pañía», aparece de una u otra forma en la correspondencia de
Ignacio. Denota una conciencia muy viva de la comunión de todo el
cuerpo. La Industria 8- destaca aún más esta perspectiva social:
53
«Amar a la Compañía, que quien ama el todo, amará las partes» .
A medida que el amor personal a Jesucristo iba tomando posesión
en el corazón de los primeros compañeros, el Señor iba estimulando
en ellos una relación comunitaria; desde su origen, aquellas vocacio-
nes no fueron simples llamadas personales,» eran la convocación
para formar un grupo; y la amistad personal de unos con otros se iba
Integrando así en la comunión de todos. Esa preferencia al cuerpo
de la Compañía, expresada por el texto, Indica que el amor que des-
ciende de Dios, al extenderse a todos los prójimos por su propia fuer-
za Interior, cae privilegiadamente sobre los miembros de la comuni-
dad ignaciana. El fundamento de una tal preferencia lo expresa
Ignacio desde 1532 en una carta a su hermanó, Martín García:

«Tanto puedo en esta vida amar a persona, cuanto en servicio y


alabanza de Dios N.S. se ayuda, quia non ex toto corde Deum

5 1
Ver FN, III, 7 4 1 ; Litt. Gluadr., I, 28-30; Chron. 1, 244-245.
5 2
MI, Epp., I, 659-660.
5 3
Pol. Compl., 1 1 , 762.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 367

diligit, qui aliquid propter se et non propter Deum diligit [porque no


ama a Dios de todo corazón el que ama algo por sí mismo y no
por Dios].

Si en igual grado dos personas a Dios N. S. sirven, el uno conjun-


to [pariente o allegado] y el otro no, quiere Dios N. S. que nos
alleguemos y nos afectemos más al padre natural que al que no
lo es; al bienhechor y al pariente, que al que ninguno de ellos es;
al amigo y conocido que al que ni uno ni otro. Por esta fuerza
veneramos, honramos y amamos más a los Apóstoles elegidos
que a otros inferiores santos, porque más y más siguieron, más y
más amaron a Dios nuestro Señor, quia caritas, sine qua vitam
nemo consequi potest, dicitur esse dilectio, qua diligimus Do-
minum Deum nostrum propter se, et omnia alia propter ipsum
[porque la caridad, sin la que nadie puede conseguir la vida, se
dice que es el amor con el que amamos a Dios nuestro Señor por
54
sí mismo y a todo lo demás por é l ] » .

Entendiendo como voluntad de Dios esta preferencia, es apenas


natural que las Constituciones hablen de un amor especial para todo
el cuerpo de la Compañía, conformado por personas elegidas por
Jesucristo para llevar adelante su misión. Es así como en cada jesuí-
ta debe existir una cercanía potencial hacia todo otro compañero,
aunque no lo conozca y lo encuentre por primera vez. Así se presen-
ta Polanco a toda la Compañía, apenas posesionado de su cargo de
secretario: «[A todos los Padres y hermanos en Jesu Xto. Carí-
simos]: aunque de vista no haya conocimiento de una parte ni de
otra, mucho tiempo ha que me tiene estrechamente juntado a vos
Jesucristo, nuestro Redentor y Señor, apretando el vínculo de la cari-
dad común, con que nos une en sí mismo como miembros de su
cuerpo, con otro más íntimo del mismo instituto de vida, y los mismos
propósitos y deseos de en él buscar su mayor servicio y gloria. Y así
no será razón que yo me tenga nada por extraño, o excuse como
poco conocido para escribir a V.R., que me ha de tener por cosa
55
muy suya en Jesucristo, Señor nuestro» .
El gradual crecimiento de la Compañía, con la sucesiva apari-
ción de comunidades jóvenes, estudiantes distribuidos en diversas
partes distantes unas de otras, tendía a dificultar aquella más ínti-
ma relación personal y mutuo conocimiento que caracterizó los
comienzos. Por otra parte, la conservación de la unidad entre los
miembros dispersos, las exigencias del buen gobierno, la eficiencia

5 4
MI, Epp., 1,80.
5 5
MI Epp., 1,536.
368 AMIGOS EN EL SEÑOR

en el trabajo, Imponían reglamentaciones y estructuras que por su


naturaleza hacían difícil, si no imposible el clima de espontánea
amistad. Hemos constatado, sin embargo, la persistente atención
de las Constituciones y de la correspondencia, para que la organi-
zación y la estructura no ahogaran la comunión ni extinguieran el
ideal de la fraternidad.
Particularmente en las cartas se ptopone a Jesucristo como la
fuente vivificadora de ese amor que mantiene a la Compañía unida
fuertemente como un cuerpo espiritual en la dispersión. En el cen-
tro de la vida interior de cada jesuita palpita una amistad profunda y
entrañable: Jesucristo. Amistad vivida en común, compartida, a imi-
tación del grupo apostólico de Jesús: «a ustedes los vengo llaman-
do mis amigos... ámense unos a otros, como yo los amo». Esta
amistad, precisamente porque tiene su fuente en el amor de Je-
sucristo, es un verdadero ágape fraterno, sobrenatural y humano a
la vez, libre y espontáneo, concretlzado en las manifestaciones de
la vida cotidiana o en la comunicación epistolar.
Dentro del marco de amistad a todos los miembros de la
Compañía, siguiendo la fundamentación ignaciana de las preferen-
cias queridas por Dios, florecían también y se fomentaban amista-
des especiales, no exclusivas, sólidas y viriles. Esas amistades
concretas son las que capacitan y delinean la amistad potencial
56
con todos los que forman el cuerpo universal de la C o m p a ñ í a .
Este tipo de amistad se daba ya desde París. La Compañía nació
de una amistad entre Iñigo, Pedro y Xavier. Laínez y Salmerón lle-
garon juntos, amigos desde la adolescencia. Jayo desde Trento
hacía venir a Pedro Canisio, todavía estudiante, para pasar con él
jornadas de descanso. Fabro, al llegar a Evora, de paso para
Roma, a donde lo ha llamado Ignacio para ir a Trento, encuentra a
Simón Rodrigues y Araoz, a quienes no ha visto por años y pasan
juntos algunos días evocando los recuerdos comunes. Enterne-
cedor es el recuento que hace Fabro de su despedida de Araoz, en
una carta dirigida al mismo desde Ratisbona en 1546, a dos meses
escasos de su muerte:

«Después de que corporalmente nos apartamos y despedimos el


uno del otro, yo noté y sentí aquella parada que vos hicisteis es-
tando cerca del ganado de las ovejas, esperando a que pudiése-
des despedir vuestra vista de mí. Yo de mi parte, aunque camina-
se, no dejé algunas veces y muchas de mirar atrás, pero no hice
parada hasta que vi el tiempo de absconderme de vos cum impe-

5 6
Ver JEAN MARIE LE BLOND, S . J . , Amitié dans la Compagnie, en De Pelgrim,
Theologische Faculteit, S . J . , (1961), 65-75.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 369

tratione divinae benedictionis, quo tempore, id est, postquam ab


te abstractus fui [durante ese tiempo, es decir, después de que
57
me separé de vos] no dejé de ver cómo vos dejastes de parar» .

Ignacio quería particularmente a Javier, a Fabro y a Laínez.


Mostraba especial afecto también a Nadal y a Polanco, a quienes,
sin embargo, trataba sin ningún miramiento, como cuenta en el Me-
morial Gongalves da Cámara, quien trae muchos detalles sobre
esas amistades preferenciales. «Hacía grandes elogios del Padre
Olave cuando hablaba con el Padre Polanco, o del Padre Polanco
cuando hablaba con el Padre Olave, porque sabía que eran muy
5 8
amigos entre s í » .
Aun al mismo Simón Rodrigues que tantos sinsabores le oca-
sionó, escribió en 1553 una carta, ordenándole por santa obedien-
cia que fuera a Roma para hablar personalmente de los problemas
que había causado en Portugal y pudieran buscar juntos algunos
medios de solución «con que vuestra ánima sea consolada».
Como Simón se resistía a salir de Lisboa y le había escrito
antes dos o tres cartas manifestándole temor de que el viaje causa-
ra detrimento a su honor y a su salud, añadió Ignacio a su orden,
una hijuela llena de sentimientos y manifestaciones de amistad:

«Cuanto a vuestro crédito, no os digo más, sino que yo tendré


de él el cuidado que vos mismo podríades tener, pues que
veo la razón que hay para ello... Y fiaos en esto de mí por amor
de Cristo N. S. y tomad amorosamente este camino; que, cier-
to, si pluguiese a su divina majestad, mucho me consolaría yo
que antes de salir de este mundo pudiese veros y dejar vues-
tras cosas en otro ser [en otro estado]; que si con todos mis
hermanos debo tener este deseo, mucho más con los prime-
ros, que Dios N. S. se dignó ayuntarnos en esta Compañía, y
especialmente con vos, que sabéis que os he siempre tenido
especial amor en el Señor nuestro. Y no temáis la enferme-
dad; que el que es salud eterna, por virtud de la obediencia os
dará tanta salud, que os baste...

Tornóos a decir que os fiéis de mí; que no obstante cuanto se


puede decir, yo miraré, como es razón, por vuestra consola-
ción y existimación...»
[añadido por Ignacio de su propia mano más tarde] «Maestro

5 7
Fabro, 422.
5 8
Memorial, n 103.
370 AMIGOS EN EL SEÑOR

Simón: poneos luego en camino, como arriba está dicho, y no


dudéis, sino que nos gozaremos aquí tanto de la salud espiri-
tual como de la corporal, a mayor gloria divina; y fiaos de mí
59
en todo y quedaréis muy contento en el Señor nuestro» .

La uniformidad

«Puede también ayudar mucho la uniformidad así en lo inte-


rior de doctrina y juicios y voluntades, en cuanto sea posible,
como la exterior en el vestir, ceremonias de misa y lo demás,
cuanto lo compadecen las cualidades diferentes de las perso-
60
nas y lugares, e t c . » .
«Con los que no han estudiado es bien que se procure que
todos sigan comúnmente una doctrina, la que fuere escogida
en la Compañía como la mejor y más conveniente para los
supósitos de ella. Quien hubiese ya hecho sus estudios, debe
también tener advertencia que la diversidad no dañe a la
unión de la caridad, y acomodarse en lo que se puede a la
61
doctrina que es más común en la Compañía» .

El tema de la uniformidad está en directa relación con el de la


caridad y sólo encuentra su plena explicación en ella. La amistad
nace espontáneamente de una sintonía espiritual y tiende a produ-
cir la coincidencia con la fuerza de un dinamismo identificante. De
hecho, esa sintonía e identidad florece en una auténtica comuni-
62
dad, que es «comunión de sentimientos fraternos» . Los Hechos
de los Apóstoles la destacan como Ideal de la naciente comunidad
cristiana: «Todos los creyentes, que eran muchos, pensaban y sen-
63
tían de la misma m a n e r a » .
Francisco Javier sentía hondamente, en la Compañía, esa sin-
tonía a la que había llegado desde las resistencias iniciales, gra-
cias a la amistad con Ignacio y Fabro, primero, y con los demás

5 9
MI, Epp., V.73-74, 189-191 (Parte de esta carta fue hecha el 20 de mayo
- p p . 7 3 - 7 4 - , pero Ignacio la retardó para pensar mejor el asunto hasta el 12 de julio,
cuando de su propia mano le hizo otras añadiduras - p. 190); Gongalves da Cámara
escribió al P. Mirón, Provincial de Portugal, dándole noticia de este asunto: Ignacio
preparó todo para recibir a Simón en Roma, ordenando que se le diera la mejor
habitación de la casa; parecía «que no se dejaba cosa que le pudiese dar consola-
ción y contentamiento»; ver Epist. Mixtae, IV,186-191.
6 0
Const., 6 7 1 .
6 1
Const., 672.
6 2
Ver M. H. VICAIRE, O.P., L'lmitation des Apotres, Editions du Cerf, Pa-
rís, 1963, p. 32.
63 Hch 4,32.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 371

compañeros, a lo largo de los años de su convivencia. Desde la


India cuenta a Ignacio la situación y condiciones de aquellas tierras
y le pide que mande operarios que sean afables y apacibles para
conversar con la gente, y que se hagan amar de todos aquellos a
quienes gobiernan; porque ante actitudes rigurosas, que inspiren
temor, serán muchos los que se saldrán de la Compañía y pocos
los que entrarán. El, personalmente, tiene un modo especial de tra-
tar a los que se inician en la vida de la Orden, porque está conven-
cido de que «Compañía de Jesús» quiere decir «Compañía de
amor y conformidad de ánimos»:

«Hasta ahora a ninguno me pareció por fuerza, contra su volun-


tad - s i no fuese fuerza de amor y caridad-, de tener en la Com-
pañía;... y a los que me parecía que eran para la Compañía, con
amor y caridad tratarlos para más los confirmar en ella, pues tan-
tos trabajos llevan en estas partes por servir a Dios nuestro
Señor; y también por me parecer que Compañía de Jesús quiere
64
decir Compañía de amor y conformidad de ánimos» .

La uniformidad que quieren las Constituciones es doble: una


interior, de doctrina, juicios y voluntades; y la exterior en el vestir,
ceremonias de misa y lo demás. Al pedir la uniformidad no están
indicando que todos deban ser iguales, más aún, parten de la base
muy sensata de que tiene que haber diferencias. Se busca algo, qui-
zás un poco indefinible, que nos identifique por un modo de pensar,
de juzgar, de actuar. En el siglo XVI, como en el nuestro, la gente
fácilmente distinguía a los miembros de la Compañía. En lo exterior,
con la manera de vestir o de celebrar las ceremonias, tampoco se
pretendía fijar hábitos comunes, uniformes, o reglas idénticas y exac-
tas. Se pedían criterios y actitudes de pobreza, sobriedad y sencillez.
Tres veces, en los dos breves párrafos, se expresa una gran
flexibilidad: «en cuanto sea posible», «cuanto lo compadecen las
cualidades diferentes de las personas y lugares», «en lo que se
pueda» .
La diversidad fue el dato inicial que los primeros compañeros
vivenciaron al encontrarse y comenzar a proyectar juntos su futuro.
Dios los había congregado de diferentes naciones, lenguas y cultu-
ras. Aceptándola y contando con ella, fueron trabajando, a base de
comprensión y de cariño, la identidad de corazones y la coinciden-
cia en un ideal común.

6 4
Xavier, 1 1 , 7-8.
372 AMIGOS EN EL SEÑOR

Para los futuros miembros de la Compañía se quiere que


aprendan a Integrar lo que será una doble exigencia de su vida
apostólica y comunitaria: la pluralidad y la unidad. La Declaración
del texto B distingue entre los que todavía no han estudiado y los
que ya tienen estudios - o porque han entrado siendo «letrados», o
porque han terminado la formación dentro de la Compañía-. Como
criterio de formación y de estudios se pide que la Compañía escoja
una doctrina, la que le parezca ser la mejor y más conveniente, y
que los escolares la sigan comúnmente. Para los ya formados, la
actitud es de una sorprendente flexibilidad: hay diferencias, acepta-
do. Pero estén atentos todos, para que la diversidad no lesione ni
menoscabe la unión de la caridad, principal vínculo de la comunión;
y procuren acomodarse «en lo que se pueda» a la doctrina que es
más común en la Compañía. Es fundamentalmente lo mismo que
S
ya en la Parte 7 , dentro de un enfoque directamente referido al
envío de compañeros con diversas cualidades en misiones, se pro-
ponía para que «la diferencia, unida con el vínculo de la caridad,
ayudase a entrambos y no pudiese engendrar contradicción o dis-
65
cordia entre ellos ni los prójimos» .
El texto sobre la uniformidad es particularmente vigoroso en la
Parte Tercera de las Constituciones, que legislan para los que
están en probación:

«En cuanto sea posible, idem sapiamus, idem dicamus omnes,


conforme al apóstol, y doctrinas diferentes no se admitan de pala-
bra en sermones ni lecciones públicas, ni por libros... y aun en el
juicio de las cosas agibles, la diversidad, en cuanto es posible, se
evite, que suele ser la madre de la discordia y enemiga de la
unión de las voluntades. La cual unión y conformidad de unos y
de otros debe muy diligentemente procurarse y no permitirse lo
contrario, para que, con el vínculo de la fraterna caridad unidos
entre sí, mejor puedan y más eficazmente emplearse en el servi-
66
cio de Dios y ayuda de los prójimos» .

Los que están en probación todavía no experimentan en tanto


grado como los operarlos las exigencias de adaptación a la diversi-
dad de personas y culturas, ni se confrontan con las opiniones y
doctrinas que hay dentro de la Iglesia, diversas y aun contrarias.
En el texto se expresa además una Intención pedagógica: a partir
de una gran diferencia Inicial, los novicios deben alcanzar progresi-
vamente la identificación espiritual con la Compañía y asumir su

6 5
Const. 624.
6 6
Const. 273; ver Declaración, 274.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 373

modo de proceder, en lo interior y también en las cosas exteriores.


Por tanto, las diferencias - q u e ordinariamente tienden a dificultar la
comunión-, han de limarse y reducirse cuanto es razonable; y las
que son irreductibles, más aún, necesarias y convenientes en una
comunidad apostólica para el multiforme servicio en la Iglesia, inte-
grarse como factores positivos de «la unión y conformidad de unos
y de otros». Hay que recordar que las mismas Constituciones reco-
nocen la realidad de estas diferencias: «en tanta diversidad de per-
67
sonas y naturas, no puede haber regla cierta» .
El ideal de unanimidad de sentimientos es presentado como
una tarea por realizar, una meta hacia la que hay que tender en un
ejercicio dinámico del amor. En varias ocasiones san Pablo reco-
mienda lo mismo a las comunidades. En la carta a los romanos
expresa este deseo: «Dios, que es quien da constancia y consuelo,
los ayude a ustedes a vivir en armonía unos con otros, a ejemplo
de Cristo Jesús, para que todos juntos, a una sola voz, alaben al
68
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo ; y a sus queridos cris-
tianos de Filipos también les ruega: «Llénenme de alegría viviendo
todos en armonía, unidos por un mismo amor y por un mismo pro-
pósito. No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humil-
dad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él
mismo... Tengan unos con otros la manera de pensar propia de
69
quien está unido a Cristo J e s ú s » .
A las mismas puertas del Noviciado se da comienzo a este
esfuerzo común. Jesucristo, a quien todos buscan, con quien se
quieren conformar, es la piedra angular y la causa eficiente de su
comunión. De la casa de Roma se contaba en 1544:

«Recíbense en esta casa muchos ordinariamente a probación, y


así estamos en ella de 50 a 60 personas, poco más o menos,
aunque muchos se envían cada año fuera para los colegios... de
todas naciones, y por la divina gracia todos parecen de una: el
español y el francés, el flamenco y el alemán, el italiano y el grie-
go, y así de otros, por ser uno el que todos buscan y con cuya
voluntad desean conformarse, lapis angularis, qui facit utrumque
unum, no solamente acordando y uniendo entre sí los de la tierra,
70
pero aun con los del cielo los de la tierra» .

Para asegurar a las comunidades distantes un proceso confia-


ble de integración, acompañaban a los escolares personas que

6 7
Const., 3 0 1 .
6 8
Rom 15, 5-6.
6 9
Flp 2, 2ss.
7 0
MI, Epp., VII, 257.
374 AMIGOS EN EL SEÑOR

habían asimilado hondamente el modo de proceder de la Com-


pañía. Con frecuencia eran las mismas comunidades las que los
solicitaban. Así se anuncia, por ejemplo, la ida de Ribadeneira a
Flandes:

«Como los miembros de este cuerpo de nuestra Compañía,


cuanto más separados están por los lugares, tanto más deben
unirse en un mismo espíritu y manera de proceder, según nuestro
instituto; y como nuestro querido hermano, Pedro de Ribadeneira
conoce claramente nuestra mente acerca de las constituciones y
costumbres que la Compañía ha adoptado para gloria de Dios y
provecho nuestro y de las ánimas, os lo enviamos para mayor
consolación mutua y unión vuestra; a fin de que así como todos
nos movemos por un mismo espíritu de nuestra vocación, hacia
un único fin de ayuda de las ánimas, así también con medios uni-
formes y símiles maneras, en cuanto es posible, procedamos
7
todos» '.

Algunas de las aplicaciones de este ideal de conformidad Invo-


cado con el lema del «Idem sapiamus, idem dicamus omnes», qui-
zás nos parezcan hoy desorbitadas. Nos aterra el excesivo rigor
con el que castigaba Ignacio la introducción de «nuevos ritos y cos-
tumbres» en la Compañía, diferentes de lo que se acostumbraba a
nivel más universal. ¿No es demasiado pedir que los compañeros
enviados a Irlanda como nuncios, «en el vestir sean símiles los
dos, al menos en aquello que se lleva por fuera»? ¿Que «doctrinas
diferentes no se admitan?» A tantos siglos de distancia resulta casi
imposible deshacernos de nuestra mentalidad para lograr una
retrovisión objetiva. Pero un esfuerzo por comprender la situación
histórica, las circunstancias en que la Compañía se abría camino
como una novedad dentro de la tradición religiosa, el empeño del
fundador por lograr la identidad del carisma, podría permitirnos un
enfoque más apropiado. La unión de mentes y corazones, aun
expresada en manifestaciones externas de la vida cotidiana, era
una aspiración vital.
La penosa experiencia de las persecuciones sufridas desde
Alcalá y Salamanca, habían vuelto a Ignacio, primero, luego a los
compañeros, cautos por presentarse con una doctrina segura, libre
de sospechas, para contribuir sólida y eficazmente a restablecer la
unidad de la fe. Su sueño de colaborar en la reforma de las cos-
tumbres, especialmente entre el clero, los estimulaba en el propósi-

7 1
MI, Epp., x 12.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 375

to de ofrecer un testimonio común de vida y de trabajo. Querían


«edificar» con el «buen odor» de su Compañía. Con este programa
salían a prestar su servicio por todo el mundo.
En una sociedad tan pluralista como la nuestra, se acentúa la
diversidad a todo nivel y origina tensiones muy explicables. Las
características del medio social en que nos movemos, la inmensa
variedad de trabajos que asume la Compañía para responder a los
desafíos de los tiempos, los estudios especiales, la mayor libertad
de investigación y de opinión, aun las mentalidades dentro de la
Iglesia, crean diferencias dentro de los límites mismos de una ciu-
dad. La consideración de distintos lugares, personas y costumbres
que piden aquí y allá las Constituciones, no es cuestión reservada
para las regiones «remotas», como Las Indias, o conflictivas como
Alemania, en el siglo XVI. Hoy la Compañía pide un pluralismo
grande. El P. Arrupe lo proclamó continuamente desde los prime-
ros tiempos de su generalato: «Cada cual tiene que ser distinto,
porque no cabe duda de que el apostolado en África y en la India
es distinto del apostolado en París o en Chicago. El que trabaja
con intelectuales es diverso del sacerdote obrero... por tanto, aque-
llo del «idem sapiamus, idem dicamus omnes», hay que entenderlo
72
b i e n » . En el informe sobre el estado de la Compañía a la Con-
gregación de Procuradores de 1978 explicaba cómo le parecía que
debía entenderse:

«Es difícil mantener el equilibrio y aun determinar, en la periferia


de las centrales en que debe darse necesariamente la unidad,
dónde empieza la zona del pluralismo y la diversidad. El «idem
sapiamus, idem dicamus omnes» de San Ignacio en la parte ter-
cera [273] de las Constituciones, ha de unirse con aquellas otras
de la parte octava: «en cuanto sea posible» que escribe a pro-
pósito de la «uniformidad en lo interior de doctrina y juicios y
voluntades, como en lo exterior del vestir, ceremonias de Misa y
lo demás» [671]. Las palabras con que termina ese número de
las Constituciones «cuanto lo compadecen las cualidades dife-
rentes de personas y lugares, etc.», ratifican la convicción de
que, salvando la uniformidad en lo esencial, el punto de referen-
cia en lo accidental, más que la uniformidad, debe ser la adapta-
ción apostólica necesaria para mejor servir a la Iglesia presente
en cada lugar y en cada tiempo.

Una uniformidad impuesta a ultranza podría ser hoy (al contrario


que en el siglo XVI) un factor de división. Y lo mismo cabe decir

7 2
Alocución del P. General al I Curso internacional de Ejercicios, VIII, Plu-
ralismo y unión, Roma, 1968.
376 AMIGOS EN EL SEÑOR

del «idem sapiamus, idem dicamus omnes» en un tiempo en que


el derecho a lá libertad de investigación y de pensamiento, la
autenticidad y la sinceridad, son reconocidos como grandes valo-
res. En esta perspectiva no se deben descuidar, antes al contra-
rio, los medios que para mantener y aumentar la unión propuso
73
San Ignacio» .

La acentuación de la diversidad llama con mayor urgencia a la


unión dinámica, sin la cual es Imposible conservar la comunidad
apostólica. La comunión en la dispersión ya no es sólo una consi-
deración geográfica. Si la Compañía quiere ser un instrumento efi-
caz al servicio de la Iglesia hoy día, debe encontrar una identidad
de objetivos y de programas que dirijan su múltiple actividad. En
los primeros años tal Identidad de presencia y de acción se concre-
tó en una comunidad de sacerdotes pobres en su vida, desintere-
sados en su servicio, infatigables en el trabajo, disponibles para
acudir a las necesidades más urgentes y donde otros no iban, y
prestando su ayuda desde fuera de dignidades y poderes. Ese fue
su muy apreciado y defendido «modo de proceder», testimonio visi-
ble que hizo Impacto en la Iglesia y en la sociedad.
Tal es el «idem sapiamus...» que la Compañía tiene que redes-
cubrir concretamente en cada época para seguir prestando un ser-
vicio significativo en un mundo en Incesante cambio. Discernir esta
traducción de nuestro modo de proceder, con fidelidad al carisma
originante, es reencontrarse como Compañía de Jesús.
Convencidos a lo largo de muchos años de experiencias y de
discernimiento, de que su modo de proceder era lo que les dictaba
el Espíritu como seguidores de la comunidad apostólica de Jesús,
los compañeros lo plasmaron cuidadosamente en las Constitu-
ciones para transmitirlo fielmente a los nuevos miembros de la
Compañía. Esto permite comprender el porqué de su insistencia en
la uniformidad. Se trataba de un invaluable tesoro, adquirido a
mucho precio, que era preciso conservar para el divino servicio. El
mayor rigor de la uniformidad exigida en los primeros años de la
formación es completamente Inteligible. Pero no sobra advertir que
la Parte Tercera de las Constituciones, aunque dirigida a los que
están en probación, les presenta la imagen del jesuita y el diseño
de lo que es la Compañía a la que ellos deben Incorporarse progre-
sivamente. «Traza una fotografía espiritual del modo de ser y com-

7 3
Informe sobre el estado de la Compañía a la Congregación de Procuradores,
27 de septiembre de 1978, en La identidad del jesuita en nuestro tiempo, Sal
Terrae, 1981, p. 43.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 377

74
portarse de un jesuíta», escribe el P. Iparraguirre . Desde esta
perspectiva todo lo que allí se dice interpela evidentemente a todos
los miembros de la Orden que, terminada su formación, se han
incorporado definitivamente.

La comunicación

El tercer vínculo para la unión de Jos ánimos, como ayuda que


deben poner la cabeza y los miembros de la Compañía, es tratado
ampliamente en las Industrias de Polanco. El tema se desarrolla en
tres artículos, que corresponden a otros tres aspectos de la comuni-
cación: primeramente «comunicar con los vecinos»: aquí se refiere
más bien a contactos personales. Los que andan dispersos de dos en
dos, se comunicarán a menudo con los colegios o casas vecinas,
para aconsejarse y aun regirse por ellos. En seguida, la correspon-
dencia con los superiores, necesaria para regir mejor el cuerpo: por-
que «en ella tendrán los superiores como unas riendas en la mano
para menear toda la Compañía». Finalmente, el «saber unos de
otros», que mira la correspondencia como medio de ayudar a la unión
entre los miembros dispersos: «porque así, refrescada la memoria de
unos para con otros, y vistas nuevas causas de amor, la unión, que
75
principalmente se hace con un mismo querer, se seguirá» .
El texto autógrafo unifica los dos fines de la comunicación: regir
mejor la Compañía y unir entre sí a los miembros dispersos. Tres
Declaraciones recogen el fruto final de un proceso de ordenación
de la comunicación en la Compañía, que había comenzado con las
primeras instrucciones para la misión.

«Ayudará también muy especialmente la comunicación de letras


misivas entre los inferiores y Superiores, con el saber a menudo
unos de otros, y entender las nuevas e informaciones que de
unas y otras partes vienen. De lo cual tendrán cargo los Supe-
riores, en especial el General y los Provinciales, dando orden
cómo en cada parte se pueda saber de las otras lo que es para
76
consolación y edificación mutua en el Señor nuestro» .

El sistema se concibe como lo que sería hoy una inmensa red


de información: de cada parte se envían las «nuevas e informacio-

7 4
IGNACIO IPARRAGUIRRE, S.J., Introducción a las Constituciones, en BAC, Obras
de S. Ignacio de Loyola, sexta edición, p. 449.
7
& Pol. Compl, 1 1 , 760 y 762.
7 8
Const. 673.
378 AMIGOS EN EL SEÑOR

nes» a las casas del General y de los Provinciales, que actúan


como servidores encargados de transmitirlas a toda la Compañía o
las Provincias «para consolación y edificación mutua en el Señor
77
nuestro» .
Los Prepósitos locales, los Rectores y los enviados para fructifi-
car in agro Domlni, deben escribir a su Provincial cada semana. El
Provincial escribirá con la misma frecuencia al General. Siempre que
haya facilidad. De lo contrario, cada mes. Por su parte, el General
tendrá cuidado de que se escriba a ellos una vez al mes; y ellos a los
superiores locales y rectores y particulares (Declaración L, 674).
Para que las noticias de la Compañía puedan llegar a todos, los
que pertenecen a una Provincia escribirán cada cuatro meses una
carta que contenga solamente cosas de edificación - e n la lengua
de la provincia y en latín- al Provincial. Entonces se ¡nielará una
Intrincada cadena de coplas de provincia a provincia y de ellas a
todos los miembros de la Compañía (Declaración M, 675). ¡i
Y para completar toda clase de informaciones, por sistema
similar se comunicará periódicamente la lista de las personas que
hay en cada casa y de los que faltan por muerte u otras causas
(Declaración N, 676).
Polanco en su carta a toda la Compañía para presentarse co-
mo secretario, enumera veinte razones por las que el mutuo inter-
cambio epistolar redunda en utilidad para la universal Compañía,
para cada uno de sus miembros y aun para los demás; e invita a ;
«continuar el escribir alegre y diligentemente». Como estaba recién
posesionado de su cargo, se puede pensar que detrás de ellas <
estaba el mismo Ignacio dando a conocer cuánta importancia daba
a la comunicación como medio de unión de la Compañía dispersa.
Un rápido recorrido por estas motivaciones, en resumen, será sufi-
ciente comentario acerca de este último vínculo de comunión esta-
blecido en las Constituciones:

1) «La unión de la Compañía, que anda, según su profesión, es-


parcida en varias partes, y así más que otras tiene necesidad de
alguna comunicación con que se junte y una»; 2) «la fortaleza de

7 7
Las Normas Complementarias de las Constituciones actualizadas por la
Congregación General 34 modificaron lo referente a las determinaciones particula-
res de las Declaraciones (674 a 676). «Corresponde al Prepósito General determi-
nar, según las circunstancias, las normas que deben observarse sobre las cartas de
oficio, las cartas o noticias edificantes y los Catálogos que se hayan de confeccio-
nar» NC. 359.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 379

ella; que cuanto cada cosa es más unida, es más fuerte»; 3) «el
amor mutuo, el cual naturalmente con la ausencia y olvido se res-
fría, y al contrario se conserva y aviva con la memoria, que suple
la presencia. Pues entre los que por el ordinario andan ausentes
uno de otro, como los nuestros, puédese ver cuánto es menester
que se refresque la memoria... para entretener el amor»; 4) «ani-
marse unos a otros y excitarse a santa emulación de las virtudes
y santos trabajos, porque mucho ayudan los ejemplos para esto,
especialmente domésticos y recientes de los hermanos»; 5)
«para confirmarse más contra el espíritu de la inconstancia en su
vocación o desplacer de ella en los que se hallan conturbados...
porque reconocen cuánta merced Dios les hace en tenerlos en tal
Compañía»; 6) «para crecer en esperanza y amor de Dios, con
experimentar tan particularmente su providencia y amor para la
Compañía y los que de ella son»; 7) «para humillarse; que los
que se persuadían hacer mucho, visto lo que otros trabajan y lo
que Dios de ellos se sirve, tienen ocasión para humillarse y reco-
nocer su tibieza»; 8) «se acrecienta el buen odor de la Compañía,
que, para nuestros fines, de más servir al autor de todo bien y
ayudar a las ánimas de los prójimos, es muy necesario, como
todos saben»; 9) «crece con lo mismo el número de los de la
Compañía; lo cual muestra la experiencia de muchos, que, con la
noticia que de semejantes letras y nuevas tomaban, se han afec-
cionado a ser de la Compañía»; 10) «muchos, por ser solos y
muy ocupados en varios ejercicios, y tener varias ocasiones de
turbarse, tienen necesidad de consejo en sí y en su modo de pro-
ceder»; 11) «es gran consuelo y alegría la que se da y recibe con
las letras a los de la Compañía»; 12) «acrecentar la diligencia en
la obra de Dios; que habiendo de dar aviso de lo que se va
haciendo de día en día, será éste un estímulo más para desper-
tarse y hacer algo que se pueda escribir»; 13) «con las buenas
nuevas se animan los amigos que ayudan las cosas de la
Compañía»; 14) «para que se vea si se empieza bien el trabajo
en una cosa, o si se emplearía mejor en otra; si harían más pro-
vecho en el lugar donde están, o transferidos en otro»; 15) «para
el bien de los otros próximos; que con oír las nuevas de lo que
Dios hace por los medios que es servido, se edifican y animan a
bien hacer»; 16) «[los próximos] serán mejor servidos y ayuda-
dos, cuanto con más consejo se atendiere a su bien y mejores
medios para ello se buscaren»; 17) «se extiende aun más al bien
universal de la Iglesia, que, viendo continuamente lo que pasa en
diversas partes, puédese mejor socorrer a las mayores necesida-
des, y acudir a los mejores lances»; 18) «tener ocasión de rogarle
[Dios] ayude a las empresas que nos avisan ser encomendadas
en varias partes»; 19) «se da materia y ocasión de dar gracias en
más partes y por más personas a la divina bondad por las merce-
des que hace, así a los de la Compañía, como a otros por su
380 AMIGOS EN EL SEÑOR

medio»; 20) «crece con esto la gloria y alabanza de Dios [la cual
78
es fin de todo el universo]...» .

Se ha satisfecho cumplidamente el propósito de las Deli-


beraciones de 1539. La primera noche se habían preguntado:
«¿Debemos quedar los demás con cuidado de los que allá fueren
[a las misiones del Papa], o llevarle ellos de nosotros y mantener
inteligencia mutua? ¿O no hemos de cuidar más de ellos que de
los otros que están fuera de la Compañía? La decisión unánime fue
la de confirmar y establecer más su comunión «reduciéndonos a un
cuerpo, teniendo cuidado unos de otros y manteniendo inteligencia
para el mayor fruto de las almas». La comunicación une y fortalece
a los esparcidos; fomenta el cariño y aprecio que naturalmente se
resfría con la ausencia; estimula para el trabajo y renueva la espe-
ranza; es ocasión de consejo y discernimiento para servir mejor y
más eficazmente a los demás; despierta y sensibiliza ante las ne-
cesidades y desafíos que se presentan en una y otra parte; edifica
y suscita vocaciones; mueve a dar gracias y a encomendar a los
compañeros y sus diversas empresas. A falta de la comunión física
y del contacto personal que propicia la vida de comunidad, la
comunicación ofrece el formidable apoyo de la comunión dentro de
un cuerpo espiritual, del «que ninguna división de cuerpos, por
grande que fuese nos puede separar».
No son éstas, bellas motivaciones ajenas a la realidad que se
formulan en un texto. Formaban parte de la vida cotidiana de la
Compañía en medio del agobiante trabajo. El valor que los primeros
jesuitas concedían a la correspondencia y la alegría y ayuda que les
brindaba, ha quedado manifiesta en innumerables cartas. Es verdad
que Nicolás de Bobadilla, en un arranque de su fogoso temperamen-
to le escribió un día a Ignacio: «creéis que todos se edifican de estas
copias vuestras. Yo pocas muestro y pocas leo, ni tengo tanto tiem-
po; que de lo superfluo de vuestra carta principal se pudieran hacer
79
dos cartas» . Pero es una voz peregrina y, además, basta con ver
la abundante correspondencia de Bobadilla para darse cuenta de
que en la práctica se comportaba como los demás.
Fabro le escribe a Laínez: «No podríades creer, hermano mío
en Cristo nuestro Señor, el especial espíritu que sobre vuestro bien
y particular recibí el día que me fue dada aquella letrilla de vuestra
80
m a n o » . Y en otro lugar: «El día de Pascua de Resurrección recibí

7 8
MI, Epp., 1,536-541.
7 9
Citado por el mismo Ignacio en respuesta a Bobadilla, MI, Epp., 1,280.
8 0
Fabro 179.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 381

un envoltorio de cartas vuestras con unas copias de los de Paris,


de Bobadilla, de Parra, de Araoz, etc.. Cristo, qui tali die surrexit a
mortuis, sabe si con ellas perdí algo del gusto de una tal fiesta, o
8 1
n o » . Simón Rodrigues reclamaba a Ignacio por intermedio de
Francisco Rojas: «Quéjase de que nunca [quiero decir pocas ve-
ces] recibe cartas. Ruégueles que por amor de nuestro Señor...
82
que de aquí en adelante nos visiten más assidue» .
En 1539 el joven Francisco de Estrada escribía a Ignacio y a
Javier - e n aquellos días secretario- una singular misiva desde
Montepulciano: «Me maravillo de no haber recibido respuesta.
Todo lo podría imputar al señor Mtre. Francisco [Xavier] que ha
tomado el asunto de escribir por todos. Pero, por usar con él benig-
nidad, le excuso hasta agora, rogándole que si el frío del invierno le
hace las manos pigras para escribir, el calor del fuego... se las
haga aptas y idóneas para que sin temblar pueda apretar la pluma
83
en la m a n o » . Pero si el improvisado secretario del General pudo
por un momento descuidar sus deberes, años más tarde desde las
Indias redactaría las páginas más bellas de amor a la Compañía y
a todos sus hermanos, de quienes se sentía, ahora más que
nunca, ausente solamente con el cuerpo, aunque presente con el
espíritu («absentes tantum corpore, licet praesentes animo, nun-
84
quam magis quam n u n c » ) .
Desde Lisboa, poco tiempo después de partir de Roma, camino
de la India, escribe a Ignacio y a Codure: «Rogamos vos, Patres, et
obsecramus iterum in Domino, per illam nostram in Christo lesu co-
niunctissimam amicitiam [os rogamos, Padres, y os suplicamos por
nuestra estrechísima amistad en Cristo], que nos escribáis los avi-
sos y medios para (más) servir a Dios nuestro Señor, que allá os
85
pareciere que debemos de h a c e r » . Quería tener noticias perso-
nales de todos: cuántos eran y dónde estaban; pero especialmente
86
«de todos los padres que venimos de P a r í s » . Pedía que se le
8 7
escribiera «muy a largo, que tengamos que leer ocho d í a s » .
Escribía de rodillas a Ignacio, llevaba consigo las firmas de sus
amigos recortadas de las cartas que recibía, y en sus sueños ima-
88
ginaba estar con e l l o s . Sus recreaciones eran «recordarme mu-

sí Fabro 87.
8 2
Epist. Mixtae, 1,76.
8 3
Epjst Mixtae. 1 , 3 9 - 4 1 .
8 4
Ver Xavier, I, 78.
8 5
Xavier, 1 8 1 .
8 6
Xavier, II, 375, ver 1, 89, II, 66, 3 5 1 .
8 7
Xavier, 1,89.
8 8
Ver Xavier, II, 16; 1,330,172.
382 AMIGOS EN EL SEÑOR

chas veces de vosotros... y del tiempo que por la mucha misericor-


89
dia de Dios nuestro Señor os conocí y conversé» . No sabía cómo
poner punto final a sus largas cartas: «Cuando comienzo a hablar
en esta santa Compañía de Jesús, no sé salir de tan deleitosa co-
municación, ni sé acabar de escribir. Mas veo que me es forzado
acabar, sin tener voluntad ni hallar fin para ello, por la prisa que tie-
nen las naos. No sé con qué mejor acabe de escribir que confesan-
do a todos los de la Compañía quod si oblitus unquam fuero Socie-
tatis nominis lesu, obllvioni detur dextera mea [si alguna vez me
olvidare de la Compañía del nombre de Jesús, que se eche al olvi-
90
do mi mano derecha]» . ¡Ese brazo que hoy se venera en la Igle-
sia del Gesu en Roma!
Tal vez ninguno de ellos, como Javier, se expresa tan cálida-
mente sobre la comunidad espiritual en la dispersión apostólica.
«Dios nuestro Señor sabe cuánto más mi ánima se consolara en
veros, que en escribir estas tan inciertas cartas, por la mucha dis-
tancia que de estas partes hay a Roma; mas pues Dios nuestro
Señor nos separó a tan distantes tierras, siendo tan conformes en
un amor y espíritu, si no me engaño, no causa desamor ni descui-
do, en los que en el Señor se aman, la distancia corporal; pues casi
siempre nos vemos, a mi parecer, dado que familiarmente como
91
solíamos no nos conversemos» .

El Colateral: compañero y amigo confidente, consejero-


ángel de paz

Al describir la obediencia como un vínculo con el que se hace en


gran parte la unión de los ánimos, las Constituciones piden que se
mantenga siempre en su vigor y que los enviados a misiones sean
personas ejercitadas en ella. «Quien no tuviese dada tanta experien-
cia de esa virtud, a lo menos debería ir en compañía de quien la
tuviese dada. Porque en general ayudará el compañero más aprove-
92
chado en ella al que menos lo fuese, con el favor divino» .

8 9
Xavier, I, 175.
9 0
Xavier, 1,395.
9 1
Xavier, I, 272. En otra carta, Javier hace los cálculos de la distancia que los
separa: «Y para que sepáis cuan apartados corporalmente estamos unos de otros,
es que... cuando de Roma nos escribís a la India, antes que recibamos vuestras
cartas en la India se pasan ocho meses; y después que recibimos vuestras cartas,
antes que de la India partan los navios para Maluco, se pasan ocho meses esperan-
do tiempo; y la nao que parte de la India para Maluco, en ir y tornar a la India, pone
XX y un mes, y esto con muy buenos tiempos; y de la India antes que vaya la res-
puesta a Roma se pasan ocho meses...», Xavier, I, 395-396.
9 2
Const., 659.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 383

A continuación de lo anterior, sin abrir un número aparte, casi


como un desapercibido apéndice, añade: «Y aun sin este fin, a
quien se enviase con algún cargo, se le podrá dar un Colateral, si
al Superior pareciere que así dará mejor razón de lo que se le ha
encomendado». Luego, una larga Declaración puntualiza su oficio
93
y las relaciones entre el Prepósito y su Colateral .
Hemos preferido dejar para el final el tratamiento de esta crea-
ción de Ignacio, totalmente original, abriéndole un espacio indepen-
diente, con el único propósito de destacar más su novedad y el
valor que se le atribuyó a la figura del Colateral como vínculo para
la unión de los ánimos.
El P. de Aldama, trata el tema del Colateral como un Apéndice,
por una razón diferente: «para no interrumpir la serie de medios de
unión "de parte de los inferiores", y porque estos dos pasajes sobre
el colateral, añadidos aquí en un segundo tiempo, se empalman
94
algo artificalmente con el contexto» . Son varios, en realidad, los
que piensan que, como es una ayuda que se da para el buen
gobierno, su lugar más indicado debería haber sido la Parte No-
vena (de lo que toca a la cabeza y al gobierno) y no la Octava,
donde lo colocó Polanco. Diferimos de estas opiniones, con el debi-
do respeto a sus autorizados comentadores. La Parte Octava ha
señalado que la unión se hace en gran parte con el vínculo de la
obediencia; por lo tanto, la relación autoridad-obediencia ha de ser
tal, que tanto de parte de los subditos como de los superiores, se
deben poner las condiciones para que la obediencia sea realmente
vínculo unificante. Y el Colateral se ofrece precisamente con ese
fin, como una ayuda para que los superiores con su buen gobierno,
faciliten la prontitud en la obediencia; y para que sea «ángel de
paz» en la comunidad provincial o local. Su lugar en este sitio de la
Parte octava está plenamente justificado.
La colaboración y el apoyo fraterno cobran particular vigor en la
institución del Colateral, oficio creado a partir de la experiencia de
los primeros años y que aparece un poco tarde en el generalato de
Ignacio, pero que él lo utilizó con frecuencia hasta su muerte. Su
figura no se encuentra todavía en el texto a. En el manuscrito del
texto A, presentado a los compañeros en 1551, es una adición al
margen de la página. Entra finalmente a formar parte del texto B,

9 3
Const., 6 5 9 y 6 6 1 (Declaración D).
9 4
A . M . DE ALDAMA, S . J . , Unirá los repartidos, p. 2 9 . En una nota (p. 4 3 , 1 )
añade que, dado que se advierte en este párrafo al colateral que de tal manera se
haya con su superior y el superior con él «que no se debilite la obediencia», parece
que en el oficio del colateral se ve más bien un peligro para esta unión.
384 AMIGOS EN EL SEÑOR

con la Declaración, que, a su vez, es tomada de un documento


sobre el oficio del Colateral, cuya fecha es probablemente posterior
a la reunión de los compañeros en 1551 y que lleva la firma de
95
Ignacio . Este documento parece que era el escrito que se envia-
ba a los recién designados colaterales junto con su nombramiento.
Tratando de rastrear su aparición en la vida de la Compañía,
encontramos que en mayo de 1551 Francisco Palmio es nombrado
como Colateral del P. Jean Pelletler, rector del colegio de Ferrara,
todavía con el nombre de «coadiutore» y «no bajo su obedien-
96
c i a » . Al año siguiente se determina que Bobadilla sea superinten-
dente del Colegio de Ñapóles, del que Andrés Oviedo tendrá cuida-
do, sirviendo a la vez como Colateral de Bobadilla; pero se explica
97
que «estará debajo de é l » . Para el año 1553, la institución parece
estar ya en plena florescencia. Veamos un rápido cuadro escogido
como ilustración:

• A Francisco Xavier - q u i e n , sin embargo, ya había muerto


para aquella f e c h a - escribe Polanco el 5 de julio de ese año
53, recomendándole para la India dos cosas «que se halla por
experiencia en estas partes ser muy útiles, antes necesarias:
una es que cada prepósito provincial o local, o rector de cole-
gio, donde hay algún número, tenga un colateral, cuyo oficio...
98
se envía a q u í » .

• Por la misma fecha, Manuel Nóbrega es designado como


provincial en Brasil; en la carta de nombramiento se adjunta
esta nota: «y porque en las provincias comúnmente se pone
un colateral del prepósito, parece que [el suyo] debería ser el
P. Luis de Grana... y va el escrito del oficio del uno para con el
otro. También en los colegios, si hubiese multitud de personas
de la Compañía, uno de los más confiados podéis poner por
99
colateral» .

• Igualmente, a Francisco de Borja, que ha enviado a su cola-


teral a otro lugar, le aconseja Polanco en noviembre de 1555

95«De Praeposito et Collaterall (Lo que debe observar el prepósito con su cola-
teral; De lo que toca al colateral de cualquiera prepósito de la Compañía]», docu-
mento 44 en MI, Const., I, 387-389 firmado por Ignacio con la letra Y griega, inicial
de su nombre; ver Const. II, prolegomena, CCLIII.
9 6
MI Epp., III, 487.
9 7
MI, Epp., IV, 99.
9 8
MI, Epp, V, 164-165.
9 9
MI, Epp., V, 182.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 385

[sólo ocho meses antes de morir Ignacio] que es conveniente


que tome otro que lo reemplace: «Es voluntad de nuestro
Padre que tenga comodidad y ayuda»; «si le pareciere de
tomar otro colateral, N.P. desde aquí confirma el que escogie-
re V.R.; y así es la intención de N.P., que le tengan cerca o
lejos de sí todos los prepósitos provinciales y aun los rectores,
100
aunque todos no tengan n e c e s i d a d » .

• A Filipo Leerno en 1554: «se mandó el oficio de V.R. con su


colateral, Juan Lorenzo, y el oficio de él con el rector; para
que el P. Juan Lorenzo vea cómo se ha de gobernar con V.R.,
ayudándolo en todo aquello que podrá como ángel de paz
101
entre los nuestros y V. R. .

• El 7 de junio de 1556, Ignacio erige la provincia de Alemania.


Superior, nombra a Pedro Canisio provincial y juntamente con
la patente le manda escribir: «Será colateral de V.R., el Dr.
Lanoy, como es la usanza de dar a los prepósitos provinciales
en manera que él no estará a obediencia de V. R., todos los
2
otros sí»™ - Y así, muchos otros casos.

Según el texto de las Constituciones, en dos casos principalmen-


te se debe dar Colateral: 1) «cuando se desease muy mayor ayuda
del que se envía con el cargo principal», sea porque no está muy
ejercitado en el ejercicio de la autoridad, sea por otras causas; 2)
«cuando alguno de los que ha de tener en su compañía [el superior]
fuese tal, que se pensase que no se ayudaría tanto en estar a obe-
diencia del que tiene el cargo, como en serle compañero, y tuviese
103
partes para ayudarle» . Este último caso, muy especial, lo ilustra el
P. de Aldama con el ejemplo de Ribadeneira, enviado a Bélgica en
1555 para promulgar las Constituciones. Ignacio lo nombró Colateral
del superior de Bruselas, es decir, sin ponerlo bajo su obediencia,
para que pudiera tratar más libremente los negocios e informarle
directamente sobre ellos. «Tenemos aquí un ejemplo, escribe Al-
dama, del segundo caso: que no es para ayudar al superior, sino
porque el mismo Colateral se ayuda más siendo «compañero» que
«estando a obediencia». Pero la frase deliberadamente indetermina-
da «no se ayudaría tanto en estar a obediencia del que tiene el

1 0 0
MI, Epp.,1 X, 129; X, 129.
1 0 1
MI, Epp., VI, 280.
1 0 2
Ver MI, Epp., XI, 527-528.
1 0 3
Const., 6 6 1 .
386 AMIGOS ENEL SEÑOR

cargo» permite imaginar otros motivos, como la virtud eminente del


104
colateral, y aun su psicología, o la psicología del superior...» .
La gran novedad del Colateral es que no está bajo la autoridad
de aquel a quien sirve como tal, ni tiene tampoco jurisdicción sobre
él, con el fin de que pueda con mayor libertad, «ánimo y comodi-
dad», ejercer su oficio de confidente, consejero y admonitor; y para
que el superior pueda valerse de él como «ayuda y alivio», y de
«fiel instrumento en las cosas que más importan». La frase serle
compañero, es la que mejor define esta singular relación que esta-
blecen las Constituciones entre un superior y su colateral.
Al superior le aconsejan las Constituciones que le tenga y le
muestre a su colateral especial amor y respeto, con un trato fami-
liar; y que lo acredite y procure que sea amado de los que están a
su cargo. El Colateral, a su vez, aunque no esté bajo obediencia de
la persona a quien se da, «debe interior y exteriormente tenerle
reverencia» y dar en esto ejemplo a los demás de la comunidad.
Estará disponible para ayudar al superior en todas las cosas de su
oficio en que será requerido de él; y tomará la iniciativa para infor-
marlo o decirle cualquier cosa que crea conveniente acerca de su
persona o de las cosas de su oficio, con libertad de espíritu y mo-
destia cristiana. Pero como no tiene autoridad sobre él, debe con-
formarse con lo que el superior decida después de oírlo; ahora
bien, en caso de que vea con mucha claridad que está cometiendo
un error, deberá avisar al superior mayor.
Esta relación de «amistad en el Señor», como la que quieren
propiciar las Constituciones, la comenta así Roustang: «Todo se
construye a través de la relación y todo miembro de la Compañía
es primeramente el interlocutor de otro. Para evitar que tal superior
se encierre en la soledad, le es dado un colateral, que es «un otro
yo», una suerte de espejo, sin autoridad, que permite al superior
expresarse y descubrirse a sí mismo en la elaboración de las deci-
105
siones y en los efectos de su gobierno entre los subordinados» .
Entre los dos se alimenta un intercambio de consejo, no de autori-
dad. Pero el Colateral, a la vez que Informador, consejero y admo-
nitor, debe ser ayudante del superior, que usará de él «como de fiel
Instrumento en las cosas que más importan».
La función del colateral como vínculo de la unidad no se agota
en esos servicios que presta al superior. Tiene, además, una Im-
portantísima dimensión corporativa: ayudar a crear un clima de
armonía y de unidad entre los miembros de la provincia o de la

1 0 4
ANTONIO M . DE ALDAMA, S.J., Unirá los repartidos... p. 3 2
1 0 5
F . ROUSTANG, S.J., Constitutions... II, 99.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 387

comunidad, y de estos con el superior. Ser ángel de paz, dicen las


Constituciones, y así lo concibe Ignacio en su correspondencia. Ha
de procurar «acordar, cuanto sea posible, los subditos entre sí y
con su prepósito inmediato, como ángel de paz andando entre ellos
y procurando tengan el concepto y amor que conviene de su pre-
106
pósito, que tienen en lugar de Cristo nuestro S e ñ o r » .
Por no estar bajo la dependencia del superior, ni tener tampoco
autoridad sobre él, puede moverse con libertad de espíritu y senci-
llez en medio de los compañeros, «andando entre ellos», como
dice el texto, para fomentar la comunión de todos y para suscitar
armónicas relaciones de autoridad-obediencia.
Ignacio lo expresa con gran claridad en la instrucción que por
medio de Polanco envió a Luis Gongalves da Cámara a principios
de 1556. Este había regresado a Portugal y era el Colateral del
Provincial:

«En todo el cuerpo de la Compañía de sus reinos se debe procu-


rar la unión y conformidad de los miembros entre sí y de los mis-
mos... con su cabeza (que es el General)...

Siendo, como es, colateral del provincial, aunque no obligado a


estar donde él, es razón tenga particular cuidado de ayudarle, y
más en las cosas que más importan de su oficio, avisándole en lo
que le pareciere habrá menester aviso o recuerdo acerca de su
persona y gobierno; y esto con aquella caridad y prudencia que
V.R. sabrá usar, teniendo ojo a que el provincial tome amorosa-
mente sus recuerdos, y huelgue con la ayuda que se le hace en
dárselos, antes la busque, no teniendo ocasión de encubrirse, ni
de rehuir la comunicación de V.R. como se suele la de algunos
censores molestos, para lo cual ayudará el tenerle mucho respe-
to, y el mostrarse muy pronto, aun a lo que no es obligado, de
obedecerle, y el procurar finalmente ser amado del provincial, y
que se confíe mucho de V.R...

Para más poderle ayudar, vístase de su persona y cargo, como si


le tuviese todo sobre sí, fuera de la obligación...

En los lugares donde estuviere parece será bien que converse


familiarmente con los particulares, procurando conocerlos todos...
y podría tener así ocasión de ayudar a muchos en sus trabajos
espirituales o necesidades corporales... y de ellos también podrá
entender muchas cosas que sirvan para ayudar a los superiores y
el bien común; y especialmente tendrá advertencia a ser como

1 0 6
Const. 6 6 1 .
388 AMIGOS EN EL SEÑOR

ángel de paz y unión entre los particulares y sus inmediatos


superiores, y entre los rectores o prepósitos particulares y el pro-
107
vincial, como también entre el provincial y el comisario» .

El Colateral se recomendaba particularmente en caso de comu-


nidades grandes o numerosas, para permitir de esta manera un
mayor contacto personal con los miembros de la provincia o de las
casas. ¿Se preveía el peligro de que en una comunidad demasiado
grande, el provincial o el superior local perdieran la comunicación y
el gobierno personal, y su oficio se pudiera convertir en una tarea
administrativa? Al menos la institución del Colateral parece tener,
bajo este aspecto, un sentido preventivo.
Se ha visto cómo hasta unos meses antes de la muerte de
Ignacio, el oficio de Colateral estaba en plena vigencia, más aún,
era considerado como una costumbre en la Compañía; algo que la
experiencia había demostrado útil y aun necesario, como escribe
Polanco a Javier. Las Constituciones, y también las cartas e ins-
trucciones, tienen mucho cuidado en advertir que este oficio no
debe debilitar la obediencia al superior, ni crear la sensación de
que hay dos cabezas; por activa y por pasiva se recomienda, tanto
al superior como a su colateral, que se tengan y demuestren mu-
tuamente amor y respeto, para que el servicio se pueda prestar y
recibir con entera libertad de espíritu y concordia. La prudencia con
que el Colateral se mueva entre sus hermanos y en su trato con el
superior, evitará que se rehuya la comunicación con él, «como se
suele la de algunos censores molestos», según la expresión del
mismo San Ignacio a Luis Goncalves.
Lo cierto es que la complejidad del oficio y la presencia de una
persona que ni está bajo obediencia del superior ni tiene autoridad
sobre él, exige unas condiciones tales de virtud, prudencia y senti-
do común en ambas partes, que en la práctica encuentra muchas
trabas para realizar a cabalidad lo que Ignacio pretendía con él
como ayuda para el buen gobierno y para la unión de los ánimos.
El P. Nadal comenta con perspicacia:

«Se dan al superior y al colateral normas que los suponen hom-


bres perfectísimos, a los que nada les resultará difícil, a los que
no podrán apartar de su deber las diversas dificultades que, dada
la flaqueza de la naturaleza humana, lleva consigo la práctica de
esta constitución. Porque apenas es posible que el colateral,
gozando de tanta libertad, no se arrogue algo indebidamente, ni
perjudique en algo la unidad o la obediencia. Por su parte el su-

1 0 7
MI, Epp., X, 508-510.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 389

perior tiene que ser un varón esforzado, para que no le altere la


autoridad ni la necesaria exención del colateral, ni el ejercicio de
esta autoridad y exención... en una palabra, hay en esta institu-
ción muchos focos e incentivos de división; y, sin embargo, la
confianza de la Compañía y la luz del Instituto consigue que todo
108
eso parezca fácil...» .

Ya en vida de Ignacio comenzaron a experimentarse ciertas


incomodidades. Algunos superiores sentían que se les ataban los
pies y manos, que se enervaba el ejercicio de la autoridad y la efi-
cacia de la obediencia; en una palabra, que era más estorbo que
servicio; los inconvenientes se fueron manifestando aquí y allá.
Laínez conservó la práctica durante su gobierno general, pero poco
a poco se fue debilitando hasta casi desaparecer; el año de su
muerte, 1565, escribe Polanco que la costumbre de designar cola-
terales parecía haber caído en desuso y que era conveniente con-
1 0 9
siderar si eso estaba b i e n . Pero nunca fue abolido jurídicamen-
te, ni siquiera al actualizar las Constituciones en la Congregación
General 34: la nota al número 659 de las Constituciones, sobre el
Colateral, dice simplemente: «(Este oficio, que en la primera
Compañía se usó alguna vez [sic], nunca ha existido posteriormen-
te, pero tampoco está derogado)».
Algunos piensan que varias de las funciones del antiguo Cola-
teral las desempeñan hoy los socios de los provinciales, que sue-
110
len ser también sus consejeros y admonitores . Hasta hace algu-
nos años tuvo gran importancia en las comunidades la presencia
de un padre espiritual o confesor de casa, persona de gran relieve
espiritual, que era como un ángel de paz, «andando entre ellos». Y
no faltan todavía en muchas comunidades personas de gran autori-
dad moral que gozan de la confianza de los superiores y les brin-
dan su amistad y su consejo, a la vez que son en medio de la
comunidad verdaderas presencias de comunión. Pero en todos
estos casos, sólo puede hablarse de una analogía, porque en nin-
guno de ellos se da lo que constituía la característica original del
Colateral: que no estaba bajo la obediencia del superior ni tenía
jurisdicción sobre él, por lo que podía realizar su encargo con plena
libertad, desde la horizontalidad de una relación de amigo, colabo-
rador y consejero.

1 0 8
Scholia in Const., p. 448 (a la Declaración n. 661).
1 0 9 a
Ver Acta Romana S.J., ms. Congr. 2 0 .
1 1 0
Ver A . M. DE ALDAMA, S.J., Unirá los repartidos, p. 42.
390 AMIGOS EN EL SEÑOR

II. La unión personal en Congregaciones

Desde los comienzos de la Compañía, las reuniones tuvieron


un carácter de encuentros de trabajo y deliberación en común
sobre los problemas más importantes de la Orden y de las diversas
comunidades. Si se congregaban, haciendo una breve pausa en
sus actividades o estudios, no lo hacían a tiempos fijos. Así fueron
las consultas en París, en Venecia y Vicenza, y la deliberación de
1539 antes de la dispersión apostólica. También se reunían de
cuando en cuando los compañeros para compartir fugaces momen-
tos de fraternidad y de descanso o para un retiro espiritual los fines
de semana en La Cartuja.
Al institucionalizar la Congregación General como una prolon-
gación de aquellos encuentros de la pequeña Compañía, las Cons-
tituciones tienen en vista una doble finalidad: 1) que sea una oca-
sión de encontrarse visiblemente de tiempo en tiempo, para mani-
festar y fortalecer la comunión espiritual que diariamente se vive en
la dispersión; 2) que tenga la Compañía un modo de discernir en
común para resolver los asuntos importantes y difíciles que tocan
al cuerpo de la Compañía; uno de ellos, la elección del General.
La Bula Regimini militantis Ecclesiae de Paulo III, en 1540, de-
termina que haya un Prepósito, «para que se guarde el orden con-
veniente necesario en toda comunidad bien constituida»; y un
«consilium consociorum» o Consejo de sus compañeros, que toma
decisiones por mayoría de sufragios. El Prepósito tendrá autoridad
para hacer en Consejo Constituciones que ayuden a la realización
del fin que se propone la Compañía. Este Consejo tiene dos for-
mas: 1) para los asuntos más Importantes y definitivos, está forma-
do por la mayor parte de toda la Compañía que el Prepósito pueda
cómodamente convocar; 2) para los asuntos menos importantes y
no definitivos, por todos los que se hallen presentes en el lugar
donde resida el Prepósito. Tanto a él como a su Consejo les reco-
mienda mantener constantemente delante de los ojos la benignidad
111
y mansedumbre de Cristo, en el ejercicio de sus f u n c i o n e s .
Diez años más tarde, la Bula de Julio III Exposcit debitum habla
de nuevo del consilium o Consejo. Debe ser convocado para hacer
o cambiar las Constituciones y para otros asuntos de especial
Importancia, y su composición es de «la mayor parte de la Com-
pañía profesa que el Prepósito pueda, sin grave inconveniente,
convocar». En otros asuntos que no son de tanta importancia, el

1 1 1
MI, Const., 1,pp. 27-28.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 391

mismo Prepósito «ayudado por el consejo de sus hermanos en


cuanto lo juzgará oportuno, tendrá pleno derecho de ordenar y
mandar por sí mismo lo que en el Señor le parezca conveniente a
112
la gloria de Dios y el bien c o m ú n » .
En la primera parte de este trabajo vimos cómo también las
Constituciones de 1541 se refieren al gobierno comunitario para
algunos asuntos. No se habla todavía de «congregación», pero se
usan términos equivalentes, como La Compañía o La Comunidad.
Por ejemplo «la Compañía» determinará el despido después de la
profesión; que el Prepósito tenga muía o caballo quedará «a juicio
de la comunidad». Hablan estas constituciones de algunos «parti-
culares capítulos», durante los cuales los profesos no pueden alte-
rar la pobreza. En general, «cuando toca más a la comunidad, la
elección será de la comunidad»; y se pueden tomar decisiones
113
«todos concordando... mas no uno discrepando» .
La Parte Octava de las Constituciones, al abordar en su segun-
da sección el tema de la unión personal en la Compañía, lo organi-
za en una serie de capítulos de procedimiento sobre la C o n -
gregación General: tiempos y lugar de reunión, composición, auto-
ridad de convocar, elección del General, manera de tratar los nego-
cios. El texto la titulaba: De la unión personal en las Congre-
gaciones o Capítulos, y primero en qué casos se hará Congre-
gación General. En el texto autógrafo se simplifica el título: En qué
casos se hará Congregación General. Pero comienza el capítulo
diciendo: «Viniendo a la unión personal que se hace en Con-
gregaciones de la Compañía, etc.».
No vamos a hacer un estudio de los procedimientos de la
Congregación General que desarrolla la Parte Octava. Nos concre-
taremos a entresacar del contexto lo que se refiere más directa-
mente a la unión corporal o personal de la Compañía, al ritmo
dispersión-congregación.
El uso de la palabra «congregación» marca una novedad en las
Constituciones. El texto a la emplea dieciséis veces y utiliza el tér-
mino clásico «capítulo» en quince ocasiones. El texto B, aunque
con una mayor tendencia al uso de «congregación», conserva
todavía repetidamente el término clásico.
Para Ignacio era familiar la palabra «congregación», que usaba
en diversos sentidos. Habla del Concilio de Trento como de «tan
alta congregación». Particularmente en su carta de 1547 a los je-
suítas de Gandía prodiga once veces el vocablo: allí significa,

1 1 2
MI, Const , 1 , pp. 376-377.
1 1 3
Ver MI. Const. 1, pp. 34-48.
392 AMIGOS EN EL SEÑOR

según los casos, una comunidad cualquiera civil o religiosa; los


grupos cristianos de la Iglesia primitiva; las congregaciones religio-
sas; la Compañía. Seis veces la emplea para referirse a la comuni-
dad local de Gandía. También a los de la comunidad de Lovaina,
por ejemplo, los llama «vuestra congregación», palabra que los
mismos compañeros de esa ciudad habían usado en los reglamen-
tos compuestos por ellos. A Antonio Araoz le escribe sobre «las
congregaciones de los que pretenden ser de la Compañía en todos
114 a
los lugares de E s p a ñ a » . Ya hemos citado la 8 Industria donde
dice que la Compañía no vive siempre «en congregación», sino
1 1 5
raras v e c e s . Y en las mismas Constituciones se usa «congrega-
ción» para hablar de una comunidad local: el autor de división «se
debe apartar con mucha diligencia de la tal congregación». De
todos estos casos podemos sacar la conclusión de que «congrega-
ción» significaba comúnmente una comunidad físicamente reunida
o congregada, y especialmente una comunidad local «dondequiera
que se hallare algún número de personas de la Compañía, que
116
hayan de vivir juntas por algún t i e m p o » . Es el sentido de disper-
sos y congregados, en que está distribuida la Compañía. De ahí
que la Congregación General venga a significar la reunión de la
comunidad universal de la Compañía.

Tiempos de congregarse

Este primer punto viene a confirmar el carácter esencialmente


apostólico de la comunidad Ignaciana. Los capítulos generales de
las Ordenes religiosas se reunían tradiclonalmente a tiempos fijos.
Las Congregaciones Generales de la Compañía, siguiendo el estilo
de las reuniones de los primeros compañeros, se reunirán ocasio-
nalmente, sólo cuando lo dicte la necesidad:

«Viniendo a la unión personal que se hace en Congregaciones de


la Compañía... por comenzar a declarar lo primero, de los casos
en que debe hacerse la Congregación y Capítulo General, presu-
puesto que no parece en el Señor nuestro por ahora convenir que
se haga en tiempos determinados ni muy a menudo, porque el
Prepósito General, con la comunicación que tiene con la Com-
pañía toda, y con ayuda de los que con él se hallaren, excusará
este trabajo y distracción a la universal Compañía, cuanto posible

1 1 4
MI, Epp., 1,620.
1 1 5
Ver Pol. compl.. II, 758.
1 1 6
MI, Epp., XII, 3 3 1 .
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 393

fuere, todavía en algunos casos será necesario, como es para la


elección del General, ahora sea por muerte del pasado, ahora
sea por cualquiera de las causas porque se puede dejar el tal
117
cargo...» .

Las Constituciones atienden ante todo al fin de la Compañía y


no quieren que las reuniones físicas puedan ser una distracción de
sus compromisos apostólicos. El General, con la ayuda de sus con-
sejeros, gobernará ordinariamente, y así excusará este trabajo y
distracción a toda la Compañía, liberándola a fin de que pueda dedi-
carse plenamente al ejercicio de su profesión apostólica. La fre-
cuente comunicación por cartas establecida para la unión de los áni-
mos suplirá esta congregación corporal, así como las visitas que al
118
menos uno de cada provincia harán cada tres años al G e n e r a l .
Dos ocasiones señalan las Constituciones para la convocación
de la Congregación General: la elección del General y cuando se
hubiere de tratar de cosas perpetuas y de importancia, o de asuntos
muy difíciles tocantes a todo el cuerpo de la Compañía o a su modo
119
de proceder . Congregarse, pues, no es una costumbre usual de la
Compañía; la comunidad debe mantenerse unida en la dispersión.

Composición de la Congregación

Se ha dicho que Congregación General significa reunión de la


Compañía universal. ¿Cómo se justifica esta afirmación? ¿Es
acaso posible reunir a toda la Compañía? Es un aspecto comunita-
rio que nos interesa analizar.
Ya en el texto a hay un capítulo que parece ser sólo una decla-
ración de la Bula de 1540:

a
« 1 Cuando se dice que toda la Compañía se ha de congregar,
cierto que no se entienden todos los subiectos que están a obe-
diencia de ella, ni aun los que son estudiantes y coadjutores for-
mados, sino solamente los profesos.

2- Cuando se dice que todos se junten los que cómodamente se


puede llamar, se ve que no se comprenden, ultra de los indis-

1 1 7
Const., 677.
1 1 8
Const., 679. Lo que las Constituciones determinan a lo largo de estos ca-
pítulos acerca de las Congregaciones Generales ha sido declarado, modificado o
derogado en muchas partes por las distintas Fórmulas de las Congregaciones
Generales. Ver Normas Complementarias, 331-332.
1 1 9
Const., 677, 680.
394 AMIGOS )EN EL SEÑOR

puestos corporalmente, los que están en partes remotísimas,


como en las Indias, ni tampoco los que tienen en las manos algu-
nas empresas de Importancia, que sin gran inconveniente no
pueden dejarse... pero vendrán de cada provincia tres: el provin-
cial y otros dos escogidos por los demás en congregación provin-
cial... a los cuales y al capítulo general se remitirán los que que-
120
daren» .

El texto B hace algunas modificaciones, por ejemplo, que ade-


más de los profesos, podrán participar también «algunos coadjutores
121
[que] pareciere en el Señor nuestro convenir que sean llamados» .
No está dentro de nuestro propósito analizar lo que las Fórmulas de
las Congregaciones han modificado, y las Congregaciones Gene-
rales declarado o derogado de estas disposiciones. La lectura pro-
fundizada de las Constituciones con sus normas complementarias es
hoy una tarea ineludible para todos. Lo importante es recordar que la
Parte V de las Constituciones establece cuatro modos de pertenen-
cia a la Compañía. Esta comprende, «en un modo universalísimo
hablando», todos los que viven debajo del Prepósito General, inclui-
dos los novicios; en un segundo «y menos universal modo» contiene
los profesos, coadjutores formados y aun los escolares y hermanos
aprobados, que participan todos de una misma vocación y misión; en
el tercer modo, «más propio», los profesos y los coadjutores forma-
dos; «el cuarto y propísimo modo de este nombre de la Compañía
contiene los profesos solamente. No porque el cuerpo de ella no
tenga otros miembros, sino por ser éstos los principales, y de los
cuales algunos, como adelante se dirá, tienen voto activo y pasivo en
122
la elección del Prepósito G e n e r a l » .
Desde un primer momento, pues, se ideó una manera de repre-
sentación: tres de cada provincia, a los cuales se remiten los
demás. Remitirse es un recurso para el que se inspiran las Cons-
tituciones en las primeras reuniones de los compañeros después
de la constitución de la Compañía, cuando los ausentes se remitían
a los que quedaban y así las determinaciones eran tomadas por
toda la Compañía.
Acerca de las razones que originaron esta fórmula de remitirse,
valen algunas consideraciones. En primer lugar, el dato de la expe-
riencia: la dificultad que encontraron los diez primeros, esparcidos
en misiones, para reunirse a continuar sus consultas comunitarias

1 2
° MI, Const., II, p. 230.
1 2 1
Const.,682-686.
1 2 2
Const, 510-511. Ver Normas Complementarias, 6: De las personas de que
consta la Compañía.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 395

y elaborar las Constituciones. Antes de dispersarse se pusieron de


acuerdo en dejar al juicio y determinación del mayor número de los
que quedaban en Italia y podían ser convocados, los asuntos más
importantes concernientes a toda la Compañía. Se remitían a los
demás «como sí toda ella estuviese presente». En segundo lugar,
la conveniencia de deliberar con plena información llevó a traer
representantes de las diversas provincias. Por fin, no se debe
excluir la preocupación de que un número excesivo de miembros
en la Congregación dificultara las discusiones y conclusiones; tam-
bién en este punto aun el pequeño grupo de los diez había tenido
sus experiencias con las tensiones que se originaron en algunos
momentos por la diferencia de criterios.
Es así como se puede afirmar que la Congregación General
significa y representa toda la Compañía. No porque se reúnan
todos, ni siquiera la mayoría, sino porque los demás se remiten a
los elegidos. Es toda la Compañía, la que se reconoce en aquellos
que la representan. Remitirse es confiar en que los miembros de la
Congregación actuarán en nombre del cuerpo universal, no de la
provincia que representan. Y es aceptar sus determinaciones como
si toda la Compañía hubiese estado presente en las reuniones. Las
Constituciones una y otra vez identifican la Congregación General
con la Compañía: «Hase de considerar en qué casos se ha de con-
gregar la Compañía»; «congregará la Compañía no muchas ve-
ces»; «cuando se ha de ayuntar la Compañía para la elección del
Prepósito»; «el lugar a donde se llamará la Compañía para la elec-
ción», etc. Y por eso mismo, cuando el texto a limita la Congre-
gación General a «solamente los profesos», está interpretando, no
negando, las afirmaciones iniciales: «toda la Compañía se ha de
congregar», «todos se junten».
El texto B, y luego las Congregaciones Generales han abierto
más la participación, lo que en nuestros tiempos parece más lógi-
co, sobre todo para dar más lugar al sentido de comunión y partici-
pación en la Compañía. La información que puede recibirse a tra-
vés de esta apertura, con la mayor riqueza de la reflexión e inter-
cambio y con el aporte de las mociones del Espíritu, perfeccionan
el discernimiento común y hacen más real el que la entera comuni-
dad de la Compañía se corresponsabilice en la toma de decisiones
concernientes a todo el cuerpo.
Una observación menos importante, pero de todos modos ilus-
trativa, es que las Constituciones recomiendan a las Congrega-
ciones Provinciales que escojan para la Congregación General «las
personas que más conviene se hallen en ella y que menos quiebra
harán por su ausencia; y cuanto más presto pudieren, se partirán
396 AMIGOS EN EL SEÑOR

para el lugar señalado, dejando vicario y recado en sus Provin-


1 2 3
c i a s » . Son otras tantas provisiones tendientes a realzar la pri-
macía de la comunidad apostólica, que no debe «distraerse» de-
masiado de los compromisos que tiene entre manos al servicio del
prójimo.

La elección del General

La manera de elegir un nuevo General está tomada de las


Constituciones de los Dominicos, de 1515, probablemente a través de
la «Colletanea Polanci». El P. Francisco Javier Egaña hace la compa-
ración, mostrando la dependencia y ciertas modificaciones, algunas
124
de Influjo franciscano , que le confieren su propia originalidad.
Destacamos algunos puntos más relacionados con la perspecti-
va comunitaria. Las Constituciones institucionalizan, perfeccionán-
dola, una forma que por lo menos en sus pasos más esenciales
habían utilizado los compañeros para elegir General a Ignacio.
También recuerda las elecciones de rector en Gandía y Valencia y
las normas que dio el mismo Ignacio a Araoz para constituir supe-
125
riores en varias comunidades de E s p a ñ a :

- Cuatro días antes de la elección, después de que el Vicario


exhorta a que todos elijan como conviene para el mayor servi-
cio divino y buen gobierno de la Compañía, se abre un espa-
cio «para encomendarse a Dios y mejor mirar [considerar]
quién de toda la Compañía sería más conveniente para tal
cargo».

- Durante estos días de reflexión está permitido informarse


con los que pueden dar referencias, pero no hay ninguna
clase de campañas ni acuerdos para elegir a alguno. Además,
advierten las Constituciones que no se tome determinación
hasta entrar en el lugar de la elección.

- El día de la elección, que será el siguiente a los cuatro ante-


riores, uno dice la misa del Espíritu Santo «y todos la oigan y

1 2 3
Const., 692.
1 2 4
F. J . EGAÑA, S . J . , Orígenes de la Congregación General en la Compañía de
Jesús. Estudio histórico-jurídico de la Octava Parte de las Constituciones, Roma,
I H S I , 1972. Ver pp. 58, 60-61, 105-111, 133-137; Apéndice 2, pp. 294-298 (francis-
canos), 299-305 (Dominicos).
1 2 5
M I Epp 1,621; X I I , 337.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 397

se comuniquen en ella». Es la ya tradicional reunión de la


Compañía en torno a la Mesa eucarística para los momentos
más solemnes, como los votos de Montmartre, la elección de
Ignacio y la profesión de los primeros compañeros. La Com-
pañía, al conservar esta forma única de liturgia comunitaria de
tan profundo significado, celebra el memorial de cuando - j u n -
to con Ignacio- fue ella puesta con el Hijo, bajo su bandera; y
ratifica su profesión de ser un cuerpo que no tiene «cabeza
ninguna ni otro prepósito que a Jesucristo, a quien desea ser-
vir». Profesión que tan bellamente expresó la Congregación
General 33: «A ejemplo de Ignacio, la vida del jesuita tiene su
raíz en la experiencia de Dios, que por medio de Jesucristo,
en la Iglesia, nos llama, nos une, nos envía. Esta realidad la
126
celebramos ante todo en la Eucaristía» .

- Luego, a son de campana, se llama a los que tienen voz


para elegir, al lugar donde se han de congregar, «y uno de
ellos haga un sermón con que exhorte en general, sin dar
señal de tocar en particular ninguno, a escoger un Prepósito
cual conviene para el mayor servicio divino. Y habiendo dicho
juntamente aquel himno Veni Creator Spiritus, etc., se encie-
rren en el tal lugar... en manera que no puedan salir, ni se les
dé de comer otra cosa que pan y agua, hasta que hayan ele-
gido General».

- «Y si todos con común inspiración eligiesen a uno sin espe-


rar orden de votos, aquel sea el Prepósito». La razón para
prescindir en este caso de la votación es porque « todas las
órdenes y conciertos suple el Espíritu Santo que los ha movi-
do a tal elección». Esta previsión no es original de la Com-
pañía; fue tomada de la tradición y admitida por la Iglesia
desde el Concilio de Letrán en 1215; estaba en la Consti-
tución de los Dominicos. Pero debió ser muy querida de los
primeros compañeros, como un recuerdo de la elección unáni-
me de Ignacio y de muchas de sus opciones bajo la unción
del Espíritu. Se ha dicho que recuerda la elección por el pri-
mer tiempo de ejercicios.

-5 Cuando no se elige por común inspiración, el modo que se


utiliza es que cada uno haga oración y sin hablar con nadie,

1 2 6
CG.33, d.1, 68.
398 AMIGOS EN EL SEÑOR

se determine delante de su Criador y Señor, escriba el nom-


bre de la persona que elige y firme.

- El proceso de consignación del voto es muy solemne, pre-


cedido del juramento de cada uno, poniendo por testigo a
Jesucristo con toda reverencia, de que elige Prepósito Ge-
neral de la Compañía «el que siente en el Señor nuestro más
idóneo para tal cargo». A continuación sigue el escrutinio y la
persona que tenga más de la mitad de los votos es elegido
Prepósito General.

- El elegido no puede rehusar la elección ni la reverencia y el


besamanos de sus compañeros, «acordándose en cuyo nom-
bre debe aceptarla». Es probable qué esta cláusula se haya
puesto a partir de la experiencia de los compañeros en la
127
elección de I g n a c i o .

Manera de tratar los negocios

El modo de discernir y determinar es singular en el texto a,


pues en la práctica deja a los miembros de la Congregación sola-
mente una facultad consultiva. Primero el General, después los
Provinciales y rectores, luego las demás personas llamadas a la
Congregación, propondrán delante de todos los asuntos que les
parece que deben tratarse, exponiendo brevemente sus razones.
Luego los dejarán por escrito a fin de que todos puedan verlas y
manifestar lo que sienten en la siguiente reunión. Es en ésta cuan-
do se intercambian razones de parte y parte y se eligen cuatro defi-
nidores, quienes, junto con el General, se reúnen cuantas veces
sea necesario. Ellos «concluirán todas las cosas, comprometiendo
los otros en ellas», y a continuación se leerán en la plenaria de la
Congregación. Queda todavía la posibilidad de objetar o manifestar
el parecer, pero remitiéndose todos a lo que finalmente concluyan
128
los definidores con el G e n e r a l .
La toma de las determinaciones por el General y los cuatro
definidores solamente, no tiene antecedentes en el proceso de
gestación de la Compañía. Aunque sí el principio que la inspira:
remitirse a otros. Desde el texto A se introdujo una modificación,

1 2 7
Const., 694-710.
1 2 8
Ver MI, Const., II, pp. 235-236.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 399

que pasa al texto E3: antes de acudir a definidores, precede un tra-


tamiento en común de los asuntos que puede prolongarse durante
varias sesiones. Y«si no hubiese manifiesta resolución a la una
parte, con un común sentimiento de todos o casi todos», sólo
entonces, se pasa a elegir los cuatro definidores; ellos concluirán
todas las cosas con el General «y toda la Congregación le acepta-
rá, como de mano de Dios nuestro Señor». Los definidores también
deben buscar entre ellos la conformidad o consenso de pareceres,
que de no lograrse se acude a la mayoría de votos.
Con este cambio, los congregados adquieren capacidad delibe-
rativa. Las Constituciones piden un «común sentimiento (consenso)
de todos o casi todos» para las determinaciones. Sólo así se puede
9
hablar de una manifiesta resolución™ . La fórmula parecería año-
rar y mantener el modo de proceder con que se gestó la Com-
pañía: «Pasados, pues, muchos días en que por una y por otra
parte ventilamos largamente acerca de la solución de la duda,
pesando y examinando las razones de mayor momento y eficacia;
vacando a los ejercicios acostumbrados de la oración, meditación y
consideración; favorecidos, finalmente, del auxilio divino, conclui-
mos (no por pluralidad de votos, sino por total concordia de dic-
0
támenes.)...»™ ; una unanimidad que luego no fue posible, aunque
se mantuvo la voluntad de buscar el mayor consenso posible.
Las decisiones no son el resultado de una simple mayoría
democrática; son el fruto de un discernimiento apostólico en co-
mún, en el que se implora la luz divina para ver lo que conviene
determinar; y cuando hay claridad suficiente de la unción del
Espíritu - « l o que dicta», «hacia dónde mueve», «lo que pone o da
a sentir en el corazón»- la comunidad da su consenso. Se logra la
comunión en torno a un «sí» que parece a todos ser la mejor res-
puesta que pueden dar en ese momento para el servicio de Dios.
Podríamos decir que aunque la unanimidad no se haya logrado, a
partir de ahí la minoría se pliega y se compromete con el parecer
de los más: la sentencia aprobada por el mayor número, la abrazan
a una.
El método de trabajo, más allá del procedimiento jurídico, respi-
ra un ambiente espiritual. Es en verdad un procedimiento pensado
para las «personas espirituales y aprovechadas para correr por la
vía de Cristo nuestro Señor», que presupone la Parte Sexta de las
131
Constituciones . Pero aun así, en la práctica de tomar decisio-

1 2 9
Const., 715.
130 Deliberación de 1539.
1 3 1
Const, 582.
400 AMIGOS EN EL SEÑOR

nes, permanece la imprecisión: ¿cómo se podrá percibir que se ha


logrado ese consenso?
Por eso la Primera Congregación General de 1558, después de
elegir a Laínez como General, Interpretó que «el consentimiento de
132
todos o casi todos» es la mayoría n u m é r i c a . Lo que ya se había
adoptado en la Bula de 1540 para las decisiones del Prepósito y su
133
Consejo .

«Cuando en la Congregación no se trata de elección del Pre-


pósito, mas de otras cosas tocantes al estado de la Compañía,
no será necesario el encerramiento, aunque se deberá procurar
que, lo más presto que se puede, se concluya todo lo que se ha
de tratar. Mas porque de la primera y suma Sapiencia ha de des-
cender la luz con que se vea lo que conviene determinar, prime-
ramente se dirán misas y haráse oración en el lugar de la
Congregación y en las otras partes de la Compañía, durante el
tiempo en que se congregan y se tratan las cosas que en él se
han de definir, para impetrar gracia de determinar de ellas como
134
sea a más gloria de Dios nuestro S e ñ o r » .

Nuevamente expresan las Constituciones el deseo de que se


concluyan los asuntos con presteza. Y se convoca a toda la Com-
pañía para hacerse también presente durante todo el tiempo de
discernimiento y deliberación, con oraciones en todas partes.
Una providencia más recuerda las deliberaciones de los prime-
ros compañeros. En la conclusión de los asuntos dicen las Cons-
tituciones: «Y así punto por punto determinando las cosas según
pareciere a la mayor parte, la determinación se escribirá, y leerá en
plena Congregación. Y si todavía pareciese a alguno decir su pare-
1 3 5
cer, podrá h a c e r l o . . . » . Las Interpelaciones o Intercesiones
corresponderían a la forma como aquellos concluían a veces y con-
firmaban sus decisiones: «Pridie octavae Corporis Christi fueron
determinados, aunque no así cerrados, los tres puntos siguien-
1 3 6
t e s » . La delicadeza con que se buscaba la voluntad divina hacía
que se esperara siempre la confirmación de las decisiones toma-
das, dejando un tiempo para obtenerla. Mientras esta seguridad no

1 3 2
Instit. S.I., 1,147: «Quod dicitur VII cap. Const. VIII P. si rebus agitatis nihil
tere omnium consensu constitueretur, exponendum esse 'to omnium consensu' inte-
lligi de maiori parte suffragiorum, cui standum est, ut etiam alus in rebus».
1 3 3
MI, Const., I, 27; Ver Nadal, Scholia in Const., p. 237 (al n. 715 de las Cons-
tituciones): comentario del decreto de la Primera Congregación General y de lar. cuatro
sentencias que se propusieron para interpretar el consentimiento de todos o casi tc'Jos.
1 3 4
Const., 7 1 1 .
1 3 5
Const., 716.
1 3 6
MI, Const., I, p. 13.
UNIÓN DE LA COMPAÑÍA DISPERSA 401

se tenía, toda decisión permanecía abierta, provisoria. Es por lo


demás lo que indica el texto de los Ejercicios con respecto a la con-
firmación de la elección.

La Parte Octava de las Constituciones ha establecido los víncu-


los que ligan en un cuerpo espiritual a los miembros de la Com-
pañía esparcidos por el mundo. Explicando esos vínculos, confirma
la visión de una comunidad para la dispersión apostólica. Cuerpo
orgánico, fundado sobre el amor de Dios, la unidad de gobierno y
la subordinación, la excelencia en la obediencia, las cualidades de
los miembros y de su cabeza, la prontitud para salir de sí mismos y
encontrar una unidad de mente y de corazón, la comunicación fre-
cuente a todos niveles.
Todos los medios señalados para asegurar la comunión apun-
tan a una comunidad apostólica, ocupada y «dispersa» para el tra-
bajo. Si la Compañía universal se reúne de tiempo en tiempo para
elegir su General o para tratar asuntos importantes que tocan a su
vida y misión, esa «congregación» no está sujeta a tiempos deter-
minados; «el Prepósito General, con la comunicación que tiene con
la Compañía toda, y con ayuda de los que con él se hallaren, excu-
sará este trabajo y distracción a la universal Compañía, en cuanto
137
posible f u e r e » . Los negocios, cuando se reúne, han de tratarse
y concluirse «lo más presto que se pueda» para no causar grave
inconveniente a las empresas apostólicas que tienen entre manos
los delegados.
Con todo, cuando la Congregación General se reúne, encuen-
tra su sentido pleno, más allá del tratamiento de los asuntos, en la
expresión de la unidad de la Compañía; y es así un medio por ex-
celencia de encontrarse los miembros dispersos geográficamente y
fortalecer la comunión antes de volver a separarse.
El énfasis de toda la Parte Octava está puesto en el cuerpo
espiritual, que ordinariamente sustituye la comunidad física y la
vida comunitaria. Esta es la clase de comunidad en la que piensa
Ignacio cuando consuela a Juan Bautista Viola, Comisario de Italia.
Obligado a ir a su tierra para recuperar la salud, se encontraba
molesto por la ausencia de una comunidad de compañeros y fasti-
diado por los gastos que causaba su enfermedad. De los gastos, le
escribe Polanco, no hay por qué preocuparse, pues, aunque tienen
muchas deudas, no faltarán en procurarle toda la provisión necesa-

1 3 7
Const., 677.
402 AMIGOS EN EL SEÑOR

ria; Ignacio se ofrece, aunque tenga que empeñarse él mismo y


138
pagar cualquier interés, a enviarle el dinero que sea p r e c i s o ;
«para estas cosas nunca falta Dios». «En cuanto a lo que dice V.R.
y protesta de que no se separa V. R. de la Compañía con el ánimo,
sino solamente con el cuerpo y temporalmente, dice Nuestro Padre
que esto es cosa clara; porque si V.R. quisiera separarse, le reten-
dríamos con sogas; y que ni aun con el cuerpo se tenga por sepa-
rado, porque, en efecto, el que por obediencia es mandado a una
parte o a otra, aun cuando esté solo, en tanto que persevera la
unión de la obediencia, no está separado ni en cuerpo ni en alma
de su Congregación; y si por no parecer que está solo, quiere V.R.
tomar en el discurso del tiempo algún compañero, escriba de ello, y
139
llame alguno que le guste de cualquier colegio» -
Sin embargo, desfiguraríamos el auténtico sentido de comuni-
dad en la Compañía si pensáramos que se menosprecian los valo-
res de la vida comunitaria. Todo lo contrario, la vida en común se
busca en algunos momentos como apoyo de la comunión. Como
queda dicho, las casas profesas fueron pensadas como sedes
donde pudieran recogerse y descansar los operarlos entre las
misiones y reavivar el espíritu en la compañía de sus hermanos. En
los colegios, los mismos escolares redactaban sus reglas, deseo-
sos de reproducir, en cuanto fuera posible, la convivencia de los
primeros compañeros estudiantes en París. Las casas de proba-
ción eran escuelas donde se aprendía a vivir según el modo de
proceder de los mayores.
En la Compañía la dispersión no podría entenderse íntegra-
mente sin su contraparte de una tensión espiritual hacia los compa-
ñeros ausentes, tal como la experimentó Francisco Javier intensa-
mente en las lejanas misiones. Dispersión y congregación son dos
momentos de una ley de fondo que se inscribe en la vida de la
Compañía. La unión personal y la comunidad física son bienes
apetecibles, se sacrifican al compromiso misionero que da su razón
de ser a la Compañía. Y en último término, se apela, como Javier,
a la final realización escatológica de la comunión. Con sus palabras
concluimos el presente capítulo:

«Así ceso rogando a Dios nuestro Señor, que, pues nos juntó en
su santa Compañía en esta tan trabajosa vida por su santa mise-
ricordia, nos junte en la gloriosa compañía suya del cielo, pues en
140
esta vida tan apartados unos de otros andamos por su a m o r » .

1 3 8
Ver MI, Epp., VI, 78.
1 3 9
MI, Epp., VI, 447-450.
1 4 0
Xavier, 1,395.
9

CONFIRMAR Y ESTABLECER MAS


LA UNIÓN Y CONGREGACIÓN
QUE DIOS HA HECHO,
REDUCIÉNDONOS A UN CUERPO

Introducción

Después de haber plasmado en la Parte Octava los vínculos


para consolidar la unión de la Compañía dispersa, las Partes No-
vena y Décima de las Constituciones se ocuparán de atender al
cuerpo universal así establecido y confirmado, «en manera que se
conserve y aumente con la divina gracia el bien ser y proceder de
1
ella a gloria de Dios nuestro Señor» . Tarea que corresponde en
primer lugar al gobierno del P. General, cuyo oficio es el de «ser
cabeza para con todos los miembros de la Compañía, de quien a
todos ellos descienda el influjo que se requiere para el fin que ella
2
pretende» . Es éste el tema de la Parte Novena. Y tarea también
corresponsable de todos los miembros de la Compañía, para cola-
borar con «la mano omnipotente de Cristo, Dios y Señor nuestro»
por quien ha sido ella instituida; tema de la Parte Décima.
Las tres últimas Partes de las Constituciones presentan, pues,
la figura completa de la Compañía de Jesús, como un cuerpo uni-
versal, una única comunidad, fuertemente cohesionada en la dis-
persión apostólica, impulsada y dirigida por su cabeza, anclada en
la esperanza de que quien se dignó comenzarla, es quien la con-
serva, la rige y la lleva adelante con la cooperación de todos, para
lograr el fin del mayor servicio divino y ayuda de los prójimos.

1
Const, 789; ver Const, 719.
2
Const, 666.
404 AMIGOS EN EL SEÑOR

Las palabras con las que comienza la Parte Novena indican


que se toma en manos el fruto de la Parte Octava: la Compañía
está dispersa, pero no es una disgregación, es una comunidad bien
ordenada y gobernada por quien tiene el encargo de atender a su
bien universal, el Prepósito General.
Es la perspectiva del cuerpo universal la que domina el desa-
rrollo de estos últimos textos constitucionales. Conciencia que ha
estado presente de una u otra forma en todo lo demás. Porque la
Compañía es el cuerpo total, una comunidad de amigos en el
Señor, por más dispersa que se encuentre a través del mundo. «La
comunidad local, a la que un jesuita puede pertenecer en un
momento dado, es para él simplemente la expresión concreta - s i
bien privilegiada- de esa fraternidad extendida por el mundo, que
3
es la Compañía» . El texto A habla de las casas, colegios y provin-
cias particulares como sitios «donde reside» la Compañía; el texto
B se expresa en forma parecida: «donde tiene [la Compañía] las
tales casas o colegios». En las primeras patentes de los provincia-
les se mira la Compañía como un todo. Apenas recibida la facultad
del Pontífice para constituir prepósitos provinciales y locales por el
Breve Exponi nobis de 1546, Ignacio nombra a Rodrigues primer
«prefecto provincial» de Portugal, para que «tome parte del trabajo
y de la carga» que compete al General en el gobierno universal de
4
la Compañía y lo aligere . Canisio es nombrado provincial en 1556
para que «presida sobre los que están bajo obediencia de la
5
Compañía en Bohemia, Austria, Bavaria y Alemania Superior» . Y
una carta a los diversos provinciales se dirige a ellos como a «los
6
que en varias partes tienen cargo de la Compañía» . Aun de los
superiores locales se habla del «prepósito de los de la Compañía
7
nuestra que están en...» .
Desde esta figura del cuerpo universal desarrollaremos el pre-
sente capítulo, ocupándonos primero, más largamente, de la Parte
Novena: de la cabeza del cuerpo total, centro de su construcción y
de su dinamismo; luego, con la brevedad con que ella ha sido
redactada, consideraremos la Parte Décima, que está dedicada a
los medios de conservar y aumentar la Compañía para el logro de
su fin.

3
C G . 3 2 , d. 2, 16.
4
MI, Epp., I, 449-450.
5
MI, Epp., XI, 517.
6
MI, Epp., XII, 283.
7
MI, Epp., 111,541.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 405

I. De lo que toca a la cabeza y gobierno


que de ella desciende

La autoridad, que en la Parte Octava fue considerada como vín-


culo de unión de la Compañía dispersa, es enfocada ahora en su
servicio de edificar y gobernar el cuerpo universal. La Novena
Parte gira en torno al Prepósito General, centro de todo: de donde
desciende el influjo y la dirección; hacia donde converge la vida y la
actividad de todo el cuerpo de la Compañía, con miras a la eficaz
realización de su fin.
El tratamiento de todo lo pertinente al gobierno universal se dis-
pone en tres partes: la autoridad del General sobre la Compañía, la
autoridad o providencia de la Compañía acerca del General, la
relación entre la cabeza y el cuerpo. Como hemos venido hacién-
dolo, reflexionaremos a través del capítulo sobre los aspectos que
contribuyen a completar la descripción de la figura de comunidad
en la Compañía de Jesús.

1. Autoridad del General sobre la Compañía

Necesidad de un Prepósito General

Presupuesta la necesidad de autoridades particulares en los


diversos sitios donde trabaja la Compañía, el texto comienza de-
mostrando la necesidad de que haya alguien que atienda al bien
universal y tenga cargo de todo el cuerpo. Necesidad inherente a
cualquier comunidad dinámica y bien estructurada, que se hace
aún más imprescindible en un grupo que «por todo el mundo está
8
esparcido y más cada día se esparcirá mediante la divina gracia» .
Es precisamente como aquella comunidad ya legendaria de ami-
gos, cuya fragilidad experimentan dramáticamente en el momento
de dispersarse, al aceptar una «cabeza» llega a convertirse en
«cuerpo».
La conveniencia de que el General sea vitalicio viene explicada
a continuación. Tres razones principales: por lo que ayuda la expe-
riencia y la práctica del gobierno; por el conocimiento que se tiene
de los particulares y la autoridad para con ellos en orden a realizar
bien su oficio; porque así «se fatigará y distraerá menos en ayunta-
mientos universales la Compañía, comúnmente ocupada en cosas
9
de importancia en el divino servicio» . Y otras tres razones que se

8
MI, Const., II, 236.
9
Const., 719.
406 AMIGOS EN EL SEÑOR

agregan en las Declaraciones: se apartarán los pensamientos y


ocasiones de ambición, que es la peste de semejantes cargos; es
más fácil encontrar una persona idónea para el cargo; el ejemplo
de gobiernos importantes, que son ad vitam: el Papa, los obispos,
los príncipes y señores seglares.
Destacamos dos consideraciones: 1) La duración del cargo
10
«por toda su v i d a » permite un mayor conocimiento de los particu-
lares y más autoridad para con ellos. Es ésta una razón que tiene
en cuenta la relación entre la cabeza y cada uno de sus miembros;
el gobierno personal de la Compañía ha de atender al bien común
de todo el cuerpo pero integrándolo con el cuidado de las personas
particulares. 2) La razón de no fatigar ni distraer la Compañía con
ayuntamientos universales, porque está comúnmente ocupada en
cosas importantes del divino servicio, vuelve sobre la consideración
expuesta ampliamente en la Parte Octava para no fijar tiempos de-
terminados a la Congregación General: la comunidad es apostóli-
ca, necesita libertad para su dedicación al servicio del prójimo, y el
General «excusará este trabajo y distracción a la universal Com-
11
pañía, cuanto posible f u e r e » .

Cualidades del General

Ya la Parte Octava había ofrecido un talante del General y de


su manera de gobernar, como medio para la unión de los ánimos.
Traza ahora, como lo anunció entonces, un retrato más pormenori-
zado de lo que la Compañía necesita y espera de su cabeza.
Algunos han visto en estas líneas un auténtico autorretrato de
san Ignacio. Muy lejos debió estar de la conciencia de quien desea-
12
ba «más bajarse» y vivía persuadido de ser «todo impedimento»
a la obra del Señor, reconocerse y mucho menos dibujarse en este
tan exigente perfil del General. Basta recordar que en 1551, con
ocasión de la reunión de los compañeros en Roma para mirar el
texto de las Constituciones, les presentó por escrito su renuncia
«mirando realmente y sin pasión alguna... por los mis muchos
pecados, muchas imperfecciones y muchas enfermedades tanto

1 0
Hoy, aunque el General es elegido para toda su vida, puede renunciar a su
cargo por una causa grave, sea por iniciativa suya o impuesta por la Compañía. Ver
Normas Complementarias, 362. La duración del cargo es, pues, indefinida, pero
condicionada a su capacidad de gobierno. Se dice que la duración, más bien que ad
vitam es ad vitalitatem: ver CG 3 1 , d. 41,2, y nota introductoria al decreto.
1 1
Const., 677.
1 2 8
Ver Carta a Francisco de Borja, MI, Epp., 1, 339-342, en BAC, Obras, 6 edi-
ción, p. 780.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 407

interiores como exteriores... que yo no tengo, casi con infinitos gra-


dos, las partes convenientes para tener este cargo de la Compañía
que al presente tengo por inducción y imposición de ella»; y pedía
encarecidamente que «se eligiese otro que mejor, o no tan mal,
13
hiciese el oficio que yo tengo de gobernar la Compañía» .
Podría más bien pensarse que quiso dejar un «espejo» - u s a n -
do una palabra suya-, que sirviera de constante oración y examen
para suscitar el deseo de imitar y seguir en todas cosas posibles
14
«la benignidad y mansedumbre y caridad de C r i s t o » . Inspiración
para él mismo y para los futuros generales, para los electores en
las Congregaciones Generales, y aun para todos los miembros de
la Compañía que han de tener al General «como espejo y decha-
1 5
d o » de su propia vocación.
Sorprendente por su concisión y pertinencia para el buen go-
bierno este retrato en seis puntos:

«A estas seis partes se reducen como a principales las demás,


pues en ellas consiste la perfección del Prepósito para con Dios y
lo que perfecciona su afecto y entendimiento y ejecución; y tam-
bién lo que le ayuda de los bienes del cuerpo y externos; y según
la orden con que se ponen, así se estima la importancia de
16
ellas» .

1. Ante todo, debe ser «muy unido con Dios nuestro Señor y
familiar en la oración y todas sus operaciones, para que, como
fuente de todo bien, impetre a todo el cuerpo de la Compañía
mucha participación de sus dones y gracias, y mucho valor y efica-
cia a todos los medios que se usaren para la ayuda de las áni-
17
m a s » . El gobierno de toda la Compañía es un gobierno orante,
intercesor. C o n la «oración asidua y d e s e o s a y sacrificios»
-medios eficacísismos para impetrar la conservación y aumento de
la Compañía, especialmente «en las necesidades ocurrentes»- ha
de sostener la universal Compañía que trabaja dispersa por el
mundo.
2. Persona cuyo ejemplo de virtud y testimonio de vida ayude a
los demás de la Compañía. En especial debe resplandecer en él la
caridad para con todos prójimos, y señaladamente para con la

1 3
MI, Epp., III, 303-304.
1 4
Fórmula del Instituto, III.
1 5
Const., 726.
1 6
Const., 724.
1 7
Const., 723-735: las cualidades del General descritas en los párrafos
siguientes.
408 AMIGOS EN EL SEÑOR

Compañía, y la humildad verdadera, que de Dios nuestro Señor y


de los hombres le hagan muy amable. Debe ser libre de todas
pasiones, teniéndolas dominadas y mortificadas, para que no le
perturben el juicio de la razón ni la serenidad y compostura en el
porte exterior y en la conversación. Sabrá mezclar la rectitud y
severidad necesaria con la benignidad y mansedumbre, para no
desviarse de lo que juzgue ser más grato a Dios y ser también
capaz de la com-pasión con sus hijos de aquella misericordia o
solidaridad descrita en la Parte Octava, que es el segundo nombre
del amor. La magnanimidad y fortaleza de ánimo le serán muy ne-
cesarias para sufrir las debilidades de muchos, comenzar cosas
grandes en servicio de Dios y perseverar en ellas sin perder ánimo
en las contradicciones, siendo superior a todos los casos.
3. Dotado de gran entendimiento y juicio, y modo de conversar
con tan diversas personas de dentro y fuera de la Compañía. Ne-
cesitará doctrina, ya que tendrá tantos doctos a su cargo; pero más
aún prudencia para discernir los espíritus varios y aconsejar y
remediara tantos que tendrán necesidades espirituales. Asimismo
discreción para tratar los más variados asuntos.
4. Muy necesario para la ejecución de su oficio es que sea vigi-
lante para comenzar y estrenuo para llevar las cosas a su fin.
5. En lo que se refiere al cuerpo, ha de tener salud, apariencia
y edad conveniente; todo lo cual confiere decoro y autoridad para
un buen gobierno a gloria de Dios. Ni de «mucha vejez», que no
suele ser idónea para los trabajos y cuidados de tal cargo; ni tam-
poco «de mucha juventud», ya que ésta no suele ir acompañada
de la autoridad y experiencia requeridas.
6. En las demás cosas externas, se deben preferir el crédito, la
buena fama y todo lo que ayude para la autoridad con los de fuera
y dentro, buscando siempre la edificación y el servicio divino. Entre
ellas, aun «la nobleza, riqueza tenida en el século, honra y seme-
jantes», aunque menos importantes, merecen para Ignacio alguna
consideración. Quien «aborrece en todo y no en parte, cuanto el
mundo ama y abraza» y desea «con todas las fuerzas posibles
18
cuanto Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado» , goza de la
libertad para utilizar, según la regla del tanto cuanto, lo que ha sido
dado «para el hombre y para que le ayude en la prosecución del fin
19
para que es c r i a d o » .
7. «Finalmente debe ser de los más señalados en toda virtud y
de más méritos en la Compañía y más a la larga conocido por tal».

1 8
Const., 101.
1 9
EE., 23.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 409

Pero si carece de algunas de las cualidades antes mencionadas, al


menos tres no deben faltar: mucha bondad y amor a la Compañía,
20
buen juicio, buenas letras .
Dominique Bertrand, S.J., y algunos más, han visto en este últi-
mo párrafo o constitución agregada a las seis cualidades anteriores
una muestra de que para Ignacio, el P. General, cuyos rasgos ha
descrito, expresa, mucho más allá de sí mismo, el ideal concreto,
encarnado, de todo compañero: del jesuita. Comparando la lista de
cualidades del General con las que se describen de los candidatos
(Const., 147, 153-162), del profeso (Const., 516-519), del rector de
colegio (Const., 4 2 3 ) , se percibe fácilmente que cada vez se dise-
ña un mismo tipo de hombre, con una precisión que va creciendo
21
hasta llegar al magnífico retrato en seis líneas .

Autoridad y estilo de gobierno del General

En este retrato del General se vislumbra una atención muy


cuidadosa a la dimensión social, al carácter relaclonal del gobier-
no. Este se ejerce en clima de amistad, de transparencia, de con-
fianza y amor. La autoridad es mucho más que una función admi-
nistrativa, de mando, en la Compañía: es sobre todo un servicio
de rcapaKA,r)cis [paraclesls], de exhortar, aconsejar, consolar, ani-
22
mar, Impulsan . En una reunión con los superiores en Galloro, el
actual P. General, Kolvenbach, se refería así a la autoridad en la
Compañía:

«El Señor es para nosotros la imagen de un verdadero superior.


El ha Indicado en el Evangelio la diferencia entre un superior que
tiene el poder como los reyes y un superior que es como El. El no
quiere poder, tiene autoridad. Y esto en el sentido muy claro de lo
que autoridad quiere decir: hacer a uno «autor». Nuestra autori-
dad no es para nosotros, sino para hacer que todos vivan con
nosotros como autores, responsables de su respuesta. Es muy
interesante parangonar el Corán y la Biblia sobre este punto.
Para los musulmanes Dios tiene el poder, para nosotros los cris-
tianos, gracias a la revelación de la Trinidad, el Señor Dios tiene
la autoridad... Esto está muy claro también en una historia que

2 0
Const., 735.
2 1
Ver DOMINIKE BERTRAND, S.J., Un corps pour l'Esprit, Collection Christus,
Desclée de Brouwer, p.204. Concluye el autor de «un cuerpo para el espíritu», que
así el alma, abriéndose camino progresivamente, toma figura concreta en las cuali-
dades de orden físico y en los dones exteriores; se incorpora.
2 2
Ver CLODOVIS BOFF, El evangelio del poder-servicio. La autoridad en la vida
religiosa. Sal Terrae, Breve, pp. 55-73, especialmente pp. 66ss.
410 AMIGOS EN EL SEÑOR

para nosotros es el prototipo del diálogo entre Dios y el hombre,


la Anunciación. En el Corán el arcángel Gabriel viene con una
orden de parte de Dios y la Virgen dice: ¡Dios ha hablado!, esto
es: no hay nada que hacer. En el Evangelio de Lucas la Virgen es
verdaderamente autora de la respuesta. El Señor Dios quiere al
hombre no sujeto a un poder, sino que lo quiere autor, y así ejer-
cita su autoridad; también nosotros^ como superiores, debemos
ejercitar la autoridad con este espíritu, es decir, hacer a ios otros
autores. Esto vale particularmente para la Compañía.

Es necesario insistir sobre este punto. Nosotros vivimos en un


tiempo en el cual el único criterio parece ser la eficacia. Se pien-
sa que dar un consejo, un parecer, no vale nada, porque no se
puede tomar la decisión. San Ignacio jamás ha visto de esta
manera el gobierno paternal de la Compañía. Para él dar un con-
sejo, un parecer, era tan importante como tomar la decisión. Para
23
él todo era a nivel de autoridad, no a nivel de poder» -

En orden al buen gobierno, las Constituciones asientan este


principio: que el Prepósito General, por una parte, tenga toda auto-
ridad sobre la Compañía para la edificación; y por otra, que la
Compañía tenga autoridad o providencia acerca de él, mirando
también al bien universal y mayor edificación.
Para detallar la autoridad del General los textos observan un
orden paralelo a las diversas Partes de las Constituciones, como
puede observarse a continuación:
- Podrá admitir «por sí y por otros», tanto a probación como a
profesión y para coadjutores formados y escolares aprobados; así
como dar licencia o despedir. (Partes Primera, Segunda y Quinta).
Lo que en la pequeña Compañía de los comienzos ejercía directa-
mente el General, a medida que ésta fue creciendo se hizo conve-
niente y necesario delegarlo; pero permanece en las Constitu-
ciones la figura de una comunidad universal: el jesuita no entra a
una provincia, se incorpora a la Compañía para servir en ella a la
Iglesia.
- Podrá enviar a los estudios a quienes le pareciere y a donde
le pareciere, así como sacarlos de ellos antes de terminar o mover-
los de una parte a otra; en lo que se regirá consultando al bien par-
ticular de los estudiantes y al universal de la Compañía. Y tendrá la
superintendencia y gobierno de los colegios, cuya administración
ejercerá por los rectores. Aun en lo que toca a las experiencias de

2 3
Alocución a los superiores, Galloro, 30 de enero de 1985. En Información
S.J., pp. 52-53.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 411

los que están en probación, estará a su juicio que las hagan todas,
agregar otras y quitar algunas (Parte Tercera y Cuarta).
- Mirará que las Constituciones se observen en todas partes y
dispensará en los casos particulares, teniendo en cuenta las perso-
nas, lugares, tiempos y otras circunstancias, con la discreción que
la luz eterna le diere. Los criterios de este discernimiento serán: el
fin de las Constituciones, que es el mayor servicio divino y el bien
de los que viven en el Instituto, y la intención de los que las ordena-
ron (Parte Sexta).
- Tendrá entera autoridad en las misiones, sin contravenir en
ningún caso a las de la Sede Apostólica. Podrá enviar entre fieles e
infieles, por el espacio de tiempo que le pareciere, y revocar a los
que ha enviado. Conociendo el talento de los que están a su obe-
diencia, distribuirá también los oficios de predicadores, lectores,
confesores y demás ministerios que usa la Compañía, poniendo a
cada uno en aquello que juzgue más conveniente para el servicio
divino y bien de las ánimas (Parte Séptima).
Al conferir al General este cuidado directo en la repartición de
todos los miembros para el trabajo apostólico, se apunta una vez
más al cuerpo universal dirigido por una cabeza y a la concepción
de una obra común en la que cada uno colabora según el grado de
su vocación, como había indicado la Fórmula del Instituto. Con la
expansión de la Compañía, como acabamos de advertir, este cono-
cimiento personal del General sobre los particulares que tenía en
los comienzos Ignacio, se fue haciendo cada vez más difícil; la agi-
lidad del cuerpo apostólico aconsejó muy pronto la modificación del
texto constitucional en el sentido de que esta distribución la puede
hacer el General por medio de sus ministros.
- Llamará la Compañía a Congregación General cuando no se
trata de la elección de un nuevo Prepósito, para deliberar sobre
asuntos importantes. Y ordenará también que se junte la Provincial
cuando juzgue conveniente (Parte Novena).
- Pondrá de su mano rectores de colegios y universidades, pre-
pósitos locales de las casas y provinciales, acortando y prorrogan-
do su término como juzgare ser mayor gloria de Dios; les comuni-
cará la potestad que le pareciere y les pedirá cuenta de su adminis-
tración.
De todo lo anterior queda muy clara la intención de los que
ordenaron las Constituciones: conferir plenamente a una autoridad
central la tarea de la edificación del cuerpo universal, comenzando
por la admisión hasta la final integración y conservación de toda la
Compañía al servicio de la misión. Con el correr del tiempo se fue-
ron haciendo necesarias las modificaciones; hoy tenemos que acu-
dir a las Constituciones anotadas por la CG 34, con sus normas
412 AMIGOS EN EL SEÑOR

complementarias, para tener una visión actualizada. Pero la centra-


iidad del gobierno del P. General como cabeza de un cuerpo uni-
versal, se mantiene en su vigor original.
Un párrafo final, a manera de conclusión de esta primera parte
acerca de la autoridad y oficio del General sobre la Compañía, dice
así: «Generalmente hablando, en todas las cosas que hacen para
el fin que se pretende por la Compañía, de la perfección y ayuda
de los prójimos a gloria divina, a todos pueda mandar en obedien-
cia. Y aunque comunique a otros inferiores Prepósitos o Visitado-
res o Comisarios su autoridad, podrá aprobar y revocar lo que ellos
hicieren, y en todo ordenar lo que le pareciere. Y siempre deberá
ser obedecido y reverenciado, como quien tiene lugar de Cristo
24
nuestro S e ñ o r » .
Quizás en ningún otro lugar como en éste último texto, emerge
tan nítida la imagen de la comunidad de la Compañía tal como la
pensaron los primeros compañeros en 1539 al «dar la obediencia a
alguno de nosotros», que tuviese el lugar de su único Prepósito,
Jesucristo. El argumento que debatieron durante muchos días par-
tía de la consideración de que ninguna congregación se conserva
con otra cosa más que con la obediencia. Si la comunidad que aca-
baban de formar «estuviera sin obediencia, no podría permanecer
y perseverar largo tiempo». La sintieron necesaria: «principalmente
a nosotros que hemos hecho voto de perpetua pobreza, y andamos
en continuos trabajos, tanto espirituales como temporales, en que
la sociedad se conserva menos». Entonces concluyeron por unani-
midad aceptarla «para mejor y más exactamente poder ejecutar
nuestros primeros deseos de cumplir en todo la voluntad divina,
para más seguramente conservar la Compañía, y en fin, para po-
der dar decente providencia a los negocios particulares ocurren-
2 5
t e s » . Triple función de la obediencia: fundamento de la misión,
vínculo para conservar la comunión, medio para lograr un proceder
ordenado en la vida y en el trabajo.
Comunión, autoridad, conservación, tres intereses a los que
están dedicadas las tres últimas Partes de las Constituciones. El
ejercicio de esta responsabilidad de alimentar la comunión, gober-
nar la Compañía con toda autoridad, conservarla y hacerla progre-
sar, empeñará la vida del General e implicará el sacrificio de toda
otra actividad, como el ejercicio de los ministerios. La «suerte de
Marta», con la que las Constituciones invitan a los coadjutores tem-
26
porales a estar contentos , la invocó igualmente Ignacio para mo-

2 4
Const., 765.
2 5
MI, Const., I, pp. 6-7.
2 6
Const., 148.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN... 413

tivar a algunos superiores en el ejercicio de sus cargos. Diríamos


que es también la suerte del General con respecto a todo el cuerpo
de la Compañía: su misión apostólica consiste en liberarla y dispo-
nerla para que pueda entregarse totalmente a lo que constituye su
razón de ser. El estilo con el que ha de cumplir ésta su misión es
un estilo orante, discernido, dialogante, iluminado por el consejo de
otras personas, recto y firme a la vez que benigno y manso, y ejer-
cido a través de la ordenada subordinación ya explicada en la
27
Parte Octava -

2. Autoridad o providencia de la Compañía acerca del General

En los dos capítulos siguientes la Parte Novena define la relación


del cuerpo con su cabeza, «mirando siempre el bien universal y
mayor edificación». La autoridad o providencia, es decir, el cuidado,
que tendrá la Compañía con el Prepósito General es un completo
código de relación comunitaria. Si el General, por un lado, dedica su
vida a la edificación y vitalidad del cuerpo y debe estar dispuesto a
28
morir por el bien de la Compañía en servicio de Jesucristo ; por otro
lado, ella ejerce su providencia para con el General en lo referente a
su cuerpo, a su alma y a la calidad de su oficio.
«Serán seis cosas que pueden ayudar a gloria de Dios nuestro
Señor», dice sobriamente el texto autógrafo. Tal providencia la ejer-
citará por los Asistentes. El texto a las detallaba ordenadamente:

«La auctoridad que la Compañía tendrá sobre el prepósito será en


seis cosas: tres con que se ayudará quedando en su oficio, que
tocan a lo externo, al cuerpo y ánima del prepósito; y otras tres que
29
tocan a salir de su oficio, por dignidad, inutilidad o pecado» .

- En primer lugar las cosas externas: vestidos, comidas, gastos


tocantes a la persona del General. La Compañía podrá alargar o
restringir lo que juzgare ser decente para su persona y para la
misma Compañía. Y el General «se deberá contentar con ello».
- En cuanto al tratamiento de su cuerpo, vigilará para que no
se exceda en trabajos y rigores. El General «se dejará moderar y
se quietará con lo que la Compañía ordenare».

2 7
Ver la introducción del P. Urbano Valero, S.J., a la Parte Novena, en Cons-
tituciones de la Compañía de Jesús, colección MANRESA, 12, pp. 310-311.
2 8
Const., 728.
2 9
MI, Const., II, p. 244.
414 AMIGOS EN EL SEÑOR

- Acerca de su espíritu, le avisará, con la debida modestia y


humildad, después de haberlo consultado en oración, lo que pueda
ayudarle para mayor servicio y gloria divina. Porque aun varones
perfectos pueden tener necesidad de esta fraterna corrección,
tanto en lo referente a su persona como al ejercicio de su cargo.
Un admonitor del General cumplirá esta providencia de la Com-
pañía, y él deberá estar dispuesto a acatarla. Es admirable la Insis-
tencia de las Constituciones, en los tres casos, sobre la disposición
sencilla con la que el General ha de contentarse y dejarse moderar
por la Compañía. Porque así como es muy importante que él tenga
30
toda autoridad sobre la Compañía ad aediflcationem , también lo
es que la Compañía la tenga acerca del General, aplicando aquel
principio de la Parte Décima: «en manera que todos para el bien
31
tengan toda potestad y, si hiciesen mal, tengan toda sujeción» .
En lo referente a la eventualidad de dejar el oficio, se conside-
ran tres posibilidades: que sea instado a tomar una dignidad; que
sea muy descuidado o remiso en las cosas importantes de su ofi-
cio, por enfermedad o vejez, con perjuicio notable para el bien
común; que haya caído en pecados graves que compelan a depo-
nerlo.
- Sobre la instancia para recibir una dignidad, por la que es
necesario dejar el cargo, el texto a. se limitaba a decir que el Ge-
neral no podía aceptarla sin licencia de la Compañía; el texto A
agregaba: «la cual mirará lo que conviene para más sen/Icio y glo-
ria de Dios N.S.». El texto B se pronuncia enfáticamente: «la cual,
mirando lo que conviene... nunca consentirá, si la obediencia de la
32
Sede Apostólica no compeliere» .
- En caso de remisión o descuido graves y sin esperanza de
mejoría, la Compañía podrá darle un Coadjutor o Vicario que haga
el oficio de General. El procedimiento indicado en el texto autógrafo,
ha sido modificado por las Normas Complementarias 366, §§2-4.
- Sobre los casos de pecados graves, que son enumerados en
el texto, la Compañía, si le consta suficientemente, puede y debe
deponerle de su oficio y aun apartarlo de la Orden.
Un nuevo capítulo trata con detención de la manera como la
Compañía ejercerá en la práctica su autoridad o providencia. Los
Provinciales deberán hacer la parte que les corresponde; y hoy lo
harán normalmente por medio de los Asistentes ad providentiam,
de acuerdo a las normas Complementarias. Para lo que toca a sus

3 0
Const., 736.
3 1
Const., 820.
3 2
Const., 771-772.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 415

gastos y tratamiento de su persona y otras cosas ligeras, no hay


necesidad de convocar la Congregación General; la Compañía
deputará cuatro Asistentes que estén cerca del General, los cuales
deben decir y hacer cuanto sientan que es para mayor gloria divi-
na. Estos representantes de todo el cuerpo, son llamados en el
texto A «colaterales» y «Asistentes». El nombre de colateral evoca
lo dicho anteriormente sobre este oficio y su condición de «serle
compañero» al Prepósito. Cuando interviene alguno de los peca-
dos que bastan para deponer del oficio - l o que Dios no permita,
desea el t e x t o - , hay un procedimiento para «llamar a Congre-
gación la Compañía» y adelantar el proceso, con delicada atención
a guardar la honra del General en cuanto sea posible.

3. Relación entre la cabeza y el cuerpo

El último capítulo de la Parte Novena contiene ayudas para que


el General ejerza bien su oficio y determina concretamente el modo
de trabar una relación o diálogo permanente entre la cabeza y el
cuerpo de la Compañía.
A manera de introducción se resume brevemente el oficio del
General y la forma de cumplirlo, recogiendo varios de los puntos
descritos en los capítulos anteriores. Le compete «gobernar todo el
cuerpo de la Compañía, para que se conserve y aumente con la
divina gracia el bien ser y proceder de ella a gloria de Dios nuestro
33
S e ñ o r » . Lo cual procurará principalmente con el crédito y ejemplo
de su vida, con la caridad y amor a la Compañía en Jesucristo, con
la oración y sacrificios, con solicitud para que se observen las
Constituciones y con la información permanente de lo que pasa en
todas las provincias, a través de la correspondencia.
A fin de que pueda dedicarse totalmente a su oficio, ha de
sacrificarse en bien del cuerpo. Los ministerios que debería ejerci-
tar como miembro de una comunidad apostólica, los practicará
solamente cuando las ocupaciones de su cargo le den lugar.
Porque su misión, reiteran, es tomar con sus ministros la carga del
gobierno y propiciar que la comunidad pueda realizar eficazmente
su misión apostólica.
Como ayuda de primer orden tendrá buenos ministros para las
cosas más particulares. Ellos lo descargarán y aliviarán para que
pueda consagrarse a los negocios más universales. Aunque el
General tratará algunas veces estos asuntos con los rectores, pre-

3 3
Const., 789.
416 AMIGOS EN EL SEÑOR

pósitos locales y personas particulares, para estar mejor informado,


su trato más ordinario será con los provinciales, para guardar mejor
la subordinación.
Una carta a Diego Mirón, el provincial de Portugal, ilustra muy
bien este principio que hoy llamamos subsidiariedad:
«NI es oficio de prepósito provincial, en general, tener cuenta tan
particular con los negocios, antes cuando tuviese para ellos toda
la habilidad posible, es mejor poner a otros en ellos, los cuales
después podrán referir lo que han hecho al provincial, y él se
resolverá, entendiendo sus pareceres, en lo que a él toca resol-
verse; y si es cosa que se pueda remitir a otros, así el tratar como
el resolver, será muy mejor remitirse, máxime en negocios tem-
porales, y aun en espirituales; y yo para mí este modo tengo, y
experimento en él no solamente ayuda y alivio, pero aun más
quietud y seguridad en mi ánima. Así que, como vuestro oficio
requiere, tened amor, y ocupad vuestra consideración en el bien
universal de vuestra provincia; y para la orden que se ha de dar
en unas cosas y otras, oíd a los que mejor pueden sentir de ellas
a vuestro parecer. Para la ejecución no os Impliquéis, ni por vos
os embaracéis en ellas, antes, como motor universal, rodead y
moved a los motores particulares, y así haréis más cosas y mejor
34
hechas y más propias de vuestro oficio, que de otra manera» .

La comunidad de la Compañía tiene, pues, una autoridad su-


prema de la que desciende toda otra autoridad y así comunica uni-
dad a todo el cuerpo. Pero es un cuerpo bien articulado que, me-
diante la delegación, puede moverse por sí mismo en armónica
subordinación. Por eso las Constituciones recomiendan al P.
General que en cada provincia tenga «personas de tanta confianza
por provinciales, como quien entiende que en gran parte consiste
35
en ellos y en los locales el buen gobierno de la C o m p a ñ í a » .
Además tendrá ministros para las cosas universales y propias
de su oficio, que le sen/irán de memoria para que pueda recordar
la solicitud de tantas cosas, de aviso «o consejo» para pensarlas y
ordenarlas y de ejecución para cumplirlas. Así, para la solicitud de
atender a los diversos asuntos, un secretario que ordinariamente lo
acompañe, «que le sea memoria y manos» para todo lo que se ha
de escribir y tratar y para todas las cosas de su oficio; el cual ha de
«vestirse de su persona», haciendo cuenta de que tiene todo el
36
peso sobre sí, excepto la autoridad ; y deberá tener de doctrina y

3 4
MI, Epp., IV, 558-559.
3 5
Const., 797.
3 6
Const., 800.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 417

juicio, con presencia y modo de tratar por palabra y por cartas con
toda suerte de personas, y sobre todo ser digno de confianza y
amante de la Compañía. Para la diligencia en ejecutar lo ordenado
y universalmente para todos los negocios, un procurador.
Nos interesa particularmente la «ayuda de aviso», como la lla-
man las Constituciones, los consejeros para pensar y ordenar las
cosas de importancia. «Personas de lustre en letras y todas bue-
nas partes», que lo asistan y tengan cargo de mirar con especial
cuidado las cosas universales que el General les encargue. Estos,
prosigue el texto, podrían repartirse el cuidado para poder penetrar
mejor en todo. Son los Asistentes de las regiones donde entonces
estaba la Compañía y de las futuras «según que la Compañía fuere
esparcida en más partes». Corresponde a este consejo considerar
entre sí los asuntos difíciles y llevarlos más tratados al General,
con su opinión y consejo, para que él determine lo que ha de
hacerse. A estos Asistentes se les deja la posibilidad de atender a
37
predicar, leer y confesar y a «otras buenas y pías o b r a s » .
Teniendo el General tales ayudas, concluye la Parte Novena,
«parece debería dispensar el tiempo que le permite su salud y fuer-
zas, parte con Dios, parte con los oficiales y ministros dichos, tra-
tando con los unos y los otros, parte consigo en pensar por sí y
resolver y determinar lo que se ha de hacer, con el ayuda y favor
38
de Dios nuestro S e ñ o r » .

4. Participación de la comunidad en el discernimiento

La Parte Novena termina aplicando lo que se ha dicho del Ge-


neral - s u s cualidades, autoridad y oficio, ayudas que debe tener-,
a los Provinciales, rectores de colegios y prepósitos de casas.
Especialmente les indica que tengan personas deputadas para
consejo, con las cuales comuniquen las cosas de importancia,
correspondiéndoles la toma de decisiones después de haberlos
escuchado.
Nos ha parecido que es éste el lugar adecuado para tratar un
tema de gran interés en nuestra investigación sobre el sentido de

3 7
Const., 803.Todo lo referente al Consejo y otras ayudas del P. General fue
modificado o declarado en las Normas Complementarias. El Consejo del General se
compone de unos doce miembros: Asistentes ad providentiam, Asistentes Re-
gionales y otros Consejeros Generales a los que el Prepósito encomiende un sector
o aspecto de la vida de la Compañía universal. Ver Normas Complementarias, 380-
385.
3 8
Const, 809.
418 AMIGOS EN EL SEÑOR

comunidad de la Compañía: la participación comunitaria en el dis-


cernimiento.
SI recordamos que una de las características más destacadas
de la comunidad Inicial de los compañeros de Ignacio, desde su
convivencia en París y durante la preparación de los votos en
Montmartre, fue su discernimiento y deliberación en grupo, su con-
tribución corporativa en la tarea de modelar y configurar la Com-
pañía y en la elaboración de las Constituciones, nos llamará la
atención que éstas hayan reducido tan importante aspecto de la
consulta comunitaria a pequeños grupos de consejo en tomo a los
superiores.
De ahí en adelante se fue formando una tradición en la vida de
la Compañía que llevó a la práctica desaparición del discernimiento
en común. Hasta tal punto que en su Carta a toda la Compañía
sobre el discernimiento apostólico en común, del 5 de noviembre
de 1986, el P. Kolvenbach señala entre las dificultades reales ex-
perimentadas por muchos jesuítas respecto a él, la sospecha de
que ésta sea una práctica verdaderamente ignaciana, ya que no se
registra en la historia de la Compañía:

«Se suscita una segunda dificultad sobre el carácter jesuítico de


la práctica del discernimiento apostólico en común. ¿Es cierto
que se trata de una manera de gobernar propia nuestra? SI se
encuentra algo, y en una forma muy limitada, en el funcionamien-
to de las Congregaciones, ¿no quiso san Ignacio que éstas fue-
sen las menos posibles, precisamente para no quitar a los jesui-
tas el tiempo que han de dedicar al ejercicio mismo de la misión?
Y, si, como es verdad, las Constituciones hablan de prudencia,
discreción y discernimiento, es cierto, sin embargo, que en ellas
no se encontrará nada sobre el discernimiento apostólico en co-
mún. Tampoco se hallará en nuestra historia. Y esto porque, por
ser la comunidad de la Compañía comunidad "ad disperslonem",
cada uno recibe la misión de los Superiores, sin tener que pre-
guntarse constantemente si lo que hace es el mayor bien. La bús-
queda continua de nuestra identidad, el continuo interrogarse
sobre nuestros apostolados, ¿no tiene el peligro de minar nues-
tras energías, en lugar de movilizarlas para el trabajo apostólico?
De hecho, ¿no constituyen un aspecto patológico de la Compañía
actual? Es verdad que el Superior, que es el que debe decidir, ha
de recoger antes las informaciones necesarias y recurrir a las
consultas que sean útiles; pero, ¿no podría hacerlo sin tener que
recurrir al discernimiento apostólico en común, por ejemplo, diri-
giéndose a los consultores y a personas competentes?... Varios
se han preguntado por la naturaleza verdaderamente ignaciana
39
de tal discernimiento» .
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 419

¿Realmente, es ajeno el discernimiento en común a nuestro


modo de proceder y al pensamiento de los que ordenaron las
Constituciones? ¿Es acaso incompatible con la comunidad «ad dis-
persionem» y con la forma de gobierno de la Compañía? ¿Cuál fue
la evolución que condujo a su práctica desaparición? ¿Cuáles los
motivos? ¿Qué espíritu se puede advertir en las determinaciones
de los textos constitucionales?
Emprendemos este estudio sobre la historia de la consulta co-
munitaria en la naciente Compañía, que no tenemos noticia de que
se haya adelantado anteriormente, conscientes de abordar un tema
complejo sobre el que puede disponerse de abundante material y
que por lo mismo requeriría una investigación más amplia y com-
pleta. Solamente queremos destacar sus líneas principales, en
cuanto lo estimamos importante para complementar nuestro pro-
pósito de desentrañar el sentido de comunidad de la Compañía de
Jesús. Sería muy deseable que este primer intento suscitara ulte-
riores trabajos más elaborados.
Consideraremos el tema desde cuatro ángulos diversos: 1) parti-
cipación de la comunidad en su propia configuración y en la regula-
ción de su vida interna; 2) participación de la comunidad en la elec-
ción de superior; 3) discernimiento comunitario en la Casa romana
durante la vida de Ignacio; 4) institución de la consulta e intencionali-
dad de las Constituciones sobre el discernimiento en común.

1. Participación de la comunidad en su propia configuración

Cuando las Constituciones estaban todavía en elaboración y no


se habían redactado reglas algunas, las primeras comunidades
que comenzaron a surgir debían encontrar sus formas concretas
de vida y de trabajo, según el espíritu de la Compañía contenido en
la Bula de confirmación y bajo las direcciones que impartía Ignacio.
En Roma y en Lisboa estaban dos de los primeros compañeros: el
fundador presidía en la Casa romana y en Lisboa Simón Rodrigues
tenía cargo de la comunidad y había emprendido desde muy pronto
la tarea de elaborar reglas muy completas.

Los primeros escolares en París

Diversa, en cambio, era la condición de la primera comunidad


que se formó después de la de Roma: el pequeño grupo de cua-

3 9
Carta a toda la Compañía sobre el discernimiento apostólico en común,
noviembre 5 de 1986, nn. 12 y 25, en Acta Romana Societatis lesu, Volumen XIX,
Fasciculus III, anno 1986, versión hispánica, pp. 703, 707.
420 AMIGOS EN EL SEÑOR

tro escolares que llegó a París en 1540 para estudiar en la uni-


versidad, al que nos hemos referido varias veces. Aunque lejos de
Ignacio y de los primeros compañeros, llevaban el firme propósito
de reproducir el espíritu que habían descubierto en ellos para dis-
ponerse a ser finalmente incorporados en la Compañía.
A comienzos de la primavera del 40 salieron hacia París envia-
dos por Ignacio, que había querido que estudiaran donde él y sus
amigos se habían encontrado, y donde había tenido su primera
cuna la Compañía. Todavía ésta no había recibido confirmación
pontificia ni tenía superior jurídico. Los acompañaba Diego de
Eguía, sacerdote y amigo de Ignacio desde Alcalá, como también
sabemos. Conocedor por experiencia del modo de vida de los com-
pañeros, a quienes se había unido en Vehecia, en 1537, era la per-
sona de confianza indicada para presidir la pequeña comunidad de
escolares, en ausencia de los fundadores.
Llegados a París, se instalaron en el Colegio des Trésoriers,
fundado en 1269 para veinticuatro estudiantes pobres, y convivían
con los que se alojaban allí. Diego se ocupaba principalmente en los
ministerios y ellos en los estudios, pero también le ayudaban en la
labor apostólica particularmente «conversando» con sus condiscípu-
los. Cada semana se reunían en la Iglesia de los Cartujos, como los
primeros, para confesarse y recibir la eucaristía, acompañados por
40
un buen número de estudiantes atraídos por su ejemplo .
En noviembre, otro contingente de candidatos acompañados
por Jerónimo Doménech, vino a acrecentar la pequeña comunidad.
Con la llegada de Doménech se Introdujo el ministerio de los Ejer-
cicios, que había de conquistar amigos, protectores y nuevos reclu-
tas. En 1540 envió Ignacio unos cuantos más, de manera que ya
no podían estar todos juntos en el Colegio des Trésoriers. Los ita-
lianos lograron conseguir alojamiento en el Colegio des Lombards,
y acogieron en sus estancias a algunos de sus hermanos. Broét y
Salmerón los visitaron a su ida y regreso de Irlanda y los ayudaron
materialmente. Al llegar Ribadeneira con otro compañero en 1542,
eran ya 16: españoles, Italianos, portugueses y un flamenco. Pero
una calamidad vino a perturbar la tranquilidad de sus estudios:
estalló la guerra entre Francia y España. Francisco I publicó un
edicto que ordenaba a todos los subditos del emperador Carlos V
abandonar su territorio en el término de ocho días. Doménech, que
era entonces el superior, dividió el grupo en dos: dejó a los que
podían permanecer con Paulo D'Achllle y partió él con los españo-
les hacía Lovaina, donde se formó la primera comunidad de la

4 0
Ver Chron., I, 85.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 421

41
Compañía en F l a n d e s . Todavía los esperaba una segunda dis-
persión: recrudecida la guerra, D' Achule consideró prudente salir
de París y refugiarse con los suyos en Lyón. Sólo en 1544, cuando
se firmó la paz, podrían volver a continuar sus estudios en la
Sorbona.
El grupo, aunque dividido por el lugar de residencia, se fue
modelando con una triple ayuda: un reglamento o «constituciones»
que habían llevado de Roma, la frecuente comunicación con Ig-
nacio y con algunos de los compañeros, y la dirección y compañía
de hombres de confianza especialmente elegidos.
El reglamento, al que ellos llamaban «constituciones», tiene
todas las trazas de haber sido redactado por ellos mismos, obvia-
mente con la aprobación de Ignacio antes de que partieran. Su
gran valor radica en que son las reglas más antiguas de los escola-
res, expresión espontánea de su compromiso y núcleo de las
reglas posteriores. Sobre todo, muestran el fuerte espíritu de comu-
nidad con que emprendieron su nueva vida, inspirado en lo que
habían experimentado al contacto con la comunidad fundadora. Lo
presentamos a continuación:

«La primera constitución que entre nosotros cuatro se hace es,


primeramente asentar nuestras ánimas con firme propósito todos
cuatro de proseguir en el servicio de nuestro Señor por una vía y
vocación todos los días de nuestras vidas, allí donde nuestro Señor
nos ha llamado, es a saber en la Compañía, placiéndoles a ellos [a
Ignacio y los compañeros fundadores].
a
La 2 , para mejor conservarnos en nuestra intención, y por evi-
tar inquietud y vacilación de mente, elegir entre nosotros uno, que
nos diga las personas que debemos conversar [la actividad apos-
tólica entre los condiscípulos]: y sean el Sr. Don Diego y Mr. Rojas
juntos.
a
La 3 , que nosotros cuatro seamos obedientes al Sr. Don Die-
go, haciéndole toda reverencia debita, no haciendo otra cosa de lo
que él nos mandare, en cuyas manos estén los dineros y toda
nuestra disposición. La cuenta y razón sea de Don Diego y Rojas, y
así en cosas graves a todos dos conforme se obedezca, de todos
dos haciendo uno.
a
La 4 , que todas las doménicas nos confesemos, sin mudar
confesor, con el mozo [redacción oscura, parece ser que un mu-
chacho acompañaba a los escolares peregrinantes y que ellos

4 1
Ver Chron., I, 1 0 2 . La prisa con que debieron salir de Francia les Impidió
conocer que el rey eximía de la proscripción a los estudiantes.
422 AMIGOS EN EL SEÑOR

quieren que también él se confiese]; asimismo comuniquemos


todos juntos, si no fuere por algún inconveniente; o con dispensa
de todos se puede anteponer o posponer por un día o dos, ocu-
rriéndose algunas fiestas principales.
a
La 5 , que ninguno se vaya a acostar con ninguna tentación o
amaritud que haya tenido contra el otro, sino que, para mejor con-
servarnos en amor y caridad, diciendo públicamente, se abracen
con grande placer; y quien primero empezare a abrazar, lleve la
corona y la honra.
a
La 6 , que, si el Sr. Don Diego con alguno riñere [reprendiere],
no le hayamos de responder, sino queriendo dar alguna razón, y
ésta con mucha humildad y benevolencia, en pocas palabras.
a
La 7 , que los errores entre nosotros cuatro o que alguno pare-
cieren errores del hermano, sean corregidos y no reñidos.
a
La 8 , que si uno de otro fuere corregido, aunque parezca sin
razón, acepte la corrección, y en breve, sin porfiar, con benevolen-
cia pueda responder.
a
La 9 , que seamos prontos a conversar en cosas buenas, pro-
suponiendo no hablar cosas ociosas; y cuáles sean, ya todos
saben.
a
La X , ninguno reciba ni escriba letras sin que todos lo vean, y
que no se haga ni diga cosa a intención de ocultarse, sino que
todos la puedan saber.
La XI, que entre nosotros cada uno procure más y tenga por
escopo de hacerse menor que mayor, contrario al mundo; y para
venir mejor en esto, en señal de amor, entre nosotros no haya mer-
ced ni señor [llamarse por sus propios nombres, sin títulos honorífi-
cos].
La XII, que después de estudiado artes, y teología dos años,
estemos aparejados de venir para la Compañía, enviándonos a lla-
mar [los diez primeros].
La XIII, que faltándonos dineros, a malores voces [pluralidad de
votos], vamos algunos o todos a pedir por Dios, quier por la ciudad,
quier por Flandes.
La Xllll, que todos nos vistamos de paño grueso, como de ber-
nia [nombre de un paño rudo] que cuesta dos escudos y medio una
ropa, o de otro paño bajo y grueso, y no de negro, si no fuera
Sacerdote o Maestro.
La XV, que escribamos a la Compañía cada principio de mes.
La XVI, que todos comúnmente digamos estar en compañía
todos y en una misma voluntad, esto es de estudiar hasta ser
Maestros, o descubrir con parecer de todos a alguno o algunos,
que acordamos tomar en compañía [manifestar sus propósitos a
quienes decidan admitir en su grupo].
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 423

La XVII, que ninguno tenga dineros ni otras cosas empresta-


das, contentándonos con lo que Dios nos diere, y procurando no
entrar en deudas, si no fuere en alguna necesidad, y [con] consen-
timiento de todos.
La 18, que los que hubieren de oír artes, antes que comiencen
las lecciones, por 3 o 4 meses, sean instruidos en términos de
sofistería [como parece que llamaban en la universidad a la lógica
y la dialéctica], para tomar un poco de modo de argüir, y que en las
congregaciones y reparaciones [cuestiones y repeticiones] ad ple-
num no falten.
La 19, que en el dar al preceptor sea con parecer de todos [dar
algo al profesor como compensación por su trabajo].
La 20, que la penitencia del que delinquiere, la den los que no
hubieren delinquido, de tal manera que sea con voluntad de todas
dos partes.
La 2 1 , que todos los sábados a la tarde se lean todas las cons-
tituciones [estos reglamentos] delante todos nosotros.
La 22, que cada uno en particular pida perdón a los otros, aun-
que ninguna constitución haya transgreso, sino por una humildad
fraterna.
Otras cosas más, como agora, en el camino [mientras van de
viaje], si iremos primero a la iglesia o al hospital o al mesón, a la
entrada de los lugares, y así otras cosas, como haber de predicar y
demandar limosna, sea debajo la dicha obediencia de Don Diego y
Rojas.
La 23, que después allá [cuando lleguen a París], sobre lo que
más se ofreciere, nos podremos congregar para hacer más consti-
tuciones.
La 24, que antes la partida, dando reposo a nuestras ánimas
con la confesión y comunión confirmemos nuestra hermandad,
aprobando lo que fuere constituido, y observándolo desde la parti-
da, y con eso entrar en consideración de las vías y peregrinaciones
de Cristo nuestro Señor.
Y que de esto no baste enfermedad [a] apartarnos, no infortu-
nios ni persecución, no parientes, ni el mundo con sus halagos, no
la carne con sus apetitos, ni el demonio con sus tentaciones. A qui-
bus dignetur liberare, qui creavit nos, redemit et iterum iudicabit,
42
vivens et regnans per saeculorum saecula. Amen. JHS. M a r í a » .
Del texto, impregnado de las costumbres y prácticas piadosas
de la época, podemos extraer, sin embargo, algunas característi-
cas valiosas de su vida común.

4 2
MI, Reg. Soc. lesu, Antiquissimae scholasticorum regulae, 1540, 2 - 1 1 .
424 AMIGOS EN EL SEÑOR

- Las 24 «constituciones» son fruto de un trabajo de grupo: de


común acuerdo se han trazado un proyecto de vida para sus estu-
dios en París. Lo han hecho con fidelidad a la «vía y vocación» que
han elegido y en la que «han asentado sus ánimas con firme pro-
pósito todos cuatro de proseguir en el servicio de nuestro Señor»
(n.1). Antes de partir confirman su fraternidad en torno a la Euca-
ristía, aprueban lo que han determinado y se comprometen a ob-
servarlo por encima de toda clase de dificultades, apoyados en Je-
sucristo. Acuerdan también que una vez llegados a París harán
más constituciones, según que lo requieran las nuevas circunstan-
cias (n.24).
- Escogen entre ellos un superior y se comprometen a obede-
cerle y darle reverencia (nn. 2-3). Conviene recordar que en aquel
momento la Compañía todavía no tiene superiores jurídicos.
- Convienen en que los asuntos concretos de su vida en París
los decidirán de común acuerdo entre todos: su pobreza, su forma
de mendigar o de pedir dineros prestados, la retribución al precep-
tor, la manera de vestir, los días de comunión en grupo, el modo de
presentarse ante los demás y los compañeros que buscarán para
acrecentar el grupo, las penitencias.
- «Para mejor conservarse en amor y caridad», con humildad y
con benevolencia, comparten, además de su pobreza, otros aspec-
tos de su vida común: la comunión eucarística, la corrección frater-
na y la sencilla reconciliación, la manera familiar de llamarse por
sus nombres, la conversación y hasta la correspondencia. Nada de
lo que se hace estará oculto a los demás, ni tomarán decisiones
privadas que puedan comprometer la vida del grupo. Apoyados
mutuamente por una misma voluntad y decisión de Ingresar a la
Compañía al terminar sus estudios, se sienten fuertes para enfren-
tar toda clase de dificultades. El documento en general descansa
sobre un profundo amor mutuo y una sólida humildad, virtudes am-
bas creadoras de comunidad. Es el mismo espíritu que se expresa-
rá más tarde en las Constituciones de la Compañía: para la unión
de los miembros entre sí, se requieren personas mortificadas, que
hayan vencido el amor propio -principal enemigo de la u n i ó n - y
sean capaces de abrirse a los demás en sincera relación interper-
sonal.
- La comunidad se une bajo la obediencia a Don Diego, pero
sujetos al beneplácito de los diez primeros, a quienes llaman «la
Compañía», y para algunas cosas a la voluntad de todos juntos. Se
comprometen a escribir a la Compañía cada mes.
- Programan en común su trabajo apostólico. Por su condición
de estudiantes, como los primeros compañeros en París, deben cir-
cunscribirlo al contacto con los condiscípulos de la Universidad, a
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 425

los que aprovecharán con su ejemplo y su «conversación» y con la


invitación a las comuniones de fin de semana en la Cartuja. Se pro-
ponen buscar, también entre todos, nuevos candidatos para la
Compañía y agregarlos al grupo: «descubrir con parecer de todos
alguno o algunos que acordamos tomar en compañía». Una carta
cuenta que se han distribuido también el trabajo de predicar, en
cuanto lo permiten sus estudios, y que han escogido entre ellos
43
uno que corrija sus sermones .
Estas constituciones nos manifiestan la imagen de una comuni-
dad que se autodetermina y configura según el espíritu propio de
su vocación, pero no cerrada sobre sí misma ni independiente de la
Compañía. Es evidente que sus propósitos están inspirados en la
forma de vida de los primeros compañeros, cuyo testimonio los
había atraído un día a agregárseles. Además, su experimento de
comunidad estaba sometido voluntariamente al control de los fun-
dadores. Quedan muchísimas cartas de aquellos años dirigidas a
Ignacio, que refieren todos los detalles de su vida: el progreso en
los estudios, las dificultades para la habitación en común, los frutos
de su trabajo apostólico, las consultas sobre candidatos: «porque
44
no podrían discrepar en ninguna cosa de la voluntad de e l l o s » .
Son exquisitas las manifestaciones de su caridad, especialmente
con los enfermos: « Misser Angelo, por consejo del médico es par-
tido hoy para un villaje que está a una legua de aquí. Estará allí
unos ocho días para recrearse un poco, y después volverá. Es ido
con él Mtro. Cáceres para tenerle compañía. Rogarán a Dios por
4 5
é l » . En su correspondencia expresan alegría con las cartas reci-
bidas y con las esporádicas visitas de los viajeros que les traían
«nuevas de los otros hermanos, que en diversas partes están es-
46
parcidos» .
Pero no sólo la comunicación con Ignacio les ayudaba a confor-
mar su modo de proceder. Jerónimo Doménech antes de salir para
París fue hasta Placencia para consultar con Laínez (Don Jacobo),
47
sobre un joven que deseaba llevar con él para servir al g r u p o .
Fabro mantuvo también comunicación con ellos: les enviaba con-
sejos para los estudios y la vida espiritual y ayuda pecuniaria. Y la
dirección inmediata del grupo por personas que conocían bien el
espíritu y modo de proceder de la Compañía, garantizaba cada
paso concreto de su vida cotidiana. Los tres primeros superiores

4 3
Ver Epist. Mixtae, I, 63.
4 4
Ver Epist. Mixtae, I, Cartas 12 a 26, pp. 50-91.
4 5
Epist. Mixtae, I, 63.
4 6
Ver Epist. Mixtae, I, 59, 7 1 .
4 7
Ver Epist. Mixtae, I, 54.
426 AMIGOS EN EL SEÑOR

eran personas en quienes Ignacio confiaba mucho y discípulos


directos de los primeros compañeros: Diego de Eguía, de quien
hemos hablado, Jerónimo Doménech y Paolo D'Achule, que debían
su vocación al encuentro en Parma con Fabro y Laínez y a los ejer-
cicios hechos bajo su acompañamiento.

La comunidad de Lovaina

Otro ejemplo de consulta y experimentación comunitaria en los


primeros años de la Compañía lo ofrece la comunidad de Lovaina,
inicialmente compuesta por los nueve escolares españoles que
habían tenido que salir apresuradamente de París en 1542, acom-
pañados por Jerónimo Doménech. Entre ellos se contaba Pedro de
Ribadeneira, que entonces tenía unos dieciséis o diecisiete años y
que en su ancianidad dejó un bello relato de aquella llegada de los
48
primeros jesuítas a los Países B a j o s .
Polanco refiere en el Chronicon que algunos de los nuestros,
siguiendo la llamada de Dios, vivían en Lovaina, frecuentaban la
célebre Universidad pero no tenían inicialmente un lugar común de
49
habitación y se alojaban en diversas casas de estudiantes . En
marzo de 1546, una carta desde Roma los exhorta a la perfección y
pide noticias sobre su modo de vida: si estaban juntos o separados,
quién tenía cuidado de ellos, qué fruto hacían, cuál era su progreso
50
espiritual, si vivían de limosna, en paz o con dificultades . Daniel
Paeybroeck había sido enviado con el encargo de reunirlos y organi-
zar una comunidad. El 18 de febrero de 1547 se pudieron juntar final-
mente nueve o diez en la casa de Cornelio Wischaven, capellán de
la iglesia de San Pedro, que desde que había conocido a Fabro y a
Estrada, se había decidido por la Compañía y había ingresado en
1543. Pusieron en común cuanto tenían, hicieron votos y eligieron
como superior al mismo Wischaven. Mientras recibían de Ignacio
una norma escrita de vida, redactaron entre ellos un reglamento que
Paeybroeck envió a Roma con el siguiente comentario:

«En cuanto a la cohabitación de los hermanos antes de que lle-


gara la carta mucho esperada de V.R., ya se había hecho... No
sin suma discreción y providencia han emprendido el asunto los
hermanos. Primeramente examinaron la vida, costumbres y con-
dición de cada uno; luego, considerando y examinando muy aten-
tamente qué es [propio] de la Compañía y qué no es, constituye-

4 8
Ribadeneira, Confesiones, I, 24.
4 9
Chron., I, 244-246.
5 0
Ver MI, Epp., I, 367-370.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.., 427

ron algunas reglas, con las cuales corrigieran los defectos de


algunos y se previnieran los de otros.

Con las presentes letras os enviamos tales reglas, para que V.R.
conozca el espíritu de los hermanos e insinúe qué hay que adver-
tir o corregir en ellas. Nos hallará a todos muy dispuestos a acep-
tar cualquier cosa... el Señor admirablemente opera en ellos y
modela en estas tierras nuestra Compañía. Todo sigue un orde-
nadísimo progreso, porque no hay ninguno que confíe en su pro-
pio juicio, sino que cada uno sigue en todo lo que hace el consejo
51
de los hermanos» .

Esas reglas son desconocidas. Polanco consigna algunas en el


documento de las «constituciones que se guardan en los colegios
52
de la C o m p a ñ í a » . Pero la respuesta de Roma llegó en dos comu-
nicaciones, una dirigida al superior Wischaven y la otra al mismo
Paeybroeck.
En la carta a Cornelio Wischaven, Ignacio acusa recibo de la
correspondencia de Paeybroeck «a nombre de todos» los de esa
comunidad y manifiesta su alegría por cuanto se hace en ella. Pero
como quiere cooperar con su consejo e industria a la divina gracia
que los conduce, llama a Cornelio a Roma para conferir con él
todas las cosas. Y deja a la voluntad de Paeybroeck que vaya tam-
bién acompañándolo. Antes de salir para Roma, Cornelio reúne la
comunidad para concertarse acerca de lo que deben hacer durante
su ausencia, siguiendo las instrucciones de Ignacio:

«Si, como esperamos, prestará Dios su auxilio para que vengáis,


que todos los hermanos abran sus corazones y escriban libre-
mente su manera de pensar sobre todas las cosas de la Com-
pañía; y después que los sacerdotes celebren y todos los herma-
nos se encomienden a Dios, discutan maduramente con vos las
cosas mirando a la gloria de Dios; y después de discutidas, las
53
pongan en práctica» .

La carta de respuesta a Daniel Paeybroeck es larga y sustan-


ciosa: los exhorta a todos a la unión en el amor de Jesucristo y a la
mutua ayuda fraterna; acepta la selección que tienen para admitir
otros compañeros, usando las palabras que habría de incorporar
en el texto a de las Constituciones: «porque no quisiera que pu-
diéramos decir con verdad: has multiplicado la gente, pero no has

5 1
Litt. Quadr., I, 28-30.
52 Ver Mon. Paed.,78-84.
5 3
MI, Epp., 1,533-535.
428 AMIGOS EN EL SEÑOR

54
acrecentado la alegría» . En cuanto a las reglas que le envió, a
las que Ignacio llama «constituciones», le dice:

«Las constituciones o reglas que me enviasteis, ciertamente las


apruebo, y pienso que convienen para estos comienzos de vues-
tra congregación. Con el pasar del tiempo, la experiencia os
enseñará si hay que añadir o cambiar algo; y yo, si pienso que en
55
algo debo advertiros, lo haré con gusto» .

Ignacio, al aprobar las norma de vida que la comunidad se ha


trazado, advierte sobre su carácter provisorio. Las juzga adaptadas
para los comienzos y los invita a continuar examinando atentamen-
te todas las cosas para perfeccionarlas. El recurso a la experiencia
es lo que él mismo practicaba en la redacción de las Constitu-
ciones que estaba elaborando entonces.
Por el momento les hace dos sugerencias para corregir algo
que le parece menos conforme con el modo de proceder de la
Compañía universal:

a 3
«Entre tanto no callaré dos advertencias: 1 Lo que decís en la 4
constitución: a esta congregación no se admitan ningunos o nin-
gunas, que, etc. donde parece que tomáis también cuenta del
sexo femenino, aunque más adelante declaráis justamente que
no se pueden recibir mujeres bajo voto de obediencia, quisiera
avisaros que nuestra Compañía no admite, ni puede admitir mu-
jeres para tener cuidado de ellas... 2-, que expresáis el voto de
pobreza y castidad, pero sobre el entrar en Compañía solamente
mencionáis un propósito y no un voto... os aviso que es costum-
bre nuestra, que no queramos regir, como confiados a nuestro
cuidado, aquellos que no hayan confirmado su propósito de
56
entrar a la Compañía con un v o t o » .

Por lo demás, como en la comunidad de París, hubo también


en Lovaina un discernimiento en común y autodeterminación para
la elección de un superior, elaboración de constituciones, dirección
y aprobación de Ignacio.
De otras comunidades que se fueron formando en los primeros
años no tenemos noticia de un trabajo comunitario semejante. Para
el colegio de Coimbra, fundado en 1542, redactó Simón Rodrigues
un conjunto de reglas sobre las que escribe a Ignacio: «Las cosas

5 4
MI, Const., II, p. 133.
5 5
MI, Epp., 1,661.
5 6
MI, Epp., I, 661-662.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN... 429

de Coimbra van tanto adelante, que por más que yo os las escriba,
no las creeréis. El tiempo que allá estuve, saqué en escrito toda la
orden de la casa y regimiento y reglas para todos los oficiales que
se pueden tener, y acabé un gran cuidado por gracia de Dios.
Holgara de podéroslo mandar, para [que] lo concertaredes y apro-
baredes para más mi contentamiento; y creo que para cualquiera
57
colegio de España puede éste servir» . En Alcalá usaron los pri-
58
meros años los Avisos de N.Bto.P. Ignacio . Para Padua, donde
habían comenzado a vivir unos escolares en 1542, se dio una ins-
trucción en 1546, con normas de vida religiosa y comunitaria; pare-
ce ser la primera ordenación escrita para colegios d a d a por
Ignacio, si no es que los Avisos de Alcalá son anteriores. En
Bolonia había otros estatutos que datan de 1547-48, corregidos por
la mano de Ignacio. Conocemos también sus comunicaciones con
los escolares de Gandía. Del cuidado con que se preparó y dirigió
el comienzo del colegio de Mesina dan testimonio un gran número
de cartas que salían de Roma para Doménech y Nadal.
Gracias a estas experiencias pudo Polanco redactar hacia 1548
las «constituciones que se guardan en los colegios de la Com-
59
p a ñ í a » . Son una colección de las normas de vida que se obser-
vaban en los diversos colegios y que recogían las experiencias de
las primeras comunidades. De suerte que la autodeterminación se
hizo innecesaria y fue sustituida por una legislación enviada desde
Roma, mientras se preparaba la redacción de las Constituciones.
Pero a pesar del carácter provisional de aquellas y de que se trata-
ba de un procedimiento propio de los comienzos, una cosa queda
clara: que cuando se trató de reproducir en las comunidades prime-
ras el espíritu de los fundadores y de tomar decisiones para la vida
grupal de aquellos nuevos compañeros, se apeló al discernimiento
en común, que había sido la forma de buscar y hallar la voluntad
de Dios que engendró a la Compañía de Jesús y que echaba sus
raíces en la más genuina experiencia de los Ejercicios ignacianos.

Participación de la comunidad en la elección de superior

En las «constituciones» de los estudiantes de París había


aquella que decía: «Para mejor conservarnos en nuestra intención,
y por evitar inquietud y vacilación de mente, elegir entre nosotros
uno que nos diga las personas que debemos conversar; y sean el

5 7
Broet, 539; ver las reglas en MI, Reg.Soc.lesu, Regulae Conimbricenses, 15-
134.
5 8
Ver MI, Reg.Soc.lesu, 141-143.
59 Ver Mon. Paed., 78-84.
430 AMIGOS EN EL SEÑOR

Sr. Don Diego y Mr. Rojas juntos». La regla no es tan sencilla como
para sacar rápidamente conclusiones. ¿Cómo no pensar que fue el
mismo Ignacio quien al enviar a Diego de Eguía como acompañan-
te de los jóvenes, le había conferido alguna autoridad sobre ellos?
Entonces ¿cómo así que escriben entre sus decisiones la de elegir
quien los rija y lo escogen ellos mismos? Es probable que Ignacio
hubiera señalado a Diego como una especie de «hermano mayor».
Así lo consideraban también a él los demás, pues la Compañía
había apenas recibido la aprobación oral de Paulo III y por lo tanto
no tenía superior. Ahora bien, los cinco, reunidos para trazarse una
norma de vida, pondrían obviamente sus ojos en el sacerdote de-
signado por Ignacio y lo habrían «elegido».
1. Es Ignacio personalmente quien, a finales de julio de 1547,
encomienda por primera vez a una comunidad la elección de su
superior. Una carta a los padres y escolares de Gandía, luego de
exponerles la conveniencia y la necesidad de que haya una cabeza
«dondequiera que algún número de los de la Compañía vivan jun-
tos por algún tiempo», pasa a indicarles el modo como deben ele-
girse un superior:

«Cuanto a la elección, recogiéndoos todos los que ahí residís por


tres días, sin comunicaros unos a otros sobre lo que a la elección
toca, y los sacerdotes celebrando con especial intención de acer-
tar en ella, los otros también encomendándolo mucho a Dios N.S.
en vuestras oraciones, y todos en este tiempo pensando quién
sería más a propósito para tal cargo, no mirando otro sino el
mejor gobierno y mayor bien de esa vuestra congregación de
Gandía, a gloria y honor divino, como quien tomase sobre su con-
ciencia tal elección, y hubiese de dar cuenta de ella a Dios nues-
tro Señor el día grande, en que espera ser juzgado; así, cada uno
por sí escriba y firme su voto para el tercero día, y pónganse jun-
tos en una caja o lugar, donde nadie los toque hasta otro día; y
entonces, en presencia de todos, se saquen, y quien tuviese más
votos, aquel sea superior o rector vuestro, al cual desde agora yo
apruebo hasta tanto que de mí entendáis el contrario. Y este
modo, en tanto que no se halla profeso ninguno ahí, y en tanto
que las Constituciones se acaban de publicarse, podréis to-
60
mar» .

Después de recibir la carta, la comunidad procedió a hacer la


elección, siguiendo punto por punto lo Indicado, con tres días de
retiro, oración e Invocación del Espíritu Santo. Por unanimidad salló
elegido el P. Andrés de Oviedo. La relación de la elección, muy

6 0
MI, Epp., XII, 337.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 431

detallada, da a entender el respeto y la formalidad con la que todos


cumplieron este acto comunitario:

«Con gran concordia, amor y humildad se hizo le elección, vier-


nes, a 14 de octubre de 1547, día de San Calisto, Papa, que fue
la primera elección que se hizo en este colegio de Gandía, en la
cual todos los HH., que a la sazón eran diez, de ellos cuatro
sacerdotes teólogos y tres predicadores, nemine discrepante, die-
ron sus votos al P. Andrés de Oviedo.

...Ayudáronnos mucho en esta santa elección con sus santas ora-


ciones las Madres nuestras carísimas en el Señor Nuestro de
Santa Clara, con diez horas que tuvieron de oración mental y
Misa cantada de Trinitate, que ofrecieron a esta intención de la
elección de este colegio, y trescientas veces el himno Veni,
Creator Spiritus, y mil veces la antífona del Espíritu Santo, sin lo
demás que la caridad las mueve a rezar por nos indignos.

Plegué a su divina Bondad dar su gracia a esta elección, para que


así el Rector como los HH., hagan la voluntad de Cristo Nuestro
Señor, por cuyo amor se acepta el mando y la obediencia... y que
en las elecciones que se hubieren de hacer se guarde tanta paz y
humildad como en esta se ha hecho, quitado todo espíritu de
61
ambición y presunción por gracia de Cristo Nuestro Señor»

Las circunstancias que circunscriben esta forma de elección de


un superior son muy claras: no se han acabado de publicar las
Constituciones y en aquella comunidad no se encuentra ninguno
de los profesos, es decir, de los primeros compañeros, que son
como una presencia de la Compañía. Es, pues, un medio de elegir
provisional, destinado a desaparecer. El proceso guarda todos los
pasos de un verdadero discernimiento: en ambiente de oración y
reflexión durante tres días, sin comunicación de unos con otros
acerca de la elección; con «el ojo de la intención simple», como
piden los Ejercicios para toda buena elección: pensando quién
sería más a propósito y sin mirar otra cosa que el mejor gobierno y
el mayor bien de la comunidad, para gloria y honor divino; la serie-
dad del asunto se pondera con la perspectiva del día grande del
juicio. Finalmente, Ignacio es quien aprueba la elección de la
comunidad, salvando así el principio que establecerán las Cons-
tituciones de que en la Compañía toda autoridad desciende de la
cabeza del cuerpo total: el superior recibe su autoridad de Ignacio,

6 1
Cartas de San Ignacio de Loyola, Madrid, 1875, vol. 2, Apéndice II, pp. 473-
475.
432 AMIGOS EN EL SEÑOR

no de los compañeros que lo eligen. El método para hacer elección


Indicado en la carta es ya una forma consagrada en la práctica de
Ignacio para gobernar la Compañía. Es, en cada uno de sus pasos,
el que se utilizó para elegirlo General y el que formará el capítulo
VI de la Parte Octava de las Constituciones: «Del modo de determi-
nar cuando se trata de elección de General».
2. La misma carta de Ignacio a los dé Gandía y otra dirigida a
Antonio Araoz, sugieren que ha determinado un mismo método de
elección para la comunidad de Valencia. Sólo había pasado un
9
mes del modo de elección propuesto, cuando Araoz, el 1 de sep-
tiembre, fue nombrado Provincial para toda España, en donde las
comunidades de escolares que se preparaban para entrar en la
Compañía habían crecido rápidamente. Ignacio le pide que provea
de superiores a todas esas comunidades:

«Y lo que me parece que deba proveerse en las congregaciones


dichas es que, donde quiera que pasen de dos en número, haya
un superior y cabeza, a quien los otros, pocos como muchos,
hayan de obedecer y regirse por él, como por vos o por mí, antes
como por Jesu Xpo. S. N., por quien y a quien en todos se debe
dar obediencia...

Lo que me mueve a juzgar que sea esta constitución de superio-


res particulares necesaria y muy importante para los fines de la
Compañía, no tengo por necesario para con vos mucho exprimir-
lo, que de vuestro lo conoceréis fácilmente; pero aun podréis
haber visto en las que escribí a Valencia y Gandía sobre la elec-
62
ción asimismo de superior» .

Pero, habiendo ya en España un provincial, la manera de cons-


tituir en adelante los superiores será diferente:

«También en el modo de elegirle os declararé lo que en el Señor


nuestro siento y juzgo ser más conveniente, y es que, si tenéis
vos en cualquier lugar donde se haya de hacer superior, noticia
de alguna persona, en quien creáis haya las partes para tal cargo
más cumplidas, lo constituyáis al cual, sin que los que allí están
hayan de dar su parecer, a lo menos sin que tenga autoridad otro
63
que v o s » .

Sin embargo, en caso de que tenga duda sobre quién sea el


más conveniente, puede consultarlo con la comunidad en un dis-

6 2
MI, Epp., I, 620-621.
6 3
MI, Epp., 1,621.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.., 433

cernimiento en todo igual al utilizado en Gandía y Valencia, excep-


to que será él, no la comunidad, quien después de recibir los votos
de todos, nombre el que delante de Dios juzgue que puede desem-
peñar mejor el cargo:

«Si dudásedes quién sería más apto para tal cargo, podréis pri-
mero demandar los pareceres de cada uno de los que están en
cada lugar, los cuales ellos darán con toda puridad, escribiendo
lo que sienten sería mayor servicio de Dios N.S., y esto después
de haberse 3 días recogido para encomendar a Dios tal elección,
y celebrar los que son sacerdotes sobre ello, y pensar quién de
todos ellos sería más conveniente; y estos pareceres suyos no
los comuniquen entre sí, ni sepa uno de lo que siente otro, ni me-
nos lo mueva a una parte o a otra. Después, cerrando sus escri-
tos, os los darán o enviarán; y vos «o quien tuviere vuestro car-
go), asimismo encomendando la cosa a Dios N.S., y celebrando
sobre tal intención, nombraréis el que juzgáredes, vistos sus
pareceres, hará este oficio mejor a honor y gloria divina; y aquel
desde ahora, con la autoridad que la sede apostólica me conce-
64
de, tengo por superior, y ellos le tengan por t a l » .

No se percibe ningún temor de que la autoridad del Provincial


se debilite al dar esta forma de participación a la comunidad en la
elección, porque se trata de un discernimiento en común, fiel al
modo ignaciano de la deliberación de 1539, mediante el cual todos
colaboran con el provincial, poniendo su parte en la búsqueda de la
voluntad de Dios. Celebrando la eucaristía, orando y reflexionando
sobre las señales que Dios ha dado a través de la comunidad,
estará mejor preparado para tomar la decisión final, que Ignacio de
antemano le confirma.
3. La participación comunitaria refleja nuevos matices en otra
comunidad a la que ya nos hemos referido: el pequeño grupo de
Lovaina. El día en que comenzaron a convivir habían elegido tam-
bién como superior a Cornelio Wischaven. Pero esa elección era
temporal, en espera de que Ignacio determinara otra cosa, como
6 5
constata Polanco. Por eso Ignacio que lo había llamado a R o m a
le encargó que dejara «algún prefecto a los hermanos» durante su
ausencia, haciendo una elección: el que tuviera la mayoría de
66
votos sería el prefecto; Cornelio tendría dos v o t o s . De Cornelio
sabemos que llegó en noviembre de 1547, y que Ignacio lo dejó en
Roma como maestro de novicios.

6 4
MI, Epp., 1,621.
6 5
Ver Chron., I, 244-246.
6 6
Ver MI, Epp., I, 534.
434 AMIGOS EN EL SEÑOR

Desde un primer momento los escolares habían pedido repeti-


das veces que les enviaran un superior que conociese bien el
67
Instituto y las normas de vida de la Compañía . De común acuer-
do sugerían el nombre de Jacques Lhoost, flamenco, que se en-
contraba entonces cumpliendo una misión en Sicilia. Ignacio se
mostró de acuerdo, les prometió que haría lo posible por enviarlo y
de hecho lo mandó llamar a Roma para que se encaminara a
Lovaina como nuevo rector de los escolares. Pero entretanto surgió
un problema que nos permite penetrar un poco más en la actitud
de Ignacio con respecto a la participación comunitaria. Polanco lo
resume con detalle en una carta que envió con esta ocasión a la
68
comunidad por comisión del General . Entre agosto y septiembre
habían llegado a Roma tres o cuatro nuevas cartas procedentes de
Lovaina que sugerían otros nombres y a la vez planteaban dificulta-
des en admitir algunos puntos del Instituto. Una de ellas proponía a
cierta persona muy calificada pero que no conocía la lengua verná-
cula; otra se inclinaba por un superior español; una tercera, firmada
por Adriano Adrlaessens, que había ¡do a visitar a los escolares,
acumulaba razones para persuadir que allí no necesitaban superior
y llegaba a insinuar que no le parecía que fuesen apropiadas nin-
gunas costumbres o estatutos formales para promover la unión de
69
corazones y el aprovechamiento espiritual del g r u p o .
Ante tal variedad de pareceres, Ignacio quedó desconcertado:
«Nuestro Padre en Xto., D. Ignacio, quien por otra parte quiere en
este punto consultar lo más posible con vosotros, no puede, sin
70
embargo, formarse una opinión cierta acerca de vuestras c o s a s » .
Entre otras razones, porque suponía que Adriano, antes de escribir
su opinión, habría conversado con los escolares y por lo tanto ex-
presaba los sentimientos de la comunidad. ¿Cómo conciliar esta
actitud con el deseo de tener a Lhoost como superior y de conocer
lo mejor posible el Instituto para conformarse a él, que con tanta
seguridad habían manifestado unos meses antes?
Polanco concluye su carta diciendo: «Por tanto, a fin de formar-
se una opinión cierta y poder ayudaros a cooperar con la divina
gracia a vuestro progreso [quiere el Padre que] procuréis expresar-
le vuestro exacto parecer, firmado por todos, especialmente en lo

67 Ver MI, Epp., I, 596.


6 8
Ver MI, Epp., I, 595-597.
6 9
Ver MI, Epp., I, 596. Polanco, comentando en el Chronlcon el entusiasmo
espiritual con que procedía la comunidad de Lovaina, escribe: «sed srJritus Domini,
in eis abundans, efficiebat ut per paucis admodum regulis in offlcio continerentur»,
Chron., I, 245; lo cual ayuda a comprender mejor la opinión de Adriano.
7 0
MI, Epp., I, 596.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 435

referente al superior que ha de seros enviado, y a los institutos de


71
nuestra C o m p a ñ í a » .
Con la respuesta final que todos debieron enviar a Roma y pro-
bablemente también con la llegada de Wischaven, las cosas debie-
ron aclararse. Jacques Lhoost vino también desde Sicilia y luego
de pasar unos meses al lado de Ignacio, emprendió su viaje hacia
Lovaina. La historia tuvo, sin embargo, un desenlace imprevisto: en
Bolonia lo esperaba la muerte el 30 de noviembre de 1548. En
cuanto a la comunidad de Lovaina, encontramos que allá, entre
1549 y 1556, está de superior nada menos que Adriano Adriaes-
sens, ¡el mismo que había opinado que el grupo no necesitaba su-
perior ni reglamentos exteriores!
La situación de Lovaina es diferente a la de Gandía ya que no
se trataba propiamente de elegir superior. Ignacio era quien lo
nombraba y ellos solamente sugerían nombres. Pero permite des-
cubrir un admirable y paciente discernimiento en común por corres-
pondencia entre la cabeza de toda la Compañía y una pequeña
comunidad de estudiantes. Es impresionante la generosidad y el
cuidado de Ignacio por complacer a aquellos entusiastas jóvenes,
llegando a sacar a Lhoost de sus múltiples ocupaciones apostóli-
cas en Sicilia para enviarlo como superior; la importancia que da al
parecer de la comunidad, su interés en consultar muy bien con
ellos antes de tomar una decisión y la paciencia con que suspende
momentáneamente el nombramiento de Lhoost hasta que se forme
una idea clara sobre lo más conveniente.
4. En el nombramiento de superior para el primer colegio envia-
do a Mesina en 1548 se procedió también con un discernimiento en
común. Anteriormente advertimos el cuidado con que Ignacio pre-
paró esta misión y la consulta que hizo en toda la casa antes de
escoger los diez que había de enviar. En este ambiente de informa-
ción y de consulta se encuadra también la designación del supe-
rior: «Después señalóles N. P. un prepósito a quien obedeciesen
como a él mismo, bien que para esto demandó primero el parecer
de cada uno de los diez; y así, de común consentimiento fue Mtro.
Nadal, aunque harto contra su voluntad, constituido prepósito de
los que iban, en manera que ni él a Mtro. Hierónimo Doménech, ni
Mtro. Hierónimo a él tuviesen subordinación, antes fuesen entram-
72
bos inmediatos al General» .
Todos estos casos fueron esporádicos y debidos a circunstan-
cias especiales. Correspondían ciertamente a un momento de ela-

7 1
MI, Epp., I, 597.
7 2
MI, Epp., 11,51.
436 AMIGOS EN EL SEÑOR

boración de las Constituciones. Cuando ellas fueron promulgadas,


no establecieron nada sobre la participación comunitaria en esta
clase de nombramientos. Es el General quien pone de su mano los
provinciales, rectores de colegios y superiores de casas; y si comu-
nica a los provinciales esta autoridad, será suyo confirmarlos o
73
cambiarlos . Ha de ser así en planteamiento global de las Cons-
tituciones porque la autoridad y la subordinación son clave de la
unidad y buen gobierno de la Compañía. Pero si jurídicamente no
ha quedado nada sobre la intervención de las comunidades en la
escogencia de su superior, una cosa es clara en la mente de Ig-
nacio: que la autoridad no sufre si se consultan los pareceres; más
aún, tal forma de consulta sintoniza muy bien con otros principios
de la carta constitucional: la conveniencia de que el superior tenga
abundante información y la pondere delante de Dios antes de to-
mar una decisión Importante; y el deseo de que el superior sea per-
sona de crédito y autoridad, que inspire entre sus hermanos la con-
fianza de que sabe, quiere y puede gobernarlos bien.
5. Un ejemplo personal de Ignacio, que sucede ya en 1554, es
la elección de Jerónimo Nadal como Vicario suyo. Las razones que
movían a los «deputados para la consulta de las cosas universales
de la Compañía» a proponerle que eligiese una persona que tuviese
sus veces y autoridad, las expone Polanco: darle más ayuda y ali-
vio, por la multiplicación de los negocios debida al aumento de la
Orden y por las muchas y casi continuas Indisposiciones del Padre,
74
«con las cuales lo más del tiempo está en la cama todo este a ñ o » .
Las Constituciones preveían un vicario o coadjutor para casos
de enfermedad del General. Pero mientras los textos a y A determi-
nan que su elección la haga la Compañía reunida en congregación,
el texto autógrafo abre las posibilidades distinguiendo dos casos: el
de «inutilidad total para el gobierno de la Compañía», sin esperan-
za de mejoría, como por haber perdido el uso de la razón o por
enfermedad Incurable y grave, y el de enfermedad que no sea tal
como para perder la esperanza de una recuperación. Para el pri-
mer caso dice: «Véase si debería elegirse un Vicario que tenga la
autoridad entera, aunque no el nombre de Prepósito General en
cuanto viviere el antiguo; y pareciendo así a más de la mitad, habrá
75
de h a c e r s e » . Para el segundo caso establece: «podría ponerse
un Vicario sin Congregación General por el mismo Prepósito, que
hiciese su oficio totalmente hasta que convaleciese, y entonces
76
cesará la autoridad que antes le habrá d a d o » .

7 3
Ver Const., 740, 7 4 1 , 757, 758.
7 4
Ver MI, Epp., VIII, 42.
7 5
Const., 786-787. Modificado por las Normas Complementarias 366 &2-4.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 437

Conforme a esto los padres representaron al General que «pa-


recería conveniente que eligiese una persona que tuviese sus
77
veces y autoridad en toda la C o m p a ñ í a » . Ignacio, en lugar de
elegirlo personalmente como era su derecho, prefirió remitirse a la
Compañía. Y dio a esta elección una amplitud mayor que la previs-
ta en las Constituciones: «Mandónos juntar a todos los sacerdotes
78
que nos hallábamos en Roma, fuera de dos o tres novicios» . Y
quiso también que los coadjutores temporales tuvieran un modo
indirecto de participación: «los legos por otra parte se juntaron para
elegir entre los sacerdotes cuatro electores, a quienes se remitie-
79
s e n » . La elección fue precedida, como era ya costumbre, por tres
días de oración, celebrando los sacerdotes por esa intención, infor-
mándose mutuamente y después escribiendo el propio voto cada
uno. El día de todos los Santos se juntaron treinta y cuatro sacer-
dotes y «hallamos 32 o 31 uniformemente elegir a Mtro. Nadal; y
80
así N. P. confirmó la elección» . Nadal recuerda esta elección en
sus efemérides: «Quiso el P. Ignacio elegirme Vicario para ayudar-
le en el gobierno a causa de su mala salud. No sé si manifestó su
voluntad a los que reunió. Esto sé: que convocó a domésticos y
colegiales, a todos los sacerdotes y a los laicos domésticos, para
que dando sus votos eligieran uno que hiciera las veces del Padre
y le ayudara: todos los sufragios (si bien me acuerdo) me eligieron.
Presidió la reunión Bobadilla a quien excluyó el P. Ignacio de voto
81
pasivo» .

Discernimiento y consulta en la casa romana


bajo San Ignacio

Al hablar de las misiones del superior en la Parte Séptima de


las Constituciones, tuvimos ocasión de analizar varios casos de
consulta comunitaria promovidos por Ignacio: acerca de si tomar o
no la inquisición, sobre los profesos para la mesa del Papa, sobre
la misión de Etiopía. También cuando tratamos del envío de cole-
gios referimos la consulta a toda la casa que precedió la designa-
ción de los diez enviados a Mesina. Pero en todas estas ocasiones
se trataba de la responsabilidad del General en el uso de su facul-
tad misiva, que las Constituciones tanto le encarecen.

7 6
Const., 787.
7 7
MI, Epp., VIII, 42.
7 8
MI, Epp., VIII, 42.
7 9
MI, Epp., VIII, 43.
8 0
MI, Epp., VIII, 43.
8 1
Nadal, 11,31-32.
438 AMIGOS EN EL SEÑOR

Gracias a Goncalves da Cámara sabemos que en 1555 el


General practicaba el sistema de consultas comunitarias en mu-
chos otros negocios y con gran frecuencia. El Memorial abunda en
alusiones a ese tipo de discernimientos y a los asuntos resueltos a
82
través de e l l o s .
La manera como disponía los negocios la describe Goncalves
escuetamente: «Suele Nuestro Padre ser tan constante en todas
las cosas que emprende, que hace espantar a todos. A mi enten-
der las causas de esto son: la primera, porque considera mucho las
cosas antes que las determine; la segunda, porque hace sobre ello
mucha oración y tiene lumbre de Dios; la tercera, porque ninguna
cosa que toque a particulares, hace sin oír los pareceres de aque-
llos que entienden en ello, los cuales pide en las más cosas, si no
83
es en algunas, en las cuales tiene plena cognición» .
Sobre otros asuntos en los que no tenía suficiente claridad,
comenta el Memorial: «Suele también remitirse muchas veces en
otras en que no tiene pleno conocimiento, dando algunos universa-
84
les [limitándose a expresar algunas consideraciones generales] .
Con frecuencia remitía al juicio de seis profesos la resolución de
casos, como cuando había algunos novicios tentados o perturba-
dos con Ilusiones. Se trataba de tipos de consulta en los que él no
participaba y se contentaba con sugerir su opinión, con poner su
firma junto a la de los demás consultados, aunque a veces cambia-
85
ba totalmente o modificaba lo acordado por la c o n s u l t a . Tenía
también otras consultas en las que estaba presente, todos los días
después de comer, para resolver los asuntos ordinarios: «Solía
Nuestro Padre Ignacio comer en un cuarto contiguo a aquel en que
dormía; comían con él los padres con quienes consultaba los nego-
cios de la Compañía, los cuales eran en el tiempo en que yo estuve
allí, los padres Laínez, Salmerón y Bobadilla, cuando estaba en
Roma; Nadal, Polanco, Madrid y yo, que residíamos en la casa;
Olave y Fruslo, que muchas veces venían de los colegios a casa; y
Ribadeneira, a quien N.P. algunas veces mandaba llamar del cole-
86
gio donde e s t a b a » .
El modo que se observaba en estas consultas es simpático y
curioso: «Todos los días, acabando de comer, así al almuerzo
como a la cena, el hermano que levantaba la mesa ponía en ella

8 2
Ver Memorial, nn. 67, 127-129, 142, 163, 169, 185, 224, 232, 237, 239, 249,
273, 282-283, 297, 309-310, 317, 331-335, 366, 368, 380-382, 397, 402-403.
8 3
Memorial, n. 282.
8 4
Memorial, n. 282.
8 5
Ver Memorial, nn. 127,129, 224, 278, 402.
8 6
Memorial, n.185.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 439

un reloj de arena de una hora de duración; y cuando había que


continuar un negocio que se había comenzado a tratar antes, ponía
juntamente como señal de eso, una naranja. Traían todos los pa-
dres de la consulta sus papeles, donde apuntaban lo que nuestro
Padre quería que se decidiese sobre un negocio. Preguntaba luego
por orden a cada uno, no tratando nunca más que una sola cosa. Y
así estaba oyendo y respondiendo a todos, hasta que el reloj aca-
baba de correr. Y acabada la hora, se levantaba y daba fin a la
87
consulta» . A veces acompañaba a la consulta la oración de todos
los de la casa, que era la manera como participaba la comunidad
en la búsqueda de la voluntad de Dios sobre algún asunto más
importante.
Sin embargo, estas formas de consulta no eran verdaderamen-
te un discernimiento comunitario, sino la institucionalización del
consejo de Ignacio para su gobierno como General y como supe-
rior de la casa y colegios de Roma. Consultaba ordinariamente al
grupo de personas de confianza que le servían como consejeros.
Pero vemos que en algunas ocasiones ampliaba la consulta a otros
miembros de la comunidad, particularmente cuando necesitaba
informarse más completamente sobre negocios en los que otros
tenían competencia.
En cierta ocasión habían solicitado en la portería de la casa
romana un confesor para atender a un moribundo; tardaron un
poco en encontrarlo y cuando el sacerdote llegó ya había fallecido
el enfermo. Lo sintió mucho Ignacio «y mandó que se hiciese con-
sulta de todos los sacerdotes para poner remedio a esto en lo por-
venir, de modo que fuera inmediatamente el confesor cuando llega-
88
se alguien con un recado semejante» . En otra ocasión la consul-
ta de la casa de Roma y el colegio fue para determinar cómo de-
bían tratarse entre sí los de la Compañía; él se limitó a hacer algu-
na sugerencia. Repetimos aquí lo que ya conocemos: «Al Padre no
le parece bien que se llamen Padres ni Hermanos; porque así
como le parece bien no tener más hábitos diferentes, lo mismo
debemos de seguir en el modo de hablar. Manda que se haga con-
sulta para hallar medios cómo se hablará decentemente, y esto sea
tanto aquí en casa como en el colegio y se refiera al Padre. Y toca-
ba [proponía] su reverencia que se podía decir: uno de los nues-
tros, uno de la Compañía, un sacerdote, un laico; y lo demás por
89
sus n o m b r e s » . Antes de instituir el oficio de síndicos (para descu-

8 7
Memorial, n.169.
8 8
Memorial, n. 224.
8 9
Memorial, n.142.
440 AMIGOS EN EL SEÑOR

brir lo que andaba mal en casa), dice Nadal que usó gran modera-
ción y «quiso hacer congregación (para lo proponer) de todos los
de casa, y todos una voce lo quisieron, excepto un buen viejo que
90
no miraba bien la c o s a » .
Un caso singular de discernimiento comunitario fue una consul-
ta a los novicios por el ministro de la casa en 1551:

«El jueves de la semana santa, que era 26 de marzo del año


1551, yo Bernardo Oliverio, ministro indigno, por orden de nues-
tro R. P. Mtro. Ignacio, hice congregar todos los infrascritos her-
manos al refectorio, después del almuerzo, y pregunté a cada
uno de ellos que me dijese en conciencia (en seguida si se en-
contraban decididos o si no el otro día) lo que sentía sobre los
tonos [fórmula usada para ejercitarse en la predicación]: es decir,
si sentía que el predicar los tonos le hiciese daño al ánima o más
bien utilidad. A lo cual cada uno me respondió enseguida, sin
91
querer esperar al día siguiente, como está escrito a q u í » .

Siguen los nombres de 31 novicios con sus respectivas opinio-


nes. ¡Todos respondieron unánimes que encontraban útiles los
tonos; algunos no hallan palabras para ponderarlos, otros son más
sobrios, solamente tres los encuentran útiles únicamente porque se
mortifican cuando los dicen!
Todas estas consultas y discernimientos sobre asuntos menos
Importantes muestran la existencia de una práctica comunitaria,
precisamente en un momento en que la consulta de unos pocos
consejeros se iba Institucionalizando, así como la flexibilidad con
que Ignacio utilizaba las estructuras que estaba estableciendo. Los
ejemplos aportados por Goncalves da Cámara son sólo una foto-
grafía de cómo procedían las consultas en 1555, el año anterior a
la muerte de Ignacio.
Monumenta Ignatiana recoge tres cuadernos de notas con el
título de «Constituía et Annotata», que testimonian las consultas y
deliberaciones que tuvieron los primeros compañeros en prepara-
ción de las Constituciones y de la Bula de Julio III, entre 1544 y
92
1 5 4 9 . Terminan con algunas conclusiones acerca de la consulta
que nos completan este estudio.

- «El superior según mayores o menores dubitaciones en las


cosas que a su cargo consisten, debe haber mayor o menor

9 0
Pláticas espirituales en Coimbra, 204.
9 1
MI, Epp., XII, 686-688.
9 2
Ver MI, Const., I, pp. 186-219.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 441

recurso a los que le son hermanos y hijos in Domino.- «Affirma-


tive». Alguna palabra se podría de aquí sacar, mas la sustancia
está en las Constituciones.

- Y cuanto más y más dificultad sintiere, tanto con más personas


o con todas las que se hallaren juntas en la casa, debe conferir y
tratar los tales dubios, según las ocurrencias sucedieren, hacien-
do hacer oración en la casa y celebrando todos los sacerdotes o
los que parecieren ser convenientes por algunos días más o
menos según el dubio y la importancia pareciere ser mayor o
menor; y así celebrando y haciendo oración según que para ello
son llamados y ordenados, con toda simplicidad, puridad y cari-
dad llegándose a Dios nuestro Señor cuanto el Spíritu Santo les
diere gracia para ello, debe cada uno de ellos (mirando el solo
servicio, alabanza y gloria de la su divina majestad) escribir su
parecer o sentir en el Señor nuestro, y aquel sigilado «o simple-
mente cerrado» (sin dar a entender «a persona alguna») debe
dar a su superior, o diciéndole de palabra, según que le ha sido
ordenado en el Señor nuestro a mayor gloria de la su divina bon-
dad. «Affirmative».

- Después que el superior leyere los tales escritos o entendiere


los tales pareceres, apartadas todas mociones que pasión alguna
le pueden mover, debe hacer recurso a su Criador y Señor repre-
sentando los tales pareceres y deponiendo el suyo propio (si
alguno tuviere) no buscando ni queriendo otra cosa que su mayor
gloria y alabanza en todas las cosas, y según aquello debe hacer
conforme su conciencia, la determinación que en el Señor nues-
tro sintiere y le pareciere ser mejor, a mayor alabanza y gloria de
93
la su divina majestad.- «Affirmative» -

Progresiva institución de la consulta

Hemos citado ampliamente el texto anterior porque lo conside-


ramos muy importante para confirmar la intención de Ignacio, de
los primeros compañeros y el espíritu latente en las Constituciones
sobre el sentido de la participación comunitaria en la toma de deci-
siones. Aunque estos textos no pasaron al cuerpo de ellas, «la sus-
tancia está en las Constituciones», como lo anotaron en el docu-
mento citado. También indica cómo desde muy pronto se comenzó
a buscar la manera de integrar en la estructura jerárquica de la
Compañía la rica experiencia de discernimiento comunitario que la

9 3
MI, Const., I, pp. 218-219.
442 AMIGOS EN EL SEÑOR

había engendrado. Este precioso instrumento no podía dejarse de


lado, así no más. Y no solamente quisieron incorporar la práctica
misma del discernimiento y participación comunitaria, sino también
el estilo y las condiciones que aseguran su autenticidad.
En los comienzos, la deliberación comunitaria se convirtió en el
camino habitual para resolver todos los asuntos y dificultades de la
comunidad que se abría a la vida. Un grupo cohesionado vigorosa-
mente por la amistad y un propósito común, pero aún sin proyectos
de futuro claramente definidos, sin superior, enfrentado continua-
mente a situaciones nuevas e imprevistas que cuestionaban su
Identidad, se fue modelando gracias a esta práctica de buscar en
común el designio de Dios sobre su vida y su trabajo. A medida
que van recogiendo sus experiencias en documentos provisorios y
que la autoridad de la cabeza y la subordinación van encontrando
un muy bien ordenado ejercicio del gobierno de la Compañía, la
participación comunitaria en la preparación y toma de decisiones
se va debilitando. Lo interesante es que no se hubiera querido
prescindir totalmente de aquel instrumento tan eficaz, que a la vez
protegía a los superiores contra la tentación de gobernar solos, sin
el «mayor o menor recurso a los que le son hermanos y hijos in
94
Domino» .
Poco a poco se opta por la fórmula de expresar esa consulta
comunitaria a través de grupos menores de consejo. Ya observa-
mos en las instrucciones para la misión un proceso de evolución en
tal sentido. Los nuncios en Irlanda resuelven muchas cosas en
común, pero se gobiernan en lo temporal por Francisco Zapata.
Para la misión de Alemania en 1549 se establece ya una relación
consulta-autoridad: «Sean solícitos todos los hermanos en pensar
por sí mismos y excogitar lo que parezca oportuno para la conse-
cución de estos fines y para conferirlos entre sí; el superior, des-
pués de haber oído a los demás, decida lo que se debe hacer u
95
o m i t i r » . Esta norma se repite para los que van al nuevo colegio
de Loreto en 1554: «Tenga el rector consejo de tres... para consul-
tar las cosas dubias que ocurran, pero quedando en él la resolu-
9 6
c i ó n » . Así también en las Instrucciones para el patriarca de
Etiopía, para el rector de Colonia, para el de Ñapóles.
Sin embargo, como se ha visto, Ignacio procede con gran flexi-
bilidad, adaptándose a las circunstancias diversas de regiones y de
superiores. A Diego Mirón en 1553 le indica que se hagan 5 o 6
profesos en Portugal y le sugiere la práctica para escogerlos:

9 4
MI, Const., I, p. 218.
9 5
MI, Epp., XII, 241-242.
9 6
MI, Epp., VIII, 92.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 443

«Cuanto al modo de escoger estos cinco o seis profesos, ocurrían


a N.P. diversos medios: uno era que los que han acabado sus
estudios todos hiciesen profesión, presupuesta la probación de su
vida que se requiere. Otro era que allá se juntasen todos los que
han estado cinco años en la Compañía, y que a más votos de los
tales se escojan estos profesos. Otro, que se tomasen votos sola-
mente de los sacerdotes. Otro, de los que son de la facultad de
teología. Otro, de los que han acabado sus estudios, y que entre sí
escojan a más votos estos cinco o seis. Finalmente parecía más a
propósito que se les propongan estos medios allá y que miren ellos
con cual de ellos sería mejor escoger, o se remitan a los que más
entienden de esta cosa, para que tomen uno de estos medios... y
pues allá saben mejor las circunstancias, N.P. se remite, con decir
97
esto absolutamente: que se hagan 5 ó 6 profesos» .

Aquí tenemos una muestra de colaboración entre superior y co-


munidad en una función que corresponde al General, como es la
de admitir a profesión. Las varias posibilidades sugeridas apuntan
todas a diversos modos de consulta comunitaria más o menos
reducida, en los que Ignacio se remite confiadamente a lo que deci-
dan quienes «saben mejor las circunstancias».
Su actitud con Javier, en el mismo asunto de escoger cinco o
seis profesos en las Indias, es diversa. Ignacio confía plenamente
en el conocimiento que tiene Javier de los miembros de la Com-
pañía allá: «También nuestro Padre ordena que V.R., antes de ve-
nir por acá a Europa, deje algunos profesos por allá hasta 5 o 6, los
que parecieren a V.R. más ¡dóneos... pues los conoce de cerca,
verá quiénes deban ser; y si pareciese conveniente que pasaran de
6, N. P. no cierra la puerta, antes el número y la elección de las
98
personas remite a la discreción que Dios N. S. dará a V . R . » .
Durante ese mismo año de 1553 se dan pasos de institucionali-
zación de la consulta especialmente en misiones. Cuando Polanco
escribió a Javier para sugerirle dos cosas «que se halla por expe-
riencia en estas partes muy útiles, antes necesarias», una era la
del colateral, la otra «que los dichos prepósitos y rectores tengan
algunas personas, de las más maduras y discretas, deputadas para
consejo, con las cuales debe consultar las cosas de alguna impor-
tancia que trata; y ellos también, para aliviar al rector o prepósito,
entre sí deban convenir y tratar y ventilar las cosas que piden con-
sulta, y después al superior se propone lo que sienten y él se deter-
99
mine, habiéndolos oído, en lo que juzgue m e j o r » .

9 7
MI, Epp., V, 138.
9 8
MI, Epp., V, 267.
9 9
MI, Epp., V, 165.
444 AMIGOS EN EL SEÑOR

A Manuel Nóbrega, primer provincial de Brasil, se le dan tam-


bién estas instrucciones: «Y ahora los rectores tengan colaterales,
ahora no, será bien que les asignéis, según la importancia y dificul-
tad de las obras en que entienden, alguna o algunas ayudas para
consejo. Y tomadlas vos también para vos, escogiendo (como usa-
mos por acá) algunos de los más Inteligentes y de mayor confianza
100
por c o n s e j e r o s » .
El año 1954 Polanco deja la memoria de una consulta con pro-
puestas sobre la manera de ayudar a Ignacio en su trabajo como
General, superior de la casa romana y supervisor de los colegios
romano y germánico. Para lo universal se propone nombrar cuatro
asistentes o consulta general, según las Constituciones. Para la
casa se sugiere que el ministro provea «en lo que fuese cierto que
es la mente del Padre», y si hay alguna duda, que lo consulte con
Polanco; y si a los dos les parece que debe llevarse el asunto a
otros de la casa o de la consulta general, o inmediatamente a
Ignacio, que lo hagan. Para el colegio, que Olave (superintendente)
resuelva por sí ayudándose de Manare (rector) y de otros dentro
101
del colegio, de la consulta, o de fuera de e l l a .
Lo más Interesante es la razón que se da para justificar la
necesidad de la consultas: «siendo esto ahora tan necesario, cuan-
to nunca lo será, por lo mucho que hay que consultar en estos prin-
102
cipios de la C o m p a ñ í a » .
Finalmente, en 1556, encontramos una carta a Manare, ahora
rector en Loreto, en la que se le ordena formar una consulta de cua-
tro personas para el colegio, y añade: «Esto también ha dado oca-
sión a N. P. de ordenar lo que no se había ordenado hasta ahora,
esto es, consulta de cuatro, al modo que aquí en Roma se usa en el
colegio, y también en otros colegios grandes... y a ellos [los consul-
tores] deben hacer recursos los particulares, o a uno de ellos; y des-
pués de que una vez a la semana se congreguen, la resolución de
las consultas será siempre en el rector, aunque se ayudará del
103
parecer de los cuatro d e p u t a d o s » . Podemos decir que es el últi-
mo paso, en vida de Ignacio, hacia la institución de la consulta, con
reuniones semanales y funciones más precisas, como sistema regu-
lar para ayuda de los superiores en la Compañía;
Son éstas algunas líneas más prominentes, eslabones en el
proceso de evolución de la deliberación comunitaria hacia el siste-

1 0 0
MI, Epp., V, 182-183.
1 0 1
Ver Pol. Compl., 1,100-105.
1 0 2
Pol. Compl., I, 83.
1 0 3
MI, Epp., XI, 178.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN... 445

ma de consultas. En ellas, los consultores no actúan propiamente


como representantes de la comunidad sino como ministros del su-
perior. Pero se formaliza el deseo de que éste se apoye en sus
hermanos para tomar las decisiones más importantes y difíciles. En
una comunidad apostólica, esta forma de consultas resulta lo más
conveniente para garantizar la agilidad del cuerpo. De la misma
manera que no conviene que la Congregación General se reúna
muy a menudo, porque el Superior General, con la comunicación
que mantiene con toda la Compañía, y con la ayuda de sus conse-
jeros, excusará este trabajo y distracción a la Compañía, no parece
tampoco expediente que las comunidades provinciales o locales
tengan que juntarse frecuentemente a deliberar, en una especie de
sistema capitular que entorpecería su libertad de movimiento en el
servicio apostólico. Los superiores, ayudados por sus consejeros,
dispensarán ordinariamente esta distracción a los operarios apos-
tólicos.
Si, como dice Polanco, aquellas consultas comunitarias tenían
especial sentido y aun necesidad, en los comienzos de la Com-
pañía, una razón análoga se puede aplicar siempre que la renova-
ción y adaptación de la Orden a los nuevos desafíos de la Iglesia y
del mundo planteen interrogantes y caminos de experimentación,
sea a las comunidades locales, a las provincias o al cuerpo univer-
sal de la Compañía. Manteniendo la decisión en manos del supe-
rior, esta ayuda fraterna en busca de un servicio divino más eximio,
enriquece y complementa sus decisiones, porque la cabeza lo es
tanto más cuanto más intrínsecamente se une y se comunica con
sus miembros.

II. De cómo se conservará y aumentará


todo este cuerpo en su buen ser

La Parte Décima de las Constituciones, en su concisión -trece


artículos sin división de capítulos- es la síntesis y conclusión de
todo el texto constitucional. Hemos aludido a la admirable articula-
ción de las tres últimas Partes: la comunidad, trabada con fuertes
vínculos de comunión, pero que se experimenta frágil en el mo-
mento de dispersarse, se convierte en cuerpo durable al tomar una
cabeza que la mantenga unida y bien regida; y ese cuerpo se con-
serva y crece en su buen ser con la colaboración de todos a la gra-
cia divina, para la eficaz realización de su fin: la mayor gloria y ala-
banza de Dios y el aprovechamiento de los prójimos. Comunión,
autoridad, conservación y aumento del cuerpo apostólico.
446 AMIGOS EN EL SEÑOR

Como Parte final, es el punto hacia el que las demás Partes


convergen, el compendio de lo que Ignacio y los compañeros que-
rían al redactar constituciones:

«Y aunque lo primero y que más peso tiene en nuestra Intención


sea lo que toca al universal cuerpo de la Compañía, cuya unión y
buen gobierno y conservación en su buen ser a mayor gloria divina
principalmente se pretende, porque este cuerpo consta de sus
miembros y ocurre antes en la ejecución lo que toca a los particula-
res, así en admitirlos como en aprovecharlos y dividirlos por la viña
de Cristo nuestro Señor, se comenzará de aquí con la ayuda que la
Luz eterna se dignará comunicarnos para el honor y alabanza suya.

Suele ser conveniente modo de proceder de lo menos a lo más


perfecto, en especial para la práctica, siendo lo primero en la eje-
cución lo que es último en la consideración, que del fin desciende
a los medios. Y así se procede en diez Partes principales, a las
104
cuales se reducen todas las Constituciones .

El contenido de esta última Parte es, pues, una recapitulación


de todo el texto constitucional, que entresaca brevemente de las
diversas Partes lo que contribuye más a la consolidación de la
105
unión del cuerpo universal y a su conservación y a u m e n t o . Y
como se trata de un cuerpo apostólico cuyo centro de gravedad no
cae sobre sí mismo, su «buen ser» no se pretende como fin en sí
mismo, sino como medio de promover el fin propio de la Compañía.
Su lectura, más que a la manera de un epílogo, debe hacerse
como una repetición en el lenguaje ignaclano de los Ejercicios, que
retoma los contenidos fundamentales «notando algunas partes más
principales, donde haya sentido algún conocimiento, consolación o
106
desolación o mayor sentimiento espiritual» . Así lo haremos no-
sotros, volviendo sobre lo que hemos venido concluyendo parcial-
mente en cada capítulo, para rehacer el camino de Ignacio y los pri-
meros compañeros en su proceso de modelar cuidadosamente la
Compañía como una comunión en la dispersión misionera, y en su
trabajo de expresarla y perpetuarla en las Constituciones.
Lo primero es volverse a Jesucristo, origen y centro de la voca-
ción personal de cada jesuita, autor y conglutinante - e s palabra de
Ignacio- de toda la Compañía.

1 0 4
Const., 1 3 5 , 1 3 7 .
105 ver la introducción de Elias Royón, S.J., a la Parte décima en Cons-
tituciones de la Compañía de Jesús, colección MANRESA, n° 12, pp. 335-344.
1 0 6
EE., 62, 118.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 447

¿Cómo conservar, mantener en su buen ser y desarrollar este


cuerpo apostólico? «La Compañía, que no se ha instituido con me-
dios humanos, no puede conservarse ni aumentarse con ellos, sino
1 0 7
con la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor n u e s t r o » .
Como en la contemplación para alcanzar amor, un recuerdo agra-
decido, lleno de confianza; un memorial del beneficio recibido.
Los compañeros tienen la inquebrantable convicción de que su
historia es creación del Espíritu de Jesús, que les fue abriendo
camino, conduciéndolos hacia donde no sabían. Al sentarse a deli-
berar en las noches de la primavera de 1539, esta conciencia actuó
como una elección de primer tiempo: no podían deshacer la unión
y congregación que Dios había hecho, debían confirmarla y esta-
blecerla más. El Proemio de las Constituciones se abre con esta
convicción: «La suma sapiencia y bondad de Dios nuestro Criador
y Señor es la que ha de conservar y regir y llevar adelante en su
santo servicio esta mínima Compañía de Jesús, como se dignó
108
c o m e n z a r l a » . Y la Décima Parte cierra el conjunto con una reite-
ración: «es menester en El solo poner la esperanza de que El haya
de conservar y llevar adelante lo que se dignó comenzar para su
109
servicio y alabanza y ayuda de las á n i m a s » .
Expresado así el misterio profundo de su «amistad en el Se-
ñor», como un don totalmente gratuito, el primer medio para con-
servar este don «será de las oraciones y sacrificios que deben
hacerse a esta santa intención» regularmente en todas partes
donde reside la Compañía. El texto a añadía: "aunque cada día
110
todos deban hacer tal o r a c i ó n » .
En consecuencia, para conservar el cuerpo y el espíritu de la
Compañía y conseguir su fin apostólico, «/os medios que juntan el
instrumento con Dios y le disponen para que se rija bien de su divi-
na mano, son más eficaces que los que lo disponen para con los
1 1 1
h o m b r e s » . La Compañía, con su cabeza y cada uno de sus
miembros, se contempla aquí bajo la figura de un «instrumento»,
e n t e r a m e n t e disponible para dejarse manejar por «su divina
mano», bajo el dinamismo del Espíritu. Es la interpelación del
evangelio a permanecer unidos con Jesús para dar fruto. Bondad,
virtud, especialmente la caridad y pura intención del divino servicio,
familiaridad con Dios, celo sincero de las ánimas, «sin otro alguno
interés».

1 0 7
Const, 812.
1 0 8
Const, 134.
1 0 9
Const, 812.
1 1 0
MI, Const, II, 252.
1 1 1
Const, 813.
448 AMIGOS EN EL SEÑOR

Puesto este fundamento, adquieren todo su valor y eficacia los


medios naturales «que disponen el Instrumento de Dios nuestro
Señor para con los prójimos» y ayudarán para la conservación y
aumento de todo el cuerpo apostólico. Son la manera de cooperar
con la divina gracia, porque Dios «quiere ser glorificado con lo que
El da como Criador, que es lo natural, y con lo que da como Autor
112
de la gracia, que es lo sobrenatural» . El texto enumera aquí el
estilo de servicio misionero propio de la Compañía descrito en la
Fórmula del Instituto: doctrina fundada y sólida, modo de proponer-
la al pueblo en sermones y lecciones, forma de tratar y conversar
con toda clase de personas.
Se piensa luego en los colegios, cuyo cuidado y disciplina se
confía a la Compañía profesa, que no puede buscar ningún interés
temporal con ellos, y que por ser un seminario de la Compañía
importa tanto conservar y mantener en su buen ser para garantizar
1 1 3
el aumento de todo el cuerpo «a la larga», como dice el texto a .
A continuación se advierten tres peligros contra la unión y con-
servación de la Compañía, que es preciso precaver con exquisito
cuidado: la avaricia, la ambición y la admisión de «turba». Las
Constituciones apelan, sin decirlo explícitamente, a la meditación
de dos banderas: al seguimiento de Jesús pobre y humilde, contra
los engaños e incitaciones del mortal enemigo de nuestra humana
natura, tentando de «codicia de riquezas, vano honor del mundo y
114
crecida s o b e r b i a » . Para conservarse en su buen ser, la Compa-
ñía tiene que estar asentada sobre el seguimiento de Jesús en dos
sólidas virtudes: la pobreza y la humildad.
La pobreza es presentada como «baluarte de las religiones,
que las conserva en su ser y disciplina y las defiende de muchos
enemigos». «El demonio procura deshacerle [el baluarte o protec-
ción] por unas o por otras vías». Vuelve a insinuarse la meditación
de las banderas: «pedir conocimiento de los engaños del mal cau-
115
dillo y ayuda para dellos me g u a r d a r » . Por eso todos se deben
empeñar para que «se destlerre muy lejos toda especie de avari-
cia, no admitiendo rentas o posesiones algunas o salarios por pre-
dicar o leer o por misas o administración de sacramentos o cosas
116
e s p i r i t u a l e s » . Ante todo, mantener pura la gratuidad de minis-
terios establecida en la Fórmula del Instituto y llevar una vida

1 1 2
Const., 814.
1 1 3
MI, Const, II, p. 253; Const, 815.
1 1 4
EE., 142.
1 1 5
EE., 139.
1 1 6
Const, 816.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN. 449

comunitaria pobre y austera, como hemos visto en el capítulo sép-


timo.
Excluir de la Compañía con grande diligencia la ambición,
«madre de todos los males en cualquiera comunidad», es también
de suma importancia para perpetuar su buen ser. Las Consti-
tuciones son rigurosas en este punto. Hay que cerrar la puerta a
pretender dignidad o prelación alguna, directa o indirectamente,
dentro o fuera de la Compañía. El servicio al prójimo, debe ser
117
«conforme a nuestra profesión de humildad y b a j e z a » . El «aba-
jarse» para parecer e imitar más actualmente a Jesucristo, tan
arraigado en el corazón de la naciente Compañía como fruto de los
Ejercicios, tiene especial relación con las instancias que se hacían
«por tantas vías para hacer tomar obispados a personas de la
118
C o m p a ñ í a » . En tiempo de Ignacio se quiso hacer obispos a va-
rios de los primeros compañeros: a Jayo, Laínez, Broet, Bobadilla,
119
Rodrigues .
Ignacio estaba convencido de que aceptar estas dignidades
«daría en tierra con la Compañía», porque atacaba características
esenciales de la comunidad: el espíritu de «bajeza» y sencillez en
el servicio, la libertad apostólica para discurrir por unas partes y
otras, la edificación y buen odor que daba con su estilo de trabajo,
la inspiración que recibían los jóvenes para seguir el modo de pro-
ceder de los primeros, «tan ajeno de codicia». Estas fueron las
razones de más fuerza que expuso a D. Fernando, rey de romanos
y al mismo Pontífice cuando trató de evitar el episcopado de
Trieste para Claudio Jayo:

- «Esta Compañía y los particulares de ella han sido juntados y


unidos en un mismo espíritu, es a saber, para discurrir por unas
partes y otras del mundo entre fieles y infieles, según que nos
será mandado por el Sumo Pontífice; de modo que el espíritu de
la Compañía es en toda simplicidad y bajeza pasar adelante de
ciudad en ciudad, y de una parte en otra, no atacarnos a un parti-
cular lugar... y así, si saliésemos de nuestra simplicidad, sería en
todo, deshaciendo nuestro espíritu, deshacerse nuestra profe-
sión, la cual deshecha, la Compañía sería del todo derrocada».

- «En esto se ofendería mucho al bien de las ánimas y al prove-


cho universal del prójimo; porque a la postre Mtro. Claudio [Jayo]
no podría ayudar más ánimas que las que tuviere en su obispa-

1 1 7
Const, 817.
1 1 8
Const, 818.
1 1 9
V e r F N , 11,371.
450 AMIGOS EN EL SEÑOR

do, aceptándolo; mas no siendo así, podría por muchas ciudades,


provincias y reinos hacer gran fruto en el Señor; porque si en una
parte no se recibe la palabra de Dios, en otra es muy bien sem-
brada y da ciento por uno».

- «Como nosotros seamos hasta ahora sólo nueve profesos, y de


siete años a esta parte, a cuatro o a cinco de la Compañía
habiéndonos ofrecido diversos obispados, hemos sido en refutar-
los; ahora, si alguno lo aceptase, otro sería en hacer lo mismo y
así siguiendo los otros, hasta no quedar ninguno; de modo que,
además de perder nuestro espíritu, sería en todo ruina de la
Compañía, y así por lo menos se perdería lo más».

- «SI alguno de nosotros tomase obispados, mayormente en los


tiempos de ahora, donde la Compañía y los particulares de ella
están donde quiera que hayan peregrinado, en tan buena estima-
ción y odor, con tanta edificación de las ánimas, tornaría todo en
tóxico, en desedificación y escándalo de las de los que nos aman
y se aprovechan en espíritu, y mucho sentimiento de los que son
indiferentes y deseosos de aprovechar, mucha desedificación y
escándalo de otros que no sienten bien de nosotros; daríamos
muchas armas para mucho murmurar, maldecir, escandalizando
a muchas ánimas, por las cuales Cristo N.S. es muerto en cruz;
porque tanto está el mundo corrupto, que en entrar algunos de
nosotros en palacio del Papa, de príncipes, de cardenales o de
señores, se crea que andamos con ambición; y si ahora tomáse-
mos alguno obispado, fácilísimamente podrían hablar, murmurar
y ofender a Dios N.S.».

- «Podríase causar otro daño notable en la Compañía aceptando


la dignidad, que es que, siendo en ella al pie de doscientos, entre
novicios y estudiantes, que, dejadas todas las cosas seglares, se
han deliberado para entrar en ella con pobreza, castidad y obe-
diencia, podría ser que muchos de ellos, escandalizados porque
tomábamos obispados mudando nuestro propósito, volverían
atrás; otros tendrían ocasión de quedar y entrar en la Compañía
con aquel pensamiento y fluctuación, que a su tiempo también
podrían ser obispos; y así la devoción de la Compañía se podría
120
convertir en separación y ambición...» .

El tercer peligro, que amenaza la perpetuidad del buen ser de


todo el cuerpo sería admitir turba o personas que no sean aptas

1 2 0
Textos tomados de las cartas a Fernando, rey de Romanos, y a Miguel de
Torres, cuando se quiso hacer a Claudio Jayo obispo de Trieste. Ver MI, Epp., I,
450-453 y 462-470.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 451

para el Instituto de la Compañía. La selección hay que hacerla


desde la admisión a probación, pero «aun más cerrada conviene
tener la mano para admitir por escolares aprobados y coadjutores
121
formados, y mucho más para admitir a profesión» . Los criterios
de selección son los descritos en la Parte octava, para la unión de
los ánimos: personas escogidas en espíritu y doctrina, ejercitadas y
conocidas en varias pruebas de virtud y abnegación de sí mismos.
Pero el rigor en la selección no tiene que impedir el aumento de la
Compañía: «porque de esta manera, aunque se multiplique la
gente, no se disminuya ni debilite el espíritu, siendo los que en la
Compañía se incorporasen, cuales se ha dicho».
Vuelve la mirada a la cabeza, cuyo «bien o mal ser redunda a
1 2 2
todo el c u e r p o » . Piensa san Ignacio que «cuales fueren los
superiores, tales serán a una mano los inferiores». Se insiste en
todo lo que se dijo en la Parte Novena sobre la elección del Ge-
neral, y de los demás superiores; en la «mucha autoridad» de los
prepósitos, así como de la Compañía acerca del General, «en
manera que todos para el bien tengan toda potestad y, si hiciesen
mal, tengan toda sujeción».
Las ayudas propuestas en la Parte octava para la unión de los
miembros entre sí y con su cabeza, se recuerdan de nuevo, como
medios muy importantes, «especialmente el vínculo de las volunta-
des, que es la caridad y amor de unos con otros»; el tener noticias
mutuas y mucha comunicación; la misma doctrina y la uniformidad
en cuanto es posible; «y en primer lugar el vínculo de la obedien-
cia, que une los particulares con sus prepósitos y entre sí los loca-
les y con los provinciales, y los unos y los otros con el G e -
123
neral» .
La moderación en los trabajos espirituales y corporales y la
mediocridad en las Constituciones, de modo que ni se extreme el
rigor ni se permita «soltura demasiada» (o relajación), para facilitar
su mejor observancia, se consideran también valiosas ayudas en
orden a hacer durable el dinamismo vital, la generosidad de la
entrega al servicio y seguimiento del Señor y la eficacia del trabajo
124
a p o s t ó l i c o . Reaparece aquí, aunque sin explicitarla, la ley de la
discreta caridad que regula la vida de «personas espirituales y
aprovechadas para correr por la vía de Cristo nuestro Señor», que
se había indicado en la Parte sexta; también el deseo expresado
en la Prima Summa Instituti por los compañeros, de no imponer a

1 2 1
Const, 819.
1 2 2
Const, 820.
1 2 3
Const, 8 2 1 .
1 2 4
Ver Const, 822.
452 AMIGOS EN EL SEÑOR

sus seguidores mayores cargas que las que ya conlleva la vida


apostólica que han abrazado y que a la larga podrían esgrimirse
como excusa para dejar de ejercitarse en las cosas que ellos se
han propuesto:

«Como hemos experimentado que éste [camino] lleva consigo


muchas y grandes dificultades, nos ha parecido oportuno preve-
nirlos [a nuestros sucesores] para que no caigan, bajo apariencia
de bien, en estos dos puntos, que nosotros hemos evitado. Uno
es que no impongan a los compañeros, bajo obligación de peca-
do mortal, ningún género de ayunos, disciplinas, llevar los pies
descalzos, o descubierta la cabeza, colores especiales de vesti-
dos, distinciones de alimentos, penitencias, cilicios, y otras morti-
ficaciones de la carne... no queremos ni que los nuestros se sien-
tan oprimidos por tantas cargas juntas, ni propiciar excusas para
que abandonen el ejercicio de las cosas que nos hemos propues-
to. Cada uno podrá ejercitarse en ellas con devoción, según vea
que le son necesarias o útiles, si el superior no se lo prohibe. El
segundo punto es que nadie sea admitido en la Compañía, si no
125
ha sido probado antes larga y diligentemente» .

El nombre y reputación de la Compañía, dentro y fuera de ella,


especialmente frente a «aquellos cuya buena o mala voluntad im-
porta mucho para que se abra o cierre la puerta para el servicio
divino y bien de las almas», es también un medio apreciable para
conservarla y hacerla crecer. Por eso se ha de procurar en general
126
que se mantenga siempre «en el amor y caridad de t o d o s » .
Como comunidad apostólica que no busca sus propios intere-
ses, sino los de Jesucristo, la Compañía no persigue aplausos ni
honores del mundo. Más aún, los repudia y así lo enseña a todos
los que llaman a sus puertas: «como los mundanos que siguen al
mundo aman y buscan con tanta diligencia honores, fama y estima-
ción de mucho nombre en la tierra, como el mundo les enseña, así
los que van en espíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor,
127
aman y desean intensamente todo lo contrario...» . Tampoco te-
me «las contradicciones y malos tratamientos», pues los padeció
Jesucristo, dándonos ejemplo para imitarlo y seguirlo «como sea la
vía que lleva a los hombres a la vida». Ignacio llegó a interpretar la
promesa de que Dios sería propicio a la Compañía en Roma, como
una posible señal de que iban a ser crucificados todos ya que aca-

1 2 5
MI, Const.p. I, 20.
1 2 6
Ver Const., 823-824.
1 2 7
Const., 101.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 453

baban de «ser puestos con el Hijo». Sin embargo, en los momen-


tos de persecución no descansó hasta que no quedara demostrada
la Inocencia de los suyos y de la Orden. La única razón fue siempre
«tener abiertas las puertas para el servicio divino y bien de las al-
mas»; «porque sea Dios nuestro Señor más servido y glorificado
128
en todas cosas con la benevolencia de t o d o s » .
Concretamente, las Constituciones piden «que no haya ni se
sienta en la Compañía parcialidad a una parte ni a otra entre los
príncipes o señores cristianos, antes un amor universal que abrace
a todas partes (aunque entre sí sean contrarias) en el Señor nues-
1 2 9
t r o » . Se piensa ante todo en la benevolencia de la Sede Apos-
tólica, a la que especialmente ha de servir la Compañía. En aque-
llos cuyo favor o disfavor repercute en la eficacia de la misión;
cuando se sintiese mala voluntad en algunos, debe hacerse ora-
ción por ellos y buscar los medios que convengan para ganar su
130
amistad o por lo menos para que no sean contrarios . El uso dis-
creto y moderado de las gracias concedidas por la Sede Apos-
tólica, concillará la buena voluntad de la gente. Estas gracias no
pueden considerarse como privilegios que hagan odiosa a la Com-
pañía o proyecten una imagen de prepotencia o arrogancia, total-
mente ajena a quienes se profesan discípulos de Jesús, sencillo y
humilde de corazón. Son ayudas a través de las cuales «Dios
nuestro Señor llevará adelante lo que ha comenzado», si se usan
pretendiendo solamente la ayuda del prójimo, «con toda sinceri-
dad». En síntesis, «el buen odor, fundado en la verdad de las bue-
nas obras», contribuirá a «aumentar la devoción de las personas
para ayudarse de la Compañía y ayudar a ella para el fin que pre-
131
tende de la gloria y servicio de su divina m a j e s t a d » .
El número 825 de las Constituciones, al que acabamos de refe-
rirnos, presentaba una redacción más rica en el texto a, aunque su
contenido no difiera sustancialmente. Pero fue omitido un párrafo
especialmente bello: «Finalmente para mantener y llevar adelante
esta obra ayudará perseverar en el espíritu con que se comenzó,
de insistir sinceramente en ayudar las ánimas, con celo puro de la
gloria del que las crió y redimió, sin otro algún interés... y el buen
odor de letras y espíritu de los de esta Compañía aumentará la
devoción de las personas para entrar en ella, si Dios las llamare, o
1 3 2
a lo menos favorecerla a gloria de Dios N. S . » .

1 2 8
Const., 824.
1 2 9
Const., 823.
1 3 0
Ver Const, 824.
1 3 1
Ver Const, 825.
1 3 2
MI, Const, I, pp. 256-257.
454 AMIGOS EN EL SEÑOR

El texto que pone punto final a las Constituciones, hace una lla-
mada a todos para que «se den a guardarlas». Y dirige su pensa-
miento a los jóvenes, remitiendo a la Tercera Parte, «Del conservar
y aprovechar los que quedan en formación»: que se tenga atención
a la conservación de la salud de los miembros particulares. Lo cual
repercute en la buena salud del cuerpo total. Para esto conviene
que las casas y colegios estén «en lugares sanos y de buen aire, y
133
no en los que tienen la contraria p r o p i e d a d » . A.M.D.G.
La Parte Décima, al recoger y compendiar lo que los compañe-
ros juzgaron más relevante de las diversas Partes de las Consti-
tuciones para la conservación, aumento y progreso del cuerpo uni-
versal, proyecta una visión de conjunto de la Compañía como co-
munidad apoyada en la mano misericordiosa de Jesús, su cabeza
y su modelo; íntimamente unida a él para seguirlo y servirle en
pobreza, humildad y sencillez. Un cuerpo que quiere crecer, con-
servando el mismo espíritu con que se comenzó, para lo cual pone
especial cuidado en la selección de sus nuevos miembros y en el
«buen ser de los colegios». Cuerpo cuya comunión no se apoya en
la convivencia: está esparcido por el mundo en servicio de Dios y
aprovechamiento de los prójimos, pero conglutinado con los fuertes
vínculos del amor, la obediencia, la comunicación, la unanimidad
de sentimientos y modo de proceder. Alimentado con una vida es-
piritual dirigida por la discreta caridad, para evitar «extremos de
rigor o soltura demasiada». Un cuerpo, en fin, que encuentra en su
armónica relación con la cabeza, la garantía de su conservación y
eficacia apostólica. Son éstas, precisamente, las líneas esenciales
del sentido de comunidad que hemos buscado y desentrañado a lo
largo de este trabajo.

1 3 3
Const., 826-827.
EPILOGO

Al terminar este conmovedor recorrido por el proceso de gesta-


ción de la comunidad en la Compañía y su expresión en las Cons-
tituciones, hemos podido contemplar la figura, totalmente novedosa
en el siglo XVI, de una comunidad apostólica que se despega del
paradigma monástico para configurarse al servicio de la misión de
Jesucristo. «¡La Misión! He ahí la motivación y la orientación de
134
nuestra especificidad j e s u í t i c a » ; de nuestra manera ignaciana
de vivir y de trabajar juntos.
Los amigos en el Señor son hombres que se reconocen peca-
dores pero llamados a ser compañeros de Jesús, bajo el estandar-
1 3 5
te de la c r u z . Con ellos Jesús forma una comunión, su Espíritu
los dispersa para proclamar la Buena Nueva. Cada uno es cons-
ciente de colaborar solamente con una parte en la vasta misión. No
está solo ni trabaja independientemente. Fuertes vínculos lo incor-
poran a la única Compañía de Jesús, cuerpo para la dispersión,
koinonía centrada en la Eucaristía, comunidad para la misión.
Volver al pasado, es ser «conducidos a las fuentes tranquilas
para reparar nuestras fuerzas» y retomar el camino con renovado
dinamismo y creatividad. No para pretender obstinadamente la
conservación de lo que ha caducado por el cambio inclemente de
los tiempos y las culturas, sino para inspirarnos en lo que es per-
manente de nuestra identidad ignaciana.
La interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escri-
be e imprime en los corazones, es la que conserva, rige y lleva
adelante esta mínima Compañía de Jesús, como se dignó comen-

1 3 4
P. Hans-Peter Kolvenbach, General de la Compañía, Conferencia a los su-
periores franceses en Chantilly, 30 de noviembre de 1996.
1 3 5
Ver C G 32, d. 2 , 1 .
456 AMIGOS EN EL SEÑOR

136
z a r l a . Jerónimo Nadal decía que Ignacio era conducido suave-
mente por el Espíritu hacia donde no sabía y que iba recorriendo el
camino sabiamente ignorante, con su corazón confiadamente
1 3 7
puesto en Cristo . En verdad, el humilde peregrino, con «crecida
fiducia» en nuestra Señora del Camino cuya intercesión no cesaba
de invocar para que los pusiese con su Hijo, se dejaba conducir
dócilmente por el Espíritu. Así nació la Compañía y así seguirá cre-
ciendo: con el aliento vivificante del Espíritu Consolador, compañe-
ro de todos los momentos, maestro de la verdad, intérprete de lo
que va sucediendo. En este sentido pensaba el P. Arrupe cuando
decía que hay que «reengendrar cada día la Compañía»: «La
Compañía no es un objeto inerte, sino una vida que se transmite y
que se abre por sí misma camino. Algo que hay que ir haciendo
todos los días y que se va entendiendo en la medida en que se va
haciendo. San Ignacio murió haciendo y entendiendo cada vez más
la Compañía. Es una historia, en fin, dentro de la historia del hacer
138
de Dios con los hombres, una parte de ese h a c e r » .
La Compañía ha cambiado muy notablemente a lo largo de
más de cuatrocientos cincuenta años de existencia, bajo el impulso
del Espíritu. Los desafíos de la misión, la transformación de las
épocas y las culturas, las circunstancias adversas o favorables,
han renovado muchos aspectos de su vida y de su misión. Pen-
sada en el siglo XVI principalmente para «discurrir» en misiones
confiadas por el Papa, comprendió muy pronto que también la
«residencia permanente» era un servicio eximio al Evangelio en la
Iglesia. Ya no tiene la movilidad apostólica de los comienzos. Vive
más residiendo que discurriendo, aunque permanentemente dispo-
nible a lo que es su principio y fundamento: las misiones del Pon-
tífice. Y está también dispersa por el mundo sirviendo a esa única
misión. Dispersión no sólo geográfica: también a veces ideológica y
afectiva, como resultado de las divergencias de lenguas, de cultu-
ras, de profesionalización, de compromisos apostólicos, aun de
escuelas teológicas. Sin embargo, como sucedió en los comienzos,
cuanto más frágil experimenta su comunión más debe empeñarse
en fortalecer la «unión y congregación que Dios ha hecho», la
amistad con el Señor Jesús y entre todos los compañeros, en El.
Para eso apela incesantertiente al carisma originante y lo lee a la
luz de los desafíos actuales y futuros.

136 ver Proemio de las Constituciones, 134.


1 3 7
Ver Dialogi pro Societate, n. 17, FN, II, 252.
1 3 8
ARRUPE PEDRO, S.J., «Reengendrar cada día la Compañía», (Lima, Perú,
31 .VII.79), en La identidad del jesuíta en nuestros tiempos, Sal Terrae,1981, p. 487.
Texto completo: pp. 486-496.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 457

Una de las características más claras de nuestra época, verda-


dero signo de los tiempos, es la conciencia comunitaria. El mundo
se va convirtiendo en una aldea global y surgen movimientos de
solidaridad y comunión para combatir el cáncer del Individualismo
que lo Invade. La Iglesia llama a «estimular y reforzar la vida comu-
nitaria como signo elocuente de unión en Cristo para este mundo
139
d i v i d i d o » . Los jóvenes quieren vivir y proclamar el Evangelio «en
compañía», con sus compañeros de generación, con los pobres.
Hemos visto florecer a lo largo de los años recientes numerosos
movimientos y comunidades ecleslales de base.
La Compañía ha respondido a estas interpelaciones de la
Iglesia, del Concillo, del mundo, con sus últimas Congregaciones
Generales. Así, la CG 31 (1965-1966) aprobó el Decreto 19, «Vida
de comunidad y disciplina religiosa»; La CG 32 (1974-1975) dictó el
Decretol 1, «La unión de los ánimos», sobre la vida comunitaria. La
CG 33 (1983) en su Decreto 1, «Compañeros de Jesús enviados al
mundo de hoy», dedica amplio espacio a la vida en común. Du-
rante la Congregación 34 (1995) los delegados estudiaron un texto
sobre la vida comunitaria, pero finalmente no se aprobó ningún
decreto. El P. General, Kolvenbach, ha comentado así los hechos:

«La reciente Congregación General ha suscitado en la Compañía


de Jesús una situación un poco paradójica. Por una parte, en
efecto, al realizar la renovación y la puesta al día de las
Constituciones, la Compañía se ha fijado casi instintivamente en
la importancia de las comunidades locales; pero, por otra parte, a
pesar de un número nada despreciable de postulados, no ha tra-
tado más que de paso el problema de nuestra vida en común y el
de quien la tiene a su cargo, el superior local. Sin duda las Cons-
tituciones en su presentación renovada con las Normas Com-
plementarias delimitan claramente la especificidad de nuestra
manera ignaciana de vivir juntos; y los decretos de la CG 34 con-
tienen incluso directivas precisas y muy exigentes a propósito de
la vida comunitaria. Sin embargo, no es menos verdad que le ha
faltado un decreto para tratar este problema.

Estaba en preparación un texto titulado «llamados como compa-


ñeros»; pero no gustó a los delegados, pues parecía no aportar
nada nuevo al decreto 11 de la CG 32, titulado «la unión de los
ánimos en la Compañía». Y en todo caso, lo esencial por decir
sobre nuestro modo de orar juntos, de trabajar en común y de
vivir en comunidad se encontraba ya en los decretos 4, sobre

1 3 9
Peter-Hans Kolvenbach, S.J., Conferencia a los superiores franceses..
458 AMIGOS EN EL SEÑOR

«nuestra misión y la justicia», 8, sobre «la castidad en la Com-


pañía» y 9, acerca de «la pobreza».

La ausencia de un decreto particular no significa que la Con-


gregación General haya ignorado la vida comunitaria... era bien
consciente del deseo de la Iglesia de estimular y reforzar la vida
comunitaria como signo elocuente de unión en Cristo para este
mundo dividido; consciente también del deseo frecuentemente
manifestado por las jóvenes generaciones de una vida común
más explícita y más intensa.

De esta toma de conciencia la Congregación General ha conclui-


do que no era necesario un nuevo documento; era mejor una
evaluación en los lugares concretos y una acción en la comuni-
dad misma para asegurar el progreso de cada cual en el camino
de las Constituciones en cuanto comunidad apostólica de «ami-
140
gos en el S e ñ o r » .

El mismo P. General expresaba a los delegados de la Con-


gregación General 34 que Ignacio quería que el texto de las Cons-
tituciones estuviera al servicio de lo que el Espíritu dice a la Iglesia.
Ignacio nunca quiso considerar su trabajo como definitivamente
concluido. No pretendió dejarnos un sistema todo hecho, una espi-
ritualidad cerrada sobre sí misma: «El Padre Diego Laínez consta-
taba que Ignacio nunca publicó las Constituciones y que éstas no
se han cerrado nunca como si nada hubiera que añadir. De todas
formas, concibiéndolas como camino hacia Dios, Ignacio no podía
considerarlas como fijadas y estereotipadas para siempre. Por otra
parte, queriendo que participaran en el «magis», en el servicio
siempre mayor, no quería limitar el impulso inspirado por la radicali-
dad amorosa del seguimiento de Cristo. El Padre Laínez veía en
esta obra Ignaciana inacabada una interpelación a una fidelidad
creativa, una responsabilidad de la Compañía reunida en Congre-
gación General, para renovar, enriquecer, aclarar, a partir de nue-
vas experiencias, exigencias y urgencias apostólicas, el camino
141
mostrado por Ignacio el P e r e g r i n o » .
Hay que seguir haciendo las Constituciones, como realidad
nunca ultimada. Y ante la Insistencia de nuestros tiempos en la
dimensión comunitaria, la Compañía habrá de buscar y encontrar
su punto de referencia en la «comunidad-memoria» y en los víncu-

1 4 0
Conferencia a los superiores franceses, introducción.
1 4 1
Alocución durante el triduo inicial de oración y reflexión de la CG 34, 7 de
enero de 1995. En Documentos de la CG 34, pp. 487-488.
CONFIRMAR Y ESTABLECER MÁS LA UNIÓN.. 459

los de comunión trazados en las Constituciones para mantener la


unión de los ánimos en un cuerpo disperso por todo el mundo.
Este libro ha sido escrito con cariño especialmente para los
jóvenes jesuítas de hoy y del futuro. Nuestro deseo es que ellos, al
reconstruir en cada tiempo la experiencia de Ignacio y de los prime-
ros compañeros, encuentren en estas páginas aquel ideal de imita-
ción de Jesucristo y de la comunidad de los apóstoles reunida por
El para proclamar la Buena Nueva a los pobres; aquel prototipo
que inspiró el nacimiento de la Compañía como un cuerpo al servi-
cio incondicional de la misión. Que, guiados por el mismo Espíritu
que conducía suavemente a Ignacio, puedan beber en sus propias
fuentes el auténtico sentido de comunión de los amigos en el Señor
dispersos por el mundo para llevar adelante el proyecto de Jesús,
en la Iglesia. Y que sepan escribirlo con generosidad y entusiasmo
en sus vidas, en sus comunidades, en su misión apostólica.
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