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Un triunfo de la revolución del consumo: país pobre y desigual

Por Juan Nicolás Ramírez Giraldo


Diciembre 11 de 2020

Tras 29 años de la caída del símbolo mundial de la división entre los bloques ideológicos, las
sociedades adquirieron una necesidad de declaratoria de victoria o derrota local en cada uno
de los protectorados de los grandes bloques. No ha sido concebible una matización de los
resultados de la caída en Berlín, pues en las colonias continentales de EE.UU. aún se habla
de resurgimiento de un fantasma a través del socialismo del siglo XXI, y en particular, en
Colombia es concluyente hablar de un triunfo de la revolución del consumo impartida desde
la sede del imperio. Este triunfo es considerado así porque se logró lo prometido: unos pocos
países con la acumulación de la riqueza producto de los recursos naturales de las colonias y
dichas colonias pobres y desiguales como lo prometido desde los procesos de intervención
en los años sesenta.

En Colombia se canta en 2020 con vehemencia el triunfo del modelo del imperio sobre el
territorio colonial, la desigualdad y la pobreza ya hacen parte del paisaje, los ciudadanos
están convencidos de que están siendo salvados de un fantasma. Las dicotomías del pasado
fueron solucionadas a través de los medios de comunicación de los empresarios y el estado,
pues ya se cumplieron los objetivos de desarrollo impuestos respecto a preponderar el capital
sobre cualquier cosa, incluso sobre los dioses.

El panorama en Colombia es ahora una realidad manipulada constantemente por los medios
de comunicación influenciados por la necesidades de la clase política-empresarial, la cadena
industrial de la producción de los psicoactivos es considerada un delito solo para sus
pequeños industriales, el nivel de empleo depende de trabajadores sin tecnificación, la
producción primaria es simplemente primaria, las actividades estatales están centralizadas al
mejor estilo colonial, el fantasma del comunismo ayuda a reprimir incluso los demonios
propios de la sociedad y la pandemia del COVID-19 solo atenúa la violencia que en algún
momento se manifestará.
Se demuestra con mayor fuerza que el panorama actual de Colombia no es producto de la
alineación de unos astros, de las malas de decisiones de unos gobernantes, de la herencia
socio-cultural o del castigo divino por los pecados; sino que es el producto de las acciones
sistemáticas emprendidas por una revolución que es posible denominar “la revolución del
consumo”, en la que el país es parte de un engranaje mundial, cuyo papel es atender las
necesidades de unos pocos países de dominantes a través de las relaciones de desigualdad y
pobreza prevalentes en la actualidad. Es decir, que entre más desigual y pobre sea Colombia,
por más tiempo se podrá cantar el triunfo de esta nueva revolución marcada a escala global
con la caída de ladrillo en Berlín y en escala local con la firma de la carta constitucional en
1991.

Como parte del engranaje los medios de comunicación le dijeron a una sociedad con bajos
niveles de educación cómo pensar y cómo opinar, se consolidó la estrategia de designación
de héroes y villanos a través de los titulares disuasivos de los últimos años, pero con un
objetivo último de privilegiar los intereses económicos del norte. En el proceso se forjó un
distractor de doble acción que compromete el aparato productivo y las relaciones
internacionales: el narcotráfico, con el cual se ha dado argumentos para la represión y con el
que se ha autorizado el intervencionismo, es decir, se le ha dado legalidad al carácter colonial.
Y de manera estructural, desde la base del producto interno bruto se definió que Colombia
sería productor sin valor agregado, con exportación de materias primas baratas, compra de
productos elaborados a las grandes multinacionales, y soportado laboralmente con
restricciones a la tecnificación de las labores primarias.

Dentro de todo el proceso descrito se ha usado una herramienta bastante práctica, con la que
se aportó al abandono de los territorios más alejados: la centralización de las funciones del
estado. A pesar de la definición de Colombia como país descentralizado a partir de la
constitución de 1991, la realidad en las regiones ha cambiado poco o nada, resultando ser un
eufemismo la definición. Por lo que se ha permitido la permanencia de un sistema que crea
pequeñas sociedades burguesas y nobles con privilegios que buscan mantener a toda costa,
sin importar el hambre y la miseria de los demás rincones del territorio. De esta manera, los
medios se resumen en pobreza y desigualdad, los fines en privilegios económicos y sociales
de las poblaciones de algunos países.

Entonces no cabe duda, no hay como negar por qué la guerrilla de las FARC estuvo tantas
décadas en combate. Solo es necesario revisar reportes internacionales en lo que se muestra
que Colombia según el Índice de Desarrollo Regional de América Latina es el país más
desigual de la región (El Tiempo, 2020); y que, según este reporte la diferencia de niveles
económicos se manifiesta zonalmente, pero también entre regiones, especialmente, en
aquellas con poca intervención estatal y que han sido parte del conflicto armado. Lo que
quiere decir que en Colombia sí triunfaron los promotores y perpetuadores del bombardeo a
territorio veredal de Marquetalia, los mismos que siguen usando la desigualdad y la pobreza
como medios para sus fines. Otra demostración clara de este triunfo es el asesinato
sistemático de líderes sociales y excombatientes de las FARC, ya que, según miembros del
hoy partido político, se han asesinado 230 desmovilizados desde la firma del acuerdo en 2016
(Semana, 2020).

Así las cosas, se hace declaración de un problema sistemático que pocas bases de solución
tuvo con la firma del acuerdo de paz en 2016 entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de
las FARC. Sin embargo, las expresiones actuales no pueden ser únicamente de rechazo, sino
de inicio de profundas discusiones acerca del intervencionismo económico de Estados
Unidos (el imperio) como herramienta primaria, y de manera colateral la dinamización de
discusiones acerca de la distribución de la tierra y la centralización de las actividades del
estado. Un ejemplo de estas discusiones acerca del centralismo es el surgimiento en varios
sectores políticos de una propuesta de volver a Colombia un estado federal, la cual fue
iniciada por varios senadores de la república y el actual gobernador del departamento de
Magdalena (Betín, 2020).

Y finalmente, es fundamental poner sobre la mesa la discusión acerca del cultivo y


fabricación de sustancias psicoactivas ¿Se seguirá persiguiendo a los pequeños productores
o se dará pie a una nueva forma de economía adaptada a un mundo sin países triunfantes tras
los hechos de 1991? ¿Colombia adquirirá soberanía sobre sus territorios? ¿Colombia saldrá
de su juego de pobreza y desigualdad?

¿Atenderemos los jóvenes el llamado a una verdadera revolución?

Referencias

Betín, T. (25 de julio de 2020). Federalización: ¿Qué ambiente tiene en el Congreso la


propuesta? El Tiempo. Recuperado el 11 de diciembre de 2020, de
https://www.elheraldo.co/politica/federalizacion-que-ambiente-tiene-en-el-congreso-la-
propuesta-745412
El Tiempo. (10 de diciembre de 2020). Colombia, el país más desigual de América Latina,
según Índice de Desarrollo Regional. El Tiempo. Recuperado el 11 de diciembre de
2020, de https://www.elespectador.com/noticias/nacional/colombia-el-pais-mas-
desigual-de-america-latina-segun-indice-de-desarrollo-regional/

Semana. (24 de noviembre de 2020). La matanza de los excombatientes de las Farc: un lunar
del acuerdo de paz. Semana. Obtenido de
https://www.semana.com/nacion/articulo/la-matanza-de-los-excombatientes-de-las-
farc-una-gran-deuda-del-acuerdo-paz/202002/

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