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FRENTE A LA PRETENSIÓN
1. El misterio de la encarnación:
Toda la vida pública de Jesús muestra una profunda capacidad de dominio de la
naturaleza: ésta le obedecía como un siervo obedece a su amo.
Ya hemos resaltado cómo la gente sin prejuicios, sin una hostilidad preconcebida, sentía
inevitablemente estupor ante este espectáculo cotidiano.
Subrayamos de nuevo esta continuidad: el poder de Jesús no era esporádico. En
efecto, si se negara o quitara de los Evangelios la actividad milagrosa de Jesús, se
desmontaría casi por completo el tejido de su vida pública.
Además, ejercitaba esta actividad milagrosa con una tranquilidad soberana, sin
necesidad de nada: curaba a distancia y dominaba la realidad impersonal de la
naturaleza.
En síntesis se puede decir que su hacer prodigios respondía a una urgencia
ética, constituía un reclamo moral, produ123
1 Jn 3,2.
Giussani, Luigi. Created from upnortesp on 2020-07-05 12:34:51. Copyright
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cía una educación ideal. Sus adversarios no aceptaban, por sectarismo, la postura de
Nicodemo, de manera que simplemente se negaban a ver los hechos.
Por tal motivo este método nos ayuda a conocer que Dios está con nosotros todos los
días y a cada momento siendo guía para nuestro camino y además en consecuencia nos
muestra la salvación por medio de la identidad. Dios es tal cual, si así vino, así
permanece y estará con nosotros hasta el fin de nuestras vidas.
4. La resistencia instintiva:
Hemos mostrado cómo la razón no puede a priori excluir la hipótesis de que el misterio
entre como factor nuevo en la historia humana. Al encontrarnos ahora ante el
cumplimiento histórico de esa hipótesis realizado en la persona de Jesús, debemos
subrayar la resistencia instintiva que puede tener la razón frente al anuncio de la
Encarnación. Es como si el hombre rechazara que el misterio se avenga a convertirse en
palabras y hechos humanos. Y es justamente esta percepción por parte del hombre de
ser desbancado como medida de sí mismo lo que le lleva al rechazo, con el pretexto de
no querer ver empañada la inaccesibilidad del misterio, de no hacer impura con
antropologismos la idea de Dios, de respetar su propia libertad.
Los orígenes de la pretensión cristiana 130 12 Jn 11,45-46. « ¿Qué sentido puede tener
para un Dios un viaje así? ¿Será para saber lo que ocurre entre los hombres? ¿Pero es
que no lo sabe? ¿Es que no es capaz, dada su potencia divina, de mejorarlos sin enviar
corporalmente a alguien a este efecto? ¿O habrá de comparársele con un advenedizo
desconocido, hasta el momento, de las muchedumbres, e impaciente por exhibirse a sus
miradas, haciendo ostentación de sus riquezas?... Si, como lo afirman los cristianos, ha
venido para ayudar a los hombres a que entren en el recto camino, ¿cómo es que no se
ha acordado de este deber sino después de haberlos dejado errar por tantos siglos?». «
Dios no podría por lo mismo sufrir un cambio de esta suerte». 2 El hecho de la
Encarnación constituye una línea divisoria, tanto en el campo de la historia de las
religiones como en la comprensión misma de la experiencia cristiana, como
históricamente ponen en evidencia las numerosas herejías que constituyeron la ocasión
del apasionado debate sobre Cristo en los primeros siglos.
5. Para conclusión:
Contra el hecho de la Encarnación se ha desencadenado a lo largo de los siglos un
«dogma» tenaz que, pretendiendo fijar los límites de la acción de Dios, declara la
imposibilidad de que se haga hombre. Esta actitud constituye justamente un reflejo de la
prohibición infantil que el hombre plantea a Dios de intervenir en la vida del mismo
hombre17. Es la última latitud a la que puede llegar la pretensión idolátrica, a saber, la
pretensión de atribuir a Dios lo que agrada a la razón o lo que ella decide. «.
Frente a la pretensión
Un hombre por haberse revestido de una apariencia de forma humana. «Tenían razón
los Padres al defender tajantemente el dogma de la encarnación, Dios sea encarnado
totalmente en un ser humano concreto e histórico, es decir, activo en una temporalidad
histórica perfectamente circunscrita e irreversible, sin por ello mismo encerrarse en su
cuerpo, ya que el Hijo es consustancial con el Padre». El verdadero problema es que el
hombre lo reconozca con amor. El cristiano ha de cumplir la función no sólo más
grande, sino también más tremenda de la historia.
Pero es sumamente racional afrontar y verificar la hipótesis en las condiciones que ella
plantea, más precisamente como un hecho acaecido en la historia y que permanece en
ella.
Los orígenes de la pretensión cristiana
18 Los Evangelios, como advierte Claude Tresmontant, «no han aportado ni conservado
la totalidad de la experiencia inicial. Era una experiencia inicial sin
ambigüedad. Nazaret era un hombre, plena y totalmente un
hombre, anatómica, fisiológica y psicológicamente. Pero no era sólo un hombre, pues
había en él una ciencia, una sabiduría, unas facultades, una santidad, que no son las
propias de un hombre, sino las del Creador increado, las de Dios.
Tal es la experiencia inicial».