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3.

Ética del discurso La filosofía moral que desarrolló Habermas a lo largo de los años 80, conocida
como ética del discurso, es el resultado de los presupuestos teóricos organizados en la monumental
Teoría de la acción comunicativa, publicada en 1981. Frente al denominado paradigma de la
conciencia, representado por toda la filosofía moderna y contemporánea desde Descartes, en esta obra,
el filósofo alemán defiende lo que denomina paradigma del lenguaje. Así, mientras que el primer
paradigma defiende una teoría del conocimiento basada en la representación de un objeto por parte de
un sujeto, el segundo paradigma consiste en la construcción pragmática del conocimiento por medio
del lenguaje. Mientras que el primer paradigma considera el conocimiento como un hallazgo definitivo
que resulta de una relación individual y monológica entre un sujeto y su objeto de investigación, el
segundo paradigma defiende un modelo de conocimiento falible, y por tanto, criticable y revisable,
construido dialógicamente por un grupo a través de la intersubjetividad del lenguaje. El giro
pragmático de la filosofía del lenguaje en Austin y Searle, así como el a priori de la comunidad ideal de
habla en Apel están en la base de los presupuestos de Habermas. Es a partir del análisis de este segundo
paradigma como Habermas obtiene lo que denomina ética del discurso. Se trata de un procedimiento
formal de construcción de normas independiente de todo presupuesto de contenido, y que resulta del
modelo comunicativo del paradigma del lenguaje. El objetivo de este procedimiento está en la
obtención de un argumento capaz de contemplar los intereses de todos los afectados y partícipes del
procedimiento discursivo, y por tanto, su aprobación, por el hecho de representar el mejor argumento.
En síntesis, estas reglas pueden resumirse así: 1. Autonomía de cada uno de los participantes para
expresar libremente aquellos argumentos que representan sus intereses, Tópicos 35 (2008) “lax” —
2009/3/23 — 14:35 — page 97 — #97 JÜRGEN HABERMAS: ENTRE LA ÉTICA. . . 97 teniendo
como horizonte último la representación simultánea de los intereses potenciales del resto de sujetos
afectados. 2. Simetría de los participantes en cuanto al valor de sus argumentaciones, donde sólo la
coacción no violenta del mejor argumento se impondrá definitivamente. Se trata del argumento que
mejor representa los intereses de todo el colectivo. 3. Falibilidad del consenso adquirido, en la medida
en que nuevas y futuras argumentaciones pueden criticar y mejorar el argumento considerado como el
más válido de todos. Como se puede comprobar, la ética del discurso se limita a una serie de reglas
formales de orientación pragmática que recurren al instrumento del lenguaje para la obtención de
consensos válidos. En este sentido, la validez consiste en la aceptación intersubjetiva de un argumento
que observa la universalidad de un interés común. Por tanto, cabe decir que la validez está dirigida a la
producción de consensos, esto es, normas válidas construidas por un grupo de individuos que pretende
regular un problema que afecta a todos ellos. Estos fundamentos quedan bien explícitos en la obra de
1983 Conciencia moral y acción comunicativa, donde Habermas trata de resumirlos recurriendo a dos
principios fundamentales. En primer lugar, menciona el principio de universalidad (U), de clara estirpe
kantiana, que establece la exigencia de argumentar de tal manera que nuestras demandas incluyan las
exigencias del resto de participantes, solicitando su libre adhesión racionalmente motivada. Lo
fundamental aquí está en que esa universalidad proceda de la validación universal de todos los
afectados por el mandato, condición que garantiza la imparcialidad del juicio moral. Las normas no
sólo deben condicionar a todos, sino que también requiere el reconocimiento común de su validez, sólo
así podremos obtener juicios morales imparciales: Únicamente es imparcial la situación desde la cual
son susceptibles de universalización precisamente aquellas normas que, al incorporar de modo
manifiesto un interés común a Tópicos 35 (2008) “lax” — 2009/3/23 — 14:35 — page 98 — #98 98
ALEJANDRO MORENO LAX todas las personas afectadas, pueden contar con una aprobación
general, así como conseguir un reconocimiento intersubjetivo. La formación imparcial del juicio se
expresa en un principio que obliga a cada cual en el círculo de los afectados a acomodarse a la
perspectiva de todos los demás a la hora de sopesar los intereses3 . Nos dice Habermas que este
principio (U) puede incluirse dentro de uno más general que denomina postulado ético discursivo (D),
específicamente pragmático-transcendental, que establece la exigencia de argumentar siempre con
pretensión de validez, es decir, con la intención de obtener una aceptación generalizada de nuestros
argumentos particulares: Únicamente pueden aspirar a la validez aquellas normas que consiguen (o
pueden conseguir) la aprobación de todos los participantes en cuanto participantes de un discurso
práctico4 . Este es el principio moral fundamental de la ética del discurso, caracterizado por la
universalidad de un procedimiento formal capaz de generalizar las reglas de argumentación necesarias
para poner de acuerdo a un conjunto de intereses dispares. Habermas lo expresa también de otro modo:
El principio básico de la ética discursiva toma pie en un procedimiento, esto es, la comprobación
discursiva de las pretensiones normativas de validez. A este respecto cabe calificar con razón la ética
discursiva de formal. Ésta no ofrece orientación de contenido alguno, sino un procedimiento: el del
discurso práctico5 . 3 J. HABERMAS: Conciencia moral y acción comunicativa, Barcelona: Península
1985, p. 85. 4HABERMAS: Conciencia moral y acción comunicativa, p. 117. 5HABERMAS:
Conciencia moral y acción comunicativa, p. 128. Tópicos 35 (2008) “lax” — 2009/3/23 — 14:35 —
page 99 — #99 JÜRGEN HABERMAS: ENTRE LA ÉTICA. . . 99 El principio (D) de la ética del
discurso es capaz de incluir al principio de universalidad (U) porque un procedimiento discursivo con
pretensiones de ser validado normativamente incluye necesariamente la aceptación universal de todos
los participantes afectados por dicho procedimiento: El principio de universalidad, que actúa como una
regla de argumentación, se encuentra implícito en los presupuestos de cualquier argumentación. Esta
exigencia queda satisfecha cuando puede mostrarse que toda persona que participa en los presupuestos
comunicativos generales y necesarios del discurso argumentativo, y que sabe el significado que tiene
justificar una norma de acción, tiene que dar por buena implícitamente la validez del postulado de
universalidad6 . Antes de pasar al siguiente apartado, donde analizaremos la ética de la especie, es
necesario reflexionar sobre la relación que mantiene la ética del discurso con la falacia naturalista de
Hume mencionada anteriormente. Ya hemos visto que tanto el principio de universalidad (U) como el
principio del discurso (D) son dos principios formales que nada dicen sobre el contenido de las normas
y leyes que deben obtenerse como resultado de la discusión comunicativa, sino que se limitan a
estructurar los cauces trascendentales por los que debe discurrir todo procedimiento discursivo. Estos
principios solamente son formales, y nada dicen sobre la particularidad de un contexto cultural de valor
determinado, lo cual se debe al carácter cognitivo de la ética del discurso, siempre dispuesta a obtener
consensos resultantes de conocer los intereses de todos, y nunca a partir de deducciones trascendentales
tan manidas en la filosofía clásica de la conciencia: El camino con mayores posibilidades es la
fundamentación pragmático-trascendental de una regla de argumentación de contenido normativo. Ésta
es, evidentemente, selectiva, 6HABERMAS: Conciencia moral y acción comunicativa, p. 110. Tópicos
35 (2008) “lax” — 2009/3/23 — 14:35 — page 100 — #100 100 ALEJANDRO MORENO LAX
aunque formal; no es conciliable con todos los principios de contenido moral y jurídico pero, en su
condición de regla de argumentación, no prejuzga ninguna regulación de contenido7 . Mediante este
procedimiento formal para validar normas y obtener consensos normativos, Habermas logra una
síntesis entre las estructuras de contenido procedentes de los intereses particulares de cada participante,
así como las estructuras discursivas establecidas por el procedimiento formal de los principios (U) y
(D). Las fuentes reguladoras de una sociedad integrada tienen una doble procedencia. Por un lado,
están inscritas en las formas cotidianas del mundo de la vida, a modo de consensos implícitos
reguladores de la sociedad más tradicional. Tienen relación con la organización de las motivaciones que
una comunidad tiene en torno a la vida buena. Por otro lado, estas motivaciones dependientes de la vida
buena pueden ir confrontándose unas con otras conforme avanza el proceso de complexificación de las
sociedades y se diferencian las distintas esferas de valor, cada vez más abstractas y formales. Cuando
hablamos de ética del discurso, Habermas pretende manifestar con esos dos conceptos, “ética” y
“discurso”, las dos aristas que siempre debe incluir una norma válida: de un lado, el aspecto
materialético de contenido manifestado por la voluntad libre de un individuo particular conforme a una
determinada concepción de la vida buena; de otro lado, el aspecto formal-moral de un procedimiento
universal que aspira a lograr consensos cuyas consecuencias sean justas para todos. Se trata del
fenómeno del ser y del deber-ser que tanto nos interesa para este trabajo, aunque ahora podemos ver
con nitidez el dualismo presente en la ética del discurso entre el mundo cotidiano de la vida y la
rectitud de las normas jurídicas, entre los juicios materiales y los juicios formales. Para Habermas, la
fundamentación normativa procedente de la inmediatez y la facticidad de la esfera ética es cada vez
más problemática, de ahí la exigencia de esta ética del discurso: 7HABERMAS: Conciencia moral y
acción comunicativa, p. 118. Tópicos 35 (2008) “lax” — 2009/3/23 — 14:35 — page 101 — #101
JÜRGEN HABERMAS: ENTRE LA ÉTICA. . . 101 Desde la perspectiva de un participante en las
argumentaciones morales el mundo vital, a la debida distancia, se presenta como la esfera de la ética en
la que aparecen imbricados aspectos absolutamente evidentes de origen moral, cognitivos y expresivos.
En este caso los deberes están tan relacionados con las costumbres vitales concretas, que pueden
derivar su evidencia de las seguridades de base. Las cuestiones de la justicia se plantean tan sólo dentro
del horizonte de las cuestiones que siempre se han respondido sobre la vida buena. Desde el criterio
severamente moralizador del participante en el discurso, esta totalidad ha perdido su validez natural y
se ha reducido considerablemente el poder normativo de lo fáctico y hasta las instituciones en las que
se confiaba pueden convertirse en otros tantos casos problemáticos en cuanto a la justicia8 . Podemos
concluir, por ahora, que los esfuerzos teóricos de Habermas se condensan en su reflexión sobre las
formas procedimentales de un discurso moral, en detrimento de los aspectos de contenido de la ética de
un mundo de la vida, ya que “toda moral universalista, para convertirse en prácticamente eficaz, ha de
compensar esta pérdida de eticidad concreta que empieza aceptando a cambio de su ventaja cognitiva”9
. Es evidente la distancia abierta entre la normatividad formal y la materialidad ética, lo cual nos invita
a considerar la ética del discurso como una aceptación indudable de la falacia naturalista de Hume.

Insuficiencias y (auto) limitaciones de la ética discursiva Pasemos en primer lugar a considerar si los
ataques de Hegel a la filosofía moral de Kant afectan también a la ética del discurso. Los cuatro frentes
en los que Hegel concentra sus objeciones a la ética kantiana vienen referidos al formalismo (1), al
universalismo abstracto (2), a la impotencia del simple deber (separación entre el ser y el deber ser) (3)
y al terrorismo de la pura intención (4) 42. Con razón de examinar las respuestas refutatorias que ofrece
Habermas en relación a la no afectación de estas críticas en referencia a la ética discursiva, conviene
señalar, en primera instancia, una cuestión divergente respecto a Kant: “En Kant el modelo discursivo
de la libertad e igualdad queda recortado por el modelo de libertad e igualdad que la tradición del
derecho natural moderno toma del mercado”43. Distanciándose de las premisas del derecho natural
clásico que respondía solamente a las exigencias de una economía capitalista emergente, la ética
discursiva recupera sólo cuanto hay en esa tradición de conexión vinculante con las utopías sociales44,
neutralizando así el recorte kantiano al modelo discursivo de libertad e igualdad. Pero, además, la ética
comunicativa consigue superar el binomio puesto en duda por Hegel entre el universalismo abstracto
del derecho natural individualista (Kant, éticas del deber) y el particularismo concreto del bien común
(Aristóteles, éticas de los bienes). De este modo, los aspectos de Justicia relativos a la exigencia de
igual respeto por la dignidad de cada sujeto (Kant) y la Solidaridad de la protección de las relaciones
intersubjetivas de reconocimiento recíproco de la comunidad (Aristóteles) no se consideran
aisladamente o como opuestos el uno al otro. “El proceso de formación discursiva de la voluntad
colectiva da cuenta de la interna conexión de ambos aspectos: de la autonomía de individuos
incanjeables y de su inserción en formas de vida intersubjetivamente compartidas45. La ética
discursiva, sin llegar a caer en las “tenazas metafísicas del neoaristotelismo”, rompe en varios puntos
con Kant. Estos puntos de ruptura son: - (1) La ética del discurso no traza separación alguna entre el
reino de lo inteligible (deber y voluntad libre) y el reino de lo fenoménico (inclinaciones subjetivas,
instituciones sociales). Mediante suposiciones contrafácticas 41 Ibíd., p. 85. 42 J. Habermas, Escritos
sobre moralidad y eticidad. op. cit., pp. 97-99. 43 Ibíd., p. 69. 44 Continuando así la senda inaugurada
por Ernst Bloch en su libro Derecho natural y dignidad humana. Madrid: Aguilar, 1980. 45 J.
Habermas, Escritos sobre moralidad y eticidad. op. cit., p. 113. Jordi Magnet Colomer | Los
fundamentos de la ética discursiva en Habermas y Apel. 87 MARZO 2014 dentro de la práctica
comunicativa. - (2) La ética del discurso rompe con el planteamiento atomista y monológico de Kant,
según el cual cada sujeto en su fuero interno examina sus propias máximas de acción. Esta ruptura se
logra mediante la universalizabilidad derivada del discurso público. Del universalismo fonológico-
formal al universalismo dialógico-formal. “(…) en lugar de comprender –al igual que Kant- el
procedimiento en el que las normas son examinadas en su validez ética a través de un cuestionamiento
por su universalizabilidad, como un test de un sujeto solitario consigo mismo, la ética discursiva
traslada el procedimiento de examen moral a un acto comunicativo, que no finge representar
simplemente un contrato único en el sentido de las teorías contractuales, sino que es exigido como una
discusión que ha de efectuarse realmente”46. - (3) La ética del discurso, sirviéndose del principio D,
elude la fundamentación de Kant apelando a un factum de la razón (obligación del deber-ser). - (4) La
ética del discurso no es únicamente una ética de la intención (Kant), también asume los propósitos de la
ética de la responsabilidad (acciones y normas)47. Sin embargo, donde la ética discursiva se muestra
más débil es frente a la incredulidad relativa a si realmente “es posible formular conceptos tales como
los de punto de vista moral, justicia universal, rectitud normativa, etc., con independencia de la visión
de una vida buena”48. Ya se ha apuntado al respecto que los discursos prácticos no se insertan
únicamente en contextos de acción. “A la teoría moral cabe exigirle y confiarle que ilumine el núcleo
universalista de nuestras intuiciones morales constituyéndose así en una refutación del escepticismo
valorativo. Pero aparte de eso, ha de renunciar a hacer por su propia cuenta aportaciones sustanciales –
sobre la vida buena-” 49. Mas a pesar de los esfuerzos de Habermas por suplir la falta de eticidad
concreta de la ética discursiva, siempre persistirá un peligro latente de recaída en los postulados de un
universalismo excesivamente abstracto. Por esta razón, “muchos estudiosos se sienten intranquilos
cuando se enfrentan con semejante apelación humanista universal, y hay buenas razones para estar en
guardia. En primer lugar, puede suceder que un punto de vista universal sea tan abstracto que no haga
justicia a ninguna declaración o punto de vista particular. Es intelectual y moralmente muy cómodo, y
también en esa medida una actitud irresponsable, hacer comentarios sobre todos los temas y asumir la
apariencia de “neutral” juez universal que condena a todos los bandos en nombre de la “Humanidad”.
46 A. Honneth, “La ética discursiva y su concepto implícito de justicia” en K.O. Apel, A. Cortina et
altri, Ética comunicativa y democracia. Barcelona: Crítica, 1991, p. 165. 47 J. Habermas, Escritos sobre
moralidad y eticidad. op. cit., pp.114-115. Véase también M. Boladeras, op. cit., p. 110. 48 Ibíd., p. 117.
49 Ibíd., p. 129. Los fundamentos de la ética discursiva en Habermas y Apel. | Jordi Magnet Colomer
88 MAYO 2014 Seguramente algunos puntos de vista particulares pueden ser más compatibles que
otros con los intereses y necesidades universales de la evolución humana y de su autorrealización.
Además, no es siquiera posible, en la práctica, promover estos intereses universales sin asumir una
determinada posición en cada situación particular. En algunas condiciones, eso puede implicar la
condena de todos los bandos, en otras podría ser el respaldo y el apoyo activo del sector que, al luchar
por sus propios fines, también lucha por la humanidad como totalidad. Lo que se necesita es un
universalismo histórico concreto, no uno abstracto, trascendental”50. Cualquier empeño en esta
dirección debe esforzarse por complementar adecuadamente el universalismo abstraído de los
contextos históricos concretos con las éticas referentes a la “vida buena” en la estela de Aristóteles y
con las eticidades hegelianas que emergen de la concreción de la vida. En este sentido, profundizar en
el legado anterior a Habermas y Apel podría resultar a todas luces provechoso en el progreso de esta
imperiosa tarea. Así, tanto la “teoría de la personalidad” que nos legó A. Heller en sus primeras obras
como la “ética normativa de la praxis” nacida de la rica producción filosófica originada en la “Escuela
de la Praxis”, son, sin duda alguna, un complemento idóneo para llenar de contenidos ético-concretos
esos aprendizajes o cambios de actitud necesarios a los que se refiere Habermas con el fin de llevar a
cabo un tránsito desde los niveles preconvencionales y convencionales de desarrollo moral hasta los
niveles postconvencionales. Como hemos podido ver, el propio Habermas habla de un progreso del
“yo” hacia la individualidad. Y, precisamente, aquello que nos aportan los modelos éticos asentados en
el humanismo marxista precedente es, pese a no pocas limitaciones, una fundamentación y
justificación, que hunde sus raíces en Hegel y en las éticas concretas aristotélicas, de ese desarrollo
desde la particularidad del “yo” o “sujeto en-sí” hacia una individualidad de “sujetos para-sí”. Aquí
divisamos un espacio, ciertamente secundario, para la inserción de una eticidad concreta en la ética
discursiva. Por otra parte, parece que los discípulos de la segunda generación de la Teoría Crítica se han
tomado en serio la tarea de suplir la falta de eticidad concreta de la teoría ética elaborada por sus
maestros. Sólo el tiempo confirmará si la “ética del reconocimiento” (Honneth), ha logrado superar
(Aufhebung) -en el sentido hegeliano del término- los déficits achacables la “ética discursiva”
(Habermas, Apel).

LA ÉTICA COMUNICATIVA DE JÜRGEN


HABERMAS
CARACTERIZACIÓN MÍNIMA DE LA ÉTICA DEL DISCURSO DE HABERMAS

Habermas intenta ofrecer una fundamentación racional de la ética. La suya es una ética formal, aún
más procedimental que la kantiana. Lo que da validez a una norma es el procedimiento por el que
se llega a ella. Se trata de una ética mínima, pues no establece normas, sino que comprueba su
validez. Nos da un procedimiento de evaluación de normas y, en este sentido, se trata también de
una ética negativa. La propuesta de Habermas sería una “criba” (criba-crítica, krínein). Es también
una ética universalista.
Su punto de partida no es la conciencia moral (faktum de Kant) sino el hecho de la comunicación.
En el proceso de la comunicación, hablante y oyente comparten implícitamente nociones morales.
En toda comunicación se presuponen las bases de un comportamiento justo y correcto.
Toda comunicación aspira al acuerdo, es decir, al entendimiento y al “ponerse de acuerdo”. Cuando
hablamos con otras personas, presuponemos que nos están diciendo la verdad. Cuando haya un
conflicto insuperable, los individuos pueden comprometerse a participar en el discurso, que sería
aquella situación en la que el conflicto se solucionaría por el mejor argumento, excluyendo la
coacción (amenazas) y el engaño. En el discurso la fuerza del argumento vale más que el
argumento de la fuerza. El discurso debe ocurrir en una situación ideal de habla. Es decir, una
comunicación en la que todos participarían libremente y sin el obstáculo de la coacción. Todos
podrían intervenir, y todos podrían argumentar, criticar, justificar. Habrá simetría e igualdad entre los
participantes. Si alguno de estos rasgos no se da, podría decirse que el acuerdo no es válido. En el
discurso deben participar todos los que se puedan ver afectados por las decisiones que se tomen
en el mismo, de forma que se garantice la presencia de todos los intereses.
Para Habermas, “el que expresa un punto de vista moral está suponiendo que expresa algo
universalmente válido”. La universalidad se logra en el diálogo, en el discurso, y está implícita en la
comunicación. El que usa el lenguaje, lo hace con afán de universalidad y eso no puede ignorarse.
“Querer hablar” es aceptar la simetría y la ausencia de represión. El principio de universalidad sería
similar al imperativo categórico y se formula así: “únicamente pueden aspirar a la validez aquellas
normas que consiguen o pueden conseguir la aprobación de todos los participantes en cuanto
participantes de todo discurso práctico.” “Toda norma válida habría de poder encontrar el
asentimiento de todos los afectados si estos participasen en un discurso práctico.”
Después de la crítica de Nietzsche se pierde la confianza en la razón como fundamento de la moral.
No se cree que la conciencia moral pueda lograr normas universales, tal y como Kant creía. Para
recuperar esta posibilidad, Habermas traslada la fundamentación de la moral de la conciencia
moral del sujeto a la comunidad de habla

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