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Por todos lados oímos frases como “confía en ti mismo”, “confiar en ti mismo es
todo el estimulo que necesitas”, “si te propones algo y crees en ti mismo, lo lo-
grarás”. Todas estas frases muy comunes en nuestros días nos estimulan a de-
positar toda nuestra fe y confianza en nuestro propio potencial, en nuestras
aptitudes y capacidades. Todas ellas representan la tendencia actual que exalta el
potencial del ser humano y su fuerza o poder interno, el cual le permite lograr
aquello que desea y se propone. Algunos lo llevan aun más lejos al afirmar que
cuando ejercemos la fe en nosotros mismos y pensamos positivamente, la ener-
gía de los pensamientos activan leyes o principios sobrenaturales que operan a
nuestro favor. ¿Pero no es acaso el tener una actitud positiva un factor que cierta-
mente influye en el éxito de un individuo? Y por otro lado, ¿no es acaso el pesim-
ismo y la negatividad el peor estorbo que puede tener una persona que desea ese
éxito? El estudio de la conducta humana, llamada la psicología nos habla de lo
importante que es tener una actitud positiva y optimista para enfrentar los prob-
lemas de la vida. ¿Pero no es eso precisamente lo que nos están diciendo los ex-
ponentes del evangelio de la prosperidad y la salud, y los astrólogos y los psíqui-
cos?
Existe una importante diferencia entre una actitud de optimismo ante las situa-
ciones de nuestra vida, y lo que hoy en día afirman los proponentes del pensami-
ento positivo en sus diversas ramificaciones. Por ejemplo, desde la perspectiva
cristiana es bíblicamente correcto afrontar una situación difícil de manera op-
timista cuando entendemos que Dios está al control de todas las circunstancias y
que sin importar el curso que tome una situación, podemos estar seguros que al
final todo obrará para bien para los que aman a Dios2. El creyente que ha entrado
espiritualmente hablando, al reposo de Dios3 puede descansar y mantener la paz
aún en situaciones difíciles porque sabe que no está solo y que Dios le acompaña
en todo momento. Es la misma actitud “positiva” que el salmista David expresó
cuando escribió: “aunque ante en valle de sombra de muerte, no temeré mal
alguno porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.4"
Es una confianza que se apoya en la certeza de la presencia de Dios, en su
soberanía y en las promesas de su Palabra.
El individuo que acepta estas enseñanzas, aprende que todo lo bueno y lo malo
que le sucede tiene origen en su pensamiento y en su palabra. Como su ser es
esencialmente divino y es un pequeño dios, sus decretos desencadenan toda
clase de acciones positivas y negativas. Este es el principio del retorno: lo que
uno declara o piensa, eventualmente regresa; sea bueno o malo. No hay nada
moral o ético en este principio. Es simplemente una ley impersonal que el ser hu-
mano debe aprender a manejar. ¿Dónde es depositada la confianza? En el yo in-
terior, en su “potencial ilimitado”, y en las leyes espirituales que operan en el uni-
verso.
Todo esto resulta sumamente apetecible para una cultura (como la nuestra), que
desesperadamente busca poder. Pero la Palabra de Dios apunta hacia un lado
totalmente distinto. Fe es la confianza del hijo de Dios hacia su Padre celestial. La
pregunta es ¿cuál es la naturaleza de la fe y cómo esta debe ejercerse? Los de-
fensores del pensamiento positivo cristianizado, la “Super Fe”, responden a esta
pregunta empleando Hebreos 11:3, “Por la fe entendemos haber sido constituido
el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que
no se veía.” Para ilustrar lo que llaman la fuerza activa de la fe, Kenneth Coopland
explica lo siguiente: “El universo y las fuerzas que lo gobiernan fueron creadas
por el poder de la fe, una fuerza espiritual. Dios, que es espíritu, creó toda la
materia por el poder de su fe”. Otro predicador (Hagin) afirma: “¿Cómo Dios pudo
hacerlo? Dios creyó que lo que El dijo ocurriría, y así fue. Esta es la fe divina. El
creyó en el poder de su propia confesión.8”
Aquí nos hallamos ante una mala interpretación del texto, lo que nos muestra
cómo estas personas no vacilan en torcer y estirar los textos bíblicos para sosten-
er sus posturas. En la interpretación que hacen de Hebreos 11:3 se asume er-
róneamente que Dios por medio de su fe creó el universo. Pero el escritor de Heb-
reos no le está atribuyendo fe a Dios. El lo que está diciendo es: “Por la fe enten-
demos...” En otras palabras, nosotros los creyentes, por la fe es que podemos en-
tender que Dios fue el creador de las cosas visibles, por medio de su mandato. Es
algo totalmente diferente. Por causa de esta mala interpretación de Hebreos
11:3, la fe es vista por muchos como una fuerza que es activada por la palabra
hablada para crear realidades específicas.
¿Pero cómo nos es presentada la fe en las Escrituras? Hebreos 11:6 dice: “porque
es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador
de los que le buscan.” Vemos que aquí el apóstol está hablando de la fe, pero una
fe centrada en una Persona: Dios. Notamos entonces que el concepto de la fe, en
la Biblia, envuelve una Persona como su objeto. No una mera creencia en la exist-
encia de Dios, sino el buscarle de todo corazón, como indica más adelante. Es por
ende, una fe que descansa en una Persona (Dios) y no en una energía creadora
impersonal que podemos manejar si aprendemos cómo hacerlo.
¿Acaso desconocía Pablo las “fuerzas energéticas de la fe”? ¿No tenía el apóstol la
revelación de las leyes espirituales de la confesión positiva? ¿Por qué no recurrió
a ellas para librarse de aquél aguijón? Contrario a lo que algunos enseñan por
ahí, se requiere más fe para aceptar la voluntad de Dios aún cuando esa voluntad
no sea de nuestro completo agrado, que para cambiar las circunstancias a
nuestro favor (cosa que no podemos realizar por nosotros mismos). La Escritura
está repleta de claros ejemplos de circunstancias desfavorables que sufrieron los
siervos de Dios, y tuvieron que enfrentar. Los héroes de la fe de Hebreos 11 tam-
bién sufrieron vituperios, pobreza, rechazo, persecución y hasta la muerte; y al-
canzaron buen testimonio de la fe, aunque no recibieron en esta tierra lo pro-
metido, proveyendo Dios algo mejor para ellos.
La Palabra sí nos enseña a utilizar nuestra lengua para bendecir y edificar. Efesios
4:29 nos dice: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que
sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.” Tam-
bién Colosenses 4:6 nos enseña diciendo: “Sea vuestra palabra siempre con gra-
cia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.” Final-
mente la epístola de Santiago 3:6 “Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad.
La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e
inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.” En
todos estos textos vemos claramente cuál es la verdadera exhortación con
relación al uso correcto de nuestra boca o nuestra lengua: ser de edificación y
bendición al que nos escucha, responder adecuadamente a cada persona, y evitar
contaminarnos con una lengua fuera de control. El único poder que tiene nuestra
lengua es de edificar o lastimar a otras personas. El Señor nos dice que si le
pertenecemos a él, no podemos por un lado bendecirle con nuestros labios, y
maldecir a los hombres con esa misma boca con que le alabamos. El pretender
atribuirle un poder sobrenatural a los decretos y confesiones de los cristianos, de
tal manera que Dios no se mueve si no damos la orden, es una verdadera afrenta
a su soberanía y una mala interpretación de la verdad bíblica.
Es menester tomar conciencia con relación a lo que está ocurriendo dentro del
pueblo de Dios. Muchos líderes religiosos están redefiniendo sutilmente conceptos
y doctrinas de tal manera que adquieren un sentido muy distinto al que fue reve-
lado en la Palabra. Bajo supuestas revelaciones y comunicaciones divinas, se pro-
pagan grandes disparates doctrinales. El creyente que no esté instruido y funda-
mentado en la Escritura, no se dará cuenta que poco a poco cae en las redes del
pensamiento místico nuevaerista, y abandona la fe cristiana. Verdaderamente
resulta más apetecible a nuestra cultura sedienta de poder, el presentar la fe
como el poder de decretar y activar la energía espiritual que obrará a mi favor, y
no como esa dependencia, confianza y descanso en el Dios que todo lo tiene bajo
su control y actúa conforme al designio de su voluntad. En el primero, el ser
humano posee el dominio, el poder. En el segundo, el poder está en Dios, y él
actuará como él quiere. ¿Habrá algún resultado positivo cuando el hombre opta
por jugar a ser Dios?
Notas
Proverbios 3:3-8
Romanos 8:28
Hebreos 4:9-10
Salmo 23
Marcos 11:22
Hagin, Kenneth. La Fe, Cómo desatar su fe, p. 21.
Coopland, Kenneth. The Face of Prosperity, p. 16.
Hagin, Kenneth, The God-kind of Faith, p. 18.
2 Corintios 12:7-10
Romanos 8:28
Job 1:22
Font, Rodolfo. Periódico La Nueva Conciencia, noviembre 1997, p.9.