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de vuestro agrado y que impulse a aquellos lectores que están
adentrándose y que ya están dentro del mundo de la lectura. Recuerda
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ÍNDICE
SINOPSIS 15. SAM 30. SAM
1. WALKER 16. WALKER 31. SAM
2. SAMANTHA 17. WALKER 32. WALKER
3. SAM 18. SAM 33. SAM
4. WALKER 19. WALKER 34. WALKER
5. SAM 20. WALKER 35. WALKER
6. WALKER 21. SAM 36. WALKER
7. SAM 22. WALKER 37. SAM
8. WALKER 23. SAM 38. WALKER
9. SAM 24. WALKER 39. SAM
10. WALKER 25. SAM EPÍLOGO: WALKER
11. SAM 26. SAM SOBRE LA COCHERA
12. WALKER 27. SAM AGRADECIMIENTOS
13. SAM 28. WALKER
14. WALKER 29. WALKER
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SINOPSIS
Hay una línea delgada entre el amor y el odio y ellos estaban a punto de cruzarla.

Mi nombre es Samantha Ross y esta es mi vida.

Yo existía en un mundo que pocos conocían. En resumen, los remolques y las


calles criminales eran mi hogar. Las drogas y el alcohol eran la norma y la felicidad
era la excepción. Yo vivía día a día sin saber si iba a tener un techo sobre mi cabeza
o comida en el estómago. Mi vida apestaba. Se llevó todo de mí y no me dejó nada.

Pero había una certeza en mi vida. Una mancha negra en mi ventana del infierno.

Cole Walker.

Él era un criminal. Un ladrón. Trajo el infierno y la condenación con él


dondequiera que fuese. Él hería y destruía. Él tomaba y no daba nada a cambio. Era
la angustia y la desesperación envuelta en un paquete hermoso y perfecto. Coches
rápidos y mujeres rápidas eran sus aficiones. Sus vicios. Pero él tenía muchos.

Yo era una de ellas.

Yo era su adicción y su anhelo. Su enemiga en esta tierra. Yo le temía. Lo odiaba.


Lo amaba incluso más. 5
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CAPÍTULO 1
-Walker-
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

—¿Tenemos un trato?

Miré a la pequeña comadreja, cansado de su mierda. Su pelo punk púrpura


de mierda era una broma y así lo era también el maldito tatuaje trepando por su
cabeza, haciéndole lucir como si tuviera un camino de sarpullido.

—No compito más —dije sin expresión, cruzando los brazos sobre el pecho
y mirándolo hacia abajo—. Asesoro. —Un buen viento sopló contra mí en ese
momento, erizando mi pelo negro y barriéndolo al otro lado de la frente.

—¿Asesoras? ¡Ja! —Dijo la pequeña comadreja con un resoplido—. El rumor


es que tú eres el único para vencer. El monstruo de todos los corredores callejeros.
Conoces tus coches y sabes cómo manejarlos. Si vas contra ese idiota de ahí, podrás
fácilmente duplicar tu dinero. Sólo sigue la línea, Walker. Sigue la maldita línea.

Miré al oponente de pie a unos cuantos coches de distancia. El tipo era


grande, al menos de casi dos metros. Su cabeza rapada y numerosos anillos de
labios le daban un aspecto rudo. No ayudaba que su apodo fuera Edge1. Por lo que
escuché, el tipo tenía una fina resistencia sobre su cordura. De ahí el nombre. Al
borde de la locura.

Revisé su vehículo. Un Chavelle SS de 1970. Bonito coche. Rendimiento


decente. Un poco en el lado lento, en mi opinión.

Volví la mirada hacia la comadreja enfrente de mí. Él estaba saltando de un


pie a otro, con los ojos como platos. La mayoría de la gente fuera de aquí estaba en
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algo o punto de entrar en algo. Era obvio que este tipo ya había aspirado o fumado
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todo lo que tenía en sus manos para pasar la noche. Añade a eso el calor del verano

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En español se traduce como Borde.
y el hombre estaba sudando baldes, ríos de ellos. Le corría por la cara y empapaba
el cuello de su camisa, manchando el oscuro material.

—Estoy retirado, Milo. Corre tu propio maldito coche —dije, poniendo fin a
la conversación y alejándome. La verdad era que no corría más, pero esa nunca
había sido mi especialidad de todos modos.

Era un gran hurto de coches.

—¡Pero su coche es un pedazo de mierda, Walker! Un maldito bote de


basura sobre ruedas. ¡Quiero un poco de acción en tu coche! —Me gritó el chico.

Ignoré al enano y me dirigí hacia mi mejor amigo, Bentley Ross, o como a


todo el mundo le gustaba llamarlo —Bent. Él era uno de los pilotos más rápidos de
la calle de los alrededores. Un temerario real. Estaba apoyado en mi coche, un
Plymouth Duster de 1971, hablando con una chica con medias de red y tacones de
aguja de prostíbulo. Mi mirada pasó por encima de ella, gustándome lo que veía. La
chica era rubia y construida como una modelo de Victoria Secret. Lenta y
contempladora, tenía una amiga, también. Una morena de pie junto a ella. Mi noche
acababa de ir de buena a malditamente perfecta.

—¡Walker! Justo estaba hablando de ti. ¿Estás dentro o fuera? —Preguntó


Bent al caminar, empujándose lejos del coche para mirarme.

Eché un vistazo a la morena.

—Si estás hablando de ella —dije, señalando a la chica, mis ojos a la deriva
por su cuerpo—. Estoy dentro. Hasta el final.

Llevaba botas altas y una falda pequeña. Justo lo que me gustaba ver en una
chica.

Bent sonrió, leyendo mi mente.

—¿Me refería a si estás compitiendo? Sé que eso es lo que Milo quería.

Eché un vistazo alrededor. Mustangs y musculosos coches compartían


espacio con Hondas, Nissan y Mitsubishi. Este era mi viejo terreno que pisaba
fuerte. El lugar en el que una vez me sentí vivo. El rugido de los motores. El
chirrido de los neumáticos. Me encantaban esos sonidos. Solían ser mi vida.
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Ahora eran la de Bent.


—Milo puede hablar todo lo que quiera. No voy a correr —dije. No hacía
más carreras callejeras. Tampoco robaba, picaba, o daba paseos con los coches de
otras personas.

Lo que hacía era beber.

Alcancé la cerveza que Bentley me ofreció y abrí la tapa. El aroma golpeó


mis sentidos, haciendo agua mi boca. Era mi vicio ahora. La única cosa que
adormecía los sentidos y me hacía olvidar todo lo demás. Alcohol. Esta noche lo
necesitaba más que nunca. Estaba condenadamente caliente, como un horno de
manivela a lo alto, y estaba ansioso, tan anormalmente. Sólo una cerveza helada
podía calmarme y refrescarme.

La morena se acercó un paso, mirándome de arriba abajo de nuevo con


interés.

—Así que ¿si no quieres correr, qué quieres hacer? —preguntó con una voz
seductora, el olor de su perfume caro rodeándome.

No le dije que lo que quería hacer era arrastrarla a mi coche y doblarla


sobre él. Levantar ese vestidito y demostrarle lo rápido que podía hacerla cruzar
esa recta final.

En su lugar di un paso hacia ella. Era hora de sentar la mierda. De decirle lo


que toda chica quería oír. Dulce-mierda hablada. Se deslizó tan fácilmente de mi
lengua como al decir mi nombre. Jugaba el juego todo el tiempo. Viendo a quién
podía conseguir, estableciendo mi objetivo y lográndolo. Entrando sin emociones.
Saliendo incluso con menos.

Deslicé mi mano por su cintura, pensando en decirle lo mucho que me


gustaría ir corriendo hasta el maldito coche, pero la voz de Bent me detuvo.

—¿Qué diablos está haciendo ella aquí? —espetó, mirando a través del claro
hacia alguien. Sus fosas nasales se dilataron y sus dientes estaban apretados. El
hombre era un conductor, pero vaya si no tenía la actitud de un luchador en su
lugar.

Volví la cabeza, buscando en la multitud. Gente molida entre los coches y


por el antiguo edificio industrial. Hablando. Riendo. Intercambiando cigarrillos o
pasando licor de ida y vuelta. No veía ninguna cosa fuera de lo común. Sólo un
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montón de universitarios rompiendo leyes y fanfarroneando sobre sus coches.

Pero entonces mi mirada aterrizó en ella.


Samantha Ross.

Mi enemiga.

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CAPÍTULO 2
-Samantha-
Traducido SOS por Clcbea & SOS Nanami27
Corregido por katiliz94

Según mi experiencia había tres cosas que hacías en verano. Trabajabas en


un asfixiante y aburrido trabajo, ibas a fiestas, o salías y veías carreras callejeras
ilegales. Al menos es lo que los chicos del lado sur de la ciudad hacían.

Y esta noche no era diferente.

Seis días a la semana, cuarenta horas a la semana, volteaba hamburguesas


en el Meet and Eat de Red. Estúpido nombre pero las hamburguesas eran
increíbles. Sería mi trabajo soñado si pagaran un dinero decente. La verdadera
sorpresa era que tenía comida gratis. Muchas noches volvía a casa con
hamburguesas y patatas fritas, a veces también con batidos de chocolate. Algunas
personas podrían tomar esto por sentado pero no yo. Iba a la cama más noches con
el estómago lleno, algo que no hacía muy a menudo creciendo. Así que a pesar de
tener un menos-que-estelar-trabajo, estaba resultando ser un buen verano. Por lo
menos comenzó de esa manera…

Tuve que ponerme en un puesto de día completo en el Meet and Eat, para
tener el tiempo suficiente para salir. Esta noche había una fiesta en la Antigua
Planta Industrial de Plásticos. Estaba en un área desierta de la ciudad, rodeada de
calles vacías. Perfecto para arrastrarse a una carrera y derrapar, sólo algunas de
las cosas ilegales ocurriendo por aquí.

Las malas hierbas se habían apoderado de la acera rota que rodea el edificio
y había más grafitis en las paredes de metal que los que había en las ventanas. Pero
estaba limpio de policías y estaba lo suficientemente lejos de la ciudad para que
nadie pudiera oír el rugido de los motores o el chirrido de los neumáticos.
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Era el sueño de cualquier corredor callejero.

Pero tengo que decirlo, no era el mío.


Estaba aquí por algo diferente. Algo que podía reventarte los tímpanos y
hacerte gritar.

La música.

La fábrica de plásticos abandonada había sido convertida en un club


llamado así por el nieto del propietario hace un año. Era ordinaria y operaba bajo
el radar de las regulaciones gubernamentales y de las ordenanzas de la ciudad.
Imaginaba que ellos sabían sobre esto pero que volvieron sus cabezas. No mucha
gente quería meterse en líos con los locales de este lado de la ciudad. Éramos un
grupo desagradable y hacía falta una verdadera bola de demolición para tratar con
nosotros.

Estaba aquí con mi seudo-novio, Lukas, para escuchar a Dark Paradox tocar.
Era una banda local de hardcore punk, el cual no era mi estilo de música favorito,
pero él los amaba, así que lo acompañé.

Luckas Ryan era un año mayor que yo y tocaba el bajo con su banda de rock
alternativo. Ellos mismo se hicieron un nombre por aquí, tenían la mayoría de sus
fines de semana reservados. No hacía daño que los miembros de la banda fueran
todos guapos. Las chicas parecían tener una cosa por los chicos que sabían cómo
rockear y llevar una melodía. No yo. Me juntaba con Luckas porque lo conocía
desde la secundaria. Recientemente habíamos comenzado a salir pero antes de eso
éramos solo amigos.

Miré hacia atrás a Lukas e hice nuestro camino a través de la sudorosa,


multitud bailando. Él me seguía, manteniéndose lo suficientemente cerca por si yo
necesitaba poder extender la mano y agarrar la suya. Su pelo negro teñido era
largo, cubriendo la mayor parte de su rostro y ocultando los tatuajes que se
deslizaban hasta su cuello. Tenía al menos cinco pendientes en una oreja y solo
vestía de negro. Camisa negra, jeans ceñidos negros, y convers negras. Era un
rechazado social. Un inadaptado. Una mancha negra en la cara de la sociedad. Al
menos eso es lo que los otros chicos en el colegio habían dicho. Su padre era un
doctor que probaba su propia medicina demasiadas veces, y su madre, una ama de
casa que estaba más preocupada por sus uñas y pelo que de Lukas. Pero por lo
menos él tenía a ambos padres. Yo solo tenía uno, y ella se mantenía colocada o
borracha la mayor parte del tiempo.

A los diecinueve años, yo también era una inadaptada. Me consideraba a mí


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misma una interminable incomprendida. Tenía pocos amigos y aún menos motivos
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para sonreír. Preferiría perderme en un libro de Edgar Allen Poe que ver el último
reality show de la televisión, como los chicos de mi edad. En vez de quedarme a
dormir fuera de casa o sentarme alrededor con las chicas en la escuela. Steven King
y Anne Rice eran mis mejores amigos, contándome historias que hacían que mi
vida pareciera inocente y dulce. Tenía miedo de acercarme a cualquiera porque si
lo hacía, se irían. Todos siempre lo hacían.

Yo era diferente. A diferencia de los otros chicos, sabía lo que era pasar
hambre. Preguntarme si tendría un techo sobre mi cabeza al día siguiente. Saber
que solo estaba a un segundo de ser una persona sin hogar. Si vivir así me hacía
rara, entonces era rara.

El caliente y húmedo aire del verano me golpeó tan pronto como salí del
club. Mi fino vestido de algodón se pegaba a mi piel, absorbiendo mi sudor. Tiré de
él lejos de mi cuerpo, esperando una brisa. En su lugar, una ráfaga de viento del sur
levantó mi largo pelo y lo arremolinó alrededor de mi cara, bloqueando mi visión.
Cogí unos mechones negros y los metí detrás de mi oreja, mis cortas uñas color
rojo enganchándose en algunas partes.

No siempre había tenido el pelo negro. El día que cumplí dieciocho años,
decidí que necesitaba un cambio. Uno grande. Así que teñí mi pelo rubio a negro.
Todavía era largo y con gruesos rizos suaves al final, pero ahora los tirabuzones
eran del color de la medianoche, haciendo a mis ojos verdes incluso más brillantes
y más vivos, incluso si así no es como me sentía.

Tenía un pendiente en el labio pero no tenía tatuajes. Simplemente no era


lo mío. Y, a diferencia de Lukas, no vestía todo de negro. Prefería el blanco o el rosa.
Cuanto más retro y femenino, mejor. Y puesto que solo podía permitirme ropa
desechada de la tienda de ahorro local, funcionaba perfectamente. Ellos estaban
llenos de ropa anticuada que se adaptaban mi estilo a uno T.

Con el pelo negro como la tinta y el exceso de ropa femenina, era una
contradicción en la moda, confundiendo a los que no me conocían. Es por eso que
Lukas y yo éramos perfectos juntos. Él tenía sus propios fantasmas a los que hacer
frente y yo tenía los míos. Todo el mundo pensaba que Lukas era un emo fantástico
pero yo pensaba que era profundo. Pasábamos horas sentados hablando de la vida.
Él tenía estas perspectivas retorcidas de vida-versus-muerte que yo encontraba
interesantes. Incluso la banda cantaba canciones con letras sobre humanos sin
emociones intentando amar. A veces no los entendía pero la música era
enloquecedoramente buena y divertida para bailar.

Supongo que eso es lo que me gustaba de Lukas —él no se ajustaba a las


expectativas de nadie. Como yo. La diferencia entre nosotros era que él sabía que
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quería de la vida. Yo solo estaba esperando conseguir pasar al día siguiente.


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Cruzamos la zona infestada de malas hierbas de delante de la fábrica y nos


dirigimos a la franja de hormigón con la vista al frente. Al menos veinte coches, tal
vez más, estaban aparcados a lo largo de ambos lados. Potentes coches americanos
puestos al lado de importaciones extranjeras. Un verdadero revoltijo de poderosas,
y rápidas máquinas.

Siempre que había alguna fiesta o una franja de carretera vacía, se podían
encontrar corredores callejeros mostrando sus coches y carreras por el título del
coche más rápido de los alrededores.

Esta noche no era diferente.

Caminé entre un negro suave Shelby GT500 y un Honda Civic azul eléctrico.
Lukas tras de mí. Ambos coches eran chulos, posicionándose en ruedas de alta
calidad. Sintonizados al máximo con las últimas piezas de rendimiento. Lo sabía
porque mi hermano amaba sus coches.

Casi tanto como amaba a las mujeres.

—Esa banda daba ganas de vomitar —gritó Lukas sobre el sonido de los
motores que nos rodeaban—. Quiero decir, ese bajista realmente me golpeó la
cabeza. ¿Qué pensaste? ¿Era alguna mierda hecha o qué?

En lugar de responderle, escaneé la multitud, buscando a mí hermano. Las


probabilidades eran que él estaba aquí. Si había chicas rápidas y coches más
rápidos aun reunidos en alguna parte de la ciudad, él podía ser encontrado.

Pero estaba esperando que no me viera.

Estaba esperando que un viejo Chevelle pasara, la música puesta a ridículos


niveles. El conductor estiró su cuello para mirarme pero lo ignoré. Dando largos
pasos, corrí entre los coches, Lukas trotando para mantener el ritmo conmigo. Los
mechones de pelo a lo largo de mi cabello empezaron a encresparse por la
transpiración y pude sentir una gota de sudor rodar entre mis pechos. Era una
pegajosa noche caliente y yo necesitaba estar en el coche de Lukas lo más pronto
posible, con el aire acondicionado soplando una ráfaga de aire frio en mi cara.

Mi mirada estaba pegada a los coches aparcados fuera, en la distancia, lejos


de la acción de las carreras callejeras. El Acura de Lukas estaba entre ellos. Todo lo
que necesitaba era pasar al grupo de corredores y estaría sana y salva.

—¿Me has oído Sam? ¿Qué piensas de la banda? —Lukas preguntó de


nuevo, caminando detrás de mí.
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—En lo que a mí respecta sobre el punk, eran buenos —dije sobre mi


hombro—. Pero me gusta más tu banda.
—Somos malditamente buenos —dijo Lukas con una sonrisa—. Podríamos
haberlos liquidado, si quisiéramos.

—Wow. Hablando de golpear —dije sonriendo.

—Tú lo sabes —Lukas rió entre dientes, entrelazando sus dedos con los
míos. Me di la vuelta, caminando hacia atrás mientras mantenía su mano.

—¿Y ahora qué? No estoy cansada y es temprano. Vayamos a hacer algo más
—dije, esperando que estuviera de acuerdo. Realmente no quería volver a casa.
Casa significaba un remolque deteriorado y una madre drogada ausente. Solo
quería escapar, por lo menos una noche.

—Bien… puedo pasar el rato en tu casa por el resto de la noche. ¿No se ha


ido tu madre? —Preguntó Lukas subiendo una ceja.

Tapé mi nerviosismo. El pensamiento de estar a solas con Lukas no era algo


malo. Lo había conocido desde siempre. Llevábamos saliendo un par de semanas.
Él era bueno y me trataba con respeto. En el fondo sabía que él nunca me heriría o
usaría pero él también era un hombre, lo que significaba que querría sexo
eventualmente. Todos lo hacían. Pero yo nunca iría con ello.

No quería ser como mi madre.

Cuando era pequeña, mi padre se fue a trabajar a las plataformas petroleras


estacionadas en el golfo de México. El día que se fue, dejó una nota diciendo que
nunca volvería. Me acuerdo de estar leyendo en la cama esa noche y escuchar a
través de las paredes finas como un papel de nuestro remolque como mi madre
lloraba hasta que se durmió. Durante semanas ella esperó a que mi padre volviera
a casa pero nunca lo hizo. La vida era decente antes de que se fuera. Teníamos
comida y ropa nueva. Éramos una familia. Después de que se fuera, mi madre
luchaba día a día. Empezó a beber y a tomar pastillas con el fin de hacerle frente.
Mi dulce y cariñosa madre se fue, igual que mi padre. La mujer que la remplazó era
alguien a quien no conocía y no estaba segura de que me gustara.

A ella no le importaba si había comida suficiente para comer o una casa en


la que vivir. Cuando yo tenía nueve años, todo lo que le importaba era el sexo, las
drogas y la bebida. Los hombres y las pastillas eran su hobby. No sus hijos. Al
principio ella buscaba el amor, esperando llenar el hueco que mi padre dejó, pero
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después de que se enganchara a las drogas y al alcohol el sexo se convirtió en su


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acuerdo de negocios. Los hombres la usaban y a cambio le suministraban pastillas


y bebidas alcohólicas. Si le pagaban en efectivo, el dinero siempre se iba en sus
vicios, nunca en comida o facturas. No era un secreto; todo el mundo sabía que ella
era la puta de la ciudad. Tenía la sensación de que el nombre de mi madre se
extendía rápido e iba de mano en mano.

A veces me preocupaba. ¿Sería como ella en veinte años? ¿Bebiendo hasta


morir y moviéndome de hombre en hombre, esperando encontrar a alguien que
me quisiera? Me estremecía con el pensamiento de que era una posibilidad, pero
cuando venías de la parte pobre de la ciudad, no podías dejar de preguntarte si eso
te pasaría a ti. Vi la espiral descendente que mucha gente tomaba, arruinando sus
vidas. Era difícil salir de esta vida, yo había nacido en ella, pero iba a luchar contra
ella de cualquier manera.

Luego estaba mi hermano, Bentley. Él era dos años mayor que yo y patearía
el culo de cualquiera que intentara tener sexo conmigo. Él llevaba la
sobreprotección a otro nuevo nivel. Bentley era un verdadero tipo duro,
ahuyentando a muchos de los chicos que venían a mí alrededor. Lukas era uno de
los que más tiempo había estado pegado a mí, pero era solo cuestión de tiempo
antes de que fuera forzado a huir.

Empujé el pensamiento lejos y sonreí a Lukas, todavía caminando detrás.

—¿Así que me estas pidiendo pasar la noche? —pregunté, mirando a Lukas


bajo mi gruesa capa de rímel negro.

—Sí, algo así. —Dijo llevándome a una parada entre dos Camionetas
Slammeds.

Mi sonrisa desapareció mientras él me empujaba hacia él, cerca de ver los


detalles del tatuaje que corría por su cuello. Tocó suavemente mi mejilla, Su
mirada aterrizando en cada detalle de mi cara.

—Eres malditamente hermosa —susurró.

Me habría sonrojado si fuera ese tipo de chica. Pero no lo era. No me


sonrojaba. Ni me desmayaba, suspiraba, tenía mariposas, ni mareos por un chico.
No valían la pena. Me consideraba a mí misma sensata, sensible, y sin todo el
drama que consumía a muchas chicas de mi edad. Sabía de lo que los hombres eran
capaces y que no siempre eran tan amables.

Vi a Lukas centrado en mis labios. Sabía que mi pintalabios rojo lo volvía


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loco, igual que el vestido blanco que llevaba. Éste me llegaba a la mitad del muslo y
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mostraba mis piernas perfectamente. Ese es el por qué me puse esto esta noche.
Para sentirme normal. Aceptada. Una parte de mí quería eso mientras la otra parte
de mi luchaba con el pensamiento de ser como mi madre.
—No estoy segura de sí deberías quedarte en casa, —le dije a Lukas dándole
una débil sonrisa—. ¿Y si mi hermano viene a casa? Te matará.

La sonrisa de Lukas desapareció.

—Bueno, podríamos volver a tu casa y ver una peli. Solo pasar el rato. Ver
qué pasa.

Abrí mi boca para recordarle lo mucho que a Bentley no le gustaba, pero


paré. Tenía diecinueve años. Si quería llevar a un chico a casa, ¿quién iba a
detenerme? Seguramente no mi infernal hermano y definitivamente no mi
alcohólica y drogada madre.

—Vamos —dije antes de que cambiase de opinión.

La sonrisa de Lukas volvió, más amplia ahora. Luché contra el nerviosismo


que amenazaba mi burbuja. Era obvio que él pensaba que iba a obtener algo esta
noche.

Pero yo sabía que nunca pasaría.

Él siguió detrás de mí mientras hacíamos nuestro camino entre coches y


personas. Me di cuenta de que había dos vehículos preparados para una carrera,
ambos sentados en la línea de salida toscamente dibujada. Sus motores estaban
reavivando, humo ondulante de goma recién quemada. Los hombres y mujeres
estaban de pie cerca, hablando en voz alta mientras esperaban la señal de salida.

No me detuve a observar. Había tenido mi cuota de carreras callejeras


ilegales, gracias a Bentley arrastrándome. Solo quería irme antes de encontrarme
con él o alguno de sus amigos.

Lukas me dejó ir al frente cuando llegamos a dos coches aparcados cerca.


Salimos al otro lado debajo de una de las farolas. Insectos pululaban por encima de
nosotros, sus alas haciendo pequeños zumbidos mientras volaban entorno a la luz.

Miré hacia arriba. Desde que era una niña me gustaba ver a los insectos en
las luces de la calle que alineaban nuestro barrio. Me recodaban a pequeños
humanos, pasando volando alrededor febrilmente. Veía la luz como algo que todos
queríamos, todos y cada uno de nosotros. Era una necesidad, un deseo que nos
hacía ser un enjambre pasando alrededor ansiosamente, golpeando al otro sin
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cuidado. Para mí esa luz representaba el amor. Si estabas muy cerca de él, eras un
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fracasado. Podía destruirte. Eso pasaba con estos pequeños insectos y lo vi pasar
con mi madre. Ella fue absorbida en la luz de mi padre, incapaz de resistirse, ella se
golpeó y todavía no se había recuperado. Los inteligentes se mantenían alejados de
la luz, volando a una distancia segura de ella. Planeaba ser uno de esos inteligentes.

Estaba permaneciendo alejada del amor.

Apreté el paso, queriendo dejar atrás la multitud de carreras callejeras. Pero


entonces lo oí —una voz llamándome por mi nombre. Aprensión corrió arriba y
abajo por mi espina dorsal. Escaneé el área, mis ojos moviéndose rápidamente.
Entonces los vi. Mi espalda se puso rígida y dejé salir mis maldiciones.

Mi hermano estaba inclinado en el coche de su mejor amigo, mirándonos a


mí y a Lukas atentamente. Piernas cruzadas por los tobillos y brazos cruzados
sobre su pecho, haciéndolo parecer tranquilo. Sabía que era solo una fachada; Mi
hermano nunca estaba relajado, especialmente cuando me veía con chicos.

Pero no estaba muy preocupada por mi hermano. Estaba preocupada por


quién estaba a su lado.

Cole Walker.

La única persona que podía hacerme golpearme contra la farola.

Destruyéndome.

Cole Walker llegó justo en el momento que había renunciado a que mi padre
alguna vez regresase a casa. En el tiempo que renuncié a todo, incluyendo el tener
una vida normal.

La primera vez que conocí a Walker fue cuando él y su padre se mudaron


calle abajo de nosotros. Su remolque era de un nuevo y prístino color blanco que
reflejaba la luz del sol brillantemente. Los escalones que llevaban a su puerta
frontal no estaban desmoronándose o pudriéndose como los nuestros. Eran de
hermosa madera sólida que parecían nunca haber estado bajo el peso más ligero.
Su pequeña casa aún tenía una pantalla de puerta añadida. Pero su patio lucía
como el del resto en el vecindario, solo tierra, algunas hierbas y no mucho más. Sin
plantas o arbustos que pudieran ser encontrados. Pero si hubiera algunos, el
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ardiente sol y el calor los habría asesinado de todas formas.


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El día que conocí a Walker, no pude quitar los ojos de su remolque, mientras
Bentley y yo lo pasábamos temprano una mañana en nuestro camino a la escuela.
Llegábamos tarde de nuevo, pero no me importó. Estaba más preocupada por
nuestros nuevos vecinos. ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Tenían hijos? Era
curiosa en aquel entonces, por decir lo mínimo.

No pude evitar imaginar a una mujer caminando fuera de la puerta frontal,


ondeando un adiós a su hija, con una sonrisa amorosa en el rostro. O un padre
lanzándole el balón a su hijo, dándole golpecitos en la espalda con orgullo cuando
lo atrapaba. Lo que nunca imaginé fue ver a un chico corriendo a través de la
pantalla de la puerta, violento y furioso.

Él voló hacia los escalones del porche como un murciélago salido del
infierno. La puerta frontal se estrelló detrás suyo, pero no creo que le importara.
Con furiosas zancadas se apresuró, luciendo como el demonio que era con su cola.

Un segundo después la puerta se abrió de nuevo, estrellándose con el metal


en el exterior del remolque. Un hombre gigantesco apareció en la entrada, usando
solo un bivirí blanco y sucios pantalones sueltos. Él apretó el paso hacia el pequeño
porche de manera, sus ojos entrecerrándose hacia el chico corriendo por la
entrada de coches.

—¡Será mejor que te quedes ahí, Cole Walker, o tu trasero va a estar en


llamas! —Bramó el hombre, sacudiendo su puño hacia el chico.

Mis ojos se ampliaron cuando el chico se volvió y se volcó hacia el hombre,


su dedo de en medio levantado con ira. Entonces, lo hizo de nuevo con su otra
mano.

—Bent, ¿viste eso? —Susurré con sorpresa mientras el chico empezaba a


caminar por la calle con presurosas y largas zancadas.

—Silencio, Sam. Métete en tus propios asunto —regañó Bentley.

Hice lo que mi hermano dijo porque para mí Bentley era un dios. Era fuerte
y valiente, no le temía a nada ni nadie. Levanté la mirada hacia él porque parecía
tener todas las respuestas. Pero entonces, minutos después, mi curiosidad se
aferró a mí de nuevo. ¿Quién es el chico y por qué está tan enfadado? ¿Es ese su
papá? ¿Él es cruel como mi mamá lo es a veces?

Quería preguntarle a Bentley lo que pensaba, pero probablemente era


mejor no hacerlo. Estaba irritable esa mañana. Mamá olvidó pagar la factura del
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agua de nuevo, así que tuvimos que lavarnos los dientes con un recipiente medio
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vacío de soda de naranja. Bentley lo encontró en el tacho de basura. No me


importó, pero Bentley estaba molesto. Se ponía de esa manera a menudo con
mamá.
Así que, supongo que fue bueno que Bentley y yo mantuviéramos nuestra
distancia del nuevo chico mientras caminábamos a la escuela. Mi hermano no
estaba de humor para hacer nuevos amigos. Pero incluso si lo estaba, sabía que no
habría intentado hablar con el chico. Bentley tomaba su trabajo como mi hermano
mayor muy en serio. A los doce años, él era el padre que nunca tuve. Se aseguraba
de que tuviera algo que comer en la noche, incluso si era solo un tazón de cereales.
Me ayudaba con mi tarea lo mejor que podía y me cuidaba cuando estaba enferma.
Él era mi mamá y papá, todo resumido en uno. Tenía que serlo con el fin de que
nosotros pudiéramos sobrevivir.

Ya ves, vivíamos en los guetos. A diferencia de otros lugares alrededor de la


ciudad, una persona tenía que saber cómo sobrevivir aquí. El crimen era alto y la
felicidad baja. Asesinos, gánsteres y vendedores de drogas eran la norma. Los
niños jugando a la pelota con sus papás o arrojando besos a sus mamás eran tan
ajenos para mí como tener dinero en nuestros bolsillos. Simplemente nunca había
pasado y nunca lo haría.

Me quedé en silencio y continué viendo al chico nuevo durante otro bloque


mientras caminábamos justo detrás de él. De hecho, estaba tan ocupada viéndolo
que no noté al coche dirigiéndose lentamente detrás de mí. No fue hasta que el
conductor rodó hacia abajo su ventana y tocó el claxon del coche, que me di cuenta.

—Oye, dulzura —dijo el hombre.

Miré por encima de mi hombro y contuve un gemido. Era el novio actual de


mamá —Pam2 Man. Así es como Bentley y yo le pusimos de sobrenombre. Su
cabello era tan grasoso que parecía que le hubieran rociado spray de cocina Pam
en él. Sé que no era agradable de nuestra parte llamarlo así, pero el tipo era
aterrador.

Me acerqué a Bentley y saludé a Pam Man dubitativamente, no confiaba en


él. Algunas veces lo había atrapado mirándome fijamente, con una extraña mirada
en el rostro. Le dije a mamá una vez, pero ella se enfadó y me acusó de intentar
meterme entre ella y Pam Man. Incluso dijo que estaba coqueteando con él. Lo
negué, pero no me creyó, dándome una bofetada en su lugar.

Después de esa discusión, no intenté decirlo otra vez cuánto me asustaba


Pam Man. Pero Bentley lo sabía. Se negaba a dejarme sola cuando Mick Rodriquez
(el verdadero nombre de Pam Man) estaba en nuestra casa, incluso hasta llegar al
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punto de dormir en el suelo de mi habitación cuando Mick pasaba la noche con


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Mamá.

2 Pam: Es un aceite en spray empleado para la cocina, y perteneciente a ConAgra Foods.


—¿Necesitas un aventón a la escuela, dulzura? Estoy yendo por ese camino
—gritó hacia mí, manejando a un paso lento junto a nosotros. Incluso su voz
sonaba grasosa.

Negué con la cabeza y me acerqué más a Bentley, buscando seguridad. A la


edad de diez años, no hablaba mucho. No tenía mucho que decir. Era una niña
triste, llena de tanta pena porque mi papi se fuera. Me culpaba a mí misma la
mayoría de los días. A veces incluso deseé ser invisible, así la gente no vería cuán
triste estaba. Pero hasta el momento eso no había pasado.

—¿Me escuchas, dulzura? —preguntó Pam Man de nuevo, mirándome a mí


y luego al camino.

Me asusté más y me moví más cerca de Bentley, ocultando mi rostro.

—Tomaremos el cochebús —dijo Bentley, agarrando la correa de mi


mochila y tirándome a un ritmo más rápido.

Los ojos pequeños y redondos ojos de Pam Man miraron fijamente a Bentley
desde el asiento del conductor mientras se deslizaba junto a nosotros.

—No estoy hablando contigo, niño —gruñó, con crueldad en los ojos—.
Quédate callado.

—Sí, Señor —replicó Bentley, saludando a Pam Man sarcásticamente.

Pam Man frunció el ceño, pero cuando miró de vuelta hacia mí, una astuta
sonrisa iluminó su rostro.

—¿Necesitas un aventón, Sam? —Preguntó otra vez, sus labios elevados en


una sonrisa.

Odiaba la manera en que decía mi nombre y realmente odiaba la manera en


que me miraba. Cuando él pasaba la noche con mamá, lo escuchaba gruñir y gemir
en su habitación, sonando como un cerdo comiendo su cena. A veces ella gritaba de
dolor. Esas noches ponía una almohada sobre mi cabeza, rogando a Dios que me
llevara o se llevara a Pam Man lejos de mamá, pero eso nunca pasó.

Estábamos casi en la parada del cochebús cuando Pam Man insistió en que
me metiera en el coche con él de nuevo. Para ese momento mi corazón estaba
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corriendo demasiado rápido, al igual que lo hacía cuando estaba nerviosa. Era casi
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como si supiera que algo malo iba a pasar.

Y no estaba equivocada.
Pam Man ralentizó el coche hasta detenerse junto a la curva y lo llevó hacia
el parque. Se bajó mientras nosotros seguíamos caminando, su larga forma
extendiéndose desde detrás del timón.

Di un traspié, asustada, mientras lo miraba caminar sin prisa alrededor del


parachoques frontal de su coche hacia nosotros. Bentley agarró mi muñeca e
intentó hacer que me moviera más rápido, pero estaba demasiado aterrada para
hacer que mis pies funcionaran apropiadamente.

Habíamos solo dado unos pasos cuando, de repente, Pam Man se detuvo
justo en frente nuestro. Olía a café y colonia barata, dos olores que odiaba.

Inclinándose, su nariz larga como un pico llegó a estar a centímetros de la


mía.

—¿Me escuchaste, jovencita? Súbete a mi coche y te llevaré a la escuela. Soy


prácticamente tu papi ahora y eso es lo que los papis hacen por sus hijas.

Curvé mis escasos hombros hacia adelante, encorvando mi espalda y


haciéndome parecer más pequeña. Mi largo cabello rubio cayó adelante, cubriendo
mi rostro y ocultándome. Estaba bloqueándome. Retrayéndome. Algo que hacía a
menudo.

Bentley se hizo cargo. Me empujó detrás de él y se enderezó, encarando a


Pam Man como un hombre adulto haría.

—Ella no irá a ninguna parte con usted, Señor. No es nuestro padre, así que
deje de intentar actuar como uno —dijo. Estaba siendo poderosamente valiente,
considerando con quién estaba hablando.

Eché un vistazo alrededor del brazo de Bentley, asustada de cómo


reaccionaría Pam Man. Él había golpeado a mi mamá una vez. Lo había visto con
mis propios ojos. No quería que le hiciera eso a Bentley o a mí.

Su gruesa y húmeda lengua lamió a través de sus labios, recordándome a un


lagarto. Bajando la vista hacia mi vestido de segunda mano, él sonrió de nuevo.

Negué con la cabeza y me escondí detrás de Bentley, pero no había escape


de Pam Man. El hombre tenía poder por aquí, y le gustaba presumirlo. Su gruesa
mano se disparó, agarrando a Bentley de la parte superior del brazo.
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—Ahora escúchame, pequeña mierda —dijo, sacudiendo a Bentley hacia


adelante y atrás como un monigote—. Puedo estar follándome a tu madre, pero no
tienes derecho a hablarme de ese modo, ¿me oyes? Tu hermanita aquí, va a subirse
en mi coche y no vas a detenerla. Retrocede o haré gritar tu trasero de aquí hasta el
próximo domingo.

—¡No voy a retroceder! —Exclamó Bentley mientras Pam Man lo arrojaba a


un lado como un pedazo de basura. El impulso envió a Bentley a caer hacia atrás.
Con la pesada mochila en el hombro, perdió el equilibrio y cayó, aterrizando en el
suave pasto del jardín de alguien. Grité y empecé a ir hacia él, pero Pam Man me
agarró de la parte superior del brazo, sacudiéndome para atrás.

—Vamos, niña. Cuidaré bien de ti —dijo en una voz nasal, tirando de mí


hacia su sedan azul y blanco. Sus dedos mordieron mi brazo, apretando hasta que
pensé que el hueso se rompería.

Intenté llegar a Bentley y grité, dejando caer mi mochila de Hello Kitty sobre
la acera. Pam Man ignoró mis gritos, arrastrándome fuera de la curva, y hacia la
puerta posterior de su coche. Traté de pelear contra él, retroceder, pero era más
fuerte.

Me clavé en mis talones, pero no fue útil. Me sacudió hacia adelante,


haciéndome perder el equilibrio y caer. Aterricé en la acera, raspándome las
rodillas y lastimándome las palmas de las manos. Mis gritos se hicieron más
fuertes. Mis rodillas estaban ardiendo y mi brazo se sentía como si estuviera
rompiéndose por su agarre.

Pero aún no me rendí.

Dejé salir otro grito alto. Estaba haciendo demasiado ruido, pero temí que a
nadie le importara. En mi vecindario no mucha gente se inmiscuiría en una pelea
que involucrara a alguien como Pam Man. La gente de aquí tendía a meterse en sus
propios asuntos. Y no querían tener nada que ver con alguien como él.

Un sucio policía.

Incluso a los diez años, sabía que meterme en un coche con este hombre no
era seguro a pesar de la insignia en su camisa. Así que, dejé salir otro grito. Y otro.
Simplemente no dejé de gritar.

Pam Man abrió de un tirón la puerta posterior de su sedan e intentó


empujarme adentro, pero pateé con mis pies. Cuando eso no funcionó, me agarré al
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borde de la puerta del coche, consiguiendo un firme agarre y aferrándome para


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salvar mi vida. Sabía que si me soltaba, él me metería a su coche y nunca vería a


Bentley de nuevo.
Con las lágrimas corriendo por mi rostro, me retorcí, luchando por ver a mi
hermano. Se estaba moviendo sobre sus pies, puños a los lados, sus ojos en Pam
Man. Grité por él justo cuando Pam Man arrancó con fuerza mis dedos de la puerta.

Empecé a pelar con él, golpeándolo con mis pequeños puños mientras
intentaba meterme dentro del coche. Pero no sirvió de nada. Era demasiado fuerte
para mí.

Grité una última vez. Ahí es cuando un movimiento captó mi atención.

El chico nuevo se había dado la vuelta y estaba corriendo hacia nosotros.


Era alto, casi tan alto como Pam Man. Al menos una cabeza más alto que Bentley. Y
se veía enfadado. Tan enfadado que me asustó. Lo observé correr hacia nosotros,
algo salido del infierno corriendo hacia mí.

Una vez vi una pintura de un demonio. Una de las señoritas de cabello azul
en la Iglesia de Servicio de Saint Mary me había mostrado una imagen de una
noche fría de invierno durante una cena de “Alimenta a los Desfavorecidos.”
Cuando me entregó una taza de sopa aguada, me contó acerca de Lucifer y de cómo
tentaba a los chicos y chicas buenos. El chico corriendo hacia mí me recordó esa
pintura. Su cabello era negro y sus ojos oscuros. No tenía una cola bifurcada o
cuernos puntiagudos, pero tenía una crueldad en él que no podía ver con
seguridad.

Ese es el momento en que mi vida cambió para siempre.

El chico sería mi destrucción y mi salvador. Él me retaría. Me mantendría


cuerda y me volvería loca. Me destruiría y me salvaría.

Solo que aún no lo sabía.

Luché contra Pam Man mientras el chico nuevo corría hacia nosotros.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, arrojó su mochila al suelo, sin romper sus
zancadas nunca. En segundos, estaba a mi lado, su puño elevado, su puntería
perfecta. Se balanceó, atrapando a Pam Man en la mandíbula. Pam Man cayó hacia
atrás, pero mantuvo un firme agarre en mí, arrastrándome con él mientras caía.

El chico empujó su brazo esbelto hacia atrás y lo mandó a volar de nuevo,


golpeando a Pam Man en la nariz. Oí un crujido un segundo antes de que la sangre
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salpicara de sus fosas nasales, gotas de ella aterrizando en mí. El chico acababa de
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romper la nariz de Pam Man.

Pam Man aulló de dolor y soltó mi brazo, agarrándose el rostro mientras la


sangre se vertía de su nariz. Me revolví lejos, mirando mientras el chico nuevo
atacaba otra vez. Su puño se estrelló en Pam Man una tercera vez, luego una cuarta,
apenas perdiéndose de mí.

Bentley saltó hacia adelante y tomó mi mano, sacudiéndome lejos del


peligro.

—¿Estás bien? ¿Estás bien? —Repitió, girando mi brazo de un lado a otro


para mirarlo.

Estaba rojo y ardía por los dedos de Pam Man, pero estaba bien. Asentí, tan
asustada que pensé que vomitaría. Un gruñido seguido de un golpe vino desde
detrás de mí. Me volví, viendo algo que se quedaría conmigo durante un largo
tiempo.

El chico nuevo aún seguía golpeando a Pam Man. Una y otra vez, enterraba
su puño en el rostro y el estómago de Pam Man. Nunca había visto a un niño darle
una paliza a un hombre adulto, pero estaba sucediendo justo en frente de mis ojos.
Pensé que nunca se detendría, pero después de un tiempo, lo hizo.

Pam Man estaba medio recostado, medio sentado en la calle cerca de su


coche, sangrando y acunando su nariz rota. Gritando algo acerca de cómo el chico
lo iba a pagar. El chico estaba de pie sobre él, respirando fuerte, los puños
apretados a sus costados. Él acababa de sellar su futuro y cambiar el mío.

Ese día Walker se volvió el mejor amigo de Bentley.

También se volvió el chico al que temí.

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CAPÍTULO 3
-Sam-
Traducido por Ritita
Corregido por katiliz94

No mucho había cambiado desde ese día hace nueve años. Walker seguía
siendo el mejor amigo de Bentley y todavía propenso a la ira y la violencia. Lo
único que había cambiado era que yo ya no le temía.

Simplemente lo odiaba.

Mantuve los ojos tranquilos sobre él y Lukas y me acerqué a través de la


multitud de coches. Walker estaba reclinado sobre su coche casualmente, como si
no le importase nada más en el mundo. Una botella de cerveza colgaba de su mano,
descansando sobre su muslo. Pantalones desteñidos colgaban de su cadera, una
escasa rotura en su rodilla. Su camiseta se veía como si hubiera sido lavada
demasiadas veces, pero sin embargo le quedaba a la perfección. Las botas negras
se veían desgastadas. Ignoré el modo en que sus ojos se posaron sobre mí,
perforando un hueco a través de mi cuerpo que me dejó helada a pesar del calor.

Cerca había dos chicas de pie, pareciendo que estuviesen listas para
arrancar las ropas de Walker y Bentley. Una era rubia, la otra morena. Yo las
llamaba su tipo de perras porque ellas harían cualquier cosa con un coche rápido.
Bentley las llamaba la presa fácil del día.

—Mierda, ahí están mi hermano y Walker —murmuré, dejando caer los


hombros con miedo—. Tenía la esperanza de que no estarían aquí.

—¿No podemos tener una noche normal sin tu hermano metiéndose con
nosotros? —se quejó Lukas detrás de mí—. Siempre está en mi maldito recipiente.
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No le gustaba a Bentley y a Bentley no le gustaba él. ¿Walker? Bueno,


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Walker era una historia diferente en general. A nadie le gustaba mucho Walker.
—Solo ignorémosles. Quizás no se den cuenta y nos dejen tranquilos —dije,
arrastrando a Lukas detrás de mí mientras empezaba a caminar rápido. Me moví
hacia la izquierda, esquivando el aspecto oscuro del coche negro de Walker.

—¡Hey, hermanita!

Puse los ojos en blanco y me detuve, de espaldas a Walker y Bentley. Un


suspiro alto escapó de mí. Escuché el crujido de botas aplastando el asfalto,
dirigiéndose en mi dirección. Estaba atrapada. Que empezase la diversión a
expensas de Sam.

Tomando un profundo respiro, desenredé mi mano de la de Lukas y me di la


vuelta. La sonrisa en los ojos verdes de Bentley se encontró con los míos mientras
se acercaba. Me rehusé a mirar a Walker pero pude verlo en mi visión periférica,
todavía recostándose en el potente coche que tanto amaba. Me llevó un acto de
Dios ignorarlo, pero estaba determinada a intentarlo.

Bentley se detuvo a unos pies de mí y se cruzó de brazos sobre el pecho,


balanceándose sobre sus talones. Una brisa de viento levantó su pelo rubio,
moviéndolo por su frente y sobre sus ojos.

—¿Qué pasa, hermanita? —preguntó, su mirada deslizándose sobre Lukas


antes de enfocarla en mí.

—No mucho. ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunte, imitándolo y cruzando


los brazos sobre mi pecho.

—Deambulando. Ya sabes… un poco de esto un poco de aquello —dijo


Bentley, manteniendo los ojos sobre Lukas—. Nunca esperé veros a los dos
tortolitos por aquí. ¿Dónde vas? ¿Necesitas ir a casa?

Sabía dónde estaba yendo y no era bueno.

—Estoy bien —respondí con una dulce sonrisa—. Pero te veré después. —
Me di la vuelta para irme, agarrando la mano de Lukas otra vez, pero sabía que
Bentley no me dejaría irme tan fácilmente. Como dije –el chico era sobre protector.

—Creo que deberías ir a casa con nosotros, Sam. Lo digo en serio —dijo con
voz severa.
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La irritación creció en mí. Con mi madre fuera la mayor parte del tiempo y
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mi padre fuera de la imagen, Bentley había sido el único en criarme. En enseñarme


lo bueno de lo malo. En enseñarme a mantenerme a raya. En ser el único al que le
importaba. Él era la única persona en la que podía confiar pero se negaba a
reconocer que yo era lo suficiente mayor para cuidar de mí misma.

Y últimamente eso había comenzado a molestarme.

—Dije que estaba bien, Bent. Lukas me va a llevar a casa —dije en voz
tranquila que ocultaba mi frustración.

Antes de que Bentley pudiera argumentar, empecé a caminar, empujando a


Lukas a lo largo conmigo. No iba a permitir que Bentley me mandara nunca más.
Ahora era una adulta. De diecinueve a veinticinco. Tenía que dejarme ir algunas
veces.

—Sam, juro… —el sonido de la grava crujió bajo las botas de Bentley
mientras daba unos pasos para seguirnos.

Una profunda voz afilada con dureza rompió a través del sonido alto de los
motores de los alrededores, interrumpiendo a Bentley.

—Déjalos solos, Bent. ¿No ves que están buscando un lugar tranquilo para
hacerlo? Está escrito en la cara de su novio. Él quiere algo y está planeando
obtenerlo de tu hermanita.

Me detuve. Toda la sangre dejó mi cara. Me sentí enferma, tan enferma del
estómago y casi vomité. La profunda voz que sonaba como si estuviese hecha de
orina y vinagre rechinaba en mis nervios. Solamente el mismo diablo podría sonar
tan retorcido como ese hombre.

Walker.

Dejé la mano de Lukas pero no me di la vuelta. Todo lo que podía hacer era
concentrarme en la rabia creciendo dentro de mí y el latido salvaje de mi corazón.
Escuche más botas crujiendo en la grava mientras Walker se acercaba.

—No puede esperar a poner las manos en ese pequeño vestido que tu
hermana tiene puesto. Tú lo sabes y yo lo sé. Me pregunto si ella lo sabe —dijo
Walker con ese sonido como una risa en su voz—. La pregunta es, ¿qué vas a hacer
con eso, Bent?

Por ahora Lukas había virado de una cara a otra de los hombres que eran
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por lo menos unos pies más altos que él y quizás cincuenta libras más pesados. Él
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no era cobarde pero era estúpido si pensaba que podría tumbar a Bentley y
Walker. No estaba segura de que alguien pudiera.

—Escucha, no estoy pensando eso —argumentó Lukas, de pie hacia ellos.


—Chorradas —espetó Walker.

Di un profundo respiro. No quería hacerlo. Peleé con cada segundo de eso.


Me odiaba siquiera por considerarlo. Pero finalmente no pude resistirlo. Me di la
vuelta, mis ojos inmediatamente encontrando los de Walker. Estaban
recorriéndome, sus ojos negros quemando agujeros directamente hacia mí. Su
caminar, su hablar, su sola existencia me volvía loca.

Lo odiaba. Realmente lo hacía. El hombre no tenía un hueso decente en su


cuerpo. Él había sido visto el interior de un reformatorio más de una vez, haciendo
de la cárcel su segundo hogar. Él era la persona que arrastraba a Bentley a lo largo
de su oscuro camino a la destrucción, mostrándole el camino. Cuando estaba
alrededor de Walker, sentía un odio tan profundo que quería gritar.

Walker se detuvo al lado de Bentley y sonrió. Su oscuro cabello negro


combinaba con mis mechones teñidos. Sus oscuros ojos negros de medianoche se
detuvieron en mí, desafiándome a argumentar o decir cualquier cosa.

Con frialdad dejé mi mirada vagar pasándolo, aterrizando en las chicas


cerca de su coche. Ellas me dieron una mirada malvada, de pie velando sobre su
coche como dos guardaespaldas bien dotadas. Me miraron, enfadadas porque
invadiese su territorio. Pero no tenían nada por lo que preocuparse. La idea de
estar con Walker me dejaba fría.

Mi mirada fue hacia Bentley cuando se cruzó de brazos y amplió su postura,


mirando a Lukas como si quisiera estrangularlo.

—¿Eso es verdad Lukas? —preguntó, las palabras rodando por su lengua


como una advertencia, una amenaza—. ¿De verdad tienes las pelotas para
acostarte con mi hermana?

Lukas se puso erguido. Vi su puño abrirse y cerrarse, enfado en su cara.

Jadeé con disgusto, atrapando la mirada de Walker. Él me sonrió con una


sonrisa que rebosaba engreimiento. Quería sacarle el dedo pero eso habría sido
inmaduro. Tenía otra idea. Una que él nunca esperaría.

Di unos rápidos pasos que me clavaron justo frente a Walker. Sabía que
estar de pie cerca de él era peligroso (sino completamente estúpido) pero tenía
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una racha de valentía que funcionaba desde lo profundo.


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Mirándolo, vi una sonrisa cruzar por su demasiada perfecta cara. Sus ojos,
tan llenos de traviesa negrura, me miraron de pies a cabeza. Su sonrisa creció
cuando sus ojos aterrizaron sobre el aro de mis labios. Eso me volvió loca. Se había
reído de mí tan pronto como me teñí el pelo y me puse el aro en el labio. Dijo que
parecía un duende del infierno. Pero eso no fue lo peor. Dijo que mi pelo aún era
precioso, pero ahora estaba tan negro como mi corazón. Como si él fuera el único
que hablase. Tenía una enorme viruta sobre su hombro que yo quería sacar con
tanta desesperación. Aquí estaba mi oportunidad.

—Ignora a Walker, Bentley —dije con una dulce sonrisa, manteniendo los
ojos sobre Walker—. Tú también, Lukas. Todo el tiempo en reformatorios lo han
jodido a lo grande. De hecho, perdió tanto tiempo ahí que no sabría lo primero
sobre conseguir algo a menos que la polla de alguien más estuviese involucrada.

La mandíbula de Walker se tensó y la sonrisa se deslizó de su cara. Dios.


Golpeé un nervio.

—Cuidado, cría. No sabes lo que estás haciendo —advirtió, sus ojos


volviéndose oscuros.

Me acerqué más a él, pie contra pie y manteniendo una mirada inocente en
mi cara.

—Oh, sé lo que estoy haciendo, Walker. La pregunta es, ¿lo sabes tú?

Antes de que respondiera, miré a mi hermano.

—Bent, ¿sabías que Walker se ofreció mostrarme lo que podía hacer con
su… equipamiento? Pero dije que no y ahora está celoso. Son sus manos las que
quisieran levantar este vestidito. No las de Lukas.

—¿Qué diablos? —juró Bentley, girándose para mirar a Walker.

Le di otra dulce sonrisa y crucé los brazos sobre mi pecho, mirando a


Walker. Sus orificios nasales se ensancharon, sus ojos ardiendo con intenso odio
mientras me miraba.

—Está mintiendo, Bent —dijo Walker, su voz plana y peligrosa mientras me


fruncía el ceño.

Por un segundo una amenaza de miedo me atravesó. Nadie se metía con


Walker y vivía para contarlo. Solo porque fuese el mejor amigo de mi hermano no
significaba que estuviese a salvo de su rabia. La mayoría de las veces yo era la
29

causa de ella.
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Empujé la inquietud a un lado. Era momento de que alguien pusiese a


Walker en su lugar y quería ser esa persona.
—¿Estoy mintiendo, Walker? —pregunté, planeando con dulzura algo
más—. ¿No me deseas? Eso no es lo que dijiste la otra noche.

Walker gruñó y dio un paso cerca, colocando su cuerpo cerca del mío. Me
congelé cuando se inclinó, su boca cerca de mi oreja.

—Cuidado, dulzura. Muerdo.

Mi corazón saltó, golpeando contra mi esternón. Sentí mi sonrisa flaquear y


mi boca secarse.

Walker se enderezó, una sonrisa astuta en su cara.

El idiota sabía exactamente lo que estaba haciéndome.

Forzando una nueva sonrisa en mi cara, posé la mirada sobre Bentley,


midiendo su reacción. Justo como pensaba, él estaba hirviendo de enfado y no iba
dirigido hacia Lukas o hacia mí. Iba dirigido hacia Walker. El hombre que
supuestamente se había propuesto a su hermanita. Mejor amigo o no, Bentley
estaba cabreado.

Era el momento perfecto para escapar.

Agarré la mano de Lukas y de prisa cruzamos el aparcamiento, escuchando


a Bentley maldecir y amenazar a Walker.

—¡Estas loca! —siseó Lukas cuando estuvimos fuera de alcance—. ¿Quién le


habla a Cole Walker así?

—Yo —dije, mi sonrisa deslizándose ante el recuerdo de la mirada en la


cara de Walker y la forma que susurró en mi oído. Un escalofrió me atravesó pero
esta vez no uno malo.

—¿Paso algo entre vosotros dos? —preguntó Lukas, pareciendo


preocupado—. ¿Es necesario que le patee el culo?

Bufé. Lukas no tendría una oportunidad en una pelea con Walker. Él dejaría
a Lukas en el suelo en segundos.

—¿Entonces no ocurrió nada? —Preguntó Lukas, duda en su voz.


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—Con Walker? De ninguna forma —respondí—. Él odia mis tripas y el


sentimiento es mutuo.
CAPÍTULO 4
-Walker-
Traducido por Meii
Corregido por katiliz94

Vi a Sam alejarse en ese pequeño vestido que apenas le cubría el culo. Ella se
balanceaba de un lado a otro, burlándose de mí. Sólo era un centímetro más alto...

—¡Maldito cabrón! ¿Realmente sientes algo por mi hermana? —rugió Bent a


mi lado, apretando los puños como si quisiera lanzar un puñetazo.

Suspiré y metí la mano en el bolsillo trasero de mis jeans por un cigarrillo,


pero ya había roto uno de los malos hábitos que tenía. Dejé de fumar hace seis
semanas, pero todavía quería las malditas cosas, ahora más que nunca. Estaba
tratando de jugar limpio, pero maldita sea, situaciones como esta me hacían querer
lanzar la precaución al viento y fumar un cigarrillo.

Miré a Sam hasta que desapareció entre dos coches aparcados con ese
perdedor de Lukas. Lo que vio en él, no tenía ni idea. En mi libro él no era más que
un niño. Y lo que Sam necesitaba era un hombre, pero estaba claro que yo no iba a
ser voluntario.

—No siento algo por tu hermana, Bent, así que cierra la maldita boca —dije,
girando y caminando enfadado hacia mi coche. La morena, Chrissy creo o como se
llamase, me estaba esperando. Al menos ella no me hacía querer estrangularla, a
diferencia de cierta niña bonita de pelo negro.

Bentley seguía de cerca mis talones, no contento con mi respuesta. Decir


que era un hermano sobreprotector era quedarse corto. El tipo tenía miedo de que
algunos hombres viniesen y tocasen a su preciosa e inocente hermanita. Tenía
noticias para él; ella no era tan inocente. Todo el mundo lo sabía. Ella tenía un
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cuerpo preparado para follar y una boca hecha para chupar. ¿Por qué ella tenía que
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ir y poner un maldito piercing en uno de esos deliciosos labios? No tenía ni idea,


pero hacía que me pusiese duro cada vez que lo veía. Lástima que la odiase.
—Sam está alimentando una estupidez de mierda, Bent, como siempre. El
por qué crees en su mierda, nunca lo entenderé —le dije sobre mi hombro,
intentando enfriar mi sangre.

—No me importa si eres mi amigo, fóllate a mi hermana y estarás


empujando margaritas3 —dijo Bent con un murmullo. Él estaba en camino a caer
sobre su culo borracho. Probablemente no recordaría esta conversación mañana,
pero tenía que dejar las cosas claras. Tal vez para mi beneficio más que para el
suyo.

—No quiero ser parte de Sam. Créeme. Ella no es mi tipo —le dije, forzando
mi labio a enrollarse. En realidad no era verdad, sino que Bent no necesitaba saber
eso. Cualquier mujer era mi tipo, pero estaría condenado si ponía a Sam en esa
categoría. Ella no era una mujer, ella era... Sam.

Mientras caminaba hasta mi coche, Chrissy abrió la boca para decir algo,
pero no le tomé importancia. Ya no estaba de humor para un polvo rápido. De
repente, quería algo más y me molestó.

—A la mierda, vámonos de aquí —murmuré, buscando en el bolsillo trasero


de mis jeans para sacar mis llaves.

Lo que hizo Sam me dieron ganas de encontrar la tienda de licores más


cercana y vaciarla. Beber hasta desmayarme y olvidarme por completo de ella. El
pensamiento de ella con Lukas me hacía querer agarrarlo por su escuálido cuello y
sacudir la mierda fuera de él.

—Walker. Llaves. Has estado bebiendo —dijo Bent, tendiendo la mano y


balanceándose sobre sus pies.

Me burlé.

—No tanto como tú —dije, mientras subía al asiento del conductor. Sí, había
estado bebiendo, pero era un borracho. Que podía manejar mi alcohol. Bentley por
otro lado se emborrachaba rápido. Un par de copas y ya no podía ver bien. Podría
ser un imbécil, pero no dejaría que mi amigo condujese borracho. Incluso si esos
amigos tenían hermanitas a las que quería estrangular.

Desbloqueando la puerta del coche, me puse en el asiento del conductor


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mientras Bent daba la vuelta para el lado del pasajero. Chrissy y su amiga no se
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veían felices porque nos estuviésemos yendo, pero podían encontrar a alguien más
para abrirse de piernas. Estoy seguro de que habría un montón de tomadores.

3Empujando margaritas: Originalmente pushing daises; juego de palabras que significa algo así
como que sirve de abono para las plantas o en este caso, muerto.
Estiré las piernas, sintiendo los resortes que daba el viejo asiento del
conductor. Estaban dispersos, unos sobresaliendo del material por aquí y por allá.
Mi coche olía ligeramente a grasa de motor pero siempre lo había hecho desde el
momento que lo traje a casa. Pagué unos malditos dos mil dólares por este pedazo
de mierda hace unos años, usando el dinero que gané trabajando en la
construcción. Tomé una gran cantidad de horas por Bent para poner a correr a este
viejo coche, pero ahora ronronea como un pequeño gatito. Si había alguna cosa en
la que era bueno, era trabajando en cualquier tipo de máquinas. Especialmente
coches.

Giré la llave de encendido y el coche rugió a la vida, sonando como el


estruendo de una bestia furiosa. Las partes de las carreras a las que vendí mi alma
se estaban muriendo de ganas por hacer carreras, rogando tener su libertad. El
coche vibraba con poder mientras presionaba el pedal del acelerador hasta el
suelo, dejando que el motor acelerase hasta un par de veces antes de que
finalmente cambiase en reversa.

Bent se acercó y bajó la radio. La voz de Eminem se desvaneció hasta que no


pude oírlo cantar sobre chicas y sexo más. Contuve un gemido. Sólo había una
razón para que Bent rechazase Eminem y estaba a punto de escucharla.

—Te mataré o a cualquier hombre que toque a mi hermana, Walker. Ella ha


estado en el infierno y se merece sólo lo mejor. Tú o Lukas no lo sois.

Me pasé una mano por la barbilla antes de ponerla en la parte superior del
volante. Mis dedos tocaron el salpicadero mientras que las palabras de Bent hacían
eco en mi cabeza.

Él tenía razón. Sam había pasado por un infierno. Todos lo pasamos. Ella y
Bent perdieron a su padre. Yo perdí a mi madre. Su madre gasto cada centavo que
ganaba en drogas y en licor barato. Mi padre gastaba su dinero en cerveza, vodka y
whisky. Ambos de nuestros padres habían renunciado a la vida sólo a causa del
amor perdido. Su padre los abandonó, dejando dos niños pequeños y una esposa.
Mi madre dejó este mundo, consumida por el cáncer. El día que ella murió, mi
padre se convirtió en una persona diferente. Su mejor amigo se convirtió en una
botella de Jim Beam y su puño se había convertido en la única forma de mostrarme
alguna atención. Había recibido más golpes que abrazos. Todo porque el amor le
había convertido en una persona amarga y enfadada. Juré que nunca permitiría
que eso me hiciese a mí.
33
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Es por eso que permanecía lo más lejos posible del amor.

Me enfoque en la oscura carretera que se avecina por delante. Pronto


estábamos cruzando el río, en dirección a nuestra parte de la ciudad. En este lado,
las cosas se veían más sombrías y más descuidadas. Los clubes de striptease y los
parques industriales compartían espacio con las pequeñas casas y remolques
abandonados. Las farolas parpadeaban y la basura soplaba través de las calles,
llenando las canaletas de escombros. A lo lejos, los altos edificios del centro de la
ciudad se podían ver, se iluminaban con luces brillantes. Llenos de una vida que yo
nunca había conocido.

Miré a Bent y lo vi frotándose la mandíbula, mirando por la ventana. Sabía lo


que comía en sus entrañas. Lo que se comía las mías todos los días. Esta vida era
una mierda. Tomaba algo de ti y no te daba nada a cambio. Vivía en los suburbios.
Había pasado hambre y me las arreglé. Estaba de acuerdo con eso. Bent no lo
estaba. Quería hacer algo con su vida. Y yo sólo quería salir adelante día a día. La
próxima semana o el próximo mes no importaban. Sólo hoy, ahora, este segundo
importaba.

Él quería salir. Simplemente no me importaba.

Me decía eso todos los días. No me importaba que mi maldito padre me


odiara o que el único amigo que tenía estuviese tan jodido como yo. Sólo me
preocupaba por mí, yo mismo, y yo. Si miraba más profundo sabía que solo era un
montón de basura, pero enterré los sentimientos que tenía debajo de tanto odio y
desprecio que ni siquiera estaba seguro de que tuviese alguna pizca de humanidad.
La gente me miraba con desdén y los propietarios de tiendas locales me miraban
como halcones. Pero yo les di toda la razón para hacerlo.

Era un criminal.

Me convertí en un ladrón el día que me enteré de que Sam no había comido


en dos días. Había robado algunos dulces de la tienda de la esquina local para darle
de comer. Tenía trece años y ella tenía once años. Nunca olvidaré la mirada en su
cara cuando le entregué la comida. Me miró como si yo fuera un héroe. Su caballero
de brillante armadura. Fue ese día que supe que cuidaría de ella para siempre.

Incluso si eso significaba que tuviese que romper la ley.

Luego estaba el día en que Bentley llegó corriendo a mi casa. Sam estaba
enferma, vomitando todo lo que había en su estómago. No habían visto a su madre
en una semana y no tenían ni idea de cómo encontrarla. Bentley se asustó y pensó
que Sam se estaba muriendo, estaba muy enferma. Recuerdo que corrí hacia su
34

casa, mi corazón latiendo tan fuerte que tenía el sentido débil.


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Seguí a Bent hasta el sucio remolque, usado para el lío en el que ellos vivían.
Pero esta vez, me sorprendió enterarme de que su madre se había olvidado de
pagar la factura de la luz. Durante dos semanas, Bent y Sam vivieron sin luces o una
nevera que funcionara. La poca comida que su madre había comprado estaba
podrida. Recuerdo haber visto en rojo cuando escuché eso.

Todavía estaba echando humo como loco cuando Bent me llevó al cuarto de
Sam. Lo que vi hizo que mi estómago se retorciera. Estaba tumbada en la cama, su
pequeño cuerpo acurrucado en una bola. Su rostro estaba pálido y su hermoso
cabello rubio se pegaba en su frente sudorosa. Ella era delgada como un palo y
demasiado pequeña para su edad. Culpé a los años de mal nutrición por ello.

Me recordé allí de pie, mirándola fijamente. No estaba seguro de qué hacer.


No podíamos llamar a mi padre porque él estaría borracho y naturalmente
enfadado. No podíamos ir a los vecinos porque no valían la pena. Tan poco fiables
como nuestros padres. No había nadie para ayudarnos.

Ni una sola persona.

En ese momento la realidad me golpeó. Sam parecía que se estaba muriendo


y no había ni una maldita cosa que pudiera hacer para ayudarla.

—Tal vez deberíamos llamar al 911 —dije, con miedo de tocarla. Ella se veía
tan frágil que de repente yo estaba enfadado. Enfadado con una madre que dejaba
solos a sus hijos. Enfadado con un padre que podía alejarse de su familia y dejarlos
en esas condiciones.

Enfadado de que yo fuera impotente.

—No podemos llamar al 911 —dijo Bent—. Podrían sacarnos de aquí y


ponernos en el sistema. —Él tenía un punto. Los dos sabíamos cómo funcionaba. Si
las cocheridades se enteraban de que su madre los dejó durante varios días sin
comida ni electricidad, a Bent y Sam los pondrían al cuidado de casas de acogida.
Probablemente separados. Eso los destrozaría.

Y tal vez a mí también.

—¿Le das algún medicamento? —Le pregunté, arrodillado junto a la cama


para mirar a Sam.

Su respiración era entrecortada, jadeante. Ella ni siquiera abrió los ojos para
mirarme. Después de unos segundos de mirarla, tuve el valor suficiente para tocar
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su frente. Estaba ardiendo. Podía sentir el calor que irradiaba de su delgado


cuerpo, empapando la lámina debajo de ella.
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—No tenemos nada. No hay Tylenol o cualquier cosa —dijo Bent, sonando
asustado.
Me puse de pie. Ya estaba decidido antes de que incluso dejara de hablar.

No era inútil. Y sabía lo que tenía que hacer.

—Iré a comprarle algo —dije, dejando la habitación. Me había convertido en


un experto en el robo. Nunca había tenido dinero porque mi padre tomaba cada
centavo que yo hacía haciendo trabajos ocasionales. Había aprendido qué hacer
para poder comer y sobrevivir. Normalmente robaba comida. Ahora me gustaría
probar mi mano para robar medicina.

Dejé a Bent y Sam y me dirigí a casa. A los catorce años, ya sabía cómo
conducir. Tomé la camioneta de mi padre y me fui a una farmacia local. No podía
pensar bien todo el tiempo. Sólo podía recordar el pálido rostro de Sam y el sonido
de su respiración jadeante. En la tienda que finalmente conseguí actuar, metí una
botella de aspirina y una caja de la medicina contra la gripe en mi chaqueta. Un
segundo después una mano grande y carnosa estaba envuelta alrededor de mi
brazo, deteniéndome. Miré hacia la enfadada y enrojecida cara del dueño de la
tienda y supe que había sido pillado con las manos en la masa.

Segundos después, me arrastraron a la oficina del gerente. Minutos después


apareció la policía. Estuve tentado de decirles sobre Sam y Bent para salvar mi
trasero pero no lo hice. La policía los habría llevado lejos y puesto en el sistema.
Entonces, su futuro estaría en mi cabeza.

No fue mi primer encuentro con la policía, pero ellos querían que fuera el
último. Pronto estaba siendo llevado a un centro de detención a la espera de un
juicio. Mientras estaba sentado en la prisión juvenil con los otros criminales
adolescentes, todo lo que podía pensar era en Sam, preguntándome si estaba bien.

Maldiciéndome a mí mismo por importarme.

No me enteré de que ella estaba bien hasta una semana después cuando
llamé a Bentley desde el reformatorio. La enfermedad de Sam había llegado a su
fin, no gracias a mí o a cualquier medicamento. Me alegré, pero todavía estaba en la
cárcel, mi propio padre se negaba a hacer mi fianza.

Cumplí mi condena por ese crimen, pero no fue nada comparado con lo que
Sam me hizo atravesar casi un año después. El día que entramos a un motel
abandonado fue un punto de inflexión para nosotros. Uno del que nunca
36

podríamos escapar.
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CAPÍTULO 5
-Walker-
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

Saqué la mano por la ventana abierta y dejé que flotase en el viento a


medida que acelerábamos por la carretera. Lukas tenía la radio reproduciéndose,
con los álbumes de su banda tocando. El aire acondicionado soplaba fuerte, pero
todavía tenía la ventanilla baja, necesitando aire fresco. Ayudó a despejar mi
mente. Me dejaba fuera de la oscuridad, ya que viajamos a lo largo de la carretera.
Las zonas a ambos lados de la carretera se volvían más y más desoladas cuanto
más lejos íbamos. Filas y filas de casas deterioradas establecidas junto a los
almacenes de licor vacíos y los comensales toda la noche.

Estaba en casa.

Un suspiro se me escapó. Después de estar en la carrera con Bentley y


Walker momentos antes decidí que no quería más compañía por la noche. Sólo
quería estar sola. Le dije a Lukas que me dejara en casa. Quería meterme en la
cama y tratar de no pensar en un hombre de pelo negro cuyos ojos se clavaban en
mi alma.

Metí la mano dentro del coche junto a Lukas y crucé los brazos sobre mi
pecho, ya no prestando atención a las casas en mal estado y registrando los
edificios desolados que pasaban. Todavía estaba pensando en Walker. Lo odiaba,
me recordé a mí misma. Y tenía todo el derecho a hacerlo.

Mi mente volvió al pasado. Volvió a cuando Walker y Bentley primero se


hicieron amigos. Habían sido inseparables. No había ninguna regla que no
rompieran. No había cerradura que pudiese alejarlos. No había adultos que
pudiesen controlarlos. Eran dos niños perdidos, aterrorizando a nuestro pequeño
37

pedazo de infierno.
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En el momento en que tuvo dieciséis años, Walker había sido suspendido en


la escuela y expulsado de su casa por lo menos cuatro veces. Una vez vino a vivir
con nosotros, durmiendo en el dormitorio de Bentley.
Otra vez vivió en las calles. Nosotros no lo vimos por una semana o dos ese
tiempo. Cada día se hizo más malo. Cada noche se hizo más valiente. Robó, bebió, e
hizo otras cosas que eran ilegales. Bentley adoraba el suelo que Walker seguía
pisando.

Pero yo no lo hacía.

Esperaba el momento en que me destruiría, pero no tuve que esperar


mucho tiempo. El día que me rompió en el motel abandonado fue el principio del
fin para nosotros. No éramos lo mismo después de eso.

Ninguno de nosotros lo éramos.

SEIS AÑOS ATRÁS


—¿Estás seguro de que es seguro? —Preguntó Bentley a Walker.

Al principio, su pregunta no la registré. Estaba demasiado ocupada


extendiendo mis brazos, balanceándome a mí misma en la acera desmoronada.
Pero entonces la pregunta de Bentley comenzó penetrar en mi mente. La
preocupación me había hecho arrugar la nariz pecosa, preguntándome qué era
exactamente lo que estábamos a punto de hacer.

Eché un vistazo a Walker, esperando que él respondiera. Sus botas


marrones se veían fangosas y desgastadas. Sus ropas no eran mucho mejores. Los
vaqueros tenían agujeros donde las rodillas deberían haber estado y a la camisa le
faltaba un par de botones. Su cabello estaba peinado pero era demasiado largo,
colgando en sus ojos. No ocultaba el moretón cambiando de color por encima de su
pómulo o el enfado en su expresión. Bentley le preguntó cómo llegó a tener el ojo
morado, pero Walker se negó a responder. Supe entonces que era por el puño de
su padre.

—El lugar está tan vacío como la billetera de mi viejo —dijo Walker, su voz
mucho más profunda que la de Bentley a los quince años—. No he visto un alma
por allí durante al menos una semana. No hay nada que temer, Bent.
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—No tengo miedo de una mierda —dijo Bent, tirando de su brazo hacia
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atrás y lanzando un palo a un terreno baldío lleno de maleza.

Me quedé mirando la espalda de mi hermano, dándome cuenta de que tenía


un agujero en su camisa. Mamá iba a matarlo por arruinar otra camisa. La tercera
en este mes. Cada cosa que poseíamos nos fue o bien dada por el programa de
extensión de una iglesia local para pobres o por los que se encontraban en el
Ejército de Salvación con casi nada.

Era todo lo que conocíamos.

Me alisé la camisa desteñida, imaginando que era algo bonito y elegante. Era
demasiado pequeña para mí, pero mamá la había conseguido de forma gratuita, así
que la usaba. Me encantaba su color –un rosa suave que hacía que mi pelo
pareciese oro. Papá siempre me decía que me veía hermosa en rosa. Era una pelea
lo único que podía recordar a él.

—¿Vienes, Sam?

Miré a Bentley. Él estaba caminando hacia atrás, esperando por mí.

—¡Lo siento! —dije, corriendo para acercarme a él.

Walker miró sobre su hombro hacia mí, su mirada recorriendo mi camisa


antes de mirarme a los ojos.

—¿Realmente vas a traerla, Bentley? ¿No podía quedarse en casa o algo así?

—¿Con nuestra madre? —preguntó Bentley, dejando escapar un resoplido


de desprecio—. No.

Walker frunció el ceño, mirándome.

—Lo que sea. Sólo mantenla alejada de los problemas.

Entorné los ojos contra el sol y miré a Walker.

—Entonces, ¿dónde vamos? —le pregunté, acelerando mi ritmo para


mantenerme a su lado.

—Ahí —dijo Walker, su mirada en algo por delante.

Era un viejo motel, como algo salido de una película en blanco y negro. El
techo era plano. Las puertas eran de color marrón y el aparcamiento estaba vacío.
Charcos de agua estaban esparcidos aquí y allá, llenando baches que
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probablemente habían estado allí durante años. Arbustos solamente cerca de la


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puerta principal, perdiendo la batalla de la muerte. El lugar parecía abandonado,


vacío de cualquier huésped durante la noche. Y se veía aterrador, como algún lugar
al que no quería ir.
—¿Por qué estamos aquí? —le pregunté.

Walker frunció el ceño.

—¿Por qué no?

Hice una mueca. A los trece años, no hacía cosas sólo porque podía. Hacía
cosas porque tenía una razón. Lo que Walker decía no me parecía muy bien. Pero él
hacía un montón de cosas que yo no entendía.

Meterse en problemas era únicamente uno de ellos.

Abrí la boca para decirle que no pensaba que entrar a un motel fuera una
buena idea pero él caminaba por delante, dejándonos a Bentley y a mí
apurándonos.

Un minuto después, cruzamos la calle en el estacionamiento abandonado.


Nadie se detuvo en la carretera o paró para ver lo que estábamos haciendo. Éramos
un grupo de niños vagando fuera por el vecindario. A nadie le importaba.

Cemento roto crujía bajo mis sandalias mientras me apresuraba tras Walker
y Bentley. Una pequeña piedra encajó contra mi dedo gordo del pie y me corté. Me
detuve para sacarla, sin darme cuenta de que estaba de rodillas en medio de la
zona de aparcamiento muy abierta.

—Mantén tu culo en movimiento, Ross —ladró bruscamente Walker.

Miré hacia arriba, para encontrarlo mirándome. Bentley se puso de pie


junto a él, mirando un coche rápido que se acercaba desde el este.

Saqué la piedra de forma rápida y me puse de pie. Si había una cosa que
podría volverme loca como una avispa era Walker llamándome por mí apellido —
Ross. Sonaba como un nombre de chico. Todos me llamaban Sam en lugar de
Samantha. No lo necesitaba a él llamándome Ross también.

Con pasos rápidos, me reuní con él.

—No me llames Ross —le advertí, empujando más allá de él—. Mi nombre
es Samantha.
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Walker dejó escapar una carcajada, pero no me importaba. Me dirigí


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directamente hacia el motel, sin parpadear cuando la luz brillante del sol se reflejó
en una pieza de metal en la carretera y me cegó.

Walker y Bentley me alcanzaron rápido.


—Mocosa —murmuró Walker al pasar, lo suficientemente despacio para
que solo yo pudiera oírlo.

Miré a su espalda, lista para descargar mi mala actitud en él. Estaba caliente
y hambrienta. Dios, tenía tanta hambre. No había comido mucho últimamente.
Entre la falta de alimentos y el calor del verano, estaba de mal humor y cansada.

Seguí a Walker y Bentley el resto del camino a través del estacionamiento,


tratando de ignorar la sensación de hambre en el estómago y el calor abrasador.
Walker llegó a las puertas del motel primero.

—Mantén un ojo fuera, Bent —dijo, hablando en bajo para que su voz no se
escuchara—. Si ves problemas, agarras a Sam y te alejas corriendo. ¿Lo tienes?

Bent asintió, mirando el camino y pasando de un pie a otro con nerviosismo.


Cogí un clavo mientras Walker hacía temblar el pomo de la puerta. No se giró. La
cosa estaba cerrada con llave.

—¡Mierda! —Walker dijo entre dientes, mirando por encima de mi cabeza a


la ventana detrás de mí. Acercándose a ella, frotó el vidrio sucio con la manga y
miró dentro—. Alguien está aquí.

Mis ojos se redondearon y mi corazón comenzó a martillar.

—¿Quién? —pregunté en un susurro, asustada.

—Supongo que estamos a una pelea de averiguarlo —dijo Walker, mirando


hacia abajo a la larga fila de puertas de la habitación del motel. Era uno de esos
moteles donde todas las puertas daban al aparcamiento, dando a los clientes un
fácil acceso a sus habitaciones. Sin otra palabra, Walker se dirigió por el camino a
pie, con las botas haciéndose sonar en el pavimento polvoriento.

Bentley y yo lo seguimos, permaneciendo muy juntos. Estábamos a mitad de


camino por el centro, entre las salas 5 y 9, cuando mi estómago rugió con fuerza.

Walker se detuvo y miró hacia mí, con el ceño fruncido.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste, Ross?

Aparté la vista, evitando sus ojos. Bentley y yo teníamos suerte de conseguir


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dos comidas al día. Mamá simplemente no pensaba en comprarnos comida. Su


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magro salario iba para otras cosas. Cosas como esas pequeñas píldoras que le
gustaban.

—Mierda —murmuró Walker cuando mi estómago rugió de nuevo.


Mi rostro se puso rojo. Me miró un segundo más y luego se volvió y alejó. Lo
seguí, arrastrando los pies, observando cada paso que daba con vergüenza.

—Comió la cena de anoche, Walker. Hice sándwiches de salchichas y


mostaza —dijo Bentley, acercándose a su mejor amigo.

—¿Y cuántos de esos comió? —preguntó Walker, sonando enfadado.

Lo miré sorprendida de que incluso le importara.

—Dos, —dijo Bentley—. Teníamos suficiente pan para tres sándwiches.

Walker murmuró algo, pero no lo oí. Estaba demasiado ocupada viendo un


coche que había desacelerado en el camino. El conductor estaba mirando hacia
nosotros, lo que me inquietaba. Walker debió haberlo visto también. Se apresuró,
cogiendo ritmo.

Haciendo caso omiso del hambre siempre presente, seguí a Bentley y


Walker alrededor del edificio en un trote. En cuestión de segundos estábamos
escondidos detrás del motel, a salvo de la carretera y el conductor entrometido. Mi
corazón podría reducir la velocidad. Nadie nos vería de nuevo allí.

El estacionamiento de atrás estaba vacío a excepción de un destartalado y


viejo sofá que yacía de costado. Grandes árboles formaban un dosel sobre la zona,
por lo que las sombras bailaban y se balancean en cada esquina. Me estremecí, me
parecía ver fantasmas por todas partes.

Cerca de la parte trasera del edificio había una puerta de metal sólida
marcada con un “Propiedad Privada—Mantenerse fuera” con pintura roja con
manchas. Nos detuvimos frente a ella y Walker giró el pomo, empujando con el
hombro. Contuve la respiración, esperando que algo terrible sucediera.

La pesada puerta dio un chillido metálico estridente mientras Walker la


obligaba a abrirse. La parte inferior arrastrándose por el suelo, pero todavía sin
abrirse hasta el final. Dando un paso atrás, Walker empujó su hombro contra ella
de nuevo, forzándola con otro pie.

No era mucho, pero nos permitió una pequeña abertura por la que
podríamos desplazarnos. Walker hizo un gesto a Bentley para que fuese primero y
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luego a mí. Bentley se movió dentro, apenas entrando. Yo estaba al lado, pero no
tuve ningún problema para entrar. Ser pequeña tenía sus beneficios.
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Mientras Walker se apretaba alrededor de la puerta, eché un vistazo a


nuestro entorno. Estábamos en una especie de oficina del gerente. Un escritorio
polvoriento fijo contra una pared. Una silla rota yacía de lado, cubierta de telarañas
y una fina capa de polvo. Rayos de luz de sol golpeaban la baldosa sucia, mostrando
su inmundicia. La habitación olía a descomposición y desuso. Mi nariz picaba por el
olor, pero me negué a ceder y frotarla. Estaba demasiado ocupada manteniendo la
mirada en el pasillo oscuro a través del cuarto.

Walker cerró de golpe la pesada puerta de metal, hundiéndonos en las


sombras. Di un paso más cerca de Bentley cochemáticamente, aterrorizada de ser
atrapada en un edificio desconocido a media luz.

Trozos de papel fluían a través del suelo de baldosas, haciendo un mar de


color blanco. Walker se dirigió hacia el pasillo, haciendo caso omiso de ellos.
Bentley y yo lo seguimos de cerca, no queriendo estar solos.

El chico nos miró con hostilidad, de pie delante de la puerta del pasillo
abierto.

—¿Te conozco, amigo? —preguntó, inclinando la barbilla hacia Walker.

—No —respondió Walker rotundamente.

El muchacho estudió a Walker, mirándolo abajo a sus botas desgastadas y


después de vuelta hasta el rostro de Walker.

—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó el niño, su acento grueso.

—Walker.

Los ojos del niño se redondearon ligeramente.

—No, mierda. ¿Conoces a Manny?

Walker dio una rápida inclinación de cabeza, manteniendo la distancia del


niño.

Los labios delgados del chico se alzaron en una sonrisa incómoda. Metió las
manos en los bolsillos y rodó hacia delante sobre las puntas de sus pies.

—Él es mi primo, hombre. Y está aquí —dijo el niño con orgullo con un
fuerte acento, de repente amigable.
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—¿Estamos bien, entonces? —Preguntó Walker, haciendo caso omiso de la


sonrisa del muchacho.

La sonrisa del chico se hizo más grande.


—Diablos, sí. Vamos —hizo un gesto para que lo siguiésemos, volviéndose y
señalando con la cabeza hacia el pasillo.

Bentley fue primero y yo lo seguí. De ninguna manera iba a dejarlos a él o a


Walker fuera de mi vista; No confiaba en este chico.

Sólo habíamos ido unos pocos metros cuando el chico encendió una cerilla
contra la pared. La llamarada iluminó el pasillo. Sostuvo el extremo encendido de
un cigarrillo y luego sopló la llama, proyectando sombras en el pasillo otra vez.
Tomando una profunda calada a su cigarrillo, nos miró, soplando una bocanada de
humo.

—¿Qué está haciendo la bebé aquí? —preguntó, frunciendo el ceño hacia


mí.

La espalda de Bentley se irguió.

—Ella no es ningún bebé –es mi hermana. ¿Tienes algún problema con eso?

El chico me estudió como si yo pudiese saber bien con su cena. Miré hacia
atrás, sin dejarle ver lo asustada que estaba.

—Mantenla fuera del camino y estaremos bien. ¿Lo tienes? —dijo el chico,
aplastando el final de su cigarrillo en la alfombra gastada bajo nuestros pies.

—Ocúpate de tus propios asuntos y estamos bien. ¿Qué te parece? —dijo


Walker con un tono peligroso, de pie detrás de mí.

El chico volvió sus pequeños y brillantes ojos hacia Walker, entrecerrando


los ojos a través del humo del cigarrillo. Me tensé, esperando que saltara. Tenía la
sensación de que estábamos en su territorio y que esperaba que siguiésemos sus
reglas. Pero Walker… no seguía el libro de reglas de nadie.

Walker se quedó mirando al chico, animosidad rodando fuera de él. El aire


se volvió espeso con tensión.

Había visto a Walker combatir con chicos mucho más grandes que éste y
ganar sin un rasguño o un moretón en él. Este chico no tenía una oportunidad.

—No hay problema. Ella puede quedarse. No hay chicas aquí. Eso es todo —
44

dijo el chico, dando marcha atrás y forzando una sonrisa en su rostro.


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Walker no dijo nada. Simplemente nos indicó a Bentley y a mí que


siguiésemos caminando, con los ojos posados en el chico hasta que estuvimos a
unos pasos por delante.
El chico nos siguió por el pasillo, con cuidado de mantener su distancia.
Podía oler el humo de su cigarrillo mientras él resoplaba y soplaba hacia fuera
detrás de nosotros. El olor me recordaba a mi madre. Me pregunté qué haría ella si
se enterase de que estaba dando vueltas en un motel abandonado con un grupo de
chicos. Probablemente nada. Mientras me quedara fuera de su camino, realmente
no le importaba lo que hacíamos Bentley y yo.

En unos cuantos pasos estuvimos profundamente en los huecos del motel,


lejos de la entrada por la que entramos. El olor era más fuerte, casi me ahogó. Me
recordaba a un bote de alimentos en mal estado, todo en uno. Traté de contener la
respiración, pero el olor invadió mis sentidos y se filtró en mi ropa.

No fue el único problema. La oscuridad fue creciendo a medida que nos


fuimos adentrando en el motel. Extendí las manos, sintiéndome ciega. Pelando el
papel desmenuzado bajo mis dedos mientras lo arrastraba a lo largo de la pared
del pasillo. Empecé a sentir pánico burbujeando dentro de mí, pero pronto vimos
una luz más adelante. Sentí alivio, pero fue de corta duración.

Había risas de hombres procedentes de más adelante.

Con miedo, seguí a Bentley y Walker. Unos pocos metros más y estábamos
entrando en otra habitación. A mis ojos les tomó un minuto adaptarse a la luz que
entraba por una ventana después de estar en el pasillo oscuro. Cuando finalmente
lo hicieron, me di cuenta de que estábamos en la entrada principal del motel.

Era sofocante el olor a cerrado. La basura llenaba los suelos y el contador de


registro de la entrada en el frente. Papel de color rojo cubría las paredes, la
mayoría de ellos de buscados o desaparecidos. Algunos muebles rotos estaban
atrás, cosas que probablemente se veían baratas, incluso cuando eran nuevas.

Seguimos al niño a través del vestíbulo a otra habitación. Ésta era tan mala
como la otra. Papeles y cajas vacías por todas partes. Las sillas rotas estaban
giradas y había unas cuantas mesas a las que les faltaban patas. El techo también se
había desplomado en una esquina, dejando los cables y el aislamiento térmico
colgando.

Pero era a quien me estaba enfrentado el que me tenía asustada.

Al menos diez chicos estaban sentados en cajas o en el suelo. Sus edades


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iban desde los trece años a más mayores que Walker y Bentley. Se veían malos y
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peligrosos, desde las cadenas colgando en los lazos de su cinturón hasta la banda
alrededor de sus gafas. La sed de violencia se veía en sus ojos y rezumaba en su
lenguaje corporal.
Porque crecí en el barrio pobre de la ciudad, había visto a chicos como estos
conduciendo por la calle y de pie en las esquinas. Llevaban sus colores de pandillas
con orgullo y siempre estaban buscando problemas.

Este grupo de chicos no era diferente.

Uno de ellos con la punta de una botella en los labios, tomando un largo
trago de algún tipo de licor. Tenía el aspecto de un líder, alguien poderoso y
arrogante. Sus ojos se posaron sobre nosotros, uno a la vez. Cuando me miró
fijamente por más tiempo, me puse nerviosa. Algo me estaba diciendo que tuviese
miedo de este tipo.

Walker debía haber visto el interés del líder en mí, porque cambió al otro
pie, colocando su cuerpo frente al mío. En un día normal, habría puesto los ojos en
blanco y lo empujaría fuera del camino, pero esta vez no lo hice. Estaba demasiado
nerviosa y asustada.

El líder tomó otro trago, con los ojos pegados en nosotros. El sonido de
salpicaduras de alcohol alrededor de la botella interrumpiendo la tensión tranquila
en la habitación, enviando malestar a través de mí.

Después de un largo trago, el líder bajó la botella, dejando que colgara entre
sus piernas dobladas.

—¿Qué pasa, Walker? —Preguntó, su voz mezclada con desconfianza y


recelo.

Walker no respondió. Estaba demasiado ocupado contemplando al chico. Lo


había visto hacerlo antes, al alcance de un enemigo, evaluando la amenaza.

—Estás en la zona equivocada, Manny —dijo Walker, paseando hacia el


líder, sus botas levantando polvo—. Carlos se entera de que estás aquí, y eres
hombre muerto.

El chico sonrió y extendió las manos con inocencia.

—Este es un país libre, amigo. No hacemos daño a nadie. Sólo bebemos un


poco de cerveza4 y fumamos unos pocos cigarrillos. —Sostuvo la botella hacia
adelante para Walker—. ¿Estamos bien?
46

Walker no respondió. La tensión obstruía la habitación y una amenaza


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silenciosa se respiraba a nuestro alrededor, enjaulándonos.

4
Original en español.
Contuve la respiración, esperando el momento en que uno de estos chicos
atacara. Quería agarrar a Bentley y huir corriendo con él, pero en vez de eso me
quedé quieta.

Había dos tipos de personas en mi lado de la ciudad —los que tenían y los
que tomaban. Estos chicos eran los tomadores, a los que no les importaba de qué
color era tu piel o qué idioma hablabas. Cuando querían algo, lo conseguían. Eran
los miembros de una banda, criminales; los que controlan las zonas de la ciudad.
Tenían reglas estúpidas y razones aún más estúpidas para estar en una banda,
pero eran peligrosos. Bentley y yo sabíamos que era mejor mantenerse alejados de
ellos. Pero Walker no.

Él era uno de ellos.

Se detuvo delante del líder y agarró la botella de cerveza de la mano del


tipo. Manteniendo sus ojos en él, Walker tomó un largo trago.

Tragué, casi siendo capaz de sentir la quemadura. Una vez mamá dejó una
botella de licor medio vacía en la mesa de café. Yo tenía unos ocho años en el
momento y era curiosa. Quería ver lo que a ella le gustaba tanto de las cosas. Así
que tomé un gran sorbo, sosteniendo la botella con las dos manos. Tan pronto
como el líquido golpeó mi garganta, el fuego había corrido por mis entrañas. Tosí y
me atraganté, sintiendo que me estaba muriendo. Nunca olvidaré eso. Bentley se
había enfadado conmigo durante días, diciendo que el alcohol era sólo para
adultos.

Pero Walker no era adulto y estaba bebiendo tragos como si no fuera la gran
cosa. No se sentía bien verlo beber. Como un mal presagio, tuve la sensación de que
ese sorbo de alcohol sería el comienzo de algo que lo desgarraría y lo cambiará
para siempre.

Y no estaba muy lejos de la verdad.

Walker entregó la botella de nuevo al líder y se limpió la boca con el dorso


de la manga.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó de nuevo—. Esta no es tu zona


normal, Manny.
47

El chico se puso de pie, unos centímetros más bajo que Walker. La


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diferencia de altura no parecía molestarle. Se enfrentó de cara a Walker,


ensanchando su postura y cruzando los brazos sobre su pecho, mostrando su
poder y cocheridad.
—Tal vez estoy buscándote, vato5 —respondió, moviendo la barbilla hacia
Walker—. Escuché que habías sido visto aquí.

Walker se quedó inmóvil. Pequeñas partículas de polvo se arremolinaban a


su alrededor, capturando la luz que venía a través de las ventanas.

Tragué saliva. La habitación empezó a sentirse demasiado caliente.


Demasiado llena de energía violenta. Una gota de sudor corría por el nacimiento de
mi cabello, amenazando con desplomarse sobre mi nariz en cualquier momento.

—¿Para qué me necesitas? —preguntó Walker.

El líder sonrió, mirando con aire satisfecho.

—He oído que haces cosas por dinero. ¿Cualquier cosa?

Walker se encogió de hombros.

—Si el dinero es bueno.

El chico resopló.

—El dinero es adecuado, vato, créeme.

—Entonces dame los detalles y yo decidiré si entro.

El chico le entregó la botella de cerveza de nuevo a Walker, un signo de


acuerdo.

—Oh, lo estarás en cuanto escuches lo que mi hombre está pagando.

Walker agarró la botella y bebió otro trago grande, terminando la mitad de


lo que quedaba en segundos. El chico miraba con diversión hasta que Walker trató
de dársela de vuelta. En lugar de tomar la botella, el líder metió la mano en el
bolsillo trasero y sacó algo.

Una pequeña bolsa colgando de su mano, balanceándola en el aire.


Pequeñas píldoras en su interior, de aspecto inocente en el plástico.

—Vende esto y consigues una parte. Cincuenta/cincuenta. Es tan simple


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como eso —dijo el líder, agitando la bolsa.


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Es una manera mexicana de decir amigo, compañero, hombre.
Quería gritarle a Walker, decirle sobre lo que estaba a punto de aceptar, no
valía la pena. Quería decirle que podíamos sobrevivir juntos. Sólo él, Bentley, y yo.
Sin necesitar drogas o alcohol para ayudarnos a hacerlo. Pero sabía que Walker
nunca me escucharía.

—No vendo —dijo Walker.

—¿Pero compras? —Preguntó el tipo, su boca dura.

Walker negó con la cabeza.

—No. No es lo mío.

El chico dio unos pasos hacia adelante hasta que estuvo sobre la cara de
Walker.

—Bueno, haz que sea lo tuyo —dijo con voz amenazante.

Cuando Walker no respondió, el líder se acercó y metió la bolsa en el


bolsillo de su camisa.

—Cincuenta/cincuenta. Dinero fácil. Sólo consigue el dinero para nosotros


en una semana —dijo.

Decisión cruzó por el rostro de Walker. Quería ir hasta él y tirar las pastillas
de su bolsillo. Arrojárselas a Manny. Pero no lo hice. En algún lugar cerca, escuché
una puerta de un coche golpear. Luego otra. Miré a Walker luego a Bentley,
preguntándome si habían oído lo mismo.

Si lo hicieron, no lo demostraron. Sus ojos estaban pegados a los chicos, en


busca de una amenaza. Extendí la mano para tirar de la manga de Walker, pero
Bent me detuvo. Él negó con la cabeza, advirtiéndome que guardara silencio.

Eché un vistazo a la ventana de nuevo, deseando poder ver el exterior. Tenía


un mal presentimiento. Realmente un mal presentimiento.

—Escucha, Manny, no estoy vendiendo —dijo Walker, llevando la mano a su


bolsillo—. Toma tu…

De repente, gritos y ladridos vinieron de algún lugar en el motel, voces


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profundas que hicieron eco por el pasillo. Las puertas se abrieron de golpe,
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sonando como cañones apagándose en el edificio vacío.

Me di media la vuelta, mis ojos redondeados. Los haces de luces de flash


bailaron por el pasillo, en dirección a nuestro camino. Mi corazón subió hasta mi
garganta, ahogándome. El ácido rozando en mi estómago, amenazando con subir
hasta mi boca.

—¡POLICIAS! —Gritó uno de los chicos—. ¡Fuera de aquí!

Cada uno comenzó a dispersarse, dejando su parafernalia de alcohol y


drogas en el suelo mientras corrían fuera de la habitación.

Me quedé atónita, mi mirada pegada a los haces de luz de flash bailando.


Estaban cerca. Tan cerca.

Bentley me agarró del brazo cuando un par de chicos volaron más allá de
nosotros. Arrastrándome detrás de él, empezó a correr por una pequeña escalera
de la sala principal, después de todos los demás. Walker estaba detrás de nosotros,
los sonidos de sus botas eran el único ruido que podía oír sobre la sangre
corriendo en mis oídos.

Corrí tan rápido como pude por las escaleras y por un pasillo. La mano de
Bentley estaba apretando mi brazo, pellizcando mi piel, pero no me importaba.
Solamente quería escapar.

Podía escuchar a Walker respirando pesadamente detrás de mí mientras


corríamos. Puertas se abrieron junto a nosotros a cada lado, más cerca. No sabía
dónde íbamos pero podía oír a la policía detrás de nosotros, gritando para que nos
detuviesemos.

—¡Mierda, mierda, mierda! —Bentley juró mientras corríamos, su mano


aún en mí. El pasillo parecía no terminar nunca. Era estrecho y oscuro. El calor era
asfixiante, dificultando la respiración. Empecé a sentirme sofocada mientras las
paredes se presionaban a mí alrededor. Mi respiración se aceleró, mi histeria
creciendo. Sentí un goteo de sudor por mi espalda y mi camisa, empeorando por el
pánico.

Justo cuando pensé que podría gritar por sentirme atrapada, una fracción
de luz apareció por delante. Venía de debajo de una puerta, sólo una delgada línea
de luz solar. Pero eso significaba que en el otro lado había una salida. Un camino a
la seguridad. A nuestra libertad.

Los tres corrimos hacia la puerta, desesperados por escapar. Bentley me


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soltó para agarrar el mango, moviéndolo con fuerza.


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—Maldita sea, no se abrirá —dijo, sin aliento. El sudor corría por su rostro y
su cabello empapado. Miró por el pasillo, pánico en su rostro. Podía escuchar el
sonido de gente corriendo detrás de nosotros, pero me negué a mirar. No quería
saber lo cerca que estábamos de ir a la cárcel.

Walker miró a su alrededor. Algo a la derecha le llamó la atención.

—Aquí. ¡Vamos! —Gritó, agarrando mi mano.

Corrí tras él, mirando por encima de mi hombro a Bentley.

¡NO! ¡NO! ¡NO!

—¡Bentley! —Grité cuando lo vi.

Estaba de pie, inmóvil, con los brazos levantados por encima de la cabeza.
Un haz de luz dirigido a su cara, cegándolo. Intentó cubrirse los ojos pero en el
fondo una voz de hombre gritó que mantuviera las manos en alto.

—¡Sácala de aquí, Walker! —Gritó Bentley, entrecerrando los ojos hacia la


luz y manteniendo la vista al frente.

Walker tiró de mi mano.

—¡Corre!

—¡No, no podemos ir! —Grité, tratando de forzar mi mano fuera de la suya


mientras me alejaba—. ¡No puedo dejar a mi hermano!

Pero Walker no me dio una opción. Me arrastró a lo largo, haciendo caso


omiso de mis gritos. Peleé contra él, lágrimas nublando mi visión, pero era una
batalla perdida.

—¡No podemos salir! —Grité, tratando de tirar de mi mano fuera de la suya.

Walker apretó su agarre sobre mí.

—Él estará bien, Ross —dijo, con los ojos fijos en nuestro entorno—. Ahora
quédate quieta.

—Pero...
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Me llevó a una habitación, cortando mi argumento. Nuestros pies se


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enredaron mientras nos precipitamos en el interior. No me importaba si me caía y


me lastimaba –él me estaba alejando de Bentley.
—¡Van a llevarlo a la cárcel! —Lloré, las lágrimas brotando más rápido en
mis ojos mientras veía a Walker caminar hasta la puerta y cerrarla con fuera sin
hacer ruido.

—¿Quieres ir también? —dijo entre dientes con rabia mientras caminaba


junto a mí—. Cállate, Ross.

Me tranquilicé, dándome cuenta de que las voces de los hombres estaban


más cerca. Podía oírlos, gritando entre ellos, botas golpeando en la alfombra
gastada.

Mi mirada se precipitó alrededor con nerviosismo. La habitación en la que


estábamos no era tan oscura como el pasillo, pero las sombras todavía hacían que
el lugar se viese espeluznante. Dos camas de tamaño doble se fijaban en ángulos
extraños, sin sus cobertores. Los colchones estaban sucios y manchados. Grafitis
cubrían una de las paredes, marcando el lugar como un lugar de reunión de
pandillas. Pero fueron los condones usados en el suelo los que me dieron ganas de
vomitar.

Walker ignoró todo y me agarró de la mano de nuevo. No me resistí en el


momento que me empujó hacia una gran ventana en una pared lejana.
Deteniéndonos en frente de ella, dejó caer mi mano y empujó las cortinas sucias,
intentando desbloquear la cerradura de la ventana. No pasó nada.

—¡Maldición! —dijo, mirando a su alrededor.

Mantuve los ojos en la puerta, esperando y sabiendo que era sólo cuestión
de tiempo antes de que la policía nos encontrara.

—Bueno. Voy a romper la ventana. Es la única manera de salir. Hay una


caída así que iré primero y te cojo. ¿Entendido? —Walker preguntó mientras
agarraba una silla rota cerca.

—Sí —respondí, temblando de miedo.

A Walker le tomó sólo un minuto romper el cristal con la silla. Me encogí


mientras el ruido resonaba en la habitación, anunciando a cada uno donde nos
escondíamos. Pero no había nada que pudiéramos hacer; la ventana era la única
forma de escape.
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Vi como Walker se arrastraba a través de la apertura sin conseguir un


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rasguño en él por el cristal roto. Eso me hizo preguntarme cuántas veces había
entrado en una casa o negocio.
Sus pies tocaron el suelo por debajo un segundo más tarde. Se volvió y me
miró.

—Vamos —susurró, haciéndome un gesto hacia fuera.

Me mordí el labio, al ver la caída. No era mucho, pero todavía me asustaba.


Tomando una respiración profunda por coraje, puse las manos en el alféizar de la
ventana, lista para llevarme fuera. Fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe
detrás de mí. Un haz de luz del flash bailó a través de mi cuerpo

—¡Alto ahí! —Gritó una voz profunda.

Miré por encima del hombro y vi a dos agentes de policía de pie en la


habitación del motel, sus armas sobre mí. Mi corazón dejó de latir. Mi cuerpo pasó
de caliente a hielo frío. Mis ojos se abrieron de nuevo hacia Walker, la picazón de
los cristales rotos bajo mis manos olvidada.

—Cole —grité, pidiendo ayuda.

—¡Vamos! —gritó, haciéndome un gesto para que saltara.

Empecé a tirar una pierna sobre el alféizar, pero los oficiales detrás de mí
comenzaron a gritar—: ¡No te muevas! ¡No te muevas!

Walker miró detrás de mí, viendo los rayos de la luz del flash. Con horror, vi
como dio un paso atrás, luego otro.

¡Me estaba dejando!

—¡NO! —Grité, llegando a él mientras se volvía y echaba a correr. Observé


mientras desaparecía por una esquina, sin mirarme ni una sola vez.

Ahora estaba sola. Bentley fue detenido por la policía y Walker me había
dejado.

Me dejó.

—No. No. No —murmuré, las lágrimas se escapaban de mis ojos.

—Alto ahí, señorita.


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Bajé las manos desde el alféizar de la ventana y me volví. Los rayos de luz
me cegaron, haciéndome entrecerrar los ojos.

—Bueno, si no es Samantha Ross.


Escalofríos corrieron por mi columna vertebral. Me protegí los ojos contra
la luz y vi como Pam Man comenzaba a caminar hacia mí, con una sonrisa en su
rostro.

—Me encargo de esto, Anderson. Ve a buscar al otro chico —dijo al policía


junto a él, sus ojos se movieron hacia abajo por mi cuerpo tan pronto como se
detuvo frente a mí.

Di un paso atrás, mi espalda golpeando el alféizar de la ventana. El cristal se


rompió bajo mis sandalias, pero tenía un problema mucho más grande que un pie
cortado.

Pam Man extendió la mano y tocó el cuello de mi camisa, sus dedos frotando
a lo largo de mi piel. Me encogí y traté de alejarme, pero él agarró un puñado de mi
camisa y me arrastró hacia adelante.

—Tu madre va a tener que arreglar esto, niña —dijo, mirando hacia la piel
desnuda de mi estómago, expuesto por su agarre en mi camisa. Se pasó la lengua
por el labio inferior, sus ojos hambrientos.

Luché contra él, tratando de hacer palanca y alejar sus manos de encima,
pero no sirvió de nada. Su agarre era demasiado apretado.

—¿Con quién estabas? —preguntó, mirando por la ventana antes de


mirarme de arriba a abajo—. ¿Tu pequeño novio? ¿Dándole un poco de coño?

No dije nada. Mis labios se apretaron, manteniendo todas las cosas


desagradables que quería decirle encerradas.

Él me dio una buena sacudida.

—Te he hecho una pregunta, chica. ¿Con quién estabas?

—Con nadie —escupí, temblando cuando me atrajo hacia su cuerpo.

Pam Man apretó los dientes, creciendo la agresión.

—Escucha, muchacha. Olimos la marihuana en esa otra habitación. Sabemos


que alguien la tiene. Dime quién es y seré agradable.
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Su aliento apestaba, con olor a café rancio. Mirando hacia abajo a mi pecho,
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sonrió. Yo palidecí. Debido a su agarre, él podía ver justo en la parte delantera de


mi camisa.
Empecé a temblar, aterrorizada. Estaba sola en una habitación oscura con
una escalofriante tipo que ya había intentado algo conmigo una vez. No importaba
que los demás agentes de la policía estuvieran cerca; No confiaba en éste.

—¿No tienes nada que decir? Bueno, entonces qué hay de esto... —dijo Pam
Man, pasando un dedo por mi cuello, deteniéndose en mi clavícula—. Tú me dices
quien era ese chico que estaba contigo y si tiene las drogas con él, entonces te
dejaré ir. —Su mano volvió corriendo hasta mi garganta, acariciándome con sus
dedos—. No se lo diré a tu madre y dejaré que tu hermano se vaya también.

Bilis subió por mi garganta, mi esófago ardiendo e inundando mi boca.


¿Entregar a Walker por Bentley y yo? Me sentía enferma, incluso considerándolo.

Pam Man me dio una sacudida con fuerza, haciendo que mis dientes
castañearan.

—¿Vas a hablar o vas a hacer esto difícil? —preguntó. Sacó la radio de su


cinturón—. Una llamada y tu hermano será libre. O no hay ninguna llamada y
tendré un poco de diversión contigo.

El ácido en mi estómago se levantó. ¿Podía hacerlo? ¿Podía entregar a


Walker por la liberación de Bentley y mi propia seguridad?

Miré por la ventana, recordando cómo Walker solo me había dejado atrás.
Nunca olvidaré su rostro mientras se alejaba. Nunca.

Me dejó para salvarse a sí mismo.

Yo iba a hacer lo mismo.

Girándome, tomé un respiro profundo, dejando que las palabras salieran en


un silbido de aire.

—Era Cole Walker.


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CAPÍTULO 6
-Walker-
Traducido por katiliz94
Corregido por Pily

Me moví hasta abajo y giré la esquina, mis emociones cochemáticas, mi


mente en el pasado. Esa noche en el motel que había permanecido ahí de pie y
mirado la bolsa de pastillas que Manny sostenía, lo único deslizándose por mi
mente era lo que podría comprar a Sam y Bent de comida con el dinero que hiciera
vendiendo esas drogas. El estómago de Sam no gruñiría tanto y yo no tendría que
pensar en cómo de hambrienta continuaba a diario. Quería salvarla del dolor de
conocer la hambruna, incluso si tenía que cometer un crimen solo por hacerlo.

Pero cuando los policías aparecieron, todo cambió. Me olvidé de las drogas.
Mi única preocupación era mantener a Bent y a Sam fuera del motel a salvo. Sí, dejé
a Sam detrás. Lo hice. Pensé que la policía lo encontraría fácil si ella estaba sola.
Ella no tenía un historial como yo. Si la encontraban conmigo, alguien que tenía
una hoja de antecedentes que se leía como una maldita novela, la policía la
arrastraría hasta la prisión solo por asociación. Lo que nunca esperé fue que ella se
fuera a volver contra mí por salvar su propio trasero.

Los policías me capturaron no mucho tiempo después de que saliera del


motel. Encontraron la evidencia en mi bolsillo. Drogas. Serví medio año por
posesión. Una sentencia muy larga.

El día que salí de las cocheridades fue el día que Sam comenzó a odiarme. El
día que no pudo soportar mirarme.

Todo porque estaba intentando salvarla.

—Un día voy a dejar esta meada y mediocre ciudad y me voy a llevar a Sam
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conmigo —dijo Bent, mascullando las palabras mientras conducíamos por la


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carretera, dejando la calle de carreras ilegales detrás—. Haremos una nueva vida y
olvidaremos este lugar. Hasta entonces, tócala o incluso mírala mal, Walker, y estás
muerto incluso si eres mi mejor amigo.
—Genial, Bent. No voy a tocar a Sam. No juego con niñitas —dije, intentando
olvidar la forma en que ella me miró esta noche, de pie frente a mí, diciéndole a su
hermano que yo la deseaba.

—Bueno, conozco el tipo de juegos al que juegas, Walker, no te atrevas a


jugarlos con mi hermana.

Mis manos se apretaron en el volante, tomando una esquina demasiado


rápido.

—Sam no podría aguantar mis juegos incluso si estuviera interesado en ella


—murmuré en voz baja—. Lo cual no estoy.

—¿Entonces ella estaba mintiendo? ¿Nada ocurrió? —preguntó Bent—. ¿No


hubo nada la noche anterior? ¿No querías subirle el vestido?

—¡Diablos, no! —Juré. Casi me hizo encogerme el pensar en Sam. Casi. La


verdad era que eso me calentaba más que nada.

Y lo odiaba.

La idea de mis manos entre sus piernas me hacía desear que yo fuera una
persona diferente. Tal vez una que hiciera lo correcto con Samantha Ross.

Bent se rió en bajo, un sonido que normalmente solo escuchaba cuando


estaba tostado.

—Diablos, Walter, creo que mi hermanita fue la que se te tiró con rapidez.
Hace eso mucho, colega.

Molí mis dientes, recordando la petulante sonrisa en su cara mientras se


alejaba.

Tal vez era el momento de que la Señorita Sabelotodo aprendiera una


lección.
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CAPÍTULO 7
-Sam-
Traducido por Nanami27
Corregido por Pily

—Gracias, Tammy.

—No hay problema, dulzura. Te veo luego.

Miré mientras Tammy Jones daba vuelta fuera de mi entrada de coches, su


viejo Ford Escort sonando como si estuviera en su última etapa. Tammy era una
compañera camarera en Red’s Meet and Eat. A menudo me daba un aventón
cuando no tenía uno. Era tan mayor como mi madre, pero de confianza. Algo que
mi madre nunca fue.

Osciló un adiós y aceleró hacia la calle. La primera vez que vio el decrépito
remolque en el que vivía, estuve avergonzada. Quería esconderme debajo del suelo
de su coche y desaparecer. Ya que había tenido opción, había abrazado mi bolso
contra mi pecho y levantado la barbilla en su lugar. Tammy nunca dijo nada sobre
mis condiciones de vida. Nunca preguntó por qué mis padres no me recogían o por
qué mi hermano era la única persona de quien hablaba. Por lo que estuve
agradecida. No quería su lástima. Solo quería su amistad.

Tan pronto como se alejó conduciendo, un trueno retumbó a través del


cielo. Lejos en la distancia, un relámpago destelló. Como si fuera una señal, el farol
cerca de mi remolque parpadeó y se apagó, dejando a mi patio y el pequeño
remolque que llamaba hogar en completa oscuridad.

Me abrí camino a través de la acera en ruinas, con cuidado de no caer en


alguno de los agujeros. A medio camino hacia el remolque, hice una pausa. El vello
de la parte posterior de mi cuello se erizó. Miré alrededor, sintiendo como si
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estuviera siendo vigilada.


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Pero no había nada. Quizá estaba solo cansada e imaginando cosas.


Bostecé y seguí caminando. Había hecho otro doble turno hoy, por segunda
vez consecutiva. Estaba exhausta. No ayudaba que no hubiera dormido mucho.
Había pasado exactamente una semana desde la carrera con Bentley y Walker. No
había visto a Walker desde entonces y no quería hacerlo. Crucé la línea, diciéndole
a mi hermano que Walker me deseaba, pero Walker lo había visto venir.

Siempre lo hacía.

Una gorda gota de lluvia golpeó la parte superior de mi cabeza. Otra golpeó
el puente de mi nariz. Dejé salir un pesado suspiro y me apresuré hacia mi casa.
Intenté verlo desde el punto de vista de Tammy, una solitaria y grande caravana
blanca, sucia y que estaba colocada sobre bloques de cemento irregulares. Un lado
del techo estaba hundiéndose precariamente y muchas de las placas faltaban. El
garaje para un coche que se situaba al lado del remolque había colapsado, todo en
él enterrado. El patio no era mucho mejor. El césped daba paso a la tierra y hierbas,
dejando nada más que un triste hoyo de negligencia y barro.

Hogar dulce hogar. Más triste que dulce. Más albergue que hogar.

Di pesados y lentos pasos hacia la puerta frontal. El sonido del coche de


alguien resonó a través de la noche, atrapando mi atención. Me detuve y miré a mi
alrededor. Un coche negro estaba deteniéndose en una entrada, a unas casas de
distancia. Sus luces delanteras cortaron a través de la noche, destacando las gotas
de lluvia cayendo más gruesas desde el cielo.

Contuve la respiración. Conocía ese coche mejor de lo que quería. Era el de


Walker, uno que lo había visto conducir por años. Había perdido la cuenta de
cuántos días había trabajado sin camisa en el motor, intercambiando las partes
viejas por nuevas. Había robado miradas de él, esperando captar un vistazo de sus
bronceados abdominales. No estaba orgullosa de ello, pero ese imponente coche
negro enviaba un escalofrío a través de mí cada vez que lo veía, incluso ahora.
Podría odiar al conductor, pero no estaba ciega. El hombre era hermoso.

E irritante.

Observé mientras Walker aparcaba el coche en la entrada y saltaba afuera.


Largas piernas cruzaron la parte frontal de su coche. Desde mi extraordinaria vista,
pude ver sus oscuros jeans y una camiseta aún más oscura, su atuendo usual. Sabía
que ambos le quedarían perfectamente, sin dejar a la imaginación su fuerte
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complexión o los marcados músculos que ocultaba tan bien. Su cabello negro
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luciría perfecto y su rostro estaría refrescantemente rasurado. La verdad era que


sabía malditamente demasiado sobre él y eso me molestaba.
Walker avanzó dando saltos hacia los escalones de la puerta frontal,
tomando las escalera de dos a la vez. Un segundo después, abrió la pantalla de la
puerta y se precipitó adentro.

Mi mirada volvió hacia el coche en marcha, el motor retumbando audible en


la noche. En algún lugar, un perro ladró. Alguien gritó que se callara. Mis ojos
permanecieron en el coche. Podía ver la silueta de una mujer en el asiento del
pasajero. Ella tenía el visor abajo y estaba revisando su maquillaje. Desde esta
distancia, no podía decir si era morena, rubia o pelirroja, pero no importaba.
Walker no era exigente. Siempre que lo hicieran correr, era feliz. Por lo que sabía
de él.

Un corto tiempo después, la puerta frontal del remolque de Walker se abrió


de nuevo. Dejó la puerta estrellarse detrás de él mientras corría por los escalones
del porche hacia su coche. Casi estaba en el asiento del conductor cuando lo vi
volver la cabeza, sus ojos encontrando los míos. Por lo que pareció una eternidad,
nos miramos el uno al otro. Sin anhelo o interés. Más con ira y animosidad. Podía
sentirlo como si fuera algo viviente, algo que nos consumía a ambos.

Rompiendo el agarre que tenía en mí, me di la vuelta, llegando a la manija


de la puerta de mi remolque. Las bisagras chirriaron cuando desbloqueé y abrí la
puerta. El humo viciado de los cigarrillos de mamá casi me empujó un paso hacia
atrás, tan pronto como entré a la casa.

Me resistí a la urgencia de mirar por encima de mi hombro y ver si Walker


aún estaba mirándome. El escalofrío que corría por mi columna me dijo que lo
estaba.

Cerré la puerta firmemente detrás de mí y giré la cerradura,


manteniéndome dentro y los pensamientos de Walker fuera. Dentro en la
tenuemente iluminada sala, evité mirar la sucia alfombra o los escasos muebles.
Solo vi mi casa, la única que alguna vez había conocido.

—¡Mamá! —Grité, lanzando mi bolso sobre el raído sofá mientras caminaba


a su lado. Sabía que mi madre estaba en casa. Su coche estaba en la entrada y podía
oír la música desde alguna parte en la casa.

Empecé por el estrecho pasillo, diciendo el nombre de mamá otra vez. En


algunas casas, los pasillos contenían cuadros de familia. En la mía, las paredes se
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encontraban desnudas y la pintura se estaba pelando. Nunca había habido retratos


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familiares de nosotros en las paredes o hermosas pinturas de paisajes. De


cualquier manera no estoy segura de que alguna vez nos hubiéramos tomado fotos
juntos. Existíamos no como una familia, sino más como simples seres humanos
viviendo juntos y compartiendo espacio, nada más. Hacía mucho tiempo que lo
había aceptado.

Eché un vistazo dentro del único baño que teníamos, buscando a mi madre.
No estaba ahí. Solo una apestosa y mohosa bañera me miró en respuesta. Pero un
segundo después la encontré en su dormitorio.

Su radio estaba tocando audiblemente, alguna canción de los ‘80 que no


conocía. Una botella medio vacía de vodka colocada en su desordenada mesita de
noche, compartiendo espacio con un viejo teléfono sin cable. Un cenicero
desbordándose con viejos cigarrillos situados peligrosamente cerca del borde,
amenazando con darse la vuelta en cualquier segundo. En la esquina de la
habitación había un vestidor grande. Uno de los cajones no estaba y el otro se
encontraba sin asideras. Sujetadores y ropa interior se desbordaban de cada cajón,
algunos de ellos derramándose al suelo. La pintura en las paredes estaba
desvanecida y pelada, cubriendo las pequeñas paredes del remolque.

Era la habitación de mi madre y le encajaba perfectamente; ella estaba


desvanecida y gastada. El alcohol y las drogas que consumía a bases diarias
cubrían lo que estaba debajo de su exterior, ocultando lo que solía ser mi madre.

La encontré recostada en el medio de la cama, completamente vestida.


Hebras de su largo cabello rubio estaban pegadas a su rostro en un sudoroso lío,
sus rizos naturales enmarañados y enredados.

Caminé hacia la sofocantemente caliente habitación y apagué la radio. No se


movió. Podía escuchar su respiración pesada, el olor a alcohol casi venciéndome.
Me arrodillé al lado de la cama y aparté el mojado cabello de su rostro.

—Mamá —susurré, estudiando su rostro pálido. Cuando no se movió,


susurré de nuevo—: Mamá.

Gimió y se frotó la nariz con una mano.

—Mamá, despierta —dije. No importaba cuántas veces la encontrara así –


desmayada y muerta para el mundo– siempre me asustaba. Me preocupaba que un
día no despertara. Que solo cayera en un sueño inducido por la droga, para nunca
regresar.
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La sacudí hasta que sus ojos pintados pesadamente con máscara al fin se
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abrieron, dejando manchas negras bajo ellos. Le tomó tiempo enfocarse en mi


rostro. Sus ojos azules estaban brumosos y enrojecidos, nada parecidos a los ojos
de la madre que una vez conocí.
—Oye, nenita —dijo con voz rasposa, su garganta cruda por beber.

Forcé una sonrisa, queriendo burlarme. Siempre me llamaba nenita. Era


tanto irritante como agridulce al mismo tiempo. Cuando estaba ebria o drogada,
apenas me conocía. Otras veces sus palabras serían afiladas y feas, teñidas con los
efectos secundarios de su adicción. No, el cariño no significaba nada. Nada en
absoluto.

Miré mientras intentaba empujarse en una posición sentada. Su blusa roja


de corte bajo estaba rasgada, colgando por un hombro y mostrando las tiras de su
sujetador amarillo. Con una mano débil, apartó el cabello de su rostro, luego tiró
hacia abajo su corta falda.

—¿Qué hora es? —preguntó con un bostezo.

—Nueve en punto.

Sus ojos se hicieron grandes, las arrugas alrededor de las esquinas de su


boca profundizándose.

—¡Oh, infiernos! —Exclamó, balanceando sus piernas a un lado de la cama.

El repentino movimiento fue demasiado. Se quedó quieta y dejó escapar un


gemido, cubriendo su rostro con ambas manos.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Sí. Solo dame un minuto.

Crucé los brazos sobre mi pecho y esperé, haciéndome más impaciente en


que se recuperara.

—¿Está Bentley trabajando tarde nuevo? —pregunté.

—No lo sé. No lo he visto por días —respondió, dejando caer las manos en
su regazo.

Suspiré. Por supuesto que no lo había visto; estaba demasiado ocupada


drogándose o dando mamadas para notar si su hijo o hija siquiera seguían vivos.
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Contuve una réplica mientras ella se ponía sobre sus pies, balanceándose
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inestablemente.

—Tengo que trabajar —dijo, empujándome al pasar a mi lado.


—¿Estás segura de que puedes trabajar esta noche? —pregunté, viendo
mientras se sostenía a la pared por apoyo. Mamá era una camarera en un
restaurante de toda la noche. Algunas veces trabajaba de día y otras de noche. Pero
cuando no estaba trabajando, estaba o bien ebria, dopada, o con un hombre.

—Estoy bien, nenita —dijo, su voz débil mientras se aferraba a la pared y


caminaba fuera del dormitorio.

La observé irse. Su cabello se posaba sin fuerza en el medio de su espalda,


con una desesperada necesidad de un peine. Sus pies se arrastraron por toda la
sucia alfombra, haciendo pequeños ruidos en el remolque. Esperé hasta que oí
cerrarse la puerta del baño antes de que me dirigiera a mi dormitorio.

Tan pronto como estuve dentro, cerré la puerta y encendí mi radio. Música
alternativa sonaba suavemente desde los pequeños altavoces, ahogando el sonido
de la ducha corriendo.

Cavé en mi vestidor por una camiseta limpia. Sacando la camiseta de Red’s


Meet and Eat sobre mi cabeza, la lancé a la esquina. De pie con mi sujetador y
bragas, peiné mi cabello con mis dedos. Sin advertencia, mi mente vagó de regreso
a Walker. Me pregunté quién era la chica que estaba en su asiento del copiloto. Si
sabía el tipo de imbécil que era.

O cuán capaz era de violencia y destrucción.

Dejé salir un pesado y exagerado suspiro y tiré la nueva camiseta por sobre
mi cabeza. Me negué a pensar más en Walker. El hombre solo me hacía enfadar.

Levanté el volumen de la radio y me acosté en mi cama, dejando que la letra


fluyera sobre mí. En minutos me encontraba dormida, pero no soñé con unicornios
y arcoíris. Soñé con el momento en que Walker dijo que no podía soportarme más.

Después de entregarle el nombre de Walker a Pam Man ese día en el motel,


Pam Man me había liberado. Corrí a casa, mis pies volando a través de la caliente
carretera. Para el momento que llegué a nuestro remolque, Bentley estaba justo a
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mi lado, alcanzándome rápidamente. ¿Y Walker? Walker estaba sentado en una


celda de la cárcel cortesía mía al delatarlo. Pasó tiempo en un centro de detención
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juvenil, una prisión para criminales bajo la edad de dieciocho años. El día que entró
a la cárcel fue el día que cambió. Entró allí como un niño que rompió la ley para
sobrevivir; salió como un hombre empeñado en destruirse a sí mismo y a todos a
su alrededor.

Incluyéndome a mí.

Estaba sentada en el porche principal el día que Walker regresó a casa. Era
sofocantemente caluroso, uno de los meses más calurosos de acuerdo al hombre de
la corbata de lazo que daba el clima en la televisión. El sol abatía mi cabello rubio,
haciendo mi cabello caliente al tacto y dándome más pecas a través de la nariz.
Puesto que nuestro aire acondicionado se había malogrado y mamá no tenía dinero
para hacerlo reparar, pasé la mayoría del verano afuera, intentando atrapar una
brisa errante.

Ahí fue donde me encontraba temprano una mañana. Sentada en el


estropeado porche de madera que dirigía a nuestra puerta frontal. Mamá había
traído un hombre y Bentley no estaba en casa, así que estaba entreteniéndome con
un gato extraviado que había encontrado su camino a nuestra casa.

—Aquí, gatito, gatito —dije con voz cantarina, meneando los dedos para que
viniera hacia mí.

El pequeño gato maulló, sacudiendo su cola en el aire. Comenzó a caminar


hacia mí cuando un grito alto vino desde la calle, asustándolo.

—No voy a poner en libertad tu trasero fuera de la cárcel otra vez, ¿me
oyes? ¡Estoy enfermo y cansado de ti! ¡Eres una penosa excusa para un humano y
una terrible excusa como hijo! —Bramó alguien.

Lancé mi cabeza hacia arriba. El brillo del sol cegándome por un minuto. Las
olas de calor hacían brillar el asfalto, haciendo todo lucir ardiente y miserable.

Blindé mis ojos, bloqueando el duro brillo del sol. El gato se frotó contra mi
pierna y maulló de nuevo, pero lo ignoré. Solo una cosa tenía mi completa atención.

A medio camino de la calle, el Viejo Walker estaba estrellando la puerta de


su camión, sus movimientos enfadados. Al mismo tiempo que un hombre estaba
bajándose del lado del pasajero, una pequeña bolsa de lona colgaba de su hombro.
Pude ver su cuerpo esbelto. Los amplios hombros. Su alta figura.
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No era un hombre. Era Cole Walker. Estaba en casa.


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—Me das algún otro problema más, y te arrojaré sobre tu culo, Cole. ¡No
necesito tu mierda y no puedo permitirme pagar tu fianza cada vez que hagas algo
estúpido! —Gritó el padre de Walker, señalándolo amenazadoramente mientras él
andaba a través del patio.

Walker lo siguió en silencio, sus ojos mirando al frente con frialdad, sin
reconocer a su padre.

Caminé hacia los escalones del porche lentamente. No me importaba el


Viejo Walker, todos sabían que era un ebrio cruel, solo me importaba Walker.

Quería hablar con él, averiguar por qué me dejó atrás en el motel. Recordar
cómo me había abandonado, dejándome a la merced de Pam Man, aún dolía. El
resentimiento no se iría, no importa cuántas veces intentase lograrlo. Me traicionó.
Me dejó para que la policía me cogiera.

No estaba segura de cómo alguna vez me sobrepondría a eso.

Decidiendo que ahora era un buen momento como cualquier otro para
confrontarlo, dejé mi remolque y corrí a través de nuestro patio lleno de tierra.
Una brisa errante levantó las hebras de mi cabello fuera de mi camiseta de segunda
mano, enganchándolos en el andrajoso cuello. Mi mirada nunca dejó la casa de
Walker mientras él y su padre desaparecían detrás de la cerrada puerta frontal, los
sonidos de gritos aun haciendo eco desde el interior de la casa.

Casi estaba al final de su entrada cuando me detuve, ignorando como mis


ajustadas zapatillas se clavaban en mis talones. Podía oír el grito desde el interior y
el sonido de puertas estrellándose. Hubo un estrépito y luego más gritos.

Sintiéndome insegura, miré hacia la calle, primero a la izquierda luego a la


derecha. Era un viernes por la tarde y el vecindario estaba silencioso, la mayoría de
la gente aún en el trabajo. Estaba sola, frente a una casa conocida por su violencia.
En la parte posterior de mi mente, me pregunté quién me salvaría si el Viejo
Walker se volvía contra mí. Pero quería ver a Walker. Ni siquiera un exaltado padre
me detendría. Corrí hacia los escalones del porche, mi mente decidida.

—¡Lo siento por ser semejante dolor en tu costado, papá! —Pude oír a
Walker gritarle a su padre.

—¡Apuesta tu apenado culo a que lo eres! ¡Acabo de desperdiciar un día por


ir a sacarte de la cárcel! ¡Un maldito desperdicio de mi tiempo, eso es lo que eres!
65

¿Vas a crecer para ser un cabrón? ¿Eh? ¿Eso es lo que quieres? Porque seguro como
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el infierno que vas de camino —gritó la voz del Viejo Walker.


—¡Bueno, tengo un buen modelo que seguir! —Gritó Walker en respuesta—
. ¡Eres el maestro en ser un cabrón! ¡No, el rey de ellos! ¡El Jodido Rey de los
Cabrones!

De repente, escuché el inequívoco sonido de la carne golpeando carne. Un


segundo después, algo se estrelló contra el suelo. Lo que sea que fuera, solo
confirmó que una pela estaba tomando lugar.

—¡Voy a matarte! —Bramó el padre de Walker, seguido por otro estrépito.

Agarré la manija metálica de la pantalla de la puerta y tiré. Voló abierta,


rebotando contra la pared exterior. Di un paso dentro de la casa antes de que la
puerta pudiera cerrarse de un golpe, dejando a mis ojos ajustarse a la oscuridad en
el interior. Cuando lo hicieron, me apresuré más allá dentro de la casa. Mis pasos
eran silenciados sobre la gastada alfombra, pero no importaba. El sonido de los
gritos y pelea ahogaba todo lo demás.

Corrí a través de la sala, hice un giro a la derecha, entonces me detuve. La


pequeña valentía que tenía desapareció, tragada entera por la escena frente a mí.

Un alto y larguirucho Walker se enfrentaba a su padre, un hombre grande


con una barriga cervecera, en su pequeña cocina. Walker y su padre no se veían
nada parecidos. El Viejo Walker tenía cabello rojizo que estaba reduciéndose. Sus
ojos era de un diluido azul y su piel era correosa. Walker tenía cabello negro y ojos
incluso más negros. Estaba construido con una figura esbelta, una que había visto
pelear más batallas de las que podía siquiera contar a nuestra corta edad. Se veía
como si hubiera crecido unos centímetros desde la última vez que lo vi, haciéndolo
elevarse sobre mí aún más.

Estaba parado nariz a nariz con su padre, sus manos apretadas a los lados,
las diferencias entre ellos más aparentes que nunca.

—¡No voy a tomar más de tu mierda! —Gritó Walker, sus ojos llenos de
furia—. ¡Deberías haber muerto en lugar de madre! ¡Al menos ella no tiene que
lidiar con tu mierda nunca más!

Vi la ira en el rostro del Viejo Walker un segundo antes de que levantara su


puño. Su gordo brazo se balanceó en el aire, sus nudillos conectando con el pómulo
de Walker.
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Walker cayó hacia atrás contra la mesa, su cabeza despedida a un lado. Me


apresuré hacia adelante, inconsciente de en cuánto peligro estaba. No podía
competir con el señor Walker, pero no podía quedarme parada y no hacer nada.
—¡Alto! —Grité, sosteniendo mis manos en alto frente al Viejo Walker
mientras me detenía en frente de él. Sus ojos tenían una mirada enloquecida en
ellos, viendo a su hijo justo a través de mí. El hedor del alcohol en él hizo que mi
nariz se arrugara.

—Indigno pedazo de… —Vi su brazo balancearse de nuevo, su mano


cerrada en un poderoso puño otra vez.

Mis ojos rodaron. Todo lo que vi fueron cuatro largos nudillos dirigiéndose
directamente hacia mi rostro. Estaban rojos y raspados, su mano casi tan grande
como mi cabeza. Grité y me enrollé en una pequeña pelota, agachando mi cabeza y
esperando a que el golpe aterrizara en algún lugar sobre mí. Me abracé a mí misma
por el dolor que nunca llegó.

Walker saltó en frente de mí. El puño de su padre cargó contra el lado de la


cabeza de Walker a cambio, atrapándolo en la sien y disparando su cabeza a un
lado. El cabello de Walker cayó a través de su frente y hacia sus ojos. Un gruñido se
escapó de él.

El impacto lo noqueó hacia mí. Dejé salir un silbido de aire, cayendo hacia
atrás. Walker agarró mi muñeca, manteniéndome sobre mis pies. Dejó caer mi
mano rápidamente y se apresuró hacia su padre, sacudiéndose en alto cuando
estuvo a centímetros de su padre. En ese momento, me recordó a un perro rabioso,
con ganas de morder a su dueño, pero sujeto por una apretada correa.

—La tocas y no serás capaz de beber suficiente alcohol para aliviar el dolor
que te causaré —siseó Walker, poniéndose cara a cara con su padre—. Tendrán
que encerrarme y lanzar la llave por lo que te haré. Un simple toque. Es todo lo que
tomará.

El padre de Walker se puso mortalmente pálido. Bajo la vista hacia mí,


parpadeando una vez, entonces dos, mientras se balanceaba sobre sus pies. El
reconocimiento lentamente reemplazó la neblina ebria en sus ojos.

—Samantha… no sabía… pensé… —murmuró el Viejo Walker, sus ojos


lanzándose de mí hacia su hijo. Me di cuenta de que su puño nunca estuvo
destinado para mí; estaba destinado para Walker. El alcohol que empapaba sus
venas lo dejaba confundido y ajeno a la realidad. Reconocía los efectos mejor que
nadie.
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Walker ignoró a su padre y tomó mi muñeca, tirándome fuera de la cocina.


Mi corazón martilleó en mi pecho mientras lo seguía en una carrera, intentando
seguirle el ritmo a sus largas piernas. Mi aliento se precipitó dentro y fuera de mis
pulmones mientras me apresuraba, pero el miedo me había vuelto lenta. Había
algo diferente en Walker. Mis entrañas me decían que corriera y corriera rápido. Y
siempre oía a mis entrañas.

Antes de que volteáramos la esquina, miré hacia atrás, esperando ver al


Viejo Walker corriendo hacia nosotros. En su lugar, encontré al padre de Walker de
pie en vestíbulo, su rostro oculto detrás de sus largas manos. Negaba con la cabeza
de un lado a otro tristemente, murmurando detrás de sus manos:

—Patsy, perdóname. Por favor, perdóname.

En ese momento vi al padre de Walker por lo que realmente era, un hombre


roto. Sentí pena por él. Estaba herido y esa herida se había convertido en un dolor
aliviado solo por una botella. Lo sabía porque eso es lo que mamá hacía. Excepto
que ella prefería las drogas a una botella la mayoría de los días.

Los dedos de Walker se apretaron en mi muñeca, atrapando de nuevo mi


atención. Su cabello le caía sobre los ojos, bloqueándome de ver todo su rostro,
pero podía ver la rojez en su mandíbula y sentir la ira que radiaba de cada célula de
su cuerpo. Me miró un segundo antes de tirar otra vez de mí para que me moviera.
Lo seguí, volteando la esquina y yendo hacia la puerta frontal. Su palma se estrelló
abierta contra la pantalla de la puerta con fuerza. Golpeó el revestimiento de metal
del remolque y se rebotó de regreso, casi golpeándonos cuando salimos afuera.

No nos detuvimos hasta que estuvimos en el medio del patio. La hierba alta
rozó contra mis pantorrillas cuando Walker me giró alrededor para encararlo. Dejó
caer mi muñeca como si fuera veneno. Como si le doliera tocarme.

—¿En qué demonios estabas pensando, Sam? —Gritó Walker, lanzando sus
manos en alto con irritación—. ¡Te he dicho antes que no vinieras a mi casa, que no
te acercaras a mi padre, y nunca aparecieras cuando nos escucharas pelear!

Le fruncí el ceño.

—Lo sé, pero necesitamos hablar.

Walker me fulminó con la mirada, cabreado. Apenas conteniéndose. Me di


cuenta de que siempre había sido un chico hostil, pero había vuelto a casa como un
hombre peligroso.
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—No hay nada de qué hablar —dijo, apretando los dientes y escupiendo las
palabras.
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—Sí, lo hay. Lo que sucedió en el motel…


—¡Lo que sucedió en ese motel no importa! —Gritó Walker,
interrumpiéndome—. ¡Lo que importa es que saltaste en frente de mi padre!
¡Podrías haber sido lastimada! ¿Sabes lo que su puño le habría hecho a tu rostro?

—Lo… lo siento —tartamudeé, retrocediendo—. Solo… sigo molesta contigo


por abandonarme.

Walker me siguió, empujándome hacia atrás con su mero tamaño.

—¿Por qué? ¿Por qué te importa? Soy indigno, ¿no lo oíste? Un desperdicio
de espacio. Un pedazo de mierda que nunca debió haber nacido. ¡Tú necesitas
permanecer alejada de mí! ¿No es eso lo que querías cuando me entregaste?
¿Tenerme encerrado? ¿Mantenerme lejos de ti?

Sacudí un no con la cabeza y retrocedí, queriendo alejarme de él. Pero


Walker me siguió, su pie con botas casi pisando la punta de mis dedos.

—No tienes derecho a venir aquí, Sam. ¡Ninguno! —Gritó, volviéndose


rojo—. ¡Tu boca hizo que me arrojaran a la cárcel!

Salté con cada palabra, mis pies enredándose juntos. Casi caí, pero él estiró
la mano y me agarró, manteniéndome sobre mis pies.

Tragué el bulto en mi garganta. Nunca había estado asustada de Walker,


pero de repente lo estaba. El chico que siempre tenía una saltadura en su hombro
ahora era alguien que no conocía.

Sus ojos se volvieron más oscuros, más fríos.

—De hecho, no te quiero alrededor nunca más. Por tu culpa, pasé seis meses
en la cárcel y ahora soy etiquetado como un criminal. Un matón. —Negó con la
cabeza con disgusto—. ¿Sabes? He tenido más dolores de cabeza de los que puedo
contar desde el día que te conocí. ¿Por qué no solo te largas de mi vida, Sam?

Permanecí quieta, incapaz de respirar. Mi pecho se sentía como si alguien se


hubiera sentando en él, aplastándome. Dolía. El dolor se envolvió alrededor de mi
corazón y apretó, pero no estaba lista para renunciar todavía.

—Walker, no digas eso. No quieres decirlo —dije.


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Fue en ese momento que me di cuenta que el chico que recordaba había
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desaparecido, para nunca saber de él otra vez.

—¿No lo entiendes? ¡Vete! —Gritó Walker, sacudiendo su mano arriba, a un


punto lejos en la distancia—. ¡Te odio, Sam Ross! ¡Te odio!
Cole Walker se había convertido, oficialmente, en mi enemigo.

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CAPÍTULO 8
-Walker-
Traducido por Blonchick & BrenMaddox
Corregido por Pily

—¿Todo bien Cole?

Me dejé caer en el asiento del conductor, mirando como Sam entraba a su


remolque.

—Sí, todo está perfecto —le dije a Mandy con sarcasmo, poniendo el
vehículo en reversa.

La verdad era que nada estaba perfecto. Cuando alcancé a ver a Sam
entrando a su casa, mi maldito corazón casi se detuvo. Me volví malditamente loco.
No quería verla y estoy seguro como el infierno que no quería verla intentando
evitar mirarme como si estuviera tentándola a caer en el camino hacia el infierno.
Pero tal vez no me debería importar. Dios sabe que yo era su infierno y ella era el
mío.

—¿Tu padre está en casa? —preguntó Manny, desviando mi atención lejos


del pequeño remolque blanco de Sam.

—Nop —mentí. No iba a decirle que mi padre estaba inconsciente sobre el


sofá, con una botella de Jim Beam en una mano y una foto de mi madre en la otra.
Lo había visto así más veces de las que podía contar y eso siempre me llenaba de
ira. No merecía llorar a mi madre. Y él estaba seguro como el infierno que no
merecía tocar su foto con las mismas manos que me han golpeado durante la
mayor parte de mi vida. Mamá había sido un ángel. Mi padre no era más que un
gran pedazo de mierda en un patio lleno de mierda.
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Y yo no era diferente.

Sintiéndome borracho y malhumorado, di marcha atrás de la entrada de


vehículos. El motor de la Duster rugió bajo el capó, la potencia del V8 muy ruidoso.
Era lo que necesitaba esta noche, un coche rápido, una mujer caliente, y algo de
música a todo volumen. Tal vez así podría olvidarme de papá e ignorar lo que sea
que fuera esta cosa entre Sam y yo.

Subí el volumen, necesitando algo ensordecedor. Dirty Vegas retumbaba por


los altavoces, justo lo que quería oír esta noche. El bajo hizo repiquetear las
ventanas e hizo que los asientos del viejo Duster vibraran.

Perfecto.

Envolví la mano alrededor de la palanca de cambios y la moví, dejando de


golpe el acelerador y explotando el embrague en un suave movimiento. Las llantas
traseras protestaron, girando y quemándose sobre el asfalto. Tan pronto como
consiguieron tracción, el coche salió disparado por la calle. Eché un vistazo a la
casa de Sam mientras pasábamos volando. Las luces estaban encendidas y podía
ver movimiento detrás de las sucias cortinas de la sala de estar. Me pregunte qué
estaba haciendo. ¿Dirigiéndose a la cama? ¿Cambiándose de ropa? ¿Poniéndose
algo pequeño que apenas le cubriera el culo? Doblé de nuevo mis dedos alrededor
de la palanca de cambios. ¿Se estaba arrastrando debajo de las mantas, sus pezones
rozándose contra las frías sábanas, haciendo que se endurecieran y se pusieran en
punta?

¡Mierda! ¿En qué demonios estaba pensando?

Me removí en mi asiento, intentando calmarme. Ahí fue cuando Mandy


llamó mi atención, sonriéndome con una mirada descarada de te-quiero-dentro-
de-mí-ahora. Sosteniendo mi mirada, llegó entre sus piernas, extendiéndolas solo
lo suficiente para introducir su mano en sus esbeltos muslos. Su diminuta falda se
subió mientras hacía pequeños círculos en la cara interna del muslo. Un segundo
después, sonrío y fue más lejos, recogiendo la botella de vino del suelo, cortesía de
la colección de licor barato de mi padre. Desenroscando la tapa, tomó un largo
trago directamente de la botella, bebiendo el especial de cinco dólares como si
fuera la última botella de vino tinto sobre la tierra. Sentí malestar. Imágenes de mi
padre haciendo lo mismo invadieron mi mente. Mierda, recuerdos míos haciendo
lo mismo me hicieron sentir como una mierda. No estaba orgulloso de que ansiase
las cosas tanto como mi padre. Y como él, cuando llegaba a mi sistema, me volvía
cruel. Vicioso.

Pero tal vez de todas maneras eso era lo que yo era.


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Mientras Mandy volvió a tapar la botella, me moví. El motor tomó un


descanso, circulando por la calle a un ritmo decente. En minutos, dejé mi viejo
vecindario basura atrás, obligando a los pensamientos de Sam a alejarse también.
Lástima que no pudiese dejar los recuerdos con ella.

El día que salí del reformatorio fue el día en que fui de mal en peor. Estaba
en un camino cuesta abajo hacia la destrucción. Un camino que no conducía a
ningún lado excepto al crimen. Corrí coches como si fuera invencible y robé
vehículos como si fueran chocolatinas. Viví como si no hubiera un mañana y
algunas veces le pedía a Dios que no estuviera ahí para ser el primero.

Mi padre deseaba que nunca hubiera nacido pero mis amigos pensaban que
era maravilloso. En cuantos más problemas me metiera, más era admirado. Era
simple, hacía lo peor y era el más amado.

Hasta una noche en particular.

Tenía diecisiete años y estaba completamente borracho. Comencé con


cerveza pero para las once esa noche, había tomado varios tragos de whisky y una
buena parte de vodka.

Papá estaba trabajando doble turno en la fábrica, uniendo jets de combate


como el borracho profesional que era. Sintiendo la necesidad de desahogarme un
poco el viernes por la noche, invité a algunos compañeros de clase. De alguna
manera algunos se convirtieron en un montón. Para las diez teníamos una fiesta.
Personas que no conocía llenaron nuestro pequeño remolque, metiéndose en
nuestra mierda, haciendo nuestro sucio hogar mucho más sucio.

—¡Sube el volumen! —gritó alguien cuando empezó a sonar una canción


popular dubstep en la radio.

Debería estar prestándole más atención a quién estaba entrando y saliendo.


En lugar de estar sentado en la cocina, jugando un juego estúpido de beber que no
recordaría al día siguiente.

—Demonios, Walker, ¿cuántos de esos te vas a tomar?

Le sonreí a Teddy Jones, alero en el equipo de baloncesto de alto nivel de


Eastland High. El chico más alto que conocía y también el más inteligente.
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—Tantas como pueda —le dije, levantando el vaso. Me tomé el trago. El


licor bajó con facilidad por mi garganta sin quemarme. Había perdido la capacidad
de sentir algo hace una hora. A los diecisiete, iba bien en mi manera de seguirle los
pasos a mi padre, convirtiéndome en un borracho con un gusto por las cosas
baratas. También podría haber estado bebiendo agua esa noche, tan fácil como era
tomar los tragos, uno tras otro.

—Vas a estar sufriendo mañana, amigo —dijo Tommy, sacudiendo su


cabeza mientras me observaba golpear la copa vacía sobre la mesa.

—Mañana es otro día Tommy —dije, arrastrando las palabras.

—Siempre lo es —murmuró, dándole un sorbo a su cerveza.

Me reí.

—Eres tan inteligente, hombre. Es por eso que me gustas —dije, vertiendo
otro chorro de whisky en mi copa.

—Y tú estás tan borracho que no puedes ver bien. Te estoy advirtiendo,


Cole.

Fruncí el ceño.

—Mi casa. Mi decisión —dije, señalando mi pecho y tambaleándome en el


asiento.

—Bien, tus decisiones apestan —dijo Tommy, poniéndose de pie y


agarrando mi botella de whisky.

Lo vi alejarse, debatiéndome entre si me levantaba y le daba una paliza por


llevarse el trago o dejarlo. Pan comido.

Cerré los puños, sintiendo la violenta ira que estaba a punto de estallar bajo
la superficie de mi alma. Ansiaba ser libre. Tiraba de sus cadenas, devorando su
propio brazo para escaparse de la trampa que había preparado para ellas.
Generalmente era capaz de mantener mis tendencias destructivas a raya, pero
cuando el alcohol estaba involucrado, hacía que contener la oscuridad en mí fuera
mucho más difícil.

Miré mientras Tommy empezaba a hablar con algunas chicas, la botella de


whisky en su mano. “¡Mia!” El deseo en mi gritó. Tragando saliva, empujé el anhelo
lejos. No valía la pena. Había más alcohol en otra parte por aquí de todas maneras.
74

Me puse de pie y alcancé mi copa. Por un segundo, la habitación paró de dar


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vueltas. Pero necesitaba que girara. Necesitaba algo que se llevara el dolor que
vivía dentro de mí.
Ignorando a todos los demás, dejé la cocina, utilizando la pared y el marco
de la puerta como apoyo. En la sala la música sonaba más fuerte y las personas
estaban alborotadas. Empujaba, sin importar contra quien chocaba o a quien casi
derribaba. Estaba a mitad de camino en frente de la habitación cuando vi la puerta
principal abierta, el olor de la calle entrando. Eché un vistazo, más por costumbre
que por curiosidad.

Cuando vi quien estaba entrando por la puerta, me detuve de repente. El


aire cambió, como si el todo el oxígeno hubiera sido extraído de la atmosfera. El
tiempo avanzó lentamente. La música… las personas a mi alrededor… se
convirtieron en un fondo que elegí ignorar.

Sam estaba aquí.

Se detuvo en la puerta y miró alrededor. Su cabello rubio estaba en un moño


desordenado y sus vaqueros azules lucían como si hubieran visto mejores días. A
los quince, era la chica más bonita que había visto. Recuerdo desear estar ciego.
Hubiera hecho el odiarla mucho más fácil.

Y la odiaba. Odiaba la manera en que me hacía sentir. Cómo olía, como


caminaba, como sonreía con sus ojos. Odiaba que haría cualquier cosa por ella,
incluyendo ir a la cárcel.

Cuando regresé a casa del reformatorio después del incidente del motel y la
droga, sabía que Sam sería mi destrucción. Nunca olvidaría ver como mi padre
levantaba su mano, casi pegándola. Sentí la rabia desatarse en mí. Explotando
desde el interior. Estaba dispuesto a hacer daño, recibir una paliza, acabar con mi
vida por ella, y eso me ponía más furioso. ¿Quién era yo para querer salvarla?

No era nadie.

Así que, ¿qué hice? La traté como basura, le dije que la odiaba, y esperaba
que me dejara en paz. Era la única cosa que sabía hacer. No necesitaba estar
alrededor de alguien como yo, un desastre inminente.

Pero esta noche el alcohol no me hizo pensar claramente.

Me acerqué a ella, queriendo parecer frío e indiferente.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, manteniendo la distancia.


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Sam se dio la vuelta. La ira estalló en sus hermosos ojos verdes en cuanto
aterrizaron en mí.

—Estoy buscando a mi hermano. ¿Lo has visto?


—Nop —dije, diciéndole la verdad—. No desde esta mañana.

La duda cruzó por su rostro. Quería decirle que podría ser un delincuente
pero nunca le mentiría. En lugar de eso mantuve la boca cerrada.

Se dio la vuelta para irse y quería decirle adiós pero algo me detuvo. Vi el
más diminuto destello de tristeza en sus ojos. Mierda, estaba disgustada.

—¿Qué está pasando? —pregunté, dando un paso hacia ella.

Me miró y luego arrugó su nariz. Probablemente olía como el interior de


una botella. El pensamiento me golpeó en el pecho, recordándome que era el hijo
de mi padre.

—Nada Cole. Tengo que irme —dijo, apartándose.

—Mentir no se te ve bien, Sam —dejé escapar, incapaz de detenerme.

Se dio la vuelta, asco reflejado en su rostro. Me puso furioso. Mientras Sam


envejecía tendía a despreciarme más y más, evitándome como si fuera contagioso.
Era solo otra gota en el vaso de odio de Walker.

Sam tomó un paso rápido hacia mí, acercándola más a mi pecho.

—Y borracho no te ves bien, Cole.

Demonios, tenía valor.

Apreté los dientes y luché con el impulso de envolver las manos alrededor
de su cuello. O mejor aún envolver su cuerpo con mis brazos, sentir lo que escondía
debajo de esa camisa descolorida y esos jeans desgastados. El pensamiento de que
podría hacerlo si quisiera, me asustó peor que cualquier otra cosa.

—Conoces el camino a casa, Sam —dije, sonando más malo de lo que


quería—. ¿Por qué no lo sigues?

Me miró fijamente, viendo en lo profundo de mi alma. Algún lugar que no


quería que viera. Sin previo aviso su voz se suavizó, golpeándome justo en el plexo
solar.
76

—No tengo tiempo para esto, Walker —dijo—. Necesito un aventón. ¿Crees
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que alguien me puede dar uno?

¿Ella estaba pidiendo ayuda? ¿A mí? Reprimí una sonrisa.


—¿Por qué necesitas un aventón? —pregunté, inclinando mi cabeza a un
lado y luchando con las ganas de curvar los labios.

—Escuché que mi padre está en la ciudad. Creo que se está hospedando en


el hotel que no está lejos de aquí. Yo… quería ir a verlo —dijo, sonando casi
avergonzada.

Me burlé y resistí el impulso de rodar los ojos.

—Sam, ese ya no es tu padre. Bentley escuchó lo mismo y dijo que era


mentira.

Negó con la cabeza.

—Es él, Walker. Solo lo sé.

Apoyé la mano en el marco de la puerta por encima de ella, estudiándola de


cerca. Sus labios carnosos estaban ligeramente abiertos, su rostro sin nada de
maquillaje. Pecas bailaban por sus pómulos y nariz, puntitos marrones que había
visto toda mi vida. Su aroma se envolvió a mí alrededor, calmando mis sentidos y
volviéndome loco al mismo tiempo.

Se enderezó, determinada.

—Iré Cole, con o sin Bentley.

La había conocido por mucho tiempo. Era testaruda. Bastante testaruda.


Sabía que encontraría un aventón de una u otra manera.

—Bueno, buena suerte cariño —dije, sintiendo una punzada de culpabilidad


por ser un idiota.

Sam endureció su mirada.

—Gracias por nada, Walker —dijo, sonando como una niña malcriada
mientras se alejaba.

—¡De Nada! —Le dije, mirando mientras bajaba las escaleras del porche—.
¡Cuando quieras!
77

Diciendo que no era mi problema, empecé a cerrar la puerta. Estaba


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demasiado ebrio para llevarla a cualquier lado y demasiado ebrio para


preocuparme si ella se iba a Dios sabía dónde y se metía Dios sabía en qué tipo de
problemas. No me interesaba. Realmente no me importaba.
Pero me importaba.

La observé ir en dirección a la calle. Intentó ocultar su desesperación pero la


envolvía como una chaqueta vieja. Incluso borracho, lo reconocía porque yo la
llevaba todo el tiempo.

—Mierda —dije entre dientes, sabiendo que nunca podría dejarla ir. Bentley
me mataría. Y me mataría si algo le pasaba.

Tropecé por las escaleras del porche y corrí por el patio delantero. Sam
miró por encima de su hombro, sus ojos se abrieron cuando me vio.

—Espera —grité, alcanzándola.

No se detuvo. De hecho, creo que la pequeña bruja empezó a caminar más


rápido. Supongo que me lo merecía.

Cuando estaba lo suficientemente cerca, agarré su muñeca. Su piel se sentía


suave en mi mano, como la más suave seda que solo el rico über6 podría
permitirse. Quería pasar mis dedos sobre su piel, atraerla hacia mí, envolverla en
mis brazos y nunca dejarla ir.

Pero no lo hice. Por mi fuerte apretón en su muñeca, hizo una mueca de


dolor. Los huesos delicados eran pequeños en mi mano, demasiado pequeños para
una chica que tenía más agallas que orgullo.

La dejé ir, disgustado por lo que estaba sintiendo. Fruncí el ceño, dirigido
más a mí que a ella.

Sam dio un paso atrás pero no parecía asustada. Bien. Me gustaba


enfadarme con ella. Demonios, quería atraerla a una pelea. Cualquier cosa para
tenerla detrás de mí.

—¿Qué quieres Walker? —preguntó, sonando aburrida. Era la única chica


que conocía que no rogaba mi atención. Tal vez eso la hacía tan atractiva.

Y frustrante.

Intenté no darme cuenta de cómo se metió un mechón de pelo detrás de su


oreja o como su camisa se levantaba solo lo suficiente para ver la piel desnuda de
78

su cintura. No era de hablar mucho, pero cuando abría su boca, no podía esperar a
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ver lo que diría a continuación.

6
über : Palabra alemana para la palabra "arriba", pero más comúnmente utilizado en Internet para:
ser el mejor, la parte superior, el supremo, el más alto.
—¿Por qué crees que es él? —pregunté, el mentón sobresaliendo.

Sam suspiró y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Porque escuché a mi madre hablando por teléfono con alguien acerca de


mi padre. Luego dijo algo sobre encontrarse en la taberna Tiger Lily.

Me burlé.

—Odio decírtelo pero eso no significa ni mierda. Se podría estar


encontrando con uno de sus viejos polvos.

Hizo una mueca ante mis palabras pero no me importó. Era ingenua si no
sabía que su madre era una puta. Demonios, incluso su madre se me insinuó.

Sam abrió la boca suavemente para decir algo más pero luego la cerró.
Cruzando sus brazos sobre el pecho, observó distraídamente como un todoterreno
pasaba. Su camisa se levantó solo lo suficiente, exponiendo su cintura de nuevo.
Juro que mi pene iba a explotar mis vaqueros si no dejaba de provocarme con su
piel descubierta.

Tomó una respiración profunda, dejándola salir lentamente.

—Tengo que comprobarlo, Cole.

Vi las luces traseras del todoterreno mientras se alejaba, una extraña


sensación en mi estómago. Se acercó al borde de la casa de alguien y se detuvo.
Algo sobre el vehículo me molestó, pero no supe qué. Debía ser el alcohol jugando
con mi mente.

Me concentré de nuevo en Sam, parpadeando para enfocarla.

—Y qué pasa si es tu papi. ¿Qué le vas a decir? “Hola papá. Soy la hija que
dejaste con una adicta como mamá. Muchas gracias por eso. Te amo.”

—Sí, algo como eso. —Cerró de golpe la boca, sus ojos volviéndose fríos.

Una ráfaga de viento golpeó contra nosotros, frío y lluvioso. Amenazaba


lluvia, trayendo humedad y una brisa de aire fresco. Sam empezó a temblar, la
camisa que usaba no la protegía de las bajas temperaturas nocturnas.
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Me acerqué más a ella, queriendo hacerla entrar en calor. Demonios, debía


estar muy borracho si estaba pensando esa mierda. En lugar de eso decidí
provocarla más. Era lo que hacía. En lo que era bueno.
—¿Y qué si no es tu padre? ¿Vas a gritar y a llorar como un bebé? —
pregunté, sabiendo perfectamente bien que Sam no lloraba. Al menos, era dura de
pelar. Algo que me gustaba especialmente de ella.

—Al menos puedo esperar que sea él. ¿Es eso tan malo? —preguntó,
frunciendo el ceño.

—Sí, tener esperanzas es algo malo. Lo odio. Deja un mal sabor en mi boca
—le devolví.

—No Walker —bromeó dulcemente Sam—. Ese es el regusto del alcohol en


tu boca. ¿Cómo se siente ser un borracho?

Me irrité, la ira aumentando. Levantó una ceja, retándome a decir algo. Pero
no le daría la satisfacción.

Me di la vuelta y empecé a caminar de regreso hacia la casa.

—Hasta luego, Sam —dije, sin molestarme en mirarla.

La puerta se cerró de golpe unos segundos después. Me dije idiota por


hablar con ella en primer lugar. No tenía derecho. Ninguno. Eso era buscarse
problemas.

El interior de la casa estaba caliente, repleto de gente que estaba


amontonada. La música parecía sonar más fuerte, las personas más locas. Y yo,
quería estar más borracho.

Tomé el vaso a medio beber de vodka de alguien de la mesa de centro


mientras pasaba. Necesitaba algo para bloquear los sentimientos que Sam
provocaba. Cuando éramos niños esos sentimientos consistían en odio e irritación.
Pero en algún momento a lo largo de los años, había empezado a confundir el odio
con otra cosa.

Lujuria.

Mis ojos se posaron en una rubia a unos pasos. Se movía con la música, una
copa roja en su mano. Quité a un chico del camino para llegar a ella. No tenía ni
idea de quien era o si tenía un novio pero necesitaba a una mujer rápido.
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Y no me dolió que se pareciera un poco a Sam.


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Agarré a la chica por la cintura y la pegué a mi pecho, volviéndome amistoso


muy rápido. Me sonrió, no sorprendida en absoluto por ver a un extraño tocándola.
Sonreí, disimulando mi decepción cuando vi que no era ni de cerca tan
bonita como Sam. Pero podía lidiar con eso. Solo necesitaba un poco de ayuda.

Tomé la copa que sostenía. Me la entregó sin protestar, viendo como me


tomaba la combinación de ponche de frutas y tequila en un trago. Pero quería más,
algo más fuerte que un mordisco, pero otra necesidad me estaba llamando
primero.

Envolví mis brazos alrededor de la rubia y comencé a moverme con la


música. No protesté cuando recorrió mi cuerpo con sus manos, sintiendo los
músculos de mis abdominales. Y estoy bastante seguro que no discutí cuando se
me acercó más, frotándose contra mi entrepierna.

Deseaba que fuera otra persona.

La música cambió, a algo lento y sensual. Me incliné, moviendo mis manos


hacia las caderas de la chica. Era más ancha que Sam pero solo estaba interesado
en una cosa. Puse mi boca cerca de su oído. Necesitaba deshacerme de los
pensamientos de la hermana menor de Bentley para siempre. Conocía la manera
perfecta de hacerlo.

—Vámonos de aquí. A un lugar tranquilo, privado. Quiero… —Mis palabras


se desvanecieron, las olvidé. No me di cuenta de que estaba mirando la puerta
hasta que se abrió.

Sam entró de nuevo. ¿Qué demonios? Retiré mi cabeza del oído de la chica,
ignorando como continuaba frotándose contra mí con la música, abriéndose paso a
empujones como si fuera dueña del lugar.

Me aparté bruscamente de la chica, la ira burbujeando dentro de mí.

—Nos vemos —murmuré con los dientes apretados, mis ojos en Sam.

—¡Oye, espera! —gritó la chica, decepcionada.

La ignoré. De todas formas no era a la que quería. Esa persona estaba a


varios pasos de mí. Y demonios si ella no había acabado de hacerme enfadar.

Empujando a los demás, me dirigí hacia Sam, furia en mis pasos. ¿Quién
diablos creía que era, entrando a mi casa después de que me llamó borracho? Sí,
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era la verdad pero ese no era el punto. Nadie me decía eso en la cara y volvía a
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caminar por ahí. Esta era mi casa. Mi propio infierno personal. Ella no pertenecía a
ninguna parte cerca de allí.
Moví a una pareja, ya cerca a Sam. Cuando estuve lo suficientemente cerca,
estiré el brazo y agarré su muñeca, apretándola fuerte. Dio media vuelta,
impresionada. Las personas entre nosotros se apartaron, moviéndose con la
música e inconscientes de mi ira.

Invadí su espacio personal, evitando que se fuera. Intentando intimidarla


con mi altura.

—¿No me escuchaste? —grité por encima de la música—. Dije que te fueras.


¡Bent no está aquí!

Sacudió la cabeza y movió sus labios pero no pude escucharla. Alguien había
subido el volumen y la sala estaba llena de gente imbécil, saltando, haciendo que el
remolque se sacudiese.

De repente quería privacidad. Sosteniendo la muñeca de Sam, la saqué de la


multitud. En segundos nos dirigíamos al final del pequeño pasillo, pasando por el
baño sucio que siempre olía a moho y sudor.

Tres pasos más y estábamos en mi habitación. Las paredes negras estaban


descoloridas y mi librería se inclinaba a un lado, algunos estantes faltaban. Mi
cama no era más que un colchón en el suelo. No era mucho pero estaba ordenado.
Podría vivir en un basurero pero eso no significaba que tuviese que vivir en la
miseria.

Cerré la puerta, soltando su muñeca. El sonido de la música era


amortiguado aquí, junto con el de la multitud. Sam se paró en frente de la librería,
sus manos en las caderas.

—¡No puedes ir arrastrando a una chica a tu habitación Cole! —dijo,


indignada.

Me acerqué a ella, con ganas de tocarla pero negándome a ceder.

—Claro que puedo, Ross, pero la mayoría de las chicas vienen corriendo —
dije. Hice el comentario mirando su cuerpo de arriba abajo, curvando el labio con
falso disgusto—. Te dije que te vayas a casa. Bent no está aquí y este no es un lugar
para chicas como tú.
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Sam me ignoró y echó un vistazo alrededor de mi cuarto, sus ojos haciendo


contacto sobre cada cosa excepto en mí. Me pregunté que estaba pensando. Había
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estado aquí muchas veces cuando era pequeña. No era como si algo hubiera
cambiado.
Solo nosotros.

—Iré a casa cuando quiera hacerlo —dijo obstinadamente, encontrando mis


ojos y manteniendo su mentón en alto—. Además le oí a alguien decir que Bentley
estaba aquí.

Me acerqué a ella, acechándola como si fuera mi presa. Y supongo que lo


era. Solo que no estaba seguro de si me la comería o jugaría con ella primero.

—Bent no está aquí Sam. Te lo dije —dije, aun avanzando hacia ella,
esperando que se encogiera de miedo.

Pero Sam se mantuvo firme, sin mover un músculo. Ni siquiera pestañeando


cuando me detuve en frente de ella. Eso me gustó. No me tenía miedo.

Hora de cambiar eso.

—¿Eres virgen? —pregunté, mirándola.

Redondeó los ojos y su boca se abrió.

—¿Qué? —preguntó, atónita—. ¿Qué clase de pregunta es esa?

—Una simple. Respóndela —insistí.

—Besa mi trasero —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho y poniendo


los ojos en blanco.

Apreté los dientes.

—Me escuchaste. Respóndela.

El fuego se encendió en sus ojos.

—No creo que eso sea de tu…

La besé.

Mierda. La. Besé.


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No me pude resistir. Estaba demasiado cerca. No, demasiado lejos. Diablos,


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no lo sabía. Solo tenía que besarla.

Mis labios se inclinaron sobre los suyos, no tiernos pero tampoco bruscos.
Quedó congelada, sus labios inmóviles, pero no me iba a rendir tan fácil. La animé a
responder, moviendo su mandíbula usando mi pulgar y ladeando su cabeza,
dándome más acceso a su boca.

Sam comenzó a besarme, sus labios suaves bajo los míos. Podía saborear su
falta de experiencia como si fuera algo tangible y supe al instante la respuesta a mi
pregunta. Era virgen. El pensamiento solo me hizo querer más.

Deslicé mi lengua en su boca, solo lo suficiente para probarla. Su sabor era


dulce, justo como imaginé que sería. Quería sentir cada centímetro de su húmeda y
cálida boca. Lo guardaba en la memoria para los momentos en los que estuviera
solo y mi pene estuviera duro, pensando en ella.

Incliné mi cabeza, profundizando el beso. Olvidé acerca de nuestro pasado y


nuestro odio. Tenía que tener más. Había una caja de condones y una cama detrás
de mí. Llamaban a mi mente de diecisiete años como un faro. Mi sueño era tener a
Sam extendía sobre uno y mi pene cubierto con el otro y listo para entrar. Pero me
recordé ir despacio. Sam era nueva en esto y mierda, así era yo cuando se trataba
de ella.

Pero cuando gimió y agarró mi camisa, me puse frenético, más enloquecido


por tenerla. Presioné su espalda contra la librería, haciendo que se sacudiera. Su
espalda golpeó duro la madera, dejándola sin aire.

—Demonios, lo siento —susurré contra sus labios, inclinándome sobre ella.

—Está bien —suspiró, su mano subiendo hasta la parte posterior de mi


cuello—. Solo bésame más.

Nunca esperé que llegara a decir eso, gruñí y bajé mi cabeza de nuevo,
tomando su boca. Deslicé mi lengua más allá de sus labios con mucha agresividad,
queriendo más. Su lengua se encontró con la mía, insegura al principio. Después se
volvió más atrevida. Enviándome sobre el borde.

La tomé de la cintura, acercándola más. El borde de su camisa se burlaba de


mí, provocando a mis dedos. Me tranquilicé hasta que las puntas de mis dedos
estuvieron tocando la piel desnuda de su estómago. Entonces me detuve,
esperando que protestara, para decirme no. Cuando no lo hizo, sentí un torrente de
excitación. La sensación de estar en territorio prohibido.
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Moví la mano más lejos debajo de su camisa, sabiendo que no habían límites
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ahora. Mis dedos tocaron su tórax, sintiendo los huesos sobresalientes. En silencio
maldije a su madre que la había privado de comida en el transcurso de los años,
dejándola delgada y desnutrida. Llevé mi mano más arriba hasta que las puntas de
mis dedos encontraron el borde del sujetador.
Sam apartó su boca de la mía, agarrando mi muñeca y deteniéndome.

—Espera. Tal vez. Tal vez no deberíamos estar haciendo esto —susurró.

—Y tal vez deberíamos —dije con la voz áspera—. Te sientes tan


malditamente bien para parar.

Soltó mi muñeca y agarró el frente de mi camisa, dándome todo el estímulo


que necesitaba. Le quité el sujetador y cubrí su boca con la mía de nuevo, brusco y
desesperado esta vez. Dejó salir un pequeño sonido de placer y apretó mi camisa
más fuerte mientras yo movía mi mano más arriba, encontrando su pecho. Oh,
mierda. Era perfecto, encajando en la palma de mi mano como si estuviera
destinado a estar ahí.

—Walker, detente —murmuró Sam contra mis labios, retirándose—. Es


suficiente.

Pero no me detuve. El alcohol en mi sistema me hacía pensar en lo


imposible. Todo lo que sabía era que quería tocarla. Me convertí en un loco,
necesitando el sabor de lo que me llevaba a la locura.

Pasé mi pulgar por su pezón, sintiéndolo responder a mis caricias. Dios, se


sentía como el cielo. Jadeó y se apartó bruscamente de mí, pero la sostuve
firmemente, una de mis manos sosteniendo su pecho, la otra aferrada a la parte
posterior de su cabeza y manteniéndola aún en mi boca.

Sam empujaba contra mí, sus manos sobre mi pecho. La parte sobria de mi
cerebro gritaba que la dejara ir. La otra parte ansiaba más de ella como si fuera una
droga. Sabía que lo que estaba sintiendo por ella no era correcto. Era Sam. Nos
odiábamos. No debería desearla tanto pero lo hacía. Diablos, por lo general sentía
lástima por los chicos a los que le gustaba.

Ahora estaba aquí, uno de ellos.

Sam me dio un codazo, intentando apartarse de mí.

—Déjame ir, Cole. Tú estás borracho y yo… yo no creo que sepas lo que
estás haciendo. Me odias —dijo mientras bajaba mi boca hacia su cuello. Dios, olía
tan bien.
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—Créeme Sam, sé lo que estoy haciendo. Y ahora mismo, no te odio. Estoy


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sintiendo todo lo contrario —susurré contra su piel mientras mi pulgar recorría su


pezón de nuevo. Puse un beso sobre su pulso desbocado, sintiéndolo bajo mis
labios. Cada latido de su corazón era enviado a mi pene palpitante y a mi propio
corazón acelerado.

Sam estaba en silencio, dejándome besarla y tocarla. Diablos, quería lamerla


por todas partes, sabía tan bien.

—Cole —dijo, su voz ronca—. Este es el alcohol hablando. No tú.

—Hmmm —respondí, retrocediendo para mirarla, mi mano aún en su


pecho.

—Nos odiamos mutuamente. Siempre ha sido así —dijo, mirándome.

—Sí, lo sé —susurré, sintiendo la habitación girar—. Pero solo juguemos


como si no fuera así esta noche. Solo esta noche...

Empecé a bajar mi boca a la suya de nuevo, necesitándola. Era como una


droga, como el alcohol que ansiaba, calentando mi sangre y confundiendo mi
mente, bloqueando toda la razón.

—¡No! ¡Suficiente! —dijo, empujándome y apartando mi mano de su


pecho—. ¡No soy como mi madre! ¡No puedes usarme!

Levanté mi cabeza, parpadeando por la confusión. ¿Usarla? Yo no quería


usarla. Necesitaba… Dios, la necesitaba.

Agarré su muñeca, atrayéndola de nuevo a mí. Empecé a bajar mi cabeza,


queriendo demostrarle que eso que estaba sintiendo era real, pero ella fue más
rápida.

—¡S.U.E.L.TA.M.E! —gritó, pateándome en la rodilla y ambas manos firmes


sobre mi pecho. Con energía, me dio un fuerte empujón.

Me tropecé hacia atrás, soltándola. El licor en mi sistema me dificultaba


mantener el equilibrio. La habitación se inclinaba, haciendo que mi estómago se
revolviera y que todo girara. Cuando pude centrarme en su rostro de nuevo, sentí
que mi estómago se hundía. La confusión se aclaró de mi cerebro empapado de
vodka, cerveza y whisky.

Santa. Mierda.
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Sam me miraba con furia, sus ojos llenos de odio y humedad. ¡Mierda!
¡Había lágrimas en sus ojos! ¡Lágrimas!
Me pasé una mano por el rostro, disgustado conmigo mismo. Nunca la había
visto llorar. Saber que era debido a mí casi hizo que me doblara del dolor.

—Sam, mejor vete —murmuré, con miedo a mirarla. Me odiaba en ese


momento más que nunca. Lo que había sido lujuria no era nada ahora sino furia
latente, dirigida a mí. Resonaba a través de mí, extendiéndose en la punta de los
dedos hasta la planta de los pies. Me odié como nunca antes. Las personas tenían
razón, yo era un animal. Mi propio asco puso a toda marcha la maldad.

No podía confiar en mi a su alrededor, era obvio. Tenía miedo de que el mal


que había en mí —el que me hacía explotar de furia— pudiese haber decidido que
estaba cansado de jugar bien y tomaría lo que quería de ella en su lugar.

El pensamiento me dejó helado.

Tenía que protegerla a toda costa, y la única manera que conocía era a
través del odio y la rabia. Solo entonces ella estaría a salvo de mí.

Cuando Sam no se movió, la miré con furia.

—¡Vete! —Rugí, dando un paso hacia ella—. ¡Aléjate de mí!

Sam se mantuvo firme. ¿Estaba loca? ¿No podía decirle que apenas me
controlaba? Quería destrozar algo. Desquitarme con alguien más por mi dolor al
hacerle daño.

—¡Maldita sea, Sam, déjalo! ¡POR FAVOR! —Le supliqué, sintiendo pánico
porque ella seguía allí de pie, con la barbilla hacia arriba en el aire tercamente.

Levantó la mirada hacia mí, a pesar de verse sin miedo.

—Eres igual que tu padre, Cole. Un borracho que está fuera de control. Pero
yo no soy para nada como mi madre. ¡Nada!

—¿Estás segura de eso? —pregunté, frío corriendo por mis venas cuando oí
sus palabras.

Sam parpadeó, sorprendida. Me arrepentí al decirlo, pero si eso la


mantendría lejos de mí y haría que me odiara más, que así sea. Estaba segura de
esa manera, aunque eso me matara.
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Dio un paso hacia mí, sus lágrimas apareciendo con repugnancia en sus
ojos.
—Te odio, Cole Walker. Te odio más hoy de lo que lo hacía antes. No te
acerques a mí otra vez. No me mires. No me toques. Solo... no lo hagas.

Me quedé quieto, mirando cómo se giraba y cruzaba la habitación. Sin mirar


atrás, abrió la puerta con fuerza y salió. Tomando la poca cantidad de autoestima
que tenía consigo misma.

Tenía razón, era un borracho, fuera de control como mi padre. Me dolían los
dedos por sostener una copa en mi mano. Mi garganta estaba seca, anhelando el
ardor del alcohol para saciar la sed. Anhelaba beber como un hombre hambriento
anhelaba la comida.

Abrí y cerré la mano, mirando a mí alrededor buscando algo en lo que


enterrar mi puño. Ahí es cuando lo escuché. Un grito en algún lugar en el patio
trasero. No pensé mucho en ello hasta que oí un choque y luego otro grito.

—¡Pelea! ¡Pelea! —gritó alguien desde algún lugar de la casa.

¿Qué demonios?

Salí corriendo de mi habitación y por el pasillo. La multitud estaba frenética,


todos saliendo por la puerta de atrás. Me sentí inquieto, mis ojos recorrieron la
habitación buscando a...

Sam.

La vi en la multitud, viéndose confundida. Me miró, una mirada de pánico en


sus ojos.

—Ve a casa —le grité por encima de los gritos y la música, retrocediendo y
haciendo señas para que se fuera. Lo último que quería era que estuviera cerca de
una pelea. Podía ser un dolor en el culo y odiar mis tripas pero protegerla había
estado en mí desde el primer momento en que vi a ese idiota tratando de meterla
en su coche cuando éramos niños.

Los ojos de Sam estaban redondeados por la confusión mientras miraba


como la gente se movía a su alrededor. Se quedó quieta cuando todos se
apresuraron a salir a la calle. Como una manada de búfalos, la multitud se movía
como una sola, saliendo por las puertas corredizas de cristal.
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Me moví junto a ellos, mirando otra vez hacia Sam. Se había movido, en
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dirección a la puerta delantera. Pensando que estaba a salvo, seguí a la multitud


fuera.
Había hecho solo unos pasos cuando me detuve. Gente empujaba más allá
de mí, mis oídos llenándose con parloteos emocionados. Sus palabras no tenían
sentido, el alcohol hacía que fuera difícil concentrarse en una sola voz al tiempo.

Oí el nombre de Bent ser susurrado una vez y luego dos veces. Mirando a mi
alrededor, busqué al hermano de Sam pero todo lo que podía ver era a las
personas, de pie en el patio y corriendo por delante de mí.

Como si fuera una señal, la multitud se apartó. Un viento frío se estrelló


contra mí, enviando un escalofrío por mi espalda.

O tal vez fue por la escena frente a mí.

Bentley se encontraba siendo retenido por un tipo grande, alguien que


parecía el doble de mi edad y la mitad de mi tamaño. Los puños del tipo golpearon
el estómago de Bentley una y otra vez, golpeándolo como si fuera una bolsa de
boxeo. Bentley estaba tratando de defenderse, pero no era rival para el tipo de
fuerza masiva y músculos.

Un grupo de hombres de pie en un semicírculo alrededor de la lucha,


miraban con sonrisas en sus rostros. Eran grandes. Pesos pesados con
actitud. Parecían estar haciendo guardia contra cualquiera que tratara de acabar
con la pelea. No eran niños que salieron a pasar un buen rato; eran matones.

Me quedé helado, tratando de procesar lo que estaba sucediendo. Oí que la


gente hablaba a mí alrededor, pero no podía entender lo que decían. Algo sobre los
pandilleros. Un trabajo. No tenía sentido. Bentley no se metía con este tipo de
chicos. Hizo algunas cosas estúpidas, pero este no era su estilo.

Era más como lo mío.

Pero era mi mejor amigo y estaba recibiendo que su culo fuera pateado. Si
había una cosa en la que era bueno, sobrio o borracho, era en pelear.

Corrí hacia adelante, haciendo caso omiso de las náuseas que me


asfixiaban. Mantuve mis ojos en el hombre encima de Bentley, empujando a la
gente en mi camino por llegar hasta él. Mantuvo a Bent clavado en el suelo, una
mano apretada contra el pecho de Bentley. La otra estaba echada hacia atrás, lista
para bajar y golpearlo en el estómago de nuevo. Algo capturó la luz de la luna, oro
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resplandeciente en la noche. ¡Mierda! El chico llevaba puños americanos,


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golpeando a Bent con el metal una y otra vez.

Comencé a correr más, mis propios puños a mis costados. Cuando estuve
cerca, rugí, haciendo que mi puño retrocediera. El chico levantó la vista, poniendo
su barbilla justo donde la necesitaba. Golpeé, capturando su mandíbula. Su cabeza
se hizo a un lado mientras caía hacia atrás unos pasos, aturdido por el
golpe. Sorprendido por mi ataque.

Toma eso, idiota.

No hice caso de los amigos del chico corriendo hacia mí. En mi visión
periférica vi a Tommy tirar a uno hacia abajo, arrasándolo como la potencia que
era. Otra persona se metió, bloqueando a otro tipo de entrar en la pelea. Pero esto
era entre el chico con los puños de metal y yo. El que había herido a mi mejor
amigo.

Avanzando hacia él, me moví de nuevo, aterrizando un puñetazo en su


estómago. Pero el alcohol estaba volviéndome lento. Perezoso. El hombre se
recuperó rápidamente y se volvió, golpeando mi mandíbula. Dolor rebotó en mi
cráneo. Traté de sostenerme, pero me caí, mi culo aterrizando cerca de Bentley.

El hombre gruñó hacia mí, gruñendo y mostrando los dientes que


probablemente nunca habían visto un dentista. Abrió sus nudillos y flexionó los
dedos, ensanchando su postura.

Música continuó retumbando desde la casa, algo duro y fuerte. Perfecto


para la pelea. Pero no necesitaba ningún estímulo.

Cuando Bentley se arrastró lejos, me puse de pie, ignorando el mundo


inclinándose en un ángulo ebrio. A mi alrededor, la gente estaba luchando, tirando
golpes que iban con estilo. Cómo una sencilla fiesta podía convertirse en una turba
de borrachos furiosos, no lo sabía. Era un todos-contra-todos. Una pelea de mierda
que de repente estaba fuera de control.

Me sacudí el dolor de cabeza y mantuve los ojos fijos en el hombre delante


de mí. Era grande y, probablemente, tan fuerte como un toro, pero yo era
mezquino y no tenía nada que perder. Volvió su atención hacia Bentley, que estaba
a unos metros de nosotros. La sangre cubría su rostro y estaba salpicada por todas
partes en su camisa. Se veía en un muy mal estado, pero se iba a ver mucho peor si
no detenía a este maníaco.

El cuello del chico apareció mientras rodaba la cabeza de lado a lado,


aflojándose para otra ronda. Después rodó los hombros, flexionando sus masivos
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músculos como un fanfarrón. Pensé que había terminado cuando de repente se


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precipitó hacia Bentley, recogiéndolo cuando estaba lo suficientemente cerca y


tirándolo a la tierra.

¡Mierda!
Me deslicé por el barro, luchando para conseguir levantarme. Me maldije
por beber tanto. Si no hubiera jodidamente bebido todo lo que estaba a la vista
como un maldito idiota, tal vez podría haber terminado esto antes de que
empezara.

Y tal vez nunca hubiera tocado a Sam y hacer que me odiara aún más.

Empujando a un tipo fuera del camino, me precipité hacia Bentley, viendo


destellos suyos mientras la multitud dejaba poco espacio entre nosotros. El
hombre pateó a Bentley en el estómago, poniendo todo su poder detrás de la
patada.

Bentley gritó y se agarró la cintura, tirándose como una pelota


protectoramente en el suelo. El tipo volvió a llevar su pie hacia atrás para patear
otra vez pero nunca encontró su objetivo. Fue distraído por un grito.

—¡BENTLEY!

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Me di la vuelta, proteccionismo


barriendo sobre mí.

Sam estaba empujándose entre la multitud, con los ojos en Bentley. Terror
estaba en su rostro.

—¡BENTLEY! —gritó, corriendo hacia adelante.

¡NO, NO, NO! ¡Estos chicos la masticarían y escupirían! Juro que mi vida
pasó ante mis ojos, viéndola correr por el patio. Empecé a correr hacia ella,
mirando con terror mientras se metía en la pelea.

El tipo que pateaba a Bentley se detuvo, viendo a Sam mientras corría hacia
él. Era la oportunidad que Bentley necesitaba. Se puso de pie, sangre chorreando
por su cara. Lo perdí de vista entre la multitud, pero al menos sabía que había
escapado.

Su atacante llamó otra vez mi atención. Sus ojos se posaron en otra persona,
alguien que no podía ver. Lo vi asentir hacia Sam. Fue entonces cuando supe que
estaba en problemas.

Levanté mi mirada hacia ella, sintiendo que mi corazón latía con más
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fuerza. Estaba cerca. ¡Demasiado jodidamente cerca de la pelea!


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Empujé a un hombre fuera del camino y corrí hacia ella. La aversión que
siempre estaba allí entre Sam y yo desapareciendo. La lujuria que sentía por ella no
importaba. Todo lo que sentía era miedo.
Pero ese miedo se convirtió en rabia segundos después.

Un tipo saltó de la nada, agarrando a Sam por la cintura. Ella gritó, pateando
a su agresor mientras la recogió en sus brazos, levantándola de sus pies.

Vi rojo. Jodida sangre roja. No quería sus manos sobre ella. No lo quería
cerca de ella. Demonios, ni siquiera quería que la mirase.

El hilo de la violencia que vivía dentro de mí se desató. Era el mismo tipo de


violencia que se mantenía alrededor de los bordes de mi subconsciente todo el
tiempo, con ganas de ser puesto en libertad. El que no podía controlar.

Arrojé a alguien fuera de mi camino cuando Sam giró en los brazos del chico
y lo empujó lejos, como había hecho conmigo hace minutos. No me pareció
irónico; Me pareció suicida. Podía hacer eso conmigo todo el día y yo nunca le haría
daño. Este tipo, mierda, este chico la partiría por la mitad.

Luchó, tratando de sacárselo de encima. Pero el tipo no estaba rindiéndose


tan fácilmente. Envolvió sus brazos alrededor suyo, inmovilizándola contra él. Sam
se defendió, golpeando con el pie en su parte superior, gritando por Bentley al
mismo tiempo.

Corrí y vi como ella echó la rodilla, teniendo como objetivo la nuez del
tipo. Pero él era más rápido. Bloqueó la rodilla con la pierna. Lo intentó de nuevo,
pero el chico tuvo suficiente. La golpeó, haciendo que su cabeza cayera a un lado.

Fue entonces cuando salió el monstruo en mí.

No recuerdo correr por el patio o tirar a la gente fuera de mi camino. Todo


lo que recuerdo es ver las manos de ese hombre en Sam.

Nunca vio venir mi puño. Le golpeé un lado de la cabeza, esquivando a Sam


por pulgadas pero golpeando al idiota de nuevo.

La soltó, pero no era suficientemente bueno para mí. La había


tocado. Lastimado. Pagaría por eso.

Lo golpeé de nuevo. Y una vez más. Una y otra vez. Sangre cubría mis
nudillos y goteaba de mis dedos. Se rociaba por mi camisa y aterrizaba en el suelo
fangoso. No me importaba. Estaba en ese lugar oscuro, el que vivía debajo de la
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superficie, a la espera de salir a jugar. Ese que carcomía mi interior y me convertía


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en el diablo que todo el mundo pensaba que era. Estaba consumido por la ira,
incapaz de controlarlo.
Bajé la cabeza, dándole al chico puñetazos en el estómago. Una vez. Dos
veces. Tres veces. Alguien llamó mi nombre, pero no me detuve. Cerré el puño en
su boca, haciendo sonar sus dientes. Mi codo giró la nariz del tipo, rompiéndola. Su
cabeza chasqueando de vuelta, sus ojos rodando hacia atrás mientras caía.

Lo seguí hasta el suelo, mis puños golpeándolo. Estaba en la zona de


matanza. Nada me podía parar.

Cuando alguien trató de sacarme de encima, me giré, capturé a la persona


por el pecho. No sabía quién era, pero estaba dispuesto a matar a cualquiera que
tratara de tirar de mí fuera del atacante de Sam.

El chico debajo de mí había tenido una cojera hace minutos. Toda mi rabia
contenida, todo el abuso que había tomado en el reformatorio, todo el auto-odio y
la ira que mi padre había traído, aterrizando en el hombre.

Le golpeé de nuevo, dejando que su rostro fuera nada más que un caos
sangriento. A pesar del frío, el sudor salpicado por mi frente. Mi respiración era
cada vez más rápida, mis labios se curvaron en una mueca.

Hora de acabar con él.

Levanté mi puño de nuevo, dispuesto a dar el golpe final cuando alguien me


agarró del brazo.

—¡Detente, Cole! ¡Lo estás matando! —gritó Sam, sus manos envueltas
alrededor de mi bíceps.

Pero yo estaba en una niebla, lleno de furia y rabia. Solo conocía una cosa,
destruir.

Salté de vuelta hacia el hombre, golpeándolo con los puños. Pero alguien
más grande que Sam me agarró por la espalda, sujetando mis brazos sobre mi
pecho. Con un tirón me arrastró lejos del tipo y me llevó al suelo. Rugí, sonidos
terribles rasgando desde mi garganta.

—¡ALTO! —gritó Tommy, agarrándome.

Mi piel picaba, mis nervios saltaban por la anticipación. Quería muerto al


atacante de Sam. Quería enterrar todo mi resentimiento en él. Pero luego escuché
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algo.
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Un grito.
Giré mi cabeza hacia la derecha. Mis ojos se posaron en Sam, de rodillas a
unos metros de distancia. Estaba inclinada por la cintura, acurrucada en una
pequeña bola. Su esbelto cuerpo temblaba, los gritos amortiguados viniendo de
ella. Nunca la había visto así. Asustó la mierda fuera de mí. Toda la rabia dentro de
mí murió. La niebla se disipó. El mal desapareció.

—¡Mierda! ¡Déjame ir! —dije, luchando contra Tommy, sus brazos todavía
alrededor de mí. Mis ojos posados en Sam, viendo cómo se balanceaba hacia atrás y
hacia adelante en su propio mundo. La pelea seguía a mí alrededor, pero no
importaba. Solamente tenía que llegar hasta ella.

Tan pronto como Tommy me soltó, me puse de rodillas. La gente corría por
delante de mí mientras me arrastraba hacia Sam, mi garganta estaba tan espesa
que apenas podía tragar.

Cuando estuve lo suficientemente cerca, me senté, mis rodillas a ambos


lados de su cuerpo.

—¿Sam? —susurré, llegando hasta tocarla.

Miró hacia arriba, con los ojos llenos de lágrimas. Su cabello se había caído
de su moño desordenado, dejando gruesos mechones alrededor de su cara. Los
labios que había estado besando hace unos momentos se separaron, viéndose rojos
contra su piel pálida.

Su mirada se precipitó hacia mi mano, todavía descansando contra ella.

—No lo hagas —dijo, envolviendo los brazos alrededor suyo y mirándome


desde detrás de su cabello caído—. Solo... solo mantente alejado. Tienes sangre... —
Sus ojos se posaron en mi pecho y de nuevo hacia arriba, llenos de miedo. La vi
tragar saliva—. Tú… casi lo matas, Walker. Casi matas a un hombre como... como
un monstruo.

Me senté de nuevo en cuclillas, dejándola ir y alejando mi mano. El sudor en


la frente se había secado, dejando un escalofrío en mi piel. Mirando alrededor, vi
caos pero lo único que sentía era un vacío.

Como un monstruo , las palabras se repetían en mi cabeza.


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Un monstruo.
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Miré hacia abajo a mis manos temblorosas, dándoles la vuelta. Mis nudillos
rasparon la piel mostrando el hueso. No me dolía. El alcohol y la rabia se
aseguraron de eso. La sangre empapaba ambas manos y mi camisa. No sabía si era
de él o mía. Tal vez de ambos.

Mirando de vuelta a Sam, la encontré mirándome, sus ojos viendo mis


manos ensangrentadas con miedo y odio combinados.

—¿Ella está bien? —preguntó Tommy detrás de mí.

—Sí —respondí, mis ojos en Sam. Estaba más que bien; estaba
genial. Temerme era lo mejor. Al menos eso es lo que me dije a mí mismo, pero
dolía, arrancaba mi corazón latiendo fuera de mi pecho.

Miré hacia arriba, buscando a Bentley. Lo mejor para Sam ahora era su
hermano. Él se haría cargo de ella ya que yo no podía. Y necesitaba asegurarme de
que estuviera bien. Pero de repente el sonido de las sirenas llenó el aire. Las luces
azules y rojas brillaron desde el frente de mi casa, llenando la oscuridad de color.

—¡Oh, mierda! ¡Policías! —gritó alguien, corriendo junto a mí.

Sam se puso de pie, con los ojos lanzándose alrededor. Vi el miedo en su


cara y podía escucharla respirar con dificultad. A mi alrededor la gente corría,
tratando de escapar antes de que la policía los encontrara. Me puse de pie y agarré
la mano de Sam, ignorando su grito de protesta. Ella cayó contra mi pecho, pero la
sostuve, manteniéndonos sobre nuestros pies. Escuché gritos y vi rayos de luz
rebotar a través del patio, pero no les hice caso. Me concentré en Sam, mirándola a
los ojos.

—Sé que jodidamente no confías en mí ahora mismo, pero por una vez en tu
vida vas a hacerlo —le dije.

Cuando ella no discutió, me volví. Tommy estaba cerca, observando cómo


los policías corrían hacia el patio.

—¡Tommy, llévatela! —grité, empujando a Sam hacia él.

La atrapó con facilidad.

—¿Dónde vas a ir? —gritó, retrocediendo con Sam.

—Solo sácala de aquí. No voy a dejar a Bentley —le contesté, caminando


95

hacia atrás.
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Tommy asintió y se volvió, llevando a Sam con él. Vi cómo se fueron, más
gente corriendo alrededor de ellos para escapar.
Todavía estaba allí de pie, mirando como desaparecieron, cuando alguien
me empujó hacia abajo con fuerza.

Aterricé en el barro, golpeando mi barbilla en el suelo. El barro se sentía frío


por debajo de mí, húmedo. Sentí explotar la rabia interior, necesitando
sacarla. Llevé las manos a cada lado de mí, listo para saltar a mis pies y añadir más
sangre a mis manos. Pero nunca tuve la oportunidad.

Mis brazos fueron llevados hasta mi espalda. Zapatos negros aparecieron a


ambos lados de mi cuerpo, manteniéndome clavado en el suelo.

—Tienes derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que digas puede y será
usada en tu contra en un tribunal de justicia. Tienes derecho de un abogado. Si no
puedes pagarlo, te será proporcionado uno. ¿Entiendes los derechos que acabo de
leerte, imbécil?

Volví la cabeza, mirando al policía detrás de mí cuando él cerró las esposas


en mis muñecas.

—Mierda —juré, al ver de quién se trataba.

Mick Rodríguez, o Pam Man para Sam y Bent, me puso sobre mis pies,
tirando hacia arriba las esposas. Ellas se clavaron en mis muñecas, pero sabía que
no le importaba una mierda. El tipo era un completo hijo de puta.

—Así es, hijo. Mierda. Es en lo que estás y lo que eres —dijo, dándome un
empujón para que empezara a caminar.

Caí hacia adelante, pero me sostuve. Mis ojos recorrieron el patio, buscando
a Bentley. Dos policías estaban de pie junto al hombre que lo había estado
golpeando, armas en mano mientras otro policía abofeteaba al hijo de puta. El
idiota que golpeé estaba consciente, pero sus manos estaban esposadas en la
espalda. Estaba feliz de ver que su nariz estaba hinchada y su rostro era un
mosaico de cortes, con magulladuras y salpicaduras de sangre. Cuando sus ojos se
encontraron con los míos gruñí, recordándolo golpear a Sam. Sentí que mi control
se resbala, la sed de hacerle daño era casi demasiado difícil de controlar.

—Comienza a moverte, puta —dijo Mick, mientras me empujaba


fuerte. Solo un policía corrupto le hablaría de esa manera a un detenido y este
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hombre no era más que el más sucio de todos ellos.


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Me dirigí a la parte delantera de la casa, sabiendo que no tenía elección. Iba


a la cárcel. Un sitio donde parecía que vivía mucho últimamente. Mi padre me iba a
matar, ¿pero a quién le importaba? Ya era un perdedor en su libro de todos modos.
Mick me condujo a uno de los coches de patrulla que se estacionaban
delante de la entrada. Abrió la puerta de atrás y empezó a empujarme al asiento
cuando se detuvo, sus ojos en algo en la carretera. Seguí su mirada. Estaba mirando
a la casa de Sam y Bentley.

—¿Esa pequeña chica está en casa?

Su voz me dejó frío. Estaba llena de mucho interés y curiosidad


fangosa. Sentí una rabia tan fuerte que casi grité. En cambio me encogí de hombros,
pareciendo aburrido.

—No tengo ni puta idea.

Me miró, frunciendo el ceño con una sucia mirada cruzando su rostro.

—¿Has estado bebiendo, muchacho? —preguntó, tomando una profunda


bocanada de mí.

—¿Qué te parece? —Gruñí, moviendo mi nariz hacia él.

Lo vi erizarse como un maldito puerco espín. Podía besar mi...

Sin previo aviso, me empujó contra el coche, aplastando un lado de mi cara


en el capó bruscamente.

—Escúchame, muchacho. Tu lamentable culo es mío, ¿lo entiendes? Tengo


lo necesario para que vayas a la cárcel por un largo, largo tiempo. Y cuando salgas,
voy a estar todo sobre tu culo de nuevo, esperando a que la cagues.

Con cada palabra apretó mi mejilla con más fuerza contra el techo del coche
hasta que pensé que mis dientes se reducirían en mi boca.

—Y recuerda esto —agregó—. Mientras estés sentado en esa podredumbre


celda en la cárcel, yo estaré aquí. Velando por Samantha. Cuidando de ella.

Ira explotó dentro de mí. Giré mi cabeza hacia atrás, golpeándolo de lleno en
la nariz con mi cráneo.

Gritó y cayó hacia atrás, sangre brotando por todas partes. Dos oficiales me
alcanzaron, tirándome de nuevo hacia el pavimento.
97
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Una hora más tarde me sentaba en una celda en la cárcel, mi cara en mis
manos, cargos de agresión pesando sobre mi cabeza. Mi cuerpo se estremeció,
necesitando alcohol y me dejó una sensación de vacío. Quería de nuevo el
entumecimiento, el que me hacía olvidar qué clase de persona era. La clase de
persona que había visto Sam.

Mientras esperaba en la celda de detención, sentí que mi vida se


desmoronaba a mi alrededor. Mi demonio interno había salido por sí mismo,
probándole a Sam lo jodido que realmente estaba. Había confirmado todo lo que
ella dijo.

Yo no era nada.

Nada más que un monstruo.

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CAPÍTULO 9
-Sam-
Traducido por Sandra289
Corregido por Pily

AHORA
Días después permanecí en el porche y vi a Walker conducir pasando mi
casa, seguía pensando en él. Claro, nos odiábamos el uno al otro y probablemente
siempre lo haríamos pero había una parte de mí que estaba intrigada por él.
Supongo que era todavía esa niña pequeña, curiosa sobre ese misterioso y
enfadado chico que vivía calle abajo.

O quizás era esa adolescente, recibiendo su primer beso de él. Si cerraba los
ojos, podía sentir aún su mano en mi estómago, acariciándome mientras
estábamos parados en su habitación. Podía todavía saborear sus labios contra los
míos, mostrándome cómo hacerlo. Esa noche todo el odio entre nosotros había
desparecido, al menos por unos momentos. Pero luego el sueño fue roto por sangre
y lucha. Gritos y sirenas. Lo que debería haber sido una memorable experiencia se
convirtió en auténtico horror. Bentley fue golpeado y tuve que pasar el resto de la
noche en el hospital de la zona, viendo como recibía puntos. Walker casi mató a un
hombre y vi como ocurría. Aún podía recordar la sangre manchando sus manos y
goteando en su camisa. Aún podía ver la rabia en su rostro. Cuando le grité que
parara, me di cuenta de que a pesar del beso aún era Cole Walker, un liberal de las
normas, alguien que necesitaba evitarlas a todo coste. No importaba si mi cuerpo y
corazón gritarán que nos pertenecíamos; mi mente decía que me alejara de él.

Y eso es lo que había hecho desde entonces.


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Pestañeé y volví aquí y ahora. Una escalofriante música llenaba la


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habitación, presagiando y alertando de que cosas malas venían. Estaba sentada en


el borde del sofá, centrada en la tele. Era el momento culminante de la peli, el
momento que el monstruo atacaba. En un segundo ahora él podría atacar lo que
quisiera, y nadie iba a poder pararlo.
Mi corazón hacía un ruido sordo, amenazando con escaparse de mi pecho.
No podía apartar los ojos. El monstruo, el único que hacía a las chicas gritar, estaba
tan cerca…

—Maldita sea.

Miré a Luke, mi concentración rota.

—¿Qué? —pregunté, cogiendo un trozo de pizza. Queso viscoso quemando


el cielo de mi boca, haciendo al gustoso trozo dar saltos con excitación.

—Esta pizza está malditamente increíble. ¿Dónde aprendiste a cocinar así?


—preguntó, ayudándose para coger otro trozo del pan abombado de pizza.

—No de mi madre, eso es seguro —murmuré, limpiando mis manos en una


servilleta y volviendo la atención a la televisión. Criatura del Lago Negro se emitía
en el viejo televisor de mi madre. Pensaba que era lógico que un viejo televisor
emitiera una película de 1950. Parecía apropiado de alguna manera.

Alcancé otro trozo de pizza justo cuando el Hombre Branquia7 raptaba a la


hermosa heroína rubia. Su grito hizo eco por el diminuto salón, mandando
escalofríos por mi piel. Mis ojos estaban pegados a la pantalla, esperando el
momento cuando su caballero en brillante armadura debería rescatarla. Sucedía en
todas las películas antiguas. Quizás por eso me encantaban tanto; los buenos chicos
siempre ganaban y las damiselas siempre eran salvadas.

Qué mal que la vida real no fuera así.

Saqué un trozo de mi pizza antes de parar de saborear, viendo como el


Hombre Branquia era arponeado hasta morir, acabando con el terror.

Lukas soltó una risotada al lado mía.

—¿Qué? —pregunté con un trago de pizza.

Dejó su plato de papel abajo en la rayada mesa de café, estirando la manga


de su camiseta negra.

—Tú —dijo, mirándome de cerca entre las hebras de su pelo negro.


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Tragué un poco.
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7El hombre Branquia, o en inglés, Gill Man, es el monstruo o criatura protagonista aparecido en la
película “Creature from the Black Lagoon” o traducido aquí, Criatura del Lago Negro. Es una película
de ciencia ficción del año 1954.
—¿Qué hay sobre mí? —pregunté, viendo como los créditos de la peli
empezaban a rodar.

—Me gusta verte volviéndote tan cautivada con estas viejas películas.

Cogí otro trozo de pizza y le fruncí el ceño.

—¿Cautivada? ¿En serio? ¿Dónde aprendiste esa palabra? ¿En la super


escuela privada a la que asististe por un año entero?

Lukas sonrió. Sus padres lo enviaron a una escuela privada en el primer año
de instituto, esperando cambiarlo a un adolescente normal. Lo que sea que fuera
eso.

—No, no lo aprendí de mi año en el infierno. Pero vale. Tus ojos se iluminan


cuando ves estas viejas obras. Es como si desaparecieras en la película. En verdad
desordena mi mente.

Me encogí de hombros y terminé el último trozo de pizza.

—Es lo mío. La mujer es tan elegante y guapa. Y el hombre es tan… apuesto


y galante.

—Vale, ¿pero por qué películas clásicas de miedo? ¿Por qué no romance o
comedia? ¿O incluso esas películas musicales con baile y canto? —Lukas tiritó
dramáticamente—. Mátame ahora.

Me senté atrás en el sofá y puse los pies en la mesa de café, cruzándolos por
los tobillos. El tarareo de la contabilidad vino, alto en la casa. Era un sonido que
amaba desde que mi madre olvidó pagar la factura de electricidad.

Lukas me copió, sentado en el sofá, su brazo tocando el mío. Puso los pies en
la mesa, cruzándolos por los tobillos. Sus cordones estaban deshechos y la lengüeta
de sus Converses negras perdidas. Empujó mi brazo de nuevo, queriendo su
respuesta. Mordí mi anillo del labio un momento, tratando de encontrar como
explicar por qué me encantaban las películas viejas.

—Me gustan las películas de miedo porque la vida no es perfecta como lo


son en las comedias o romances. Al menos no en mi vida —dije, recogiendo una
101

hebra de mi pelo negro—. Las cosas malas le ocurren a la gente buena. La vida no
es una comedia o sobre dos personas bailando en la lluvia. Es brutal, cruda y sucia.
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Eso es por qué me gustan las películas de miedo. Porque a veces los monstruos son
reales.

—Guau, eso es tan bonita mierda profunda —dijo Lukas.


—Sip, suena a una bonita cagada. —Me encogí de hombros, sin
remordimientos por cómo me sentía—. Podría preferir ver películas sobre
hombres lobo o vampiros que una pareja riendo por una tonta y estúpida broma.
—Rodé los ojos y reí—. Dios, eso suena triste.

—No lo hace.

Miré de cerca a Lukas, poniendo una hebra de mi pelo fuera del camino.
Estaba estudiándome intencionadamente, calor en sus ojos.

—Nada de ti es triste, Sam. —Tocó mi barbilla, girándola para enfrentarlo—


. Eres increíble. Cuando estoy a tu alrededor… —Se inclinó abajo, sus labios
tocando los míos.

Fue un beso suave, demasiado gentil y húmedo. Nada como ese primer beso
con Walker.

Me senté quieta, dejando que me besara. Esperando el momento en el que


un ligero hormigueo corriera por mi piel, calentándome de dentro a fuera. Pero
nunca ocurrió. Los labios de Lukas no se sentían bien.

—Lukas —susurré contra su boca, plantando las palmas de mis manos en su


pecho y poniendo distancia entre ambos—. No creo que debamos hacer esto.

Su brazo cruzó mi regazo, poniéndome más cerca mientras sus labios


viajaban a mi oído.

—¿Por qué? Estamos solos. Toma ventaja de eso —dijo, su aliento


calentando mi lóbulo de la oreja.

Temblé y llevé mi hombro arriba a mi oreja, protegiéndome. Lukas deslizó


la mano bajo mi pierna, sus dedos tatuados acariciando mi muslo. Me hizo sentir
nerviosa y vulnerable, pero no queriendo más.

Besó bajo mi garganta, dejando un rastro mojado tras él. Su mano corrió por
mi muslo, sus dedos hurgando entre mis piernas.

Estiré el brazo y agarré su mano antes de que pudiera alcanzar su meta.


102

—Espera, Lukas…
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De repente la puerta central se abrió de un portazo, golpeando la silla de


tela de cuadros descolorida tras ella. Lukas y yo nos apartamos de un salto,
descubriendo a Bentley corriendo por la puerta. Pateó la puerta cerrándola tras él
con el talón de la bota, traqueteando las ventanas de la vieja caravana.
—¡Bentley! —Jadeé cuando giró la cara. Su nariz estaba sangrando y uno de
sus ojos estaba hinchado, marcas negras y azules coloreando su delicada piel
alrededor. Me miró pero no desaceleró, directo a la entrada.

Me alcé de golpe del sofá y despegué detrás de él. Las tablas del suelo de la
caravana sonaban mientras corría por la entrada.

Pasé la habitación de mi madre, vacía por los últimos dos días. Di un breve
vistazo a la cama desecha, la ropa sucia desparramada por todos lados, y botellas
de vodka vacías junto a la cama. La siguiente era mi habitación. El edredón rosa
desteñido en mi cama no parecía tan harapiento con las luces apagadas. Y mi
abierto y casi vacío armario no parecía tan desnudo con la oscuridad trepando por
la habitación. Con dos pasos más, estaba parada enfrente de la puerta del baño,
viendo a Bentley apoyado en el lavabo gris para estudiarse la nariz en el espejo.

—¿Qué pasó? —pregunté en voz determinada y alta.

Bentley mojó un paño y lo pasó con fuerza por la sangre seca debajo de su
nariz, mordaz con sus ojos hacía mí.

—¿Por qué está Lukas aquí?

Miré sobre mis hombros, encontrando a Lukas acercándose detrás de mí.

—Estábamos viendo la tele —dije defensiva.

—¿Era eso? —preguntó Bentley, levantando una ceja.

Lukas se mofó tras de mí.

—Es lo que me figuraba —dijo Bentley con disgusto. Su animosidad por


Lukas era como una mala broma. No tenía sentido y no había nada divertido en
eso.

Me enderecé y di un paso al lado, bloqueando la visión de Bentley de Lukas.

—¿Tu cara? —Le hice recordar, señalando la sangre desordenada de su


rostro. Se volvió al espejo de nuevo, supervisando los daños de su cara.

—Son solo algunos moretones y un poco de sangre. ¿Dónde está mamá? —


103

preguntó, cogiendo el paño y pasándolo por su nariz un poco más.


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Me burlé.

—Pregunta estúpida, Bent. Sabes que no está en casa por el día.


Bentley se enfadó y estudió su nariz en el espejo.

—Mierda, creo que mi nariz está rota —farfulló, ladeando la cabeza para
mirar su orificio nasal.

Me impulsé contra él y el lavabo, haciéndole volverse a pasar a mi


habitación.

—Déjame ver —demandé, inclinando su cabeza atrás así podía ver mejor su
nariz.

Se agachó lo suficiente así podía estudiar su nariz con mi corta estatura.

—¿Qué demonios pasó? —susurré, tanteando el puente de su nariz tan


gentilmente como fuera posible.

Hizo un gesto de dolor cuando le toqué un lugar blando.

—Debía algún dinero y los chicos decidieron que era tiempo de recogerlo —
dijo viéndose inexpresivo.

—¡Mierda, Bent! —dije bruscamente, lanzando mi mano abajo con


exasperación—. ¡Podrías haber muerto! —Cogí el paño y lo lancé contra su pecho,
manteniéndolo ahí hasta que él lo cogió.

—Pero no lo hice —dijo con una sonrisa de suficiencia, atrapando el paño.

—Eres muy estúpido —susurré de nuevo, sacudiendo mi cabeza con


disgusto. No podía perder a Bentley. Era lo único que tenía. Mi mejor amigo. El
único miembro de la familia que realmente me quería—. ¿Les pagaste? —pregunté,
rezando porque lo hubiera hecho.

Resopló.

—No todo. Todavía tengo que saldar la deuda. Esto —señaló su cara—, era
solo un adelanto, supongo que se podría decir. Si no consigo su dinero, estaré
mucho peor la próxima vez.

La pizza de repente se sentía como plomo en mi estómago.


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—¿Necesitas dinero? —preguntó Lukas, entrando en el baño como un


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oscuro salvador.
Mi cabeza voló. ¿Qué diablos estaba pensando? Era la peor cosa para decirle.
Y la persona equivocada a quién decírsela. Bentley tenía esa pequeña cosa llamada
orgullo… y nadie lo ensuciaba.

Bentley pasó a mi alrededor, parándose frente a Lukas. Mi corazón lo evaluó


con rapidez, viendo la lucha desapareciendo poco a poco.

—¿Tienes dinero? —preguntó, sacudiendo su barbilla a Lukas.

Lukas se quedó erguido.

—Sí. ¿Cuánto necesitas?

Bentley midió a Lukas, mirando sus nuevecitas y caras Converses, sus


modernos vaqueros.

—Cinco mil —dijo.

—¡Bent! —Exclamé. ¡No podíamos tener esa cantidad de dinero! ¡Él nunca
podría ser capaz de devolver eso! ¡Oh Dios! ¡Oh, Dios! Iban a matarlo. ¡Iban a matar
a mi hermano!

Bentley me ignoró y mantuvo los ojos mirando a Lukas.

—¿Es mucho, hombre gótico?

—Primero de todo, no soy gótico, eso es un insulto. Y segundo… ¿cinco mil?


No hay problema. Mis padres han montado un…

Bentley lo interrumpió, una sonrisa desdoblando su cara.

—Escucha, chico —dijo, sus labios torciéndose con su risa—. No te


preocupes sobre prestarme dinero. Lo tengo cubierto. Solo era para preocuparte
sobre lo que puedo hacerte si no mantienes tus manos fuera de mi hermana.

—¡Bent! —Chillé, mirándolo penetrantemente a la espalda. Miré a Lukas—.


No lo escuches, Lukas. Está siendo un…

Bentley levantó una mano, parándome.


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—Silencio, Sam. Deja al hombre decir su parte.


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Resoplé con un aliento de frustración y clavé dagas con los ojos.

Lukas no parecía asustado de las tácticas de Bentley.


—¿Estás amenazándome? —preguntó.

La sonrisa de Bentley creció.

—Sí. ¿Está funcionando?

Lukas dio un paso frente a Bentley, haciéndome pensar que podría tener
que separarlos de una pelea en cualquier segundo.

—Supongo que solo tendremos que esperar y verlo.

Bentley se encogió de hombros, su sonrisa yéndose.

—No soy mucho de esperar.

—Y yo no soy mucho de tratos —replicó Lukas, volviéndose a la entrada.


Tendió la mano, palmas arriba, como si dijera, “Ven y cógeme. Te reto.”

Bentley lanzó el trapo en el lavabo y sacudió la cabeza, murmurando en voz


baja—: Chico estúpido.

—Creo que los dos necesitáis tranquilizaros —dije, decidiendo que tenía
suficiente de sus actitudes cavernícolas.

Lukas me miró fijamente vagando a mi alrededor.

—¿Sabes qué, Sam? Solo te veré más tarde. De repente no me siento como
para relacionarme más.

—Seguro —repliqué, ceñuda—. Después. Pero quizás esté en prisión por


matar a Bent. Te lo haré saber.

Lukas desapareció bajo la entrada sin otra palabra. Otro novio que Bentley
espantaba.

Permanecí en la oscura entrada hasta que oí la puerta principal cerrarse.


Tan pronto como lo hizo, fui a por Bentley.

—¿Qué demonios ha sido eso, Bent? ¡No puedes poner esa mierda en mí y lo
sabes!
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Bentley suspiró y me rodeó, dando grandes zancadas hasta su habitación.

—No tengo tiempo para esto y tampoco para ti, hermanita. Tenemos que
empacar —dijo sobre sus hombros.
Lo seguí, parándome en la puerta de su cuarto.

—¿Por qué necesito empacar? —pregunté, mi voz elevándose una octava


cuando el pánico se insertó. ¿Estaba en tan grandes problemas que teníamos que
irnos?

Caminó derecho a su armario y empezó a tirar ropa de los estantes. Uno a


uno los lanzó sobre la cama. En segundos, una pila de camisetas y vaqueros
cubrían su colchón.

—Nos mudamos —dijo mientras lanzaba el último par de vaqueros en la


cama.

—¿Qué?

—Nos mudamos. Walker nos consiguió un apartamento. Dos habitaciones.


Fue todo lo que pudimos permitirnos justo ahora pero lo hicimos.

Toda la sangre dejó mi cara. ¿Compartir apartamento con Walker? ¿Había


ese puñetazo en la cabeza de Bentley dañado su cerebro? No había sitio en la tierra
verde de Dios en el que yo fuera a vivir con Cole Walker. Los cerdos volarían antes
de que eso ocurriera.

—No… no —balbuceé, casi sin palabras con el pensamiento de compartir el


mismo espacio día sí y día también con ese…—. ¡¡NO!! —dije en alto.

Bentley tiró de la esquina de sus sábanas de debajo del colchón y la tiró en


lo más alto de toda su ropa creando un tipo de bolsa. Ató los extremos, formando
un bulto gigante alrededor de las escasas pertenencias. Agitándolo sobre sus
hombros, cruzó la diminuta habitación y se paró frente a mí.

—Walker está consiguiendo dinero decente con el equipo de construcción, y


justo obtuvo una maldita buena promoción. Podemos hacer un final, Sam. Ambos
queremos salir fuera de aquí y Walker tiene el sitio. Tú vendrás con nosotros.

—No —repetí, moviéndome fuera del camino cuando me empujó


pasándome con su maleta improvisada.

—Ve a empacar, Sam —dijo Bentley sobre sus hombros, caminando abajo a
107

la entrada.
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—No voy a ir —grité, siguiéndolo a la oscura sala de estar y a la puerta


principal. La tele seguía parpadeando, mandando luces por la sala vacía y
recordándome las tristes condiciones en las que vivía. Los agujeros en el techo y
electricidad desigual no importaban; era mi casa. Por mucho que detestara el sitio,
era familiar. No conocía otro tipo de vida excepto esta lúgubre dentro de la
pequeña caravana. La idea de dejarla era terrorífica.

—No es una opción —dijo Bentley, abriendo la barrera de la puerta


dirigiéndose fuera—. No te estoy preguntando que vengas con nosotros, te lo estoy
diciendo. Nos mudamos, Sam. Esta noche.

Lo seguí fuera, bajando de un salto el porche y permaneciendo tras sus


talones.

—¿Y qué pasa con mamá? —pregunté.

—¿Qué pasa con ella? Nunca está en casa. Y cuando está, está tan puesta
como un telón sin fondo o ahogada en la bebida. No te dejaré sola con ella. Es solo
cuestión de tiempo hasta que le dé una sobredosis o beba hasta morir. ¿Quieres
estar alrededor para verlo cuando pase?

No respondí. No podía imaginarme a mi madre muriendo. No ahora. No


nunca.

—Bien, no la dejaré. Me necesita —dije obstinadamente, viendo como


Bentley lanzaba su bulto de ropa en el maletero del Nisan trucado. Sabía que era
una mentira, mi madre no me necesitaba, pero en el fondo me gustaba pensar que
era verdad.

Bentley suspiró y giró para enfrentarme, descansando la cadera contra un


lado del coche.

—¿Realmente vas a poner esas sandeces en mí, Sam? Ambos sabemos que
mamá puede cuidar de sí misma. Si no puede… demonios, puede conseguirlo con
uno de sus hombres.

Golpeé al Escarabajo8 y miré a Bentley con cuidado bajo la luz de la luna.

—¿Tienes algo que hacer con esos moretones en tu cara y el dinero que
posees? ¿Es eso por lo que quieres cargarnos y mudarte?

—Quizás. Quizás no —admitió Bentley, viendo un viejo y oxidado Trans


Am93 tiroteado—. Pero estoy yéndome y también tú.
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8 Escarabajo: Nissan Escarabajo o, en inglés, Judebug Nissan, es un tipo de coche.


9Trans Am: o Pontiac Firebird es un automóvil deportivo de la marca estadounidense Pontiac entre
los años 1967 y 2002. Debe su nombre a un dios de la India que simbolizaba la acción, el poder, la
belleza y la juventud.
Sin otra palabra, se dirigió de vuelta a la casa. Me sentía consternada. Él no
podría dejarme. Durante diecinueve años, habíamos sido él y yo, luchando contra
el mundo. Sobreviviendo juntos. Dependiendo el uno del otro. Lo necesitaba como
necesitaba el agua, el aire y la comida. Era la única familia que tenía, realmente.

Un asfixiante sentimiento comenzó en mi garganta. Una opresión


envolviendo mi pecho. El calor de la noche presionándome, sopesando las palabras
de Bentley.

—Bentley —dije en un susurrante tono lleno de dolor. No le decía Bent, el


apodo que Walker le otorgó. Esta conversación merecía seriedad.

Paró en mitad de camino al porche, manteniéndose atrás. Vi sus hombros


caer. En algún lugar un perro ladró. Una puerta de coche dio un portazo. En la
distancia, el sonido de la carretera llenaba la noche, seguido de una sirena de
policía. Sonidos normales. Sonidos que me decían que estaba en casa.

—No puedo ir. No puedo vivir con él —susurré, permaneciendo tras él.

Bentley se giró lentamente, pasándose la mano por la cara.

—Te preguntaría qué demonios pasó entre tú y Walker pero no importa


realmente. Lo que importa es que siempre permanecemos juntos, Sam, lo sabes.
Tú, Walker, y yo. Ha sido de esa manera por años. ¿Por qué ha cambiado ahora?

Me moví a mi otra pierna, incómoda al admitir en alto lo mucho que a


Walker le molestaba. Así que fui por la segunda razón para no irme.

—No puedo dejar a mamá, Bentley. Ya tiene una persona que se largó,
¿ahora la dejaremos nosotros también?

Cuando no dijo nada, permanecí en la calle todavía más determinada.

—No puedo, no puedo dejarla. No me importa lo que pienses, mamá me


necesita —dije.

Bentley bajó del porche, caminando hasta mi lado. Podía decir que su
decisión estaba ya formada y no la iba a cambiar.
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Él se iba a ir.
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—¿Y quién va a cuidarte a ti? —preguntó calmado—. ¿Quién va a asegurarse


de que estés bien?
Me encogí de hombros, sintiendo una opresión en mi pecho, amenazando
con apretar mi corazón hasta romperlo.

—Puedo cuidar de mi misma —dije con más fuerza de la que sentía.

Bentley suspiró.

—Lo que sea. Si cambias de razón, llámame y vendré a recogerte. Necesitas


algo, día o noche, avísame o házselo saber a Walker y estaremos aquí tan pronto
como podamos. ¿Entendido?

Asentí, sintiéndome ya sola.

Sin otra palabra, empezó a caminar hasta el porche. Estaba casi en la puerta
frontal cuando un pensamiento cruzó mi mente.

—¿Supo Walker que querías que me mudara también? —pregunté.

Con una mano en la manija de la puerta Bentley me miró, de pie en lo más


alto del porche.

—Demonios, Sam, fue idea suya.

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CAPÍTULO 10
-Walker-
Traducido por katiliz94
Corregido por Pily

Tomé un largo trago de cerveza y observé como las personas se paseaban


por la habitación, hablando en alto por encima de la música o bailando cerca en las
esquinas. A algunos de ellos los conocía y a otros no. Pero no era mi casa por lo que
en realidad no me importaba quien estuviese aquí o quién no. Cuando este tipo de
fiestas ocurrían todos aparecían, invitados o no.

Yo era uno de los invitados pero eso no era importante. Lo único que
importante era la cerveza sin alcohol en mi mano y los pedazos calientes de culos
que estaban aquí. Nada más importaba.

Al menos hasta que ella entró.

Asenté mi último sorbo de cerveza cuando la puerta se abrió. Una fría y


cargada ráfaga de viento entró, dando solo un segundo de desahogo en la
agobiante casa. La sala en la que estaba era oscura, solo dos lámparas encendidas.
Había pensado que era muy cursi la primera vez que entré aquí pero ahora estaba
contento. La tenue luz me ocultaba de la persona que no quería ver.

Sam.

Entró viéndose… diablos, se veía deliciosa. Estaba llevando otro de esos


cortos vestidos-camisa, del tipo que parecía que lo robó del armario de un hombre.
Pensé que era sexy como el infierno y al parecer también lo hicieron los otros
hombres en la habitación. Se giraron hacia ella, mirando sus largas piernas hasta
las botas de cordones negros que llevaba. La típica Sam, un vestido con botas de
estilo combate. Me burlé, mis ojos deslizándose por ella con lentitud. El
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conocimiento de que no le importaba lo que cualquiera pensara, especialmente yo,


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solo me encendía como el infierno.

Pero como siempre, verla hacía hervir mi sangre. Todas las palabras que
nunca habíamos intercambiado, toda la fricción entre nosotros, volvió para
perseguirme al estar en la misma habitación con ella. Ambos estábamos jodidos
por nuestra cuenta, pero juntos éramos una bomba de relojería. Lo sabía, al igual
que ella. Ese es el por qué permanecíamos claros con el otro.

Pero tal vez esta noche fuera hora de cambiar eso.

Froté una sudorosa palma por las piernas de mis vaqueros, la picazón por
saltar y cubrirla mientras los hombres la miraban. La idea casi me hizo reír. Sam
sabía lo que hacía a los chicos; era la hija de su madre después de todo. La había
visto flirtear y probar a un hombre hasta que fuese solo un charco de hormonas
revuelto. Pobres bastardos.

El problema era que solo era cuestión de tiempo antes de que uno de esos
mierda de descerebrados bastardos se cansara de su tonteo y la hiciera pagar. Me
dije que no me importaba, no era su niñera, pero si algún hombre la tocaba o hería
de alguna forma, sabía que estaría en prisión. Asesinato en primer grado.

Odiaba sentirme de esa forma. ¿Quién era yo para preocuparme por ella?
Era una escoria sin futuro. Si fuera uno de esos tipos blandos y psicológicamente
de mente jodida, podría pensar que el odio entre Sam y yo se forjó por el deseo no
respondido entre nosotros. Tal vez incluso por mi amor por ella. Pero no me
tragaba ese psicorrollo.

Y sin duda como el infierno no la amaba.

Terminé la cerveza y la observé desde mi oscuro rincón. Cuando se giró y su


apretado trasero me enfrentó, mi pene se endureció. Más duro de lo que quería
admitir. Me removí en mi asiento, mis vaqueros de repente incomodos. Quería otra
cerveza fría, algo en la mano. Cualquier cosa para alejar este sentimiento que sabía
que no era bueno.

Miré alrededor, buscando una distracción. Había un montón de chicas aquí e


imaginé que podían tomar mi pene, pero ellas no captaron mi atención mucho
tiempo. No me estimulaban. No me volvían loco de ira y emociones que bordeaban
lo obsesivo.

Mis ojos regresaron a Sam. Observé mientras se giraba, sonriendo a alguien


detrás de ella. Ese maldito pendiente en su labio inferior me provocaba mientras
su boca se curvaba hacia arriba. Me enloquecía cuando pensaba en morderlo entre
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los dientes.
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Me mofé, pensando que la idea era ridícula. Desearla y hacer algo con eso
eran dos cosas completamente distintas. Pensaba que era más que follable pero
incluso si no nos odiásemos el uno al otro, era la hermana pequeña de Bent. No iba
a llegar ahí. Primero el infierno se helaría.

Agarré la botella de cerveza más fuerte, queriendo romperla con el puño.


Estaba tomándose de las manos con alguien, conduciéndole a la casa. Sentí mis
músculos apiñarse y la ira arder a través de mí. Ya no era propenso a la violencia
pero de repente quería romper algo.

La multitud se apartó y vi con quien estaba Sam. Lukas. Él estaba detrás de


ella, sujetando su mano como si fuese suya. Le miré, viendo la competición pero
diciéndome que solo estaba cuidando a Sam. Al igual que yo siempre había hecho
sin importar cuanto me odiase.

Les vi hasta que desaparecieron en la cocina. Esperé a que algo fuera de


vista o fuera de la mente empezase pero nunca lo hizo. La imagen de ella en ese
pequeño vestido estaba quemada en mi mente. Me froté una mano por la
mandíbula inferior, luchando contra la urgencia de otra cerveza, resistiendo la
necesidad de ir tras ella. Me dije que solo quería asegurarme de que estaba bien
pero sabía que eso era una carga de mierda.

Quería venganza en el peor tipo de forma.

Sus palabras de la otra noche sonaron en mi mente empapada de alcohol.


Pensó que había sacado ventaja, diciendo las cosas que dijo. Diciendo a todos que
la deseaba. Diablos, era mi turno. Estaba a punto de averiguar cómo se sentía
perderme.

Me puse de pie, al menos una cabeza más alto que muchas de las personas
en la habitación. La gente se apartó de mí mientras las pasaba. La entrada de la
cocina me llamaba, prometiendo conducirme a lo que quería.

Era hora de la venganza y estaba a punto de conseguirla de la mejor de las


formas.
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CAPÍTULO 11
-Sam-
Traducido por Ritita
Corregido por Nanami27

Lukas juró que había sido invitado a esta fiesta, pero empezaba a dudarlo.
La gente nos daba miradas. Del tipo que eran destinadas a la amenaza e
intimidación. Sin duda estaban funcionando.

Mantuve un férreo agarre en su mano, sintiéndome fuera de lugar.


Estábamos en el vecindario de Lukas, en un área de clase alta que presumía de
lindas y grandes casas con perfectos jardines. Lleno de chicos en esta moderna
casa de dos pisos viéndose como yuppies con mucho dinero de mamá y papá
metidos en los bolsillos. No pertenecía aquí, pero entonces, otra vez, no sabía
realmente dónde pertenecía. Mi propio vecindario no se veía como casa pero
tampoco tenía está subdivisión con sus calles libres de basura y jardines de lujo. Se
veía demasiada perfecta y tranquila para ser real.

—¿Lukas, estás seguro de que conoces a estas personas? —Pregunté por


millonésima vez.

Sacudió su cabello negro de sus ojos se inclinó hacia algún chico parado en
una esquina.

—Sí, Sid me invito. Es el primo de Kace.

Busqué la conexión en mi cabeza. Kace era el batería en la banda de Lukas.


No lo conocía tan bien, pero era genial en la batería. Parecía ser un señor real de
damas pero eso no importaba; el chico podía rockear el escenario.

—Vamos a conseguir algo de beber —dijo Lukas, asintiendo hacia la puerta


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de la cocina—. Necesito una fría.


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Dirigí el camino. La casa estaba tan llena que no podía ver mucho de la
misma, excepto la alfombra bajo mis pies. La música retumbaba desde algún lugar
en la casa, haciendo el lugar vibrar con un poderoso bajo. El olor a alcohol y cigarro
llenaba la casa, haciendo mi nariz y ojos arder. Eran olores con los que viviría toda
mi vida. Olores que me preocupaba estuvieran por siempre empapados en mi ropa
y piel.

Caminamos apretados entre dos grandes tipos parados en la puerta de la


cocina. Ellos eran la clase de chicos con los que Lukas se juntaba. Vestían polos que
dejaban ver sus bíceps y pantalones cortos cargo que probablemente costaban una
pequeña fortuna. Lukas tendía a pasar el rato con gente que creía que el negro era
el único color que existía y que la ropa cara era para estúpidos. Parecía estar en
algún lugar en el medio.

La cocina estaba llena de gente, igual que la sala. Humo flotaba sobre las
cabezas de cada uno, flotando cerca del techo como si estuviera mirando la fiesta.
Me dirigí directa al mostrador de la cocina, buscando las botellas de agua entre el
alcohol y las cajas de cerveza. Algún chico quien se veía como si perteneciera a un
equipo de lucha libre de la escuela secundaria estaba parado en frente de las
botellas de agua, cuidándolas como si fueran oro o algo así.

—¿Disculpa, podría tener una? —Pregunté, apuntando a las botellas detrás


de él.

Me miro de arriba abajo.

—Te costará.

—¿Qué? —Pregunté con sorpresa, gritando sobre la música.

Se acercó, poniendo su boca cerca de mi oído. Podría haber asustado a


alguna chica pero no a mí. La única cosa que me asustaba era el abrumador olor a
alcohol saliendo de él.

—Todas las chicas tienen que tomar un chupito antes de que le sea
permitida cualquier otra bebida, incluyendo agua. Reglas de la casa —dijo sobre la
música.

—¡Esas son tonterías! —Gritó Lukas con furia detrás de mí.

El chico grande se paró en toda su altura, seis pies, siete pulgadas si podía
adivinar.
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—¿Que pedirás, dulzura? —Preguntó, ignorando a Lukas.


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—Whisky —respondí. No era una experta bebiendo pero había visto a


Bentley y Walker beber lo suficiente para un ejército. Sabía lo que estaba haciendo.
El chico sirvió un poco de Whiskey Tennessee dentro de un pequeño vaso y
me lo extendió.

—Hasta el fondo, nena.

Sin pensarlo dos veces, levanté el vaso hacia mis labios y me lo tomé de un
trago. Al principio, el Whiskey fluyó hacia abajo, casi como seda. Entonces una tos
se me escapó. Y otra. Fuego se clavó en mi estómago. Mis ojos se aguaron. Puse mi
mano sobre la boca y traté de no atragantarme.

Alguien empezó a aplaudir detrás de mí. Un lento aplauso. Una vez, luego
dos veces.

Giré alrededor. A cinco pies de mí estaba Walker, luciendo como la amenaza


que era. Su camiseta negra y jeans se ajustaban a su cuerpo perfectamente,
añadiéndose a su oscura apariencia. Su cabello se veía perfecto, ni una hebra fuera
de su lugar. La sedosa negrura del color era un pecado. La imagen de sexualidad. La
sombra del deseo. Sus ojos negros me miraban con indiferencia y aburrimiento. No
había una tira de sentimientos en ellos.

O en él.

—Mierda —Lukas murmuró en voz baja, poniendo en palabras lo que yo


había pensado.

La esquina de la boca de Walker se torció con el comienzo de una sonrisa,


pero entonces desapareció como si hubiera sido producto de mi imaginación. Él no
miró a Lukas, pero mantuvo esos malvados ojos en mí.

—¿Que estás haciendo aquí, Walker? —Pregunté, temor hacia él.

—Vigilándote.

Oh, mierda. Nunca esperé esas palabras.

Él se acercó, zancadas lentas, sus labios moviéndose con cada paso. Sus ojos
en mí, mirándome como si fuera su objetivo. Tenía a su enemigo en la vista. Ahora
todo lo que tenía que hacer era apretar el gatillo.

Me di la vuelta, ignorándolo. Dicen que nunca debías darle la espalda al


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enemigo pero, demonios, tenía que hacerlo. A donde mi cabeza estaba yendo era
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peligroso. Imprudente. Un lugar al que no quería ir. No podía mirarlo. Me hacía


sentir cosas que no quería sentir. Confusa. Perturbada. Nerviosa y al borde. No me
gustaba eso. No era una de esas chicas locas por los chicos, reina del drama que se
paraba alrededor riendo porque algún chico caliente les hablaba. No tenía
paciencia para eso y no tenía paciencia para Walker o los sentimientos que
invocaba en mí.

Hice un gesto para que el tipo grande me pasara mi merecida botella de


agua. No había modo de que fuera a dejar que Walker viera cómo se metía debajo
de mi piel. Si lo supiera, podía significar que ganó esta pequeña guerra entre
nosotros. Y eso nunca pasaría.

—Pienso que te mereces otro trago, Sam Te ves como si lo necesitaras —


dijo Walker, parándose a mi lado e invadiendo mi espacio personal, maldito—.
¿Qué piensas, Carlos? ¿Otra bebida para la chica?

El chico que cuidaba el agua miró de mí a Walker.

—No me metas en tu mierda, Walker. Tú lo quieres, tú lo tienes —dijo,


apartándose del mostrador y caminando lejos.

Walker no se movió mientras el chico se iba. Sus ojos en mí, su cuerpo tan
cerca que podía sentir el calor irradiar fuera de él. Era irritante.

Lukas parecía cualquier cosa menos feliz. Su quijada estaba apretada en una
línea y su cuerpo estaba tenso. Los tatuajes que cubrían sus brazos y cuello se
veían fantásticos pero sabía que él no tenía oportunidad con Walker. No muchas
personas la tenían.

—¿Así que, dónde está Bent? —Pregunté, tratando de ser civilizada una vez
más.

—Trabajando —respondió la voz profunda barítona de Walker—. Deberías


de saberlo… eres su hermana.

Me burlé.

—Como si eso importara. —Giré el vaso sobre el mostrador, necesitando


mantenerme tranquila. La cercanía de Walker me estaba poniendo nerviosa como
para estar quieta.

Tomé un gran aliento de coraje y deseé no haberlo hecho. Atrapé el aroma


de Walker en su lugar. Dios, olía tan bien. A algo oscuro y silvestre. Peligroso. Lo
que sea que usara, una colonia o crema para después de afeitarse, olía celestial.
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Una contradicción a lo malvado que yo sabía que era.


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Llegó al otro lado del improvisado bar. Sus brazos rozando los míos, su
cadera chocando contra mi cadera. Juro que mis pulmones se contrajeron, casi
haciéndome perder el aliento. Estar tan cerca era casi una pesadilla esperando por
ocurrir, o una aventura que quería experimentar. De cualquier modo, no estaba
segura de que sobreviviría.

—¿Alguna vez te embriagaste con tequila? —Preguntó Walker, estirándose


hacia una botella justo por mi cadera.

—No —respondí, reconociendo el reto cuando escuchaba uno—. Pero


siempre hay una primera vez para todo, ¿verdad?

Sonrió y echó tequila a dos vasos de vidrio. Poniendo la botella de vuelta al


mostrador, me miró, dándome el vaso.

Tomé la bebida de Walker, aplastando la necesidad de esconder la cola y


correr. Sus malvados ojos miraban hacia mí, viendo más de lo que quería que viera.
Él conocía mi pasado. Me había visto en lo más bajo, cuando estaba hambrienta y
congelada. Cuando mi madre me encerraba en un armario por tres días para
meterse en problemas. Me había visto cuando estaba malhumorada y triste,
deseando más de esta vida. Me conocía demasiado bien y yo no sabía cómo tratar
con eso.

Mis dedos tocaron los suyos cuando tomé el vaso de él, disparando fuego a
lo largo de mi mano hacia mi brazo. Me aparté rápidamente y miré a Lukas, con
miedo de que él hubiera visto mi reacción. No lo había hecho. Estaba mirando a
Walker como si quisiera tomar la botella de Whiskey y golpearlo en la cabeza con
ella. No podía decir que lo culpara, pero si alguien le iba dar a Walker lo que se
merecía, esa sería yo.

Encontré su mirada, levantando una de mis cejas en pregunta.

Una ligera sonrisa se torció por la esquina de la boca de Walker, haciéndolo


ver malvado y de poca confianza.

—Brindemos, Sam —dijo, inclinándose más cerca de mí. Puso su mano


sobre la parte de atrás de mi cuello y me empujó hacia él, poniendo sus labios cerca
de mi oído—. Te reto.

Me quedé quieta, el vaso siendo olvidado en mi mano. Mi cuerpo presionado


al suyo y sus dedos ardiendo en mi piel. Me puse caliente y sudorosa en cuestión de
segundos. Olvidé respirar o cómo tragar. Me convertí en un charco de calor y
118

fricción.
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Solo porque él me tocó.


Estaba empezando a despertar de lo que sea que estuviera pasándome
cuando Walker se apartó. La sonrisa de satisfacción en su rostro me hizo querer
dar una bofetada. En su lugar, me eché de un trago el tequila, rehusándome a
encogerme cuando el fuego viajó por mi garganta. Mis ojos se aguaron y contuve la
tos, pero no rompí contacto visual con él.

—Más. Quiero verte perder el control —dijo, inclinándose hacia mí


suavemente.

Calor viajó hacia abajo por mi columna. Sus palabras me ponían en llamas.
Pero era buena en alejarme del fuego.

—¿Qué demonios? ¡Aléjate de ella, idiota! —Gritó Lukas, tratando de


meterse entre Walker y yo.

Walker lo ignoró como si no existiera, rehusándose a moverse. Mantuvo sus


ojos sobre mí en su lugar.

—Más, Sam. Pierde el control.

Vacié el vaso de tequila y lo dejé sobre el mostrador, hasta el fondo.

—Esa es tu especialidad, Walker, no la mía —dije dulcemente. Esperé la


negrura que siempre inundaba sus ojos cuando alguien lo molestaba, pero en su
lugar, ellos ardían con algo más.

—Quizás podríamos perder el control juntos —dijo Walker en un susurro—


. Solo tú y yo.

Lukas maldijo hasta por los codos y fruncí el ceño, odiando la forma en que
mi corazón latía. Me di una sacudida mental, decepcionada de no haberlo hecho
enfadar. Esa era mi meta en la vida. Lo hacía enfadar y él me molestaba.
Funcionaba bien, pero ahora él estaba cambiando las reglas del juego, maldito sea.
Pero todavía quería jugar.

Lukas estaba a punto de darle un puñetazo, pero lo ignoré. En su lugar


levanté la botella de tequila y la desenrosqué. Si Walker quería que bebiera,
bebería.
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Su sonrisa se ensanchó, pero entonces lo vi. Un parpadeo de irritación en


sus ojos. Me di cuenta que él nunca esperó que jugara a cambio. Hmm.
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Ahora estaba ganando.


Vacié el vaso de tequila y vertí más en él. El olor me recordó a mi madre
pero empujé ese pensamiento lejos. Esto no tenía nada que ver con ella o mi
desagradable vida. Esto tenía todo que ver con Walker y yo.

—¿Qué demonios, Sam? —Murmuró Lukas mientras me veía servir otro


trago—. ¿Estás buscando poner tu culo ebrio esta noche?

—Quizás —respondí, sintiéndome atrapada entre un hombre con quien


estaba segura y otro que no era más que problemas. Si esta era la noche en que iba
a estar, como ebria, sonaba bien.

Levanté el vaso lleno y le di un vistazo a Walker. Él estaba mirándome con


interés, la sonrisa todavía en su rostro. Eso me ponía tan enfadada que me eché el
vaso de un trago rápidamente, como una profesional.

—Buena chica —dijo Walker con voz profunda. Sin una palabra se dio la
vuelta y se alejó.

El vaso repentinamente se sintió como un gigante pesado en mi mano. Sentí


que el aire se volvió normal, la fricción sexual se fue. El cabello de atrás de mi
cuello se relajó, la amenaza desapareciendo cuando Walker se fue.

—¡Mierda, Sam! —Dijo Lukas, sacudiendo la cabeza en disgusto mientras


vertía su propio trago—. ¡Por qué no folláis y termináis con esto!

Abrí la boca para responder pero no pude. La idea de sexo con Walker me
dejó… débil. Los dos desnudos, su cuerpo contra el mío, sus manos sobre mí, me
dejaron aterrorizada. Sí, compartimos ese único momento hace tiempo, pero ahora
había demasiado odio entre nosotros para volver ahí. Lo que podría haber sido
estaba muerto, tal como cualquier relación amical que tuviéramos una vez.

—Nos odiamos —le dije a Lukas, encogiéndome de hombros—. Walker solo


está burlándose de mí. Ignóralo.

—¿Cómo lo ignoras tú? —Dijo Lukas con una tos—. Como sea. Apuesto a
que tu hermano no está amenazando a Walker para que mantenga su polla para sí
mismo.

—Tranquilo, Lukas —espeté, molestándome—. Solo… cierra el pico.


120

Lukas curvó su labio.


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—Mejor que Walker mantenga sus manos lejos de ti, Sam. No me importa si
él tiene un record…
—¡Suficiente, Lukas! —Dije, pisando fuerte—. ¡Sabes que no hay nada entre
nosotros! —Agarré el vaso de su mano y tomé un trago largo, necesitándolo.

—Estás delirando, Sam —murmuró, viendo cómo tomaba un trago.

Le di una mirada de vete-al-infierno y enfrenté la habitación, apoyando mi


cadera contra el mostrador. Dejé mis ojos persistir a través de la multitud de
personas, buscando al único que hacia mi sangre hervir de rabia. Walker.

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CAPÍTULO 12
-Walker-
Traducido por BrenMaddox
Corregido por Nanami27

Acababa de jugar mi primera mano. Ahora era el momento de sentarme y


esperar a que mi oponente hiciera su movimiento. El juego estaba preparado y
estaba decidido a ganar. Pero la espera me estaba matando.

Mantuve los ojos en Sam por un tiempo, pero podía verla por toda la
vida. Una eternidad. Ella era mi vicio, la única cosa que siempre quise y nunca
podría tener.

Un amor que odiaba. Una mujer que temía que me importara.

Al igual que mi padre, tenía una debilidad —una debilidad por el alcohol,
por el entumecimiento que llenaba mis venas. Pero había algo más que
ansiaba. Algo más adictivo que el whisky y más satisfactorio que el vodka. Algo que
dejaba a mi cabeza dando vueltas y a mi corazón bombeando. Tenía sed de
probarlo, de conocerlo. Poseerlo y nunca dejarlo ir. Quería beber su néctar y no
compartirla con nadie.

Quería a Sam.

Ella estaba en algún lugar en esta fiesta, coqueteando con su


novio. Burlándose de los chicos con sus miradas y su personalidad de me-importa-
una-mierda. Mi capricho. Pero si había una cosa que había aprendido del perdedor
de mi padre, era que las adicciones podrían arruinarte. Podían hacerte renunciar a
tu voluntad de vivir o a tu deseo de respirar. Podían hacer que ignoraras a todo y a
todos los que te rodeaban. No dejaría que eso me sucediera. Sam nunca tendría ese
efecto en mí.
122
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Nunca.

Cuando la vi echando hacia atrás el chupito, sabía que tenía que tentarla
más. Estaba en mi sangre el presionarla, solo para que ella me presionara de
vuelta. Era un juego que habíamos jugado durante años. Uno que especialmente me
gustaba.

La fiesta se estaba volviendo alborotada, más llena de gente mientras caía la


noche. Caminé fuera, necesitando aire. Necesitando alejarme de Sam. Maldita sea,
solamente necesitándola a ella. La luz de la luna rebotaba en la superficie de la
piscina a unos metros de distancia, brillando en la noche. El agua lamía los lados,
instando a la gente a refrescarse en sus profundidades. Parejas y grupos de
personas se quedaron alrededor, la mayoría de ellos drogados o cayéndose-sobre-
sus-culos de ebrios. En cuanto a mí, me quedé solo. Solo yo y mi botella de cerveza.

Había vislumbrado a Sam toda la noche, ese novio suyo se colgaba de su


falda como un perrito perdido. Juro que no estaba siguiéndola, pero me encontraba
mirándola, buscándola. Necesitaba ahogarme en la visión de Sam en ese vestido
demasiado corto, con su cabello negro cayendo sobre un hombro. Saber que estaba
en algún lugar cercano me estaba volviendo loco.

Y realmente no necesitaba ayuda para llegar allí.

A pesar de la multitud, la sentí cerca de mí. Mi piel se estremeció y mi polla


quedó dura como una roca, solamente queriendo una cosa —encontrarla y
empujar ese pequeño vestido hacia arriba.

Mierda, me estaba volviendo loco.

Tomé otro trago de mi cerveza, el ladrillo de la casa estaba caliente contra


mi espalda mientras me apoyaba. Mantuve los ojos en todos a mi alrededor,
esperando a que Sam volviera a aparecer, pero al mismo tiempo esperando que no
lo hiciera.

Vacié la botella y ansié otra, pero me resistí. Un poco más y podría


convertirme en ese monstruo que una vez ella me había llamado, el que me
gustaría poder olvidar.

La verdad era que tenía que mantener la cabeza bien puesta. Si Sam estaba
cerca, tenía que estar listo para cualquier cosa. Necesitaba poder asegurarme de
que el odio todavía vivía entre nosotros. Que todavía se cocía a fuego lento y
chisporroteaba, manteniéndonos apartados. Porque si no era así, todas las
apuestas estaban acabadas.
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Música resonaba por los altavoces al aire libre, llenando la noche con el bajo
pulsante y algunos golpeteos de mierda. Mis oídos estaban machacados por algún
cantante gritando sobre que el amor rasgaba su corazón y lo rompía en
pedazos. Simplón. Yo había visto lo que el amor podía hacerle a un hombre y no era
bonito. Mi padre era el ejemplo perfecto. Estaba muerto por dentro, había estado
así desde que mi madre murió. El amor lo hizo así. Creaba y destruía. No era nada
más que destrucción envuelto en un bonito pequeño paquete, a punto de estallar
en la cara de alguien. Hacía que los monstruos de los hombres salieran y se
volvieran fríos corazones ardientes. Yo ya era un monstruo y estaba frío. No
necesitaba que el amor me destruyera más.

Pero entonces Sam vino a mi mente. Me froté la frente con la mano que
sostenía la cerveza. Infiernos, tal vez necesitaba otra bebida después de todo.

Me aparté de la pared, listo para buscar el barril o la botella de whisky más


cercana, cuando una chica me llamó la atención. Caminaba hacia mí, el pequeño
vestido negro que llevaba era tan corto que apenas cubría su culo. Su nombre era
Leah. La había conocido antes esta noche, justo después de que me alejé de
Sam. Era justo la distracción que había estado buscando. Un poco dulce y un poco
sucia. Perfecta para demostrarme a mí mismo que querer a Sam no significaba
nada. Necesitaba —no, a la mierda eso— tenía que probar que cualquier chica
serviría.

Pero hasta ahora, no estaba funcionando. Todavía quería a Sam. Claro,


quería que pagara por todas las palabras inteligentes que me había dicho alguna
vez, pero era más que eso. Mucho más. No importaba cuántas chicas me tentaran,
Sam era por la que parecía consumido. La que quería, pero no podía tener.

Hablando de chicas... Leah fijó sus ojos en mí, manteniéndome encerrado en


el lugar mientras caminaba hacia mí. Caminó a través de la multitud como una
modelo en una pasarela. Los chicos dejaron lo que estaban haciendo para
mirarla. Podían tenerla, para lo que me importaba. ¿Pero si fuera por Sam por
quien estuvieran babeando en su lugar? Demonios, esa era una historia
diferente. No iba a reconocer lo que ese pedazo de visión significaba.

El cabello rubio de Leah caía por su espalda en ondas perfectamente


colocadas, pareciendo como si necesitara la mano de un hombre en él. Al igual que
un montón de chicas en las fiestas, no le importaba si era una aventura de una
noche o un compromiso a largo plazo —ella solo me quería en su cama, las bolas
enterradas profundas dentro de ella. Siempre me molestaba que los chicos
tuvieran una mala reputación por usar a las mujeres cuando había muchas de ellas
que estaban allí fuera saltando de cama en cama, acumulando hombres como si
124

fueran juguetes. Me parecía injusto. Pero, de nuevo, la vida era injusta —eso lo
sabíamos todos. Algunos más que otros.
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Me concentré en el rostro de Leah, sintiéndome aturdido, pero no tan


borracho. Necesitando más ayuda, levanté la botella de nuevo a mi boca y entonces
recordé que estaba vacía. Maldita sea.
Me sentí decepcionado, pero entonces mi imaginación voló, imaginando a
Sam caminando hacia mí en lugar de Leah. Ella no tendría nada en mente salvo
dejar caer sus bragas hacia mí. Una sexy sonrisa curvaría sus plenos labios rojos y
sus ojos me dirían lo que quería que le hiciera. Deteniéndose a mi lado, los pechos
perfectos de Sam rozarían mi brazo mientras se inclinaba para susurrarme al oído,
pidiéndome que la llevara a algún lugar privado. A algún lugar donde pudiéramos
estar solos, así podría hacer que se viniera una y otra vez.

Mis dedos se cerraron alrededor del cuello de la botella vacía,


recordándome quién era. Un tipo de aspecto forastero. Un criminal con un pasado
y sin futuro. Era el monstruo de Sam, un papel que había jugado por años. Uno que
nunca cambiaría. Era bueno en ello, ¿por qué arruinar una buena cosa ahora?

No me moví cuando Leah se puso delante de mí, sus tacones altos haciendo
ruido en la piedra del patio pavimentado. Se paró por mis piernas extendidas,
colocándose entre mis pies y dejándome ninguna otra opción más que centrarme
en ella.

—Hola, Cole —dijo con una voz sexy destinada a hacer mi sangre bombear.

—¿Dónde has estado? —Pregunté, alcanzando su mano y tirando de ella


hacia mí.

Se apoyó en mi pecho, una sonrisa satisfecha en su rostro.

—No lejos. Pero ahora que estoy aquí, ¿qué vas a hacer conmigo?

Gruñí y la tiré más cerca, bajando mi boca a la suya. Ella me devolvió el beso
con igual fervor, hambrienta por lo que tenía para ofrecer. Mi cuerpo no reaccionó
de la manera que deseaba que lo hiciera, pero sabía que era solo por los
pensamientos de Sam arruinando mi mente.

Profundicé el beso, queriendo forzar a Sam a salir. Nunca tímida, Leah


respondió al llamado tirando mi lengua a su boca, chupando suavemente y
mostrándome exactamente qué otra cosa podría hacer con su boca.

Gemí y pasé las manos por sus costados, rozando la parte inferior de sus
pechos. No me importó la gente que nos rodeaba. Que miraran. Que estuvieran
celosos de que estaba consiguiendo algo y ellos no. Todos podían irse al infierno.
125

Leah contuvo el aliento cuando mi pulgar patinó sobre su pecho, tocando su


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pezón. Maldita sea, la chica no llevaba sujetador.

—Dios mío, Cole, vamos a salir de aquí. Me estás volviendo loca —susurró.
Nunca era el que decepcionaba, deslicé una mano en la cintura de Leah y me
aparté de la pared, rompiendo el beso. Se quedó cerca mío a medida que hice
nuestro camino a través de la multitud exterior y me dirigí a la casa, con solo una
cosa en mente.

El calor me golpeó tan pronto como entré a la casa. El lugar estaba lleno de
veinti-tantos buscando anotar. Más personas se habían presentado en la última
hora, la mayoría de ellos viéndose como niños ricos mimados que escapaban de
sus vidas perfectas. La mayoría esperaba que las drogas, el sexo y el licor les darían
el escape que necesitaban, pero yo sabía la verdad —esas cosas no eran más que
otro infierno.

Leah empezó a saltar a mi lado mientras la música sonaba. Sus pechos se


agitaban, ganando todo tipo de atención de los hombres que estaban alrededor. Lo
ignoré y me abrí paso por entre la multitud. Tenía una meta —encontrar el
dormitorio más cercano y obligar a Sam a salir de mi mente. Ahí era donde Leah
entraba con su apretado y firme cuerpo.

Estábamos casi en el pasillo que conducía a las habitaciones cuando alguien


llamó mi atención.

Hielo inundó mis venas. Fuego estalló en mi cerebro. Mi corazón se despertó


y ella se dio cuenta.

Y solo así, sabía lo que tenía que hacer.

Mi brazo cayó lejos de Leah.

—Te alcanzaré luego —dije, sin molestarme en mirarla.

—¿Quéééé? —Preguntó, confundida.

Empecé a alejarme cuando su brazo serpenteó alrededor del mío,


reteniéndome. Proclamando que era suyo y de nadie más. Sí, claro… no en esta vida,
cariño.

Me desenredé de sus brazos de nuevo y la aparté de mí.

—Más tarde —dije, necesitando que entendiera que yo hacía las reglas y la
126

regla era que estaba alejándome.


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Leah me miró, viéndose como si quisiera arrancar mi corazón con uno de


sus tacones de aguja. Ella podría encontrar a alguien más para que la entretuviera
durante un tiempo. Yo había terminado.
La cocina estaba llena de gente, pero seguí caminando a través de la misma,
mi misión era sencilla. Por primera vez en la historia, no quería participar en los
chupitos de tequila que estaban siendo pasados alrededor. No quería ni una
bocanada de lo que se estaba fumado.

Quería algo más.

Sam estaba de pie contra el mostrador, con los brazos cruzados sobre el
pecho. Tenía una copa en una mano, la otra descansando sobre la encimera de
mármol. Me pregunté cuán bebida estaba. Pero no importaba. Lo que importaba
era el chico apoyado contra ella, la sonrisa en su rostro era con la que quería
limpiar el suelo. Me tensé cuando tocó uno de los rizos descansando en su hombro,
haciéndola fruncir el ceño. Pero luego me obligué a relajarme. Esta era Sam; ella
podía cuidarse a sí misma. Lo sabía mejor que nadie. El tipo al lado de ella no sabía
con quién se estaba metiendo.

Sam le dijo algo, la expresión de su rostro no tenía precio. Una ceja estaba
levantada y sus labios rojos se inclinaron hacia arriba, con apariencia dulce, pero
yo la conocía mejor. Estaba en busca de sangre. Estaba en sus ojos. La había visto
ser dirigida hacia mí suficientes veces como para saberlo.

Lo que ella dijo funcionó. Vi como el chico se alejó, al girarse causó que su
sonrisa desapareciera transformándose en una mueca.

Sonreí. Dios, ella era una fuerza a tener en cuenta, una con la que quería
luchar hasta que el tiempo se detuviera. Era la única mujer que no me quería. Para
mí, eso no era más que un desafío. Estaba acostumbrado a conseguir lo que quería,
incluso si tuviera que mentir, engañar o robar para conseguirlo, y la quería a ella.

Empecé a caminar a la cocina, tomándome mi tiempo, mientras veía a Sam a


través de la multitud. Estaba sola y yo estaba solo.

Era el momento de jugar.


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CAPÍTULO 13
-Sam-
Traducido por BrenMaddox
Corregido por Nanami27

—¿Dónde está Lukas?

Genial. Me acababa de deshacer de un idiota. Ahora tenía otro imbécil con el


que tratar.

Miré hacia arriba, tratando de concentrarme en Walker. Por un segundo él


se vio borroso, pero luego se enfocó.

—No lo sé —dije, apoyada en el mostrador y empujando un mechón de


cabello detrás de mí oreja—. ¿Importa? —Tomé un sorbo de mi ron con Coca-Cola,
manteniendo los ojos en las personas de la cocina. Tratando de evitar mirar a
Walker.

Se acercó más, invadiendo mi espacio. La ruidosa multitud borracha y la


ensordecedora música alta se desvanecieron. De repente éramos solo nosotros a
dos pulgadas de pie de distancia en la cocina de un extraño.

El alcohol debió de haber estado jugando con mi mente porque quería


estirar la mano y tocarlo. Ver si realmente el sólido muro de su pecho era
realmente tan sólido.

—¿Cuán jodida estás? —Preguntó él, agarrando mi barbilla y girando mi


rostro para mirarme a los ojos.

Sacudí la barbilla fuera de su alcance, dándole una mirada desagradable.


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—No me toques, Walker —espeté. Él podría ser la cosa más caliente que
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caminaba por el planeta y yo podría estar borracha, pero eso no significaba que
tuviese que gustarme. Nada iba a cambiar el odio que sentía por él. Ni su toque. Ni
su cuerpo.
Nada.

—¿Cuántos tragos tomaste? —Demandó Walker, dando un paso más


cerca. Sus ojos adquirieron una mirada mortal, una que elegí ignorar.

Me encogí de hombros, negándome a contestar. Podía irse al infierno. No iba


a responder a su pregunta y seguro tampoco iba a notar lo bien que olía.

Mierda.

—¿Cuántos de esos bebiste, Ross? —Volvió a preguntar Walker, señalando


el vaso en mi mano.

—No tengo idea —dije, perdiendo la paciencia—. ¿Por qué te importa?

—No lo hace. Solo es curiosidad —respondió, encogiéndose de


hombros. Puso un pie a cada lado de los míos, atrapándome entre sus piernas.

Levanté una ceja. ¿De verdad creía que me podía intimidar? Ja. Solo porque
mis palmas estuvieran empezando a sudar y mi corazón estuviera comenzando a
coger velocidad no significaba nada. De hecho, su aroma y el calor que irradiaba de
su cuerpo solo hacían que su proximidad fuera peor.

Estrellé mi vaso en el mostrador y me enderecé, lista para enfrentarme a él.

—¿Y qué hay de ti? —Pregunté—. Pensé que estabas bebiendo. ¿Dónde está
tu botella? Ya sabes, ¿tu otra mitad?

Apretó la mandíbula, haciéndome saber que había dado en el clavo.

—He tenido unas cuantas —admitió, su voz tan baja que envió temblores a
través mí—. Pero tal vez tenía una razón para beber.

Con eso se ganó que rodara los ojos.

—Eres un borracho, Walker, al igual que nuestros padres —dije,


empujándolo a una distancia segura con un dedo—. No necesitas una razón para
beber. Solamente tienes que estar despierto.

Sus ojos se oscurecieron.


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—Realmente estás borracha, Sam —dijo, acercándose más, a pesar de que


mi dedo estaba en su pecho—. Porque si no fuera así, esa habría sido una cosa muy,
muy estúpida para decir.
Furia emanó de él como el olor a whisky en su aliento. No tenía miedo. Sin
más, estaba intrigada por cuanto más podía presionarlo.

—Lo siento —le dije, sonando genuina, casi lamentándome. Pero luego la
esquina de mi boca se elevó en una media sonrisa sarcástica y fui a matar—. Lo
siento tanto.

Sus fosas nasales se abrieron y vi fuego en sus ojos.

—No, no lo sientes —dijo, poniendo sus manos sobre el mostrador detrás


de mí. Mi sonrisa vaciló y mi respiración se enganchó mientras me enjaulaba,
presionándome de vuelta—. Admítelo, Sam, somos solamente nosotros dos. Vamos
a ser abiertos en este momento. Tú me odias —dijo Walker, mirando hacia abajo, a
mi cuerpo, luego de vuelta hacia arriba.

Tragué saliva, ahogándome por la sensación de tenerlo tan cerca. Sus


muslos se frotaban contra los míos y sus ojos se dirigieron hacia abajo de nuevo,
tomándose su tiempo, disfrutando de la vista.

—Dilo —exigió de nuevo.

—Te odio —susurré, mi voz temblando.

—Ahora que sacamos eso del camino…

Sus labios cayeron en los míos.

Jadeé, todo en mí volviendo a la vida. El beso fue suave, no como lo que


esperaba de un bastardo de corazón frío como Walker. Él me probó, tomándose su
tiempo. Dejando que me acostumbre a la sensación de él contra mí. Su ternura me
dejó mareada y confundida. Iba en contra de todo lo que él era y lo que
representaba.

Pero fue solo el comienzo.

Dio un paso más cerca y quise encogerme. Su cuerpo rozó el mío, enviando
una chispa de la electricidad a través de mí. Aún estaba conmocionada cuando él
agarró la parte de atrás de mi cabeza, capturándome. Poniendo fin a todos los
pensamientos de escape. Su otra mano fue a mi cadera, manteniéndome ahí. Ahora
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estaba a su merced y él lo sabía. Fue entonces cuando las cosas cambiaron.


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Tomó el control del beso, exigiendo más. Había una dura necesidad detrás
de sus labios y él iba a robarla de mí como el criminal que era.
Un gemido se me escapó cuando forzó mis labios a abrirse, mostrándome lo
que quería. Sus manos me sostuvieron cautiva mientras lo hacía.

No luché porque no podía. No estaba en mis cabales. Estaba demasiado


ocupada disfrutando las cosas que este hombre —la pesadilla de mi existencia—
me estaba haciendo.

Mi cuerpo vibraba y la sangre corría por mis venas, calentándose a niveles


peligrosos. No quería a Walker cerca de mí, pero no lo podía apartar tampoco. Mis
manos colgaban sin fuerzas a mis costados, inútiles. Pero ansié tocarlo, ver si el
hombre al que detestaba estaba realmente a centímetros de mí, besándome.

Extendí la mano, vacilante al principio. Mis dedos tocaron su camisa y luego


viajaron hacia arriba. Cuando agarré un puñado de la misma, su boca se volvió más
frenética, más exigente y urgente.

No me resistí cuando finalmente puso su cuerpo contra el mío. Sus dos


manos acunando mi rostro, manteniéndome encerrada en el lugar. Deslizó su
lengua en mi boca, una húmeda y cálida invasión suya dentro de mí.

Jadeé y agarré la parte delantera de su camisa, tirando de él más cerca. Cayó


contra mí, presionándome dolorosamente de nuevo contra el mostrador. Pero
estaba bien. Mientras no dejara de besarme, todo estaba bien.

Su beso se profundizó, hundiendo su lengua en mi boca otra vez mientras la


dureza debajo de su cremallera presionaba contra mí. Él deslizó los dedos por mi
cabello con fuerza y separó más mis pies. Cedí, necesitándolo más cerca. Con un
paso estuvo entre mis piernas, apoyándose contra mí.

Ahí.

De repente alguien silbó cerca. Fue como ser bañada por un balde de agua
fría. Mi cuerpo se puso rígido, mi mente despertó de golpe. De repente estaba al
corriente de las personas que nos rodeaban —riendo, hablando, y pasando un
buen rato. Y aquí estábamos nosotros comportándonos como adolescentes
calientes. Dos personas que ni siquiera se gustaban entre sí.

Walker se apartó primero, rompiendo el beso. Yo todavía estaba en una


espiral hacia abajo, volviendo a la cruel realidad.
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Él me miró, su mirada era intensa. Su boca dura. Mi garganta se secó. Mojé


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mi labio inferior, mi lengua tocando mi aro del labio.


Walker lo observó todo, sus ojos quemando. Sin previo aviso, su mano se
adelantó, agarrando mi brazo.

—Sería muy inteligente que te alejaras en este momento, Sam —dijo.

Me puse rígida, la conmoción rodando sobre mí.

—Tú primero, cabrón —dije, desafiándolo. Tratando de ocultar mi propia


ira y confusión.

Una sonrisa siniestra se asomó en la cara de Walker, fuego en sus ojos.

—No, no creo que lo haga. Pero voy a tener otra probada mientras esté aquí.

Su boca descendió sobre la mía de nuevo, dura y áspera. No había ni


paciencia, ni suavidad, ni caballerosidad. Era solamente él tomando y yo dando.

Gemí, dejando que su lengua empujara más allá de mis labios, deslizándose
contra el aro de mi labio. Agarró mis caderas y me tiró hacia él, golpeando el
aliento fuera de mí. Su dureza empujando contra mí.
Necesitándome. Deseándome. Queriendo estar dentro de mí. Se volvió frenético,
pasando sus manos por mi caja torácica, sintiendo las curvas de mi cuerpo. En
segundos sus manos estuvieron enredadas en mi cabello y tirando mi cabeza hacia
atrás. Sacando sus labios de los míos, me miró, con su puño en mi cabello, su
cuerpo contra el mío.

Se inclinó, sus labios apenas a centímetros de los míos.

—Quería una probada, pero eso es todo. Jamás va a pasar algo más —
susurró. Bajó la cabeza otra vez, sus labios tocando los míos—. Nunca.

Abruptamente, me soltó como si lo quemara. Como si tocarme le hiciera


daño. Sus manos dejaron mi cabello, dejándome sentirme perdida e
incompleta. Aspiré una respiración rápida, viendo como una sonrisita maliciosa se
levantaba en sus labios y sus ojos adquirieron un brillo arrogante. Pasó de
diabólicamente seductor a francamente peligroso en cuestión de segundos.

—Realmente te odio —susurré, dándome cuenta de que todo había sido un


juego. Una treta. Una manera de conseguir meterse en mi piel.
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La sonrisa de Walker se ensanchó.


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—El sentimiento es mutuo, dulzura. —Sin otra mirada, se alejó


rápidamente, dejándome y viéndose genial y distante mientras lo hacía.
Me quedé apoyada en el mostrador, el borde de piedra cortando contra mí.

¿Qué demonios acaba de pasar?

Mi rostro estaba sobrecalentado. Mi corazón latía fuera de control. La


sangre rugía en mis oídos. Parpadeé con confusión, con una sensación de
malestar. Santo infierno. Santo infierno. ¿Qué había hecho? Miré a mí alrededor en la
cocina, de repente sintiéndome consciente. Todavía estaba llena y ruidosa —llena
de gente que trataba de hablar sobre los graves sonidos. Un par de chicos me
sonrieron con complicidad. Estaba enrojecida. El rubor que se había apoderado de
mi cuerpo farfulló. Rabia furiosa tomó su lugar.

Voy a matar a Walker.

Me aparté del mostrador. Tenía que salir de allí. Personas bloquearon mi


camino, pero no les hice caso. Hice mi camino a través de ellos.

—Hey, voy a tomar su lugar —se rió un tipo cuando me topé con él.

—Atrás, cabrón —espeté.

Él se rió y tomó un trago de su cerveza, volviendo a sus amigos.

Corrí por la sala, llena de rabia. ¿Quién diablos se creía que era Walker,
besándome de esa manera? ¿Y por qué demonios lo había dejado? Mi rostro se puso
caliente, recordando su dureza presionada contra mí. Él pudo haberme tenido en el
dormitorio, desnuda y dispuesta, en cuestión de segundos. El pensamiento solo me
hizo enfadar. Negué con la cabeza con disgusto. ¿En qué me había convertido?

Me apresuré a través de la sala de estar, mis ojos buscando, mirando por


encima de todos. ¿Dónde estaba Walker? No, espera. ¿Dónde estaba Lukas? Es a
quien debería estar buscando. Tenía que salir antes de venirme abajo frente a estas
personas.

No soy como mi madre. No soy como mi madre. Las palabras se repetían en


mi mente, recordándome que besar a Walker no me hacía una puta. Pero a pesar
de repetir el mantra una y otra vez, me llené de pánico. Despegué por del pasillo,
ahora corriendo. No hice caso a la multitud y a las parejas dispersas aquí y allá,
besándose y frotándose las manos entre sí. Verlos solo me puso más furiosa.
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Al final del largo pasillo, giré, buscando frenéticamente. ¿Dónde está? El


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pánico en mí creció hasta que escuché una voz familiar, viniendo desde unas
cuantas habitaciones abajo. Me disparé a través el pasillo mientras dos personas
salían de una habitación oscura. Una morena alta salió primero, riendo y luciendo
de alguna manera ebria, pero era el hombre detrás de ella a quien quería ver.

—¿Dónde está Lukas? —Pregunté, dando un paso delante de Kace antes de


que pudiera llegar muy lejos.

Bajó la mirada hacia mí, sorprendido. Un segundo después se recuperó y


volvió su atención a la rubia.

—Voy a alcanzarte más tarde —dijo, con una sonrisa sexy en su rostro—. Lo
prometo.

Rodé los ojos. ¡Hombres! Odiaba a todos y a cada uno de ellos.

—¿Qué puedo hacer por ti, Samantha? —Preguntó Kace, cruzando los
brazos sobre su pecho y mirando hacia mí con interés.

Cogí el cambio en sus palabras y quise estrangularlo. Lo admito, Kace era


maravilloso. Cualquier chica con un latido del corazón podía ver eso. Sus ojos eran
de un color agua claro que podían sacudirte hasta la médula. Tenía una sonrisa
asesina, una que podría hacer retorcer a una mujer con deseo, y su voz sonaba
como sexo a toda marcha. Pero yo era inmune a ella. Al menos en este segundo lo
era.

—Lukas. ¿Dónde diablos está Lukas? —Pregunté, apretando los dientes


para no gritar en frustración.

—Oh. —Kace se encogió de hombros, aburrido ahora—. Se desmayó en la


sala de juegos hace una hora. Creo que tomó un poco…

No esperé a que terminara. Me volví y corrí por el pasillo. Me tomó unos


pocos minutos, pero encontré la sala de juegos cerca de la parte trasera de la
casa. Lukas estaba desmayado en una esquina mientras que algunos chicos
jugaban al billar a pocos metros de distancia.

Corrí hacia él, sacudiendo su hombro bruscamente.

—Lukas, despierta. Vamos a casa.


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Él gruñó y golpeó mi mano, diciendo algo ininteligible.


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—Lukas, despierta —dije de nuevo, sacudiéndolo.

Abrió los ojos. Cuando me vio una sonrisa tonta se extendió por su rostro.
—Sam, te perdí. ¿Dónde habías estado?

—No importa —dije, resistiendo las ganas de taparme la nariz por el olor al
tequila de su aliento. En su lugar, puse una mano bajo su brazo y lo ayudé a
levantarse.

—Dios, eres hermosa. ¿Sabes eso? —Preguntó, arrastrando las palabras


mientras se levantaba.

No respondí. En cambio envolví mi brazo alrededor de su cintura,


manteniéndolo estable.

—Ayúdame, Lukas —dije, tratando de no desmoronarme bajo su


peso. Usando todas mis fuerzas, comencé a caminar hacia la puerta, arrastrando a
Lukas conmigo.

Maniobramos a través de la multitud con un paso inseguro, Lukas


tropezando un par de veces. En la puerta delantera, se tropezó y casi cayó pero lo
atrapé, casi cayendo yo misma.

Lukas aprovechó para tirarme más cerca, su mano en mi cintura. Bajando la


cabeza, puso su boca junto a mi oído.

—Me gustas mucho... así que mejor que ese hijo de puta de Walker se aleje
de ti.

Apreté los dientes. Solo escuchar el nombre de Walker tenía un efecto en


mí. Mi corazón se aceleró y mi cuerpo cobró vida. Lo quería junto a mí, besándome
y tocándome de nuevo. Juré nunca dejar que ningún hombre tuviera tanto control
sobre mi cuerpo, pero tenía miedo de que Walker lo hiciera. La idea me aterraba.

Pero también lo hacía la sensación de querer sentir de nuevo su toque. 135


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CAPÍTULO 14
-Walker-
Traducido por Diasdeotoño
Corregido por Nanami27

Mierda, ¿Qué estoy haciendo?

Tenía la mano en el cabello de mi enemiga, probando la boca de Sam como


si no hubiera un mañana. Mi polla estaba dura y presionada contra ella, pidiendo lo
que quería. Se sentía como un pecado, el besarla. Era más excitante que la prisa
que obtenía del alcohol. Más loco que la emoción que obtenía de las carreras. Me
sentía fuera de control, desesperado por tenerla. Dispuesto a hacer cualquier cosa
para conseguirla también. Eso me asustó como la mierda, así que la dejé ir.

Casi me mató dejarla ir. Igual que si fuera una adicción, la abstinencia era el
puro infierno. Eso me sacudió hasta la médula. Casi me trajo sobre mis rodillas.
Pero con unas palabras dolientes y una sonrisa destinada a herirla, me las arreglé
para actuar genial y salir de la cocina, lejos de ella.

Mi paso era relajado y sin prisas. No me giré y no me dejaría mirar hacia


atrás. Sabía que ella estaría jodidamente loca y furiosa, y así es exactamente como
la necesitaba. Era el único modo que conocía para distanciarme. Alimentar el odio,
ahogar el deseo. No había otra opción.

Me recordé que era el épico jugador ―tomando, tomando y tomando. Me


debía esa parte esta noche. Había tomado un poco de su orgullo y lo había echado
al suelo. Le quité su altanería, aunque solo fuera por un pie. Era un juego después
de todo. Había estado jugando este juego durante años. Esta noche había hecho
solo lo que me había propuesto a hacer ―poner a Sam en su lugar. Bajarla un nivel
o dos. La venganza era una puta y todo eso.
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Pero eso estaba destinado a sentirse bien.


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Mi mente gritó que me diera la vuelta. Que regresara a ella. Mi cuerpo me


rogó volver. Pero no podía. No podía estar con ella. No podía tocarla y esperar algo
más. Yo era quien era ―un ebrio con un registro criminal y un pasado arruinado.
Ella era quien era ―la hermosa, lista y atrevida Sam. Una parte de mi pasado. Otra
persona que sabía lo bastardo que era y podía ser. No éramos buenos juntos y no
éramos buenos separados. Dos errores no hacían un acierto, y ambos éramos dos
errores para el otro. Nunca habría un acierto.

Agarré una botella de Cuervo y un vaso de chupito en mi salida de la cocina


cuando me alejé de Sam. Había solo una manera de lidiar con besarla y era
emborracharse.

En el salón la música arremetió contra mis tímpanos. El olor a vómito, sexo


y alcohol flotaba en la sala. La gente bailaba y se manoseaban los unos a otros,
fuera de sus mentes por cualquiera que fuera su veneno. Me apoyé contra una fría
chimenea y desenrosqué el Cuervo. Salpicando el claro líquido en el vaso, sentí mi
boca aguarse y mi hígado levantarse y tomar nota.

Esto era lo que necesitaba. Un trago para relajarme. Para que me ayudara a
olvidar cuán imbécil era. Lo necesitaba casi tanto como la necesitaba a ella. Eché la
bebida hacia atrás, sintiendo la quemadura del alcohol deslizarse abajo, hacia mi
garganta. Solo tomó un segundo para que ese entumecimiento familiar se deslizase
a través de mis nervios. Vertí otro trago y sonreí con satisfacción. Si tan solo Sam
pudiera verme ahora…

El segundo trago se sintió suave como la seda al bajar. Era sorprendente


cuán bien podía saber el tequila cuando solo querías ahogar tus problemas. Ahora,
necesitaba algo más.

Miré alrededor de la habitación, buscando a Leah. La necesitaba, alguien


caliente y dispuesta. Ella era justo lo que necesitaba para olvidar a Sam.

Agarrando la botella y el vaso, me aparté de la chimenea y me dirigí hacia


las escaleras. La música se envolvía alrededor de mí, haciéndome sentir bien. El
sabor del alcohol me calmó, enjaulando al animal en mí. Moviendo la cabeza al
ritmo de la música, desenrosqué la botella de tequila. Que se joda el vaso. Tomé un
trago grande de la misma, mi mirada enfocada hacia delante.

Fue cuando los vi.

A Lukas y Sam.
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Estaban parados junto a las puertas delanteras. El brazo de Lukas estaba


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alrededor de la cintura de Sam y él estaba inclinado hacia ella, inestable en sus


pies. Ella se enrolló más cerca de él, pareciendo acogedora a su lado. Apreté mi
puño cuando agarró un puñado de su camisa, acercándose más a su cuerpo.
Verlos juntos era como un cuchillo en mi corazón. No esperé sentir celos,
pero los sentí. Montones de ellos. No sabía lo que esperé que Sam hiciera cuando
me alejé, pero abrazar a Lukas no era.

El vaso se resbaló de mi mano, golpeando el suelo alfombrado, sin hacer


ruido. Mis dedos se curvaron, en puños, queriendo a una víctima. La bestia en mi
bostezó y se estiró, despertándose. Cobrando vida.

Me quedé quieto, observando como Lukas dejó caer su mano, dejándola


permanecer en el culo de Sam. Los celos asomaron con su horrible cabeza,
creciendo y convirtiéndose en un gigante monstruo. Quería patear el culo de Lukas
por tocarla. Quería agarrar a Sam y arrastrarla a un dormitorio, retomarlo donde lo
dejamos. Eso me hizo cabrear. No tenía derecho a sentirme así. A desearla. En
absoluto. Así que, ¿por qué demonios lo hacía?

Me pasé una mano por la boca, sintiendo la aspereza de mi barba mañanera.


Mantuve los ojos fijos en la puerta delantera mucho después de que Sam y Lukas se
fueran, luchando contra el impulso de salir tras ellos.

Todavía estaba mirando la puerta cuando un hombre se topó conmigo. Sin


duda la fiesta estaba abarrotada pero estaba furioso. El cabrón no debería haberme
tocado. Me giré, un gruñido salió de mis labios, buscando una salida para la rabia.
El tipo se encogió lejos, mirándome con miedo por el rabillo del ojo.

El demonio en mí estaba fuera. Quería sangre. Quería acción. Quería a


alguien debajo de mí.

Vi a Leah caminar por toda la sala, hablando con una pelirroja. Con rápidas
zancadas, pasé por medio de la multitud, mis ojos fijos en ella.

Leah no era lo que yo quería, pero quizás podría hacerme olvidar a Sam.
Quizá podría ayudarme a recordar que no era lo suficientemente bueno para una
chica con el cabello negro y labios como los de un ángel.

Agarré a Leah y la tire hacia a mí, cubriendo su boca con la mía, queriendo
sentir algo por ella.

Pero no lo hice.
138

Todo en lo que pensaba era en Sam.


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CAPÍTULO 15
-Sam-
Traducido SOS por Blonchick
Corregido por Nanami27

Llamé un taxi para que nos llevara a Lukas y a mí a casa. Cuando llegamos,
estaba lloviendo a cántaros afuera. Me había calmado, ya no estaba lista para
retorcer el cuello de Walker, pero aún estaba enfadada.

El conductor dejó a Lukas en casa primero. No quería verlo adorar los


retoques de la porcelana toda la noche, así que me colé en su habitación sin que sus
padres escucharan y me fui volviendo al taxi.

Poco tiempo después, le pagué al conductor un fajo de billetes y bajé en


frente de mi remolque, alegre por sentir la suave y fresca lluvia en mi rostro.

Me dirigí a través del patio empapado, el suelo esponjoso debajo de mis


zapatos. La luz encima de la puerta principal no estaba funcionando, pero aún
podía ver gracias a una farola que parpadeaba dos casas abajo. En alguna parte un
perro ladró y otro respondió. Escuché una pantalla de puerta ser golpeada, luego
gritos ahogados de los vecinos quienes habían sido visitados muchas veces por la
policía por abuso doméstico.

Escarbando en mi pequeño bolso, encontré mi llave y la puse en la


cerradura. La moví unas cuantas veces para desbloquearla, sabiendo que estaba
tan atropellada e inservible como para proteger al remolque. En el tercer intento la
puerta abrió de un estrépito.

La oscuridad me saludó tan pronto como pasé por el umbral. El olor a moho
y cigarrillo viciado me dieron la bienvenida con un cálido saludo. Arrojé mi bolso
sobre el sofá cuando entré, sin preocuparme por prender la luz mientras me dirigía
139

al otro lado de la sala de estar.


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Estaba casi en la cocina cuando escuché un quejido seguido por un sollozo.


Me congelé, mirando alrededor. Era incapaz de ver algo en la oscuridad, solo la
sombra del viejo sofá y un sillón desgastado cercano. Pero luego lo escuché de
nuevo. Un quejido, como si alguien estuviera sufriendo.

Eché a correr. Mis botas golpearon la delgada alfombra del pasillo, enviando
ecos por toda la casa. Seguí el sonido del llanto, la sangre apresurándose por mis
oídos. En la entrada de la puerta de mamá, me detuve en seco.

—¿Mamá? —Pregunté con voz vacilante, tratando de ver en la oscuridad.

Cuando mis ojos se ajustaron, la encontré. Estaba inclinada a un lado de la


cama, su cabeza colgando, una mano pálida casi tocando el suelo. El olor me golpeó
antes de que pudiera prepararme. Apestaba a vómito, alcohol, perfume barato, y
sudor, todo mezclado.

—¡Mamá! —Grité, entrando a toda velocidad en la habitación. Mis dedos se


movieron para encontrar la pequeña cadena de la lámpara de mesa. Cuando
finalmente la agarré, tiré fuerte. La luz inundó la habitación. El espectáculo que me
recibió me hizo hacer una mueca.

Vómito cubría el lado de la cama y el suelo. Una botella de vodka se había


volcado sobre la cama, empapando las sábanas descoloridas y la colcha con un olor
áspero. Era espantoso.

Eché para atrás un mechón de cabello enmarañado y mojado de mi madre.


La palidez de su rostro me conmocionó. Parecía muerta, como un cadáver que una
vez había visto en el desagüe por la calle, una triste víctima de la guerra de
pandillas.

Puse mis dedos en el pulso de su cuello húmedo y pegajoso, esperando


sentir un latido de su corazón. Latido. Latido. Latido. Estaba allí, pero era lento.

—¿Mamá? ¿Qué pasa? —Pregunté, mirando su cuerpo en busca de heridas.

Sus ojos se abrieron ante el sonido de mi voz. Me miró con los ojos
inyectados en sangre, sus labios secos se agrietaron con el rastro de una sonrisa.

—Hola, pequeña.

El dolor golpeó mi corazón cuando oí el tono drogado en su voz. Estaba


140

colocada. Con un fuerte suspiro, puse una mano en su hombro y la recosté de


nuevo en la cama.
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—Mamá, ¿qué tomaste? —Pregunté, viendo cómo sus ojos se cerraban y


entonces se abrían de nuevo.
No respondió. En vez de eso una línea de baba bajó por su barbilla desde la
comisura de su boca. Trató de decir algo, pero solo un zumbido sordo salió de sus
cuerdas vocales.

El miedo se apoderó de mí. Esta no era solo una sesión de drogas habitual.
Algo estaba mal.

—¿Mamá? —Dije. Sacudiendo su hombro, alejando el pánico.

Murmuró algo, y empezó a tener arcadas, asfixiándose con su propio


vómito. Salté de la cama y tomé un bote de basura cercano, relleno de colillas de
cigarrillo y facturas vencidas. Logré ponérselo en el tiempo suficiente para que
vomitara dentro. Luché contra las ganas de vomitar cuando el olor me llegó.

Cuando terminó, volvió a la cama, desmayándose casi enseguida. Me hundí


en el colchón, recorriendo con los ojos su habitación, buscando pistas de lo que
podría hacer tomado. Levantándome, me acerqué a su cómoda y empecé a buscar
por los contenidos en la parte superior. Cepillo. Perfume. Condones. Un pedazo de
papel con el número de una persona en él. Moví todo, buscando. Había visto a mi
madre con resaca, terriblemente enferma que no podía funcionar por días, pero
algo me decía que esto era diferente. Necesitaba averiguar qué era lo que había
tomado.

Abrí el cajón superior de su cómoda y empecé a examinarlo


cuidadosamente, haciendo a un lado la ropa interior y los sujetadores descoloridos.
Sin encontrar nada, empecé a buscar en el resto de la cómoda.

Estaba pasando por el tercer cajón cuando empezó a quejarse de nuevo.


Girándome, la encontré arrastrándose hasta el lado opuesto de la cama,
empujándose, usando las sábanas como soporte. Tan pronto como alcanzó el borde
de la cama, se inclinó y vomitó otra vez, salpicando el suelo esta vez.

Fue entonces cuando decidí que necesitábamos ayuda.

Saqué el teléfono de mi bolsillo y comencé a marcar al 911.

—No —dijo mamá desde la cama, mirándome fijamente a través de sus


párpados medio abiertos mientras limpiaba una mano temblorosa sobre su boca.
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—Necesitas ayuda —dije, manteniendo la preocupación en mi voz.


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—No te atrevas a llamar a nadie —me dijo con más fuerza

Suspiré y dejé caer la mano, todavía sosteniendo fuertemente el teléfono.


—Mamá, ¿qué tomaste?

Presionó sus labios secos juntos, y trató de abrir los ojos pero
inmediatamente se cerraron de nuevo.

—Respóndeme, mamá. ¿Qué tomaste? —Pregunté, levantando la voz.

Forzó sus ojos a abrirse.

—No importa, Samantha —murmuró roncamente, esforzándose por sacar


las palabras—. Nunca importó.

Lágrimas brotaron de mis ojos pero las aparté, furiosa conmigo misma por
preocuparme. Enfadada con ella por hacernos esto a las dos. Siempre estaba
recogiendo lo que dejaba atrás. Condones, botellas vacías de alcohol, agujas
utilizadas. No me importaba, las recogía. Estaba cansada de cuidar de ella y
cansada de preocuparme, de sentir vergüenza por sus actividades. Pero sabía que
nada cambiaría. Ella solo encontraría otra manera de perjudicarse.

—Mamá, es importante. Tengo que saber. ¿Cuántas pastillas tomaste? —


Pregunté, mi voz temblando—. ¿O fue algo más esta vez? ¿Otra droga?

Sonrió débilmente.

—Mi preciosa pequeña. Siempre fuiste tan perfecta. Te pareces tanto a él. Te
pareces a tu padre —susurró, con su voz ronca de todos los Pall Malls10 que había
fumado durante su vida.

—¿Mamá? —Dije, tomando una gran bocanada de aire—. Mamá,


escúchame…

Sus ojos miraban vacíos, sin verme en realidad. Agitó su frágil mano en el
aire, como si estuviera apartando mariposas.

—Hermosa. Tan hermosa. Pero le dije que lo serías —dijo.

Mi pecho se apretó mientras ella continuaba apartando a los insectos


imaginarios. Mi madre nunca me había llamado preciosa o hermosa. Nunca había
dicho nada agradable sobre mí. En vez de eso fui ignorada y apartada a un lado, los
142

hombres o las drogas tomando mi lugar.


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Agarré una manta limpia de la esquina de la habitación y la envolví a su


alrededor mientras se hacía un ovillo, intentando escapar de los violentos

10Pall Malls: Marca de cigarrillos.


temblores que sacudían su cuerpo. El pánico se apoderó de mí al verla de esta
manera. No sabía que hacer o cómo ayudar. Estaba aterrorizada.

Empecé a marcar el 911 de nuevo. Pero su voz me detuvo.

—No te atrevas a llamar a la policía, señorita —dijo a través de los dientes


apretados por el temblor—. Les diré que eran tus drogas si lo haces.

Levanté la mirada sorprendida, mis ojos agrandándose. Me estaba mirando


fijamente con odio, Su cuerpo temblando pero sus ojos fríos.

—Mamá, necesitas un doctor. —Intenté razonar con ella, sin dejarle ver
cuánto me herían sus palabras—. Creo que tienes una sobredosis.

—No, solo tomé mercadería mala —dijo poniendo los ojos en blanco lejos
de mí y acurrucándose más—. Estaré bien mañana.

Di un paso hacia la cama, determinada a ser el adulto en esta situación.

—¿De dónde la conseguiste? —Pregunté—. Las drogas.

—Mick —susurró en medio de la tos.

Mi sangre se enfrió. Pam Man.

—¿Cuándo empezaste a ver a Mick de nuevo? —Pregunté, el terror


inundándome

—No sé. Hace unas semanas.

—¿Qué te dio? —Pregunté, el terror haciendo imposible pensar con


claridad. Pam Man había utilizado a mi mamá en el pasado, comprándola con
drogas y alcohol. No estaría sorprendida si le diera algo letal. Simplemente porque
podía. Solo era así de perverso.

Me estiré y le di a su hombro un firme codazo, encogiéndome cuando toqué


su pijama manchada de sudor y vómito

—Mamá, dime.
143

Sus ojos se abrieron de nuevo. En vez de responder, se tiró al lado de la


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cama y vomitó, esta vez haciendo sonidos que duplicaron mi terror.

Fue entonces cuando noté las sábanas desarregladas, las señales


indicadoras de sexo. Un condón usado estaba en el suelo. Salpicaduras de sangre se
esparcían en las sábanas aquí y allá, pruebas de que lo que ocurrió aquí no fue
bonito.

Quería vomitar. Pam Man estuvo aquí. Casi podía sentirlo y sentir su
presencia.

Y el imbécil había dejado de esta forma a mi madre.

Saqué mi lista de contactos y presioné un nombre. No iba a llamar al 911; si


lo hacía tendríamos a Pam Man respirándonos en la nuca ya que él era la policía.
Necesitaba ayuda, pero solo había una persona que conocía para llamar. Mi
hermano.

Después de unos cuantos timbres, la llamada se fue al buzón de voz. La voz


de Bentley retumbó por la línea, diciéndome que dejara un número y que
regresaría la llamada.

¡Maldita sea!

Dejé un mensaje breve y cortante, y presioné “finalizar.” No había nadie más


a quien llamar. Tal vez hace años podría haber llamado a Walker, pero no ahora.
No después de lo que había sucedido en la fiesta. No confiaba en mí alrededor de él
y sin duda no confiaba en él. De todos modos, probablemente no contestaría mi
llamada.

Tomé una respiración profunda e hice lo que no quería hacer, empecé a


arrastrar a mi mamá fuera de la cama. Sabía por experiencia una manera de
ponerla sobria.

Mi nariz se arrugó por el asco mientras se sostenía en mí, el hedor saliendo


de ella más de lo que podía soportar. Con un brazo a su alrededor, la saqué del
dormitorio. Tuvimos que detenernos en el umbral por un momento cuando
violentos temblores la golpearon de nuevo, haciendo que casi cayéramos de
rodillas. Me sostuve contra la pared mientras ella se apretujaba en mí,
descansando el lado de su cabeza contra la mía.

—Lo siento, pequeña —murmuró, arrastrando las palabras.

—Ambas lo hacemos, Mamá —dije, con lágrimas empezando en mis ojos.


144

Me daba mucha pena que esta vida hubiera sido nada más que horrible para ella.
Desde mi papá marchándose hasta los hombres utilizándola y la adicción que
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controlaba su cuerpo, este mundo le había dado una existencia terrible. Pero de lo
que ella no se había dado cuenta era que no importaba lo que la vida te arrojara,
era cómo lo afrontaras lo que importaba.
Cuando pasaron los temblores, me alejé de la pared y la llevé el resto del
camino hacia el baño. Las dos apenas cabíamos en la pequeña habitación, pero de
alguna manera me las arreglé para ayudarla a entrar en la ducha.

La apoyé hacia un lado con una mano y abrí el grifo con la otra. El agua fría
nos golpeó, haciendo que se me pusiera la piel de gallina en los brazos. Mi madre
escupió y golpeó, tratando de alejar su rostro del chorro de agua fría, pero la
sostuve fuerte, sin importarme si me dejaba unos cuantos moretones. Solo
necesitaba que ella estuviera bien.

Después de un minuto, se calmó y se deslizó por la ducha para sentarse en


el fondo, su bata subida hasta sus caderas. Me mantuve encima de ella, respirando
con dificultad y empapada, temblando por el agua fría. Esperando a que mamá
volviera a mí.

Grandes sollozos estallaron desde su pecho, sonando terribles en el


pequeño baño. Luché contra ello, pero mi corazón se apretó dolorosamente
mientras la observaba. Se veía tan lamentable. Tan perdida. Nadie debería tener
que ver a su madre de esa manera.

Salí de la ducha y me senté sobre el asiento del inodoro cerrado, viéndola


mientras lloraba. El cansancio y la desesperación me tomaron desprevenida. Los
sollozos de mi madre continuaron, lastimándome al escucharlos. Recordándome
que nunca podía permitir que esto me ocurriera.

Es por eso que tenía que estar alejada de Walker. Él era una debilidad. Una
amenaza. Alguien que podría hacerme daño.

Y aún no estaba preparada para ser arruinada.

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CAPÍTULO 16
-Walker-
Traducido por Blonchick
Corregido por Mariabluesky

Me desperté sudando, mi corazón latiendo con fuerza. Mis pulmones


trabajaban duro para tomar grandes bocanadas de aire. La sábana envuelta
alrededor de mis caderas estaba retorcida y estaba agarrando un puñado de ella,
mis nudillos blancos por la presión.

Solté la sábana y me pasé una mano por la cara, haciendo una mueca de
dolor cuando toqué un moretón que algún hijo de puta había tenido suerte y me
había dado esta noche.

Hace tres horas, llegué a casa arrastrándome de la fiesta, muy borracho y


loco de rabia. Recordé sólo algunas cosas después de que Sam se fuera con Lukas.
Suficientes que deseaba no poder recordar nada en absoluto.

Después de que los vi irse a los dos, toda lógica me había abandonado.
Estaba celoso, pero más que cualquier cosa quería borrar a Sam de mi mente. Folle
a Leah en el baño, rápido y duro, negándome a besarla. No la quería en mis labios
después de que Sam hubiera estado allí. El pensamiento me disgustó.

Después, me metí en una pelea con un tipo estúpido de mierda. Él estaba


solo ahí y yo estaba enfadado, enfadado conmigo mismo por la culpa que me había
causado el acostarme con Leah. Uno de nosotros había terminado en el suelo
sangrando y llorando como un bebé. Digamos que no fui yo.

Fue la primera vez en meses que perdí el control, beber hacía el olvido y
dejaba a la parte retorcida de mí salir.
146

Ahora aquí estaba, con resaca, herido, y despierto, alterado por una
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pesadilla.

Y eso fue lo que me despertó. Una pesadilla de Sam.


Ella había estado atada en mi sueño, tal como me gustaba follar a veces. Sí,
dije que era retorcido y lo decía en serio.

Yo estaba encima de ella, pasando la mano sobre su piel blanca sin manchas,
sintiendo cada centímetro de ella. Me tomé mi tiempo, haciéndola temblar mientras
la tocaba por todas partes. Estaba caliente con necesidad para el momento en que
subí detrás de ella, poniendo mi cuerpo encima del suyo, y acomodándome contra su
trasero.

Ella gimió mientras agarraba un puñado de su cabello, envolviendo mis dedos


alrededor de los mechones negros con fuerza.

—Ruega y tal vez sea amable —dije entre dientes, empujando su cabeza para
susurrarle al oído. Quería usarla y abusar de ella, sacar mi frustración en ella. Pero
primero quería que se sometiera ante mí.

Gimió, sonando como un pequeño gatito necesitado. Bueno, eso es lo que


quería oír. Pero cuando vi su cara, supe que era yo el que estaba perdido.

Estaba llorando, las lágrimas corrían por sus mejillas, dejando líneas rojas en
su piel perfecta. Inmediatamente aflojé mi agarre en su cabello.

—¿Sam? —dije en voz baja, destrozándome cuando vi el dolor en su rostro.


Me transmitió miedo. No quería hacerle daño. Sólo quería darle placer. La culpa se
filtró en mí, envolviéndose alrededor de mi corazón y estrujándolo.

—Cole, te amo —susurró, manteniendo los ojos cerrados, lágrimas filtrándose


por las esquinas—. No nos hagas esto. Por favor, no hagas esto. Ámame. Solo ámame.

Sentí otra punzada en el corazón, pero la parte fría de mí la ignoró. No podía


dejar que me afectara. Esto es lo que yo era.

—¿Amarte?¿Así? —Le susurré, tocando su hombro con mis labios. Abrí sus
piernas y me empujé contra ella, mi polla dura entre nosotros. Bajando la mano, la
sujeté—. ¿O así?—Le pregunté con un gruñido, posicionándome en su abertura. Con
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un empujón estaba en su interior. Cielo, puro y absoluto cielo me invadió. Estaba


mojada y yo estaba duro. Era la perfección.
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—Sí, así—susurró, gimiendo mientras la llenaba.


La saqué y la penetré de nuevo, haciéndola gritar. Lo hice de nuevo, más duro
esta vez, yendo tan profundo como podía. Luchó contra la cuerda que ataba sus
muñecas, arqueando su trasero para encontrarme.

Pasé mis labios por su cuello y decía palabras de aliento contra su piel
mientras la sacaba y empujaba de nuevo. Pasé mis dedos por sus brazos, tocándola
como si fuera frágil mientras mi cuerpo se golpeaba violentamente contra ella. Nos
movíamos juntos, sus caderas encontrándose con las mías. Sus gritos sólo avivaban
mi deseo. Quería ir más despacio y sentir cada momento, cada segundo dentro de
ella, pero estaba desesperado, deseando la liberación.

Sintiendo la necesidad construyéndose, agarré la cuerda alrededor de sus


muñecas y tiré. La violenta atadura cortó su piel, haciéndola gritar. Sentí otro
pinchazo de dolor en el corazón, recordándome que fuera amable, pero lo ignoré. La
necesidad de venirme me estaba invadiendo, haciéndome perder la mente y el
control.

Agarré las caderas de Sam, manteniéndola inmóvil para poder enterrarme


tan profundo como fuera posible. Quería todo de ella, su cuerpo, su corazón, su alma.
Quería pasar cada momento con ella, contemplándola. Vivir por ella. Respirar por
ella.

Todo por ella.

El éxtasis comenzó a construirse en mí como nunca antes lo había sentido.


Dormir con otras mujeres no se comparaba. Me estaba perdiendo por Sam.

—Dios, Sam —susurré, moviéndome más rápido. Puse mis manos a cada lado
de ella, necesitando más ventaja y quitando peso de ella. Bajando la mirada, la vi
moverse debajo de mí en su estómago, sus caderas encontrándose con las mías
estocada tras estocada. Era tan sensual que casi me deshice en ese momento.

—Habla conmigo —le dije, pasando una mano por su espalda—. Dime lo que
necesitas y lo haré.

—Dime que me amas —dijo Sam en medio de un jadeo—. Necesito escucharlo.


Es la única manera en que podamos ser libres.

—¿Libres de qué? —Le pregunté, inclinándome para besar su omoplato, mi


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polla bombeando dentro de ella.


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—De eso —respondió, mirando detrás de mí.


Miré por encima del hombro, más interesado en lo que estaba debajo de mí,
que de lo que estaba detrás de mí. Pero eso fue hasta que lo vi.

Un monstruo estaba parado al pie de la cama, mirándonos. Era horrendo,


grotesco. Abrió su boca y gruñó, saliva goteando de su boca.

—¡Mierda! —grité, retirándome de Sam y moviéndome fuera de ella.

Ella me miró por encima del hombro con bastante tranquilidad.

—Eres sólo tú, Walker. No es nada.

Miré el monstruo, viendo su calidad demoníaca. No se parecía en nada a mí.


Yo no tenía esa mirada en los ojos, la que decía que no le importaba vivir más. Y yo no
tenía ese olor, el único que olía como a basura. Como la peor forma de la raza
humana.

—¿Qué diablos quiere? —pregunté, sudor empezando a formarse en mi frente.

Sam me miró con inocencia. Sus labios rojos formaron una sonrisa, el piercing
cortando su labio.

—Quiere destruirme, Walker.

Me senté en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos. La


oscuridad me rodeaba. El sudor de mi frente se había enfriado, gracias a un exceso
de aire acondicionado, pero la pesadilla aún se repetía en mi cabeza.

—¡Mierda! —siseé, pasando una mano por mis ojos cuando recordé la cara
de Sam y el monstruo queriendo destruirla.

—¡Joder! —maldije más fuerte, poniéndome de pie en un salto. Sí, sabía que
era un monstruo. Me lo habían dicho toda la vida. Yo era un hijo de puta sin
corazón ni alma. Había quebrantado las leyes y había estado en la cárcel. Había
bebido mi parte de alcohol y hasta más. Era tan feo por dentro como ese monstruo
en mi sueño había sido en el exterior.
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Pero ese monstruo no me poseía. Peleaba con él todos los días. A cada hora.
Me estaba volviendo loco tratando de arreglar mi maldita vida. Ya no robaba
coches. No había quebrantado la ley en años. Bebía, claro, pero eso era todo. Me
matriculé en la universidad, tomando clases nocturnas para sacar mis cursos
básicos primero. Trabajaba cuarenta horas semanales, quitando la suciedad o
balanceando un martillo. No importaba si estaba a cien grados afuera o a varios
bajo cero; Yo estaba allí, partiéndome el culo para ganar dinero y largarme de
Dodge.

Lo estaba intentando, maldita sea. Pero el demonio dentro de mí aún seguía


ganando.

Crucé mi dormitorio con los pies descalzos, vistiendo sólo calzoncillos y el


sudor que relucía en mi cuerpo. Necesitaba un trago. Algo húmedo con la
capacidad de saciar mi sed. Y no estaba hablando de agua.

Abrí la puerta de mi habitación y me dirigí a la cocina. No tenía que ir muy


lejos a por una copa. Bent y yo vivíamos en un pequeño apartamento. Había dos
habitaciones, un baño y un combo de sala de estar, comedor y cocina en la misma
área. La cocina estaba separada de la sala de estar por una barra, cubierta ahora
con papeles, cajas de pizza vacías y botellas de cerveza vacías de una semana. El
lugar era baratísimo y olía como a calcetines viejos de gimnasio, pero estaba limpio
y en un lugar decente.

Le había sugerido a Bent que Sam se mudara con nosotros, sólo para sacarla
del agujero infernal que tenía por casa, pero Sam rápidamente dijo que no. Algo
sobre estar cerca de su madre. No me gustaba o no lo creía, pero qué sabía yo. Mi
padre no estaba en ninguna parte de la lista de las personas que me preocupaban.

Si fuera sincero conmigo mismo (lo cual no era la mitad del tiempo) sería
sincero y admitiría que quería a Sam en nuestro apartamento porque quería estar
cerca de ella. Quería verla día y noche. Por qué, no lo sé. Probablemente nos
mataríamos en unas horas. Pero todavía la quería aquí, aunque fuese sólo para
asegurarme de que no había nada entre nosotros, excepto odio.

Abrí un armario y cogí un vaso limpio luego alcancé el bourbon que estaba
cerca. Vertí una onza en la copa, tomando nota para comprar más pronto.

La vista del líquido marrón me atrajo. Descansando mis manos sobre el


mostrador, me quedé mirándolo, todas las razones por las que era tan malo
quererlo pasaban por mi mente.

Pero, maldita sea, sabía muy bien.


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Mi boca se hizo agua y mis manos temblaron. Levanté el vaso y tomé un


largo trago. Pura felicidad me recorrió el cuerpo. Cerré los ojos, disfrutando de la
sensación bajando por mi garganta.
En segundos, me calmé. Mis manos dejaron de temblar y el miedo y la
frustración de mi sueño se aliviaron. Todo lo que necesitaba era otro trago y
estaría bien. Levanté el vaso de nuevo, mi cuerpo calmándose.

Pero Sam permaneció en mi mente. Sacudí la cabeza con disgusto y lancé la


bebida. De todas formas no la necesitaba. Era solo un medio para un fin. Mi final,
eso es. La quería tener de una vez, incluso si eso me mataba. Eso era todo. Tenía
que saber cómo era en la cama y todo lo llevase hacerlo.

Me serví otro trago y lo tomé. Con el bourbon, mi arrogancia regresaba, al


igual que un viejo amigo que se había ido por años.

Sam no significaba nada para mí. Solo un pequeño mosquito zumbando


alrededor al que espantaba un par de veces. Eso era todo. Y qué si era hermosa y
llena de vida. Y qué si yo podría amarla de alguna manera con una clase de
amor/odio retorcido. No necesitaba amor.

Y no la necesitaba a ella.

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CAPÍTULO 17
-Walker-
Traducido por katiliz94
Corregido por Mariabluesky

Durante la última semana, había usado cada excusa posible para olvidar a
Sam. También me fui un poco por la borda haciéndolo. Bebía, trabajaba y follaba y
no necesariamente en ese orden. Esta noche planeaba intentar olvidarla con la
ayuda de alguna hermosa mujer y un club de puta madre.

La música era alta. Tan jodidamente alta que no podía escucharme pensar.
Estroboscópicas de rojo y azul giraron sobre mí, resaltando la masa de personas
envueltas en el bar. Humo llenaba el aire, secándome la nariz y aguándome los
ojos. En el escenario, algún tipo trabajaba en un sistema de sonido, mezclando
música con un toque de su mano y un golpe de muñeca. Manteniendo a las
personas en movimiento y felices con alguna mierda electrónica que me tenía
moliendo los dientes.

—¡Esto es genial! —gritó Mia, colgándose de mi brazo por si huía de ella.

Eso nunca ocurriría. La chica era revoltosa. Tenía un ansia insaciable por el
sexo que malditamente yo intentaba saciar. Sí, era un poco demasiado pegajosa
para mi gusto pero oye, ¿quién se estaba quejando? Yo no, eso sin duda. Ella era
solo otro escape, otro objeto en mi lista de olvidar-a-Sam, pero de lejos nada más
estaba funcionando. Aún no podía borrarme a Sam de la mente.

Agarré la mano de Mia y la conduje por la habitación, ignorando los tatuajes


y ropas oscuras de muchos de los habitantes. El lugar estaba lleno de todo lo que
existe bajo el sol, desde fanáticos de la música alternativa hasta amantes
transversales, chicos y chicas consigue-todo-con-el-dinero-de-papá. Todos estaban
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aquí, teniendo ganas de algo de acción, esperando un poco te atención.


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Viviendo una mentira.

Esas personas no tenían idea de lo que estaba ocurriendo a unos


vecindarios de distancia. Niños que estaban yendo sin las bases esenciales. Padres
que estaban esforzándose por mantener comida en la mesa y las luces encendidas.
Personas siendo asesinadas porque estaban en el territorio de otro. Las cosas no
eran tan brillantes y simples de donde yo venía. Pero aquí bajo las luces, rodeado
por música y alcohol, esas cosas podían ser olvidadas. Al menos durante un tiempo.

Los dedos de Mia se deslizaron abajo para enhebrarse con los míos. Apreté
los dedos entorno a los suyos y nos conduje al bar, mi lugar favorito. Hogar dulce
hogar.

Luces azules estaban ocultas bajo el bar, haciendo iluminar los vasos y
botellas. Estaba a rebosar de tramo a tramo. Mujeres en minifaldas compartían
espacio con hombres vestidos para impresionar. Los hombres y mujeres detrás de
la barra se apresuraban de atrás a adelante, llenando órdenes de bebidas y
tomando dinero. Manteniendo a las personas felices y recibiendo propinas.

Me forcé entre un hombre mayor vestido en un arrugado traje gris y una


chica con ardiente pelo ojo. Mia permaneció detrás de mi hasta que la multitud se
aclaró y después se puso a mi lado, meciendo su dulce trasero por la música. La
estudié durante un segundo, apreciando la vista. No era Sam. Ni de lejos. Sam tenía
la inocencia a su alrededor por la que me estaba muriendo por destruir. Mia dejó la
inocencia atrás hace mucho tiempo.

Sam era diminuta, apenas llegando a la mitad de mi pecho. Su cuerpo era


increíble, moldeado por lo que tenía que ser el hechizo perfecto. Su pelo negro era
sexy pero había sido noqueado, un hermoso alargado cuando también era rubio.

Mia era alta, morena, y una modelo cuando no estaba asistiendo a la


universidad. Era de clase alta, conduciendo un Beamer que papi le había comprado.
Tenía esa cosa por los coches… cuanto más rápidos y más caros mejor. Así es como
la conocí, en una carrera de barrio ilegal. Cuando averiguó que solía correr, saltó
sobre mis huesos en segundos, no importándole que lo hiciésemos en un baño
público.

A veces me preguntaba lo que pensaría de mí si supiese que tenía un


historial. Si supiese de donde venía y como se veía mi futuro. Diablos, odiaba
pensar en eso así que, ¿por qué se lo diría a una chica a la que solo estaba follando?

Además, nunca hablaba sobre nada de eso. Ni en mi época de juventud. No


toda la mierda que había robado en nombre de la supervivencia. Ni los golpes que
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había recibido o el conocimiento de que era una mancha en la sociedad. Nunca le


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dije las palabras a nadie. Las únicas personas que conocían de verdad mi pasado
eran Bent, Sam y mi padre. De esos tres, dos de ellos me odiaban. Era una mancha
derrotada. Las probabilidades no estaban a mi favor pero estaban a punto de
mejorar.
Me apoyé contra el bar y sondeé a las camareras. Había una, una rubia,
dirigiéndose hacia mí. Me centré en ella. Ella sonrió a un cliente a unos metros de
distancia, tendiéndole un largo besuqueo. Sus ajustados vaqueros estaban
cubiertos con falsos diamantes y su camiseta tenía el nombre del club en el frente.
Una profunda V había sido rasgada en el escote, mostrando sus tetas para que
todos los vieran. Debió haberme sentido mirándola porque miró en mi dirección,
su sonrisa ampliándose. La observé caminar hacia mí, sus pechos brincando todo el
tiempo.

—¿Qué puedo ofrecerte, nene? —preguntó, levantando los labios en una


dulce sonrisa.

—¿Bentley está trabajando? —pregunté sobre la música aullante,


manteniendo el rostro neutral o carente de cualquier expresión. Era lo mío. No
mostrar afecto. Ni preocupación. Ni miedo. Era la única forma que conocía para
protegerme.

Y a los demás de mí.

—Bentley está por ahí —dijo la camarera, señalando a la barra en el lado


opuesto de la habitación.

Me giré y miré por la multitud para ver una barra idéntica al otro lado del
club. Estaba también amontonada, con personas apiñadas hombro con hombro a lo
largo del borde. Podía ver el ajetreo de los camareros, intentando cumplir las
órdenes de bebidas.

Visualicé a Bent poniendo una bebida afrutada frente a una rubia de piernas
largas. Su perfecta sonrisa era dulce, demasiado inocente. Era un puñado de
mierda pero Bentley lo sacaba perfectamente. Daba la impresión del vecino de al
lado, el chico de ensueño de una chica buena. Pero sabía que ni de lejos él era así. El
hombre era un caos. Le había visto jugar con una chica con tanta fuerza que ella no
sabía lo que estaba arriba o abajo. Cuando la dejó, ni siquiera supo estar enfadada,
estaba demasiado drogada con el poder que era Bentley.

Me gustaba pensar que le había enseñado todo lo que sabía. Excepto que él
hablaba dulce a una chica. Yo solo tomaba lo que quería.

—Vamos —dije a Mia mientras la presionaba, sin molestarme en agarrar su


154

mano cuando me acerqué.


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Paró de brincar por la música y me siguió mientras me empujaba a mí


mismo por la multitud. Estaba a medio camino del bar cuando el chico en el
escenario hizo una mezcla, añadiendo algo de profunda base a la música, haciendo
al club vibrar fuera de control.

—¡Me encanta esta canción! ¡Voy a quedarme y bailar Cole! —gritó Mia
detrás de mí.

Miré sobre el hombro mientras ella empezaba a bailar, sus movimientos


más sexuales de lo que debería ser legal. Se giró y comenzó a frotarse contra
alguna chica con largo pelo rubio. El chico detrás de la chica retrocedió,
disfrutando del espectáculo tanto como yo.

La gente se cerró a nuestro alrededor. Ignoré a las personas a mi otro lado,


observando a Mia y a su nueva amiga. La chica agarró a Mia por la cadera y la
acercó más, su mano deambulando de arriba a abajo por el trasero de Mia. Sus ojos
encontraron los míos, enviándome una invitación para unirme a ellas. Ambas me
miraron con descarado deseo, esperándome y disfrutando de la otra mientras lo
hacían.

Una imagen de dos chicas, una cama descubierta, y yo entre ellas me tentó.
Sabía que todo lo que tenía que hacer era decir la palabra y la imagen se haría
realidad. Pero algo me previno de seguir.

La idea de Sam.

Asentí hacia Mia y me alejé, dirigiéndome al bar. Necesitaba una bebida y


conocía a quien para encargarse de ese problema.

Bordeé el bar, ignorando a la pelirroja a mi lado y la oscura mirada que su


novio me dio. Tres camareros estaban detrás del bar, apresurándose como gallinas
con las cabezas cortadas. Bent era uno de ellos. Observé mientras él bailaba
entorno a una camarera, frotándose contra ella lo suficiente para hacerla reír. Puso
dos Martinis frente a un par de chicas y tomó su dinero, sonriéndolas con una
sonrisa cae-bragas.

Una de ellas, particularmente la hermosa rubia, se puso de pie sobre la


barra inferior de latón que sonó y se inclinó sobre la barra de madera hacia Bent.
Él sonrió y se inclinó más, ignorando los puntos húmedos en el mostrador y los
vasos de tragos cerca de él. La chica metió algunos billetes debajo del cuello de su
camisa, haciéndole sonreír más.
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Sacudí la cabeza con incredulidad y observé como Bent guiñaba el ojo a la


chica y se sacaba el dinero de la camiseta, sin molestarse en mirarlo mientras lo
metía en su bolsillo.
Todavía tenía esa amplia y dorada sonrisa de niño en la cara, cuando me vio
recostándome en la barra. Tomándose su tiempo, comprobando a los clientes
sobre la marcha, caminó hacia mi dirección.

—Walker —dijo, lanzando un vaso de chupito frente a mí y llenándolo con


tequila. Sin protestas. Ni siquiera sal o lima para cubrir el golpe. Era nuestra
bebida, la que alejaba el dolor cuando lo necesitábamos.

Cogí el vaso y lo ladeé hacia él en un brindis silencioso. Él observó mientras


lo tragaba, gesticulando de dolor solo un segundo cuando el alcohol ardió en su
camino por mi garganta.

—Vas a querer otra —dijo Bent, llenando el vaso de nuevo, después


situando la botella abajo por mí.

Tragué la bebida y esperé sabiendo que las malas noticias estaban llegando.
Había conocido a Bent demasiado tiempo para no reconocer la mirada en su cara.

—Dímelo —dije.

Puso ambas manos en la barra y se inclinó hacia adelante, su voz cayendo.

—Tengo un trabajo prometedor. Hará dinero serio e involucra una


autentica carrera rápida. ¿Entras?

Golpeé el vaso de trago en la barra de madera un poco demasiado fuerte.

—¿Qué diablos estás haciendo, Bent? —pregunté, mirándolo—. Sabes que


ya no hago esa mierda.

Se encogió de hombros y sonrió, haciéndome preocupar más.

—Pensé que podrías estar interesado. Ha pasado un tiempo desde que


dejaste el volante de un todoterreno. Y este es rápido.

Sentí un indicio de interés pero se estrujó.

—No. No voy a hacerlo —digo—. Y te juro que tú tampoco lo harás.

La sonrisa se deslizó del rostro de Bent. Con nerviosismo miró alrededor del
156

bar, sus dedos marcando el ritmo de la música contra la madera.


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—Lo hare, Walker. Les debo el doble de lo que hice antes.

—Mierda, Bent —dije con preocupación—. ¿Qué hiciste?


Bent se pasó una mano por la cara. Vi el temblor en sus manos y la forma en
que seguía mirando alrededor con nerviosismo. En un minuto era el hombre de las
chicas y al siguiente era un niño que había robado el bote de galletas. Solo que este
bote de galletas tenía cuchillos y mala actitud.

—Tomé una mala decisión así que ahora les debo el doble. O hago este
trabajo o… bueno, me amenazaron y a cualquiera asociado conmigo.

—¡Joder! —siseé. Había advertido a Bent de no tontear con esas personas.


Eran turbios y sin sangre la mayor parte del tiempo. Él ya no estaba jugando más
en las ligas menores: este era un asunto real –mierda de mafia y esas cosas.

De repente se me vino un pensamiento.

—¿Qué hay de Sam? ¿Dónde está? —pregunté, la preocupación haciendo a


mi voz gruesa.

Bent asintió hacia el escenario, impávido por mi repentina preocupación.

—Me las arreglé para convencer al jefe de permitir que Lukas y su banda
tocasen esta noche. Son los siguientes. Sam está por algún lugar de ahí con él.

Miré en la dirección que indicó. Mis ojos escanearon el área por una chica
con largo pelo negro y un cuerpo de infarto. Alguien que pudiese hacer hervir mi
sangre con odio y mi polla dura con deseo.

Primero vi a Lukas. Estaba poniendo la batería en el escenario, hablando


con algún tipo. Se giró y miró abajo, una sonrisa cruzando su rostro mientras
escuchaba algo dicho por alguien.

Seguí su mirada y ahí es cuando la vi. Sam. Estaba de pie al pie del escenario,
mirando a Lukas. Su pelo negro estaba cayendo por su espalda en suaves olas. El
pálido vestido rosa que llevaba se veía fuera de lugar entre el mar de negro. Era
como ver una flor en medio de un campo de árboles muertos y mala hierba. La idea
solo me volvió loco.

—Si no vas a unirte a mí, vigílala por mí. ¿Lo harás? —preguntó Bent,
apartando mi atención de Sam—. Tengo a algunos tipos tras ella pero no confío en
ellos.
157

Giré, enfrentándole. No sabía lo que me enfadaba más, el hecho de que


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Bently pusiese a Sam en peligro o el hecho de que tuviese a un puñado de matones


observándola. La ira hizo a mis labios gruñir.
—¡Diablos, no! —espeté, luchando contra el deseo que continuaba al pulsar
dentro de mí—. ¡Estoy harto de que pongas a tu hermana en peligro, pero no la voy
a vigilar!

—Entiéndelo, tío. Me lo debes —dijo firmemente Bent.

Bufé y tomé otro trago de tequila. Se apartó la necesidad que tenía por Sam
y trajo el odio de nuevo a la superficie, muriéndose por salir y llevar a alguien al
infierno.

—Esos tipos tienen asuntos serios, Walker, y no necesariamente me gustan


los hombres que se ofrecieron a vigilarla —dijo Bent, mirando a la habitación con
inquietud—. Llévala a casa. Mantenla a salvo. Solo por esta noche. Voy a
encontrarme con las personas a las que les debo después de mi turno. Necesito
saber que Sam está con alguien que puede ser de confianza. Lukas sin duda no es
ese tipo.

Sacudí la cabeza de nuevo pero Bentley era como un perro con un hueso, no
estaba cediendo con facilidad.

—La amenazaron, Walker. No mi madre. Sam. Saben dónde trabaja y a


donde sale. Como dije, tengo a algunos hombres tras ella pero no son mucho
mejores. Te necesito, hombre. Sam te necesita —dijo Bentley.

Giré la cabeza para mirarla. Estaba sonriéndole a Lukas, pareciendo tan


perdidamente enamorada que era enfermizo. Resoplé en disgusto y miré a Bentley
de nuevo.

—¿Y cómo se supone que la llevo al apartamento? No es que nos llevemos


exactamente bien—dije, levantando una ceja.

Bent se encogió de hombros.

—Pensarás en algo. Siempre lo haces. Solo sé bueno con ella.

Di un ladrido de risa.

—¿Y cuándo me has conocido por ser bueno con tu hermana?


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Bent me dio una mirada seria para asustarme.


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—¿De verdad quieres que esté sola en esa casa con mi madre como
protección?
No me molesté en responder. Él sabía mi respuesta. Tanto como no me
gustaba Sam, nunca me arriesgaría a que algo le ocurriera.

—Eso es lo que pensé —dijo Bent, leyéndome la mente—. Cualquiera que


sea el problema que Sam y tú tengáis con el otro, ponlo a un lado por esta noche,
Walker. Te necesito, compañero. Y Sam también.

Suspiré y golpeé mi vaso.

—Uno más. Voy a necesitarlo.

Concedió mi deseo, llenando la copa hasta el borde. La tragué antes de


alejarme, listo para ir por Sam y lo que diablos sea que arrojaría sobre mí.

Venía de ver a dos hermosas chicas toquetearse la una a la otra a tener que
cuidar de una chica que era un dolor en el culo. No sabía que era peor, alejarme de
Mia y su nueva amiga o caminar hacia la mujer que me volvía loco.

A la que realmente quería pero no podía tener.

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CAPÍTULO 18
-Sam-
Traducido por Nanami27
Corregido por Mariabluesky

Brillantes luces parpadearon a través de la pista de baile, destacando la


turba de gente a mí alrededor. Mientras la música se hacía más ruidosa, las luces
circulaban más rápido, haciendo vertiginosos diseños en el suelo de madera. Con la
velocidad del rayo, se dispararon al escenario, deteniéndose sobre los miembros
de la banda presentándose.

Lukas estaba al frente y al centro, cantando a todo pulmón con la multitud.


Su voz era raposa y ronca, una de esas voces sexys de dormitorio que tenía a las
mujeres despiertas y tomando nota. Pero no era la manera en que cantaba la que
hacía que la mayoría de la gente se detuviera y escuchara. Era la manera en que
sostenía el micrófono, como si fuera una amante. Sus manos se acunaban a los
lados y cada pocos segundos él envolvía sus dedos alrededor, lentamente, y luego
los desenvolvía. Era hipnótico y hechizante, verlo cantar a toda voz una canción
desde su alma.

Me moví con la música, mirando a Lukas desde la pista de baile e ignorando


a la multitud alrededor de mí. Por solo un breve momento, era libre de madres
drogadictas y vecinos metidos en el crimen. Era libre de un hombre con ojos
negros y oscuro pasado. Un hombre que no podía soportar, pero en quien seguía
pensando.

Lukas terminó la canción y empezó otra. Limpié el sudor de mi frente y


aparté el vestido de mi húmedo cuerpo, decidiendo tomarme un descanso. El club
era caliente y estaba sedienta. Era tiempo de una bebida.
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Me abrí camino a través de la turba de gente, dirigiéndome hacia la barra


más cercana que sabía que Bent no estaría atendiendo. Quería a mi hermano, pero
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esta noche quería evitarlo a toda costa. Aún me sentía culpable por besar a su
mejor amigo y odiaba mantener secretos a Bentley.
En la barra, empujé mi camino entre una chica con cabello verde y un tipo
usando más delineador negro que yo. Planté mis codos en el mostrador y esperé
por la camarera del bar. El aire acondicionado que ventilaba por encima, empezó a
soplar aire frío hacia mí, haciendo estremecer mi sudorosa piel. Se sentía como en
un paraíso en el caliente club.

Mi mirada vagó sobre el tipo de pie junto a mí. Su mano estaba envuelta
alrededor de una copa alta, la otra dando golpecitos al compás de la música sobre
la barra. Los dedos en su mano derecha estaban tatuados. Una serpiente se
envolvía alrededor de uno de sus dedos, con negras y perfectas líneas. La otra
mano tenía una rosa y una rama espinosa curvada alrededor de la misma, hermoso
diseño. Pero fueron los tatuajes en sus nudillos los que captaron mi atención. Cada
nudillo tenía una letra tatuada en su piel. Incliné la cabeza, intentando leer qué
deletreaba. M-I-E-R-D-A en una mano. J-O-D-E-R en la otra.

—Me gustan tus tatuajes —le dije al hombre, haciéndole gestos a la


camarera cuando me miró.

El tipo bajó la vista a sus nudillos, luego la dirigió a mí.

—Mis jodidos amigos me los hicieron cuando colapsé.

—Buenos amigos —dije por encima de la música, asintiendo un gracias a la


camarera del bar cuando colocó un vaso de agua con hielo frente a mí. Sabía que
era la hermana menor de Bent y todavía menor de edad. No se podía encontrar un
blanco rápido en ella.

—Sí, mira lo que me hicieron la otra vez —levantó su camiseta,


mostrándome su vientre.

Ahogué una risa de nuevo, cubriéndome la boca con la mano. El tipo tenía
un buen cuerpo, pero lo que estaba en su piel me hacía querer morir de risa.
Alrededor de su vientre bajo, había un arcoíris y en el arcoíris estaba un unicornio
comiendo margaritas de su vientre bajo.

—Sí. Hijos de puta —gruñó, dejando caer su camiseta y encarando la barra


de nuevo. Cogió su bebida, tomando un sorbo.

Lo imité, mirando hacia el frente y tomando un sorbo de mi propio vaso.


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—¿Alguna vez has oído hablar de ese show de televisión sobre malos
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tatuajes? ¿Ese donde intentan arreglar terribles tatuajes?

Me dio una mirada rápida, con un ceño en el rostro pero humor en los ojos.
—¿Estás jodidamente bromeando conmigo? Estoy en la lista de espera para
conseguirlo.

Me reí disimuladamente y él sonrió, mostrándome unos dientes astillados


en el proceso.

—Mi nombre es Lane —dijo, estirando la mano para que la sacudiera.

Puse mi mano en la suya.

—Sam —dije, dándole a su mano una sólida sacudida.

Lane sonrió.

—Es un placer conocerte…

—Hola, Sam.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. La sonrisa se deslizó de mi rostro.


Conocía esa voz. Era la voz que oía tanto en mis pesadillas como en mis sueños.
Tragué fuerte, con mis ojos todavía en Lane. Deslicé mi mano de la suya, de repente
sintiéndome fría. Mis rodillas se hicieron débiles, pero mis entrañas me gritaron
que corriera.

Me volví para enfrentar a mi némesis en su lugar.

Walker estaba parado detrás de mí, su cuerpo relajado, una contradicción a


la crueldad en sus ojos. Llevaba jeans que probablemente costaban la mitad de lo
que Lukas pagaba por un par, pero Walker lo hacía lucir como uno de un millón de
dólares, su cuerpo era demasiado perfecto. La camiseta negra que usaba debería
ser considerada ilegal. Delineaba su sólido pecho y musculosos brazos demasiado
bien, haciendo a mi imaginación irse por lo salvaje, imaginando cómo se vería
desnudo.

Fruncí el ceño. ¿Estaba perdiendo todo sentido común? ¿Me toca, me besa, y
me vuelvo una gota incontrolable de hormonas? Mi ceño se profundizó. No. Solo si
le fuera a la autodestrucción dejaría que eso pasara.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Le pregunté a Walker, mirando su cuerpo


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con desdén. Cubriendo lo que él estaba haciéndome.


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La esquina del labio de Walker se retorció hacia arriba en una media


sonrisa.

—Hola a ti también, cariño.


Hice rechinar mis molares posteriores y miré con desazón mientras él daba
un paso hacia mí. El lento y casual movimiento de su cuerpo era tan sexy que me
sentí a mí misma revolver. Simplemente la manera en que caminaba me hacía
contener la respiración con anticipación, queriendo que me tocara.

Y eso me ponía furiosa.

Agarré mi vaso de agua y tomé un gran trago, manteniendo mis ojos en


Walker sobre el borde. No confiaba en él y con seguridad no confiaba en mí misma
a su alrededor. Teníamos mucho equipaje y nos odiábamos el uno al otro como
para permitir que una pequeña atracción física nos uniera. Eso simplemente no iba
a pasar.

—Disculpa —Walker le dijo a Lane, apretándose entre nosotros para


inclinarse contra la barra. Mantuve mi espalda contra el mostrador, mis ojos
adelante, cuando Walker se frotó contra mi costado inocentemente. Pero sabía que
no había nada inocente en él. Cada toque, cada roce de su mano, tenía un propósito.

Por la esquina de mi ojo lo vi descansar los codos en la barra casualmente,


esperando a que la camarera del bar llegara a él. Volví mi atención a la pista de
baile, resistiendo la urgencia de levantarme de golpe y correr. La banda de Lukas
empezó a tocar otra canción, ésta más lenta que las otras. Intenté escuchar, pero
fue un desperdicio; Walker me tenía al borde.

—¿Qué puedo conseguirte, cariño? —Oí a la camarera del bar preguntarle a


Walker.

—Coors Light y… ¿qué vas a beber, Ross?

Sintiendo sus ojos en mí, sostuve mi vaso en alto, mi mirada cerrada en


Lukas sobre el escenario.

—Agua.

Lo sentí volverse de nuevo hacia la camarera.

—Coca-Cola light —dijo.

Rodé los ojos y resoplé. Claro que Walker sabía cuál era mi bebida favorita.
163

El tipo parecía saber todo.


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Llevé el vaso de plástico con agua a mi boca, mordiendo el borde con


nerviosismo mientras él esperaba por las bebidas. ¿Por qué demonios está aquí,
junto a mí? Hay bastante espacio en la barra. No es como si fuéramos amigos o algo.
Oí el sonido de dos vasos ser colocados en la parte superior del mostrador
de madera detrás de mí. Walker pagó por las bebidas, frotándose contra mi
espalda de nuevo mientras hurgaba en su bolsillo por dinero y entregaba efectivo.
Hice rechinar mis dientes, pero intenté mantener mi compostura. Era algo difícil de
hacer con él estando tan cerca, tocándome.

—Ross —dijo en voz baja y áspera, encarándome.

Inhalé una pequeña respiración, sorprendida por cómo su voz podía


afectarme. Sin encontrarme con sus ojos, tomé el vaso que me ofrecía en su mano
extendida, con cuidado de no dejar a nuestros dedos tocarse.

Por un momento, miramos a la multitud, ninguno de nosotros hablando,


ambos bebiendo. Mantuve mi atención en Lukas, pero pensé en Walker. Me
pregunté cuándo se iría. Cuándo se alejaría sin otra palabra para mí. Eso era lo que
él hacía. Alejarse como si pudiera importarle menos, permaneciendo frío y distante
con todos.

Lane aún estaba al otro lado de Walker. Levantó una ceja hacía mí a modo
de pregunta. Lo ignoré y tomé un sorbo de mi Coca-Cola light, conteniendo un
suspiro cuando la fría bebida golpeó mi garganta.

—Así que, sobre ese beso… —dijo Walker, antes de tomar un sorbo de su
cerveza.

Casi me atraganté con mi Coca-Cola light.

—¿Qué hay de eso? —pregunté, aclarándome la garganta.

—Eso nunca pasó.

—Suena como un buen plan para mí —dije, girándome para encararlo. Mal
error. Estaba a solo centímetros de distancia, tan cerca que podía ver oscuras
motas en sus ojos. Sentí ese zarcillo de miedo en mí, envolviéndose alrededor de
mi corazón y apretando fuerte.

Walker tomó un largo trago de su cerveza, sus ojos en mí. El deseo de correr
no me dejaría, pero permanecí quieta, queriendo estar cerca de él a pesar del
peligro a mi cordura.
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—Entonces, ¿cuál es el asunto entre Lukas y tú? —Preguntó Walker,


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señalando al escenario con su largo cuello—. ¿Vais en serio?

—¿Acaso importa? —dije, ignorando la manera en que latía mi corazón.


Walker se rió entre dientes.

—No realmente. Solo estoy tratando de entablar una conversación.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué? Nos odiamos, ¿recuerdas?

Walker se encogió de hombros y puso la botella de cerveza en el mostrador


detrás de él.

—Imaginé que podríamos intentar ser amigos, al menos por Bentley.

Resoplé y tomé otro sorbo de mi Coca-Cola.

—Eso no va a suceder, Walker.

Sonrió y quise matarlo. Pero en lugar de eso le di una de mis sonrisas


patentadas, llena de azúcar y miel, pero destinada a ser mortal por debajo.

—Sé que no quieres que seamos amigos, Walker. Solo quieres liarte
conmigo. Quizá hacerme pensar que estás interesado. Joder un poco mi cerebro. Es
tu estilo —dije, fulminando con desdén arriba y debajo de su cuerpo—. Pero tú no
eres mío.

Walker se tensó, un tic enfadado apareciendo en su barbilla. Antes de que


pudiera parpadear, su mano se disparó, agarrando la parte posterior de mi cuello.
Jadeé cuando sus largos dedos se envolvieron alrededor de mi nuca, tirándome
hacia él.

—Escucha, cariño —susurró cerca de mi oído—. Si estuviera interesado


habría hecho más que solo joder tu cerebro. Te habría follado sin sentido. No serías
capaz de caminar por días. Pero, ya ves, todavía existe esta pequeña cosa entre
nosotros que simplemente no se irá. Odio. No puedes soportarme y… bueno, me
vuelvo loco cuando estás cerca. Eso necesita quedarse de esa manera.

Oculté mi conmoción, sus palabras estrellándose contra mí, dejándome sin


palabras e incapaz de respirar. Intenté borrar la imagen de él follándome hasta la
locura, pero jamás se iría.
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—¿Cuál es tu punto?—pregunté sin aliento, tratando de ignorar cuán


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caliente se sentía su mano en mi cuello. Cómo enviaba escalofríos a través de mí.


Cómo su cuerpo estaba presionado contra el mío.
—Mi punto es que aún soy ese monstruo que una vez me acusaste de ser —
dijo Walker en una profunda y seductora voz—. No puedo ocultarme de él y no
puedo protegerte a ti o a nadie más de lo que vive dentro de mí. Ese monstruo
causó este odio entre nosotros y ese odio te mantiene lejos de mí. Ahí es justo
donde necesito que estés… segura y en ninguna parte cerca de mí.

No podía moverme. Nos miramos el uno al otro, el calor en sus ojos y el


terror en los míos. Sus palabras… hacían el aire espeso. Más cálido. Me sentí
sonrojada. Caliente en exceso. Dañada por lo que estaba diciendo. Él no quería
estar a mí alrededor. Sabía que eso era lo que ambos queríamos. Entonces, ¿por
qué dolía tanto escucharlo?

—Bien —dije, retorciéndome lejos de él. Me dejó ir, su mano dejando mi


cuello—. Tus deseos son mis órdenes.

Coloqué mi bebida encima de la barra y empecé a alejarme, pero él agarró


mi muñeca antes de que pudiera llegar lejos, deteniéndome.

—No he terminado —dijo, en voz baja y grave. Tomó la parte posterior de


mi cuello con su otra mano, sus dedos desapareciendo en mi cabello. Jadeé cuando
me sacudió hacia él, su boca yendo a mi oído de nuevo—. Necesitamos continuar
odiándonos, Sam, pero estoy seguro como el infierno de qué es lo que quiero hacer
en su lugar.

No pude resistirme. Tenía que preguntar.

—¿Y qué es lo que quieres hacer, Walker?

—¿De verdad lo quieres saber? —preguntó, su pulgar recorriendo la parte


interna de mi muñeca, su aliento cálido en mi cabello.

Asentí, sintiendo el hormigueo correr por mi brazo debido a su caricia.

—Te deseo, Sam. Quiero poseerte. Consumirte. Quiero dejarme caer sobre
mis rodillas y suplicarte por todo. Y quiero follarte. Dios, realmente quiero follarte.
Pero, tengo que seguir odiándote en su lugar.

Oh. Dios.
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De repente, quería lo mismo.


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CAPÍTULO 19
-Walker-
Traducido por Clcbea
Corregido por Mariabluesky

Sam me miró como si hubiera perdido mi jodida cabeza. Y tal vez lo hice.

Mi plan había sido simplemente encontrar a Sam, conseguir que confiase en


mí, y sacarla del infierno fuera del club. El pensamiento de que ella podía ser un
blanco por el estilo de vida de Bent me hacía sudar balas. Así que iba a sentarme en
la amabilidad y a contar algunas mentiras dulces. Convencerla de cualquier cosa
incluso si se trataba de cargar una mierda.

Pero algo pasó. Ella me miró con esos grandes ojos verdes y perdí todo
razonamiento. Todo control. Cada palabra que salió de mi boca desde ese punto
hacia delante era verdad. Sí, no era lindo; era francamente ordinario. Pero ella era
demasiado guapa y yo era demasiado estúpido para mantener mi jodida boca
cerrada.

Sam parecía conmocionada y maldecía si yo no sentía lo mismo. No me


importaba decirle a cualquier chica que quería un poco de coño pero decírselo a
Sam se sentía muy loco.

Ella abrió su boca para decir algo. Esperaba palabras de maldición, tal vez
algún nombre, y una bofetada o dos en buena medida, pero ella nunca tuvo la
oportunidad.

—¡Hey, Sam!

Ambos nos giramos para ver a Lukas corriendo hacia nosotros, una boba
sonrisa en su cara. Tuvo un colapso cuando vio mi brazo alrededor de Sam. No la
167

dejé, pero ella retiró su muñeca de mis manos. No protesté o exigí que se quedara a
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mi lado. Yo había dicho mi parte y no iba a obligarla a hacer cualquier cosa que no
quisiera hacer. El balón estaba en su campo ahora. Veamos que hacía con él.
Sam dio un paso lejos, poniendo una segura, y apropiada cantidad de
distancia entre nosotros. Se veía culpable como el infierno pero yo me sentí
arrogante cuando vi la cara de Lukas. Dejemos al pequeño perdedor ver que hacía
en contra. Yo estaba en el juego ahora.

—¿Dónde has estado? —preguntó Lukas a Sam, parándose frente a ella. Él


mantuvo los ojos en mí, pero le preguntó directamente a Sam, sonando cabreado.
Quería saltarle a la garganta por tener esa actitud con ella pero no tenía ningún
derecho de hablar.

—He estado aquí. ¿Por qué? —preguntó Sam, levantando la barbilla con
desafío—. No sabía que tenía que consultarlo contigo.

Esa es mi chica. Poniéndose de pie sobre su culo.

Lukas extendió la mano y agarró la de ella, tirando de ella hacia él. El animal
en mí gruño pero mantuve el control sobre él, ignorando mis celos. Pero tal vez
debería llamarlo como lo que realmente era —alguien ensuciando lo que era mío.

—Te perdiste la última canción, nena —Lukas se quejó sonando como un


tonto enamorado—. La escribí para ti.

Mis dedos se cerraron automáticamente en un puño. ¿Él había escrito una


puta canción para ella? Mierda. Lo único que yo podía darle era un maldito buen
rato en la cama.

—Lo siento —dijo Sam a Lukas, su mirada en mí—. Yo… necesitaba un


respiro.

Lukas murmuró algo y me dio otro mirada de vete-al-infierno antes de


girarse lejos, girando la mano de Sam para que lo siguiera. Ella se giró y me miró
mientras se alejaba, aun viéndose sorprendida por lo que dije. Ambos tú y yo,
cariño, quise decirle.

Miré como se marchaban, decidiendo que tal vez era una buena idea
mantener un ojo en Sam desde la distancia. Podía que fuese mejor para mi salud
mental de esta manera.

Agarré mi botella de cerveza y tomé un largo trago. Maldita sea, necesitaba


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alguna más. Ver a Sam alejarse con Lukas fue un auténtico infierno. Me moría de
ganas de ir tras ella, darle un tirón lejos de él, y llevármela a algún sitio privado.
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Enseñarle exactamente lo que quería.


En su lugar señalé al camarero por otra cerveza. Si no podía tener a Sam, al
menos podía tener otra adicción.

Iba por mi cuarta cerveza a las 1:00 a.m. aproximadamente. Normalmente


me gustaban las cosas fuertes, pero estaba intentando tomármelo con calma esta
noche a pesar de que eso me estuviese matando.

Me puse de pie a un lado de la pista de baile, viendo como Sam bailaba. Sus
caderas se movían bajo el sonido saliendo de los altavoces. Me la imaginaba
moviéndose contra mí, empujándose contra mí. Su cabello caía en cascada por su
espalda en suaves ondas, con aspecto despeinado como si acabara de salir de la
cama, de haber follado a alguien.

Lukas estaba al lado de ella. Sus manos en sus caderas, manteniéndola


posicionada en frente de él. Fluyendo con la música, su entrepierna frotando su
trasero. Fuego y azufre se encendieron en mí. El demonio con el que había luchado
cada día queriendo romperlo. Si alguien debía estar empujando su trasero contra
su polla, debería ser yo.

Tomé otro trago de mi cerveza, intentando calmarme.

—Eh, tío, ¿Sam sigue aquí?

Bajé mi cerveza y miré por encima del hombro. Bent estaba detrás de mí.
Había círculos bajo sus ojos y se veía cansado. Sabía que él había tirado una mierda
doble hoy. Había trabajado pero fuera de este club, echando el cierre la mayoría de
las noches, y luego quedándose tarde para limpiarlo. La propina era increíble e
hizo un montón. Lástima que no fuera suficiente para mantenerlo fuera de los
problemas.

—Sí —respondí, señalando con mi cerveza la pista de baile—. Estoy


manteniendo un ojo en ella.

—Gracias. ¿Has visto a mis chicos?


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—Por allí —le indiqué con una inclinación de mi cabeza. Dos grandes chicos
mirando a Sam desde el lado de la pista de baile, hambre y lujuria en sus miradas.
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La rabia aumentó en mí. Podía oler su interés a través de la sala y eso me cabreó.

Bent les dio una rápida mirada antes de volverse hacía mí.
—Hey, creí que tenías una cita.

—Ella encontró a alguien más interesante —dije.

La verdad era que Mía intentó llevarme a casa con ella y la rubia. Por un
momento, lo consideré. ¿Dos mujeres calientes? Conseguiría sacar a Sam de mi
mente y calmar mi deseo, pero no pude decir que sí. Había una pequeña molestia
por la mujer que necesitaba ver.

—Lo siento, tío —dijo Bent—. Escucha me tengo que ir. Cuida de mi
hermana.

Lo saludé con mi largo cuello y vi como corrió a otro bar, este aún más lleno
que los otros.

Me terminé mi cerveza de un solo trago y me di la vuelta a la pista de baile,


escaneando la multitud como si tuviera toda la noche, me tomó unos minutos pero
finalmente encontré a Lukas. Estaba bailando con alguna chavala, viéndose muy
interesado en su generoso pecho. Cabrón.

Olvidándome de él, miré sobre los bailarines, buscando un pelo negro,


labios rojos duendecillos de una mujer.

No podía encontrarla.

Mi corazón se aceleró como una moto. Miré hacia donde los dos matones
habían estado, mirándola, pero ya se habían ido. Sintiéndome incomodó, empujé
mi camino para salir fuera a la pista de baile. La multitud se movía como uno solo,
saltando arriba y abajo con lo que sea que el infernal DJ estuviera tocando. El lugar
estaba caliente, chicos y chicas saltando hombros con hombros con la música o lo
que fuese que estuviese en su sistema.

Casi tiré al suelo a unas pocas personas en el esfuerzo de llegar a donde


había visto a Sam por última vez. Mi mirada moviéndose sobre cada uno, intentado
distinguir a una chica de otra. Con el flash de la luz y la turba de personas, era
confuso.

Empujé un hombro fuera del camino, tratando de ver a mi alrededor. Ignoré


su grito de rabia y me disparé a través de la multitud, escaneando por todas partes.
170

Cuando llegué al último sitio donde vi a Sam, paré. La tensión se filtraba de


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mi cuerpo, apreté los músculos hasta que pensé que iba a estallar. Me quedé
quieto, una estatua entre una multitud de bailarines. Era hiperconsciente de cada
persona alrededor de mí, buscando problemas, esperando ver a Sam. ¿Dónde coño
estaba? ¿Esos tipos la agarraron, la llevaron a algún lugar privado? Bent dijo que
no confiaba en ellos...

Extendí la mano y agarré con un puño el cuello de Lukas cuando el bailó,


sacudiéndose contra mí.

—¡Hey! —gritó.

—¿Dónde diablos está Sam? —rugí sobre la música.

Su cara se puso blanca.

—No lo sé —dijo, articulando mal sus palabras.

Curvé mi labio.

—Estás drogado —le dije con disgusto, lanzándolo lejos de mí. Él casi se
cayó, pero se sostuvo.

—¿Así que? ¿Qué vas a hacer al respecto, perra? —gruñó en mi cara. Puse
los ojos en blanco, sabiendo que el chico no estaba bien. El público nos dio un
amplio margen, viendo la pelea inminente, pero no necesitaba la habitación. Todo
lo que necesitaba era un pie para poner a Lukas en el suelo.

—¿Dónde está Sam? —pregunté con los dientes apretados, intentando


controlar mi ira.

—Y yo dije, no lo sé —dijo Lukas entre dientes, hurgando en mi pecho.

Quería tanto poner mis puños en su rostro, pero ponerlo en el suelo no era
mi propósito, lo era Sam.

—Tenemos que encontrarla de una puta vez —le aplasté, dando un paso
más cerca de Lukas y haciéndolo alejarse un paso atrás.

—No te quiero cerca de ella —dijo, golpeándome en el pecho con más


fuerza, su dedo índice clavándose en mis músculos—. Y seguro como el infierno
que ella no te quiere a su alrededor, ex-convicto perdedor.

Lo miré, deseando poder tumbarlo solo una vez, y liberar el infierno en su


171

culo.
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No tuve que esperar demasiado.


Él se apresuró, viniendo directo a mi cara. Su nariz y la mía tocándose y cogí
un tufillo de lo que sea que hubiera estado fumando.

—Puedes pasarte el resto de tu vida deseando poder estar entre sus


piernas, Walker, pero eso no va a pasar —dijo Lukas con una mueca sarcástica—.
Ese es mi lugar y tú no perteneces a ningún lugar cerca de él.

Sabía que estaba bebido y drogado y debía tenerlo fácil con él, pero ahí fue
cuando lo perdí. La imagen de él o cualquiera entre las piernas de Sam hizo que el
frágil control que mantenía se rompiera y se destrozase. Me convertí en ese tipo de
ojos rojos y desalmado monstruo que odiaba.

Agarré la parte delantera de su camiseta y lo empujé a través de la multitud,


golpeando a la gente fuera del camino. No me importaba. Quería enseñarle quien
era el jefe.

Lo golpeé contra una pared, haciendo encajar sus malditos dientes. El aire
salió de sus pulmones y su cabeza cayó hacia atrás, golpeando el muro de
hormigón con un ruido sordo. No lo golpeé pero eso provó un punto, podía hacerle
algo de daño con un solo toque de mi muñeca.

Lo empujé contra la pared y me puse justo en su cara, mi brazo a través de


su tráquea.

—Vamos a aclarar algunas cosas en este momento Lukas —dije entre mis
dientes apretados—. Primero, no hables así sobre Sam, ella debería significar más
para ti que un pedazo de culo, incluso si estás drogado. Segundo, y esto es lo más
importante, mataré a cualquiera que intente estar entre sus piernas, incluido tú.
¿Lo entiendes?

Lukas sonrió, una sonrisa de he-fumado-demasiada-hierba.

—¿Y quién va a matarte a ti, Walker? Porque todos sabemos que es donde
quieres estar.

Sus palabras me dejaron frio porque eran la verdad.

—¿Es eso una amenaza? —pregunté, retorciendo mi puño en su camisa,


empujándolo con más fuerza contra la pared de cemento.
172

—Claro que sí, lo es. Una cristalina.


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La amenaza por sí sola debería haberme hecho desear darle, pero no tenía
tiempo para entrar en una baja y sucia pelea. Habría tiempo para ella luego.
Necesitaba encontrar a Sam. Ahora.
Le di a Lukas una de mis sonrisas mortales.

—No quieras molestarme, Lukas. Tengo mal genio cuando se trata de Sam.
No me tientes o voy a desatarlo en ti.

Aparté la mano de su camisa arrugada y lo dejé ir, dándole un pequeño


empujón justo por una buena consideración. Volviéndome, lo dejé detrás y me
alejé. Sin preocuparme si quiera si el venía detrás de mí o no.

—¡Hey!

Me paré. Maldito niño que no sabía cuándo parar. Me di la vuelta. Lukas


estaba andando hacia mí, sus zancadas largas y con un propósito. La multitud nos
dio mucho espacio, mirando el espectáculo con interés.

Los ojos vidriosos de Lukas me miraron, sin miedo.

—Sé que la amas, pero todos sabemos que ella está mejor conmigo así que
dale la vuelta a la mierda, Walker. No tienes una oportunidad en el infierno con
ella.

Sus palabras me golpearon como una flecha puntiaguda, enviando dolor a


través de mi pecho. Tenía razón, pero no iba a dejarle saberlo.

Retrocedí, sonriendo.

—¿Quién dijo algo sobre el amor? Pero soy un experto en el infierno.

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CAPÍTULO 20
-Walker-
Traducido por Nanami27
Corregido por Mariabluesky

Encontré a Sam saliendo del cuarto de baño, chasqueando sus labios como
si acabara de retocarse el brillo labial. La vista de su brillante boca envió a mi polla
a villadura.

Acababa de ver a esos dos matones que estaban pegados a su trasero.


Estaban sondeando el lugar, buscándola. Ellos no lo sabían, pero me había movido
entre la multitud para acercarme a ellos, escuchándolos hablar sobre qué hacer si
ella estuviera sola antes de que alguien llamado Tuan apareciera. Casi me encargué
de ellos en ese momento, pero decidí que necesitaba encontrar a Sam en su lugar.

Ella no me vio de pie, bajo las sombras del pasillo. Cuando pasó, estiré la
mano y la tomé de la muñeca, haciéndola gritar del susto. Su mano se movió hacia
arriba automáticamente, apuntando a mi rostro, pero la atrapé en el aire, a
centímetros de mi mejilla.

—¡Walker! ¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó, reconociéndome.

—Es hora de ir a casa, cariño —murmuré con los dientes apretados. Odié lo
que estaba a punto de hacer, Sam lucía tan bien como para volverme loco, pero le
había prometido a Bent que la vigilaría y la quería lejos de esos matones también.

—¿Qué? —dijo, sin poderlo creer—. No me iré.

—Sí, lo harás.

Comencé a dirigirme de regreso al club, halando a Sam conmigo. Su muñeca


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se sentía pequeña aprisionada en mi agarre. Quería que peleara conmigo, quizá me


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mandaría al infierno por tocarla. Pero no lo hizo y eso me molestó.

Estábamos algunos metros de distancia de la entrada del vestíbulo cuando


los dos matones aparecieron de entre la multitud, de espaldas a nosotros. Miraron
de derecha a izquierda, escaneando al tumulto de gente, buscando a Sam. Mis
instintos me decían que sacara de vista a Sam. Había aprendido a confiar en mis
instintos en el reformatorio, moviéndome sigilosamente para evitar golpes más de
una vez mientras estaba tras las rejas.

Con un ceño fruncido, detuve a Sam y miré hacia el extenso y oscuro pasillo
que llevaba fuera del club. No podíamos salir por las puertas frontales sin que los
hombres nos vieran. Eso nos dejaba la puerta trasera.

—Vamos —le dije a Sam, dirigiéndome en esa dirección.

Me siguió, su muñeca todavía en mi mano. Habían puertas cerradas situadas


a ambos lados del pasillo, llevando a lugares donde los clientes no tenían
permitidos entrar. Pasamos el baño de hombres y el Salón Verde de la banda. Dos
puertas más y estaríamos en la puerta marcada como «Salida». Después,
estaríamos solos y yendo a casa juntos.

Dios, ayúdame.

Apenas había gente en el pasillo, solo un tipo de seguridad descansando y


un camarero del bar yendo por un cigarrillo. El lugar estaba vacío y sin música.

Con una mano aún en la muñeca de Sam, saqué mi teléfono del bolsillo
mientras nos dirigíamos a la salida. Quería hacerle saber a Bent que estábamos de
camino a casa.

—Cole —dijo Sam, en una voz suave, tirando de mí hasta detenerme. Nunca
la había escuchado decir mi nombre así. Su voz no contenía odio o aversión. Ni
disgusto ni desconfianza. Simplemente necesidad pura.

—¿Sí? —pregunté, volviéndome para enfrentarla, sonando más áspero de lo


que pretendía.

—¿De verdad fuiste sincero?

—¿Qué? —pregunté, manteniendo un ojo en la puerta que dirigía al club. En


cualquier cosa para no mirarla.

—Lo que dijiste. Que querías que seamos amigos. ¿De verdad fuiste sincero?
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—preguntó con una voz ronca, dando un paso hacia mí. Intenté no notarlo, pero
cuando su cuerpo estuvo tan cerca del mío, no pude resistirme a bajar la mirada
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hacia ella. Sus ojos me miraban fijamente, llenos de calidez, y sus labios gruesos
rogaban que los probara de nuevo.
Dejé caer su mano. Mierda, ¿acaso ella sabía qué demonios estaba haciendo
al preguntar eso? ¿Mirándome de ese modo? Estábamos en un pasillo oscuro. Con
ella a centímetros de mí. De un simple empuje podría meterla en una habitación,
cerrar la puerta y bajar sus bragas.

—Sí, amigos —murmuré, mi mirada cayendo a sus labios—. ¿Suena bien,


no?

—No mucho —dijo, dando otro paso más cerca—. Lo que realmente quiero
saber es… ¿fuiste sincero cuando dijiste que me deseabas? ¿Que querías follarme?

Un brillo de sudor se formó sobre mi labio superior. ¿Cuándo había


aprendido Sam a hablar así? Debería ser ilegal, el oírla decir «follarme» una y otra
vez quedaría atrapado. Noche y día. Pero tenía que estar bajo control de nuevo.
Tenía que hacer que me odiara de nuevo. De la única manera que conocía para
irritarla.

—¿Cuándo empezaste a creer en todo lo que un chico te dice, Sam? Pensé


que serías más inteligente —dije con una sonrisa ladeada—. Y además, querer
follarte y gustarme son dos cosas diferentes.

Dolor se reflejó en sus ojos, pero medio segundo después desapareció. Me


miró fijamente, viendo profundo dentro de mí, donde nadie estaba permitido
mirar. Cuanto más miraba, más mi sonrisa decaía. Algo no estaba bien. Debería
estar enfadada conmigo. Empecé a alejarme, pero ella me sorprendió.

Su mano se estiró de golpe, su palma plana chocó en mi pecho. Con un


empujón, me presionó contra la pared.

—No te creo, Walker. Creo que también deseas esto.

Agarró un puñado de mi camiseta y tiró de ella, llevando mi boca a la suya.


No me resistí, maldición, habría sido idiota al intentarlo. Al principio, el beso fue
rudo, su boca era frenética contra la mía, pero quería tomarme mi tiempo.
Ralenticé el beso, forzándola a abrirse para mí. A probarme y experimentarme.
Darme lo que yo quería y lo que ella necesitaba.

Con la pared en mi espalda, mi cuerpo sostuvo el suyo cuando se recostó en


mí. Dios, su cuerpo se sentía bien, apoyado contra el mío. Mi polla estaba
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presionando contra el cierre de mis vaqueros, deseando tanto a Sam que no podía
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pensar con claridad. Sostuve su cadera mientras empujaba mi entrepierna en ella.


Desplegó sus piernas solo una fracción y mi polla tocó su centro, solo pocas capas
de ropa separándonos.
—Mierda —murmuré contra su boca. No pude evitarlo. Se sentía perfecta
contra mí.

Giré el pomo de la puerta cerrada junto a nosotros. Al diablo la razón.


Quería a Sam ahora.

Sin romper el beso, la arrastré dentro de la habitación. Era un área de


almacenamiento de algún tipo. Cajas y cajones estaban apilados unos encima de
otros, provisionando el perfecto espacio para un poco de privacidad. Estaríamos
ocultos de los matones o de cualquier persona con ojos curiosos.

La puerta se cerró detrás de nosotros, zambulléndonos en la oscuridad.


Empujé a Sam a uno de los cajones. Se aferró a mi cuello, asegurándose así de que
yo no pudiera intentar escapar.

Nunca, nena.

La levanté encima del cajón, jamás rompiendo nuestro beso. La posición la


dejó justo donde la necesitaba. Abrí sus piernas con un empujón y me moví entre
ellas, mis manos yendo a los pequeños botones de la parte frontal de su vestido.
Comencé con el primero, mis dedos demasiado grandes para los malditos botones.

Ella tomó la hebilla de mi cinturón, sorprendiéndome. Recé para que lo


desabrochara, pero sus dedos se quedaron quietos. No sé si estaba asustada o solo
nerviosa, pero eso estaba bien. Ambos estaríamos desnudos pronto. Me aseguraría
de ello.

Mi boca viajó por su garganta, lamiendo su piel y perpetrando el sabor en


mi memoria. Besé su clavícula, entonces la mordisqueé, odiando al mismo tiempo
que esta sobresaliera de su cuerpo debido al hambre.

Obligué a alejar el pensamiento y me concentré en los botones de su


vestido, apresurándome a desabotonarnos. Desabroché la mitad cuando no pude
soportarlo más.

Besé la curva superior de su pecho tan pronto como estuvo expuesto. Ella
estaba respirando fuerte y yo estaba perdiendo mi mente. Al demonio el resto de
los botones, tenía que tenerla ahora.
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—Sam, quiero estar dentro de ti —dije, mi boca moviéndose más abajo en


su pecho—. Dime que te parece malditamente bien.
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Gimió de placer. Tomé eso como un sí. Empujé el vestido por encima de sus
muslos, mis dedos se apretaron sobre su piel. Tan pronto como el vestido estuvo
por encima de sus caderas, toqué el borde de sus bragas y supe que estaba en casa.
Deslicé un dedo debajo de la suave seda y tiré, queriéndolas fuera. Pronto.

—¡Qué demonios! ¡No se supone que estéis aquí dentro!

Sam jadeó y me congelé, con mis dedos aún dentro de sus bragas. Una luz
brumosa brilló dentro de la habitación proveniente de la puerta abierta,
iluminándonos. De mala gana, quité mis dedos y bajé su vestido, juntando los
bordes para cubrirla. Me miró con ojos abiertos, ambos llenos tanto de deseo como
de miedo.

Ignoré los sentimientos corriendo en mí y me di la vuelta, mi cuerpo


posicionado frente a Sam para protegerla.

Un enorme tipo de seguridad estaba de pie en la puerta, luciendo cruel y


peligroso. No me importaba. Había mandado de paseo a tipos más grandes que él.
El demonio en mí quería hacerlo pedazos por interrumpir lo que sería mi viaje al
cielo, pero me resistí. Agarré la muñeca de Sam y me encaminé a la puerta. Ella me
siguió mientras nos apresuramos a salir de la habitación, apretujándonos al pasar
el enfadado tipo de seguridad en la puerta.

Emergimos al pasillo de nuevo. Había solo una corta distancia hacia la


puerta marcada con «Salida», pero no podía llegar allí lo suficientemente rápido.
Sam y yo teníamos asuntos sin terminar de los que iba a tener que encargarme.
Dejé que mis dedos tomaran su mano. No era del tipo que sostenía a una chica de la
mano, pero con Sam todas mis reglas salían volando por la ventana. Porque ahora
mismo… justo aquí… ella era mía.

Abrí la puerta de salida y me sorprendió ver una tormenta. La lluvia caía a


ráfagas y truenos retumbaba en el cielo. Hice una pausa en el umbral, con Sam a mi
espalda, y miré fijamente a la lluvia, intentando hacer una estimación de llegar a mi
auto sin empaparnos.

—¡Walker, espera! —dijo Sam, deteniéndome cuando di un paso adelante.

Me volví para mirarla, el deseo arriendo en mi cuerpo cuando sus llenos y


besados labios rogaban por más.

—No puedo hacer esto —susurró.


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Aquí vamos. De vuelta a la línea de inicio. De regreso a ella odiándome y a


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mí siendo un idiota a pesar de lo que quería.

—No tienes opción —dije inexpresivo—. Te irás.


La quería sobre su espalda, extendida para mí, pero más que nada, la quería
a salvo. Si tenía que poner mi deseo en espera para conseguirlo, lo haría.

Sam abrió la boca para discutir, pero no le di la oportunidad. Corrí hacia la


lluvia, mi mano sosteniendo la suya, arrastrándola conmigo.

Ambos estábamos empapados en cuestión de segundos. Mi cabello se


aplastó en mi cabeza y mi camiseta se me pegó al cuerpo. La humedad contra mi
pecho se sentía bien. Era lo más cercano a una ducha fría que podía tener hasta
llegar a casa.

Miré por encima del hombro a Sam y casi me detuve. El vestido se aferraba
a su cuerpo, delineando sus insolentes pechos y el espacio entre sus piernas. Su
delgada cintura era estrecha, el delgado material del vestido colgaba como si su
vida estuviera en juego. Su cabello negro colgaba en húmedas hebras y su pálida
piel sin defectos exhibía cada peca de sus mejillas y su delicada nariz. Hacía que
pareciera una mujer sin hogar luciera sexi. La palabra sexi no le hacía justicia.
«Perfección» no la describía y «hermosa» no parecía apropiado tampoco. Sam era
simplemente todo lo que era bueno en este mundo.

Y otra razón por la que mi alma de corazón negro no debía tocarla.

Hice a un lado la urgencia que recorría mi cuerpo y corrí al otro lado del
estacionamiento, jalándola conmigo. La lluvia caía más fuerte, haciendo el piso
resbaladizo mientras corríamos hacia el auto.

En minutos estuvimos dentro del Duster, escapando del diluvio. Giré la llave
en la entrada y miré a Sam. Estaba mirándome, con la ira reemplazando la
necesidad sexual que había estado allí antes.

—¿Por qué me obligas a irme, Walker? ¿Ahora estás en eso del secuestro?
—gritó en una fuerte y aguda voz.

—Sí —dije, con dureza en mi tono—. Solo intenta pelear conmigo, Sam.
Amaría subyugarte hasta que te sometas.

Sus ojos se ampliaron. Un sonrojo coloreó sus mejillas. Dios, quería ver todo
su cuerpo enrojecido de deseo.
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Tomé la palanca de cambios y apreté la mandíbula, forzándome a


mantenerme frío.
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—¿No te importaría subyugarte, cariño? —pregunté sarcásticamente,
mirándola, queriendo sacarla de quicio y hacer que se enojara conmigo. Quizá
entonces, la desearía más.

Sam se encontró con mis ojos, sin miedo.

—Nunca me someteré a ti, Cole Walker —dijo tercamente—. Pero puedes


hacer el intento.

Maldición.

Tocarla, besarla, había arruinado mi mente y jodido mi cuerpo.

Pero fueron sus palabras las que me sacudieron hasta el interior.

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CAPÍTULO 21
-Sam-
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

Mamá una vez me dijo que a veces el amor te hace hacer cosas
estúpidas. Por supuesto, ella estaba drogada en ese momento y su novio era el
décimo de ese mes, de manera que ¿qué sabía ella? Pero una cosa era segura, había
hecho algo estúpido esta noche. Dejé que Walker me besara de nuevo.

Pero no fue lo único que había hecho. Lo había dejado tocarme. Poner sus
dedos cerca de mí. Pero más importante aún, había dejado mi corazón abierto
apenas una fracción, dejando entrar al hombre que pensaba que odiaba.

Esa podría haber sido la cosa más estúpida que había hecho, pero mamá
estaba equivocada, el amor no me había obligado a hacerlo. La estúpida lujuria lo
había hecho.

Para el momento en que la mano de Walker se deslizó debajo de mi vestido,


sabía lo que yo quería. Fue un error e iba en contra de todo en lo que creía, pero
había algo sobre Walker que me atraía. Tal vez eran las palabras que me había
dicho, confesando que me quería a mí, o tal vez era la sensación que corría sobre
mí cuando él estaba cerca. No sé, pero sabía que había hecho un salto a un
territorio desconocido.

Me dije que Walker no era más que pura destrucción. Él podría destruir con
solo un toque. Una mirada. Una palabra. Él Estaba demasiado arruinado, su pasado
demasiado contaminado, nuestra amistad demasiado arruinada para alguna vez
volver a confiar en él. Pero ahí estaba yo, sentada en su coche y dejando que me
llevara a casa.
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Un hormigueo me recorrió cuando él accidentalmente rozó mi pierna,


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haciendo el cambio cuando doblamos una esquina. Su toque hizo que mi corazón
saltara y mi frente se surcara. Me disgustaba, pero me gusta su toque. Quería estar
cerca de él, pero tenía que mantener mi distancia. Pensaba de él que era un
gilipollas y él probablemente pensaba que yo era una perra, pero por alguna razón,
nos queríamos el uno al otro.

No tenía sentido.

En segundos fuimos a toda velocidad por la carretera, la lluvia golpeaba el


parabrisas con más fuerza. Un trueno resonó cerca de nosotros y un rayo cayó,
iluminando la cabina del vehículo. El rugido del motor era poderoso y fuerte. El
sonido de los neumáticos en la carretera llenaba el silencio.

Miré a Walker. Estaba mirando a la carretera y su cuerpo estaba


relajado. Tenía una mano en el volante y la otra en la palanca de cambios. El
cabello negro le caía sobre la frente en hebras húmedas, cayendo sobre sus ojos y
haciendo que gotas de agua corrieran por las sienes. Respiré fuerte cuando se
volvió a mirarme, bajando la mirada a mis labios. Se quedó viéndome durante unos
pocos segundos antes de regresar su atención a la carretera.

Metí mi pelo mojado detrás de mi oreja y miré de nuevo hacia delante,


avergonzada que me atrapara mirándolo. Parecía que solamente Walker podría
hacerme sentir cosas que nunca había sentido antes: ira, esperanza, odio, y
deseo. Siempre deseo. Estaban todos mezclados, convirtiéndose en un revoltijo de
emociones y antojos.

Me moví, presionando mis piernas juntas. La tela del asiento se sentía


caliente contra mis piernas desnudas y mi vestido húmedo se apegaba a mi
cuerpo. La combinación era sensual, pero me dolía algo más dentro y fuera de mí.

Él.

La necesidad era física. Algo que quería satisfacer a la mayor brevedad


posible. Era carnal y, oh, tan equívoca pero estaba ahí, revoloteando en la esquina y
persistiendo en el aire entre nosotros. Temía que nunca se fuera. No hasta que
cruzamos esa línea y consiguiéramos lo que queríamos. Tal vez era hora que lo
hiciéramos y siguiéramos adelante.

Estábamos casi en casa, en una zona desierta de la ciudad, cuando no podía


soportarlo más. Tenía que decir algo.

—Walker, lo que hicimos allí... —me detuve, mi voz temblorosa. Mis nervios
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se crisparon.
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—¿Qué sucede? —preguntó, con su voz ronca.

—Fue un error —dije en voz baja.


—¿Y? —preguntó con un tono mordaz, cambiando el engranaje a tercera
con un tirón enfadado de su mano.

—Y quiero más.

Él no dijo nada. Contuve la respiración, casi con miedo por su reacción.

—Maldita sea —susurró, pasando una mano a lo largo de su nuca.

No sabía qué decir, pero tenía que decir algo.

—Escucha, creo que tenemos que…

Giró el volante con un tirón rápido. El coche voló hacia un estacionamiento


vacío, cruzando un carril, los neumáticos chirriaron en protesta por la velocidad.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté con sorpresa, sosteniéndome a la


manija de la puerta.

Walker no respondió. Solo pisó el acelerador. El coche ingresó al


estacionamiento y rebotó a gran velocidad. Me agarré de la puerta y me sostuve a
ella cuando nos apresuramos, en dirección a la parte trasera de un edificio
abandonado. Él se desvió en el último minuto y el auto derrapó. Cuando se detuvo
de golpe en una parada, estábamos escondidos detrás del edificio. Walker puso el
auto en punto muerto y apagó el motor, mirando por encima de mí.

—¿Qué demonios, Walker?, —grité—. ¿Estás tratando de matarnos?

Sus ojos tenían un crudo deseo en ellos, por lo que mi mundo estalló en
llamas.

—Me voy a odiar a mí mismo por la mañana, Sam. Y tú me odiarás aún más
—dijo con voz áspera.

Empecé a preguntarle qué quería decir cuando él se acercó y me tomó, su


brazo estaba debajo de mis piernas. Grité, sintiendo su piel desnuda contra mis
muslos. La sensación fue explosiva.

Con poco esfuerzo, Walker me sentó en su regazo, posicionándome de


manera que quedé sentada a horcajadas. Mis bragas tocaban su entrepierna, era
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suavidad contra rugosidad. Una sensación que envió ondas de choque en mí.
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—Perdóname, Bent, donde quiera que estés —susurró, su mirada viajando


por mi cuerpo.
Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, él pasó los dedos por mi
pelo y de un tirón bajó mi cabeza, su boca yendo a la mía. Esta vez no había
dulzura. Ni ternura. Él tomaba y yo se lo daba.

Su lengua se metió en mi boca, exigiendo que la dejara entrar. Sus dedos


dejaron mi pelo, viajando por la parte de atrás de mi cuello. Con la otra mano,
agarró mi vestido, desabrochando los botones más rápido de lo que podía imaginar
que fuera posible. Tan pronto como mi vestido fue deshecho, se olvidó de él,
dejándolo colgar por mis hombros. Profundizó el beso, llevando mi lengua a su
boca. Al mismo tiempo, él empujó mi sujetador, exponiendo mis pechos. Un
profundo gruñido surgió de él cuando ahuecó uno, ajustándolo en la palma de su
mano.

Agarré sus hombros y traté de no saltar cuando apretó suavemente mi


pecho. Pero cuando el pulgar corrió sobre el pezón, me quedé sin aliento y agarré
puñados de su camisa, tirando mi boca a la suya. El ritmo de pulgar era rudo,
haciendo que mi pezón se frunciera y se apretara al máximo. Siguió haciéndolo de
nuevo, volviéndome loca. Un gemido harapiento se me escapó. Necesitaba
detenerlo. Incluso si me mataba.

Agarré su muñeca, respirando con dificultad.

—No, Walker —susurré, mis labios cerca de los suyos.

Él gimió en desaprobación, pero dejó caer la mano a mi cintura de todos


modos.

—Nunca nadie me dice «No», Sam. ¿Por qué debería escucharte? —


preguntó, empujando mi pelo a un lado para lamer y mordisquear mi cuello.

—Porque tengo miedo —admití en un susurro, cerrando los ojos mientras


su boca viajaba hacia abajo, besando la parte superior de cada uno de mis pechos.

—No te haré daño —dijo, sus palabras retumbaron contra mi piel—. A


menos que quieras que lo haga.

Aspiré una bocanada de aire, sus palabras tenían tanto efecto en mí como su
boca. Agarrando su cuello, tiré de su cabeza hacia atrás, capturando su boca de
nuevo. Él gimió cuando deslicé mi lengua entre sus labios, degustándolo.
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Sintiéndome poderosa, moví mis caderas, lo suficiente para volverlo loco. Él


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me agarró por la cintura con fuerza, tratando de mantenerme quieta. Cuando me


negué a ser detenida, me dejó ir, pasando sus manos por mi caja torácica para
sostener mis pechos otra vez.
Temblé cuando él tiró mis pezones, rodándolos para luego tirar de ellos
ligeramente. Me retorcí en su regazo, ganándome una advertencia que me
mantuviera quieta. Cuando no lo hice, me agarró el muslo y lo apretó, sus dedos
acercándose a mis bragas. Me moví de nuevo contra su entrepierna y lo volví
frenético, llevando sus dedos bajo el elástico. Agarré su muñeca, impidiéndole ir
más allá.

—No estoy... no estoy segura —le susurré en una exhalación.

—Está bien —dijo Walker con voz ronca, retirando su mano de mi ropa
interior—. ¿Qué tal si te haces cargo? Haz lo que quieras hacer. No pasará nada, a
menos que lo desees.

Mordí mi labio entre mis dientes, insegura.

—¿Puedo yo tocarte a ti?

Un sonido de necesidad cruda escapó de Walker mientras llevó mi cabeza


contra la suya.

—Dios, Sam, puedes hacerme lo que se te dé la gana —dijo antes de


capturar de nuevo mi boca.

Me fundí mientras pasaba la lengua por mi labio inferior. Sintiéndome


valiente, puse mis dedos sobre la dureza oculta debajo de sus pantalones vaqueros,
muy cerca de mi ropa interior.

Walker respiró rápido y alejó sus labios de los míos.

—Desabróchamelos —dijo, con la voz ronca y fuerte.

Poco a poco empecé a desabrochar sus pantalones. El volante estaba


aplastándose en mi espalda y la palanca de cambios estaba presionándose
dolorosamente contra mi rodilla, pero no me importaba. Quería tocarlo.

Su cremallera estaba desabrochada hasta la mitad cuando me detuve,


vacilando sobre lo que estaba a punto de hacer. Walker empujó mi pelo detrás de
mi hombro y se inclinó para besarme el cuello, mordisqueando mi piel.
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—Sigue adelante —susurró, enviando un hormigueo a lo largo de mi espina


dorsal.
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Bajé el resto de la cremallera, tomándome mi tiempo. Su polla rozó mi


mano, buscando mi toque. Mis ojos se abrieron de golpe pero sus labios
encontraron los míos de nuevo, esta vez más feroz. Su lengua allanó mi boca
mientras se agachaba y sacaba sus pantalones de sus piernas. Cuando estuvieron
los suficientemente bajos, su dureza se liberó.

Agarró mi mano y envolvió los dedos alrededor de esta.

—He soñado con esto —graznó mientras yo envolvía mi mano alrededor de


su longitud—. Tu mano envuelta a mí alrededor. Un jodido sueño hecho realidad.

Se sentía suave en mi mano, como seda cubriendo dureza. Miré hacia abajo,
curiosa. Entre nosotros estaba su virilidad, pidiendo atención. Viéndose poderosa y
lista. Tragué saliva. Era demasiado grande y larga. No había manera de que...

Walker envolvió su mano alrededor de la mía y comenzó a moverla hacia


arriba y abajo.

—Justo así —susurró.

Hice lo que dijo, lento al principio.

—No pares —dijo, sus dedos apretando mi muslo—. Nunca te detengas.

No lo hice. Empecé a mover mi mano más rápido, al ver el efecto que tenía
sobre él. Su cabeza cayó hacia atrás contra el reposacabezas e inhaló bruscamente,
los músculos de su abdomen se apretaron. Agarró mis caderas mientras aceleré el
ritmo, sus dedos clavándose dolorosamente en mi carne. Tendría moretones
mañana, pero no importaba. Sus caderas se levantaron, encontrándose con mi
mano mientras la movía de arriba y abajo.

—Dios, Sam —susurró, cerrando los ojos por las sensaciones.

Moví mi mano más rápido, mi propio cuerpo reaccionando por su placer.

De pronto, los ojos de Walker se abrieron de golpe, llenos de lujuria


incontrolable.

—¿Alguna vez le has hecho una mamada a un chico? —preguntó, su voz sin
aliento y sus ojos en mí.

Me congelé, mi mano se detuvo.


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—No —respondí, sintiéndome emocionada y aterrorizada al mismo tiempo.


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Walker echó un vistazo a mi anillo de labio, su mirada era ardiente.


—He estado imaginando esos labios alrededor de mi polla durante
meses. Quiero sentir ese anillo, moviéndose arriba y abajo. Tu húmeda boca
chupándome hasta secarme.

Sus palabras me prendieron fuego mientras su dureza palpitaba en mi


mano, pidiendo más atención. Él me miró, esperando mi respuesta. Cuando no se la
di, me besó de nuevo, esta vez con ternura. Solo hizo que quisiera más.

—Pero no tienes que hacer nada, Sam —dijo, arrastrando la boca a lo largo
de mi mandíbula—. He muerto e ido al maldito cielo ya, al besarte.

Mi corazón latió con más fuerza.

—Dime qué hacer —dije, sintiéndome mareada con anticipación—. Quiero


probarte.

Él gimió.

—¿Segura?

Asentí con la cabeza, mi mano todavía envuelta alrededor de él.

—Échate sobre el asiento.

Me arrastré hacia atrás en el asiento del pasajero e incliné la parte superior


de mi cuerpo hacia él, poniendo las manos en su muslo para prepararme. Mi
estómago se presionó contra la palanca de cambios, pinchándome. Me desplacé,
encontrando una posición más cómoda, luego bajé la mirada a su hombría y me
congelé, incierta.

Walker extendió la mano y enredó sus dedos en mi pelo, agarrando la parte


de atrás de mi cuello.

—Pon tu boca sobre mí. Lámeme. Llévame hasta el fondo de tu garganta. No


me importa. Solo quiero tus labios alrededor de mi polla.

La incertidumbre me hizo dudar. La curiosidad me hizo bajar mi boca. Me


lamí el labio inferior lentamente antes de tocar la punta con mi lengua.

Walker inhaló profundamente y su cuerpo se tensó. Me detuve y lo miré.


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—Lo siento —dijo, su mano agarrando mi cabello más fuerte—. Se siente


tan jodidamente bien.
Una ráfaga de poder se disparó en mí. Bajé más la cabeza, deslizando mi
boca en él. Gimió y retorció mechones de mi pelo en su puño.

—Eso es. Tómame más profundo.

Tomé más de él en mi boca, resistiendo la tentación de echarme hacia atrás


cuando era demasiado.

—Joder —dijo entre dientes, cerrando el puño en mi pelo.

Empecé a mover mi boca arriba y abajo, imitando lo que había hecho con mi
mano. Él comenzó a respirar más pesado.

—Usa tu lengua —exigió.

Me aparté un poco y saqué mi lengua, girándola alrededor de su cabeza.

—Dios, cariño —rechinó—. Tu boca está tan jodidamente mojada. Quiero


venirme dentro ahora. Estoy condenadamente tan cerca.

Él apretó su agarre en mi pelo e instó a mi boca a meterlo más


profundo. Cuando lo hice, él respiró rápido y empujó sus caderas hacia arriba, su
longitud golpeando la parte posterior de mi garganta. Me dio arcadas pero él
sostuvo mi cabeza, manteniéndome sobre él. Justo cuando pensaba que no podía
tomar más, abruptamente me alejó.

Mi cuerpo ronroneó, vencido por llamas de fuego. Me lamí el labio inferior,


amando su sabor en mi boca. Me miró con un ansia tan potente, tan salvaje, que
quería gritar de necesidad.

—Ven aquí —dijo con dureza, sus ojos oscuros de deseo.

Me arrastré de nuevo a su regazo, mi cuerpo en llamas. Tan pronto como


estuve lo suficientemente cerca le di un beso, mi boca descendiendo sobre la
suya. Esta vez era yo quien se hacía cargo. La que marcaba el ritmo. Sostuve su
cabeza en mis manos, sintiendo la textura áspera de la sombra de su barba sobre
mis dedos. Mi lengua salió, lamiendo su labio inferior, dejando el sabor de él en su
boca.
188

Él gimió mi nombre, sonando desesperado. Alejé el miedo y la


incertidumbre y tomé su mano, colocándola en mi pecho por debajo de mi vestido
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abierto.

—¿Estás segura? —preguntó contra mis labios.


Asentí con la cabeza.

Empezó lento, acariciando mis pechos. Sintiendo cada pulgada de


ellos. Entonces la lentitud se convertido en algo más desesperado. Agarró mi
pezón, pellizcando y tirando hasta que me tuvo retorciéndome en su regazo. Su
erección se frotó contra mi ropa interior, buscando la entrada. Sacudí mi caderas,
con la necesidad de moverme abrumándome.

Walker se rió entre dientes contra mis labios.

—Aguanta, dulzura. Llegaremos a eso, créeme. Pero primero, mis dedos se


mueren por hacer que te corras.

Un rubor corrió por mi piel, calentando cada centímetro de mí. Di una


respiración entrecortada cuando empujó mis bragas a un lado, sus dedos cavando
debajo del material sedoso.

—¿Alguien te ha tocado aquí antes? —preguntó mientras su dedo se


deslizaba sobre mí.

Di un grito ahogado y elevé más las rodillas, su pregunta en el


olvido. Aprovechó la posición y deslizó su dedo entre mis pliegues, acariciándome.

—Respóndeme, Sam —exigió—. Dime si alguna vez has hecho esto antes.

—Una vez —me las arreglé para decir—. Solo una vez.

—Sea quien sea, lo mataré —susurró Walker con dureza. Su dedo se deslizó
dentro de mí, deslizándolo profundo. Tiré mi cabeza hacia atrás y gemí sintiendo
una subida desesperada en mí.

—Nadie te toca de nuevo. ¿De acuerdo? —dijo con voz áspera, su boca
yendo a mi cuello.

Asentí y me mordí el labio, sintiendo el calor recorriéndome. Él podía decir


li que sea en este momento y yo estaría de acuerdo, siempre y cuando no se
detuviera.

—Bien —dijo con voz áspera, su dedo moviéndose más rápido.


189

Me moví mientras una necesidad frenética creció en mí. Comenzó en el


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fondo de mi núcleo y se extendió hacia el exterior, envolviéndome en un lío


hormigueante. Él pasó un brazo alrededor de mi cintura y me arrastró más cerca,
recapturando mi boca. Me chupó con su lengua mientras añadía un segundo dedo
en mí, causando estragos en mi cuerpo. Él los deslizó dentro y fuera, extendiendo
mi humedad y haciendo que las paredes de mi cuerpo se apretaran. Me estaba
volviendo loca. Necesitaba moverme y empujar en su contra. Dar rienda suelta a la
construcción de mí tormento.

No se detuvo ni siquiera cuando grité. Metió los dedos cada vez más
profundo, más duro a cada momento. Agarré su camisa, sintiendo algo dentro de
mí entrar en erupción. Cuando sus dedos comenzaron a moverse más rápido, me
rompí, incapaz de respirar.

—Nadie más que yo —retumbó contra mis labios, sosteniéndome mientras


cabalgaba las olas de un orgasmo.

Después de un minuto, regresé a la tierra. Temblores atormentaron mi


cuerpo, los efectos posteriores aún permaneciendo.

Walker besó la comisura de mi boca, retirando los dedos de mí. Agarró mis
caderas, dejando rastros de humedad.

—Levanta —instruyó, con la voz cargada de emoción.

Hice lo que me dijo, poniéndome de rodillas. El volante estaba en mi


espalda, hurgando en mis costillas. La tormenta aumentó y cayó a nuestro
alrededor, pero dentro del coche éramos apenas nosotros. Haciendo algo que
habíamos jurado no volver a hacer.

Enamorarnos del otro.

Él levantó sus caderas para sacar su cartera de sus vaqueros. Abriéndola,


sacó algo. Oí la envoltura de un condón siendo rasgada un segundo antes de
colocárselo. Mis ojos se agrandaron, imaginándolo dentro de mí.

Con el condón en su lugar, tomó la parte de atrás de mi cuello y me llevó


hacia él para besarme.

Su boca era suave, cuidadosa. A diferencia de cualquier cosa que pensaba


que Walker podría ser. Mientras su boca me hacía caer incluso más profundo bajo
su hechizo, él tomó su dureza y la frotó contra mí, alejando mis bragas.

—¿Alguna vez tuviste a un chico dentro de ti? —preguntó en la noche con


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voz ronca.
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Sacudí la cabeza con un no, temblando ante la sensación de él en mi entrada.

—Entonces vamos a hacer esto en tus términos. Dime cuándo —dijo.


Estaba asustada, preguntándome quién era esta chica que estaba encima de
Walker. No dormía por ahí y daba mamadas al azar. Nunca había estado con un
hombre antes excepto por el ocasional tonteo. Había visto lo que el sexo podría
hacer con una mujer y no era bonito.

Pero con Walker se sentía bien.

—Estoy lista —le dije en un susurro.

Walker agarró mis caderas, sus dedos clavándose en mi carne, frenéticos


por conseguir lo que quería. Castigando a cualquiera que se interpusiera en su
camino. Su boca cubrió nuevamente la mía, su lengua cayendo en el interior. Él era
áspero, conquistando todo de mí. Sentí su polla en mi apertura. En un primer
momento solo se frotó contra mí entonces empujó dentro.

Y justo así, la realidad se desplomó.

Me paralicé, mi mano fue a su pecho, deteniéndolo. Nunca había tenido


relaciones sexuales antes. Ahora aquí estaba, cabalgando a Walker en un coche. Él
dentro de mí.

—¿Qué pasa? —preguntó, su cuerpo palpitando contra el mío.

—Yo... yo no creo que pueda hacer esto —dije. Él era demasiado grande. Yo
era demasiado pequeña. La invasión, su tamaño me asustaba.

Walker se quedó inmóvil. La forzada restricción haciendo que su cuerpo se


pusiera rígido. Respiraba pesadamente, llevando el aire a sus pulmones. Sus dedos
se cerraron en mis caderas dolorosamente. Hice una mueca, temiéndole en ese
segundo. No al hombre que era, sino a la bestia que sabía que podía ser.

—No te muevas —susurró, su polla todavía enterrada una pulgada o dos


dentro de mi cuerpo. Un «maldición» se le escapó un segundo antes de que tirara
mi cabeza hacia abajo, buscando mi boca. Tenía los labios hinchados y lastimados
pero su beso no fue brutal. Fue perfecto, tocando cada centímetro de mis labios con
cuidado. Expresando lo que los dos estábamos aterrorizados, nuestros
sentimientos por el otro.

—Podría venirme en este momento —dijo—. A mitad de camino podríamos


191

venirnos, estás tan condenadamente caliente y apretada a mi alrededor.


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El calor subió por mi cuerpo. Gemí, parte de mí queriendo hundirme en él,


pero él no hizo nada más.
—Pero tienes razón, Sam. No debemos hacer esto. No quiero tomar tu
virginidad esta noche. No en mi coche y no así. —Sus labios se movieron a mi oído,
con las manos manteniéndome prisionera—. Pero cuando lo hagamos, te follaré
duro y rápido, corriéndote una y otra vez. No habrá vuelta atrás, Sam. Una vez que
tenga tu cuerpo, seremos tú y yo. Nosotros. Acoatúmbrate a como suena.

Él me levantó, su cuerpo alejándose del mío. Con movimientos rápidos, se


quitó el condón y se colocó de nuevo sus pantalones vaqueros. Me hundí en el
asiento del pasajero, sintiéndome nerviosa y avergonzada. Empecé a abotonar los
botones de mi vestido. Mis dedos temblaban y se sentían como apéndices inútiles,
incapaces de empujar un botón pequeño a un agujero.

Para el momento en que tuve mi vestido puesto de nuevo y mi cabello


alisado, una línea dura y firme se estableció en la mandíbula de Walker. Tensión se
apoderó de su cuerpo y alrededor de sus ojos. Giró la llave en la ignición de un
tirón, con movimientos cortos. Tragué el repentino nudo en mi garganta. No
conocía muy bien a los hombres, pero si los visitantes de mamá contaban, a ellos
no les gustaba ser burlados y dejados de lado.

Y yo le había hecho lo mismo a Walker.

Un relámpago sonó en algún lugar cercano. A la luz, Walker parecía grande


y peligroso. Agarraba el volante con fuerza, viéndose como si estuviera tratando de
calmarse. Recordé todas las veces que había visto a mamá con los ojos negros o con
moretones oscuros después de que ella le hubiera dicho «no» a un hombre. Se
reproducían en mi mente, persiguiéndome.

—Lo siento, Walker —dije—. No debí hacerlo. Es solo que... me dio miedo
y…

Walker se volvió hacia mí, sus ojos sombríos.

—No te disculpes, Sam. Nunca te disculpes por mí. No me lo merezco.

Hice una mueca.

—Es que a mamá le han dado algunos moretones por cambiar de opinión,
así que sé lo malo que es llevar a un chico tan lejos y decir después no.
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—Jesús, Sam. En realidad piensas...


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Walker cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, me dio una mirada
adolorida.
—Sam, no somos como tu madre y esos hombres. No golpeo chicas y tú... tú
eres perfecta. —Se pasó la mano por la cara luego respiró hondo, mirándome—
. Escucha, Sam, he hecho algunas cosas malas en mi vida, pero tú nunca serás una
de ellas. Nunca te haré daño. Diablos, preferiría tu odio a que creas que te haría
daño.

Se inclinó sobre la palanca de cambios y besó mis labios, tan suavemente


que sentí un tirón en mi corazón.

En el exterior, la lluvia caía fuertemente sobre el coche, empañando las


ventanas y manteniéndonos ocultos, pero el interior la verdad me golpeó. Walker
todavía era destrucción en un paquete perfecto.

Pero esa destrucción acababa de volverse más tentadora.

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CAPÍTULO 22
-Walker-
Traducido SOS por Nanami27
Corregido por Pily

¿Qué demonios acababa de pasar? Hace minutos Sam iba a darme la


montada de mi vida. Ahora estaba aquí, con las bolas azules y llevándola a su casa,
con la madre de todas las erecciones, maldiciéndome y llamándome un tonto todo
el tiempo.

Tenía mi pene a medio camino dentro de ella cuando se arrepintió,


enloqueciéndome. Había estado en el cielo. En el puro y jodido cielo. Estaba tan
malditamente húmeda y apretada que podría haberme venido sin esfuerzo
absoluto. No sé qué había sido mejor, mi pene dentro de ella o sus labios
envolviéndome. Viéndola agachada, con su largo cabello negro acariciando mis
muslos y bolas, me obligaba a acercarme y terminar lo que empezamos. Nunca
pensé que viviría para ver el día cuando Samantha Ross pusiera su dulce boca en
mí y luego me dejara poner mi pene dentro de ella.

Apreté el volante con más fuerza. Mierda, había perdido mi mente. El


alcohol finalmente había destruido lo último de mis neuronas. Casi había tomado la
virginidad de la hermana menor de mi mejor amigo. Mierda.

Eché un vistazo a Sam cuando pasamos bajo una farola. Estaba mirando
fuera de la ventada salpicada de lluvia, evitando mirarme.

—¿Estás llevándome a casa? —preguntó, aún viendo fuera de la ventana


cuando giré en la esquina.

—Sí —dije, haciendo una mueca. La chica casi me había dado su virginidad y
aquí estaba yo, el señor “gran” hablador.
194
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Me dirigí hacia mi viejo vecindario. Las luces delanteras de mi auto


iluminaban más allá de la lluvia, realzando la agrietada y destrozada acera. En un
día normal, el lugar parecía un basurero. Los desperdicios llenaba las calles y los
baches eran tan grandes como los neumáticos tirados en la calle. La municipalidad
había construido una sección de la calle hace meses, pero la habían dejado sin
terminar debido a que una redada por un laboratorio de metanfetaminas había ido
mal. Una balacera se produjo en frente de la construcción, dejando a un oficial de
policía y cuatro traficantes de drogas en el suelo. La municipalidad culpó a la
policía por no limpiar la escena del crimen para que el equipo de construcción
pudiera terminar el trabajo.

El policía de turno culpó a la municipalidad por surgir con excusas para no


aventurarse a la peor área de la ciudad. Yo simplemente creía que todos querían
olvidarnos. Actuaban como si no existiéramos. Parecía que sus tan proclamados
ciudadanos correctos hacían un buen trabajo en ignorarnos.

Giré por la calle de Sam e hice una mueca. El lugar se veía peor con la lluvia.
El remolque desmoronado parecía hechizado en la noche. Autos destrozados o
viejos estaban aparcados a lo largo de las calles o en los jardines fangosos. Un par
se situaban bajo puertos de automóviles o en caminos libres de pasto, pero esos
eran contados.

No había planeado traer a Sam a casa. Mi plan era llevarla a mi casa.


Mantenerla a salvo allí. Pero después de lo que casi había pasado entre nosotros,
decidí que su casa era el lugar más seguro para ella. Para mí. Solo me quedaría en
su sillón, vigilándola desde allí.

A medio camino de su calle, reduje la velocidad. La casa de mi papá estaba a


la izquierda. Estaba oscura, sin ninguna luz encendida. Su viejo camión blanco
estaba aparcado en el camino de entrada, luciendo tan prístino en la lluvia como lo
recordaba.

A través de la lluvia, pude decir que había estado trabajando en el jardín. El


pasto estaba cortado y la maleza quitada. Lo imaginé allí durante el día, con azadón
en mano. Un vaso de whisky o vodka en la otra.

—Lo veo de vez en cuando.

Miré hacia Sam, sorprendido de que estuviera hablándome. Por alguna


razón, pensé que me daría el tratamiento del silencio. Gracias a Dios estaba
equivocado.

La curiosa y pacífica mirada estaba de nuevo en sus ojos. Su cabello ya no


195

estaba desaliñado, toda evidencia de mis dedos había desaparecido. Las ondas
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caían por su hombro y bajo su pecho, acariciando los pezones que dolía por tener
de nuevo en mi boca. Y sus piernas… quería recorrerlas con mis manos y abrirlas
de par en par. Dejar mis dedos encontrar su coño, ahondando en su humedad.
Me aclaré la garganta y cambié de posición, dándole a mi pene algo de
necesitado espacio para respirar.

—No he visto a mi papá desde que me mudé —dije, complaciendo a Sam en


una pequeña conversación. No era mucho, pero por Sam, hablaría.

—¿Y, no le importó que te fueras y nunca regresaras? —preguntó, yendo


directa al punto.

Me encogí de hombros.

—Realmente no me importa lo que piense. El hombre sacó a golpes


cualquier preocupación que tuviera por él, hace mucho tiempo.

Miré por la lluvia, hacia el remolque de Sam más adelante. Podía ver el auto
de su mamá aparcado en la entrada, un trasto viejo que había manejado por tanto
tiempo como podía recordar. Una luz estaba encendida en la sala y la luz del
porche frontal parpadeó hasta apagarse. Era una triste y pobre excusa de casa.

Detuve el auto frente a su casa y apagué el motor. Con un profundo suspiro,


saqué las llaves de la ignición y lancé mis ojos a Sam, frunciendo el ceño.

—¿Por qué todas esas preguntas, Sam? Sabes por el infierno que ese
hombre me hizo pasar.

—Aun así es tu padre.

Resoplé.

—No es mi padre. Es un perdedor. Un monstruo. Alguien que ama una


botella más que cualquier persona con vida. —Mierda. Tan pronto como las
palabras salieron de mi boca, las lamenté. Acaba de describirme a mí a la
perfección. Eso me dejó frío.

En el rostro de Sam se reflejó arrepentimiento.

—Walker, nunca debería haberte llamado así años atrás —dijo, refiriéndose
a la noche en que éramos adolescentes, cuando casi golpeé hombre hasta la muerte
por atacarla.
196

Me volví en el asiento para enfrentarla, deseando que estuviera de nuevo en


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mi regazo.

—Tuviste el derecho de hacerlo, Sam, pero no lo siento. Derribaría a ese


tipo de nuevo por lastimarte. Y seguro como el infierno que te besaría de nuevo. La
verdad es tal vez me arrestaron esa noche, pero fue la mejor jodida noche de mi
vida. Hasta ahora.

Sam aspiró una bocanada de aire. Quería estirarme sobre el asiento y


agarrarla. Obligarla que me montara a horcajadas de nuevo. Pero no lo hice. Me
quedé quieto, la verdad golpeándome. No era lo suficientemente bueno para ella.
Nunca lo sería. No tenía nada que ofrecer. No un futuro, porque no tenía uno. No le
ofrecería amor, porque nunca lo conocería. Ni lujuria, porque era peligroso para
alguien tan inocente como ella. La única cosa que tenía para ofrecer era mi alma y
estaba negra.

Quitando mis ojos de Sam, abrí mi puerta de golpe. Un segundo después,


estaba en la lluvia, empapado hasta la médula. Mi camiseta estaba pegada al
cuerpo, dejando al mundo ver lo que ocho horas de alzar un martillo le hacía a los
músculos.

Miré por sobre la parte superior de mi auto. Sam estaba de pie al otro lado,
empapada. La lluvia le había pegado el cabello a su cabeza y mechones se metían
sus ojos.

Rodeé el extremo frontal de mi auto, con zancadas decididas, mis botas


salpicando el agua. Era un cabrón. Tenía que recordarlo. Sam me había dicho eso
una vez y así lo había hecho mucha gente, incluido mi papá. ¿Y qué hacían los
cabrones? Tomaban. Usaban. Abusaban y se iban.

Era hora de reavivar mi reputación.

La agarré de la mano y me dirigí al remolque, caminando con propósito. Una


vez entramos, la calidez y humedad nos recibió, siendo no mucho mejor que
afuera. El piso debajo de mí se quejó bajo mis pesadas botas, la madera era hueca y
acolchada mientras caminaba dentro de la casa. El trabajador de construcción en
mí se preguntó cuán podridas estaban las tablas. Cuánto tiempo tenían antes de
que cedieran completamente.

Sam y su familia habían vivido en los escombros desde siempre. Yo lo había


hecho también la mayor parte de mi vida. Debería estar acostumbrado a ver el
penoso estado de sus condiciones de vida, pero aún me cabreaba, incluso después
de todo este tiempo.
197

El olor a humo de cigarrillo me tentó, recordándome a mi propia lucha con


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la nicotina. Casi podía saborear el cigarrillo en mis labios y sentirlo en mis


pulmones mientras tomaba una gran bocanada de aire.
En algún lugar en la parte posterior de la casa, sonaba una radio con una
canción lenta y triste. Miré hacia la oscura cocina, viendo una mesa de cocina
destartalada, un lado de esta siendo sostenida por una caja. Dos sillas estaban
colocadas, recordándome cuando hacíamos la tarea con Bent en esa mesa,
intentando ignorar a su hermanita.

—¿Walker?

Me di la vuelta, enfrentando a Sam en la oscura entrada.

—¿Sí?

Se mordió el labio, jugando con su aro. Hice mi mejor jodido esfuerzo para
mantener mis ojos centrados en los suyos.

—Eh, te puedes ir ahora —dijo, mirándome como si hubiera perdido la


mente. Supongo que lo había hecho, porque no quería apartar mis ojos de ella.

—Me quedaré —dije, con mi voz áspera, no dando lugar a argumentos.

Encendió una luz, iluminando el área con un suave brillo. Mi mirada vagó
por su cuerpo, absorbiendo la vista de su vestido pegándosele al cuerpo en todos
los lugares correctos. Una lenta sonrisa se extendió por mi rostro, la parte idiota de
mí amando poder ver el delineado de sus fruncidos pezones.

—Eres incorregible —dijo, cruzándose los brazos sobre el pecho.

—Alguien tiene que serlo —repliqué, mi mirada cayendo a sus pechos.

—Y tu ego demasiado grande —interpeló en respuesta.

Mi sonrisa creció.

—Dímelo tú. ¿Qué tan grande lo tengo?

Le tomó un minuto completo recuperarse, tiempo que disfruté mirándola


un poco más.

—Sabes que mi madre está en casa —dijo, levantando una ceja y asintiendo
hacia el pasillo, ignorando mi pregunta.
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Me incliné hacia ella, mi boca cerca de su oído.

—Lo sé. Dormiré en el sillón. ¿Qué pensabas? ¿Que te follaría sin sentido
con tu madre en la misma casa? Vaya, Sam.
Su cabello le hizo cosquillas a mi boca y nariz, invadiéndome de deseo. Me
aparté, mi sonrisa creció cuando vi la conmoción en su rostro. Sus mejillas estaban
rosadas y parecía estar conteniendo el aliento. Era tiempo de hacerla volver a la
vida un poco.

Me encogí de hombros, despreocupadamente.

—Pero podría escabullirme a tu habitación, después que tu mamá vaya a


dormir. Solo di la palabra y estaré ahí. Justo entre tus piernas, cariño.

Sam dejó escapar el aliento que había estado conteniendo. Vi su espalda


tensarse y el rosado en sus mejillas volverse rojo.

Dios. Disfrutaba este pequeño juego que estábamos jugando. La parte


demente de mí quería ponerla incómoda. Hacerle correr y ocultarse. Yo era el lobo
grande y malo, y ella era poderosamente sabrosa. Pero olvidé con quién estaba
lidiando. Sam Ross podía jugar sucio también.

—Bueno, supongo que no te importaría —dijo Sam, levantando su barbilla


con desafío—. No es como que fueras el primer hombre durmiendo en mi cama. Y
definitivamente no serás el último en intentar meterse entre mis piernas.

¡Desgraciada! Sus palabras me echaron hacia atrás sobre mis talones. La


idea de ella con otro tipo hacía hervir mi sangre. El monstruo en mí gruñó. Sabía
que era virgen, pero si alguien se metió en su cama o hizo un intento de tocarla, lo
partiría en dos. Y pensar en ella con alguien en el futuro… eso jodía mi mente en
una manera que no quería reconocer.

Observé con rabia mientras me daba una sonrisa dulce y se alejaba, su


apretado y pequeño trasero balanceándose. Unos minutos después, aún estaba de
pie en el mismo lugar, intentando controlar mis celos, cuando oí el agua correr.
Cristo, estaba en la ducha. Mis latidos se aceleraron, la rabia dejándome. Solo
pensar en el agua corriendo por su cuerpo me hizo sudar. Froté una mano por mi
rostro y miré alrededor, desesperado por algo que quitara mi mente de Sam.

Una bebida. Eso es lo que necesitaba. El cielo sabe que su mamá tenía
muchas bebidas alcohólicas por aquí. Eso calmaría mi culo.

Me dirigí a la cocina, con la boca ya haciéndose agua, cuando una sofocante


199

voz me detuvo.
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—Bueno, hola, Cole Walker.


Me volví lentamente, encontrando a la mamá de Sam de pie en el oscuro
pasillo. Estaba usando alguna clase de camisón de encaje, cubierto con un raído
albornoz. Su cabello rubio se veía chamuscado y su máscara estaba corrida. En su
mano estaba un cigarrillo apagado. La otra sostenía un encendedor de plata.

—Señora Ross —dije, manteniendo mis ojos en su rostro. Sabía que tendría
puesto algo de corte bajo, quizá algo que apenas cubriera sus tetas. Y tenía razón.
Cuando caminó hacia mí, vi que su camisón tenía un escote, sus oscuros pezones
eran visibles a través del fino material.

En un tiempo pudo haber sido hermosa, igual que Sam, pero el tiempo había
sido duro con ella. Demasiados hombres y demasiadas cantidades de droga habían
destruido su cuerpo y casi su mente. No le importaban sus hijos o su bienestar.
Estaba dispuesta a renunciar a ambos por una píldora o inhalar cualquier cosa que
alterase su mente, solo para que pudiera escapar del dolor de vivir.

La fragancia de su perfume barato me ahogó cuando pasó más allá de mí,


dirigiéndose a la cocina.

—¿Quieres beber? —preguntó, sus ojos tímidos.

—Leyó mi mente —dije, girando para seguirla.

Me sonrió por sobre el hombro, sus caderas bamboleándose de atrás hacia


adelante. Sabía que era todo para mi beneficio. La mujer se me había insinuado
más veces de las que podía contar.

En la cocina, no se molestó en encender la luz. Miré desde la entrada de la


puerta mientras cogía una botella media vacía de la encimera y rebuscaba en un
gran montón de platos en busca de dos vasos limpios.

—¿Así que, trajiste a Sam a casa? —preguntó, sirviendo en un vaso vino


barato.

—Sí.

—¿Puedo preguntar por qué? —preguntó, llenando el otro vaso, luego


regresando de la cocina a paso lento y entregándome el vaso.
200

Tomé un trago, haciendo una mueca cuando la bebida barata golpeó mis
papilas gustativas.
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—¿Por qué no? —respondí con una mueca.


Sonrió seductoramente y pude ver rastros de Sam en ella. Con un brazo en
su cintura y su mano sosteniendo el vaso, dio un paso hacia mí, sus caderas se
balancearon de un lado a otro.

—Porque lo sé todo sobre Sam y tú, muchachote —dijo, en tono sugerente.

Tragué y casi me ahogué con el persistente sabor del alcohol barato en mi


boca.

—Con el debido respeto, señora Ross, pero no hay nada entre Sam y yo —
mentí, con los dientes apretados. Había un Sam y yo. En el momento en que puse
mi pene dentro de ella, Sam se volvió mía.

—¿Por qué no te creo? —dijo la señora Ross, caminando por mi lado con
una insinuante mirada en los ojos. Su camisón se envolvió alrededor de mis
piernas, tocándome cuando pasó.

Me volví a la entrada de la puerta, viéndola que se dirigía hacia la sala. En la


parte posterior de mi mente, el sonido del agua me fastidió, dejándome saber que
Sam estaba segura en la ducha. Lejos de su madre. Lejos de mí.

Me tomé mi tiempo, siguiendo a la señora Ross a la sala. Por una vez en su


triste y lamentable vida, no parecía estar drogada. Eso significaba que las
oportunidades de evitarla eran casi nulas.

Tomó asiento en el sofá, desnudando sus largas piernas para mi vista.

—Siéntate —dijo, señalando una silla.

Me senté, extendiendo mis piernas y pareciendo relajado, pero la


incomodidad se filtraba en mí como el licor barato que acaba de beber.

—Y... —la señora Ross encendió un cigarrillo, mirándome de soslayo a


través del humo—, ¿qué quieres con mi hija?

Abrí la boca para responder, quizá para explicarme con más mentiras, pero
me interrumpió.

—No me digas más sandeces, Cole. Odias a mi hija.


201

—Odiar es una palabra fuerte —dije con advertencia. Me estaba poniendo


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molesto. ¿Dónde estaba esta preocupación maternal cuando Sam estaba


hambrienta o ardiendo en fiebre? ¿Dónde estaba cuando Sam era pequeña, y
recibía proposiciones de uno de sus babosos novios? Se estaba drogando, ahí es
donde estaba. Cediendo a su propia codicia y lujuria.
La señora Ross me estudió cuidadosamente por la neblina del humo de su
cigarrillo, con ojos calculadores.

—Odiar es una palabra fuerte, Cole, y así lo es amor. Pero no creo que
estemos hablando de eso en este momento.

Tosí y negué con la cabeza con disgusto, tomando otra bebida del mal vino.
Mi corazón latía, sus palabras poniéndome incómodo.

—Sé que te desagrada mi hija, Cole. Pero lo que no puedo entender es por
qué estás aquí, sentando en mi sala —dijo, tomando otra calada de su cigarrillo.

Me encogí de hombros. No le debía explicaciones. Sam podría ser su hija,


pero la señora Ross ya no tenía el derecho de ser llamada una madre.

—Déjame ponerlo de otro modo —dijo, golpeando la punta ardiente de su


cigarrillo en un cenicero—. Sam cuida de mí. Dependo de ella. Quiero saber lo que
quieres con ella. Porque sé que quieres algo.

Así que de eso se trataba. Estaba asustada de perder su fuente de comida.


Sam trabajaba para traer efectivo. Limpiaba la casa y pagaba las cuentas. Cuidaba
de su madre cuando estaba con resaca o drogada. La señora Ross temía perder a su
sirvienta y dinero gratis.

Bajé mi bebida en la desgastada mesa de café entre nosotros, controlando


mi rabia.

—Quizá le prometí a su hijo que la cuidaría —advertí duramente.

—¿Bentley? Debería haberlo sabido —dijo, rodando los ojos—. Él sí que


salió a su padre.

Ignoré sus amargas palabras. No conocía a su hijo mejor de lo que conocía a


su hija. Si lo hiciera, sabría que Bentley no era nada como su padre. Nunca dejaría a
una mujer drogada y enjuta, con dos niños a los que cuidar.

—Entonces, ¿es por eso que estás aquí? ¿Por Bentley? —preguntó antes de
tomar un largo trago de su vaso.
202

—Si —respondí, estudiando el alcohol en mi vaso.


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—No me vengas con tus mierdas, Cole. Puedo leer a un hombre a millas de
distancia. Estás interesado en ella.
Me encogí de hombros otra vez. Incluso si tuviera sentimientos por Sam, los
cuales no tenía, no se los diría a su madre. Ella encontraría una manera de usar esa
información en contra Sam. Las adicciones te hacían cosas como esa. Yo debería
saberlo.

—Quiero que permanezcas lejos de mi hija, Cole Walker. Eres basura y


siempre lo serás —dijo su madre con una voz desagradable, ronca de tantas
bebidas alcohólicas y cigarrillos baratos.

Me reí entre dientes. Mira quién hablaba. Pero un segundo después estaba
enfadado. Me sentía como un hombre inocente que acababa de ser entregado a una
sentencia de muerte. Era injusto y me sacudió hasta la médula, haciendo jirones
mis entrañas. Quizá era una basura, pero no significaba que me gustara escucharlo.
Y seguro como el infierno que no quería saber que era un perdedor para Sam,
incluso si sabía que era cierto.

—¿Por qué debería permanecer lejos de su hija? —pregunté con rencor—.


¿Qué si no quiero?

La señora Ross se inclinó más cerca.

—Eres un hombre. La usarás y te alejarás. Si arruinas a Sam de esa forma,


eso la romperá y entonces no será buena conmigo.

Apreté mi mandíbula, la furia tomando control de mí.

—Usted debería ser a quien ella odie, señora Ross, no a mí.

La mamá de Sam sonrió, con presunción en sus ojos.

—Hay una fina línea entre el amor y el odio, Cole. Uno lastima y el otro
destruye, y tú serás ambos para mi hija.

Tenía razón. Si amaba a Sam, la lastimaría. Si la odiaba, eso nos destruiría.


No había ganancia.

Lo único que quedaba era usarla.


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CAPÍTULO 23
-Sam-
Traducido por Blonchick
Corregido por Nanami27

Me mantuve de pie bajo el agua caliente hasta que se enfrío. Caían como
pequeñas gotas de hielo, pero era justo lo que necesitaba. Mi piel todavía ardía
donde Walker me había tocado, donde había puesto sus labios. Todavía podía
sentir su boca alrededor de mi pezón y sus dedos dentro de mi cuerpo. Aún lo
deseaba. Él era adicto al alcohol, pero me daba miedo que pudiera ser adicta a él.

Peiné mi cabello y me cepillé los dientes frente al espejo del baño. La chica
mirándome parecía inocente y joven, no como me sentía. Mi rostro había sido
limpiado de todo el maquillaje, el abundante rímel negro y el delineador se habían
ido. Tenía los labios color rosa, ya no de color rojo sangre. Me parecía a mí. No a
quien fingía ser.

En mi habitación, cerré la puerta y dejé caer la toalla. Me apresuré a


ponerme unos pantaloncillos limpios y una camiseta sin mangas. Los
pantaloncillos me quedaban holgados, el elástico estaba dañado, y la camiseta sin
mangas era vieja. Había un agujero cerca del tirante derecho y otro más abajo.
Tanto la camisa como el pantalón estaban desgastados y raídos, pero no tenía
toneladas de dinero tirados para ropa nueva. Lo que tenía tendría que ser
suficiente.

Me estaba dirigiendo a hacerle frente a Walker de nuevo cuando mi teléfono


sonó desde la cama. Lo tomé y miré el identificador de llamadas. Lukas.

—¿Qué? —contesté, sin ocultar mi irritación. El idiota se había drogado a


mis espaldas y luego se puso todo manoseador en la pista de baile. Ahí es cuando
había tenido suficiente y me dirigí a los baños, encontrándome con Walker a la
204

salida.
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—¿Estás bien? —preguntó Lukas, su voz áspera por el teléfono.

—Perfectamente bien —le espeté, resistiendo el impulso de colgarle.


—¿Walker te llevó a casa?

—Sí.

—Supongo que Bent ya no tiene que preocuparse por mí —dijo Lukas,


engreídamente.

—¿Y por qué ? —pregunté.

—Porque eres el problema de Walker ahora, no el mío.

Un segundo después el tono de marcado sonó en mi oído. Aparté el teléfono


y me quedé mirándolo. ¡Cabrón!

Frunciendo el ceño, arrojé mi teléfono sobre la cama y me dirigí a la puerta


cerrada. Olvídate de Lukas. Era tiempo de que Walker y yo tuviéramos una seria
conversación.

Abrí la puerta de mi dormitorio y salté, sin esperar encontrarme cara a cara


con él. Estaba de pie fuera de la puerta, una mano apoyada en el marco, la otra en
la cadera. Podía oler que apestaba a alcohol. Su mirada viajó por mi cuerpo,
deteniéndose en mis ojos.

—Cole —dije sin aliento. Quería decir algo más, pero no podía recordar qué
era.

Walker entró en mi habitación y cerró la puerta, obligándome a dar un paso


atrás o a darle frente. Decidí dar un paso atrás.

—No he estado en tu habitación por años —dijo, mirando a su alrededor,


sin notar el efecto que tenía en mí.

Miré a mí alrededor, viendo lo que él veía, una pequeña habitación con una
cama doble. Ropa sucia en el suelo. Desorden en el tocador.

—Nada ha cambiado —dije, encogiéndome de hombros y cruzando los


brazos sobre el pecho.

Él me miró, sus ojos bajando a mis pechos.


205

—Algunas cosas sí.


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Bajé la mirada y me di cuenta de que mis senos se veían más grandes con
los brazos bajo ellos. Los descrucé, irritada conmigo por importarme.
Walker sonrió con esa hermosa sonrisa para caer muerta y pensé en lanzar
su cuerpo sobre mi cama. Olvida lo que dije antes, quería su polla en mí.

Me aclaré la garganta y me concentré.

—¿Estabas hablando con mi madre? —pregunté, observando que miraba de


cerca una foto de Bent y yo cuando éramos pequeños.

Su mandíbula se tensó por un segundo.

—Sí. Terminó su segunda botella de esa mierda barata y se desmayó en su


habitación, está profundamente dormida.

Sentí una oleada de tristeza. Le había tomado días recuperarse del efecto de
esas drogas malas. Había pensado que tal vez habría aprendido la lección y se
organizaría, pero me equivoqué. Nunca cambiaría. No podía.

Me obligué a olvidar el pensamiento deprimente y me centré en Walker.

—¿Así que vas a pasar la noche? ¿En el sofá? —pregunté, intentando sonar
bien con ello. En su lugar, soné nerviosa, como una chica de instituto yendo a su
primera cita.

Walker sonrió de nuevo, con una mirada de picardía.

—Sí, me voy a quedar.

Incliné la cabeza hacia un lado, tratando de entenderlo.

—¿Por qué? Quiero decir, ¿por qué el cambio? ¿Por qué quieres estar cerca
de mí? ¿Por qué ahora?

—Esos son un montón de porqués, Ross.

—Y estás evadiendo la pregunta.

Caminó lentamente hacia mí, deteniéndose a un metro de distancia.

—¿La verdad? —preguntó, metiendo las manos en los bolsillos.


206

—Eso estaría bien —dije, levantando una ceja.


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—Bent quiere que te vigile.

Puse los ojos en blanco y suspiré, decepcionada.


—De eso se trataba. Estás haciendo esto como un favor para tu mejor
amigo. «Vigila mi hermanita, ¿Quieres? Siempre está en problemas. Necesita una
niñera». —dije en la mejor voz sarcástica, sosteniendo un cigarrillo inexistente en
mi boca y moviendo las cejas de arriba y abajo.

Walker se echó a reír, pero yo no me estaba riendo. Le había dejado


tocarme. Puse mi boca alrededor de su… mis ojos bajaron a su entrepierna... Jesús,
fui una tonta. Walker solo había estado teniendo un poco de diversión, algo para
ocupar su tiempo mientras vigilaba a la pequeña hermana de su mejor amigo. No
había nada entre nosotros. Había caído completamente en su juego.

—A pesar de lo que hicimos, Walker, todavía te odio —le dije, escondiendo


mi dolor—. Lo estabas pasando bien mientras le hacías un favor a Bentley, ¿no?

Los ojos de Walker se oscurecieron.

—No —dijo, su voz con un tono mortal.

Crucé los brazos sobre mi pecho y resoplé.

—¿En serio?

—En serio —dijo, un peligroso ceño se formó en su rostro mientras daba un


paso más.

Retrocedí, mi boca se secó. Los ojos de Walker quemaban en los míos, con
un hambre insaciable en ellos mientras me seguía, un paso a la vez.

Tragué saliva cuando mi espalda tocó la puerta y mi columna vertebral


golpó el pomo de la puera. Mi respiración se aceleró cuando él puso una mano a
cada lado mío, encarcelando mi cuerpo entre él y la puerta. Inclinándose más cerca,
su cálido aliento se mezcló con el mío.

—Me quedo porque estás en mi sangre, Sam, y no puedo deshacerme de ti.


Lo he intentado, pero soy adicto. He sido adicto durante años, simplemente no
podía admitirlo. —Su mirada cayó a mi perforación en el labio luego la levantó otra
vez. Su voz era un suave murmullo que sentía por todo mi cuerpo—. Te quiero y lo
odio. Así que sal de mi cabeza, Sam, y sal de mi corazón.
207

Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago, casi


derribándome. Pero era su boca lo que me mantuvo erguida y respirando.
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Descendió, apoderándose de la mía con un beso.

Con la puerta a mis espaldas y Walker presionándome, me convertí en un


desastre líquido, todo en mí disolviéndose. Mordisqueó mi labio superior,
sujetándolo entre sus dientes y tirando. Gemí y me agarré de la pretina de sus
jeans, halándolo. Se recostó contra mí, la puerta crujiendo bajo nuestro peso.

Succioné su lengua, animadola a entrar en mi boca, mientras metía su mano


por debajo de mi camiseta sin mangas para encontrar mi pecho. Me arqueé en su
mano, dándole más. Queriendo que me tocara por siempre. Tomó lo que ofrecí. Su
pulgar recorrió mi pezón, haciendo que mi cuerpo se debilitara. Luego lo hizo de
nuevo, torturándome. Contuve la respiración, con miedo de respirar, temerosa de
caerme a pedazos.

Jugó con un pecho y luego con el otro, haciendo que se sintieran más
pesados. Pensé que no sería capaz de aguantar más, pero entonces empezó a girar
mi pezón entre sus dedos, enviando una fiebre intensa por mi cuerpo.

Grité. Era demasiado. Mi cuerpo no podía soportar lo que él me estaba


haciendo. Lo empujé débilmente, pero no cedió. Iba por más.

Su boca se volvió frenética, exigiendo en un minuto y desafiándome al


siguiente. Podía probar el alcohol en su lengua. Era cálido y embriagador,
agridulce. Sabía que la bebida lo hacía peligroso. Ciento ochenta y cinco
centímetros de nada más que problemas. Mucho más de lo que era capaz de
manejar.

—Walker, has estado bebiendo —dije contra sus labios, mi respiración


acelerándose mientras él jalaba mi pezón bruscamente para después frotarlo con
cuidado.

—¿Y? —dijo, trasladando su boca a mi mandíbula.

—Si digo que no…

—Me detendré —dijo con voz ronca.

—¿Lo prometes? —pregunté.

—Con mi vida.

Sus dedos me dificultaban pensar, eliminando cualquier filtro que pudiera


tener en mi boca.
208

—No me gusta que bebas —admití, gimiendo mientras él recorría con


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suavidad la punta de sus dedos sobre mi estómago, bajando más.

—Y a mí no me gusta que digas «no» —se quejó, su boca encontrando la mía


de nuevo.
Su beso fue áspero, agotador. Implacable. Me sacó de un tirón de mis
pantaloncillos, sus dedos encontrándome inmediatamente. Al principio me acarició
lentamente, luego se volvió más brusco, llevándome más y más cerca del límite.
Justo cuando pensaba que no podía aguantar más, deslizó dos dedos dentro de mí.

Siseé y lancé mi cabeza hacia atrás, rompiendo el beso. Su boca se pegó a mi


garganta mientras retiraba y empujaba sus dedos de nuevo. Mi entrada ya estaba
apretada y mojada, gracias a mi ducha, pero lo que estaba haciendo aumentaba la
humedad, haciendo que sus dedos se deslizaran fácilmente dentro de mí. Mi
cuerpo se movió contra el suyo mientras aumentaba la velocidad, deslizando dos
dedos dentro y fuera más rápido. Su lengua se escabulló para saborear la piel de mi
cuello, de la misma manera en que sus dedos se profundizaron más, golpeando mi
barrera.

Grité, cerca de venirme, mi cuerpo retorciéndose contra el suyo. La boca de


Walker salió de mi cuello rápidamente, cubriendo la mía para ahogar los gritos.

—Todavía no, cariño —susurró, retirando sus dedos. La sensación de vacío


me hizo querer gritar. Él acababa de detener mi caída en picado hacia el increíble
éxtasis y eso me hizo enfurecer.

Lo escuché detrás de mí bloqueando la puerta del dormitorio. Un segundo


después me tenía en la cama, con las piernas colgando a cada lado.

Me incorporé sobre mis codos y observé mientras yacía junto a mí. Con una
mirada oscura en sus ojos, bajó la cabeza. Su boca viajó por mi cuerpo, besando y
saboreando mi piel. Lamió mi clavícula luego la parte superior de cada seno. Se
movió más lejos, sus dientes tirando de mi pezón por sobre mi camiseta, jalando
suavemente. Gemí y lo miré con los ojos entornados. Se trasladó al otro pezón,
dándole la misma atención. Con su cabeza inclinada sobre mí, su cabello oscuro
caía por su rostro. Era erótico e impresionante, ver este hombre disfrutándome.

—Eres tan jodidamente hermosa —susurró contra mi camiseta, su aliento


dejando humedad detrás en la cima de mis pechos—. Tus tetas... tu coño… Dios,
nena, lo quiero todo.

—Mmm —dije sin aliento—. Me alegra que te gusten.

Él se rió entre dientes con un sonido bajo, pasando sus manos sobre mi
209

cuerpo en una lenta caricia.


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—Pequeña arrogante. Es hora de que alguien te ponga en tu lugar.


Acuéstate.
—Oblígame. —Le sonreí, sintiéndome pícara.

Gruñó en advertencia y reunió los extremos de mi camiseta en un puño.

—No sabes lo que estás diciendo, Sam. Acuéstate.

Hice lo que ordenó, mordiéndome el labio mientras rozaba mi estómago con


sus labios.

—Buena chica —susurró contra mi piel.

Un profundo apretón comenzó en mi vientre mientras lamía y besaba mi


cuerpo, tomándose su tiempo. Dejó un rastro de besos húmedos, marcando mi piel.
Mi camiseta fue empujada más alto con cada roce de sus labios hasta que esuve
completamente expuesta, para que se diera un festín.

Me arqueé hacia él cuando su boca se cerró alrededor de mi seno. Tomó


posesión de todo mi pezón, succionando con fuerza hasta que casi grité. Justo
cuando pensaba que no podía aguantar más, sacó la lengua, haciendo círculos
alrededor del punto endurecido y mojándolo.

Agarré un puñado de su cabello mientras lamía y chupaba, atrayendo todo


mi pezón hacia su boca. Al mismo tiempo pellizcó y jaló el otro, suave un minuto,
brusco al siguiente. Me aferré a él, esperando que nunca se detuviera. Pero era
Walker. Hacía las cosas a su manera.

Su boca dejó mi pecho y bajó hasta la cintura. Besó ese lado, justo por
encima del hueso de mi cadera. Su mano recorrió mi estómago hasta la cara
interna del muslo. Me estremecí cuando sus dedos siguieron subiendo,
encontrándose con el dobladillo de mis pantaloncillos. Impacientemente, agarró el
material en un puño y me lo arrancó de un tirón, llevándose en el proceso mis
bragas con impaciencia.

Fue entonces cuando me dio miedo.

—Walker, tal vez deberíamos esperar —le dije, cerrando con fuerza mis
piernas y atrapando su mano entre mis muslos. El deseo en mi voz me avergonzó,
exponiendo que era una mentira. No quería esperar. Lo quería ahora.
210

—No. Aún no he terminado contigo. Nunca lo haré —dijo Walker,


arrodillándose en el suelo, a mis pies.
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Mi corazón se aceleró frenéticamente. Su boca estaba alineada justo con mi


entrepierna. Sentí que me humedecí más y me ponía más caliente. Pero lo
necesitaba más arriba. Quería su boca de regreso sobre mis pechos. Esa era la zona
de segura. El área con la que estaba bien. Agarré una parte de su camiseta y traté
subirlo, pero no se movió ni un centímetro.

—Manos fuera, cariño. Es mi turno —dijo, desenredando mi mano de su


camisa—. Di la palabra mágica y me detendré. Lo prometo. Hasta entonces...

Con un tirón, bajó mis pantaloncillos y bragas el resto del camino por mis
piernas y las apartó. Cerré las piernas con fuerza, la vergüenza haciéndome
enrojecer.

Pero entonces Walker hizo lo impensable.

Separó mis piernas, abriéndome completamente para él. Sin previo aviso, su
boca fue entre mis piernas, un gruñido posesivo escapando de sus labios.

Siseé, su nombre explotando de mí. Mi torso salió disparado hacia arriba


pero Walker no se detuvo. Movió la lengua sobre mi clítoris, marcándome con el
calor de su boca. El éxtasis se disparó a través de mí. Sus anchos hombros
mantenían mis piernas abiertas, sin dejarme lugar para la modestia. Me retorcí
debajo de él, queriendo escapar, pero rezando para que no se detuviera. Nunca
había conocido nada tan... increíble. Se tomó su tiempo, lamiéndome. Probándome.
Disfrutándome.

La energía se construyó en mi cuerpo hasta que estuve temblando. Él chupó


y lamió, gimiendo una vez cuando mis piernas se apretaron por su cabeza. Su dedo
se unió a su boca, esparciendo mi humedad antes de hundirse en mí. Fue mi
perdición. Estrellas aparecieron detrás de mis ojos y me sentí mareada. Estaba
segura de que estaba muriendo.

—¿Te gusta esto? —preguntó Walker, su voz cálida contra mí.

—Dios, sí —gemí.

—Bien, porque tu sabor es tan dulce —dijo, levantando la vista de mi


cuerpo. Manteniendo sus ojos en mí, bajó su boca de nuevo, su lengua haciéndome
cosas estupendas que nunca imaginé posibles. Se movía y lamía. En círculos y
rozando. Cuando su lengua se hundió en mí, lo perdí. Mi cuerpo se arqueó y
exploté, el orgasmo golpeándome tan fuerte que mordí mi labio, sacándome sangre
para no gritar.
211

No se detuvo. Me saboreó con avidez mientras temblaba y me sacudía.


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Agarré la sábana a cada lado de mis caderas, sosteniéndolas con fuerza.


Walker gruñó mientras me vine, diciendo algo que no entendí. Traté de
apartarme de él y escapar de la maravillosa tortura pero sostuvo mis caderas con
fuerza, manteniéndome abierta para él. Un último grito se me escapó mientras me
lamía suavemente.

Mientras flotaba de regreso, me lamió más lento, tomando toda mi humedad


en su boca. Apenas supe cuando subió por mi cuerpo, sus labios dejando un camino
en mi piel.

—Podría hacer eso por siempre —dijo en un tono gutural, sus dientes
rozando mi pezón.

Me estremecí y me lamí los labios secos, preguntándome cuando dejaría de


dar vueltas la habitación.

—Apuesto a que le dices eso a todas las chicas —susurré, medio burlona.

—No importa. Te lo estoy diciendo ahora —dijo, levantando mi cuerpo. Sus


ojos se clavaron en los míos, con la seriedad haciéndolos más oscuros.

Me reí, pero sin humor.

—Sabes cómo enamorar a una chica, Walker.

Bajó su boca a mi cuello, ocultándome sus emociones.

—Esto es lo que soy, Sam —dijo contra mi piel—. Tómame o déjame.

—Creo que te tomaré —susurré.

Walker dejó salir un sonido animal.

—Maldita sea, Sam, estoy perdiendo mi maldita mente cuando estoy


contigo.

Separando mis piernas, se ubicó entre ellas, enviando punzadas de


necesidad en mí.

Llegué a la hebilla de su cinturón, pero me detuvo.


212

—No tengo otro condón —susurró, envolviendo sus dedos alrededor de los
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míos.

—No me importa. ¿No te puedes salir antes o algo así? ¿No es eso lo que los
chicos hacen? —pregunté sonando desesperada y enloquecida. Mi cuerpo estaba
gritando por Walker. Había recibido una pequeña muestra de lo que era estar con
un hombre, ahora quería todo el paquete.

Walker enterró su cara en mi cuello.

—Cristo, Sam, no sabes lo que estás diciendo. Estoy a punto de perder el


control y luego me hablas así. Es malditamente tentador, pero no sabes en cuánto
peligro estás.

—Entonces dime —susurré, cerrando los ojos ante la sensación de él entre


mis piernas—. ¿Qué pasa si pierdes el control?

La voz de Walker se volvió feroz, llena de posesión y advertencia.

—Podrías perder todo por mí, Sam. Tu cuerpo. Tu corazón. Tu alma. Te


comería viva, cariño. Yo no amo y no me gusta. Yo deseo. Eso es todo. Y lo único que
doy a cambio es una buena follada. Te mereces más. Recu3rdalo.

Un segundo después se fue, dejándome tirada en la cama. Mi cuerpo todavía


temblaba. Mi corazón todavía latía con fuerza.

Ya me hizo desearlo más.

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CAPÍTULO 24
-Walker-
Traducido por katiliz94
Corregido por Mariabluesky

Llevé el cuerpo de Sam como si le hubiese dado el maldito mejor orgasmo


del mundo, estaba arrogante, petulante y orgulloso de ello. Diablos, tal vez se lo di.
Sin duda a mí me parecía de esa forma. Ella se había contoneado y retorcido debajo
de mí, sollozando y cubriendo mis labios y barbilla de humedad. Pero la verdad era
que tenía que salir de allí. Me estaba volviendo loco. Aún podía saborearla en mi
boca, una dulzura que quería tener para siempre. Pero la sensación en mi
corazón… me estaba matando.

Abrí de golpe la puerta de su habitación y dejé que golpeara la pared.


Escuché que la cama chirriaba mientras ella saltaba pero no permití que eso me
importara. Quería que estuviera asustada. Así es como debería estar ella.

Caminé por el pasillo como si el diablo estuviese sobre mis talones. Y tal vez
lo estaba, intentando meterme de regreso a ese dormitorio y forzarme a tomar lo
que ahora estaba determinado a que era mío.

Mi polla estaba tan dura, que podía difícilmente pensar con exactitud. Juro
que si me rozaba contra algo, explotaría, avergonzándome como algún adolescente
con su primera chica. Necesitaba una liberación y rápido. La humedad de Sam
todavía estaba en mi boca y necesitaba sacarla antes de que perdiese el control.

Sabía lo que podría ayudar con eso.

Había tomado la mitad del vino barato de la señora Ross, además de unos
tragos de vodka, antes de que llegase al vestíbulo, buscando a Sam. No tenía la
intención de quitarle las bragas y devorarla. Simplemente ocurrió de esa forma,
214

imagino. Muchas cosas que nunca esperaba ocurrían entorno a Sam. Pero ahora la
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sed estaba de vuelta. La única que ni podía dejar. Lo que necesitaba ahora era una
buena bebida cargada.
Me dirigí a la cocina. En algún minuto, esperaba que Sam saliese corriendo
de su habitación, exigiendo que retirase lo que dije, que yo solo deseaba, nunca
amaba. Y tal vez lo retiraría. Si podía meterme entre sus piernas, podría decir
cualquier cosa. Diablos, le pediría que se casase conmigo por una oportunidad así.

Me congelé, con mi mano alcanzando la botella de Corona escondida en el


gabinete. ¿De dónde diablos había venido? ¿Casarme con Sam? Tenía que estar
perdiendo el juicio. Acababa de decirle que no podía amar a nadie. Sin duda no
podía casarme con nadie.

Agarré el whisky del armario y miré por los alrededores buscando un vaso
limpio pero cedí cuando no pude encontrar uno. En su lugar, agarré una taza de
café con una grieta en un lado. Dándole la vuelta, fruncí el ceño. Tenía una foto de
Sam como una niña en el otro lado, algo que el colegio probablemente le hizo hacer
para el Día de la Madre o alguna otra mierda de festividades que nuestros padres
que no podía importarle menos. Lo golpeé contra el mostrador y serví la Corona
hasta el borde, después me dirigí a la nevera.

Mi estómago se apretó cuando abrí la puerta de la nevera del 1980. No


había nada dentro. Nada. Solo un pack de doce coca colas y una botella de vino.
Quería retorcer el delgado y pálido cuello de la señora Ross hasta que perdiese el
conocimiento. Pero en su lugar agarré una coca cola y quité la tapa, llenando el
resto de mi taza de café con ella. Sam me sonrió desde el costado de la taza de
cerámica, una sonrisa tímida en su cara.

La recordaba a esa edad. Era muy tranquila. Había querido sacar la timidez
de ella incluso en más de una ocasión cuando éramos niños. No debía de ser de esa
forma. No era seguro. No en nuestro vecindario. Si los chicos de por aquí se
hubiesen metido con esa pequeña Samantha Ross ella no contraatacaría, y eso le
habría causado problemas. Y me tenía a mí con problemas de hurto de coche y
cargos de posesión menores que poseía cuando era niño.

Cómo diablos había permanecido virgen hasta los diecinueve, no lo sabía.


Era demasiado hermosa para estar sola y demasiado dinámica para ser tocada. La
verdad era que siempre había pensado que era como su madre, abriéndose de
piernas para cada Tom, Dick y Harry que se acercaba. Ese era el monstruo en mí
hablando. El que quería odiar a todos. Maldición, era feliz de saber que estaba
equivocado. Sam era virgen. Ahora quería ser su primero.
215

La recordé retorciéndose debajo de mí hace unos minutos,


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descontrolándose mientras mi boca y dedos la volvían salvaje. Nunca había estado


con una virgen y en realidad no tenía interés en ellas. Me gustaban las mujeres que
sabían lo que estaban haciendo. Las que no tenían miedo de lo que yo pidiese. Pero
quería estar con Sam, en más formas que la que estaba comenzando a darme
cuenta.

Sacudí la cabeza con disgusto y tomé un largo trago de mi whisky y coca


cola. Matrimonio. Mierda. Incluso la palabra me ponía frío. Sam y yo ni siquiera
habíamos tenido sexo. No la amaba. Joder, no. Nunca iba a ocurrir. No a menos que
quisiese arruinar su vida y la mía. Porque si hacía lo imposible y me enamoraba de
ella, si algo ocurría, si ella moría como mi madre o me dejaba como hizo su padre,
eso me mataría.

Terminé mi bebida e hice otra. La mejor respuesta a mis problemas era el


alcohol. Era mi solucionador de problemas.

Y Sam era el más grande, más sexy y más increíble problema que nunca
tuve.

Desperté al día siguiente con la madre de todas las resacas. Mi cabeza


palpitaba y mi cuerpo dolía. Mi boca se sentía como si hubiese comido un paquete
completo de bolas de algodón y mis ojos estaban hinchados e inyectados en sangre.

Me senté y doblé de dolor. La noche anterior fue el peor sueño de mi vida. El


sofá era demasiado pequeño, demasiado destartalado, y demasiado tosco. Froté el
dorso de mi cuello e intenté masajear el calambre. No funcionó. Rodar los hombros
ayudó pero no demasiado. Era un desastre. Maldición, ¿cuánto bebí la noche
anterior?

La mesa de café captó mi atención. Una botella vacía de Corona se asentaba


al lado de un botellín más seco que una pasa de Bacardi 151. Recordé abrir una
cosa pero no la otra. Estoy sorprendido de que incluso estuviese vivo, mucho
menos que consciente.

Un cenicero lleno estaba puesto en el centro del escenario al lado de un


desmoronado paquete de Camels. Me froté el dedo por el labio, preguntándome si
alguno de esos cigarros había sido mío. Tenía la esperanza de que no. No había
tenido ningún problema al dejar el hábito pero eso no significaba que quisiera que
216

lo fuera. Era el lado adictivo de mí. Solo buscando otro vicio.


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Alcancé mis botas en el extremo del sofá, con cuidado de no moverme


demasiado rápido. Ni siquiera podía recordar quitármelas. Debía haberme
quedado en blanco en algún punto. Lo último que recordaba era sentarme en la
mesa de la cocina solo, beber y pensar en Sam. Lo siguiente que sé, es que me
desperté. Irritado, sin duda, y enfermo como un perro.

Tiré de mis botas, ignorando la urgencia por vomitar, y agarré el mando


cerca de mí. Encendiendo la televisión, brinqué cuando el sonido lastimó mis oídos,
dejándome la cabeza palpitante con dolor.

Enterré la cabeza en las manos y descansé los codos en las rodillas mientras
escuchaba al hombre del tiempo parlotear sobre tormentas y probabilidades de
lluvia. Dijo algo sobre tener el año más húmedo. Murmuré una maldición y dejé
caer las manos de mi cara. La lluvia estaba haciendo que mi paga se redujera, solo
una de las desventajas de la construcción. Si llovía, no trabajaba. Si no trabajaba, no
se me pagaba. Si no se me pagaba, no iba a la Universidad. No ir a la universidad,
terminaría como mi padre, apenas subsistiendo a duras penas. Era un ciclo vicioso
que me tenía cogido por las pelotas la mayor parte del tiempo. Pero sin importar
cuantas monedas de cinco y diez centavos podría tener, nunca estaría lo bastante
desesperado para volver a una vida de crimen. Sí, extrañaba conducir los lujosos
coches que la gente solía pagarme por robar, pero terminé con eso. Juvie era el
infierno pero estoy seguro de que la prisión no lo haría verse como un paseo en el
parque.

Con cautela me puse de pie y esperé mientras la habitación paraba de dar


vueltas. El sol estaba poniéndose, filtrándose por las sucias cortinas del salón.
Intenté no mirar directamente los rayos, con miedo de que mis globos oculares
pudiesen explotar si lo hacía.

Prometí a Bent que vigilaría a Sam por la noche y eso es exactamente lo que
he hecho. Ahora era hora de irse. Tenía una resaca que curar y una larga fría ducha
en la que estar.

Me dirigí a la entrada, tomándome mi tiempo y permitiendo a las paredes


ayudarme. La parte trasera de la caravana estaba dichosamente oscura, los únicos
sonidos eran los chirridos de los suelos mientras los cruzaba.

Apoyándome a la pared, pasé el cuarto de Bent, vacío del todo. Al lado


estaba la habitación de la señora Ross. Suave música se reproducía desde su
habitación. El leve sonido de ronquidos podía ser escuchado por las finas paredes
de la caravana, probando que también estaba durmiendo la mona. Continué
caminando, pensando que me estaba dirigiendo al baño. Pero en mi estado de
217

embriaguez, en su lugar me encontré de pie frente la puerta cerrada del dormitorio


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de Sam.

Mierda.
Tomé un profundo respiro y cerré los ojos, imaginando a Sam en el otro
lado. Ella estaría dormida, las mantas envolviéndose entorno a sus piernas. Su pelo
estaría esparcido por la almohada, viéndose como hebras de cinta negras contra
sus sabanas rosas. Inocente y erótico al mismo tiempo.

Me froté la cara con una mano en frustración. La odiaba. La deseaba. Podría


incluso amarla, tan jodido como eso sonaba. Pero en este momento, tenía que
dejarla.

Envolví la mano entorno al pomo y comencé a girarlo pero me detuve. ¿Qué


estaba haciendo? No podía simplemente entrar, con resaca y oliendo como el
interior de una botella. Despertarla y despedirme. Actuar como si nada hubiese
ocurrido entre nosotros. Porque algo ocurrió, algo más que solo sexo, y no estaba
seguro de que hacer con ello.

Dejé ir el pomo y puse mi mano en plano contra la puerta, apoyándome en


ella. No podía dejar que me viese de esta forma. Jodido. Con resaca. Un desastre.
Podía ser quien era pero eso no significaba que estuviese orgulloso de ello.

Dejé caer la mano y di un paso atrás, mirando su puerta cerrada.

Era hora de enfrentar la realidad. Este sabor en mi boca, el de agrio alcohol,


representaba quien era. Repulsivo. Amargo. Inquietante. Solo los efectos restantes
de algo que podría hacer nada más que arruinar una vida.

Y no iba a arruinar la suya.

Me giré sobre mis talones y retrocedí mis pasos hasta el salón, luchando con
la urgencia de volver al cuarto de Sam. Ella no necesitaba a alguien como yo y yo no
necesitaba a alguien como ella. Algo así me hacía sentir cosas que pensaba que era
incapaz de sentir.

Eché un último vistazo a la caravana, después cerré la puerta delantera con


cuidado detrás de mí, bloqueándola. Llamaría a Bent más tarde y le diría que
vigilase a Sam por sí mismo. O la enviase a un hotel. Ya no podía confiar en mí
mismo entorno a ella.

El aire fresco de la mañana se sentía bien en mis pulmones. Mucho mejor


que el rancio olor del alcohol y cigarros en la diminuta casa. Me dirigí a mi coche,
218

ausentemente notando la quietud del vecindario. No muchas personas de por aquí


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asistían a la iglesia los domingos por la mañana. Muchos probablemente eran


bazofia o borrachos como yo.
El rocío cubría mi coche, haciendo que la desteñida pintura negra brillase a
la luz del sol de la mañana. Me llevó tiempo caminar hasta él. Cada paso que daba
era doloroso, enviando punzadas de agonía a mi mente. Todo lo que quería era
meterme en el coche e ir a casa. Tomar una ducha fría y caer en mi cama.

Hice una mueca mientras cruzaba los últimos pasos hasta mi coche, la bilis
elevándose en mi garganta. Estaba deslizándome en el asiento del conductor
cuando escuché algo. El sonido de la puerta de una camioneta golpeando. Levanté
la mirada, una reacción inconsciente ante un ruido alto en este vecindario. Tenías
que ser precavido aquí. Nunca se sabía quién iba a echarse encima de ti, intentando
venderte drogas o robarte lo que sea de dinero que tuvieses, con la cortesía de un
arma o cuchillo en tus costillas. Pero lo que encontré en su lugar era mi padre,
saliendo de su camioneta.

Observé por el parabrisas mientras sacaba una bolsa de abono de la


camioneta. Asentándola en su hombro, caminó unos pocos pasos hasta la puerta de
en frente y l arrojó al suelo, al lado de los escalones.

Arranqué el coche y lo puse en marcha, manteniendo los ojos en él mientras


quitaba el freno. ¿Qué diablos estaba haciendo él? ¿Y por qué me importaba? Debía
ser el alcohol todavía en mi sistema.

Conduje a lo largo a paso de tortuga, observando mientras él se dejaba caer


de rodillas al lado de la casa. Tenía una pala pequeña y estaba excavando en la
tierra, creando un agujero en la puerta delantera. Imagino que yo estaba pidiendo
castigo porque me encontré pisando el freno en frente de su casa, la casa que
quería olvidar.

Mi padre no levantó la mirada mientras salía del coche. Dudé que incluso
pudiese escucharme. El anciano había estado volviéndose sordo desde que yo era
un niño.

—¿Qué estás haciendo? —grité, acercándome por la hierba cubierta de


rocío, mis botas dejando huellas detrás.

Él no levantó la mirada, solo siguió cavando en la húmeda tierra.

—¡Papá!—grité a unos pasos de él.


219

Se giró, sorpresa en su rostro. Bigotes grises decoraban sus hundidas


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mejillas y la línea afilada de mandíbula. Sus ojos eran claros, sin evidencia de toda
una noche de borrachera en ellos.
—Hey, hijo—dijo, poniéndose de pie con extrañeza, con la pala aún en sus
manos.

Fruncí el ceño, observando al hombre que me había golpeado más veces de


las que podía contar, de pie frente a mí. Las palabras de Sam de la otra noche me
perseguían. Él todavía era mi padre, a pesar de lo que me hubiese hecho pasar.
Tanto como no podía soportar mirarlo, había una parte de mí que quería su
aceptación, a pesar de que sabía que nunca la conseguiría.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté de nuevo, mi voz hostil.

Él miró por la calle hasta la casa de Sam, ignorando mi pregunta.

—¿Vienes de casa de Samantha?

Me crucé de brazos sobre el pecho y amplié mi postura, mi ceño


profundizándose.

—Sí.

—¿Cómo le va? —preguntó, rascándose por debajo de su descolorida


camiseta cuadriculada.

—Bien —respondí, sin atreverme a discutir de Sam con él.

Él asintió y me miró, echándome un vistazo. El anciano probablemente olía


el alcohol en una persona como un sabueso. Sabía que había estado bebiendo. Al
igual que yo sabía que él probablemente también lo hizo.

—¿También estás bien? —preguntó, asintiendo hacia mis arrugados


pantalones y camiseta.

Apreté los dientes y contuve el comentario mordaz que quería darle.


Habíamos peleado e intercambiado demasiadas palabras duras durante los años.
Mas no iba a hacer una pelea ya que estaba cansado de ellas.

—Sip —respondí, ignorando la ira en mí—. Dime lo que estás haciendo o


deberé irme.
220

Miró el agujero cerca de sus pies. Sus antiguos zapatos de atleta de velcro
estaban cubiertos de mugre y desgastados por los años de uso. Pateó un montículo
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de tierra y frotó un áspero dedo debajo de su nariz.

—Plantando un arbusto de rosas —dijo, dándolo por hecho.


Mis cejas se elevaron.

—¿Un arbusto de rosas? —pregunté incrédulo. Este era el mismo hombre al


que nunca le habría importado si teníamos una pizca de césped en el patio.

—Sí, un arbusto de rosas —dijo mi padre sobre su hombro, girándose al


agujero. Enterró la hoja de la pala en el suelo y comenzó a cavar de nuevo. Ahí es
cuando noté un arbusto asentándose al lado, apoyándose contra la casa. Una bolsa
estaba alrededor de las raíces y una etiqueta colgaba de una de las ramas.

—Era una de las favoritas de tu madre. Antique Mauve —dijo, arrojando


una palada llena de tierra a unos pies de distancia—. Pensé que sería agradable a la
vista cuando florezca. Podría recordarme a ella.

Ante la mención de mi madre en la lengua de este hombre, lo perdí. Toda mi


ira se elevó a la superficie.

—¿Y estabas pensando en ella cuando te emborrachas a los cincuenta? ¿O


qué hay de todas esas veces que me usaste como tu saco de golpes? ¿Estabas
pensando en ella entonces? —grité, mi paciencia ida, mi agravación y confusión
con Sam encontrando un canalizador—. ¿De verdad crees que a mamá le habría
gustado lo que le hiciste a su hijo? ¡Dejaste moratones en mí que tardaron semanas
en desaparecer! —Sacudí la cabeza con disgusto, gesticulando hacia el suelo—.
Pero adelante y planta un maldito arbusto de rosas en su honor. Jesús.

Mi padre dejó caer la pala y se giró hacia mí, la paciencia calmada en su cara
solo haciéndome enfadar más.

—Escucha, hijo…

—No me llames así —espeté, extendiendo la mano para detenerlo y


retrocediendo al mismo tiempo—. No tienes el jodido derecho.

—Vale. Bien. Escucha, Cole —comenzó de nuevo, siguiéndome mientras me


alejaba—. Sé que os lo he hecho pasar mal a ti y a tu madre. Estoy intentando
arreglarlo. De verdad lo hago. Estoy asistiendo a reuniones de AA?, intentando
arreglar toda mi mierda —Miró mis arrugadas ropas y barba sin rasurar en días—.
Deberías unirte a mí alguna vez.
221

Solté una carcajada, el sonido forzado.


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—Y sobre las rosas… —gesticuló detrás de él al pequeño arbusto—. Nunca


compré una a tu madre y a ella le encantaban. Yo… yo me arrepiento de no darle
algo mucho más antes de… antes de que enfermase y nos dejase. Me arrepiento de
eso cada maldito día de mi vida. Así que plantó esto por ella. Porque se las merecía
hace mucho tiempo.

Sacudí la cabeza. El movimiento envió dolor punzando por mí e hizo que


lágrimas de agonía llenasen mis secos y rojos ojos.

—Un día lo entenderás, Cole. Amarás a alguien. Pero espero por Dios que
nunca tengas que perderla.

Una imagen de Sam destelló en mi mente. Intenté imaginar una vida sin ella
y no pude. Simplemente no podía.

Mi padre me miró, sus descoloridos ojos llenos de pena.

—Si encuentras una chica, Cole, cómprale rosas. Muchas de ellas. Llena su
habitación. Dáselas para verla sonreír. Simplemente no te arrepientas de nada,
Cole, como yo. Como yo viviré el resto de mi vida.

Cerré los ojos, ignorando sus palabras. Nunca amaría a nadie. Me negaba.
Mira lo que le ha hecho a él. Pero Sam seguía saltando en mi mente. Juré levemente.
Siempre había sido la excepción a la regla pero no podía dejar que lo fuera esta vez.

Abrí los ojos, listo para hacer un comentario sarcástico a mi padre, pero mi
teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y miré el identificador de llamadas. Bent.

—Más tarde —murmuré a mi padre, alejándome.

—Tio, ¿dónde diablos estás? —la áspera voz de Bent preguntó cuándo
respondí.

—Um, en la Cantera, —dije, regresando a mi coche. Ese es el nombre con el


que Bent y yo bautizamos a nuestro vecindario en aquellos días. La Cantera.
Porque las oportunidades de salir de ahí no existían.

—¿Dónde está mi hermana?

—En casa. En la cama. —Mierda. Incluso pensar en Sam en una cama me


hacía querer tener un orgasmo.
222

—¿Todo bien? —preguntó Bent.


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Encendí el coche y reavivé el motor, viendo a mi padre observándome desde


el resquicio del ojo.
—Cuéntame —dije, necesitando que Bent me apaciguara de que se había
ocupado de su desastre, cualquiera que fuese.

—Tengo algo que hacer, pero no te preocupes por Sam. Ella debería estar
bien. Te vas de rositas, tío.

Quería decirle que tenía miedo de que nunca me fuera de rositas con ella,
pero mantuve la boca cerrada.

—Bent —dijo con advertencia—. Mejor no la pongas en más peligros.


Tendré que patearte el culo yo mismo.

Bent bufó.

—¿Cuándo te preocupaste tanto por Sam?

—Um, desde que lo hiciste mi maldito trabajo —respondí. Conduje por su


casa rodante de Sam, agarrando el volante con más fuerza mientras la imaginaba
saliendo de la cama, viéndose sexy y despeinada.

—Lo que sea. Te llamaré más tarde —dijo Bent, interrumpiendo mi


ensoñación.

Revisé el espejo retrovisor antes de reducir la velocidad para girar.

—Bent, no hagas ninguna mierda loca —dije antes de que él colgase.

Pude escuchar la sonrisa en su voz cuando respondió.

— Mira que estúpido está hablando. Hasta más tarde, Walk.

Colgó antes de que pudiese responder. Cambié a segunda y lo pisé mientras


golpeaba la carretera. Mi Duster ganó más velocidad. Sesenta. Setenta. Ochenta. La
cosa era un pedazo de mierda en el exterior pero por dentro tenía un motor que
haría al mejor piloto de carreras babear. Eso es lo que necesitaba. Velocidad. Se
sentía bien y me hacía olvidar toda la mierda en mi vida.

Bueno, casi. Lo que diablos fuese que Bent iba a hacer, tenía la sensación de
que no iría bien. También tenía la sensación de que lastimaría a Sam en alguna
223

forma. Ya que yo era el único que había enseñado a Bent como robar y le introduje
a una vida de crimen, si él la jodía y Sam era herida, era por mí. Y no sabía si podría
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soportar eso.
CAPÍTULO 25
-Sam-
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

—Levántate.

Me quejé y me acurruqué más profundo bajo las sábanas, tirando una


almohada sobre mi cabeza.

—¡Despiértate!

Mierda, incluso en sueños Walker me perseguía. Tiré nuevamente de las


mantas y fui a la deriva por más sueño. Estaba agotada. Los últimos cuatro días
había trabajado tantas horas como pude, con la esperanza de olvidarme de
Walker. Después de que él pusiera su boca sobre mí y me hiciera venir, había
salido de mi habitación, dejándome con alguna basura sonando en mis oídos sobre
nunca amar a nadie. No había oído de él desde entonces. Ni por un mensaje. Ni una
llamada telefónica. Nada. Sólo un correo de voz airado de Lukas, diciéndome cuan
perra había sido.

Para empeorar las cosas, encontré botellas vacías en la sala de estar a la


mañana siguiente después de que Walker se fuera. Mi madre juró que no eran de
ella. Eran pruebas de que Walker había salido bien borracho o con mucha
resaca. Me preocupé por él durante horas. ¿Se había accidentado? ¿Desmayado en
algún lugar en una zanja? ¿Estaba incluso con vida? Diferentes escenarios
corrieron por mi cabeza hasta que me volví loca. Finalmente Bentley llamó y me
dijo que Walker estaba bien. Después de eso estuve un tanto aliviada y cabreada,
aliviada de que estuviera bien y enfadada porque me importara. Yo era una chica
más con la que Walker estaba pasando un buen rato. Alguien fácil.
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—¡Despierta, Ross! —Esta vez las palabras fueron gritadas mientras una
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mano firme agitó mi hombro.

Logré abrir mis ojos y me senté, empujando las mantas frenéticamente. Mi


pelo largo cayó en mi cara, oscureciendo todo, pero estaba delante de mí. La
sombra de un hombre grande se cernía sobre mi cama, mirándome como si fuera
su cautiva. Terror me robó el aliento. Lava fría pasó por mis venas. Había vivido
con este miedo toda mi vida, que uno de los novios de mamá se aventurara dentro
de mi habitación una noche, fuera de sí, drogado o borracho. Buscando una versión
más joven de mi madre.

Me di la vuelta sobre mi estómago. Me puse en una posición vulnerable,


pero necesitaba lo que tenía cerca de mi cama en el suelo. Mi mano se extendió
sobre el borde y encontré lo que estaba buscando. El bate de béisbol, algo que
mantenía solo para este tipo de ocasiones. Cuando vivías con una madre que tenía
una puerta giratoria para que tipos drogados visitaran su dormitorio, aprendías a
estar sobre los dedos del pie, incluso en la oscuridad de la noche.

Conseguí un firme agarre en el bate, me di la vuelta, elevándolo por encima


de mi cabeza. Apunté al extraño en la oscuridad, esperando que no se hubiera
movido. Pero antes de que pudiera golpearlo, una mano grande se extendió y
agarró el bate, sacándolo de mi mano.

—No me toques —siseé, mirándolo fijamente entre los largos mechones de


mi pelo.

—Demasiado tarde para eso, dulzura —dijo el hombre, arrojando el bate al


suelo.

El pelo en la parte de atrás de mi nuca se levantó. Una carga eléctrica corrió


por cada terminación nerviosa que tenía. Solamente un hombre causaba ese tipo
de reacción.

Walker.

—¿Qué estás haciendo aquí? —grité, elevándome sobre mis rodillas en el


centro de la cama. No podía ver su rostro, pero reconocí la silueta del cuerpo
esculpido de Walker, el que había estado entre mis piernas hace cuatro días.

—Estoy tratando de despertarte —dijo en tono irritado—. Saca tu culo de la


cama, Sam. Ahora.

—¿Por qué debería? —pregunté, cruzando los brazos sobre el pecho—


. Simplemente me has abandonado y no has llamado. ¿Quieres decirme de qué se
225

trataba? —Mierda, sonaba como una quejosa adolescente enamorada. Dispárame


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ahora.

Walker se inclinó y encendió mi pequeña lámpara de noche. A mis ojos le


llevó un segundo ajustarse a la luz, pero cuando lo hicieron, mi aliento quedó
atrapado en mi garganta. Él se cernía sobre mi cama, más grande que la vida,
viéndose tan bien.

Volviéndose hacia mí, apoyó los nudillos en la cama cerca de mis rodillas y
acercó su rostro a centímetros del mío.

—No pensé que estuviéramos saliendo, dulzura.

Su voz era como líquido caliente sobre mi piel, suave y caliente con la
capacidad de causar escalofríos sobre mis brazos desnudos. Maldito. Odiaba que
tuviera ese efecto en mí.

—No lo estamos. —Sonreí dulcemente, negándome a mirar a otro lado y


darle la satisfacción de saber que estaba nerviosa. Mis entrañas temblaban y mi
corazón latía con fuerza, pero en el exterior, estaba tan fresca como una lechuga—
. Y deja de llamarme dulzura. Es muy molesto.

Se acercó más, sus ojos descendiendo a mis labios.

—¿Por qué? Eres dulce. Cada pulgada de ti.

Tragué saliva, mi cuerpo de repente en llamas. Quería extender el brazo y


agarrarlo, derribarlo en la cama conmigo. Pero me resistí. Walker había dejado
claro que no podía ofrecer nada más de lo que me podía dar en la cama. Y a pesar
de que lo quería, también quería amor, algo que mi madre nunca tuvo. Sabía que
nunca iba a conseguirlo con Walker.

—Ahora, levántate y vístete —dijo, todo rastro de deseo fugándose de su


voz—. Antes de que te saque de la cama y te desnude yo mismo.

Me sonrojé, imaginándolo ocurrir.

—Eres tan mandón. ¿Por qué debo vestirme? Son las dos en punto de la
mañana.

—Porque Bent está en problemas.

Esas palabras me hicieron saltar de la cama, con los pies contra el suelo
alfombrado con un ruido sordo.
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—¿Qué pasó? —pregunté, corriendo a mi armario y sacando una sudadera


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de la percha—. ¿Dónde está?

Miré por encima del hombro cuando Walker no respondió. Él me miraba


con oscuros ojos salvajes. Su mirada estaba fija en mis piernas desnudas y mis
bragas de corte bikini. La camiseta que llevaba solo me llegaba hasta la cintura,
dejando mi ropa interior y piernas expuestas, y vulnerables a su escrutinio.

Podría haberme sonrojado si él ya no me hubiera visto con menos que


esto. En cambio, puse los ojos en blanco y me puse la camiseta por encima de mi
cabeza. Era una de las de Bentley, de color verde oscuro con las palabras bordadas
«Equipo de atletismo Eastland» en el frente. El truco era que Bentley nunca había
estado en el equipo de atletismo. Imagínate.

—Walker, ¿qué pasó? —pregunté, agachándome para agarrar un par de


pantalones cortos de la parte de abajo del armario.

—Maldita sea, Sam —dijo Walker con una ráfaga de aire.

Miré por encima del hombro, viéndolo mirar mi trasero con anhelo y cruda
hambre desgarradora.

—Walker —espeté, tirando de mis pantalones cortos de forma rápida y


silenciosamente instando a sus ojos a subir—. ¡Concéntrate! ¿Qué pasó con Bent?

Walker tomó una profunda respiración, el anhelo de desapareciendo en su


vista.

—Ha sido arrestado.

—¿QUÉ? —La palabra me salió con un silbido. Sintiéndome repentinamente


enferma, pase junto a él, en dirección a la esquina de mi habitación donde había
visto mis Converses. Al pasar al lado de Walker, mi hombro golpeó el músculo
sólido de su pecho, empujándolo hacia atrás. Fue como golpear una pared de
ladrillos. Una pared que era caliente, fuerte y capaz de sostenerme.

Ignoré el cosquilleo extraño que corrió por mi brazo al tocarlo y corrí por
mis zapatos, la irritación haciendo que mi cara se pusiera roja todo el tiempo.

Mi habitación era demasiado pequeña para nosotros dos. Me di cuenta de


eso la otra noche. Walker ocupaba demasiado de mi espacio. MI espacio. De
repente estaba enfadada. Enfadada de que Walker estuviera de nuevo en mi
habitación después alejarse de mí. Enfadada porque él me hiciera retorcerme y
gritar de necesidad, suscitando sentimientos en mí cuando juré nunca volver a
227

sucumbir.
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Pero más que nada, estaba enfadada porque Bentley estaba caminando por
un camino que solamente tenía un futuro oscuro. Un camino por el que había visto
a mamá bajar más veces de las que podía contar.
Al encontrar mis zapatos, me dejé caer en el borde de la cama y me los puse,
con movimientos erráticos. Estaba loca. Era el retrato de la locura. Todo estaba
jodido. Mamá. Mis sentimientos por Walker. Y ahora Bentley. Nada parecía ir bien,
¿pero alguna vez estuvo bien? Podía soportar mucho y aguantar por los últimos
años, pero no creo que pudiese manejar ver a mi hermano ir a la cárcel.

Eso definitivamente me podría romper.

Até mis zapatos con movimientos espasmódicos. Había lágrimas en mis ojos
de las que no estaba orgullosa, pero ahí estaban para que Walker las viera,
mostrándole lo débil que era.

Se puso de pie delante de mí, esperando pacientemente. Si se dio cuenta de


mis ojos húmedos, pero no dijo nada. Me concentré en sus pantalones rotos de las
rodillas en mi línea de visión, alimentando la ira en mí. Necesitaba odiarlo. Era lo
que conocía y ahora necesitaba algo familiar. Mi hermano estaba en problemas y el
único otro hombre en mi vida estaba jugando conmigo.

Mi mirada viajó más arriba, subiendo por la esbelta cintura de Walker y su


camiseta negra. Por su fuerte mandíbula. Hasta una nariz que estaba ligeramente
torcida por haberse roto en demasiadas peleas y a sus ojos que irradiaban hacia mí
con algo parecido a actitud distante.

Dejé caer mis ojos rápidamente cuando sentí el comienzo de un rubor subir
por mis piernas. Era algo que solo sucedía cuando Walker estaba cerca. Me obligué
a ignorar la sensación y centrarme en lo que yacía delante de mí, conseguir que
Bentley saliera de la cárcel.

—¿Qué pasó? —pregunté, llegando a mis pies y tirando hacia abajo el borde
de la sudadera de gran tamaño. Cualquier cosa para evitar mirar a Walker. Si lo
hacía, podría recordar donde había estado su boca y ahora mismo eso no era lo
importante, a pesar de que mi cuerpo no estaba de acuerdo.

Cuando Walker no contestó, levanté la mirada. Él me estaba mirando, con el


ceño fruncido en su rostro. Un hilo de inquietud corrió a lo largo de mi espina
dorsal.

—¿Walker? —pregunte temblando—. Estás asustándome. ¿Qué pasó con


Bentley?
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Impaciencia brilló en sus ojos.

—Está preso en una celda, eso es lo que pasó. Vámonos.


Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta, no esperando por mí, cada
movimiento que hacía era controlado.

Sabiendo que no conseguiría ninguna información de él hasta que estuviera


listo, seguí a Walker por mi dormitorio a un ritmo rápido. Cuanto más pronto
lleguemos a la estación de policía, más pronto podría ver a Bentley y asegurarme
de que estuviera bien.

Pam Man cruzó por mi mente, el más sucio de los policías corruptos. Me
preguntaba si tenía algo que ver con esto. Había sido una espina a nuestro lado
todo el tiempo que podía recordar. Si él estaba en la estación de policía y había
tocado un pelo en la cabeza de Bentley, juré que le haría daño de una manera que
lo haría no olvidarlo pronto.

Tomé mi teléfono al salir. Walker se detuvo en la puerta y esperó a que


saliera primero, y me dio suficiente espacio para pasar entre él y el astillado marco
de la puerta de color blanquecino. Empecé a pasar, mi cuerpo a pulgadas del suyo,
cuando su mano arremetió y me agarró la muñeca, sin previo aviso.

—¿No crees que es necesario ponerte algo más de ropa? —Preguntó,


mirando significativamente hacia mis piernas desnudas.

Miré hacia mis muslos bronceados, expuestos por los escasos pantalones
cortos de ejercicio que llevaba. Eran bajos y se ajustaban, fue lo primero que agarre
del armario. Pero no tenía tiempo para cambiarme.

Bentley me necesitaba. Eso es lo único que importaba.

—Estoy bien. Vamos —dije, alejando mi muñeca de él y caminando por el


pasillo. Podía oír sus pasos siguiéndome, a solo un brazo de distancia.

—No te pregunté si estabas bien, Ross. Dije que necesitabas ponerte algo de
ropa —dijo Walker, caminando detrás de mí—. Tal vez algo que no muestre tanto
tu culo.

Pasamos la habitación de mi madre y me di cuenta de que estaba vacía. Por


supuesto. Uno de sus hijos la necesitaba y ella no estaba por ningún lado. ¿Cuál era
la novedad?
229

—Mi culo está cubierto y Bentley está en la cárcel. Tenemos que irnos —
repliqué, ocultando mi reacción cuando su mano rozó mi trasero.
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—Bien, pero voy a salvar tu culo cuando estos pantalones cortos nos causen
problemas —refunfuñó Walker.
—¿Quién dijo que me cuidaras? —repliqué, mirando por encima de mi
hombro.

Se burló, sus ojos viéndose feroces.

—Mocosa —dijo con una voz profunda y suave.

Mi cuerpo se calentó a niveles peligrosos cuando puso su mano en mi


cintura, moviéndome para que esquivara los tacones con plataforma que mamá
había dejado en el pasillo. Me pregunté dónde estaba. Si siquiera se hubiera
preocupado de que su hijo mayor estuviera en la cárcel.

—¿Sabes algo? —pregunté—. ¿Está bien Bent? ¿Por qué lo retuvieron?

Walker dejó caer su mano de mi cintura para abrir la puerta del frente, sus
ojos deslizándose sobre mí.

—Te diré todo, Sam, pero te quiero en el coche primero —dijo, su mirada
fría y sin emociones.

—¿Por qué en el coche? ¿Por qué no me lo dices ahora? —pregunté, mi


corazón latiendo con alarma—. Él es mi hermano. Tengo derecho a saber.

Walker se inclinó, su boca a centímetros de la mía.

—Porque te conozco demasiado bien, Sam. Vas a flipar y te quiero en mi


coche cuando lo hagas. Nos ahorrará tiempo y mucho dolor de cabeza. Y... —su voz
descendió más bajo, enviando un hormigueo a lo largo de mis terminaciones
nerviosas—. Te quiero fuera de esta casa y lejos de tu cama. No sabes qué
demonios me estás haciendo. Estoy luchando contra el impulso de tirar esos
pequeños pantalones cortos y jodidamente tomarte ahora mismo, aquí en el
maldito suelo.

Parpadeé luego volví a parpadear. Mi boca formó una pequeña «o» cuando
mi mirada se dejó caer a su entrepierna, entonces la levanté. Tenía los ojos duros y
su boca estaba en una línea firme. Pude ver la tensión en su cuerpo y sentir el
peligro en el que estaba.

—Está bien —dije, la palabra cortada—. Pero me contarás todo en el


230

camino a la estación de policía —Sin esperar por él, corrí por las escaleras del
porche y al patio. Tenía que poner un poco de distancia entre nosotros antes de
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entregarle lo que él quería.

El aire frío de la noche inmediatamente se envolvió en mis piernas


desnudas, erizando mi piel. Lo ignoré y me dirigí hacia el coche de Walker. Su
Plymouth Duster estaba estacionado cerca de la acera, viéndose amenazante en la
oscuridad. Me detuve en el agrietado y desmoronado lado del copiloto y me volví
para esperarlo.

Él bajó las escaleras con calma, sus ojos en mí. Su andar era medido, sus
caderas rodaban con cada paso. Él nunca tenía prisa. La única vez que lo vi
moverse rápido era cuando se metía en una pelea. Otras veces, se movía con
precisión cuidadosa, cada movimiento era calculado. Deliberado. Era
frustrante. Quería agarrarlo y gritar que se diera prisa. ¿No había nada que pudiera
hacerlo moverse más rápido?

Crucé los brazos sobre mi pecho y golpeé mi pie impacientemente.

—Vamos, Walker —dije, luchando contra el impulso de gritarle.

Siguió caminando hacia mí, sus ojos manteniéndome fijos. Cambié mi peso
al otro pie, preocupada de que fuera a ver ese pequeño movimiento y supiera que
se estaba metiéndose bajo mi piel.

Con tres pasos más, se detuvo justo ante mí. Un pie nos
separaba. Necesitaba que fueran más. Como una milla, tal vez. A una distancia
segura de él.

Me esquivó y abrió la puerta del copiloto de su coche, acercándose


peligrosamente a tocarme. Me quedé quieta, temiendo que si me movía el aire
crujiría con la tensión entre nosotros.

La puerta del coche protestó con un gemido fuerte mientras él la abrió y


esperó a que yo entrara. Me deslicé en el asiento del pasajero, dispuesta a poner un
poco de espacio entre nosotros. Pero duró poco. El interior del coche olía a él. Oh,
Dios. Y los recuerdos... me hicieron tomar una respiración profunda. A horcajadas
en el asiento del conductor. Sus manos en mi cuerpo, pellizcándome y burlándose,
sus dedos deslizándose dentro de mí. Mi boca sobre él, lamiendo la salinidad de su
polla. Sus dedos en mi pelo, marcando el ritmo mientras su dureza se hundía más
profundamente en mi boca. Entonces en momentos después, cuando su longitud
palpitó a mitad de camino en mí, esperando para que derrumbara la última barrera
que tenía.

Traté de concentrarme en el parabrisas agrietado en lugar de hacerlo en


231

Walker mientras subía al asiento. La palanca de cambios nos separaba. Recordé lo


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que había sentido, presionada en mi estómago, mientras yo bajaba mi boca sobre


él. Dios, incluso eso tenía la capacidad de hacerme sudar.
Walker hizo girar la llave en el encendido y envolvió sus dedos en la
palanca. El coche rugió a la vida, retumbando en alta voz en el silencio. Su motor
sonaba malo y peligroso. Justo como su propietario.

Alejé los pensamientos de nosotros y me centre en por qué me había


despertado en medio de la noche.

—Entonces, ¿qué pasó con Bentley? —pregunté mientras el coche se alejaba


de la acera—. Estoy en el coche ahora. Dime.

Walker apoyó la muñeca en el volante, con los dedos relajados. Su otra


mano estaba envuelta en la palanca de cambios. Tiró del segundo cambio cuando
dejamos atrás el barrio y llegamos a la carretera principal.

—Fue atrapado robando —dijo Walker rotundamente, con los ojos en la


carretera—. Lo retuvieron por robo de automóviles y resistencia a la autoridad.

Por un segundo, me quedé sin palabras. Solo uno.

—¿QUÉ? —farfullé—. ¿Bentley?

Walker me miró antes de concentrarse en la carretera.

—Sí, tu hermano. No actúes como si él fuera inocente Sam. Sabes la mierda


que hace.

La furia que sentía antes, cuando Walker estaba en mi habitación era nada
comparada con la que estaba sintiendo ahora. La ira era tan fuerte que no podía
controlarla mientras me recorría el cuerpo, viniendo de algún lugar en el centro y
explotando hacia fuera. Traté de controlarla tanto como me fuera posible. Respiré
profundamente. Tratando de centrarme en una cosa que me calmara. Nada
funcionó. Las frías palabras de Walker solo lo hicieron peor. Estaba llevando aire a
mis pulmones en grandes bocanadas pero sentía como si estuviera respirando
desde un sorbete. Mi visión se redujo. Nunca había tenido un ataque de ansiedad,
pero me daba miedo estar a punto de experimentarlo por primera vez.

—Detente —dije con los dientes apretados, el pánico hacía difícil


respirar. Bentley está en la cárcel. Bentley está en la cárcel. Las palabras se
reproducían en mi mente como un disco rayado de los años 70. Miré hacia
232

adelante, manchas negras en el borde de mi visión. No puedo respirar.


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No. Puedo. Respirar.


Junté las manos con fuerza en mi regazo y clavé las uñas en las
palmas. Necesitando sentir dolor. Me ayudaba a centrarme. Tomé el dolor dentro
de mí y lo hice físico.

—Detente —susurré, presionando cada vez más con mis uñas. Por el rabillo
de mi ojo, vi que Walker me miraba.

—¿Qué? No —dijo con firmeza.

Mis uñas se hundieron más profundamente en mis palmas. El interior del


coche se hizo más pequeño, encerrándose con más fuerza a mi alrededor.

—Detente —escupí las palabras como si tuvieran mal sabor—. Ahora.

—Sam, no me voy a detener…

Agarré el pomo de la puerta y tiré. La puerta se abrió, solo lo suficiente para


permitir que el viento entrara por la apertura mientras estábamos en movimiento.

—¡Mierda! —maldijo Walker, llegando por encima de mí y tirando de la


puerta para cerrarla. El coche se movió hacia la derecha cuando se inclinó,
llevándonos hacia una acera llena de basura y malas hierbas altas.

Se sentó y enderezó el coche rápidamente. Su mano rozó mis piernas


desnudas antes de envolver sus dedos en la palanca y desacelerar. El motor se
ralentizó, pasando de un fuerte rugido a un suave zumbido.

—¡¿En qué diablos estás pensando, Sam?! —gritó, estacionando el coche a


un lado de la carretera—. ¿Estás tratando de matarte?

—¡No, pero tengo que salir! —grite, abriendo la puerta de nuevo.

No me di cuenta de los almacenes abandonados o del club de striptease


junto al camino. Todo lo que notaba era la furia y la histeria que bullía en mí.

Salté del coche y cerré de golpe la puerta, meciendo el coche. Tropezando


con la acera, planté mis manos sobre mis rodillas y me incliné, tomando
respiraciones profundas. La sensación de oxígeno que entraba en mis pulmones
me dejaba tambaleándome. Mi pánico comenzó a disiparse, pero la rabia todavía
233

estaba allí, necesitaba escapar.


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Un viento fresco eligió aparecer en ese momento, haciéndome


temblar. Coincidía perfectamente con mis emociones. Frío y amargo. Sintiéndome
mejor, empecé a caminar, con la bilis en mi garganta. Mi hermano va a la cárcel. ¡A
la prisión! ¡No como un menor de edad, sino como un adulto! ¡Él estará encerrado!
Me pasé una mano por la frente, mi ira alzándose.

Walker se bajó del coche, dejando la puerta del conductor abierta y


rodeando la parte delantera del coche con zancadas furiosas. Sus ojos eran duros y
llenos de rabia.

Y se dirigió a mí.

—¡¿Cuál demonios es tu problema?! —gritó, acechando hasta donde yo


paseaba—. ¿Sabes dónde jodidamente estamos? —Alzó sus brazos, abarcando
nuestro entorno—. Pico Hills, la única zona de la ciudad totalmente controlada por
pandillas. ¡No puedes parar y pasear por este camino! ¡Ve al maldito coche de
nuevo, Sam! ¡AHORA!

Tomé otra muy necesitada profunda bocanada de aire e ignoré los gritos de
Walker. Continué mi ritmo, tratando de averiguar cuándo Bent se convirtió en esta
persona, esta persona que no conocía. ¡Era nuestra culpa! ¡Nuestra! Maldije a papá
por irse y a mi madre por ser una drogadicta y una puta. Me maldije por ser una
indefensa un niño, incapaz de cuidar de mis propias necesidades básicas. Bentley
tuvo que asumir esa responsabilidad a una edad temprana, poniendo sobre él una
presión que ningún niño debería tener que conocer. Tal vez si nuestra familia
hubiera sido diferente, Bentley no se estaría enfrentándose a la prisión en este
momento.

Pero más que nada, a Walker. Desde el momento en que entró en nuestras
vidas, nada volvió a ser lo mismo otra vez. Siempre era Bent y
Walker. Emborrachándose. Rompiendo las reglas. Trayendo el infierno. Fue
Walker quien introdujo a Bentley a una vida de crimen y dinero fácil. Él le enseñó a
robar coches. Él le enseñó a pelear.

Walker fue quien había convertido a mi hermano en lo que se había


convertido.

—¡ROSS! —rugió Walker, tratando de tener mi atención.

Me detuve y lo miré fijamente, una agrietada acera con maleza recortada


nos separaba.
234

De repente estaba claro. Todo lo que condujo a este momento, el momento


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en que Bentley llegó a cárcel, llevaba a una cosa.

Walker.
CAPÍTULO 26
-Sam-
Traducido SOS por BrenMaddox
Corregido por Pily

Cerré la pequeña distancia entre nosotros y me acerqué a Walker,


dejándonos cara a cara.

—Tú —escupí con disgusto, apuntándolo con mi dedo índice—. Gracias a ti,
Bentley está sentado en la cárcel en este momento.

Vi la mandíbula de Walker moverse, con la mirada fija en mí con rabia.

—Si te hace sentir mejor, Sam, puedes gritarme todo lo que quieras, pero no
tengo la culpa.

Dejé escapar una risa aguda.

—¿No tienes la culpa? Tú robaste. Has engañado. ¡Rompiste cada ley que
podías de niño y le mostraste a Bentley cómo hacerlo! Te observé. ¡A veces yo
estaba contigo! ¡Así que sí, tú tienes la culpa! ¡Eres culpable de todo!

Walker se inclinó hacia mí agresivamente.

—¿No conoces a tu hermano realmente muy bien, cierto? El tipo está


metido en alguna mierda pesada y yo no tuve nada que ver con eso. No esta vez.

Negué con la cabeza, negándome a escucharlo. Necesitaba un chivo


expiatorio en este momento y Walker lo era. Todavía estaba herida porque me
había rechazado hace días. Y ni siquiera se había molestado en mentir con el fin de
hacerlo. Solo una excusa de «no es gustar o amar, solo es lujuria». Tal vez eso es lo
235

que todo esto era, yo queriendo más de él, pero prefería pensar que fue Walker
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quien le mostró el camino de la delincuencia a Bentley.

Me acerqué y planté mi dedo índice en el medio del pecho de Walker.


—Por su amistad contigo, mi hermano aprendió a quebrantar la ley —le
dije, estrechando mis ojos en él—. Aprendió a cómo robar coches y correr de
manera ilegal. —Negué con la cabeza, disgustada y cerca de las lágrimas—. Bentley
nunca estuvo hecho para esta vida, Walker, pero tú lo metiste en esto.

Los labios de Walker se curvaron en una sonrisa burlona.

—¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que tienes? Vamos, Sam. Sé que puedes
hacerlo mejor. Déjame ver esa ira. Es mejor que verte triste, y vaya si no es
caliente.

Sentí el látigo de fuego de la rabia, hundiéndose en mi piel por su burla.

—Bien —le espeté, dando un paso más cerca hasta que mi cuerpo estuvo
casi en su contra—. Quieres más. ¿Qué tal esto? Bentley y yo estábamos bien,
Walker, hasta que entraste en nuestra vida. Yo estaba bien hasta que me
tocaste. Hasta que me dejaste confundida y con ganas de más.

Walker se quedó inmóvil, la sonrisa desapareciendo de su rostro.

—¿De eso es de lo que se trata? —preguntó con una voz sepulcral—. ¿Tú y
yo?

Busqué sus ojos y respiré hondo con coraje, lo necesitaba como nunca
antes.

—No hay «tú y yo», ¿recuerdas? Hay lujuria solamente —le respondí,
lanzándole sus palabras.

Se me quedó mirando, con los ojos insensibles. Me preguntaba si había ido


demasiado lejos. Parecía que lo hacía un montón alrededor de Walker.

Empecé a dar un paso atrás y poner un poco de distancia muy necesaria


entre nosotros, pero me detuvo con la mano envolviéndose alrededor de mi
cintura y arrastrándome de nuevo hacia él.

—Escúchame, Sam —dijo con un crudo tono ronco—. Te toqué. Puse mi


puta boca en ti. Eres mía, dulzura. Amor o no amor.
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Mi corazón dejó de latir. Estaba segura de ello. Su mandíbula estaba rígida y


su mirada era dura, pero sus palabras... sus palabras eran letales.
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—Ahora... vuelve al coche —dijo, su mirada yendo a algo detrás de mí. Trató
de empujarme hacia el Duster con una mano en mi cadera, pero no iba a
funcionar. No iba a moverme de buena gana.
—Todavía estoy cabreada —le dije, sacudiéndome de su agarre—. Y no soy
tuya... —Mi voz se apagó cuando oí pasos detrás de mí.

—¡Mierda! —murmuró Walker en voz baja, mirando por encima de mi


cabeza hacia algo.

Me di la vuelta, miedo deslizándose debajo de mi piel y arrastrándose a lo


largo de mis terminaciones nerviosas.

Tres chicos estaban a unos metros de distancia. Estaban distribuidos,


formando un semicírculo alrededor de nosotros. Cada uno tenía pantalones
holgados que se mantenían debajo de sus caderas y con cinturones de cadenas
colgando de ellos. Vestían camisetas sin mangas y pañuelos rojos atados en sus
frentes, casi ocultando sus ojos. La hostilidad estaba en sus rostros, en algunos más
que otros.

Di un paso atrás, recordando dónde estábamos, la parte de la ciudad donde


las bandas gobernaban y todos los demás pagaban las consecuencias. Si aquí no
sigues su ley, tu asesinato sería hablado en las noticias de las cinco, justo después
del tiempo y antes de los deportes. Solo como una estadística en una ciudad
invadida por el crimen y las drogas.

Y Walker y yo podíamos ser las próximas víctimas.

Uno de los chicos se adelantó, sus grandes ojos en mí. Miró hacia abajo a mi
cuerpo con interés, con la mirada llena de agradecimiento.

—¿Qué estás haciendo aquí, chica? No es tu parte de la ciudad, bebé —dijo


en un acento hispano espeso, con los ojos moviéndose sobre mí descaradamente.

Empecé a contestar, teniendo miedo de defenderme, pero Walker se me


adelantó.

—Estábamos yéndonos —dijo, dejando ir mi cadera y moviéndose delante


de mí, dando la impresión de que no iba a ninguna parte.

El líder se frotó el parche de pelo en su barbilla y evaluó a Walker con


desconfianza.
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—Tú, mi amigo, están en una mala zona —dijo, hablando en español,


señalando con la barbilla de una manera amenazadora.
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No hablaba una pizca de español, pero sabía que lo que el chico había dicho
no podía ser bueno.
Walker se puso rígido, comprendiendo las palabras del hombre sin ningún
problema. El español le llegaba tan fácilmente como el inglés a mí, gracias a sus
años en un equipo de construcción y su ilícito pasado lleno de crimen.

—¿Sí, que problema? —dijo Walker con calma, su español impecable.

El líder ignoró a Walker y me miró, inclinándose un poco para poder ver


alrededor del musculoso cuerpo de Walker.

—Hola, chica —dijo, sonriendo y moviendo los dedos en un pequeño


saludo—. Eres muy bonita.

Walker no se movió, pero cada pelo en su cuerpo se levantó.

—¿Problema? —preguntó de nuevo con desprecio.

La sonrisa se deslizó de la cara del líder. Sus ojos se ensancharon, su nariz


haciendo lo mismo. Como un perro olfateando al enemigo, se erizó, listo para
atacar.

—Sí, es un gran problema. —Hizo un gesto a sus amigos, de pie a cada lado
de nosotros—. Verás, mis amigos y yo no tenemos dinero y queremos ver tetas y
culos. —Hizo un gesto con la barbilla a través de la calle hacia el club de striptease
de mala muerte, una sonrisa resbaladiza haciendo que sus finos labios se vieran
aún más delgados—. Y entonces ustedes aparecen. Digo que es conveniente. —Sus
pasos eran ociosos, mientras paseaba hacia nosotros, sus amigos quedándose
donde estaban y mirándonos.

Walker no movió un músculo, pero podía sentir la animosidad rodando de


él en oleadas. Lo había visto encargarse de un hombre maduro cuando era un
adolescente. Sabía que tenía algo dentro suyo que estaba al acecho y que podría
destrozar y destruir. La pregunta era, ¿podía controlarlo?

El líder se detuvo justo al alcance de los brazos de Walker. Mala decisión.

—Pagarlo, ese —dijo, sus ojos agitándose hacia mí—. A menos que ella
quiera mostrarnos sus tetas y el culo en este momento.

La mano de Walker salió disparada, agarrando el cuello del chico en un


238

movimiento rápido. Su palma chocó contra la tráquea del líder, listo para aplastarla
en cualquier segundo. Con un tirón, lo llevó más cerca, sus dedos clavándose en el
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cuello del hombre.


Me removí, a punto de caer al suelo, mientras los esbirros del líder se
movieron hacia adelante. Mi espalda golpeó el coche mirando frenéticamente
alrededor. Ambos tenían cuchillos en sus manos.

Pero a Walker no parecía importarle.

—Dile a tus amigos que retrocedan o solo voy a apretar más —dijo Walker,
su voz como un ángel de la muerte mientras apretaba sus dedos en la garganta del
líder.

El hombre luchaba por respirar, su cara poniéndose roja. Pero en lugar de


verse asustado, lucía tranquilo, casi pacífico. Su boca se convirtió en una sonrisa
extraña mientras lentamente levantó la mano, haciéndole saber a sus hombres que
se retiraran. Walker los observaba, con la mano lista para pulverizar la tráquea del
líder.

—Ahora, escucha, vato —dijo con una sonrisa burlona—. Si tú o alguno de


tus amigos respiran cerca de ella, sus madres estarán llorando sobre sus ataúdes.
—Sus ojos viajaron sobre los otros hombres, manteniéndolos en su lugar con una
mirada mortal—. ¿Lo captan?

Cuando el líder no respondió, Walker aplicó más presión, provocando que la


sonrisa del hombre desapareciera. Terror apareció en sus ojos frenéticos. No podía
respirar, el color de su piel se ponía más oscuro. Agarró la muñeca de Walker,
tratando de alejar su mano, pero los dedos de Walker solo apretaron, levantando al
líder un cuarto de pulgada de la tierra.

Empecé a sentir pánico. ¡Walker va a matarlo! Iba a ser cómplice y él estaría


sentado en la cárcel junto a Bentley, ambos me iban a dejar para siempre. Recé
para que el tipo cediera. Solo acepta y vete, quería gritar. Bentley era
sobreprotector pero sabía que Walker mataría por mí.

Y eso me asustaba como ninguna otra cosa.

—¡Walker! —grité.

Walker no se dio vuelta. Su mano libre se movió, indicándome que me


detuviera. Lo hice, encontrando los ojos del líder. Justo cuando pensaba que iba a
desmayarse por falta de oxígeno, miró a Walker y asintió, cediendo.
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—Bien —dijo Walker con una voz tranquila, dejando caer la mano del cuello
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del chico—. Me alegro de que estemos en la misma página.


Estaba tan indiferente acerca de esto que empecé a temblar, pero no de
miedo.

De la ira.

El líder dio un paso atrás, lejos de su roce con la muerte. Flexionó su cuello y
se frotó la garganta, el color regresando a su piel mientras nos miraba.

—Entra al coche, Sam —dijo Walker por encima del hombro, con los ojos
fijos en los hombres.

Por mucho que quisiera darle un puñetazo por interpretar al héroe, no tuvo
que decírmelo dos veces. Corrí hacia la puerta del pasajero, metiéndome
dentro. Tuve la puerta cerrada y bloqueada en cuestión de segundos.

Pero Walker seguía de pie fuera.

¿Qué demonios está haciendo? Los otros hombres avanzaban hacia él, la luz
de la luna capturando el destello de los cuchillos en sus manos. El líder estaba
hablando con Walker, gesticulando y sonriendo con esa sonrisa de comemierda.

Bajé mi ventana, observando mientras rondaban en círculos a Walker.

—¡Vamos! —grité, el miedo agudizando mi voz. Olvida la ira. Tenía un


miedo de muerte. Walker era grande y malo pero era superado en número y no
estaba armado en este momento—. Walker —grité de nuevo—. ¡Ven!

Si me escuchó, no lo demostró.

Mi corazón estaba a punto de estallar. Los hombres estaban casi sobre


él. Todo lo que tomaría era un golpe y lo tendrían derribado. Miré alrededor del
coche, frenética por encontrar algo para usar como arma. No había nada más que
las alfombras de piso y una taza vacía de comida rápida. Abrí la guantera,
encontrando solo algunos papeles. Oh, Dios. Oh, Dios. ¿Qué hago? Mi mirada se posó
en el volante. Gracias a Dios que Walker había sido lo suficientemente inteligente
como para dejar el coche en marcha, una vieja costumbre de sus días en la
cárcel. Tal vez hay una manera de salir de aquí con vida. Sin pensarlo dos veces,
desbloqueé la puerta del pasajero y la abrí de nuevo.
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—¡COLE! —grité, apoyándome lo suficiente para que pudiera oírme. No


miró hacia mí pero vi que su cabeza giró ligeramente, sus ojos todavía en los
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hombres.

Eso es todo lo que necesitaba. Dejé mi puerta del coche abierta y me


arrastré por la consola y a la palanca de cambios mientras los hombres se
apresuraron hacia Walker. Oí golpes y gruñidos mientras me dejé caer en el
asiento del conductor para poder enfocarme en hacer lo único que sabía hacer.

Sobrevivir.

Con la palma de mi mano y mi corazón latiendo fuera de control, toqué la


bocina, haciendo que el sonido fuera penetrante en la noche. Era la única manera
que conocía para conseguir ayuda.

Algunos clientes que caminaban al club de striptease se volvieron hacia


nosotros, pero nadie se movió. Solo se detuvieron y miraron desde allí como un
montón de idiotas. Bajé la ventanilla del lado del conductor tan rápido como pude.

—¡AYUDA! —grité, maldiciéndolos por no moverse. No les importaba. Se


dieron media vuelta y se alejaron, teniendo su gran “momento” entrando al club.

—Mierda —juré. ¿Qué está mal con la gente?

Más gruñidos y ruidos vinieron desde fuera del coche. Terror se apoderó de
mí de nuevo. Apoyé la mano de nuevo en la bocina y empecé a prender y apagar los
faros. Cualquier cosa para conseguir ayuda.

Pero fue inútil. Nadie iba a venir.

Llegué bajo el asiento del conductor, con la esperanza de encontrar una


barra de hierro. Cualquier cosa. No había nada excepto un pequeño trozo de
papel. Lo agarré. La envoltura de un condón. Mierda.

Me desesperé, incapaz de ayudar a Walker. No podía ver más. Había


demasiados chicos y estaba demasiado oscuro. Pero podía escuchar los sonidos de
la pelea. Puñetazos y golpes. Huesos rompiéndose y golpes volando en el aire. Eran
terribles sonidos.

¿Qué debo hacer?

Tomé el teléfono y marqué el 911, encogiéndome cuando oí un golpe


seguido de un pesado gruñido fuera del coche.

—911, ¿cuál es su emergencia? —preguntó una voz femenina aburrida al


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otro lado de la línea.


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Abrí la boca para decirle que enviara ayuda cuando alguien fue arrojado
contra el coche, sacudiéndolo. Salté y grité, dejando caer el teléfono al piso. Alcancé
a ver el rostro de un hombre estrellándose contra la ventana antes de desplomarse.
Un segundo después se oyó un golpe y otro golpe, seguido por el sonido de alguien
siendo golpeando en el suelo.

Tomé mi teléfono de nuevo, con mi corazón en la garganta. ¿Y si es Walker


quien está en el suelo, golpeado y magullado? ¿Y si se está desangrando, por una
herida de cuchillo en el costado?

Dejé caer el teléfono, empecé a moverme por la palanca de


cambios. Olvidándome de los policías, que no aparecerían en esta zona de todos
modos. Iba a ir yo misma tras Walker.

Tenía mis manos en el asiento del pasajero y las rodillas en el controlador


cuando Walker cayó dentro del auto, obligándome a volver al volante.

—¡CONDUCE! ¡CONDUCE! —gritó, cerrando la puerta de un tirón mientras


los hombres corrieron al coche.

Caí en el asiento del conductor y pisé el embrague. Al mismo tiempo, tiré la


palanca en primera. En un movimiento suave, quité el pie del embrague y pisé
fuerte el acelerador. Al coche le tomó un segundo pero luego se tambaleó hacia
delante, quemando la goma y despegando. Gracias a Dios que Bentley me había
enseñado cómo conducir como una profesional si no estaríamos en un gran
problema.

Volamos por la calle, los faros pasando con rapidez por la oscuridad. Miré
por el espejo retrovisor, una vez, viendo a los hombres de pie en la calle. Uno o dos
de ellos estaban en el suelo, agarrándose el estómago o cabezas.

Con mi pelo siendo batido por la ventana abierta, saqué la mano y les saqué
el dedo medio. Dios, se sintió bien.

Walker se rió entre dientes a mi lado mientras yo metía nuevamente mi


mano dentro del coche. El sonido barítono de su risa envió escalofríos por mi
cuerpo, recordándome en cuánto peligro había estado. No me pude detener, me
acerqué y le di un puñetazo en el brazo con mi puño, poniendo suficiente fuerza
detrás del mismo para agregar otro moretón a cualquiera que pudo haber recibido.

—¡Maldita sea! ¿Qué fue eso? —gritó Walker por encima del ruido del coche
corriendo por la carretera, el viento azotaba través de las ventanas abiertas.
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Lo miré, haciendo caso omiso de mí pelo moviéndose alrededor.


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—¡Me asustaste! ¡No vuelvas a hacer eso de nuevo!


—¡Malditamente voy a volver a hacerlo si tengo que hacerlo! —gritó de
regreso, agarrando el mango de cuero de la puerta y se sostuvo mientras reduje la
marcha y tomé una curva demasiado rápido, derrapando—. ¡Cualquier cosa para
protegerte, Ross!

Lo miré, con mis ojos amplios.

Estaba golpeado y sangrando. Pude verlo gracias al resplandor de las


farolas. Todo por mí. Observé mientras corría un dedo bajo su nariz, evitando mis
ojos. Sustancia roja quedó en su mano y todavía goteaba por su fosa nasal
izquierda.

—¡Estás sangrando! —exclamé, mirando frenéticamente de él hacia la


carretera—. ¡Mierda!

—Tuvieron suerte —dijo Walker, haciendo una mueca cuando trató de


sentarse recto.

Me detuve en una luz amarilla, manteniendo un ojo en él y en el


camino. Estaba tirando de su camisa, exponiendo un desnudo estómago marcado
con músculos.

—Maldita sea —dijo en voz baja.

—¡Oh, Dios, te cortaron! —dije con un chillido, al ver una cuchillada en el


costado.

Sus ojos viajaron hasta encontrarse con los míos.

—Estoy bien, Ross. Conduce —dijo, su respiración pesada.

Y una mierda que lo estaba.

Miré a mí alrededor, buscando un lugar seguro para detenerme en alguna


parte. Nada. Solo barrios y empresas que parecían como que estuviéramos en el
lado oscuro del infierno. Mierda. Estaba en villa basura.

Conduje por otra milla, mirando a Walker cada pocos segundos. Había
bajado su camisa, ocultándome la sangre. Pero él estaba tranquilo. Demasiado
243

tranquilo, y eso me asustó hasta la muerte.


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Estábamos a diez millas del centro de la ciudad y a pocos minutos de donde


Bentley estaba en la cárcel, pero no podía soportarlo más. Entré en el
estacionamiento de una tienda de licores. En un lado de la calle estaba el
cuestionable establecimiento K Street Licores, cerrado por la noche. En el otro lado
había una fila de pequeños bungalós de 1930. El barrio podría ser bonito durante
el día, pero ahora estaba deteriorado y decadente. Deshabitado como la mayor
parte de este pueblo.

—Muy gracioso —dijo Walker, mirando hacia arriba a la señal oscura de


licor—. Por muy bien que me vendría beber en este momento, tenemos que irnos.

Aparqué en un lado, apenas encontrando lugar para estacionar detrás del


edificio y apagué el motor.

—Estás herido —dije, desabrochando mi cinturón de seguridad y


volviéndome hacia él.

—Es un corte superficial. Vamos a buscar a tu hermano, Ross —dijo Walker,


viendo cuando puse una pierna debajo de mí para poder inclinarme más hacia él.

Ignoré su excusa.

—No importa, Walker, y mi hermano puede esperar. Él no va a ningún lugar.


—Me estiré más, levanté la esquina de su camisa para revelar un estómago
bronceado con cuadritos, haciendo una mueca cuando vi el corte en el costado de
su caja torácica.

—Es poco profunda. Uno de ellos tenía un cuchillo de mantequilla —dijo


Walker con una sonrisa.

Lo miré a los ojos, frustrada porque fuera tan frívolo al respecto. Sí, era poco
profunda, pero aún así era una herida de cuchillo.

—No es divertido, Walker. ¡Podrías haber sido asesinado! ¿Eso no te


molesta?

—No realmente —dijo, con indiferencia.

La idea me dejó fría. Si hubiera sido seriamente herido o asesinado, no sé lo


que habría hecho. Por unos pocos segundos traté de imaginarme la vida sin él.

Y no pude.
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—¿Qué te molesta, Walker? —pregunté con exasperación, dejándome caer


de nuevo en el asiento del conductor—. ¿El hecho de que estemos sentados en
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frente de una tienda de licores y necesites un trago? ¿O el hecho de que estamos en


camino a recoger a tu mejor amigo de la cárcel? ¿Al lugar donde lo ayudaste a
llegar? Quiero saber ya que morir o hacerte daño no parece molestarle. ¿Entonces,
qué sí te molesta?
A pesar del corte, Walker se inclinó sobre la palanca de cambios, su voz
adquirió un borde duro.

—¿Quieres saber qué demonios me molesta? —preguntó, los músculos de


su mandíbula flexionándose y apretándose—. ¡Tú!

Aspiré una bocanada de aire, pero me recuperé rápidamente.

—Que te jodan —le dije, cruzando los brazos bajo mis pechos.

La voz de Walker se levantó, había furia en su tono.

—Voy a hacer de cuenta de que no dijiste eso.

—Si te hace feliz —le dije con una sonrisa inteligente, descruzando los
brazos e inclinándome, encontrándome con él en la palanca de cambios.

Walker me dio su sonrisa arrogante.

—Lo que me haría feliz es si quisieras escucharme una vez. ¡Cuando digo
que no salgas del coche, no salgas del coche! ¿Es tan difícil?

No le respondí. Estaba demasiado molesta.

Los ojos de Walker bajaron hasta mi boca, su tono cáustico.

—Siempre tienes que hacer las cosas a tu manera, Sam. ¡Te paseas por ahí
viéndote tan condenadamente hermosa y tengo que sentarme aquí y verte,
sabiendo que está mal tocarte! ¡Jodidamente no puedo quererte! ¿Por qué? Porque
estoy demasiado jodido. ¿De verdad crees que quiero amarte como lo hago? ¡Por
supuesto que no! ¡Así que sí, me molestas! —gritó—. ¡Tú me molestas!

Me quedé mirándolo, todo el dolor y la ira dejando mi cuerpo. ¿Acaba de


admitir que me ama?

Sus ojos brillaban, escupiendo fuego y quemando por la rabia en ellos. Nos
miramos el uno al otro. Me sentía atrapada, incapaz de moverme, cautivada por
él. Era tan agravante y obstinado. Un verdadero imbécil. Me daba ganas de
gritar. Pero era Walker.
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Y yo estaba asustada porque podría estar cayendo por él. Duro.


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Tomó una respiración profunda y luego dejó escapar un suspiro resentido.


—Escucha, Sam —dijo con un tono de voz más tranquilo—. Olvida lo que he
dicho, sobre todo la última parte. No te amo. No puedo.

Pero yo podría amarlo.

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CAPÍTULO 27
-Sam-
Traducido por Sandra289
Corregido por Nanami27

Con un salto, crucé la palanca de cambios y me senté a horcajadas en su


regazo. De repente supe lo que quería y él estaba sentado justo a mi lado.

Agarrando la cabeza de Walker, lo besé. Un frenético y necesitado beso del


que no tenía miedo. Nuestro pasado fue olvidado, nuestro futuro dejado atrás con
suerte. Solo éramos Walker y Sam, dos niños que una vez se odiaron ahora
enamorándose duro el uno del otro.

Walker atrapó mis labios, sus dedos hundiéndose en mis muslos. Su boca
tomando la mia con urgencia, forzándome a hacer lo que sea que quiera. Un
profundo gemido escapó de él cuando curvé mi cabeza a un lado, buscando mayor
entrada a su boca. Mis dedos se enredaron en su cabello, sintiendo sus sedosas
hebras entre ellos. Por un segundo, dejé que las mechas de su cabello pasaran por
mis dedos, luego agarré un puñado y tiré, inclinando hacia atrás su cabeza así
podía profundizar nuestro beso. Estaba desesperada. Hambrienta. Famélica de él.
Dios, casi lo había perdido.

Chupé su labio inferior y luego lo jalé entre mis dientes, lamiéndolo con
gentileza antes de soltarlo. Sus dedos se tensaron en mis caderas, sujetándome
contra él. Pero no iba a ir a ningún sitio. Ni siquiera nuestro odio podía separarnos
esta vez.

—¿Te hago daño? —Me aparté para preguntar. La palanca de cambios se


estaba clavando en una de mis piernas y la manija de la puerta estaba
presionándose en mi costado, pero estaba más preocupada por Walker y su corte.
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No quería causarle alguna herida más de la que tenía.


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—No, pero si lo estuvieras lidiaría con el dolor por tenerte encima de mí —


dijo con voz ronca, corriendo una de sus manos bajo mis muslos. Su pulgar se
deslizó debajo del dobladillo de mis pantalones cortos, moviéndolos poco a poco
hasta mi apertura.
Aspiré en un aliento rápido cuando se acercó para tocarme, pero luego quitó
su mano y la puso de vuelta en mi cadera, apretando suavemente. Bajé mi cabeza y
lo besé de nuevo, cuidando el corte de su costado. Él abrió su boca ampliamente,
invitándome. Era una oferta que no podía rechazar.

Ahondé mi lengua, golpeándola contra la suya un segundo antes de empujar


su lengua en mi boca. Sus dedos agarraron mis caderas con más fuerza,
urgiéndome a moverme contra él. Me contoneé en su regazo, frotándome contra la
excitación oculta en sus vaqueros. Él gimió en mi lengua cuando sacudí mis caderas
en su contra, su dureza golpeándome en el centro exacto. Aspiré un aliento, fuego
disparándose por mi cuerpo. Sin pensarlos dos veces, empecé a tirar mi jersey
arriba. Quería su boca en mis pechos. Chupando. Lamiendo. Mordiéndome. Dios, lo
quería demasiado.

Rompí el beso justo por un segundo, tiempo suficiente para arrastrar el


jersey por mi cabeza y lanzarlo en el asiento del conductor, olvidado. Lo odiaba. Me
mantenía escondida de él y quería estar desnuda para él.

Tan pronto como se fue, Walker agarró de nuevo mi cabeza y se inclinó más
contra mí. Su boca retornó a la mía, su lengua deslizándose por mis labios y en mis
profundidades. Me estremecí, llevándolo más dentro de mi boca y succionando su
lengua. Agarrando la parte superior de mi camiseta sin mangas, empecé a sacarla
cuando su mano fue bajo mi cabello, recogiéndolo en un puñado. Temblé,
esperando que tirara de las hebras duro tan pronto como entrara en mí.

Sintiéndome delirante, me apresuré en quitarme mi camiseta sin mangas


más rápido.

—Las ventanas —dijo con voz ronca, su boca dejando la mía para viajar a mi
cuello.

En la neblina del deseo, me di cuenta que las ventanas estaban todavía


bajadas. Dejando caer mi camisa sin mangas, me lancé al otro lado de la palanca de
cambios, la parte superior de mi cuerpo recostado sobre el asiento del conductor,
la parte baja de mi cuerpo todavía sentada a horcajadas sobre Walker. Nunca había
querido subir una ventana tan rápido. Maldije al viejo auto cuando se quedó
atascada a la mitad.

Walker soltó una risita baja y sexy. Recorrió a tocarme bajo mi camiseta sin
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mangas mientras yo trabajaba en conseguir subir las ventanas, su toque


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volviéndome loca. Lo escuché subir la ventana del pasajero con su mano libre.
Mierda, ¿podía ser el mío el más duro de girar la manija?
Finalmente, me senté. Misión cumplida. La ventana del lado del conductor
estaba subida. Estuve de vuelta en el regazo de Walker en cuestión de segundos, mi
boca en la suya.

Reunió la parte superior de mi camiseta sin mangas en un puño y tiró, casi


rasgando el material desgastado. La lanzó sobre mi cabeza y cayó encima de mi
jersey, creando una pila de ropa en el lado del conductor. Mi cabello caía en
cascada sobre mi pecho, cubriendo mi sujetador. Él puso las finas hebras tras mis
hombros y me jaló contra él, su boca yendo a mi cuello.

—Qué es lo que quieres, Sam. Dímelo —murmuró contra mi piel, dejando


humedad a su tras—. Exígemelo.

Atrapé mi labio inferior entre dientes, cerrando los ojos con el ansia
corriendo a través de mí. ¿Podría decirlo? ¿Debería? Ámame, Walker, por favor.
Pero lo que dije no fue lo que planeé decir en voz alta.

—Quiero tu boca en mis pechos —contesté, mi voz apenas sobre un


susurro—. Muérdelas. Lamelas. Por favor.

Walker gruñó, empujando mi sujetador arriba y fuera del camino.

—¿Así? —preguntó, inclinándose y tomando mi pezón en su boca.

—Sí —dije con voz ronca, exhalando mientras él me arrastraba profundo en


su boca, chupándome. El éxtasis se disparó en mí, extendiéndose desde mi pecho
hasta más abajo, en mi centro, dejándome ardiendo y mendigando por más.

Walker soltó mi pecho. Este salió con un chasquido de su boca y me hizo


gemir. Su lengua entró en juego, lamiendo mi pezón y moviéndose en el punto. Se
arremolinó en mi punta arrugada, dejando humedad en mí, antes de metérselo en
la boca, chupando profundamente. Jadeé y arqueé la espalda, dándole de comer
más de mis pechos. Él lo tomó, tanteando el otro y tirando de mi pezón entre sus
dedos.

—No puedo dejar a este sin ninguna atención —murmuró, su aliento


caliente acariciando mi piel mientras se movía al otro pecho.

Se lo metió en la boca, dándole tanta atención como al primero. Rodó su


249

lengua en mi pezón, tirando y lamiendo un segundo, chupando al siguiente. Sus


dientes mordiendo en la punta, tirando lo suficiente para mandar un matiz de
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pequeño dolor disparándose por mí. Gemí y me moví contra su entrepierna, la


palanca de cambios dejando una impresión en mi pierna derecha.
Mis senos estaban húmedos e irritados, pero nada se había sentido tan bien.
Sus dedos jugaban con uno, tirando y agitando, mientras su boca veneraba al otro.
Pensé que no podía tomar nada más, pero él estaba a punto de probar que me
equivocaba.

—¿Qué más? —preguntó, su voz como miel contra mi piel—. ¿Quieres que
te toque? ¿Qué lama tu coño? Dime.

Tragué para quitar la sequedad de mi garganta, mi rostro quemaba. ¿Podía


aceptar más? Jesús, sí.

—Tus dedos. —Apreté los ojos cerrados, incapaz de acabar mi frase.

Él recorrió sus manos por mi desnudez de nuevo, sus dedos recorriendo mi


columna vertebral, acariciándome.

—¿Qué quieres que haga con ellos? —preguntó Walker, su voz tan ronca y
sexy que me podría correr sólo escuchando su voz—. Dímelo y lo haré. Tan duro o
gentil como quieras.

Sus ojos deambularon por mi desnudez, con calor en sus ojos, fuego
estallando de ellos. Convertía mi piel en un ardiente infierno. Debería estar
avergonzada, sentada a horcajadas sobre él, casi desnuda, con sus palabras
sonando en mis oídos, pero no lo estaba. Me sentía venerada.

Mordí la blanda piel de mi labio inferior, la inseguridad haciéndome dudar.

Él pasó sus dedos bajo la pierna de mis pantalones cortos, provocándome.

—Estoy bajo tu control, Sam. No quiero hacer nada a no ser que me lo digas.
Esa es la regla.

Envolví una mano en su cuello, balanceando mis caderas contra él cuando


sus dedos escarbaron un poco más bajo mis pantalones cortos.

—¿Cuándo empezaste a seguir las reglas? —pregunté con voz susurrante,


temblando de deseo.

Su boca se curvó en una sonrisa.


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—Por ti, cariño. Seguiré cada maldita regla que hay. Incluso inventaré unas
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pocas por mí cuenta si puedo tenerte dónde te quiero.

—¿Y dónde sería eso? —pregunté de forma coqueta.


Walker gimió y se inclinó sobre mí, su boca yendo a mi cuello.

—Debajo de mí. Tus piernas extendidas. Abiertas para mí —susurró,


mordisqueando mi piel.

Un rubor recorrió mis terminaciones nerviosas, acabando en la punta de


mis dedos enterrados en su cabello. Su lenguaje solo me encendía más.

—Ahora dime, dónde quieres mis dedos antes de romper mi propia maldita
regla y hacer justo lo que quiero —dijo Walker con voz ronca, sonando como si
estuviera perdiendo su batalla con el control.

Traté de tener un pensamiento coherente cuando se apropió de mis pechos


otra vez, recorriendo su pulgar por mi pezón. Esperando que contestara, besó el
camino de vuelta a mi boca, tirando y girando la punta de mi pecho al mismo
tiempo con sus dedos.

Me contoneé en su regazo, necesitando más.

—Quiero tus dedos dentro de mí —dije contra su boca, sonrojada por mis
palabas—. Por favor.

—Umm —se rió entre dientes con baja voz, llevándose su boca lejos de la
mía—. Ahí está esa palabra de nuevo. Por favor. Suena tan malditamente dulce
viniendo de tu boca.

Sonreí, dándome cuenta de cuánto poder tenía sobre él. Se sentía bien pero,
¿con quién estaba jugando? Él era el único capaz de hacerme derretir y romperme.

—Quítate los pantalones cortos. Las bragas también —mandó, quitando sus
manos de mi espalda y soltándome.

Me ruboricé desde lo alto de mi cabeza hasta la puntilla de los dedos del pie.
Con sus ojos en mi cuerpo, me contoneé y tiré de mis pantalones cortos y ropa
interior hasta mis pies, dejándolos en el suelo del coche. Y dejándome expuesta a
él.

—Jesús, eres malditamente perfecta —dijo, recorriendo sus ojos por mi


cuerpo.
251

Estaba roja con vergüenza pero balanceé una de mis piernas de vuelta sobre
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él, sentándome a horcajadas otra vez. Mi cuerpo desnudo estaba en contradicción


con la forma vestida de él, la rugosidad del material contra mi sensible y sensorial
piel. Sus ojos permanecieron en mí, empapándose de la vista de mí. Tan pronto
como mis manos fueron a sus hombros, sus labios estuvieron en mí, su lengua
empujando en mi boca de nuevo.

Gemí y me derretí contra él cuándo sus manos escarbaron entre mi cabello,


agarrando los lados de mi cabeza firme. Su lengua deslizándose más allá de mis
labios y empujando dentro, saboreándome. Estaba tan envuelta en su boca que no
me di cuenta de una de sus manos desapareciendo de mi cabeza.

Estiró la mano entre los dos, su mano quemando contra mi muslo. Gemí,
dándole más acceso. Sus dedos se deslizaron contra mí, desapareciendo entre mis
piernas. Abandoné su boca, jadeando, y mi cuerpo temblando.

—¿Es esto lo que quieres? —murmuró, viéndome en la oscuridad, sus dedos


yendo más profundo entre mis pliegues.

—Mmmm —fue la única respuesta que pude manejar.

—¿Más profundo? —preguntó, su boca moviéndose a mi mandíbula.

—Sí —susurré sin aliento cuando una oleada me sacudió.

Inhalé bruscamente y casi mis rodillas se debilitaron cuando encajó dos


dedos en mí, sin contenerse. Recorrió su otra mano por mi columna vertebral,
manteniéndome en el lugar mientras deslizaba sus dedos dentro y fuera,
haciéndome sofocar.

Dejé caer la mano en su abdomen, descansando en su estómago. Él estaba


inclinado, sus largas piernas extendidas en el suelo del auto. Justo en el ángulo
correcto para darme espacio para alcanzar su cremallera. Mientras sus dedos se
movían en mí, bajé a cremallera, con cuidado para evitar tocar la herida del
cuchillo en su costado.

—Sácame —demandó, su boca dejando la mía para así poder observarme.

Empujé a sus vaqueros fuera del camino y envolví mi mando en su polla.

—Dios, Sam —murmuró, lanzando su cabeza hacia atrás contra el


reposacabezas y cerrando los ojos mientras yo apretaba.
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Una pequeña sonrisa se elevó en mis labios cuando vi el placer cruzando su


rostro. Me encantaba tener tanto control sobre él. Era impresionante.
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Estaba moviendo mi mano arriba y abajo cuando sentí una gota de


humedad aparecer en la punta. Empecé a recorrer mi pulgar sobre él cuando los
ojos de Walker se abrieron de golpe. Me tomó por detrás de la cabeza y me tiró
contra él, su boca yendo a la mía. Se volvió exigente e impaciente, sus labios
forzando a los míos a abrirse para zambullir su lengua dentro.

—Levántate —dijo, arrastrando su boca de la mía.

No podía subir mis rodillas muy bien en el asiento, pero lo hice lo mejor que
pude. Mi cabeza golpeó el techo cubierto de tela y mi rodilla izquierda estaba
empujando contra la manija de la puerta, pero de alguna manera lo manejé.

Tan pronto como estuve fuera de su regazo, quitó los vaqueros con
apresurados movimientos. Cuando estuvieron abajo, en sus rodillas, estiró la
mano, agarrando mi cintura.

—Dime —ordenó—. ¿Qué quieres?

Solo paré un segundo.

—A ti dentro de mí —dije, apenas capaz de hablar.

—Si hacemos esto, Sam, eres mía. ¿Entendido? —dijo Walker, sus ojos
manteniendo algo serio en ellos que nunca había visto antes.

—Pensaba que ya era tuya —interpelé, volviéndome impaciente.

La voz de Walker contraatacó con un borde posesivo.

—Siempre has sido mía, cariño, solo que no lo sabías.

—Entonces toma lo que es tuyo.

Agarró la parte trasera de mi cabeza y tiró de mis labios para encontrarse


con los suyos. Su boca era salvaje y ardiente. Sentí su dureza empujando en mi
apertura, extendiéndome para acomodarlo. Apreté mis ojos y agarré con fuerza
camisa un segundo antes de que se encajara en mi cuerpo, desgarrando mi barrera
de una única embestida.

Arranqué mi boca de la suya y grité, el dolor desgarrándome.

—Mierda —murmuró, tomando el control de mi boca de nuevo, tragándose


mis gritos y sosteniéndome fuerte—. ¿Estás bien?
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Asentí y después hice una mueca, mi cuerpo se sentía invadido. No era como
nada que alguna vez hubiera experimentado. Su dureza me estiraba en una
cantidad imposible, llenándome completamente. Quería apartarme de él, pero no
podía hacerlo.
Dolor cruzó la cara de Walker.

—Maldita sea, cariño, lo siento. Estás tan increíblemente apretada.

Su longitud palpitó en mí pero permaneció quieto, dejándome acostumbrar


al sentimiento de él dentro de mí.

—Tengo que empezar a moverme —gruñó, enterrando su cabeza en mi


cuello—. Tengo que hacerlo.

Otro chillido se me escapó cuando él presionó más dentro de mí. Agarré un


puñado de su cabello y tiré, el dolor era insoportable. Se sentía como si me
estuviera partiendo en dos. Era demasiado ancho y demasiado grande. La invasión,
su tamaño, me asustaba.

Puse mis manos contra su torso, parándolo.

—Es demasiado —dije en un aliento buscando aire.

Él paró de besar mi cuello y me miró, su cabello oscuro cayéndole por la


frente.

—Solo agárrate a mí, cariño. Deja a tu cuerpo acostumbrarse. Seré suave la


primera vez.

Oh, Dios.

Envolví mis brazos en su cuello cuando me levantó, deslizándose la mitad


fuera de mí. Con sus manos en mis caderas, se deslizó de nuevo dentro,
hundiéndose en mí otra vez. Hizo eso unas pocas veces más. Lento. Dentro y fuera.
Dentro y fuera, mi humedad incrementándose. Luego estiró una mano entre
nosotros y me tocó. Ansia pura creció en mí, el dolor fue olvidado. Puse mi labio
inferior entre mis dientes mientras él aumentaba la velocidad, volviéndose más
duro, sumergiéndose más fuerte. Mis pechos se frotaban contra su torso, volviendo
los picos sensibles. Solo intensificaba el deseo.

—Maldita sea —blasfemó, moviéndose más rápido, hundiéndose dentro y


fuera.
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Eché mi cabeza atrás, dejando mi cabello balancearse y tocar mi trasero. Él


agarró las redondas nalgas de mi trasero y comenzó a moverse más rápido,
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agarrándome estrechamente y dirigiéndose dentro de mí. Abrí los ojos una rendija
para ver su mandíbula apretada y tensa, sus ojos fijos en la unión de nuestros
cuerpos.
Atrapándome observándolo, sus ojos ascendieron a encontrarse con los
míos. Su mirada de pasión se volvió a mí, un crudo poder bestial que mantenía
controlado. Sabía que estaba controlándose por mí y no me gustaba.

Quería al Walker que conocía.

Agarré un puñado de su cabello y tiré de su cabeza hacia la mía. Él gimió y


se sentó, con un brazo envuelto en mi cintura. Moviéndome arriba y abajo en su
dureza, lo besé, deslizando mi lengua en su boca.

Su barra deslizándose dentro y fuera más rápido, golpeándome con


necesidad. Contuve un gemido y atraje su labio inferior a mi boca, succionándolo
suave mientras golpeaba en mi interior. De repente, se puso tenso.

—Condón —dijo contra mis labios, inmóvil.

Me tomó un segundo darme cuenta que se estaba estirando debajo de mí,


buscando en el bolsillo de sus pantalones por su billetera. Incapaz de encontrarlo,
envolvió una de sus manos en mi cintura y se puso recto, manteniéndome en él.
Inclinándose hacia adelante, buscó sus vaqueros de nuevo.

Calor estalló por mi cuerpo cuando la posición lo llevó más profundo,


frotando un sensitivo punto. Gemí y moví mis caderas, necesitando explorar ese
sentimiento más.

—Maldición, Sam, no te muevas —habló con voz ronca, finalmente


encontrando el condón en su billetera.

—No puedo evitarlo —dije, balanceando mis caderas—. Te sientes tan bien
dentro de mí.

Gruñó y me sujetó en su contra, su boca capturando la mía de nuevo. Sus


dedos estaban apretados en mis brazos, la envoltura del condón clavándose en mi
piel de una de sus manos.

Dejando mi boca, rasgó la envoltura abriéndola con los dientes como un


animal famélico antes de la comida. La tiró en el suelo y luego me levantó, su
dureza deslizándose fuera de mí.
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—Solo dame un segundo. No puedo correrme dentro de ti —dijo,


agarrándose y rodando el condón por su longitud. Cuando estuvo en su lugar, entró
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de nuevo en mí.

Me estremecí cuando su polla fue más profundo. Pero solo duró un minuto.
Él estaba saliendo y empujando dentro de nuevo, creando velocidad. Mis labios se
separaron, pequeñas exhalaciones corriendo dentro y fuera, cuando estrellas
aparecieron en mi visión. Mi cuerpo se prendió fuego, cada pulgada mía
amenazando con explotar en pedazos.

—Cole —susurré, sintiendo como si estuviera cayéndome.

—Lo sé —dijo con voz ronca, leyendo mi mente—. Dios, lo sé. —Su caderas
se sacudían y bombeaban en poderosas embestidas, moviéndose rápido y más
rápido.

Grité cuando el orgasmo me golpeó, devastando cada fibra de mi ser. La


realidad estalló y explotó en un arcoíris de colores, dejándome con gemidos y
gritos.

—Eso es, córrete para mí —dijo Walker m, incrementando la velocidad—.


Casi estoy ahí, nena. Casi jodidamente ahí.

Incrementó la velocidad, retirándose para empujar de nuevo, enterrándose


a sí mismo tan profundo como pudiera llegar. Con un empujón más, soltó un
gruñido primitivo y se estremeció, su cuerpo temblando cuando alcanzó su propia
liberación. Pude sentirlo pulsando profundo en mí, vaciándose en el condón,
palpitando contra mi estrechez cuando se corrió.

Estábamos respirando profundamente, sudorosos y pegajosos. Walker


reposó su frente contra la mía, su pecho elevándose y bajando rápido. Por unos
minutos, nos sostuvimos el uno al otro, nuestros cuerpos flotando y bajando desde
las alturas.

—Eres mi nueva adición —dijo Walker, su voz un profundo ruido en el auto


silencioso—. Soy adicto.

—Entonces alimenta tu hábito —susurré, las palabras saliendo antes de que


pudiera pararlas—. Ámame.

Walker se quedó inmóvil, sus manos apretándose en mis caderas.

Oh, demonios. Apreté los ojos, la mortificación coloreando mis mejillas. ¿Por
qué dije eso? ¿Acaso no puedo mantener mi boca cerrada? ¿No había aprendido mi
lección? El pequeño toque y la mención del amor que Walker había hecho claro
256

antes era justo eso, pequeñas palabras que no significaban nada. ¿Cuándo lo
entendería? Cole Walker no amaba.
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—Mírame, Sam —dijo calmado, su voz seria.

Abrí los ojos, encontrándome con los suyos negros.


—¿Me sientes profundo dentro tuyo? —preguntó.

Asentí, un sonrojo recorriendo mi cuello.

—Eso soy yo amándote. Es la única manera que conozco.

Sentí mi corazón partirse en dos, yaciendo roto en mi pecho. La verdad me


golpeó. Eso éramos, dos personas que no sabían qué era amar y ser amado. Uno de
nosotros había visto a su madre buscar drogas y hombres, esperando algo que
llenara el enorme agujero de su corazón. El otro tuvo un padre al que el amor había
destrozado, dejando un débil y resentido hombre detrás, adicto a los tragos y
propenso a la violencia.

Walker y yo estábamos perdidos, vagabundeando ese mundo perdido de la


mano de Dios con nada salvo cada uno y Bentley. Ninguno de nosotros era capaz de
amar. Yo lo quería y él no. No podíamos regresar y negarnos a ir hacia delante.

No estábamos yendo a ningún lado.

Pero al menos, estábamos yendo juntos.

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CAPÍTULO 28
-Walker-
Traducido SOS por Sandra289
Corregido por Mariabluesky

Salí de Sam de mala gana. Mierda, podría estar en ella para siempre, estaba
tan estrecha y mojada a mí alrededor. Me había corrido casi tan pronto como me
hundí en ella.

Pero había disminuido la velocidad por su bien. Joder, no podía creer que
había tomado su virginidad en mi coche. ¡Mi maldito viejo y sucio Duster! No era la
manera que había querido que ocurriera pero Sam no me había dejado opción. Una
vez que trepó a mi regazo y puso sus labios en los míos, estaba perdido.

Lancé el condón usado fuera de la ventana, de repente odiando esa cosa. Era
la única vez en mi vida que había querido correrme en una mujer. La idea de estar
sin nada con Sam me hacía querer agarrarla de nuevo y repetir lo que acabábamos
de hacer.

En su lugar enderecé mi ropa y miré como ella hacía lo mismo. Jesús, estaba
preciosa. Su cara estaba libre de todo el maquillaje. Sus pecas adornaban sus
pómulos y su nariz, eran pequeños puntos de marrón que había mirado fijamente
toda mi vida. Sus labios estaban ausentes de su pintalabios rojo. Tenía que decir
que amaba el rojo pero sus labios rosas y desnudos eran sexys. Casi haciéndome
querer inclinar y besar sus boca hinchada de nuevo.

Aclaré mi garganta y cerré la cremallera de mis pantalones, tratando de


aclarar mi mente sobre lo que había pasado. Si alguien me hubiera dicho dos años
atrás que estaría aquí justo ahora, tratando de recuperar lo jodido de mi vida, la
esencia de Sam en mis dedos y sobre mi polla, me habría reído en su cara.
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Y quizás golpear sus dientes justo por decir follar y Sam Ross en la misma
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frase. Quizás habría pateado mi propio culo por decir esa estupidez sobre amarla.

Recorrí una mano por mi cara, sintiendo el tirón del corte en el lado. Había
estado tan jodidamente loco cuando vi a esos miembros de la banda ojeándola, con
hambre en sus ojos. Sólo la había perdido. Sam era mía y mataría por proteger lo
que era mío.

Hice una mueca y me senté recto, liberando esos pensamientos de mi


mente.

—¿Te hice daño? —preguntó Sam, mirando explícitamente donde estaba el


corte en mi cara.

—No. Estoy bien —dije duramente, maldiciéndome tan pronto las palabras
salieron de mi boca. Había sonado como un estúpido. Qué si era el tipo de chico
poco cuidadoso y dejado. Sam era diferente. Debería tratarla mejor.

—Estoy bien, Sam —dije retractándome, tratando con una voz más suave.
La verdad es que no estaba bien. Estaba perturbado hasta el corazón. Tenía un
corte de papel de cuatro pulgadas de largo. Mi polla podría ir para otra ronda. Y
estaba dudoso porque estaba asustado de que podía estar enamorándome de ella.

—Conduciré —dije, desbloqueando la puerta del coche y salí antes de que


pudiera discutir. Ella podría conducir bien pero la imagen de ella conduciendo mi
coche, su mano agarrada sobre el cambio de marchas como si pertenecieran allí,
podría debilitar mis rodillas en hacerme rogarle por lo imposible. Era solo algo
sobre Sam conduciendo un coche rápido que me hacía sacudirme fuerte y quererla
incluso más.

Si eso fuera incluso posible.

Di rápidas zancadas alrededor del parachoques, manteniendo un vistazo del


área. No podía creer que habíamos tenido sexo en el callejón trasero entre una
tienda de licores y una hilera de casa pobres. El pensamiento me ponía enfermo.
Sam merecía más. Sólo probaba como de malo era para ella.

Levanté la vista a la señal de K Street Liquor. Maldición. Necesitaba un


trago. La sed había estado toda la noche, incluso desde que me levanté con Bentley
llamándome, contándome que necesitaba un aventón a casa desde la cárcel.

Lo primero que me había dicho era que fuera por Sam. Estaba realmente
enredado en algo y quería que me asegurara que estaba segura y conmigo. No
sabía en qué mierda estaba involucrado pero había discutido. Conduje directo a su
259

casa, luchando con el antojo de un trago por cada milla que me tomaba ir allí.
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Olvidé el impulso de beber tan pronto como esos chicos nos arrinconaron. Y
la sed tomó un asiento trasero cuando Sam trepó a mi regazo, dándome algo más a
lo que ser adicto.
Ella.

Pero ahora estaba de vuelta. El ansia. Arañándome por dentro. Mis manos
agitándose mientras las ponía en el volante. Todo lo que necesitaba era conseguir a
Bent y devolverlo a casa. Luego estaré rodeado de tragos. Podría ahogar mis
estúpidos errores en una botella.

Era todo lo que necesitaba.

Recorrí mi mirada por Sam. Bueno, casi todo.

—¿Así que estás diciendo que sólo saliste impune? —preguntó Sam a Bent
desde el asiento trasero.

Miré en el espejo retrovisor mientras corría por la autovía. Estaba sentada


en la parte trasera del coche, sus largas sexis piernas ocupando el espacio entre los
asientos de los pasajeros. Quería recorrer mis manos arriba y debajo de ellas,
quizás hacerlas luego desaparecer entre esas cosas que ella llamaba pantalones
cortos.

—Sí. Impune. Incluso sin fianza —dijo Bent, interrumpiendo mi fantasía. Él


estaba encorvado en el asiento y se veía como la mierda. Había círculos bajo sus
ojos. No ayudaba que uno de ellos estuviera negro e inflamado. Su pelo estaba
desordenado, las hebras rubias viéndose como si no hubieran sido lavadas en un
día o dos. Sus vaqueros estaban rotos en una rodilla y el botón inferior blanco de
su camiseta tenía manchas negras. Pero más que eso, se veía inquieto, casi
aterrorizado.

La cárcel podía hacerte eso. Lo sabía.

—¿Así que qué hiciste exactamente para ser arrestado? —pregunté,


mirándolo rápidamente antes de centrarme en la carretera de nuevo.

Bentley evitó mi pregunta y supe que nunca contestaría con Sam en el


coche. Estaba disgustado de que lo viera de esa manera. Él tenía sus propios
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demonios pero Sam no sabía qué demonios eran. Demonios, estaba seguro que yo
no lo sabía.
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Miré por el espejo retrovisor otra vez mientras me detenía enfrente de su


casa. Quería llevarla a casa conmigo, plantarla en mi cama, y nunca dejarla ir, pero
sabía que se opondría ante la idea si lo intentara. Además, Bent me mataría si
supiera lo que había pasado entre Sam y yo. No tenía intención de contárselo
tampoco.

Sam miró su casa sin emoción en su cara. Probablemente quería matarme


pero no había mucho que pudiera hacer sobre eso. Mi plan era ir a casa y obtener
un asqueroso trago con Bent. Él se veía como si lo necesitara.

—Es tarde. Sólo ven a casa con nosotros, Sam —dijo en voz alta Bent, de
repente volviendo a la vida cuando me detuve en su caravana.

—Tengo que levantarme en pocas horas e ir a trabajar. Sólo dormiré un


poco —dijo. Podía oír el sufrimiento en su voz y golpearme en la barriga, haciendo
mi necesidad de alcohol mucho peor.

—Vale —dijo Bent, frotándose la frente. Prometo que si él era um


drogadicto, patearía su culo desde ahora hasta mañana. Esa es la única cosa que
ninguno de nosotros había hecho, drogas, y si él estaba enredado con ellas, nunca
lo dejaría cerca de Sam de nuevo. No la quería alrededor de esa mierda.

Tan pronto como estacioné en su acceso, Sam abrió su puerta sin esperar a
que parara el coche. Rechiné mis dientes. ¿Ella realmente me odiaba tanto?
¿Realmente era tan malditamente malo sólo porque había dicho que no podía
amarla? Sí, el monstruo en mí murmuró.

Tiré del cambio de marchas en el estacionamiento y salí del auto.

—Te acompañaré —dije, ignorando la curiosa mirada que Bent lanzó en mi


camino.

Sam no me esperó. Fue directa a la puerta delantera, sus zancadas duras.


Caminé detrás de ella disfrutando la vista de su perfecto culo bajo la luz de la luna.
Una imagen de mis manos agarrándolo mientras mi polla se sumergía profundo en
ella cruzó mi mente. Me puse duro y no quise nada más que seguirla a su
habitación y consumir mis próximas siguientes horas entre sus piernas. Era un
buen plan, pero tenía mis dudas de que acabara tan bien con ella ahora mismo.

A unos pocos pasos de la puerta, la alcancé y agarré su brazo.

—¿Qué? —espetó sobre su hombro, sin pararse.


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—Escucha —dije, dando un vistazo a mi coche. Bentley tenía su cabeza


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descansando sobre el asiento trasero, sus ojos cerrados—. Yo soy...yo… —


Demonios. Nunca se me había trabado la lengua alrededor de una mujer antes.
¿Qué mierda estaba mal conmigo?
Sam se balanceó, su pelo negro golpeando mi pecho.

—No me des ninguna de tus excusas, Walker. Tuvimos sexo. ¿Y qué? No


necesito un montón de palabras falsas rebosando las falsas gilipolleces que los
chicos dicen a las chicas después de follar. Soy más inteligente que eso. Y lo pillo,
no me amas y yo no te amo. No hagamos una hazaña y continuemos ahora. Digo
polvo a la idea entera de nosotros. Sálvanos de un montón de dolor de oídos.

Mierda, ¿por qué eso me molestaba tanto? ¿Y por qué demonios escucharlo
me daba pánico? Apreté mis dientes y apreté mis dedos en su brazo, odiando que
sus palabras pudieran afectarme tanto. Con una mano alrededor de su antebrazo,
la sacudí por el resto del camino a su puerta, la rabia nublando mi juicio.

—¡Auch! ¡Me estas lastimando! —siseó Sam, tratando de separar sus dedos
de mí.

—Olvídalo, Ross. Tú sólo me estas molestando.

Desbloqueé la puerta delantera con un molesto movimiento, maldiciendo a


la barrera de la puerta a medio camino agarrando el marco. Una vez que desbloqué
la puerta, la arrastré dentro. La caravana estaba oscura, el olor de madera podrida
y cigarrillos rancios poniéndome más furioso.

—¿Qué demonios, Walker? —chilló Sam, tratando de soltarse de mi agarre.

La agarré de ambos brazos y la giré, poniéndola contra la pared de dentro.


Con una bofetada furiosa, cerré de golpe la puerta central, metiéndola de lleno en
la oscuridad. Podía oír su dura respiración y casi podía ver sus tetas subiendo y
bajando bajo esa fea pero sexy como el demonio sudadera.

—No tengo paciencia para esto —dijo, sacándose de un tirón de mi agarre y


tratando de pasarme.

La agarré y la puse de vuelta contra la pared de nuevo, dejándole saber que


estaba cargado de nuevo. Ella me miró amenazadoramente mientras yo la
aprisionaba entre sus piernas. Sin tocarla, retuve su atención. Estábamos a unas
pocas pulgadas separados. Podía olerla, algo dulce. Algo que olía ligeramente como
a sexo.
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—Di algo. Sé que quieres —ronroneó, dándome una dulce y falsa sonrisa
que me hacía querer darle la vuelta y darle una cachetada en el culo. Estaba cerca
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de hacerlo. Estaba demasiado preciosa para resistirme.

En su lugar tuve otra idea.


Hundí mi cabeza y la besé, mis manos yendo a la pared tras ella. Ella se
rindió, sin resistirse. Un desigual gemido escapó de su boca, justo lo que quería oír.
Golpeé con la lengua fuera, recorriendo su anillo del labio antes de hundirla en su
boca. Ella se encontró conmigo, su lengua deslizándose contra la mía. Acaricié mis
dedos por su mandíbula, capturando su barbilla en mi mano mientras que la otra
mano permanecía en la pared, soportando mi peso.

La besé con todo mi ser. La marqué con mi lengua en su boca, desenado


poder hacer lo mismo en su cuerpo de nuevo. El pensamiento de ella perdiendo la
esperanza en nosotros dejándome peligrosamente débil y no me gustaba.

Suavicé el beso hasta que estaba adorando sus labios, apenas tocando los
míos propios.

—No me amenaces de nuevo, Sam —dije, retrocediendo hasta que estaba a


una pulgada de su boca.

—No estaba amenazándote. Estaba exponiendo los hechos —dijo, tratando


de tomar aliento, su cuerpo presionado contra la pared.

Bajé la mirada a sus pechos. Mi boca se aguó, pero esta vez era algo
diferente que el delicado sabor del alcohol.

La quería de nuevo.

Puse mi mano detrás suya en la pared y la atraje cerca. Sus pezones rozando
contra mi pecho. Podía sentirlos, agonizando por mi boca. Pero justo ahora, tenía
otras cosas que hacer.

Como hacer que confiara en mí.

—El hecho es, Sam, no te contaré un montón de tonterías. Mereces la


verdad y siempre te la he dado, sin importar lo mucho que hiriera. —Tragué fuerte,
necesitando eses trago ahora tanto como la necesitaba a ella—. Así que aquí está la
vedad. Estoy muriendo por un trago justo ahora. Puedo sentir mi interior
encogiéndose desde el momento que obtuve uno. Mi boca se siento como algodón y
mis manos están temblando. Quiero uno justo tanto como te quiero a ti. Pero soy
una mala persona, Sam. Me odio a mí mismo. A veces no puedo soportar mirarme
en el espejo porque veo a mi padre protagonizado por mí. Pero estoy de pie aquí en
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frente tuya, contándote que no me machare. Nunca.


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Dejé caer mis manos a los lados y di un paso atrás, dejándola ir. Sam se me
quedó mirando con los ojos muy abiertos, humedad en las verdes profundidades
de sus ojos. Lagrimeé como nunca antes. No quería lágrimas de su pena. Sólo la
quería a ella.

Me giré y caminé fuera a la puerta. Acababa de extender mi corazón ante


ella para que lo viera, desgarrado, troceado, negro, y sangrando.

Ahora de verdad necesitaba un trago.

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CAPÍTULO 29
-Walker-
Traducido SOS por Nanami27
Corregido por katiliz94

—¿Así que intentaste robar un convertible Lotus Evora valorizado en cien


mil dólares para estos tipos? —Pregunté a Bentley con incredulidad, destapando la
botella de tequila y sirviéndome otro trago—. ¿Uno de los autos más notables de
los alrededores?

Bent lucía humillado mientras estudiaba su trago lleno.

—Sí, así que cometí un jodido error. Pensé que sería fácil. Me dijeron dónde
estaría. Todo lo que tenía que hacer era cogerlo e irme.

Sacudí la cabeza con disgusto, entonces me tomé de un trago el tequila.

Bent hizo lo mismo, tragando su vaso con gusto11. Estaba en su camino a


ponerse ebrio, gracias a la botella de Patrón en que había derrochado dinero.
Después de dejar a Sam, me detuve en mi viejo lugar favorito —Licores Moore— y
escogí la botella clara de aguardiente. Bentley había lucido como que lo necesitaba.

Sé que yo seguro como el infierno lo necesitaba.

Follar a Sam me había vuelto loco. No podía sacarla de mi mente. Estaba


poseído. No quería nada más que saltar en mi auto y volver a su remolque.
Enterrar mi polla en ella y nunca dejarla de nuevo. Ignorar lo sentimientos
creciendo entre nosotros y solo follar. Pero sabía esa no era una posibilidad así que
volví a la próxima mejor cosa, emborracharme.

Bent se dejó caer sobre la mesa, sus hombros curvados hacia adelante.
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—Soy tan jodidamente estúpido —murmuró, sus palabras comenzando a


ser mal articuladas.

Gusto: En español original.


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—Tendría que estar de acuerdo —dije, sirviéndome otro trago—. ¿Podrías
ser más idiota? Esta es mierda seria, Bent. No intentaste robar una pieza de mierda
de BMW de un vecino de clase media. Intestaste robarle al rey de todos los
criminales, Nicholas Morrow. El hombres una serpiente y tiene los dedos metidos
en todo. Estoy sorprendido de que siquiera estés sentado aquí ahora mismo
hablando conmigo, y no en alguna fosa de alguna parte, con las manos arrancadas.

Bent se sirvió a sí mismo otra bebida y se la echó de un trago, más rápido


esta vez.

—Al menos era su maldita hija la que tenía el coche y no él, o habría sido
comida para pescados en este momento.

—¿Su hija? —Pregunté, el vaso a medio camino de mi boca.

Bent asintió, mirándome con ojos enrojecidos.

—Acababa de sentarme en el asiento del conductor… —Se sentó más


erguido, sus ojos cobrando vida—. ¿Sabes cuán suave es el cuero en un Lotus? Dios,
era tan maravilloso en el interior como lo era por fuera. Como un sueño húmedo
vuelto realidad.

—Enfócate, Bent. ¿Su hija? —Pregunté. El tequila realmente liaba a Bentley.


Así como lo hacían los autos caros que tenían más caballos de fuerza de lo que
debería ser legal. Él tenía una cosa con ellos, justo como yo la tenía con los baratos
autos antiguos. A cada uno lo suyo, supongo.

Bent parpadeó, la mirada lejana en sus ojos desapareciendo.

—Sí. La hija. Entonces estaba haciendo mi magia y encendiendo el auto


cuando esta modelo sale paseándose fuera del club como si le perteneciera el lugar.
Era maravillosa. Quiero decir, simplemente hermosa. Yo estaba como en una
neurosis de guerra y no me moví lo suficientemente rápido. Me vio sentado en su
auto, ¿y qué hizo? Me atacó.

Levanté una ceja.

—¿Te atacó? Una chica. ¿Tú eres cómo? De un 1.90. ¿Qué era ella, un pitbull?
¿Esla que te dio esos? —Pregunté, señalando a su rostro. Tenía un labio roto y un
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ojo negro, su segundo para este mes.


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Bent corrió la lengua sobre el corte rebanando su labio inferior.

—No. La chica era del tamaño de un palo. Solo se paró allí y me gritó. —
Sacudió la cabeza, estudiando el vaso—. Lo siguiente que supe es que algún
gilipollas estaba agarrándola y ella estaba pelando para que la soltara. No sabía
quién era el tipo, pero sí que ella no estaba ganando y parecía ser un malvado hijo
de perra. Así que salté fuera del auto y lo sacudí fuera de ella. Lo siguiente que sé es
que alguien llamó a los policías y estoy en el suelo, con un gran tipo de seguridad
manteniéndome abajo. Me quedé ahí hasta que mi apertura, luego salí a toda
marcha. En el auto. Los policías estaban esperando a seis calles, conduciendo un
diez a cincuenta.

—Jesús —juré, negando con la cabeza—. Entonces decidiste resistirte al


arresto.

Bent levantó la mirada hacia mí.

—Sip.

—Lindo —murmuré secamente.

—¿Con clase, eh?

Resoplé y ambos echamos de un trago nuestras bebidas, Bent haciendo


muecas cuando ardió camino abajo. Puse mi vaso en la mesa y saqué el teléfono de
mi bolsillo. Le di un golpecito y recorrí mi dedo sobre la pantalla, queriendo enviar
un mensaje a Sam y preguntarle si estaba bien. Su doloroso grito en el momento
que había tomado su virginidad aún me perseguía. Le dije que iría despacio con
ella, pero una vez que empezó a moverse en mi polla, me había dejado llevar. El
pensar en ella adolorida ahora mismo, me dejó preocupado.

Y duro.

Me aclaré la garganta, empujando lejos el pensamiento.

—Así que, ¿eso fue todo? ¿Robaste un auto, te resististe al arresto, y fuiste a
prisión solo para ser liberado, sin cargos?

Bent asintió.

—Algo no está bien —murmuré, inquietud arrastrándose por mi columna.

—Dímelo a mí. Nada ha estado bien durante mucho tiempo —dijo Bent, aun
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estudiando su vaso.
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Estuve de acuerdo. Nada estaba bien. Yoda mi maldita vida estaba jodida.
No debería querer a Sam y nunca debería haber tomado su virginidad. Debería
haberla hecho venir con mi boca o mis dedos, y dejarlo así. A quién le importaba lo
que mi cuerpo quería o necesitaba. Debería haber pensado con mi cabeza en lugar
de mi polla. Pero no lo hice y ahora iba a pagar con lo que quedaba de mi negro
corazón y mi andrajosa alma.

Me serví otra bebida y añadí algo más a la de Bent. Bentley tomó el vaso y lo
levantó a su boca, deteniéndose a medio camino.

—¿Mi hermana te hizo pasar un infierno esta noche? —Preguntó él,


mirándome en la tenue luz de nuestra cocina.

—No —mentí—. Te dije sobre nuestra pequeña lucha con la pandilla. Eso
fue todo.

—Bien, Sam me dijo que Lukas la dejó. Me refiero a hasta nunca. Si atrapo a
algún otro hombre olisqueando alrededor, partiré su culo en dos —juró Bentley,
antes de tomarse la bebida de un trago.

—Ella es una mujer adulta, Bent. Puede cuidarse a sí misma. Dale su espacio
—dije intentando apaciguar la situación antes de que siquiera empezara. Bent
podía olisquear el interés en Sam a una milla de distancia. Solo esperé que no
pudiera olisquear el mío.

Bent se inclinó hacia adelante, con los codos en la mesa.

—¿Tú la dejarías ir, Walker? Ambos sabemos lo que los chicos quieren y eso
no es un anillo de boda. Echarse un polvo y largarse. ¿No ha sido nuestro lema? Sé
que seguro como el infierno es el tuyo.

Me negué a responder. No había necesidad porque él tenía razón. Es lo que


había estado haciendo por años.

—Entonces, dime otra vez si estoy siendo ridículo y retrocederé, y dejaré a


los lobos tenerla —dijo Bentley con un tono frío, volviendo a llenar su vaso.

Apreté los puños, el monstruo en mí gruñendo ante el pensamiento de


alguien más tocando a Sam. Alguien como yo.

—Nadie puede tenerla, Bent —dije con un gruñido—. Nadie la merece.


Especialmente no un hombre como yo.
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—Amén a eso —dijo Bent, levantando su vaso en un brindis—. Digo que se


jodan todas las mujeres, especialmente aquellas con coches rápidos y maravillosos
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cuerpos para morirse.

—Eso va a regresar para cazarte, Bent —murmuré, levantando mi propio


vaso.
—¿Y? ¿A quién quieres decir jódete? ¿Hermanitas sabelotodo? —Preguntó
articulando mal las palabras ahora.

Me encogí de hombros. La cosa era que no tenía las agallas para decirle que
ya lo había hecho.

—Bueno, digo que se jodan los hombres para los que trabajo. Que se
consigan sus propios malditos autos. Y aquí está, a la persona que me sacó de la
cárcel. Gracias, amigo, quienquiera que seas. Te la debo —dijo Bent, elevando su
vaso y luego echándose el trago de un golpe.

La cosa era que pensaba que uno de nosotros iba a pagar por la deuda de
Bentley y tenía un presentimiento de que no iba a ser él.

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CAPÍTULO 30
-Sam-
Traducido por Sandra289
Corregido por Pily

Después de que Walker me dejara en casa pasé lo que quedaba de noche


pensando en él. Mi cuerpo estaba sensible y desgarrado, cada pulgada mía. Podía
seguir sintiendo el raspado de pelo de su barbilla en mis pechos, quemándome
dónde me marcó. Había marcas en mi piel dónde sus dedos habían agarrado mis
caderas estrechamente y el cambio de marchas hincado en mi pierna. Todo lo que
podía pensar era en su cuerpo en el mío, tomando mi virginidad, haciéndome
llegar. Sus palabras todavía sonaban en mis oídos horas después, recordándome
que podría no amarme pero no me dejaría nunca.

Me arrastré a trabajar horas después de que lo dejé con Bentley. Estaba


exhausta. No había dormido mucho, demasiado preocupada sobre mi hermano. Se
había visto roto, magullado y quebrado la última noche cuando caminábamos a la
estación de policía. Blasfemaba que tenía todo bajo control, pero lo dudaba. Me
estaba ocultando algo, solo que no sabía qué.

—¿Conseguiste azúcar?

La voz me devolvió de vuelta a la realidad. Estaba de nuevo en el Meat and


Eat, parada de pie en una habitación llena de clientes.

Alcancé una mesa vacía y agarré un contenedor de paquetes de azúcar.

—Ahí voy —dije, poniendo la pequeña caja abajo en medio de la mesa un


poco demasiado fuerte.

El capullo #1 me sonrió con superioridad, con diversión mientras que el


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capullo #2 fruncía el ceño y alcanzaba uno de los paquetes de azúcar. Ambos chicos
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habían estado molestándome desde que caminaron por la puerta. Estaban en


medio de sus veinte, si tuviera que adivinarlo. Uno era rubio y el otro con el pelo
moreno. Desde el momento en que se sentaron en mi mesa, sus insinuaciones
comenzaron y sus miradas permanecieron fijas en mis tetas. Por mucho que
necesitara las propinas, estaba cansada de eso.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, nena? —preguntó el capullo #1.

—Un tiempo —dije, ignorando el camino en que sus ojos echaban ojeadas a
mi camisera del Meet and Eat, persistiendo demasiado tiempo en mis tetas—. ¿Más
té?

—Por favor —dijo el capullo #2 con placer, mirándome como si estuviera


ofreciéndole un baile en su regazo en lugar de otra taza.

Llené su copa, imaginando que chorreaba el té helado en su cabeza a


cambio. Su mirada corría sobre mis tetas pero, no como su amigo, él no paró ahí.
Sus ojos bajaron a mi trasero, cubierto con mis estrechos vaqueros.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el #2.

Señalé mi tarjeta identificada.

—Saaammm —dije, sonando como si fueran alumnos de primaria


aprendiendo a leer.

Una mirada de rabia cruzó la cara del #2. Ahí se fueron mis propinas, pensé,
conteniendo un gruñido. Pero al capullo #1 no pareció importarle. Tenía asuntos
más urgentes en su mente.

—¿Tienes alguno más de esos piercings? —preguntó, mirando mi anillo en


el labio luego mirando abajo en mi cuerpo.

Agarré la manija de la jarra apretadamente.

—Nop —contesté.

Antes de que pudieran decir algo más, me di la vuelta y caminé lejos.

Corrí directamente contra Pam Man.

—Bien, bien, bien. Si no es Miss Sammy Ross —dijo, estirando el brazo y


agarrando mi brazo para mantenerme de caer cuando corrí hacia él—. La chica
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más bonita de la ciudad.


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Toda la sangre se apresuró de mi cabeza. No había estado cara a cara con


Pam Man en años. Era de repente esa chica asustada de nuevo, asustada del
hombre que trató de tocarla y conseguirla sola muchas veces.
Un parpadeo destelló en los ojos profundos sin color de Mick. Sonrió,
fijándome en sus dientes que era demasiado grandes y demasiado blancos,
recordándome a un feroz animal justo antes de atacar. Estaba aún bajo y fornido
con un sólido cuerpo, pero fue su pelo lo que se ganó mi atención. Estaba todavía
grueso y oscuro, de un profundo marrón del exacto color del lodo. Y todavía se veía
grasiento, como si no lo hubiera lavado en días. Justo como lo tenía años atrás
cuando era cría.

Tiré mi brazo lejos de su agarre y di un paso atrás.

—¿Qué estás haciendo aquí, Mick?

Agarró la pretina de su uniforme de policía marrón y tiró, subiéndose los


pantalones.

—Eso no es manera de recibir a un viejo amigo, Sammy —dijo con una


babosa voz, mirando bajo mi cuerpo—. ¿Cómo has estado?

Sentí miedo trepando por mi espina dorsal. Estábamos rodeados por una
habitación llena de clientes y este idiota seguía teniendo la habilidad de asustarme.
El pensamiento me ponía enferma. Rechazando contestarle, paseé alrededor de él
pero me cogió el brazo de nuevo, parando mi partida.

—¿No estás feliz de verme? —preguntó, su voz demasiado amistosa—. Es


una pena porque estoy muuuy feliz de verte. —Se inclinó más cerca, su colonia
barata picando en mi nariz—. Y tu madre estaba también muy feliz de verme la
otra noche.

Disparé mi mirada arriba, rabia remplazando mi miedo.

—Aléjate de mi madre, cabrón.

La sonrisa de Pam Man se deslizó un poco pero la recuperó rápidamente.

—No puedo prometer eso, pastelito.

Di un paso más cerca de él ignorando el bullicio y ajetreo del restaurante y


mi voz interior diciéndome que corriera. La furia burbujeando en mí.
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—Sé que le diste algo la otra noche, Mick. La espabilé la otra noche. Si te
acercas a ella de nuevo, te arrepentirás. ¿Entendido?
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Pam Man elevó una frondosa ceja, sus ojos iluminándose con excitación.

—¿Estás amenazando a un oficial de la ley, Sammy?


—Sí —dije sin remordimiento.

—Tss, tss, Sammy. Eso no es una manera de actuar de una buena chica —
dijo Mick, sacudiendo su cabeza. La excitación en sus ojos se convirtió en algo más,
algo repugnante—. Pero quizás no eres tan buena. Tal vez eres mala. Mmmm.
Cuéntame, ¿qué es lo que harías, pastelito, si estuviera alrededor de tu madre?
Quiero los detalles.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Debió haber visto el efecto que


tenía en mí porque su sonrisa se ensanchó. Di un paso atrás, sabiendo cuando
estaba encima de mi cabeza. Este hombre era más que un depravado. Era
peligroso.

Comencé a alejarme, necesitando irme, pero sus palabras me pararon.

—¿Cómo le está yendo a tu hermano, pastelito?

Sentí el final de mi estómago abandonarme, haciéndome enfermar.

—Dile que dije hola. —Comenzó a caminar lejos casualmente pero luego me
paró y giró mi cara de nuevo, subiendo y bajando la mirada por mi cuerpo con una
sonrisa salivante—. Y te veré, Sammy. Realmente pronto.

Con un guiño y una sonrisa, caminó lejos, desapareciendo del lleno


restaurante. Dejándome fría.

Horas después mi turno acabó y me dirigí a casa. Recogí mi bolsa y paraguas


y corrí en el asiento de plástico agrietado del bus de la ciudad. La lluvia caía fuera,
haciendo sonidos metálicos cuando golpeaban el vehículo. Las grandes gotas
haciendo sonidos de chapoteo en las calles empapadas por la lluvia mientras la
cruzaba. Cualquier otro día el sonido podría haberme tranquilizado, pero hoy
estaba en el borde.

Traté de mantener mi punto de apoyo mientras caminaba bajo el confuso


pasillo central, parando para mantenerme con la cinta sobre mi cabeza cuando el
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bus giró en una esquina muy rápido. Mi pelo estaba rizado con la humedad,
haciendo imposible controlarlo. Metí una hebra rebelde detrás de mi oreja y esperé
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mi parada. Cuando el conductor dirigió el autobús, puse la correa de mi mochila


sobre mi cabeza y la crucé sobre mis hombros y pecho luego caminé hacia el frente.
Traté de ignorar las descaradas miradas fijas de alguno de los hombres
cuando los pasé. Mi mirada estaba fija en los grandes limpia-parabrisas del bus
mientras se balanceaban hacia atrás y adelante, haciendo lo mejor para mantener
la lluvia despejada. Atrás. Adelante. Atrás. Adelante. Ayudaba a dejar fuera todo las
miradas interesadas que lanzaban en mi camino cuando esperaba la parada del
bus. Odiaba montar en los transportes de la ciudad, pero Red y Tammy habían
estado ausentes hoy y no tenía a nadie quién preguntarle que me llevara.

El conductor del bus balanceó el amplio autobús hacia el bordillo lavado por
la lluvia y golpeó los frenos. Tan pronto como las pequeñas dobles puertas se
abrieron, salté bajando los escalones. Un segundo después de bajar, el humo de la
máquina se despidió con una ráfaga del tubo de escape.

Agarré mi móvil fuera de mi bolso y lo mantuve firmemente en un puño,


lista para llamar por ayuda si lo necesitaba. Con mi otra mano sujetaba la correa de
mi bolso luego de elevar la vista al cielo. Gotas de lluvia se deslizaron por mi cara y
dentro de mis ojos. Abrí mi paraguas y lo mantuve sobre mi cabeza, pero era inútil.
Ya estaba empapada. Tomando un hondo suspiro, empecé a bajar la calle. En unos
pocos minutos estaría en casa. Con los zapatos quitados. La ropa echada a un lado.
En una ducha caliente.

El cielo estaba gris y volviéndose oscuro cuando la noche se acercaba. Un


profundo bajo latía desde una casa enfrente. Un coche pasó, lento por la calle. El
hombre en el asiento del pasajero giró su cuello para mirarme, silbando bajo. A
pesar de todo seguí caminando, rechazando estar asustada. Este era mi vecindario.
Estas personas eran mi gente a pesar de quienes eran o que tenían. Era mi hogar.

Giré en la esquina y pude ver mi triste, pequeño tráiler enfrente. Recuerdos


del enfrentamiento con Pam Man más temprano levantaba mi ritmo, corriendo
para llegar a algún sitio más seguro que en la calle. Todavía podía sentirlo aun
mirándome, sus pequeños ojos y brillantes en mí.

La lluvia comenzó a caer más fuerte, en un torrencial mojado. Mis zapatos se


estaban inundando y mi pelo se extendía recto contra mi cabeza, goteando
empapado. Estaba tratando de mover el paraguas por une mejor cobertura cuando
me di cuenta de la furgoneta blanca que conducía haca mí lentamente. Las
ventanas estaban tintadas, haciéndome imposible ver al conductor. Un escalofrío
descendió por mi columna vertebral, un sentimiento de mal presagio
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inundándome. Quien quiera que fuera, estaban observándome.


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Me sacudí ese sentimiento. Era solo alguien conduciendo. Pan Man no


tendría el valor de mostrarse aquí, no después de amenazarlo. ¿O lo haría?
Mi teléfono vibró en mi puño, haciéndome saltar. Me apresuré por
contestar, volviéndome a mirar sobre mi hombro cuando la furgoneta negra
condujo lejos.

—Hola —dije sin mirar la pantalla.

—No contestaste cuando te llame —dijo una profunda voz.

Me tambaleé, casi tropezando.

—¿Walker? —pregunté, sonando esperanzada.

—Sí, ¿quién otro podría ser?

—Nadie —respondí, sintiendo mi cuerpo calentarse como si él estuviera


justo a mi lado—. Quiero decir, podría ser Lukas. Queriendo que volvamos juntos.

—Sam —dijo Walker con advertencia.

Sonreí con suficiencia. No podía ayudarlo. Amaba provocarlo.

—¿Así que estás bien? —preguntó, su voz ronca y llena de significado.

—Estoy bien, Walker. ¿Por qué no lo estaría?

—Era tu primera vez y fui duro. Más duro de lo que debería haber sido… —
su voz yéndose lejos.

Rojez se deslizó a mi cara.

—Estoy bien —dije, sintiendo un hormigueo profundo en mí.

—Bien porque la próxima vez no seré tan amable. Seré duro, amor —dijo
Walker con un profundo ruido.

Me sonrojé desde la punta de mi negro pelo teñido.

—¿Habrá una próxima vez?

Podía oír un alfiler caer en la otra línea, estaba demasiado callado. Un


275

segundo pasó, luego otro. Crucé el empapado patio de mi casa, la mirada en la


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oscura caravana.

—Oh, habrá una próxima vez, Sam. Muchas de ellas. Te quiero de muchas
maneras. ¿Piensas que podrás manejarlo? —chirrió Walker bajo en mi oído.
—Adivino que tendré que descubrirlo —dije, partes de mí prendiéndose
fuego.

—Joder, Ross —gimió Walker—. Te quiero ahora.

Mi corazón saltó mientras escarbaba por sacar mis llaves de mi bolso. No


sabía que decir. Flirtear con Walker y hablar sobre sexo eran cosas nuevas para mí.
Cosas que hacían mi cuerpo agitarse.

Desbloqueé la puerta frontal mientras mi corazón empezaba a golpear.

—Dime por qué —dije, ignorando las partes nerviosas de mí que estaban
asustadas de preguntar.

—¿Por qué? —preguntó Walker, sonando precavido.

Alcancé el interruptor de la luz, manteniendo el móvil celular entre mi


hombro y mi oído.

—Sí, ¿por qué? Por qué quieres estar conmigo —dije—. Me odiabas. ¿Por
qué cambiaste de parecer?

No había nada salvo silencio. Pensé que quizás me había abandonado


cuando escuché su voz romper a través de la línea, sonando tan tranquila como el
chocolate derretido.

—Porque eres Sam. Tienes ese cuerpo para morirse y esa actitud que me
vuelve loco.

Lancé el bolso de mano en el sofá, mis pasos vacilantes.

—¿Qué te gusta de mi actitud?

Walker se río entre dientes.

—No aceptas tu mierda. Dices lo que piensas. Y porque no dejarás que te


seduzca. Me gusta eso.

Me paré en mi camino a mi cuarto, dando la vuelta por la luz del vestíbulo.


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—Vale. La última era un tipo raro pero lo tomaré.


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—Y eres cariñosa y sexy. No olvides esas dos —dijo Walker, con una sonrisa
en su voz.
—¿Qué más? —pregunté, tragando duro y tratando de esconder lo mucho
que esta conversación me afectaba. Estaba de repente caliente. Demasiado caliente
en mis ropas. Encendí la luz de mi cuarto y miré mi cama, desenado que Walker
estuviera ahí.

La voz de Walker descendió, un sexy zumbido cubriéndola.

—Déjame ver. Déjame continuar con tu cuerpo. Tus labios son perfectos y
amo tu pintalabios rojo. Me vuelve loco. Tanto como lo hace el maldito anillo en el
labio pero tú ya sabes eso.

Me volví roja.

—Y tus pechos son perfectos también —continuó—. Encajan en mis manos


como si estuvieran destinados a estar ahí. Me gustaría que estuvieran ahí ahora.
Me gustaría lamerlos y hacer cosas con ellos que te harían gritar.

Me senté en el borde de la cama y jugué con un cordel colgando de la


cubierta de la cama, algo para mantener mis manos ocupadas.

—¿Qué más?

Walker se rió, bajo y sensual.

—Eres indiscreta, Ross. ¿Qué es esto? ¿Veinte preguntas?

—Quizás —dije tercamente.

—Vale. ¿Qué más quieres oír? ¿Cómo cuanto amo tu coño? Si estuviera ahí,
te tendría en la cama, tus piernas abiertas, mi boca en ti. Lamiéndote, haciendo que
te corras. Después cuando estuvieras lista, hundiría mis pene profundo en ti,
sintiéndote contraerte estrechamente, empapándome con tu humedad.

Traté de ralentizar mi respiración pero fue inútil. Estaba cayendo bajo su


hechizo. Duro.

—¿Y? —pregunté sin aliento, esperando que no hubiera acabado.

—Te follaría muy duro. Luego me correría justo en ti, vaciándome. Olvida el
condón. Te quiero con la píldora, Sam. Pide una cita. Iré contigo y pagaré.
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Mi corazón palpitaba fuera de control, cada pulgada mía ansiándolo.

—¿Qué me dirías, Walker? ¿Cuándo te corrieras? —pregunté con voz ronca,


necesitándolo para acabar.
Walker exhaló en un agudo aliento.

—Dios, Sam, no sabes lo que esa pregunta me hace.

—Cuéntame.

Blasfemó suavemente pero continúo.

—Susurraría en tu oreja como de mojada y estrecha estabas a mí alrededor.


Cómo ordeñabas mi pene con tu coño. Luego te contaría lo mucho que amaba tu
cuerpo. Cómo la vista de él me hacía debilitarme. Te besaría hasta correrme dentro
tuyo, susurrando contra tus labios que eras mía. Qué poseía tu cuerpo y tú me
poseías a mí, mi corazón y mi alma.

Exhalé en un rápido aliento nunca esperando esas palabras de él. El tictac


de un reloj cerca era el único sonido en la casa vacía excepto el rápido golpeteo de
mi corazón.

—Mi turno para preguntar —dijo Walker, su voz envolviéndome desde


millas lejos—. ¿Estás en casa?

Suspiré fuerte.

—Sí.

—Eso es todo lo que necesitaba oír.

Un segundo después, estaba el tono del dial.

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CAPÍTULO 31
-Sam-
Traducido SOS por Nanami27
Corregido por katiliz94

Me quité la ropa y me metí a la ducha, mi rostro y cuerpo ardiendo. Había


desaparecido el susto de Hombre Man y el cansancio del día. Con solo un par de
palabras, Walker me volvió un derretido lío, queriéndolo como nunca antes.

Giré la llave de la ducha a frío, necesitando enfriar mi cuerpo. El agua golpeó


mi piel, sintiéndose maravillosa. De pie bajo el chorro de agua, dejé que el agua me
lavara, imaginando que Walker estaba tocándome en su lugar.

Froté una barra de jabón sobre mis pechos y bajo mi estómago, pensando
en sus manos moviéndose a lo largo del mismo sendero. Mi rostro se calentó
mientras mis manos bajaban más…

De repente un aporreo sordo vino desde alguna parte en la casa.

Me congelé, mi corazón golpeteando.

Ahí estaba de nuevo. Una puerta cerrándose. ¡Mierda! Dejé caer la barra de
jabón y saqué la cabeza alrededor de las cortinas de baño, mirando alrededor del
cuarto de baño. Dudé que fuera mamá volviendo a casa. Por única vez, ella me dijo
que no estaría en casa por dos días más. Quizá era Bentley.

Dejé que la cortina de plástico cayera en su lugar y comencé a lavar el jabón


de mi cuerpo rápidamente, siendo cuidadosa en las áreas que el áspero rastrojo de
barba de Walker había pastado mi piel. Pero entonces oí el pomo del cuarto de
baño girar. Salté y empecé a agarrar la moldeada cortina de la ducha en busca de
protección cuando fue arrancada de mis manos y arrojada a un lado.
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Un par de ojos negros me miraron a través del arremolinado vapor de la


ducha. Persistieron en mi rostro un minuto antes de moverse rápidamente sobre
mi cuerpo húmedo, tomándose su tiempo para apreciarme. Sentí una debilidad
empezar en mis rodillas y fomentarse, enfrentando a la persona que solía
perseguirme con odio.

Walker.

—¿Qué estás haciendo? —Grité, estirándome por la cortina de plástico otra


vez. Él la apartó de mi agarre.

—No respondiste a la puerta —dijo Walker, frunciendo el ceño—. Estaba


preocupado.

—¿Así que solo irrumpiste dentro? ¿De nuevo? —Chillé, estirándome por la
toalla doblada encima del baño.

Me detuvo, sus manos agarrando mi muñeca.

—Sí —dijo con voz rasposa, sus ojos viajando por mi cuerpo—. ¿Tienes un
problema con eso, Ross?

—Realmente sí, lo tengo —dije, alzando mi barbilla a modo defensivo


cuando su mirada corrió sobre mis pechos.

—Bien, porque tengo un problema también. —Walker entró en la ducha,


con ropa, zapatos y todo—. Te quiero en la cama —dijo secamente.

El agua goteaba de nuestros cuerpos cuando él dejó el cuarto de baño y


cruzó el pasillo hacia mi dormitorio. En mi habitación, me puso sobre mis pies
cerca de la cama. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y me levanté de
puntillas, mi boca yendo a su oreja. Él gimió con placer mientras yo recorría mi
lengua a lo largo del borde de su lóbulo, tomándome mi tiempo. Sus manos fueron
a mi cintura, sosteniéndome cerca mientras arrastraba mis labios por su fuerte
garganta, lamiendo el agua de él como había hecho conmigo.

De repente sus manos agarraron ambas de mis muñecas de alrededor de su


cuello, quitándolas.

—Ponte en la cama —ordenó.

Di un paso atrás hasta que mis piernas chocaron con el borde. Tan pronto
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como lo hicieron, me dejé caer a la cama y me moví rápidamente hacia atrás.


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Walker me miró, sus ojos ardiendo.

—Eres tan jodidamente hermosa.


Una tímida sonrisa elevó una esquina de mis labios.

—No hagas eso. No sonrías. No lo merezco por lo que estoy a punto de


hacerte —dijo, su mirada yendo a la deriva por mi cuerpo mientras andaba al
acecho hacia mí. En el borde de la cama se inclinó, poniendo una mano a cada lado
de mí, forzándome a recostarme.

Me siguió hasta el colchón, reposando su cuerpo sobre el mío. Recorrió los


dedos sobre mi estómago, enviando temblores a través de mí. Su mano se movió a
mi pecho, acunándome de nuevo. Miró hacia mi pecho, observando mientras
acariciaba la punta de mi pezón, entonces haciendo círculos su pulgar y dedo
índice, pellizcando suavemente.

Gemí. Mi cabello se desplegó a mi alrededor, acaparando la cama. El aire


estaba secando rápidamente mi piel, pero el calor que Walker estaba causando me
dejó húmeda en otras áreas.

—Tiempo de hacerte gritar —dijo, bajando la cabeza.

Me arqueé cuando su boca se cerró alrededor de mi pezón. Chasqueó su


lengua sobre la punta antes de agarrarla entre los dientes y tirar. Grité, la mezcla
de placer y dolor que casi parecía demasiado para soportar.

Él lo hizo una y otra vez. Me retorcí debajo suyo, incapaz de manejar las
sensaciones cursando a través de mí. Agarrando un puñado de su cabello, me
sostuve mientras rodaba un pezón entre sus dedos y se aferraba el otro con la
boca, chupando y lamiendo hasta que vi una explosión de colores detrás de mis
ojos y grité.

Su boca dejó mi pecho para ir a mi oreja.

—Sobre tu estómago, cariño.

Me di la vuelta, la áspera sábana debajo de mí frotándose contra mis pechos


sensibles.

Walker besó su camino por mi espalda, su boca siguiendo mi columna. Sus


manos rastreando sus labios, trabajando mi espalda y acariciando mi piel, dejando
un caliente sendero detrás. En la parte superior de mi trasero, su lengua arremetió.
281

—Despliega tus piernas —ordenó, su mano ahondando entre mis muslos.


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Sonrojándome, hice lo que dijo, sintiéndome expuesta. Sus dedos se


suavizaron en mí. Empujé mis caderas hacia su mano, queriendo más.
Walker se rió entre dientes, cerrando un brazo sobre mi cintura.

—Quédate quieta, Ross.

Mordí mi labio cuando él deslizó sus dedos dentro y fuera de mí.

—¿Estás adolorida? —Preguntó en un silencioso carraspeo.

—Sí —susurré, agarrando un puñado de la sábana debajo de mí.

—Entonces iré despacio.

Negué con la cabeza.

—No. No lo hagas. Tómame como quieras tomarme.

—Joder, Sam —gimió Walker con pasión. Pero luego su voz cambió—. De
acuerdo. En tus cuatro. Ahora.

La sorpresa reemplazó el calor en mí. Su voz era dura, sin emoción.


Dominante y llena de poder. Este era el Walker que él me dijo que temiera. El que
podría ser rudo y peligroso.

Me levanté sobre mis manos y rodillas, mi trasero frente a él. Mi cabello


colgó a un lado de mi rostro, dejando mis emociones en descubierto para que
Walker las viera. Sin advertencia, me dejó. Un minuto estaba tocando mi cuerpo, al
siguiente se había ido. Mis ojos se dispararon abiertos, la preocupación
haciéndome mirar sobre el hombro. Estaba de pie al final de la cama, sacándose su
mojada camiseta sobre la cabeza. No pude evitar mirar, congelada en cuatro
piernas, mientras su pecho desnudo era revelado.

Él era perfecto. Era la única forma de describirlo. Sus músculos abdominales


eran definidos y se cortaban en un paquete de seis, cada surco y borde duros. Los
músculos en sus bíceps se flexionaron cuando salió de sus jeans, su mirada en mi
trasero.

Tan pronto como su ropa estuvo en el suelo, estuvo detrás de mí, sus manos
yendo a mis caderas.
282

—Baja la cabeza y mantén tu trasero arriba —demandó, posicionando mis


caderas justo de la manera en que las quería.
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Pero no me moví. En su lugar gemí, arqueando la espalda cuando sus dedos


se deslizaron de nuevo en mí.
—Sam —dijo oscuramente Walker—. ¿Estás oyéndome?

—No —dije con voz raposa, moviendo mi cadera contra su mano.

—Respuesta equivocada. —Retiró sus dedos y envolvió una mano alrededor


de la parte posterior de mi cuello, empujando mi cabeza hacia el colchón.

Me sentí expuesta, mi trasero alto en el aire, pero es donde él me quería. Y


un segundo después, descubrí por qué.

Embistió en mí sin advertencia, enterrando su dureza profundamente en mi


interior.

Mi cuerpo se arqueó y un grito se escapó de mi garganta cuando me estiró.


La invasión de él me recordó que hace poco había estado ahí, llevándome a un
mundo completamente nuevo.

Walker se mantuvo quieto, sus respiración mellada, su calor quemándome


desde adentro hacia afuera. Oí una suave maldición escapar más allá de sus labios
un segundo antes de que se retirara y fuera de regreso dentro de mí, duro. Grité y
eché la cabeza hacia atrás, mi cabello volando hacia mi espalda.

—Dios, Sam. Tu trasero se ve perfecto en el aire de esta manera,


moviéndose contra mí —dijo Walker con voz rasposa, retirándose y entonces
empujando de nuevo en mi interior.

El calor corrió a través de mi cuerpo cuando él aceleró sus embestidas,


llevándome más cerca al orgasmo. Su mano dejó mi nuca, arrastrándose por mi
columna y a través de mi cabello para coger mi cadera. Ambas manos suyas
cavando en mi carne mientras su polla golpeaba en mí, moviéndose más rápido. Me
mordí el labio e intenté no gritar, pero fue inútil. Me estaba viniendo.

Luces brillantes y resplandecientes explotaron detrás de mis párpados


mientras él estiraba una mano alrededor de mi cuerpo, encontrando mi clítoris.
Grité cuando el orgasmo me golpeó, sacudiéndome con temblores y terremotos.

—Eso es, cariño. Vente sobre mí —ladró Walker, empujando en mí y


apretando la cálida carne de mis caderas—. Dios, estás apretándome muy fuerte.
Ya casi estoy allí.
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Empujé mis caderas hacia atrás para encontrar las suyas, enterrando su
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virilidad más hondo en mí. Él gimió, sus manos haciéndose más fuertes en mis
caderas.

—Condón —dijo, empezando a salirse.


Moví mis caderas hacia atrás, no dejándolo escapar.

—Conté los días. Estamos bien —dije en una voz jadeante.

Gimió, su longitud empujando de nuevo en mí.

—Entonces agárrate bien, cariño.

Robé un vistazo por encima del hombro cuando comenzó a empujar en mí


más rápido, sus manos yendo a mis nalgas. Walker encontró mis ojos por encima
de mi espalda. Un mensaje no hablado pasó entre nosotros, uno que era más serio
que lo que estábamos haciendo.

Mantuve mis ojos en él, la cabeza vuelta, mi cabello cayendo al otro lado de
la cama, mientras embestía en mí. Lo sentí ponerse tenso, sus manos apretándose
en mis caderas. Estirándose debajo de mi cuerpo, agarró mi pezón y tirón.

Grité cuando un inesperado orgasmo me golpeó. Él empujó profundo,


tocando fondo y dejó escapar un rugido. Sentí una ráfaga de líquido caliente ir
hondo en mí. Un segundo después, mi nombre se deslizó de sus labios mientras un
temblor sacudía su cuerpo. Se quedó enterrado en mí, su longitud palpitando.

Dejando ir mi trasero, recorrió las manos por mi columna.

—Recuéstate.

Bajé mi trasero a la cama con él todavía en mí. Me siguió abajo, descansando


su peso sobre los codos, su parte inferior presionándome contra el colchón.

—Eres hermosa, Sam. Cada maravilloso y jodido centímetro de ti —susurró,


dejando un beso en el borde de mi hombro.

Sonreí cuando empujó mi cabello a un lado. Sus labios tocaron la parte


posterior de mi cuello.

—¿Estás bien? —Dijo contra mi piel.

—Sí —dije, soñadoramente.

Besó mi hombro con gentileza.


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—Quiero que tomes la píldora, Sam. Planeo venirme en ti una y otra vez.
Noche tras noche. Entonces quizá un día… no lo sé, Nunca he querido tener niños,
pero el pensamiento de tenerlos contigo sería…
Él se detuvo. Mis ojos se dispararon abiertos, la conmoción rodando a través
de mí. Miré por encima del hombro, encontrándolo frunciendo el ceño. Con los ojos
apartados, se retiró de mi cuerpo.

—¿Qué? —Pregunté, aun intentando coger aliento—. ¿Tener niños conmigo


sería qué, Walker?

No respondió. En su lugar rodó lejos, balanceando sus piernas por el lado de


la cama y sentándose. Su fuerte y muscular espalda me dio la cara, cada músculo
cortado a la perfección.

—¿Qué estás haciendo? —Pregunté, de repente entrando en pánico


mientras le veía recoger su camiseta del suelo y ponérsela.

—Necesito ir a casa —dijo, las palabras cortantes. Frías.

Me senté, agarrando la sábana para cubrirme.

—¿Te vas solo así? —Pregunté con incredulidad.

—Solo así.

Ira me llenó.

—¿Por qué? ¿Porque mencionaste tener niños?

Él no respondió, solo se inclinó para recoger sus jeans. Pero lo vi apretar la


mandíbula con dureza.

—Quédate —dije, intentando controlar mi temperamento.

Walker se volvió para mirarme, su mirada corriendo por mi cabello


desordenado.

—Querías jugar a las veinte preguntas antes, así que vamos a jugar a las
veinte preguntas. ¿Por qué quieres que me quede, Sam?

Furia volvió duras mis palabras.

—Porque acabamos de hacer el amor. Porque estamos juntos. Tus palabras,


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no las mías.
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Walker sonrió, pero no contuvo humor.

—Pequeña sabelotodo —bromeó, subiendo el cierre de sus jeans.


Sostuve la sábana más apretada y me levanté sobre mis rodillas. Él me miró
con cautela mientras se ponía las botas. Me arrastré hacia al borde de la cama
hasta que estuve frente a él, intentando mantener mi orgullo, pero perdiendo.

—¿Por qué no te quedarás? —Pregunté, odiando que sonara quejumbrosa.

—Porque no lo hago. Es mi regla.

—Rómpela —dije—. Por mí.

—No puedo —dijo, dando un paso más cerca a la cama.

—¿Por qué no? —Pregunté con un susurro, alzando la vista hacia él.

Coló sus dedos a través de mi cabello, levantando mi rostro para


encontrarme con el suyo.

—Porque me estoy enamorando y eso está asustándome.

Un segundo después, me besó, su boca gentil, dándome todo lo que tenía.

Luego, se había ido.

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CAPÍTULO 32
-Walker-
Traducido por Diasdeotoño
Corregido por katiliz94

Salí de la casa de Sam, antes de que pudiera cambiar de opinión. Dejarla con
un beso y su cuerpo enrojecido por el sexo era mi manera de decir adiós. Siempre
había sido mi norma —follar y después marcharme. Ninguna conversación de
almohada. Ningún abrazo por la noche. Y seguro sin desayuno por la mañana. Pero
de repente quería todo eso con Sam. Y eso me asustaba mucho.

Sin duda había admitido que me estaba enamorando de ella, pero no era la
verdad. Mentí. La verdad era que ya estaba enamorado de ella. La amaba. Era
demasiado gallina para decírselo.

Pero quería. Mientras yacía encima de ella, y mi polla se enterraba en ella, le


estuve susurrando que la amaba. Que quería pasar el resto de mi vida con ella. Que
nadie me hizo sentir como ella. Algo de ella me hizo tirar la toalla. Llamar a la paz.
Compartir toda mi vida, todo mi corazón solo con ella.

Pero mi pasado no se iría bastante bien solo. No me dejaría olvidar que tipo
de hombre era. Había robado y había mentido. Había vivido dentro de un centro de
detención juvenil por demasiados años de mi adolescencia, aprendiendo cosas que
nadie debería aprender. Crecí en una casa donde el puño era la única forma de
atención. Bebía y dormía indiferente a quien hiciese daño.

El alcohol era mi mejor amigo junto a Bentley y no vi ese cambio. Estaba


podrido hasta la médula y no había solución para mí. Me acordé de cada hora y de
cada día. Solo con el tiempo destruiría a los que me rodeaban y no quería hacer eso
con Sam. No la merecía a ella o a su cuerpo. Y tan seguro como el infierno que no
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me merecía amarla.
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Cuando la follé y mencioné los niños, el shock me había golpeado. El


matrimonio y los bebés no estaban en mi radar. Nunca lo habían estado. No llevaría
a un niño a mi mundo arruinado ¿Y ser un padre? El pensamiento había incendiado
mi estómago casi todos los días. Pero acostado junto a Sam, viendo el amor en su
cara y la exuberancia de su cuerpo algo sucedió. Empecé a pensar en un futuro con
ella.

Y luego abandoné.

Me moví a través del césped de Sam. Truenos explotaban sobre mi cabeza.


Lamenté no poder dar la vuelta y entrar. Besarla y decirle que mentí. Quería
romper cada maldita regla que había. Quería pasar la noche con ella. Esta y todas
las noches en el futuro. Quería sentirla contra mí, ver sus pechos subir y bajar
mientras dormía. Quería romper la regla más importante de todas ellas y admitir
que la amaba, tal vez incluso que se casara conmigo algún día.

Pero era un maldito tonto.

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CAPÍTULO 33
-Sam-
Traducido SOS por BrenMaddox
Corregido por Nanami27

Después de que Walker se fuera, me senté en el medio de la cama, aún


desnuda. Todavía sintiendo el calor de su cuerpo en el mío. Sus palabras resonando
en mi habitación, susurrando en mi oído. Se estaba enamorando de mí. El infierno
se había congelado y los cerdos volaban en algún lugar del cielo. Cole Walker
estaba empezando a amarme.

Unas horas más tarde, por fin caí en un profundo sueño, mi cuerpo
felizmente dolorido. Soñé con Walker casi de inmediato. Tenía sus manos por todo
mi cuerpo, su dureza presionando en mí. Gemí, no queriendo que el sueño
terminara. Pero luego comenzó a susurrar, diciéndome que había
ganado. Presumiendo sobre enseñarle a Bentley cómo robar un auto.

En mi sueño, le grité, tapándome los oídos y diciéndole que se callara. Pero


no lo hizo. Siguió susurrando, diciéndome cuánto disfrutaba arruinarme,
convertirme en mi madre. Peleé contra él, negándome a escuchar. Dijo que me
amaba en mi sueño y yo le creí.

Hasta que me dio una bofetada.

—¡DESPIÉRTATE!

Mis ojos se abrieron de golpe, la oscuridad llenando mi visión. Respiré


profundamente, sacudiéndome del sueño que se había sentido tan real. Pero
entonces mi mejilla empezó a arder y el interior de mi boca se sintió
cortado. Probé sangre, un sabor metálico que me hizo sentir enferma. Me tomó un
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segundo darme cuenta de que no era un sueño. Era la realidad.


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Y un monstruo estaba de pie frente a mí.

Grité y me moví rápido para sentarme, saliendo de la cama. Aterricé en un


montón en el suelo, golpeando mi pelvis. Sin detenerme, cogí el bate que siempre
mantenía cerca de la cama, pero mis manos solo encontraron el vacío. ¡Se ha
ido! Entonces recordé—Walker lo había arrojado hacia algún lugar aquella noche
que me despertó.

¡Oh, Jesús! ¡No! ¡No!

Intenté levantarme del suelo, pero una mano me golpeó hacia abajo. Todo el
aire abandonó mis pulmones cuando el puño aterrizó en mi rostro, lanzándome de
nuevo a la vieja alfombra gastada. Antes de que pudiera recuperarme, el atacante
estaba sobre mí, tapándome la boca y la nariz con una mano grande y carnosa.

—No es manera de decir hola, Sammy —susurró una voz por encima de mí.

¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! Bilis entró en mi garganta. Reconocía esa voz. Era una
que ojala hubiera podido olvidar.

Empecé a luchar, incapaz de respirar, frenética por escapar. En algún lugar


fuera un trueno estalló y un relámpago iluminó mi habitación, siniestra en la
noche, advirtiéndome sobre las malas cosas que vendrían.

Balanceé mi brazo, dándole al hombre en la sien. Él gruñó y cayó de costado,


golpeando mi mesita de noche y agitándola. Tan pronto como su mano salió de mi
boca, tomé una gran bocanada de aire, llenando mis pulmones. Lo necesitaría para
luchar. Sintiéndome fuerte, abrí la boca para gritar, pero su mano cayó sobre la
misma y sobre mi nariz de nuevo, por lo que mis labios fueron dolorosamente
cortados por mis dientes.

Empecé a luchar, sintiéndome sofocada. Mi cuerpo se encabritó. Era una


reacción de pelea o huida y quería hacer las dos cosas. Mi cerebro estaba gritando
por oxígeno y mis pulmones estaban estallando por la falta de aire.

El hombre por encima de mí se rió y me retuvo con firmeza, pellizcándome


la nariz y estrellando mis labios con mis dientes. Me di cuenta de que estaba
disfrutando esto, pero no podía dejar de luchar. Tenía que lograr alejarme.

Intenté patearlo, pero la parte superior de su cuerpo estaba demasiado


pesada sobre la mía. Miré a mí alrededor buscando frenéticamente un
arma. Puntos negros comenzaron a aparecer en los rincones de mi visión mientras
la presión sobre mi nariz y boca aumentaba.
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—Necesito una maldita luz —dijo mi captor con impaciencia—. Quiero ver
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lo que estoy a punto de hacer.


Lo sentí estirarse, hurgando en mi mesita de noche y golpeando
cosas. Luché para escapar, pero él no me dejó ir tan fácilmente.

—Quédate quieta, Sammy —dijo, plantando una rodilla en mi estómago e


inclinándome hacia mi mesita de noche, pateando mi teléfono celular esta vez.

Me estiré por él, pero lo agarró primero y lo arrojó al otro lado de la


habitación. Grité en protesta bajo su mano y comencé a luchar más, sintiéndome
desesperada y aún más frenética por lograr alejarme.

Su rodilla cavó mi abdomen, empujando contra mis costillas. Solté un


gruñido de dolor cuando él puso todo su peso sobre mí. Oí un pequeño clic y la
habitación se bañó con el suave resplandor de mi lámpara. Por un momento,
estuve ciega, pero cuando mis ojos se adaptaron finalmente vi a mi atacante.

Pam Man.

Toda la sangre se fue de mi cara. Tenía los ojos vidriosos, frenéticos y


salvajes. Me miraba con hambre febril, su mirada enloquecida fija en el contorno
de mis pechos bajo la camiseta blanca.

—Hola, pastelito —dijo, sonriendo ampliamente.

Empecé a corcovearme contra él con terror, pero me retuvo abajo como si


no fuera nada.

—Ahora, realmente quiero quitar mi mano de tu boca para que puedas


tomar grandes respiraciones profundas de limpio y puro aire de mierda, pero no sé
si puedo confiar en ti. ¿Puedo? —Preguntó con una voz cantarina.

Asentí con la cabeza, esperando que él me creyera.

—Bien. —Mick quitó la mano lentamente, dejándola moverse hacia abajo


sobre mi clavícula. Me estremecí pero me quede quieta, esperando el momento
adecuado para huir.

—Ahora, vamos a tener una pequeña fiesta nuestra —dijo, presionándome


contra el suelo—. Yo ya tuve algo de hierba. Ahora es tiempo de tenerte a ti. Me lo
debes. —Su mano se empujó entre nosotros, encontrando el dobladillo de mi
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camisa.
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Grité, perdiendo todo el aire precioso que había arrastrado hacia mis
pulmones.
El puño de Pam Man me pegó de nuevo, esta vez capturando mi
mandíbula. El golpe me aturdió por un segundo, haciendo que la habitación
girara. Pero mi visión se aclaró rápidamente cuando sentí su mano en mi
estómago, empujando mi camiseta fuera del camino.

Empecé a temblar. Estaba rígida, pero esto estaba fuera de mi terreno. No


podía ganar. Pero me negué a rendirme.

Movió la mano más arriba, dejando mi estómago expuesto al aire. Levanté


mi brazo, golpeándolo en el intestino. Gruñó y agarró mi muñeca, estrellándola de
golpe en el suelo al lado de mi cabeza.

—Simplemente no lo entiendes, ¿verdad? —Se rió, inclinándose más cerca


de mi rostro. Saliva aterrizó en mis mejillas y nariz, haciendo que me
estremeciera—. Te he tenido ganas desde que eras pequeña, pero tu hermano y ese
cabrón siempre me detuvieron. Así que esperé por mi momento. Entonces, bajo y
contemplativo, ¿quién pasea en mi distrito? ¡Tu hermano! Retenido por cargos que
pondrían a su lamentable culo en la cárcel por mucho tiempo.

Bajó la mirada hacia mi pecho, subiendo y bajando por el esfuerzo de luchar


contra él.

—Verás, Sammy, tengo mis dedos en casi todo por aquí. Sé lo que ocurre
alrededor de esta ciudad. Sé quién tiene los bienes y quién los quiere. He estado
trabajando con el hombre al cual tu hermano le robó el auto, Morrow, y con los
hombres para los que trabaja tu hermano. Estoy jugando en ambos lados, nena. Yo
les doy protección. Ellos me dan las drogas que necesito. Mantengo a la policía
fuera de sus negocios y ellos me siguen suministrado. Suena como un buen arreglo,
¿eh? Pero todavía había algo que faltaba. —Empujó mi pecho, una sonrisa
extendiéndose por su rostro—. Tú.

Negué con la cabeza, negándome a escuchar.

—Pero vi mi oportunidad. —Se encogió de hombros, con una mirada feliz—


. Retiré los cargos de tu hermano, lo cual no fue fácil. Tomó un montón de dinero
en efectivo. Los policías son codiciosos, por si no lo sabías. —Su mirada se desvió
por mi cuerpo, tomándose su tiempo—. Así que ahora me debes por salvar a tu
hermano y es el momento de pagarlo.
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—No te debo nada —escupí, tratando de alejar mis brazos de él.


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Se rió.
—Oh, yo creo que sí, pastelito. —Se tocó la barbilla, pensando—. Te diré
qué. Vamos a los negocios. Quiero ese Lotus que robó Bentley. Los policías se lo
devolvieron a Morrow antes de que pudiera llegar a poner mis manos donde
estaba oculto. Drogas, Sammy. Mierda de muchos dólares. Lo quiero y tú conoces al
matón para conseguirla.

Negué con la cabeza. De ninguna manera iba a darme por vencida con
Walker de nuevo. Lo hice una vez y lo había lamentado toda mi vida.

—Chist, chist —regañó Mick, viéndome negar con la cabeza—. Olvidas que
con solo una llamada, puedo arrestar nuevamente a tu hermano. Solo que esta vez
va a ir a la cárcel para siempre porque tengo algo de mierda importante sobre él.

Traté de darle una patada, pero no me hizo caso, inclinando la cabeza hacia
un lado y pensando.

—Venga, piensa en ello, podría tener a tu matón también arrestado. Estoy


seguro de que hay algo que pueda plantar en él. —Mick sonrió con aire de
suficiencia—. Lo vi salir de aquí, ya sabes. He estado observándote. Los he visto
juntos. Si no haces esto por mí, lo meteré preso, y créeme, me estoy muriendo por
hacerlo. Entonces voy a tenerte tooooda para mí solo.

Lágrimas llenaron mis ojos, recordando que ésta era la misma situación que
había hecho que Walker me odiara todos esos años. Ahora aquí estaba de nuevo,
dispuesta a entregarlo por mi hermano.

—Eres un sucio cerdo engañoso —le susurré, parpadeando las lágrimas—


. Alguien tiene que colgarte.

—Soy intocable, muñeca —sonrió—. Hablando de tocar...

Chillé cuando bajó la cabeza y me besó en el cuello, dejando un desastre


baboso atrás. Traté de apartarme, pero agarró un puñado de mi cabello y tiró,
presionando su cuerpo más contra el mío, y mostrándome exactamente lo que
quería hacer.

Grité y dejó mi cabello, tapándome la boca y la nariz de nuevo. Mi pómulo y


mandíbula dolían donde me había golpeado, causando que mi dolor de cabeza se
triplicara. Tenía la garganta ardiendo y mis pulmones se estaban reventando pero
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todavía luchaba bajo él.


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Renunció a tratar de conseguir meter su mano debajo de mi


camisa. Cambiando su peso, bajó la mano entre mis piernas.
—¿Ese idiota ha estado aquí? —Preguntó bruscamente, reteniéndome abajo
y tratando de meter sus dedos entre mis muslos—. Tengo que decir que estoy
celoso, pero voy a remediar eso muy pronto.

Se me escapó un sollozo, silenciado detrás de su mano. Sacudí mi cuerpo


para alejarlo. Cuando no funcionó, apreté mis piernas juntas y tensé mis músculos
para que no me pudiera tocar, pero no estaba funcionando mucho. Él era
demasiado fuerte. Las lágrimas corrían por mi rostro, empapando la alfombra
debajo de mí. Estaría contaminada si él me tocara. Sucia. Tocada por la misma
suciedad que había arruinado a mi madre y a esta ciudad.

Volví la cabeza, y apreté los ojos con fuerza, incapaz de hacer frente a lo que
iba a suceder. Por debajo de la mano de Pam Man, susurré una oración, esperando
que por primera vez en mi vida Dios me contestara. Cuando él se movió encima,
hurgando por su cremallera, forcé a mis ojos a abrirse, algo instándome a
hacerlo. Mi mirada se posó en una sombra oscura debajo de mi cama, algo que no
había notado antes.

Mi bate.

Con una explosión de energía, estiré mi brazo. Mis dedos rozaron la madera,
lo que hizo que rodara lejos de mí.

¡NO!

Pam Man me miró.

—¡Hey! ¿Qué estás haciendo...? —Balbuceó.

Con un sollozo y una oleada de poder, propulsé la parte superior de mi


cuerpo a un lado, dándome el suficiente espacio para agarrar el bate. En segundos
lo tenía en mi puño. La madera raspó contra los peldaños de metal de la cama
cuando lo agarré y lo balanceé.

El bate conectó con la cabeza de Pam Man, justo encima de la oreja. Él rugió
de dolor y cayó lejos de mí, agarrando el lado de su cabeza, aturdido.

Me levanté del suelo, saltando a mis pies, agarrando con fuerza el bate en mi
puño. Mi rostro palpitaba donde él me había golpeado, pero no podía dejarme
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llevar por los daños. Tenía que salir de allí.


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Sin mirar atrás, corrí fuera de la habitación, cerrando la puerta de la misma


detrás de mí. Cualquier cosa para frenar a Pam Man. Mis pies descalzos sonaron
fuerte en el antiguo suelo mientras corrí por el pasillo oscuro, tropezando con
alguna sucia lencería que mi mamá había dejado tirada. Podía escuchar a Pam Man
siguiéndome a un ritmo más lento, llamándome por mi nombre.

—¿Sammy? ¿Oh, Sammy? ¿Dónde estás, pastelito? Eso que hiciste no fue
muy agradable.

Un escalofrío recorrió mi piel expuesta. Extendí la mano, usando la pared


sucia para mantenerme erguida mientras sostenía firmemente el bate con la
otra. Tomé respiraciones profundas de aire húmedo y mohoso, forcé a piernas para
correr más rápido. Usando la casa a oscuras a mi favor, corrí a la puerta
principal. La cual estaba cerrada, manteniendo el horror dentro.

No tuve tiempo de preguntarme cómo entró Mick. Estaba diciendo mi


nombre otra vez, más cerca ahora. Con manos temblorosas, traté de girar la
cerradura, incapaz de abrirla. Las lágrimas corrían por mi rostro. El bloqueo se
negó a moverse. A veces se atascaba, especialmente en condiciones húmedas y
mojadas como las de hoy. Lo intenté de nuevo y miré por encima de mi hombro,
maldiciendo a la puerta. Pam Man se disparó hacia mí, furia cubriendo su rostro.

—Vamos. Vamos. Vamos —susurré, tratando nuevamente con la cerradura.


Escuchándola ceder, el clic volvivéndose música para mis oídos.

Un rayo me saludó cuando abrí la puerta con un balanceo. Un trueno


retumbó en el cielo y el olor de la lluvia fresca se apoderó de mí, renovando mi
energía. Me lancé fuera del remolque y por los escalones del porche, mis pies
descalzos deslizándose sobre la madera pulida. La lluvia me golpeó al instante,
empapando mi camiseta y piernas desnudas. Me lancé hacia el patio, el miedo
persiguiéndome. Mis pies se hundían en el barro, fluyendo alrededor de los dedos
de los pies.

Oí el golpe de la puerta siendo abierta detrás de mí.

—¡Veinticuatro horas, Sammy! —Gritó Mick cuando me lancé a la lluvia—


. ¡Quiero el auto en veinticuatro horas o vendré por ti y terminaremos lo que
empezamos! ¡Y pondré a tu hermano y a ese matón de nuevo en la cárcel donde
pertenecen!

Un rayo agrietó nuevamente el cielo, pero no me asustó. Lo que más me


aterrorizó fueron las palabras de Pam Man.
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Miré a la derecha e izquierda, preguntándome dónde ir. La lluvia me


golpeaba por todos lados, por lo que era difícil ver. Pulgadas de ellas se
derramaron alrededor de mis pies descalzos, corriendo entre los dedos de mis pies
y golpeando mis tobillos. En el fondo de mi mente me di cuenta de que estaba
inundando. Por lo menos un pie de agua corría por la calle como un río.

A pesar de la calle llena de lluvia, despegué del camino, manteniéndome en


la acera, el bate todavía colgando de mi mano. No sabía a dónde iba, pero tenía que
llegar lo más lejos posible de Pam Man.

La lluvia me empapó el cabello e hizo que las hebras cayeran en mis


ojos. Las empujé fuera del camino y corrí. Mi respiración era irregular pero tomé
grandes bocanadas de aire, empujándome a mí misma para correr más rápido. No
me importaba que la tormenta fuera brutal o que solo llevara una camiseta y ropa
interior. Tenía que encontrar seguridad.

Una luz más adelante me llamó la atención. Al mismo tiempo, oí el rugido


profundo del motor de un camión. Pam Man. Gané más velocidad, temiendo que
fuera a correr hasta a mi lado y empujarme en su auto. Una puntada comenzó en
mi lado, pero la ignoré. Nada iba a detenerme de escapar.

La antigua casa de Walker quedó a la vista, el remolque con una luz todavía
encendida a pesar de la hora tardía. Me delimité por el empapado césped blando
en tres o cuatro saltos. Tomando dos pasos a la vez, corrí hacia el pequeño porche
y a la puerta principal, dejando caer el bate a mi lado. Cayó al porche y rodó cuando
empecé a golpear la puerta, pidiendo ayuda a gritos.

—¡Sr. Walker! ¡AYUDA! —Grité, repitiéndolo una y otra vez.

Oí el chirrido de neumáticos y me di la vuelta para mirar. Un camión negro


estaba alejándose del camino de mi entrada, los neumáticos girando sobre el
pavimento mojado. Un segundo después se alejó por la calle, sus luces traseras
desapareciendo en la lluvia.

Un enorme sollozo escapó de mi pecho, y luego otro. El alivio me dejó


débil. La lluvia azotaba alrededor, golpeándome por todos los
lados. Empapándome. Incapaz de soportar por más tiempo, caí de rodillas en el
porche. Puse una mano en la puerta, incapaz de tocar más. Mi energía se había ido,
consumida por el terror. Arcadas se escaparon junto con los sollozos que no podía
controlar.

—¡Samantha! —Dijo una voz de repente por encima de mí.


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Miré hacia arriba, a la cara de sorpresa del Viejo Walker. Vestía pantalón de
pijama desteñidos y una vieja camiseta blanca. Su mandíbula estaba cubierta de
barba blanca y sus ojos estaban hinchados por el sueño. La luz amarilla detrás de él
iluminó el porche, alejando la oscuridad, y haciéndome sentir segura.
Empujó la puerta mosquitera abierta mientras caía hacia atrás en mi
trasero. No traté de levantarme. No tenía más fuerza.

—Dios, hija, ¿qué te ha pasado? —Preguntó, alcanzándome.

Me encogí, con miedo. Él había golpeado a Walker durante tantos años. No


sabía… no podía pensar con claridad.

—Walker —me las arreglé para graznar, mi garganta cruda.

—¿Mi hijo te hizo esto? —Preguntó, empujando a un lado mis brazos para
poder levantarme.

—No —dije, temblando mientras me llevaba a su casa—. Lo


necesito. Necesito a Cole.

—Bueno. Bueno —repitió una y otra vez. En dos zancadas me sentó en el


destartalado sofá conjunto contra la pared.

Me estremecí y pasé un brazo alrededor de mi cintura, congelada hasta los


huesos. El Viejo Walker se volvió y agarró el receptor de su viejo teléfono
rotatorio. Lo vi marcar, hilos de mi cabello mojado colgaban por mis ojos.

—¡Maldita sea! —Dijo el Sr. Walker, acercando el teléfono a su oreja—. ¿Qué


clase de hijo no responde a una maldita llamada de su padre en el medio de la
noche?

Marcó de nuevo. Comencé a caer de lado, solo queriendo acostarme. Mi


cabeza golpeó el sofá, empapando el material desvanecido con mi cabello
mojado. Cerré los ojos, pero los obligué a abrirse nuevamente cuando oí la voz del
Viejo Walker.

—Cole, tienes que volver a casa. Es Samantha. Ella está herida, hijo.
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CAPÍTULO 34
-Walker-
Traducido por Diasdeotoño
Corregido por katiliz94

Corrí hacia abajo con pasos concretos por las escaleras del apartamento,
mis pies casi volando debajo de mí. La lluvia me acribillaba desde todos los
ángulos, empando mi camisa negra y mis pantalones vaqueros en segundos. En mi
mente me di cuenta de que las calles estaban inundadas.

Bentley me siguió corriendo, gritándome que parara. Gritándome para


decirme lo que estaba mal. No podía porque no lo sabía. No podía pensar. No podía
sentir la lluvia contra mi cara. Era insensible a todo. Sam fue herida. Eso es todo lo
que sabía.

Tan pronto como deje su casa antes esta noche, me perdí en una botella.
Desperté en el suelo de mi apartamento. Mi teléfono móvil vibrando en mi mano.
No iba a contestar cuando vi que era mi padre pero la segunda vez lo hice, solo
para escuchar las palabras que pararon mi corazón.

—Es Samantha, hijo. Esta herida.

¡Joder!

Me pase una mano temblorosa por mi rostro, sintiendo el miedo arrastrarse


por mi garganta. Si no hubiera sido tan cobarde, le habría dicho a Sam que la
amaba y hubiera pasado la noche junto a ella. Habríamos hecho el amor una y otra
vez hasta que amaneciera. Despertaría junto a ella y haría sus malditas tortitas. No
la habría dejado sola, ni tocado una botella esta noche. No estaría herida. Y no
estaría perdiendo la cabeza por la preocupación.
298

Solo lo validé y conduje a casa como el jodido bastardo que era. Destruí a
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cada una de las jodidas personas que me importaban.

Enterré las llaves en mi bolsillo y corrí alrededor del maletero,


resbalándome en el aparcamiento lleno de lluvia.
El aparcamiento estaba lleno.

—Entrégamelas. Has estado bebiendo—gritó Bent por encima del sonido de


la lluvia.

Me paré en medio del camino. Él tenía razón. No quería hacer una maldita
cosa más que fuera estúpida. Le lancé las llaves y volví corriendo hacia el lado del
pasajero, pasándole por el camino. Estábamos en el coche y volábamos por la calle
en segundos.

—¿Qué diablos está pasando? —preguntó Bent, cambiando a tercera


cuando llegamos a lo más alto.

—Sam ha sido herida —dije, mi voz sonando como en una lata.

—¿Qué? —gritó Bent.

Vi la carretera vacía en mi cabeza.

—Mi padre llamo y dijo que estaba herida. Es todo lo que se.

Bentley golpeó el volante con el puño.

—¡Mierda!

—Conduce Bent —dije, mi mano alrededor de la manija de la puerta cuando


golpeó el gas, golpeando a noventa en segundos.

Antes de que pudiera parpadear Bent frenó el coche, tomando la rampa de


salida demasiado rápido. Una fuerte curva se acercaba pero yo confiaba en él. El
hombre podía conducir.

Tomó el giro con facilidad, yendo a la deriva, lo suficiente para hacerme


sudar. En segundos salía de ella, reduciendo la marcha del coche a un poco sobre el
límite de velocidad. Me senté recto y me incliné hacia delante, viendo como
hacíamos la vuelta a nuestro barrio.

La basura flotando y el oscilar de las farolas eran el único movimiento a lo


largo de la calle. Mi corazón empezó a martillear conforme nos acercábamos. La
299

bestia salvaje en mí estaba despierta, queriendo que la dejase desatarse contra


alguien.
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Bentley bajó la palanca de cambio, causando al motor rugir suavemente


cuando corrimos por la calle. Mi mirada se obsesionó con el diminuto tráiler blanco
por delante. Las luces estaban encendidas. Una luz de un porche hecho un bajo
brillo alrededor de los patios, engañando a cualquiera que creyera que parecía una
casa segura y acogedora.

Bent giró el coche en la calzada en ángulo, yo ya estaba fuera del coche y en


el patio, antes incluso de apagar el motor.

—¡Papá! —grité, lanzando la puerta de rejilla de golpe y corriendo dentro.

Mi padre apareció delante de mí, extendió las manos delante de él.

—Escucha hijo, está bastante mal herida.

Me empujé por delante de él. Mi mirada fija recorrió toda la sala de estar. La
silla, la mesa del café, el viejo televisor, el sofá descolorido. Mis ojos se detuvieron,
me quedé helado. Sam estaba sentada en el borde del sofá, sosteniendo un paquete
de guisantes contra su ojo derecho.

—¿Walker? —dijo ella, bajando la bolsa.

Santa mierda.

Ver su rostro magullado fue como recibir un duro golpe en las entrañas.
Había estado en todas las peleas, todas las heridas que había recibido y la sangre
que había perdido no se comparaba nada con el dolor que disparó a través de mí al
ver a la mujer que amaba dolorida.

Con el rabillo del ojo, vi que mi padre me echó un vistazo, esperando que
dijera lago. No pude. El monstruo en mí estaba fuera y era lívido. Sam fue herida.
La única persona en el mundo que había amado estaba sentada a metros de mí con
un labio cortado y el rostro magullado. La vista de ella así casi me hizo caer de
rodillas. Pero también me hizo odiarme más por ser un tonto y dejarla sola.

—¿Sam? —gritó Bent, empujándome al pasar por delante de mí tan pronto


como la vió.

Me quedé congelado, viendo como Bent cayó en el sofá junto a ella.

—¿Qué paso? —Preguntó.


300

—Fue Pam Man. Entró en casa. Él… Él dijo que es el que dejó caer los cargos
contra ti —dijo ella, hablando con cuidado alrededor de su labio partido. Apreté los
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puños, mi sangre hirviendo, los demonios en mí gritando por venganza. Quería


poner un puño a través de la pared. O mejor aún a través de la cara de Mick
Rodriguez.
—Quería que yo le devolviera el dinero —dijo Sam, poniendo su barbilla
temblorosa—. Dijo que se lo debía por conseguir liberarte.

Casi lo perdí. Ver lágrimas en sus ojos. Verla intentar ocultar su miedo —me
rompió.

—¿Mick? ¿Él hizo esto debido a mí? —preguntó Bentley levantando la voz—
. Acaso… —Bentley tragó y obligó a sus palabras a salir—. ¿Te tocó?

La voz de Sam se hizo más pequeña.

—Lo intento, —dijo robando un vistazo hacia mí.

Estaba como el frio sepulcral incapaz de moverme. Con miedo de si lo


hiciera, podría explotar en furia incontrolable. Solo un pensamiento se precipitó
por mi mente —Mick Rodriguez era hombre muerto.

Apreté mi puño, luchando contra el impulso de ir hasta Sam. Pero lo que


necesitaba era a su hermano, no a un tonto como yo.

—¡Le mataré! —gritó Bentley—. ¡Le arrancaré su jodida polla! —la frialdad
asumió sus ojos, algo que solo había visto algunas veces. El hombre estaba
relajado, pero meterse con su hermana y su propia oscuridad, jugaba a un alto
nivel.

—Hay más —agregó Sam—. Está jugando a ambos lados, Bent el tuyo y el
de Marrows. Dijo que Lotus le había robado las drogas a él mismo. Mick las quiere
y quiere que Walker consiga el coche para él. Le dio veinticuatro horas para hacer
el trabajo o hará una llamada y os hará arrestar a los dos.

—Dijo que tiene la información, que la guardaría en su sitio para siempre y


podría hacer lo mismo con Walker a menos que no consiga ese coche.

Sentí la rabia creciendo. Nadie me amenazo y vivió para contarlo.

—¡Mierda! —gritó Bent, saltando en sus pies. Comenzó a caminar, su cuerpo


se tensó—. Me dijeron que Lotus iba a ir a un Príncipe saudí de la ONU. Es uno de
los más rápidos. Debido a una clase de mierda especial en ello.
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—Sí —se mofó mi padre—. Creo que todos sabemos qué clase de mierda
especial es ahora.
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—¡Mierda! —juró Bent, caminando de aquí para allá a través de la sala de


estar de mi padre—. ¡Debería haberlo sabido! A Marrow le gusta esconder su
derecho de propiedad bajo las narices de alguien. ¿Cómo he podido ser tan
malditamente estúpido? —Sacudió la cabeza con indignación—. ¡Alguien va pagar
por esto!

—¿Qué tiene él contra ti, Bent? —preguntó Sam, interrumpiendo su


diatriba.

—Nada —respondió Bent, desestimando su pregunta.

Me di cuenta de que estaba ocultando algo. Lo conocía desde primaria. El


chico estaba mintiendo a través de sus dientes.

—Entonces dime que has estado haciendo —insistió Sam, levantándose—.


¿En qué estás metido?

—En nada —dijo Bentley otra vez, acechando contra la pared delgada del
remolque, andando por la alfombra verde descolorida de papá.

Sam saltó delante de él.

—Soy tu hermana, ¡Bentley! ¡No me mientas! ¡Tengo derecho a saber en qué


clase de peligro estás! ¡Dímelo!

Bent se pellizcó el puente de la nariz, cansado y frutado como el resto de


nosotros.

—Sam, no es tan fácil de explicar.

Ella levantó la barbilla, esa pequeña actitud que me encantaba apareciendo


por sí misma.

—Inténtalo.

Bent sacudió la cabeza, pareciendo disgustado consigo mismo por lo que


estaba a punto de decir.

—La gente para la cual trabajo tiene clientes especiales. Internacionales,


con mucho dinero. La gente no quiere ensuciarse con eso. Mick podría tener algo
de mí. Comercio ilegal. Delitos internacionales. —Sonrío con satisfacción,
iluminando sus ojos—. Tengo un montón de pecados y un armario lleno de
302

esqueletos, hermanita.
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Sam intentó parecer loca, pero podía ver su miedo. Casi podía olerlo en ella
y eso me jodió. La oscuridad en mí quería alguien para pegar. Mick. La gente de
Bent. El juez Marrow y su pandilla. Ya no importaba. Quería venganza.
—Llámalos por teléfono Bent —dije en una voz mortal—. Arréglalo,
conseguiré ese coche y haré que Mick desease no haber puesto nunca una mano
encima de Sam.

Ella giró su mirada a mí, su trenza balanceándose con la acción. Aterrizando


sobre su hombro, el extremo apoyado sobre el pecho donde había tenido mi boca
hace unas horas.

Evité sus ojos, mi mirada descendió hasta sus piernas. Ella estaba descalza,
haciéndola parecer tan inocente, que quería envolver mis brazos alrededor de ella,
y enterrar mi cara contra la suya. Pedir perdón por no quedarme toda la noche. Por
no protegerla y por no protegerla de mi oscuridad y de todas las demás. En cambio,
levanté los ojos, desatando el dobladillo de la camiseta de mi padre que Sam
llevaba puesta.

Dio un paso vacilante hacia mí, su paso tambaleante. Cambié mi mirada, con
miedo a mirarla. No quería ver la edad presa en su cara. No estaba seguro de si
podía confiar en mí mismo si lo hiciera.

Yo estaba quemado, y alguien se había mezclado con algo que era mío. Rabia
y licor eran una combinación mortal cuando se mezclaban en mí. La crueldad que
mantuve bajo llave, creció haciéndose incontrolable. El monstruo en mí queriendo
salir. Sam ya había sido herida lo suficiente esta noche. Ella tenía que permanecer
lejos de mí.

Cuando se hizo obvio que estaba tratando de evitarla, se detuvo, lágrimas en


sus ojos. Pero un segundo después, esa barbilla temblorosa subió, dejando su
terquedad atrás.

Bien. Así era más seguro. Hacer que me odiase. Hacer que se alejase. Estaba
cerca de perforar un agujero en la pared ahora.

Bent, dejo de marcar el paso para sacar su teléfono móvil.

—Lleva a Sam a casa, Walker. Mantenla a salvo. Me ocuparé de mis propios


errores —dijo, marcando y sosteniendo su móvil contra la oreja, esperando a que
alguien descolgara.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Sam con voz chillona, agarrando el


303

brazo de Bent—. ¡Vas a conseguir que te maten!


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Bentley no respondió. En cambio, mantuvo sus ojos en mí.

—Llévala a casa —murmuró.


Di una mirada a Sam antes de volver a Bent. No podía estar a solas con ella.
Si yo la tocaba… sudor estalló en mi labio superior ante el pensamiento. Lo que
pedía era imposible. Peligroso. No, no podía hacerlo.

Pero podía hacer algo más.

—Lo haré —dije en voz letal, interrumpiendo todo lo que fuera que Bentley
le estaba diciendo a la persona al otro lado de la línea—. Mick me quiere, me tiene.

—¿QUÉ? ¡No! —gritó Sam, su mirada fija en mí. Sus abiertos ojos estaban
redondos, llena de preocupación. Por mí. No lo merecía. Nunca lo hice.

Ella agarró mi brazo pero me mantuve firme, una parte de mí pidiendo


tocarla. Sostenerla y llevarme su miedo. Pero resistí. Le había hecho suficiente
daño al abandonarla.

No desenhebré su mano de todo mi brazo y mire como Bent cubría el


teléfono con la mano.

—De ninguna manera, viejo —dijo con una sonrisa fría—. Es mi cama voy a
yacer en ella.

Mi espalda se quedó rígida. Solo me llamó viejo cuando me preparaba para


conducir. Había reducido la velocidad con los años, renunciando a esa forma de
vida. Tratando de ser una mejor persona. Pero no había ninguna mejora. Yo era
quien era. Un conductor. Un matón. Un borracho. Un hombre con una larga lista de
delitos.

Y ahora mismo quería destruir.

Bent habló tranquilamente a la persona del otro lado del teléfono, su


mandíbula en una rígida línea. Cada segundo que esperaba mi cordura se
estabilizaba un poco más.

Sam estaba a metros de mí, sus brazos alrededor de su centro

—No hagas esto, Walker —susurró, mirándome detenidamente con esos


ojos verde liquido.
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No le contesté. No podía. Ella olía demasiado y malditamente perfecta.


Como lluvia fresca y cielo, todo mezclado en uno. Mis puños se apretaron a mis
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costados y ensanché mi postura. Mi cuerpo estaba listo para atacar. Y preparado


para resistirla
Tan pronto como Bent paró de hablar, estaba con él, picando en luz verde.
Esperando a una víctima para mi ira.

—¿Cuál es el plan? ¿Robar el coche otra vez? —pregunté, mis palabras


entrecortadas, mi tono hostil—. ¿Enterrar a Mick por tocarla?

La mandíbula de Bent se apretó con frialdad.

—No solo vamos a robar el coche, pero también vamos a exponer el culo de
Mick. Conozco a gente que estaría muy interesada en lo que él ha estado haciendo.
El hombre es hombre muerto. Es solo cuestión de tiempo.

Vi el frio en los ojos de Bent y sabía que no se detendría ante nada para
acabar con Mick. Pero yo quería su cabeza en una bandeja.

—¡No podéis hacerlo! —gritó Sam, andando entre Bentley y yo—. ¡No os
dejaré!

Finalmente tuve valor para mirarla.

—Te olvidas, Ross, que soy el infierno sobre ruedas —dije, sin piedad—. El
experto. Le haré pagar.

Bent sonrío, una sonrisa de soslayo.

—Y yo soy el pro, hermanita, condenado hace mucho tiempo.

Sonreí con satisfacción, el diablo en mí amándome por lo que estaba a punto


de pasar.

—Bien, Bent, supongo que es tiempo de traer el infierno y la condenación


eterna al mundo.

—Amén, hermano.
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CAPÍTULO 35
-Walker-
Traducido por Sandra289
Corregido por katiliz94

—¿Vas a hablarme, Walker?

Miré a Sam, sentada en el mismo asiento donde había tomado su virginidad.


Estaba vistiendo un par de vaqueros e impresionante en su nueva camiseta. Su
pelo era aún un lío y su cara… dios, su cara estaba amoratada y magullada.

Agarré el volante más estrechamente y me concentré en la carretera. Había


parado de llover pero una pesada humedad aún colgaba en el aire, amenazando
con soltar otro montón de lluvia sobre nosotros. Hacía que el calor empeorara, en
una gruesa nube de calor que convertía el simple acto de moverse una lata. Doblé
en el A/C e ignoré la apariencia del sudor en mi piel.

Habíamos dejado a mi padre hace treinta minutos. Primera parada, la


caravana de Sam. Permanecí en la puerta de su cuarto y la miré mientras agarraba
algunas ropas y se apresuraba por su cuarto, ninguno de los dos hablando. Minutos
después salió fuera del baño, diciendo algo importante mirándome fijamente a los
ojos, tratando hacer que perdiera los estribos.

Pero estaba todavía malditamente histérico. Demente de rabia. Bent había


cogido un Mercedes negro que iba a recogerlo. Quería ir con él. Arrancar algo de la
cabeza de Pam Man. Usarlo como una pelota de béisbol y abofetearlo cruzando el
río separando a los ricos de los pobres. Pero no podía dejar Sam ya y Bentley
estaba yendo a resolver los detalles con esa gente.

Mi trabajo justo ahora era vigilar a Sam hasta que fuera tiempo. Luego
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paneábamos dejarla con —de toda la gente— Lukas. Él era el único que no sería
rastreado de Bentley o yo. No estaba feliz por eso, pero tenía mis propias maneras
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de hacer que los chicos se comporten.

—Adivino que eso es un no —dijo Sam con un suspiro cuando no contesté.


La miré. Ella miraba fijamente fuera de la ventana del pasajero. Las luces de
fuera brillaban por su hermosa cara, iluminando por completo sus labios y las
magulladuras de sus pómulos.

Reduje la marcha y giré en la esquina haca mi complejo de apartamentos.


Estacionando en un sitio vacío, paré el motor.

—Vamos, —dije, odiando a mi voz sonando áspera. Estúpido.

Antes de que ella pudiera decir nada abrí la puerta y salí, el calor
golpeándome como una tonelada de ladrillos. Esperé al frente del parachoques
mientras Sam salía del coche lentamente, la correa de su bolso de noche colgando
de su mano. Mis llaves cortándome en las palmas mientras mis ojos corrían por
ella. Necesitaba el dolor que causaba. Me ayudaba a enfocarme. Mantener la rabia
dentro de mí para dejarla.

Me encontré con Sam al pie de nuestras escaleras y la deje ir delante. Una


ligera neblina había comenzado a caer, haciendo los escalones resbaladizos. No
confiaba en esas Converse que ella llevaba. Un resbalón y ella estaría en las últimas.
Entonces podría ser forzado a poner mis manos en ella.

En la puerta, la alcancé y la desbloqueé. Entró detrás y encendí la luz,


avergonzado por nuestras escasas condiciones de vida.

El sofá era usado de un vecino que no conocíamos. La verdad era que lo


habíamos encontrado en la cuneta. La tele era una pantalla de plasma de última
generación. Costó más que tres meses de nuestra renta. Teníamos nuestras
prioridades.

La cocina contenía una mesa, dos sillas, y llena de comida. Esa era una cosa
que Bent y yo hacíamos, comer bien. Tener hambre mucho tiempo como de niños
significaba que almacenábamos comida como si fuéramos ricos.

Forrar los mostradores de la cocina era lo que necesitábamos justo ahora.


Botellas de diferentes tipos de licor estaban de pie orgullosamente contra los
baratos azulejos de la barra. Me dirigí a esa dirección, dejando a Sam encontrarse
por su propia cuenta con nuestro apartamento. No era como si fuera tan grande de
todas maneras.
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La escuché dejar caer su bolso en el suelo y seguirme. Agité mi cabeza con


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frustración. ¿No sabía cómo de cerca estaba de perderlo? Ignorándola, me dirigí


directo al bourbon.
—¿Un trago? ¿Es realmente necesario? —preguntó, parándose a pocos paso
de mí y mirándome coger un vaso barato del armario.

Le lancé una mirada.

—Oh, sí, lo es. Créeme.

Me serví un vaso con las manos temblorosas, mi corazón latiendo rápido


cuando la escuche caminar detrás de mí. Levantando el vaso a mi boca, empecé a
bajarlo cuando Sam estiró el brazo y me agarró la mano. La miré con sorpresa,
mirándola como el trago bajaba con una mueca.

Ella golpeó el vaso de vuelta en la encimera.

—Otro, —demandó—. Haré lo del alcoholismo. Tú solo conduce.

Sacudí la cabeza.

—De ninguna manera —dije, desenroscando la tapa del bourbon. Mi veneno


era mío. No quería que ella fuera parte de ello. La había destrozado suficiente.
Dejándola beber sería sólo terminaría en la cima de la destrucción.

El fuego iluminó sus ojos cuando me miró, la parte superior de su cabeza


alcanzando la mitad de mi pecho.

—No puedes decirme que no, Walker. A pesar de lo que digas, no me posees.
—Ella se puso en frente mía, agarrando la botella y desenroscándola, sirviéndose
otro trago.

—Sam, realmente necesitas dejar de molestarme. Estoy cabreado y he


estado bebiendo. —No podía decirle que estaba asustado hasta la muerte. Qué el
momento en que escuche que estaba herida, había visto mi vida pasar ante mis
ojos.

Y que esa vida era con ella.

—¿Entonces? —preguntó con la actitud que había llegado a amar.

Me incliné, llevando mi cara cerca de la suya. Dios, quería besarla. Que les
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jodiesen. Quería extenderla en la mesa de la cocina y follarla sin sentido. En su


lugar alimenté la oscuridad en mí. Era más seguro que tocarla.
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—Entonces ese monstruo del que una vez me acusaste ser, está aquí y
quiere herir al hijo de puta qué te hizo esto —siseé, mirando abajo a su grieta en el
labio—. Y estoy asustado de que si te toco, no seré gentil y tú no necesitas eso justo
ahora.

Vi a Sam tragar fuerte, la duda en sus ojos. Pero lo que quería ver no estaba
ahí —miedo.

—¿Cómo sabes lo que quiero? —espetó—. Quizás te necesito.

Antes de que pudiera responder, el timbre de la puerta sonó.

Lukas.

Ella giró sobre sí misma y salió de la cocina, su pequeño culo balanceándose


provocativamente.

Eché una maldición en voz baja. Qué importa si sus palabras causaron que
mi polla se levantara para la ocasión. Ella no sabía de qué estaba hablando. Yo
sabía lo que ella necesitaba y no era a mí.

Sacudiendo mi cabeza con disgusto, dejé la botella de vuelta en la encimera


y la empujé. No quería más un trago. Tenía que mantener mi cabeza en orden. Por
una vez en mi vida tenía que hacer las cosas bien, incluso si fuera sobre hacer algo
que quizás conseguiría matarme.

Caminé sin prisa fuera de la cocina, tratando de controlar los celos de sabía
que estaría ahí cuando viera a Lukas cerca de Sam.

Él estaba de pie a unos pocos pies de ella, su pelo negro colgando


sobrepasando sus ojos irritados. Quería correr por la habitación y estamparlo
contra el suelo, recordándole lo que le dije la última vez que lo vi —que su lugar
era entre las piernas de Sam. Pero me contuve. Había otros cabrones de los que
hacerse cargo primero.

Me dirigí hacia él y Sam, listo para darle instrucciones de no tocarla si


valoraba su vida, pero mi teléfono zumbó.

—¿En cuanto llegarás aproximadamente? —pregunté, respondiendo sin


mirar el identificador de llamadas.
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—Cinco minutos. ¿Está Lukas ahí? —dijo Bent, hablando sobre el ruido de
fondo.
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Miré a Lukas, viendo como sacudía su barbilla hacia mí en saludo.

—Sí. Estaba por cantarle las cuarenta.


—Bien. Te veré en breve.

Devolví el teléfono de vuelta a mi bolsillo trasero luego de acortar la


distancia entre Sam y yo. Ella tenía los brazos cruzados, haciendo agujeros con la
mirada en Lukas y viéndose cabreada. Mis celos descansaron, sabiendo que ella no
le dejaría tocarla. Pero todavía no confiaba en él.

—¿Qué demonios dejaste que le pasara? —gritó Lukas tan pronto como me
paré cerca de Sam—.—¡Está en negro y azul!

El pelo de la espalda de mi cuello se levantó, la oscuridad en mí no feliz.

—La cagué. Ahora voy a arreglarlo —dije, ceñudo. Sacudí mi mentón en su


dirección—. ¿Está claro?

—Sip —dijo Lukas, desviando la vista y metiendo las manos en los bolsillos
delanteros de sus estrechos pantalones.

—Mejor estate de esa manera —advertí—. Voy a confiártela.

Me dio un corto asentimiento y eso fue todo lo que necesite. Yendo contra
mi mejor juicio, toqué a Sam, agarrando su mano. Ella no protestó mientras la
sacaba fuera del apartamento y bajaba las escaleras, fuera junto a mi coche. En el
parachoques, paré y me giré, dejando caer su mano.

—Estarás segura en esta casa, Sam. Te localizaré cuando todo esto haya
acabado. Solo mantente fuerte.

Ella cruzó sus brazos sobre su pecho.

—¿Y qué hay de ti? ¿Vas a estar seguro?

Resoplé y crucé mis brazos sobre mi pecho, imitándola.

—Tan seguro como pueda estar.

Dio un paso contra mí, plantándose cerca de mis piernas extendidas.

—No es lo suficiente bueno, Walker. Sólo no hagas esto. Podremos pensar


en algo más.
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Me froté la barba incipiente de mi mandíbula y miré alrededor, cualquier


cosa pare evitar mirarla. Teníamos horas hasta la salida del sol. Justo el tiempo
suficiente para conseguir hacer el trabajo y volver a ella antes de que el sol saliera.
Bastante tiempo para alimentar la oscuridad en mí, dándole la venganza que
ansiaba.

—Escucha, Sam, he birlado más coches de los que puedo contar. Sé lo que
estoy haciendo —expliqué.

Cruzó los brazos sobre su pecho, mirándose disgustada.

—¿En serio? ¿Estás un cien por cien seguro de eso? Porque no pienso que
sepas lo que vas a hacer conmigo la mitad del tiempo así que como sabes…

Agarré su codo, trayéndola más cerca. Mi voz cayó, volviéndose sofocante e


irregular.

—Sé qué estoy haciendo contigo, Sam Ross. Estoy viviendo por ti y
agonizando por ti. Y pretendo amarte en cada oportunidad que consiga.

Antes de que pudiera protestar enredé mis manos en las sueltas hebras de
su pelo y capturé sus labios con los míos. El beso no era suave o gentil. No nacido
fuera de amor o atracción. Era necesitado y crudo. Lleno de pasión y hambriento.
No tenía nada que perder así que estaba determinado a darle todo.

Metí la lengua en su boca, saboreándola. Al mismo tiempo un sedán negro


estacionó en el aparcamiento, reduciéndose hasta parar al lado de mi Duster
Plymouth. No me importó. Golpeaba mi lengua a lo largo de la boca de Sam, mis
dedos escarbando profundo en su pelo. La quería más cerca. La necesitaba al lado
mío. Saboreé sus labios al completo, queriendo recordar cómo se sentían contra los
míos para siempre. No importaba que no estuviéramos solos. No daba una mierda
voladora que su hermano estaba probablemente observando desde el sedán.
Envolví mis brazos alrededor de Sam. El monstruo en mí estando en silencio por
una vez.

Bentley blasfemó como un loro y escuché a Lukas maldecir mientras se


acercaba, pero no me importaba. Besaba a Sam como un hombre agonizando
encontrándose con su creador. No fue hasta que escuche a Bentley decir que era
tiempo de irse que la deje ir.

Empecé a alejarme pero me paré. Viendo a Sam así, parada de pie con su
pelo desordenado, sus ojos brillando con lágrimas —algo me golpeó en el corazón.
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Sabía que tenía que decirle alguna cosa más.


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Alcanzándola, tracé mi mano por la curva de su cintura y en la cresta de sus


nalgas. Acercándola, me incliné, poniendo mi boca sobre su oreja, cubierta por su
desaliñado pelo.
—Por cierto, esa palabra que querías… la qué no te diría… fue “increíble.”
Sería increíble estar contigo, Sam.

Antes de que ella pudiera preguntar qué significaba, me volví y me alejé.

Sólo le dijo lo que me había perseguido desde que dejé su casa después de
follarla anteriormente. La idea me asustaba hasta la muerte. Querer un futuro con
ella. Tener niños con ella. Sería increíble. No, sería un sueño. Uno que no debería
tener permitido tener.

Pero ahora era tiempo de apagar mis sentimientos. Alimentar a la


naturaleza destructiva que había tejido en mi alma tanto tiempo atrás. Vivía para
destruir. Para jugar. Robar. Tomar. Era tiempo de volver a esa vida.

Por Sam.

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CAPÍTULO 36
-Walker-
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

Me deslicé en el asiento trasero del Mercedes negro y miré por la ventana


con la lluvia salpicando cuando Lukas tocó el brazo de Sam, consiguiendo su
atención. Agarré el pomo de la puerta, pensando en saltar, pero Bent me detuvo.

—Está bien, Walker. Tengo los ojos en ella también. Buenos ojos esta
vez. Aquí. Necesitas esto —dijo, dándome un gran vaso de plástico del asiento del
pasajero.

Lo tomé, el olor a café despejando mi mente. No era lo que quería, pero si


iba a mantener mi cabeza bien puesta, tenía que estar sobrio. Lo último que quería
era la bebida nublando mi juicio.

Tragué un sorbo del amargo, humeante café mientras el tipo de Bent volvía
al Mercedes. Dejamos al estacionamiento del apartamento con apenas un sonido
tranquilo del motor del Mercedes. Era un modelo de Clase S, con todas las
campanas y silbatos. El motor ronroneaba como un gatito y la crema de
mantequilla del elegante cuero me envolvió cuando me senté, les daba a los
pasajeros la sensación de tener más dinero que Dios.

—Este es el Señor Rollins —dijo Bent, indicando al gran hombre en el


asiento del conductor—. Nos llevará a donde tenemos que ir.

El tipo no me miró. Mantuvo los ojos pegados a la carretera, con la piel


oscura, viéndose incluso más oscuro en la noche. Tenía la cabeza calva y su cuerpo
grande casi no era apropiado para el asiento del conductor. La chaqueta de tweed
marrón que llevaba era vintage, algo salido de la época de mi padre. Él no parecía
313

pertenecer al volante de un coche de lujo. Parecía más el tipo de conducir un viejo


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Caddie del 78 en su lugar.

—Así que... ¿alguien me va a decir cuál es el plan o vamos a improvisar? —


pregunté, impaciente por obtener el espectáculo en el camino.
Rollins no contestó. Sus dedos gigantes manejaron el volante con facilidad
cuando doblamos una aguda esquina, golpeando la carretera. Me aferré a mi café
cuando pisó el acelerador, el AMG biturbo V8 en el Mercedes haciendo lo suyo.

Bent ajustó la ventilación entonces se reclinó en el asiento del pasajero.

—Morrow cambió los fármacos. Están en un coche diferente, —dijo como si


estuviera hablando del jodido tiempo.

—¿Cómo sabes eso? —pregunté.

—Solo lo sabemos —dijo Rollins en una voz barítona muy profunda, que me
recordaba más a Barry White12 que a un chico a punto de cometer un delito.

—Entonces robamos el coche nuevo. ¿Es eso? —pregunté.

—Morrow tiene su propio McLaren personal —respondió Bent, crispó las


cejas hacia arriba y abajo hacia mí desde el asiento delantero.

Silbé bajo. Un coche de un millón de dólares. Las apuestas se iban por las
nubes. Como imposiblemente altas.

—PERO nosotros no lo vamos a tomar —agregó Bent—. Todavía vamos a


robar el Lotus.

—Espera. ¿Qué pasa con las drogas? Eso es lo que viene después de Mick. Si
no están en el Lotu…

—Estamos plantando algunas en el Lotus, —dijo Bent interrumpiéndome—


. El plan es que el Señor Rollins aquí nos lleve hasta el coche. Sabemos exactamente
donde está, gracias a los tweets de la hija. Sucede que tengo un viejo amigo que
trabaja como aparcacoches en el club en el que ella estará. Por suerte. Le voy a
enviar un Snapchat13 cuando lleguemos allí. Él saca la llave y la deja para
nosotros. Entonces agarramos el coche, reuniéndonos con el Señor Rollins en una
ubicación diferente, y él planta las drogas. Acarreamos el culo para encontrar a
Mick en la pista de aterrizaje. Mis chicos aparecen y los capturan a los dos-
sincronizando sus culos. Ellos hacen sus cosas. Nosotros hacemos las
nuestras. Trabajo hecho.
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—Mick se acabó —añadí.


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Cantante estadounidense que fue conocido por su timbre de voz bajo, muy grave y ronco.
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Red social que protege la privacidad y permite intercambiar mensajes entres los usuarios
destruyendo los mensajes unos diez segundos después.
—Ahí está —dijo el Señor Rollins, entrando en un lugar del estacionamiento
en la calle donde estaba el Lotus Sat.

Miré por las ventanas oscurecidas del Mercedes. Estábamos en el club de


alta gama del distrito, el área donde si tu nombre no estaba en la lista, no entrabas.
Donde hijos e hijas de millonarios se juntaban y mezclaban, festejando como si no
hubiera mañana y gastando el dinero de papá como si creciera de los árboles.

Bares se alineaban en las mojadas calles empapadas por la lluvia, los


establecimientos de lujo probablemente teniendo tantas drogas y consumo de
alcohol como mi propia área tenía. Frente a nosotros se sentaba el Magnolia
Lounge. La gente entraba y salía por sus masivas puertas de color rojo
sangre. Quedaba al menos otra hora hasta la hora de cierre. Un montón de
oportunidades para tomar lo que no era mío.

—Está bien, vamos a hacer esto —dijo Bent, mirándome primero a mí y


luego a Rollins—. Coche rápido, robo rápido.

—Diez minutos, B —dijo Rollins, comprobando el espejo retrovisor y


dejándonos saber cuánto tiempo teníamos para coger el coche y encontrarnos con
él en el punto de encuentro.

Abrí mi puerta al mismo tiempo que Bentley abrió la suya. El calor me


envolvió, ahuyentando el bonito fresco del interior del Mercedes. Salí, sintiendo
gotas de sudor empapando la parte de atrás de mi cuello. Pero la frialdad en mis
venas me enfrío, bloqueando todos los pensamientos y sentimientos de mi mente
excepto lo que estaba a punto de hacer.

Rollins se marchó en el Mercedes, el motor apenas haciendo ruido. Al


mismo tiempo, Bentley sacó su teléfono y le envió un Snapchat al aparcacoches,
haciéndole saber que ya estábamos aquí. El mensaje desapareció en diez segundos
sin dejar rastro. Después de eso, comenzamos a pasear por el estacionamiento,
viéndonos como si perteneciéramos allí. Fuera había solo dos chicos al acecho.

Porsches y corvettes llenando el área, brillando bajo las farolas. Metí mis
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manos en los bolsillos de mi jean, tratando de parecer relajado a pesar de mi


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corazón iba a ciento veinte millas por hora. El subidón de adrenalina que utilizaba
para conseguir los autos elevándose de nuevo. Era tan adicto como lo era al licor.

Y a Sam.
Bent se quedó a mi lado, silbando suavemente pero manteniendo los ojos
abiertos por problemas. Casi podía sentir su emoción a centímetros de distancia.

—Holaaaa, preciosas —susurró cuando dos chicas empezaron a caminar


hacia nuestro camino. Ambas eran rubias. Tipos supermodelo. Sus faldas eran
cortas y sus rostros perfectos de photoshop. Una de ellas tenía un bolso de Gucci
balanceándose de su hombro, probablemente un regalo de su padre. La otra
simplemente se veía como de un millón de dólares, dos veces. Nos miraron al
Bentley y a mí, casi salivando cuando nos vieron.

—Céntrate, Bent —dije en voz baja a medida que se acercaban.

—Dios, lo estoy —dijo, dándoles su mejor sonrisa de Déjame-Rockear-Tu-


Mundo mientras caminaban.

Negué con la cabeza, asombrado de que pudiera ser un mujeriego, incluso


en medio de un atraco.

Bentley robó otra mirada sobre su hombro a las chicas antes de cruzar la
calle para ir al otro estacionamiento. Este nos dejaba más cerca del Club Magnolia,
lo que significaba más cerca de ser notados. Mantuve mis ojos en un grupo de
hipsters caminando por la puerta del club, sus pantalones de color beige crujiente
y sus camisas de polo impecables. Algunos de ellos se balanceaban, sus culos
borrachos. Ellos se dirigían al estacionamiento que acabamos de dejar, dándonos la
espalda.

Pensé que estábamos a salvo cuando dos asistentes de aparcacoches se


dirigieron directamente hacia nosotros. No estaba seguro de si uno de ellos era el
chico de Bentley o no, pero no iba a mostrarme. Saqué mi teléfono y agaché la
cabeza, fingiendo que estaba enviando mensajes de texto para que no pudieran ver
mi cara. Bent volvió la cabeza también, actuando como si estuviera buscando a
alguien. Habíamos hecho esto lo suficiente como para saber que si los testigos no
podían ver nuestros rostros, no podrían acordarse de nosotros si la policía los
interrogaba.

Los dos asistentes andaban por ahí, demasiado ocupados hablando de sus
cosas como para notarnos. Cuando se fueron, metí mi teléfono en el bolsillo, mi
cuerpo tensándose con anticipación. Segundos más tarde, vi el objetivo. Un Lotus
Evora S. Laser Blue del 2014. Suave, hermoso, y rápido.
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Unos pocos metros más y estábamos al lado del coche. Esperé al lado de la
puerta del conductor mientras Bentley fue alrededor hacia el lado del
pasajero. Cogió la llave de la parte superior del neumático donde el valet la había
dejado y me la arrojó por el techo a mí. La cogí en una mano, haciendo un puño
alrededor de la tecla. Con solo pulsar un botón las puertas del Lotus se
desbloquearon.

Abrí la puerta y me deslicé en el asiento del conductor de color gris oscuro


al mismo tiempo Bentley se puso en el lado del pasajero. Maldita Sea. El coche era
hermoso. Los asientos se estaban corriendo, la parte de atrás viniendo alrededor
de mi cuerpo para abrazarme con fuerza. El salpicadero era sencillo, justo de la
forma en que los corredores de la calle los prefieren. Pasé la mano por la palanca
de cambios, deseando haber podido tomar la virginidad de Sam en éste en lugar de
en mi coche de mierda. Este coche tenía sexo escrito por todas partes.

—Santo infierno —murmuró Bentley.

Moví mi cabeza, esperando problemas, pero Bentley estaba mirando detrás


del asiento. Miré también. Una maleta estaba allí, tangas, sujetadores y camisetas
derramándose fuera de ella.

—Alguien se va de viaje —murmuré.

—Parece que ella está saliendo pitando fuera de la ciudad. No la culpo. ¿Qué
tipo de enfermo carga el jodido coche de su hija con drogas y la deja conducir
alrededor? —dijo Bent con disgusto, moviendo la vista de nuevo hacia delante y
mirando por la ventana en busca de problemas.

Le miré, sorprendido por la ira en su voz.

—Es Morrow. Dijo basta.

—Sí, pero aun así... —murmuró Bent sonando molesto.

Sin hacerle caso, inserte la llave en el contacto y lo puse en marcha. El motor


del Lotus ronroneó a la vida. Es hora de rodar. Envolví mi mano alrededor de la
palanca de cambios forrada de cuero nuevo, esta vez buscando algo de acción. Al
presionar el embrague, cambié a marcha atrás y salí del lugar en el
estacionamiento.

La sensación de poder desencadenado retumbó a través del coche. Como un


caballo queriendo ser libre, el Lotus quería correr.
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Me contuve y resistí el impulso de volar. Como no quería llamar la atención,


me deslicé a través del estacionamiento y salí a la calle empapada por la lluvia. Casi
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me mata no pisar a fondo, pero tenía que jugar a lo seguro.

Por ahora.
—Seis minutos —dijo Bentley, contando los minutos hasta que nos
encontráramos con Rollins.

Miré por el espejo retrovisor. Un coche estaba detrás de mí, sus luces
brillaban a la derecha en la ventana trasera. Jugué frío, frenando lentamente en una
luz roja. El motor zumbaba, ansioso por irse. Bent observaba el coche en el espejo
lateral, con cuidado de no mover demasiado la cabeza. Habíamos jugado este juego
muchas veces como para no conocer las reglas. Todo lo que teníamos que hacer era
actuar normal y pretender que teníamos todo el derecho de estar detrás del
volante. Si hacíamos eso, nadie se daría cuenta de que dos matones conducían un
coche robado.

El semáforo se puso en verde y le di al gas. No demasiado, pero tampoco tan


poco. En cuanto giramos por la esquina lejos de los clubes y de los otros coches,
dejé eso. Cambié, tratando de aumentar a una velocidad mayor, entonces solté el
embrague y derribe el gas, un momento de perfección. El Lotus despegó, el motor
apenas teniendo que trabajar. Llegamos a cincuenta millas por hora en tres
segundos. Moví los cambios y nos llevé a la deriva alrededor de una esquina,
ganando velocidad mientras el coche rodaba. La libre autopista, vacía de tráfico, se
alzaba frente a nosotros. El sueño de un conductor haciéndose realidad.

—Cinco minutos —dijo Bent.

—Supongo que tenemos que darnos prisa entonces. —Golpeé el gas y el


coche lo tomó. Ochenta. Noventa. Cien. Me mantuve así, sin querer llamar
demasiado la atención, pero teniendo un montón de tiempo. No podía oír la
carretera por debajo de los neumáticos o el viento azotando. Todo lo que podía oír
era el motor, que me hablaba como si fuéramos uno.

En minutos estábamos al otro lado de la ciudad. El área industrial. Más cerca


de Sam y mi viejo barrio.

Bloqueé todo pensamiento de ella en mi mente. No podía pensar en ella


ahora mismo. Si lo hiciera, podría distraerme y no podía permitirme ese lujo. La
única manera en que iba a sobrevivir a esto era estando centrado.

Bent señaló el lugar donde nos íbamos a reunir con Rollins. Estaba situado
entre un gran almacén gris y un taller de herraje abandonado. El letrero
descolorido en el pequeño edificio estaba marcado con “Piezas de coches de
318

Anderson.” No había otros coches estacionados frente al edificio de metal, solo el


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Mercedes negro de Rollins, pareciendo oscuro y misterioso en la noche. Viéndose


muy fuera de lugar en este barrio descifrado.
Ni Bentley ni yo hablamos cuando di la vuelta a la esquina en el
estacionamiento. Nuestros ojos se quedaron a nuestros alrededores, en busca de
cualquier señal de problemas.

Los neumáticos del Lotus hicieron un ruiditos en el asfalto mojado mientras


lo detuve junto al Mercedes. Vi a Rollins abrir la puerta y desplegar su gran cuerpo
desde el asiento del conductor. Él escaneó la zona, entonces volvió sus ojos oscuros
hacia nosotros, cruzando los brazos sobre su enorme pecho.

Tan pronto como nos detuvimos junto a él, Bentley salió, dejándome con el
coche en marcha. Un segundo después, Rollins asomó la cabeza.

—No toques la mierda —murmuró con voz profunda, equilibrando unos


ladrillos de drogas en su gran mano derecha.

—No te preocupes. No me interesa —respondí. No me importaba quién era


o de dónde sacó las drogas –estaba cansado de que la gente pensara que yo era
basura que haría cualquier cosa ilegal.

Rollins resopló como si no me creyera, pero luego volvió su atención a las


drogas. Observé con desinterés a medida que avanzaba al asiento del pasajero con
una manivela de un mango. A continuación, movió su gran cuerpo en el interior
para que poder alcanzar el piso detrás del asiento delantero. Agarró el borde de la
alfombra y tiró. El material subió, exponiendo la estructura metálica del coche. La
pequeña zona había sido cortada. La levantó y metió los ladrillos de droga en el
compartimiento. Al cerrar la escotilla de metal, volcó la alfombra de nuevo.

—Hecho —dijo Rollins, saliendo del coche.

Inmediatamente reapareció Bent y enderezó el asiento del pasajero. —


Vamos, —dijo tan pronto como el asiento estuvo en su lugar, dejándose caer en el y
sujetándose el cinturón de seguridad.

No tenía que decírmelo dos veces. Me moría de ganas de ver la cara de Mick
encontrándose con mi puño.

Corrí por la calle, sintiendo la acumulación de furia en mí. En mi espejo


retrovisor, vi a Rollins volver a su Mercedes, doblando su gran cuerpo detrás del
volante.
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El Lotus se disparó a la vacía calle oscura, con apenas un sonido. Las farolas
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rotas vacilaron y se extinguieron cuando pasamos por ellas, algunas no siendo más
que un resplandor amarillo pálido en la noche. Pero solo necesitaba los faros del
Lotus para guiarme. Diablos, creo que podría haber encontrado a Mick en el oscuro
terreno de juego; Estaba tan consumido por la furia absoluta. Como un animal
sediento de sangre sobre la pista de su presa, la caza estando en marcha.

El sonido del pavimento mojado bajo los neumáticos del coche era nada
comparado con el sólido latido de la sangre fría por mis venas, instándome a
darme prisa. Hazle pagar por lo que le hizo a Sam, susurraron los demonios dentro
de mí. Hazlo. Que. Pague.

Apreté la mandíbula y me centré en la conducción. Estábamos casi en el


punto de encuentro cuando Bentley rompió el silencio e hizo la pregunta que sabía
que se avecinaba.

—¿Quieres decirme qué demonios está pasando entre tú y Sam? —Preguntó


con calma, manteniendo sus ojos en los edificios que destellaban—. Jodidamente la
besaste.

Agarré el volante con más fuerza. Aquí íbamos. Tiempo para derribar,
arrastrar una pelea con Bentley.

—Estamos juntos —dije, solo llegando al punto.

—Mierda —dijo Bent soltando una ráfaga de aire—. ¡Maldita sea,


Walker! Jesús H. Cristo, ¿qué diablos estabas pensando? —Se volvió en su asiento
para mirarme, enfadado—. Será mejor que no lo jodas con ella. Sé cómo eres y…

—No tienes que preocuparte —dije, interrumpiéndolo.

—¡No tienes que preocuparte! —Gritó—. ¡Seguro como la mierda que me


preocuparé! Bebes. Tienes un record en... —Contó cada delito con los dedos.

—¿Crees que no sé cuán jodido estoy? —Le grité, perdiendo los estribos—
. ¿Cuánto no la merezco?

—¿La amas?

Reduje la marcha con una sacudida enfadada de mi mano.

—¿Importa? —pregunté con frialdad, cortando mi ojos hacia él. Incapaz de


decir las palabras que quería oír.
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—Deja de contestar a mis preguntas con una maldita pregunta,


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Walker. Odio esa basura. ¿Amas a mi hermana? Una simple respuesta por sí o no.

Flexioné mis dedos alrededor del volante, agarrándolo con más fuerza.
—Nada es sencillo con ella.

—¿Con ella o contigo?

No le respondí. No había tiempo de todos modos. La ubicación donde


íbamos a encontrar a Mick aparecido delante de nosotros. Era una pista de
aterrizaje privada, vacía y rodeada por una valla de alambre de púas. A miles del
centro de la ciudad. El aeropuerto era utilizado por los privilegiados de la ciudad,
los que podían darse el lujo de tener aviones privados a su entera
disposición. Perchas se mantuvieron en silencio en la noche, sus enormes puertas
metálicas cerradas. Bloqueado la entrada a los intrusos. Un centro de atención
solitario lanzó una amarillenta luz brillando hacia abajo por la zona. Un par de
solitarios Cessna estaban cerca de una de las perchas, la pintura blanca de los
aviones espumosos con gotas de agua bajo la luz.

—¿Aquí es donde hacen volar los artículos hacia fuera? —pregunte


mientras nos detuvimos en la zona, recordando lo que dijo Bentley. Sus personas
trabajaban en el comercio internacional –del tipo ilegal. Drogas. Coches. Arte.
Gente. Ellos hacían todo lo posible para sus clientes. Bent recogía los coches; otros
manejaban el resto.

—Esto es todo —respondió Bentley, sus ojos rozando la zona, con un tono
distante. Me di cuenta de que estaba de mal humor conmigo por no responder
sobre Sam, pero podría esperar. Un camión negro se estacionó cerca de una de las
perchas, sus ventanas tan oscuras que el conductor se ocultaba en las sombras. No
importaba. Sabía quién era.

Contuve mi violenta necesidad de venganza y aparqué a una distancia


segura. La pesada niebla había regresado, sopesando todo. No hizo ningún sonido
al chocar contra el coche y el pavimento pero trajo una sensación de aprensión,
como una climática escena de una película de acción épica. Fijaba el humor
perfectamente para la violencia que estaba a punto de reinar sobre un policía
corrupto.

Bentley y yo salimos, viendo estrechamente a Mick mientras salía de su


camioneta. Lo dejó correr y la puerta del lado del conductor quedó abierta, todos
los signos mostraban que planeaba una escapada rápida. Pero no habría escapada
para él. No se iba a ir en una sola pieza. Me aseguraría de ello.
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—Bueno, hola perdedores —dijo sonriendo, reajustando sus vaqueros


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holgados alrededor de su gruesa cintura.

Al ver su rostro hizo que la bestia en mí cobrara vida, pataleando y gritando


por sangre en mis manos. Una neblina roja invadió mi visión. Esta bola de baba
había herido a Sam. Puesto sus sucias manos en ella. La marcó con los puños. Trató
de tocar algo que era mío.

Él iba a morir.

Rugí, corriendo hacia adelante. Bent saltó hacia delante, agarrando mi brazo
en un apretón de muerte y tirando de mí hacia atrás. Le grité con rabia y peleé, con
ganas de mezclar la sangre de Mick con la lluvia del suelo. Mantuve los ojos fijos en
Mick pero traté de alejar mi brazo del de Bentley para que comprendiera, quería
destruir. Matar. Destrozar.

Pero Bentley me mantuvo, fuerte y decidido. Me volví para rugir, odiando a


mi mejor amigo por mantenerme lejos de atacante de Sam. Pero luego me susurró
una palabra. Una palabra que me enfrió.

—Sam.

Bent había prometido venganza por ella y eso es lo que me gustaría


tener. Pensé que tenía que ser paciente.

Me encogí de hombros fuera de su agarre y me enfrenté a Mick, rodando


mis hombros para obligarlos a relajarse. Tenía que estar listo. Una señal de Bentley
y Mick era mío.

—Conseguimos tus cosas, Mick. Toma, y aléjate como infierno fuera de la


ciudad, —gritó Bent, su cuerpo tenso, listo para saltar hacia adelante y poner fin al
hombre que hirió a su hermana.

—Sed felices, muchachos —dijo Mick con una risa, ajustando sus vaqueros
de nuevo y andando sin prisa hacia nosotros.

Apreté los puños, con ganas de estropear su rostro como él hirió el de


Sam. Su sonrisa se ensanchó cuando vio mi rabia, dándole un enfermizo
placer. Pero al pasarnos a Bentley y a mí, avaricia llenó sus ojos en su lugar. Se
apresuró hacia el Lotus, casi tropezando con sus propios pies por el apuro. Sus
movimientos eran espasmódicos, casi nerviosos, como si no pudiera
controlarse. Estaba colocado, me di cuenta, teniendo algo. El pensamiento de él
estando de esa manera cuando atacó a Sam me hizo sentirme físicamente
enfermo. Cómo se escapó Sam, no sé, pero le envié gracias a Dios y le recé a los
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demás también. Por una vez hizo algo por mí. Salvó a Sam.
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Bent y yo vimos como Mick abrió la puerta del pasajero del Lotus, sin
preocuparse por si arañaba la pintura en el coche de alto costo. La parte superior
del cuerpo desapareció en el interior cuando empezó a hurgar en la parte
posterior. Me lo imaginé inclinado sobre Sam, tocándola, golpeándola, y lo perdí. Di
un paso hacia adelante, viendo la oportunidad perfecta para hacerlo, pero Bentley
llamó mi atención. Él asintió con la cabeza hacia la puerta con cadenas que daba
hacia la calle. Una Range Rover negro estaba estacionada a la vuelta de la esquina,
las luces apagadas y las ventanas oscuras.

Sabía que eran las personas del trabajo de Bent. Él les había dado una pista
de lo que estaría pasando esta noche. Con una llamada telefónica, Bentley les
informó de que Mick iba a robar lo que habían querido. Se suponía que iba a
trabajar para ellos, no contra ellos. Apuñalar por la espalda significaba muerte en
este negocio y Mick acababa de firmar su propio destino.

Él salió del Lotus, sin darse cuenta de que teníamos compañía. Los dos
ladrillos de droga estaban en sus manos. Una enorme sonrisa estaba pegada en su
cara, pero se deslizó lejos cuando vio al Range Rover negro.

El SUV se detuvo. Dos grandes chicos con traje salieron de la parte delantera
y otro de la trasera. Un segundo más tarde surgió un corto chico, flaco. Tenía el
pelo negro afeitado el cual acentuaba la inusual forma oval de su cabeza. Una larga
y profunda cicatriz corría bajo su nariz hacia abajo a sus labios, dividiendo su labio
superior en dos. Eso le hacía tener una mueca permanente, dándole una mirada de
malicia. Enderezó su cara chaqueta de traje con movimientos cortos y precisos y
echó un vistazo alrededor de la zona con aburrimiento, viéndose fuera de lugar en
el área de trabajo de la ciudad.

—Hey, Tuan. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Mick con una risa
nerviosa, equilibrando los ladrillos de drogas en sus manos mientras se paraba
junto al Lotus.

Tuan —quien supuse que era el mandamás— ignoró a Mick. Sus ojos se
deslizaron sobre Bentley y yo en su lugar. Él nos dio una breve inclinación de
cabeza en señal de saludo y luego volvió sus pequeños y brillantes ojos hacia
Mick. Con una lenta zancada cerro la distancia entre él y Mick, sus hombres detrás
de él, manteniendo un ojo en los alrededores.

—Rodríguez —dijo Tuan a modo de saludo cuando se detuvo delante de


Mick. Miró las drogas en manos de Mick, la división en el labio superior tirando
mientras su boca se movía—. ¿Ha caminado sobre mis pies, Señor Rodríguez?
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Mick le tendió los ladrillos a él.


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—No, señor. Solo pensé que le gustaría ahorrarse el problema y obtenerlos


yo mismo. Solo trataba de ganar puntos adicionales de centinela, ya sabe.
Tuan gruñó con incredulidad, sus ojos sin perderse nada. Su mirada oscura
se movió hacia mí, plana y sin emoción. En sus ojos vi la muerte reflejada de nuevo
hacia mí. La sangre en mis venas se volvió fría. ¿Con este estaba trabajando
Bentley? Este hombre era el diablo.

—¿Y dónde está el resto? —Preguntó Tuan, volviendo la mirada fría de


nuevo hacia Mick antes de mirar hacia abajo a las drogas en la mano de Mick.

—No hay más, —mintió Mick, la sonrisa en su cara retorciéndose con


nerviosismo—. Eso es todo lo que Morrow tenía en el coche.

—Mmm —dijo Tuan, señalando a uno de sus chicos para que se adelante—
. Entonces tomaré esto y mis hombres pueden discutir contigo lo que pasó con el
resto de la misma.

Mick se sacudió de un pie a otro, nervioso mientras el gran gorila se detuvo


junto a Tuan, mirando Mick con un amenazante ceño fruncido. Le tendió la mano y
Mick entregó las drogas. Una vez que estuvieron a salvo en posesión de su hombre,
Tuan se dio vuelta sobre sus talones con sus caros zapatos de vestir y se dirigió de
nuevo a su Range Rover. Dio a sus otros hombres una leve inclinación de cabeza,
mientras él los pasó, la señal para ponerle fin a Mick.

Fue entonces cuando se desató el infierno.

Un chirriante sonido ruidoso de metal perforó la noche. Me di la vuelta, listo


para enfrentar la nueva amenaza. Las grandes puertas de metal de una percha
cercana se abrieron, dejando al descubierto a un grupo de hombres vestidos de
negro.

Los matones de Tuan alcanzaron sus chaquetas de traje, sus manos


regresando con armas de fuego, mientras los hombres salieron corriendo de por la
entrada, agazapados con las armas en sus manos.

—¡Alto ahí!, —Gritó una profunda voz barítono.— ¡FBI! ¡AL SUELO! ¡AL
SUELO! ¡AL SUELO!

Reconocí esa voz. Pertenecía al mismo hombre que había impulsado el


Mercedes con guantes de niño. Rollins.
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Joder. Él era un federal. Todo había sido un montaje.


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Sentí que se me revolvía el estómago mientras Rollins salió corriendo por la


entrada, su gran cuerpo corriendo hacia nosotros. En su mano había una pistola,
que la sostenía al nivel del ojo frente a él. Su otra mano ahuecaba la culata de la
pistola, manteniéndola constante mientras apuntaba a Tuan y a sus hombres.

Detrás de Rollins estaban cerca de quince agentes del FBI, cubiertos de pies
a cabeza con trajes negros. Corrieron, su equilibrio seguro, sus armas apuntando
hacia nosotros. Gritaban,

—¡PONED LAS ARMAS EN EL SUELO! ¡BAJAD SUS ARMAS! ¡FBI!

Me quedé inmóvil, frenando para levantar los brazos al aire. Conocía la


rutina. Ya había pasado por esto con policías. Quedarse quieto. Brazos arriba. Sin
movimientos bruscos.

Iba a la cárcel.

Pero Bentley tenía otros planes. Me agarró del brazo y me tiró hacia
atrás. Me di la vuelta y lo seguí, corriendo bajo a la tierra. No era la primera vez que
había huido de la ley, pero que me aspen si esta vez podría irme fácilmente. El
único pensamiento que vino a mi mente era que si me agarraban, iría a la
cárcel. Nunca volvería a ver a Sam de nuevo. Nunca la tocaría o la besaría hasta que
saliera. No podía hacer frente a un futuro como ese —uno conmigo tras las rejas,
sin poder estar con ella. Prefería morir primero.

Así que corrí.

Bentley iba justo detrás de mí. Solo habíamos ido unos pocos metros cuando
se disparó un tiro. La explosión de la pistola rebotó en la noche, procedente de la
dirección de los hombres de Tuan. El fuego se retornó en erupción por el equipo
SWAT, rociando balas por toda la zona.

Me agaché, Bentley hizo lo mismo, mientras las armas de fuego estallaron


alrededor de nosotros. POP. POP. POP. Gritos. Más disparos. No podía decir quien
estaba disparando y quien gritaba. Era un enfrentamiento y Bentley y yo
estábamos en medio de él.

Nos dirigimos hacia el Lotus, la forma más cercana cubierta. Bajamos por la
tierra, los dos patinamos hasta detenernos sobre el pavimento mojado al lado de la
puerta del lado del conductor, ambos respirando pesadamente.
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—¡Mierda! ¡Mierda! —juró Bentley, mirando a su alrededor al caos.


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Me zumbaban los oídos por los disparos. Vi a Rollins correr por el claro
entre el Range Rover y el camión negro de Mick, su gran cuerpo moviéndose más
rápido de lo que pensaba que era posible. Tiros golpeaban en el asfalto a sus pies,
pero no se detuvo. Perdí la noción de los hombres del Swat que abrían fuego cerca
de la Range Rover. POP. POP. Una salpicadura de balas voló a través de la zona. Me
agaché instintivamente, a pesar de estar alejado de la línea de fuego.

De repente algo me llamó la atención por el rabillo del ojo. Me volví, mis
ojos rozando la pista de aterrizaje y puertas. Fue entonces cuando lo vi, corriendo
hacia la dirección opuesta.

En medio del caos, Mick se estaba alejando.

¡Demonios, no!

Me empujé fuera de la tierra y me eché a correr, permaneciendo bajo para


evitar ser golpeado. Oí a Bentley decir nombre, pero no le hice caso. Era el
momento de terminar con este tipo.

La sangre latía en mis oídos y sudor corría por mi espalda, pero mi mente
estaba en una cosa y solo una cosa –lastimar al hombre que había tocado a Sam.

Un pie de Mick tropezó y salté, llevándolo al suelo. Él cayó, conmigo encima


suyo. Golpeamos duro el cemento húmedo, sacando el aire de los dos. El monstruo
en mí no se dio cuenta. Rugió, buscando venganza y sangre.

Con un gruñido animal, le di la vuelta a Mick y metí mi puño en su


rostro. Sentí conectar mis nudillos con su carne y hueso sólidos. Mick trató de
golpearme, pero lo golpee de nuevo, tirando mi brazo hacia atrás y cerrando el
puño en la cuenca de su ojo. Aulló de dolor pero se recuperó rápidamente,
golpeándome en las costillas como una potencia de peso pesado.

Gruñí pero enterré mi puño en su mandíbula, golpeando su cabeza hacia un


lado. Él levantó la cabeza otra vez y golpeó de nuevo. Esta vez, cuando su golpe
aterrizó en mi caja torácica, sentí un golpe seco y un tirón de dolor. Rugí pero no
me detuve. Mi puño tomó su mejilla, haciendo sonar sus dientes. Giró de nuevo,
capturándome en la misma costilla. Casi me doblé mientras el dolor rodaba a
través de mí, pero me contuve. Por Sam. Por venganza.

La cara de Mick estaba con sangre, arroyos de ella brotando de su nariz,


pero también estaba colocado, desenfrenado por cual sea la droga que había
tomado. Eso lo volvió fuerte. Imparable. Un villano con superpoderes.
326

Él saltó sobre sus pies, golpeándome. Las balas seguían intercambiándose a


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nuestro alrededor, los sonidos de la lucha aún continuaban. Nosotros los


ignoramos. Esto era solamente entre él y yo. El pasado acababa de conocer al
futuro y era hora de que se resolviera.
A pesar de la agonía en mi caja torácica, adopté la postura de un luchador,
dispuesto a plantar otro puño en la cara de Mick. El sudor resbalaba por mi cara,
cayendo en mis ojos y por mi nariz. Lo ignoré y giré, apuntando a su estómago en
esta ocasión. Pero él cogió mi brazo en un apretón poderoso y lo sostuvo,
capturándome. Su otro puño me golpeó las costillas de nuevo. Gruñí, negándome a
darle la satisfacción de saber que me hirió. Antes de que pudiera recuperarse, me
levantó como un luchador y me estrelló contra el suelo. Todos los nervios y los
músculos de mi cuerpo gritaron cuando me golpeé contra el hormigón, mi columna
vertebral conectando con la superficie sólida.

Sin detenerse Mick saltó sobre mí, enterrando su puño en mi estómago. Le


susurré, pero se negó a rendirse. Le metí mi codo en la cara, dejándolo a mi
lado. Estaba de nuevo en mí en segundos, agarrando la parte delantera de mi
camisa y tirando de mí hacia arriba.

—¿Cómo está Sammy? —sonrió, su sangre goteando desde su nariz hacia mi


camisa—. ¿Todavía dulce? Eso espero. No puedo esperar para comerme a esa diosa
azucarada.

Un rugido violento surgió de mí. Me giré, capturando su cien. Oí un estallido


en su cuello mientras su cabeza se giraba a un lado. El golpe lo dejó sin sentido por
un segundo. Levanté mi puño de nuevo, dispuesto a acabar con él, pero nunca tuve
la oportunidad de dar el golpe.

Mick llegó debajo de la pierna de su pantalón y sacó una pequeña pistola de


una funda del tobillo, apuntando hacia mí.

—¡ARMA! —Gritó alguien.

Miré para ver a Bentley corriendo hacia nosotros, su mirada sobre Mick.

—¡ARMA! ¡ARMA! —le gritó a alguien cercano—. ¡Tiene una


pistola! ¡Dispárale!

A Mick no le importaba. Movió la pistola, apuntando a Bentley. Al mismo


tiempo una bala perdida llegó desde la izquierda, zumbando junto a la cabeza de
Bentley. Fue el momento justo para distraerlo por segundos. Tiempo suficiente
para que Mick hiciera su disparo.
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Todo pareció suceder en cámara lenta. Oí los gritos de los agentes del FBI. Vi
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a Mick apretar el gatillo, apuntando a mi mejor amigo. En ese segundo los latidos
de mi corazón se desaceleraron a casi nada. Sentí el pavimento mojado bajo mis
manos y la niebla en mi cara. Cerré mis ojos y los abrí de nuevo.
Sabía lo que tenía que hacer. Por Bentley. Por Sam.

Me puse de pie y salté delante de Mick justo cuando apretó el gatillo.

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CAPÍTULO 37
-Sam-
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

Un escalofrío corrió por mi cuerpo como si alguien hubiera caminado sobre


mi tumba. Cerré los ojos, esperando que no fuera una señal de que algo malo le
había pasado a Bentley o a Walker.

Tomando una respiración profunda, me quité de encima la sensación,


negándome a sentir nada más que esperanza. Empecé a caminar yendo y viniendo
por la cocina. Cuatro pasos hasta la isla. Cuatro pasos hacia atrás. Cuatro pasos
hacia la isla. Cuatro pasos devuelta. Lo hice una y otra vez, revisando mi teléfono
cada pocos segundos. Quería un texto. Una llamada. Cualquier cosa que me hiciera
saber que Bentley y Walker estaban bien.

—¿Quieres un trago? —preguntó Lukas desde la mesa de la cocina.

—No —dije, odiando haberme quedado con él en lugar de estar con Walker
y Bentley. Los padres de Lukas estaban en un crucero, dejando su casa vacía. El
lugar perfecto para esconderse hasta todo este lío acabara. Parecía que Lukas
había estado celebrando su ausencia el último par de noches. Había latas de
cerveza en todos lados y el lugar olía como una residencia de estudiantes. Cajas de
pizza vacías estaban en una pila en los mostradores, unas cuantas moscas
zumbando a su alrededor.

Ignoré todo y paseé. No sabía qué más hacer. La espera. El no saber. Estaba
matándome. No estaba segura de poder aguantar más. Necesitaba saber que
Bentley y Walker estaban bien.
329

Miré el teléfono de nuevo. Nada. Deberían haber llamado ya. ¿Qué está mal?
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Puse mi teléfono en el mostrador y respiré hondo. Mi garganta estaba


gruesa, ahogándome. Olfateé, humedad llenando mis ojos.

—¿Dónde están? —murmuré para mí misma.


—Sam. Ellos te llamarán. Solo cálmate.

No le hice caso a Lukas. Tenía miedo de decirle algo. Podría ponerme a


llorar. Verter mi corazón y alma solo porque él estaba allí y yo estaba dolida. No
podía hacer eso. Solamente había una persona a la que quisiera derramarle mi
corazón y alma, y no estaba aquí. Él estaba ahí fuera en algún lugar, luchando por
mí.

Volví a mi ritmo. Cuatro pasos hacia un lado. Cuatro pasos al otro. Ida y
vuelta. Cuatro y cuatro. No podía quedarme quieta. No mientras Walker y Bentley
estuvieran en peligro.

Corrí a través de diferentes escenarios en mi cabeza. Malos. Walker


entrando en una chatarra. El auto dando un tirón, rodando por la carretera,
destrozado por las altas velocidades que sabía que a él le gustaba conducir. Él
acostado en la calle en algún lugar, sangrado y dañado. No podía alejar las
imágenes. Invadieron mi mente. Imaginé a Walker tumbando a Mick solo para que
las cosas cambiaran con él, siendo golpeado. O peor.

Oh, dios.

Me froté la frente, obligando a los terribles pensamientos a alejarse,


necesitando reemplazarlos con algo bueno.

—Increíble, Sam. Sería increíble contigo —recordé las últimas palabras de


Walker. Ellas hicieron eco en mi mente como la letra de una canción favorita. Por
qué estaba pensando en ellas ahora, no lo sabía. Ni siquiera estaba segura de lo que
significaban.

Increíble.

La palabra susurró a través de mí, me calentaba desde adentro hacia


afuera. Me detuve, todo el aire dejando mis pulmones. Niños. La píldora. Oh,
dios. Tener hijos conmigo sería increíble. Eso es lo que estaba tratando de
decir. Esa es la palabra que lo persiguió fuera de mi habitación después de que
dormimos juntos. Increíble.

Di un grito ahogado, tapándome la boca con la mano, con lágrimas en mis


ojos.
330

Él me amaba. Cole Walker me amaba.


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Tan pronto como el pensamiento me golpeó, mi teléfono vibró en el
mostrador. Me apresuré a recogerlo, mis dedos agarrando el barato teléfono
celular fuertemente.

Miré el identificador de llamadas. Era Bentley. Respiré profundamente y


dije una oración rápida, con la esperanza de que fuera a decir que todo estaba bien.

Que Walker estaba bien y volvería a casa por mí.

331
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CAPÍTULO 38
-Walker-
Traducido por Alisson*
Corregido por katiliz94

La pistola se disparó, una fuerte detonación golpeó mis tímpanos con tal
poder. Sentí que ondas de choque rodaban por mi cuerpo, y me di cuenta de que
estaba a punto de morir. Mi vida pasó frente a mis ojos, pero no las cosas malas. No
las cosas que había hecho o deseado nunca hacer. Sólo las cosas buenas. Las cosas
que hacían que morir fuese doloroso.

Pensé en Sam, recordando la primera vez que la conocí. Ella era sólo una
niña, rubia con unas cuantas pecas alrededor de la nariz. Ella parecía tan frágil en
ese entonces, pero el tiempo me demostró que estaba equivocado. Era fuerte, una
autentica sobreviviente. Pensé en las veces que me había enfrentado en los últimos
años, con los ojos llenos de audacia, su alma llena de espíritu. Podía recordar cómo
se veía, retorciéndose debajo de mí, su largo pelo brillando como seda negra contra
las hojas. Quería tocarlo de nuevo, enredar mis manos en ella sólo una vez más
antes de morir. Me acordé de todo esto, cada segundo de ella. Juré que haría
cualquier cosa —darlo todo— si solo podía vivir y estar con Sam.

La bala salió de la pistola, un pedazo de muerte volaba por el aire


directamente hacia mí. Tomé una respiración profunda y la dejé salir, no estaba
listo para encontrarme con mi creador. Cerré los ojos, esperando por el dolor, con
la esperanza de que fuese rápido.

Oí un ruido zumbando más allá de mí, a centímetros de mi cabeza. Me


recordó el sonido de una abeja esa vez que me picó de niño. Casi podía sentir el
roce con los extremos de mi pelo, estaba tan cerca de mi cuerpo.
332

Me golpearon por un lado, fui empujado por Bentley. El suelo se precipitó


hacia mí, conocía el impulso de caer y lo imposible que era detenerlo. El aire fue
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eliminado de mis pulmones cuando aterricé en mi hombro derecho. Mi cabeza


golpeó contra el asfalto, el dolor reboto a través de mi cráneo.
Oí un grito y luego el sonido de otro disparo. Me obligué a abrir mis ojos, vi
que Rollins corría hacia mí.

Un segundo después, oí un ruido y alguien cayo en el suelo cerca de mí.


Bentley saltó sobre mí, pidiendo ayuda a gritos mientras corría hacia el hombre en
el suelo. Rollins mantenía su arma lista en la persona, hablando a un cable negro
atado a su chaleco.

—Sospechoso caído. Repito, sospecho caído.

La chaqueta de la vieja escuela que tenía desde antes se había ido. Un


chaleco antibalas negro tomaba su lugar ahora. Una placa del FBI colgaba de una
cadena alrededor de su cuello, proclamando que él era uno de los buenos.

Me empujé a mí mismo para sentarme, viendo a Rollins quien estaba en el


suelo. Bentley estaba bloqueando mi punto de vista del cuerpo del hombre que
estaba arriba pero podía ver las piernas y los zapatos del tipo.

Era Mick.

—Él todavía está respirando—oí decir a Bentley.

Rollins caminaba hacia donde Bentley estaba arrodillado por Mick. Se


enfundó su arma y tiró un par de esposas de su bolsillo trasero. ¡Mierda! ¡Mierda!
¡Están arrestando a Bentley!

Desesperacion rodó a través de mí al pensar que íbamos a la cárcel, pero


Rollins ignoro a Bent y junto las muñecas de Mick en su lugar, poniéndole las
esposas a pesar de que Mick estaba inconsciente. Dos hombres con un completo
equipo táctico observaban desde cerca, con armas listas.

Tan pronto como fue esposado Mick, Bentley se puso de pie y se volvió
hacia mí. Sin esposas. ¿Qué diablos está pasando?

—Walker, ¿estás bien?—Preguntó, en cuclillas a mi lado cuando se acercó lo


suficiente.

—Sí —dije, empujando a mi mismo hacia arriba, apreté los dientes cuando
el mundo empezó a girar—. ¿Quieres decirme qué coño está pasando?
333

—Ahora no —dijo Bent por la comisura de su boca—. Sólo tienes que seguir
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mi ejemplo.

Hice una mueca cuando Bentley me ayudó a ponerme de pie. Mis malditas
costillas palpitaban y dolía como el infierno respirar. Algo húmedo goteaba de mi
nariz hasta mi labio superior. Pase una mano por mi cara, sobre la humedad. Al
mirar hacia abajo, encontré sangre en mi mano. Mi maldita nariz estaba sangrando.

Empecé a limpiarme de nuevo cuando escuché las sirenas de una


ambulancia y que se extendían por la pista de aterrizaje. De pronto se me ocurrió
que él estaba tranquilo. No habían disparos ni gritos. Mire a mi alrededor, vi que
Tuan estaba en puños y sus hombres estaban en el suelo. Todos ellos tenían las
manos atadas —en la espalda, mientras que los agentes del gobierno hacían
guardia sobre ellos.

Bentley y yo nos dirigimos hacia la ambulancia. El color rojo brillante y las


luces azules me cegaron, enviando dolor a través de mi cabeza. Entrecerré mis ojos
y sentí el mundo balancearse. Maldita sea, era un desastre.

—Le diste al suelo muy duro, Walker. Probablemente tengas una conmoción
cerebral. Siento lo de empujarte. Simplemente no quiera perforar tu culo
disparándote —dijo Bentley, con humor en la voz.

Gruñí. Así que Bentley me salvó. Él no iba a dejarme vivir abajo.

Estuve débil el resto del camino en la ambulancia con la ayuda de Bentley.


Me entregó afuera a los técnicos de emergencias médicas y comenzaron a
revisarme y pinchar mi cabeza y las costillas. Los despaché, perdiendo la paciencia.
No había nada de malo en mí. Estaba bien. Perfecto. Se había acabado. Tenía que
salir. Necesitaba salir de aquí antes de que el FBI se despertara y me arrestara.
Tenía que llegar a casa.

Los técnicos de emergencias médicas envolvieron mis costillas y arreglaron


y empujaron mi cabeza, no tan felices conmigo cuando me negué a ir al hospital
para que me revisasen más exhaustivamente. Un agente del FBI vestido de negro
se quedó conmigo todo el tiempo. No habló. No hizo contacto visual. Simplemente
estaba haciéndome guardia.

Sabía que tenía al menos una costilla rota si el dolor en mi lado era alguna
indicación. Y probablemente tenía una conmoción cerebral leve, pero debería estar
334

bien. No era como si fuera la primera vez que tenía una lesión por una pelea.
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Cuando los paramédicos me dejaron ir, el agente del FBI llevó a Bentley y a
mí a una habitación vacía. Nos preguntaron y nos dijeron que nos quedáramos. Ahí
es donde nos paramos ahora.
—Así que la buena noticia es que los tenemos —dijo Rollins, de pie frente a
mí en la habitación. Giré fuera del lugar donde al parecer el FBI había estado
usando durante los últimos meses como una ubicación secreta para observar las
idas y venidas de Tuan y sus hombres mientras volaban dentro y fuera de la pista
de aterrizaje privada.

Me apoye en un archivador metálico, escondí mi mueca de dolor y esperé a


que Rollins continuara. Agentes del FBI se movían alrededor, añadiendo al ruido de
la lluvia golpeando el techo. Tuan, sus hombres, y Mick fueron arrastrados dentro
de su nuevo hogar —una celda de la cárcel en espera de un juicio.

—Mi superior nos informó —dijo Rollins en su extremadamente profunda


voz—. La casa de Mick también fue allanada.

—¿Consiguieron las pruebas que necesitan para encerrar a Mick para


siempre? —Preguntó Bentley, de pie frente a mí con los brazos cruzados, con los
pies extendidos. En casa entre los agentes del FBI.

—Encontraron algunas cosas bastante malas —dijo Rollins, haciendo una


pausa para firmar un pedazo de papel que alguien le entregó—. Drogas. Evidencias
de lo que había estado haciendo por Morrow y Tuan. Él mantuvo un registro de
todo. Momentos. Citas. Imágenes. Él estaba protegiendo su culo, eso es seguro.

No me sorprendía. Sabíamos que el chico estaba sucio, solo que no sabíamos


lo profundo que era.

—Hay más —dijo Rollins, su voz hizo que me pusiera de pie a pesar del
dolor en mi lado. Sacó su labio inferior entre dos dedos, estudiándome. Sabía en lo
profundo de mis entrañas que lo que tenía que decir no debía ser bueno.

—¿Qué? ¿Qué hizo ese hijo de puta ahora? —pregunté.

Rollins se detuvo como si no estuviera seguro de lo que debía decir, pero


luego levanto la mirada.

—Él tenía fotos de Samantha cuando era una niña pequeña. Algunas
mientras ella dormía. Otros más recientes. El chico estaba acechando a lo grande.

Rabia al rojo vivo se construyó en mí de nuevo. La bestia en mí quería


335

averiguar donde el FBI se llevó a Mick y poner otra bala en él, esta vez una
definitiva.
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—Santo infierno —murmuró Bent, frotándose la frente.


—Él va a desaparecer por mucho tiempo —dijo Rollins—. Tu hermana y tu...
—me miró— amiga estaréis a salvo ahora. Se acabó. Mick se ira a la...

Un federal sacó la cabeza de una pequeña oficina cercana, interrumpiendo a


Rollins.

—Hey, jefe. Hombre grande en la línea —dijo, sosteniendo un celular.

—Vosotros dos esperad aquí —instruyó Rollins, señalándome y luego a


Bentley cuando comenzó a caminar hacia atrás, hacia la improvisada oficina.

Resistí el impulso de rodar los ojos. Había dado mi declaración a los


federales al menos tres veces, hablando cada vez que alguien me pedía detalles
sobre mi relación con Tuan y Mick y el robo de automóviles. Responder a todas sus
malditas preguntas sólo demoraba mi salida. Tenía algo mejor que hacer que pasar
el rato con un montón del FBI.

Quería ver a Sam.

Bentley ya había cubierto mi culo en los grandes cargos de robo de


automóviles. Al parecer, los federales habían sabido de mis… habilidades... por un
largo tiempo. Sabían de mi participación en este trabajo mucho antes de que me
metiera en lo de los coches con Rollins. No sabía si sentirme orgulloso de que
supieran de mis habilidades o estar acojonado.

Después de interrogarme, me hicieron jurar que guardaría el secreto,


amenazándome con mi vida si hablaba sobre lo que pasó esa noche. Todavía había
una larga lista de personas que estaban viendo y esperaban acabar, Morrow es uno
de ellos. Me dijeron que si filtraba la información, todas mis transgresiones
pasadas volverían a atormentarme. No vería a Bentley o Sam otra vez a menos que
fuera desde detrás de barras de acero de una celda de prisión.

Y estaba seguro como el infierno que no daría oportunidad a eso.

Ahora que estaba a salvo, tenía otro pedazo de asunto del que ocuparme.
Tan pronto como Rollins estuvo fuera como para no oírnos me dirigí a Bentley.

—¡¿Qué diablos, Bentley?! —Le susurré, empujando el armario metálico y


dando un paso amenazador hacia él—. ¿Estás trabajando para el maldito FBI?
336

Bentley se pasó una mano por la cara y por la barba rubia de la barbilla.
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—No tenía otra opción, hombre. Los policías me cogieron por robar un
Maserati hace aproximadamente un año. Yo estaba sentado en la cárcel, a la espera
de conseguir mi única llamada telefónica cuando apareció el tipo grande de hoy,
llevaba un maldito traje de los 70. Tenía una oferta para mí. El trabajo era ser un
soplón del FBI o ir a la cárcel. Necesitaban a alguien que conociera de los coches,
que hubiera crecido alrededor de las pandillas y las drogas. Encajaba en su
descripción perfectamente y realmente no quería ir a la cárcel por lo que dije que
sí. Ese tipo era Rollins.

Negué con la cabeza con incredulidad. Bent estaba trabajando para la


misma gente que tenía fuera de control de la mayor parte de mi vida —haciendo
cumplir la ley.

Se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.

—Después de eso pusieron las cosas en movimiento para que me


encontrase con Tuan. Fue fácil, dada mi reputación. Ahora ellos quieren que
desaparezca hasta que consigan a Morrow, el perro mayor.

Miré con detenimiento, una sensación de intranquilidad se deslizó a lo largo


de mi piel.

—¿Así que estás tranquilo? —pregunté, con ganas de estrangularlo. El


pensamiento de Sam estando tan cerca de esta mierda... me dejo helado y
sudoroso.

Bentley asintió.

—Estoy calmando. Desapareceré.

Mierda. Mi mejor amigo es un soplón.

Para los días festivos estábamos de vuelta en el Mercedes, Rollins


llevándonos a casa como si nada hubiera pasado. Todavía estaba tratando de que
mi mente asimilara a Bentley trabajando para los federales. Se necesitaría algún
tiempo para acostumbrarme.

La lluvia se había vuelto más fuerte, llenando las calles de humedad y


337

haciendo que el asfalto brillara bajo el sol naciente. Con la llegada del calor, ahora
era más caliente ya que el sol estaba saliendo.
PÁGINA

Bentley había llamado a Sam hacia unos minutos, dándole el visto bueno y
diciéndole que regresara a nuestro apartamento. Quería agarrar el teléfono de su
mano, preguntarle si se encontraba bien, pero resistí. Necesitaba ordenar mis
ideas. Había tantas cosas que quería decirle. Tanto que tenía que decir.

Me di cuenta de que no importaba lo que había hecho en el pasado o lo que


hiciera en el futuro.

Nosotros nos pertenecíamos el uno al otro. Sam y yo. No quería perder ni un


segundo de mi vida negándolo. Nunca podía merecerla, pero maldita sea, la quería
para siempre.

Miré por la ventana la carretera, con mi mente en otra parte. El suave cuero
del coche no ayudaba a mi costilla rota o los moretones que tendría mañana pero
no importaba. Me iba a casa. Eso era lo importante. Volvía a casa hacia Sam.

El Mercedes salió de la autopista, frenando. Vi cómo nos dirigíamos hacia


los barrios bajos —mi parte de la ciudad. Nunca había estado tan feliz de ver los
remolques, casas de empeño y tiendas de licores baratos. Cada milla me acercaba a
Sam. Cada segundo más cerca de enfrentar mi miedo más grande.

—Nunca respondiste mi pregunta. ¿Sí o no? —Bent preguntó por encima del
hombro, mirándome desde el asiento delantero.

Sabía lo que estaba preguntando. Quería saber si amaba a Sam.

Tomé una respiración profunda y miré profundamente a sus ojos, viendo al


chico que había sido mi mejor amigo desde que tenía doce años. Todavía éramos
esos dos chicos inadaptados, los únicos que quedaban para navegar este mundo
por nuestra propia cuenta. Y marcados a lo largo por una fiera niña. Que me volvía
loco.

La mujer sin la que no podría vivir.

—Sí —dije, respondiendo a su pregunta.

Amaba a Sam Ross.


338
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CAPÍTULO 39
-Sam-
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

Miré por la ventana del apartamento, esperando ver un Mercedes negro


aparcando en el estacionamiento. El apartamento estaba oscuro y en silencio
detrás de mí. Lukas se había ido. Mordí el anillo del labio, esperando a que Bentley
y Walker aparecieran. Debería estar cansada, toda la noche sin dormir, pero no lo
estaba. Había estado demasiado preocupada como para cerrar los ojos.

Sostuve la persiana abierta con una mano temblorosa, viendo el


estacionamiento. Los rayos de la luz del sol de la mañana inundaban la zona a
pesar de que la lluvia que caía suavemente. Empujé un pelo rizado suelto detrás de
mi oído, manteniendo mi mirada fija en la calle, esperando a que se presentaran.

Un minuto pasó. Luego otro. El nerviosismo creciendo, preguntándome por


qué no estaban en casa todavía. Estaba comenzado a sacar mi teléfono del bolsillo
cuando un sedán negro dio la vuelta en el estacionamiento.

Dejé caer la persiana y corrí a través del apartamento. En segundos estaba


volando a toda prisa por las escaleras de cemento, mis Converse solo destellando
negro contra los pasos.

La lluvia me golpeó tan pronto como llegué a la parte inferior, pero no me


detuve. Volé por el estacionamiento, encontrándome con el Mercedes, que ya se
había detenido. La puerta trasera se abrió lentamente. Mi corazón latía con fuerza,
esperando a que Walker apareciera. Mi cabello y la ropa estaban empapados,
pegados a mi cuerpo, pero no importaba. Nada lo hacía excepto él.
339

Contuve la respiración, congelada en mi lugar. Walker salió del coche, su


cuerpo delgado pero musculoso desplegándose en toda su imponente altura. Sus
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ojos negros encontraron los míos a través de la lluvia, perforando mi alma y viendo
muy dentro de mí.
Di un paso hacia él. Hacia el hombre que amaba. El hombre que siempre
había amado.

Walker cerró la puerta del coche, sus ojos en mí. Con pasos decididos cerró
la distancia entre nosotros, los charcos de lluvia salpicando sobre sus botas. Su
pelo negro se mojó en segundos, también lo hizo su camisa, pegada a su pecho. Tan
pronto como estuvo lo suficientemente cerca, agarró mis brazos y me arrastró
contra su cuerpo.

—Walker —susurré un segundo antes de que él me diera un beso,


cubriendo mis labios con los suyos. Agarró los lados de mi cabeza, inclinando su
boca sobre la mía. Probándome. Consumiéndome. Marcándome como suya.

Gemí y cogí un puñado de su camisa mojada, sintiendo la dureza de sus


músculos contra mi mano. Un trueno resonó por encima y la lluvia caía más
rápido. El motor del Mercedes tarareó a metros de distancia, pero no
importaba. Éramos solo Walker y yo, juntos, como debíamos estar.

Profundizó el beso y enredó sus manos en mi pelo. Agarré el lazo húmedo


del cinturón de sus vaqueros y tiré de él más cerca, necesitando que no hubiese
ninguna distancia entre nosotros.

—Sam, te amo —susurró contra mi boca, sus dedos cálidos en mi pelo—. Te


amo tan condenadamente mucho.

Agarré su camisa más fuerte, mis labios a escasos centímetros de los suyos.

—Yo también te amo, Walker. Siempre lo hice.

Sus labios rozaron los míos, su voz un ruido sordo contra mi boca.

—Me miraba en el espejo cada día y veía a un hombre que no era digno de
ti. Un hombre que no era nada. Pensaba que no tenía derecho a tocarte, a
amarte. Pero ahora... eso es todo lo que quiero hacer. Te he amado siempre,
Samantha Ross. Estaba demasiado malditamente asustado de admitirlo. Me puedes
odiar, pero nunca dejes de amarme.

—Nunca —susurré.
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Él tomó el control de mi boca de nuevo, tomando lo que necesitaba y dando


lo que yo quería.
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Amor.
Presioné mi cuerpo mojado contra el suyo. Quería que me recogiera y
llevara dentro, pero en vez de eso terminé el beso. Tenía que preguntarle algo.

―¿Qué pasa con esa palabra? ―pregunté, mirando a Walker―. ¿Increíble?

Su sonrisa desapareció y sus ojos se volvieron vigilantes. Sus manos dejaron


mi pelo y bajaron a mis caderas, manteniéndome a su lado. Lo vi tragar
saliva. Lamenté la pregunta al instante, pero él tomó una respiración profunda y se
llevó lejos mi miedo.

—Sí, increíble. Tener niños contigo sería increíble, Sam.

Sonreí, la lluvia goteando por mi nariz.

—¿En el futuro?

Walker se rió entre dientes.

—Sí, en el futuro —bajó la cabeza de nuevo, esta vez para susurrar en mi


oído—. Definitivamente.

—Definitivamente —susurré.

—Dios, te amo, Sam —susurró Walker, agarrando los lados de mi cara y


trayendo su boca hacia la mía.

―Yo también te amo, Walker.

Empecé a besarlo pero me detuve, sus ojos capturaron mi atención. En sus


profundidades oscuras, pude verlo. No al monstruo. No a la bestia. No al niño que
se había perdido.

Solo a Cole Walker.

Y sabía que él estaba finalmente en casa.


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EPÍLOGO
-Walker-
UN AÑO DESPUÉS
Traducido por BrenMaddox
Corregido por katiliz94

Me quedé en nuestro dormitorio y examiné el lío que acababa de


hacer. Había pétalos de rosas por todas partes. En nuestra cama. Nuestra
cómoda. El suelo. Había cubierto la habitación con ellas.

Todo para Sam.

Había hecho lo que mi padre nunca hizo por mi madre. Le di a la mujer que
amaba más rosas de las que podía contar, llenando la habitación con
ellas. Diciéndole con flores de color malva cuánto significaba para mí.

Encendí una vela, con cuidando de no apagar la llama cuando una


respiración entrecortada se me escapó. Estaba muerto de miedo. Un lío. Un manojo
de malditos nervios. Nunca había estado tan nervioso en toda mi vida. Solamente
Sam podía causar este tipo de sentimientos en mí.

Salí de clases temprano hoy, sin esperar a la última para hacerlo. Bentley me
había ayudado a configurarlo todo para entonces sacarlo, pero no después de
recibir una palmada en la espalda y desearme buena suerte. Tuve que pedirle su
aprobación en esto y él me la dio con una advertencia.

—Lastímala y te mataré.

Fruncí el ceño, pensando en Sam lastimada. Mi respuesta a Bentley había


342

sido segura y rápida, hablando desde mi alma.


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—Si la lastimo, Bent, te entregaré la maldita arma porque no quiero vivir


sabiendo que la lastimé.
Bentley estaba feliz después de escuchar eso.

Respiré profundo temblorosamente y miré el reloj. Sam debía llegar de la


universidad en cualquier momento. Casi podía imaginarla, saliendo del edificio, el
sol en la cara, sonriendo con sus amigos y hablando sobre el próximo examen. Ella
estaba en su segundo semestre en la universidad y amaba cada minuto de ello. ¿Su
plan? Ser maestra de primaria en el área de bajos ingresos en la ciudad. Quería
ayudar a los niños desfavorecidos, como ella y yo habíamos sido. Ella esperaba
darles lo que nunca tuvo —amor y afecto. Una persona que se preocupara. Y Dios,
la amaba más por ello. La mujer nunca dejaba de sorprenderme. Cada día que la
veía. Vivía con ella. Dormía con ella y despertaba a su lado. Y la amaba más cada
día.

La vida nunca había sido mejor. Por primera vez en mi vida, estaba
satisfecho. Algo que nunca había experimentado antes había llenado mi
corazón. No era amor, porque creo que siempre había estado allí, al acecho
alrededor de los bordes, esperando a Sam. No deseo porque, demonios, siempre
había tenido eso por ella. No, era otra cosa.

Era felicidad.

Por primera vez en mi vida, estaba feliz.

Y Sam también lo estaba.

Dos días después de que le dije a Sam que la amaba, ella localizó a su
madre. La Señora Ross se había despertado en una habitación de motel, incapaz de
recordar cómo había llegado allí ni cuánto tiempo había estado ausente. Ella
encontró condones usados y dos extranjeros pasaron saliendo a su lado. Fue
entonces cuando la madre de Sam apretó el botón. Se limpió a sí misma, cogió un
taxi, y se internó en un hospital estatal para adictos. Su madre estaba ahora en
camino a la recuperación. Tenía un largo camino por recorrer, pero Sam estaba
recuperando lentamente a la madre que una vez conoció hace mucho tiempo, un
día a la vez.

¿Yo? Yo no había tocado una botella en un año. Los demonios dentro de mí


no carcomían mi vida. Llenaba mi tiempo trabajando y yendo a la escuela. Por la
noche hacía el amor con Sam, nunca siendo capaz de obtener suficiente de su
cuerpo. Durante el día contaba los segundos, esperando hasta que pudiera verla de
343

nuevo.
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Cada momento lejos de ella era una tortura. Cada segundo con ella era el
cielo.
Miré a mí alrededor a nuestro dormitorio nuevo, viendo la cama en la que
hicimos el amor. Sus ropas en mi armario. Mi vida tan perfecta como podría ser.

Sólo había una cosa que faltaba.

—¿Walker? ¿Estás en casa? —Escuché a Sam gritar un segundo antes de que


la puerta principal se cerrara.

Me volví, frente a la puerta abierta de nuestro dormitorio. Metiendo las


manos en los bolsillos, esperé, sintiendo emoción, terror, nerviosismo y amor todo
a la vez. Mis dedos rozaron la cajita de terciopelo en el bolsillo mientras decía una
oración, esperando oír la única palabra que cambiaría mi vida para siempre.

Si.

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SOBRE LA AUTORA
-Paige Weaver-
Paige Weaver es oriunda en Texas y todavía
reside en la ciudad que la vio nacer. Vive con su
marido y dos hijos. Cuando no está escribiendo o
leyendo, puedes encontrarla persiguiendo a sus
hijos y viviendo su propia historia felizmente.
Entre otras cosas, es adicta a los medios de
comunicación social. Síguela para saber de sus
próximos libros y extras. Le encanta escuchar a
sus lectores.

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AGRADECIMIENTOS
MOD. TRADUCCIÓN MOD. CORRECCIÓN
BRENMADDOX KATILIZ94

Staff Staff
BRENMADDOX KATILIZ94
CLCBEA PILY
NANAMI27 NANAMI27
RITITA MARIABLUESKY
MEII
KATILIZ94
SANDRA289
BLONCHICK
DIASDEOTOÑO
ALISSON*

RECOPILACIÓN & REVISIÓN


KATILIZ94 & ALE WESTFALL
346

DISEÑO
PÁGINA

MEW RINCONE

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