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A ORILLAS DE LA PLAYA_POR MAVYA 

Volver de esos viajes en los que visitaba a su familia, luego de escuchar por horas las
historias de su madre y su típico "¿Cuándo vas a casarte como tus hermanos? Mariano y
Joel ya me han dado nietos", al que respondía con un susurro que ella nunca alcanzaba a
oír: "Soy gay, mamá", era un verdadero alivio.

Mas no en aquella ocasión. Lisandro lo había engañado, le había puesto los cuernos. ¡Y
qué cuernos! Porque ésos sí que eran unos  buenos cuernos, nada más y nada menos que
con el hijo del jefe de su empresa rival, tirándose a su Lisandro en su cama como si
nada.

— ¡Vete a la mierda!

“No, Lisandro, ahí irás tú querido”. …l no se había gastado tanto dinero, no peló la
billetera para hacer un cheque de seis cifras por esa casa en medio de la playa "Si-pasa-
algo-entretenido-es-milagro" e irse dejándole todo a ese maricón infiel.
Bueno, al menos había evolucionado al rango de "maricón infiel sin techo".

—Te harás tantas pajas cuando estés sin mí que tendrán que vendarte la mano, Osten.

No en realidad, encanto. Podía conseguir compañía con sólo levantar el tubo y llamar a
cualquiera de sus secretarias o empleados ¡Y vamos! También podía usar Internet banda
ancha ¡Pleno siglo XXI, nene!

— ¡Vas a morirte solo, desgraciado!

Quizás pero, mientras tiraba todas las pertenencias de Lisandro por la puerta o la
ventana que estuviera más cerca "¡Son mis cosas, suéltalas!" pensaba en porqué carajo
todas sus relaciones terminaban tan mal. "Yo las pagué y hago lo que quiera con ellas,
zorra". Podía ser por que trabajaba mucho en la oficina, cuidando y manteniendo su
empresa automotriz, o encerrado en su cuarto oscuro revelando las fotos de paisajes o
gente que había tomado en el viaje.

Pero, ¿es que no los trataba como príncipes a todos y cada uno de sus novios? ¿No les
daba regalos carísimos? ¿No pasaban juntos días y noches de sexo alocado? ¿Qué más
querían? Ya con Lisandro fuera de su casa, y a varios kilómetros de ahí pensó qué
hacer: ¿Se ahogaba en Vodka, pedía compañía por teléfono o intentaba calmarse
caminando por la playa? Sus neuronas hicieron una junta general y la caminata sobre la
arena ganó por mayoría de votos (aunque el buscar compañía quedo en segundo lugar y
emborracharse fue descartado por que se había olvidado de reemplazar las botellas que
la zorra y su amante se bajaron).
Antes de salir miró la playa desde su balcón,  esa media luna amplia y blanca acariciada
por la espuma salina del mar que dejaba como regalo  sus tesoros de caracoles, u algas,
o esos bichitos fluorescentes parecidos a babosas. No había otra casa en unos cuantos
kilómetros de distancia por lo cual podía decir que todo eso le "pertenecía"... Y, si sus
ojos gastados de tanto leer formularios no le engañaban, había alguien en su playa.
Decidió salir a investigar.
Caminaba descalzo por sobre la arena, apurando el paso a conciencia para ver si
enloqueció de ira o realmente había visto a alguien. Y lo vio. Ahí tirado en la playa
había un chico que seguramente era menor de edad, el cabello largo de un color bastante
peculiar, piel blanca, una carita preciosa y una larga cola de pescado escamada que
brillaba bajo la luz de la….Un momento, ¿¡cómo!?

Se acercó a él como embobado. Si, estaba loco, no cabía duda. ¡Ahora veía sirenas!
Mejor dicho sirenos, pues se notaba que era un varón o algo similar; su rostro era
alargado y andrógino, de labios carnosos, nariz recta y respingada. Su pelo lacio era
largísimo y de un gris platinado que brillaba dependiendo de cómo le diera el sol. Oh,
¿eso en sus brazos eran escamas? Osten, convencido de que estaba desquiciado, se
acercó tocándole la cabeza notando que en vez de orejas tenía cosas similares a aletas u
espinas las cuales no supo definir.

—Guau... ¿es real? —palpó su piel. ¡Qué suavecita! También su pelo, que ahora se
volvía más azul como esos ojazos grandes y redondos que lo mirab... Mierda— Oh..

El chico/sirena le miró aterrado y se arrastró sobre la arena.

—Eh, espera. No te haré nada, ¿Estás bien?

—Roha  arnki shaurani agasdeev.

—¿Eh?

—Mefi ni gandarev.

Ay dios, ¿qué le decía esa... cosa? Por su lado, la "cosa esa" miraba a su alrededor con
pavor. Oh, lo habían expulsado de su clan por no aceptar irse con ése Atlante pero
nunca creyó que terminaría en el mundo de los mutantes sin escamas, que tenían esas
cosas raras en vez de colas. Observó al macho bípedo que le hablaba: Alto, de cuerpo lo
suficientemente fuerte como para quebrar y cargar arrecife; no era joven, tenía edad
para poseer su propio clan familiar e incluso algunas cuantas crías. Bonitos ojos
verdosos, poco comunes bajo el agua, igual que su piel bronceada y el pelo corto
amarronado. Vaya, no tenía escamas... Le estaba hablando en su idioma, parecía
asustado.

— ¿Estas bien?

Lo mejor sería responderle, ¿cierto? No fuera cosa que las leyendas sobre ellos, sobre
que comían carne de sirenas para volverse inmortales, fueran ciertas. Pero debería ser en
su idioma raro y difícil de pronunciar.

—Es... toy bi-en.

—Dios mío, hablaste —jadeó Osten, sorprendido—. ¿Eres...? ¿Eres real?

—Sí —ahora no costaba tanto pronunciarlo, quizás era porque estaba en la superficie—.
¿Y t-tú?

—Cielos. A ver, vayamos por partes. ¿Sí? Dime, ¿qué eres?

—Yo... —sólo había entendido la pregunta, pues le hablaba demasiado rápido—, soy un
tritón —Osten frunció el ceño, buscando esa palabra en su diccionario mental sin
encontrarla y el tritón se dio cuenta por su expresión—. Lo que en tu lengua sería un...
eh, ¿cómo se dice? Macho de sirena.

—Ah, bueno. Al menos sé que estoy cuerdo.

— ¿Qué es estar cuerdo?

—Es no estar loco —no pudo evitar sonreírle, atreviéndose a acariciarle de nuevo la
cabeza—. ¿Qué hace una criatura como tú en un lugar como éste?

—Me... —si le decía que había escapado o que se había perdido, tal vez el mutante
tuviera compasión de él y no se lo comiera o le ayudara a volver. Quizás podría
ofrecerle algo a cambio con tal de seguir entero... aunque ya no tenía lugar al cual
volver—, me perdí.

— ¿Te separaste de tu grupo? entiendo, encallaste cómo las ballenas —al oír esto, el
tritón trató de recordar qué significaba "encallar"—. ¿Puedes volver?
—No ahora —musitó, poniéndole unos pucheros que a Osten se le antojaron
encantadores y hasta tuvo el impulso de abrazarlo, pero se refrenó—. Mi cola, me duele.

Osten se acercó a él y le miró a los ojos como pidiéndole permiso mientras acercaba sus
manos a la cola del pequeño, que la retiró.

— ¿No vas a comerme, verdad?

—Oh, dios no. ¿Para qué querría comerte?

Bien, entonces sí podía tocarle. Lo dejó examinar su cola de pez minuciosamente hasta
encontrar una herida de tamaño considerable cerca de las aletas y otra en la parte
superior. Quizás se las había hecho durante la huida, ser expulsado del clan significaba
tener que cruzar por las zonas peligrosas fuera de su arrecife y allí habitaban los
Kraken; escapar indemne o entero era todo un milagro.

—Hasta que sanes no puedes ir a ningún lado —dijo el bípedo mutante, mirándole
preocupado. Osten se mordió el labio. Si lo dejaba ahí podía morirse, o peor, si lo
encontraba alguien más le encerrarían en un laboratorio y la sola idea le daba pena. Era
tan pequeño que...

—Ya sé, no puedo dejarte aquí así como estas. Ven a vivir conmigo, te cuidaré hasta
que sanes y luego podrás irte. A cambio sólo tienes que cuidar mi casa cuando yo no
estoy, ¿qué te parece?

Bueno, tampoco tenía muchas opciones. No podía volver a su clan, lo más probable era
que no le aceptaran en otro y estaba "encallado" en un lugar que no conocía. Tampoco
había mucho por perder y el joven no parecía querer hacerle daño alguno.

—Bueno. Es un trato —le sonrió y Osten se ruborizó por un instante—. ¿Cómo te


llamas?

—Osten. Osten Leroux.

—Yo soy Eccho —volvió a sonreírle, pero esta vez no lo atrapó tan desprevenido—. Es
un placer conocerte.
—Bien Echo, lo mismo digo... Ahora hay que hacer algo con esa cola, tendré que
ponerte en agua apenas te lleve a casa.

— ¿Porqué?

— ¿Eres del agua no? Además no puedo dejar que alguien vea esas escamas o créeme
que habrá problemas. No es algo normal por aquí.

—Entonces… —cerró los ojos, concentrándose plenamente en lo que debía hacer.

Osten observó azorado como poco a poco la cola desaparecía, convirtiéndose un lindo
par de piernas, al igual que las escamas y cualquier cosa similar a pez dando lugar a un
lindo chico común y corriente completamente desnudo, con una herida en la pierna
derecha.

Pasó saliva.

—Increíble...

—¿Esto esta bien? Pensé que si me veía como tú no te causaría problemas.

“Oh, claro que no. De echo, te puedes quedar así de por vida, lindura.”

—Claro, claro —dijo al fin, luego de intentar apartar la mirada de su cuerpo—, ¿puedes
ponerte de pie?

Ni bien dijo eso, el chico le hizo una mueca. Obvio que no, entre que estaba herido y
que nunca había usado esas rarezas llamadas pies. Osten, al comprender lo que pasaba,
lo alzó en sus brazos maravillándose con su poco peso; era tan livianito que juraba que
podía cargarlo con un solo brazo y lo llevó a su casa.

En honor a la verdad, tener a Eccho en casa era la mar de divertido. Pasó las primeras
tres semanas retorciéndose de la risa viendo las caras de sorpresa del chico por el
material de las casas, la televisión, los cubiertos, las pinturas o cualquier cosa. Fue todo
un acto de paciencia enseñarle a caminar, comer o cualquier información primordial,
pero Osten no se había divertido tanto en muchísimo tiempo y se vio a sí mismo
comprándole enciclopedias de las más completas para que leyera.

Era hipnotizante verlo pasar página tras página, apenas mirándolas.

— ¿Sabes que hay que leer para entenderlo?

Eccho alzaba la vista con una de esas lindas sonrisitas que lo enternecían.

—Me basta con verlo sólo un instante para que me quede en la cabeza, no hace falta
leerlo.

— ¿Y cómo es que entiendes mi idioma?

—Nos lo enseñan en la escuela y aparte nuestra lengua es un dialecto raíz —ante la


atónita mirada del mayor, agregó, sonriéndole condescendiente—. Siempre se debe
saber sobre los enemigos, puede ser de ayuda.
— ¿Enemigos?

—Los humanos nos quitan nuestra comida, envenenan nuestros mares dejándonos sin
muchos sitios donde vivir. Conocerlos nos permite escapar de ustedes o manejarlos si lo
necesitamos, especialmente las hembras.

— ¿Para seducir a los hombres? —preguntó en broma, dándole unos bocaditos de queso
que a Eccho le encantaban. Pero Eccho tomó uno y le respondió muy serio.

— ¡Sí! Se transforman en mutantes y los seducen para quedar preñadas —le explicaba,
haciendo gestos con las manos. Ay, que lindo se veía—. Y entonces comen  carne de
nuestras sirenas esclavas. …sas tienen caras muy, muy feas cuando se convierten en
sirenas y viven en una isla en medio del mar que los mutantes…

—Humanos, querido —interrumpió, sirviéndole algo de té.

—Eso. Que los humanos no pueden ver. Las sirenas esclavas les sirven de alimento a
nuestras mujeres, dándole nutrientes especiales a la cría. La carne de cualquier tipo de
sirena vuelve inmortales a los humanos que la comen pero...

A Osten le encantaban esas historias, contadas así, medio como leyenda y medio como
si fueran lo más normal del mundo. Eccho gesticulaba, describía todo con detalles tan
vívidos que podía imaginárselo perfectamente, viendo los hasta los colores y sentir el
sabor a mar en los labios.

— ¿Pero?

—Pero la carne de mi especie es veneno puro. Los que no alcanzan la inmortalidad


mueren o se convierten en ánimas: Son seres deformes y feos que viven eternamente
comiendo lo que fuera, cargando con esa desfiguración. Mueren solamente si lo
decapitas, como las sirenas o los inmortales.

—Si eso es así, ¿cuántos años tienes?

Eccho le preguntó cómo se medían los años en el mundo humano y sacó cuentas, en
total, él tenía ciento cincuenta años ¡Ciento cincuenta! Pero si apenas lucía como un
adolescente que no pasaba de los dieciséis.

—Es que las sirenas y tritones vivimos mucho tiempo, Osten. Y tardamos mucho en
envejecer.

Vivía escuchando esas historias cual niño que deseaba más cuentos de hadas o
caramelos, mirándole atentamente mientras él hacía gestos con las manos y le pedía que
dibujara lo que describía. Había momentos en los que las cosas se ponían del revés
cuando iba con Eccho al pueblo a comprarle ropa o comida y Eccho corría de un lado al
otro con su largo pelo despidiendo destellos plateados bajo el sol, mirando vidrieras,
sorprendiéndose por la claridad del cielo, tocando las ropas, los juguetes, los animales.

Le gustaban mucho los peluches y Osten se los compró por docenas, le gustaban las
flores e inmediatamente le llevaba dos ramos por noche ¿Quería un clarinete? ¿Un gato?
¿Libros o juegos de ingenio? Ahí iba Osten, billetera en mano, a comprarle cuanto el
chico deseara.

— ¡No necesito que me compres todo! —protestaba Eccho, ruborizándose y diciéndole


que bien podía trabajar por su cuenta para pagarse sus cosas. No podía ser tan difícil.

“Claro que no, precioso. Esas hermosas manitas blancas no trabajarán mientras yo
respire.”

Eccho reía, le tiraba un almohadón y le entregaba un libro mientras se echaba sobre sus
piernas pidiéndole con esos ojitos tan bonitos que se lo leyera. Para él, haber encontrado
a Osten era una bendición. ¿Qué vida le hubiera dado aquel Atlante si hubiera aceptado
complacerle? Ser un esclavo más en su harén, obviamente, y lo peor sería que lo
obligaría a transformarse en bípedo para copular. Agh, qué asco, con ése ser horrible...
Tal vez si se viera como Osten se lo hubiera pensado mejor.

Perdido en el mar calmo de palabras provenientes de la boca del joven humano se daba
cuenta del cariño que le había tomado, también notaba lo armoniosa que era su voz y lo
definido de cada uno de sus músculos. Hubiera sido un tritón muy guapo, con esa
espalda tan ancha, su perfume delicioso, el color de sus ojos y su piel.

De repente, Osten le estaba observando.

— ¿Qué ocurre, Eccho?

Avergonzado por verse descubierto, desvió la mirada con la cara roja.

—Nada. Tengo hambre —Osten le dedicó una sonrisa y el corazón le dio un vuelco.

—Te prepararé algo de comer.

Esa noche hubo tormenta. Eccho pudo escuchar los llamados de su gente desde la playa
que le despertaron aterrado y comprobó con horror que la herida en su pierna había
sanado. ¿Es que irían a buscarlo? ¿Lo arrastrarían mas adentro para que se convirtiera
en el esclavo sexual del Atlante? Prefería que se comieran su carne antes que eso pero,
¿cómo evitarlo si ya no tenía motivos para quedarse en la casa de Osten? Seguramente
le aliviaría las cosas al no tener a alguien más a quien mantener.

La sola idea le partía en corazón en dos.

Osten rodaba de un lado al otro sobre la cama. No podía dormir, no con la imagen
mental del rostro de Eccho en su cabeza. Ya era la décima vez que le pasaba y, aunque
se sentía maravillosamente bien, pensar en el sireno día y noche no era algo bueno,
considerando que pronto desaparecería de su vida. Tenía que reconocerlo, adoraba
tenerlo en casa, adoraba tenerlo con él y no quería que se fuera. Podría dar el alma al
diablo con tal de que se quedase pero sabía que no era nadie para impedirle volver a su
hogar. ¡Diablos! Se había enamorado de alguien que no volvería a ver nunca más,
¿podía ser más patético? Volver del trabajo encontrándolo en casa, esperándole y que le
recibiera con un abrazo se había convertido en algo necesario para quitarle el estrés del
día a día. Observarlo atentamente arreglando flores, jugando con su nuevo gatito o
escuchar su risa melodiosa al mirar algo divertido en la tele.

Menos mal que su precioso sireno no ingresaba a su despacho o vería fotos y fotos
suyas. La última era del muchacho durmiendo en el sofá con el gato sobre su pecho.
—¿Osten?

Sobresaltado, se sentó en la cama tratando de ver a través de la oscuridad reinante en el


cuarto e hizo que el propio Eccho saltara hacía atrás de sorpresa.

—Lo siento, te asusté.

—No... No, no —dijo, cuando estuvo seguro de que el corazón seguía latiéndole—, me
sorprendí, es todo. ¿Qué pasa, cariño?

Ah, se sentía lindo llamarle así. Pudo ver el destello de los dientes del chico al sonreír e
imaginarse cómo se sonrojaba.

—No puedo dormir —Eccho se retorció los dedos, apenado—. ¿Puedo quedarme aquí?

Si alguien dijera que dudó en hacerle espacio, sería mentira.

—Claro. Ven.

Eccho sonrió y se echó junto a él bajo las sábanas, abrazándole fuerte. Osten le devolvió
el abrazo, aspirando profundamente su aroma a playa mientras le peinaba el pelo con las
manos. Apoyó el mentón sobre la cabeza de Eccho pensando que ése era otro de los
momentos en los que lucía como el niño que aparentaba ser.

II

Al día siguiente había arena y agua en casi toda la casa. A medida que los días pasaban
e iniciaban con una ronda de limpieza por toda la casa, que se llenaba de agua, arena y
conchas de mar misteriosamente, Eccho se veía más y más deprimido, nervioso y hasta
histérico.  Osten no entendía qué le pasaba e intentaba ayudarle o comprarle cosas para
alegrarlo pero nada servía; le partía el corazón  verlo así, sumado al hecho de que no se
le ocurría qué hacer para levantar su ánimo ¿Porqué se ponía mal cada vez que, al
levantarse, veía el comedor convertido en una mini playa?

—Me están buscando... —susurró un día Eccho, en medio de una salida al parque de
diversiones. Osten le había comprado un helado de vainilla y fresa luego de llevarlo a
todos los juegos, pero nada le hizo sonreír—. Quieren que vuelva.
—Oh —Osten tuvo que esforzarse por no dejar caer su helado de chocolate ni dejar ver
emoción alguna. Por dentro, lloraba—. Eso esta bien, deberías volver con los tuyos.

—No quiero.

— ¿Cómo es eso?

 —No quiero irme de aquí.

— ¿Porqué?  —preguntó Osten, esperanzado.

—Me gusta estar aquí —respondió y el hombre tuvo que esconder su desencanto. Le
hubiera gustado que dijera "contigo" en vez de "aquí".

—Entonces no te vayas, Eccho. Puedes vivir conmigo, yo estaría encantado.

—Podría... Eso sería genial, pero si vienen por mí y te ven conmigo te harían daño.
Tratarían de envenenarte y no hay antídoto para el veneno de sirena.

—Nos iremos a otra parte, ¡a las montañas! El dinero me sobra, encanto, no sería
ningún problema. Si quieres hasta te llevaré a la ciudad para que hagas amigos.

—No puedo estar alejado del mar mucho tiempo a menos que el patriarca me lo ordene.

—Construiré una piscina con agua de mar si lo necesitas.

—No, Osten —sollozó, sintiéndose cada vez más miserable por que le estaba
convenciendo y no quería irse—. Basta ya, cállate ¡No puedo huir! Vaya a donde vaya
me buscarán, ¡por que no me perdí!

— ¿Qué?

—Me expulsaron... Me expulsaron de mi clan por no obedecer órdenes, la herida en la


cola me la hice al escapar de los monstruos que rodean los lindes del arrecife... como el
Kraken y sus crías.
—Dime porqué te expulsaron —susurró, y su garganta se trabó antes de proseguir—.
¿Por qué me mentiste?

—Tenía miedo.

Osten quiso decirle que bien se lo podría haber contado luego de irse a vivir con él.
¿Acaso no se contaban todo y estaban muy unidos? Eccho le había mentido, causándole
un dolor más profundo que el que le había causado descubrir a Lisandro en la cama con
otro.

—No confías en...

Ni siquiera se atrevió a terminar la frase, tampoco estaba mirándolo pues tenía la vista
fija en un punto perdido entre el servilletero de la mesa y el plástico de la misma regado
por gotitas de helado derretido. Era como una cámara que se alejaba más y más,
suspendida entre la realidad y la inconciencia en un intento por no enfrentar el dolor
lacerante y visceral que le embargaba. Alzó la vista un instante, en cámara lenta,
solamente para ser enviado de una patada bidimensional a la realidad otra vez: Eccho
estaba llorando y sus lágrimas se convertían  en hermosas perlas al rodar por sus
mejillas, cayendo sobre la mesa. Se le veía tan arrepentido, tan vulnerable y tierno que,
esta vez no resistió la tentación y fue a abrazarle.

—Tenía miedo de que ya no me quisieras tener cerca —gimoteó entre llantos, las perlas
seguían cayendo—, quería permanecer contigo el mayor tiempo posible.
“Oh no, chiquito mío, no llores. Jamás podría sentir  algo así. Me gustas.”

— ¿Me odias?

“No mi amor. Te quiero. Te quiero, te quiero, te quiero  más que a mi vida, en serio.
Puedo probarlo si me lo pides”. Pensó Osten lo abrazaba muy fuerte, enjugándole las
lágrimas con los dedos, dándose cuenta de una terrible verdad: estaba loca y
perdidamente enamorado de ése ser de ciento cincuenta años con aspecto de niño, y lo
estaba perdiendo. Todo en un solo día.

—No te odio, Eccho. Nunca podría odiarte, eres lo mejor que me ha pasado en
veintiocho años.

—Treinta recién cumplidos, mentiroso —replicó el chico, haciéndolo sonreír pese a los
triste de la situación.
—Treinta años, de acuerdo. Tu eres... eres importante para mi, me has hecho ver un
mundo nuevo. Para ti cada día era una aventura, para mi eran una carga y tu le distes luz
¡Renací cuando apareciste, carajo! Ahora yo también me emociono con cosas pequeñas
igual que tú y me siento más vivo que nunca. Y feliz.

— ¿Feliz?

—Feliz porque te quiero.

Lo dijo, finalmente lo dijo. Había admitido lo que su corazón intentó decirle con señales
hacía tiempo, sólo que un poco tarde. Eccho no podía quedarse con él y lo sabía.

—Llévame a la playa, Osten.

Y allí estaban los dos, caminando por la playa en medio del crepúsculo, tomados de la
mano como dos amantes. Las olas les lamían los píes, la brisa ondeaba sus cabellos y el
repicar de las olas era una música de fondo preciosa; todo le hubiera hecho sentir en el
cielo de no ser porque sabía que era la despedida. Eccho apretó su mano.

“No me dejes, por favor, no tienes idea de cuanto te amo”.

—Nuestro clan tuvo que dejar su anterior hogar por culpa de los humanos y nos
mudamos al arrecife actual, más pequeño, profundo y frío. La comida es difícil de
conseguir, fuera de nuestros lindes abundan las criaturas peligrosas, entre ellos los
Atlantes —miró a Osten para ver si comprendía y éste le indico con un gesto que
continuara hablando—. Los Atlantes eran los antiguos habitantes de Atlantis, que al
hundirse su reino, mutaron para poder sobrevivir debajo del agua.

—¿Atlantis? ¿La ciudad de la leyenda?

—La gran ciudad de la perfección, según mi abuelo, nuestro patriarca. …l presenció su


hundimiento siendo una cría joven. En fin, ellos son seres grotescos... Son como
grandes anfibios con forma de hombre, son feos y belicosos como ellos solos. En mi
clan hay pocos hombres y en el de ellos pocas mujeres, podrían acabar con todos
nosotros si no fuera porque necesitan hembras.

Osten creyó entender a donde iba la cosa pero tenía que preguntar. Era humano después
de todo.
— ¿Entonces?

Nos dejan vivir a cambio de una hembra joven con la cual procrear. El Atlante alfa
viene con su tropa y elige tres hembras: dos para él y una para el mejor de sus hombres.
Se las llevan, las hacen transformarse en humanas para procrear porque así dan a luz un
macho fuerte, y si nace una hembra la crían para ser su futura esposa, enviando a la
sirena a un harén del que no pueden huir —Osten pasó saliva, mirándole pasmado—.
Mi abuelo me escondía cada vez que ellos aparecían pero una vez llegaron sin avisar y
me vio su segundo al mando, lo primero que dijo fue: "Es mío. No me importa qué sea,
lo tomaré" Me negué, aunque intentaron persuadirme de aceptar, pero como seguí
negándome mi propio abuelo me expulsó, esperando que el Kraken me matará.

—Pero Eccho, eso es... es...

Eccho se detuvo y le sonrió.

—Me buscan. Ese Atlante me

quiere para él y debo ir, sigue siendo mi gente.


Osten cerró los ojos con pavor. “No, lo digas. Te quiero, no me dejes por favor”.

—Osten, yo...

“Te quiero, te quiero, te quiero. No quiero pensar en lo que vas a hacer, no deseo
imaginarte en otros brazos que no sean los míos. Por favor, te lo suplico, no me digas
adiós”.

—Te quiero, Osten.

—¿Qué?

—Te quiero. Te quiero muchísimo. Perdóname por decírtelo en este momento —una
sonrisa triste curvó un poco sus labios, mientras sus ojos volvían a empañarse—. No
quiero que esa cosa me toque, ni me mire o me abrace . Quiero que eso lo hagas tú...
antes de irme. Por favor, quiero estar contigo.

— ¿Estas seguro? —preguntó, creyendo que soñaba y que iba a enloquecer.


Eccho murmuro un "Sí" antes de que Osten lo tomara suavemente entre sus brazos y
rozara sus labios con los propios. Una sacudida caliente subió por su espina dorsal:
aquellos labios eran tibios, suaves, con sabor a mar. El zafiro de sus ojos fue haciéndose
más profundo mientras lo miraba y ambas bocas se unificaban en un beso dulce que iba
escurriéndose como miel en el interior de los dos. Osten podía sentir el aroma a mar
invadiéndole, sus dedos fueron deslizándose por los botones de la camisa que cubría a
Eccho y ésta pronto se deslizo por sus hombros hasta perderse entre la arena. Sus dedos
acostumbrados a la rugosidad de los lienzos y el frío de los bolígrafos tamborilearon por
sobre la piel suave y cálida.

 Un suspiro brotó de entre los labios de Eccho cuando la boca de Osten, húmeda y
cálida, descendió por su cuello. Las manos de Ostem se deshacían de su ropa como su
fueran algas marinas, su boca marcaba territorio por la piel de su pecho haciéndole
sentir como un dulce cosquilleo brotaba desde lo más hondo de su ser, enrojeciéndole.
Podía sentir los ojos de Osten acabando con las barreras de la ropa mientras él retiraba
con dedos temblorosos la sudadera del empresario. Las manos de los dos se perdían
entre el lío de ropas y pieles entremezcladas, cuando Eccho fue empujado suavemente
contra la arena, hasta quedar acostado sobre su espalda. Sus risas excitadas y nerviosas
subieron en espiral hasta perderse entre el clamor de las olas y entre sus labios que
volvían a unirse, la pálida desnudez de Eccho se cubría lentamente con arenilla y la
humedad del mar, al igual que la piel bronceada de Osten.

—Te quiero tanto, Eccho, tanto. No tienes idea ni de cuánto me gustas.

—Si lo sé. Te quiero.

Eccho se descubrió a sí mismo en una vorágine de besos, caricias, suspiros y gemidos


que eran acallados por el ruido del mar y por sus besos. Se dio cuenta de que no sentía
ni pudor ni miedo, sólo quería pertenecerle al menos una vez antes de irse. Sólo había
amor y deseo. Osten lamió su oreja, arrancándole la poca tela que le cubría y gimió,
sacudiéndose debajo de él mientras palpaba cada parte de su cuerpo. Osten lo abrazaba
fuerte, rodaba junto con él por la arena, besando cada centímetro de piel expuesta,
rogando que no ocurriera lo mismo que en los sueños que solían atacarle: Eccho
convirtiéndose en arena y agua al terminar. Pero esto no era un sueño, el sabor a sal era
real, igual, sus gemidos, sus sonrojos, sus manos tibias tocándole, tenían que ser reales.
Eccho dejó oír unas risitas pues la lengua del otro le hacía cosquillas en el vientre e iba
a lamer los rincones más oscuros e inexplorados de su cuerpo hasta llegar a su sexo
haciendo que gemidos brotaran de su boca y se alzaran por encima del graznido de las
gaviotas.

 Ambos se movían en un incesante compás, revolucionados, con el calor de sus cuerpos


derritiendo hasta la sal del aire. Osten lamía, besaba, succionaba y Eccho se moría
lentamente sintiendo que todo a su alrededor se desdibujaba.
—Más... ¡Más!

—Shh... Paciencia, querido.

Le abrió las piernas, tumbándose entre ellas y comenzó una indecente danza cadera con
cadera. Sus sexos se frotaban, hinchados, pidiendo más, mientras ambos cerraban los
ojos para recorrerse el cuerpo con la boca y las manos. Osten gruñó cuando Eccho lamió
sus pezones, el pequeño gimió agudo en el momento en que Osten acarició los suyos y
le metió la lengua en la oreja. Las uñas del sireno en la espalda del otro, la boca de
Osten mancillando el cuello del tritón otra vez, mientras sus caderas seguían en esa
danza cada vez más acelerada.

—Mghm... Ahh, Osten... Osten...

—Mi pequeño... mhh... Tranquilo, relájate.

Su mano fue tanteando terreno, las piernas de Eccho le rodearon las caderas por instinto
al tiempo que veía la boca de su amante decirle que se relajara, que se preparaba para lo
que seguía, y entonces su pasión ya hecha carne ingresó lentamente a su cuerpo que se
acoplaba muy despacio a él. Al fin, por Neptuno. Osten lo besó dulcemente,
abrazándole antes de embestirle con toda su fuerza y el sireno se sintió en el cielo.

— ¡Osten! — gritó el sireno, y él abrió los ojos, deleitándose con la vista, pese a que sus
ojos se iban empañando con cada embestida, cada gemido, con cada pulgada del cuerpo
desnudo del jovencito que, sonrojado, le miraba con los ojos entrecerrados y el cuerpo
cubierto por gotitas de sudor que brillaban cual perlas.

—Me vuelves loco... —gimió éste y Osten se sintió derretir entre sus muslos.

Una embestida, otra, un beso, otro, más caricias y más gemidos.

—Mi Eccho. Mi amor.

Se abrazaban con toda la pasión y la desesperación que sus cuerpos podían albergar,
deseando poder seguir así por siempre.

—Aahh... ¡Eccho!
Lo pegó contra su pecho, aterrado de que se convirtiera en arena. Ambos se tensaron y
cuando pronunciaron el nombre del otro, las olas rompieron contra las rocas cual si
gritaran también, derramándose uno en el interior del otro en cinco deliciosas sacudidas.
Una profunda exhalación digna de un insoportable placer los abandonó, y entonces
Osten cayó sobre Eccho, quien lo abrazó con fuerza.

—Mhnn... Ah, Eccho... Te amo.

—Yo también te amo —la voz de Eccho sonaba lejana, igual que el clamor del mar—.
Descansa, cariño.

—Te irás –dijo, no fue una pregunta. Ya lo sabía.

—Volveré, lo prometo. No sé cuando será, pero te prometo que volveré en algún


verano. ¿Me esperarás?

—Siempre —susurró, sintiendo que sus ojos se le cerraban, aunque quería mantenerlos
abiertos para ver su rostro y grabarlo a fuego en su mente—. No volveré a sentirme vivo
hasta que tú regreses.

Eccho sonrió y entonces Osten cayó dormido. Al despertar estaba cubierto por su propia
ropa y solamente oía el ruido de las olas. Estaba solo. No había señales de Eccho más
que la ropa que él mismo le había quitado. La tomó entre sus manos y se echó a llorar.

III

Tres años pasaron y el mundo siguió girando. Osten pasó esos tres años viviendo como
en un sueño pese a que no dejaba de dar lo mejor de sí en el trabajo, viajó a varios
países para cambiar de aire. Hizo donaciones anónimas a organizaciones pro medio
ambiente, hasta estuvo en pareja tres veces pero terminaba con ellos en buenos términos
y quedaban como amigos; incluso se encontró con Lisandro, quien había dejado al
hombre con el cual lo engañó y se fue con uno de sus empleados. Pero hiciera lo que
hiciera siempre volvía a la casa en la playa durante el verano, esperándolo. Cuidaba de
aquella casa con toda su alma, la llenaba siempre de las flores que a Eccho le gustaban,
cuidaba de sus peluches y desempolvaba sus libros, atendía al gato

Una noche un ruido en la ventana le despertó y al abrir los ojos, se encontró con una
criatura tan extraña que hubiera huido de no ser por que sabía que sería en vano si esa
cosa se lo quería comer. Ese extraño ser tenía cara y cuerpo de mujer, pero sus
extremidades eran de ave y hasta tenía alas y plumas cubriéndole buena parte del
cuerpo. Al hablar, su voz sonó dulce, suave y Osten supo que esa ave podría hechizarle
con ella si se lo propusiera.

— ¿Eres Osten Leroux?

—S-sí... Pero, ¿qué o quién eres tú?

— ¡Qué falta de respeto! —Exclamó la mujer-ave—. ¡Soy una arpía! Me llamo Chesis
—batió un poco las alas, y Osten inclinó la cabeza interpretando eso como un saludo.
La arpía sonrió, gustosa—. Vengo de parte de un tritón, me pidió que te diera un
mensaje. Y le debo el favor de salvarme del Kraken hace tres años

.
Ah, por eso Eccho se había lastimado en aquél entonces. Osten cayó en la cuenta del
contenido de sus palabras y abrió los ojos, azorado.

— ¿Eccho? —jadeó—. ¿Cómo esta? ¿Se encuentra bien?

—Está bien. Me pidió que te dijera que fueras hoy al lugar "donde todo comenzó". Lo
tuvieron confinado todo este tiempo, porque el Atlante se enfadó cuando supo que él ya
había sido tomado y encima por un mutante. Pero como es el nieto menor del patriarca,
y su abuelo lo quiere mucho, sólo tuvo que permanecer en su habitación.

— ¿Quieres decir que...que él esta bien? Pero, ¿y los Atlantes?

—Ya no hay, por eso lo dejan volver. El patriarca le dijo que podía estar fuera del agua,
así que ya no tiene porqué estar cerca de la playa —al ver la expresión de
incomprensión de Osten, la arpía se acicaló las plumas del ala derecha mientras
agregaba—. Las sirenas que tenían en cautiverio se revelaron. Una noche llenaron
puntas de flecha con su propia sangre venenosa y con eso atacaron a sus captores
mientras dormían. Fue una masacre, hasta mataron a las crías que tuvieron con ellos.
Los pocos atlantes que lograron sobrevivir, huyeron.

Osten le agradeció la información y le premió con el trozo de jamón más grande que
encontró en el refrigerador. Contenta, la arpía se fue batiendo las alas y llenándole de
plumas la cornisa de la ventana. Se vistió con lo primero que encontró, demasiado
emocionado para pensar en que la ropa combinara como debía, e inmediatamente corrió
hasta el lugar donde había encontrado y despedido a su chico adorado. Se sentó sobre la
arena, esperando, mientras se preguntaba si Eccho estaría bien y si notaría los cambios
en su cuerpo ¿Le importaría que hubiera envejecido tres años? De golpe, dos manos
blancas le taparon los ojos desde atrás.
— ¿Qué hace aquí a estas horas, señor? —oyó detrás de sí y  sonrió. Cómo había
extrañado esa voz.

—Buscando sirenas.

— ¿Y ha tenido éxito?

—Eso creo, acabo de encontrar una.

Entonces se dio la vuelta, despacio, creyéndose al borde del llanto y cuando al fin lo
vio, su corazón palpitó fuerte. Ahí estaba Eccho, más alto, el pelo más largo, pero igual
de hermoso que siempre y le miraba con esa sonrisa que había recordado tantas veces
soñando despierto.

—Hola, mi amor. Te extrañé.

—Eccho... —acarició sus mejillas con los dedos ¡Oh Dios, era real! No era un sueño
¡Estaba ahí!—. No has cambiado nada y yo estoy más viejo.

—Claro que no —Eccho, sonriéndole con una dulzura sin límites, rodeó su cuello con
ambos brazos y lo besó—. Estás más guapo.

Una hora más tarde, yacían en la cama de la casa de verano, comiéndose a besos por
tercera vez en la misma noche. Tres años de abstinencia eran demasiado para un tritón
enamorado, pero Osten no tenía ningún inconveniente en complacerlo cuantas veces se
lo pidiera, aunque su cuerpo le dijera basta. Ahora su alma regresaba a su ser y no le
importaba nada más, por que durante esos tres años sin él, sin su amado Eccho, Osten
había olvidado lo que era sentirse realmente vivo.

Su corazón latía de nuevo y ahora nada iba a impedirle estar con su fuente de vida.

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