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J. A. RÍOS GONZÁLEZ *
INTRODUCCIÓN
OBJETIVOS FUNDAMENTALES
Sobre las bases de cuanto nos aporta la psicología evolutiva, a la que nos
remitimos por razones de brevedad y en cuya concepción apoyamos lo que se expone
a continuación; y conforme a nuestra experiencia docente durante trece años como
profesor de la misma (Universidad Complutense, y la práctica clínica de casi treinta
años «Stirpe», 1965...) creemos importante destacar los siguientes objetivos:
- Equilibrar la libertad.
Dentro de esta red hacen su aparición muchos cuadros clínicos que adquieren el
sentido de expresión contestataria contra algo no aceptado o escasamente integrado en
el propio yo. Es frecuente observar, que tras el síntoma hay una intencionalidad
positiva que apenas si se vislumbra: la búsqueda afanosa del sí mismo, sin que logre
encontrar el modo conveniente ni cl tiempo para alcanzarlo dentro de lo que es el
modo de funcionar la familia concreta que lo acoge.
Un esquema de intervención con adolescentes, por consiguiente, puede
organizarse en torno a ellos.
b) Fomentar la autonomía
El trabajo del terapeuta puede ofrecer a los padres un modelo de actuación cuando
facilite que el propio adolescente disponga de tal autonomía a lo largo del desarrollo de la
terapia según se configura cada sesión celebrada. Las prescripciones y las tareas a
encomendar, deben ocupar aquí un lugar destacado, dejando que sea el hijo quien empiece a
marcarse metas en función de tal seguridad y capacidad de decidir por sí mismo.
c) Respetar la individuación
d) Respaldar la independencia
Si la adolescencia puede verse como la encarnación del mundo efectivo, hay que dar
cauce para su exteriorización espontánea. La familia no facilita la manifestación del mundo
emocional y afectivo del hijo y la raíz de este tipo de comportamiento reside en que es más
fácil permitir la expresión de los afectos que se sitúan en el polo positivo de este mundo
(ternura, comprensión, amor...) que la de aquellos otros que forman parte del polo menos
agradable de la esfera emocional (ira, rabia, hostilidad, hastío...).
Las sesiones de terapia ofrecen muchas ocasiones para que esta expresividad sea una
realidad. Lo que hay que conseguir es que el terapeuta esté preparado para ello, y no repita el
modelo familiar que bloquea la aparición de este mundo interno de que estamos hablando. El
terapeuta debe estimular la aparición de la intensidad afectiva, ya sea con la creación de
momentos especiales para tal fin, ya sea dejando discurrir la interacción por estos senderos
que hacen posible su presencia. El estímulo de la interacción verbal y no-verbal entre padres
e hijos es una buena medida para que ellos mismos vayan construyendo el descubrimiento del
mundo interno del otro. Y esto aunque a veces resulte molesto.
f) Equilibrar la libertad
Aparte del siempre necesario consejo de saber esperar el momento oportuno para
intervenir eficazmente con adolescentes, no está de más insistir en la necesidad de
establecer alianzas con el paciente que está en esta edad para garantizar un mínimo de
eficacia en la tarea terapéutica.
Una situación frecuente que hace necesaria la puesta en marcha de este modelo
estratégico es cuando el adolescente viene con una actitud resistente y negativa ante la
terapia. Son esas ocasiones en que se capta inmediatamente que el adolescente viene
con todas las defensas perfectamente organizadas. La verdad es que constituyen un
desafío para el terapeuta, sin negar que el adolescente hace bien en venir así. Lo
importante no es lo que haga él o como venga; lo más importante en estas situaciones es
ver qué hacemos o cómo lo recibimos nosotros. Pretender romper sus barreras de un
modo frontal es una forma evidente de perder el tiempo. Actuar así es desencadenar una
escalada en la que terminará ganando él.
Ante la frecuencia con que aparece este tipo de comportamiento actuamos así:
redefinimos la situación que les trae a terapia como una situación transitoria en la que
el problema reside en que no saben cómo actuar ante lo que les preocupa o afecta. En tal
redefinición dejamos en un segundo plano al adolescente, y como si lo viésemos como
un elemento más que está afectado por algo que no se deriva de él. El o ella «no está
loco» (etiqueta con la que viene a la terapia o con la que ha sido calificado
previamente), «no necesita nada especial» y «menos una terapia». Lo que «está mal» es
algo que afecta a todos los que forman la familia: «están mal porque no saben qué
hacer». Ante esta realidad «nosotros, los terapeutas, tenemos que ayudar a todos,
especialmente a los padres, que son, según nos parece, los más preocupados». De este
modo se pasa a un orden lógico diferente del que traía el adolescente que venía
identificado como verdadero paciente.
Y desde ahí podemos dar otro paso: «Tenemos que ayudar a tus padres, y cuando
decimos "tenemos" no hablamos sólo de nosotros, los profesionales, sino también de ti,
porque tú tendrás que ayudarnos a enseñar a tus padres para que empiecen a ser desde hoy
el padre o la madre que tú necesitas, y ellos, naturalmente, no lo van a saber hasta que tú
no lo digas claramente»,
De este modo se transmite a la familia que hay una parte de la realidad que se les
escapaba: que el hijo adolescente está mal porque están mal otras cosas y que todo el
origen del «mal» no está exclusivamente en él. Con ello, por otra parte, se les hace ver
que lo que les afecta no es definitivo sino que será tan transitorio como sea la duración de
la resolución de lo que ahora están pasando. Todo durará tanto como tarden en captar y
modificar que los síntomas sólo están asegurando un compás de espera hasta conseguir un
nuevo modo de relacionarse entre sí.
La terapia en esta etapa vital ha de facilitar la comprensión de que el drama del
adolescente no reside solamente en él, sino que una parte del mismo -si es que seguimos
denominándole como tal- está en el entorno. Los padres han de empezar a ver que dicho
drama reside en que al adolescente se le trata como a un niño al tiempo que se le exige
como a un adulto. Y esto es un doble vínculo que impide crecer convenientemente.
No es menos urgente enseñar a los padres a respetar la intimidad del hijo. Desde
ella se hará el descubrimiento de la identidad personal que ya hemos .citado, pero hay que
poner los medios necesarios para que los padres vean cómo se respeta esa intimidad
también en un contexto donde parece que lo natural es hablar de intimidades. Indagar más
de lo debido, forzar confidencias más allá de lo correcto, obligar a sacar a la luz pública
todo un mundo interno de vivencias y emociones, es un error que lleva al fracaso.
Algunos modelos terapéuticos han resaltado la necesidad de verbalizar todo para resolver
lo que es conflictivo. Y no lo vamos a discutir aquí. Pero cuando se trata de trabajar a
nivel de toda la familia, hay que poner cotos a ese principio que es válido en las terapias
individuales. Lo importante en la terapia familiar con adolescentes es que éste tome
conciencia de sus vivencias y empiece a captar dónde residen sus propias contradicciones.
Unas y otras son parte de sí mismo y ha de tratarlas como tales. Pero al mismo tiempo
todas ellas, o las que él estime oportuno, deben quedar tan dentro como él mismo decida.
Lo que debe hacer el terapeuta es enfrentar al adolescente con su propia realidad para
que la interiorice y convierta en un agente de cambio personal hacia la madurez.
Se plantea aquí un punto delicado como es el relativo al manejo de los secretos.
Por una parte, es necesario que ciertos secretos no queden engarzados en la intimidad del
adolescente como un factor molesto, pero al mismo tiempo es urgente que respetemos la
existencia de ese lugar más recóndito de las vivencias del paciente. En cualquier caso
puede actuarse así:
- Ante un secreto manifestado pero del que desea que los padres no tengan
conocimiento (cosa que puede suceder a partir de lo que nos transmite en una sesión
individual o en la sesión que hacemos sólo con los hermanos), tenemos que
garantizarle la guarda del mismo.
-Si sospechamos que existe un secreto del que el adolescente no quiere hablar,
y de cuyo mantenimiento pueden seguirse algunos daños posteriores, hemos de
intentar establecer una alianza con él para que lo confíe con la seguridad de que lo
vamos a mantener.
BIBLIOGRAFIA