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(La Grita, 24 al 28 de Mayo de 2009)

SUBJETIVIDAD Y VERDAD

Como una forma de iniciar esta conversación, quisiera señalar


lo siguiente: el tema del que me voy a ocupar hoy guarda relación
con un tópico al que me he referido en diversas ocasiones. Ese
tópico gira en torno a una pregunta muy amplia y decisiva también,
a la que nuestro tiempo ha intentado responder de diversas
maneras. Se trata de una pregunta que me gusta formular de esta
manera: ¿Cómo es posible pensar hoy? ¿Cuáles son las
condiciones bajo las cuales es posible el ejercicio del pensamiento
hoy? De hecho, creo que la respuesta de Edgar Morin, por ejemplo,
a esta pregunta, sin ser la única ni necesariamente la más
prometedora, sí es –no cabe negarlo- una de las que más ha
llamado la atención de estudiosos, editores y lectores en general.
Yo agregaré a esa amplia respuesta el siguiente comentario:
indicar que las actuales condiciones de ejercicio del pensamiento
son complejas y que demandan, consiguientemente, estrategias
análogas, es también una forma de suspender, siquiera
momentáneamente, el juicio acerca de nuestra capacidad actual
para responderla.

Ya hace algún tiempo que dejamos atrás la ilusión iluminista


según la cual éramos libres al movernos en esa vasta región de
nuestras posibilidades que representa el pensamiento, que el
pensar era un acto libre y que podíamos someter a su escrutinio, sin
que prevalezcan otras limitantes que las de nuestras propias
capacidades, prácticamente cualquier aspecto de la vida natural o
histórica. Ya sabemos que tal libertad es relativa y que pensar es
una tarea de anclaje “situacional” por así decirlo, de anclaje
histórico, si se quiere, para emplear una expresión algo desgastada.
En fin, para decirlo de una manera más directa, no pensamos lo que
queremos, y sobre todo del modo que queremos, sino más bien lo
que y del modo que podemos. Todo esto ha llegado a ser muy
obvio desde que tomamos consciencia del impacto devastador de la
crisis de la modernidad intelectual. Este es uno de los supuestos
que soporta la pertinencia de la interrogante que hemos elegido
como punto de partida: ¿Cómo es posible pensar hoy?

Desde otro punto de vista, hemos aprendido de una manera


muy clara a desconfiar de algunas cosas principales. Hemos
aprendido a desconfiar de las capacidades de nuestra propia
subjetividad. Hemos respondido en términos de una más que
justificada desconfianza (al menos desde Marx y Freud) la pregunta
por las condiciones bajo las cuales nos interrogamos por las cosas
del mundo e intentamos responder a sus desafíos con los solos
recursos de nuestra subjetividad. Las posibilidades de esta última
para alcanzar ese objetivo es algo que la filosofía ha puesto en
duda casi desde sus inicios. Más adelante volveremos sobre los
antecedentes clásicos. Pero entre tanto, vale recordar que
Descartes, su Discurso del (o sobre) Método, representa el gran
momento en el que la filosofía pone en duda la posibilidad en
general de la subjetividad para aprehender lo verdadero y la
pregunta que está allí presente es aquella que gira en torno a esta
otra: ¿Qué es lo que hay de verdadero en la subjetividad? Y la
respuesta de Descartes será que es muy poco o nada lo que de
verdadero hay en ella; la subjetividad es el ámbito de lo contingente
diríamos de manera más precisa.

Esa conciencia de lo contingente de lo subjetivo es sólo una


de las cosas que se ha afirmado de manera más enfática desde
entonces; otra afirmación enfática, obviamente, aunque de factura
más reciente, es la que tiene que ver con el cuestionamiento del
concepto de lo verdadero. Si existe algo hoy acerca de lo cual
aprendimos a desconfiar con premura, y algo acerca de lo cual
aprendimos a desconfiar legítimamente como una condición
determinante del “correcto pensar”, es de la idea de la existencia de
una verdad objetiva y última. Pienso que hoy es relativamente fácil
intuir que en la conciencia actual de las posibilidades de un
conocimiento que toma distancia de las distintas formas del
dogmatismo, la que más fuertemente esta colocada bajo un intenso
cuestionamiento es justamente la idea de la existencia de una
verdad. Pero, sin embargo, pienso también que es posible decir
que, al igual que ocurre, de acuerdo con Kant, con las ideas de la
Razón Pura, más allá de todo cuestionamiento la Razón no puede
renunciar a pensar en ella, no puede dejar de plantearse el tema de
lo verdadero, no ya, sin duda, como un “algo” capaz de medir los
aciertos de nuestra capacidad de raciocinio, sino tal vez como un
horizonte ubicuo hacia el cual queremos movernos y que se aleja
de nosotros en la misma proporción de nuestros pasos. Planteo
esta idea de un concepto fantasmagórico de lo verdadero en
términos aproximativos y más próximo al sentido metafórico e
intuitivo como en la estética.
De manera, pues, que visto en estos términos no queda fuera
de lugar volver a plantear la exigencia de pensar sobre las
relaciones que se establecen necesariamente entre la subjetividad,
entre las posibilidades de la subjetividad… y lo verdadero, cómo y
en qué términos podemos pensar esas relaciones. Para este fin voy
a tomar como punto de partida un tópico bastante conocido de
Michel Foucault que es un tópico de la historia de la filosofía. Como
todos Uds. saben, Foucault dirigió durante casi toda su vida
académica la Cátedra de historia de los sistemas de pensamiento
en la cual desarrolló un tema de particular significación que quisiera
reelaborar en este momento. Se trata del tópico del “cuidado de sí”,
de lo que él también denominó la inquietud de sí mismo, que a su
vez guarda relación con el tópico socrático del “conócete a ti
mismo”. El punto que deseo poner de relieve es cómo ese mandato
eminentemente moral se edifica y extrae su posibilidad a partir de
una precisa concepción de lo verdadero y de una específica
relación de la subjetividad con ella.

Este tema, como hemos dicho, se desarrolla en el plano de la


historicidad de la filosofía y constituye el núcleo problemático en el
que Gadamer indagó con independencia el tema del “origen de la
filosofía occidental”. Como ustedes saben, Gadamer coloca el
origen de la filosofía de Occidente en la problemática desarrollada
por Platon en el Felón. Ustedes recuerdan el gran diálogo platónico
que rememora el último día de la vida de Sócrates, el día en que
Sócrates finalmente va a tomar la cicuta y se encuentra con todos
los amigos y discípulos y Sócrates discute y desarrolla con ellos un
tema verdaderamente determinante: qué es un filósofo y para qué
vive un filósofo. Pero también, se trata del gran tema del alma y de
la vida verdadera.

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