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DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL
ENTRE LOS PRESBÍTEROS
Virtudes y comportamientos que han de madurar en el Seminario
1. ESPIRITUALIDAD Y COPARTICIPACIÓN
Los dos términos principales del presente tema merecen una aclaración previa.
Respecto al término "espiritualidad" se percibe la influencia de un equívoco
platónico. Suele designar la determinada parte de la vida del creyente dedicada
en especial a las actividades "espirituales", como la oración, la mortificación, la
celebración de los ritos cultuales, etc., en contraposición a la otra dedicada a
actividades "materiales".
Cuanto hemos dicho hasta aquí vale para toda existencia cristiana. Nos
preguntamos: el compartir con los hermanos el propio camino cristiano ¿brota
para todos del mismo modo? ¿Se guía por los mismos principios y se expresa
según fórmulas universalmente válidas? O quizás -como tantas otras
características de la vida del creyente- ¿asume la coparticipación matices y
estilos particulares, de acuerdo a la configuración peculiar de las diversas
vocaciones?
El Concilio Vaticano II y los documentos del Magisterio que han tratado de esto
y lo han aplicado respecto a la espiritualidad del sacerdocio ministerial, han
subrayado una característica peculiar de esta vocación que, por voluntad de
Cristo mismo, se configura a partir del mandato apostólico confiado a los
presbíteros. En otros términos: no se puede describir de modo adecuado la
espiritualidad del sacerdote prescindiendo de su ministerio, añadiéndole luego -
como desde "fuera" de la figura vocacional ya definida en base a otros criterios-
su misión y su responsabilidad frente al pueblo de Díos. El ministerio caracteriza
necesariamente la esencia de la vida cristiana del discípulo que ha sido escogido
para vivir "como los apóstoles". El título mismo del decreto Presbyterorum
Ordinis sugiere esta idea: De Presbyterorum ministerio et vita. La existencia
sacerdotal "sigue" al ministerio, en el sentido de que resulta plasmada y
orientada por él.
También él, como cualquier otro miembro de la comunidad eclesial, sea cual
fuere su vocación, podrá buscar ayuda y ejemplo en otras espiritualidades
diversas de la propia. Podrá seguir inclinaciones personales especiales y
mociones interiores del Espíritu. Pero no deberá nunca sustituir por otras la
inspiración fundamental inherente a su mandato apostólico, a menos que -por
razones convenientes y sometidas a discernimiento- resuelva cambiar de
vocación, como cuando un sacerdote ingresa en una comunidad religiosa.
Santo Tomás se refiere probablemente a un problema de este género, cuando
en la Suma afirma que el episcopado es en cuanto tal un "estado de perfección"
en sí mismo, y no por asimilación a la vida típica de los religiosos. En efecto, la
llamada a la perfección coincide con la llamada a la caridad; la vida apostólica
esta constituida por la llamada a la caridad pastoral, principio autónomo y
suficiente de un camino de auténtica santidad cristiana.
Empleando una imagen, podemos decir que el sacerdote es cada vez menos un
"resistente solitario" y siempre más un "atacante solidario". La primacía de la
nueva evangelización exige al sacerdote concentrar la atención de su servicio
sacerdotal (y, por consiguiente, su espiritualidad) sobre la prioridad del anuncio
de la Palabra y de la solicitud por el crecimiento de una fe adulta y consciente,
fundada sobre íntimas convicciones interiores, y no sólo sostenida por la
custodia de tradiciones y por la repetición de hábitos. En este clima es difícil
tener, a un mismo tiempo, la creatividad necesaria y la indispensable
solidaridad. La primera tiende a aislar, la segunda arriesga homologar y
mortificar. Sólo el gusto por la coparticipación y el empeño por unir el respeto
de las genialidades de cada cual y un sincero esfuerzo de convergencia y de
colaboración, pueden hacer madurar una espiritualidad sacerdotal adecuada a
los tiempos.
Los ejemplos podrían multiplicarse. Los que hemos evocado parecen suficientes
para indicar que las circunstancias culturales y sociales en que vive hoy la
Iglesia impulsan a un empeño renovado en la coparticipación fraterna y cordial
de la espiritualidad sacerdotal de parte de todo el presbiterio. No olvidemos que
una coparticipación análoga -en formas diversas y apropiadas- deberá ser
cultivada también con los laicos sobre todo con los apostólicamente
comprometidos a compartir la misión del sacerdote y a colaborar en ella- y con
los religiosos y religiosas, respetando y valorizando su carisma propio. Pero esta
coparticipación deberá vivirse sobre todo en el ámbito del presbiterio diocesano,
con una modalidad y una profundidad que no pueden darse enteramente en
otros ámbitos. Claro está que también los presbíteros religiosos, cuando se
hallan ligados de modo estable a alguna función ministerial en la Diócesis, están
llamados a integrarse en esta coparticipación como miembros efectivos del
presbiterio, y a aportar la riqueza de su experiencia marcada por la identidad
religiosa particular en la que viven su sacerdocio.
Es fácil tropezar con una inercia y una conformidad que hacen penosa
esta conminación: cada cual tiene sus propias inhibiciones y
presunciones. Una condición para hacer posible también a los
sacerdotes... el caminar juntos es la estima recíproca. Quiero decir el
convencimiento, ampliamente corroborado por la experiencia, de que
cada cual posee tesoros incontables, acumulados en horas de meditación
de la Palabra de Dios, en innumerables encuentros personales, en la
tenaz dedicación al ministerio y en la afición siempre nueva a escuchar a
la gente, a hacerse cargo de los dramas y disgustos de los demás. Muy
poco por debajo de la corteza convencional que tal vez transforma al
sacerdote en un personaje, está el hombre de Dios y el tiempo que se
emplea en escucharlo, cuando la conversación es seria y sincera, es
tiempo ganado"8.
Aún logrando evitar la consecuencia más trágica, que ocurre cuando las
circunstancias imponen, sin posibilidad de evasión, el reconocimiento de
la propia insignificancia y fragilidad (y entonces todo es posible, hasta
las crisis más profundas con resultados imprevisibles), la falta de una
percepción de sí, realista y serena, torna la vida hipócrita o inquieta. En
ambos casos, difícilmente se estará disponible para una confrontación
real y constructiva con el camino de ministerio y de fe de los
cohermanos.
d. El cuidado de la interioridad
Notas:
1.- Rector del Pontificio Seminario Lombardo de los santos Ambrosio y Carlos.regresar
5.- A esta percepción parece haber respondido el reciente Sínodo de los obispos sobre la formación sacerdotal. No
se ha hablado de ello en forma abstracta, sino teniendo presentes -con sentido programático claramente expresado
desde la formulación misma del tema del Sínodo- "las circunstancias actuales".regresar
6.- Me refiero a una frase de don Primo Mazzolari, elegida como título de un hermoso libro del sacerdote de
Cremona: Segismondi G., La Chiesa, un focolare che non conosce assenze, Estudio sobre el pensamiento de don
Primo Mazzolari, Ed. Porziuncola 1993.regresar
8.- DELPINI M., Elogio del genere medio. E della stima, en "La Fiaccola", febrero 1991.regresar
10.- DANIELI, M., SJ, liber ¿per chi? Il celibato ecclesiastico, Bolonia 1995, 82-83.regresar