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1º examen parcial de Introducción al Pensamiento Científico (IPC)

Cátedra: Mársico

Fecha: 13/11/20

Alumno: Luis Salvador Huala Carreño

DNI: 95752378
Consigna nº 4 (Historia de la ciencia)

¿Qué diferencias pueden encontrarse entre la Edad Media y el Renacimiento a la hora


de analizar los modos transmisión y los vínculos con el conocimiento? Para esto, tenga
en cuenta, tanto los desplazamientos espaciales, como las transformaciones del modo de
hacer y entender la ciencia en cada época.

R. Para poder dar respuesta a la pregunta que plantea esta consigna se hace necesario
retomar las ideas que presenta Villoro (1992) en su texto El pensamiento moderno, en
el que para hablar de la época moderna y lo que denomina como ‘pensamiento
moderno’ remite constantemente a los grandes cambios que representó esta época
respecto a su antecesora la edad media sobre todo en lo concerniente a la visión de
ambas épocas en torno a la transmisión y los vínculos con el conocimiento.
Villoro define este pensamiento moderno como un pensamiento racional que
llega a su máxima expresión con el iluminismo del siglo XVIII, sin embargo habría
comenzado a manifestarse mediante la ruptura con la imagen medieval del mundo en el
Renacimiento y tras este quiebre la aparición de una nueva imagen sobre el mismo,
respecto al hombre y al modo de pensar a ambos. Esta nueva imagen del mundo que
plantea el Renacimiento no reemplaza completamente la visión medieval, puesto que la
mayoría de la gente seguía manteniéndola y solo el reducido grupo de humanistas son
quienes comienzan a plantear un pensamiento opuesto al medieval.
Para Villoro una de las grandes diferencias entre los modos de transmisión y
vínculos con el conocimiento en el Renacimiento y la Edad Media es la pérdida de
centro que acontece con el pensamiento moderno, puesto que en el medioevo la visión
del mundo giraba en torno a un centro que producía que tanto el cosmos como la
sociedad humana se manifestaran mediante un orden finito. En este ideal se
estructuraba una visión científica del mundo basada en la noción de un mundo sublunar
correspondiente a la Tierra, el que obedecía a las leyes físicas planteadas por
Aristóteles. Este mundo estaba rodeado por siete esferas que cada una de ellas
constituía un cuerpo celeste de los que cinco de ellas eran los planetas y las dos
restantes correspondían al Sol y la Luna. Pasada la séptima esfera sólo existía la
presencia de Dios. Vemos que esta idea daba cuenta de que el mundo físico tenía un
límite preciso y poseía un centro que era la Tierra, el cual regulaba todas las cosas, en
el que éstas tenían cada una un sitio asignado, lo que se aplicaba también a la sociedad,
la que era fuertemente jerarquizada, pues cada estamento ocupaba el lugar que le
correspondía.
El Renacimiento presenta el quiebre frente a esta arquitectura de mundo
ordenada en torno a un centro y una periferia. Hecho que aconteció a mediados del
siglo XV cuando Nicolás de Cusa plantea que la distinción entre un mundo sublunar y
uno celeste es falsa y al señalar que una única ley regiría a ambos mundos por igual,
por lo que la Tierra compartiría las mismas características que la esfera de las estrellas
fijas. El universo según la visión de Cusa sería una esfera de radio infinito en donde no
era posible ya la idea de un centro, dado que éste no podría coincidir con ningún punto
determinado, a lo que se agrega el hecho de que cualquier punto podía convertirse en
un centro. Este avance planteado por Cusa, llevará a que posteriormente Copérnico
rompa con la idea de mundo cerrado y planteé el Heliocentrismo, dando cuenta de un
mundo abierto infinito sin límites y ni centro. En cuanto al conocimiento esta idea
conducirá a que ya no se piense en conocer el lugar natural que corresponde a cada
cuerpo, sino que más bien fijar la atención en las relaciones que un cuerpo establece
con los otros.
Esta perspectiva planteará el interés por indagar por el movimiento de un cuerpo
respecto al movimiento de los otros, dando paso a la teoría mecánica de Galileo en la
que plantea que existía una simetría providencial del universo que “había nacido
gracias a una milagrosa conversión «del movimiento recto en movimiento circular, en
el que después se han mantenido» todos los cuerpos del mundo” (Redondi, 2001, p.
276), lo que lleva a Galileo a que postule la ley temporal del movimiento de caída a
partir del estado de reposo. Una ley válida tanto para los cuerpos celestes como los
terrestres. Ley que aplicó con gran énfasis como respuesta a la creación del movimiento
rotatorio de los planetas, ya que estos cuerpos errantes en un principio también se
habrían dejado caer durante un tiempo, de modo que habrían sido desplazados a sus
órbitas circulares por la fuerza divina de Dios. Se establece, entonces una gran
diferencia en el modo de conocer el mundo en ambas épocas. En la Edad media esto se
basaba en la idea de lugar, mientras que en el Renacimiento a partir de la noción de
función, en otros términos, las relaciones que rigen entre las cosas y entre los hombres.
En el Renacimiento la verdad ya no descansará en una primera certeza
adquirida, sino que será el producto de nuestra aproximación a ella, por lo que se llega
al conocimiento a partir de la observación. También la manera de conocer lo
desconocido tras los viajes de descubrimiento como el de América dio paso al
relativismo cultural, que entra en consonancia con la pérdida de centro antes
mencionada, por lo que el mundo es tan diverso e infinito que existen infinidad de
pueblos que son distintos y presentan modos culturales distintos al occidental.
En cambio, en la Edad Media, de acuerdo a Le Goff (2008), el acto de conocer
implicaba el hecho de que accedíamos a las cosas a partir de las causas de éstas,
contemplando una idea de la ciencia cercana a la visión griega de la misma. El
conocimiento era visto como un ars (un arte), es decir, como una técnica o un
procedimiento. Por lo que la transmisión de saberes se establecía a partir de las siete
artes liberales, divididas en el Trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el
Quadrivium (geometría, aritmética, astrología/astronomía y música). Respecto a la
unión entre astrología y astronomía vemos que desde el Renacimiento comenzarán a
distanciarse y la astronomía ocupará un puesto importante dentro de la ciencia,
mientras que la astrología será desdeñada por ésta.
El conocimiento científico medieval se pudo producir gracias a la contribución
greco-árabe, pues gracias a que se comenzó a estudiar la cultura árabe tras la expansión
del islamismo reingresaron a Occidente gran parte del corpus de obras de la ciencia
griega como los textos aristotélicos, los de Euclides, de Ptolomeo, de Hipócrates,
Galeno, etc. De modo tal, que los grandes avances en ciencia en la Edad Media se
deben a la cultura árabe. Asimismo, podemos señalar que para Le Goff, los verdaderos
pioneros de la renovación del corpus científico occidental medieval fueron los
traductores, pues ellos son los que traducen los tratados y las doctrinas árabes, por lo
que a partir de esta labor de traducción emergerá el canon científico occidental y de
esas traducciones surgirán las discusiones dentro de las universidades.
El modo de enseñanza dentro de las universidades consistía en el método
dialéctico de la disputatio, es decir, frente a un problema teórico o práctico se ofrecían
argumentos de autoridad y anclados en la razón y ello llevaba a la idea de que el
intelectual era un hombre de oficio que tenía como labor central la enseñanza de las
artes liberales. Como vemos la universidad será el foco de transmisión de conocimiento
en la Edad Media, por lo que la ciencia se pensará como pública y se constituirá dentro
del marco de las universidades, las que están vinculadas al mundo eclesiástico. Idea que
contrasta con el Renacimiento, en donde ésta ya no es un bien público, sino que será
algo propio de la aristocracia, lo que se manifiesta en la creación de las elitistas
sociedades científicas a las que no cualquiera podía acceder. Y en el caso de las
universidades con el Renacimiento desaparecen los universitarios de condiciones
modestas y ellos sólo tendrán acceso a la universidad si poseen un protector o mecenas,
dando paso de un intelectual orgánico (medieval) a uno humanista (renacentista).
Por tanto, podemos decir que el intelectual medieval como hombre de oficio
desaparece en el Renacimiento y el conocimiento devendrá más bien como un
privilegio o título de gloria del que son propietarios los humanistas. De este modo, en el
Renacimiento el conocimiento se transforma en una herramienta de poder, al que sólo
tiene acceso la aristocracia. A lo que se agrega que se comienza a despreciar el trabajo
manual, lo que se relaciona con la separación entre ciencia y técnica, por lo que, el
intelectual renacentista ya no surgirá del taller urbano como sucedía en el medievo,
sino que de academias cerradas, lo que se relaciona con el gran cambio social del
mundo urbano al de la corte, plasmando la distinción entre un hombre interior y uno
exterior, el primero de ellos se encierra en su torre de marfil a escribir y el segundo
responde al intelectual medieval que estaba en contacto con las masas y que promovía
el estrecho vínculo entre ciencia y enseñanza en la universidad, lo que se pierde en el
Renacimiento. Tal como vimos en la cátedra este gran cambio se debió a las
transformaciones político-sociales que comienzan a manifestarse en época renacentista,
tales como el surgimiento de la clase burguesa que es resultado de la crisis medieval en
la que tanto la iglesia como los reinos comienzan a perder su poder y ante esta
oportunidad que se le presenta los comerciantes aprovechan la situación y comienzan a
adquirir mayor poder, siendo éstos quienes comienzan a financiar a los reinos y al
papado. De forma que, este contexto explica que la universidad ya no sea el centro de
la ciencia y del conocimiento, pues con el advenimiento del poder que adquiere la clase
burguesa el conocimiento se capitaliza y se convierte en un privilegio o un tesoro al que
no todos pueden acceder y son estos burgueses los que financiaran a través del
mecenazgo la ciencia y las artes.

Referencias bibliográficas:
Le Goff, J. (2008): Los intelectuales en la edad media, Buenos Aires: Gedisa
Redondi, Pietro. (2001): “El atomismo de Galileo” en Galileo y la Gestación de
la Ciencia Moderna. Acta IX. Trad. Joaquín Gutiérrez Calderón. 1ª edición.
Fundación Canaria Orotova de Historia de la ciencia. Canarias.
Villoro, L. (1992): El pensamiento moderno. «Filosofía del renacimiento»,
México: FCE.

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