H Homenaje a Ramón Carrillo ........................................................................
D Decreto de ley 4161 del 5 de Marzo de 1956 .............................................
C Comunidad Sudamericana: entre cumbres y valles .....................................
11 11 de marzo de 1973 .................................................................................
Perón y los sindicatos. El inicio de una relación conflictiva
Torcuato S. Di Tella .....................................................................................
La transformación del justicialismo.
Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999
Steven Levitsky ...........................................................................................
IB Blumberg y Cromañón ...............................................................................
Colaboraron en esta edición:
Mario Casalla, Carlos Fernández Pardo, Mariano Fontela,
Roberto Mario Magliano, Silvio Juan Maresca
Este Boletín es una publicación del Instituto de Altos Estudios Juan Perón, creado por disposición del
Congreso Nacional del Partido Justicialista celebrado el 26 de marzo de 2004 el que aprobó la creación de una
asociación civil sin fines de lucro que actuara como órgano de capacitación y formación del Partido Justicialista.
Aspiramos a que el Instituto de Altos Estudios Juan Perón se constituya en un ámbito dedicado a la
investigación científica y doctrinaria y a la producción, sistematización y difusión de estudios, investigaciones y
documentos destinados a profundizar y perfeccionar el sistema democrático, abordar los problemas nacionales,
afianzar la justicia y la equidad social y proyectar a la Argentina en el mundo.
Para asociarse al Instituto no es necesario ser afiliado al Justicialismo. Sólo se requiere poseer título
universitario o terciario, estudios avanzados en carreras de grado, o poseer una reconocida trayectoria en el
desarrollo de tareas de índole político, social o cultural.
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6 Perón, Braden y el Fondo Monetario
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Sabemos que uno de los deportes favoritos del antiperonismo irremisible es el de tratar
de demostrar la insinceridad de Juan Domingo Perón. Podría traer a colación un sinnúmero de
versiones en que Perón aparece, para sus críticos, simultáneamente amando y odiando, alaban-
8 do y criticando, pactando en la sombra y enfrentando públicamente. De esta crítica no se han
salvado ni siquiera sus relaciones con Evita.
Pero lo que hasta el momento nadie se había animado a afirmar es que esta duplicidad
alcanzaba también a sus relaciones con Braden. Mi amigo Albino Gómez se refiere al tema en un
artículo publicado en el diario La Nación sobre la base de las versiones que le habría proporcio-
10 nado Gustavo Durán, un ex funcionario del Departamento de Estado que acompañó a Braden
durante su misión en nuestro país.
Durán sostenía entonces que el enfrentamiento público entre Perón y Braden debía ser
sólo pour la galerie, para las apariencias. Detrás de las bambalinas ambos tenían que ponerse de
11 acuerdo: “Perón en defender los intereses norteamericanos y convertirse en el hombre de los
Estados Unidos en la Argentina, y Braden en dejar librada a su suerte a la Unión Democrática,
14
con la seguridad de que el Departamento de Estado aceptaría a Perón como presidente”.
Para los que vivimos y recordamos aquellos días tumultuosos y fervorosos, la posibili-
dad de esta clase de entendimiento nos parece hasta risible. El mismo Gómez se encarga de des-
cribir el impacto popular que aparejó la consigna “Braden o Perón” difundida por el coronel en
los últimos días de la campaña y que fue uno de los factores de su victoria electoral. Así como los
duros enfrentamientos personales entre ambos.
“Se habían embestido dos elefantes, cualquiera fuese el tamaño de sus países”, escribe
Gómez. En uno de esos encuentros, Braden, furioso -Perón le había retrucado que sólo un hijo
de... podía aceptar sus proposiciones-, se retiró del despacho del coronel dejando su sombrero
en el perchero. Perón se lo hizo llegar al día siguiente. Tal vez éste sea el “entendimiento” al que
se refiere Durán.
Este personaje fue uno de los redactores del Libro Azul, un documento del gobierno de
los Estados Unidos, inspirado por Braden, que se difundió, pocos días antes de las elecciones, en
toda América Latina, y en la Argentina en el diario La Prensa. En él se recogía toda clase de infun-
dios y dicterios contra el coronel. Perón contestó con la publicación del Libro Azul y Blanco, que
todos leíamos apasionadamente.
Nada pudo detener su avance triunfal. El 24 de febrero de hace sesenta años, en eleccio-
nes libres y democráticas, Juan Domingo Perón fue ungido, por primera vez, presidente consti-
tucional de los argentinos.
En otro artículo cargado de embestidas contra los fundamentos de la lógica más ele-
mental, Hugo Gambini afirmó hace pocos días, también en el diario La Nación, que es un dispa-
rate suponer que Perón “manejaba los tiempos y empujaba o retrasaba la historia según su con-
veniencia”. Comparto el criterio. Pero leyendo con más atención, descubro que ese disparate
habría sido “siempre una verdad indiscutida para el peronismo”.
Sería interesante que Gambini explicara en qué momento y por quiénes se ha enuncia-
do semejante leyenda. Lo único que se me ocurre pensar es en una enseñanza de Perón que se
refería a la necesidad de los pueblos de “cabalgar la historia”, lo que no significa que tuviera la
máquina del tiempo, sino que suponía una actitud enfrentada a dos disposiciones igualmente
dañinas: pretender ir contra las grandes corrientes históricas o dejarse llevar, sumisa y pasiva-
mente, por ellas. Más aún, agregaba en sus clases de “Conducción política” que la verdadera
condición del estadista era anticiparse a los tiempos e insertarse en ellos, manteniendo la propia
identidad.
Según este prominente expositor del antiperonismo irremisible, Perón alentaba la
creencia en su capacidad prodigiosa resolviendo sus supuestas contradicciones con el artero
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recurso de su oratoria. El caso que utiliza para demostrarlo es el cambio de opinión respecto a la
decisión de integrar a la Argentina al Fondo Monetario Internacional, vinculado aparentemente
a otra defección mayor: su actitud ambigua respecto a Estados Unidos. Pero la única verdad es
la realidad, la que demuestran leyes y decretos, y no la interpretación antojadiza y despojada de
contexto de algunas frases sueltas. Como ya mencioné en otra oportunidad, por Decreto-Ley
3185 del 31 de enero de 1946, el gobierno “de facto” del General Edelmiro J. Farrell resolvió
adherir a las conclusiones de la Conferencia de Bretton Woods en la que se creara el FMI y el
Banco Mundial, “no obstante las restricciones para los derechos del país que, en materia finan-
ciera, estos acuerdos presuponen”.

mente dispuestos a dar la razón al Fondo,
pues tenían un fuerte interés común en con-
vertir a los políticos en demonios. Así, no fue
la inviabilidad de un régimen absurdo lo que
se demostró con el corralito, sino la maldad
congénita de un puñado de funcionarios.
Con semejante premisa, cualquier amparo
era un acto de estricta justicia, aunque agra-
vara a la vista de todos la causa que lo habría
justificado.
Tarea difícil la del político, pues
ocupa un lugar desde el que resulta casi
imposible hacer el papel de víctima. Sólo
grandes genios como Fidel Castro o Hugo
Chávez pueden a la vez hacer visible que
sufren injusticias e imponer una imagen de
autoridad. De la Rúa sólo ha logrado con-
vencer a unos pocos radicales de que fue sen-
cillamente víctima de una maniobra por
parte del peronismo en bloque que, no con-
tento con negarse a integrar alegremente
en el último minuto un gabinete coordinado
por Colombo, pareciera haber organizado
coordinadamente saqueos en el Conurbano
y hordas de manifestantes de clase media en
Plaza de Mayo.
Por eso el caso de Ibarra es más com-
plicado. Demuestra que el ejercicio de la fun-
ción pública es ya una profesión de alto ries-
go. Hoy no sólo importa actuar con respon-
sabilidad. Cada vez resulta más importante
tratar de analizar y prevenir los posibles cas-
tigos, aunque ya sea imposible prever de
dónde pueda llegar a venir el golpe.
Cualquier funcionario sabe que la concien-
cia del trabajo bien realizado de todas for-
mas continuamente estará amenazada por
la inminencia de una citación judicial o de
un escándalo mediático. Como se presume
su culpabilidad, el filtrado de una denuncia
a la prensa ya es un arma corriente en cual-
quier conflicto político, por más débiles que
puedan ser las pruebas o la falta cometida.
Mirado desde un punto de vista de
largo plazo, no importa si Ibarra fue o no cul-
pable. Lo que sí resulta relevante es que él
tenía que serlo para que otras personas
pudieran considerarse completamente ino-
centes. Su destitución no saciaba tanto la
sed de venganza como exculpaba la mala
conciencia de una responsabilidad mucho
más directa. Ante la imagen de una conjura
de coimas e intereses comerciales, poco
parece pesar el preguntarse si no era previsi-
ble la tragedia para cualquiera que conocie-
ra cómo eran esos recitales, o si los padres
de los que fueron a ese y otros recitales simi-
lares no hubieran debido prever el riesgo al
que se sometían.
¿Es casual que Callejeros haya espe-
rado a la destitución de Ibarra para decidirse
a vender entradas para su próximo recital?
Quienes integran este grupo y quienes fes-
tejaban la forma en que se usaban las ben-
galas en sus presentaciones pretenden exi-
mirse de toda responsabilidad poniéndose
en el lugar de las víctimas. ¿O es que acaso
OPINIÓ N
en un salón atestado de adolescentes no
puede uno prender bengalas para poder
sobrellevar el sin sentido de la vida cotidia-
na? Las autoridades tendrían que haber sabi-
do que esa era nuestra forma de divertirnos.
Aunque suene increíble, una de las
respuestas pretendidamente exculpatorias
más usadas fue la de afirmar que en los reci-
tales de otros grupos también había benga-
las. Esa conducta habría sido perfectamente
responsable de no haber existido una oscura
red de corrupción, maravilloso ente que lava
cualquier tipo de falta. El haberse difundido
que una puerta de seguridad se abría para
adentro sirvió para que nadie se preguntara
si de haber estado invertida igualmente
hubieran podido salir todos sanos y salvos, o
si no seguimos aún asistiendo cotidiana-
mente a espacios multitudinarios con una
seguridad igualmente precaria. La visión de
un auto chocado nos hace bajar la veloci-
dad… como mucho por diez minutos. Pero
lo curioso es que muchos argumentan como
si fuera razonable pretender andar a 200
kilómetros por hora por una ruta doble
mano y después culpar del choque al policía
que no nos puso la multa... que de todas for-
mas nos íbamos a negar a pagar.
Obviamente, no es un dato menor
la responsabilidad del Gobierno de la
Ciudad. Pero lo que resulta también eviden-
te es que la búsqueda de chivos expiatorios
sirve menos para transformar políticas que
para tranquilizar conciencias y evitar pre-
guntas molestas sobre otras responsabilida-
des tanto o más relevantes.
Eso de todas formas es indepen-
diente de los errores o faltas que pudo haber
cometido el mismo Aníbal Ibarra después
del incendio. En los últimos días perdió posi-
bilidades por obedecer impulsos ancestrales
de su condición de político. En plena crisis
de las ideologías, quiso defenderse apelan-
do a la confrontación izquierda-derecha.
Viendo que era poco creíble que sólo se lo
persiguiera por izquierdista, procuró identi-
ficarse con las víctimas del Proceso. En la
movilización de la semana anterior a la des-
titución más le hubiera servido no haber
hablado desde el palco: para su condición
de víctima parecía suficientemente contun-
dente la bendición de Estela Carlotto.
Tampoco debería haber asistido a la vota-
ción sobre su destino con esa cara de seguri-
dad, y mucho menos tendría que haberse
dejado ver cuando descubrió que le votaban
en contra: la única mirada inocente es la de
quien clama al cielo ante una injusticia.
Quien no está desesperado no es inocente.
Pero su destitución no sólo ha servido para
lavar otras culpas. Le ha dado una nueva
oportunidad para recuperarse: la de conver-
tirse a su vez en víctima de conjuras y des-
lealtades.
Mariano Fontela

Blumberg y Cromañón
De acuerdo a una curiosa lógica
dicotómica muy difundida actualmente, la
víctima no puede ser también culpable. O,
inversamente, cuando la víctima no es com-
pletamente inocente el crimen vale menos.
Por eso se prefiere que nuestros héroes
sean mártires y crecientemente hay quienes
buscan convertirse en víctimas ante la opi-
nión pública para poder reclamar privile-
gios e imponer decisiones, aun cuando
éstas puedan ser a todas luces arbitrarias o
caprichosas.
No se trata de un fenómeno exclusi-
vo de nuestro país. Pascal Bruckner demos-
tró que algunos de los más importantes
genocidios del siglo XX se iniciaron cuando
los agresores lograron forjar y difundir con
solidez su imagen de víctimas de alguna
injusticia previa. Por su parte, René Girard
postula que los linchamientos comunitarios
no sólo eran formas de recuperar la paz
social en las comunidades primitivas, en
tanto la expresión colectiva de una pasión
común sirve como instrumento de cohe-
sión, sino que además es el miedo en los
ojos de quien está a punto de ser ejecutado
lo que permite a los vengadores comprobar
que es culpable y por tanto que la lapidación
es un acto de justicia. Tal es el ansia por figu-
OPINIÓ N
duro perpetuo. En la segunda, es sinónimo
de angelismo, significa la falta de culpabili-
dad, la incapacidad de cometer el mal y se
encarna en la figura del mártir autoprocla-
mado”.
En la Argentina el fenómeno parece
tener un alcance especial. Basta con andar
unos minutos por las calles de Buenos Aires
para comprobar que todos nos considera-
mos excepciones merecedoras de un trato
especial respecto a las reglas de tránsito. En
el debate sobre nuestra deuda externa, uno
de los puntos clave consistió en determinar
si nuestro país defraudó a los acreedores o si
éstos simplemente especularon con malicia;
en el debate sobre políticas sociales, lo
determinante es saber si el desempleado es
víctima de un sistema injusto o solamente
un vago indigno de cualquier tipo de asis-
tencia.
No sólo hubo quienes lograron lan-
zar su carrera política gracias a los ultrajes
recibidos. Algunos personajes directamente
aprovechan su condición de víctimas para
imponer sus puntos de vista sobre diferen-
tes asuntos de interés público: Blumberg
logró modificar varias leyes pidiendo mano
dura y… ¡hasta nuevas reglas para la com-
pra de teléfonos celulares! Demostró por el
Pero durante el Gobierno
Constitucional que asumió en junio de
1946, el Presidente Perón envió al Congreso
un proyecto de ley el 22 de julio de 1948, por
el cual se dejaba sin efecto la adhesión a las
conclusiones de la citada Conferencia y el
consiguiente trámite de adhesión al FMI y el
Banco Mundial ya que, según dicen sus con-
siderandos que todavía son de rigurosa
actualidad, “estos organismos, mientras
conserven su actual estructura, no se hallan
en condiciones de cumplir las finalidades de
reorganización financiera internacional
para los cuales fueron creados”. El proyecto
se convirtió en Ley 13.891 del 5 de diciem-
bre de 1949. La Argentina fue el único país
latinoamericano que se mantuvo al margen
de ambos organismos hasta 1956.
Durante ese lapso el FMI siempre
mantuvo un denodado interés para que la
Argentina adhiriera a los acuerdos de
Bretton Woods, por razones estratégicas,
dado el rol que nuestro país desempeñaba
en América Latina y en el conjunto de países
del Tercer Mundo. Soy testigo de las reitera-
das visitas que hicieron sus funcionarios a
mis oficinas de la Consejería Financiera en la
Embajada Argentina en Washington, en
especial del encargado de los asuntos lati-
noamericanos, el peruano Jorge Del Canto,
para que convenciera al Gobierno Argentino
de las ventajas de adherir al Fondo. Nuestra
respuesta fue siempre la misma: su filosofía
y su práctica no se acomodaban a los intere-
ses nacionales. Por ejemplo, el sistema de
tipos de cambios múltiples vigente en nues-
tro país iba en contra del dogma del cambio
único sustentado por el FMI.
Por otra parte, las relaciones argenti-
nativas. A pesar del enfrentamiento con
Braden y de la publicación del Libro Azul,
Perón buscó un entendimiento honorable con
Estados Unidos. Éstos respondieron despla-
zando de su gobierno la influencia de Braden,
Hull y otros “halcones”. John Cabot, sucesor
de Braden, afirmó sobre el Libro Azul: “Todo
ese informe era completamente deshonesto y
terriblemente distorsionado”. Mientras tanto,
se hacían cargo de la Embajada en nuestro
país diplomáticos decididos a mejorar las rela-
ciones recíprocas, como lo fueron George
Messersmith, James Bruce, Stanton Griffis y
finalmente Albert Nufer, que desempeñaba el
cargo en septiembre de 1955. Agréguese la
visita a Buenos Aires en febrero de 1950 de
una misión estadounidense presidida por el
Secretario Adjunto para Asuntos
Interamericanos, Edward Miller, y la del her-
mano del Presidente, Milton Eisenhower, en
1953.
Para quien no ha desempeñado en
su vida funciones públicas resulta difícil
admitir que la “ética de la convicciones”
debe combinarse, a veces, con la “ética de
las responsabilidades”, como decía Max
Weber. Perón no era un irresponsable. Tenía
en claro los intereses del país. Gambini, en
cambio, parece sugerir que, fiel a algunas
frases de sus discursos, Perón hubiera debi-
do ser más coherente y decidirse a declarar
la guerra a Estados Unidos. En eso no se dis-
tingue de algunos peronistas de aquella épo-
ca, que en sorna decían que ese debía ser el
camino a seguir: seguramente hubiéramos
perdido, pero a continuación los norteame-
ricanos nos habrían otorgado un Plan
Marshall con el cual finalmente todos que-
daríamos conformes.

no-estadounidenses sufrieron diversas alter- Antonio Cafiero

rar en la lista de los desfavorecidos que
hasta los más importantes debates públicos
han usado el argumento de la primera san-
gre como eje determinante: en la disputa
sobre el aborto, la discusión suele basarse
en la cuestión acerca de si la víctima que
merece mayor atención es la mujer embara-
zada o el feto. Pero además, las víctimas más
interesantes son siempre las que nos permi-
ten condenar a nuestros vecinos. En otros
términos, la preocupación pública por las víc-
timas no es más que el reflejo del agota-
miento de la capacidad que tenían para
enfrentarnos las grandes corrientes del pen-
samiento político y social. Los noticieros por
su parte nos recuerdan cada día que el
mundo está lleno de malos.
Pascal Bruckner escribió hace unos
años: “Llamo inocencia a esa enfermedad
del individualismo que consiste en tratar de
escapar de las consecuencias de los propios
actos, a ese intento de gozar de los benefi-
cios de libertad sin sufrir ninguno de sus
inconvenientes. Se expande en dos direccio-
nes, el infantilismo y la victimización, dos
maneras de huir de la dificultad de ser, dos
estrategias de la irresponsabilidad biena-
venturada. En la primera, hay que compren-
der la inocencia como parodia de la des-
preocupación y de la ignorancia de los años
de juventud; culmina en la figura del inma-
absurdo que la víctima no puede tener más
derechos que el resto de la sociedad.
Algunos ahorristas que sufrieron el
corralito aprovecharon el bajo costo de los
dólares para comprarlos, las tasas de interés
para capitalizarlos y, acusando a los gritos a
los políticos de la caída de un sistema visi-
blemente inviable, lograron acallar las razo-
nables dudas para poder imponer amparos
que les permitieron cobrar en dólares… ¡du-
plicando nuevamente el valor de sus aho-
rros! Todo eso sin perder por un segundo su
cara de ofendidos.
De alguna manera hay que aquietar
la mala conciencia de la deserción. Tal como
comenta Silvio Maresca, la fuga cómplice
ante el horror de lo real es lo único que hoy
hace lazo “social”. Pese a que sobraban las
pruebas en su contra, el FMI pretendió des-
lindar su responsabilidad en la crisis de
2001, culpando a los dirigentes políticos
argentinos por su supuesta falta de discipli-
na. ¿Habrá que recordar además que su
argumento principal era un excesivo gasto
social? No fue para ellos una tarea difícil: al
igual que ciertos tipos de delincuentes (no
todos, obviamente), los políticos son de las
pocas personas que quedan a las que se
puede odiar públicamente sin perder la ima-
gen de respetabilidad. No faltó en la
Argentina quienes estuvieran completa-

Al cumplirse 100 años de su nacimiento, ocurrido en Santiago del Estero el
día 7 de marzo de 1906, el Poder Ejecutivo Nacional resolvió declarar el
2006 como Año de Homenaje al Dr. Ramón J. Carrillo, primer Ministro de
Salud Pública de la Nación. A continuación se transcribe su discurso al
asumir el cargo de Secretario de Salud Pública, el 19 de junio de 1946.
Al asumir el cargo de Secretario de
Salud Pública, con el rango de Ministro de
Estado, debo expresar mi profunda gratitud
al Excmo. señor Presidente de la Nación, por
haberme honrado con tal designación.
Mi agradecimiento, en este sentido
personalísimo, alcanza también por supuesto
a todos los señores Ministros, porque todos
han concurrido con su acuerdo a hacerme
objeto de una distinción tan alta como des-
proporcionada con mis merecimientos.
Pero hay aún otro concepto de orden
general, que me obliga, asumiendo circuns-
tancialmente la representación de la
Medicina Argentina y de todas sus ramas, a
referirme al Excmo. señor Presidente electo,
coronel don Juan D. Perón, a quien le corres-
ponde, en inspiración, la paternidad de esta
creación que es la Secretaria de Salud Pública,
jerarquizada en Ministerio de Estado, con lo
HOMENAJE
cual ha venido a cumplirse un unánime anhe-
lo de la clase médica, ya alentado en los tiem-
pos del primer presidente del Departamento
Nacional de Higiene, doctor Pedro Pardo, de
Penna, de Rawson, de Ayerza, de Pirovano y
de Güemes, para no hablar sino de los gran-
des precursores desaparecidos.
De ahí que toda la clase médica y
desde luego también el pueblo de la Nación,
que será el beneficiario directo de esta inno-
vación institucional, quedamos obligados
para con el líder de la Revolución del 4 de
junio de 1943, coronel Perón, por haber reco-
gido e impulsado a su realización aquel anti-
guo anhelo, que también hallara eco en
Hipólito Irigoyen, quien, con su gran sensibili-
dad para las necesidades populares, durante
su primera presidencia había encomendado
al doctor Agudo Avila la planificación del
Ministerio de Salud Pública.
La idea fracasó entonces por mira-
mientos formales derivados del enunciado
limitativo de ministerios en el texto constitu-
cional con determinación de sus respectivos
ramos, frustrándose así, paradojalmente, una
iniciativa que venía impuesta por el mismo
preámbulo de la Constitución en cuanto
declara propósito esencial de la organización
estatal el velar por el bienestar colectivo.
El P. E. de la Nación ha atendido,
pues, esa postulación constitucional, al resol-
ver, en acuerdo general de Ministros, que la
Secretaría de Salud Pública tenga el poder y
las atribuciones suficientes para estructurar la
defensa de la salud pública y propender a la
formación de un pueblo fuerte, sano y útil.
No podemos estar atentos, única-
mente, a reponer la salud de los enfermos o a
Ramón Carrillo
compensar la de los débiles, lo cual es, en
efecto, un deber del Estado y de la sociedad,
pero tanto o más imperioso es aún dedicarse
a los sanos, para su preservación y para favo-
recer su normal desarrollo.
La Secretaría de Trabajo y Previsión
ha producido ya, de su parte, el saludable
efecto de levantar el standard de vida y de
mejorar la situación de los trabajadores, que
constituyen la masa más numerosa y la más
necesitada de protección oficial.
Trabajo, vivienda y alimento sanos,
son los componentes indirectos de la salud y
de la felicidad del pueblo, y es en ese terreno
social donde la medicina está llamada a cum-
plir su papel más importante, secundando al
Estado en sus previsiones protectoras del tra-
bajo humano.
Ningún habitantes de la Nación
puede estar desamparado por el solo hecho
de carecer de recursos. El dolor y la enferme-
dad son niveladores sociales; por eso no exis-
tirá verdadera justicia social si el pobre no dis-
pone de idénticas posibilidades de curarse
que el rico, si no cuenta con los mismos ele-
mentos e igual asistencia médica que éste.
La urgencia de vigilar el caudal humano de la
Nación no es un problema sentimental, ni es
una mera cuestión de filantropía, es un impe-
rativo que resulta de la igualdad de derecho
a la vida y a la salud. La medicina, dentro de
esta concepción, adquiere su verdadero
aspecto y un nuevo sentido la acción del
médico, que debe posesionarse profunda-
mente de esta valoración de la existencia
humana, en función de la colectividad. Cada
enfermo, cada deficiencia física o mental,
cada muerte prematura es un perjuicio para
todos.
No expondré en esta oportunidad el
programa de la Secretaría, pero no puedo
menos que indicar someramente los proble-
mas de la salud pública que sólo ahora será
posible encarar, en condiciones con las que
no ha contado mi predecesor, el doctor
Viera, que tanto ha hecho, sin embargo,
entre tantas dificultades, desde el cargo de
Director General de Salud Pública.
Mantenemos todavía el régimen
individualista de la medicina que contempla
la posibilidad de resolver el caso aislado, den-
tro del binomio contractual que configuran
al enfermo por un lado y el médico por otro.
Las grandes transformaciones sociales del
mundo -y el mismo progreso de la medicina-
han impuesto la participación de un tercer
componente, la sociedad, la sociedad tan
comprometida en la realización del indivi-
duo como el mismo individuo.
El término “clientelismo”, por su
parte, proviene del derecho romano y alude
a la relación de protección que se establecía
entre un patronus y un cliente (generalmen-
te un liberto), dado que éste no podía ejer-
cer con integridad la condición de “ciudada-
no romano”. Fue una clase de relación jurí-
dico-social muy sólida y de muy buenos pro-
pósitos. En la actualidad no es más que una
palabra descalificante.
Levitsky confronta al PJ con el mode-
lo de partido político europeo y norteameri-
cano. Esto no deja ser también otro prejui-
cio. La gran mayoría de los estudios sobre
partidos políticos se remiten a Europa y a
América del Norte. El mismo autor confiesa
que “sabemos poco sobre el funcionamien-
to interno de los partidos de la región [Amé-
rica Latina]”. Si se estudiara con mayor pro-
fundidad y desprejuicio se advertiría que la
dinámica partidaria latinoamericana es muy
diferente a la europea y norteamericana. Esa
diferencia compete incluso a las estructuras
de los partidos.
Los partidos políticos tradicionales,
fundamentalmente los europeos, se carac-
terizan por un alto nivel de institucionaliza-
ción interna. Están (o estaban) más ideolo-
gizados. En relación con la ideología oficial
del partido sus miembros se mueven con
cierta rigidez, es decir, la acatan más, no
sólo supuestamente por convicción, sino
para evitar ser expulsados. En un partido
político europeo se puede (o se podía) echar
a un afiliado ante evidentes signos de hete-
rodoxia ideológica. Dan mucha importancia
a la “carrera política” dentro del partido,
como vía para acceder a los cargos públicos.
Y en general, una vez en dichos cargos, no
dejan de consultar a sus organismos parti-
darios sobre determinadas decisiones o
designaciones. Los cargos públicos se
cubren en correspondencia con el nivel que
cada uno ha alcanzado en la escala de su “ca-
rrera política”. Se intenta asegurar en la fun-
ción pública tanto la homogeneidad ideoló-
gica y programática como el reconocimien-
to y el cumplimiento de los “códigos” pro-
pios del partido. Los partidos políticos de tra-
dición europea son “burocráticos”, “forma-
les”. “rutinizados”. Pueden ser, además, par-
tidos de masas, de extracción sindical, pero
nunca “populistas”. Aparentemente no hay
“populismo” en Europa o Estados Unidos.
Únicamente en América Latina y tal vez en
alguna otra localidad tercermundista.
Sin embargo, en honor a la honesti-
dad intelectual para con nuestro académi-
co, afirma que el PJ es uno de los partidos
mejor organizados de América Latina. E indi-
ca que si los estudiosos subestimaron o sos-
layaron el tema de la organización del PJ “es
que ésta es totalmente informal”. Podemos
entonces empezar a distinguir entre organi-
zación e institucionalización. Un partido polí-
tico puede tener un alto grado de organiza-
ción y carecer de institucionalización o, por
lo menos, carecer esta última de relevancia
operativa. Levitsky caracteriza al PJ como un
partido de “organización informal” y de
“bajo nivel de rutinización”. En última ins-
tancia, dos grandes méritos, que nuestro
autor en el fondo no deja de reconocer.
¿Dónde se encuentra la verdadera
“estructura” del partido peronista? En las
unidades básicas (o sea, las casas de los pro-
pios militantes), en los clubes barriales, en
los comedores populares, en las sociedades
de fomento, en las cooperativas escolares,
en los centros de salud, en los sindicatos,
etc. A ellas se remite el autor cuando se
refiere a “organización informal” ¿Acaso los
ejemplos enumerados no son aquellas “or-
ganizaciones libres del pueblo” de las que
hablaba Perón, base y sustento real de la
Comunidad Organizada? En este contexto,
el problema “científico” de qué clase de par-
tido político es el PJ y de si es o no un partido
(como algunos reputados integrantes de la
neointelligentzia lisa y llanamente niegan, y
no por la razón de que es un “movimiento”)
debería pasar a un segundo plano. El pro-
blema “científico” del que se tendrían que
ocupar estudiosos y académicos es el de la
naturaleza y valor de la Comunidad
Organizada, el de la integración del pueblo
a través de sus “organizaciones libres” y el
de cómo hizo el peronismo para satisfacer
las necesidades de todo el pueblo. Cosa que
la institucionalización y rutinización de cual-
quier partido político está bastante lejos de
lograr.
Roberto Mario Magliano

¿Qué quiere demostrar el autor?
Que el peronismo comenzó como un parti-
do de base sindical y terminó por convertirse
en un partido clientelista. La transformación
se habría producido a partir de 1983, cuan-
do el peronismo empieza a poner los ojos en
los sectores sociales medios e independien-
tes y a relegar a los sectores obreros, para
quienes las organizaciones sindicales consti-
tuyeron siempre un instrumento, no sólo
con el que pelear las cuestiones socio-
laborales, sino también con el que tener inje-
rencia y poder políticos. El autor lo manifies-
ta claramente: “Para poder conquistar al
electorado de clase media, decían [los reno-
vadores], el PJ debía aflojar sus lazos con el
sindicalismo, abstenerse de hacer hincapié
en los símbolos y la retórica tradicionales del
partido, hacer un mejor uso de los medios
técnicos de la comunicación de masas y
abandonar su imagen autoritaria y conser-
vadora en lo social en favor de una platafor-
ma más progresista”.
El autor le achaca -injustamente- a
la Renovación este desenlace del peronis-
mo, la incorporación de la práctica cliente-
lista como estilo político y electoral pleno y
habitual. ¿En qué consistiría? Levitsky defi-
ne el clientelismo (machine politics) como
“un patrón informal de organización políti-
ca, en el cual los recursos del Estado, en espe-
cial los empleos públicos, son la principal
moneda en el intercambio político entre los
actores partidarios de mayor y menor nivel”.
En síntesis, la práctica clientelista, pri-
mero, fragmentó y debilitó la estructura polí-
tico-organizativa del sindicalismo, que fuera
el principal componente del peronismo
desde sus comienzos hasta 1983. Esa frag-
mentación demandó la búsqueda de otros
recursos para solventar económica y política-
mente la acción proselitista: “Reintegrados a
la política electoral en 1983, los dirigentes
del PJ comenzaron a buscar otras fuentes de
recursos que no fueran las sindicales y la más
importante fue el Estado”. Segundo, utilizó
métodos más “modernos” de captación de
votantes, como ser, encuestas de opinión,
consultas a expertos de marketing, uso
intensivo de los medios de comunicación
masiva, entre otros. Tercero, empleó un acei-
tado aparato político integrado por “punte-
ros” locales cooptados, quienes se ocuparían
de mantener contacto directo y permanente
con la gente y de atender sus reclamos y nece-
sidades (de alimentos, medicamentos, subsi-
dios, préstamos, trabajo, etc.), a fin de obte-
ner su adhesión y su voto.
Hasta aquí la tesis expuesta en el
libro. Tratemos de hilar un poco más fino, de
profundizar y desarmar el pensamiento de
Levitsky. Su auténtica intención es estudiar
la organización partidaria del peronismo. Su
“funcionamiento interno” explicaría las osci-
laciones que experimenta su forma de hacer
política. Los estudiosos del peronismo, seña-
la el autor, rara vez se han ocupado de la
organización partidaria como objeto de
investigación académica. Nuestro libro
toma justamente esa dirección que los estu-
diosos desechan. De esta forma se distingui-
ría del resto de la bibliografía existente y con-
tabilizaría para los estudios peronistas un
novedoso aporte. Según Levitsky el partido
peronista en sus orígenes fue tanto de base
sindical como populista. La gran diferencia
con la mayoría de los partidos europeos de
base sindical es que “sus orígenes eran
indiscutiblemente populistas”. Y aquí apa-
rece el prejuicio.
Populismo y clientelismo son, en
política, dos términos peyorativos. El térmi-
no “populismo” proviene de la literatura
política estadounidense y se refiere a los
gobiernos que toman medidas generaliza-
das en beneficio de la gente común, sin preo-
cuparse demasiado por cuidar la fuente de
su financiamiento o los méritos de quienes
las reciben. La idea que se tiene de los
gobiernos “populistas” es que son pródi-
gos, dadivosos, adictos a favorecer al pue-
blo común con incrementos salariales masi-
vos, subsidios, préstamos blandos, control
de precios o establecimiento de precios “po-
líticos”, concesiones sociales múltiples, etc.
El ejemplo paradigmático en los Estados
Unidos fue la presidencia de Andrew
Jackson, cuyo mandato se extendió por dos
períodos consecutivos entre 1829 y 1837.
Jackson culmina su segunda presidencia
con una gran crisis financiera.
El término “populismo” sólo se
puede comprender adecuadamente dentro
de la mentalidad estadounidense. En nues-
tra opinión, “populismo” se opone a “indivi-
dualismo” o, si se prefiere, a “individuo”. El
estadounidense tiene una confianza casi
absoluta en el esfuerzo individual y en la
acción por sí mismo. En otras palabras, desa-
prueba la intervención estatal. No todos
merecen ayuda, no hay que malgastar los
dineros públicos en cualquiera, menos si
son pobres. Lo que queremos decir es que
“populismo” es una terminología ajena a
nuestra manera de ver y de conceptuar las
cosas. No ser “populista” quiere decir ser “in-
dividualista” y “pragmatista”, según lo
entiende la filosofía anglosajona. El término
no puede ser aplicado gratuitamente a la
realidad política latinoamericana y argenti-
na (y por ende al peronismo), como lo ha
hecho nuestra neointelligentzia académica
nativa, de la que se nutre nuestro autor (y no
sólo él, sino también nuestra juventud uni-
versitaria). Basta repasar la bibliografía
nacional consultada para darse cuenta de
quiénes escriben y qué piensan sobre el pero-
nismo.
HOMENAJE
La desigual distribución, en indivi- la Nación y en virtud de la cual la Argentina
duos y zonas geográficas, de la riqueza, ha se ha puesto a la par de los demás países cul-
influido para que los profesionales de la medi- tos del mundo.
cina se distribuyan en forma igualmente desi- Mediante la sanción de una ley orgá-
gual, concentrándose allí donde es mayor el nica de Salud Pública y de un Código
porcentaje de habitantes capaces de pagar Sanitario, daremos oportunamente el primer
asistencia médica libremente convenida, lo paso importante hacia la unificación de los ser-
que origina una plétora profesional en la vicios médicos, que tiene que ser una obra for-
Capital Federal, por ejemplo, donde existe un zosamente lenta, paulatina y llevada adelante
médico cada 381 habitantes contra un médi- sin apresuramientos y sin improvisaciones.
co cada 4.350 en el interior de la República. Entiendo que el personal técnico
debe escalafonarse en forma tal de obtener
La medicina curativa de las clases no
pudientes, en virtud de ese régimen indivi- su dedicación total a las tareas especializadas
dualista tradicional, se funda principalmente que son específicas de esta repartición. El per-
en el principio de la caridad cristiana, base sonal auxiliar y obrero -que por la índole de
sentimental que resulta ya anacrónica, su trabajo está expuesto a riesgos muy
socialmente insuficiente y moralmente dis- serios- debe también escalafonarse con un
minutiva de la personalidad humana. La cari- criterio amplio y generoso, pues su colabora-
dad es una virtud cristiana admirable, pero ción tiene un valor inapreciable para los ser-
no puede ser la base de una doctrina para el vicios.
gobierno de la salud pública. La revolución argentina ha venido en
En cuanto a la medicina preventiva, esta como en otras materias, a poner por
ella sólo beneficia hoy por hoy a muy peque- obra el pensamiento de los constituyentes de
ños núcleos de población, siendo así que 1853, tan pródigo en previsiones que duran-
debe dirigirse a las grandes masas humanas y te largos años fueron una vana promesa para
sus destinatarios.
actuar permanentemente en su mismo
He ahí una continuidad ideal, que la
medio.
La solución de estos problemas historia destacará cuando se escriba la pági-
requiere un plan racional y la acción exclusiva na de estos días apasionados; apasionados,
de un organismo estatal poderoso. porque una gran pasión ha encarnado en un
Así lo han entendido los países más hombre que quiere servir abnegadamente a
adelantados de Europa y América, que cuen- su pueblo.
tan con Ministerios de
Salud Pública desde
hace mucho tiempo:
Inglaterra y Canadá
desde 1919, Francia
desde 1920, Chile desde
1924, Ecuador desde
1930, Colombia desde
1931, Alemania, Brasil y
Méjico desde 1934,
Costa Rica desde 1936, y
poco más tarde
Paraguay, Perú, Turquía,
Uruguay, Venezuela,
etc.
Estas referen-
cias bastan, por sí mis-
mas, para justificar de
sobra la medida que ha
tomado el gobierno de

Decreto de ley 4161 del 5 de Marzo de 1956
El 5 de marzo se cumplieron 60 años del Decreto Ley 4161 de la
Revolución Libertadora, que sabía muy bien que su labor no
estaría completa si no borraba de la faz de la tierra al peronismo
hasta en sus aspectos culturales.
Prohibición de elementos de afirmación ideológica o de
propaganda peronista. Publicado en el Boletín Oficial
del 9 de marzo de 1956
Visto
el Decreto 3855/55 por el cual se disuelve
el Partido Peronista en sus dos ramas en virtud de
su desempeño y su vocación liberticida, y
Considerando:
Que en su existencia política el Partido
Peronista, actuando como instrumento del régi-
men depuesto, se valió de una intensa propagan-
da destinada a engañar la conciencia ciudadana,
para la cual creó imágenes, símbolos, signos y
expresiones significativas, doctrina, artículos y
obras artísticas.
Que dichos objetos, que tuvieron por fin
la difusión de una doctrina y una posición política
que ofende el sentimiento democrático del pueblo
Argentino, constituyen para éste una afrenta que
es imprescindible borrar, porque recuerdan una
época del escarnio y de dolor para la población del
país y su utilización es motivo de perturbación de
la paz interna de la Nación y una rémora para la
consolidación de la armonía entre los Argentinos.
Que en el campo internacional, también
afecta el prestigio de nuestro país porque esas doc-
trinas y denominaciones simbólicas, adoptadas
por el régimen depuesto tuvieron el triste mérito
de convertirse en sinónimo de doctrinas y denomi-
naciones similares utilizadas por grandes dictadu-
ras de este siglo que el régimen depuesto consi-
guió parangonar.
Que tales fundamentos hacen indispen-
sable la radical supresión de esos instrumentos o
de otros análogos, y esas mismas razones impo-
nen también la prohibición de su uso en el ámbito
de las marcas y denominaciones comerciales,
donde también fueron registradas con fines publi-
citarios y donde su conservación no se justifica,
atento al amplio campo que la fantasía brinda
para la elección de insignias mercantiles.
Por ello, el Presidente Provisional de la
Nación Argentina, en ejercicio el Poder Legislativo,
decreta con fuerza de ley
Art. 1º. Queda prohibida en todo territorio de la
Nación:
a) La utilización, con fines de afirmación
ideológica Peronista, efectuada públicamente, o
propaganda Peronista, por cualquier persona, ya
se trate de individuos aislados o grupos de indivi-
duos, asociaciones, sindicatos, partidos políticos,
sociedades, personas jurídicas publicas o privadas,
de las imágenes, símbolos, signos, expresiones sig-
nificativas, doctrina, artículos y obras artísticas,
que pretendan tal carácter o pudieran ser tenidas
por alguien como tales, pertenecientes o emplea-
dos por los individuos representativos u organis-
mos del Peronismo.
Se considera especialmente violatoria a
esta disposición la utilización de la fotografía,
retrato o escultura de los funcionarios Peronistas o
sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el
nombre propio del presidente depuesto, el de sus
parientes, las expresiones “peronismo”, “peronis-
ta”, “justicialismo”, “Justicialista”, “tercera posi-
ción”, la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el
régimen depuesto, las composiciones musicales
“Marcha de los Muchachos Periodistas” y “Evita
Capitana” o fragmentos de las mismas, y los dis-
cursos del presidente depuesto o su esposa, o frag-
mentos de los mismos.
b) La utilización de las personas y con los
fines establecidos en el inciso anterior, de las imá-
genes, símbolos, signos, expresiones significati-
vas, doctrina, artículos y obras artísticas que pre-
tendan tal carácter o pudieran ser tenidas por
alguien como tales creados o para crearse, que de
alguna manera cupieran ser referidos a los indivi-
duos representativos, organismos o ideología del
Peronismo.
c) La reproducción de las personas y con
los fines establecidos en el inciso a), mediante cual-
quier procedimiento, de las imágenes, símbolos y
demás objetos señalados en los incisos anteriores.
Art. 2°. Las disposiciones del presente decreto-ley
se declaran de orden público y en consecuencia no
podrá alegarse contra ellas la existencia de los
derechos adquiridos.
Caducan las marcas de industria, comer-
cio y agricultura y las denominaciones comerciales
o anexas, que consistan en las imágenes, símbo-
los, y demás objetos señalados en los incisos a) y b)
del artículo 1º.
Los Ministerios respectivos dispondrán
las medidas conducentes a la cancelación de tales
registros.
Art. 3°. El que infrinja el presente decreto- ley será
penado:
a) Con prisión de treinta días a seis años y
multa por m$n 500 a m$n 1.000.000.
b) Además, con inhabilitación absoluta
por doble tiempo del de la condena para desem-
peñarse como funcionario público o dirigente polí-
tico o gremial.
c) Además, con clausura por quince días,
y en caso de residencia, clausura definitiva cuando
se trate de empresas comerciales.
Cuando la infracción sea imputable a
una persona colectiva, la condena podrá llevar
como pena accesoria la disolución.
Las sanciones del presente decreto-ley
será refrendado por el Excmo. Señor vicepresiden-
te provisional de la Nación y por todos los minis-
tros secretarios de Estado en acuerdo general.
Art. 4°. Comuníquese, etc.
Aramburu-Rojas-Busso-Podestá Costa-Landaburu
Migone-Dell' Oro Maini-Martínez-Ygartúa-
Mediondo-Bonnet-Blanco-Mercier-Alsogaray-
Llamazares-Alizón García-Ossorio Arana-Hartung-
Krause.
breve e ilustrativo de historia contrafáctica:
la percepción de amenaza que hacia el año
1943 infundía el comunismo como “revolu-
ción probable”, en parecidos términos a lo
ocurrido en el caso boliviano o chileno, en
donde diferentes combinaciones habían cor-
porizado esa amenaza. Di Tella no desarrolla
la lógica de este modo de historizar en
retrospectiva, pero coincide en el hecho
que, en sí misma, la “posguerra” se presen-
taba cargada de peligros. No desde luego,
porque la izquierda hubiera podido dirigir
un proceso de movilización popular. En rea-
lidad el peligro que veía Perón en la posgue-
rra era el de una escalada de las potencias
vencedoras contra un país como la
Argentina, que a fin de cuentas hasta
comienzos de 1945 había sido un neutral
poco confiable y desde entonces un aliado
tardío. Este punto no carece de interés con
relación al tema tratado por Di Tella: la
estructura sindical bajo dirección socialista
se apoyaba en aliados internacionales que
influyeron en el apoyo al embajador nortea-
mericano Braden en 1945, en nombre tam-
bién ellos de la democracia sindical y la con-
ciencia de clase.
Puesto que Di Tella conoce bien el
proceso político latinoamericano, en esta
obra ha conseguido lo que pocos investiga-
dores lograron antes que él, o sea, conside-
rar en forma comparativa la dinámica sindi-
cal argentina con relación a lo acontecido en
Brasil, Chile o México. Sin duda es un recur-
so valioso a fin de comprender la particulari-
dad, no ya del conflicto social e industrial en
La transformación del justicialismo
Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999
Buenos Aires, Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2005, 387 páginas
Los trabajos de investigación sobre
el peronismo hechos por autores estadouni-
denses tienen el mérito de ser confecciona-
dos con rigor científico. Utilizan una metodo-
logía de excelencia, recurren a fuentes de pri-
mera mano, demuestran idoneidad en el uso
de métodos cuantitativos, hacen muchas
entrevistas a personalidades destacadas e
influyentes, confeccionan estadísticas, cua-
dros comparativos, pasan un buen tiempo
en el país, etc. Saben juntar información y
dónde conseguirla. Pero fallan en el análisis
cualitativo, en el contenido, en la lectura e
interpretación de su objeto de estudio.
nuestros países conforme a su tipo de desa-
rrollo, sino también la singularidad de su
propio origen y modos de transición al sindi-
calismo.
Pero resulta poco sostenible aceptar
que el rol de los comunistas en esa época fue
infravalorado, “ignorando el importante
peso que esa ideología estaba adquiriendo
en el medio popular”. Con todo, es mucho
menos plausible, a la luz de las evidencias
históricas, admitir que lo que era “foráneo”
en la Argentina, como sostiene Di Tella, “no
era la ideología, sino la misma condición
extranjera de la gran parte de la militancia y
del ambiente tradicional en los lugares de
trabajo, que por diversas razones estaba
cambiando radicalmente”. Un razonamien-
to circular que en todo caso separa lo que
los hombres piensan de lo que los hombres
son realmente. O directamente un absurdo,
como sería esperar que una población
extranjera tuviera una conciencia nacional
de su propia situación.
Pero Di Tella está en lo cierto al pla-
near reparos a la tesis de una continuidad
entre el “viejo sindicalismo” y su trasvasa-
miento hacia el nuevo modelo de integra-
ción sociopolítica. Contrariamente a las tesis
de Torre o Portantiero, sostiene que, lejos de
tratarse de dos actores sociales autónomos,
se habría producido una cooptación de algu-
nos dirigentes tradicionales, en su gran
mayoría procedentes de la corriente sindica-
lista o, en algunos casos, socialista.
Carlos Fernández Pardo
Steven Levitsky
El libro que nos toca reseñar en
esta oportunidad pertenece a un egresa-
do de la Universidad de California-
Berkeley y docente e investigador de la
Universidad de Harvard. La obra es pulcra
y académicamente impecable. Sin embar-
go -nos parece-, para explicar la naturale-
za del peronismo y del PJ queda atrapada
desde su inicio en un esquema conceptual
que a esta altura resulta un prejuicio. Y
como todo prejuicio impide ver con clari-
dad la realidad de las cosas. Cuando no
facilita la deliberada intención de ocultar
la verdad.

El inicio de una relación conflictiva
Buenos Aires, Ariel Historia, 2003, 474 páginas
He aquí el resultado de por lo menos
tres décadas de indagación en torno a los orí-
genes del peronismo y, sobre todo, de las
relaciones y precedentes que el historiador
suele hallar entre la novedad y el pasado.
Peronismo y sindicatos han sido una
relación constitutiva y dialéctica de dimen-
siones sociales y políticas a la que se han
dedicado numerosos trabajos de investiga-
ción. En este caso Di Tella ofrece una genero-
sa trayectoria documental que pone al servi-
cio de un enfoque teórico preciso y directa-
mente planteado como marco. En cierto
modo, renueva el argumento tradicional del
antiperonismo sobre la autonomía obrera,
la libertad sindical y la verdadera entidad del
sindicalismo anterior a Perón. Pero si hemos
de leer aquella tradición organizativa a la luz
del conflicto político nacional, el sindicalis-
mo preperonista resulta un constructo
sociológico que, a decir verdad, carece de
importancia en términos de la cultura y la
práctica sindical de los trabajadores argenti-
nos. Lamentablemente, se trata de un perío-
do de acción programática en el terreno
laboral completamente superada teórica y
prácticamente por el sindicalismo peronista
post 1945. En los hechos, también lo fue por
la política social justicialista.
Es cierto que la relevancia de un
determinado campo de estudio queda fuera
de discusión en el nivel de la actividad aca-
démica. No lo es menos el hecho que la
curiosidad intelectual es recomendable en
todo los casos, porque sin tal motivación, la
búsqueda de la verdad se inhibe y la activi-
dad científica se ve frustrada. Pero su signifi-
cado político es algo diferente. Perón y los
sindicatos es un libro político y leerlo de ese
modo rinde sus frutos.
Di Tella es sincero cuando reconoce
la prioridad de la tesis de Gino Germani refe-
rida a la “disponibilidad” y a la “baja autono-
mía” de las masas en el apoyo a Perón y, con
ello, la instalación de un modelo vertical de
conducción y organización del sindicalismo.
Si bien su estudio está referido tan sólo al
vínculo de Perón con el movimiento obrero
entre 1943 y 1946, no cabe duda que abre el
campo para inferir su valoración de las trans-
formaciones que conoció el país en todos los
órdenes de la vida nacional entre 1945 y
1955. En tal sentido cabe preguntarse: ¿qué
debe el sindicalismo nacional de masas a los
precedentes organizativos “ideologistas”, ya
sean el socialdemócrata, el leninista o el anar-
quista? Nada. Para el caso hay que señalar
que las consideraciones sociológicas del
famoso documento de Victorio Codovilla
Torcuato S. Di Tella
Perón y los sindicatos
Hay que batir al naziperonismo del 1946 con-
tiene tesis que Germani no habría rechazado
del todo, porque el sociólogo italiano pro-
longó en el estudio del peronismo su comba-
te antifascista personal.
Pero tanto en Germani como en el
propio Di Tella lo que destaca es la lamenta-
ción que clama al cielo porque en la
Argentina el populismo vino a ocupar el sitio
“de lo que sería un movimiento laborista o
socialdemócrata -o de un partido como el
Demócrata norteamericano- si las condicio-
nes económicas y culturales estuvieran más
maduras”.
La movilización de las masas, sin
experiencia de organización, conllevó una
puesta en disponibilidad, que es una cate-
goría precisamente utilizada por Germani
que sirve para racionalizar la célebre metá-
fora del legislador Radical Ernesto
Sanmartino cuando se refería a la moviliza-
ción social y política de los trabajadores pero-
nistas calificándola de “aluvión zoológico”.
En los Capítulos I y II el autor desa-
rrolla un análisis de los modelos organizati-
vos en las clases populares bajo el predomi-
nio de una orientación “pragmática”, dete-
niéndose menos en la consabida “concien-
cia de clase” que en la construcción social de
la realidad política desde las “mentalida-
des”. El Capítulo II pone en juego un aspecto
del argumento central de Di Tella, como es el
de la existencia de elites anti statu quo. La
importancia de la combinación de estas eli-
tes como fracciones del bloque dominante
con una masa en estado de movilización
social es lo que define al populismo clásico.
La vinculación carismática resultaría ser, por
último, el nexo funcional para la realización
del proyecto político.
El Capítulo III ofrece una rica des-
cripción que no prescinde del trazado bio-
gráfico de numerosos personajes como así
tampoco de la descripción del marco regio-
nal de las relaciones laborales. En el análisis
de Di Tella la heterogeneidad de la clase obre-
ra se revela como una asunción analítica que
resulta central para su propósito. Por otra
parte, esta categoría preside la descripción
socioeconómica de las ramas de actividad y
sus tipos de organización particular en las
secciones que siguen.
Sin duda que para una obra extensa
como es el caso de Perón y los Sindicatos se
impone un cierre en la forma de conclusio-
nes. A nuestro entender, Di Tella cumple ese
propósito en el Capítulo 11 titulado,
Copamiento del Movimiento Obrero. En el
comienzo el autor se detiene en un ejercicio
Comunidad Sudamericana:
A veces las metáforas geológicas sir-
ven para pensar la política. La flamante
Comunidad Sudamericana de Naciones -
lanzada desde las milenarias alturas de
Cuzco- atraviesa ahora su primer valle. Estos
suelen ser lugares de más reparo y acogedo-
res que las altas cumbres, pero a veces su tra-
vesía puede ser larga y difícil. Son aquellos
“valles de lágrimas” de los que tanto hablan
la literatura y la historia. Y hay que saber atra-
vesarlos, porque de nada sirvió haber escala-
do la cumbre si luego no podemos atravesar
el valle. Y sin la travesía de ese llano, tampo-
co habrá una nueva cumbre que incite real-
mente nuestra imaginación y justifique un
esfuerzo adicional. Es entonces cuando sue-
len ocurrir algunas de estas dos cosas: o
impotentes nos empantanamos en el valle
(entre cumbres que se han transformado en
murallas); o alentamos la falsa ilusión de
potenciales cargadores que harán el esfuer-
zo por nosotros.
Después del éxito de la reciente cum-
bre de Cuzco, la flamante Comunidad
Sudamericana de Naciones atraviesa ahora
el desafío de su primer valle. Y si bien no
podría hablarse ya de un “valle de lágrimas”,
resulta evidente que el llano del Mercosur y
la pampa elevada del Pacto Andino no son
precisamente terrenos libres de turbulencias
y vientos encontrados. Si la altura de Cuzco
enfermó a más de uno, el nivel del mar no los
mejorará de inmediato. Como siempre,
antes de la medicina lo mejor es un buen
diagnóstico. Me parece que la primera pre-
gunta que es necesario hacerle a los padres
(ya que la criatura es todavía demasiado
joven como para responder por sí misma), es
acerca de la naturaleza de lo que han creado.
Es cierto, la han bautizado y ya tiene nom-
bre, ¿pero qué es esta Comunidad
Sudamericana de Naciones que acaba de
nacer? ¿Acaso la sumatoria del Mercosur
más el Pacto Andino -por consiguiente una
unión aduanera y una asociación más
amplia, pero siempre de naturaleza funda-
mentalmente económica- o es algo más? Y
en este caso, ¿qué más? La cuestión no es
retórica, ni de nombres, sino fundamental
para que la criatura comience a andar y lo
haga por un determinado lugar (¿valle de
lágrimas o travesía para juntar fuerzas y vol-
ver a subir?).
Esta alternativa es expresada por los
protagonistas en público y en privado- con
diferentes nombres y polémicas. Primero fue
el nombre (¿unión o comunidad?); ahora,
¿cómo institucionalizarla? ¿Creando orga-
nismos nuevos, recreando los que están,
mirando a Europa, recordando la OEA, etc.,
etc.? Nada es sencillo ni rápido, pero “relle-
nar” con materia el gesto simbólico del tem-
plo de Koricancha es el desafío de este pri-
mer valle.
Y como se trata de materia opina-
ble, vale la pena ejercer el compromiso inte-
lectual de hacerlo. Me parece que si la fla-
mante Comunidad Sudamericana de
Naciones es nada más que el Mercosur
ampliado y eventualmente reunido con el
Pacto Andino, se habrá creado una institu-
ción esencialmente económica que hereda-
OPINIÓ N
entre cumbres y valles
rá, por supuesto, los inocultables problemas
(y parálisis) del uno y del otro. Para decirlo en
una síntesis: será lo mismo, pero más
amplio. Una fuga hacia delante, más que
una salida del laberinto en que nos halla-
mos.
Otro sería el cantar si la pensáramos
como una institución esencialmente política.
Entonces la Comunidad no sería simplemen-
te el nombre futuro del Mercosur más el
Pacto Andino, sino algo más: afectaría no
sólo a nuestros estómagos, sino también
nuestras cabezas y nuestros valores. Mejor
aún, le pondría más inteligencia a la fatigosa
discusión de los bolsillos. Claro que para ello
habrá que repensar el sentido profundo de
la desprestigiadísima palabra política. No se
tratará en este caso de la política que se hace
cuando no se puede avanzar en el terreno de
los negocios (una suerte de entretenimiento
“superestructural”, como decía el viejo mar-
xismo); ni tampoco de la política entendida
como “continuación de la guerra por otros
medios” (Clausewitz, dixit). ¡Para eso ya
están el Mercosur actual y el Pacto Andino,
con sus guerras sectoriales, batallas cuasi
semanales y treguas diplomáticas cuando la
sangre amenaza con llegar al río! Es aquí
donde acude a mi memoria una hermosa
metáfora de Hannah Arendt: “la política es el
arte de hacerlo todo de nuevo”, escribía esta
inquietante pensadora judía-alemana, entre
la barbarie del holocausto y las ruinas de los
bombardeos aliados. Si el gesto de Cuzco
tiene un sentido, no es para prolongar lo que
ya hay, ni para entretenerse entre ronda y
ronda de negocios, sino para plantear una
salida del laberinto. Y, como recordaba nues-
tro muy criollo Leopoldo Marechal, “de todo
laberinto se sale por arriba”.
O la Comunidad Sudamericana de
Naciones es y se organiza como ese “arriba”
(político) del laberinto (económico), o será a
mediano plazo un nuevo problema. ¡Otra
cumbre más para fastidio de los presidentes
y preocupación de los médicos presidencia-
les! Me parece que la recién nacida
Comunidad Sudamericana de Naciones
debería comportarse como “valle” (prote-
giendo y resguardando lo común, lo políti-
co, el hogar , el oikos, la economía en su sen-
tido más prístino), antes que como “cum-
bre”. Sólo así las previsibles turbulencias de
las alturas serán compensadas con la opor-
tuna calma de los valles; sólo así este
Mercosur ampliado tendrá -cada vez que
todo parezca perdido- una suerte de “pres-
tamista de última instancia”: la sabiduría de
los estados, por sobre (o debajo) de la ratio
naturalmente guerrera de sus socios comer-
ciales. Si hay algo que aprender de la vieja
Europa, es precisamente esta lección de sabi-
duría. Claro que esto supone también un
duro aprendizaje local: presidentes que se
comporten como estadistas, sociedades que
vuelvan a respetarlos y hombres de negocios
con bolsillos y cabezas. Difícil, pero no impo-
sible. Pero, ¿no es mejor correr el peligro de
errar en lo grande, que volver a acertar en lo
pequeño? Lo primero deja esperanza, lo
segundo no.
Mario Casalla

Exposición del 14 de marzo de 2006 en el acto conmemorativo
organizado por la Secretaría de Organización del Partido
Justicialista de la Ciudad de Buenos Aires, a cargo de Kelly Olmos.
Participaron del panel Fermín Chávez y Mario Casalla.
Nadie duda de que el 11 de marzo
de 1973 se produjo en nuestro país un ver-
dadero acontecimiento histórico. Luego de
dieciocho años de proscripción, persecu-
ción, represión, cárceles, muerte, el peronis-
mo accedía nuevamente al gobierno en elec-
ciones libres, impulsado por un formidable
torrente popular. Finalizaba así un largo peri-
plo cuyo punto de partida simboliza bien el
tristemente célebre Decreto 4161, dictado
hace justo cincuenta años.
¿Qué había sucedido? ¿Cómo
entender que un movimiento expulsado vio-
lentamente del poder dieciocho años antes
y combatido de ahí en más sin piedad ni des-
mayo en carne y espíritu obtuviera semejan-
te victoria, inesperada para sus adversarios
hasta poco tiempo antes?
No es fácil explicar los hechos histó-
ricos. A las traiciones de la memoria -
acosada por el olvido, artista, siempre falaz-
y a la parcialidad de los testimonios y docu-
mentos disponibles se añade la subjetividad
OPINIÓ N
de quien rememora y reconstruye y la
influencia insoslayable de los tiempos pre-
sentes. Mucho más difícil en nuestro caso,
esto es, en el caso de un movimiento políti-
co, social y, en definitiva, existencial que
sigue vivo, que impera sin solución de conti-
nuidad desde su nacimiento, allá por 1945,
hasta nuestros días. Es más, que hoy es de
nuevo gobierno y que tiene otra vez en sus
manos gran parte del destino de la Nación.
El peronismo tiene un pasado pero
no es pasado. No es algo acabado, conclui-
do. Todos los acontecimientos que lo confi-
guran están pues en cierta forma presentes
al mismo tiempo, siguen produciendo efec-
tos.
Quiero decir que cualquier referen-
cia a acontecimientos históricos propios rea-
lizada desde el interior de este organismo
vivo que es el peronismo, se transforma
inmediatamente en un ejercicio de autorre-
flexión y pone en juego el todo de su histo-
ria. Historia que prácticamente coincide con
la historia argentina de los últimos sesenta
años. Que es la historia del peronismo y, por
cierto, del anti-peronismo, cuya sola deno-
minación muestra sin embargo a las claras
su intrínseca dependencia del peronismo.
Prolongada partida de ajedrez donde el anti-
peronismo siempre jugó con las negras.
A estas dificultades o, si se prefiere,
peculiaridades, se suma el hecho de que
poco y nada ayudan a este proceso de auto-
11 de Marzo de 1973
comprensión las investigaciones académi-
cas, pomposamente autotituladas científi-
cas. En ellas, el peronismo constituye un
mero objeto de estudio, siempre abordado
desde una racionalidad ajena y con catego-
rías que le son completamente inadecua-
das. Al tradicional ensayo de encorsetarlo
dentro de los regímenes autoritarios de dere-
cha, como una suerte de fascismo criollo, se
suceden hoy los intentos de comprenderlo
como un populismo de izquierda, echando
mano a una categoría relativamente anti-
gua de las ciencias sociales de origen esta-
dounidense, remozada a través de apelacio-
nes a Gramsci y a Lacan. Me refiero, por
ejemplo, a Laclau.
Lo que no se entiende, lo que
muchas veces el mismo peronismo no
entiende, es que él posee su propia raciona-
lidad que, con palabras de Graciela Maturo,
podemos llamar mestiza, racionalidad que
proviene de lo más hondo de nuestras raíces
histórico-culturales. El proyecto de la
Comunidad Organizada es la concreción
política, jurídica, social, económica, cultu-
ral, educativa, científico-tecnológica, en fin,
institucional, de esa racionalidad mestiza.
Lo que el 11 de marzo de 1973
triunfó en las urnas, lo que a partir de allí
vuelve una y otra vez a la superficie a pesar
de los errores e inconsecuencias, pérdidas
circunstanciales de rumbo y demás, es esta
racionalidad mestiza, el intento de construir
una realidad diferente, una modernidad
alternativa exenta de los males que llevaron
a Europa a devorarse a si misma en dos gue-
rras insensatas y criminales para después
sumirse en el Nirvana de un consumismo
anestesiante.
El 11 de marzo de 1973 el peronis-
mo reconquistaba el poder -o al menos el
gobierno-, se ponía en condiciones de reto-
mar el rumbo perdido dieciocho años atrás.
La miopía del antiperonismo, su incapaci-
dad de comprender la imposibilidad de erra-
dicar al peronismo, de borrar de la memoria
colectiva la huella de la experiencia de aque-
llos años de grandeza y felicidad, había con-
tribuido no poco al éxito. Pero el peronismo
-hay que decirlo- accedía al gobierno atrave-
sado por inquietantes contradicciones inter-
nas, algunas de las cuales amenazaban ser
explosivas.
Dieciocho años de proscripción y
lucha sin cuartel, la violencia cotidiana, la
lejanía del líder, los cambios económicos y
sociales, la prédica constante y excluyente
del país blanco y bien pensante -practicada
con mayor o menor intensidad pero sin inte-
rrupciones desde 1945 hasta nuestros días-,
habían producido sus efectos. El fenómeno
quizá más significativo -tan halagüeño
como preocupante- era la incorporación
masiva al movimiento de la juventud de
clase media, de origen antiperonista.
Incorporación que en muchos casos tuvo un
carácter efímero y fue seguida de un desen-
canto pernicioso.
Pero los episodios que se sucedie-
ron a partir del 11 de marzo de 1973 no
difieren demasiado, después de todo y cam-
biando lo que haya que cambiar, de los que
se registraron en otros procesos de libera-
ción nacional ocurridos por esos años.
Pensemos en Argelia, Vietnam o Irán. Una
cosa es cuando se lucha contra el opresor,
otra cuando logra derrotárselo. Las contra-
dicciones que se mantenían latentes en vir-
tud de la lucha contra el enemigo común
suelen estallar con la conquista del poder.
Sin embargo, el 11 de marzo se
había triunfado y se había dado el paso deci-
sivo para alcanzar el objetivo que había sido
el anhelo de toda una generación: el retorno
de Perón a la patria. Cámpora al gobierno,
Perón al poder; ésa era la consigna que sin-
tetizaba dieciocho años de lucha, años
poblados de heroicidades y sacrificios hoy
casi inimaginables aunque también -se
impone reconocerlo- por bajezas y traicio-
nes, como sucede en todos los procesos
revolucionarios, cuyos actores son hombres
y mujeres y no ángeles.
Porque eso significaba el retorno de
Perón: reanudar desde el poder la transfor-
mación revolucionaria abortada el 1955.
Revolución que no obedecía al modelo fran-
cés ni al norteamericano pero tampoco al
soviético o al chino, por más simpatía que
Perón manifestara hacia Mao Tse Tung y su
pueblo. Revolución que consistía funda-
mentalmente en reemprender la construc-
ción de una comunidad profundamente
disociada ahora a raíz de los largos años de
guerra civil.
Sabemos que pasó después y como
terminaron las cosas en 1976. ¿Termina-
ron? Evidentemente, no. Fracasó el esfuer-
zo supremo, llevado a cabo entre 1976 y
1983, por borrar, esta vez sí, al peronismo
de la faz de la Tierra, mediante el asesinato
masivo y sistemático de sus militantes, la
destrucción del país industrial y de todo lo
que evocase de cerca o de lejos la revolución
justicialista.
Lo cierto es que Perón, viejo y enfer-
mo, que se reservaba el papel de garante de
la revolución, de conductor estratégico, se
vio obligado merced a las profundas divisio-
nes que aquejaban al movimiento a hacerse
cargo de la presidencia de la Nación, desde
la cual comenzó a implementar, con las debi-
das actualizaciones, su proyecto de siempre:
la Comunidad Organizada. Los tiempos no
le dieron. Apenas ocho meses de gobierno
no eran suficientes para reencauzar una
sociedad desquiciada y sacudida por una ola
de violencia que se autopotenciaba día a
día, en una dinámica demencial que parecía
OPINIÓ N
incontenible y a la cual era ajena la inmensa
mayoría de pueblo.
Además de la obra de gobierno y de
los esfuerzos casi desesperados por mante-
ner la unidad del movimiento, preocupa-
ción central de Perón durante esos meses
fue formular su legado político, como lo tes-
timonia fehacientemente la rigurosa y bri-
llante investigación llevada a cabo por Oscar
Castellucci, publicada a fines del año pasado
por la Comisión en cargada por ley de reali-
zar una edición crítica de las obras de Juan
Perón. La investigación de Castellucci figura
como estudio introductorio a la edición del
Modelo argentino para el proyecto nacio-
nal, que no otro fue el fruto de aquella preo-
cupación de Perón por fijar por escrito sus
ideas políticas.
El Modelo…, lamentablemente no
consultado por los políticos del peronismo
con la asiduidad que sería de desear, es
quizá el producto más genuino y rescatable
de aquella etapa turbulenta que le tocó vivir
al movimiento desde el 11 de marzo de
1973 hasta su caída poco honrosa en marzo
de 1976.
El Modelo…no es, en síntesis, sino
la reiteración del proyecto del 49, enriqueci-
do por la experiencia y la reflexión de veinti-
cinco años. En esencia, la idea de la
Comunidad Organizada es simple. La
Comunidad Organizada no es de izquierda
ni de derecha pues no obedece al devenir de
la historia europea tal como ésta se desen-
volvió después de la Revolución Francesa. En
la política arquitectónica de Perón -más cer-
cana a Aristóteles que a Hobbes, Locke o
Rousseau- los partidos políticos, plenamen-
te reconocidos, no desempeñan sin embar-
go el rol protagónico en la vida comunitaria;
menos aún en términos de una lucha dialéc-
tica entre derechas e izquierdas. El proyecto
de la Comunidad Organizada apuesta fun-
damentalmente a las fuerzas creadoras,
constructivas e integradoras que alientan en
el seno del pueblo, tanto o más poderosas
que las fuerzas disociadoras que, como es
obvio, también existen y actúan y son pro-
movidas sistemáticamente -a sabiendas o
no- por los enemigos del pueblo.
La mejor prueba de la existencia de
esas fuerzas constructivas es la recuperación
que ha experimentado el país después de la
crisis de fines del 2001. Lo sucedido desde
enero de 2002 hasta hoy muestra que cuan-
do los gobiernos atienden a esas fuerzas y
las promueven como corresponde, éstas se
ponen inmediatamente en marcha.
Ojalá seamos capaces de persistir
en la apuesta a esas fuerzas constructivas,
creadoras, integradoras. ¿Por qué no redo-
blar incluso la apuesta? La fórmula es senci-
lla: actuar con oído atento, con absoluto des-
prejuicio, con el mejor pragmatismo y al mar-
gen de ideologías alienantes, persiguiendo
un solo interés: el de la Nación y su pueblo;
aprender de los desvíos inconducentes del
pasado, cuyo último episodio, todavía no
superado del todo, fue la fiebre neoliberal
que nos aquejó en los 90.
Silvio Juan Maresca

Exposición del 14 de marzo de 2006 en el acto conmemorativo
organizado por la Secretaría de Organización del Partido
Justicialista de la Ciudad de Buenos Aires, a cargo de Kelly Olmos.
Participaron del panel Fermín Chávez y Mario Casalla.
Nadie duda de que el 11 de marzo
de 1973 se produjo en nuestro país un ver-
dadero acontecimiento histórico. Luego de
dieciocho años de proscripción, persecu-
ción, represión, cárceles, muerte, el peronis-
mo accedía nuevamente al gobierno en elec-
ciones libres, impulsado por un formidable
torrente popular. Finalizaba así un largo peri-
plo cuyo punto de partida simboliza bien el
tristemente célebre Decreto 4161, dictado
hace justo cincuenta años.
¿Qué había sucedido? ¿Cómo
entender que un movimiento expulsado vio-
lentamente del poder dieciocho años antes
y combatido de ahí en más sin piedad ni des-
mayo en carne y espíritu obtuviera semejan-
te victoria, inesperada para sus adversarios
hasta poco tiempo antes?
No es fácil explicar los hechos histó-
ricos. A las traiciones de la memoria -
acosada por el olvido, artista, siempre falaz-
y a la parcialidad de los testimonios y docu-
mentos disponibles se añade la subjetividad
OPINIÓ N
de quien rememora y reconstruye y la
influencia insoslayable de los tiempos pre-
sentes. Mucho más difícil en nuestro caso,
esto es, en el caso de un movimiento políti-
co, social y, en definitiva, existencial que
sigue vivo, que impera sin solución de conti-
nuidad desde su nacimiento, allá por 1945,
hasta nuestros días. Es más, que hoy es de
nuevo gobierno y que tiene otra vez en sus
manos gran parte del destino de la Nación.
El peronismo tiene un pasado pero
no es pasado. No es algo acabado, conclui-
do. Todos los acontecimientos que lo confi-
guran están pues en cierta forma presentes
al mismo tiempo, siguen produciendo efec-
tos.
Quiero decir que cualquier referen-
cia a acontecimientos históricos propios rea-
lizada desde el interior de este organismo
vivo que es el peronismo, se transforma
inmediatamente en un ejercicio de autorre-
flexión y pone en juego el todo de su histo-
ria. Historia que prácticamente coincide con
la historia argentina de los últimos sesenta
años. Que es la historia del peronismo y, por
cierto, del anti-peronismo, cuya sola deno-
minación muestra sin embargo a las claras
su intrínseca dependencia del peronismo.
Prolongada partida de ajedrez donde el anti-
peronismo siempre jugó con las negras.
A estas dificultades o, si se prefiere,
peculiaridades, se suma el hecho de que
poco y nada ayudan a este proceso de auto-
11 de Marzo de 1973
comprensión las investigaciones académi-
cas, pomposamente autotituladas científi-
cas. En ellas, el peronismo constituye un
mero objeto de estudio, siempre abordado
desde una racionalidad ajena y con catego-
rías que le son completamente inadecua-
das. Al tradicional ensayo de encorsetarlo
dentro de los regímenes autoritarios de dere-
cha, como una suerte de fascismo criollo, se
suceden hoy los intentos de comprenderlo
como un populismo de izquierda, echando
mano a una categoría relativamente anti-
gua de las ciencias sociales de origen esta-
dounidense, remozada a través de apelacio-
nes a Gramsci y a Lacan. Me refiero, por
ejemplo, a Laclau.
Lo que no se entiende, lo que
muchas veces el mismo peronismo no
entiende, es que él posee su propia raciona-
lidad que, con palabras de Graciela Maturo,
podemos llamar mestiza, racionalidad que
proviene de lo más hondo de nuestras raíces
histórico-culturales. El proyecto de la
Comunidad Organizada es la concreción
política, jurídica, social, económica, cultu-
ral, educativa, científico-tecnológica, en fin,
institucional, de esa racionalidad mestiza.
Lo que el 11 de marzo de 1973
triunfó en las urnas, lo que a partir de allí
vuelve una y otra vez a la superficie a pesar
de los errores e inconsecuencias, pérdidas
circunstanciales de rumbo y demás, es esta
racionalidad mestiza, el intento de construir
una realidad diferente, una modernidad
alternativa exenta de los males que llevaron
a Europa a devorarse a si misma en dos gue-
rras insensatas y criminales para después
sumirse en el Nirvana de un consumismo
anestesiante.
El 11 de marzo de 1973 el peronis-
mo reconquistaba el poder -o al menos el
gobierno-, se ponía en condiciones de reto-
mar el rumbo perdido dieciocho años atrás.
La miopía del antiperonismo, su incapaci-
dad de comprender la imposibilidad de erra-
dicar al peronismo, de borrar de la memoria
colectiva la huella de la experiencia de aque-
llos años de grandeza y felicidad, había con-
tribuido no poco al éxito. Pero el peronismo
-hay que decirlo- accedía al gobierno atrave-
sado por inquietantes contradicciones inter-
nas, algunas de las cuales amenazaban ser
explosivas.
Dieciocho años de proscripción y
lucha sin cuartel, la violencia cotidiana, la
lejanía del líder, los cambios económicos y
sociales, la prédica constante y excluyente
del país blanco y bien pensante -practicada
con mayor o menor intensidad pero sin inte-
rrupciones desde 1945 hasta nuestros días-,
habían producido sus efectos. El fenómeno
quizá más significativo -tan halagüeño
como preocupante- era la incorporación
masiva al movimiento de la juventud de
clase media, de origen antiperonista.
Incorporación que en muchos casos tuvo un
carácter efímero y fue seguida de un desen-
canto pernicioso.
Pero los episodios que se sucedie-
ron a partir del 11 de marzo de 1973 no
difieren demasiado, después de todo y cam-
biando lo que haya que cambiar, de los que
se registraron en otros procesos de libera-
ción nacional ocurridos por esos años.
Pensemos en Argelia, Vietnam o Irán. Una
cosa es cuando se lucha contra el opresor,
otra cuando logra derrotárselo. Las contra-
dicciones que se mantenían latentes en vir-
tud de la lucha contra el enemigo común
suelen estallar con la conquista del poder.
Sin embargo, el 11 de marzo se
había triunfado y se había dado el paso deci-
sivo para alcanzar el objetivo que había sido
el anhelo de toda una generación: el retorno
de Perón a la patria. Cámpora al gobierno,
Perón al poder; ésa era la consigna que sin-
tetizaba dieciocho años de lucha, años
poblados de heroicidades y sacrificios hoy
casi inimaginables aunque también -se
impone reconocerlo- por bajezas y traicio-
nes, como sucede en todos los procesos
revolucionarios, cuyos actores son hombres
y mujeres y no ángeles.
Porque eso significaba el retorno de
Perón: reanudar desde el poder la transfor-
mación revolucionaria abortada el 1955.
Revolución que no obedecía al modelo fran-
cés ni al norteamericano pero tampoco al
soviético o al chino, por más simpatía que
Perón manifestara hacia Mao Tse Tung y su
pueblo. Revolución que consistía funda-
mentalmente en reemprender la construc-
ción de una comunidad profundamente
disociada ahora a raíz de los largos años de
guerra civil.
Sabemos que pasó después y como
terminaron las cosas en 1976. ¿Termina-
ron? Evidentemente, no. Fracasó el esfuer-
zo supremo, llevado a cabo entre 1976 y
1983, por borrar, esta vez sí, al peronismo
de la faz de la Tierra, mediante el asesinato
masivo y sistemático de sus militantes, la
destrucción del país industrial y de todo lo
que evocase de cerca o de lejos la revolución
justicialista.
Lo cierto es que Perón, viejo y enfer-
mo, que se reservaba el papel de garante de
la revolución, de conductor estratégico, se
vio obligado merced a las profundas divisio-
nes que aquejaban al movimiento a hacerse
cargo de la presidencia de la Nación, desde
la cual comenzó a implementar, con las debi-
das actualizaciones, su proyecto de siempre:
la Comunidad Organizada. Los tiempos no
le dieron. Apenas ocho meses de gobierno
no eran suficientes para reencauzar una
sociedad desquiciada y sacudida por una ola
de violencia que se autopotenciaba día a
día, en una dinámica demencial que parecía
OPINIÓ N
incontenible y a la cual era ajena la inmensa
mayoría de pueblo.
Además de la obra de gobierno y de
los esfuerzos casi desesperados por mante-
ner la unidad del movimiento, preocupa-
ción central de Perón durante esos meses
fue formular su legado político, como lo tes-
timonia fehacientemente la rigurosa y bri-
llante investigación llevada a cabo por Oscar
Castellucci, publicada a fines del año pasado
por la Comisión en cargada por ley de reali-
zar una edición crítica de las obras de Juan
Perón. La investigación de Castellucci figura
como estudio introductorio a la edición del
Modelo argentino para el proyecto nacio-
nal, que no otro fue el fruto de aquella preo-
cupación de Perón por fijar por escrito sus
ideas políticas.
El Modelo…, lamentablemente no
consultado por los políticos del peronismo
con la asiduidad que sería de desear, es
quizá el producto más genuino y rescatable
de aquella etapa turbulenta que le tocó vivir
al movimiento desde el 11 de marzo de
1973 hasta su caída poco honrosa en marzo
de 1976.
El Modelo…no es, en síntesis, sino
la reiteración del proyecto del 49, enriqueci-
do por la experiencia y la reflexión de veinti-
cinco años. En esencia, la idea de la
Comunidad Organizada es simple. La
Comunidad Organizada no es de izquierda
ni de derecha pues no obedece al devenir de
la historia europea tal como ésta se desen-
volvió después de la Revolución Francesa. En
la política arquitectónica de Perón -más cer-
cana a Aristóteles que a Hobbes, Locke o
Rousseau- los partidos políticos, plenamen-
te reconocidos, no desempeñan sin embar-
go el rol protagónico en la vida comunitaria;
menos aún en términos de una lucha dialéc-
tica entre derechas e izquierdas. El proyecto
de la Comunidad Organizada apuesta fun-
damentalmente a las fuerzas creadoras,
constructivas e integradoras que alientan en
el seno del pueblo, tanto o más poderosas
que las fuerzas disociadoras que, como es
obvio, también existen y actúan y son pro-
movidas sistemáticamente -a sabiendas o
no- por los enemigos del pueblo.
La mejor prueba de la existencia de
esas fuerzas constructivas es la recuperación
que ha experimentado el país después de la
crisis de fines del 2001. Lo sucedido desde
enero de 2002 hasta hoy muestra que cuan-
do los gobiernos atienden a esas fuerzas y
las promueven como corresponde, éstas se
ponen inmediatamente en marcha.
Ojalá seamos capaces de persistir
en la apuesta a esas fuerzas constructivas,
creadoras, integradoras. ¿Por qué no redo-
blar incluso la apuesta? La fórmula es senci-
lla: actuar con oído atento, con absoluto des-
prejuicio, con el mejor pragmatismo y al mar-
gen de ideologías alienantes, persiguiendo
un solo interés: el de la Nación y su pueblo;
aprender de los desvíos inconducentes del
pasado, cuyo último episodio, todavía no
superado del todo, fue la fiebre neoliberal
que nos aquejó en los 90.
Silvio Juan Maresca

El inicio de una relación conflictiva
Buenos Aires, Ariel Historia, 2003, 474 páginas
He aquí el resultado de por lo menos
tres décadas de indagación en torno a los orí-
genes del peronismo y, sobre todo, de las
relaciones y precedentes que el historiador
suele hallar entre la novedad y el pasado.
Peronismo y sindicatos han sido una
relación constitutiva y dialéctica de dimen-
siones sociales y políticas a la que se han
dedicado numerosos trabajos de investiga-
ción. En este caso Di Tella ofrece una genero-
sa trayectoria documental que pone al servi-
cio de un enfoque teórico preciso y directa-
mente planteado como marco. En cierto
modo, renueva el argumento tradicional del
antiperonismo sobre la autonomía obrera,
la libertad sindical y la verdadera entidad del
sindicalismo anterior a Perón. Pero si hemos
de leer aquella tradición organizativa a la luz
del conflicto político nacional, el sindicalis-
mo preperonista resulta un constructo
sociológico que, a decir verdad, carece de
importancia en términos de la cultura y la
práctica sindical de los trabajadores argenti-
nos. Lamentablemente, se trata de un perío-
do de acción programática en el terreno
laboral completamente superada teórica y
prácticamente por el sindicalismo peronista
post 1945. En los hechos, también lo fue por
la política social justicialista.
Es cierto que la relevancia de un
determinado campo de estudio queda fuera
de discusión en el nivel de la actividad aca-
démica. No lo es menos el hecho que la
curiosidad intelectual es recomendable en
todo los casos, porque sin tal motivación, la
búsqueda de la verdad se inhibe y la activi-
dad científica se ve frustrada. Pero su signifi-
cado político es algo diferente. Perón y los
sindicatos es un libro político y leerlo de ese
modo rinde sus frutos.
Di Tella es sincero cuando reconoce
la prioridad de la tesis de Gino Germani refe-
rida a la “disponibilidad” y a la “baja autono-
mía” de las masas en el apoyo a Perón y, con
ello, la instalación de un modelo vertical de
conducción y organización del sindicalismo.
Si bien su estudio está referido tan sólo al
vínculo de Perón con el movimiento obrero
entre 1943 y 1946, no cabe duda que abre el
campo para inferir su valoración de las trans-
formaciones que conoció el país en todos los
órdenes de la vida nacional entre 1945 y
1955. En tal sentido cabe preguntarse: ¿qué
debe el sindicalismo nacional de masas a los
precedentes organizativos “ideologistas”, ya
sean el socialdemócrata, el leninista o el anar-
quista? Nada. Para el caso hay que señalar
que las consideraciones sociológicas del
famoso documento de Victorio Codovilla
Torcuato S. Di Tella
Perón y los sindicatos
Hay que batir al naziperonismo del 1946 con-
tiene tesis que Germani no habría rechazado
del todo, porque el sociólogo italiano pro-
longó en el estudio del peronismo su comba-
te antifascista personal.
Pero tanto en Germani como en el
propio Di Tella lo que destaca es la lamenta-
ción que clama al cielo porque en la
Argentina el populismo vino a ocupar el sitio
“de lo que sería un movimiento laborista o
socialdemócrata -o de un partido como el
Demócrata norteamericano- si las condicio-
nes económicas y culturales estuvieran más
maduras”.
La movilización de las masas, sin
experiencia de organización, conllevó una
puesta en disponibilidad, que es una cate-
goría precisamente utilizada por Germani
que sirve para racionalizar la célebre metá-
fora del legislador Radical Ernesto
Sanmartino cuando se refería a la moviliza-
ción social y política de los trabajadores pero-
nistas calificándola de “aluvión zoológico”.
En los Capítulos I y II el autor desa-
rrolla un análisis de los modelos organizati-
vos en las clases populares bajo el predomi-
nio de una orientación “pragmática”, dete-
niéndose menos en la consabida “concien-
cia de clase” que en la construcción social de
la realidad política desde las “mentalida-
des”. El Capítulo II pone en juego un aspecto
del argumento central de Di Tella, como es el
de la existencia de elites anti statu quo. La
importancia de la combinación de estas eli-
tes como fracciones del bloque dominante
con una masa en estado de movilización
social es lo que define al populismo clásico.
La vinculación carismática resultaría ser, por
último, el nexo funcional para la realización
del proyecto político.
El Capítulo III ofrece una rica des-
cripción que no prescinde del trazado bio-
gráfico de numerosos personajes como así
tampoco de la descripción del marco regio-
nal de las relaciones laborales. En el análisis
de Di Tella la heterogeneidad de la clase obre-
ra se revela como una asunción analítica que
resulta central para su propósito. Por otra
parte, esta categoría preside la descripción
socioeconómica de las ramas de actividad y
sus tipos de organización particular en las
secciones que siguen.
Sin duda que para una obra extensa
como es el caso de Perón y los Sindicatos se
impone un cierre en la forma de conclusio-
nes. A nuestro entender, Di Tella cumple ese
propósito en el Capítulo 11 titulado,
Copamiento del Movimiento Obrero. En el
comienzo el autor se detiene en un ejercicio
Comunidad Sudamericana:
A veces las metáforas geológicas sir-
ven para pensar la política. La flamante
Comunidad Sudamericana de Naciones -
lanzada desde las milenarias alturas de
Cuzco- atraviesa ahora su primer valle. Estos
suelen ser lugares de más reparo y acogedo-
res que las altas cumbres, pero a veces su tra-
vesía puede ser larga y difícil. Son aquellos
“valles de lágrimas” de los que tanto hablan
la literatura y la historia. Y hay que saber atra-
vesarlos, porque de nada sirvió haber escala-
do la cumbre si luego no podemos atravesar
el valle. Y sin la travesía de ese llano, tampo-
co habrá una nueva cumbre que incite real-
mente nuestra imaginación y justifique un
esfuerzo adicional. Es entonces cuando sue-
len ocurrir algunas de estas dos cosas: o
impotentes nos empantanamos en el valle
(entre cumbres que se han transformado en
murallas); o alentamos la falsa ilusión de
potenciales cargadores que harán el esfuer-
zo por nosotros.
Después del éxito de la reciente cum-
bre de Cuzco, la flamante Comunidad
Sudamericana de Naciones atraviesa ahora
el desafío de su primer valle. Y si bien no
podría hablarse ya de un “valle de lágrimas”,
resulta evidente que el llano del Mercosur y
la pampa elevada del Pacto Andino no son
precisamente terrenos libres de turbulencias
y vientos encontrados. Si la altura de Cuzco
enfermó a más de uno, el nivel del mar no los
mejorará de inmediato. Como siempre,
antes de la medicina lo mejor es un buen
diagnóstico. Me parece que la primera pre-
gunta que es necesario hacerle a los padres
(ya que la criatura es todavía demasiado
joven como para responder por sí misma), es
acerca de la naturaleza de lo que han creado.
Es cierto, la han bautizado y ya tiene nom-
bre, ¿pero qué es esta Comunidad
Sudamericana de Naciones que acaba de
nacer? ¿Acaso la sumatoria del Mercosur
más el Pacto Andino -por consiguiente una
unión aduanera y una asociación más
amplia, pero siempre de naturaleza funda-
mentalmente económica- o es algo más? Y
en este caso, ¿qué más? La cuestión no es
retórica, ni de nombres, sino fundamental
para que la criatura comience a andar y lo
haga por un determinado lugar (¿valle de
lágrimas o travesía para juntar fuerzas y vol-
ver a subir?).
Esta alternativa es expresada por los
protagonistas en público y en privado- con
diferentes nombres y polémicas. Primero fue
el nombre (¿unión o comunidad?); ahora,
¿cómo institucionalizarla? ¿Creando orga-
nismos nuevos, recreando los que están,
mirando a Europa, recordando la OEA, etc.,
etc.? Nada es sencillo ni rápido, pero “relle-
nar” con materia el gesto simbólico del tem-
plo de Koricancha es el desafío de este pri-
mer valle.
Y como se trata de materia opina-
ble, vale la pena ejercer el compromiso inte-
lectual de hacerlo. Me parece que si la fla-
mante Comunidad Sudamericana de
Naciones es nada más que el Mercosur
ampliado y eventualmente reunido con el
Pacto Andino, se habrá creado una institu-
ción esencialmente económica que hereda-
OPINIÓ N
entre cumbres y valles
rá, por supuesto, los inocultables problemas
(y parálisis) del uno y del otro. Para decirlo en
una síntesis: será lo mismo, pero más
amplio. Una fuga hacia delante, más que
una salida del laberinto en que nos halla-
mos.
Otro sería el cantar si la pensáramos
como una institución esencialmente política.
Entonces la Comunidad no sería simplemen-
te el nombre futuro del Mercosur más el
Pacto Andino, sino algo más: afectaría no
sólo a nuestros estómagos, sino también
nuestras cabezas y nuestros valores. Mejor
aún, le pondría más inteligencia a la fatigosa
discusión de los bolsillos. Claro que para ello
habrá que repensar el sentido profundo de
la desprestigiadísima palabra política. No se
tratará en este caso de la política que se hace
cuando no se puede avanzar en el terreno de
los negocios (una suerte de entretenimiento
“superestructural”, como decía el viejo mar-
xismo); ni tampoco de la política entendida
como “continuación de la guerra por otros
medios” (Clausewitz, dixit). ¡Para eso ya
están el Mercosur actual y el Pacto Andino,
con sus guerras sectoriales, batallas cuasi
semanales y treguas diplomáticas cuando la
sangre amenaza con llegar al río! Es aquí
donde acude a mi memoria una hermosa
metáfora de Hannah Arendt: “la política es el
arte de hacerlo todo de nuevo”, escribía esta
inquietante pensadora judía-alemana, entre
la barbarie del holocausto y las ruinas de los
bombardeos aliados. Si el gesto de Cuzco
tiene un sentido, no es para prolongar lo que
ya hay, ni para entretenerse entre ronda y
ronda de negocios, sino para plantear una
salida del laberinto. Y, como recordaba nues-
tro muy criollo Leopoldo Marechal, “de todo
laberinto se sale por arriba”.
O la Comunidad Sudamericana de
Naciones es y se organiza como ese “arriba”
(político) del laberinto (económico), o será a
mediano plazo un nuevo problema. ¡Otra
cumbre más para fastidio de los presidentes
y preocupación de los médicos presidencia-
les! Me parece que la recién nacida
Comunidad Sudamericana de Naciones
debería comportarse como “valle” (prote-
giendo y resguardando lo común, lo políti-
co, el hogar , el oikos, la economía en su sen-
tido más prístino), antes que como “cum-
bre”. Sólo así las previsibles turbulencias de
las alturas serán compensadas con la opor-
tuna calma de los valles; sólo así este
Mercosur ampliado tendrá -cada vez que
todo parezca perdido- una suerte de “pres-
tamista de última instancia”: la sabiduría de
los estados, por sobre (o debajo) de la ratio
naturalmente guerrera de sus socios comer-
ciales. Si hay algo que aprender de la vieja
Europa, es precisamente esta lección de sabi-
duría. Claro que esto supone también un
duro aprendizaje local: presidentes que se
comporten como estadistas, sociedades que
vuelvan a respetarlos y hombres de negocios
con bolsillos y cabezas. Difícil, pero no impo-
sible. Pero, ¿no es mejor correr el peligro de
errar en lo grande, que volver a acertar en lo
pequeño? Lo primero deja esperanza, lo
segundo no.
Mario Casalla

Decreto de ley 4161 del 5 de Marzo de 1956
El 5 de marzo se cumplieron 60 años del Decreto Ley 4161 de la
Revolución Libertadora, que sabía muy bien que su labor no
estaría completa si no borraba de la faz de la tierra al peronismo
hasta en sus aspectos culturales.
Prohibición de elementos de afirmación ideológica o de
propaganda peronista. Publicado en el Boletín Oficial
del 9 de marzo de 1956
Visto
el Decreto 3855/55 por el cual se disuelve
el Partido Peronista en sus dos ramas en virtud de
su desempeño y su vocación liberticida, y
Considerando:
Que en su existencia política el Partido
Peronista, actuando como instrumento del régi-
men depuesto, se valió de una intensa propagan-
da destinada a engañar la conciencia ciudadana,
para la cual creó imágenes, símbolos, signos y
expresiones significativas, doctrina, artículos y
obras artísticas.
Que dichos objetos, que tuvieron por fin
la difusión de una doctrina y una posición política
que ofende el sentimiento democrático del pueblo
Argentino, constituyen para éste una afrenta que
es imprescindible borrar, porque recuerdan una
época del escarnio y de dolor para la población del
país y su utilización es motivo de perturbación de
la paz interna de la Nación y una rémora para la
consolidación de la armonía entre los Argentinos.
Que en el campo internacional, también
afecta el prestigio de nuestro país porque esas doc-
trinas y denominaciones simbólicas, adoptadas
por el régimen depuesto tuvieron el triste mérito
de convertirse en sinónimo de doctrinas y denomi-
naciones similares utilizadas por grandes dictadu-
ras de este siglo que el régimen depuesto consi-
guió parangonar.
Que tales fundamentos hacen indispen-
sable la radical supresión de esos instrumentos o
de otros análogos, y esas mismas razones impo-
nen también la prohibición de su uso en el ámbito
de las marcas y denominaciones comerciales,
donde también fueron registradas con fines publi-
citarios y donde su conservación no se justifica,
atento al amplio campo que la fantasía brinda
para la elección de insignias mercantiles.
Por ello, el Presidente Provisional de la
Nación Argentina, en ejercicio el Poder Legislativo,
decreta con fuerza de ley
Art. 1º. Queda prohibida en todo territorio de la
Nación:
a) La utilización, con fines de afirmación
ideológica Peronista, efectuada públicamente, o
propaganda Peronista, por cualquier persona, ya
se trate de individuos aislados o grupos de indivi-
duos, asociaciones, sindicatos, partidos políticos,
sociedades, personas jurídicas publicas o privadas,
de las imágenes, símbolos, signos, expresiones sig-
nificativas, doctrina, artículos y obras artísticas,
que pretendan tal carácter o pudieran ser tenidas
por alguien como tales, pertenecientes o emplea-
dos por los individuos representativos u organis-
mos del Peronismo.
Se considera especialmente violatoria a
esta disposición la utilización de la fotografía,
retrato o escultura de los funcionarios Peronistas o
sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el
nombre propio del presidente depuesto, el de sus
parientes, las expresiones “peronismo”, “peronis-
ta”, “justicialismo”, “Justicialista”, “tercera posi-
ción”, la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el
régimen depuesto, las composiciones musicales
“Marcha de los Muchachos Periodistas” y “Evita
Capitana” o fragmentos de las mismas, y los dis-
cursos del presidente depuesto o su esposa, o frag-
mentos de los mismos.
b) La utilización de las personas y con los
fines establecidos en el inciso anterior, de las imá-
genes, símbolos, signos, expresiones significati-
vas, doctrina, artículos y obras artísticas que pre-
tendan tal carácter o pudieran ser tenidas por
alguien como tales creados o para crearse, que de
alguna manera cupieran ser referidos a los indivi-
duos representativos, organismos o ideología del
Peronismo.
c) La reproducción de las personas y con
los fines establecidos en el inciso a), mediante cual-
quier procedimiento, de las imágenes, símbolos y
demás objetos señalados en los incisos anteriores.
Art. 2°. Las disposiciones del presente decreto-ley
se declaran de orden público y en consecuencia no
podrá alegarse contra ellas la existencia de los
derechos adquiridos.
Caducan las marcas de industria, comer-
cio y agricultura y las denominaciones comerciales
o anexas, que consistan en las imágenes, símbo-
los, y demás objetos señalados en los incisos a) y b)
del artículo 1º.
Los Ministerios respectivos dispondrán
las medidas conducentes a la cancelación de tales
registros.
Art. 3°. El que infrinja el presente decreto- ley será
penado:
a) Con prisión de treinta días a seis años y
multa por m$n 500 a m$n 1.000.000.
b) Además, con inhabilitación absoluta
por doble tiempo del de la condena para desem-
peñarse como funcionario público o dirigente polí-
tico o gremial.
c) Además, con clausura por quince días,
y en caso de residencia, clausura definitiva cuando
se trate de empresas comerciales.
Cuando la infracción sea imputable a
una persona colectiva, la condena podrá llevar
como pena accesoria la disolución.
Las sanciones del presente decreto-ley
será refrendado por el Excmo. Señor vicepresiden-
te provisional de la Nación y por todos los minis-
tros secretarios de Estado en acuerdo general.
Art. 4°. Comuníquese, etc.
Aramburu-Rojas-Busso-Podestá Costa-Landaburu
Migone-Dell' Oro Maini-Martínez-Ygartúa-
Mediondo-Bonnet-Blanco-Mercier-Alsogaray-
Llamazares-Alizón García-Ossorio Arana-Hartung-
Krause.
breve e ilustrativo de historia contrafáctica:
la percepción de amenaza que hacia el año
1943 infundía el comunismo como “revolu-
ción probable”, en parecidos términos a lo
ocurrido en el caso boliviano o chileno, en
donde diferentes combinaciones habían cor-
porizado esa amenaza. Di Tella no desarrolla
la lógica de este modo de historizar en
retrospectiva, pero coincide en el hecho
que, en sí misma, la “posguerra” se presen-
taba cargada de peligros. No desde luego,
porque la izquierda hubiera podido dirigir
un proceso de movilización popular. En rea-
lidad el peligro que veía Perón en la posgue-
rra era el de una escalada de las potencias
vencedoras contra un país como la
Argentina, que a fin de cuentas hasta
comienzos de 1945 había sido un neutral
poco confiable y desde entonces un aliado
tardío. Este punto no carece de interés con
relación al tema tratado por Di Tella: la
estructura sindical bajo dirección socialista
se apoyaba en aliados internacionales que
influyeron en el apoyo al embajador nortea-
mericano Braden en 1945, en nombre tam-
bién ellos de la democracia sindical y la con-
ciencia de clase.
Puesto que Di Tella conoce bien el
proceso político latinoamericano, en esta
obra ha conseguido lo que pocos investiga-
dores lograron antes que él, o sea, conside-
rar en forma comparativa la dinámica sindi-
cal argentina con relación a lo acontecido en
Brasil, Chile o México. Sin duda es un recur-
so valioso a fin de comprender la particulari-
dad, no ya del conflicto social e industrial en
La transformación del justicialismo
Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999
Buenos Aires, Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2005, 387 páginas
Los trabajos de investigación sobre
el peronismo hechos por autores estadouni-
denses tienen el mérito de ser confecciona-
dos con rigor científico. Utilizan una metodo-
logía de excelencia, recurren a fuentes de pri-
mera mano, demuestran idoneidad en el uso
de métodos cuantitativos, hacen muchas
entrevistas a personalidades destacadas e
influyentes, confeccionan estadísticas, cua-
dros comparativos, pasan un buen tiempo
en el país, etc. Saben juntar información y
dónde conseguirla. Pero fallan en el análisis
cualitativo, en el contenido, en la lectura e
interpretación de su objeto de estudio.
nuestros países conforme a su tipo de desa-
rrollo, sino también la singularidad de su
propio origen y modos de transición al sindi-
calismo.
Pero resulta poco sostenible aceptar
que el rol de los comunistas en esa época fue
infravalorado, “ignorando el importante
peso que esa ideología estaba adquiriendo
en el medio popular”. Con todo, es mucho
menos plausible, a la luz de las evidencias
históricas, admitir que lo que era “foráneo”
en la Argentina, como sostiene Di Tella, “no
era la ideología, sino la misma condición
extranjera de la gran parte de la militancia y
del ambiente tradicional en los lugares de
trabajo, que por diversas razones estaba
cambiando radicalmente”. Un razonamien-
to circular que en todo caso separa lo que
los hombres piensan de lo que los hombres
son realmente. O directamente un absurdo,
como sería esperar que una población
extranjera tuviera una conciencia nacional
de su propia situación.
Pero Di Tella está en lo cierto al pla-
near reparos a la tesis de una continuidad
entre el “viejo sindicalismo” y su trasvasa-
miento hacia el nuevo modelo de integra-
ción sociopolítica. Contrariamente a las tesis
de Torre o Portantiero, sostiene que, lejos de
tratarse de dos actores sociales autónomos,
se habría producido una cooptación de algu-
nos dirigentes tradicionales, en su gran
mayoría procedentes de la corriente sindica-
lista o, en algunos casos, socialista.
Carlos Fernández Pardo
Steven Levitsky
El libro que nos toca reseñar en
esta oportunidad pertenece a un egresa-
do de la Universidad de California-
Berkeley y docente e investigador de la
Universidad de Harvard. La obra es pulcra
y académicamente impecable. Sin embar-
go -nos parece-, para explicar la naturale-
za del peronismo y del PJ queda atrapada
desde su inicio en un esquema conceptual
que a esta altura resulta un prejuicio. Y
como todo prejuicio impide ver con clari-
dad la realidad de las cosas. Cuando no
facilita la deliberada intención de ocultar
la verdad.

¿Qué quiere demostrar el autor?
Que el peronismo comenzó como un parti-
do de base sindical y terminó por convertirse
en un partido clientelista. La transformación
se habría producido a partir de 1983, cuan-
do el peronismo empieza a poner los ojos en
los sectores sociales medios e independien-
tes y a relegar a los sectores obreros, para
quienes las organizaciones sindicales consti-
tuyeron siempre un instrumento, no sólo
con el que pelear las cuestiones socio-
laborales, sino también con el que tener inje-
rencia y poder políticos. El autor lo manifies-
ta claramente: “Para poder conquistar al
electorado de clase media, decían [los reno-
vadores], el PJ debía aflojar sus lazos con el
sindicalismo, abstenerse de hacer hincapié
en los símbolos y la retórica tradicionales del
partido, hacer un mejor uso de los medios
técnicos de la comunicación de masas y
abandonar su imagen autoritaria y conser-
vadora en lo social en favor de una platafor-
ma más progresista”.
El autor le achaca -injustamente- a
la Renovación este desenlace del peronis-
mo, la incorporación de la práctica cliente-
lista como estilo político y electoral pleno y
habitual. ¿En qué consistiría? Levitsky defi-
ne el clientelismo (machine politics) como
“un patrón informal de organización políti-
ca, en el cual los recursos del Estado, en espe-
cial los empleos públicos, son la principal
moneda en el intercambio político entre los
actores partidarios de mayor y menor nivel”.
En síntesis, la práctica clientelista, pri-
mero, fragmentó y debilitó la estructura polí-
tico-organizativa del sindicalismo, que fuera
el principal componente del peronismo
desde sus comienzos hasta 1983. Esa frag-
mentación demandó la búsqueda de otros
recursos para solventar económica y política-
mente la acción proselitista: “Reintegrados a
la política electoral en 1983, los dirigentes
del PJ comenzaron a buscar otras fuentes de
recursos que no fueran las sindicales y la más
importante fue el Estado”. Segundo, utilizó
métodos más “modernos” de captación de
votantes, como ser, encuestas de opinión,
consultas a expertos de marketing, uso
intensivo de los medios de comunicación
masiva, entre otros. Tercero, empleó un acei-
tado aparato político integrado por “punte-
ros” locales cooptados, quienes se ocuparían
de mantener contacto directo y permanente
con la gente y de atender sus reclamos y nece-
sidades (de alimentos, medicamentos, subsi-
dios, préstamos, trabajo, etc.), a fin de obte-
ner su adhesión y su voto.
Hasta aquí la tesis expuesta en el
libro. Tratemos de hilar un poco más fino, de
profundizar y desarmar el pensamiento de
Levitsky. Su auténtica intención es estudiar
la organización partidaria del peronismo. Su
“funcionamiento interno” explicaría las osci-
laciones que experimenta su forma de hacer
política. Los estudiosos del peronismo, seña-
la el autor, rara vez se han ocupado de la
organización partidaria como objeto de
investigación académica. Nuestro libro
toma justamente esa dirección que los estu-
diosos desechan. De esta forma se distingui-
ría del resto de la bibliografía existente y con-
tabilizaría para los estudios peronistas un
novedoso aporte. Según Levitsky el partido
peronista en sus orígenes fue tanto de base
sindical como populista. La gran diferencia
con la mayoría de los partidos europeos de
base sindical es que “sus orígenes eran
indiscutiblemente populistas”. Y aquí apa-
rece el prejuicio.
Populismo y clientelismo son, en
política, dos términos peyorativos. El térmi-
no “populismo” proviene de la literatura
política estadounidense y se refiere a los
gobiernos que toman medidas generaliza-
das en beneficio de la gente común, sin preo-
cuparse demasiado por cuidar la fuente de
su financiamiento o los méritos de quienes
las reciben. La idea que se tiene de los
gobiernos “populistas” es que son pródi-
gos, dadivosos, adictos a favorecer al pue-
blo común con incrementos salariales masi-
vos, subsidios, préstamos blandos, control
de precios o establecimiento de precios “po-
líticos”, concesiones sociales múltiples, etc.
El ejemplo paradigmático en los Estados
Unidos fue la presidencia de Andrew
Jackson, cuyo mandato se extendió por dos
períodos consecutivos entre 1829 y 1837.
Jackson culmina su segunda presidencia
con una gran crisis financiera.
El término “populismo” sólo se
puede comprender adecuadamente dentro
de la mentalidad estadounidense. En nues-
tra opinión, “populismo” se opone a “indivi-
dualismo” o, si se prefiere, a “individuo”. El
estadounidense tiene una confianza casi
absoluta en el esfuerzo individual y en la
acción por sí mismo. En otras palabras, desa-
prueba la intervención estatal. No todos
merecen ayuda, no hay que malgastar los
dineros públicos en cualquiera, menos si
son pobres. Lo que queremos decir es que
“populismo” es una terminología ajena a
nuestra manera de ver y de conceptuar las
cosas. No ser “populista” quiere decir ser “in-
dividualista” y “pragmatista”, según lo
entiende la filosofía anglosajona. El término
no puede ser aplicado gratuitamente a la
realidad política latinoamericana y argenti-
na (y por ende al peronismo), como lo ha
hecho nuestra neointelligentzia académica
nativa, de la que se nutre nuestro autor (y no
sólo él, sino también nuestra juventud uni-
versitaria). Basta repasar la bibliografía
nacional consultada para darse cuenta de
quiénes escriben y qué piensan sobre el pero-
nismo.
HOMENAJE
La desigual distribución, en indivi- la Nación y en virtud de la cual la Argentina
duos y zonas geográficas, de la riqueza, ha se ha puesto a la par de los demás países cul-
influido para que los profesionales de la medi- tos del mundo.
cina se distribuyan en forma igualmente desi- Mediante la sanción de una ley orgá-
gual, concentrándose allí donde es mayor el nica de Salud Pública y de un Código
porcentaje de habitantes capaces de pagar Sanitario, daremos oportunamente el primer
asistencia médica libremente convenida, lo paso importante hacia la unificación de los ser-
que origina una plétora profesional en la vicios médicos, que tiene que ser una obra for-
Capital Federal, por ejemplo, donde existe un zosamente lenta, paulatina y llevada adelante
médico cada 381 habitantes contra un médi- sin apresuramientos y sin improvisaciones.
co cada 4.350 en el interior de la República. Entiendo que el personal técnico
debe escalafonarse en forma tal de obtener
La medicina curativa de las clases no
pudientes, en virtud de ese régimen indivi- su dedicación total a las tareas especializadas
dualista tradicional, se funda principalmente que son específicas de esta repartición. El per-
en el principio de la caridad cristiana, base sonal auxiliar y obrero -que por la índole de
sentimental que resulta ya anacrónica, su trabajo está expuesto a riesgos muy
socialmente insuficiente y moralmente dis- serios- debe también escalafonarse con un
minutiva de la personalidad humana. La cari- criterio amplio y generoso, pues su colabora-
dad es una virtud cristiana admirable, pero ción tiene un valor inapreciable para los ser-
no puede ser la base de una doctrina para el vicios.
gobierno de la salud pública. La revolución argentina ha venido en
En cuanto a la medicina preventiva, esta como en otras materias, a poner por
ella sólo beneficia hoy por hoy a muy peque- obra el pensamiento de los constituyentes de
ños núcleos de población, siendo así que 1853, tan pródigo en previsiones que duran-
debe dirigirse a las grandes masas humanas y te largos años fueron una vana promesa para
sus destinatarios.
actuar permanentemente en su mismo
He ahí una continuidad ideal, que la
medio.
La solución de estos problemas historia destacará cuando se escriba la pági-
requiere un plan racional y la acción exclusiva na de estos días apasionados; apasionados,
de un organismo estatal poderoso. porque una gran pasión ha encarnado en un
Así lo han entendido los países más hombre que quiere servir abnegadamente a
adelantados de Europa y América, que cuen- su pueblo.
tan con Ministerios de
Salud Pública desde
hace mucho tiempo:
Inglaterra y Canadá
desde 1919, Francia
desde 1920, Chile desde
1924, Ecuador desde
1930, Colombia desde
1931, Alemania, Brasil y
Méjico desde 1934,
Costa Rica desde 1936, y
poco más tarde
Paraguay, Perú, Turquía,
Uruguay, Venezuela,
etc.
Estas referen-
cias bastan, por sí mis-
mas, para justificar de
sobra la medida que ha
tomado el gobierno de

Al cumplirse 100 años de su nacimiento, ocurrido en Santiago del Estero el
día 7 de marzo de 1906, el Poder Ejecutivo Nacional resolvió declarar el
2006 como Año de Homenaje al Dr. Ramón J. Carrillo, primer Ministro de
Salud Pública de la Nación. A continuación se transcribe su discurso al
asumir el cargo de Secretario de Salud Pública, el 19 de junio de 1946.
Al asumir el cargo de Secretario de
Salud Pública, con el rango de Ministro de
Estado, debo expresar mi profunda gratitud
al Excmo. señor Presidente de la Nación, por
haberme honrado con tal designación.
Mi agradecimiento, en este sentido
personalísimo, alcanza también por supuesto
a todos los señores Ministros, porque todos
han concurrido con su acuerdo a hacerme
objeto de una distinción tan alta como des-
proporcionada con mis merecimientos.
Pero hay aún otro concepto de orden
general, que me obliga, asumiendo circuns-
tancialmente la representación de la
Medicina Argentina y de todas sus ramas, a
referirme al Excmo. señor Presidente electo,
coronel don Juan D. Perón, a quien le corres-
ponde, en inspiración, la paternidad de esta
creación que es la Secretaria de Salud Pública,
jerarquizada en Ministerio de Estado, con lo
HOMENAJE
cual ha venido a cumplirse un unánime anhe-
lo de la clase médica, ya alentado en los tiem-
pos del primer presidente del Departamento
Nacional de Higiene, doctor Pedro Pardo, de
Penna, de Rawson, de Ayerza, de Pirovano y
de Güemes, para no hablar sino de los gran-
des precursores desaparecidos.
De ahí que toda la clase médica y
desde luego también el pueblo de la Nación,
que será el beneficiario directo de esta inno-
vación institucional, quedamos obligados
para con el líder de la Revolución del 4 de
junio de 1943, coronel Perón, por haber reco-
gido e impulsado a su realización aquel anti-
guo anhelo, que también hallara eco en
Hipólito Irigoyen, quien, con su gran sensibili-
dad para las necesidades populares, durante
su primera presidencia había encomendado
al doctor Agudo Avila la planificación del
Ministerio de Salud Pública.
La idea fracasó entonces por mira-
mientos formales derivados del enunciado
limitativo de ministerios en el texto constitu-
cional con determinación de sus respectivos
ramos, frustrándose así, paradojalmente, una
iniciativa que venía impuesta por el mismo
preámbulo de la Constitución en cuanto
declara propósito esencial de la organización
estatal el velar por el bienestar colectivo.
El P. E. de la Nación ha atendido,
pues, esa postulación constitucional, al resol-
ver, en acuerdo general de Ministros, que la
Secretaría de Salud Pública tenga el poder y
las atribuciones suficientes para estructurar la
defensa de la salud pública y propender a la
formación de un pueblo fuerte, sano y útil.
No podemos estar atentos, única-
mente, a reponer la salud de los enfermos o a
Ramón Carrillo
compensar la de los débiles, lo cual es, en
efecto, un deber del Estado y de la sociedad,
pero tanto o más imperioso es aún dedicarse
a los sanos, para su preservación y para favo-
recer su normal desarrollo.
La Secretaría de Trabajo y Previsión
ha producido ya, de su parte, el saludable
efecto de levantar el standard de vida y de
mejorar la situación de los trabajadores, que
constituyen la masa más numerosa y la más
necesitada de protección oficial.
Trabajo, vivienda y alimento sanos,
son los componentes indirectos de la salud y
de la felicidad del pueblo, y es en ese terreno
social donde la medicina está llamada a cum-
plir su papel más importante, secundando al
Estado en sus previsiones protectoras del tra-
bajo humano.
Ningún habitantes de la Nación
puede estar desamparado por el solo hecho
de carecer de recursos. El dolor y la enferme-
dad son niveladores sociales; por eso no exis-
tirá verdadera justicia social si el pobre no dis-
pone de idénticas posibilidades de curarse
que el rico, si no cuenta con los mismos ele-
mentos e igual asistencia médica que éste.
La urgencia de vigilar el caudal humano de la
Nación no es un problema sentimental, ni es
una mera cuestión de filantropía, es un impe-
rativo que resulta de la igualdad de derecho
a la vida y a la salud. La medicina, dentro de
esta concepción, adquiere su verdadero
aspecto y un nuevo sentido la acción del
médico, que debe posesionarse profunda-
mente de esta valoración de la existencia
humana, en función de la colectividad. Cada
enfermo, cada deficiencia física o mental,
cada muerte prematura es un perjuicio para
todos.
No expondré en esta oportunidad el
programa de la Secretaría, pero no puedo
menos que indicar someramente los proble-
mas de la salud pública que sólo ahora será
posible encarar, en condiciones con las que
no ha contado mi predecesor, el doctor
Viera, que tanto ha hecho, sin embargo,
entre tantas dificultades, desde el cargo de
Director General de Salud Pública.
Mantenemos todavía el régimen
individualista de la medicina que contempla
la posibilidad de resolver el caso aislado, den-
tro del binomio contractual que configuran
al enfermo por un lado y el médico por otro.
Las grandes transformaciones sociales del
mundo -y el mismo progreso de la medicina-
han impuesto la participación de un tercer
componente, la sociedad, la sociedad tan
comprometida en la realización del indivi-
duo como el mismo individuo.
El término “clientelismo”, por su
parte, proviene del derecho romano y alude
a la relación de protección que se establecía
entre un patronus y un cliente (generalmen-
te un liberto), dado que éste no podía ejer-
cer con integridad la condición de “ciudada-
no romano”. Fue una clase de relación jurí-
dico-social muy sólida y de muy buenos pro-
pósitos. En la actualidad no es más que una
palabra descalificante.
Levitsky confronta al PJ con el mode-
lo de partido político europeo y norteameri-
cano. Esto no deja ser también otro prejui-
cio. La gran mayoría de los estudios sobre
partidos políticos se remiten a Europa y a
América del Norte. El mismo autor confiesa
que “sabemos poco sobre el funcionamien-
to interno de los partidos de la región [Amé-
rica Latina]”. Si se estudiara con mayor pro-
fundidad y desprejuicio se advertiría que la
dinámica partidaria latinoamericana es muy
diferente a la europea y norteamericana. Esa
diferencia compete incluso a las estructuras
de los partidos.
Los partidos políticos tradicionales,
fundamentalmente los europeos, se carac-
terizan por un alto nivel de institucionaliza-
ción interna. Están (o estaban) más ideolo-
gizados. En relación con la ideología oficial
del partido sus miembros se mueven con
cierta rigidez, es decir, la acatan más, no
sólo supuestamente por convicción, sino
para evitar ser expulsados. En un partido
político europeo se puede (o se podía) echar
a un afiliado ante evidentes signos de hete-
rodoxia ideológica. Dan mucha importancia
a la “carrera política” dentro del partido,
como vía para acceder a los cargos públicos.
Y en general, una vez en dichos cargos, no
dejan de consultar a sus organismos parti-
darios sobre determinadas decisiones o
designaciones. Los cargos públicos se
cubren en correspondencia con el nivel que
cada uno ha alcanzado en la escala de su “ca-
rrera política”. Se intenta asegurar en la fun-
ción pública tanto la homogeneidad ideoló-
gica y programática como el reconocimien-
to y el cumplimiento de los “códigos” pro-
pios del partido. Los partidos políticos de tra-
dición europea son “burocráticos”, “forma-
les”. “rutinizados”. Pueden ser, además, par-
tidos de masas, de extracción sindical, pero
nunca “populistas”. Aparentemente no hay
“populismo” en Europa o Estados Unidos.
Únicamente en América Latina y tal vez en
alguna otra localidad tercermundista.
Sin embargo, en honor a la honesti-
dad intelectual para con nuestro académi-
co, afirma que el PJ es uno de los partidos
mejor organizados de América Latina. E indi-
ca que si los estudiosos subestimaron o sos-
layaron el tema de la organización del PJ “es
que ésta es totalmente informal”. Podemos
entonces empezar a distinguir entre organi-
zación e institucionalización. Un partido polí-
tico puede tener un alto grado de organiza-
ción y carecer de institucionalización o, por
lo menos, carecer esta última de relevancia
operativa. Levitsky caracteriza al PJ como un
partido de “organización informal” y de
“bajo nivel de rutinización”. En última ins-
tancia, dos grandes méritos, que nuestro
autor en el fondo no deja de reconocer.
¿Dónde se encuentra la verdadera
“estructura” del partido peronista? En las
unidades básicas (o sea, las casas de los pro-
pios militantes), en los clubes barriales, en
los comedores populares, en las sociedades
de fomento, en las cooperativas escolares,
en los centros de salud, en los sindicatos,
etc. A ellas se remite el autor cuando se
refiere a “organización informal” ¿Acaso los
ejemplos enumerados no son aquellas “or-
ganizaciones libres del pueblo” de las que
hablaba Perón, base y sustento real de la
Comunidad Organizada? En este contexto,
el problema “científico” de qué clase de par-
tido político es el PJ y de si es o no un partido
(como algunos reputados integrantes de la
neointelligentzia lisa y llanamente niegan, y
no por la razón de que es un “movimiento”)
debería pasar a un segundo plano. El pro-
blema “científico” del que se tendrían que
ocupar estudiosos y académicos es el de la
naturaleza y valor de la Comunidad
Organizada, el de la integración del pueblo
a través de sus “organizaciones libres” y el
de cómo hizo el peronismo para satisfacer
las necesidades de todo el pueblo. Cosa que
la institucionalización y rutinización de cual-
quier partido político está bastante lejos de
lograr.
Roberto Mario Magliano

Blumberg y Cromañón
De acuerdo a una curiosa lógica
dicotómica muy difundida actualmente, la
víctima no puede ser también culpable. O,
inversamente, cuando la víctima no es com-
pletamente inocente el crimen vale menos.
Por eso se prefiere que nuestros héroes
sean mártires y crecientemente hay quienes
buscan convertirse en víctimas ante la opi-
nión pública para poder reclamar privile-
gios e imponer decisiones, aun cuando
éstas puedan ser a todas luces arbitrarias o
caprichosas.
No se trata de un fenómeno exclusi-
vo de nuestro país. Pascal Bruckner demos-
tró que algunos de los más importantes
genocidios del siglo XX se iniciaron cuando
los agresores lograron forjar y difundir con
solidez su imagen de víctimas de alguna
injusticia previa. Por su parte, René Girard
postula que los linchamientos comunitarios
no sólo eran formas de recuperar la paz
social en las comunidades primitivas, en
tanto la expresión colectiva de una pasión
común sirve como instrumento de cohe-
sión, sino que además es el miedo en los
ojos de quien está a punto de ser ejecutado
lo que permite a los vengadores comprobar
que es culpable y por tanto que la lapidación
es un acto de justicia. Tal es el ansia por figu-
OPINIÓ N
duro perpetuo. En la segunda, es sinónimo
de angelismo, significa la falta de culpabili-
dad, la incapacidad de cometer el mal y se
encarna en la figura del mártir autoprocla-
mado”.
En la Argentina el fenómeno parece
tener un alcance especial. Basta con andar
unos minutos por las calles de Buenos Aires
para comprobar que todos nos considera-
mos excepciones merecedoras de un trato
especial respecto a las reglas de tránsito. En
el debate sobre nuestra deuda externa, uno
de los puntos clave consistió en determinar
si nuestro país defraudó a los acreedores o si
éstos simplemente especularon con malicia;
en el debate sobre políticas sociales, lo
determinante es saber si el desempleado es
víctima de un sistema injusto o solamente
un vago indigno de cualquier tipo de asis-
tencia.
No sólo hubo quienes lograron lan-
zar su carrera política gracias a los ultrajes
recibidos. Algunos personajes directamente
aprovechan su condición de víctimas para
imponer sus puntos de vista sobre diferen-
tes asuntos de interés público: Blumberg
logró modificar varias leyes pidiendo mano
dura y… ¡hasta nuevas reglas para la com-
pra de teléfonos celulares! Demostró por el
Pero durante el Gobierno
Constitucional que asumió en junio de
1946, el Presidente Perón envió al Congreso
un proyecto de ley el 22 de julio de 1948, por
el cual se dejaba sin efecto la adhesión a las
conclusiones de la citada Conferencia y el
consiguiente trámite de adhesión al FMI y el
Banco Mundial ya que, según dicen sus con-
siderandos que todavía son de rigurosa
actualidad, “estos organismos, mientras
conserven su actual estructura, no se hallan
en condiciones de cumplir las finalidades de
reorganización financiera internacional
para los cuales fueron creados”. El proyecto
se convirtió en Ley 13.891 del 5 de diciem-
bre de 1949. La Argentina fue el único país
latinoamericano que se mantuvo al margen
de ambos organismos hasta 1956.
Durante ese lapso el FMI siempre
mantuvo un denodado interés para que la
Argentina adhiriera a los acuerdos de
Bretton Woods, por razones estratégicas,
dado el rol que nuestro país desempeñaba
en América Latina y en el conjunto de países
del Tercer Mundo. Soy testigo de las reitera-
das visitas que hicieron sus funcionarios a
mis oficinas de la Consejería Financiera en la
Embajada Argentina en Washington, en
especial del encargado de los asuntos lati-
noamericanos, el peruano Jorge Del Canto,
para que convenciera al Gobierno Argentino
de las ventajas de adherir al Fondo. Nuestra
respuesta fue siempre la misma: su filosofía
y su práctica no se acomodaban a los intere-
ses nacionales. Por ejemplo, el sistema de
tipos de cambios múltiples vigente en nues-
tro país iba en contra del dogma del cambio
único sustentado por el FMI.
Por otra parte, las relaciones argenti-
nativas. A pesar del enfrentamiento con
Braden y de la publicación del Libro Azul,
Perón buscó un entendimiento honorable con
Estados Unidos. Éstos respondieron despla-
zando de su gobierno la influencia de Braden,
Hull y otros “halcones”. John Cabot, sucesor
de Braden, afirmó sobre el Libro Azul: “Todo
ese informe era completamente deshonesto y
terriblemente distorsionado”. Mientras tanto,
se hacían cargo de la Embajada en nuestro
país diplomáticos decididos a mejorar las rela-
ciones recíprocas, como lo fueron George
Messersmith, James Bruce, Stanton Griffis y
finalmente Albert Nufer, que desempeñaba el
cargo en septiembre de 1955. Agréguese la
visita a Buenos Aires en febrero de 1950 de
una misión estadounidense presidida por el
Secretario Adjunto para Asuntos
Interamericanos, Edward Miller, y la del her-
mano del Presidente, Milton Eisenhower, en
1953.
Para quien no ha desempeñado en
su vida funciones públicas resulta difícil
admitir que la “ética de la convicciones”
debe combinarse, a veces, con la “ética de
las responsabilidades”, como decía Max
Weber. Perón no era un irresponsable. Tenía
en claro los intereses del país. Gambini, en
cambio, parece sugerir que, fiel a algunas
frases de sus discursos, Perón hubiera debi-
do ser más coherente y decidirse a declarar
la guerra a Estados Unidos. En eso no se dis-
tingue de algunos peronistas de aquella épo-
ca, que en sorna decían que ese debía ser el
camino a seguir: seguramente hubiéramos
perdido, pero a continuación los norteame-
ricanos nos habrían otorgado un Plan
Marshall con el cual finalmente todos que-
daríamos conformes.

no-estadounidenses sufrieron diversas alter- Antonio Cafiero

rar en la lista de los desfavorecidos que
hasta los más importantes debates públicos
han usado el argumento de la primera san-
gre como eje determinante: en la disputa
sobre el aborto, la discusión suele basarse
en la cuestión acerca de si la víctima que
merece mayor atención es la mujer embara-
zada o el feto. Pero además, las víctimas más
interesantes son siempre las que nos permi-
ten condenar a nuestros vecinos. En otros
términos, la preocupación pública por las víc-
timas no es más que el reflejo del agota-
miento de la capacidad que tenían para
enfrentarnos las grandes corrientes del pen-
samiento político y social. Los noticieros por
su parte nos recuerdan cada día que el
mundo está lleno de malos.
Pascal Bruckner escribió hace unos
años: “Llamo inocencia a esa enfermedad
del individualismo que consiste en tratar de
escapar de las consecuencias de los propios
actos, a ese intento de gozar de los benefi-
cios de libertad sin sufrir ninguno de sus
inconvenientes. Se expande en dos direccio-
nes, el infantilismo y la victimización, dos
maneras de huir de la dificultad de ser, dos
estrategias de la irresponsabilidad biena-
venturada. En la primera, hay que compren-
der la inocencia como parodia de la des-
preocupación y de la ignorancia de los años
de juventud; culmina en la figura del inma-
absurdo que la víctima no puede tener más
derechos que el resto de la sociedad.
Algunos ahorristas que sufrieron el
corralito aprovecharon el bajo costo de los
dólares para comprarlos, las tasas de interés
para capitalizarlos y, acusando a los gritos a
los políticos de la caída de un sistema visi-
blemente inviable, lograron acallar las razo-
nables dudas para poder imponer amparos
que les permitieron cobrar en dólares… ¡du-
plicando nuevamente el valor de sus aho-
rros! Todo eso sin perder por un segundo su
cara de ofendidos.
De alguna manera hay que aquietar
la mala conciencia de la deserción. Tal como
comenta Silvio Maresca, la fuga cómplice
ante el horror de lo real es lo único que hoy
hace lazo “social”. Pese a que sobraban las
pruebas en su contra, el FMI pretendió des-
lindar su responsabilidad en la crisis de
2001, culpando a los dirigentes políticos
argentinos por su supuesta falta de discipli-
na. ¿Habrá que recordar además que su
argumento principal era un excesivo gasto
social? No fue para ellos una tarea difícil: al
igual que ciertos tipos de delincuentes (no
todos, obviamente), los políticos son de las
pocas personas que quedan a las que se
puede odiar públicamente sin perder la ima-
gen de respetabilidad. No faltó en la
Argentina quienes estuvieran completa-

mente dispuestos a dar la razón al Fondo,
pues tenían un fuerte interés común en con-
vertir a los políticos en demonios. Así, no fue
la inviabilidad de un régimen absurdo lo que
se demostró con el corralito, sino la maldad
congénita de un puñado de funcionarios.
Con semejante premisa, cualquier amparo
era un acto de estricta justicia, aunque agra-
vara a la vista de todos la causa que lo habría
justificado.
Tarea difícil la del político, pues
ocupa un lugar desde el que resulta casi
imposible hacer el papel de víctima. Sólo
grandes genios como Fidel Castro o Hugo
Chávez pueden a la vez hacer visible que
sufren injusticias e imponer una imagen de
autoridad. De la Rúa sólo ha logrado con-
vencer a unos pocos radicales de que fue sen-
cillamente víctima de una maniobra por
parte del peronismo en bloque que, no con-
tento con negarse a integrar alegremente
en el último minuto un gabinete coordinado
por Colombo, pareciera haber organizado
coordinadamente saqueos en el Conurbano
y hordas de manifestantes de clase media en
Plaza de Mayo.
Por eso el caso de Ibarra es más com-
plicado. Demuestra que el ejercicio de la fun-
ción pública es ya una profesión de alto ries-
go. Hoy no sólo importa actuar con respon-
sabilidad. Cada vez resulta más importante
tratar de analizar y prevenir los posibles cas-
tigos, aunque ya sea imposible prever de
dónde pueda llegar a venir el golpe.
Cualquier funcionario sabe que la concien-
cia del trabajo bien realizado de todas for-
mas continuamente estará amenazada por
la inminencia de una citación judicial o de
un escándalo mediático. Como se presume
su culpabilidad, el filtrado de una denuncia
a la prensa ya es un arma corriente en cual-
quier conflicto político, por más débiles que
puedan ser las pruebas o la falta cometida.
Mirado desde un punto de vista de
largo plazo, no importa si Ibarra fue o no cul-
pable. Lo que sí resulta relevante es que él
tenía que serlo para que otras personas
pudieran considerarse completamente ino-
centes. Su destitución no saciaba tanto la
sed de venganza como exculpaba la mala
conciencia de una responsabilidad mucho
más directa. Ante la imagen de una conjura
de coimas e intereses comerciales, poco
parece pesar el preguntarse si no era previsi-
ble la tragedia para cualquiera que conocie-
ra cómo eran esos recitales, o si los padres
de los que fueron a ese y otros recitales simi-
lares no hubieran debido prever el riesgo al
que se sometían.
¿Es casual que Callejeros haya espe-
rado a la destitución de Ibarra para decidirse
a vender entradas para su próximo recital?
Quienes integran este grupo y quienes fes-
tejaban la forma en que se usaban las ben-
galas en sus presentaciones pretenden exi-
mirse de toda responsabilidad poniéndose
en el lugar de las víctimas. ¿O es que acaso
OPINIÓ N
en un salón atestado de adolescentes no
puede uno prender bengalas para poder
sobrellevar el sin sentido de la vida cotidia-
na? Las autoridades tendrían que haber sabi-
do que esa era nuestra forma de divertirnos.
Aunque suene increíble, una de las
respuestas pretendidamente exculpatorias
más usadas fue la de afirmar que en los reci-
tales de otros grupos también había benga-
las. Esa conducta habría sido perfectamente
responsable de no haber existido una oscura
red de corrupción, maravilloso ente que lava
cualquier tipo de falta. El haberse difundido
que una puerta de seguridad se abría para
adentro sirvió para que nadie se preguntara
si de haber estado invertida igualmente
hubieran podido salir todos sanos y salvos, o
si no seguimos aún asistiendo cotidiana-
mente a espacios multitudinarios con una
seguridad igualmente precaria. La visión de
un auto chocado nos hace bajar la veloci-
dad… como mucho por diez minutos. Pero
lo curioso es que muchos argumentan como
si fuera razonable pretender andar a 200
kilómetros por hora por una ruta doble
mano y después culpar del choque al policía
que no nos puso la multa... que de todas for-
mas nos íbamos a negar a pagar.
Obviamente, no es un dato menor
la responsabilidad del Gobierno de la
Ciudad. Pero lo que resulta también eviden-
te es que la búsqueda de chivos expiatorios
sirve menos para transformar políticas que
para tranquilizar conciencias y evitar pre-
guntas molestas sobre otras responsabilida-
des tanto o más relevantes.
Eso de todas formas es indepen-
diente de los errores o faltas que pudo haber
cometido el mismo Aníbal Ibarra después
del incendio. En los últimos días perdió posi-
bilidades por obedecer impulsos ancestrales
de su condición de político. En plena crisis
de las ideologías, quiso defenderse apelan-
do a la confrontación izquierda-derecha.
Viendo que era poco creíble que sólo se lo
persiguiera por izquierdista, procuró identi-
ficarse con las víctimas del Proceso. En la
movilización de la semana anterior a la des-
titución más le hubiera servido no haber
hablado desde el palco: para su condición
de víctima parecía suficientemente contun-
dente la bendición de Estela Carlotto.
Tampoco debería haber asistido a la vota-
ción sobre su destino con esa cara de seguri-
dad, y mucho menos tendría que haberse
dejado ver cuando descubrió que le votaban
en contra: la única mirada inocente es la de
quien clama al cielo ante una injusticia.
Quien no está desesperado no es inocente.
Pero su destitución no sólo ha servido para
lavar otras culpas. Le ha dado una nueva
oportunidad para recuperarse: la de conver-
tirse a su vez en víctima de conjuras y des-
lealtades.
Mariano Fontela
 H Homenaje a Ramón Carrillo ........................................................................
D Decreto de ley 4161 del 5 de Marzo de 1956 .............................................
C Comunidad Sudamericana: entre cumbres y valles .....................................
11 11 de marzo de 1973 .................................................................................
Perón y los sindicatos. El inicio de una relación conflictiva
Torcuato S. Di Tella .....................................................................................
La transformación del justicialismo.
Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999
Steven Levitsky ...........................................................................................
IB Blumberg y Cromañón ...............................................................................
Colaboraron en esta edición:
Mario Casalla, Carlos Fernández Pardo, Mariano Fontela,
Roberto Mario Magliano, Silvio Juan Maresca
Este Boletín es una publicación del Instituto de Altos Estudios Juan Perón, creado por disposición del
Congreso Nacional del Partido Justicialista celebrado el 26 de marzo de 2004 el que aprobó la creación de una
asociación civil sin fines de lucro que actuara como órgano de capacitación y formación del Partido Justicialista.
Aspiramos a que el Instituto de Altos Estudios Juan Perón se constituya en un ámbito dedicado a la
investigación científica y doctrinaria y a la producción, sistematización y difusión de estudios, investigaciones y
documentos destinados a profundizar y perfeccionar el sistema democrático, abordar los problemas nacionales,
afianzar la justicia y la equidad social y proyectar a la Argentina en el mundo.
Para asociarse al Instituto no es necesario ser afiliado al Justicialismo. Sólo se requiere poseer título
universitario o terciario, estudios avanzados en carreras de grado, o poseer una reconocida trayectoria en el
desarrollo de tareas de índole político, social o cultural.
Vicepresidente: Silvio Maresca Presidente: Antonio Cafiero
Para Informes e inscripciones: iaejuanperon@argentina.com
Reconquista 46 - Piso 9 - Buenos Aires - Tel.: (011) 4348-9601
4
6 Perón, Braden y el Fondo Monetario
7
Sabemos que uno de los deportes favoritos del antiperonismo irremisible es el de tratar
de demostrar la insinceridad de Juan Domingo Perón. Podría traer a colación un sinnúmero de
versiones en que Perón aparece, para sus críticos, simultáneamente amando y odiando, alaban-
8 do y criticando, pactando en la sombra y enfrentando públicamente. De esta crítica no se han
salvado ni siquiera sus relaciones con Evita.
Pero lo que hasta el momento nadie se había animado a afirmar es que esta duplicidad
alcanzaba también a sus relaciones con Braden. Mi amigo Albino Gómez se refiere al tema en un
artículo publicado en el diario La Nación sobre la base de las versiones que le habría proporcio-
10 nado Gustavo Durán, un ex funcionario del Departamento de Estado que acompañó a Braden
durante su misión en nuestro país.
Durán sostenía entonces que el enfrentamiento público entre Perón y Braden debía ser
sólo pour la galerie, para las apariencias. Detrás de las bambalinas ambos tenían que ponerse de
11 acuerdo: “Perón en defender los intereses norteamericanos y convertirse en el hombre de los
Estados Unidos en la Argentina, y Braden en dejar librada a su suerte a la Unión Democrática,
14
con la seguridad de que el Departamento de Estado aceptaría a Perón como presidente”.
Para los que vivimos y recordamos aquellos días tumultuosos y fervorosos, la posibili-
dad de esta clase de entendimiento nos parece hasta risible. El mismo Gómez se encarga de des-
cribir el impacto popular que aparejó la consigna “Braden o Perón” difundida por el coronel en
los últimos días de la campaña y que fue uno de los factores de su victoria electoral. Así como los
duros enfrentamientos personales entre ambos.
“Se habían embestido dos elefantes, cualquiera fuese el tamaño de sus países”, escribe
Gómez. En uno de esos encuentros, Braden, furioso -Perón le había retrucado que sólo un hijo
de... podía aceptar sus proposiciones-, se retiró del despacho del coronel dejando su sombrero
en el perchero. Perón se lo hizo llegar al día siguiente. Tal vez éste sea el “entendimiento” al que
se refiere Durán.
Este personaje fue uno de los redactores del Libro Azul, un documento del gobierno de
los Estados Unidos, inspirado por Braden, que se difundió, pocos días antes de las elecciones, en
toda América Latina, y en la Argentina en el diario La Prensa. En él se recogía toda clase de infun-
dios y dicterios contra el coronel. Perón contestó con la publicación del Libro Azul y Blanco, que
todos leíamos apasionadamente.
Nada pudo detener su avance triunfal. El 24 de febrero de hace sesenta años, en eleccio-
nes libres y democráticas, Juan Domingo Perón fue ungido, por primera vez, presidente consti-
tucional de los argentinos.
En otro artículo cargado de embestidas contra los fundamentos de la lógica más ele-
mental, Hugo Gambini afirmó hace pocos días, también en el diario La Nación, que es un dispa-
rate suponer que Perón “manejaba los tiempos y empujaba o retrasaba la historia según su con-
veniencia”. Comparto el criterio. Pero leyendo con más atención, descubro que ese disparate
habría sido “siempre una verdad indiscutida para el peronismo”.
Sería interesante que Gambini explicara en qué momento y por quiénes se ha enuncia-
do semejante leyenda. Lo único que se me ocurre pensar es en una enseñanza de Perón que se
refería a la necesidad de los pueblos de “cabalgar la historia”, lo que no significa que tuviera la
máquina del tiempo, sino que suponía una actitud enfrentada a dos disposiciones igualmente
dañinas: pretender ir contra las grandes corrientes históricas o dejarse llevar, sumisa y pasiva-
mente, por ellas. Más aún, agregaba en sus clases de “Conducción política” que la verdadera
condición del estadista era anticiparse a los tiempos e insertarse en ellos, manteniendo la propia
identidad.
Según este prominente expositor del antiperonismo irremisible, Perón alentaba la
creencia en su capacidad prodigiosa resolviendo sus supuestas contradicciones con el artero
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recurso de su oratoria. El caso que utiliza para demostrarlo es el cambio de opinión respecto a la
decisión de integrar a la Argentina al Fondo Monetario Internacional, vinculado aparentemente
a otra defección mayor: su actitud ambigua respecto a Estados Unidos. Pero la única verdad es
la realidad, la que demuestran leyes y decretos, y no la interpretación antojadiza y despojada de
contexto de algunas frases sueltas. Como ya mencioné en otra oportunidad, por Decreto-Ley
3185 del 31 de enero de 1946, el gobierno “de facto” del General Edelmiro J. Farrell resolvió
adherir a las conclusiones de la Conferencia de Bretton Woods en la que se creara el FMI y el
Banco Mundial, “no obstante las restricciones para los derechos del país que, en materia finan-
ciera, estos acuerdos presuponen”.