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Así se publicó «Ulises», historia

de un libro obsceno
Una monografía, que parece una novela de aventuras o un «thriller»
judicial, aborda la epopeya que fue la publicación de «Ulises», libro
acusado de obsceno y blasfemo que permaneció diez años prohibido
antes de convertirse, según algunos, en la novela más importante
escrita en inglés durante el siglo XX

ULISES FUENTE

CREADA.01-12-2016 | 03:26 H
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ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN.01-12-2016 | 03:26 H
James Joyce escribió «Ulises» a pesar de la pobreza, la enfermedad, la censura
y su autoexigencia. Se enfrentó a tres juicios y un glaucoma, vio arder
ejemplares del libro y padeció el escarnio público. Vivió de caridad. Sobre el
titánico esfuerzo de escribir aquellas 800 páginas (arriba o abajo) trata «El
libro más peligroso», ensayo que convierte en historia de aventuras la odisea
prosaica que está detrás de la novela. Una crónica hasta el detalle para
entender la que es considerada mejor novela escrita en inglés del siglo XX, el
libro que renovó el lenguaje, se rió de las comas, retorció el canon hasta
hacerlo chillar y se aventuró a hacer literatura del lenguaje y la vida cotidiana.

Pero el autor nos ofrece también una semblanza del creador: un hombre
orgulloso, simpático, alguien demasiado anarquista para denominarse como
tal. Un hombre que renunció a la patria, la religión y la familia dejando pronto
Dublín para ser escritor y nada más. Pero Joyce, en su altivez, no era ajeno al
amor. Y eso que siempre fue un calavera de cuidado (contrajo la sífilis con
prostitutas y la enfermedad le causará todos sus males oculares) que se
burlaba del amor romántico. Sin embargo, el amor está en el punto de partida
de la novela, ese día 16 de junio de 1904 en que conoció a Nora Barnacle y en
el que sucede toda la narración. Joyce había concebido el artefacto, es decir,
18 capítulos desde otros tantos puntos de vista, que traspusieran la heroica
«Odisea» a un día ordinario de un lugar pedestre. Pero no sabía hasta qué
punto necesitaba del amor para encender la maquinaria. O, más exactamente,
de morir de celos. Las dudas acerca de la honestidad de Nora y del hijo que
consideraba suyo incendiaban al escritor, que estaba buscando esa voz que
cambiaría la literatura en inglés. Cuando supo que las sospechas eran
infundadas, comenzó a escribirle un torrente de cartas eróticas a Barnacle,
textos llenos de sexo explícito que no son aptos para ser reproducidos en estas
páginas (créanme) y que, según el autor del ensayo, fueron la llave del
lenguaje del irlandés. «Toda esas proposiciones indecentes sirvieron al
escritor para hallar su lenguaje más noble», remarca.

Otro Ulysses

Sin embargo, esa forma de expresión también será la llave de su calvario.


Joyce ya era un escritor conocido que había recibido el apadrinamiento de
Ezra Pound, pero sus libros no se vendían. «Ulises» iba a ser la gran apuesta
de contenido de revistas modernistas, «The Little Review» y «The Egoist». El
contexto es importante, porque sin el auspicio de un millonario enamorado del
arte (John Quinn) y de un puñado de excéntricas y radicales sufragistas (que
ríete de Femen), la novela nunca podría haberse publicado. El enemigo era
poderoso: enfrente estaban en su apogeo las leyes anti obscenidad que velaban
por el buen gusto en la Inglaterra victoriana y también en EE UU como
herencia, irónicamente, de las promulgadas por Ulysses S. Grant tras la
unificación. Los servicios postales ejercen la censura indiscriminadamente y
las denuncias se multiplican. Las páginas de la novela, llenas de epifanías
callejeras y lenguaje lumpen, contienen blasfemia, obscenidad y escatología,
según las autoridades. «Es desagradable. La novela huele a mujeres
gonorreicas y a hombres de lupanar», dijeron. Una novela hermética, que no
quería comunicar, que se presentaba como un caldo sucio y caliente de deseos
humanos. «Un funcionario del Gobierno americano le dijo a Pound que
estaban convencidos de que las entregas del libro eran en realidad un
elaborado código para espías extranjeros», recoge el autor. No lo entendían,
pero lo prohibieron por si acaso.

El exilio editorial

«Asistimos a la colisión entre la aristocracia del buen gusto y la mediocridad


institucional», lamentaba Pound, que fue el primer censor de la novela y que,
a pesar de ello, no podrá evitar hasta tres procesos judiciales para prohibirla.
La primera vez que se imprimió completa fue en París (dos copias), gracias a
que los operarios de la imprenta no entendían inglés, y después pudo ponerse
a la venta también en el exilio parisino con la complicidad de otra mujer,
Sylvia Beach, la propietaria de la emblemática librería Shakespeare & Co.
Virginia Woolf se negó a publicarla, Hemingway ofreció su ayuda con
timidez y Scott Fitzgerald se deshizo en halagos a su ídolo. Se ofreció a saltar
por la ventana por él. Y luego también por su esposa.

Birminghan no escatima en la narración del martirio de Joyce, asaeteado por


terribles dolores oculares, aullando toda la noche y sangrando durante
semanas por un ojo, experiencias que también tuvieron, según el autor, una
influencia decisiva en la forma y el fondo de la novela. Para el final, otra
ironía: Nora Barnacle, que lo inspiró todo, se sentía ante la novela como el
común de los mortales. Nunca pasó de las primeras 30 páginas. «Imagino que
es un genio, pero qué mente más sucia tiene, ¿no?», es todo lo que acertó a
decir del libro que casi consume a su marido.

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