Sie sind auf Seite 1von 91

HISTORIAS DE MUJERES

de

Isabel Blas
Impreso en España
Depósito Legal: M-33509-1986
Inscripción nº 131.662 en el Registro General de la
Propiedad Intelectual de Madrid
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

3
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

PRÓLOGO

Esta obra de teatro fue escrita, como puede


comprobarse por la fecha de su inscripción en el
Registro de la Propiedad Intelectual, hace muchos
años, cuando los terribles y dolorosos hechos de los
malos tratos a las mujeres eran todavía bastante
desconocidos para la sociedad española. No por
inexistentes, sino porque los medios de
comunicación no les habían concedido, hasta
entonces, suficiente espacio y, por tanto, la debida
resonancia.
Por aquel mismo tiempo presenté el texto a un
premio de teatro del que ya no recuerdo el nombre
y, como es obvio, no lo obtuve, así es que durante
mucho tiempo más mi obra estuvo dormida en un
cajón a la espera de que apareciera un grupo de
teatro compuesto exclusivamente por mujeres
—dado que ellas eran las únicas que aparecían en
la obra—, que estuviera interesado en representarla.
Hace unos cuantos años ya, el grupo apareció.
Fue en el 2000 y en el País Vasco, en Ermua. Envié
mi obra e incluso viajé a dicha localidad a conocer al
grupo y a su director. Me festejaron con una comida
y un primer ensayo en el que encontré que las
mujeres eran buenas actrices —alguna magnífica—,
pero incluso sin el texto en la mano, noté que
algunas de las frases escuchadas no correspondían
a lo escrito por mí. El director me habló de los
4
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

cambios que «son necesarios desde un punto de


vista escénico» y algunas otras vaguedades más.
Como, repito, no llevaba mi texto conmigo, le pedí
que no dejara de mandarme dichos cambios al
objeto de tener exacto conocimiento de los mismos.
Tardó mucho en hacerlo, tanto que tuve que
reclamarlos varias veces pero al fin recibí mi obra
que, nada más comenzar a leer, no reconocí. Los
cambios eran tantos e incluían modificaciones tan
innecesarias, extrañas y extravagantes que mi
segunda reacción fue prohibir de forma absoluta que
fuera representada. La primera había sido, como
parecía lógico, intentar investigar con el director del
grupo el por qué de dichos cambios. Lo más que
obtuve de él fueron contestaciones del estilo de que
yo no entendía nada de arte escénico y, para mayor
abundamiento, era una completa desconocida en el
ámbito teatral y, por extensión, en el literario. Con
ambos defectos, difícilmente me permitía él a mí
opinar sobre mi propia obra que él había
«adaptado» porque, en el fondo, tampoco valía
tanto.
Mi prohibición de que mi obra fuera representada
con un texto que yo consideré destrozado conllevó
que varias de las mujeres del grupo, en una
conversación telefónica de manos libres que me
permitió hablar con todas ellas, me indicaran que, si
yo prohibía la representación y dado que ya no
tenían tiempo material de montar ninguna otra
—estaban casi en fechas de estreno— se quedarían
sin posibilidad alguna de representar teatro en ese
5
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

año, lo que conllevaría que el Ayuntamiento no


pagaría la subvención anual que el grupo conseguía
para su existencia y tampoco les financiarían el
siguiente año. Ante tamaño chantaje moral
—perfectamente conocedora del mismo— les
indiqué que podían representar ese año lo que
quisieran pero exigí que mi nombre fuera totalmente
borrado de dicho texto, que me enviaran los folletos
o cualquier otra documentación donde yo pudiera
comprobar que esto se había cumplido y prohibí
expresamente que, una vez acabada la temporada
—que incluía representaciones por otras localidades
del País Vasco con motivo del 8 de marzo, Día de la
Mujer Trabajadora—, continuaran con la obra.
Nunca más recibí noticia alguna ni documentación
del grupo de teatro ni de su director.
Por escrito, me dirigí también a don Carlos
Totorika, alcalde, y a doña Natividad Alonso,
concejala del Departamento de Igualdad de
Oportunidades del Ayuntamiento, informándoles de
lo sucedido. El alcalde no me contestó. De la
concejala recibí su simpatía y solidaridad. A partir de
ahí, el silencio más absoluto en estos once años
sobre mi obra de teatro.
Así es que ahora que Internet y Bubok existen, he
decidido poner esta obra en el espacio contando su
aventura. Ésta es mi obra de teatro. La que yo
escribí. La que yo registré. Sin duda y por fortuna,
hoy está desactualizada porque los medios de
comunicación ya conceden la importancia que se
merecen a los terribles sucesos que acaecen en
6
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

torno a las muertes y a los malos tratos de las


mujeres. En su momento, mi deseo con esta obra
era, precisamente, esa difusión, ese conocimiento.
Me alegro de que el objetivo haya sido conseguido
aunque yo no participara en ello.
Gracias por la atención que dispensen a este
texto y espero que mis personajes les merezcan el
respeto y el cariño con el que yo los concebí.

Isabel BLAS

7
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

8
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

PERSONAJES (Por orden de aparición)

NIEVES QUESADA
GLORIA
MELA BIOSCA
CURRA GONZÁLEZ
MARÍA
ANGELINES
AMELIA
LUISA

9
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

10
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

DECORADO

Despacho de la directora de una


Casa de Acogida de mujeres
maltratadas. El mobiliario del
despacho es sencillo y su ambiente
resulta agradable. A la derecha del
espectador hay una puerta que
comunica con el resto de la casa. En
dicha parte, en primer plano, hay un
sofá, dos sillones y una mesita baja
colocados de cara al espectador, en
la forma habitual. A la izquierda y
quizás en ángulo con la pared, la
mesa y la silla de despacho de la
directora. Detrás de esta mesa, uno
o dos archivadores. Sobre la mesa
de despacho un teléfono, carpetas
de expedientes, papeles y objetos
propios de un despacho —lápices,
bandejas de papeles, etc.—. Delante
de la mesa otra silla o sillón de
aspecto muy cómodo. Por las
paredes, algún cuadro. Por la
estancia, algún otro objeto o adorno
que dé un ambiente acogedor, dentro
de la sencillez. Al fondo, a la
derecha, cerca de la puerta, una
11
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

estantería o librería con suficientes


libros —perchero, paragüero, algún
pequeño mueble bajo, etc., a
voluntad—. Una lámpara de pie
cercana a la mesa de la directora.

12
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ACTO ÚNICO

(NIEVES QUESADA, la directora de la Casa,


está sentada en su mesa, escribiendo. Es
una mujer de unos cuarenta años, de aspecto
formal y agradable. Llaman a la puerta
levemente. Sin esperar contestación entra
GLORIA, su ayudante. Representa unos
veinticinco años y es moderna y
desenvuelta.)

GLORIA.—Nieves, están aquí las periodistas que


llamaron ayer.

NIEVES (Sigue escribiendo sin levantar la cabeza).—


¡Ah, sí! Diles que pasen. (GLORIA abre algo más la
puerta y casi de inmediato entran MELA y CURRA,
periodista y fotógrafa, respectivamente. Portan los
enseres propios de su trabajo: bolsas con
magnetofones, cámaras, etc. CURRA lleva también
una cámara colgada al cuello. Mientras avanzan,
NIEVES se ha levantado de la mesa y sale a recibirlas
con cordialidad.) Hola. Soy Nieves Quesada. (Duda al
tender la mano a MELA.) Tú eres...

MELA.—Yo soy Mela Biosca, con quien hablaste por


teléfono. (Señala a CURRA.) Ésta es mi compañera,
Curra González.
13
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

CURRA.—Hola.

(Se sientan las tres. NIEVES en el sillón de la


izquierda. MELA y CURRA en el sofá central.
CURRA en la parte más alejada de NIEVES y,
casi inmediatamente, saca un paquete de
cigarrillos y se dispone a fumar sin pedir
permiso ni ofrecer. Su actitud es ligeramente
indiferente, como si con ella no fuera la
próxima conversación. Se ha quitado la
cámara del cuello y la ha dejado encima de la
mesita baja.)

MELA.—Lo primero es darte las gracias, Nieves, por


facilitarnos este reportaje. Sabemos las precauciones
que hay que tomar para que vuestra dirección
permanezca en secreto.

NIEVES.—Sí. Ésa es una precaución indispensable.


Una Casa de Acogida de mujeres maltratadas es un
lugar donde las mujeres se refugian de su marido o
compañero. No tendría sentido dar la dirección para
que fueran visitadas por aquellos de quienes tratan de
huir.

MELA.—Puedes estar tranquila. Nuestro reportaje no


revelará datos que lleven a localizar la Casa.
Realmente, a nosotras... (Se vuelve hacia CURRA que
está fumando y mirando distraída hacia el techo.
14
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

Rectifica.) a mí... lo que me interesa es el mundo


actual de estas mujeres. Qué hacen aquí, cómo
distribuyen su jornada, si hacen amigas... Yo creo que
con esto habría suficiente.

NIEVES.—Sí, ya... Eso es lo que me dijiste por


teléfono. Yo he hablado con algunas de las que
parecen, (Remarca.) solo parecen, ¡ojo!, dispuestas a
contar algo de esta experiencia... Porque, como
comprenderás, no todas las mujeres tienen ánimos
para hablar con la prensa. Muchas de ellas están
pasando por los momentos más difíciles de su vida.
Han tenido que huir de sus casas porque han sido
maltratadas o porque han recibido amenazas de
muerte por parte de sus maridos.

MELA.—No, claro, yo en eso de las amenazas no voy


a... (Ligeramente intrascendente.) Además, que estas
cosas de las riñas matrimoniales... Nunca se sabe...
(Como buscando confirmación a sus palabras.) Luego
nunca pasa nada.

NIEVES (La interrumpe, asombrada).—Pero, Mela, ¿tú


en qué mundo vives? ¿Me dices esto tú
precisamente, que eres periodista y debes estar en
contacto diario con la realidad? ¿No llegan a tu
revista noticias de los miles y miles de casos de
palizas o de amenazas de muerte que reciben
algunas esposas en sus hogares? ¿Y los casos cada
vez más numerosos de mujeres muertas a manos de
15
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

sus maridos? (Casi con sorna.) ¡En tu revista no


debéis tener sección de sucesos...!

MELA (Un poco confusa y arrepentida de sus


palabras).—No... no... realmente, yo llevo reportajes
que no tienen nada que ver con esto... Pero como la
revista es para mujeres... y andábamos algo escasas
en esta época, pues me dijeron de hacer éste...

NIEVES (Muy despacio).—Entiendo... (Se levanta y va


hacia su mesa. Coge unos papeles y regresa al sillón.
CURRA sigue distraída. NIEVES se dirige a ella en tono
irónico.) ¿Tú también estás en reportajes de relleno,
Curra? (Se sienta.)

CURRA (Pillada ligeramente sin atender).—Yo... yo


hago las fotos que me mandan hacer.

NIEVES (Percibiendo la intrascendencia del


planteamiento).—Ya... (Pausa.) Y el reportaje, ¿cómo
piensas plantearlo, Mela?

MELA.—Pues... sobre cómo viven aquí las mujeres, si


tienen habitaciones individuales, si se cocinan ellas, si
atienden personalmente a sus hijos, cómo pasan sus
ratos de ocio...

NIEVES (Entre irónica y algo irritada).—Pues todas


esas preguntas te las puedo contestar yo. (Señala los
papeles que tiene en la mano.) Tengo la relación de
16
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

mujeres que viven aquí, sus edades, el resto de sus


datos, si han venido solas o acompañadas de algún
hijo...

MELA (Interrumpe, claramente nerviosa).—Bueno,


pero... no sé... quizá el testimonio directo... (Mira
impaciente a CURRA, que sigue fumando aunque
ahora un poco más atenta.)

NIEVES (Como si no hubiera oído a MELA).—...y


también tengo los partes médicos de las lesiones que
les produjeron sus maridos, la situación de sus
denuncias en comisarías o juzgados...

CURRA (Interrumpe incómoda).—Pero hay que hacer


fotografías. (Despectiva.) Si se dejan, claro...

NIEVES (Se levanta. Va hacia la mesa, deja los


papeles y habla despacio, como cansada).—No seré
yo quien lo impida. Las mujeres están avisadas de
vuestra presencia. Solo hay una excepción. Una
mujer... la señora... Ruiz. Ella... no está aquí como las
demás. (Algo turbada.) Es... amiga mía... y me pidió
pasar aquí unos días por motivos personales. Ella no
tiene nada que ver con esta Casa. Os ruego que no la
molestéis...

CURRA (Irónica).—Es decir, que está «veraneando»


en una Casa de Acogida de mujeres maltratadas.

17
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MELA (Tapando casi las palabras de CURRA).—Claro,


claro, Nieves, por supuesto... No te preocupes. Con
dos o tres mujeres habrá suficiente...

NIEVES (Molesta).—¡Sobre todo, hay suficiente para


un reportaje intrascendente en el que lo importante es
citar qué programa de televisión ven o qué productos
de belleza utilizan unas mujeres cuyos cuerpos aún
conservan las señales de la última paliza! (Se va
poniendo furiosa a medida que habla.) ¡Pero a
vosotras lo que os preocupa es si aquí lavan con el
mismo detergente que en sus casas o cómo
resuelven sus problemas de peluquería!

MELA.—No, Nieves. Eso tampoco. Lo que pasa es


que nuestra revista es de mujeres...

NIEVES.—¡Ellas son mujeres! Pero mujeres con


problemas muy graves, que deben ser conocidos por
otras mujeres y otros hombres. Problemas que deben
ser informados seriamente a una sociedad que ignora
mucho de lo que está creando en su seno. Por eso
acepté yo este reportaje.

MELA.—Bueno, no sé... Eso quizás alguna revista


especializada...

NIEVES.—En cualquier revista, Mela, en cualquier


revista puede y debe salir este otro «mundo de la
mujer». Y este mundo no está reducido a esas cosas
18
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

¡tan importantes! de las que vosotras quizá escribís:


su belleza, sus vestidos, sus labores... (Pausa.)
¿Pero no os dais cuenta de que colaborando en esos
planteamientos estáis ayudando a perpetuarlos?

CURRA (Se enfrenta a NIEVES).—Mira, Nieves,


nosotras hemos venido a hacer un reportaje y nada
más. No es nuestra vida ni cuenta nuestra...

NIEVES (La interrumpe).—¡Claro que es cuenta tuya,


Curra! Tú eres mujer y como tal probablemente
padecerás algún tipo de discriminación. Quizá tú
tuviste la suerte de lograr un buen trabajo, de hacer
aquello que quieres hacer, pero ¿estás segura,
realmente segura, de que estás considerada social o
laboralmente igual que tus amigos o compañeros
varones?

CURRA (Cae en la trampa).—¡Claro que sí! ¡Mi trabajo


me cuesta!

NIEVES (Sonríe).—Tú misma te has contestado,


Curra: tu trabajo te cuesta... Pero como tú, mal que
bien, lo estás consiguiendo, ¡qué importan las demás!

MELA.—No, Nieves, si lo que dices está muy bien. Y


tu trabajo por estas mujeres es magnífico y lo
señalaré en el reportaje.

19
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

NIEVES (Se indigna).—¡No quiero salir en ningún


reportaje! Quiero que salgan ellas. Quiero que
escribas sobre ellas... sobre sus historias. Pero de tal
manera que cuando se oiga nuevamente el
despectivo «esto son historias de mujeres» alguien
recuerde y se le pongan los pelos de punta...

MELA.—Pero nosotras no somos quiénes para juzgar


ni tomar partido.

NIEVES.—¿Y no estás tomando partido cuando no


hablas de otra cosa que de asuntos tradicionalmente
entendidos como femeninos? (Pausa.) Te puedo
sugerir unos cuantos cambios que ni se te habrán
ocurrido: habla de belleza, sí, pero de cómo se pierde
a través de una vida frustrante y alienada; habla de
costura, pero de cómo a través de ella adquiere la
mujer artrosis irreversible por pasar media vida
inclinada ante una máquina de coser...

MELA.—Pero eso era antes, Nieves, hoy la mujer...

NIEVES (Muy contenida y muy dura).—Hoy, tú, Mela


Biosca, estás en una Casa de Acogida de mujeres
maltratadas. No antes. Hoy. Ahora mismo. Tienes
delante de ti una realidad por si quieres plantearla con
solidaridad y profundidad y... (Casi con desprecio.)
por si quieres dejarte de «cuestiones femeninas». (Se
hace un silencio profundo. Se dirige hacia la puerta.)

20
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

Excusadme... Será mejor que vaya a avisar de que


habéis llegado. (Sale.)

(MELA queda afectada por el discurso. CURRA,


enfadada.)

CURRA (Se levanta).—Oye, Mela, ni puñetero caso,


¿eh? A mí no me compliques la vida, que ya te
advertí que me jodía el invento éste y además tengo
que largarme lo antes posible, que aún no he hecho
las fotos del guaperas ése del cine y maquetación me
las está pidiendo desde hace días.

MELA.—Está bien, Curra, vale, ¿no? Tú haz las fotos


y listo. Soy yo la que tiene que escribir el reportaje...

CURRA (Irónica).—Y la señora parece que ha


descubierto que puede tener entre las manos el
reportaje del año, que le transportará en directo al
Premio Pulitzer. ¡Vaya con la directora, qué gran
poder de persuasión tiene!

MELA (Se levanta).—No, no es eso... No estaba


pensando en el reportaje en sí, sino en las mujeres.
Éste es un mundo extraño, ¿verdad? (Reflexiona.)
¿Qué sabemos tú y yo de estas cosas?

CURRA.—¡Pues lo que todo el mundo! ¡Que existen!

21
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MELA.—Que existen, pero ¿qué más?... Nosotras


vivimos felices, despreocupadas, mi marido me adora
y yo a él también... Pero ¿y ellas? ¿Por qué se llega a
esa violencia en los matrimonios? ¿Están amparadas
cuando acuden a la policía? ¿Qué pasa cuando
vuelven a sus casas? ¿Qué sabemos, en definitiva,
de ellas?

CURRA (Como enunciaría una estudiante


sabihonda).—Periodismo: curso primero. Asignatura:
redacción. Género periodístico: entrevista... Una
entrevista debe realizarse con la mayor
documentación posible sobre el entrevistado, sus
datos personales, historial profesional...

MELA (La interrumpe bruscamente).—¡Qué historial


profesional ni qué narices! (Se aleja de CURRA. Habla
para sí.) Estas mujeres están aquí porque han sido
golpeadas por sus maridos y han tenido miedo de
continuar en sus casas. Y se han marchado.
(Recuerda lo que dijo NIEVES.) No... han huido...

(Entra GLORIA sin llamar e inmediatamente


detrás MARÍA y ANGELINES, ésta con un bebé
en brazos. MARÍA representa unos cincuenta y
cinco años mal llevados, es gruesa y bajita,
lleva un vestido sencillo y el pelo mal teñido,
con grandes entradas y despeinado. En ropa
y ademanes se identificará con una mujer de
muy baja extracción social. Va en chancletas.
22
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ANGELINES es una muchacha muy joven, de


no más de dieciocho años, quien aparenta
por su fragilidad incluso menos. Su aspecto
es sumiso y dócil, es muy amable y de
modales corteses, está siempre atenta a los
movimientos o reacciones de su bebé. Es
tímida y lenta al hablar.)

GLORIA (Se dirige a CURRA).—Curra, me dijo Nieves


que acompañara a María (La señala.) y Angelines…
(La señala.)

CURRA (Casi grosera).—Díselo aquí (Señala a MELA.)


a la madame Curie del periodismo de investigación.

MELA (Sin hacer caso a CURRA, se acerca a las


mujeres).—Hola, María... Angelines. Soy Mela. Ella es
Curra. (Mira al bebé.) ¿Este bebé es tuyo?

ANGELINES (Afirma con un movimiento lento de


cabeza).—Sí...

GLORIA (A ANGELINES).—Déjame al niño, si quieres, en


lo que tú estás aquí.

ANGELINES (Lo aprieta contra su pecho, casi


violenta).—No, no, que puede llorar... Yo... tengo que
atenderle bien... No...

23
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

GLORIA.—Como quieras. (A MELA.) Si me necesitáis


(Señala el teléfono.) marcad el doce.

(GLORIA sale y cierra la puerta. ANGELINES


duda dónde colocarse, hasta que se sienta
en el borde del sofá, en actitud de
desconfianza. CURRA recoge su bolsa de
cámaras, se aleja hacia la mesa del
despacho de NIEVES y allí manipula su
contenido. ANGELINES mira como embobada
la cámara que se ha quedado encima de la
mesita baja, llegando a tocarla levemente.
MARÍA se sienta en el sillón de la derecha y
MELA en el de la izquierda. MELA comienza a
manipular sus blocs y lápices. MARÍA empieza
a hablar sin que nadie le pregunte.)

MARÍA.—...Pues yo le dije a Nieves que sí, que no


faltaba más, que conmigo podíais contar para lo que
quisierais, que si se trataba de denunciar al hijo de
mala madre de mi marido...

MELA (Interrumpe).—No, María, no se trata de eso.


No vamos a denunciar a nadie. Se trata de saber
cosas de vuestras vidas, de cómo estáis...

MARÍA (Siempre cortará las frases de las demás,


hablando por su cuenta).—¿Y cómo quieres que esté,
hija mía? ¡Un día entero en el hospital, en un puro
quejido! Si el mala bestia de mi marido a poco me
24
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

mata de la paliza que me dio, y todavía no creas, que


esta parte de aquí, de la espalda… (Se señala los
riñones.) que en el hospital creían que de ésta no
salía, y yo me dije, ¡pues no vuelvo, ea!, esto se ha
acabado, verás tú si aprende éste. Treinta años
casada con él, que cuando nos casamos no era así,
hija, pero al poco tiempo, nada más nacer mi Antoñito
ya empezó a beber y a beber... yo vine aquí por una
enfermera del hospital que conocía esto, que hasta la
casa casi la ha destrozado, no creas, pero estoy aquí
solo hasta que mis hijos me recojan, que ellos viven
en otra ciudad y Nieves ha tenido que avisarles. Mi
Antoñito trabaja de mecánico, tan ricamente que vive
y bien casado que está, y mi Luisita también. Con un
chico majísimo, que ya me ha llamado... y yo dejo al
hijo de mala madre ese, borracho indecente, que sólo
sabe beber y pegar, que no sabe reconocer una
buena madre y una buena esposa, que yo me he
matado siempre por todos, que para eso me casé
como Dios manda, pero yo a casa no vuelvo, no
quiero ver la cara de los vecinos, ni la de mi marido
que no sé nada de él, ni me importa, así le atropelle
un camión y ya no nos da más guerra...

(Durante este parlamento, MELA ha intentado


tomar apuntes y como no puede seguir la
velocidad de MARÍA manipula la grabadora,
hasta que parece que MARÍA para de hablar.)

25
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MELA.—María, si me haces el favor... habla un poco


más despacio, porque si no, no podré transcribir bien
lo que dices.

MARÍA.—Sí, hija, perdona, es que yo siempre hablo


así, porque como estoy acostumbrada a hablar con el
mala bestia de mi marido, que ni hablar se puede con
él de lo bruto que es, que casi hablo yo sola... ¿cómo
vas a hablar con un hombre que sólo va de la taberna
a casa y de casa a la taberna y que no tiene más
obsesión que su botella de vino? ¡Pues hasta de
hablar con la gente se olvida! Y luego ésta... (Señala
a ANGELINES, que se sobresalta al oírse citar y aprieta
más al bebé.) que es un ángel de bondad, pero que
tampoco dice casi ni mu si no es al niño, una gloria,
eso sí, que es la criaturita, mirad qué precioso (Hace
ademán de enseñarle y ANGELINES abre las ropas
como con dudas.) Un hijo precioso, y una madre que
para qué os cuento, que no deja a su hijo ni a sol ni a
sombra, siempre preocupada, siempre pendiente del
mocosito éste, para comer, para dormir...

MELA.—¿Qué tal estás aquí, Angelines?

ANGELINES.—Muy bien, muy bien...

MELA (No sabe qué preguntar).—¿Viniste sola?

ANGELINES.—No, con una vecina.

26
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MELA.—¿Tienes una habitación para ti sola?

ANGELINES.—Sí. Por el niño.

MELA (Un poco nerviosa, visto el laconismo de


ANGELINES se decide a preguntar de otra forma).—
¿Me puedes contar qué te pasó?

ANGELINES (Todo lo bajo que permita la correcta


audición. Se ve que se esfuerza para hablar).—
Alfredo y yo... el otro día... Yo estaba calentando un
biberón del niño y llegó él pidiendo la cena... Empezó
a gritar... Tiró la leche de un manotazo... Dijo que
tenía hambre...

MELA.—¿No podía preparársela él?

ANGELINES (Casi extrañada).—No, claro... Yo soy su


mujer y estoy obligada...

MELA.—¿Cuántos años tienes, Angelines?

ANGELINES.—Diecisiete... (Rectifica.) Dieciséis.

MELA.—Te casaste muy joven, entonces. ¿Tu marido


es tan joven como tú?

ANGELINES.—Sí... Alfredo tiene diecinueve ahora. Nos


conocimos de críos casi...

27
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MELA (Con tono muy afectuoso).—¿Es que... te


quedaste embarazada?

ANGELINES (Muy retraída).—Sí, yo... yo prefiero no...

CURRA (Indiferente desde la mesa donde está


manipulando las cámaras).—¿Puedo empezar las
fotos? (Al oír esta frase, ANGELINES hace un
movimiento de defensa y tapa aún más al niño con la
toquilla. A ANGELINES.) ¡Caray, chica, que no te le voy
a romper! Oye, que si no queréis fotos, pues no las
hago y al fresco...

MELA.—Curra, por favor, un momento...

MARÍA (Se enfrenta a ambas).—Sí, señora, se quedó


embarazada, ¿y qué? Eso pasa mucho... Pero la
chica cumplió y tuvo su hijo. No como cualquier otra
guarra que se hubiera deshecho rápidamente de la
tripa. (Pensativa.) Y el caso es que él también
cumplió. Se casó con ella, como era su deber. Pero,
hija, es que luego... (A ANGELINES.) Anda, anda,
cuéntale a la periodista... ¡si ya le pegaba cuando
estaba embarazada!

CURRA (Atónita).—¿Que te pegaba cuando estabas


preñada?

ANGELINES.—Bueno, pero no importa... está bien...


está bien...
28
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MELA.—¿Y qué pasó la noche de la discusión por la


cena, Angelines?

ANGELINES.—Que el niño se despertó por los gritos y


empezó a llorar. Y entonces, él me pegó. (Como
ensimismada.) Me pegó... (Se agarra más fuerte al
niño.) Vino una vecina... Fuimos a la casa de socorro
y luego me trajo aquí... pero yo no quería. Yo me voy
a ir pronto, porque, bueno... no pasa nada... todo está
bien.

MELA.—¿Tienes más familia que tu marido y tu hijo?

ANGELINES.—¡Oh, sí! Tengo a mis padres y a mis


hermanos... pero no... yo me iré a mi casa. No quiero
que ellos sepan...

MARÍA.—No quiere que sepan que la están matando a


palos, ¿vosotras lo entendéis? Pues no, hija, no, que
se entere todo el mundo de lo que te está haciendo el
canalla ese...

MELA.—Quizá tu padre...

MARÍA (Interrumpiendo).—...Cuando a mí me pega mi


marido, yo aviso siempre a mi cuñada y le enseño los
golpes. «¡Mira lo que me ha hecho tu hermano!», le
digo... Y a los chicos antes también, cuando vivían
con nosotros. ¡Que supieran el padre que tenían!
29
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ANGELINES.—No, yo solo quiero que el niño...

MARÍA.—¡Al niño no le pasa nada!

ANGELINES.—No, no, claro que no... Él se cría sano y


fuerte (Retadora.) porque yo estoy siempre pendiente
de él y no voy a ninguna parte ni le dejo nunca con
nadie...

CURRA (Distraída y fastidiada).—Es decir, que eres su


esclava.

ANGELINES.—Soy su madre y estoy obligada a...

MARÍA (Interrumpiendo).—...Una madraza, eso es lo


que es ésta. Con lo que lleva ya sufrido a sus años.
Pero, mira, ésta es como yo, que crié a mi Antoñito y
a mi Luisita yo sola, porque mi marido ni para eso
vale, que se lo decía yo desde pequeñines a los
niños: «¡Vuestro padre sólo sirve para beber!».
¡Siempre borracho! ¡Siempre con esa mirada de odio
que los chiquillos se escondían debajo de la cama y a
zapatillazo limpio les tenía que sacar yo algunos días
para ir a la escuela, del miedo que le tenían!

CURRA (Impaciente).—Bueno, ¿qué pasa con las


fotos?

30
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ANGELINES (Se levanta del sofá y se dirige hacia la


puerta).—No, no, a mí no me hagáis fotos ni al niño
tampoco. Si yo me voy a ir enseguida. Es que me dijo
Nieves... pero no quiero que digáis nada de mí, yo no
sabía que esto era... Yo voy a volver a mi casa. Todo
está bien... Todo está bien. (Abre la puerta y sale casi
corriendo.)

MELA (Se levanta y comienza a seguir a ANGELINES


hasta la puerta, por donde entra AMELIA, con quien
tropieza. AMELIA es una mujer de unos treinta y cinco
años, muy elegante. Se perciben en su persona
dinero y clase; es seria, aunque muy cálida cuando
habla con MARÍA).—¡Angelines!...

AMELIA.—Perdón. Pensé que encontraría aquí a


Nieves...

MELA (Pensando aún en ANGELINES).—No, no está...


(Mira ahora atenta a AMELIA.) Hola... perdón, ¿no nos
conocemos? (AMELIA se queda algo expectante. MELA
hace un gesto con la cabeza de caer en la cuenta.)
¡Ah! Tú debes ser... la amiga de Nieves... la señora
Ruiz.

AMELIA (Correcta, pero distante y fría).—Sí... Ruiz...


(Pausa. Intenta irse.) Con permiso.

CURRA (Tapando casi las palabras de AMELIA).—¡Mira,


la del «veraneo»!
31
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MELA (A AMELIA).—Por favor, ¿me permites un


momento? (AMELIA se vuelve sin moverse de la
puerta.) Imagino que sabes que Curra y yo hemos
venido a haceros un reportaje a las mujeres que
estáis aquí...

AMELIA.—Por favor, no me incluyáis entre las mujeres


de esta Casa. Yo no estoy aquí por... (Cortante.) Le
he pedido expresamente a Nieves no ser molestada.

MELA (Hace ademanes pacificadores).—Sí, sí, nos lo


ha dicho. Perdona. Es que precisamente esa petición
me ha extrañado... (La mira fijamente.) Oye, ¿no nos
hemos visto en algún sitio? ¿No serás periodista?

AMELIA.—No, no soy periodista. (A MARÍA, cambiando


totalmente de tono y actitud.) María, por favor, si
viene Nieves dile que necesito verla. (A MELA,
correctísima en la forma.) Excúsame de nuevo...
(Sale.)

MARÍA.—¡Ay, muchacha! Pero ¿por qué le preguntas


a ella? Si no sabemos ni quién es ni nada... Ella no
hace vida con nosotras. Come sola en su habitación y
luego a veces baja al salón y allí se está fumando y
fumando, sin hacer nada, ni hablar con nosotras. No
hace punto, no toca un cacharro, no mira la tele,
nada... Es muy amable, eso sí. Si le contamos algo,
nos escucha. El otro día la chica de la habitación de
32
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

al lado le preguntó si sabía dónde caía una estación


de metro y le dijo que no, pero le ayudó a buscarla en
un plano. ¡Lo que yo me dije: con la pinta que tiene,
ésa no ha pisado un metro en su vida!

CURRA (Interesada).—¿Y con Nieves, tampoco habla?

MARÍA.—Tampoco mucho, no te creas tú. Y a veces


se queda oyendo una música muy rara, ¡no sé para
qué, porque yo creo que ni la oye! ¡Está siempre
como en las nubes!

MELA (Intentando recordar).—Y a mí que me parece


que su cara... (Retorna a sus notas.) María, si te
parece seguimos...

MARÍA.—No. Espera un poco, que mi Luisita tiene que


estar al llegar y quiero que salga en las fotos, que vea
su padre que ella ha venido a buscarme, y bien
ricamente que voy a vivir yo con ella, y mi yerno y mi
nietecillo.

MELA.—Es decir, que vas a pedir el divorcio.

MARÍA (Por primera vez duda y habla vagamente y sin


seguridad).—El divorcio... No, no, el divorcio no... Yo
me voy a ir a vivir con mi hija, pero eso de los
divorcios, no, no... que yo estoy casada como Dios
manda. Si he aguantado hasta ahora a ese hombre,
con la vida que me ha dado... (Se va afianzando.) Sí,
33
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ya sé que ahora enseguida cada uno por un lado,


pero yo, hija, no soy así, yo me casé para lo bueno y
para lo malo... Aguantar, sí, señora, eso es lo que hay
que hacer. Esto del divorcio, no...

CURRA (Fastidiada).—Es decir, querida María, que lo


tuyo son los palos... (Se ha ido acercando a la mesita
baja y se vuelve a colgar al cuello la cámara que
estaba sobre ella.)

MELA.—¡Curra, por favor!

CURRA (Levanta la voz, enfadada).—No puedo hacer


fotos, no puedo hablar con la «veraneanta», no
puedo dar mi opinión... ¿Puedo expresar que me
carga este reportaje, que me carga esta Casa y toda
la caterva de mártires dolientes que la componen?
(MARÍA se asusta un poco con la reacción de CURRA y
con disimulo se levanta, va hacia la puerta y sale.)
¿Puedo hacerlo o entro yo también a formar parte de
la cofradía de víctimas gustosas?

MELA.—Eso es lo que intentaba decirnos Nieves. Que


no basta saber que estas historias existen, que es
necesario profundizar más...

NIEVES (En el momento en el que se pronuncia su


nombre, entra sin llamar. Trae una carta en la
mano).—¿He oído mi nombre? (Haciendo una

34
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

pequeña broma.) ¿Alguien hablaba mal de mí? (Deja


la carta sobre su mesa.)

CURRA (Sigue alterada).—¡Imposible hablar mal de


nadie aquí! ¡Imposible expresar siquiera una opinión!

MELA (Algo trastornada).—Curra, si es que yo no sé...

CURRA (A Mela).—¡Quiero que entiendas que yo no


quiero profundizar en nada! ¡Yo hago fotos! ¡Solo
hago fotos! ¡Tengo mi vida, un compañero con el que
me llevo muy bien, no consentiría nunca situaciones
así y me trae al fresco si ellas lo hacen! ¡Más
imbéciles son si permiten que les peguen!

MELA.—Si yo tampoco quiero...

CURRA (Le interrumpe, imitando con voz aniñada y


cursi las situaciones anteriores).—La una desde el
embarazo, la otra casi treinta años de palizas...
(Vuelve a la normalidad, todavía dura.) ¡Me importan
tres leches, pero supongo que sí puedo preguntar
cómo pueden estar tan locas!

NIEVES (Se hace cargo rápidamente de la


situación).—O tan ciegas, Curra. Es ceguera. Es
miedo. Es falta de valor para afrontar solas sus vidas.
Es falta de recursos. No ven otros caminos. No saben
qué hacer ni cómo hacerlo...

35
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

CURRA.—¡Alguna habrá que se rebele, digo yo!

NIEVES.—¡Si no saben ni que pueden rebelarse! Fíjate


en María, es una mujer que sabe escribir su nombre y
poco más... Y Angelines... embarazada con quince
años. ¿Te has preguntado si quiso tener el niño? ¿Si
quiso siquiera casarse?

CURRA.—¡Yo hubiera hecho lo que hubiera querido!

NIEVES.—¡Tú y aquí y ahora! Pero no María, con su


falta de cultura, ni Angelines con su carácter débil y
su edad. Su embarazo fue cosa suya y creo que es
evidente que ni siquiera fue voluntario... Pero su
matrimonio fue cosa de los demás: de sus padres, de
su familia, de su religión, de nosotras...

CURRA.—¡A ver si nosotras vamos a tener también la


culpa de los palos!

NIEVES (Se va exaltando a medida que habla).—


¡Claro que tenemos una parte de culpa! La culpa de
la omisión. Lo que ignoramos no existe, no tiene por
qué ser remediado. Y estas situaciones «no existen»
porque de lo contrario sería como poner en duda la
familia como institución. Y, ¿quién va a atreverse a
decir que algo falla a veces en algunas familias?
(Irónica.) ¡No! ¡Hay que mantenerla a toda costa! ¡Y
cuidado! La familia se compone de padre, madre e
hijos. Ése es el único modelo válido. Todo lo que no
36
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

sea esto es considerado como anormal, atípico,


mirado como raro, compadecido cuando no
despreciado...

MELA (Conmovida).—Anormalidad, compasión,


desprecio...

NIEVES (A Mela).—¿A que María os ha dicho que ella


seguirá casada como Dios manda? (MELA asiente con
la cabeza. Comienza a estar muy afectada.) Es su
frase favorita. ¡La de veces que se la habremos oído
desde que está aquí! (A CURRA.) Ya ves, Curra, lo
sigue diciendo a pesar de que su Dios le lleva
mandando palos desde hace casi treinta años...

MELA (Muy conmovida).—Pero esa vida es horrible...

NIEVES (A MELA).—Pues piensa que fuerza tremenda


tiene la sociedad para que ella prefiera saberse
normal y aceptada por el hecho de estar casada, a
tirar para adelante sola...

CURRA.—¡La sociedad no tiene más fuerza que la que


cada uno le deje tener!

NIEVES.—Una bonita frase, Curra, pero que todavía


no ha calado en todas las mujeres. (Pausa.) Y fíjate
que con esa frase por todo equipaje las mujeres han
de enfrentarse a una sociedad que impone su

37
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

modelo: pareja heterosexual, contratos eclesiásticos o


civiles, hijos...

MELA (Sigue trastornada).—Por favor, Nieves...

NIEVES (No la atiende. Habla a CURRA).—La propia


vida que tiende a repetir el modelo impuesto. Ser
esposa. Ser pareja... Y nos lo repiten hasta la
saciedad. Desde la publicidad de cualquier producto
hasta las peluquerías donde no preguntan tu nombre,
sino si eres «¿señora de...?», dando por descontado
tu estado civil.

CURRA.—El tuyo debe ser solterísima...

NIEVES.—Te equivocas, Curra. Estoy casada con un


hombre magnífico y tengo tres maravillosos hijos,
pero creo que hay otros modelos de familia además
del mío: una madre sola con sus hijos, por ejemplo.
Luchar porque eso sea entendido será una forma de
solucionar situaciones como éstas. (Pausa.) Nadie
soportará insultos, amenazas de muerte, golpes... (Va
bajando la voz como si estuviera en algún secreto.) o
cualquier otro tipo de degradación personal que vaya
contra la condición humana.

MELA (Repite muy trastornada).—Insultos, amenazas,


golpes... (Mueve la cabeza, angustiada.) Es...
horrible.

38
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

NIEVES.—Es la realidad, Mela. La que está delante de


nuestros ojos a poco que queramos verla. Nuestra
tarea es cambiar esa realidad y no necesariamente
luchando contra los hombres, como piensan algunos,
sino contra las estructuras.

MELA (Hablando para sí).—Hombres... como mi


marido...

NIEVES (Sigue hablando a CURRA).—Porque el


hombre también es víctima a veces, aunque al
haberse adjudicado a sí mismo la posición
dominante, abuse de esa posición.

CURRA.—¿Qué se puede hacer?

NIEVES.—Aquí tenemos ayuda profesional de


psiquiatras y psicólogos. Pero la lucha es de las
propias mujeres, Curra. De ellas fundamentalmente,
de todas nosotras, hay que esperar los cambios, la
postura valiente, terrible pero firme, de ser seres
humanos dignos, que no aguanten más vejaciones...

MELA (Enlaza con la frase de NIEVES).—...y por tanto,


se queden solas con su dignidad, con sus hijos, sin
formación, sin apoyo de nadie... Solas en una
sociedad de parejas.

NIEVES (A MELA).—Pero donde no serán bichos raros


si la propia sociedad va ampliando sus modelos
39
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

familiares. Que podrán ser reconocidas como


personas dignas, que se autoabastecen y abastecen
a sus hijos. A su familia... Y que pueden tener otras
posibilidades de unión más feliz. O permanecer, si lo
desean, igualmente felices en su soledad.

MELA (Se derrumba).—Su soledad... Yo... (Se agita


angustiada.) No... Perdonadme, no me encuentro
bien... Necesito un poco de aire... (Mira a NIEVES.
Luego sale muy deprisa.)

CURRA (Sale detrás de ella).—¡Mela! ¿Qué te pasa?


¿Dónde vas? ¡Espera, Mela!

(NIEVES suspira hondo y mueve la cabeza con


gesto de desaliento. Se dirige a su mesa.
Toca la bolsa y las máquinas de CURRA.
Juguetea, sin verlos casi, con los papeles.
Coge el teléfono y marca dos números.)

NIEVES.—¿Amelia? Soy yo... me dijeron que me


buscabas. (Escucha.) Sí, estoy en mi despacho... sí,
sí, por supuesto. (Mira su reloj.) Si quieres dentro de...
Sí, muy bien. Hasta ahora. (Cuelga el teléfono. Se
apoya en él, pensativa. Tocan ligeramente a la puerta
y entra ANGELINES con el niño en brazos, mirando
hacia todos lados. GLORIA entra detrás en actitud de
querer quitarle el bebé.)

40
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ANGELINES.—Nieves, ¿estás sola? He venido a


decirte...

GLORIA (Casi al mismo tiempo).—Mujer, pero déjame


a mí el niño, que se va a despertar de tanto andar de
acá para allá.

ANGELINES.—No, no. Yo lo tengo, yo lo cuido...

NIEVES.—Está bien, Gloria. No insistas. (A


ANGELINES.) Pasa y siéntate, Angelines.

ANGELINES (Se sienta frente a la mesa de NIEVES).—


Pues, que me voy a ir... a mi casa... quería decírtelo y
darte las gracias por todo.

NIEVES (Se sienta también).—¿Vas a regresar a tu


casa, con tu marido?

ANGELINES.—Sí, yo... él no es malo... y el niño...

NIEVES (Con tono afectuoso).—Estoy de acuerdo


contigo, Angelines. Seguramente tu marido no es
malo. ¡Pero sois tan jóvenes los dos y tenéis tantos
problemas! Y tú tienes uno más que él... Te pega
constantemente, Angelines, ¿por qué lo consientes?

ANGELINES (Estrecha al niño contra sí).—Ya hemos


hablado de eso, Nieves, está bien... está bien...

41
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

NIEVES (Un poco más dura).— ¡No! ¡No está bien y tú


lo sabes! (Se levanta de su asiento y se acerca a
ANGELINES. Le toca el pelo y mira al bebé. Habla a
ANGELINES maternalmente.) Angelines, tú eres muy
importante para este niño, pero el amor que le
tengas, la atención que le prestes, deben ser...
gratuitos... ¿me comprendes?

ANGELINES (Nerviosa, intenta alejarse de NIEVES).—


No... no te entiendo.

NIEVES (Vuelve tras la mesa y busca papeles).—Voy a


recoger tu expediente, si es que has decidido irte. (Se
dirige a un archivo y saca una carpeta marcada con el
nombre de ANGELINES. La abre y remueve los papeles
que contiene. Se sienta. Habla a ANGELINES sin
mirarla.) Estabas en COU cuando te casaste,
¿verdad?

ANGELINES.—Sí.

NIEVES.—¿Ibas a seguir estudiando después?

ANGELINES.—Una carrera no, pero iba... me hubiera


gustado aprender fotografía. (Toca las máquinas de
CURRA, casi las acaricia.) Ir a un sitio de esos donde
te enseñan a revelar y cosas así.

NIEVES.—¿Te gusta la fotografía?

42
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ANGELINES.—Sí. (Se entusiasma.) Siempre... siempre


me ha gustado mucho hacer fotos. Mi padre me
regaló una pequeña cámara hace tiempo y siempre
he sido la fotógrafa de la familia. Cuando en el viaje
de fin de curso fuimos a Lisboa, mis fotos fueron las
mejores del grupo y estuvieron expuestas en el
colegio.

NIEVES.—¿Qué ibas a hacer luego?

ANGELINES (Habla ya sin dificultad).—Trabajar, claro.


En casa todos trabajan. Mi hermano Pepe es
delineante y mi hermano Emilio es decorador. Hace
proyectos muy importantes. Me iba a emplear con él
en cuanto hubiera sabido suficiente fotografía.
(Riendo casi.) ¡Como es un loco de la vida sus
fotógrafos no le duran nada! Ya habíamos hablado...
(Recuerda.) Pero conocí a Alfredo...

NIEVES (Ayudándola a hablar).—...Y empezaste a salir


con él...

ANGELINES (Toca las cámaras).—...Íbamos de


excursión a la sierra y salíamos a bailar. A los dos nos
gustaba mucho hablar. Yo le contaba que iba a ser
fotógrafa y él me decía que quería ser controlador
aéreo y se iba a marchar a Londres a perfeccionar su
inglés.

43
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

NIEVES (Con mucho afecto).—¿Le querías,


Angelines?

ANGELINES (Como recapacitando).—Yo... sentía


mucho afecto por él, me gustaba estar con él y verle
tan entusiasmado con su futuro. Empezaba su curso
en octubre.

NIEVES.—...Pero en julio...

ANGELINES (Su tono es cálido. Está recordando


feliz).—...En julio... un día... no sé cómo ocurrió,
habíamos ido al río, estábamos solos, y Alfredo era
tierno y cariñoso. Entonces era muy cariñoso... Fue
muy natural y bonito... (Sonríe como avergonzada.)
Ninguno de los dos teníamos experiencia, ni
sabíamos casi nada... Pero fue bonito... Alfredo me
decía que así aprendíamos juntos.

NIEVES.—¿Hablabais de vuestro futuro?

ANGELINES (Extrañada).—¿Futuro? ¡No! ¡Claro que


no! Él se iba a marchar y tenía varios años de
ausencia por delante. Me decía... que se sentiría muy
orgulloso de ser amigo de una famosa fotógrafa.

NIEVES.—...Y entonces te diste cuenta de que


estabas embarazada...

44
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ANGELINES.—...Estaba embarazada... Sí... se lo dije a


Alfredo. Él me trató muy bien. Me dijo que me
apoyaría en todo, que estaría a mi lado, que
hablaríamos con mis padres... Entonces Alfredo era
afectuoso y tranquilo...

NIEVES (Muy afectuosamente).—¿Te propuso Alfredo


un aborto?

ANGELINES (Vuelve a ponerse en actitud defensiva).—


...Un aborto...

NIEVES (Va hablando por ella).—Alfredo no quería


casarse. No quería ser padre tan joven. Y tú tampoco
querías ser madre... Ni querías casarte, ni estabas
segura siquiera de estar enamorada de Alfredo.

ANGELINES (Se mueve en la silla, angustiada. Aprieta


al niño).—¡No digas eso! ¡No digas eso! Yo al niño le
cuido, le quiero... ¡le quiero!...

NIEVES (Se levanta y se acerca a ella).—A los hijos no


se les quiere por obligación, Angelines. ¡Tú no
querías tener el niño! Alfredo te propuso un aborto y
tú estabas de acuerdo...

ANGELINES.—Yo no sabía... no quería...

45
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

NIEVES (En tono más cansado).—Pero mientras


vosotros os enfrentabais a vuestro problema,
intervinieron los demás.

ANGELINES (Se levanta muy angustiada).—Sí... se lo


dije a mis padres. Y Alfredo a los suyos. (Viviendo el
recuerdo.) Hubo llantos, y gritos y discusiones... Mi
padre le dijo a Alfredo que nos teníamos que casar.
Su padre le encontró trabajo en el barrio, en un taller
de electricidad y nos pagaron la entrada de un piso
muy pequeño...

NIEVES.—Y se negaron a oír hablar de noviazgos y


mucho menos de abortos.

ANGELINES.—Alfredo lo insinuó y su padre le llamó de


todo. Yo... casi no me dejaron hablar... mi madre
siempre estaba llorando y Pepe y Emilio no querían
intervenir, aunque Emilio se puso de mi parte y nos
decía que no nos casáramos, que esperáramos un
poco (Da pasos incontrolados por el despacho.) Pero
mi madre lloraba, lloraba...

NIEVES.—Y vosotros no supisteis decir no. Aunque


vuestra voluntad hubiera sido seguir como estabais
(ANGELINES niega frenéticamente con la cabeza.),
porque tampoco deseasteis el embarazo. Tú no
querías casarte... (Le ha ido levantando la voz y la
sujeta por los brazos.)

46
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ANGELINES (Llora desconsoladamente).—¡No! ¡No!


¡Yo no quería casarme! ¡Yo no quería tener mi bebé!
¡Soy una madre mala, mala!... No lo quería... ¡y no le
quiero! (Llora entrecortadamente mientras sujeta al
bebé de forma irregular. El bebé empieza a llorar
levemente.) No quiero ser esposa de nadie, no quiero
volver con Alfredo, no quiero que me pegue... soy
mala, debo pagar mi culpa... quiero vivir...

NIEVES (La consuela maternalmente).—Querida


niña... (Saca un pañuelo y le seca las lágrimas.)
Querer vivir no es ser mala. (Da unos golpecitos al
bebé, quien también se calla. Le habla.) Duérmete,
bonito. (A ANGELINES.) Tranquilízate, hija. (La lleva
hacia el sofá y la sienta. ANGELINES llora quedamente.
Mira al niño y le besa con cariño. NIEVES se sienta
con ella y la anima.) ¿Te sientes mejor?

ANGELINES (Asiente).—Sí...

NIEVES.—Todo lo que me has contado lo intuía yo,


Angelines. (ANGELINES la mira sorprendida.) Además
de víctima de tu marido, eres víctima de tu propio
sentimiento de culpabilidad... (La anima.) Pero ahora
conoces tu verdad y puedes enfrentarte a ella. Y
respecto a Alfredo, seguramente desconocemos
cosas que el tiempo nos dirá a las dos... (Se levanta y
va hacia la mesa de despacho. Toma la carta que
había dejado antes. Vuelve con ella donde está
ANGELINES.) Toma, esta carta la trajo hace un rato tu
47
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

vecina. La que te acompañó aquí. Se la dio Alfredo


anoche. Él... preguntó si estabais bien los dos...
(ANGELINES toma la carta y comienza a leerla. NIEVES
se queda contemplándola.)

(Entra como un torbellino MARÍA y, detrás de


ella, LUISA, su hija, con un pequeño bolso de
viaje. LUISA es una mujer de unos veintidós
años, de un aspecto sencillo y pulcro no
exento de cierta elegancia. Viene muy seria.)

MARÍA.—¡Mela! ¡Curra! Ah, Nieves... ¿dónde están las


periodistas? ¡Mira, que ya ha venido mi Luisita a
buscarme! ¿No te lo había dicho yo? (A ANGELINES.)
Angelines, preciosa, mira, ésta es mi Luisita... Mira,
mira, Luisita, éste es el niño de Angelines, mira que
cosa tan bonita de criatura (LUISA se queda un poco
paralizada en medio del despacho. ANGELINES atiende
distraída.)

NIEVES (Se adelanta a saludar a LUISA).—¿Qué tal,


Luisa? Soy Nieves Quesada, directora de esta Casa.
Deja la bolsa por cualquier lado. Ya me dijo María que
te habías puesto en camino. ¿El viaje bien?

LUISA (Deja la bolsa en algún rincón).—Sí, muy bien,


gracias, Nieves. He pasado antes por la casa de mis
padres... He venido en cuanto he podido.

NIEVES.—Claro, claro.
48
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MARÍA (Se sienta en el sofá con ANGELINES).—Ha


venido en su coche y todo, mi hija, un rato bien que
vive mi Luisita, ¿verdad, cariño?

LUISA (Se sienta en el sillón cerca de MARÍA).—Deja


eso, mamá. (Afectuosa, cogiéndole las manos.) Dime
cómo te encuentras. Por teléfono me dijiste que te
llevaron al hospital.

NIEVES (Coge unos papeles de su mesa).—Tenemos


aquí los partes del hospital, Luisa. (Se acerca a LUISA
y se los muestra.) Y el comprobante de la denuncia
en la comisaría de su barrio. También conservo el
nombre del doctor que le atendió por si quieres hablar
con él, aunque ya ves que, físicamente, está bastante
mejor. (Se sienta en el sillón de la izquierda.)

MARÍA.—Estoy mejor, hija, estoy mejor, y ahora que tú


has venido a buscarme, enseguida me pondré bien.

LUISA (Muy afectuosa pero seria).—¿Qué pasó,


madre?

MARÍA.—Pues lo de siempre, Luisita. El vino, que es


la perdición de tu padre. Yo le había dicho que tenía
que arreglarme el enchufe de la televisión, que
llevaba roto no sé cuántos días, y lo que yo le digo:
pues si no sirves para nada, ni para arreglar un
simple enchufe, si es que eres un desgraciado que no
49
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

vales ni la comida que te comes... ¡Allí estaba el


enchufe, sin arreglar, sin poder ver la tele desde no
sé cuándo y él mirando el techo, todo el día como una
cuba!

LUISA (Haciendo un gesto de desesperanza).—Ya...


entiendo, madre. (Cambia el tono. Le acaricia
dulcemente.) ¿Aquí estás bien?

MARÍA.—Sí, hija. Nieves y Gloria son muy buenas. Y


todas se han ocupado mucho de mí. Pero lo que yo
les decía: que no se preocuparan que mis hijos
vendrían a por mí...

NIEVES (Interrumpe a MARÍA. A LUISA).—Creo que tu


madre... no es partidaria de tomar ninguna decisión
sobre su futuro, Luisa. Aquí está siendo atendida por
nuestro equipo de psicólogos y... no parece que
hayan avanzado mucho. Tengo un primer informe
también, si te interesa.

LUISA.—Gracias, Nieves. Déjalo de mi cuenta. (Sigue


sujetando las manos de MARÍA y siendo muy
afectuosa con ella. Le retoca su pelo mal peinado. Le
habla como si fuera una niña pequeña.) Madre,
tenemos que hablar tú y yo...

MARÍA.—Ahora no, hija, a ver si vienen estas mujeres


y nos hacen las fotos.

50
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

NIEVES.—Yo iré a buscarlas, María. Sigue tú con tu


hija. (A ANGELINES, que está intentando leer la carta.)
¿Qué hago con tu expediente, Angelines?

ANGELINES (Contesta tranquila y segura).—¿Puedo


quedarme aquí esta noche todavía? Alfredo dice
que... Necesito pensar, Nieves.

NIEVES (Se levanta del sillón, va hacia su mesa, deja


los papeles).—Claro que sí, Angelines. Tómate todo
el tiempo que quieras. (Va saliendo. A MARÍA y LUISA.)
Os encuentro a estas mujeres rápidamente. (Sale.)

(ANGELINES hace también gesto de


levantarse, pero MARÍA la detiene.)

MARÍA.—¿Dónde vas tú, criatura? ¡Tú quédate aquí,


que a mí no me estorbas y así cuando venga Mela le
contamos...! (A LUISA.) Es que, ¿sabes, hija? Han
venido dos periodistas a hacernos un reportaje y
Angelines y yo hemos hablado con ellas, contándoles
nuestros casos, ¡que vaya casos!, ¿eh, Angelines?
(Le hace un gesto de complicidad y sin esperar
contestación sigue hablando.) Que yo le he estado
contando la vida que me lleva dando el hijo de mala
madre de tu padre...

LUISA (Le interrumpe).—Madre, por favor, ¿es


necesario hablar así delante de otras personas?

51
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ANGELINES (Vuelve a iniciar el gesto de irse).—Yo...

MARÍA.—¡Tú no te vas, que Curra tiene que hacernos


las fotos! (Encarándose con LUISA.) ¿Qué pasa?
¿Que ni después de que estoy medio muerta de la
paliza que me arreó tu padre, voy a poder decir la
verdad sobre él? ¡Pues que se enteren los demás,
que bien verdad que es!...

LUISA (Para sí misma).—Sí, siempre has querido que


los demás se enteraran bien de todo.

MARÍA.—¿Qué cuchicheas por lo bajo?

LUISA (Más alto).—Decía que es cierto, madre, que


siempre has querido que todos, incluidos tus hijos, se
enteraran de la miseria de la historia.

(MARÍA se queda un poco cortada y


ANGELINES aprovecha para levantarse.
Parece una persona diferente. Más segura y
mayor.)

ANGELINES.—María, perdona, es que he recibido una


carta de Alfredo y quiero volver a leerla con
tranquilidad en mi habitación.

MARÍA.—¿Una carta de tu marido? ¡Pidiéndote


perdón, como si lo viera!

52
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

(Entra MELA. Serena pero con una cierta


gravedad en sus ademanes.)

MARÍA (Se levanta).—¡Mela, mira, que ha venido mi


Luisita! ¿Dónde está Curra?

MELA.—Haciendo unas llamadas. (A LUISA, a modo


de saludo.) Tu madre no para de hablar de ti, Luisa.
¿Cómo estás? (LUISA se levanta y le da la mano. A
ANGELINES.) ¿Todo va bien, Angelines?

ANGELINES.—Sí, Mela, gracias... Voy a acostar...


(Varía la frase.) ...no... Voy a... necesito estar sola un
rato. (Inicia la salida.)

MARÍA.—¡Pobre de ti como se te ocurra perdonar a


ese maldito, que no sabe más que pegar! (Al niño.)
¡Ay, criaturita! ¡Con lo precioso que tú eres! ¡Aguantar
a un padre así! ¡Qué castigo!

ANGELINES.—Luego nos vemos, María. (Sale.)

LUISA (A MARÍA. Molesta).—¿Crees que un bebé de


pocos meses ya debe saber el padre que tiene?

MARÍA.—¡Claro que sí! Así no le pillará de sorpresa


cuando sea mayor.

LUISA.—Eso también es cierto... Nunca nada es una


sorpresa... Siempre se sabe qué va a pasar en cada
53
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

momento... (Recuerda.) Ahora va a haber una


discusión, ahora insultos, ahora los gritos, los golpes,
los llantos... luego los silencios angustiosos, y otra
vez los insultos, otra vez los golpes... Siempre igual.
Día tras día, mes tras mes. Un año y otro.

MARÍA (Extrañada. A LUISA).—¿De qué estas


hablando? (No espera contestación. Haciendo un
gesto de no dar importancia a lo que habla LUISA, se
dirige a MELA.) No tardará Curra, ¿verdad? Es que
tengo mi habitación sin recoger y como mi Luisita ha
venido a buscarme y me voy a ir con ella...

MELA (Juguetea con su magnetofón, turbada).—


Enseguida viene, María.

LUISA.—¿Ya no vas a seguir aguantando más,


madre?

MARÍA (Sin mucha convicción).—No, no, claro que


no...

LUISA.—¿Eso quiere decir que vas a ir a un abogado


y a pedir el divorcio de padre?

MARÍA (Sacude la cabeza, irritada).—¡Abogados!


¡Divorcios! (Hace gestos de desestimar lo que dice
LUISA.) ¡Pero qué modernas sois las chicas de hoy
día! Enseguida, ¡hala!, el divorcio, cada uno por su

54
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

lado... ¡Aguantar, como lo he hecho yo toda la vida,


eso es lo que hay que hacer!

LUISA (Estremeciéndose).—¡Toda la vida! Pero no


solo has aguantado toda tu vida, madre. También
estaban las vidas de Antonio y la mía.

MARÍA (Extrañada).—¡No te entiendo nada, hija!

MELA (Intenta terciar).—Perdona, Luisa, pero tu


madre habrá sido la más desgraciada...

LUISA (Con amargura).—Ya lo sé, Mela. Ten en


cuenta que yo he vivido esta historia desde que nací.
Sé los papeles que hemos tenido cada uno. Pero ha
llegado el momento de decir basta. Y yo sé cómo
hacerlo... (Más humanizada.) Si te interesa saber
cómo termina esta historia...

MELA (Grita).—¡No! ¡No me interesa! (A partir de aquí


MELA vive el diálogo de LUISA y MARÍA con una
profunda angustia que se reflejará en sus gestos.
Intervendrá, de vez en cuando, más para liberar en
algo esa angustia que por intervenir realmente en la
conversación.)

MARÍA.—¿Pero de qué estáis hablando, puñeteras, si


se puede saber?

55
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

LUISA.—Estamos hablando de ti, madre. De ti, que


eres la persona a la que más quiero en el mundo. Por
quien he querido cambiarme tantas veces, en algunas
de aquellas interminables palizas que he presenciado
(Pausa. Se aleja algo físicamente de MARÍA.) Pero
también estoy hablando de mi hermano y de mí. De la
vida que hemos vivido junto a vosotros y de otra vida
que no hemos vivido, ¡una vida feliz!

MARÍA (Mandona).—Mira, Luisita, no quiero escuchar


más bobadas.

LUISA.—Eso tampoco es nuevo, madre. Siempre has


ignorado nuestras opiniones: la de Antonio y la mía.

MARÍA.—¡Qué ibais a decir vosotros, si erais unos


mocosos que no entendíais nada...!

LUISA (Se agita recordando).—Te equivocas, madre.


Entendíamos. Desde bien pequeños. Es difícil no
entender los golpes o las amenazas... y por si acaso
no habíamos entendido bien, cuando padre se
marchaba a la taberna, o donde quiera que fuese a
olvidar su propia miseria, tú nos contabas con pelos y
señales su villanía, (Afirma con la cabeza.) que es
cierta, sus maldades, (Vuelve a afirmar.) que son
ciertas también... (Angustiada.) Y yo no sé si era peor
el espanto de lo visto o de lo que tú nos contabas.

56
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MARÍA.—¿Qué querías? ¿Que encima le hubierais


tenido cariño siendo como es un borracho miserable y
canalla?

LUISA (Enfrentada a ella).—¡Bastante teníamos


nosotros con descubrirlo, sin que tú nos le
descalificaras continuamente!... (MARÍA empieza a
estar asustada del tono de LUISA.) Y si es un borracho
miserable y canalla, si lo ha sido siempre, ¿por qué
no has acabado con esta situación hace años,
madre?

MARÍA (Compungida).—¿Qué podía hacer yo, sin


dinero, sin saber más que fregar?...

MELA (Sin dirigirse a nadie).—Ella no estaba en


condiciones de poder elegir.

LUISA (No hace caso de la interrupción de MELA. A


MARÍA).—¿Por qué has consentido para ti misma y
para nosotros tanto horror, madre? (MARÍA empieza a
estar vencida. Solo hace algún gesto con la cabeza o
las manos.)

MARÍA (Entre sollozos).—Por vosotros...

MELA (Grita).—¡Ella no sabía que estaba equivocada!

LUISA (A MELA).—¡Pero encontró una forma también


horrible de vengarse! ¡Mi pobre y desgraciada madre!
57
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

(A MARÍA, que intenta hacerla callar con gestos.) Es


cierto que la que recibía los golpes eras tú, porque él
era más fuerte, (MARÍA llora abiertamente.) pero
¿cuántas veces nos has pegado a Antonio y a mí,
repitiéndonos mientras nos pegabas que éramos
como él, vagos y sinvergüenzas?

MELA (Descompuesta).—¡Basta, Luisa!

MARÍA (Entre sollozos).—¡Él es malo y nunca os ha


querido!

LUISA (A María.) Cierto, madre. Él es un pobre


alcohólico, incapaz de querer a nada o a nadie. Un
desgraciado analfabeto educado en la violencia y que
sólo supo reproducir esa violencia con su familia.
Pero ¿y nosotros, madre? ¿Nos has querido más por
mantenernos en esa vida de horror?

MELA (Muy agotada).—Por favor, Luisa, por favor...

LUISA (No escucha. Habla para sí).—¡Cuántas noches


Antonio y yo nos hemos dormido abrazados de
miedo! Oyendo como padre te golpeaba y oyéndote a
ti insultarle entre sollozos sin que nuestro propio llanto
nos permitiera casi entender las palabras. (Se
angustia.) Deseando solo que aquello terminara... que
padre no volviera de la taberna o que tú, la única que
podía hacerlo, pusieras fin a aquella vida miserable.
(LUISA se acerca a MARÍA y la abraza maternalmente.)
58
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MARÍA (Entre sollozos).—Hija, yo no sabía...

LUISA.—Porque te queríamos, madre, y no queríamos


aquella vida para ti. (Se separa.) ¡Pero tampoco para
nosotros! Y todo se quedaba en rabia de niños
impotentes... ¡Cuántas veces Antonio saltó de la
cama dispuesto a matar a padre con sus pequeñas
manos! (Pausa. Cansada.) Pero tú llorabas tus
heridas y no veías las nuestras...

MARÍA (Sigue llorando más silenciosamente).—¡Mis


niños...!

LUISA.—Niños antes, jóvenes después. Luego


mayores. Y siempre viviendo en el centro mismo del
espanto, madre. Odiando a un padre violento, y
compadeciendo a una madre equivocada que nos
arrastraba en su equivocación.

MELA (Algo más calmada).—Hubierais necesitado


ayuda...

LUISA.—Seguramente, Mela. Pero los pobres no


solemos tenerla. En nuestra clase social no hay
alcohólicos, sino borrachos. No podemos pagar
psicólogos ni psiquiatras. Y las mujeres... ya ves...
aceptando aguantar estas vidas. La misma que
aguantaron sus madres y las madres de sus madres.

59
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MELA.—¿Qué hubiera hecho tu madre sin una


profesión, sin un trabajo para sacaros adelante?

LUISA (Contesta a MELA pero dirigiéndose a MARÍA.


Muy dulcemente).—Nosotros necesitábamos su
cariño. Y ella necesitaba el nuestro. Eso nos habría
sostenido a todos y nos hubiera hecho luchar con
uñas y dientes. Pero era tal nuestro miedo que
tampoco sabíamos cómo expresar ese cariño. No
sabíamos decirle: (Le acaricia el pelo,
ordenándoselo.) ¡termina con todo esto, madre!
(Pausa.) Nos limitamos a marcharnos cuando tuvimos
edad para ello. Nos casamos... Fue nuestra manera
de huir... De encontrar paz.

MELA.—Una paz incompleta, Luisa. Ella sigue en la


pesadilla.

LUISA.—Por eso la pesadilla tiene que acabar de una


vez.

MARÍA.—Luisita, hija mía, yo... siempre he creído que


estar juntos era lo mejor para vosotros.

LUISA.—Estar juntos es otra cosa, madre. Formar una


familia no es vivir bajo el mismo techo, si bajo ese
techo solo hay terror. Nosotros hubiéramos
necesitado vuestro cariño, el de los dos, el de padre y
el tuyo, aunque hubiera sido en casas separadas...

60
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MARÍA.—Hija, yo...

LUISA (Triste).—Ya ves, madre, tu sacrificio ha sido


inútil. No ha servido de nada. Ni yo te lo agradezco, ni
Antonio tampoco, me consta.

MARÍA (Se emociona nuevamente al oír el nombre de


su hijo).—Antoñito, mi hijo...

(Entran NIEVES y CURRA y captan la actitud


grave de todas. NIEVES se dirige hacia su
mesa. CURRA, como ve a MARÍA llorando
quedamente, se dirige a ella.)

CURRA (A todas).—Hola... (A MARÍA. Con afecto.)


¿Qué te sucede, María?

MARÍA (Se seca las lágrimas con la mano,


toscamente).—No... pues... que ha venido mi hija
para llevarme con ella.

LUISA (Al oír esto, se aproxima a MARÍA y le habla con


mucho afecto).—Madre, he venido a verte, a
interesarme por ti... pero no a llevarte conmigo.

MARÍA (Atónita).—¿Qué dices, hija? ¿Que no me voy


a ir a tu casa?

NIEVES (Intenta terciar).—Luisa...

61
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

LUISA.—Deja esto en mis manos, Nieves. (A MARÍA.)


Madre, Antonio y yo lo hemos meditado mucho y
creemos que es la única forma de llevarte a tomar
una decisión seria sobre tu propia vida.

MARÍA.—Pero, hija, yo...

LUISA.—Tú tienes el derecho y la obligación de


acabar con esto, madre. Antonio y yo estaremos
cerca de ti, te ayudaremos en todo, ¿entiendes? Pero
sobre tu vida tienes que decidir tú. Tú sola. Y no
harías nada si yo te llevara a mi casa o Antonio a la
suya. Todo seguiría igual que siempre.

MARÍA.—Pero yo, ¿qué puedo decir?, ¿qué va a ser


de mi vida?

LUISA.—Tienes que elegir, madre. Cortar por lo


sano… (Duda ella misma.) o seguir, si realmente eso
es lo que quieres...

MARÍA (Dubitativa).—No, si yo no quiero seguir así...

LUISA.—Pues toma tu decisión, madre. Tú sola.

MARÍA.—¡Pero yo sola, hija...! ¿Yo qué puedo hacer?


Tú sabes que no tenemos dinero, que la pensión de
invalidez de tu padre no da para nada y yo... soy
mayor para trabajar, ¡nadie me querría ni para fregar
escaleras! ¿Cómo voy a vivir?
62
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

NIEVES.—No te preocupes ahora por eso, María.


Veríamos ese problema después.

LUISA.—No es una cuestión de dinero, madre. Yo te


ayudaré en eso. Pero lo importante es si decides o no
separarte de padre y vivir dignamente los años que te
queden por vivir.

MARÍA (Se estremece).—...Y vivir sola...

CURRA (Afectada por lo que está oyendo, intenta


hacer una broma).—Supongo que nadie quiere una
foto, ¿verdad?

(Movimientos varios ante el intento de


relajación de la tensión.)

LUISA.—Madre, tengo que irme. (MARÍA asiente con la


cabeza. Se abrazan. A NIEVES.) Antonio se quedó con
mi padre. Hay que ingresarle en el hospital. Está muy
mal. Si mi madre se puede quedar aquí hasta
mañana... Ya nos le habremos llevado de casa para
entonces...

NIEVES.—Desde luego, Luisa, el tiempo que haga


falta.

LUISA (A MELA).—Cuenta en tu reportaje que los hijos


de los matrimonios que se odian juntos son mucho
63
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

más desgraciados que los que se respetan


separados. (A MARÍA.) Mañana vendré y seguiremos
hablando, ¿te parece, madre?

MARÍA.—Sí, hija, lo que tú digas.

LUISA.—Antonio y su mujer me han dicho que te dé


un abrazo muy fuerte de su parte.

MARÍA.—¿Qué tal está mi nietecillo? ¡Hace tanto que


no lo veo!

LUISA.—Esperando que su abuela vaya a verle y le


saque de paseo... (La besa.) Adiós, madre, hasta
mañana. (Recoge su bolsa.) Adiós a todas. Mañana
vuelvo. (Sale.)

NIEVES (A MARÍA, que está todavía algo


ensimismada).—María, todas estamos aquí para
ayudarte...

MARÍA.—Sí, Nieves, muchas gracias, lo sé. Es que...


Si supongo que mi hija tiene razón en lo que dice...

NIEVES.—Ella tiene razón, María. No tienes un futuro


muy envidiable, pero no puedes continuar como hasta
ahora.

MARÍA.—Sí, sí esto no es vida, pero, fíjate, Nieves,


que yo no sé hacer más que guisar, planchar, lavar...
64
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

CURRA (Intenta animarla).—¡Pues ya sabes más que


yo, que esas cosas se me dan fatal!

MARÍA (A NIEVES).—Y eso del divorcio, ¿cómo se


hace? Si yo no sé nada...

CURRA (Bromea).—¡Querida María, bienvenida al


mundo de las mujeres atípicas! (Se acerca a ella y le
da un cigarrillo haciéndole muecas.) ¿Qué te parece
si inauguras tu nuevo estado con un pitillito?

MARÍA (Ríe de buena gana).—¿Fumar yo? ¡Quita allá,


majadera! ¿Dónde se ha visto?

CURRA (Sigue haciendo payasadas para animarla).—


¿Y una fotito? ¿Hace una fotito para la prensa?
(Todas ríen excepto MELA, quien sigue observando
con gran tensión.)

MELA (Descompuesta, grita histérica).—¡Deja tus


estúpidas bromas, fotógrafa de mierda!

(Se hace un tenso silencio por la reacción de


MELA. NIEVES acude a su lado. CURRA se
enfrenta a ella.)

CURRA (Agresiva y dura).—¡Eh, tía! Y ahora, ¿qué


sucede? ¿A qué viene ese lenguaje?

65
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

NIEVES.—Mela, Mela, por favor, cálmate. (La conduce


hacia el sofá. La sienta. Ella se sienta en el sillón de
la izquierda.) Tranquila, Mela, no es nada... (A MARÍA.)
María, ¿serías tan amable de decirle a Gloria que
hiciera un poco de tila?

MARÍA (Un poco atolondrada).—Sí... no... yo la


preparo... (Sale apresurada haciendo ruido con sus
chancletas.)

(CURRA ha encendido un cigarrillo y pasea nerviosa


por el despacho, mira a MELA, de vez en cuando, con
mirada aún furiosa. NIEVES vigila los gestos de MELA.
Ésta parece tranquilizarse.)

MELA (Se toca las sienes y habla muy afectada).—


Perdonad. No sé qué me ha pasado... Lo siento. No
es mi costumbre.

CURRA (Irónica. Enfadada).—¿Se siente mejor la


señora después de insultar a la gente?

MELA.—Repito que lo siento, Curra. No quería...


insultarte. No sé qué me ocurrió...

NIEVES.—Quizá has oído cosas que nunca habías


oído antes.

66
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

MELA.—Sí... Tantas historias, tantas personas en


carne viva. Tanto dolor. Yo... (Mira a NIEVES, como
disculpándose.) Lo siento, Nieves.

NIEVES (Corresponde a su mirada, comprendiendo).—


Comprendo. Dejas el reportaje.

MELA.—Sí. No puedo. Yo sabía que estas cosas


existían, que mujeres casadas como yo vivían estas
vidas. Pero era algo ajeno a mí, historias de mujeres
sin nombres ni caras. Fuera de mi mundo feliz, donde
no hay grandes problemas, y sí afectos y alegrías.

NIEVES.—Te dije lo que te ibas a encontrar aquí.

MELA.—Sí. Y me interesó. Creí que podría escuchar y


escribir sin más. Pero no puedo... Y si me planteara
meterme en esto a fondo, ya nunca recuperaría mi
mundo. Viviría obsesionada. Cuando yo riera, me
acordaría de las mujeres que lloran. Cuando mi
marido me besara, me acordaría de que en ese
momento otro marido está golpeando a su mujer...
(Se angustia.)

CURRA (Interrumpe).—¡Pues, mira, tampoco creo yo


que haga daño a nadie un poco de reflexión!

MELA.—Soy egoísta, lo sé... Pero no puedo. Yo tengo


mi vida feliz. Lo siento, lo siento mucho... (Se levanta.
Recoge sus cosas.) No... no puedo ocuparme... Ya lo
67
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

explicaré en la redacción. Curra, tú... (Duda. En vista


de que CURRA no le dice nada, retrocede dolorida.)
Me voy... Si... si quieres te dejo el magnetofón... Te
veo mañana. (A NIEVES.) Nieves...

NIEVES.—Lo entiendo, Mela, lo entiendo. (MELA sale.)

CURRA (Hace un movimiento de seguirla, pero se


contiene. Entre extrañada y dolorida).—No sé qué le
ha pasado. Mela es una mujer muy segura y
equilibrada.

NIEVES.—Pero en un mundo sin compromisos, Curra.


Si la sacan de él, es débil...

(Se abre la puerta y entra MARÍA con una taza


en la mano. Al ver que no está MELA, se
asusta.)

MARÍA.—¿Dónde está Mela? ¡Ay! ¡Que se ha puesto


peor, como si lo viera!

NIEVES.—No, María. Es que ha tenido que irse... Deja


eso por cualquier sitio. Ya no hace falta.

(Mientras MARÍA va hacia la mesa de NIEVES a


dejar la taza, tocan ligeramente a la puerta y
entra AMELIA.)

AMELIA.—Perdón, Nieves, pensé que estabas sola.


68
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

NIEVES (Mira su reloj).—¡Ah, hola! Cierto, que ya es la


hora a la que habíamos quedado... Perdóname, pero
es que hoy es un día muy... agitado. (Recapacita y
trata de implicarla.) ¿Sabes? Creo que hemos ganado
una pequeña batalla con nuestra querida María. (Se
ha levantado y se ha ido acercando a la mesa. Coge
el expediente de ANGELINES.) O quizá dos...

CURRA (Irónica).—¡Pero, Nieves!, ¿qué dices? A la


señora Ruiz estas cosas no le afectan. Te pidió «no
ser molestada» mientras estaba aquí, ¿ya no te
acuerdas? (AMELIA va a contestar airada y CURRA se
dirige en el mismo tono a ella.) ¿Verdad,
excelentísima señora Amelia Ruiz de Espinosa y Gil
de Vergara?

(Al oírse llamar por su nombre completo,


AMELIA pierde su seguridad y se violenta.)

AMELIA (Indignada).—¿Cómo sabes...? ¿Quién te da


derecho...?

NIEVES (Casi al mismo tiempo).—¡Curra, os pedí...!

CURRA (A las dos. Fuerte).—¿Cómo sé tu nombre?


Porque es mi oficio. ¿Ya no te acuerdas? ¡Yo hago
fotos, Amelia! ¡Y te habré fotografiado mil veces! Lo
que sucedió es que, en este entorno, sin tus lujos
habituales, sin tus maquillajes de ensueño y tus
69
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

peinados de fantasía me despistaste... Pero me bastó


enfocarte con mi cámara un momento por el pasillo.
¡Entonces te vi! ¡Igual que te había visto otras muchas
veces! (A NIEVES.) ¿Nos pediste que respetáramos su
estancia aquí? (Despectivamente.) ¡Te aseguro que,
por mí, respetada está! ¡Pero soy periodista y saber
es mi obligación y mi oficio!

NIEVES.—Pero te vi hablando por teléfono...

CURRA (Enciende un cigarrillo).—Me intrigaba esto y


quise conocer el principio de la historia. Y mi
redacción me la ha contado...

AMELIA.—¡No tienes derecho...!

CURRA (Sin hacer caso de AMELIA. Mientras fuma y


mira hacia el techo, va informando).—La
excelentísima señora Amelia Ruiz de Espinosa y Gil
de Vergara, una de las mujeres más famosas de este
país, esposa del más importante hombre de negocios
de los últimos años, que rara es la semana que no
sale en alguna revista de moda o belleza, que
sorprende con sus colecciones de ropa y sus joyas,
que organiza fiestas para empresarios árabes, asiste
a safaris, botaduras de barcos y rastrillos de caridad,
lleva no sé cuántos días «ausente» de su casa,
según la noticia que ha saltado hace un par de horas
a los teletipos de las agencias... (Echa el humo hacia

70
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

el techo.) ¡Y mira por dónde, yo me la encuentro en


una Casa de Acogida de mujeres maltratadas!

AMELIA.—Repito que no tienes ningún derecho...

CURRA (Con dulzura).—Pero, Amelia, querida mía, no


estoy intentando hacer ningún reportaje. El
magnetofón está apagado y las cámaras quietas. Me
limito a enunciar los hechos ocurridos hasta ahora
mismo...

MARÍA (Se acerca a AMELIA con mucho respeto.


Cambia su tratamiento hacia ella).—De modo que
usted... es esa señora que sale en las revistas de las
peluquerías... Yo... la he visto alguna vez, pero
tampoco la había reconocido (La recorre con la
mirada.) Parece usted diferente y así, aquí... con
nosotras...

AMELIA (Hace esfuerzos para serenarse. Habla a


MARÍA con mucho afecto).—María, nada ha cambiado
contigo. No me llames de usted, por favor.

MARÍA (Duda).—No sé... es que... yo nunca había


visto de cerca a una señora de... esas... como usted...
quiero decir...

NIEVES (A AMELIA).—Amelia, si quieres hablamos en


tu habitación. (Mira a CURRA con enfado.) Lamento

71
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

sinceramente este incidente. Debí prever que


ocurriría esto.

CURRA (Sarcástica).—¡Ah, no, querida directora, eso


no es igualdad de trato! María puede tener oyentes
para la historia de sus miserias. Y Angelines para las
suyas... ¡Hasta Mela se ha tenido que enfrentar con
su propia debilidad! ¿Por qué tu amiga Amelia no
puede tener esos mismos oyentes?

NIEVES.—Ya te dije que Amelia no estaba aquí por


razones...

CURRA (Enfadada).—¡Sé lo que me dijiste! ¡Y lo que


me han dicho en mi revista también lo sé! (Señala a
AMELIA con el dedo.) Que ella se marchó de su casa
con lo puesto. Su marido se niega a hablar con la
prensa. (Mira a AMELIA, desafiante.) ¿Son éstas unas
vacaciones de placer, excelentísima señora?

(AMELIA no contesta de inmediato. Da unos


pasos por la habitación. Mira con franqueza a
CURRA y responde ya serena.)

AMELIA.—No. No son unas vacaciones, Curra, tu


intuición no te falla. (Sonríe.) Eres una buena
periodista.

72
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

CURRA.—¡Fotógrafa! ¡Porque cuando yo he visto que


no eran unas vacaciones ha sido al enfocar tu rostro
con mi cámara!

AMELIA.—Y ahora que ya sabes que... he huido de mi


casa, ¿qué vas a hacer? ¿Convocarás a tus
compañeros para que rodeen la Casa tratando de
robarme la exclusiva de una lágrima?

MARÍA (A CURRA. Ingenuamente horrorizada).—¡Tú no


harás eso!, ¿verdad, criatura? Yo ya te he dicho que
ella es muy cariñosa con todas y no se mete en nada.

NIEVES (Casi al mismo tiempo).—Curra, yo te ruego...

CURRA (Las interrumpe con los gestos de sus


manos).—¡Mira qué importante me acabo de volver!
¡Voy a terminar por creérmelo! (Despectiva.)
¡Tranquilas todas! ¿Es que nadie va a concederme
que pueda no interesarme este tipo de periodismo?
(A AMELIA.) ¡Pues entérate bien, excelentísima
señora, no me interesas nada! ¡Ni como persona, ni
como noticia, ni como nada de nada...!

NIEVES (Interrumpe).—Curra, ¡no puedes hablar así!


Tú no sabes...

CURRA (Se va enfadando).—¿Qué tengo que saber?


¿Las razones «extraconyugales» de la excelentísima
señora? ¡Repito que no me interesan! Trabajo en mi
73
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

revista porque me pagan bien las fotos. ¡Yo no soy


ningún buitre carroñero...! (A AMELIA.) ¡Pero me
parece jugar con excesiva ventaja el que, para pasar
desapercibida después de algún... (No encuentra las
palabras.) enfurruñamiento de niña rica, o de algún...
(Más dura.) adulterio edulcorado, te escondas entre
mujeres (Señala a MARÍA.) que andan a tu alrededor
con heridas abiertas por las que se les va media vida!

AMELIA.—¿Cómo te atreves a suponer que estoy aquí


por...?

(Se interrumpe al abrirse la puerta y aparecer


ANGELINES con el niño en brazos.)

ANGELINES (Mira a todas. Las ve tensas o serias).—


Perdonad. He visto salir a Luisa y me ha dicho...
Quería hablar con María.

NIEVES.—Entra, Angelines. No molestas. (Mira a


AMELIA.) Amelia se marchaba ya... (AMELIA le
devuelve la mirada pero no se mueve.)

ANGELINES (A MARÍA).—María, es que... Me extrañó no


verte marchar con tu hija y le pregunté... Me ha dicho
que no te vas a ir con ella...

MARÍA (Triste).—No.

74
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ANGELINES.—Yo... verás... he leído otra vez la carta


de Alfredo y he estado pensando.

NIEVES.—¿Buenas noticias, Angelines?

ANGELINES.—Tú... tú tenías razón... Me dice que se


marcha a Inglaterra. Que puedo ocupar nuestra casa,
porque él estará con unos amigos hasta que se vaya.
Dice que lo mejor es que él haga lo que tuvo que
hacer en su momento. Que todo este tiempo ha
estado como loco.

NIEVES.—¿Te pide perdón?

ANGELINES.—No... Es muy raro, no me pide perdón...


Lo que dice es que fue débil y que nunca debimos
dejar que nos casaran.

CURRA.—¿Y cuál es tu opinión, Angelines?

ANGELINES.—Que es cierto, que no debimos


casarnos. Que debimos esperar a ver si realmente
queríamos vivir juntos toda la vida. Ahora, se
marcha... Me dice que mandará dinero para el niño y
para mí. Dice que le quiere mucho...

NIEVES.—Y tú, ¿quieres a tu hijo, Angelines?

(ANGELINES no contesta. Se acerca a MARÍA y


le entrega al niño.)
75
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

ANGELINES.—María, ¿quieres tenerlo un ratito? ¡No


pesa mucho, es tan chiquitito!

MARÍA.—¡Pues claro, criatura, déjamelo un poquito!

NIEVES.—No me has contestado, Angelines.

ANGELINES (Saca la carta de su bolsillo. Habla como


con ella).—Quería... quería estar segura. Sí, Nieves.
Hubo un momento en que deseé que no naciera.
Pero eso pertenece al pasado. Es mi hijo y está en el
mundo. Le quiero... y voy a luchar por él.

AMELIA (Hace un gesto de acercamiento a ANGELINES,


pero se contiene. Habla como para sí).—Y por ti...

ANGELINES (La mira con dulzura).—Sí. Y por mí. (A


MARÍA.) María... yo... voy a regresar a mi casa. (Se
acerca a la bolsa de CURRA que permanece en la
mesa de NIEVES.) Voy a aprender fotografía y
trabajaré con mi hermano, si aún tiene trabajo para
mí...

NIEVES.—¡Claro que lo tendrá! ¡Ya sabes que sus


fotógrafos no le duran nada!

ANGELINES (La mira sonriendo).—Sí, es cierto... (A


MARÍA.) María, voy a necesitar alguien que me cuide
el niño cuando yo me vaya a trabajar... Si te parece...,
76
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

¿querrías venirte a mi casa? Yo trabajaré de asistenta


o haré lo que sea hasta que pueda trabajar con Emilio
y aunque tendré poco dinero, quizá podríamos
apañarnos las dos...

MARÍA (Entre sorprendida y triste).—¿Quieres que me


vaya contigo? ¡Pero si yo no sirvo para educar niños,
hija...!

ANGELINES.—Educarlo será cosa mía, María. Soy su


madre. Pero cuidarle, podemos aprender a hacerlo
las dos. Al menos... podemos intentarlo... Aquí (Mira a
su alrededor.) me han enseñado que no debo
sentirme culpable, pero sí responsable de mí misma y
de mi hijo.

CURRA.—¿Y qué hay de tu marido, Angelines?

ANGELINES.—No lo sé, Curra. Ésa es una historia que


ni él ni yo podemos hoy saber cómo terminará. El
tiempo nos lo dirá. (Mira a NIEVES.) ¿Verdad, Nieves?

NIEVES.—Sí, Angelines. El tiempo lo dirá.

MARÍA (Inicia la salida).—Voy a acostar al niño,


Angelines. No es bueno que esté tanto tiempo en
brazos. (Se aleja, haciéndole bromas.) Vamos a la
cunita, corazón mío, que tengo que tratarte bien, que
tu mamá me ha encargado que te cuide y yo te voy a
querer tanto como a mi nietecillo para que ella esté
77
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

contenta y me pague todos los meses algún dinerillo,


que yo también tengo que ganarme la vida... (Sale.)

ANGELINES (Se acerca a las cámaras. Las mira. A


AMELIA).—¿Sabes, Amelia? Curra lleva todo el día
intentando hacer fotos sin lograrlo... Como yo...

AMELIA (Por decir algo).—Ya.

CURRA (A ANGELINES).—¿Quieres probar?

ANGELINES (Asustada).—¡No, no, no podría...! Igual te


estropeo algo. Estos modelos no los conozco. Yo... mi
cámara no era tan buena como éstas. Ni mucho
menos.

CURRA.—Las cámaras son todas muy parecidas. La


diferencia estriba en cómo se hace la foto.

ANGELINES (Como para sí misma).—En cómo «se


siente» la foto...

CURRA (Sorprendida).—Sí... eso... en cómo «se


siente» la foto.

ANGELINES.—«Sentir» el dolor del herido cuando


fotografías un accidente, o el frío de un pueblo
abandonado...

78
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

CURRA (Sorprendida, sigue enumerando con ella).—


...O la alegría del niño que juega en un parque...

ANGELINES.—...O el miedo que esconde el rostro de


un actor acabado...

CURRA.—¡Angelines, tú eres ya una buena fotógrafa!


Sabes lo que es la fotografía. El resto es sencillo...
Yo... en mi casa tengo un pequeño laboratorio. Mi
compañero también es fotógrafo... Si quieres...
puedes venir algún día. Algo te enseñaremos.

ANGELINES (La mira ilusionada sin dar crédito a lo que


oye).—¿Lo dices en serio?

CURRA.—¡Lo digo totalmente en serio!

ANGELINES.—¿Puedo ir a tu casa a aprender?

CURRA.—¡Claro, mujer! A Carlos y a mí no nos cuesta


ningún trabajo. Es nuestra profesión. Llámame a la
redacción y quedamos...

ANGELINES.—¡Yo iré! ¡Claro que iré! (Se acerca a


CURRA y le aprieta un brazo sin atreverse a besarla.)
Hablaré con mi hermano. (Se acerca donde está
AMELIA.) Amelia, por si no te veo mañana, te digo
adiós ahora. ¿Puedo darte un beso?

79
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

AMELIA (Emocionada).—¡Claro que sí, hija! (Se


abrazan.)

ANGELINES.—Supongo que no nos volveremos a ver...


Quiero... quiero decirte que siempre has sido muy
bondadosa conmigo y... te doy las gracias.

AMELIA.—Nos volveremos a ver, Angelines. Yo te


llamaré algún día y pasaré a ver a ese precioso niño,
¡que algún llanto ya le tengo oído! Además, creo que
voy a necesitar un decorador dentro de poco y quién
sabe si una fotógrafa...

ANGELINES.—Gracias otra vez. (A todas.) Os dejo... (A


CURRA le hace un gesto con la mano.) Iré... iré... (Se
marcha casi corriendo.)

(Con la salida de ANGELINES, el ambiente se


muestra de nuevo un poco tenso, aunque
esta tensión ha perdido, evidentemente,
fuerza.)

NIEVES.—Curra, quiero pedirte perdón. Me había


equivocado contigo. Lo que vas a hacer por Angelines
es admirable.

CURRA.—¿No es eso lo que tú dices que hay que


hacer?

NIEVES.—Sí. La solidaridad es uno de los caminos.


80
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

AMELIA.—¿Y cuáles son los otros, Nieves?

(Antes de que NIEVES conteste CURRA habla,


de nuevo con agresividad, con AMELIA.)

CURRA (A AMELIA).—Son el respeto a los demás y a


una misma, la integridad, la responsabilidad...
Conceptos que en tu mundo caduco y amoral ni se
conocen... (Despectiva.) Y que seguramente tampoco
importa, porque a vosotros «nunca os pasa nada».
Las historias como éstas de aquí siempre son así:
entre mujerucas, alcohólicos, chiquillas sin recursos...

(AMELIA se estremece mientras CURRA habla.


Se busca un cigarrillo. No tiene. Mira por las
mesas.)

NIEVES.—¿Buscas algo, Amelia?

AMELIA.—Buscaba un cigarrillo.

NIEVES (Hace ademán de buscar).—Yo no fumo, pero


por aquí...

CURRA (Saca su paquete y se lo tiende).—Toma uno


de estos.

AMELIA (Coge el cigarrillo. CURRA le ofrece fuego


también).—Gracias. (Fuma hondo. Parece que se
81
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

tranquiliza con ello. A NIEVES.) Nieves, es necesario


que te diga...

NIEVES (Le interrumpe).—Vamos a tu habitación si


quieres, Amelia.

AMELIA.—No, no, escucha. Eso es lo que quiero


decirte. Creo que, efectivamente, no he sido justa. Y
tú tampoco. (CURRA pone cara de asombro.) Quiero
que Curra lo sepa. (A CURRA.) Creo que tienes razón.
(Pausa. Da unos pasos.) Yo... efectivamente estaba
aquí como «de veraneo».

NIEVES.—Amelia, no tienes que hablar si no quieres.

AMELIA (Apaga el cigarrillo en algún cenicero).—


Quiero hablar, Nieves. Todas han hablado en mi
presencia. Conozco las historias de María o de
Angelines. Y la de Mercedes, amenazada de muerte
durante años, y la de María José, a la que su marido
intentó quemar viva, y la de Julia, y la de María
Teresa, y la de esa mujer (Señala hacia arriba.) que
no sale de su habitación, que no habla, que no come,
que solo se sienta en el suelo, encogida, mirando
fijamente la puerta y grita en cuanto la siente abrirse...

NIEVES.—Pero tú...

AMELIA.—Yo he recibido las confidencias de algunas


de estas mujeres, pero no he hecho las mías. Tengo
82
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

mi historia, como las demás, pero la guardo en mi


armario, como todos los de mi clase. ¿Quiénes son
ellas para saber nada de mí o de los míos? Nuestros
trapos sucios nunca se lavan en público. O se lavan,
excepcionalmente, vendiéndolos a la prensa «del
corazón».

NIEVES.—Amelia, no tienes por qué...

AMELIA.—Sí tengo, amiga. No sé si debo algo a esas


mujeres, pero en todo caso, me lo debo a mí misma.
Eso lo he aprendido aquí. (Pausa.) Yo vine a este
lugar buscando poner en orden mis ideas y mis
emociones. Y lo he conseguido. Pero al mismo
tiempo he sido impregnada por el lugar.

NIEVES (Sonríe).—Eso lo celebro.

AMELIA.—Las otras mujeres han llorando, reído o


hablado junto a mí, enseñándome algo muy
importante: que no soy la única que tiene problemas,
ni la mejor por tener más dinero o posibilidades que
ellas. Aunque puede que sí la peor, por no haber
querido compartir mis problemas... (Pausa.) Pero eso
tiene arreglo. (Respira hondo.) ¿Dónde está Mela?

CURRA.—Mela... se marchó.

AMELIA.—¿Se marchó? (Duda.) Pero entonces... ¿tú


puedes tomar notas...?
83
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

NIEVES.—Amelia. Piénsalo bien. Es un paso


irreversible.

AMELIA.—Necesario de dar, Nieves. No te olvides de


que esa era una de mis dudas al venir aquí.

CURRA.—Un momento, un momento, ¿de qué hay


que tomar nota?

NIEVES (Sin atender la interrupción de CURRA).—


Habrá muchas personas que te odiarán por hablar y
otras que entenderán tus palabras como una traición
a tu clase.

AMELIA.—Pero es mi vida, Nieves, es mi propia estima


la que está en juego. (Pausa.) Los que sean mis
amigos, estarán a mi lado.

CURRA.—Nieves... Amelia... Un momento, por favor...


(A AMELIA.) ¿Estás diciendo que vas a contar por qué
estás aquí?

AMELIA.—Sí, eso voy a hacer.

CURRA.—Oye, pues tampoco voy a decirte que no...


¡qué caray! Que una es una profesional y si es porque
tú quieres hablar...

NIEVES.—Yo... estaré contigo, amiga.


84
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

AMELIA (Le toca ligeramente el brazo).—Te voy a


necesitar cuando todo esto estalle.

(CURRA busca el magnetofón que le ha


dejado MELA. Lo pone en marcha. Prepara
sus cámaras y su flash.)

NIEVES.—Aguantaremos. (Inicia la salida.) Os traeré


café. (Sonríe a CURRA.) ¡Os vendrá bien!

CURRA.—No sé de qué diablos estáis hablando,


pero... (Sonríe abiertamente a AMELIA. La anima.)
¡Aguantaremos, amiga!

AMELIA.—Pues te estoy hablando de una historia de


ese mundo donde «nunca pasa nada». Ese mundo
que sale en vuestras revistas y que tan envidiado es
por otras mujeres, que parecen querer vivir en
nuestras vidas «maravillas» a las que ellas no tienen
acceso. Maravillas falsas. Mundo falso. Mucho más
digno de compasión que de respeto.

CURRA (Conecta la grabadora).—Cinta primera. Cara


primera. Declaraciones de la excelentísima señora
doña Amelia Ruiz de Espinosa y Gil de Vergara,
esposa de...

(A partir de aquí, AMELIA hablará sola.


Paseará por la estancia. Hará aquellos
85
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

gestos que vaya marcando el monólogo.


CURRA se moverá a su alrededor,
fotografiándola, sin acercarse mucho y sin
que casi se perciba su presencia. Solo se oirá
la voz de AMELIA y el motor y el flash de la
cámara de CURRA, que la fotografiará sin
cesar.)

AMELIA (Le interrumpe).—...Alberto Méndez Latorre,


presidente del Consejo de Administración de Méndez
y Asociados, presidente, consejero delegado o
accionista principal de más de veinte empresas.
Ganador el año pasado de todos los trofeos a la
iniciativa empresarial, a la popularidad, a la mejor
imagen, presente en todas las asociaciones
económicas, invitado imprescindible de congresos
sobre actividades empresariales, amigo de políticos,
intelectuales y banqueros... Alberto Méndez Latorre.
Mi esposo... mi proxeneta. (Ante un movimiento de
estupor de CURRA, le anima.) ¡Vamos, dispara tu
cámara! ¡Fotografía el cuerpo de la mujer que se
conocen todos los «grandes» con los que mi marido
ha hecho negocios!... Mi marido... inteligente,
emprendedor... pero con una ambición desbocada y
sin límites de dinero y de poder, para cuya
consecución nada le parece excesivo. Ni siquiera
ofrecer sexualmente a la propia esposa. (Enumera.)
Un fin de semana en el yate con un banquero que
tenía que poner su firma en algún crédito, tenía su
regla fija. (Habla como lo haría su marido.) «Amelia,
86
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

cariño, dice fulanito que quiere ver ese tanga que te


compré en Tahití. Dice que no es posible que sea tan
pequeño...». (Pausa.) Una cena con un grupo
extranjero que quería invertir requería algo más
refinado. (Vuelve a hablar como lo haría su marido.)
«Querida, creo que a esta gente les encantan los
numeritos colectivos... confío en ti...». (Pausa.) Y yo
accedía, ¡accedía! (Rememora.) ¡Le quería tanto que
trataba de no concederle importancia, igual que no se
la daba él. (Habla como su marido.) «Querida, tú
sabes que esto no importa, que yo te adoro y sé que
tú lo haces por mí y, en el fondo, nos reímos juntos de
ellos. Tú eres mía y de nadie más». (Se estremece.)
Cierto. Era suya. Y también de los demás. De todos,
menos de mí misma. Dejé de pertenecerme. Perdí el
concepto de moral, tapado por una cortina de
justificaciones necesarias para seguir viviendo en
aquel cubo de basura cada vez más pútrido. (Pausa.)
Las empresas de mi marido conseguían los mejores
contratos. Las mayores ganancias. Y yo dejaba que
éste me tocara cuando creía que mi marido no me
veía, que aquel me citara en un hotel, que el de más
allá me hiciera partícipe de sus depravaciones... ¡Pero
yo pensaba en Alberto y en su amor! ¡Todo el asco
que me daba a mí misma, se disipaba con sus
palabras! (Pausa.) Teníamos más casas de las que
podíamos habitar, más dinero del que podíamos
gastar, pero Alberto seguía pidiendo más y más. Su
ambición había pasado del dinero al poder.
Ambicionaba entrar en política. Y mis apellidos le
87
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

podían ayudar extraordinariamente. (Pausa.) Y las


citas siguieron. Me fui acostando con unos y otros,
abriendo todas las puertas para Alberto (Muy
cansada.) porque le quería... La única con la que
hablé de esto fue con Nieves. Ella era mi amiga. Me
criticaba profundamente, pero estaba a mi lado. Calló
que conocía las infidelidades de Alberto hacia mí,
porque quería que yo reaccionara por mi propia
estima. Pero yo estaba muerta... cada vez más
muerta, en medio de tanto dinero, tanta popularidad,
de tanta (Se estremece.) basura... Hasta que no pude
más. Hablé con Alberto. No quiso escucharme. Se
enfadó terriblemente. Me dijo que gracias a su
inteligencia y mi... «colaboración», teníamos todo lo
que habíamos deseado: posición social, respeto,
dinero, poder... ¡Pero yo no quería nada de eso! ¡Yo
quería lavarme este cuerpo (Se lo toca.) que me
asfixiaba! No sé lo que hice. Alberto me amenazó...
Simplemente me fui. Con Nieves. Me trajo aquí. (Mira
las paredes, los muebles.) Éste es... un buen sitio. He
tenido tiempo para pensar, y ocasión de conocer
otras historias de mujeres. Sí... (Pausa.) Nadie sabe
dónde estoy. Es posible que Alberto me esté
buscando discretamente, puede que crea que estoy
con alguno «de ellos». (Irónicamente dolorida.) ¡Tiene
una buena relación donde buscar! No sé si los
recordaré todos. (Pausa. Movimientos cada vez más
lentos y silenciosos de CURRA. El flash trabaja sin
cesar. Enumera lenta y fríamente.) Javier López-
Marín, presidente del Banco Local; Ernesto Molina
88
ISABEL BLAS HISTORIAS DE MUJERES

Sanjurjo, consejero delegado de Imbasco; John


Walton Junior, vicepresidente de Transconsulting;
Feyaz Kesasi, propietario de Exportaciones
Intercontinentales; Luis Gómez-Montañés, secretario
general del Partido Interior Unionista; Juan Antonio
Jiménez Candelas, presidente de Indusa; Fabián
Antonio Jordán Soria, primer ministro de... (Sus
palabras se pierden mientras empieza a sonar la
canción Palabras para Julia de Paco Ibáñez y va
cayendo el
TELÓN.)

89
Autor: IsabelBlas

Página personal: http://isabelblas.bubok.com

Página del libro:

http://www.bubok.com/libros/191284/Historias-de-mujeres

Das könnte Ihnen auch gefallen