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La cremación:

Instrucción del Santo Oficio a todos los


obispos
Puesto que se nos informa que la práctica de la cremación está en aumento en ciertas localidades, en
menosprecio a las repetidas declaraciones y decretos de la Santa Sede, y con el fin de impedir que
tan grave abuso se vuelva inveterado donde ya se ha prendido, y que lo mismo se extienda a otras
partes, esta Suprema y Sagrada Congregación del Santo Oficio juzga deber suyo llamar una vez
más, y con mayor formalidad, la atención de los ordinarios del mundo entero hacia este problema,
con la aprobación del Santo Padre.
Y en primer lugar, puesto que no pocos entre los católicos tienen la osadía de sostener como uno de
los mayores logros de lo que llaman progreso civil y de la ciencia de la salud esta páctica bárbara
contraria no sólo a los cristianos sino hasta al respeto natural tenido por los cuerpos de los
fallecidos, y totalmente opuesta a la disciplina constante de la Iglesia aún desde los primeros
tiempos; esta Sagrada Congregación muy seriamente exhorta a los pastores del rebaño de Cristo a
que instruyan a la gente que les ha sido encomendada de que los enemigos del cristianismo alaban y
propagan la práctica de la incineración con ningún otro propósito que el de gradualmente borrar de
su mente la idea de la muerte y la esperanza en la resurrección del cuerpo, y que de tal manera
allanan el camino para el materialismo. Por tanto, aunque se permita la cremación de los cuerpos,
pues no es mala en sí, y de hecho es permitida en ciertas circunstancias extraordinarias y graves
relacionadas con el bien público; con todo, es totalmente evidente que adoptar o favorecer esta
práctica regularmente, y como regla ordinaria, es acto impío y escandaloso, y, por ello, gravemente
pecaminoso. De ahí que haya sido justamente condenada más de una vez por los supremos
pontífices, y más recientemente por el nuevo Código de Derecho canónico (c. 1203, §1).
Y aun cuando el decreto del 15 de diciembre de 1886 diga que los ritos y preces de la Iglesia no
están prohibidos “en el caso de aquellos cuyos cuerpos fueron cremados, no por decisión propia,
sino a instancia de otros”; no obstante, por la claridad de los términos del mismo decreto, esa regla
se aplica sólo cuando se evita eficazmente el escándalo con la oportuna declaración de que “la
cremación fue decidida, no a petición del fallecido, sino a instancia de otros”; pero, si las
circunstancias no proporcionan razones suficientes para esperar que se evitará el escándalo con
dicha declaración, aún en este caso permanece en vigor la prohibición del sepelio eclesiástico.
Evidentemente se encuentran lejos de la verdad quienes, basándose en la ilusión de que el difunto,
estando vivo, practicó habitualmente algún acto de religión, o que tal vez se haya retractado de su
mala intención en el último instante de su vida, creen permisible realizar ritos funerarios de la
Iglesia como usual sobre el cuerpo, el cual ha de ser después incinerado de acuerdo a los arreglos
hechos por el mismo fallecido. Y como nada puede saberse por cierto en cuanto a esta supuesta
retractación, se sigue que no puede dársele consideración alguna en el foro externo.
Apenas si parece necesario observar que en todos estos casos en los que está prohibido celebrar los
ritos funerarios de la Iglesia por el fallecido, ni siquiera está permitido honrar sus cenizas con
entierro eclesiástico, ni preservarlas en manera alguna en un cementerio bendito; sino que han de
guardarse en un lugar separado de acuerdo al c. 1212. Y si las autoridades civiles de la región,
siendo hostiles a la Iglesia, requieren a la fuerza el curso contrario, conviene que los sacerdotes
responsables del caso no fallen en resistir esta abierta violación de los derechos de la Iglesia con
decoroso valor, y, habiendo hecho la debida protesta, se abstengan de toda cooperación. Luego,
cuando se ofrezca la ocasión, que no cesen de proclamar, privada y públicamente, la excelencia, las
ventajas y la sublime significancia del entierro eclesiástico, de tal manera que los fieles, bien
instruidos en cuanto al pensar de la Iglesia, puedan ser disuadidos de la impía práctica de la
cremación...
AAS18-282; Santo Oficio, Instrucción, junio 19 de 1926.
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Obispo Mark A. Pivarunas, CMRI


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