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Escuela de Gobierno y Políticas Públicas - PUCP

Doctorado en Ciencia Política y Gobierno

Hacia una etnografía del Parlamento peruano

Jaris Mujica

Se supone que el Parlamento es, al menos en una de sus imágenes ideales, el campo de debate
entre las fuerzas políticas que, a través del intercambio de argumentos racionales toman
decisiones que implican la producción de leyes. Es el terreno en donde la discusión se
convertiría en el ideal moderno de racionalidad, y la figura del debate argumental debería
disponerse como el núcleo civilizado para las decisiones: la figura del ágora griega y el carácter
dialógico argumental de los ilustres. Estos representarían las demandas e intereses de los
ciudadanos y dispondrían sus argumentos y propuestas en el provecho del bien común y en la
defensa de aquellos a quienes representan.

Se supone también que el Parlamento funcionaría como un espacio en el que los congresistas,
agrupados en bancadas dispuestas por estructuras partidarias que las soportan, plantean debates
internos y generan campos de decisión que permitirían la representación partidaria e ideologías
que marcan la pauta de los debates, de la producción y aprobación de las leyes. En efecto, se
supone que el Parlamento funciona como un engranaje sistemático de representación, en donde
el sistema electoral debería estar configurado para que quienes ingresen al Parlamento sean
representantes de un partido elegido por el voto popular. Pero esto, que se muestra como
parte de los imaginarios y de una forma ideal de pensar el Parlamento, funciona de modo
distinto en las prácticas concretas de una institución que tiene en su interior diversos
problemas, tensiones y conflictos, así como diversos actores y maneras de pensar la política.

Son estas maneras de plantear el poder, estos microespacios y micropolíticas las que nos
interesan. Se trata de construir el estado de la situación para poder comprender la importancia
de hacer una etnografía de las prácticas y redes que orientan la toma de decisiones y organizan
los debates; redes que por dentro están cargadas de una estructura de negociación, redes de
poder extra partidarias, amistades, redes de asociación e interés. Se trata de mostrar cómo es
que se construyen las redes de poder dentro del Parlamento y cómo estos elementos permiten
la configuración de un modo particular de tomar decisiones, plantear leyes y estructurar el
debate.

Las instituciones del Estado están organizadas exteriormente por su ingeniería política, las que
constituyen el marco infraestructural de su disposición, pero dentro de esas disposiciones los
actores sociales gestan diversos tipos de vínculos, relaciones de poder y redes que reinventan el
funcionamiento de las instituciones desde adentro y les dan un cariz particular. Pero la ingeniería
política del Parlamento no funciona como una estructura aséptica, fuera del entramado de
relaciones sociales de los actores que la componen, por ende, el estudio de la estructura, desde
el diseño del sistema electoral que permite el ingreso de los parlamentarios, la ingeniería del
Parlamento, la composición de los partidos y sus estructuras políticas, hasta las redes
informales, permitirá penetrar la política desde otro ángulo. Se trata de pensar en una
micropolítica del Estado.
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Se trata de estudiar los problemas que se han dispuesto en el seno del Parlamento y el modo en
que han sido abordados, de manera que es sobre ese cúmulo de elementos anteriores que
podemos situar nuestra investigación. En este sentido proponemos algunos elementos para
poder situar el tema (y este es el objetivo de este ensayo): por un lado se trata de entender el
fenómeno del fraccionamiento de las sociedades post-industriales, que ha sido asumido como
una de las causas eficientes de la fragmentación de los discursos políticos clásicos y por lo tanto
como una de las causas de los problemas de representación política. Esto si bien podría ser un
elemento a considerar para este tipo de sociedades, queda en evidencia que no necesariamente
resulta adecuado a nuestros países, puesto que la fragmentación y el fraccionamiento de
nuestras sociedades resultaba anterior al capitalismo tardío post-industrial.

Esto entonces nos deja ante un segundo punto: los problemas de representación han sido
tratados sustancialmente desde la mirada del fraccionamiento ideológico, de los problemas de la
estructura del sistema de gobierno y del sistema de partidos, lo que se ha visto reflejado en la
investigación sobre el parlamento, pero en la vida concreta se trata de fenómenos más
complejos y enraizados en la vida cotidiana de los sujetos, prácticas y mecanismos de ejercicio
del poder, formación de redes que exceden la política institucional y al mismo tiempo la cargan
de sentido cotidiano reinventándola desde adentro. El tercer punto se dispone ante esta idea,
pues se trata de ligar la ingeniería del Estado a una etnografía del Estado que permita
complementar la investigación de la normativa institucional con el trabajo de investigación sobre
el funcionamiento práctico de las instituciones y del ejercicio del poder de los sujetos que
manejan dichas instituciones.

Sobre el fraccionamiento de las sociedades contemporáneas

En el contexto de redefinición de las sociedades contemporáneas, una de las características que


pautan el surgimiento (y por consiguiente la identificación) de la sociedad industrial, es la
condición de saber. A partir de ésta, las relaciones sociales se performan. Lo nuevo en la
sociedad post-industrial es el papel central que jugaría el conocimiento como forma de relación,
pues es a través de ésta que “los hombres hacen su historia” (Touraine 1969). Los significados
que toma el conocimiento para los actores sociales toman mayor importancia en la re-
configuración de la sociedad sin que ello implique que el crecimiento económico deje de ser una
preocupación. En efecto, la post-industrialización no implica que exista una liberación de la
preocupación de la producción, ni una conversión a una sociedad de mero consumo y ocio,
puesto que el papel que el conocimiento juega en las relaciones políticas y económicas sugiere
que estamos en un contexto de constantes re-configuraciones (Touraine 1969: 7-8). De tal
manera, entre los autores que han intentado caracterizar a las sociedades post-industriales,
existe consenso al señalar que el papel desempeñado por el desarrollo e instrumentalización
burocrática de la ciencia y las tecnologías han reconfigurado de manera compleja, el panorama
político-económico-cultural y la estructura de roles de los sujetos (Touraine 1969, Ander-Egg
1983, Lipset 1983, Bell 1989, Hart 1996).

En la sociedad post-industrial el conocimiento es de carácter técnico puesto que a través de él


se configura el poder político. Así, esta época estaría definida por el papel que desempeña la
“tecnología intelectual y la ciencia en el cambio social […] como factores significativos de la

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sociedad” (Stonier 1983, Bell 1989: 55). En este contexto, el sector económico, la distribución
ocupacional, los principios axiales y las perspectivas del futuro se re-estructuran a partir tres
aspectos identificados por Bell: a) la estructura social, entendida como estructura de roles, se
dispone de modo tal que establece o adscribe a los sujetos, unos papeles específicos, sin que
ello implique que estos sean aceptados por los actores sociales; b) los cambios suscitados en la
estructura social (atomización del saber, adscripción y crítica a desempeños establecidos,
sistema de empleo, desarrollo de la tecnología, etcétera) generan situaciones problemáticas para
el manejo del sistema político, puesto que el manejo y acceso a la información generó una
sociedad que busca tener el control de su destino, convirtiendo “la relación entre la estructura
social y el poder político se convierte por eso mismo en uno de los problemas claves del poder
en una sociedad post-industrial” (Bell 1989: 29); c) la importancia que se le otorga al
conocimiento se constituye como un desafío para la cultura “que se esfuerza por el
acrecentamiento de la autonomía y se vuelve cada vez antinómica y anti-institucional” (Bell
1989: 29).

La ploblematización del manejo del aparato político en el post-industrialismo, deviene en la


presencia de un conjunto de demandas ciudadanas. Aparecen y se reconocen nuevos derechos
en un contexto de luchas y reconocimientos logrados por quienes forman parte de la sociedad
civil. De esta manera, se genera un contexto en el que coexiste un cúmulo de micro-agendas
políticas que buscan en los fueros de la democracia formal y en la protesta social, una forma de
dar a conocer sus demandas a la par que se van generando estrategias de búsqueda de
representación parlamentaria (Touraine 1969).

La fragmentación en la sociedad post-industrial hace referencia a las múltiples demandas que


pone en escena sociedad civil. Tal noción se condice con la idea de búsqueda de representación
parlamentaria, lo que denotaría que a cada grupo o segmento que forma parte del aparato
estatal (específicamente en el parlamento) tendría que asumir como suya, cada tipo de
demandas ciudadanas. En este sentido, uno de los problemas que se desprenden es el de la falta
de representatividad corresponde a los Estados en crisis dado que estos “se presentan como
una desintegración de las instituciones sociales”.

Como resultado de la fragmentación de demandas (también entendidas como un surgimiento de


micro agendas políticas), se supone a) la presencia de formas de control político a través de la
tecnología, b) la reconfiguración de lo público político como forma de acceso al poder, y c) la
existencia de representantes fragmentados, es decir, la representación política parlamentaria ya
no sería posible por la presencia de grandes bloques políticos-ideológicos, sino por la existencia
de segmentos disgregados no agrupados esencial o necesariamente bajo una forma capitalista o
socialista (Habermas 1973).

Por otra parte, en contextos post-industriales las demandas sociales requieren de un vínculo
entre el saber en la toma de decisiones políticas, lo que habría implicado la burocratización del
quehacer intelectual y la legitimación de un saber técnico que es necesario para promover y
defender determinados derechos ciudadanos. (Bell 1989: 64)

Pero el tema de la fragmentación no está determinado solo por la mirada exterior de los
grandes debates ideológicos que se agrietan ante las demandas de los ciudadanos, que aparecen

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hora fraccionadas. En efecto, si para estos autores la fragmentación de las sociedades post-
industriales durante el capitalismo tardío se debe a una fragmentación del debate público
político y de la diversificación de las demandas, en nuestras sociedades la fragmentación
antecede a los fenómenos de la modernidad. Es decir, hay una tensión discursiva en la cual el
mundo post-industrial entra en un proceso de fragmentación política, y un contexto empírico en
donde los espacios sociales cotidianos resultan desde antes fragmentados. No se trata de una
fragmentación solamente de los discursos ideológicos y de las demandas, sino del propio
conjunto social que no era percibido ni pensado como unidad o como conjunto integrado.

En este sentido, es el correlato con las estructuras sociales y sus prácticas concretas las que
marcan la fragmentación y el fraccionamiento de la política y no solamente los cambios de lo
público-político-ideológico. Son estas prácticas sociales las que marcan campos complejos de
interacción, debate, demandas y mecanismos de asociación los que determinan en gran parte el
funcionamiento de las políticas institucional. No olvidemos que la institución no es solamente la
estructura normativa, sino también su funcionamiento efectivo, con personas reales y culturas
prácticas.

Se gesta entonces un problema serio, pues la mirada del gran discurso público político sobre el
fraccionamiento y la fragmentación no deja ver que en nuestros países hay un problema más
complejo, en donde el sistema de partidos y el debate ideológico, así como las demandas de los
“ciudadanos” tienen características particulares, correlacionadas con una sociedad fragmentada
de antemano, diversa, con tensiones complejas y diversos conflictos. Ahora, el tema central es
que bajo esta estructura de fraccionamiento discursivo de la política y la ideología y la
fragmentación social en el terreno del mundo de la vida, la representación política atraviesa
modificaciones en su estructura y en el ejercicio de las prácticas sociales de sus instituciones, y
el Parlamento constituye es una de estas importantes instituciones.

Sobre la representación política parlamentaria

Representar es poner en escena; es mostrar algo a los demás. Pero ¿qué es la representación
política en un contexto parlamentario de régimen democrático? ¿Qué se entiende por
representación política parlamentaria? Una de las miradas “clásicas” acerca de la representación
política suele descansar sobre el proceso electoral. En efecto, existen sistemas electorales
basados en parámetros que miden la representación a partir de la relación que existen entre el
nivel mínimo de votación y la cantidad de votación que requiere un partido político, lo que
implicaría que los diversos intereses de los grupos sociales se vean representados o
considerados en las agenda políticas (Bell 1989: 357, Tuesta Soldevilla 2005). En este sentido,
pareciese que aún no encontramos ante la perspectiva de los constituyentes franceses, quienes
consideraban que la democracia representativa, como modelo, se basa en la constitución de un
gobierno en el momento en el que el pueblo elige a sus representantes (Valencia 2007: 214).
Sin embargo, tal consideración no resulta suficiente y requiere de mecanismos de control,
puesto que por una parte la diversidad puede ser soslayada ante la idea de la representación
única y, por otra, el control del poder puede darse en un contexto en el que se distancia el
representante del representado:

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“No es suficiente decir que la representación se haría a través de una delegación mediante
elecciones. No solo quién vota es necesariamente quien el partido dice representar, sino
también existe el riesgo de distanciamiento entre el representante y el representado después de
las elecciones […]” (Almino 1986: 66)

El cuestionamiento a esa noción de representación política, sugiere que esta posee un carácter
dinámico que corresponde a la relación entre elector-elegido. En este sentido, se señala que
junto con la legislación y la fiscalización, la representación forma parte de las funciones básicas
del trabajo parlamentario en toda democracia representativa (Pease 2006), lo que permite hacer
hincapié en la idea de su dinamicidad:

“El concepto de representación se sitúa en la idea misma de representación como una


sustantiva actuación por otros. Se trata de una actuación de acción sobre lo que debería hacerse
[…]. No se trata de analizar la representación en un sentido pasivo, es decir, en el sentido de la
elección de los representantes por parte de los ciudadanos, sino de definir la naturaleza del
hacer o no del representante en cuanto a la capacidad que se le concede en su actuación,
trátese de la exigencia de un cuidar de o de un actuar a favor de unos pocos o muchos, de uno
o de todos.” (Valencia 2007: 64).

“El poder es una relación, y tener poder implica que alguien controla (de alguna manera y en
cierta medida) a alguien. Además, el poder real es el poder que se ejerce. De modo que ¿cómo
puede todo un pueblo –decenas o cientos de millones de personas- ejercer poder sobre sí
mismos?” (Sartori 1996: 159).

Ninguna democracia representativa es ajena a los conflictos sociales. En efecto, ésta ya no puede
ser definida por la desaparición de las dictaduras ni la ausencia de autoritarismos, sino como una
contraposición de las perspectivas políticas de carácter monolítico y excluyente de la diversidad
humana. Así, desde esta mirada, la democracia deviene en proceso de construcción de unas
condiciones sociopolíticas y socioculturales que son capaces de crear un estado de igualdad de
derechos y oportunidades, para las personas (Touraine 2006). Es por ello que la perspectiva
que la ciudadanía tenga de la función representativa, en tanto relación entre el poder legislativo
y los electores, corresponderá, en gran medida, a la capacidad de recibir e introducir nuevas
demandas ciudadanas, en las agendas políticas, puesto que existen factores externos a los
parlamentos que influyen en la noción de aceptación o rechazo ciudadano de los legisladores
(Valencia 2007).

En el caso peruano, el parlamento se ha convertido en una de las instituciones que goza de


menor aceptación pública debido a la creación y cristalización de imágenes mediatizadas que
muestran a los parlamentarios como sujetos políticos que protagonizan “escándalos”, “no
trabajan” y cuyos salarios no resultarían proporcionales a la labor que desempeñan (Pease
2006), lo que lleva a algunos a asumir que vivimos una situación de crisis de representación
(Bernales 2001).

De este modo, la problemática de la representación parlamentaria guarda una relación con el


vínculo que existe entre los representados y quienes representan. La puesta en escena de dicha
situación en un contexto mediático no tendría por qué explicar por sí misma la existencia de tal

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fenómeno, si consideramos que la representación es una evaluación ciudadana de la capacidad


de los legisladores de incluir en el debate de formulación de marcos normativos y políticas
públicas (casos ministeriales) que correspondan a nuevas demandas. Es por ello que las
protestas públicas se constituyen como un tiempo y un espacio a través del cual se pretenden
introducir nuevos debates, perspectivas y actores sociales, en torno a determinados temas de
discusión:

“El lugar de la representación y la legislación a través de representantes elegidos siempre ha


sido posible a través de la institución y el reconocimiento de un conjunto de derechos políticos
de asociación, participación, información y voto. Estos derechos se ejercen para acceder al
espacio o lugar central de la política, pero también son derechos que permiten la práctica
política fuera del estado, en la organización de la sociedad civil y la esfera de lo público. La
ciudad civil es otro espacio de la política, en realidad, un conjunto de lugares en los que se
organiza la vida política no estatal.”(Tapia 2009: 19).

La representación política parlamentaria coexiste con otros tipos de representación, tales como
la funcional o corporativa, movimientos sociales y directa (Valencia 2007). De esta manera, se
descentran las demandas creándose micro-espacios interrelacionados, a través de los cuales la
ciudadanía busca crear espacios de representación, pues de esta manera se representan
“saberes, intereses y opiniones” (Almino 1986) que la sociedad civil puede no identificar como
parte del trabajo parlamentario o, en general, del aparato institucional de la Administración
Pública.

Las políticas del Estado muchas veces son atravesadas por intereses individuales o de grupo
puesto que los representantes tienen una actuación que fluctúa entre su posición como
individuo y como miembro de un partido o un sector de la población (Almino 1986: 64). Esta
situación dificultaría, en determinados contextos, el proceso de cumplimiento de determinados
marcos normativos que amparan derechos civiles, suscitando la creación de un contexto de
“falta de representación política”, que va de la mano con la creación de formas de reclamo de
cumplimiento y generan debates sobre políticas públicas que se producen al margen del Estado
en aras de buscar representatividad (Bell 1989). Cabe señalar que en situaciones de este tipo, la
crítica al legislativo proviene tanto del cuestionamiento de a) la capacidad de cumplir con
determinados marcos legales y de b) creación de marcos que incluyan intereses de la ciudadanía.

Si la representación política se define a partir de la relación que existe entre representados y


representantes, vale preguntarse por las formas de interacción que constituyen las percepciones
en torno a la representación. Se trata pues, de un concepto que permanece en un constante
estado de tensión, dado los múltiples juegos de poder a través de los cuales se establecen
mecanismos de interacción: el de los representantes, el de los representados y la conjunción de
ambos grupos.

Por otro lado, si es que la representación parlamentaria, es decir, los representantes, una vez
sobrepasado el campo electoral disponen sus acciones a través de mecanismos e intereses que
son diferentes a los representados, estamos frente a otro fenómeno. Y es que aquí la figura
excede justamente el campo electoral (aunque sigue relacionado a este), y en muchos casos
también excede al sistema de partidos, aunque sea la estructura sobre la que están dispuestos

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los representantes. Son los espacios de las prácticas concretas de los parlamentarios para
pensar y ejercer el poder el terreno práctico lo que muestra los problemas en el campo de los
representantes y al mismo tiempo la grieta que existe ex post la elección. Finalmente, lo que
muestra esta situación es que la fragmentación de los discursos públicos-políticos-ideológicos y
el fraccionamiento de las estructuras sociales están relacionados a las acciones prácticas de los
representantes. En otras palabras, el problema de la representación puede ser abordado
también en este campo de relaciones y ejercicios de poder dentro del Parlamento, y en donde
la fragmentación, el fraccionamiento y la redisposición de las prácticas resultan una trama
micropolítica central.

De la Ingeniería del Estado a la etnografía del Estado

Lo que tenemos entonces es una tradición de investigación que se dirige a estudiar al Estado
desde sus estructuras formales. Es la composición de la ingeniería política del Estado la que ha
tomado el lugar central del interés de los investigadores de la ciencia política y en general de las
ciencias sociales y el derecho. En el estudio e investigación sobre el Parlamento los trabajos se
han dirigido justamente a este campo: es la ingeniería política la que ha primado pero, si bien
han aportado en gran medida en la investigación sobre las maneras en que se conforman los
aparatos del Estado y han colaborado en la construcción de normativa, no se han dirigido
(debido a la naturaleza de su propio interés), al estudio de los modos prácticos en que
funcionan las instituciones.

Así, el Parlamento ha sido pensado desde sus estructuras formales, una suerte de investigación
sobre la composición formal de los Congresos e historias de los diversos Parlamentos. En
efecto, todos los países documentan estos temas y los especialistas regionales se han
concentrado en este asunto, por un lado el tema de la ingeniería parlamentaria en relación a los
sistemas de partidos, y las historias nacionales de los parlamentos (Valencia 2007). Asimismo,
hay un interés central en la relación entre las estructuras parlamentarias y los sistemas de
gobierno, el interés sigue centrado en la disposición inicial de esta ingeniería política
constitucional que configura la estructura del Estado (Sartori 1994) y que se piensa como una
configuración del sistema democrático contemporáneo. Por lo tanto, se ha investigado aquello
referido a la gobernabilidad, democracia y sistemas de representación en relación al Parlamento
(Planas 2001), y los vínculos efectivos entre las estructuras del sistema electoral y el sistema de
gobierno y el Parlamento (García Guerrero 1996).

Bajo ese interés han aparecido diversas investigaciones que permiten estudiar la relación entre
el Parlamento y el sistema de gobierno, la relación entre los parlamentos y el poder ejecutivo
(Guzmán Napurí 2003), pero también en relaciona al sistema electoral y el sistema de partidos
(Pease 1999). Se ha estudiado también temas relativos a la conformación de los grupos
parlamentarios (Saiz 1989) y otros relativos a la composición de la estructura del parlamento en
relación a la estructura del Estado.

Todos los elementos anteriores resultan fundamentales para la investigación en temas ligados al
parlamento. Sin embargo, es la relación con la vida social la que resulta de interés central para
esta investigación. Y en efecto, existen estudios que se dedican a trabajar el vínculo entre el

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Parlamento, el Estado y la sociedad (Bernales 1981), pero que se concentran en el fenómeno de


la representación parlamentaria y en la importancia del tema en relación con la formación de la
democracia. Lo que resulta aún en ausencia es el tema ligado a las prácticas sociales al interior
de la institución parlamentaria y a la forma en que se está poniendo en práctica la política.

En este sentido la política ha sido pensada sustancialmente como ingeniería y su estudio se ha


dirigido al Estado en tanto normativa de funcionamiento y estructura de composición. Pero es
necesario penetrar la estructura del Estado y pensar también su funcionamiento micropolítico,
sus campos culturales y prácticas concretas. Es necesario entonces pensar una etnografía
política del Estado y ver lo que se ha hecho al respecto.

En efecto, la etnografía sobre temas políticos se remonta a los estudios iniciados por la
antropología que, en gran medida, inicialmente se preocupó por ver la relación existente entre
parentesco, conflictos sociales, relaciones étnicas, guerras y ritualismo en relación con la
sucesión de tierras en sociedades sin Estado o acéfalas (Fortes 1967, Cohen 1969, Dumont
1971, Leach 1977, Evans-Pritchard 1977, Glukman 1978, Clatrers 1981). Grosso modo, la idea
de dichos estudios fue estudiar las nociones sobre derecho tribal, sociedades segmentarias,
ritualismo, formas políticas tradicionales, etcétera. Se trataban de estudios que veían los
fenómenos sociales como hechos sociales totales (Mauss 1971), puesto que se prestaba
atención a las imbricadas relaciones entre religión, parentesco, economía y política. De esta
manera, se pretendió dar cuenta de los sistemas políticos en aquellas sociedades que, ante la
falta de un sistema estatal que indicase la existencia de formas políticas, eran vistas como
culturas proto-políticas. Posteriormente, la antropología prestó atención a categorías analíticas
que contrastaron el Estado con el cuerpo y dieron cuenta de la forma cómo el poder político, a
partir de la mass media, entró en escenas para pasar a ser representado (Balandier 1988, 1994).

Con el giro postmoderno (Clifford 1995, 1999) y el giro antropológico hacia sociedades “no
tribales”, la discusión sobre el Estado tomó un matiz sociológico e histórico. Así, por ejemplo,
en el Perú, la atención se centró hacia el problemática de los regímenes autoritarios, el
campesinado, la fragilidad democrática, la representatividad, la violencia política, etcétera
(Fuenzalida 1974; Pease 1974; Bernales 1974; Cotler 2000, 2005; Wachtel 2001; Degregori;
Meléndez 2007). De ese modo, la investigación en antropología y sociología política se ha
concentrado, por un lado, en el estudio de las estructuras de poder y modos de gobierno de las
sociedades tradicionales, desde los clásicos, hasta los etnógrafos contemporáneos; y por otro
lado, en el estudio de los grandes procesos políticos y económicos de nuestras sociedades (una
suerte de historia social).

Toda esta preocupación, indagada desde una perspectiva etnográfica, respondía en gran medida
al problema de crisis de representación política del Estado y buscaba en las respuestas prácticas
de las personas un modo de pensar esta fractura. En efecto, pareciese que una de las preguntas
que guían a estos estudios es ¿cómo se vive y qué estrategias desarrollan los actores sociales
ante la crisis de representatividad? Y es que la tesis y una de las preocupaciones centrales
quedan expresadas de la siguiente manera:

“En el marco de la aguda crisis de América Latina, el Perú atraviesa por una situación de
excepcional conflictividad que amenaza la supervivencia de su precaria institucionalidad política y

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la existencia misma de su configuración estatal y nacional […] las tradicionales oposiciones


entre agrupaciones políticas, que responden a contrastados sectores e intereses, han bloqueado
sistemáticamente la posibilidad de entendimientos plurales sobre reglas, procedimientos y
objetivos destinados a resolver dichas contradicciones. Ello ha condicionado que las brechas
sociales y las fragmentaciones políticas se agudicen al punto de comprometer las precarias bases
institucionales y la frágil integración nacional” (Cotler 1990: 1).

“En el Perú la crisis en la relación Estado-sociedad se ha presentado, en el siglo XX, en forma


recurrente […] En todo este proceso, más visible en los momentos punta en que reaparece la
crisis orgánica, hay una enorme distancia entre el Estado y la sociedad, entre política y sociedad”
(Pease 1994: 477-480).

La atención hacia el Estado como estructura y sistema de gobierno volvió poco tiempo después
de la primera elección del ex presidente Alberto Fujimori. El debate en torno al autoritarismo,
la interrupción de la democracia y el Parlamento y la continuidad de la violencia política, dirigió
las miradas hacia el aparato Estatal (Degregori y Meléndez 2007). Asimismo, esta situación
influyó la necesidad de dar a conocer la labor desempeñada dentro del Parlamento en un
contexto de crisis política y de post-guerra (Pease 1995, 2000) y posteriormente, se realizaron
historias sistemáticas de periodos de legislación y representación congresal en los que se dan
cuenta de los avatares del quehacer parlamentario y la política en general (Gálvez 2002, Pease
2006). Sin embargo, estas investigaciones son historias de periodos parlamentarios, más no son
etnografías.

Junto a la ausencia de etnografías sobre el aparato estatal, se posicionó la preocupación


académica sobre la cultura política peruana ¿cómo comprender la cultura política en un
contexto de falta de representatividad en donde la gobernabilidad se encuentra en constante
tensión? Al respecto, Tanaka señala lo siguiente:

“[…] encontramos en el Perú una combinación de tendencias en cuanto a su cultura política.


Por un lado tenemos amplios segmentos de la población caracterizados por elevadas
expectativas. Altos niveles de insatisfacción y criticidad con el funcionamiento de las
instituciones, grandes niveles de politización, que desconfían de los mecanismos institucionales y
eligen más bien procedimientos extralegales como las protestas para la solución de sus
problemas […]. Sin embargo, otro segmento igualmente importante, si bien muestra altos
niveles de insatisfacción, criticidad y politización, también resulta más pragmático, evita la
polarización social, apuesta por el centro político y opta por ofertas que enfatizan los cambios
dentro de comunidades básicas”. (Tanaka 2007: 46)

En este contexto el Estado parece estar de vuelta ya no solo como garante de los derechos,
sino como gestor de lo que empieza a llamarse política pública. Y es en ese mismo contexto
donde en América Latina se redescubre la importancia de las relaciones cotidianas entre los
sujetos y el Estado. Ante el fenómeno de crisis de representatividad parlamentaria y de
fragmentación, se plantea la posibilidad y la necesidad de pensar dicho fenómeno ya no
solamente desde una perspectiva crónica, sociológica o historiográfica de la problemática
política, sino también desde un enfoque etnográfico que dé cuenta de las formas cómo se opera
en la vida cotidiana de la política para pensar temas tales como la representación, gobernabilidad

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y legitimidad, en un sistema que en términos de Tanaka ha mostrado que “la legitimidad de las
instituciones democráticas, incluidos los partidos políticos, está estrechamente vinculada a la
percepción del desempeño gubernamental” (Tanaka 2005: 128).

En esa situación, en otras partes del mundo este interés también se hace patente. Marc Abeles
publicaría una etnología de la Asamblea Europea (Abeles 2000), parte de un trabajo que había
iniciado en los años noventa etnografiando el Parlamento Europeo (Abeles 1992). El trabajo de
Abeles mostraba un rostro nuevo de la antropología política que penetra el Estado (en este
caso las asambleas internacionales) con las herramientas de la etnografía clásica, estudiando sus
estructuras de funcionamiento, pero centrado en el estudio de las performances de los sujetos
en este espacio político. El trabajo de Abeles en Francia resulta entonces el primer trabajo
etnográfico sobre el tema y el único sobre los parlamentos internacionales hasta el día de hoy.
Después de estas investigaciones, si bien el Estado ha sido un tema de interés para las ciencias
sociales y se ha resaltado la importancia de estudiarlo, más aún en el contexto actual, no ha sido
necesariamente una mirada etnográfica la que se ha efectuado sobre sus terrenos.

Ante este estado de la situación proponemos hacer etnografías políticas del Estado, en este caso
una etnografía del Parlamento peruano que permita comprender este quiebre político de
representación. Dicho tema no es solamente un asunto electoral o de la conformación del
sistema de partidos –aunque se trata de temas fundamentales- sino también de elementos que
se configuran en la construcción de redes, el ejercicio del poder, y las maneras en que la cultura
se asienta en las prácticas de los sujetos. La fragmentación y el fraccionamiento de las
sociedades se convierten en fenómenos que se pueden estudiar no solamente desde la
disposición de los grandes discursos ideológicos o estructuras partidarias, sino desde la
configuración práctica del ejercicio del poder de las personas. En este caso, el Parlamento es
pensado como una sociedad total, en donde funcionan estrategias, técnicas y prácticas políticas
concretas que reinventan la institución desde adentro y le dan ciertas características particulares
a su estructura.

Las secciones de este breve ensayo apuntan a este terreno. La existencia del discurso de la
fragmentación política de las sociedades post-industriales parecía ser un discurso amplio y lato
respecto a los problemas de representación. En esta mirada se supone que es la fragmentación
política y de las demandas la que genera problemas de representación y en efecto puede
resultar una respuesta para las sociedades “desarrolladas” del capitalismo tardío. Empero, ese
discurso muestra severas grietas cuando se dispone en sociedades en donde no se ha
atravesado los mismos procesos históricos, económicos y políticos. Los problemas de
representación anteceden la idea de las sociedades post-industriales y la fragmentación de los
discursos ideológicos, y muestran en nuestro país procesos más complejos que devienen antes
de la formación de partidos. Se trata de estructuras sociales fraccionadas que mostrarían
elementos complejos de interacción, ejercicio del poder y formación de redes sociales. En este
sentido es la crítica al problema de la fragmentación de los grandes discursos políticos en el
capitalismo tardío como causa de los problemas de representación parlamentaria lo que nos
obliga a mirar el funcionamiento cotidiano del Parlamento y de los representantes como un
elemento que reconoce en el contexto mismo de sus acciones las prácticas de los actores
políticos. Del mismo modo, es ese conjunto de prácticas sociales concretas las que muestran un
parlamento reinventado, que no es el del ideal del debate racional ilustrado, sino un campo

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complejo de negociación y redes. Ahí se hace necesaria no solo una ingeniería que piense al
Estado, sino también una etnografía del Estado que nos muestre las estructuras de su
funcionamiento práctico; que nos lo muestre desde adentro.

Micropolítica del Estado

Las redes informales y las formas de corrupción que existen en las instituciones del Estado
constituyen un mecanismo de relación que permite conectar a los actores con la ley exterior.
Se trata de entender que en muchos casos, los grupos sociales se constituyen en tanto
construyen formas de sobrepasar la ley, de transgredir (Zizek 2002). La transgresión resulta así
una manera práctica, una tecnología, un sistema de acción, es una forma de plantear las
relaciones de poder y de interactuar. Así como la corrupción resulta ser un lenguaje, es también
un modo de transgredir, de ahí que la transgresión pueda ser entendida como un lenguaje,
como un acto con sentido. Vale la pena insistir: es la relación con la ley y viceversa (la relación
de la ley con lo que ella ha llamado su delito o su transgresión) la que interesa, no su oposición.

La idea es que se puede sugerir que las redes funcionan como un sistema de intercambio de
bienes simbólicos y fácticos, estos bienes no obedecen solamente a una lógica económica, sino a
un modo de estructurar las relaciones de poder: la disposición de los intercambios, desvíos y
modos de enrumbar los bienes plantean una manera diferente de ordenar el campo económico
y consecuentemente el terreno político. El don, entonces, obliga a mirar el modo en que, a
través de estas prácticas, intercambios y modos de reciprocidad se crean redes, vínculos y
alianzas (Mauss 1985).

El intercambio no es entendido solamente como un juego de bienes fácticos, sino también,


como indicara Bourdieu, como un intercambio de bienes simbólicos (Bourdieu 1997). Dichos
bienes, no solamente poseen una carga económica, sino una disposición en la construcción de
valores sociales. Por ende, son parte del juego de construcciones de alianzas, redes y
complicidades, creando formas locales de reciprocidad o negociaciones determinadas.

Dichas alianzas, redes o negociaciones pueden ser estudiadas a partir del modo en que se
ordena y plantea su forma exterior: hemos tomado la idea de los mecanismos de fusión y fisión
de Evans-Pritchard (1977) para dar cuenta de los mecanismos y prácticas que utilizan los actores
para plantear sus estructuras grupales. El poder de los mecanismos de fusión y fisión, así como
de los intercambios, implica una escenificación de dicha acción, un modo estratégico de mostrar
a los demás la posición relativa en la estructura de sistema.

Estas múltiples alianzas son parte de las formas de ejercicio de poder que nos hacen entender lo
político de otra forma. Se trata de descentrar este de las estructuras del Estado, de llevarlo al
terreno de la cultura, de nuestras actividades cotidianas y, por ende, empezar a estudiarla en el
terreno de la performace de los actores. Esto flexibiliza su posición, remueve sus cimientos y
muestra sus partes móviles: aquellas que se transforman con el movimiento de los sujetos.

Reflexionar sobre este descentramiento del poder es fundamental para volver a estudiar el
Estado, para reestudiarlo desde adentro. Vamos a investigar sobre las estructuras del Estado a
partir de su micropolítica, desde la vida cotidiana en donde la norma no es suficiente, donde la

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ley se reinventa. En este sentido la política se vuelve a lo cotidiano y permite abarcar los
conceptos que hemos ido marcando: los conflictos, las disputas, la negociación, el movimiento
del poder, la autoridad práctica y las técnicas mediante las que estas se ponen en juego,
mediante las que se construyen las estrategias de acción; este conglomerado de prácticas
sistemáticas van a mostrar la estructura (episteme), el conjunto de campos que demarcan la
política. Todas estas actividades, por más pequeñas que sean, van a convertirse a la actividad
política recreando, reinventando el poder y sus estructuras de acción.

Esto permite comprender las microrelaciones, las prácticas sociales cotidianas, no como
anécdotas de la actividad política, sino como entidades constituyentes de su estructura. El
Estado deja entonces de ser el único núcleo de lo político y permite redirigir la mirada a aquello
que lo constituye, a las prácticas vivas de los actores; y a su vez, genera campos distintos para
estudiar aquello que justamente se construye para relacionarse con el Estado, con sus
instituciones y reglas.

Queda entonces una pregunta fundamental: ¿cómo se practica la política en nuestro espacio de
estudio, en “nuestras” instituciones? Las preguntas que hemos hecho se dirigen
indefectiblemente a esta: el modo en que las redes se ponen en marcha, y la relación que estas
tiene con las estructuras de la política formal, van a mostrarnos el modo de esta estructura
política en su disposición activa.

Se trata de salir de la medición de flujos económicos y los estudios jurídicos sobre el Estado e
imbuirse en el terreno práctico de las redes como un conjunto inseparable, al tiempo de
entender esta acción como un lenguaje activo. Se trata de comprender una gramática de flujos,
una gramática en movimiento, diversos juegos del lenguaje que no solo están cargadas de un
sentido que hay que interpretar, sino que ofrecen un modo diferente de entender el poder en la
vida cotidiana, como una actividad significativa en constante movimiento. La política, entonces,
es la parte del proceso y del modo de ordenamiento de estas estructuras, es una actividad
práctica. Esta micropolítica, esta fenomenología del poder nos lleva a introducirnos al Estado, a
sus oficinas, a su burocracia, y a estudiar ahí, no tanto cómo es que debería ser, sino cómo es
que funciona.

La tarea principal es construir un canal analítico teórico que integre la mirada y los temas de la
Ciencia Política, pero con herramientas de investigación de la antropología y la sociología
política; se trata de integrar ambas miradas y construir un aparato de investigación riguroso y
eficiente. Por esa razón, estudiaremos uno de los campos más importantes del Estado peruano
(el Parlamento), tanto desde el exterior, desde su estructura formal, como desde su interior.
Por lo tanto, el fenómeno que nos interesa en este campo no es directamente el ejercicio o
puesta en práctica de lo legislativo formal, sino más bien los sistemas y redes de poder que se
generan en este campo. El Parlamento es el terreno de estudio, las redes de poder, el fenómeno
que nos interesa de esta arena política.

De ahí que es importante entender las preguntas que delinean la investigación: ¿Cómo se
construyen los sistemas de poder en Parlamento? ¿Cómo se desenvuelven y ponen en práctica,
cómo se configura estas redes? Esto exige dos elementos centrales: primero, estudiar la
normativa, la estructura del Parlamento, la manera en que en este conjunto de reglas delinean

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una estructura de acción para los sujetos, así como sus límites y posibilidades. Segundo, estudiar
cómo es que en la vida cotidiana se sobrepasa o se negocian dichos límites, es decir, cómo a
través de diferentes redes de poder se reinventa el funcionamiento institucional.

Esta investigación parte de una ausencia importante. Por un lado, la carencia de estudios sobre
el Parlamento desde las ciencias sociales. Asimismo, la escasez de investigación de estas
perspectivas sobre el tema de redes en dicho espacio. La investigación existente en torno al
Parlamento se ha concentrado en las miradas jurídicas sobre este: debates sobre reformas
legales, burocracia, estudios desde el derecho que se concentran en las leyes y en los códigos.
Empero, no hay investigación sobre el fenómeno de las redes y menos aún con data empírica o
trabajo de campo.

De ahí nuestro interés central. Como hemos indicado, se trata de estudiar el fenómeno de las
redes y el poder en el Parlamento, pero ligando la mirada de la Ciencia Política y la de las
disciplinas antropológicas. Esto implica una premisa de investigación: el poder es un fenómeno
social, un ejercicio práctico y no solamente una disposición exterior. El poder no es monopolio
del Estado ni de la política. Del mismo modo, la política no es monopolio del Estado (como la
antropología lo ha demostrado en el estudio de sociedades sin Estado). El poder que nos
interesa es justamente el ejercicio de “acciones sobre otras acciones” (Foucault 1972) que
funcionan todos los días en una estructura de Poder (formas de gobierno por ejemplo);
acciones que constriñen o permiten otras, acciones que regulan, impiden o determinan otras. Es
el poder en el Parlamento el que nos interesa, es decir, las maneras prácticas de construir
acciones, negociaciones, jerarquías, estrategias, que movilizan, modifican, manipulan, obedecen o
reinventan las estructuras del Poder exterior.

Por esta razón hemos descentrado la idea de Política. Esta, como hemos indicado antes, no se
debe solamente a las estructuras del Estado, sino al complejo entramado de relaciones de poder
que se tejen en la vida cotidiana y que tienen que ver con maneras de gobernar. De ahí que nos
interesa la política ahí donde la estructura formal no puede estudiar o actuar con eficiencia, en
sus propias grietas. Se trata de estudiar la Política desde los sistemas de poder. Esto quiere decir
que se trata de sistemas que son parte de la Política institucional pero que no están
determinadas totalmente por la estructura formal, sino por una serie de factores históricos,
sociales y culturales. Es la vida cultural la que se integra a través del fenómeno del poder y las
redes, que son parte de la estructura de los poderes institucionalizados del Estado y de su
burocracia. Esto es fundamental, entender que la política es parte de la vida cultural y que las
instituciones políticas están dispuestas en la vida cultural.

En este caso, el Parlamento no es simplemente el entramado de disposiciones legales, jurídicas,


formales, determinadas por la ingeniería política, sino un espacio social dentro del cual se
producen una serie de fenómenos. Es decir, está atravesado por las formas y fenómenos
culturales, sociales y políticos. El Parlamento se convierte en este sentido en un terreno de
disposiciones y estructuras sociales, un campo en el que funcionan otros campos de poder (como
indica Bourdieu) y se ponen en escena diversos sistemas de interacción (Goffman). Son estos
sistemas de interacción los que constituyen un aparato complejo de relaciones sociales,
intereses y negociaciones que movilizan y son parte de la producción de leyes, administración
del Estado y el debate público.

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De modo que si bien la legislación no es un tema de interés directo de esta investigación, es


importante entender que la ingeniería política y la ingeniería del Parlamento funcionan en un
terreno social en el cual las redes de poder y los sistemas de negociación, demarcan las
posibilidades de ejercicio de la producción de leyes. Y ahí reside justamente el problema central,
pues muchas de los intentos de reforma se dirigen a la estructura normativa, es decir, a la
ingeniería política, pero no necesariamente han tomado en cuenta la existencia de fenómenos
que estructuran el ejercicio práctico de la justicia. De modo que estos fenómenos de la vida
cotidiana, estas maneras prácticas del poder, permiten o al menos colaboran en la comprensión
de un espacio político desde otra perspectiva.

Vamos a hacer entonces una micropolítica del Estado, vamos a dirigirnos al campo de lo político
desde sus dos vértices, desde la descripción de su ingeniería, pero sustancialmente desde su
disposición práctica; donde la ingeniería, donde la estructura formal de la normatividad exterior
muestran sus grietas más profundas. Es justamente por eso que la institución (y su estructura),
no puede ser abordada solamente sobre sí misma, sino desde los fenómenos que la atraviesan,
la constituyen, la ponen en práctica. Y como el fenómeno que nos atañe para esta labor en el
escenario del Parlamento es el del poder y las redes, es necesario hacer un excurso por este
campo, para entender que estas formas de negociación son necesariamente una ruptura de lo
político, sino más bien una manera diferente de ponerlo en práctica, una manera de
relacionarse.

Algunas ideas preliminares

La exposición y debate que se produce en el Hemiciclo y en las instancias de exposición


argumental del Parlamento no funcionan en realidad como campos de discusión, sino como
escenarios para la performance parlamentaria. Es un espacio teatralizado que muestra sobre
bastidores diversas demandas, pero que oculta, tras el escenario, un campo de negociación
compleja. Por ende, el ejercicio teatralizado del poder en el hemiciclo no obedece al mandato
de la estructura argumental moderna, como campo de la racionalidad ilustrada, el debate
ideológico o la fuerza de las ideas, sino más bien a un terreno construido sobre otras maneras
de tomar las decisiones y de ejercer y negociar el poder.

Una de las formas de articular el ejercicio de poder tras bastidores resulta en la formación de
diversas redes. Estas no están dispuestas sobre una organización vertical y permanente, sino que
se movilizan sobre las coyunturas. Funcionan como segmentos latentes que se van movilizando
de acuerdo a los intereses de los actores. De este modo, la formación de estas redes a través
de la inclusión de amigos, familiares, favores, dones y contra-dones (que en algunos casos
pueden implicar casos de corrupción) se convierten en uno de los capitales más importantes de
la vida política.

Lo importante está en entender que la estructura de estas redes no está dispuesta por una
similitud ideológica y no necesariamente responde a la pertenencia a un mismo partido. Por el
contrario, la escasa disciplina partidaria y el fraccionamiento del discurso ideológico público
político configuran un espacio de negociación abierta con los sujetos. Asimismo, junto a la

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fragmentación social preexistente permiten un campo que arrastra a la estructura parlamentaria,


las redes y mecanismos de negociación de cada uno de los congresistas y sus propias estrategias
de poder.

Frente al problema de la fragmentación de los discursos políticos se dispone también el


fraccionamiento de las demandas sociales. Sin embargo, este problema no ha generado
mecanismos de reconexión entre los representantes y los representados, sino que se ha
gestado un campo en tensión que no ha sido recuperado por discursos políticos o demandas
organizadas. De esta manera, el debate es fragmentario, los temas que se aparecen en la agenda
no corresponden a un programa, la organicidad ideológica o a demandas concretas de los
sujetos.

Los congresistas no son una unidad homogénea y no conforman grupos estables en jerarquías
organizadas. En muchos casos se trata de sujetos con intereses personales fragmentarios y cuyo
proyecto excede el trabajo congresal. Son las vidas locales, sus propios negocios y campos de
acción anteriores los que marcan sus estrategias. Su relación con la política institucional es
diversa y el aprendizaje de la política tiene diversas aristas. El Estados se les aparece no como
unidad, sino como un conjunto de fragmentos que no tienen organicidad. De este modo las
decisiones y propuestas, las acciones y estrategias no tienen necesariamente una coordinación
integral, sino que responden a la coyuntura del ejercicio del poder.

Las redes amicales y familiares que se forman corresponden a criterios de seguridad frente a
escenarios complejos de incertidumbre y maximización del beneficio, responden a su vez a
dones y contra-dones que rebasan el tiempo de permanencia en el Parlamento. Al mismo
tiempo, las redes generadas en la burocracia y en el personal de los despachos obedecen a
estrategias a otro nivel y con otras finalidades, en donde se tejen conflictos, se arman otros
endogrupos y se negocia el poder y la información.

Bajo esta estructura de funcionamiento la acción política de muchos parlamentarios es distante


de los representados, que se configuran en este escenario como un elemento meramente
electoral; no habría entonces una relación directa entre estos actores y los congresistas, que
actúan en algunas ocasiones más como negociadores de intereses de diversos lobby que como
representantes de sus electores. Esta readecuación práctica genera el problema de
distanciamiento que hemos mencionado, y yuxtapuesto al tema de la fragmentación genera una
institución atravesada por prácticas políticas que devienen de intereses exteriores y que no se
reconectan necesariamente con los representados. En ese contexto la función del lobby termina
siendo la de un nodo del campo de representación, pues ante la ausencia de los ciudadanos, son
los “lobbistas” que luchan por disponer sus intereses y temas de agenda en la política legislativa.
Se convierten en un campo intermedio que reúne las agendas, negocia los intereses y activa las
redes de poder dentro del sistema para poder organizar la toma de decisiones.

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