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1. El Indio y su Perro
Tarde de noviembre. Río Sin Nombre, cerca de la desembocadura
del Pacífico. El perro y el amo parecían vigilar las entradas de los
estrechos que allí forman las islas de los archipiélagos. Atrás hay cerros
nevados y tierras vírgenes. Viento y soledad. Hombre: alto, rostro
moreno, cara color aceituna pálido, pelo negro lacio y recio, ojos negros,
nariz ancha, pómulos salientes, boca y labios gruesos. Uno de los
últimos onas (raza que antiguamente pobló la Tierra del Fuego). Lleva
pantalón y chaqueta pana amarilla, altas botas, pañuelo en cabeza,
carabina al hombro y machete. Perro: parecía un lobo y un zorro… esa
es la raza de los perros fueguinos (ya casi extinguidos). El perro se
llama Indio.
2. La Infancia de Onaisín
Nació una mañana de enero en Onayusha (que queda en la costa de los
onas, en Tierra del Fuego, en los márgenes del canal Beagle). Su padre,
Tlescaia (casi 2 metros, musculoso, agilísimo, muy mal carácter),
estaba cazando al interior cuando nació Onaisín. La madre es una mujer
obscura y flaca. Viven en una choza miserable. A Tlescaia no le hizo
gracia el nacimiento de un nuevo hijo porque ya tenía 3 hijos, 4 perros y
una mujer que alimentar. La caza cada día era más difícil porque los
hombres blancos aumentaban y se apoderaban de tierras y animales,
robaban al indio (incluso a mujeres e hijos) y los empujaban más allá del
Canal Beagle, hacia las islas cercanas Cabo de Hornos o a las desoladas
islas de la salida oeste del Cabo de Hornos.
A los 15 días: Tlescaia sumergió a la guagua desnuda en el agua
(ceremonia purificadora en que Onaisín queda incorporado a la vida
social de la isla). La madre y las amigas le enseñan la lengua ona.
Niño 5 años: creencia ona: por el hecho de ser hombre es muy superior
a la propia madre. Empezó a aprender de la dura vida indígena a cargo
del abuelo manejo arco y flecha. Después de matar su primera
avutarda, viene la 2ª fase de aprendizaje: acompañar hombres por
veredas del bosque y senderos de la costa para que se acostumbre a
las largas caminatas.
Tlescaia sólo se fijó en Onaisín cuando vio que podía alimentarse por sí
solo y no necesitaba ayuda para prosperar. Ahí viene la 3ª fase: caza
del guanaco, lo cual requiere de mucha destreza. A los 7 años Onaisín
tiene el cuerpo como un alerce joven, elástico, esbelto y lleno de vigor.
A veces es alabado por Tlescaia.
8. El derrotero
Onaisín era taciturno (reservado) en presencia de extraños.
Partirían pasado mañana, Onaisín iría delante. Van en búsqueda de
fortuna.
9. Candelario Campillay
Hablan del derrotero: 15 años atrás en Tierra del Fuego
explotaban los lavaderos de oro, vino del norte un minero llamado
Candelario Campillay. Tenía unas minas en Copiapó, pero muy lejanas
unas de otras y producían poco. No tenía plata para explotarlas y creyó
que en Tierra del fuego encontraría el dinero que necesitaba. Se
hicieron grandes amigos con Enrique. Exploró el Río Sin Nombre y
encontraron oro para compensar el viaje. Se enfermó, lo llevaron al
norte y murió, pero le escribió a Enrique dándole instrucciones donde
habría de encontrar oro y platino. Llevan caballos. Smith es el jefe del
grupo, Enrique el director de ruta, Queltehue el jefe de alimentación,
Onaisín, el guía, y Ricardo Hernández, el consejero. El perro, Indio, era
el guardia y proveedor de la caza fresca.
10. ¡Andando!
Enrique y Onaisín iban por la orilla derecha del río, Hernández y
Queltehue arreaban los caballos por la izquierda y Smith iba navegando
por el río. Onaisín pronto dejó a los demás atrás y desde lo profundo de
un bosque oyó un ladrido presencia del hombre. 4 hrs después
oyeron disparos, lo que significaba que tenían que volver. No
encontraron rastro de hombres. Comieron.
15. El consejo
Recuerdan que siguen las instrucciones de Candelario y que dice
que en esa parte del río es muy poco el oro que hay. Todos, menos
Onaisín son de la idea de seguir adelante sin hacer caso de la
advertencia de que hay indios no saben si todavía hay, si son bravos,
etc se conforman pensando que son inteligentes y van bien armados).
Onaisín al final acepta. Él irá un día de camino antes que el resto y
mediante señales de fuego les indicará la ruta o si hay peligro. Los
demás lo irán siguiendo y caminarán de noche si es necesario. Debe ir
pegado a la cordillera examinando arroyos y ríos.
SEGUNDA PARTE
1. Que pretende ser histórico
Hace más de trescientos años, en un mes de enero, una armada
española de 4 naves llega a conquistar la Patagonia y el Estrecho, en el
Cabo Vírgenes. Un espantoso temporal hizo naufragar a la nave
capitana y a otra. Las otras dos naves no pudieron ayudarles. Eran sus
300 hombres, mujeres y niños que llegaron a tierra (habían indios) e
inútilmente esperaron ayuda. Sacaron lo que pudieron de las naves y
se internaron en la tierra a colonizar. Los indios iban tras ellos. Tenían
una relación de amistad con los indios y los españoles siempre pensaban
que serían auxiliados por otros españoles. Decidieron buscar una ciudad
española y se la pasaron en eso días de días. Se produjo un sentido de
fraternidad entre los españoles y estos indios que tenían que defenderse
de los indios más bravos por eso decidieron no separarse. Decidieron
buscar una región para fundar un pueblo. Así, Fray Francisco de la
Rivera, comendador de Burgos, fundó con el nombre de “La Ciudad
de los Españoles Perdidos” la actual “CIUDAD DE LOS CÉSARES”.
3. Vóltel
Este indio era más fornido que Onaisín y vio las fogatas durante
varios días, lo cual le produjo asombro ya que eso significaba que el
hombre estaba por ahí. También vio el trapo blanco que dejo Onaisín y
se dio cuenta que se trataba de buscadores de oro. Vio cómo Onaisín e
Indio caminaban sin parecer tener mayor apuro, hasta que se internaban
en el bosque que quedaba bajo la montaña que vigilaba Uóltel. Uóltel
recogió su arco y su flecha y partió.
4. ¡Extranjero!
Aun cuando Onaisín ya había descubierto dónde había oro, le
desconcertaban las palabras de Candelario que decían que habían
indios, siendo que no se había topado con ninguno. Por curiosidad
decidió explorar el bosque que se veía hacia la cordillera. Encontró
pisadas (de unos pies bastante grandes). Una flecha fue a dar con un
tronco y recordó que era como las flechas que usó en su infancia y que
su padre el ona Tlescaia hacía. La flecha había sido disparada dos o tres
minutos antes y eran una advertencia, de lo contrario lo habrían matado
nomás. Igual decidió seguir buscando la huella. Indio iba adelante. Se
sintió observado y se sorprendió cuando una voz le dijo ¡extranjero!
Quien había hablado estaba semidesnudo, descalzo y era alto y moreno.
Le impresionó el rostro del indio ya que le recordaba muchos rostros de
su infancia. Los dos indios estaban sorprendidos e Indio pareció
encontrar cierto parecido entre este indio y Onaisín. Conversan y Uóltel
se da cuenta que Onaisín nunca había escuchado de la Ciudad de los
Césares (de la cual él es un guardián), preguntó por qué los hombres
buscaban oro y para qué les servía) Conversan en plano de amistad.
Uóltel lanzó flecha contra el árbol (punta de oro) con el fin de poder
conocer a Onaisín. Uóltel le preguntó si había nacido en tierras del
Estrecho de Magallanes (no lo conoce, pero sabe que existe). Quedaron
en verse al día siguiente en ese mismo lugar. Uóltel le pide que no diga
nada a los demás, pero Onaisín le dice que eso es muy poco probable.
5. ¡Prisioneros!
Onaisín quedó muy extrañado ante este indio que hasta sabía
inglés.
No quiso ni seguirle los pasos. Se sorprendió que hubiera una ciudad,
oro, y otros objetos. Pensó si Uóltel estaría bromeando. Pensaba en lo
que se sorprendería Smith (que decía conocer todo el mundo). Esa
noche encendió una fogata que decía que había novedad. Despertó
cuando sintió que lo amarraban, le vendaban los ojos y a Uóltel que le
decía que no le harían daño y que lo llevarían con ellos. Lo llevaron en
una especie de camilla atravesaron un lago en balsa, anduvieron
como 1 hora por una gruta subterránea y luego salieron al aire libre.
Todos iban callados. Vio que estaban en la falda de una montaña a cuyo
pie lejos brillaban luces (la Ciudad de los Césares). Uóltel le dice que
quiere mostrarle la ciudad, que no huya ni tenga susto; le aclara que
tampoco lo trae como prisionero, sino que no quiere que vea por donde
lo llevan. Le habían quitado la carabina. Uóltel tiene orden de llevar a la
ciudad a los extranjeros que encuentre, le dice que cuando quiera lo
pueden devolver donde estaba y que al día siguiente pueden volver a
conversar como amigos. Era de noche y a Onaisín le preocupaba que
sus compañeros no fueran a ver alguna fogata suya. Empieza a
amanecer.
Lo llevan a una casa y el hombre se sorprende que Onaisín tenga
rasgos indios. A Onaisín le pasa lo mismo con este rostro moreno
aindiado. Le muestra una cama, silla, ropa y agua atenderlo bien.
Quedó muy sorprendido cuando el hombre le preguntó si traía algún
libro (no lo traía) y le explicó que ahí todos sabían leer. En esa pieza
todo era de oro. Se durmió pensando qué dirían los demás si supieran
donde estaba.
6. Onaisín se entera
Onaisín descansó, pero tenía mala cara porque esta aventura en
que se había metido empezaba a fastidiarle. Uóltel le recuerda lo dicho
el día anterior: que cuando quiera puede volver, que no lo trajo como
prisionero, que es muy pronto para que se vaya. Onaisín le dice que
está preocupado por sus amigos y Uóltel le dice que los verá ahí mismo
y que nada les pasará. Uóltel explica que los habitantes de la Ciudad de
los Césares necesitan de los extranjeros por los conocimientos que estos
traen (por el aislamiento son ignorantes); por eso valoran tanto al
extranjero. Onaisín dice que como él es un indio no tiene mucho que
enseñar, pero Uóltel le explica que cualquier cosa que Onaisín sepa que
ellos no saben sería bueno para ellos.
Uóltel le dice que le contará la historia de la Ciudad de los Césares.
Onaisín está de mal humor por no saber dónde está. Uóltel le explica
que viven escondidos porque al principio no podían hacer otra cosa, pero
que ahora lo hacen por el oro. (porque o si no vendrían miles de blancos,
sacarían el oro y los matarían). Cuenta que los blancos que fundaron la
ciudad les enseñaron a labrar la tierra, a trabajar el oro, a tejer… a vivir.
Dice que las cosas están por cambiar porque un hombre blanco
ambicioso llegó y que no ha hecho más que hablarle a los césares
blancos de la opulencia y del lujo que el oro da en otros países.
Convenció a muchos y dos meses atrás pretendieron marcharse. Los
césares negros los tomaron prisioneros y los tienen amenazados, pero
saben que a escondidas preparan irse. El jefe de ellos es María García
de Onares último descendiente de Fernando García de Onares,
fundador de la ciudad. Esa familia siempre ha sido la máxima autoridad
en la ciudad. El último García Onares (Francisco) sólo dejó una hija que
le ha hecho caso a las palabras de Diego Rodríguez (el blanco que les
contó del lujo). Le cuenta que cazadores, buscadores de oro,
exploradores, viajeros, sabios y bandidos han llegado a la ciudad y que
han aprovechado la inteligencia, el consejo y la tenacidad de cada uno
de ellos. Ninguno ha vuelo a salir de la ciudad.
Uóltel comenta que si sus amigos son buscadores de oro
posiblemente tomarán partido por los césares blancos. Onaisín no sabe
qué contestar. Uóltel le recuerda que son amigos. Onaisín tuvo el
presentimiento que sus compañeros influirían de algún modo en la
Ciudad de los Césares.
Problema: césares blancos versus césares negros.
7. Todos apresados
Enrique encuentra las huellas y se da cuenta que las de Uóltel son
de indio porque los indios pisan con los dedos primero. De la misma
manera que Onaisín, Enrique y Hernández fueron tomados prisioneros.
A la mañana siguiente se reúnen con Onaisín (no habían hecho señales
de fuego a Smith y Queltehue). Onaisín le contó lo que sabía de la
ciudad y sus habitantes, pero no nombró el conflicto que tenían. El
césar negro quedó feliz con un diario atrasado y con un libro (La Biblia)
que traía Hernández.
12. La Noche
En la ciudad había un ambiente intranquilo. Césares blancos y
negros iban armados, sabiendo que el asunto se resolvería por la
fuerza. Smith iba tranquilo porque se iría con los césares blancos
llevándose lo más que pudiera. Hernández iba sombrío porque le
pesaba haber sido tan brutal con los césares negros y Onaisín. A
Queltehue le daba lo mismo, más bien pensaba que si se iban los
blancos, él se quedaría con los negros y viviría plácidamente ahí. Un
mestizo llega a decir que los césares blancos quieren hablar con ellos
tres. Supusieron que querían pedirles ayuda, sobretodo porque Smith y
Hernández habían manifestado deseos de irse de la ciudad. Van a la
casa de Felipe García, quien les confirma que piensan irse al día
siguiente. Solicitan de Smith y Hernández su compañía y consejo
porque no saben si los césares negros permitirán la libertad de Diego
Rodríguez. Smith pide la misma cantidad de oro que llevará Felipe
García. Hernández no pide oro. Dice que irá con ellos siempre que no
haya violencia porque él no es hombre de armas, sino de fe. Hernández
dice que los acompañará hasta el mar, pero que después volverá donde
los césares negros ya que quedarán desamparados y necesitarán ayuda
ante todo lo que después vendrá. Los negros tienen hombres en la
salida oriental. Smith pregunta por los demás y los blancos contestan
que se han declarado neutrales, no se preocupa, porque si son
neutrales, después los verá. Hernández era un religioso. 10 miembros
el concejo de césares blancos, 6 el de césares negros: cada uno
representando una actividad en especial, elegidos por el pueblo.