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Fe

LOS VALORES LASALLISTAS, UNA APUESTA POR EL AMOR


FE
Es la adhesión personal a Jesús en respuesta a su iniciativa de amor. Por la fe, hacemos
de Dios el valor prioritario de nuestra vida y Jesús se convierte en el centro de nuestro
ser, glorificando a Dios en el servicio a los hermanos y hermanas, especialmente los más
necesitados.
Por la fe hacemos del Evangelio la norma de nuestra vida, asumimos el estilo de vida de
Jesús de Nazaret, sus criterios y actuaciones, sus opciones radicales por la verdad y la
justicia que lo llevaron a la cruz; así nos convertimos con él en signos de esperanza para
el mundo de hoy.
Para ser hombre y mujeres de fe, como quería san Juan Bautista de La Salle, debemos
mirar todo con los ojos de Dios y amar con su corazón. Estamos llamados a orar,
discernir y decidir desde los criterios del Evangelio, confiando siempre en Dios, nuestro
Padre Bueno, comprometiéndonos en el servicio a los demás con un corazón compasivo y
misericordioso.

FRATERNIDAD
El vivir como hermanos y hermanas en fraternidad es la condición para que el mundo
crea en Jesús y así pueda llegar a la salvación. Dios en un Padre Bueno, todos somos
hijos e hijas, hermanos y hermanas. Si vivimos como tales, el mundo podrá salvarse, si
no, seguiremos en la ruta de la autodestrucción. No hay otra manera de vivir
auténticamente el Evangelio; es más, sólo si vivimos fraternalmente tendrá valor nuestra
fe en Dios.
La fraternidad es la manifestación libre de amor hacia nuestros semejantes, no
importando las creencias e ideologías, gustos y aficiones o posición social; nos vemos
libres de prejuicios en la búsqueda de nuestros ideales de crecimiento y desarrollo tanto
individual como grupal.
Pero el mundo de hoy sigue padeciendo de falta de amor, tolerancia, aceptación de “lo
distinto”, sinceridad, verdad, respeto a la vida… Nuestra gran vocación es al amor y a la
fraternidad, a tender puentes y crear espacios de encuentro… a ver en cada hombre y en
cada mujer a un hermano, a una hermana.

SERVICIO
Es la fe y el amor hechos vida, glorificando a Dios según el ejemplo de Jesús quien vino
a servir y no a ser servido. Cuando lavó los pies a sus discípulos, nos recordó que toda su
vida fue entrega, donación, atención a los demás: pasó haciendo el bien, curando,
sirviendo, consolando. Nunca se alió al poder y la fuerza, fue humilde y respetuoso.
La capacidad que tengamos para servir dependerá de la profundidad y madurez de
nuestra fe y de nuestro amor. El servicio es signo de madurez humana y espiritual; es la
capacidad de salir de nosotros y volcarnos, sin condiciones ni cálculos, a los necesitados.
El Espíritu de Jesús Resucitado es el motor de nuestro servicio a los demás; su fuego, su
fuerza, son fuentes de creatividad y dinamismo para descubrir las necesidades de quienes
nos rodean. No nos da recetas de cómo servir. Él toca nuestros corazones y nos lleva
hacia el servicio fraterno, de compromiso en compromiso, con profunda alegría y libertad
personal.

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