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Con la primavera a 'tiro de piedra', te proponemos una excursión a uno de los lugares

más llamativos de nuestra geografía: el nacimiento del río Mundo, en el corazón de la


sierra de Alcaraz. De ser casi un secreto entre iniciados ha pasado a convertirse en uno
de los parajes más solicitados de toda Castilla-La Mancha. Una brecha abierta en una
meseta calcárea de la sierra de Alcaraz sirve de escondrijo para el nacimiento del río
Mundo, que sale a la luz a chorros, desbocado, precipitándose desde un paredón umbrío
arropado por los pinos. Es tal vez el enclave más emblemático y visitado de la sierra de
Alcaraz. Un territorio bastante homogéneo que agrupa en realidad a un nudo de sierras,
una generosa malla de ríos, arroyos y acequias y un puñado de pueblos tranquilos.

Desde que se sale de Alcaraz, puerta de la sierra, se tiene la grata sensación de estar
invadiendo un territorio virgen. La sierra de Alcaraz fue una pieza clave para el avance
de la reconquista cristiana. «Llave de toda España», reza el escudo de Alcaraz. Y de
hecho, una vez conquistada aquella plaza, las huestes cristianas no tuvieron obstáculo
para llegar a la morisma de Valencia y Murcia. Ahora, casi todos los que visitan esta
zona van a Los Chorros del río Mundo. Pero para llegar allí han de degustar primero
algunos platos fuertes de esta sierra de Alcaraz.

Y decimos emprender el vuelo porque la carretera asciende vertiginosamente por el


puerto del Peralejo, dejando abajo el curso cada vez más insolente y crecido del río
Mundo y algunos despojos de molinos. De esta manera se podrá explorar la parte más
oriental de la sierra de Alcaraz, también muy rica en sorpresas. Al Norte de la carretera
quedan pueblos y ríos que comparten nombre, como Bogarra, en torno al pintoresco
caserío de Ayna, en una comarca calificada un poco excesivamente como «la Suiza
manchega». Al Sur queda la comarca del Alto Segura, asociada por razones
intrínsecas con la sierra de Alcaraz. Y Elche de la Sierra, al final, será el tapón, el
orificio de salida, o de entrada, a todo este vasto territorio.

El primero, claro está, la propia ciudad de Alcaraz, llena de piedras renacentistas y un


gran colorido local. Luego hay que rodear, por un lado u otro, la sierra de la Atalaya y
el pico de Almenara antes de llegar a Riópar. El camino más largo, pero más
aconsejable por lo pintoresco, es el que discurre por Vianos, deja a un lado Paterna del
Madera, en un placentero valle bañado por dos ríos —ninguno de los cuales es el
Madera, curiosamente— y se abre paso por entre los flancos de las sierras del Agua y
del Cujón, con paisajes que parecen anclados al margen del tiempo.

Riópar es lo que se dice un pueblo «de veraneo». En realidad, un pueblo doble, y puede
aparecer en los mapas con dos nombres distintos: Riópar o Fábricas de San Juan de
Alcaraz. Y es que Riópar era el núcleo antiguo de población en tomo a un castillo
desdentado y una iglesia vetusta en la falda de un cerro.

En 1772, el austriaco Hans Georg Graubner, empujado por la política ilustrada de


Carlos III, abrió aquí unas fábricas de bronce. El pueblo se fue desplazando hacia las
factorías, en el llano, y adquirió una nueva entidad. Hoy día siguen en funcionamiento
las fábricas de bronce; estas son, junto con el turismo veraniego, la principal fuente de
riqueza de esta bucólica población.

El tramo hasta el calar del Mundo es, como quien dice, un paseo. Y una gran parte de
quienes se internan en la sierra de Alcaraz vienen imantados por el magnetismo de ese
enclave mágico. Una vez vista y disfrutada la magnificencia del lugar, explorados los
regatos, fotografiados los Chorros, que se desploman en caída de más de 100 metros
por el sombrío paredón vertical, al fondo del inmenso nicho sombreado por los pinos, lo
mejor después de todo eso es emprender el vuelo por la carretera que prosigue desde
Riópar hasta Elche de la Sierra, a unos 90 kilómetros.

Territorio mágico
Alcaraz es ciudad desde el siglo XV. Y en la siguiente centuria vivió la época de mayor
esplendor. Allí nació Andrés de Vandelvira, uno de los príncipes de la arquitectura
andaluza del Renacimiento. De hecho, Alcaraz está repleta de perfiles renacentistas y
clasicistas. El emblema o símbolo de la ciudad son las torres «gemelas» —en realidad,
no lo son— del Tardón y de la Trinidad. La de la Trinidad remata una iglesia de
hechuras góticas; la del Tardón es algo posterior. Se erigió como atalaya civil para
albergar el reloj y la campana. Y se adosó a la lonja de Santo Domingo, que daba
resguardo a tratantes y mercaderes. Esta no es la única lonja que adorna la plaza
Mayor; otro de los costados está ocupado por la lonja de la Regatería o del pósito —
donde se aloja el Casino, que marca el pulso de la vida local— y un tercer flanco lo
cierra la lonja del Ahorí o de la Aduana, sede del Ayuntamiento.

Dado el carácter arisco y secreto de esta sierra, nada tiene de extraño que fuera cobijo
de bandoleros. El más famoso, sin duda, «El Pernales», todo un mito. Era de origen
andaluz (de Estepa) y operaba por los andurriales de esta sierra. En mayo de 1907, la
Guardia Civil le mató a su hombre de confianza, el «Niño de la Gloria». Tres meses
después, «El Pernales», en compañía del «Niño del Arahal», merodeaba unos cortijos
por la parte de Las Momeas, cerca de Riópar. La Benemérita les sorprendió y les
acribilló a tiros. La fama y el culto popular convirtió al par de bribones en una especie
de héroes. Nunca faltaron flores frescas en el nicho de «El Pernales».

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