Sie sind auf Seite 1von 370

22 CUENTOS ESCOGIDOS

1
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Chester Swann *

22 CUENTOS ESCOGIDOS
Obra registrada en varios volúmenes
en la
Dirección de Propiedad intelectual
del ministerio de Industria y Comercio de la
República del paraguay

ISBN en trámite

Estos cuentos fueros seleccionados


de los siguientes volúmenes del autor:
CUENTOS PARA NO DORMIR
CUENTOS PARA NO SOÑAR
CUENTOS PARA NO DESPERTAR
CUENTOS INENARRABLES
CUENTOS DEL FOGÓN DORMIDO

todos escritos entre 1984 a 2006 y varios de éstos


han sido galardonados en concursos locales y permanecen
inéditos hasta la fecha, por la escasa afición de nuestros
compatriotas a las letras y a la palabra escrita..
Este volumen ha sido concebido para estimular el
hábito de la lectura (y al razonamiento) en los
adolescentes y no tanto
a través de relatos breves y amenos donde se pone
en contexto la condición humana en sus diversas
facetas: mitos, tradiciones, creencias y temores
ancestrales; generalmente ajenos a la razón.

Este volumen ha sido ilustrado por el autor


con plataforma Macintosh G-3 y quizá una
pizca de imaginación adulterada por la posmodernidad
y el pre-futurismo latente desde su infancia.

Luque, 26 de febrero de 2011


2
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Colección
E-BOOKS del autor
dedicada a la juventud
paraguaya y latinoamericana
del siglo XXI

3
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

El autor con su inseparable guitarra de 12 cuerdas con


la que creara canciones rebeldes durante la resistencia a
la dictadura del general Alfredo Stroessner.
Actualmente se dedica a escribir y ha dejado un poco
de lado la música, tras sufrir un severo accidente cere-
bro-vascular, aunque sigue improvisando melodías en el
«cuatro» venezolano y la guitarra española.
4
22 CUENTOS ESCOGIDOS
Chester Swann

22
cuentos breves
escogidos
para
Lectores jòvenes
e insomnes crónicos
Chester Swann
Nueva narrativa paraguaya
Obra registrada en el Registro Nacional

de Derechos de Autor

Del Ministerio de Industria y Comercio de la

República del Paraguay

Bajo el folio Nº 2.445, Foja 87.

Art. 34 del Decreto Nº 5.159 del 13 de setiembre de 1999

A los efectos de lo que establece el Art. Nº 153

De la Ley Nº 1.328/98

“De Derechos de Autor y Conexos”

5
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

1
El Santo Desconocido

Nunca se supo su origen con certeza, pero


mi abuela decía que era más viejo que el pueblo
de Santaní, lo que es decir viejo mismo, como la
corrupción y la picardía. Decían los más viejos
—entre los viejos de mi casa—, que perteneció
quizá a una familia antigua del lugar, cuyos últi-
mos descendientes fueron todos exterminados o
desaparecidos en la Guerra Grande contra la Tri-
ple Alianza. El santo quedó abandonado bajo
escombros —en una capilla destechada por el
bombardeo aliado—, de donde finalmente quedó
en poder de mi bisabuela por ignotos medios y
procedimientos non sanctos.

Por supuesto que me encargué de hacer co-


rrer lo oído en casa. En el almacén, en el tambo
del lechero de la familia y en el mercado de abas-
to de Santaní. Cuando alcancé la adolescencia ya
habían pasado tres comisiones vitalicias pro-ca-
pilla para nuestro nunca bien venerado

6
22 CUENTOS ESCOGIDOS

santo, que empezó a ser homenajeado por medio


Departamento de San Pedro y dos tercios de Con-
cepción, más casi un cuarto de Ca’aguazú. Al
principio, mis viejos vivían de un pequeño lote de
tabaco, porotos y maíz, que revendíamos a los
comerciantes de la zona. Cuando estuve por ir al
cuartel, la capilla ya había sido remodelada y
ampliada tres veces. La fama de nuestro santo
había crecido hasta más allá de Ponta Porã; lo re-
caudado en cada fiesta patronal daba para otra
ampliación de nuestro rancho (teléfono incluido),
y tres años después, hasta sobraría para la prime-
ra entrega de una camionetita brasilera. Aunque
cuando el concesionario supo que éramos la fa-
milia propietaria del santo desconocido, nos re-
galó la camioneta sin trámite alguno, en agrade-
cimiento a no sé que intercesión del santo en al-
gún problema que tuvo con un empresario de fron-
tera de Pedro Juan Caballero, felizmente solucio-
nado antes de que la sange llegara al río.
¡No les cuento lo que me encontré en casa des-
pués de salir del cuartel! ¡Una romería de aqué-
llas, que ni en Sevilla, Roma o Santiago de Com-
postela!

7
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

¡Ah! ¿quieren saber ustedes de qué santo se


trataba? Nunca lo supimos. Casi todos los santos
tienen barba; manos orantes o en pose de bende-
cir. Simplemente le llamábamos (entre nosotros,
claro, y en voz baja) el santo desconocido, ya que,
como les dijera antes, nunca supimos su origen.
Para los parroquianos mulatos de Ca’aguazú,
Emboscada y Mato Grosso, era el Santo Rey o en
su defecto un Oxaláh afroamericano; para las sier-
vas de María era un San José; para los estacione-
ros de Tañarandy, un Jesús carpintero vestido de
marrón fajinero; para los carismáticos, un San
Pablo doctoral, y así en adelante. Obviamente
tenía sus atuendos, pelucas, báculos y alhajas lis-
tos para cada congregación que deseara homena-
jearlo anualmente.

Es que el santito tenía la coronilla pelada de


origen, como los franciscanos, y entonces lo ves-
timos de marrón siena, blanco o celeste y amari-
llo; algunas veces con peluca si debía oficiar de
Jesús o de San Pedro. Mi padre, que era masón y
liberal, nunca creyó mucho en las virtudes de los
santos de madera ni en milagreríos, pero veía con
buenos ojos las actividades rituales, o mejor: di-

8
22 CUENTOS ESCOGIDOS

cho: redituales, por lo que aportaban a los fondos


de la familia. ‘Mi hermana menor estudió Co-
mercial en Coronel Oviedo para poder adminis-
trar el negocio de venta de velas, reliquias, répli-
cas del santo y estampitas para los peregrinos. Yo
me dediqué al dibujo, escultura y pintura para di-
señar réplicas sacras y toda actividad artística re-
lacionada con el culto al santo.

Hasta entonces, mis padres llevaban cuenta


de todo, pero ya nos preparábamos para asumirlo
en el futuro. El culto al misterioso y aparente-
mente milagroso Santo Desconocido comenzaba
a ser un fenómeno masivo casi binacional, gra-
cias a la credulidad de las masas educastradas por
la poco ingenua santa iglesia.

Como tenía identidad ignorada fue devocio-


nado por varias cofradías, y sus fiestas patronales
se efectuaban hasta seis veces en el año; excepto
en los bisiestos, en que tenía una heptada (ese tér-
mino lo creó mi padre neocartesiano y ¿por qué
no? Neomaquiaveliano, ya que era devoto lector
de “El príncipe”), es decir: siete fiestas, a las cua-
les más recaudadoras. Obviamente, teníamos con-

9
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

tratados a los mejores calesiteros, ruleteros y equi-


pos de sonido del país y algo más allá, para las
calendas santas y sus octavas. Hasta conseguimos
un alegre animador profesional oriundo de Tacua-
ral, compañero de logia de mi padre y que, des-
pués llegaría a ser un importante senador de la
nación, famoso por su verborragia altisonante ple-
tórica de oquedades y sofismas de escasa profun-
didad, eso sí, muy simpático y dicharachero el
hombre.

Nunca nadie intentó develar la identidad del


santo desconocido; pues que daba para todos los
misterios, gustos y devociones. Si alguna vez hi-
ciera algún milagro, nunca nos enteramos perso-
nalmente sino por comentarios de viajeros arribe-
ños, quienes a su vez lo habrían oido por ahí.
Tampoco nadie se quejó nunca que el santo falla-
se alguna vez con sus innúmeros promeseros es-
tacionales, peregrinos funcionales o devotos co-
yunturales. En este caso hubo una inversión de
factores: nuestro interés… rompía sacos ajenos,
si me entienden. Todos querían obtener favores
divinos por intercesión de nuestro santo, lo que
los volvía generosos a la hora de oblar, donar o

10
22 CUENTOS ESCOGIDOS

ceder.

La afluencia de romeros era harto incesante en


ciertos días del año y nuestra producción de reli-
quias casi no daba abasto para tantos fieles; por lo
que decidimos en familia, montar un pequeño
taller de alfarería para poder fabricar réplicas ba-
ratas de barro cocido y pintado, una pequeña im-
prenta casera para las estampitas y certificados de
bendiciones papales y una fábrica de velas de cera,
esperma o de sebo según sus categorías para los
promeseros. También solicitamos una donación
de dos lotes a nuestro vecino, a fin de contar con
una playa de estacionamiento para los cientos de
vehículos que mensualmente convergían con pe-
regrinos de lejanas localidades, o turistas que ve-
nían para llevarse souvenirs sagrados bendecidos
por el Papa.

Ni la Virgen de Ca’acupé tuvo por esos días tan-


tos fieles devotos. Hasta monseñor Aquino —tam-
bién cofrade de logia de mi padre— quiso pedir
su traslado a nuestra feligresía, para poder admi-
nistrar mejor el fenómeno multitudinario del san-
to desconocido. Pero la curia de Asunción lo pen-

11
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

só mejor y monseñor permaneció en Ca’acupé


para hacernos competencia sacra, hasta jubilarse
en olor de hartura y plenitud, que no tanto de san-
tidad.

Si no ejercí el sacerdocio exclusivo al servi-


cio litúrgico del santo desconocido, les aseguro
que fue simplemente porque no hice pasantía de
rigor en un seminario regular. De haberlo hecho,
hoy sería obispo de alguna basílica monumental,
aunque el celibato no me sienta y la castidad me
afectaría el duodeno y el epigastrio; aunque esto
último según parece, no es condición sine qua non
para ejercer el sagrado Ministerio Sacramental,
ya que muchos tonsurados han hecho esfuerzos
denodados para incrementar la ddemografía na-
cional; como se sabe, incluso prescindiendo de
ciertos sacramentos previos exigidos a los laicos.

Todo iba bien, hasta que en plena era perju-


rásica —es decir cuando mandaba el tiranosau-
rio rey—, un caudillo oficialista del pueblo de
Santaní comenzó a echar mano a cuanto santo
pudiese, pues se rumoreaba que algunas imáge-
nes antiguas tenían compartimientos secretos en

12
22 CUENTOS ESCOGIDOS

sus cuerpos de madera. Y se decía que el ecce


homo, un tal Itzvan Smirnoff, que se creía here-
dero de Iván el Terrible, habría hallado hasta ro-
sarios de filigrana de oro y monedas en uno de
ellos. Lo cierto es que envió a sus capangas a ofer-
tar hasta cincuenta mil guaraníes por cada santo
de mediano porte. Como el nuestro no era ni tan
tan, ni muy muy, el precio ofertado fue apenas de
veinte mil aborígenes, lo cual fue rechazado de
plano por mi padre más o menos ateo y mi madre
mariana; así como por mi hermana, devota de la
Congregación de la Santa Frustración. Ni por todo
el oro de Luque aceptaríamos desprendernos del
Santo Desconocido, herencia de nuestros mayo-
res, protector de la familia (¡y cómo!) y de las
comunidades limítrofes que se avocaran a su gra-
cia milagrosa.

Este caudillo de quien les hablo, no acepta-


ba negativas y cierto día nos envió un cheque por
los veinte mil y a sus capangas, escoltados por
policías de investigaciones que querían apresar a
mi padre por ser contrera (les dije que era libe-
ral). Tuvimos que resignarnos a ceder nuestro
santo, aunque no su milagroso poder; pero mandé

13
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

decir a don Itzván, que necesitaríamos un mes para


despedirnos del santo con ceremonias antes de
enviárselo. Todos sus devotos tenían derecho a
concederle honras y exvotos. Tras los rituales de
expiación se lo enviaríamos envuelto como para
regalo, que de hecho lo era.

Demás está decirles que don Itzván aceptó


en un inusual arranque de magnanimidad y, tuve
tiempo de hacer una réplica exacta del santo des-
conocido, con un buen trozo de timbó aparente-
mente macizo que había en un rincón del rancho
(en realidad es una metáfora), dejado allí quién
sabe por quiénes. Incluí alhajas (de bisutería, cla-
ro) y su basto hábito marrón. El verdadero, es
decir, el original y sus alhajas de dieciocho quila-
tes, lo guardamos en lugar seguro, bien lejos de
Santaní.

Tras hacer todas las ceremonias de traslado


del santo a la capilla privada de don Itzván, se lo
enviamos. Luego supimos que los habituales
devotos del santo no podrían acceder al nuevo
emplazamiento privado, por lo que de todos mo-
dos, éstos aceptaron seguir realizando sus cultos

14
22 CUENTOS ESCOGIDOS

en nuestro solar y consintieron en que el santo


fuese una réplica del original, del cual dijimos,
frente a la augusta presencia del señor Jefe de
Investigaciones de cuerpo presente (me refiero al
cuerpo de matones macheteros de Santaní), que
fuera llevado a Roma por don Itzván a fin de in-
gresar al panteón cristiano con las siete bendicio-
nes del Papa y el Sacro Colegio Cardenalicio.

Para ese entonces la capilla había crecido y


contaba con tinglado multiuso y cancha de fútbol
de salón, amén de un complejo de material coci-
do con baños, agua corriente y cantina permanen-
te, con trazas de convertirse en futuro Supermer-
cado o Shopping Center espiritual de la comuni-
dad.

Por esos días ya me había casado —en nues-


tra capilla claro—, con la bendición del arzobis-
po de Asunción, opusdeísta funcional y también
cofrade de logia de mi padre, quien nos prometie-
ra dispensas papales en breve. Mi señora esposa
pasó a ser la mayordoma del Santo Desconocido
cuando ejercía de San Francisco, San Antonio y
Santo Rey; mi hermana, los domingos y algunas

15
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

que otras fiestas de guardar; mi madre, en víspe-


ras de Semana Santa y Navidades, etcétera.

Era ardua la tarea y había que compartir res-


ponsabilidades y espacios. Lo cierto es que, don
Itzvan Smirnoff, halló veinte monedas de oro es-
critas en inglés, un rosario de coral y filigrana de
oro, diez anillos de ramales, aunque de oro bajo y
siete pulseras de oro y plata ¡en la réplica del san-
to! y que por cierto no era de guatambú ni cedro,
sino de timbó. Es que tallar un trozo de esas ma-
deras me hubiese llevado más de un mes. Pero no
podía imaginar que en ese bloque viejo hubiese
una oquedad disimulada y con alhajas encima.

Bueno, de todos modos nuestro santo nos


ha bendecido por valor cientos de veces mayor a
lo largo de dos generaciones. No nos podíamos
quejar después de todo. Muchos devotos y fieles
que habían venido a por lana, regresaron trasqui-
lados a sus valles.

Cuando alcancé la edad adulta, quiero de-


cir: madura, me hice cargo de las actividades del
culto. El predio en que se asentaba la capilla ha-
bía crecido en ochocientos metros cuadrados con

16
22 CUENTOS ESCOGIDOS

donaciones de vecinos nuestros y la intendencia


municipal. Ya se perfilaba un monumental tem-
plo neogótico, cuyos planos preparaba un conoci-
do arquitecto capitalino.

Hace poco, hemos enviado los bocetos de


los planos del nuevo templo a un equipo de arqui-
tectos europeos, a fin de ver las posibilidades de
iniciar una nueva etapa, más solemne y magnifi-
cente del culto al santo. Nuestra feligresía ya iba
ameritando un cardenalato propio y un templo
acorde a ello de acuerdo al canon litúrgico.

Hace algunos años que mis padres fallecie-


ran y también fueran defenestrados el tiranosau-
rio y algunos de sus acólitos, entre ellos Itzvan
Smirnoff, con lo que recuperamos la réplica en-
tronizando de nuevo al original.

Nuestra capilla ha crecido y casi tiene porte


de catedral. Nuestro patrimonio también. Aún
nuestro santo no tiene nombre y lo seguimos lla-
mando, en familia como el Santo Desconocido.
Tampoco comprobamos nunca si alguna vez hi-
ciera algún milagro certificado por la Jerarquía,
para alguno de sus devotos incontables. Pero sí

17
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

sé con certeza que para nosotros y nuestra inque-


brantable fe, no hacen falta milagros, para reco-
nocer y venerar su santidad.

Amén.

18
22 CUENTOS ESCOGIDOS

2
De cómo un
alma
bienaventurada
huyó del paraíso celestial

(1er. Premio del VI Concurso Club Cente-


nario 2000)

Tomadme por loco si queréis, mas no dudéis


de las palabras de este servidor. No me ofende
profesar el desvarío ni la poesía contenida en
los sutiles suspiros insondables del cosmos y que
aún laten metafísicamente en mi interior.

La santa locura de lo místico me impulsó


en vida a la búsqueda de lo absoluto, obcecándo-
me neciamente en el mal llamado Sendero de la
Bienaventuranza y la “salvación”. Conseguí, tras
negármelo todo a mí mismo durante la vida, tras-

19
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

poner las puertas del Paraíso tras mi desencarna-


ción física, pero... ¡a qué precio, amigos! Me au-
toflagelé con el látigo de la templanza, me mar-
giné con las alambradas espinosas de una falsa
humildad, e inmolé los goces de la materia vi-
viente, en el ara hipócrita de las virtudes farisai-
cas.

En fin, me torturé ¿santamente? Para po-


der tener el dudoso privilegio de integrar la le-
gión de los castísimos bienaventurados. Es decir,
de los enemigos de la efímera pero voluptuosa
alegría —que endulza de tanto en tanto y con
menguada frecuencia— nuestra azarosa pasantía
en el Valle de Lágrimas.

No negaré la dicha que me produjo mi in-


greso al Empíreo tras la muerte física. Todo luz,
todo claridad; música angélica de galácticos ins-
trumentos y espirituales voces de cristalino tim-
bre... ¡al punto del hartazgo!
La mistérica y severa paternalidad del vie-
jo demiurgo Sabaoth nos inspiraba más temor
que amor.
Sus hieráticas huestes angélicas, de filosas

20
22 CUENTOS ESCOGIDOS

y flamígeras espadas y candentes alabardas, no


me hacían sentir libre ni filial hacia el Más Alto.
Más bien, sentíame poseído por alguna
pesada y omnipotente burocracia celestial, si
no alimento de ella o algo peor.
Una perspectiva de eternidad en el paraíso
llegó a hacérseme insufrible hasta las heces. Cier-
tamente no padecía esas sensaciones corpóreas de
sed, hambre, dolor, vacuidad o plenitud. Tampo-
co experimentaba la cruda dureza de las expia-
ciones a que me sometí en vida física para po-
seer la corona de los Elegidos del Señor. Pero
cierto tufillo de decepción y tedio se extendió a
lo largo, alto y ancho de mi alma inmortal —sin
cuerpo carnal que la aprisionara ni mente falaz
que la tentase— y lo luminoso fuese tornando
gris y casi opacente, lo musical fue haciéndose
ruidoso, lo laxo volvióse tenso, cual arco saeta-
rio de los Guardianes del Umbral.

En fin, la dicha inicial tornóse en aburrimien-


to grisáceo ad æternum incitándome a huir de allí;
pero ¿a dónde?

Por otra parte, la inacción beatífica y las

21
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

reglamentarias alabanzas corales al demiurgo, se


tornaron irritante y lacayuna rutina celestial. Sin-
ceramente, no esperaba todo esto cuando anhela-
ba “la salvación eterna”. Como alma bienaventu-
rada no disponía de opciones.

Ni siquiera un tour por alguno de los pur-


gatorios, una expedición exploratoria al submun-
do del Averno (¡ida y vuelta, por supuesto!) como
el divino Dante Alighieri de la mano del poeta
Virgilio; o visitas furtivas a la legendaria Gehena
bíblica.

Debía, como todos, permanecer allí, entre


las almas castas y puras (ergo; aburridas e insul-
sas) que habían malgastado sus vidas físicas para
llegar al mítico Paraíso Celestial.

Fue al darme cuenta de todo ello y razonar


sobre lo que me aguardaba por los siglos de los
siglos, que decidí meditar el modo de huir de la
extrema diestra del Padre; con todas las conse-
cuencias que ello me deparase.

El Paraíso no tiene murallas visibles, rejas


ni candados. Pero si difícil es vivir duramente en
el Valle de Lágrimas —castigándose con doloro-

22
22 CUENTOS ESCOGIDOS

sos cilicios, amargas penitencias y vergonzosas


meaculpas— para ingresar en él, imposible o poco
menos es salir de allí.

Siglo tras siglo lo intentaba, mas nadie se


daba por enterado de mi hastío y urgentes deseos
de evasión de la Patria Celestial. Ni tan siquiera
los ángeles, arcángeles, querubines, serafines, tro-
nos, potestades y archidones de la celestial cohor-
te jerárquica, redoblaron la férrea y administrati-
va vigilancia de las puertas intangibles y las in-
violables fronteras celestes. Simplemente me ig-
noraron o quizá fingieran hacerlo.

Si por lo menos aquéllo fuese el tal “paraí-


so terrenal”, de sabrosos frutos y colorida flora
ubérrima, tal vez me sintiese más a mis anchas,
como diría algún grosero marino gallego. Pero
en el universo dimensional de la no-forma, todo
es espiritual, metafísico y puro —tal vez para
evitar nuevas incursiones de la tentadora sierpe
de la sabiduría—, previendo el peligro de recaí-
das y ocultas subversiones contra la deidad alta-
nera, feroz y omnipotente, ¡vaya uno a saber!
Hasta hubiese deseado profesar el nihilismo nie-

23
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

tzscheano —o el simple ejercicio de la duda li-


brepensante— para ser juzgado por la celeste in-
quisición y expulsado nuevamente al mundo te-
rrenal, o donde quiera que hubiese vida física y
materia.
Naturalmente, la comunicación con el ca-
luroso Hades era imposible. En cuanto a los lim-
bos purgatorios, estaban más cerca del mundo
terrenal, pero alejados —en años-luz— de noso-
tros los espíritus bienaventurados per sæcula
sæculórum, para desgracia mía.

Busqué la compañía de otros espíritus como


yo, consumidos por el tedio eternal y cuya efíme-
ra existencia física se hubiese caracterizado por
el desapego y la negación de sí mismos. Es decir:
santurrones, beatos, camanduleros, ciegos devo-
tos del áspero fanatismo del cilicio penitencial y
enemigos de la belleza, la alegría, la sabiduría fi-
losófica y el excitante goce de la especulación
intelectual. Es decir: de prisioneros de la fe y re-
husados al conocimiento.

De seguro, estarían tan arrepentidos como


este servidor de haber desperdiciado sus senti-

24
22 CUENTOS ESCOGIDOS

dos y su vida terrenal e irrepetible, persiguiendo


exageradas quimeras celestiales y escatológico
cual dudoso cielo.

Pensé que tal vez me comprendiesen y com-


partieran mi hastío.

Encontré ¡oh, desdicha! un alma ¿lumino-


sa?, que en vida fuera monje dominico; ascético,
cruel, fanático, apasionado y algo perverso, como
salido de la delirante imaginación del marqués de
Sade. Ganó éste, su sitial paradisíaco delatando,
juzgando y condenando a la hoguera a divertidos
herejes, más devotos de la carne y el buen vino,
que de lo demoníaco o maligno.

Pero cuando supe que su nombre fue sinó-


nimo de torquemadismo cruel, huí de su compa-
ñía como de mortífera peste. ¡Hasta podría haber
sido el mismísimo Fray Tomás de Torquemada,
el obstinado cazador de brujas del siglo XV!

Otra alma que conocí en las alturas se me


reveló como detentora, en su vida terrenal, de glo-
ria y poder omnímodo como vicario del Señor.
Pero sus muy tortuosos métodos de evangeliza-
ción no gozaban de buena fama. Habría sido Papa,

25
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

con el nombre de Rodrigo Borja o Alejandro VI


—quien tuviera hijos bastardos e incestuosos y
sobrinos criminales—, siendo él mismo, proter-
vo y falaz. Quizá su tardío arrepentimiento lo tra-
jo —aunque a tientas— al Paraíso. Tampoco pude
relacionarme con tal empedernido bellaco, que
bien supiera de epicureísmo antes que de aristote-
lismo agustiniano ¿Recuerdan a ése, el de Hipona
llamado Agustín? Bueno, ése mismo, que fuera
ascendido a los altares tras su celo por quemar
libros supuestamente heréticos..

Procuré conocer algunos lúcidos espíritus


angélicos descontentos, como los que se subleva-
ran eones atrás contra el demiurgo y engrosaran
las huestes subversivas de Luth Baal, Lilith y Be-
lial. Tal vez fuesen éstos más permeables —a las
ideas libertarias que no libertinas que serpentea-
ban en mí— y me condujesen a secretos pasadi-
zos de salida. No lo conseguí. Un ángel de andró-
gino aspecto de nombre Anaël, casi delató mis
propósitos a la jerarquía. Todos los ángeles de
dudosa o tibia fidelidad fueron exportados o de-
portados al Hades, junto con su caudillo rebelde;
el luminoso arcángel Luth Baal.

26
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Los muchos que quedaron en el Empíreo


eran fidelísimos y fanáticos vasallos del Más Alto.
Incluso éstos, reprobaron mis tímidas insinuacio-
nes acerca de una liberación. Si no delataron mis
intenciones, sería por la escasa importancia de un
alma perdida en el océano beatífico. Mas me so-
metieron a discreta vigilancia para evitar la pro-
pagación de ideales contrarios a los imperantes
en la Gloria Celestial.

Me incorporaron —medio forzadamente,


justo es reconocerlo— a un coro de Elegidos, don-
de bien poco pude hacer para lograr mi meta. Hube
de entonar salmos, elegías, misereres, alabanzas,
oraciones, letanías, endechas, odas, loas, jacula-
torias y aleluyas al demiurgo —pese a mi reluc-
tancia a las exégesis gratuitas y serviles— sin dis-
poner de tiempo libre para maquinar fugas impo-
sibles. Todas las vías estaban vedadas a la eva-
sión tan largamente anhelada.

La desesperación que me atenazaba aumen-


taba en forma exponencial y geométrica, sin ali-
vio ni respuesta. ¿No habré pretendido la gloria y,
por causa de mi vanidad llevado a una suerte de

27
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

infierno conceptual e incognoscible? No lo sé aún.


Apenas tenía respiro entre un salmo y otro. Hasta
deliraba creyendo ver hermosas Evas angelicales
entre las numerosísimas legiones de almas lumi-
nosas que me rodeaban. Mi tensión experimenta-
ba estados rayanos en lo esquizoide, sin alivio
posible. Llegué a razonar que mi presencia en ese
lugar era más bien producto de algún craso error
burocrático de la Jerarquía, que de mi ya olvidada
piedad y santurronería terrenal.

Tampoco parecía notar descontento alguno


entre las miríadas de espíritus que me rodeaban
hasta casi asfixiar mi angustia. Todos aparenta-
ban estúpidamente eufóricos y horriblemente bea-
tíficos, cual si estuviesen poseídos por alucinóge-
nos alteradores de conciencia. Parecían éstos efec-
tivamente gozar de su servilísimo sometimiento
al demiurgo Sabaoth o Ialdabaoth; también cono-
cido como Yah’Veh o simplemente El Señor, para
quien entonábamos himnos zalameros y alabato-
rios y alguno que otro ¡hurra! cual militantes par-
tidarios ultras, beodos, retros y desbocados de
opus ætíllicum, o dionisíaco vino añejo de misas

28
22 CUENTOS ESCOGIDOS

profanas.
Mi desazón continuaba en ascenso; como
los calenturientos deseos que me impulsaban ha-
cia lo fisicarnal, febril e hiperbólico.
Si tuviese corazón acabaría éste por esta-
llarme de tensión, sin duda. Llegué a pensar que
mi presencia en el Empíreo fuese algo así como
una especie de matrimonio contra natura.

¡No sabéis lo que implica sentirse sapo de


otro pozo; como monja en burdel, Lenin en el
Escorial; cardenal en el Kremlin o político para-
guayo en Harvard! ¡Más desubicado, imposible!

En vida física supe lo que era rendir culto


y fiel devoción de lealtad a inmisericordes tira-
nos. Si bien, traté de mantenerme apartado de cor-
tesanas pompas, fui, en ejercicio del oficio cleri-
cal —alguna que otra vez— impelido a besama-
nos y vasallaje y hasta a humillantes sesiones
de Te Deums, ofrecidos por el príncipe de turno,
agradeciendo a la divinidad por su totalitario po-
der. Mas, nada comparable a la seráfica y beatífi-
ca tiranía de un ser supremo —o que por lo me-
nos cree serlo— aduladores y necios fanáticos

29
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

mediante.

He visto, en vida terrenal, a legiones de


sacerdotes y purpurados cometer sacrilegios que,
a cualquier infeliz llevarían al patíbulo o la ho-
guera seglar. He sido testigo de deslices pecami-
nosos, de insospechables esposas del Señor, am-
paradas en el secreto de confesión y en su abolen-
go. Fui conocedor de crímenes y asonadas pala-
ciegas en nombre de lo más sacro; de incestos y
aberraciones clericales y laicas, dignas de anate-
ma. Hasta he firmado bulas y condenas duras y
crueles —contra reales o supuestos herejes y re-
lapsos— con lo cual, sobradamente me hubiese
correspondido un sitial en el reino de Baal Z’ebuth
o en las profundidades visitadas por el divino
Dante. ¡Pero ya era tarde entonces para arrepen-
tirme de todo lo que no hice!

Y heme entonces en las alturas, en el coro


de los escogidos, maldiciendo el tedio de la pura
y eternal bienaventuranza de los corderos, o di-
cho mejor: carneros del Señor. Evidentemente,
las Leyes Cósmicas deben tener algunas fallas u
omisiones. Reconocí entre las innúmeras almas a

30
22 CUENTOS ESCOGIDOS

tantos pecadores como virtuosos arrepentidos,


sublimados por algún craso error del solemnísi-
mo aparato de las pompas celestiales, quienes
creen aún disfrutar del privilegio de su condición
de supina ignorancia y beatitud y, donde uno, no
está seguro de cuál precede a cuál, ni de las su-
puestas virtudes de ambas.

Sólo sé, que son mucho más felices los ig-


norantes o mediocres que el sabio estoico y el
filósofo, curtidos en el dolor y la duda: esa madre
sufrida del saber.

¿Qué cómo logré finalmente huir de la bien-


aventuranza celestial? Bueno, amigos míos. Me
enteré por infidencias de un espíritu pobre de
solemnidad —uno de esos bobos que aspiran a
heredar el reino—, de que un grupo de querubes
de inferior jerarquía entre los fieles legionarios
divinos, partiría al mundo material en misión de
agentes provocadores, para tratar de conquistar
almas para el demiurgo. ¡Es que los luciferinos
cosechaban conciencias que daba pánico! El de-
miurgo, Yahvéh-Ialdabaoth —también conocido
como el innombrable, Altísimo, Bendito o en grie-

31
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

go Tetragrammatón (Τετραγραµµατων, el de
los cuatro grafemas)—, es celoso y terrible cuan-
do de almas y teolatría se trata, y no toleraba di-
sidencias a su culto.

Me ofrecí como fiel voluntario para


reencarnar en la Tierra. Si bien, no las tenía todas
conmigo y ciertos vigilantes dudaban de mis
propósitos, logré eludir los rígidos controles de
las alturas siendo admitido a dicha misión
proselitista.

Sólo faltaban unos trámites de


personalización acerca de los seres cuya identidad
asumiríamos en el llamado “Valle de Lágrimas”,
para partir luego a renacer en el cuerpo de un
futuro predicador fundamentalista
neotestamentario, de fustigante lengua, dudosa
moral y apocalíptica verborragia. ¡Lo que fuese
con tal de abandonar el Paraíso!

¿Se darían cuenta de mis intenciones? Es


probable que sí, pues el demiurgo es casi
omnisciente y era muy probable que adivinara mis
sentimientos.

Pero yo estaba seguro de que mi presencia

32
22 CUENTOS ESCOGIDOS

en el Empíreo estaba demás. Amo demasiado la


libertad para gozar de la celestial prisión y de
sometimiento alguno a nadie que no fuese mi
propia conciencia.

Mas, para que mi plan saliera bien, era


preciso asumir mi calidad de evadido del Reino
de los Cielos. Sería eternamente proscrito, sin
acceso a los avernos ni regreso posible al Paraíso
celestial. Mi nombre sería puesto en anatema y
borrado para siempre de los angélicos registros.

Me tornaría maldito como el mítico Caín,


como el legendario Judío Errante, como Baruch
de Spinoza, Voltaire, Nietzsche o como las
derruidas murallas de Jericó y Jerusalén. Hube de
sopesar todas las mínimas posibilidades y asumir
las consecuencias de mis afanes libertarios.

Al final, me decidí por la libertad. ¡Y heme


aquí, en este planeta, entre vosotros; condenado
por siempre a vivir, morir, renacer y re-morir,
volviendo a renacer y a recontra-morir hasta el
final de los tiempos!

Mas les puedo asegurar que ha valido la


pena. Nada como el libre albedrío de elegir entre

33
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

la razón y la sinrazón; entre la esclavitud áurea, o


la subterránea libertad; entre la implacable justicia
y la hipócrita caridad; entre ser cínico fariseo o
vil publicano, Virgen o Magdalena, opulento o
miserable. ¡Todas las vidas y pasares me estarán
eternamente permitidos! Hasta podré ejecutar los
doce trabajos de Hércules e incluso, ejercer el
oficio de pecador impenitente o santo irredento,
sin temores de ultratumba ¡total, ya estuve allí!
Tiempo es lo que me sobra.

Han marcado mi frente con el estigma de


Caín, por lo que nada ni nadie podrá hacerme daño
jamás. ¡Y no se imaginan ustedes las ganas de vivir
y la famelitud de sensaciones que llevo conmigo!

¡Alcáncenme una guitarra, una copa de vino


generoso y que prosiga la fiesta!

34
22 CUENTOS ESCOGIDOS

35
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

3
Un monstruo
abominable
A Mono Sapiens

Aterrado —irracionalmente, es preciso y


justo decirlo— se revolvió en su precario e incó-
modo escondrijo, tratando de no ser visto ni oído
por el repulsivo monstruo que se movía en sus
adyacencias, y, al que contemplaba por primera
vez en su vida. No recordó haber conocido —en
todo su prolongado tiempo de existencia—, se-
mejante aberración biológica. Tampoco en los
centros de enseñanza, donde se formara intelec-
tualmente vio —ni en imágenes siquiera— cosa
igual.

Sus órganos de bombeo sanguíneo redobla-


ron los desaforados latidos, casi lindantes con la
insurrección y su mente intentó vanamente sere-
nar al resto del cuerpo. Gelatinosos temblores
—de los que no era del todo ajena la cobardía,
debió colegir en el caletre—, lo estremecieron ante

36
22 CUENTOS ESCOGIDOS

la posibilidad, óptimamente probable por cierto,


de ser descubierto por el aparentemente hostil es-
pécimen ¿viviente? que venía parsimoniosamen-
te en su dirección, como reconociendo el entorno
por primera vez; lo cual era casi seguro, pues nun-
ca se habían divisado nada como eso que tenía
ante sí, llegado desde el oscuro vientre del espa-
cio, con certeza apodíctica. ¿De dónde, si no, lle-
garía tal espantoso engendro… bueno, quizá pen-
sándolo mejor: esa forma de vida tan… exótica.
No debía pecar de racismo, ese atavismo supera-
do hacía eones, pero no pudo evitar sentir algo
parecido al asco.

Otro estremecimiento lo sacudió por ente-


ro. ¡El horrible aborto cósmico —viviente o no,
pues era difícil precisarlo a primera vista—, ve-
nía hacia él! Sus neuronas vibraron velozmente
intentando hilar ideas coherentes. No podría huir
como era su deseo, sin ser percibido. Y la proba-
bilidad —abundante para más datos—, de ser lo-
calizado en su improvisado refugio aumentaba en
proporción exponencial a cada instante, a cada
movimiento dado por el extraño ser en dirección
a él.

37
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Observó mejor al monstruo articulado, des-


de prudencial distancia. Sus torpes desplazamien-
tos, por llamarlo así —tal vez por la corpulencia
que ostentaba—, eran más bien pausados, lo que
delataban la imposibilidad o dificultad de mover-
se con cierta expeditiva rapidez. Pero ignoraba si
el ser… alienígena (—disimulando el asco lo lla-
maría así —pensó él, eclipsado por una roca que
lo protegía provisoriamente) podría utilizar algún
arma desconocida o acaso disponer de inteligen-
cia. En todo caso, debía tenerla, puesto que de
algún modo llegaría a su planeta. Pero ¿con qué
intenciones? ¿Habría más monstruos por las ad-
yacencias? ¿Sería una avanzada de invasión para
una posterior conquista cruenta? ¡Tantos inte-
rrogantes pueden caber en una situación límite!
¡Y tantas respuestas hipotéticas también! Lo úni-
co que podría deducir con certeza apodíctica es
que eso, no pertenecía a su mundo.

Recordaba que sus antecesores se habían


impuesto en un lejano pasado, sometiendo a otras
razas y especies, a extinción y esclavitud.

No fue fácil escribir la historia y aún me-

38
22 CUENTOS ESCOGIDOS

nos, vivirla. Muchos seres, considerados por ellos


como “inferiores” debieron sucumbir e incluso
desaparecer definitivamente, para que ellos sobre-
viviesen y conquistaran espacio vital. ¿No serían
estos monstruos, en relación a ellos, lo que ellos
fueran en el pasado para los primitivos habitan-
tes del mundo conquistado? ¿No serían ahora ellos
—los actuales amos del mundo— las próximas
víctimas del extraño visitante y probable inva-
sor? ¿No sería este ser una suerte de dios que
regresaba por sus antiguos fueros, a reclamar so-
metimiento y sumisión nuevamente Tembló por
enésima vez, luchando consigo mismo para alejar
al miedo que pugnaba por poseerlo. ¡Tantas veces
cazó y devoró presas inferiores, que la posibili-
dad de ser, a su vez, cazado y deglutido por algu-
na extraña criatura, lo ponía al borde del colapso
nervioso! El monstruoso ser pasó de pronto bas-
tante cerca, pero no pareció descubrir su escon-
dite, quizá por haberse él mimetizado entre las
rocas del lugar. Más temblores y espasmos reco-
rrían su epidermis. El horrísono engendro de tor-
pes pasos y bamboleante figura, no emitía sonido
alguno fuera de los producidos por su desplaza-

39
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

miento y, tal vez, por lo que parecía una carga


pesada que llevaba sobre sí. ¿Sería eso parte del
ser, o simplemente un arma exótica y equipo de
supervivencia? ¡Dioses! Era ímproba tarea adivi-
nar o calcular, a causa de la penumbra circundan-
te, la verdadera forma física del monstruo. Lo
difícil se tornaba imposible. Hacía bastante que
vivían en paz y dejaron de fabricar armas; por lo
que se sentía indefenso e inerme al arbitrio del, o
de los monstruosos visitantes. ¿Serían muchos?
¿Podrían resistirlos? ¿Tendría este monstruo ar-
mas devastadoras como las que antaño poseyeran
los suyos para imponerse a los otros en la dura
tarea de conquista de espacio en su mundo?

Espasmódicos calofríos recorrieron su piel


nuevamente a través de sus poros. Transpiraba
como un miserable condenado a la pena capital.
Ciertamente, en su mundo ya no se la aplicaba
hogaño, pero sabía de aprendidas que, durante la
era post primitiva se la usó discrecionalmente. Y
las variantes, utilizadas para ejecutarlas, eran tan
imaginativas como crueles.

Su raza dominaba actualmente las artes, las

40
22 CUENTOS ESCOGIDOS

ciencias, el gobierno mundial, las transacciones


políticas, culturales, comerciales y los recursos del
planeta. ¿Vendría otra especie, tan o más despia-
dada a reducirlos y esclavizarlos… o eventual-
mente a exterminarlos, robándoles su espacio vi-
tal tan duramente conquistado? ¿Habría una po-
derosa, monstruosa e inteligente raza en proceso
de expansión colonizadora-esclavista o de exter-
minio? ¡Santo Nombre! Si no se hubiese sacrifi-
cado al antiguo culto en aras de la ciencia, hasta
rezaría. Pero hacía tantos ciclos temporales que
los antiguos dioses fueran olvidados o desplaza-
dos, cuando no prohibidos, por los más objetivos
y menos crédulos preceptos científicos, más prag-
máticos y menos metafísicos.
Siempre ellos se creyeron creados a imagen
y semejanza del Gran Ingeniero del Universo, pero
luego de la imposición del Magno Credo Sapien-
cial, las antiguas religiones y supersticiones des-
aparecieron o fueron abolidas. Nada restaba de
culturas anteriores a la suya. Todo fue borrado de
la memoria histórica, en utilidad de la política de
dominación planetaria. Y ahora, apenas saborea-
do el fruto dulzón de la paz, el progreso y la justi-

41
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

cia ... amenazaba con acabar el sueño e iniciarse


la pesadilla ¿Quizá por exógenas venganzas de
alguna providencia... o como se la llamase? ¿Vol-
verían los antiguos y sanguinarios dioses por sus
fueros? Pero...¿tan crueles serían los olvidados
dioses, como para crear semejantes y absurdas
criaturas vivientes? Porque era evidente que el
visitante extraño no parecía un autómata. Tal vez
mitad órganos vivos, mitad engendro artificial,
o...lo que fuese. Pero de ser real, lo era sin duda.
¡Estaba ahí mismo, ante su azorada vista, como si
siempre hubiera vivido allí!

La abundante transpiración brillaba en su


clara y fina piel de estirpe noble. El temor de
perder cuanto se hubo logrado tras eones de evo-
lución genética, técnica, científica y jurídica, lo
atormentaba. Seres horripilantes, como el que aún
estaba ante su aterrada e impotente visión, no de-
bían de poseer piedad alguna. Sólo los seres
bellos y de áureas proporciones son cercanos y
afines a la perfección, a los sentimientos nobles,
a las virtudes y a la ética.

Recordaba las imágenes de los torvos ges-

42
22 CUENTOS ESCOGIDOS

tos expresivos de sus primitivos antepasados vio-


lentos. ¡Eran feos, realmente! Pero aún así, la
comparación entre aquéllos y esto... era abismal.
El esperpéntico ser (—Debemos ser magnánimos
con las criaturas ajenas a nuestro mundo, —pen-
só de pronto, entre espasmos y temblores) puso
un extraño aparejo que evidentemente traía con-
sigo, cerca de allí, y giró de pronto, volviéndose
a por donde había venido.

Los recios temblores retornaron a un pa-


roxismo paranoico exasperante. El frío terror al-
canzó en él cumbres insospechadas y sus poros
expelieron ríos de sudor gélido. ¡Ese monstruo no
debió haber venido en son de paz! Sería imposi-
ble que tanta fealdad habitase en algún sótano te-
nebroso del Universo. Debería tratarse de una
atroz pesadilla, fruto quizás de su conciencia, ator-
mentada por milenios de crueles injusticias! ¡eso,
no podría ser real! y sin embargo... allí estaba;
transitando como por su casa, aparentemente sin
preocupación alguna.

El horripilante monstruo pasó muy cerca de


l temeroso Vraa’Nkh —que de él se trataba—, sin

43
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

verlo ni percatarse de su existencia. A paso inse-


guro se fue alejando a ras del suelo usando sus
dos extremidades inferiores como medio de mo-
vilidad ante la extrañeza de Vraa´Nkh ¿Hacia el
vehículo que lo trajera? ¿Hacia otros congéneres
igualmente hostiles?

Respiró aliviado al notar el mayor alejamien-


to del extraño y exótico ser. Hasta sintió ganas de
regurgitar de horror. ¿Sería posible que existiesen
esos bichos tan extraños y repulsivos, cuya figura
inspiraba hasta lástima por su fealdad? ¡Esas ex-
tremidades articuladas con las que se desplazaba
a trompicones! ¡Esa protuberancia superior, como
de órgano pensante, donde un par de brillantes
puntos parecía detectar al entorno! ¡Y esos dos
órganos prensiles, con cinco cortos tentaculillos
articulados en sus extremos con los que asía obje-
tos! ¡Algo imposible de concebir ni en la imagi-
nación más perversa y fantástica! Incluso ese par
de largas extremidades que utilizaba para despla-
zarse no daban la impresión de formar parte del
extraño ser, sino de algún adminículo ortomecá-
nico o algo parecido.

44
22 CUENTOS ESCOGIDOS

De pronto vio, a lo lejos, un objeto que se


elevaba estruendosamente al espacio, seguido de
una luminosa estela candente.

—¡Se va! —pensó con júbilo. —. ¡No nos


ataca ni adopta actitud hostil. ¡Tal vez no fuese
tan malo a pesar de su tosca fealdad!

Vraa’Nkh lanzó varios suspiros simultáneos


de alivio al saberse fuera de peligro, al menos por
el momento. Sintióse igualmente afortunado de
disfrutar de un físico armonioso y lúcidamente
perfecto; con cuatro cerebros independientes y
localizados, siete ojos enormes y facetados. una
piel fría y cristalina, decenas de tentáculos de
extensión variable a voluntad; un cuerpo gelati-
noso, translúcido y amorfo, capaz de levitar, de-
tenerse o deslizarse y hasta tomar formas insos-
pechadas...

Vraa’Nkh aliviado, intentó mentalmente re-


vivir olvidadas oraciones e invocaciones, dando
gracias a los ya olvidados y prohibidos dioses que
los habían creado, a su imagen y semejanza, para
la gloria del universo.

45
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

46
22 CUENTOS ESCOGIDOS

4
Las alfombras de
Ishkandar

Un militar norteamericano —de cuyo nom-


bre y grado no quisiera acordarme—, estando en
misión de ocupación en Irak, tras la cruenta inva-
sión y saqueo de los museos de Bagdad, oyó rela-
tar esta historia por parte del profesor Ishmail
Z‘wari Mahmoud, quien por esos días intentaba
infructuosamente detener el inicuo saco de mile-
narios tesoros culturales de una de las cunas de la
civilización mundial, efectuado al amparo de la
invasión extranjera.

Pero el profesor Ishmail Z‘wari Mahmoud,


fue asesinado junto a muchos intelectuales y do-
centes por los grupos de exterminio de las fuerzas
invasoras norteamericanas.

Sin embargo éste tuvo tiempo de escribir este

47
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

relato antes de ser ejecutado, el cual confió a un


anónimo habitante de Bagdad para la posteridad.
Helo aquí.

Hace muchísimos años, tantos que no pu-


dieron haber sido calendarizados, el visir Shaar
Ib’niz y sue numerosa comitiva, en viaje hacia
Ishkandar, se detuvieron en un oasis para un me-
recido reposo, en casa de un varón justo de nom-
bre Khemail Ish Fahan.

Khemail Ish Fahan comentó al Visir Shaar


Ib’niz —el cual se hallaba de paso, en misión de
recaudar los impuestos de vasallaje—, acerca de
las maravillas de Ishkandar, reino tributario del
Gran Rey de Persépolis. Desde perlas del tamaño
de cocos, diamantes del brillo de un sol, palacios
lujosos con la majestuosidad de monumentos y
miniaturas apenas visibles al ojo humano, como
una joya diminuta en oro y platino representando
un oasis esculpido no mayor que una uña del me-
ñique.

El Visir Shaar Ib’niz prestaba atención au-


ditiva a Khemail Ish Fahan, su anfitrión, con los
ojos abiertos del tamaño de huevos de roc, y los

48
22 CUENTOS ESCOGIDOS

oídos atentos como lebrel afgano. Estaba de visi-


ta por Ishkandar en representación del Sha’inshah,
el Rey de Reyes de Persépolis, capital del reino
feliz; o por lo menos, así lo creía el soberano, tan
crédulo él como sus vasallos, gracias a sus dili-
gentes informantes, de atroces memorias, imagi-
nación excesiva y falaces lenguas.

Sabía de la tendencia de los iranianos a la


magnificencia, la ostentación y la exageración,
sólo superadoa siglos más tarde por los andalu-
ces, los tejanos y los brasileños, y quizá los para-
guayos; pero tenía a bien creer las maravillas re-
latadas por Khemail Ish Fahan, ya que éste tenía
fama de veraz y varón justo, pero aún así, le cos-
taba admitirlo.

Khemail mencionó la calidad de las alfom-


bras de laboriosos y pequeñísimos puntos de teji-
do, cuya confección demandaba años de trabajo
y casi una vida de consagración a la obra, donde
adultos, mujeres y niños participaban en familia.

Algunas de éstas poseían poderes mágicos


desde el momento de su concepción y diseño y
tenían fama de milagrosas; pero esto último no

49
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

estaba del todo confirmado. Al menos el Visir


nunca hubo visto una de ellas, y suponía que el
interlocutor tampoco. Este relató al Visir que su
abuelo hubo tenido pactos con el mismísimo Ahri-
mán, habiendo poseído una de estas alfombras
mágicas y cierta vez viajó a Bagdad en la misma,
y regresó de igual modo.

El Visir tenía por misión recaudar tributos


para el Sha’inshah, de las arcas de los reyes vasa-
llos; e Ishkandar era parte de sus reinos tributa-
rios, por lo que debía estar satisfecho de cuanto
hubo oído y lo que ello significaría para su mi-
sión. El diezmo del reino de Ishkandar sería de
una magnificencia incalculable a su entender, al
menos si su prosperidad no fuese más que espe-
jismo para la exportación.

Tras beberse un té salado con grasa de car-


nero (exquisitez de los árabes, turquestanos, mon-
goles y persas ), el Visir obsequió a su anfitrión
Khemail Ish Fahan, un zafiro de treinta y dos qui-
lates en prenda de amistad antes de proseguir su
viaje a Ishkandar. Khemail por su parte, obse-
quió al Visir una de sus magníficas alfombras y

50
22 CUENTOS ESCOGIDOS

otra para el Sha’inshah, en prenda de lealtad y


obediencia al Gran Rey.

El Visir alabó el magnífico trabajo artesanal


de los súbditos de Ishkandar, ponderando la pa-
ciencia de sus artífices y su casi oblación sacrifi-
cial en aras de su misión de crear una obra, tan
cercana a la perfección como lo permitiese El Li-
bro. El Al Qurain (Corán) dice que sólo la obra
de Allah es perfecta; el hombre es apenas la co-
pia imperfecta del Original ¡loado sea Allah! Por
lo que toda obra humana sería casi errónea. Caso
contrario, en la búsqueda de Lo Perfecto se incu-
rriría en pecado de soberbia contra Él.

De tanto hilar e hilar, con la fe puesta en su


obra que tienen los artífices, que parte de su ener-
gía impregna el tramado de su alfombra, en el
momento de la concepción, de los colores y los
nudos del tejido.

Una alfombra es sacrificio de años de traba-


jo si realmente el artesano se entrega a ella en
cuerpo, mente y alma. Y con él, sus auxiliares,
generalmente mujeres y niños de su familia. Y no
siempre la venden a buen precio.

51
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Algo parecido a quienes trabajan toda su


vida en una corporación, y en pago reciben sala-
rio de subsistencia y endeudamientos deficitario,
más una jubilación de miseria.

Y es acerca de la magia adquirida por la al-


fombra —que las más de las veces actúa con vida
propia—, cuanto desearía acotar al relato de Khe-
mail Ish Fahan a los oídos del Visir Shaar Ib’Niz.

La magia de las alfombras de Ishkandar. no


reside en su propiedad de volar o vencer a la gra-
vedad, sino en ser parte de su propietario y señor.
Existen aún alfombras que tras ser compradas por
un jefe de clan, pasan de padres a hijos por cien-
tos de generaciones sin deteriorarse, tal es el cui-
dado que le es prodigado a una alfombra y aún
más a las mágicas.

Dícese, aún hoy, que los tejedores de una


alfombra, a propósito rompen la simetría de algu-
nas tramas, nudos o colores, para evitar pecar en
perfección contra Allah, porque sólo Él, es la per-
fección en suma, de acuerdo a sus rígidos precep-
tos.

Aunque las alfombras preislámicas sí lle-

52
22 CUENTOS ESCOGIDOS

gaban a la perfección absoluta, pues sus artífices


desconocían la Sagrada Culpa que es artículo de
Fe de muchas religiones, incluso las judeocristia-
nas y es también conocida como el recto sendero
hacia el sagrado hastío y la perfecta frustración.

Pero aún imperfectas en forma, aunque no


en espíritu, las alfombras de Ishkandar hubieron
conquistado reinos lejanos a donde fueran lleva-
das, como trofeos de batallas, como tributos o sim-
plemente como obsequios de amistad o sumisión.

Su belleza, sobriedad y calidez sobrepasaba


cuanto húbose elaborado en humanas manos en
parte alguna del mundo y cuanto fuese conocido
en algún canto de la tierra.

Podría ser que las alfombras de Esmyrna,


de Ishtambul, de Bagdad o del lejano Hindostán
tuviesen casi el mismo trabajo, colorido y belle-
za, pero no sus virtudes y poder de seducción,
quizá atribuíbles al denodado esfuerzo de sus ar-
tesanos, los cuales se entregaban con su propia
vida como oblación.

Antes de partir para Ishkandar, el Visir soli-


citó a su anfitrión una relación conocida acerca

53
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

de los poderes mágicos de alguna alfombra; a la


que tal vez buscaría hasta encontrarla para adqui-
rirla. Necesitaría una de ellas, plena de prodigio-
sa virtud para abreviar sus largos viajes por el rei-
no de los Mil Reyes, en su función de Ojo y Oído
del Gran Rey, además de cobrador de tributos.

—Oye entonces con atención esta anécdo-


ta, ¡Oh! gran Visir del Gran Rey, porque de labio
alguno la volverás a oír, aunque puede que otros
conozcan dicha maravilla, pero mucho se guarda-
rán de describirla. Si no a causa de su temor de
desprenderse de su alfombra, quizá por su falta
de elocuencia para describir tal prodigio.

Así principió a relatar Khemail Ish Fahan a


su egregio visitante, el Visir Shaar Ib’Niz, acerca
de una de las alfombras con poderes mágicos de
ubicuidad y bilocación.

—Hace muchísimos años, tantos que ingre-


saron casi al olvido, un modesto tejedor de alfom-
bras llamado Gudnu’z Kemal, oriundo de Turkes-
tán y afincado en Ishkandar a causa de las perse-
cuciones sufridas en su país, pidió a Dios que an-
tes de morir deseaba hacer —con su ayuda e ins-

54
22 CUENTOS ESCOGIDOS

piración, claro—, una alfombra que fuese la quin-


taesencia de la belleza y la perfección.

Gudnu’z Kemal vivió en Ishkandar muchí-


simos años antes de la llegada del Islam y no co-
noció la Palabra del Profeta, pero tenía harta fe en
Dios, y a Él se encomendaba para cada obra y en
cada situación crítica en su vida. Y Dios oyó sus
plegarias otorgándole la necesaria inspiración y
fuerzas para emprender la Obra.

Y sucedió que, tras ímproba labor, ayudado


por sus seis hijos y sus mujeres, logró dar cima a
dicha obra, que por su belleza y su escasa distan-
cia a la perfección cautivara a propios y extranje-
ros en el mercado de Ishkandar donde exhibiría la
alfombra.

Un extranjero, oriundo de Srinagar y cono-


cido como astrólogo y alquimista del Rey de Is-
hkandar la vio, quedando extrañamente absorto y
cautivado ante la belleza de sus intrincado dise-
ño, que aún hoy es utilizado como patrón y mode-
lo del arte textil de esta región.

El extranjero se acercó al artífice y, tras


preguntar por el precio de tal obra de arte, extra-

55
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

ñóse de la exigua cantidad solicitada por el teje-


dor. —Te ofrezco tres veces lo que me pides
Gudnu’z, y aún más. He de rogarte que te trasla-
des a mi palacio con tu familia y te recompensaré
con largueza por tu arte. Quiero que confeccio-
nes otras para mí y te daré el poder de hacer al-
fombras con atributos mágicos. ¿Aceptas?

Gudnu’z Kemal quedó anonadado y confu-


so, pues era costumbre que los compradores de
alfombras, casi todos mercaderes viajeros, ofre-
cieran harto menos de lo solicitado y subvalora-
sen el ímprobo trabajo de los artífices. El arte del
regateo era ejercido por los revendedores, en des-
medro del arte de los tejedores y sus productos en
casi todos los reinos de Persia o Arabia. Gudnu’z
aceptó la oferta del mago y muy pronto se instaló
en una de las dependencias de su palacio, ya que
éste estaba al servicio del rey de Ishkandar. Sin
embargo, tras instalarse e iniciar la confección de
otra magnífica alfombra para su nuevo amo,
Gudnu’z tuvo un sueño que lo llenó de turbado-
res presagios. Una noche, oyó la voz (según cre-
yó) del propio Allah, que le aconsejaba volviese a
su antigua vida de pobre artesano tejedor, por que

56
22 CUENTOS ESCOGIDOS

el extranjero que lo acogía en su casa, estaba en


pactos con espíritus demoníacos y su magia era
indeseable para el omnisciente Allah.”

“En tanto, el mago había encantado la al-


fombra adquirida tiempo antes en el mercado, y
la utilizaba para desplazarse hacia su lejano país
cuando lo deseara. Nunca nadie lo vio salir por
ninguna ventana como dicen los cuentos de las
Mil y Una Noches, pero siempre volvía con oro,
pedrería y joyas de Srinagar. Según parece, le bas-
taba encerrarse en la habitación donde se hallaba
la alfombra, sentarse en el suelo sobre ella y lue-
go desaparecía con su tapiz.

Horas más tarde, antes de cantar los gallos,


reaparecía en la misma habitación como si nunca
hubiese salido de ella. En cuanto a Gudnu’z, esta-
ba apenado por el consejo onírico de Allah a que
abandonase la vida de protegido del mago hindú,
astrólogo y adivino del rey. Es que la vida de un
tejedor de alfombras no es un lecho de rosas, sino
un constante y cotidiano batallar contra las enfer-
medades, la escasez de alimentos y las penurias
del pobre. Evidentemente, nadie que haya salido

57
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

de la pobreza quisiera volver a ella. Gudnu’z tam-


poco era una excepción a esta áurea regla, pese a
los sueños premonitorios que casi cada noche lo
conminaban a alejarse del mago quien, aún a pe-
sar de su aparente bondad, andaba en pactos ma-
léficos para incrementar su poder. O al menos, eso
creía el pueblo todo (menos el rey, pero Allah sabe
más).

Este, tras notar la preocupación en el rostro


de su protegido lo interpeló a fin de sonsacarle la
causa de sus preocupaciones, aunque como buen
mago, intuía algo. Tras dudas, titubeos y sosla-
yos, el tejedor confesó al mago cuanto le revela-
ran en sueños los enviados del Todopoderoso, o
quizá El en persona. Por la gratitud que sentía
hacia su protector sentía que no debía abandonar-
lo, pero no quería perder su alma tampoco y esto
lo tenía afligido y confuso, llegando al colmo de
cometer errores en las tramas, lo que en un artífi-
ce de su fama era casi imperdonable. El mago,
Indragit Devaki, rió de las angustias del tejedor y
le sugirió que hiciese caso omiso del aviso, admi-
tiendo por otra parte el tener amigos en el mundo
de los espíritus turbulentos, aunque prefería utili-

58
22 CUENTOS ESCOGIDOS

zar sus poderes en pro del reino antes que en su


beneficio.

Le sugirió que si así le conviniese, volviera


a su casa y de todos modos le seguiría comprando
sus magníficas alfombras a buen precio para evi-
tarle penurias que malograsen su obra. De todos
modos era eso lo que deseaba, no retenerlo en su
palacio contra la voluntad de Allah. El mago de-
mostró tener buen corazón después de todo y acon-
sejó al tejedor ser humilde en la magnificencia de
su arte.

—No te daré magia para tus alfombras,


Gudnu’z, pero si eres grato a Dios y al rey, ten-
drás tu recompensa. Con la habilidad que posees,
no precisas de magia alguna que envanezca tu
espíritu. Yo me gano la vida con mis artes adivi-
natorias y alquímicas. Tú con lo tuyo, que es tu
mayor riqueza.

Gudnu’z Kemal agradeció al mago sus pa-


labras y prontamente abandonó el palacio, retor-
nando a su humilde morada. En cuanto a sus al-
fombras, pudo terminar unas diez antes de entre-
gar su alma a Allah y su oficio a sus hijos. Mas,

59
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

de todas sus alfombras que por el mundo están,


sólo la del mago Indragit Devaki el brahman po-
seyó el verdadero poder de translación y biloca-
ción. Y esa alfombra ha sido contemplada en Bom-
bay, en la India.

El Visir Shaar Ib’Niz quedó impresionado


con el relato de su anfitrión y preguntó a éste quién
era actualmente el poseedor de la alfombra de In-
dragit Devaki, ya que siempre deseó poseer una
que le aliviase la duración de sus prolongados via-
jes por el reino.”

—Una alfombra de Ishkandar cuesta lo que


os pidan por ella, pero si es mágica, todo el oro de
Oriente sería poco para poseerla ¡Oh Gran Visir!
Pero si eres magnánimo y justo con los vasallos
de Ishkandar ante el Gran Rey, tal vez puedas ob-
tenerla, aunque algún sacrificio te demandará. Es
difícil ser justo y a la vez misericordioso. Espe-
cialmente para con los pobres.

—Si es preciso, he de pactar con el mismí-


simo Ahrimán para ello, Oh generoso Shamir. Mas
no he de renunciar a poseerla aunque sea por últi-

60
22 CUENTOS ESCOGIDOS

ma vez en mi vida.

—Todo prodigio es obra de Allah, ¡Oh Visir


del Gran Rey! Pero no harías bien en ser ingrato a
Dios pactando con el Mal. Puede que la humil-
dad y la generosidad te abran puertas que el pro-
pio Ahrimán no pueda abrirlas. Y ahora, toma mis
presentes y emprende el camino. Ya tendrás noti-
cias mías.

El Visir se despidió y encabezando su cara-


vana se dirigió a Ishkandar, a fin de recaudar tri-
butos del rey vasallo. Durante el largo trayecto
pensaba en la alfombra mágica y al mismo tiem-
po en lo que exigiría al rey tributario como pre-
sentes para el Gran Rey.

Luego recordó las palabras de Shamir Ish


Fahan quien lo acogiera en el oasis. “Si eres
magnánimo y generoso...” . Evidentemente, la
apresurada declaración suya de hacer hasta un
pacto con el Malo, no era lo mejor de cuanto hubo
salido de su boca y ya estaba arrepintiéndose de
ello.

Tomó el Al Qurain que llevaba consigo y lo


besó respetuosamente, encomendándose a Allah

61
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

para que lo guiase en el más acá en el arte de ser


justo, que es una de las artes más exigentes y don-
de más fácil es equivocarse.

Tras dura travesía, a camello y caballos, el


Visir llegó a Ishkandar siendo recibido con hono-
res por el rey vasallo Quraish Shamr Rudin, el
Tigre de Ishkandar (casi todos los reyes guerreros
tienen sobrenombres de animales fieros, por más
que hayan perdido batallas o partidas de ajedrez),
quien honró al Visir con la mejor de las doncellas
de su reino para que lo acompañase durante su
visita: su propia hija Naifah. Pero ésta se resistió
a servir de carne de lujuria y al enterarse de la
inminente pérdida de su doncellez, corrió a sus
aposentos y se encerró en ellos. Su padre la con-
minó a salir y cumplir con su deber de Estado,
mas Naifah optó por ingerir un poderoso veneno
antes que entregarse al Visir, que por cierto ya le
llevaba harta ventaja en años. El rey de Ishkandar
llamó en vano a las puertas y envió a sus guardias
a derribarlas, hallando tras éstas a su hija única
agonizando en su lecho. Furioso el rey ordenó
degollar a las ayas de su hija Naifah, pero el Visir
detuvo su mano.

62
22 CUENTOS ESCOGIDOS

—No he venido a servirme de tu hija, ni te


la he pedido. Antes debiste preguntármelo. Sien-
to mucho que tu hija haya llegado a esta extrema
decisión a causa de tus deseos de caerme grato,
pero no permitiré que viertas sangre inocente de
algo que tú mismo has provocado. Y a partir de
hoy, responderás de tus acciones ante mí y el
Sha’inshah de Persépolis. Me he jurado a mí mis-
mo no permitir más injusticias en el reino. Y aho-
ra, haz un funeral digno de tu sangre para Naifah,
quien se lo merece. Ha defendido su tesoro con su
vida, cosa que tú nunca has intentado, antes prefi-
riendo el vasallaje a la lucha, pese a llamarte el
Tigre de Ishkandar. Y ahora, te ruego que me de-
jes solo, que prefiero la soledad a la compañía de
un chacal con nombre de tigre.

Quraish Shamr Rudin quedó anonadado ante


la severidad del Visir y ordenó que las honras fú-
nebres de la princesa Naifah fuesen las mismas
de un rey. Luego se encerró en su estancia a llorar
como un niño porque en el fondo amaba mucho a
su única hija, cuya belleza eclipsaría a la misma
luna y a las flores de su jardín.

63
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Apenas amaneció al día siguiente de la muer-


te de Naifah, el Visir asistió a sus funerales, tras
velar toda la noche con los hermanos de la prin-
cesa. Cuatro de ellos se comprometieron a partir
con el Visir a fin de servir al Gran Rey en Per-
sépolis y ser custodios de los tributos anuales que
su padre enviaba al Sha’inshah.

Lo que ignoraba el Visir es que entre las


magníficas alfombras que el Tigre de Ishkandar
mandó envolver para obsequio al visitante, se ha-
llaba una que había pasado por las hábiles manos
de Gudnu’z Kemal... y por los encantos del mago
Indragit Devaki: y llegara a las suyas a causa de
sus deseos de justicia como premio de Allah, que
como todos saben —o creen saber—, es grande,
justo y misericordioso. Al menos, hasta que se
demostrase lo contrario.

64
22 CUENTOS ESCOGIDOS

5
Los espectros de
La floresta
Anochece entre los cerros del azul Amam-
bay, como quien no quiere la cosa. El horizonte
insinúa un rojo sucio de sol agonizante y polva-
reda, apenas disimulado por el follaje. El astro
rey lanza sus postreros y mortecinos rayos —ya
casi fríos tras la caliginosamente brumosa tarde—
, antes de ir a acostarse allende las anfractuosas
serranías. El frescor del aire invita a la lumbre y
a la frugal refección de sorbos de caliente infu-
sión de mateína.

Pensé en lo lejanas que quedaron en el tiem-


po las tropicales florestas devastadas por algunos
inescrupulosos terratenientes de la región, confa-
bulados con empresarios fronterizos y capitalinos
de las altas escuelas delictivas de la política sal-
vaje del “dinero ante todo”.

Esa tierra misteriosa que conocí en mi ju-


ventud estaba preñada de verdes multicolores, de

65
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

horizonte a horizonte; y engalanada de leyendas


con su histórica raigambre de heroicas remem-
branzas.

No. ¡Ustedes no han visto lo que yo! Inclu-


so llegué a penetrar —cual seductor furtivo de
sílfides— en sus entrañas, sin sol pero bullentes
de vida. ¿Podrían imaginar tanto verde?

Los otrora gigantescos urunde’ymi —o pe-


robas, como dicen los rapaces rapiñeros rapais—
, cubrían de doseles umbríos a los de mediano
porte, los que a su vez recubrían solícitos dupli-
cando la lobreguez, a los arbustos. Y éstos final-
mente, al suelo feraz y húmedo, donde a pleno
meridiano apenas veías las puntas de tus botas. Y
si llevaba algún sombrero ¡ahí sí que ni siquiera
podría ver la hora en un reloj de pulsera! ¡A eso
llamo yo floresta, y no a esa barata imitación de
bosque tropical que nos «prestó» el Banco Mun-
dial para cuando ya no existamos como país, sino
anexado por alguna sub potencia tercermundista
limítrofe y lejana a la vez!

Bueno. Esa tarde, a la hora de la triste se-


pultura del sol veraniego, el viento norte azotaba

66
22 CUENTOS ESCOGIDOS

los árboles con polvillo bermejo de óxido ferroso


haciéndolos gemir, si no de dolor, de epicúreo pla-
cer. Consideré justo y preciso hacer un alto.

Me desprendí de la pesada pero indispensa-


ble mochila, pues debía juntar las suficientes ra-
mas secas para la hoguera. Quedaba poca luz, y el
fuego no debía estar ausente de mi compañía. Mi
hachuela y mi cuchillo fueron conmigo a por ellas.
Cuando hube reunido las suficientes, armé mi tien-
da de mochilero, y puse agua en la calderilla para
unos mates amargos.

Los seres que pueblan la nocturnidad selvá-


tica comenzaban a hacer oir sus reclamos crepus-
culares. Aves, reptiles, quirópteros e insectos lan-
zaban sus endechas, sus himnos cacofónicos y sus
llamados al éter, quizá intentando comunicarse con
sus congéneres o reafirmando su territorio vital
en vías de desaparición.

Aspirando profundamente el aroma a vida


bullente, desenfundé mi guitarra y acompañé con
su tañido metálico al hirviente coro nocturnal. Los
trémolos, acordes y arpegios no lograron domi-
nar al vocinglerío, pero aliviaron la fatiga de la

67
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

larga marcha que me trajera hasta el sitio, desde


la fronteriza Pedro Juan Caballero (el verdadero
apellido del militar epónimo es Cavallero, pero
por razones que ignoro, quedó en la grafía actual).
El objeto de mi presencia en la selva era, sin duda,
registrar y documentar fotográficamente la den-
sa flora, y de ser posible, algo de su variadísima
fauna.

La noche se me hizo larga y fría como beso


de cadáver. La cercanía de probables fieras me
hizo avivar constantemente la fogata hasta agotar
los leños reunidos. Ya casi al alba pude dormitar
algo, hasta que cesó repentinamente el fresco
percibiendo los cálidos dedos del sol penetrar en
la tienda para despertarme, junto con los diurnos
sonidos de bestias y vegetales susurros. Tras otro
mate y un frugal rompeayunos de huevos duros y
galletitas de avena, enfundé carpa y guitarra y
me dispuse a proseguir mi periplo por los veri-
cuetos de la floresta aún Virgen, aunque a medias.

Algunos fronterizos me habían hablado con


respetuoso temor acerca del mítico “tesoro de
López”, que el caudillo acorralado —en las pos-

68
22 CUENTOS ESCOGIDOS

trimerías de su muerte, en el lugar conocido como


Cerro Corá—, mandara enterrar, dizque para evi-
tar que cayese en manos de la rapiña aliada. Re-
cordé haber leído algo al respecto en “Una ama-
zona” de William Barrett, y algunas referencias
de Arsenio López Decoud, en uno de sus libelos
contra la irlandesa Elisa Lynch. Esta, supuesta-
mente fue encargada por su compañero, con la
misión de hacer humo al tesoro del Estado para-
guayo, y tras el enterramiento a orillas de un ria-
cho cuyo nombre no se consigna, separó uno de
cada diez hombres del destacamento de cien que
la acompañó, y los mandó fusilar. De los restan-
tes, separó uno de cada nueve, repitiendo la orden
hasta que no quedaron más que dos, a los que ella
ejecutó personalmente con pistola.

Ya sola (Según Barrett, la acompañaba el


coronel Franz Wisner von Morgenstern, inge-
niero austrohúngaro al servicio de López y de la
confianza de éste, por ser misógino confeso), vol-
vió junto a su compañera hasta Cerro Corá, don-
de se libró la última batalla de la guerra grande.
Luego, ya prisionera, fue confinada en un barco
extranjero y llevada a Buenos Aires bajo protec-

69
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

ción británica. Posteriormente, el tesoro se per-


dió en el océano proceloso y profundo de las le-
yendas. Según los lugareños viejos, en ciertas
noches tormentosas, aún se oyen los estampidos
de los fusiles y cañones aliados y los gemidos de
heridos y moribundos en las cercanías del sitio
mencionado. Pero el “tesoro” de marras nunca
fue hallado y el secreto de su mítico sitio de em-
plazamiento murió con la Lynch, quien fue inhu-
mada en el cementerio de indigentes de París, Père
Lachaise, en una fosa común quizá.

Meditaba acerca de estos relatos lindantes


con lo mítico, mientras caminaba al albur en los
senderos abiertos por los tapires y los indígenas
Ka’yngwã o Pãi’ tavytërã, que habitan aún la re-
gión. Consulté mi reloj y comprobé que la maña-
na estaba muy avanzada. Según mi brújula, esta-
ría en las inmediaciones de un asentamiento in-
dígena, conocido como Yvypyte cerca del legen-
dario Cerro Guazú o Jasuká-Vendá, el omphalos
guaraní u ombligo del mundo. La densidad de la
espesura me impedía orientarme o divisar el hori-
zonte, y apenas disponía de agua, por lo que recu-
rrí a mi olfato para llegar hasta el río Ypané, a

70
22 CUENTOS ESCOGIDOS

cuya vera estaría el poblado.

El rugido de un jaguar me puso los pelos de


punta. Rogué in mente a los dioses, que estuvie-
se satisfecho y ahíto. Nada hay más peligroso que
un jaguar hambriento. Supe que los genios de la
floresta oyeron mis preces, pues el animal se ale-
jó con un ágil salto, elástico y esbelto, tras ser
retratado por mí. Por las dudas, empuñé mi cá-
mara, conectando el flash que lo encandilara. Su
resplandor me serviría para ahuyentar otros bi-
chos que se interpusiesen en mi sendero.

Más tarde, mi reserva de agua acabó, y ni


trazas de arroyo, y menos aún de río alguno. De
pronto, un claro en medio de la selva me llamó la
atención. Con los sentidos en alerta me aproximé
sigilosamente. No observé humano alguno, aun-
que sí algunas plantas de cannabis en etapa de
floración,de las que abundan por la región.

A poco, la carencia de agua potable, su-


mada al calor sofocante del vientre de la selva me
indujeron a detener mis pasos y tomar un resuello
continuando mi ya desorientada caminata por la
jungla.

71
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

A la hora, la mochila duplicó su peso sobre


mis exhaustas espaldas, y la sequedad de mi len-
gua no hallaba paliativo. El estado de conciencia
estaba tomando otro cariz, y los colores de la sel-
va se acentuaban llamativamente. Y más aún para
un inveterado observador de los grises urbanos,
donde un lapacho amarillo es todo un precioso
acontecimiento.

La deshidratación, debida a la carencia del


líquido elemento, me hizo trastabillar de tal for-
ma que, casi golpeé mi guitarra contra un tronco.

Me detuve en dicho lugar bruscamente. Las


lianas se me antojaban casi burlonas serpientes, y
las gigantescas perobas monstruos no del todo
malignos. Con mis últimos atisbos de normali-
dad consulté la hora y me enteré de que apenas
era mediodía. Se me antojaban lustros desde que
comencé a caminar por la jungla.

¿La ilusión me devoraba, o era real lo que


veía? No lo sé con certeza. Siete individuos de
torva catadura y uniforme raído de olvidadas
remembranzas decimonónicas me miraban silen-
ciosos y fijos como mal labrados troncos de que-

72
22 CUENTOS ESCOGIDOS

bracho. Los siete tenían sangrantes cicatrices en


el pecho, como...como si...

Cerré los ojos, que a esta altura casi no me


servían para maldita cosa, pues mi imaginación
parecía prescindir de tales órganos. Los reabrí y
los siete proseguían mudos y helados en su sitio.
Reconocí sus uniformes, por haberlos visto en el
museo del Ministerio de Defensa Nacional como
efectivos del aniquilado “Batallón 40” de la gue-
rra grande, masacrados en su totalidad antes de
la última batalla. ¿Cuánto tiempo antes? más de
cien años, creo.

Mi mente se aceleró intentando comunicar-


se con los fantasmales restos perdidos en el espa-
cio-tiempo de algún espectral limbo.

—Mba’éichapa lo’mitãkuéra —intenté bal-


bucear en mi mal hilado guaraní, a manera de
saludo. ¿Serían estos espectros quienes cultiva-
ban el ahora clandestino cáñamo? La locura, que
intentaba tomar la fortaleza de mi conciencia, re-
trocedió momentáneamente. Por fin, los fríos
despojos de tiempos pretéritos decidieron romper
su mutismo de siglo, pero para mi desconcierto,

73
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

en un correcto castellano, algo demodèe y deci-


monónico .

—¡Estamos firmes en nuestro puesto de cus-


todios de la nación, su merced! —díjome el más
apuesto y compuesto (lo que es decir mucho) de
los siete. Los otros asintieron con un torvo ade-
mán y ceños en actitud de alerta desconfiada, ante
la intrusión de un sapo de otro pozo, como yo me
figuraba a mí mismo.
—Nuestro querido caudillo, el mariscal pre-
sidente, nos ha confiado la misión de custodiar
los bienes de la república desde el más allá. Y lo
seguiremos haciendo por los siglos de los siglos,
aún renunciando a nuestra efímera vida terrenal.
Y sepa vuestra merced, que nadie profanará el te-
soro de la república, sino cuando desaparezca el
último deshonesto y traidor de los límites de nues-
tra patria.

—¡Mucho tiempo van a esperar entonces!


—respondí sin sorpresa—. Pues de ellos, está lle-
no el país... (era el vigésimo año de la tiranía, lo
recuerdo bien, toda una bidécada de infamia.)—,
y por la cuenta aumentan sin cesar.

74
22 CUENTOS ESCOGIDOS

—¡No tenemos apuro, vuestra merced! Para


nosotros, el tiempo no camina casi. Pero vendrá
el día en que deberemos entregar el tesoro de la
patria a quienes lo merezcan, para ayudar a con-
truir el bienestar del pueblo. Hasta entonces, lo
guardaremos celosamente, como nos lo ordenara
nuestro karaíguazu, su Excelencia don Francisco
López. Recién después de cumplir con nuestra
misión, descansaremos en paz.

—¿Es cierto que tras esconderlo fueron fu-


silados por la...este...señora del mariscal? —pre-
gunté a los fantasmales soldados. En esos mo-
mentos la lucidez había derrotado los vahos de la
sed y me permitió hilar el diálogo sin titubeos ni
temores.

—¡No, su merced! ¡El propio señor presi-


dente, el mariscal, nos lo ordenó expresamente!
Los más antiguos de nosotros debíamos matar a
los más novatos. Luego nos matamos los que que-
dábamos para no caer en manos de los aliados y
sus traidores cipayos nativos, los perros afrance-
sados de la legión, que guiaran a los enemigos
contra su propia patria. El tesoro de la nación

75
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

seguirá ahí, libre de la nefanda profanación de los


chacales de las nuevas tríplices de las logias de
siempre —respondió el jefe del grupo. Los de-
más, asentían mudos, con ademanes adustos de
rigor.

—Estoy muriendo de sed... ¿no tendrían un


poco de agua para beber? —pregunté algo acu-
ciado por la deshidratación galopante.

—No, su merced. No necesitamos comer


ni beber, pero le indicaremos el camino al río
(Ypané), No queda lejos, derecho al noreste... por
esa picada.

—¿Y vino realmente la… madama con


ustedes hasta el sitio ése? —volví a preguntar.

—No. El mariscal ya comenzaba a des-


confiar de esa mujer. Vinimos sólo los escogidos
del “40”. El mariscal personalmente nos dio ins-
trucciones de enterrar los cofres y baúles queman-
do luego las carretas lejos del sitio. Los últimos
dos que quedamos vivos enterramos a los de-
más, y tras alejarnos bastante para no dejar hue-
llas, disparamos el uno contra el otro, para cerrar
la operación. Si la gringa dijo poseer el secreto,

76
22 CUENTOS ESCOGIDOS

mintió.

—Entonces, está en buenas manos... —agre-


gué , haciéndoles la venia, mano a la sien. —Idos
en paz, hermanos.

A esto, los espectrales guerreros del pasado


se diluyeron en la caliginosa tarde de un lugar del
Amambay. La sensación de sed fue desapare-
ciendo paulatinamente, como por milagro. Los
vapores de la locura y el delirio también. Tras una
reparadora noche, me levanté al alba y luego de
corta caminata al noreste, llegué a orillas del Ypa-
né, donde una aldea indígena invitaba al reposo.

Años después, retorné al lugar. Todo había


cambiado. Sólo matorrales y lagartos quedaban
de la otrora umbría mata (se me pegó el argot
portugués) atlántica del Amambay, y de su fauna.
Cerros desnudos y campos erosionados testimo-
nian hogaño cuanto se ha desperdiciado. Con ésta,
van tres grandes guerras que hemos perdido.

¿Que cuáles guerras, me preguntan ustedes?


Pues... la primera, contra la triple alianza y la banca

77
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

británica; la segunda contra la cobardía que nos


hiciera ceder gran parte del territorio conquistado
en la guerra del Chaco. ¿y la tercera? Pues, contra
la ignorancia, la delincuencia y la corrupción.

El crimen organizado ya forma parte indivi-


sa de la estructura del poder. Y dicha situación
tiene visos de durar mucho tiempo, hasta que los
paraguayos despertemos de nuestro letargo de si-
glos, mediante el saber y el conocimiento de la
realidad.

¿Saben muchachos? Correrá mucha sangre


aún, antes que la decencia y la ética retornen a
nuestra cultura cotidiana. Mientras, los espec-
tros de la floresta seguirán firmes en sus puestos,
aguardando esos días.

Bueno. Ahora les dejo, pues debo ir a casa


a pasar por escrito esto que acabo de relatarles, no
sea que la memoria, —que por tanto tiempo he
guardado en vigilante recuerdo—, se me diluya
homeopáticamente hasta el olvido absoluto.

78
22 CUENTOS ESCOGIDOS

79
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

6
Prisionero
En el laberinto
No sé cómo pudo haberme ocurrido. Tal
vez me haya pasado por alto algún detalle.

Y esto, es de importancia clave. Un detalle


puede parecer simple forma cuando logra real-
mente ser el fondo de las cosas. Creo que me
explico. Recuerden la cita del viejo Benjamin
Franklin en el Poor Richard’s Almanac: “Por falta
de un clavito, se perdió una herradura; por falta
de la herradura, se perdió el caballo; por falta de
ese caballo se perdió el caballero y por falta del
caballero… se perdió la batalla”. Vean entonces
ustedes si no son importantes los detalles más ni-
mios.

Tal vez deba insistir en preocuparme, o


mejor aún ocuparme, sin pre-fijos, de los maldi-
tos detalles. Es que en mi infancia dediqué todo
mi tiempo a cargar sobre mis espaldas el pesado
bagaje de la futura adultez. Casi no me sobró
tiempo para jugar a ser niño. Mi padre, militar en

80
22 CUENTOS ESCOGIDOS

retiro, artesano-hombre-orquesta-exiliado, me in-


culcó el amor a la precisión y a la eficiencia, por
humilde que fuese el oficio. Mas descuidé cier-
tos detalles y ahora, perdido en esta maraña topo-
lógica de la subjetividad, no puedo menos que
recapacitar y reprogramar mi psique; esa caótica
factoría de ideas y palabras. Ese altillo de viejos
trastos conceptuales inútiles. Ese informe camba-
lache marroquí del pensamiento irracional. No
me preguntéis cómo lo haría. Si hoy yo lo supie-
ra, ya lo tendría hecho.

Desde muy parvulillo me inculcaron cuan-


to hoy me atenaza, condiciona, asfixia y rodea. Y
los fuertes lazos, gordianos y espinosos de las ideas
pueden enredar nuestra vida toda.
¡Ah! algunos de vosotros tenéis hijos, su-
pongo. ¿Sí? entonces me comprendéis con hol-
gura. También todos habéis pasado, aunque sea
fugazmente, por la niñez hasta quedar atrapados
en la telaraña de la sociedad, de la saciedad y sus
mitos, las responsabilidades (y lo otro), los pre-
conceptos, los prejuicios, las precondenas y hasta
las pre ejecuciones sumarias y restarias. La in-
justicia en suma.

81
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

A veces intento desafiar al laberinto de la


conciencia y buscar la salida del protervo mons-
truo profano del prejuicio, que lo habita ¿irreme-
diablemente? Bueno, siempre uno tiene la espe-
ranza ciega de divisar la luz al borde del pozo,
aunque sea ilusoria. Una vez que te dejas atrapar
por la traidora boca, te pierdes en sus meandros.

Sí. ¡Sé que vosotros estáis frente a mí y me


veis todos los días ir a mis ocupaciones en el
ómnibus de siempre. Pero ese... no soy yo. Es
apenas una cáscara de mí. Carne que derrotó al
espíritu y lo redujo a objeto desmemoriado e in-
tangible. No, amigos, eso que veis, no me perte-
neció nunca. Muy pocas veces me he manifesta-
do como soy realmente. Esa piel, vestida o dis-
frazada de rutina que veis cotidianamente ocupar
mi espacio; extraviada, sola y obnubilada en un
tenebrido tunel sin tiempo, no soy yo.

¡Y todo por los malditos detalles!

Tal vez tuviérais razón. Lo pensaré. Todo


puede ser posible, probable y relativo. Pero ya lo
dijo el genio de la relatividad: Einstein: Más fácil
es romper el átomo, que un prejuicio. A lo que

82
22 CUENTOS ESCOGIDOS

agregaría: Los juicios podrían ser justos, los pre-


juicios jamás. Pero no orinemos fuera del tarro.
Os repito que el que os habla, no es aquél que
veis y tratáis todos los días. En este momento, he
roto un agujerito en la cortina que me separa de
los sabios, es decir: seres conscientes y he podi-
do echar fugaces vistazos al ¿mundo? que por
desidia he perdido. No. No podría entrar allí
aunque la brecha sea mayor. No entran quienes
deambulan por los pasillos invisibles del laberin-
to del prejuicio. Si bien, es cierto que existen
millones de perdidos como yo, no es menos cier-
to que aquéllos no son conscientes de su estado
en tanto que, quien os habla, supo cuánto ha per-
dido. Y por ello, sufre más que esos muchos mi-
llones. ¡Y hasta me atrevería a decir que por to-
dos ellos y sin posibilidad alguna de redimirlos
con mis dolores de alma!

No puedo saber, ni profetizar por cuánto


tiempo más he de transitar a tientas, alejado de
todo atisbo de humanidad. Tal vez mi lento y ale-
targado peregrinaje por las sombras sea total y
permanente. O quizá sea una prueba de los dio-
ses, hasta descubrir la llave que me abra los por-

83
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

tales de la sabiduría y me encienda las luces de la


razón pura. Lux ex tenebris.

¿Hallaré la clave alguna vez? Los locos e


iluminados tienen razones que escapan a todo
razonamiento. Lo único positivo es haber caído
en la cuenta de mi caída. Sólo me queda ahora
aprender a levantarme. ¡Pero esto último me po-
drá demandar una eternidad! Y cuando digo eter-
nidad no me refiero sólo a un instante elongado
hasta el infinito espacio-temporal sino a la oscu-
ridad que rodea a nuestro magrísimo entendimien-
to cual pantano pestilente, impidiéndonos proyec-
tarnos hacia la luz.
Supongo que me entendéis. ¡Tanto me da!
Pero no me miréis con esa cara, como dudando de
mi cordura, que de todos modos no brilla por su
equilibrio. Os insisto, que estoy tras las fortísi-
mas rejas de un condicionamiento mental: El pre-
juicio. Tras ellas, puedo andar ¡y mucho! Pero no
estoy dado a transponerlas. Mis padres y la so-
ciedad tenían las llaves, y me las han negado, y
me volví renegado. ¡Negado dos veces!

Insisto, muchachos, en que no soy ese que

84
22 CUENTOS ESCOGIDOS

veis de sol a luna transitar por estas calles y vere-


das. Es más. Ni siquiera soy. Voy apenas devinien-
do hacia el ser, y el camino es arduo. Per aspera
ad astra. ¡Habládme, preguntádme, y si lo deseáis,
insultádme. Pero no me habléis de libertad; esa
Virgen desconocida que se niega a sonreírme.
Estoy cautivo de pesada cadena de siglos. Y tal
vez, vosotros también, pero no lo habéis percibi-
do. Ojos que no sienten, corazón que no ve, o algo
así.

Es cierto que puedo rebelarme contra el pre-


juicio. Incluso hasta conspirar y hacer un golpe
de estado contra él. Pero...¿vencerlo? ¡hum! No
las tengo todas conmigo. Y esa oscilación entre la
desesperación y la esperanza; entre la mera des-
ilusión y el júbilo; entre Eros y Thánatos, se con-
vierte en una ciclotimia pendular permanente.

Apenas creo derrotar al uno, cuando me en-


cuentro en camino al opuesto. A lo cíclico y dura-
mente dicotómico. Nunca me detengo en el punto
justo del intermedio equilibrador. Y sospecho que
allí se encuentra la llave de salida del laberinto.

85
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Sé que sois mis amigos, y hasta creo que buenos;


pero nada podréis hacer para librar mi alma de
esta prisión de invisibles pero no menos oprimen-
tes murallas.

Sólo desearía que, si tenéis hijos, no incul-


quéis erróneamente en sus mentes al pérfido pre-
juicio, que a larga angustia los condenaréis, quizá
para siempre, aunque sean inconscientes de ello.
La mente puede equivocarse, y hasta disfrutar del
lodazal. El alma, nunca. Sufrirá, aún ignorando
la causa del dolor y hasta ignorando al dolor mis-
mo, porque el alma tiene sus propios instintos que
el cuerpo y la mente desconocen.

Y esa dispersión, esa fragmentación de cuer-


po-alma-mente ha provocado tanta injusticia en
el mundo, y ha distorsionado la poca justicia que
quedaba.

Guerras, hambre, ignorancia, desolación.


Nada hubiésemos padecido sin la abundancia des-
bordante del maldito prejuicio, infiltrado en cor-
tes y vulgo; en palacios y tugurios; en hogares y
en los caminos descampados. Ese maldito ente
ha desenvainado espadas y cargado armas de fue-

86
22 CUENTOS ESCOGIDOS

go; ha hecho rodar crueles anatemas y bendicio-


nes indebidas; ha cortado cabezas inocentes y li-
berado criminales; ha perdido a filósofos y en-
cumbrado a mediocres sicofantes; ha hecho bar-
baridades y deshecho obras de arte; ha destruido
cuanto construyera el espíritu; ha hecho involu-
cionar éticamente al hombre a pesar de sus logros
tecnológicos y científicos de dudosos fines y os-
curos principios.

No. ¡No defendáis lo indefendible! Y no pre-


guntéis cómo evitar al demonio del prejuicio. Mas
bien, incluidlo como al octavo pecado capital, en
el Libro de los Hechos Condenables. Yo, en tan-
to, continuaré buscando la forma de liberarme de
tan infame cuan angustiosa prisión, a través de
las múltiples vidas de mis futuras carnaciones, cual
mítico Hércules, quien debió vencer ¡doce ve-
ces! a su Yo inferior, en otras tantas hazañas
que le valieran la libertad y un lugar en el Olim-
po. Hasta pudo liberar a Prometeo-Lucifer, el án-
gel-hombre-luz, de sus eternas cadenas y del
buitre expiatorio, ejecutor de la venganza de Zeus-
Yahvéh.

87
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Os aseguro que algún día lo lograré. ¡E in-


cluso, a pesar de mí mismo y de los dioses! ¡Aun-
que debiera romper todo cuanto haya sido esta-
blecido por las religiones, las filosofías, las cien-
cias y la sociedad! Me angustia permanecer en
un pérfido estado mental considerado como nor-
ma por el resto de las carnes sin alma ni concien-
cia que pululan en el mundo.
Lo único que me sostiene enhiesto en esta
desigual lucha contra mí mismo, es la secreta cer-
teza de la existencia de otros seres de igual con-
dición que la mía. Es decir: conscientes de cuanto
sufren, y de su prisión. Debo tratar de hallarlos
para llevar a cabo esta titánica tarea, superior a
mis fuerzas espirituales, muy menguadas ya a cau-
sa del prejuicio adquirido.
¡Burláos de mi, muchachos! ¡Decid a quien
quiera oíros, que estoy loco! ¡Proclamad a los
cuatro vientos mi aparente desvarío! Abrigo la
esperanza de que en algún lugar, otros como yo,
serán atraídos hacia mí, o intentarían quizá co-
nectarse conmigo para ayudarnos y asistirnos
mutuamente a romper las viles cadenas mentales
de la estupidez. Vosotros creéis que sois seres li-

88
22 CUENTOS ESCOGIDOS

bres con sólo empuñar vasos de licor, cerveza o


inútiles alucinógenos. ¡No! Estáis tan o más em-
bretados que quien os habla en el traicionero la-
berinto del prejuicio.

Simplemente, no habéis caído en cuenta de


ello. Como los rumiantes que van al degüello sin
saberlo... hasta que huelen la sangre del sucio
matadero, demasiado tarde para escapar de la maza
del matarife.

Recuerdo, en mi infancia los sabios conse-


jos de mis padres y maestros, acerca de no incu-
rrir en mentiras, pero apenas se veían en aprietos
me decían: “dile al cobrador que tu papá no está
en casa”.

Miles de anécdotas contradictorias pueden


avalar mis asertos acerca de la mentira llamada
educación en la que Estados, pedagogos y pa-
dres, están confabulados en esta monstruosa crea-
ción, si así pudiera llamarse.

¿Me oís? Todos somos víctimas involunta-


rias y a la vez, victimarios de las generaciones
que nos sucederán... si es que sobrevivimos a ésta.

89
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Si alguna vez pudiésemos derrotar al pre-


juicio, cosa difícil pero no algo imposible ¿me oís?
crearemos un auténtico nuevo orden en las rela-
ciones humanas. Y el hombre podrá vivir sin
dominantes ni dominados... ¡No me interrumpáis,
hostias! No existe peor esclavitud que las subje-
tivas cadenas del ego, ni victoria más gloriosa,
que la obtenida sobre nosotros mismos y nuestros
preconceptos. ¡No os riáis de mis locas ideas y
disquisiciones, que poco tiempo queda ya para
cambiar el rumbo de la historia!

Y ahora, amigos, voy a entrar de nuevo en


mi piel de costumbre. En mi biodegradable carne
cotidiana de ciudadano-robot-consumidor auto-
programable y vacío. No volveréis a oír mis lo-
cas divagaciones en torno al prejuicio, mortal pla-
ga de la humanidad. Pero no por eso seréis más
libres ni conscientes. Simplemente os quedaréis
con una hueca ilusión de libertad. La efímera li-
bertad a que os condena el sistema, inhebriantes
de por medio, para que olvidéis de vuestra verda-
dera esencia y no indaguéis en los Arcanos del
Universo.

90
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Nunca volveréis a ver a un hombre que, por


escaso tiempo, logró romper su muda, estéril e
invisible prisión para hablaros de algo a todas lu-
ces trascendente. En todo caso, quizá encuentre a
otros como yo, en algún rincón oscuro de este la-
berinto. Y ojalá seamos cada vez más. Tal vez
miles y millones. ¡Quién sabe! Nuestra mente es
el campo de batalla de los dioses. Allí, dirimen
sus justas o injustas pretensiones de dominio so-
bre nosotros, manipulándonos a través de sus cí-
nicos intermediarios del mundo material. Y allí,
en algún rincón de mi mente, lograré derrotarlos
algún día.

Y ese día, os lo aseguro, seré definitivamente


libre.

91
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

92
22 CUENTOS ESCOGIDOS

7
“Se vende esta
casa”
A:

Howard Philip Lovecraft

—Esa vieja debe estar chiflada... —comen-


tó el agente inmobiliario al tempranero cliente que,
recorte de periódico en mano, se le presentó a
solicitar informes sobre una propiedad en venta.
—Insiste en vender esa vivienda, casi morienda y
en ruinas, al precio de una mansión seminueva.
No creo que a Ud. le guste la casa ni el precio,
pero si insiste, le llevaré a conversar con esa ¡ejem!
señora.

El visitante, hombre alto y robusto, de poco


más de cincuenta ajetreados y fatigados años, asin-
tió al vendedor.
—No se preocupe Ud. por detalles. Si lle-
gamos a un acuerdo tendrá su comisión. Esa casa

93
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

es justo lo que necesito para mis ¡ejem! investi-


gaciones. Apartada, silenciosa y con pocos veci-
nos fisgones. Lo que quisiera saber son los moti-
vos por los cuales la dueña quiere venderla. Ten-
go entendido que es una anciana solitaria.

—Sí. Es viuda de un funcionario jubilado, y


su único hijo fue asesinado en circunstancias no
muy claras, hace como diez años. Se sospecha
que en un probable ajuste de cuentas entre roba-
coches o asaltantes. Nunca se supo quién lo mató,
y la policía archivó el caso. —explicó el corredor
de inmuebles de la firma—. Tal vez no se sepa
nunca los entretelones del asunto. La... este... se-
ñora no tiene parientes ni otros descendientes en
el país. Puso en venta la propiedad hace un tiem-
po, pero como verá, el precio que pide no está en
consonancia con el valor real del inmueble. La
casa deberá ser demolida de todos modo, pues
apenas se tiene en pie de puro instinto de conser-
vación y además, carece de agua corriente y luz
y desagüe, pero el solar es bello.

—Puedo ir solo, si le parece. —exclamó el


cliente—. Tengo mi auto y conozco el lugar. Tal

94
22 CUENTOS ESCOGIDOS

vez esa... dama se avenga a regatear un poco, pero


la propiedad me gusta y estoy dispuesto a pagar
el precio que me fije. Yo tampoco tengo familia.
Hice una pequeña fortuna viajando por el mundo
y no tuve tiempo de casarme y todo eso. Tal vez
más adelante.

Tras algunos intercambios de datos, el clien-


te se retiró. Tenía anotado en una tarjeta el nom-
bre y apellido de la anciana viuda y algunas señas
del lugar. La propiedad estaba en los suburbios
de Luque, pequeña ciudad satélite de Asunción,
con caminos de tierra y paisajes rurales típicos de
la zona metropolitana. El cliente decidió recorrer
los alrededores de la rústica propiedad para cer-
ciorarse de la vecindad y de sus dimensiones.
Comprobó que fuera de dos o tres tambos y ran-
chos de los alrededores, casi no había vecinos.

En cuanto a la propiedad, disponía de casi


una hectárea de quinta arbolada, aunque bastante
abandonada y cubierta de malezas. Tal vez debe-
ría invertir tiempo en la limpieza de... esa pocil-
ga, o poco menos, antes de habitarla.

—Tome asiento por favor —dijo la viuda al

95
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

posible comprador. —Estoy tan sola desde que


murió mi hijo y pocas oportunidades tengo de
charlar con alguien. ¿No tiene apuro, verdad?

—Ninguno, señora —respondió el recién


llegado disimulando su mal contenida ansiedad—
. Pienso quedarme en la ciudad hasta dejar en
orden todo a fin de mudarme lo antes posible a
este lugar. Tengo prisa por reanudar mi trabajo
de investigaciones antropológicas. Deseo cerrar
el trato ahora. Luego vendré a vivir aquí. Mien-
tras tanto, haré limpieza en la propiedad. Puedo
hacerle entrega de una seña para que Ud. dispon-
ga de otro sitio pronto. ¿No le parece?

—Veo que está impaciente por ocupar la


propiedad señor. ¿Cómo dijo, usted que se lla-
ma? —preguntó la anciana excéntrica de la ca-
sona vieja, recordando de pronto que tampoco ella
se había dado a conocer, aunque obvió ese deta-
lle.

—Hurtado. Javier Hurtado, y encantado de


conocerla.

—Bueno. Ahora, Sr. Hurtado tratemos de


sus condiciones y de la seña de que me habló. Si

96
22 CUENTOS ESCOGIDOS

le parece, concretamos luego el negocio. Noto a


Ud. algo nervioso y cansado, como si llevara un
gran peso encima.

—Disculpe, señora. Es que llevo bastante


tiempo buscando una casa para dedicarme a es-
cribir e investigar. Soy antropólogo y estuve mu-
cho tiempo por la región de los ayoreos y... mire,
aqui le hago un cheque por los primeros cincuen-
ta millones de guaraníes. Quisiera ocupar la pro-
piedad lo antes posible.

—¡Cómo no, Sr. Hurtado! Pero creo que será


mejor que me trajera efectivo y al contado. Venga
mañana con el dinero y le daré el gusto de irme a
una pensión. O tal vez me daría una vueltecita por
Europa. ¡Hace tanto la quiero conocer—Con mu-
cho gusto, señora. Mañana a la tarde vendré con
el dinero y con un escribano para...

—¡Oh! No se preocupe Ud. por el escriba-


no. Le doy mi palabra de que apenas reciba el
dinero, dejaré para siempre este lugar y podrá
protocolizarlo todo, mañana o pasado, en su es-
cribanía, a donde acudiré a primera hora. Mire,
aquí tengo una escritura pro-forma de transferen-

97
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

cia hecha por mi escribano, a la que sólo hay que


poner nombre y datos del comprador y la suma de
la transacción. Aquí tiene la tarjeta del escribano
que me la hizo y la completará sin problemas, que
mi firma obra al pie de la misma. Y le prometo
que no me verá más. Quizá me quede a vivir en
España o Italia… para siempre.

El hombre sonrió aliviado. ¡Pronto podría


iniciar la búsqueda...!

El automóvil del Sr. Hurtado tuvo que que-


darse en un taller ese día por causa de un impre-
visto percance de motor, por lo que tomó un taxi
para acudir a su cita con la anciana. La distancia
no era mucha y podría quizá caminar un poco para
serenarse. Estaba cerca de su objetivo. Tras des-
pedir al taximetrista, se internó por los ásperos
senderos de tierra que conducían a la casona, don-
de finalmente se anunció aplaudiendo, y al divi-
sar una débil luz que surgía de la puerta principal,
entró con decisión. La dama lo recibió con ama-
bilidad, empuñando un quinqué de kerosén y no
pudo evitar tener que aceptar un vaso de limona-
da. Por otra parte, el calor aún hegemónico pese a

98
22 CUENTOS ESCOGIDOS

la hora, lo exigía convincentemente, sin duda.

La anciana extendió una carpeta con el do-


cumento de propiedad, ya listo y con el recibo fir-
mado por ella misma, pero era todo tan irreal a la
mortecina luz de la farola y dos candiles, que has-
ta se sintió ridículo. ¡La anciana tenía tanta prisa
por vender, xomo él en comprar la propiedad!

Tras beber todo el vaso de limonada, algo


amarga por lo demás, Hurtado alzó su maletín
como si fuese a echar mano al dinero contante
que presuntamente traía. Luego de depositarlo
en la mesa en varios fajos de diez y cien mil, pú-
sose a leer el documento de la propiedad, en tanto
la anciana volvió a llenar su vaso con añadido de
hielo, seguramente adquirido en un almacén ve-
cino, como intentando iniciar una charla infor-
mal.

—Me va a doler mucho, señor Hurtado, te-


ner que dejar mi casa y los recuerdos de mi hijo,
pero la necesidad me obliga. ¡Soy tan pobre y
desamparada!

El Sr. Hurtado tomó distraídamente su vaso


y lo bebió con fruición. ¿Por qué tendría ese sa-

99
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

bor de almendras amargas? ¿oxidación tal vez?

—Como le dije —prosiguió la matrona—,


calculé que el asesino de mi hijo alguna vez apa-
reciese de nuevo.

El Sr. Hurtado bostezó levemente al asentir,


algo falto de real interés. No esperaba la cháchara
de la vieja, pero le seguiría la corriente. Total, al
día siguiente partiría para siempre.

Bebió otro sorbo del cítrico refrigerante y


siguió aparentemente atento a la charla de la viu-
da. Hasta parecía sabrosa la limonada que col-
maba la sudorosa y cristalina jarra que la anciana
dejó distraídamente enfrente suyo como invitán-
dolo a servirse a placer y voluntad.

—Como le contaba, esa noche en que mi


hijo vino a casa, yo no me encontraba en ella. Por
los diarios me enteré de que lo buscaba la polícía
por un millonario asalto efectuado en la capital
del Alto Paraná. Cuando regresé al día siguiente,
se despidió de mi y huyó a la Argentina. No supe
por qué, días más tarde volvió a esta casa, curio-
samente en ausencia mía nuevamente y burlando
a la policía de fronteras. Esa misma noche fue

100
22 CUENTOS ESCOGIDOS

asesinado tras cruenta lucha con su atacante...

—Perdone señora. ¿No serían varios sus...?


—exclamó inconclusamente el Sr. Hurtado intri-
gado y bostezando nuevamente. Una suave mo-
dorra se iba apoderando de él. Ya era casi media-
noche y deseaba finalizar su trámite, apurado tal
vez por el calor reinante y el exasperante parloteo
de la viuda, apenas atemperado por el refrescante
sorbo del cítrico brebaje. Un ligero malestar esto-
macal lo puso algo tenso.

—El asalto lo efectuaron dos personas, ade-


más de la participación de los entregadores pasi-
vos de la firma. Uno de ellos ha sido mi hijo y el
otro su cómplice y asesino. Nunca perdí la espe-
ranza de que éste regresara y tratara por todos los
medios de tomar posesión de esta casa, pese al
precio que pidiese, para tratar de hallar el botín
oculto en alguna parte por esta propiedad. Por tal
motivo, puse avisos en los periódicos y hasta ofrecí
una comisión a una inmobiliaria. Mi hijo escon-
dió aquí el botín que, según la prensa de enton-
ces, alcanzaba los diez millones de dólares. La

101
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

señora prosiguió relatando sin prisa ni pausa:

—Todos estos años calculé que el asesino


esperaría prudentemente. La mayoría de los pre-
suntos compradores fueron desalentados por la
excesiva cotización de la casona, y no regresaron
más, pero yo, seguía esperando. Hurtado se re-
volvió incómodo en su poltrona ¿por qué ese re-
pentino dolor de vientre? ¿Tendría retrete decen-
te esta ruina de casa? Lo dudaba. Y esta vieja char-
latana que...

—Entonces, busqué un jardinero en una ciu-


dad vecina y le ordené que me cavara un pozo
suficiente para dos metros cúbicos de basura, el
cual sería utilizado en la limpieza de esta finca
para su venta —prosiguió serena e impertérrita
la anciana sonriendo, casi se diría, siniestramen-
te—. Y créame que servirá para dar sepultura al
asesino de mi hijo, el cual ha aparecido ya para
comprar la propiedad, como yo pensaba. Y enci-
ma, con dinero contante y sonante.

El Sr. Hurtado se levantó de pronto como


para encarar a la viuda, mas sus vidriosos ojos
apenas veían una bruma enfrente suyo. Intentó

102
22 CUENTOS ESCOGIDOS

abrir su maletín para tomar algo, pero volvió a


dejarse caer en la poltrona gastada de la sala. Tra-
bajosamente oía las palabras de la viuda, y la im-
potencia de no poder intentar nada lo anonada-
ba. ¡Y esos dolores tan terribles en el vientre!

—Preferí citarlo esta noche y créame que


nadie se enterará de su visita. Tuve que poner
ayer un poco de azúcar en el carburador de su auto,
cuando Ud. Pasó por la inmobiliaria, para obli-
garlo a venir sin él. Los taxistas son más discre-
tos y de no aparecer su cuerpo en un tiempo pru-
dencial, no habría problema alguno.

El Sr. Hurtado se sentía cada vez más pesa-


do y frío. Aún estaba consciente pero ya impoten-
te para una mínima reacción. En tanto, la monó-
tona voz de la anciana proseguía martillando im-
placable como la muerte: Hurtado no podía arti-
cular palabra ni gesto y sus nublados y alucina-
dos ojos miraban al infinito en postrer estupefac-
ción, ya casi sin fuerzas, ni siquiera para mante-
ner la cabeza erguida.

—Habrá observado que la limonada tenía


un gustito como de ajenjo o almendras amargas.

103
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

¡Es el sabor del cianuro con que vengaré la muer-


te de mi hijo! Ahora estamos en paz. Mañana haré
reserva en Aerolíneas Argentinas para Roma. En
cuanto a Ud., tardarán bastante en encontrarlo...
si es que lo hallan alguna vez. Y para entonces,
los cien kilos de cal viva habrán borrado sus hue-
sos mucho antes de mi regreso. ¡Y gracias, señor,
por indemnizarme con este dinero por la muerte
de mi único hijo. También sus despojos reposan
en este predio. Tendrán mucho que discutir en el
más allá, supongo. Tardé tres años en hallar los
diez millones de dólares ocultos, que están a buen
recaudo en varios bancos del Caribe y Suiza, don-
de no hicieron preguntas. No me siento culpable
por que fueron robados a un contrabandista de
frontera. Ladrón que roba al ladrón, tiene cien años
de perdón. ¿Verdad, Sr. Hurtado? ¿O debo llamarlo
coronel Izmenardi? Mi hijo en la primera visita
me confesó lo del asalto, en complicidad con un
coronel retirado, quien proveyó de armas el plan
de operativo comando y los informes de entre-
guistas, empleados de la empresa asaltada. Pero
él, prefirió burlar a sus cómplices, huyendo con
el botin a esconderlo en casa de su madre: una

104
22 CUENTOS ESCOGIDOS

pobre viuda anciana, anónima y enfermiza...

La siniestra voz de la viuda íbase oyendo


cada vez más asordinada, como si se alejase hacia
el horizonte, mientras que su atónito interlocutor
se internaba en la neblina evanescente de sus sen-
tidos; cada vez más apagados por el dolor y la
frustración. ¡Había estado tan cerca de lograr su
objetivo! Pero el Sr. Hurtado, o quien fuese, ya
casi no podía captar palabras y no le quedaban
fuerzas para quejarse por ello. En su afiebrada
imaginación pudo, o creyó ver, al hijo de la viu-
da sonriendo irónico, esperándolo al otro lado de
la muerte, aunque con las manos vacías. Tan va-
cías como las suyas.

105
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

8
El gualicho de Mbopí Pukú
2º Premio Concurso de Cuento Breve C oomecipar 2008

Mbopí-Pukú era el prototipo del vivillo pí-


caro de principios del siglo XX, en la aún colo-
nial, bucólica y bostezante Asunción. Una espe-
cie de Perurimá o Rinconete urbano, que sobrevi-
vía en la Belle èpoque capitalina desempeñando
todas las argucias posibles, menos trabajando.
¡Ah! ¡eso sí que no! Para eso estaban los judíos y
turcos de Pettirossi y los estibadores del puerto;
los albañiles del arquitecto Ravizza o las obreras
de la fábrica de fósforos. Para Mbopí-Pukú, la
palabra trabajo no figuraba en su mmenguado
diccionario de analfabeto impenitente y haragán
sin conchabo. Más bien le recordaba a la maldi-
ción bíblica de la expulsión de Adán, aprendida
en su infancia de algún párroco. Y él no aceptaba
ser copropietario de ningún pecado poco original

106
22 CUENTOS ESCOGIDOS

como para merecer tal maldición divina.

Durante la estación calurosa (en el Paraguay


el año tiene apenas dos estaciones; el verano y el
ferrocarril) se las ingeniaba para vizcachear lo que
pudiese a pleno día y vender lo sisado. A veces al
mismo dueño. Durante el invierno, se hacía apre-
sar para pasar los días fríos en la cárcel pública o
en alguna comisaría de barrio —alrededor del ta-
cho de locro o saporó—, pues que siempre se las
ingeniaba para trabajar de ranchero en la cocina
de tropa, gracias a sus habilidades culinarias y sim-
patía untuosa como manteca de cerdo.

Era alto el hombre, y de hábitos noctívagos,


generalmente. De ahí su apodo de Murciélago lar-
go en vernáculo guaraní.

En cuanto a su nombre y apellido, ni la poli-


cía lo sabía y quizá ni él mismo lo recordaba, o es
posible que ni figurara en el Registro Civil. ¡Y
eso que era cliente habitual de los agentes caquis!
Por esos tiempos éstos eran denominados “Akãpa-
rarrayo” en alusión a sus cascos prusianos termi-
nados en punta—, con los cuales pasaba dos o tres
meses al año. Tal vez ni él mismo supiese su

107
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

origen, que era más oscuro que discurso presiden-


cial y más secreto que finanzas públicas.

Mbopí-Pukú vivía, es un decir, en las calles


y dormía en cualquier parte. Su dignidad no le
permitía mendigar, ya que su contextura era for-
nida y sus largos brazos, daban para algo más que
extenderlos a la caridad pública. Cierta vez lo
hizo, pero sólo recibió ofertas de changas, como
albañil o peón de limpieza, los cuales fueron ig-
norados por él.

Cierta calurosa siesta, contaba mi abuelo


Eutanasio, entró en puntas de pie (siempre des-
calzo y sigiloso) en una tienda, donde el judío
Natalio dormitaba apoyando la cabeza en el mos-
trador. Ni corto ni perezoso, escogió dos grandes
piezas de brin de hilo, de los que usaban para los
trajes blancos de los pitucos y petimetres tropica-
les, y los dejó caer ruidosamente sobre el mostra-
dor.

—¿Compra patrón? —dijo inocentemente el


lungo al sorprendido cuan sobresaltado tendero.

—Llevá a vender otro lado! No tiene plata


yo —atinaba a responder el somnoliento Natalio,

108
22 CUENTOS ESCOGIDOS

señalando la puerta al intruso entre broncas y bos-


tezos.

Entonces, Mbopí-Pukú tomaba las dos pie-


zas y se marchaba parsimoniosamente a buscar
otro comprador de su mercadería recién sisada.

Nada le quedaba grande. Cierta vez, apro-


vechando la caliginosa siesta asuncena y el piráku-
tu (cabeceada) del dueño de un taller de repara-
ción de máquinas de coser y, sin ser sentido ni
percibido, tomó una ya reparada y salió sigilosa-
mente como había entrado con la máquina al hom-
bro cual si fuese ligera como colchón de plumas.
Era fuerte el tipo. No sabemos a quién le vendió
la máquina. Tal vez a alguna costurera pobre de
la Chacarita o de la Loma San Jerónimo, más co-
nocida como el Curecuá (cueva del cerdo) por
entonces.

No se consigna si alguna vez pudiera alzarse


con una cocina a leña, de ésas de hierro fundido y
doscientos kilos de peso, pero era muy capaz de
hacerlo. La cleptomanía era una de sus debilida-
des más fuertes, con perdón del oxímoron

La policía siempre le seguía infructuosamente los

109
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

pasos, aunque casi nunca pudo pescarlo en un re-


nuncio o relajo. Siempre vivía y dormía alerta
como sus alados congéneres de la noche.

De Mbopí-Pukú se decía que tenía un pajé,


gualicho o hechizo que lo hacía invisible a ciertas
horas. Tal vez también inaudible e intocable en
muchos casos.

Se cuenta aún por los alrededores del Merca-


do Guazú, que cierta vez se trenzó en una partida
de truco con algunos pescadores de Varadero y no
sólo los dejó sin un peso fuerte (moneda de en-
tonces y que ya no era tan fuerte), sino que se
llevó además una ristra de pakús, surubíes y dora-
dos a venderlos por ahí.

Era diestro con las barajas, como los perso-


najes de Cervantes y tampoco era manco para los
dados. De haber nacido en Europa o en la cuenca
del Mississipi tal vez se hiciese rico como tahúr
profesional. Pero en un país pobre, recién salido
de una guerra larga, apenas lograba sobrevivir.
¡Eso sí! mañas, no le faltaban y muchos fueron
burlados por su diabólica manera de ganarse la
vida.

110
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Era de índole pacífica cuando sobrio, y po-


cos osaban cuestionarle nada, dado su tamaño y
corpulencia. Pero pasado en tragos, era algo pe-
sado el hombre y mejor huirle o hurtarle el cuer-
po.

Cierta vez, disponiendo de fondos para con-


vites, se acercó a un barco mercante recién llega-
do de Buenos Aires y, tras identificar a los tripu-
lantes del vapor, los convidó a unas rondas de tra-
gos, en uno de los tugurios de la zona portuaria.

Mbopí-Pukú solía andar descalzo y hara-


piento normalmente, pero de tanto en tanto saca-
ba a ventilar sus trapos domingueros, que se los
guardaba una de sus favoritas, y no lo desmere-
cían en absoluto, dando como para inspirar con-
fianza.

Por esos días, andaba de romance con una


costurera de la Chacarita que lo hospedaba en su
casa y compartía sus vicios de tanto en tanto. Ella
lo urgía a usar atuendos más limpios y pulcros de
los que él solía gastar, convenciéndolo de que, de
esa manera podría lograr algo más que algún «gol-
pe» de mano. Nuestro amigo, ni corto ni perezoso

111
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

se hizo de traje, chambergo de paño para el frío y


chapeau jipi-japa a lo parisién para los días bo-
chornosos, que eran los más.

Con esa pinta de compadrito gallero y su


estatura fonteriza con lo descomunal, atrajo a la
oficialidad naviera al viejo perigundín del barrio
Jaén y, tras mamarlos hasta morir, los dejó sin
blanca, sin relojes, alhajas y cuanta prenda pudo
sacar a los marinos de agua dulce con sus barajas
marcadas.

Cuando despertaron de la mona y la resaca,


estaban más pelados que el cementerio Mangru-
llo. Encima, tuvieron que dejar sus documentos
para garantizar el pago de los tragos y otros servi-
cios de las damas anfitrionas, las que alegaron
desconocer al bribonzuelo.

En cuanto a Mbopí-Pukú, se borró de la zona


por un tiempo prudencial, yendo a dar sus golpes
en otro barrio más desinformado; hacia Pinozá y
Manorã donde contaba con las anuencias cómpli-
ces y colaboradoras del gineceo local y los chulos
de la zona que lo idolatraban.

Nunca fue de armas tomar. Por lo menos

112
22 CUENTOS ESCOGIDOS

jamás se supo que portase ni siquiera un cortaplu-


mas, pero sus puños eran una máquina de demoli-
ción, aunque pocas ocasiones tuvo de usarlos, pues
que nadie se sentía con suficiente autoconfianza
como para medirse con él, salvo que por ahí, tra-
gos mediante, alguien se sintiese entonado como
para desafiarlo. Pero Mbopí-Pukú prefería pacifi-
car ánimos y en lo posible evitaba excederse en
libaciones, ya que su viveza dependía de su sere-
nidad y templanza.

En cierta oportunidad, un estanciero de


Ca’azapá, forrado de pesos fuertes y vestido con
bombachón de lino, un cinturón tipo rastra, en-
chapado de monedas de esterlinas de plata, botas
charoladas, espuelas de orfebrería y chambergo
de fino fieltro, se llegó al perigundín bailable en
donde medraba por esos días Mbopí-Pukú.

Más corto que perezoso, nuestro hombre se


acercó al recién llegado a homenajearlo con la
bienvenida de rigor: dos damiselas con sus bue-
nas horas de vuelo, sonrisa de creyón y percal,
nimbadas de perfume barato y grappa, "para el
caballero interiorano que nos honra con su pre-

113
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

sencia" y azuzó a los musiqueros del local para


que interpretasen lo mejor de su alcohólico reper-
torio de lastimero purahéi jahe’o, cuerdas desafi-
nadas y acordeón resfriado de fuelle perforado.

Dos horas más tarde, el estanciero —que


dicho sea de paso, estaba en Asunción por segun-
da vez en su vida—, quedó mamado como terne-
ro adobado y fue cosa fácil retarlo a una partida
de truco "al gasto", dejándolo más desplumado
que gallina de jueves santo.

Apenas tuvo conciencia suficiente para no


apostar sus bombachas de lino y su camisa, que
hasta sus botas charoladas con todo y espuelas,
engrosaron el patrimonio de Mbopí-Pukú y su
cortejo femenil.

Aunque tuvieron la gentileza de dejarlo dor-


mir allí al estanciero y fiarle la hospitalidad con
Ramona Carumbé; que muy bonita no era, pero la
resaca del hacendado no le daba para ser muy se-
lectivo con el gineceo del local. Éste, algo añejo
y gastado como la púa de su victrola a corneta y
discos de Caruso, Mojica y Gardel, lo más hit del
momento.

114
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Recién al día siguiente, bien entrada la me-


dia mañana, el personaje pudo salir de la resaca y
largarse a su hotel, donde por suerte dejó alguna
platita de reserva. Pero nadie le quitaría lo baila-
do y juró regresar a tomarse el desquite al truco
un día de ésos.

No pudo cumplir su promesa, porque a poco


de regresar a su valle, un rival de amores le hizo
seis orificios en el apellido y lo envió a ver crecer
raíces de ciprés al camposanto más cercano.

Pero Mbopí-Pukú, pecador impenitente y


vivillo irredento ya había saturado la paciencia de
los asuncenos. Incluso muchos periféricos que se
la tenían jurada. La policía se ocupaba muy fre-
cuentemente de él y ya no le tenían tantas con-
templaciones en las comisarías. Por lo general le
asignaban trabajos forzados en las chacras de los
comisarios o limpieza de letrinas en los cuarteles.
La pasantía en galeras ya no era llevadera ni hos-
pitalaria como antes, en que se las hacían livia-
nas.

El propio Mbopí-Pukú comenzó a tener al-


gún atisbo de dignidad y evitó al máximo las oca-

115
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

siones de caer preso, que, dados sus antecedentes


de reincidencias, no eran pocas.

Su compañera la costurera de Chacarita tra-


tó de convencerlo de que era hora de asentar ca-
beza y buscar trabajos menos insalubres y riesgo-
sos. Algo duro, para quien no hubiese sacraliza-
do nunca el sudor de ganarse el pan y los vicios,
sino que buscase las vías fáciles para vivir de lo
ajeno.

Pero de todos modos, Mbopí-Pukú prome-


tió pensarlo. Y quizá, de haber vivido mucho tiem-
po más, lo seguiría pensando hasta que dejase de
respirar.

Pero estaba escrito que su tiempo estaba


cerca y las ganas de trabajar, muy lejanas. Y no
porque fuese enfermizo, deficiente o borracho.
Nada de eso.

Su concepto de la dignidad no le permitía


caer en la maldición bíblica del Adán post-para-
dísíaco y siempre que pudo, se mantuvo al mar-
gen de ella. Las pocas veces que se ganó el locro
o el saporó trabajando, fueron cuando estuvo pre-
so. Y fueron más veces de las deseables, según él.

116
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Como dijimos, el repertorio de vivezas se le


iba agotando rápidamente y su luenga figura mo-
rena y ladina ya despertaba suspicacias, por lo que
tuvo que ir aguzando ingenio hasta hacer chispear
sus neuronas y echar humo, aunque nunca llegó a
tener cortocircuitos en la mollera.

Sus barajas marcadas eran rechazadas en las


mesas de los garitos; sus gallos de espolones en-
venenados eran radiados de los ruedos; si era sor-
prendido ingresando en casa ajena sin ser invita-
do, solía parar en algún calabozo policial, no sin
antes ser acariciado por las porras y planazos de
la Ley con escasas consideraciones.

La ciudad le iba quedando chica, pero no


podía irse a otra parte pues no soportaría estar le-
jos de las empedradas arterias asuncenas y sus
faroles mortecinos de amarillenta luz, que lo
atraían cual si fuese fototrópica mariposa.

Dejar la ciudad por las adormiladas aldeas


del interior, lejos del jolgorio bohemio, los musi-
queros y las bailantas, ya no lo seducía en absolu-
to y por tanto, estaba dispuesto a morir en su ley.

La mendicidad tampoco lo atraía y los pla-

117
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

gueos de su compañera de la Chacarita, Lisandra


Caburé, para que produjera sustento, ya lo tenían
hasta la coronilla. Ser un delincuente de acción
tampoco era su fuerte. No le gustaban las armas
y asaltar cristianos no estaba dentro de su moral.
Pero sus espacios se iban contrayendo y sus in-
gresos eran cada vez más magros. Su estrella de-
clinaba a ojos vistas y bocas oídas. Su famoso
gualicho no funcionaba, tal vez por desgaste o
final de vida útil. O quizá por abuso o caducidad
de garantía.

Claro que Mbopí-Pukú nunca hubiese ins-


pirado a Bob Kane, el creador de Batman. Más
bien a Cervantes o a su rival, Avellaneda el apó-
crifo. Tal vez las preocupaciones o las tensiones
de jugador de media trampa o los trasnoches de
rigor, abreviaron las hojas de su calendario y cier-
ta tarde, lluviosa y triste de invierno, en llegando
a la Plaza Uruguaya, sintió un dolorcillo sospe-
choso en el lado siniestro del pecho y, tras reso-
llar un poco como imitando a la locomotora del
ferrocarril cercano, se derrumbó en un astroso
banco de la plaza de marras.

118
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Tal vez merecía ser enterrado como cristia-


no, pero su destino fue servir de carne de estudio
de los aspirantes a matasanos de la facultad de
ciencias médicas, ya que nadie reclamó sus des-
pojos, ni siquiera su concubina Lisandra Caburé,
quien no disponía de fondos para un entierro de-
cente. O si disponía, se lo guardaría para trapos.

Esto significa que nuestro personaje fue más


útil a la sociedad después de finado y como nunca
lo fuera en vida.

Contra lo que se pudiese pensar, muchas


mujeres, hasta entonces alegres, lo lloraron con
tristeza y mucha gente, aún quienes lo maldijeran
en vida, sintieron la ausencia de un personaje, pin-
toresco si los hay, pese a su conducta transgreso-
ra, de esta no menos pintoresca Asunción del
Paraguay, ciudad madre de suciedades.

119
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

9
El regreso del
“aparecido”

Los lugareños hablaban en voz baja acerca


del aparecido, a quien suponían el alma en pena
de Lisantro Carimbatá, asesinado hacía años en
un cruce de caminos, por un supuesto rival de
amores en una aleve celada. Presuntamente con
el concurso de otros confabulados, ya que según
las habladurías pueblerinas el rival; Joaquín Pe-
reira, conocido hacendado de la región, carecía
del necesario coraje para ajustar cuentas de hom-
bre a hombre y frente a frente, y todo lo arreglaba
con plata, como buen judío español. Aunque jus-
to es mencionarlo, nunca apareció el cadáver del
presunto finado ni hubo denuncias por su desapa-
rición. Simplemente se borró de los lugares que
solía frecuentar y el resto quedó a cargo de las
conjeturas y chismes de los lugareños.

120
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Cierto día, allá por el año cuarenta y dos,


cuando aún no se diluyera la leyenda acerca del
supuesto crimen, llegó un joven arribeño al po-
blado y tras conchabarse en el obraje del italiano
Giuseppe Fassardi, sentó sus reales en el lugar
haciéndose de un rancho de doble culata típico de
la zona, en un baldío sin dueño.

Éste era de parco hablar y salvo sus compa-


ñeros de trabajo, pocos pudieron sacarle media
palabra partida por la mitad, como si toda su sali-
va la emplease para mascar cuerdas de tabaco
negro (naco) y no le sobrase para más.

No tardó el forastero en enterarse de los por-


menores del caso del aparecido que, en ciertas
noches de tormenta por lo general, merodeaba el
viejo cruce de caminos donde muchísimos años
atrás lo emboscaran cobardemente al finado.

Como de costumbre, el fuereño no dio se-


ñales de creer o no en los cuentos pueblerinos.
Simplemente escuchó con atención las historias,
mientras mascaba su naco con la paciencia ru-
miante de los pacientes bueyes, que arrastraban
las alzaprimas de troncos, del obraje, hasta el fe-

121
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

rrocarril o al aserradero local de los Fassardi.

Quizá sólo el capataz y el jefe de personal


sabían su nombre de pila. Nadie más. Y tal vez
el bolichero del pueblo que le fiaba las cuerdas
de tabaco, la caña dominguera y algunos artícu-
los de subsistencia. Pero éste tampoco soltó
prenda acerca del llegado. Simplemente anotaba
bajo el acápite de “Zoilo C.” y cobraba cada
quincena sus mercaderías puntualmente.
El nieto de Joaquín Pereira —finado hacía
años, por entonces— vivía en el pueblo, aunque
la estancia de su finado abuelo quedaba apenas a
dos leguas y media del mismo y sólo iba cada fin
de semana para pagar a la peonada y traer carne,
leche y queso a su residencia. Este estaba al tanto
de las habladurías acerca del aparecido y del en-
tredicho y entrehecho de su abuelo y el desapare-
cido Lisantro Carimbatá; pero no hacía mucho
caso del asunto. Después de todo, su abuelo se
había quedado con la prenda del finado, tras ha-
cerla su mujer y silenciar los rumores del asunto.
Y Etelvina Gutiérrez, ya casada con don Joaquín,
era su abuela además y aún vivía, aunque con los
achaques de la ancianidad.

122
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Fue por esos tiempos, que se le apareció la


luz mala del finado al nieto del hacendado Perei-
ra en el sitio mencionado, justo cuando venía de
su estancia y se le descompuso su Ford a bigotes
en el mismísimo cruce. Moisés Pereira no era nada
miedoso e hizo poco caso de la luz mala o lo que
fuera que relampagueó en las cercanías del cruce;
y tras reparar la avería de su camioncito, regresó
al pueblo como si nada. Y como si tal cosa, contó
a la vieja sirvienta de la casa lo sucedido.

De más está decir que ésta se encargó de


desparramar la historia por todo el pueblo, co-
rriendo la especie posteriormente de almacén en
almacén y de obraje en obraje. Y al final con eso
agrandó la leyenda del aparecido y sus deseos de
venganza, aunque a Moisés Pereira le importara
un pito los líos de polleras de su abuelo, ni tuvie-
se nada que ver en el entrevero. Por otra parte
nadie encontró nunca el cadáver de Lisantro Ca-
rimbatá, quien simplemente desapareció de la zona
hasta dársele por finado al cabo de cierto tiempo;
tras rejuntarse su querida con el hacendado Joa-
quín Pereira, quien finalmente, por voto popular
a voz queda, cargó con el muerto en su haber aun-

123
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

que nunca lo negara ni afirmara.

El arribeño supo de oídas, que el supuesto


aparecido quiso asustar al nieto del hacendado,
pero sin lograrlo; como si la memoria de lo acon-
tecido se hubiese borrado con culpabilidad y todo.
Es que Moisés Pereira era casi doctor (La palabra
Licenciado aún no era del uso) y no era muy cre-
yente en sombras y bultos que se menean por ahí.
Y era fama, que más temía a los vivos que a los
finados. Cuando le relataron esto al arribeño, lo
vieron sonreír con sorna, como si éste también
fuera impermeable a las leyendas de aparecidos y
finados en pena, de los que nutren las habladurías
pueblerinas.

Tras varios meses de haber llegado al pue-


blo, el arribeño se cruzó en un camino con Moi-
sés Pereira, quien venía de su hacienda en su ca-
mioncito. El primero venía caminando en la mis-
ma dirección, por lo que el estanciero detuvo su
ruidoso Ford y, tras preguntarle si iba para el pue-
blo, lo convidó a subir al vehículo. El pajuerano
no se hizo rogar, porque las distancias en la cam-
paña son más largas de lo que se cree y el solazo

124
22 CUENTOS ESCOGIDOS

venía picando fiero ese verano.

Pero durante el trayecto de hora y media, el


arribeño apenas pronunció las palabras justas para
agradecer la gentileza del chofer y nada más.
Mascaba su naco con parsimonia bovina y mira-
ba a ninguna parte, como si esquivase los ojos aje-
nos o guardase un pesado secreto. Moisés Perei-
ra no insistió Después de todo, era un tipo educa-
do en la capital del Guairá y sabía las reglas de
urbanidad suburbana y campesina: El silencio es
oro y sólo desata la verborragia el aguardiente,
amigable o pendenciero, de los boliches.

Tiempo más tarde, volvieron a encontrarse


cerca del fatídico cruce. Esta vez al atardecer. a
la hora del Angelus, más o menos. Esta vez, Pe-
reira detuvo el camioncito sin decir media pala-
bra y el forastero, igualmente silencioso, simple-
mente lo abordó como si tal cosa, agradeciendo
con un ademán de cabeza y una sonrisa de cir-
cunstancias. Tras media hora de barquinazos y
saltos por el áspero camino, Pereira tuvo por fin
el atrevimiento de preguntar al arribeño por su
nombre, o por lo menos su apodo y procedencia.

125
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

El pasajero con toda naturalidad y sin dejar de


rumiar su apestosa cuerda de tabaco le respondió
que se llamaba Zoilo, aunque no mencionó ape-
llido ni origen, alegando ser un expósito y gua-
cho; con lo cual el silencio volvió a tomar pose-
sión de la ruidosa cabina del camioncito, hasta
llegar al pueblo y despedirse apenas con un salu-
do manual. Evidentemente, el de fuera no solta-
ría prenda y sólo el comisario podría eventual-
mente interrogarlo. Moisés Pereira resolvió evi-
tar futuras preguntas e investigar por su lado.

Días más tarde, visitó en Villarrica a don José


Fassardi, dueño del obraje en que trabajaba el tal
Zoilo y, tras saludarlo fue directo al caracú del
asunto. —Tengo una espina en la garganta res-
pecto a su empleado del obraje San Agustín, y me
interesa conocer algo de ese individuo, don José.
¿Podría Ud. averiguar algo?

—No veo inconveniente, amigo Pereira —


respondió el magnate de la madera—. ¿Qué espe-
cíficamente desea saber?

Pereira dudó un momento y repuso, quizá


contagiado del laconismo del arribeño:

126
22 CUENTOS ESCOGIDOS

—Todo.

Don José prometió averiguárselo e informar-


le personalmente. Notó una mirada inquietante
en su amigo, como si llevase algún fardo de re-
cuerdos a prueba de olvido entre pecho y espalda,
aunque no dijo nada al respecto. Días más tarde,
se apersonó, en una de sus visitas al pueblo de
Chãrãrã, a la residencia del hacendado Pereira y,
tras conversar de bueyes perdidos, le acercó algu-
nos datos del personaje.

Efectivamente, se llamaba Zoilo y su ape-


llido era Carimbatá, oriundo de Coronel Bogado,
cerca de Encarnación. Un ligero estremecimien-
to paseó como rata bajo una alfombra por la epi-
dermis de Pereira, quien, como se sabía, temía más
a los vivos que a los muertos y el apellido del fo-
rastero le trajo a la mente el caso del desapareci-
do, que según las lenguas del pueblo, aguardaba
el momento de la venganza, aunque su presunto
victimario Joaquín Pereira, falleciera hacía como
treinta años y con la carencia de cadáver incrimi-
natorio.

A lo mejor la presencia del tal Zoilo Carim-

127
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

batá no tendría nada que ver con el asunto y estu-


viese allí de pura casualidad, pero recordó que,
en uno de sus encuentros, el forastero venía justa-
mente de hacia el cruce, con una bolsa de ignaro
contenido. El dichoso cruce, era un viejo empal-
me de caminos entre San Agustín y Chararã y pa-
saba por allí una vía de trocha angosta del trenci-
to maderero de los Fassardi. Quizá viniese de allí
traído por el autovía que transportaba a los obre-
ros del aserradero. De todos modos, se cuidaría,
aunque no debía mostrar temor del fuereño que,
por otra parte parecía pacífico, fuera de su silen-
cio contumaz.

Tiempo después, cuando casi había olvida-


do el asunto, volvió a encontrarse con el Zoilo
cerca del cruce. Traía éste, su bolsa de costumbre
y su sonrisa de circunstancias, amén de la habi-
tual expresión socarrona de incredulidad sobre los
aparecidos. Pereira intentó hacerle una broma y
le espetó a quemarropa:

—Amigo, espero que no haya visto algún


bulto raro por estos lares. ¿Oyó hablar del apare-
cido?

128
22 CUENTOS ESCOGIDOS

—Sí —respondió lacónicamente el Zoilo,


sin sonreír, como si la broma no le hiciese maldi-
ta gracia. Pereira comprendió y dejó de insistir
en estirar la lengua del forastero. Apenas llegado
al pueblo, éste se apeó ágilmente del Ford y se
despidió con un hosco gesto. ¿Qué se traería en-
tre ceja y ceja? Sus pensamientos estaban guar-
dados a cal y canto y nadie tenía la llave para abrir-
le la boca. Hasta que sucedió aquello.

Una noche medio amenazante, con su reper-


torio de relámpagos y alguno que otro trueno la-
drando al horizonte; unos peones de don Moisés
que se dirigían hacia la hacienda desde Chararã,
divisaron un fogonazo luminoso entre los árboles
que ornaban el cruce fatídico del antiguo tapépo’i
(sendero estrecho). El relumbrón no duró más que
una fracción de instante pero bastó para poner en
fuga a los peones quienes ni siguiera atinaron a
santiguarse para exorcizar la visión. Todos iban a
caballo y los espolearon a reventar, sin detenerse
a pensar en otra cosa que en llegar cuanto antes a
la estancia.

Como era de esperarse, el suceso repercutió

129
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

por toda la zona con la velocidad de los relámpa-


gos y, por supuesto, llegó a oídos de Moisés Pe-
reira. Este no dio importancia al caso, suponien-
do que pudo ser un «fuego de San Telmo» produ-
cido por electricidad estática entre los postes tele-
gráficos que pasaban por el sitio.

En cuanto al Zoilo (ahora ya todos sabían


su nombre), púsose su sonrisa incrédula en medio
de su naco de mascar y se encogió de hombros,
aunque no contó a nadie que esa noche él estuvo
en el lugar y al escuchar los relinchos de la caba-
llada de los peones, encendió un paquete de pol-
vo de magnesio, que por entonces usaban los fo-
tógrafos para iluminar a guisa de flash sus ins-
tantáneas. Tampoco mencionó a nadie que era
nieto de Lisantro Carimbatá, quien abandonara el
pago, tras recibir una jugosa suma de parte de don
Joaquín el estanciero por la venta de su rancho
lindero con la estancia y dejar a su agraciada mu-
jer en el rancho. Fue luego a Coronel Bogado
tras su amante Fidelina González con quien vivió
muchos años y con la cual tuvo diez hijos, uno de
los cuales era el padre de Zoilo.

130
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Tampoco contó a nadie que no existía el tal


aparecido ni buscaba venganza por un crimen que
nunca se cometió. Simplemente apareció por
Chararã a fin de buscar trabajo y se enteró por
casualidad de las habladurías pueblerinas acerca
de su abuelo y el abuelo de don Moisés, querien-
do seguirles la broma que iniciara su abuelo al
borrarse literalmente sin dejar rastros.

Antes de morir de viejo, su abuelo Lisantro


le relató el caso, pidiéndole encarecidamente que
no lo repitiese. Era muy bromista don Lisantro y
el Zoilo, heredó esa manía de embromarle la vida
a los demás, prolongando la leyenda del apareci-
do con algunos trucos aprendidos de los fotógra-
fos de Villarrica. Pero finalmente, decidió que
era tiempo de acabar con el mito y tras hacerse el
encontradizo nuevamente con don Moisés, le con-
tó la verdad. Este, en contra de su inveterada in-
credulidad, ésta vez sí creyó la historia y pudo
reivindicar la memoria de su abuelo Joaquín, vili-
pendiada por las lenguas ociosas de los lugare-
ños, como de costumbre.

En cuanto a Zoilo, dejó de lado su mortuo-

131
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

rio silencio siendo el más simpático conversador


de la zona y fue contratado por don Moisés como
capataz de su estancia, en reemplazo del anterior,
que huyera despavorido del lugar tras un encuen-
tro con el aparecido. Después de todo, era casi
pariente de don Moisés, ya que su abuela estaba
preñada de un mes, de don Lisantro Carimbatá,
cuando quedó bajo la protección del finado don
Joaquín Pereira, pero esa es otra historia.

132
22 CUENTOS ESCOGIDOS

10
El viajero.

La fatiga ornaba sus sienes con fofas perlas


salobres que descendían lentamente hacia sus ate-
zadas mejillas; y a sus pies con coriáceas costras
de tierras de miles de caminos y senderos de cien-
tos de naciones, reinos y estados. Su báculo te-
nía el aura de todas las civilizaciones, el misticis-
mo de todas las filosofías, el saber de todas las
culturas, la ignorancia de todas las necedades y el
bagaje cálido de todos los tiempos; en los que tran-
sitó sin merma de paciencia y ubicuidad, por la
superficie de todos los mapas que la vanidad y el
egoísmo humanos han trazado arbitrariamente,
para dividir aún más, cada vez más, a los demás.

No lo movía la curiosidad —naturalmente


humana por cierto—, de conocer costumbres exó-
ticas, ni la sed espiritual de una búsqueda de sí
mismo a través de maestros, gurúes o clericales y

133
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

teológicos impostores. Tampoco el tedio y la ru-


tina del sedentarismo, lo impulsaron a abandonar
sus parajes nativos ya olvidados (tan olvidados
que pudiera haber recorrido varias veces los mis-
mos senderos sin caer en cuenta de ello). Tampo-
co lo impulsaba ni la ansiedad de encontrarse y
reconocerse en los miles de rostros con los que se
cruzaba en ciudades, aldeas y descampados; ni la
posibilidad de verse reflejado en ellos, porque él,
también era parte de ellos en una pluralidad sin-
gular, si se permite el oxímoron.

Hacía tanto que se pusiera en marcha, que


había olvidado hasta su nombre original y su lu-
gar de procedencia, e incluso de sí mismo y de los
motivos que lo impulsaran a cruzar límites y de-
vorar senderos; con la terca resolución de quien
se sabe dueño de su propio ser y de quien se rehú-
sa a ser esclavo de sus propias pasiones y pala-
bras; uncidas al yugo de los pensamientos pro-
pios y ajenos.

Paso a paso, tranco a tranco iba fluyendo


como arroyo manso por polvorientos senderos
solitarios o transitados, a veces empinados y en

134
22 CUENTOS ESCOGIDOS

ascendente fatiga; a veces en descansado descen-


so hacia los llanos y valles.

Paso a paso iba por montañas, serranías y


bosques de alucinante verdor y sombríos follajes,
como sus a veces oscuros y procelosos pensamien-
tos y palabras no pronunciadas ni preanunciadas.
Paso a paso y con breves instantes de reposo, iba
tambaleándose por las dunas de los desiertos, de-
trás de alguna caravana, similar a gigantesca ser-
piente zigzagueante; o delante de alguna horda de
bandoleros nómades. Paso a paso, anduvo sobre
las aguas de ríos y mares, bogando en algún bajel
o montado en algún tronco flotante. Paso a paso
en sus nocturnos descansos iba contando las es-
trellas que le faltaban para completar su colec-
ción personal e indivisible de constelaciones.

Nunca se detuvo a preguntarse, el porqué


de su andariega manía de conocerse por etapas, ni
de hacerse a sí, en tramos de pasos andados y por
andar. Era el viajero por excelencia, andador por
vocación y ser itinerante por convicción. No te-
nía nombre alguno, pero tenía al mismo tiempo
todos los nombres, de todos los hombres nacidos

135
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

y todos los nombres anónimos de los sin-nombre,


o por nacer.

Ostentaba en sus sienes la espinosa corona


de los elegidos y de los hombres libres, convi-
viendo con su frontal estigma de Caín y el porte
de los príncipes destronados, a causa de su dere-
cho a reinar y regir con legitimidad y justicia.

Tenía la mirada alucinada del santo eremi-


ta, del loco y del profeta sin tierra; la palabra per-
suasiva del impostor y del mercader de almas; las
manos ásperas del guerrero, y el oído agudo del
cazador de oportunidades. También poseía el
paladar del sibarita y epicúreo, que mordisquea
un duro mendrugo de pan, con el gozo compara-
ble al del más celestial de los banquetes y la más
perversa de las bacanales. Poseía la sensibilidad
de quien celebra un trago de agua cristalina, cual
si fuese el más añejo e inhebriante de los vinos de
Franconia y Germania; y ostentaba la serenidad
estoica de quien ha visto pasar a la muerte de lar-
go. en las más angustiosas y reales circunstancias.

Había traficado pieles en Persia; pastoreado


cabras en Kashmir; hubo meditado en un monas-

136
22 CUENTOS ESCOGIDOS

terio en Lhasa; luchado con piratas en el Mar de


la China y combatido con mercenarios en Kat-
mandú. Debió haber enfrentado —aunque esto
último casi lo habría olvidado—fieras en las mon-
tañas y escorpiones en los desiertos; también hubo
soportado todos los chubascos y monzones en
Asia; o los terremotos en China y Japón; o las
marejadas de la Polinesia o las guerras en el Hin-
dostán o las batallas navales en Tesalónica.

Húbose leído quizá todos los libros, de to-


das las bibliotecas que dejara en los caminos an-
dados; así como habría escrito todas las cartas y
bitácoras en rocas, pergaminos,
palimpsestos,papiros, vitelas e incluso en la are-
na efímera de las playas y desiertos. No existiera
una mota de polvo de cada camino, a la que no
conociese e identificare como a una amiga y com-
pañera de viaje.

Se cuenta que cierta vez halló una mota de


polvo adherida en su sandalia.

El viajero al percatarse de su fiel compañe-


ra, la saludó y juntos recordaron los muchos ca-
minos que habían conocido desde que viajaba con

137
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

él en sus gastadas sandalias, soportando el ritmo


no siempre regular de sus pasos. Amaba a la mota
de polvo porque nunca se había quejado de can-
sancio ni desprendido de su calzado, por fideli-
dad a sus convicciones andariegas.

Tal vez la mota de polvo quisiese conocer


otros parajes, viajando de diferente modo que
mecida a los vientos caprichosos, que, a veces la
hacían girar en círculos, sin haber logrado pro-
yectarse más allá de su horizonte.

El viajero podía amar a una mota de polvo,


dándole toda la importancia que se merecía, por
ser parte del planeta que pisaban sus pies y parte
del universo, lo que es decir, parte de Todo. Por
tanto, la importancia de esa mota de polvo care-
cía de límites para el viajero, que la contemplaba
con el arrobamiento de quien ve a través de ella a
todos los caminos y a todos los hombres y muje-
res que se cruzaron con él por esos caminos. Y
también, contemplándose a sí mismo en los mi-
llares de trozos de espejos quebrados que eran
copias de él, a lo largo del tiempo, sin tasa, limite
ni medida.

138
22 CUENTOS ESCOGIDOS

El viajero errante, atizó los secos leños, que


alimentaba su hoguera en un descampado mien-
tras sus pensamientos, vagaban por todos los si-
tios ya recorridos o por recorrer.

Pensaba, quizá, en esa caravana que en Isla-


mabad pereciera bajo un alud de rocas; o en los
marinos que naufragaran con él en un arrecife trai-
cionero de Scylla; o tal vez en el simún que, en
los cálidos desiertos norafricanos, sepultaran un
recua entera de camellos con sus jinetes y carga.

Podría haber recordado quizá a los sobrevi-


vientes y sub-vivientes de la cruenta batalla de
Marathón o en las víctimas de la construcción de
la Gran Muralla, bajo la paranoica égida de Tsin-
Shih Wang Ti, o en las matanzas de primogénitos
hebreos por el faraón Im’Ho’Thep, el cuarto de
su dinastía.

¡Tantas memorias podrían caber entre sus


sienes y cejas! ¡Tantos recuerdos podrían convi-
vir simultáneamente en una misma célula de su
cerebro!

¡Tantas visiones de tantas vivencias podrían

139
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

ser rebobinadas en sus entornados ojos!

Como todas las noches de las noches, dor-


miría en la soledad que se palpa bajo las estrellas
inmutables, que le guiñaban desde las profundi-
dades del abismo sideral, como invitándolo a con-
versar con ellas acerca de los insondables miste-
rios de la vida y la muerte.

El sabía que ellas lo contemplaban desde las


alturas, porque él se sabía partícipe de la natura-
leza y parte de todo el universo, aunque nunca
supo con certeza el origen de sus pensamientos ni
el destino final de sus ideas y conceptos. Sólo
creía que poseía el derecho inalienable de ser, e
integrar un átomo del universo, un trozo del Todo,
una fracción de la Nada.

Todo le estaba concedido y nada deseaba,


porque la nada es nuestra parada final en alguna
esquina del cosmos.

Una llama crepitó en un leño de la hoguera


del viajero, y una miríada de chispas siguieron
unos instantes el curso del viento. Supo que esa
leve fugacidad de la chispa, ocultaba una lección
acerca de lo efímero del ser material, y lo vano

140
22 CUENTOS ESCOGIDOS

de sus vanidades. El viajero intuía en cada chis-


porroteo de su hoguera y en cada guiño de una
lejana estrella moribunda, el mensaje silencioso
de la vida; del amor y de la muerte. Entonces,
comprendió el porqué de su travesía eterna.

Pudo, por fin saborear el fruto filosófico de


sus afanes sempiternos, a la luz amarillenta de la
hoguera que lo mantenía aún despierto.

Comprendió que quizá había llegado a des-


tino, tras innúmeros pasos perdidos por caminos
incontables y arrastrando sus sandalias por incon-
tables senderos de barro y polvareda; arenas y
roquedales.

Se durmió sonriendo, como quien ha alcan-


zado la iluminación y esa noche soñaría con su
esencia pura. Aunque ya no tendría razones para
despertar jamás pues los iluminados no
duermen,velan, aún desde la eternidad.

Tras sus reflexiones, se incorporó para pro-


seguir su camino, siempre hacia adelante.

141
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

142
22 CUENTOS ESCOGIDOS

11
El devoto burlado
1ª, Mención del Concurso Club Centenario 2008

Más devoto que Abundio Portijú, no hubo ni


habrá, en toda la vasta geografía de este país, menos aún,
en el departamento de Concepción; y mucho menos to-
davía, en Horqueta de donde era oriundo el personaje de
quien les hablo; que en gracia sea. ¡Amén!

Toda su vida recorrió la región en su oficio de co-


merciante minorista, con su inseparable carreta de dos
yuntas de estólidos bueyes de cansina mirada y pacho-
rrento andar. Llevaba porotos y mboroviré (yerba mate
semielaborada) a San Pedro, Yvyja’u, Pedro Juan Caba-
llero, Zanja Pytã y Chirigüelo; trayendo a su valle azúcar
brasileña, cigarrillos de contrabando, aguardiente, me-
najes y cuanto le pidiesen sus vecinos; quienes le pro-
veían de mercadería de su cosecha, para vender y dinero
para comprar por las ciudades fronterizas.

143
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Como se dijera, era muy devoto de la Virgen


de Ca’acupé y nunca pudo llegar hasta el santuario se-
rrano; aunque conversando con algunos que sí fueron,
pudo saber que el paisaje de la Cordillera era muy pare-
cido con el del Amambay, salvo detalles. Pero como le
iba bien en los pequeños negocios de macate y acarreo,
decidió encomendarse a la Virgen y prometerle una visi-
ta al santuario, si le iba mejor que bien, claro.

Abundio no era de ésos que reculan de sus prome-


sas; y estaba decidido a viajar a Ca’acupé con su insepa-
rable amiga de dos ruedas en una travesía que podía ser
más larga que esperanza de pobre o retahíla de tartamu-
do italiano.

Es que allá por los años cincuenta y pico, los qui-


nientos treinta y pocos quilómetros —de barro colorado
en aguaceros y costra polvorienta en las canículas hasta
Ca’acupé—, no eran moco de pavo, para carretas de ler-
da legua por hora. Y eso a buen andar, lo que significaba
para los pobres bueyes una buena tanda de heridas de
picana, con moscas chupasangres orbitándoles el lomo,
y la fatiga quitándoles el resuello paso a paso. Porque
hay que decirlo; Abundio no escatimaba picana a sus
animales para acelerar el tranco cansino de sus dos pares

144
22 CUENTOS ESCOGIDOS

de pacientes bestias, a cual más estólidas. Claro que


luego de llegar a destino, les lavaba pacientemente sus
heridas y hasta les aplicaba solución de creolina para
desabicharlas... hasta el próximo viaje.

Abundio Portijú, por otra parte, quería mucho a


sus animales de tiro y a su carreta —a la cual engrasaba
los cubos de las ruedas con unción casi religiosa cada
diez leguas—, para que le durasen. Pero también para
que no le chillaran durante la travesía, distrayéndole de
sus devociones por la Virgen. Pues iiba rezando a ésta,
rosario en mano, largas letanías aprendidas en la infan-
cia de catecismo y cintarazos paternos.

A los trancos y a los tumbos, la cansina carreta


iba y venía llevando y trayendo mercancía, mientras
Abundio Portijú engordaba su alcancía con lo que sobra-
ba de los gastos de manutención de su casa, familia y
animales de tiro. Tal vez en poco tiempo más, pudiera
realizar su sueño de homenajear a la Virgen en su propia
casa cordillerana.

Por esos días, la iglesia de Ca’acupé era aún una


sencilla estructura de rojo ladrillo mal revocado de barro
blanco (caolín) y cal y colonial estilo; sin las pretensio-
nes superlativas del megaproyecto de basílica eternamen-

145
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

te inconcluso desde 1908 a la fecha, que propiciara pan-


tagruélicas tragadas de los fondos, que miles y miles de
devotos oblaban cada año a su santa patrona con ingenua
credulidad, mientras el clero engordaba a cuatro carri-
llos trasquilando a su rebaño.

Abundio rezaba un padrenuestro por quilóme-


tro y un rosario por legua para obtener la protección de
la Virgen contra accidentes, asaltantes, enfermedad de
sus animales, y otros males que suelen acechar a quienes
desafían los azares del camino.

Parecía que la Virgen lo protegía, porque, aparte


de algunos chubascos y tormentas, nunca tuvo proble-
mas con sus animales; ni recordara que su carreta haya
roto ejes o volcado en alguna cuneta. Nunca registró
faltantes en peso ni cantidad de sus mercancías de com-
pra y venta. Tampoco sus vecinos vieron mermas en sus
transacciones, ni recibieron productos defectuosos o ven-
cidos por parte de Abundio, quien siempre cumplía a carta
cabal sus tratos. Era éste digno devoto y merecía llegar a
los pies de la Virgen (es un decir, ya que la santa imagen
carece de ellos y lo disimulan con un ortopédico miriña-
que, un vestido rococó en azul y oro y prótesis capilar).
La religiosidad de Abundio Portijú casi rayaba en lo pa-

146
22 CUENTOS ESCOGIDOS

gano, pero de su sinceridad no cabían dudas. Era capaz


de irse caminando de rodillas, si la santa imagen llenase
sus expectativas en lo concerniente a sus negocios; es
decir: colmándolo de bienes materiales y permitiéndole
tener un camioncito diesel para poder jubilar a sus fieles
bueyes y a su ya anciana carreta.

Es que Abundio de tanto recorrer por tres de-


partamentos, —a velocidad de cortejo fúnebre, y una
capacidad limitada de carga—, pensaba que mejoraría
su situación, si lograba acortar el tiempo de sus travesías
comerciales y ello redundaría en beneficio de sus nego-
cios. ¡Amén!

Y si la Virgen lo quería él, Abundio Portijú lle-


garía a ser un magnate del comercio de macate y com-
praventa. Nunca se le ocurrió encomendarse al Señor
Jesucristo ni al propio Jehová o como se llamase el Se-
ñor Dios, ni a los innúmeros santos del panteón católico
romano. Sólo la Virgen ocupaba todos sus espacios de-
vocionales y sus oquedades cerebrales; sus sueños de
grandeza y sus delirios de posesiones materiales y goces
espirituales. Aunque nunca supo bien qué significaba la
palabra espíritu, o la diferencia entre éste y alma; pero
sentía que esos pensamientos y reflexiones eran para los

147
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

librepensadores y herejes. No para los creyentes de fe


sólida como la roca de Pedro.

Tampoco leyó nunca la santa Biblia, porque el se-


ñor cura decía que eso sólo lo hacían los protestantes y
que la lengua sagrada era el latín que sólo los ungidos
sacerdotes consagrados podían leer y entender.

Eso sí, estaba algo cansado de bregar día y


noche por esos caminos, a veces intransitables, y rega-
tear con compradores de su mercancía y con los vende-
dores que lo abastecían para el regreso a su valle. Abun-
dio, pensaba que tripulando una terrenave motorizada,
sería más respetado que sentado en el tablón de una ca-
rreta de tracción a sangre. Claro que en tal tesitura ten-
dría más limitaciones y si lloviese se le cerrarían las ru-
tas; a veces por días enteros, e incluso semanas. Pero los
riesgos son para ser vencidos. Los desafíos son parte de
los negocios; y los negocios son parte de la vida y la
lucha por ella, que sólo cesa al entregar el alma a... diga-
mos que a Dios, aunque Abundio preferiría seguramente
descansar eternamente en los brazos de la Virgen ¡vaya
uno a saber!

La concubina de Abundio, doña Liduvina Ñan-


duvái, estaba harta de la fijación de su hombre con la

148
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Virgen pero se lo guardaba para su coleto, cuidándose de


exteriorizar su disgusto, el cual podría interpretarse como
herejía o algo peor. Es que Abundio era tan devoto, que
salvo para engendrar un hijo cada año y medio, dormía
de costado y orando letanías para no caer en la tentación
de la carne, como llamaba el señor cura a ese vicio del
pecado original llamado «amor».

Para ese entonces, doña Liduvina había parido


su duodécimo vástago que aún mamaba y su prole pare-
cía un muestrario de fábrica de escaleras, a los cuales
más traviesos, sucios y movedizos.

Tampoco las largas ausencias del jefe de familia


hubieran contribuido a mejorar la conducta hiperactiva
de su docena de criaturas semisalvajes, a las que, ni la
escuela podría domesticar.

Abundio no se preocupaba por esos detalles y los


encomendaba, como de costumbre a la Virgen, a fin de
que hiciese de todos ellos buenos cristianos y devotos de
la santa imagen milagrosa.

Doña Liduvina, harta de las infidelidades de


su compañero que dormía con la Virgen en los labios y
pensamientos, decidió a partir del décimo año de concu-
binato, saciar sus caliginosos e insatisfechos impulsos

149
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

febriles, con quien la supiese apreciar como mujer; antes


que como máquina de parir carne viva en este valle de
lágrimas.

En una de las prolongadas ausencias de su hom-


bre, conoció a un jovencito imberbe en el mercado pú-
blico del pueblo de Horqueta y, tras engatusarlo debida-
mente y al darse cuenta de su inocencia, lo invitó a que la
visitase ciertas noches, con el consabido sigilo.

El jovenzuelo no tardó en probar las mieles


del amor y se engolosinó en demasía, al punto de con-
vertirse en un asiduo visitante de la casi viuda Liduvina.
Pues, la matrona aunque madura y algo entrada en car-
nes, aún prometía.

Por otra parte la Liduvina tenía, además de apeti-


tos atrasados, una fantasía inagotable y un repertorio va-
riado de tácticas amatorias; con lo que el semipúber que-
dó prendido como garrapata a los caprichos de Liduvina.

Abundio Portijú, en tanto, seguía con sus de-


vociones, sus letanías y sus sueños de futuro empresario
de transporte y propietario de una abarrotería de ramos
generales (los supermercados eran aún desconocidos por
entonces), a lo que los brasileros de la zona denomina-
ban secos e molhados (secos y mojados). Su fidelidad a

150
22 CUENTOS ESCOGIDOS

la Virgen santísima le impidió darse cuenta de que no


todos sus hijos se le parecían a él o a Liduvina; y que tres
más pequeños de ellos ,eran flagrante y alevosamente
rubios, de ojos verde gatuno y rulitos eléctricos color
zanahoria, como el Protasio Montes, que así se llamaba
el devoto de Liduvina; que no era la Virgen de Ca’acupé
precisamente, pero no desmerecía dicha devoción, digna
de María Magdalena.

Liduvina sonreía para sus adentros, mientras


compartía pasivamente el lecho con don Abundio, y oía
sus quedas letanías a la Virgen y avemarías intermina-
bles que precedían a sus oníricos ronquidos.

Imaginábase en tanto, poseída por el fogoso y


pelirrubio Protasio Montes, el cual estaba aprendiendo
las artes del amor a pasos acelerados. Al principio, éste
la amaba a los saltitos, como gorrión en celo, pero a los
pocos la satisfacía a plenitud y dormía abrazado a ella
hasta oírse el primer canto del gallo, tras lo cual debía
escabullirse sigilosamente, tal como vino.

Protasio sabía de memoria la rutina del jefe de fa-


milia y que cuando la carreta y los bueyes estuviesen en
el patio, debía pasar de largo, cual furtivo Pombero y sin
despertar las sospechas de los vecinos ni del dueño de

151
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

casa.

Pero el plazo del cumplimiento de la promesa


sagrada, íbase acortando como vencimiento de pagaré.
Los esfuerzos de don Abundio fructificaron y, gracias a
la intercesión de la Virgen, pudo reunir para la primera
entrega de su soñado camioncito de dos y media tonela-
das, de marca brasilera y aún desconocida, pero con motor
diésel y traseras duales.

Tendría que gastar un extra en su carrocería, pero


valdría la pena el esfuerzo. De todos modos, debería
aprender a manejarlo y desarrollar el motor antes de
empezar a trabajar con él. Mientras, seguiría con la ca-
rreta.

De pronto, recordó que había prometido ir de ca-


rreta hasta Ca’acupé y ello le llevaría veinte días entre
ida y vuelta, suponiendo que las rutas no estuviesen clau-
suradas en tanto.

Pero la devoción de Abundio no podía permitirse


una reculada ante las dificultades. Por esos días, el hijo
mayor de Abundio cumplió los diecisiete años y debió ir
al cuartel donde aprendería a manejar haciendo de orde-
nanza de un coronel. También aprendería forzado a leer
y escribir, ya que en su infancia detestó ir a la escuela

152
22 CUENTOS ESCOGIDOS

pese a los cintarazos maternos y a las prédicas de su per-


misivo y piadoso padre.

Don Abundio, tras dejar todo en orden en su casa,


partió con su cansina y traqueteante carreta un fin de
noviembre hacia la villa cordillerana, como para estar el
ocho de diciembre ante la Virgen. No conocía el cami-
no, pero iría preguntando a los lugareños por ahí.

Llevó abundante provisión de longanizas, man-


dioca y chipá para el viaje. También yerba y equipo de
mate y tereré para saciar la sed del camino y un rosario
para abrevar su ansiedad devocional durante las casi cien
leguas de camino..

Apenas hubo partido el hombre y caído el sol a su


lecho del horizonte, cuando el jovenzuelo Protasio Mon-
tes llegó junto a Liduvina, con ansias mal contenidas y
fiebre atrasada de post adolescente.

Para no armar batifondo en el precario rancho con


su criaturada semidormida, fueron a arrullarse cerca de
la chacra, entre maíces y porotos, hasta el amanecer.
Cuando las criaturas se levantaban para ir a la escuela,
Liduvina lucía ojeras como antifaz y se veía agotada. Tan
cansadacomo los bueyes de don Abundio al regreso de
un viaje; pero feliz y suelta, como bailando en una pata.

153
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Fingióse indispuesta para poder reposar y reponer el sueño


atrasado, mientras que el Protasio se quedó dormido bajo
un tarumá al borde del camino y faltó a su trabajo en el
mercado del pueblo.

Abundio a esas horas estaba a varias leguas de


distancia, más allá de Ca’aguazú y mascullando avema-
rías y padrenuestros a su santa patrona. No había dormi-
do en casi toda la noche a causa de no querer detenerse y
tuvo que soportar los barquinazos de la carreta, por esos
oscuros caminos surcados de huellas profundas de ca-
miones y alzaprimas cargados de preciada madera que
iba a parar a los aserraderos de la zona y linderos con el
Brasil.

Sabía que tenía tiempo de sobra para llegar


sobre las calendas santas, pero la prisa y la ansiedad car-
comían su ser como termitas. Repasó mentalmente las
ofrendas que llevaba para su santa patrona: un anillito de
oro fino, una pieza de la mejor seda celeste que le ven-
diera el turco Mustafá, dos docenas de velas perfumadas
y un paquete de incienso bendecido por el párroco de
Horqueta.

Pensó de pronto que tal vez se apresurase en cum-


plir su promesa sin esperar que el camioncito rindiera

154
22 CUENTOS ESCOGIDOS

sus dividendos y beneficios, pero una promesa es una


promesa. Tal vez, más tarde pudiese hacer otra peregri-
nación al santuario nacional. Esta vez, al volante de su
carreta diesel y en menor tiempo. Tantos pensamientos
rumiaba don Abundio sobre sus devociones, que no ca-
bían en su mente pensamientos pecaminosos y ni sospe-
chaba el jolgorio que se estaba dando en esos momentos
la Liduvina con su amiguito Protasio y, tal vez, padre de
varios de sus hijos.

En efecto. Aprovechando la peregrinación de


su concubino, el cual le prometió legalizar y bendecir la
unión tras su viaje a Ca’acupé, la post cuarentona y que-
rendona Liduvina estaba resarciéndose a más no poder
de tanta abstinencia anterior de años y su imaginación
no tenía límites.

Hasta su joven devoto estaba agotándose de tanto


reviente y trasnoche romántico. Su patrón ya estaba a
punto de echarlo del puestito del mercado de Horqueta y
los hijos de Liduvina estaban desconfiando algo, acerca
de las frecuentes indisposiciones y jaquecas diurnas de
la mamá. Eran muy seguidas éstas, últimamente, desde
que la solía visitar el rubio ése, tan parecido con dos her-
manas y un hermano menorcito.

155
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

El mayor, aún seguía en el cuartel y los otros,


a la buena de Dios, entre la escuela, los cintarazos mater-
nales y la canchita de fútbol o la victrola del bolichero de
la compañía. Las nenas casi no jugaban a las muñecas y
comenzaban a suspirar con las radionovelas brasileras
de cangaceiros, mocinhos y damitas.

Las hormonas comenzaban a hervir en las mayor-


citas y, gracias a Dios que hubiese pocos varones en edad
de compromiso en las cercanías, que de no, la hubiesen
pillado in fraganti con su romeo rubio.

Doña Liduvina por otra parte era muy piadosa


e iba cada dos domingos a misa con sus hijos e hijas. Tal
vez para disimular sus preocupaciones y sus largas e in-
somnes noches de aquelarres de bacante dionisíaca.

Tras varios días de lenta travesía por caminos


entre fangosos y polvorientos, don Abundio íbase aproxi-
mando a su sacro objetivo. Contaba con los dedos y las
cuentas del rosario, los días y horas que faltaban para
llegar a la villa cordillerana.

En el último tramo entre San José de los Arroyos


y Barrero Grande, venía costeando la ruta por la banqui-

156
22 CUENTOS ESCOGIDOS

na derecha porque el asfalto todavía era un mito inalcan-


zable.

La “segunda reconstrucción” se veía venir pero


faltaban concretar préstamos brasileros para asfaltar hasta
un lugar llamado puerto Franco, hacia la frontera para-
naense. Los rapai pagarían el puente para meter al Para-
guay de contrabando cuanta porquería industrial saliese
de los talleres fabriles d e São Paulo... e ir tomando para
sí las ricas tierras del Alto Paraná

Juscelino Kubitschek alias Jotaká, tenía planes


estratégicos de hegemonía a causa de la presión de los
sem-terra y desplazadosdel nordeste y...tudo bem. Pero
entonces, apenas existían tramos enripiados para trans-
porte liviano en el Paraguay.

Pero saliendo de estas digresiones de lugar,


diremos que Abundio Portijú se aproximaba —despacio
pero seguro— a la Meca de sus anhelos, con jaculato-
rias, padrenuestros, avemarías y pésames en boca. Si no
se le ocurriwera cantar himnos, eras sólo por su falta de
oído musical y afinación.

El júbilo lo embargaba nimbando su faz con un


halo místico que sólo poseen los bienaventurados y los
idiotas. Las posibilidades de ser bendecido con algunas

157
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

oportunidades de buenos negocios lo tenía en una suerte


de beatitud conceptual.

La santísima Virgen lo aguardaba y quizá apre-


ciaría y valoraría su entrega y su sacrificio.

En su azarosa odisea sorteó dos balsas, tres chu-


bascos y casi dos tumbos de su carreta. Gracias a la Vir-
gen estaba vivo, sano y listo para confesar y comulgar.
Lo que ignoraba el buenazo de don Abundio, era que
mientras él hacia las penitencias y expiaciones, su com-
pañera se encargaba de cargar la balanza en el otro extre-
mo. Y esta vez, las pesas eran justas y no estaban ama-
ñadas. El expiaba y ella pecaba.

Mientras Abundio contemplaba las Tres Marías en


el oscuro pero brillante cenit, tras sobrepasar Barrero
Grande, allá en Horqueta Liduvina Ñanduvái iba ponien-
do fuera de combate a su jovenzuelo que, por haber que-
dado cesante a causa de lo que suponemos, vivía en un
ranchito en el monte cercano y lo mantenía la Liduvina,
cada vez más querendona y cachonda, y cada vez más
imprudente en disimular su tórrida pasión.

Don Abundio se aproximaba al costado del impo-

158
22 CUENTOS ESCOGIDOS

nente cerro Cristo Rey, ya en plena Cordillera, sin perder


el paso y con sus bueyes en carne viva, picana mediante.
¡Ya estaba llegando a prosternarse ante el manto de la
Virgen! No sabría a quién darle el anillito de oro para su
dama sacra; las velas, las repartiría en los alrededores de
la iglesia y la seda celeste al señor párroco. Si pudiese
acercarse hasta la santa, le pondría el anillo en su dedo
mismo. Donde le calzase nomás ¿O se lo dejaría al pá-
rroco? ¡Vaya dilema el suyo!

Tras cruento combate amatorio, Liduvina aca-


bó con las últimas energías de su Romeo, pero fue pilla-
da por una de sus hijas que salió intempestivamente a
vaciar la vejiga en el patio. Liduvina se hizo la desenten-
dida y con un gesto le impuso silencio, enviándola de
regreso a la cama. Luego, continuó desahogándose con
el exhausto Protasio Montes, porque la niña lo confun-
dió con uno de sus hermanos entre el mediosueño; tan
parecidos eran.

Tras esto, la Liduvina resolvió que era hora de to-


mar precauciones. Le sugirió al Protasio que regresase
con su madre y que «ya se encontrarían por ahí».

Abundio estaba extasiado ante la bella imagen,

159
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

como insecto ante una lámpara o sapito ante una serpiente.


Sus velas estaban ardiendo alrededor de la pequeña igle-
sia y el anillito con la seda celeste, obraban en custodio
del señor párroco. Su misión estaba cumplida, pero por
si acaso, entonó dos misereres más, ocho letanías dos
credos y nueve avemarías, rosario en mano, antes de re-
gresar a su valle. Y no olvidó el Gratia plena, el mantra
en latín que aprendiera de monaguillo para agradar a la
Virgen.

—¿Dormiste, vos anoche con Pilincho, mamá?


—preguntó con candor Purina la de diez años.

—¿Y a vos qué te importa? Vos no viste nada y


estabas caminando en sueños— respondió Liduvina
haciéndose la yo-no-fui. Protasio llegó a lo de su madre
todo demacrado y masacrado por borracheras románti-
cas, pero no comentó nada.

Abundio regresaba a Horqueta. Pocas leguas


le faltaban, pero se hallaba medio tristón a pesar de ha-
ber cumplido su promesa; como si hubiese olvidado algo;
con una sensación de haber robado caramelos de su her-
mano menor. Recordó a sus hijos y su santa mujer que
los crió o los malcrió aunque sin mala intención. Repasó

160
22 CUENTOS ESCOGIDOS

mentalmente los rostros de sus doce hijos y de pronto se


sorprendió al recordar lo parecidos que eran tres de ellos
con el Protasio, el puestero del mercado de Horqueta.

¿Tendría él, algún parentesco desconocido con el


Protasio? ¿O su mujer quizá? —se preguntó para su
coleto.

De pronto, se sintió solo como dedo índice apun-


tador o cocotero en el campo. Tanto tiempo matándose
para tener más y dar de comer a los suyos, sin apenas
verlos más que cada quince días o cada mes. Tanto tiem-
po amando con indiferencia a su concubina, lo justo para
hacerle engendrar un hijo más... y nada más.

Esta vez, no pensaba en la Virgen. Pensaba en sí


mismo y lo lejos que estaba de los suyos. Y a medida
que se acercaba a su valle, se sentía más lejos. Su triste-
za se acentuó paso a paso de sus cansinos animales y su
traqueteante carreta.

De pronto cayó en cuenta de que algunas dudas lo


estaban acosando y poniendo en estado de sitio el ánimo.

Su otrora inquebrantable fe, temblaba como trozo


de azogue de termómetro quebrado y se resquebrajaba
como la roja tierra herida por el sol. ¿Sería castigado por

161
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

eso? ¿O perdería el miedo al castigo? ¿Qué es el peca-


do? ¿Es original?

En esto estaba cuando desvió hacia Concep-


ción desde San Pedro. Poco faltaba para llegar a donde
nunca había estado, o si hubiese estado, nadie lo notó
nunca: en su rancho.

Todavía debería trabajar duro en su carreta


hasta aprender a manejar y haber desarrollado el camion-
cito, gastando gasoil sin provecho alguno. Y encima
debería pagar extra por la carrocería de su vehículo, que
venía con el chasis desnudo. Y poco podría esperar de
sus hijos. El mayor, en servicio militar. Los otros, ape-
nas sabiendo leer mal que mal, de pésimos alumnos que
eran; y él, dominado por las ansias de endeudarse para
tener más, y ganar más para tener más. ¿Para tener qué?
Porque, aparte de su fe, nada más que la carreta y bueyes
tenía. Sus hijos, eran más de su mujer que suyos; y su
compañera, aún sin él saberlo, era más ajena que suya,
aunque lo intuía poco a poco. Especialmente porque
desde hacía siete años, la Liduvina no le reprochaba nada
ni le recordaba sus deberes de varón, restringidos a pro-
crear y nada más.

Tornó a encomendarse a la Virgen, pero esta

162
22 CUENTOS ESCOGIDOS

vez, le pareció sentirla tan lejana como ausente. Y tan


ajena como su mujer. Trató de pensar en otra cosa, pero
vio nuevamente a sus doce hijos, tan diferentes entre sí
aunque todos sin excepción ajenos a él, como mercade-
ría hipotecada.

¿Aceptaría su concubina ser nuevamente ama-


da con ese ardor pecaminoso que tanto lo atemorizara
antes? ¿Se entregaría ella, ahora, para recibir cuanto él le
negara durante más de una década y media? ¿Se confor-
maría con su carreta y su chacra y dejaría de deslomarse
por un camión que ni siquiera sabría manejar? ¿Estaría
arrepentido de no haber pecado bien a tiempo, compla-
ciendo a su sufrida y paciente compañera en lugar de
llenarse la cabeza de oraciones a una imagen de escayo-
la, madera, tela y cabellos prestados?

No lo sabría con certeza, pero aún estaba a tiempo


de volver a empezar. Las frustraciones de no haber sido
feliz cuando pudo serlo, lo asustaban pero no lo atemori-
zaban. Nunca es tarde para reiniciar; ni para redescu-
brirse.

De pronto, Abundio Portijú cayó en la cuenta de


que, gracias a su visita al santuario, pudo zafarse de una
obsesión enfermiza y alienante.

163
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Dio mentalmente gracias a la Virgen, por última


vez; por haberlo sacarlo de pronto de su marasmo y ha-
cerle recuperar la razón, apartándolo de su fanática esto-
lidez de años. Algo es algo.

El buenazo de Abundio Portijú se persignó y san-


tiguó por última vez en su vida.

A sus cincuenta y pico de años, comenzaría de


una buena vez a vivir... por primera vez en su vida.

164
22 CUENTOS ESCOGIDOS

12
La crecida
Mención Especial, concurso de cuento breve

“Jorge Ritter” Coomecipar 2005

Froilán Aratikú olfateó el aire, como inten-


tando atrapar a los efluvios del viento boreal, que
traían señales inequívocas de malos tiempos para
los costeños del río Paraguay, los pescadores del
Bajo Chaco y los pobladores de Chacarita y el
Bañado de Takumbú. Olía llegar la crecida con
terca insistencia, y aunque no se perfilaban llu-
vias ni nada parecido, la presentía con ese instin-
to montaraz de los centauros de canoa y camalo-
tes que cabalgan sobre el lomo del río de sur a
norte y de norte a sur. Una crecida significaba
abandonar las casas y refugiarse en la inhóspita
ciudad, vendiendo chucherías de contrabando en
lugar de pescado fresco de su cosecha fluvial.

165
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Tal vez lloviese más arriba, hacia el Panta-


nal y las riadas viniesen en seco. Quizá llegarían
las lluvias interminables de la primavera que ma-
taban cultivos y enmohecían los ánimos de los ri-
bereños hasta arrugarlos de tedio y nostalgia. A lo
mejor o peor ni siquiera eso; pero de que venía la
crecida, venía. Inexorable como la muerte, ines-
perada como orden de desalojo judicial; insalu-
bre como hospital de caridad; inhumana como
todas las catástrofes naturales y de las otras; indi-
ferente como los políticos anestesiados contra los
reclamos populares. En fin, llegaría en pocos días
más y habría que alertar a los hermanos de la ri-
bera, para tomar providencias de salvar lo que
pudiesen de las aguas desbocadas.

Froilán Aratikú dio vigorosas paladas de


remo a su canoa para acercarla a la orilla cuando
el sol anunciaba su muerte cotidiana hacia el po-
niente. La Prefectura Naval prohibía a botes pe-
queños permanecer en el río durante la noche,
salvo que tuviesen permiso militar, para contra-
bando desde Clorinda y balizas luminosas de re-
glamento. Minutos después de caer la cortina
de estrellas itinerantes desde el oriente al po-

166
22 CUENTOS ESCOGIDOS

niente, llegó a las arenas de la Chacarita donde


tenía su base de operaciones: su hogar de tabli-
llas, cartón y chapas de desecho requisadas de
alguna demolición.
Hacía tiempo se dedicaba a cruzar personas
a través del río, a fuerza de brazos y remos; a pes-
car de tanto en tanto y cazar algún carpincho, ya-
caré o venado de hacia el Chaco, para variar el
puchero. Su mujer, lavaba ropa ajena con esa pa-
ciencia resignada de quienes se saben encadena-
das al destino de por vida; con ese fatalismo de
las mujeres del bajo, acostumbradas a pelearle a
las aguas sin odiarlas; con esa sonrisa triste de
luchadora que se bate diariamente contra la po-
breza, para acabar finalmente empatando con ella,
o dejándose ganar sin resistencia.

Sus tres hijos vivos ya estaban en el humil-


de catre de tramas de cuero, tras el mate cocido
con magro reviro, con que mentían descaradamen-
te al hambre proletaria que roía sus entrañas.

Los dos primeros habían fallecido de deshi-


dratación y estaban enterrados ahí nomás, cerca
de la playa al arrullo de las oleadas y las mareja-

167
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

das. No había con qué llevarlos a un cementerio,


que hasta tierra para sepultura les es aún negada
a los pobres. Los otros, sobrevivieron gracias a
lo aprendido con los muertitos.

Una vecina les enseñó a preparar suero hi-


dratante y los ayudó a sobrevivir de las diarreas
malignas del malsano ambiente de los bajos del
cabildo, donde plantaran su rancho de burdo car-
tón, hojalata, restos de cajones usados y basura
plástica reciclada.

La mujer de Froilán estaba aún despierta,


con una plancha de carbón en ristre y alisando
ropas para entregar al día siguiente. Este la besó
en la frente y le preguntó por los niños.

—Ahí están, pobrecitos, tratando de dormir...


si las chinches se lo permiten —respondió ella en
guaraní, con voz asordinada por la fatiga. —Ma-
ñana tienen que madrugar para salir a vender dia-
rios antes de irse a la escuela.

Froilán encaró a su mujer, con ojos casi apa-


gados de forzar las tinieblas, a través de la luz
mortecina del rústico farol de mecha perfumado
de keroseno, como tratando de infundirle ánimo.

168
22 CUENTOS ESCOGIDOS

—Se viene la crecida, Flora. Vamos a tener


que desmantelar el rancho y buscar algún baldío
allá arriba, hacia el parque Caballero o a la Sala-
manca. No sé cuándo ha de llegar, pero la siento
en la nariz. Se viene nomás. Mañana, cuando
vayas a lavar al río, avisale a la comadre Pepa y a
las otras que se preparen ya mismo. La cosa no va
a tardar mucho. Días, tal vez.

—Pero, Froilán, si ni siquiera llueve en es-


tos días —respondió ella. —No se ve una nube
miserable por ahí. No sabés cómo pica este sola-
zo de fuego. ¿Qué crecida decís vos que va a ve-
nir? ¿estás loco, cheirü (mi socio)?

—Vos sabés que no. Y para que se venga la


crecida no hace falta lluvia por aquí; basta que
llueva al norte nomás. Preparáte, te digo. Después
no digas que no te avisé. El hombre procuró no
alzar la voz ni demostrar fastidio por la increduli-
dad de su mujer, pero pensó en sus tres hijos, acu-
rrucados en un catre y chupados por las chinches,
rascándose e infectando sus laceradas pieles in-
fantiles, casi transparentes de anemia y hambre
cotidiana engañada a cocido negro de yerba mate

169
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

y azúcar, a regañadientes y arañazos presupuesta-


rios.

Como lo suponía, aún estaban desvelados


a causa del calor, los mosquitos de la ribera y otras
sabandijas que infestaban colchones y sábanas
semisucias. Los hizo levantar y les aplicó un
chorrito de repelente que llevaba en sus avíos de
pesca (los mosquitos, jejenes y polvorines del
Chaco son poco menos que máquinas de tortura)
y los acostó de nuevo.

Luego calentó agua como para tomarse unos


mates antes de echarse en el jergón que hacía de
cama. Al día siguiente debería madrugar para des-
mantelar su rancho clavo por clavo y ver cómo
trasladaba sus escasos enseres en su repetido exi-
lio de cada crecida. Algunas veces acamparon en
las afueras del parque Caballero, pero en la ante-
rior, la municipalidad los hizo echar con la poli-
cía. Recordó que hacia la Salamanca, al sur de la
ciudad, había lugar. Uno de sus vecinos se había
mudado allí y ya no regresó cuando bajaron las
aguas. Bueno. Ya vería qué hacer… pero debía
hacerlo pronto.

170
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Era bien tarde en la noche, cuando su mu-


jer, tras planchar cinco docenas de ropas, se acos-
tó a su lado casi sin sentirla él. Apenas lo hizo y
quedaron ambos dormidos, arrullados por la fati-
ga que los acompañaba desde siempre, invisible,
omnipresente y pesada.

Al primer atisbo de claridad, Froilán abrió


los ojos, viendo a su mujer pava y mate en mano,
preparando tortillas y mate cocido para los obre-
ros de una construcción del microcentro asunce-
no. Los niños ya estarían haciendo cola frente al
edificio de un matutino, aguardando por la mer-
cancía informativa.

Tras vender los diarios, deberían hacer a


toda prisa sus tareas e ir a la escuelita del barrio,
un poco más en la altura. Volvían casi al oscure-
cer; y tan cansados que apenas tomaban un coci-
do aguanoso y sin leche, con dos duras galletas de
harina picada de gorgojos, que luego se tiraban
en el catre a intentar dormir, sin siquiera quitarse
la ropita o pedir tregua a chinches y zancudos.

Froilán mateó con su mujer hasta que ésta


se despidió de él con su canasta de tortillas con

171
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

mandioca y una olla de cocido negro. Quizá re-


gresaría para las nueve de la mañana a lavar ropa.
El, en tanto, entregaría las ropas lavadas y plan-
chadas el día anterior por su mujer. Luego, debe-
ría ponerse en campaña para la mudanza.

No sabía por qué, pero sentía la crecida cada


vez más inminente, como los golpes que se rumo-
reaban por ahí y al final nunca se efectuaban. Pero
su olfato no podía engañarlo. Es cierto que esta-
ba despejado y sin señales de nubes ni tormentas
de verano, aunque sentía esa ansiedad inconteni-
da de profeta de las malas nuevas, que es descreí-
do por todos... hasta que la calamidad llega sin
aviso, como las furtivas parcas.

No sabía cómo llegaría la crecida, ni de


dónde. Pero llegaría pronto. No le cabía la más
mínima duda. Llegaría.

Tras los mates, se puso a ordenar algu-


nas cosas, como para embalarlas en cajas de car-
tón cuando regresara su mujer. Puso algunas ca-
jas vacías en un sobrado y comenzó a buscar he-
rramientas para desarmar la estructura frágil de
su rancho de pescador, de peces y oportunidades

172
22 CUENTOS ESCOGIDOS

perdidas.

Luego comió un par de trozos de mandio-


ca y dos tortillas que dejó su mujer en un plato de
hojalata y fue a avisar a sus vecinos y amigos,
entre chupadas de tereré, acerca de la crecida que
él sentía que se venía. La mayoría, tras mirar al
cielo, lo escuchaban con una sonrisa de increduli-
dad. El sol brillaba y no precisamente por su au-
sencia, sino que estaba para pelar chanchos. Los
vecinos pensaban que la próxima crecida estaba
muy lejana aún como para salir corriendo ante un
aviso más presentido que calculado. Vaya y pase
si es que lloviera, o se nublase siquiera pero así
por que sí... Froilán Aratikú recordó a los escép-
ticos que hasta entonces nunca erró en sus avisos
y las crecidas se vinieron nomás. Más tarde de lo
previsto quizá, pero vinieron; y muchos que no le
creyeron entonces, vieron llegar las aguas sin ha-
ber sacado sus pertenencias de la riada y bastan-
tes de ellos, perdieron lo poco que poseían a cau-
sa de su dejadez e incredulidad.

Froilán Aratikú el pescador y remero del


río se dio por vencido en la tarea de convencer a

173
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

los ribereños para que preparasen el obligatorio


éxodo a zonas altas. Se encogió de hombros y sin
perder la calma se dispuso a ejecutar lo que se
hubo propuesto: prepararse para la crecida que el
instinto le preanunciaba.

La escolaridad de sus niños era el único


problema, pero su hogar era lo primero. Miró otra
vez a la bahía para comprobar que el nivel de las
aguas se mantenía estable y más bien bajo.

—Pero esto no puede durar mucho —pen-


só para sí. ––Tarde o temprano las aguas invadi-
rán todo el bajo.

Poco más tarde regresaría su mujer con su


canasta y la olla vacíos y lista para preparar el
almuerzo para los albañiles: locro de garrón, tor-
tillas de harina, guiso de arroz y mondongo con
mandioca. Froilán pensó en pelar los tubérculos,
para que, cuando volviese Flora estuvieran como
listos para la olla. Dudó unos instantes y lo hizo.
Al llegar su mujer, lo felicitó por tener hecha la
parte más difícil y mientras hervían alegremente
las raíces, puso el locro en remojo para sazonarlo
con los garrones de vaca y lo demás. Tal como les

174
22 CUENTOS ESCOGIDOS

gustaba a los rudos obreros.

Al regreso ya había hecho sus compras en


un conocido supermercado de la Plaza Uruguaya
y mientras preparaba la comida, Froilán le relató
la conversación con sus escépticos vecinos. Ella
estuvo de acuerdo con éstos. La riada era aún
improbable. El tiempo estaba estupendo, el calor
era casi de sequía y no había probabilidades de
tormentas y menos todavía de lluvias.

—Pero la siento, Flora, protestó él. —Has-


ta ahora no me falló el pálpite y no creo que el
instinto me engañe. La crecida está al venir no-
más. Ya vas a ver...

—¡Naumbréna (¡No, pues!), Froilán! De-


jate de joder con eso de la crecida, que parecés
una lechuza de mal agüero —respondía ella, bien
segura—. Aprovechá que no están los chicos ahora
y mimame un poco. ¿Cuánto hace que no me ha-
cés caso? Al oír esto, Froilán sintió un ramalazo
de rubor encendiéndole la cara y el pecho y se
sintió nuevamente entero. Sin decir una palabra,
cerró la precaria puerta del rancho y se acomodó
en el catre.

175
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Tras la apresurada y casi rutinaria comu-


nión, terminaron de preparar la comida. Era casi
mediodía y los chicos vendrían a comer algo an-
tes de ir a la escuelita, aunque las lombrices ni
hambre les dejaban tener en las tripas. Y de segu-
ro, estarían cansados de correr por ahí vendiendo
diarios, para pagarse los cuadernos y lápices. Para
más no daba el oficio de voceador de prensa.

Al atardecer, Froilán volvió a percibir ese


cosquilleo que le anunciara la crecida. Y esta vez,
con un poco más de seguridad. Miró como de cos-
tumbre hacia la playa de la bahía donde estaba
atada su canoa color camalote. De pronto, notó
que ésta estaba medio flotando y recordó que la
había dejado varada en la arena, bien en seco.
Corrió hacia la playa, para comprobar que efecti-
vamente las aguas estaban dos centímetros más
altas que hacía dos horas. Observó un palo de es-
coba pintado de blanco sucio clavado en el suelo,
donde tenía las marcas de nivel, las cuales le con-
firmaron la muda pero insinuante presencia de
aguas intrusas. Volvió de prisa al rancho y a los
gritos anunció a la gente de la vecindad su descu-
brimiento.

176
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Casi nadie se alarmó, tan acostumbrados


como estaban a las amenazas y predicciones del
pescador. Pocos le hicieron caso como de cos-
tumbre. Esta vez, se puso a empacar de prisa en
las improvisadas cajas de cartón mientras el sol
siestero brillaba y calcinaba en todo su esplendor
tropical. Los niños comieron de prisa y salieron
para la escuelita. Flora juntaba ropas, zapatos y
cuanto pudiese mojarse y tras doblarlos y acomo-
darlos en las cajas, iba por más enseres dispersos
alrededor de la casa. Ahora sí, estaba segura de
que la intuición de su hombre era certera y eficaz.

Tres horas más tarde, la canoa estaba ya a


flote, aunque sujeta a una soga por un grueso pos-
te. Una parte del rancho estaba desmantelada y
apilada en el pasillo caminero, que discurría ha-
cia las alturas del cabildo como serpiente colora-
da de barro y arena gorda. Los otros vecinos esta-
ban muy entretenidos fumando, bebiendo cerve-
za o tereré y escuchando música barata de dudosa
tropicalidad y paupérrima poesía. Nadie quiso dar
el brazo a torcer y algunos se burlaban de Froilán
Aratikú y su alarmismo; mas él sin hacer caso a
los groseros chascarrillos, embalaba tranquilamen-

177
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

te sus pertenencias. Esa misma tarde, emprende-


rían el viaje a las alturas. No sabía dónde pero ya
hallaría algún lugar.

Un amigo que trabajaba de chofer de una


carpintería industrial les acercó un camioncito de
dos toneladas, donde rápidamente cargaron casi
todo moviéndose como hormigas diligentes. Lue-
go, mientras su mujer aguardaba a los niños, él
fue a buscar un sitio en la Salamanca donde su
antiguo vecino se había mudado, el cual ya le ha-
bía ofrecido con anterioridad unos metros cuadra-
dos en el asentamiento de los llamados damnifi-
cados, donde recalaban cada temporada los per-
seguidos y exilados de la crecida y la pobreza.

Una vez allí, bajó apresuradamente sus


cosas y despidió a su amigo el chofer con una
pequeña propina por el servicio. Más no podía
oblar.
Inmediatamente, púsose a erguir nueva-
mente su rancho clavo por clavo; chapa por cha-
pa; tabla por tabla, alambre por alambre, hasta caer
la noche.
Sin descansar, tomó un ómnibus hasta el

178
22 CUENTOS ESCOGIDOS

microcentro y regresó a donde había estado su


casa. Su mujer ya lo esperaba con los niños y al-
gunas bolsas y canastas con lo que quedaba de
sus trastos. Su fiel canoa, quedaría allí hasta tanto
pudiese servirse de ella para rescatar a los rezaga-
dos que no habían confiado en su intuición y re-
cién al día siguiente comenzarían a preocuparse.

Para entonces, las aguas ya llegaban hasta


donde había estado su rancho y se hallaban cha-
poteando en el lodo. Froilán Aratikú agradeció, a
quienes fueran que lo pusieran sobre aviso.

Nunca sabría el porqué de la riada repentina.


Tal vez alguna lluvia torrencial en el Brasil, o lo
que fuese; pero ellos, momentáneamente estarían
a salvo de las traidoras aguas crecientes; aunque
nunca lo estarían de la pobreza.

179
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

180
22 CUENTOS ESCOGIDOS

13
Lilith
Nunca debí haber intentado hurgar entre los
misterios de las fuerzas de lo oscuro, pese al es-
cepticismo que, de tanto en tanto, me posee. Pero
el nombre de Lilith me atrajo como un imán hacia
la casa quinta del viejo Morits Grünfeldt, hijo de
un inmigrante húngaro, quien vivía en una espa-
ciosa pero sombría quinta en las afueras de Lu-
que.

Se decía por ahí que practicaba astrología, lectura


de tarot y runas, así como otras artes predictivas
muy solicitadas por quienes gustaban de apostar
a ganador, aunque no siempre sus corazonadas
eran certeras. Claro que en caso de equivocarse
siempre tenía a mano alguna explicación convin-
cente para el consultante. Que no siempre los ar-
canos de lo oculto eran favorables por razones no
del todo comprensibles al vulgo profano.

Pero vayamos al principio. Un amigo co-

181
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

mún, que lo visitaba asiduamente, me había ha-


blado de Morits Grünfeldt, el solitario y tres ve-
ces viudo que explotaba una pequeña granja le-
chera y tenía como pasatiempo las ciencias ocul-
tas.

Tras varias sesiones de dudas y vacilacio-


nes, resolví hacerme el encontradizo con mi ami-
go cuando iba a visitar a Grünfeldt, a fin de llegar
con él junto al esquivo ermitaño granjero.

El tal Grünfeldt era un hombre agradable y


conversador, aunque a veces ponía demasiado
énfasis en sus predicciones y sus cálculos plane-
tarios. Pero en general me cayó bien y no tuve
reparos en contarme entre las amistades asiduas
del excéntrico clarividente suburbano, pese a que
éste gustaba más de pláticas que de lo oracular y
sólo lo practicaba como pasatiempo y sin ánimo
de lucro, lo que lo tornaba más confiable.

Una tarde, tras sus fatigosas labores de gran-


ja, Morits Grünfeldt me mostró un libro de factu-
ra taoísta llamado «El Libro de las Mutaciones» o
I-Ching. Este volumen, si bien llegó al mundo en
una antigüedad considerable, era de una edición

182
22 CUENTOS ESCOGIDOS

reciente, prologada por Carl Jung y J.L. Borges.


Según me explico el astrólogo, contiene ocho tri-
gramas basados en tres líneas, algunas enteras,
otras cortadas y formando combinaciones entre
sí; las que, multiplicadas al cuadrado, dan sesenta
y cuatro hexagramas que corresponden a otras tan-
tas situaciones de la vida humana (como los casi-
lleros del ajedrez y tal vez con relación entre sí).
Arrojando unas monedas especiales, se obtienen
los veredictos a que corresponden los hexagramas
prefijados. Y aquí viene el meollo de mi relato.
Cada veredicto es un dictamen preventivo acerca
de los cambios o mutaciones en la conducta hu-
mana y son generalmente certeros e inapelables.
Se decía que este libro fue escrito por el mismísi-
mo Lao Tsé, durante el mandato del rey Wen, aun-
que no existen pruebas de ello. De todos modos,
consulté acerca de una decisión que debía tomar
sobre un viaje.

Tras los ritos correspondientes y varios in-


tentos, ya que era menester estar concentrado en
el tema a tratar, vino la respuesta.

El dictamen del libro fue el siguiente:

183
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

«Antes de la consumación. Logro.

Pero si al pequeño zorro.

cuando casi ha consumado la travesía,

se le hunde la cola en el agua.

no hay nada que sea propicio».

Esto para mí, era chino, pero el paciente Grün-


feldt me explicó filosóficamente la necesidad de
postergar el viaje de acuerdo a lo dictaminado.
Lo hice.

Así me fui habituando a visitarlo a cualquier


hora, aunque él nunca pasaba despierto más allá
de la medianoche, pues su granja le requería ma-
drugar. Pero aún así yo, trasnochador impenitente
y hurgador de lo prohibido, estaba satisfecho.

El hecho de haber suspendido el proyectado via-


je, me posibilitó evitar el accidente en carretera
que involucró al ómnibus de una conocida em-
presa en que debía viajar, el cual, tras eludir a un
adelantamiento indebido de otro vehículo, cayó

184
22 CUENTOS ESCOGIDOS

en un barranco, yendo a dar a un arroyo, con el


resultado de dos fallecidos y varios heridos. Mi
confianza en el astrólogo... o lo que fuese, estaba
situada en las alturas.

Cierta noche, cuando me tiraba las runas, sa-


lió de pronto el signo tyr, que según me explicó,
podría ser muerte. Por cierto, no temo a la muer-
te, pero no pude evitar una suerte de expedición
de adrenalina por unos instantes. Luego, al notar
mi turbación me explicó que tuviese cuidado con
un nombre de mujer (la runa fnir) y que simboliza
a una diosa o un planeta. No dijo más y me quedé
tan confundido como al llegar. Eran ya las veinti-
trés y me despedí del enigmático Morits Grünfel-
dt tratando de aparentar calma.

Esa noche me vino a la mente el nombre de


Lilith y recordé que esa diosa sumeria estaba em-
parentada con Astarté-Ishtar- Afrodita-Venus en
las mitologías caldeas y greco-romana. También
recordé que se la relaciona con el demonio de la
lujuria. Esto último me intrigó, ya que como buen
nativo de Leo tengo cierta propensión al erotis-
mo, aunque muchos de ustedes no crean en la as-

185
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

trología. Hacía ya tiempo que el nombre de Lilith


obsesionaba mi mente y no acertaba a saber por
qué.

No tengo ninguna amiga de ese nombre y


no recordaba haberlo visto en los libros apócrifos
que a veces suelo leer para entretenerme y saciar
curiosidad más que nada.

El nombre de Lilith me martilleaba entre las


sienes desde meses atrás, antes de trabar amistad
con Morits Grünfeldt ¿Acaso lo había leído en
alguna parte que no recordaba? Ese nombre pro-
vocaba en mí sensaciones prohibidas de cultos
mistéricos y remembranzas dionisíacas. Ahora,
con la aparición de las runas en mi camino, Grün-
feldt me sugirió que tuviese cuidado con... ¿ten-
dría algo que ver el nombre de Lilith con el peli-
gro que supuestamente me acechaba? Eran sólo
seis letras, como el hexagrama de Salomón o la
estrella de David. ¿Podrían acaso esas seis letras
representar un peligro para mí?

Tras muchos escarceos mentales, me dormí


finalmente, aunque mis sueños fueron intranqui-
los esa noche. Quizá he tenido pesadillas aunque

186
22 CUENTOS ESCOGIDOS

no las recordase posteriormente, pero al día si-


guiente estaba más tranquilo. Es decir algo más
calmo, porque el nombre de Lilith seguía marti-
llándome los pensamientos de manera contundente
y harto reticente; casi al punto de la obsesión.

Es increíble lo que puede provocarnos algo


tan sencillo como un nombre, unos grafemas o
algún sonido vocal. Pero de ahí a considerarlos
peligrosos... es menester tener algún tipo de es-
quizofrenia paranoide orbitando en torno a nues-
tros pensamientos.

Por un tiempo no aparecí más en lo de Grün-


feldt, ni salí a vivir las noches como era mi cos-
tumbre. Preferí quedarme en mi casa a escribir o
a leer, y no precisamente libros prohibidos.

Busqué reconciliarme con Borges, García Már-


quez, Roa y otros, aunque generalmente sus fic-
ciones están cargadas de simbolismos ocultos y
hacen harta mención de lo esotérico. Especial-
mente los dos primeros en mayor medida.

El caso es que volví a tropezarme con Lili-


th. Y donde menos lo esperaba: en mi ordenador,
al cual había cargado con nuevas tipografías y el

187
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

nombre de una de ellas era éste: “Lilith light”.


¿Me estaría volviendo loco? No podría ser que
una obsesión sonora o gráfica acabase conmigo.
¡Mi ordenador, hasta ahora guardián de mi priva-
cidad, también estaba siendo invadido por ella!

Lilith nuevamente. ¿Podría librarme de ese


obsesivo cuan posesivo nombre alguna vez? Vuel-
vo a registrar en mi página diaria mis pensamien-
tos. Espero que mi ordenador no se vuelva loco
conmigo. Es que ambos somos cada uno un apén-
dice del otro y gran parte de mi vida gira ante su
pantalla, depositaria de mis más recónditos pen-
samientos y mis más febriles sueños y percepcio-
nes. Hasta hace unos diez años, era la máquina
de escribir, con sus tachaduras, borrones y resmas
de papeles en blanco; ahora, todo cuanto poseo,
lo guarda en sus entrañas cibernéticas la compu-
tadora, como prefieran denominar a este aparato
de registrar caracteres e imágenes. Una de esas
noches, volví a tropezarme con ¡Lilith! Esta vez
en un viejo papel apergaminado que hallé en la
calle —justo cuando me disponía a cruzarla— y
me llamó la atención por sus colores miniados y
no supe por qué estaría allí, deslizándose al im-

188
22 CUENTOS ESCOGIDOS

pulso del viento, como si alguien se hubiese des-


hecho de él. Lo recogí y comprobé que era efecti-
vamente una imitación de pergamino y decía:

«Lilith, eres la reina en los cielos y Madre


en la tierra.

Madre de fecundidad y diosa de amor y alegría


para tus hijos amados. ¡La muerte sea con quien
profanare tu memoria! La maldición caiga sobre
quienes ofendiesen tu venerado Nombre

¡Innah shave Ishtar, Innah shave Astaroth,


Innah shave Lilith!».

Más abajo, desconocidos caracteres,


probablemente cuneiformes o restos de alguna
lengua muerta siglos atrás, ornaban el extraño
documento.

Tras leer el misterioso mensaje, miré al cielo


y vi a Venus en todo su esplendor, pese a las luces
callejeras y hallarme en el medio de la calzada,
como desafiando peligrosamente al tráfico

189
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

automotor. Mi arrobamiento duró más de cinco


minutos, hasta que me di cuenta de dónde me
encontraba. Los impacientes bocinazos de los
estupefactos automovilistas me sacaron del
marasmo.

Corrí a la acera opuesta y en esos momentos


sentí un rechinar de frenos y un golpe seco en mi
costado derecho que me arrojó a varios metros de
distancia contra otro automóvil que venía en
sentido contrario.

Morits Grünfeldt vino a visitarme al hospital,


donde convalezco del accidente. Le agradecí por
la advertencia, aunque no pude evitar al destino,
sino apenas minimizarlo. Aún así me espera una
larga rehabilitación, con una pelvis y tres costillas
fracturadas, más algunos golpes, ya que
afortunadamente caí sobre el capot de un coche
que venía en sentido contrario y eso me salvó de
ser arrrollado.

Pero Lilith, sea quien sea, está ya acurrucada


en mi interior, quizá para siempre.

190
22 CUENTOS ESCOGIDOS

14
Entre luna y luna
A: los cientos deNN que pueblan el Paraguay
subterráneo.

Transité bastante esta noche —como quien


compite en succionar distancias entre dos puntos
disímiles... como la vida y la muerte, o entre dos
deseos acuciantes y antinómicos—, entre dos cri-
terios reluctantes que buscan un acercamiento
ontológico concordante de un extremo a otro. La
fatiga no me hizo mella alguna, ni atenuó mis
impulsos primigenios y redundantes de redescu-
brirme, a través de mis antiguas vivencias casi
olvidadas.

Mis recuerdos se negaban a ser borrados definiti-


vamente de mi conciencia, y seguían allí aún la-
tentes después de tanto tiempo ¿Tanto? esa pala-
breja ya ha perdido sentido desde que el espacio
ha ocupado su lugar.

191
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

De todos modos, el tiempo —o como se de-


nominase esa entidad inquieta, ambulatoria e in-
domeñable—, ha dejado de tener importancia para
mí. Apenas guardo gotas de segundos muertos e
interminables en algún rincón de la subconscien-
cia, que es lo único indestructible que cargamos
hasta más allá de la vida. Nada será igual a nada,
en este absurdo continuum espacio-temporal des-
provisto de presentes que me agobia, como roca
de Sísifo en ascenso por la Montaña del Destino;
cuya ladera queda en cualquier parte, y cuya cima
está en lo más profundo de uno mismo. Como
los recuerdos que se niegan a darse por olvidados
ni rendirse ante las hojas caídas de viejos almana-
ques vencidos por el tiempo.

Contemplo —es un decir— mi entorno, bus-


cando cuanto me era familiar: las calles, enton-
ces aún no pletóricas de pasos y del reptar de neu-
máticos gastados rotando sobre sus ejes. Esos
pasos trepidantes cual corazones amotinados ante
unas visiones alucinadas, como las que solían aca-
riciar mis noches de insomnio y soledad prepube-
rales. La ciudad no ha cambiado mucho desde
mis ausencias. Las mismas arterias, henchidas de

192
22 CUENTOS ESCOGIDOS

ruidos concatenados o silencios latentes, ahora


pavimentadas de baches por el desnaturalizador
progreso. Los mismos desechos de papel de anta-
ño; hogaño acompañados de polietileno y otros
abortos químicos, rodando a impulsos de algún
céfiro boreal descarriado —como buscando
retornar a sus orígenes o regresar a los vertederos
donde yacerían para siempre— cual cadáveres
anónimos del derroche. Basura y más basura, que
compite con las emanaciones gaseosas de moto-
res exhaustos y sudores mefíticos de seres —hu-
manos o no—, visten las calles desnudas como
deseando sortear los charcos de la lluvia y las re-
jillas de drenaje, empastadas de barro y desperdi-
cios.

Diviso los muros y paredes —aún en pie, de


lo que fuera mi hogar por tantos años—, devora-
dos casi por la tupida maleza y el abandono en-
marañado; desprovisto ya de bullicio y osadía in-
fantil. Los escasos vidrios de sus ventanales car-
comidos, aún revierten de tanto en tanto reflejos
de las mortecinas luces intermitentes que exhalan
los vehículos trashumantes en la madrugada indi-
ferente, como buscando ninguna parte a dónde ir

193
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

a depositar la luz reflejada.

Tras franquear la derruida verja oxidada —


que alguna vez tuviera color a musgo esmalte
mediante—, recorrí con la mirada de mi concien-
cia —la más lúcida de las miradas y la única que
me queda—, el añoso entorno de cuanto acunara
mi infancia; ese hábitat que trocara mi adolescen-
cia en rebeldía pre-adúlta por la rebelión misma,
sin causas aparentes que la provocaran.

Rememoré las primeras palizas con que ¿recom-


pensaban? mis travesuras innombrables; o mis
diversas maneras pasivas de decir “no”, ante im-
posiciones de la jerarquía patriarcal de lo que fuera
mi familia. Una familia tan conservadora como
un glaciar andino; aunque no tenía una idea clara
acerca de qué se debía conservar, ni para qué, ni
para quiénes.

Mi madre —tan rígidamente religiosa como


irreverentemente deslenguada—, la pasaba dán-
dome monsergas en mis años de capullo, en co-
rrecto castellano como invectivas casi soeces en
un pintoresco guaraní durante mi impotente mi-
noridad; esto era lo más resaltante entre las miría-

194
22 CUENTOS ESCOGIDOS

das de recuerdos que todavía medraban en mí.


Algunos más evanescentes que otros, quizá, pero
no menos persistentes, como polillas en ropero
antiguo. Podría citar algunos de los insultos más
“simpáticos” —aunque intraducibles— de su vas-
tísimo repertorio de invectivas verbales, pero en
castellano, el gracejo maledicente pierde su gra-
cia y expresiva explosividad. Al final, sus impro-
perios improvisados, causaban más risa que ren-
cor o humillación. Mas su cólera era de temer.
Hartas veces me hizo objeto de ella, cuero en ris-
tre, como una suerte de marquesa de Sade redivi-
va.

Mi padre era doblemente temible, ya que pocas


veces alzaba la voz y hasta sus vergajazos eran
casi tan silenciosos cuan dolorosos. Tanto que a
veces, sólo por mis alaridos de terror se sabía en
la vecindad que yo estaba siendo disciplinado,
según decía mi adusto padre como tibio eufemis-
mo a sus duras puniciones, propinádanos a mi
hermana y a mí por los más baladíes motivos.

Los roedores incisivos del tiempo transcurri-


do, dejaron ominosas huellas de sus mordeduras,

195
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

en el frontispicio neoclásico decadente de lo que


fuera mi casa paterna. Si bien ésta era alquilada,
no carecía de un sentido de propiedad, por los
muchos años que hemos pasado en ella. El viejo
molino de viento que nos proveía de agua del pozo,
aún lucía su oscura mole metálica impregnada de
óxido desafiando al galvanizado del metal en el
fondo del patio, aunque ya desactivado desde hace
tiempo por falta de usuarios.

Busco las moradas de quienes fueron mis


vecinos, en esos años agitados de la Guerra Fría y
varias calientes localizadas por ahí.

A la izquierda de las sombras se yergue un mo-


derno edificio de apartamentos en condominio;
mientras que a mi diestra un chalé-torta alza su
bermejo, opulento e irreverente tejado francés.
Quizá la morada de un nuevo rico. Es decir, al-
gún político o empresario de lo oscuro y prohibi-
do.

Las ruinas de lo que antaño fuera mi hogar,


desentonan en esta zona residencial en que se ha
convertido este barrio; cual si fuese un erial caó-
tico rodeado de exóticos jardines de paradisíaca

196
22 CUENTOS ESCOGIDOS

exuberancia. No logro memorar el carácter de to-


dos los que fueran mis vecinos de cuadra y del
barrio, no rescatando mis esfuerzos más que páli-
dos destellos nebulosos de recuerdos; salvo dos
amigos íntimos de infancia, a los cuales acudí
cuando las persecuciones políticas en mi país. Uno
de ellos, ya adulto, fue quien me delató a los cón-
dores carroñeros que pisaban mis huellas a corta
distancia años más tarde, cuando mi madurez in-
vitaba al reposo y mis ideales, a la militancia acti-
va contra el tirano de mi país.

¿Tan distanciados hemos estado, que apenas


doy con sus nombres o facciones? ¿Es que nunca
existieron realmente, como entelequias virtuales
o ficción esquizoide? No lo comprendo. Apenas
me vienen a la memoria el polaco Kostewski y
sus retoños; y los hijos de un coronel rebelde,
emigrados del cuarenta y siete como nosotros, que
un día llegaran desde Encarnación a Posadas, per-
seguidos por la facción triunfante, hasta este lado
del Paraná. No recuerdo ya sus nombres y ape-
nas vislumbro el de sus hijos con quienes jugaba
a la pelota, bolitas y hasta guerrillas a hondazos.
A veces, tras las pichaduras de las derrotas, no

197
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

nos hablábamos un tiempo, buscando después


maneras de reconciliarnos como si tal cosa.

Los hijos del polaco, cuyo nombre no se me


olvidó, eran más amigos del trabajo que del jue-
go, y pocos contactos tuve con ellos, aunque fruc-
tíferos. De todos modos no guardé rencores ha-
cia éstos. Más bien que dulces aunque urticantes
recuerdos de Mariuska, la adolescente que des-
pertara mis protoinstintos de pubertad.

Ella, muy inteligente por cierto, resolvía a veces


mis problemas de regla de tres compuesta e inte-
rés simple, mientras yo frente a ella, la radiogra-
fiaba con la imaginación. El polaco tenía una es-
pecie de hotel-bar donde todos trabajaban por tur-
nos, siendo ésta la causa de mis infrecuentes con-
tactos lúdicos con sus hijos, mayores que yo por
otra parte.

Echo un vistazo a esa luna plena de platinado


tambor batiente, que me mira desde las alturas,
reprochándome la trasnochada inconfesa y recal-
citrante de alma en pena. De tanto contemplar-
nos cada mes, ya nos conocemos casi de memo-
ria. Puntualmente nos encontramos en estos an-

198
22 CUENTOS ESCOGIDOS

durriales cada veintiocho días, en que la nostalgia


me impulsa a buscarme entre estas ruinas devora-
das por la carcoma y los años avasallantes. Fue
aquí mismo donde me apresaron, antes de remi-
tirme a Asunción en un avión militar argentino,
en los años setenta y siete.

Hasta una rosa desflorada que imperaba en


aquel rincón con sus espinas, ha desaparecido
como exilada hacia el misterio.

Nuestro hábitat, que tenía un jardín respetable de


magnolias y jazmines del Cabo, es ahora una ma-
raña de maleza indómita. Pareciera que nadie hu-
biera manifestado interés en restaurar el solar, o
reciclarlo con alguna obra más contemporánea.

El abandono, que usurpara la casona y su entor-


no, ha gobernado incólume todos estos años ador-
mecidos por la dejadez y la apatía de sus propie-
tarios, quizá venidos a menos tras la caída de Pe-
rón en los años cincuenta y cinco.

¿Habrían desaparecido los herederos de esta


propiedad? ¿Ya no existiría el clan que fuera pro-
pietario de toda la manzana? ¿Habrían muerto
quienes fueran mis conocidos y vecindad? ¡Vaya!

199
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

El eco ominoso del silencio trata de responderme


a gritos invisibles:

—¡Sí! ¡Nada ha quedado de cuantos has conoci-


do o desconocido en este pueblo con ínfulas de
ciudad! Pero no hago caso a las voces replicantes
del silencio nocturnal, sino a los chirridos de los
insectos y las aves noctívagas que odian al sol, o
simplemente nada hacen por conocerlo. Alguno
que otro vehículo utilitario deja intermitentemen-
te sus huellas sonoras y su estela humeante y ma-
loliente de combustión defectuosa.

En aquellos tiempos de mi infancia, la fauna


mecánica era novedad para mí, recién llegado de
una bucólica aldea paraguaya, y los primeros cas-
carudos VW alemanes, mezclándose con viejos
Ford a bigotes de traqueteante andar, circulaban
por sus térreas calles polvorientas. Apenas camio-
nes y carros polacos abundaban en este lugar, sien-
do inexistentes los enormes carros coludos de ocho
cilindros, que ya inundaban Asunción por esas
mismas calendas de guerra fría y persecuciones
sectarias.

La guerra civil que dividió al Paraguay entre

200
22 CUENTOS ESCOGIDOS

privilegiados y parias —con sus secuelas de agre-


sión y crueldad—, nos trajo a este pueblito llama-
do Apóstoles, con todo y maletas en 1947. La
“revolución” derrotada nos acercó más a los emi-
grados europeos y eslavos, que por entonces huían
de las guerras y progroms desatados en sus pa-
trias lejanas y ya inaccesibles, holladas por bom-
bardeos incivilizados y soluciones finales con
chimeneas.

Tanto nos acercó a ellos el infortunio, como


nos apartó de los nativos misioneros y correnti-
nos, quienes veían al inmigrante como despatria-
do antes que como hermanos perseguidos. Pocos
de éstos últimos contaron con mi amistad incon-
dicional de niño-siendo-hombre-a-la-fuerza.

Fue por esos días en que mis padres tomaron los


bifurcados rumbos del divorcio, dejándonos, a mi
hermana menor y a mí, el amargo sabor de la
mentira institucional sacramentada entre los la-
bios.

Nunca supe la causa real de sus desavenen-


cias. Apenas nos quedó a ambos la opción de se-
guir con mi madre, pese a su carácter autoritario,

201
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

mientras mi progenitor se esfumaba por la puerta


angosta del olvido. Recién varios años después
lo volvería a ver, y casi me costó trabajo recono-
cerlo, tan enfermo y maltratado estaba en esa pri-
sión militar de Peña Hermosa donde purgaba sus
ideales revolucionarios.

Me desplazo un poco más, mientras hilvano


el pespunte de mis recuerdos. ¿Por qué me siento
atraído por este lugar, habiendo yo pasado mi vida
—o la parte no truncada de ella— rodando por un
mapa a escala natural? No lo sé. Sólo puedo per-
cibir una suerte de morbosa atracción por el solar
de mi infancia, y no sólo por causa del recuerdo
de Mariuska, mi primer objeto de ansiedades de
pre-adolescente. La rubia polaquita ponía tanto
cariño y paciencia a mis dislates aritméticos, que
llegó a conmoverme. ¡A mí, nada menos! que
siempre me he jactado de no pactar con el roman-
ticismo; que siempre me he negado a rendirme
ante una sonrisa, siendo más bien cínico y prag-
mático como político neoliberal. Aunque no fue-
ra por neoliberal que me persiguiesen después
hasta aquí, en mis años maduros, sino por lo vice-
versa.

202
22 CUENTOS ESCOGIDOS

De todos modos, las campanas de la iglesia


de San Pedro y San Pablo, patronos del pueblo de
Apóstoles, me recuerdan algo y me indican que
está por desertar la oscuridad ante los embates del
cercano venero astral diurno, cuyos dorados ra-
yos van pugnando por surgir del oriental horizon-
te. Debo apresurarme y retornar a mi morada per-
manente, en el Paraguay. A la única fracción de
tierra a la cual pertenezco, antes que ella a mí.

Antes que rompiese el alba, debo retornar


donde reposan mis ya deshechos y descalcifica-
dos huesos; a yacer nuevamente en mi fosa NN,
desterrada en algún lejano y oculto paraje por mis
verdugos... hasta el próximo plenilunio.

203
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

204
22 CUENTOS ESCOGIDOS

15
Sobrevivientes
anónimos
Primer Premio del Concurso de Cuento Breve
2006 «Juan S. Netto»

Organizado por

Escritoras Paraguayas asociadas EPA.

Mire usted doctor, que, aquí donde me ve, sin áni-


mo alguno de autobombo —que de eso abunda a
raudales por los andurriales urbanoides que ro-
dean nuestra humanidad—, estoy de vuelta de un
largo y ancho periplo infernal, por los caminos
reales y plebeyos de este país, que yace postrado
bajo mi pie descalzo devorado por los devastado-
res colmillos de la necesidad y del corrupto dolo

205
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

oficial, que la incrementa, día a día, hasta más


allá de lo posible.

Recuerdo cuando moví inicialmente las de andar,


hacen ya varios años —tras recibir mi título de
bachiller y ser licenciado de la milicia obligato-
ria, magna cum laude pero desempleado y al bor-
de de la miseria—, en dirección a esa ciudad, ahora
de nombre trocado y troquelado en rumbo de co-
lisión al sol, después de aquel golpazo, febreriza-
do, casi carnavalesco e histriónico, como culebrón
centroamericano, que depusiera al mandón no-
menclador originario de apellido teutón ¿recuer-
da usted, doctor?

Me había hecho el despropósito de meterme en el


cacumen cuanto pasara ante el rasero de mis ojos
perspicaces, que muchos conocidos apenas per-
ciben una ínfima porción de cuanto los rodea a lo
largo de su vida, y se extravían en lo mejor de ella
por su ausente percepción de su exuberante reali-
dad.

Pero no lo voy a entretener con detalles nimios y


rutinarios, emergentes al paso de mi relativa rela-
ción, sino que tomaré al abordaje, cual intrépido

206
22 CUENTOS ESCOGIDOS

maringote-galeote de chinchorro fluvial con ínfu-


las transoceánicas, el asunto que me ha traído hasta
sus pacientes orejas, oidoras, atentas de palabras
coloridas, de emociones mal contenidas; o ensom-
brecidas de angustias inconfesas y despoetizadas.
Largos días he movido patacones descalzos y gas-
tados de andar, para aproximarme en ese enton-
ces, a la capital de la mosca dulce de color verde
Wáshington; antes, mucho antes del triquitroque
involuntario de la nomenclatura germanoica que
esa ciudad fronteriza ostentaba antes del golpe,
como ejemplo de adulonería mendaz y chabaca-
na.

Esa ciudad, entonces en vías de caótica expan-


sión, gracias a las obras elefantiásicas con altas
cotas de represividad llevadas a cabo por esos días,
hervía de aventureros, buscavidas, ganapanes,
robacoches, tahúres, traficantes, mulas, chulos,
sicarios, contrabandistas y hasta gente de trabajo
como yo, vea usted.

El objeto del desplazamiento mío hacia los lares


orientales —porque, crea usted, doctor, había más
turcos, hindúes, vietnamitas, japoneses, coreanos

207
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

y chinos, que en las mismísimas Hong Kong o


Singapur—, era el encomiable deseo de trabajar
en dicha obra, nomás fuese de carretillero o re-
movedor de escombros —a manopla callosa y
desnuda—, con tal de engordar mis escuálidas
faltriqueras llenas de paupérrimo espacio, que no
de efectivo circulante.

Vea usted, que a patitas y con la golilla carente de


combustible masticable, condumio o bebistrajo
alguno —que a veces mendigaba un plato aquí y
un jarro allá, changueando labores de peón de
patio—, la hégira desde Asunción hasta Itaipú, se
hizo más larga que retahíla de italiano tartamudo
o esperanza de pobre.

Pero finalmente pude arribar, aunque algo magro


y cansado, a la Meca de mis desvelos; tarea harto
fatigosa que me demandara más de dos semanas,
pues que ningún colectivero o piloto de terrenaves
de pasajeros lo levanta a uno, sépalo usted, doc-
tor, sin la oblación correspondiente del importe
por el desplazamiento espacial. Tampoco nadie
da un aventón a nadie, por esas rutas pletóricas de
corsarios de tomo y lomo, proveedores del par-

208
22 CUENTOS ESCOGIDOS

que automotor de contramano; es decir transferi-


do, manu militari, de viva fuerza al prójimo, como
se estila en este país; sin contar con que la facha
harto raída de este servidor civil, poco predispo-
nía a la confiabilidad del prójimo, aún exhibien-
do título de bachiller, medio arrugado, pero título
al fin.

Como le digo ¡sí señor! ha sido —aquélla—, una


peregrinación digna de Pedro el Ermitaño a la
sarracena Jerusalén; pero pude arribar a buen puer-
to días más tarde, para postularme a la gleba ser-
vil del peonazgo raso, tras franquear varios por-
tones-coladores, pletóricos de ojos avizorantes y
olfatos perdigueros de dogos brasiguayos de poco
ladrar y mucho morder.

Si me permitiera usted una breve digresión, doc-


tor, compararía tal obra con los piramidales deli-
rios de los faraones egipcianos ¿o se dice egip-
cienses? No importa, sé que usted me capta la
intención de la desiderata. Pero me barruntaba en
el caletre una comparación semejante, aunque ol-
vidé las lecciones de Sarthou y Michelet. Claro
está que, para ser admitido en áreas restrictas,

209
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

debía contar con el visto bueno del caudillo polí-


tico de alguna seccional oficialista local, de he-
matológica divisa punzó. Sí, ésa del color de he-
morragia mal curada. Además debí pagar derecho
de piso en varias áreas conflictivas, como el co-
medor y el barracón-dormitorio colectivo. La
ventaja aparente de ser soltero y sin martirimonio
en perspectiva a corto y mediano plazo, fue un
privilegio inútil como peine de calvo para mí.

Por ser libre, sin compromiso y sin herederos, fui


destinado a tareas —más denigrantes y riesgosien-
tas que las de domador de tigres siberianos sub-
alimentados—: desde ser conductor carretillero,
en inseguros andamios pendientes y pendulantes
como deuda externa, a colocador de bananas vi-
vas de explosivos demolientes, mire usted. El
súper ingeniero aquél no nos perdonaba una.
Varias veces estuve a un tristristris de hacerme
bollo, bajo la pesada cobija mortuoria de piedras,
arena y lodo arenisco de geológica raigambre y
prosapia, que medio diluviaba sobre mí a cada
pumpunazo de las bananas.

Mire usted, doctor, que si no fuera por la Virgen-

210
22 CUENTOS ESCOGIDOS

cita de Ca’acupé y ese otro que no me acuerdo


ahora —sí, ese barbudo coronado con espinas y
aspecto de fakir sagrado—, estaría viendo crecer
raíces de malezas en algún campo no tan santo de
por ahicito nomás.

Fueron aquéllos, créame, los anémicos e inflacio-


narios aborígenes más duramente ganados de toda
mi profesión de corredor de liebres. Como le
digo doctor, pasé por situaciones límite que ha-
rían parar los pelos del corazón al más pintado y
altanero, sin sufrir aún mengua de extremidades
o extremismos en mi humanidad, hasta ese día tan
festivo. Siempre trataba de hurtarle mi magra osa-
menta a las angurrientas parcas, con fintas y gam-
bitos ajedrecísticos; pero ya ve usted, a veces uno
se olvida de algo, se distrae con el paisaje o con
los desaforados gritos de los capataces, quedando
de improviso sin comerla ni beberla en la línea de
fuego de bananas de trotyl, que casi me despan-
zurran y borran de la nómina de esclavos más de
una vez.

Sólo en mi zona de obras, las niñas de mis ojos


se hicieron adúlteras viendo morir, o quedar in-

211
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

útiles como gallos capones, a varios compañeros,


a causa de renuncios y relajos de las normas de
seguridad, si es que las había. Pero mire usted,
que el susodicho de incompleto cuerpo presente,
quien le habla, es poco propenso a exageraciones
y no le parlo más que lo esencial, que para lo otro
están los políticos. En un sólo año debían haber
finado más de cien prójimos, quedado lisiados e
inservibles (salvo para invocar a la caridad) otros
tantos, y me quedo cortina todavía, que no tuve
modo de tener en la sabiola que llevo en hombros
datos ajenos a mi área específica de trabajo. Ape-
nas, como le digo, pude registrar en mis neuronas
lo visto y oído, huyendo de mi conocencia lo de-
más, que por otra parte era secreto de Estado Jo-
dido.

Fue justamente una mañana, en que se proyecta-


ba el desvío del aguachento Paraná, que ostenta-
ba en sus caudales más agua que todas las indus-
trias lácteas del país, experimenté aquello que me
condujera hasta sus ojos y orejas, en este bar de
mala muerte y peor vida. Recuerdo que, días an-
tes, se colocaron las cargas que debían abrir el
canallesco canal de desvío, ante expectable pú-

212
22 CUENTOS ESCOGIDOS

blico, periodistas, turistas atrabiliarios, autorida-


des civiles e incivilizadas, técnicos y, por supues-
to, la peonada recia y montaraz de turno, aunque
no en palco alguno. Justo a mí me tocaría el re-
parto de las mechas y bananas, con otros dos
amigos solteros amancebados que ligaron de re-
bote la patriada.

Mire, usted, que el primer error podría ser el últi-


mo en tales instancias, por lo que extremamos
perspicacia y temperancia para no confundir nada
ni ahorrar espoletas. Además, por comprometer
su presencia el general presidente —ése que nos
pedía creer que éramos felices y no sabíamos—,
sus fieles cancerberos militares nos vigilaban du-
rante la siembra de trotyl para evitar posible mal
uso de dicho material expansivo, accidentalmen-
te o no. Pues mire que el general tenía una para-
noia que no le cabía en el uniforme y desconfiaba
hasta de su familia, igual que el López aquél, que
mandara fusilar a sus hermanos y muchos más por
un chisme de comadres.

Al final, bajo la atenta mirada de sus gorilas, ter-


minamos de colocar todo en orden para la cere-

213
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

monia, sólo que olvidé la hora exacta del vicheo


de la escena explosionante que se preparaba con
precisión administrativa; pero tampoco tenía re-
loj para cotejar. Tal vez usted se preguntase, el
porqué de esta maratón lingüística que me tiene
derrochando material hidrante bucal, en un apa-
rentemente incoherente relato querencioso, acer-
ca de mis pasares y pesares; pero la razón de mi
atroz verborragia, trepidante y saturadora —que
abruma las pacientes antenas parabólicas en esté-
reo que lleva usted por orejas—, es la necesidad
de dar curso de solución, que no desolación, a esta
carencia pauperizante, y solicitar su apoyo, vea
usted —que buena falta me hace en mi meneste-
rosidad actual— a causa de lo que puede usted
contemplar en estos momentos.

Como le iba parloteando, el horrísono cantero de


obras húbose cubierto de banderas y gualdrapa-
zos ruidosos de trapos flameantes, de todos los
colores, menos el de la justicia, claro. Bandas
militares atronaban los aires con sones patriote-
ros, marchas y agresivos himnos beligerantes poco
realistas, esperando la hora uncial del inicio de la
explosiva ceremonia del desvío del río Paraná; que

214
22 CUENTOS ESCOGIDOS

a su vez daría puntapié inaugural a las obras re-


presivas de la futura hidroeléctrica —binacional
en la construcción y mononacional en el reparto
de kilovatios—, vea usted.

Este servidor corría de aquí para allá, compitien-


do mi derrame de sudor con el discurriente Para-
ná, espoleado por capataces y capangas para de-
jar todo a punto de caramelo en honor a los egre-
gios presentes que nos honrarían con su visita, en
ese pozo infernal llamado eufemísticamente «si-
tio de obras» y al cual lo llamabamos nosotros,
los obreros: "las tripas del diablo", que la gargan-
ta del maloso estaba un poco más allá, en las cata-
ratas de Yguazú, pero sólo para turistas con divi-
sas convertibles y poder adquisitivo de curso le-
gal. Muchos compañeros míos habían sido dige-
ridos ya, por ese famélico entripado del que le
hablo. Y yo me hallaba colocando banderas, ta-
blados escénicos, luces y asientos para los espec-
tadores, amén de carteles en guaraní, castellano y
portugués y la mar en bicicleta. El que esto le
parlotea, en tanto, corre que te trota, como caba-
llo de tiro... o equino esquizofrenético de merca-
do cuatro, bajo las órdenes vociferantes de los

215
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

perezosos capataces; hasta que llegó la hora del


ceredemonio o lo que fuese y me dejaron en paz.
Aproveché la breve tregua discursera, para higie-
nizarme superficialmente en un hilillo de agua de
lo que en días mejores fuera un arroyo, antes de
dirigirme a la zona de seguridad; por lo visto se
me fue la mano en la esclarecedora tarea de es-
pantar mis humores y librarme de la polvareda
roja, que inclemente curtía mi epidermis transpi-
rada. Tarde caí en cuenta de mi descuido, cuando
escuché la sirena, casi en cueros, que apenas pude
tomar mis raídas prendas antes de salir corriendo
como alma hacia el diablo por la autopista de la
placentera perdición. En dicho menester me ha-
llaba, a menos de un centenar de metros cuando
se produjo la cacofónica explosión, en una mega
escala decibélica nunca sentida por mis oídos. La
granizada de pelotillas de basalto, cantos rodados
y barro colorado no me daba tregua ni cuartel y
quedé allí mismo, con las secuelas que usted con-
templa ahorita. Tras el burumbumbum ceremo-
nial, me recogieron de allí para arrojarme como
saco de batatas en el dispensario de la empresa,
Luego de dos largos meses de convalecencia, fui

216
22 CUENTOS ESCOGIDOS

despedido sin indemnización por no cumplir las


normas de seguridad y otros etcéteras, que me
dejaron en la inopia. Encima por toda compensa-
ción, me resarcieron con un par de poco ortopédi-
cas muletas de basta madera y pasaje de regreso a
mi punto de partida, teniendo la interdicción de
ingresar de nuevo al sitio para ulteriores reclamos
a los gerontes de recursos inhumanos. ¿Ha visto
usted? Con una pierna y media, un brazo izquier-
do semi-triturado y sin blanca, pasé a engrosar el
padrón de mendigos callejeros de la capital, con
menos de treinta añares encima, que no sé cuán-
tos me quedan enfrente. Vea usted, doctor, que
mis muletas y muletillas no mienten y testimo-
nian esbozando, con harta elocuencia, cuanto me
hubo acontecido.

Usted que curte la onda leguleya y laboral del foro


nacional, me ha sido recomendado por otros ami-
gos, colegas, de oficio vacante, paro sofocante y
miseria galopante, a fin de apoyar mis justas pre-
tensiones de resarcimiento ecuménico, perdón,
quise decir económico, a trueque de mis discapa-
cidades adquiridas en cumplimiento del deber.
Además, me dijeron que usted puede litigar para

217
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

una justa indemnización a cambio de mi invali-


dez.

¡Ah! ¿No hay caso, doctor? ¿No se anima a en-


frentarse usted con esos tiburones y empresaurios,
esgrimiendo la querella reivindicatoria de un obre-
ro mojarrita e insolvente?

Entonces, doctor, lamento haberlo entreteni-


do de sus sesudas labores de docto auxiliar de la
justicia. Reciba usted mis excusas y perdóneme
nuevamente, por olvidar en qué país estoy sobre-
viviendo.

218
22 CUENTOS ESCOGIDOS

16
El hueso
A: Isaac Asimov y Carl Sagan, in memoriam

Ese día estuvo caliginoso como vientre de


viuda y con la posibilidad no tan remota de una
tormenta de verano, con su concierto de cente-
llas, truenos e inútiles paraguas olvidados en un
sobrado. Percebeo Camambú no apuró el paso de
su arrocinado mancarrón, de pelaje alazán deste-
ñido por el sol implacable y el ululante viento
norte, que, según las viejas del lugar, le ponía a
cualquier cristiano —varón o mujer de entre 8 a
110 años—, al borde de la menopausia. Más bien
amainó la de por sí desesperante lentitud de su
cabalgadura. No tenía apuro alguno, y, si por ahí
llovía, no le vendría nada mal mojarse un poco.
Hasta los piojos que poblaban su ropa se lo agra-
decerían de todo corazón, si los piojos tuviesen

219
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

corazones, claro.

Percebeo Camambú tenía el aire perdido de


quienes se resignan a lo que venga, con ese fata-
lismo campesino del que nada tendría que perder
si las cosas empeorasen más allá de lo peor.

Su desnutrido jamelgo, con más agua que


alfalfa en las tripas, tenía el mismo mirar estúpi-
do que su compañero de aventuras desventuradas
subido a su lomo, cual Quijote local sin Dulcinea
ni Sancho a cuestas.

Los dos juntos pudiesen haber sido un mis-


mo espíritu, a causa del talante estólido que po-
seían entrambos en condominio. Sólo faltaba que
el rocín fuese bautizado sacramentalmente si-
quiera, para que parecieran almas gemelas.

Meteoro, se llamaba el rucio solípedo del


buenazo, al colmo de la estulticia, de Percebeo
Camambú. Corría (es un decir, que más bien se
arrastraba) el año 1939. En la capital nomás
imperaba esa calenda; por que en la campiña es-
taban aún en la prehistoria, salvo que conocían ya
la rueda y el fuego y algunos la pólvora por ha-
berla oído detonar en el Chaco poco antes.

220
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Meses más, meses menos, el tiempo cami-


naba con su equipaje de tensiones pre bélicas en
Europa y enfascistadas en el Paraguay y el resto
de esta sub-América de césares del subdesarrollo.

Pero en esa microgalaxia que era la campi-


ña nativa, la ignorancia más rotativa y descasca-
rada reinaba a paso de babosa (132 mm. por hora)
y duraba de 04:30 a 18:15 más o menos. No era
de extrañar que nuestros abuelos conviviesen en
sus ranchos con cerdos, corderos, cabras, galli-
nas, guineas, patos y algunas que otras mascotas,
salvajes o no. Algunos, hasta criaban indiecitos
huérfanos para todo servicio.

A toda esta esquizoofrenia, se sumaban ni-


guas (piques), piojos, ladillas, pulgas, chinches,
mosquitos, garrapatas o cualesquier otra sabandi-
ja no registrada por las ciencias. Una cadena tró-
fica en toda su extensión, con la diferencia de que
los más pequeños se alimentaban de los más gran-
des.

Y algo así, era casi todo el Paraguay. Una


minoría se estaba fagocitando a la mayoría, y a
eso llamaban «democracia».. aunque esos tiem-

221
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

pos eran poco propicios para ésta.

Las carretas de bueyes, eran vehículos de-


portivos, en relación a Meteoro, su montado. Los
más ricos, iban a paso de tren, aunque de recorri-
do tan limitado como su velocidad. Los pasaje-
ros del Ferrocarril inglés, hasta podían entretenerse
contando postes de telégrafo o durmientes duran-
te el trayecto. Las informaciones llegaban con
uno o dos meses de atraso, y las carreras de caba-
llos —al menos, los del dudoso pedigrí de Me-
teoro—, se cronometraban con almanaques.

Obviamente, toda esta ralentización de la


vida y esta transgresión a las leyes inmutables de
la evolución, obraba bienhechoramente sobre los
campesinos minifundiarios.

Su longevidad era casi matusalénica y su


salud, entre hierro y acero inoxidable. El cáncer y
el estrés eran ilustres desconocidos. Casi no co-
nocían la luna, salvo en llenas, pues que antes de
acostarse el sol ya estaban horizontales.

Conocían algunas estrellas, porque estaban


en pie mate en mano, cuando el lucero les guiña-
ba desde el naciente. O sea, que el ritmo de vida

222
22 CUENTOS ESCOGIDOS

de ellos y de casi todos los campesinos latinoa-


mericanos y de más allá, era con muy pocos so-
bresaltos, salvo algún ocasional ladrido de sus
perros anunciando presencias nocturnas; o quizá
algún ñakürutü (buho) anunciador de desgracias.

Los tatarabuelos habían inventado algunos


imaginarios y míticos entes diurnos que les per-
mitiesen dormir largas siestas sin que sus proles
salgan a cabezudear por ahí más allá de sus pa-
tios.

El siestero Jasyjateré era un buen cuidador


de criaturas, por el temor de éstas a ponerse a su
virtual alcance. Temor inculcado, claro está, por
sus padres. Era costoso hallar niños perdidos en
esos montes, tupidos aún, del Paraguay preindus-
trial. Mejor prever.

Hechas estas digresiones, queda explicado


el síndrome de estolidez desinformada de Perce-
beo Camambú, antiguo poblador de la casi remo-
ta compañía Lorito Picada, cerca de Chirigüelo,
semiprovincia del Estado de Mato Grosso y cuya
identidad nacional aún estaba en duda; casi como
ahora, en que depende políticamente de Asunción

223
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

y económicamente de São Paulo y Ponta Porã.

Percebeo Camambú, como dije, poco cono-


cía de sobresaltos y a sus casi sesenta otoños ape-
nas supo de tragedias, como las que se gestaban
en los países más civilizados o imbecivilizados,
según se mire. Era un ser libre de vivir o no, de
sobrevivir como pudiese y enterarse o no de cuanto
ocurría más allá de «la línea», es decir de la fron-
tera seca.

Esta clase social correspondía a la denomi-


nada mboriahúrygüãtã o «pobres-de-barriga-sa-
tisfecha», vertido al cristiano. Era flaco como la-
pacho seco, porque vivía a base de cecina, maíz y
mandioca, matizados hídricamente por matecoci-
do (infusión de yerba) con leche y tereré y a veces
algo de leche cruda recién ordeñada. Su chacrita
la hizo a machete, azada y hacha, así como su ran-
cho, y a la usanza general. Era devoto de San
Onofre, incluso más aún, que de su santo patroní-
mico recientemente defenestrado del santoral por
un tal Pío XI.

Como todas las veces que iba o venía a la


capital de Amambay, a más de doce leguas de

224
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Lorito Picada, su mujer casi enviudaba de él, en-


tre viaje y viaje. Evidentemente Percebeo era un
tipo sin apuros.

Una vez asentados ahí, su abuelo puso simientes


de porotos, maíces (cinco variedades) y frutales
varios. Incluso la yerba mate la surtía un grupo de
arbustos de su finca, elaborada de mboroviré (ho-
jas y palillos tostados y quebrados en bolsas a
golpes de palo de mortero) artesanal. Cuanto po-
drían necesitar él o su familia, ya lo tenían allí
mismo ¿a qué preocuparse, si ocuparse da mejo-
res resultados?

Percebeo Camambú viajaba con su manca-


rrón favorito, pues que nunca se decidía a montar
un cojudo semental por temor a transgredir sus
leyes de la gravitación universal, aún ignorando a
Newton; o ser despedido de la montura, por no
coincidir el galope de algún garañón con su técni-
ca de montar a esa especie de híbrido de mamífe-
ro con molusco, como lo era Meteoro. Cuando
Percebeo partía a su largo periplo de cabotaje te-
rrestre, para su mujer era algo así como quien ve
partir a su amado a algún planeta limítrofe y a

225
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

bordo de un aeróstato medio desinflado.

En realidad el meteorismo excesivo del pin-


go fue, más que nada, el gestor de su nombre por
parte de su casi hermano Percebeo. Cada cente-
nar de metros, la mala mezcla de alfalfa fermen-
tada, pasto salvaje y agua estancada de tajamares,
hacía estragos pirotécnicos en sus entrañas y si el
viento era chicho o de cola, Percebeo percibía las
flatulencias de su lerdo rocín con la resignación
bendita de los mártires del subdesarrollo.

Cierta vez que debió pernoctar al raso en uno


de sus viajes divisó algo que parecía el llamado
fuego de San Telmo. Se detuvo persignándose en
latín, aunque no entendiese muy bien lo que que-
rría decir, pero así lo había aprendido y ordenó a
Meteoro que apurase el tranco, no fuese alguna
luz mala que lo llevara quién sabe dónde. Por
supuesto que el jamelgo tenía sus propias ideas y
velocidad, por lo que hizo caso omiso al amo.
Percebeo nunca hubo sentido necesidad de espo-
lear o atizar a su caballo (al menos, lo parecía)
Meteoro. En compensación, éste jamás se apartó
de la rutina y estaba desacostumbrado a los casti-

226
22 CUENTOS ESCOGIDOS

gos.

El caso fue que, al primer pinchazo de es-


puelas en sus ijares, Meteoro se encabritó abrup-
tamente, lanzando a su medio-hermano pachorren-
to a probar la fuerza gravitatoria del planeta. Tras
esto, se lanzó a galope desbocado entre furiosos
relinchos de desaprobación, dejando a Percebeo
Camambú tirado como colchón de preso sobre la
blanda arena del sendero; no diremos atontado
porque ese era su estado natural, sino algo aturdi-
do y medio golpeado. Meteoro en cambio, redes-
cubrió su capacidad perdida de galopar, sin estor-
bos sobre su lomo y, pese al bocado del freno que
llevaba, se perdió para siempre de su patrón y alma
gemela.

Percebeo, tras incontables minutos de análisis de


su nueva situación, y por añadidura de a pie, se
resignó a caminar olvidando momentáneamente
al fuego de San Telmo que lo asustara antes del
accidente. Dudó entre seguir viaje a Pedro Juan
Caballero o retornar a Lorito Picada y finalmen-
te, se echó a dormir al pie de un robusto tarumá,
al borde del sendero, por si pasaba alguna carreta

227
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

por ahí. Podría hacer dedo o pedir carona como


dicen los brasileños que aún rigen en la zona.

Casi al filo de la madrugada, mosquitos


mediante pese al fresco, despertó Percebeo Ca-
mambú divisando una luz mortecina que avanza-
ba lentamente mariposeando el camino. Su color
amarillento rojizo, le hizo deducir, a velocidad de
caracol, que era una carreta con farol mechero a
kerosén.

Las luces malas son generalmente blanco


azulencas y eléctricas, aunque esta palabra la des-
conocía nuestro amigo, que en gracia sea. Que la
gracia siempre alumbra a los santos, a los buenos
y a los idiotas.

Se puso en pie, desperezándose y bostezan-


do a cuatro bocas. Sería de mala educación espe-
rar tumbado y sacudirse ante el eventual samari-
tano con ruedas.

Percebeo Camambú rogó a la Virgen de los


Caminantes Perdidos, que fuese algún conocido
de su valle. Iba en dirección a Cerro Corá, en la
intersección con la ruta (es un decir, que apenas
era una picada polvorienta o fangosa, según el

228
22 CUENTOS ESCOGIDOS

tiempo) Concepción-Pedro Juan y, de seguro, po-


dría llevarlo consigo. Por fortuna llevaba su di-
nero en el cinturón y no en la montura, que de no,
su capital estaría galopando con su infiel Meteo-
ro, por esos senderos serpenteantes de la selva del
Amambay.

Volvió a percibir el chisporroteo eléctrico y


su curiosidad pudo más que su ancestral temor a
lo desconocido. Tal vez la proximidad de la ca-
rreta lo animase a ser audaz. Lo cierto es que, se
acercó al sitio del fuego de San Telmo y vio un
hueso que al principio le pareció una calavera de
algún bicho. Al acercarse lo bastante, percibió
que brillaba en la semi oscuridad, y no parecía ser
de ningún cristiano o bicho conocido. Estaba a
medias incrustado en un trozo de roca arenisca y
debía ser más viejo que sus recontra tatarabuelos.

Lo guardó en una bolsa, que aún conserva-


ba por estar cruzada en bandolera en su torso. La
carreta ya estaba a tiro de piedra y saludó al carre-
tero con un estentóreo grito de "¡Ave Maria purí-
sima!" recibiendo un ululante "¡Sin pecado con-
cebiiida!" como respuesta. Tras reconocer a un

229
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

compueblano llamado Purificación Castillo, lo


saludó y le rogó para hacerle sitio hasta donde
fuese. Tras el sí del carretero, Percebeo se aco-
modó a su lado sobre el pescante de la lerda ca-
rreta.

No le comentó de momento sobre su hallaz-


go, pero palpaba nerviosamente el hueso a través
de la basta bolsa de yute a fin de identificar al
tacto de qué especie provenía.

El carretero, ya con la luz diurna en avanza-


do estado, lo notó y pensó que Percebeo debía te-
ner algo de mucho valor en su bolsa para estar
acariciándola a cada rato como a pechos de Vir-
gen. Mientras tanto, Percebeo se daba cuenta de
que esa cosa no parecía a nada que él conociera a
lo largo de su vida.

Poseía colmillos y una especie de crestas


cornudas en la mitad superior, un hocico alargado
y unos huecos oculares medio diferentes y casi
alargados. Además, era casi pesado como de pie-
dra y encima estaba semi incrustado en una. ¡Y
ese brillo como de luciérnaga!

Finalmente, relató al carretero su odisea, la

230
22 CUENTOS ESCOGIDOS

visión y la deserción de su pingo Meteoro y su


posterior hallazgo del hueso-piedra. Tras mos-
trárselo, el carretero comentó lacónicamente:

—No parece cristiano.

—Cierto —respondió Percebeo, tras incon-


tables minutos de reflexión—. Pero ha de ser de
algún bicho, digo yo...

—Eso sí. Pero no conozco ningún bicho que


tenga una osamenta como ésa. Parece cosa de
añá (demonio), pero en Pedro Juan ha de haber
alguno que sepa de qué animal fue esa osamenta.

—¿No será un lobizón o algo parecido? —volvió


a preguntar Percebeo Camambú. —Mire estos
colmillos y... —al decir esto sintió deseos de lan-
zar el hueso a la profundidad de la selva que pare-
cía querer engullirlos con carreta y todo.

Algo le daba mala espina con esa cosa que pare-


cía burlarse de ellos desde las profundidades de
la bolsa. La palabra «lobizón» ya puso carne de
gallina al supersticioso Percebeo Camambú.

A media mañana, otro viandante llamado


Clodomiro Caburé, se sumó a ellos. Tampoco

231
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

éste pudo precisar a qué bicho perteneciera el crá-


neo que portaba Percebeo. No parecía el de un
chancho del monte, pese a sus colmillos cruza-
dos, ni al de nada conocido por ellos. Además
pesaba en demasía. Finalmente decidieron táci-
tamente cambiar de tema.

Percebeo Camambú dio en guardar silencio


para ahorrar saliva y palabras, pues que muchas
no tenía encima y su diccionario era bien raleado,
al menos en castilla.

Su cerebro era como la selva que los rodea-


ba: casi Virgen, y su vocabulario incluía unas cien
palabras en castellano, doscientas seis en guaraní
y cuatrocientas en portugués caipira. Tampoco
conocía de libros ni letras. Era, en suma, un hom-
bre feliz, como sólo puede serlo un tonto de voca-
ción. Pero le preocupaba el hueso y la razón de
su hallazgo. Pareciera que esa cosa lo estuviese
aguardando allí, perdida por quién sabe cuántos
años en ese monte, escondida a toda mirada; has-
ta que, justo a él se le manifestó, como invitándo-
lo a recogerla y darle merecido descanso. Volvió
a palpar el cráneo para cerciorarse de su existen-

232
22 CUENTOS ESCOGIDOS

cia real.

El sol ya picaba y decidieron hacer un alto


en un claro sombreado del tupido monte para to-
mar un refrescante tereré y picotear algo para se-
guir el rumbo. Percebeo Camambú de pronto sin-
tió que la cosa estaba pesando más de la cuenta y
le pareció que algo le cosquilleaba en el costado
donde reposaba el hueso. Bajó su bolsa al suelo y
se sentó a la sombra de una peroba gigante a reso-
llar su cansancio. El carretero y el otro pasajero
hicieron lo propio, mientras preparaban guampa,
bombilla y algo de agua de un arroyo cercano.

Tras abrevar la sed y engañar al estómago,


con cecina hervida y mandioca, tornaron a la ca-
rreta. Estaban lejos aún de la ruta, pero con pa-
ciencia siempre se llega al fin del mundo. Y pa-
ciencia les sobraba, pues en el Paraguay de la pos-
guerra chaqueña, todos profesaban la abulia más
lerda del planeta.

Si Percebeo era, como lo hemos descrito


antes, sus compañeros no le iban en zaga en eso
de la pachorra. El único que les podría ganar era
Meteoro, pero no se hallaba presente para con-

233
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

cursar. Los bueyes, quizá.

Tras algunas paradas cortas para manducarse un


poco de charque hervido con mandioca y tereré,
llegó la noche; profunda, visceral, apocalíptica y
preñada de leyendas de aparecidos, luces malas,
bestias desconocidas y espíritus burlones.

Por lo general en carretas abiertas se viaja-


ba de noche sin problemas con alguien caminan-
do ante el carretero con un farol de kerosén a
mecha, pero en la selva oscura, cerrada, con posi-
bles incursiones de bichos venenosos, era preferi-
ble acampar.

A las primeras estrellas, ya los tres viajeros


estaban instalados, con sus bueyes libres del yugo
y la pava del mate chillando alegremente sobre el
improvisado fogón. En tanto los viajeros pusié-
ronse, por turno y en limitado vocabulario, a rela-
tar historias imaginarias o reales de aparecidos,
finados en pena y lobizones. Estos últimos eran
desconocidos hasta que, un oscuro rapsoda lla-
mado Rosicrán lanzó un libro con un poema de
largo aliento, titulado «Ñande ypykuéra» (Nues-
tras raíces), donde creara toda una cosmogonía y

234
22 CUENTOS ESCOGIDOS

protohistoria imaginaria sobre guaraníes emigra-


dos de Atlántida y engendrando bichos maléficos
trasplantados de la mitología europea. Esto dio
origen a creencias populares que subsisten hasta
hoy. Lo curioso es que esta historia imaginada
por Rosicrán (Narciso R. Colmán) en 1921, se
enseña como "mitos guaraníes" en escuelas y co-
legios. Pero volviendo al fogón, nuestros amigos
entre relato y relato, ni percibieron una brillante
luz que descendía del cielo y se posaba cerca de
allí, junto a un tajamar, ni oyeron ruido alguno,
fuera de grillos, ranas y lechuzas. Poco más tarde,
estaban todos lanzando ronquidos en cacofónico
coro que, sin desearlo debía competir con los bra-
midos de algún jaguar despistado por el monte.

Fue justamente Percebeo Camambú el que


despertó, pasada medianoche con urgencias en la
vejiga y al intentar incorporarse divisó a tres fi-
guras de aspecto de cristianos, aunque más cani-
jos y de cabezas grandes, con ropas ajustadas de
color blanco brillante como de latas de «corned-
beef» y con la cabeza cubierta de una especie de
mosquitero de vidrio oscuro, cuyo significado no
acertaba a comprender. Pero lo que le llamó la

235
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

atención fue que las cabezas de esos… lo que fue-


ran, eran casi de la forma del hueso que portaba
en bandolera, pese a que no divisó detalles a tra-
vés del mosquitero o lo que llevaban puesto.

Fue tal el susto que pegó un brinco casi de


su altura, acompañado de un alarido de terror como
no se hubiese oído en mucho tiempo en ese apar-
tado rincón. Los otros se despertaron bruscamente
como traídos de un tirón del otro lado de la fron-
tera del sueño pesado.

Pero nada más despertar, quedaron pegados


al suelo del susto al verse rodeados de tales en-
gendros salidos de quién sabe qué pesadilla.

Intentaron echar mano a sus cuchillos, tras


una tardía reacción, pero no pudieron mover un
dedo, no sabían bien si del susto o por qué otro
motivo. En cuanto a Percebeo, al perder el con-
trol de su vejiga se hizo encima de la urgencia,
mojándose sin rubor.

Las tres figuras que parecían muñecos de


lata, no hicieron ningún movimiento ni pronun-
ciaron palabra alguna. Apenas los miraban como
quien curiosea algún animalito simpático. Perce-

236
22 CUENTOS ESCOGIDOS

beo estaba tieso como muertito del día anterior y


apenas sintió que esos... —no supo cómo deno-
minarlos—, buscaban algo. Y efectivamente, uno
de los engendros señaló su bolsa de bandolera,
donde reposaba el hueso raro, que ahora volvía a
emitir un brillo de luz verdosa como de luciérna-
ga gigante. Poco a poco, los sentidos de los tres
viajeros fueronse reactivando, lo que no es mu-
cho decir, pero pudieron «captar» algo que de-
cían en silencio las tres figuras vestidas de lata o
algo parecido.

«—Uno de ellos tiene en su poder el cráneo


perdido de Cryggsu» —expresó uno de los extra-
ños.

«—Espero que su radioactividad no los haya


afectado negativamente» —les pareció que decía
otro, aunque no pudieron comprender el signifi-
cado de algunos términos.

«—No lo creo. Más bien les hará algo más


inteligentes. Estos seres semisalvajes apenas
manejan su propia lengua, pero ahora mismo pue-
den comprender nuestros mensajes sin sonido.
Dejémosles que nos expliquen por qué se han

237
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

apoderado de la reliquia de Cryggsu que hemos


hallado luego de cientos de miles de años de su
accidente».

Percebeo Camambú, Purificación Castillo y


Clodomiro Caburé, apenas podían mover un dedo,
pero comenzaban a entender que esos que esta-
ban ante ellos, no eran de este mundo. Vieron la
extraña calavera en manos, o lo que fuesen, de
uno de los seres, con su brillante luz verdosa que
guiñaba como cocuyo de verano.

Intentaron pensar algunas palabras para sa-


ber quiénes eran esos bichos vestidos de lata.

Nunca sabrían cómo explicarse el hecho de


haber podido entenderse con esos póras, venidos
quién sabe de dónde a rescatar un simple hueso.
Aunque tal vez no fuese tan simple, que si no, no
andarían de estrella en estrella buscándolo. De
pronto pareciera que sus mentes estuviesen pen-
sando más de prisa que de costumbre y sus capa-
cidades de comprensión superasen sus normas de
rutina en que les costaba hilar frases con más de
diez palabras, sin tropezarse con solecismos, ana-
colutos, lusitanismos o ásperas guarangadas mez-

238
22 CUENTOS ESCOGIDOS

cladas con jíria caipira importada del cercano


Brasil. ¿Sería alguna influencia de la presencia
de esos bichos de dos patas con traje de lata. No
lo sabían aún, pero algo se estaba transmutando
en sus cuerpos y mentes.

—¿De dónde vienen ustedes? —intentó de-


cir pensando, porque no podía aún pronunciar
palabra, Percebeo Camambú.

«—¡Ah terrícola!. ¿Entonces ahora puedes


comprendernos?» —respondió uno de ellos den-
tro de su mente—. «Venimos de muy lejos y qui-
siéramos rescatar los restos de uno de nosotros,
cuyo vehículo cayera en este mundo hace muchí-
simo tiempo.»

—¿Y qué vino a hacer por aquí su compa-


ñero? —interrogó Purificación Castillo, algo más
avispado que de costumbre.

«—Todos nosotros recorremos los mundos


habitados para seguir la evolución de sus criatu-
ras. Pero por lo que veo, hay partes de este mun-
do que poseen más conocimientos y técnicas que
otros. No puedo imaginar que mientras allá en lo
que llaman Europa tengan vehículos aéreos, aun-

239
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

que inferiores a los nuestros, acá anden en eso»


—señalando la carreta de grandes ruedas emba-
rradas y sus bueyes de triste mirada y piel desan-
grada por la picana y los tábanos.

—Somos pobres y no hay caminos para esas


máquinas que dicen —respondió la mente de Pu-
rificación Castillo, un poco más despabilado aun-
que sin poder moverse aún—. Por acá se vive
más despacio y más largo. Allá en la Europa la
gente se mata de nervios, vive muy rápido y se
enferman de balde. O si no, se matan entre ellos
en guerras como la que tuvimos hace poco entre
nosotros y los bolivianos. Y todavía no sabemos
bien quién ganó, ni para qué peleamos. Ahora
nuestro presidente, un tal Estigarribia, está en-
tregando a los bolí la mejor tierra que conquista-
mos y los otros le están dando al Paraguay los
desiertos de talco de hacia el Pilcomayo.

«—Todas las guerras son estúpidas como la


gente que pelea en ellas» —dijo uno de los bi-
chos pajueranos—. «Nosotros hace miles de años
que dejamos de pelear entre nosotros, aunque en
algunos mundos nos persiguen si nos ven. Por

240
22 CUENTOS ESCOGIDOS

eso no nos hacemos ver en lo posible. Si uno de


ustedes no se hubiese despertado, no sabrían ja-
más de nosotros».

—¿Podemos ver la carreta que usan para


viajar? —preguntó Clodomiro mentalmente diri-
giéndose a cualquiera de los tres.

—¿Por qué se visten, ustedes con trajes de


lata? —interrogó Purificación

—¿Para qué quieren ese hueso? —cues-


tionó Percebeo.

«—Nuestro vehículo no tiene ruedas y es a


la vez la rueda. Nuestras ropas nos protegen de
la atmósfera hostil de este mundo. Justamente,
nuestro compañero Cryggsu se quitó su casco
protector y fue atacado por bacterias, virus o al-
guna forma de vida inferior. Necesitamos sus
huesos para determinar qué pudo haberlo mata-
do, ya que somos casi inmortales, aunque algo
delicados si no nos cuidamos. En cuanto a nues-
tro vehículo, ya lo veréis cuando nos vayamos de
aquí. Pero antes, querríamos saber dónde lo ha-
béis hallado, para recuperar todos sus huesos, que
no son demasiados como los vuestros. Tantos mi-

241
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

lenios en los espacios profundos cambiaron la


estructura de nuestras armazones y el calcio de-
bió ser sustituido por fósforo, torio y litio. Vues-
tros mares y océanos tienen mucho litio y con él,
fabricamos lo demás”.

Curiosamente, los tres campesinos podían


entender el progresivamente complicado discur-
so de esos bichos... o lo que fuesen. ¿Sería el hueso
radiactivo, el causante de tal mutación que estaba
teniendo lugar en ellos? ¿Ellos, que apenas sa-
bían las diferencias entre día y noche y que tenían
un reloj biológico casi a nivel de hibernantes de
todo el año y que cuando tenían sueño casi no
bostezaban para no malgastar aire? ¿Serían capa-
ces, con algo de estudio, dominar las artes, las cien-
cias, el conocimiento en suma, para poder timo-
near la nave de sus destinos?

Los tres, como intuyendo los pensamientos


de cada uno de ellos se mostraban sorprendidos
de su capacidad de análisis y de vocabulario. No
imaginaban que sólo derrochando neuronas po-
drían captar la voz del universo, lo que es decir de
la Gran Inteligencia, hasta esa madrugada en que

242
22 CUENTOS ESCOGIDOS

fortuitamente se concreta un encuentro que nadie


en 1939 calificaría de tercera fase, sino tal vez
de: "ángeles traen mensajes divinos a tres campe-
sinos paraguayos", al estilo milenarista cristiano.

Hasta entonces, se hubieron limitado a vi-


vir, procrear, trabajar y morir sin cuestionarse de-
masiado origen ni destino. Vivir era tan rutinario
que, cualquier rotura, por mínima que fuese en la
rutina, era sólidamente castigada. Los abuelos a
los padres. Los padres a los hijos y nietos. Los
hijos y nietos a los animalitos de la casa.

Comenzaba una etapa de filosofía. Rústica,


pero filosofía al fin. Por ese trocito del planeta
llamado Paraguay, habían pasado dos guerras y
buen número de golpes de Estado, que no revolu-
ciones. Pero aún así, en la campiña (campaña di-
cen aquí) paraguaya, el tiempo transcurría a paso
de procesión mortuoria y amenazaba continuar
sine die en esa tesitura. Y de pronto, pareciera
como que despertaran de una prisión espacio-tem-
poral al ralentí, para sentir que la velocidad de sus
operaciones neuronales se había incrementado un
tanto y no les era difícil ahora entender relaciones

243
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

de causa-efecto. Arandú ca’aty dirían nuestros


abuelos, acerca del saber intuitivo.

Los tres campesinos pudieron, por fin, mo-


ver sus músculos y ya sin preconceptos, intenta-
ron proseguir su silenciosa plática con los extra-
ños, ésta vez, sin temor alguno. Los otros, expli-
caron que debían volver con los huesos de Cryggsu
a fin de analizar las causas de su desaparición.
Este, se habría extraviado de una expedición lle-
gada a la Tierra en épocas remotas, milenios an-
tes de la llegada de los humanos al Amambay. Tras
buscarlo infructuosamente debieron regresar a su
mundo, situado más allá de las Pléyades. Uno de
ellos, trazó un rústico dibujo de dicha constela-
ción en el suelo. Los tres campesinos reconocie-
ron a las siete cabrillas y se alegraron de poder
compartir con gente de otro mundo. Y encima,
sin hablar.

Tras las aclaraciones de rigor y solicitando


la promesa de no mencionar el encuentro, los tres
viajeros del espacio se despidieron de los campe-
sinos, internándose luego en las profundidades de
la selva a rescatar los demás huesos que estarían

244
22 CUENTOS ESCOGIDOS

en el recodo que les describiera Percebeo Camam-


bú. A cambio, los tres amigos recibieron la fa-
cultad de pensar y un incremento considerable de
vocabulario que les facilitaría el poder enseñar y
transmitir conocimientos a sus coterráneos, con
la única condición de no mencionar sus fuentes.
Percebeo, Purificación y Clodomiro, juraron guar-
dar el secreto de su encontronazo de culturas que,
a buen seguro dejaría algunas secuelas en ellos.

La aurora aún tardaría en despuntar y toda-


vía apenas pudieron dar crédito a la experiencia
vivida hacía minutos nada más. Como si todo
hubiese sido un sueño extraño del que no tarda-
rían en despertar. Se miraron unos a otros con la
incredulidad del filósofo, antes que con la fe del
idiota o la certeza del necio.

De pronto, Clodomiro exclamó, esta vez con


el habla:

—Ya habrán encontrado lo que buscaban


esos señores del otro mundo. Han de tener buen
olfato, digo yo, a pesat de tener su cabeza en esos
frascos de vidrio…

Aguardaron en el lugar hasta que, aproximada-

245
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

mente media hora más tarde, percibieron un soni-


do suave y metálico, como un zumbido musical.
Luego vieron pasar un extraño aparato en forma
de lenteja que emitía una aureola luminosa inter-
mitente y se alejaba lentamente hacia el cielo del
amanecer. Ninguno dijo media palabra. Apenas
se persignaron en latín y rezaron un padrenuestro
y diez avemarías, por el desconocido y extraño
difunto que viajaba a otro mundo, y no precisa-
mente en sentido figurado.

17
246
22 CUENTOS ESCOGIDOS

La fuga
A: mi padre, el Tte 1º (SR) Servián Brizuela, protagonista de
este relato como ex combatiente del M-14.

—Todos —los presos aquí formando! —gritó el


iracundo coronel Ramón Duarte Vera, que fungía
de jefe de la policía paraguaya, a falta de alguien
más capaz de cualquier atrocidad. —¡Aquí, for-
mar en columna, comunistas flojos, maricones!

Su gangosa voz de hiena viuda con preten-


siones de dar sensación de hombría y fuerza bru-
ta, apenas turbó la triste quietud de nuestra pri-
sión. El coronel —de estatura tan corta como sus
entendederas—, se sintió frustrado cuando los
presos salimos parsimoniosamente a formar la
ignominiosa fila, indiferentes a los culatazos y
látigos de la soldadesca, como si asistiésemos a
un mitin cualquiera. Nadie se asustó del vozarron-
cillo y exabruptos del petiso prepotente, que pre-
tendía infundirnos miedo sin conseguirlo.

Nadie le temía. Especialmente, porque ya

247
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

habíamos pasado por lo peor, tras ser capturados


por los chacales del general Patricio Colmán en
las marismas de Ca’azapá. Muchos compañeros
y compañeras de esta quijotada habían sido ofren-
dados en sacrificio, en San Juan Nepomuceno y
Chararã, a poco de haber caído prisioneros. Sus
huesos estarían blanqueándose bajo anónimas
paladas de tierra, cavada por las laceradas manos
de nuestros propios compañeros de infortunio,
antes de ser acribillados o degollados.

Infortunio nuestro aún no compartido por la


nación entera, que no se daba por enterada de los
sucesos del 59-60 en la frontera sur, hacia Itapúa.
También la prensa paraguaya, hizo su parte en la
tarea de desinformar, acosada por la férrea repre-
sión y censura del recientemente instalado tirano.
El teniente (R) Blas Talavera, jefe de la columna
Mainumby, fue abatido por una descarga y agoni-
zó dolorosamente hasta su muerte, engrillado y
desangrándose frente a su esposa, doña Gilberta
Verdún, enfermera de la columna guerrillera y su
hijo Carlos, que buscaban con nosotros el relevo
del déspota. Luego abusaron de ella entre los de
la tropa frente a su hijo. mientras Colmán se mo-

248
22 CUENTOS ESCOGIDOS

faba de otra enfermera voluntaria uruguaya, caí-


da con los de la columna de Servián Brizuela.

. A doña Gilberta la trajeron a Asunción para que


agonizara por muchos años en una comisaría de
Pinozá. A nosotros, nos salvó un avión que nos
rescató de la muerte y nos trajo a la capital por
orden del ministro de defensa, el general Marcial
Samaniego, a quien Brizuela salvó la vida en la
guerra del Chaco.

—¡Usté é un flojo, Samaniego! —dicen que


le dijo el general presidente. —¡A eso’ comunista
kuéra había que destriparlos en la plaza de San
Juan Nepomuceno! ¿Para qué ordenó usté que
nos traigan toda esa porquería subversiva?

Así dicen, que dijo el general Stroessner a


su ministro de Defensa, a lo que éste replicó aver-
gonzado, pero sin agacharse. —Con su permiso,
mi general. El teniente primero Brizuela tuvo dos
cruces al valor en la guerra del Chaco y me salvó
la en Boquerón. Sabemos que es febrerista, pero
de ahí a... —trató de justificar el ministro de de-
fensa nacional.

—¡Usté se me calla, Samandú! ¿No ve que

249
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

ahora tenemos a medio mundo pendiente de esos


tipos? —le gritó el Presidente como perro en celo,
tras manosear el glúteo a una azafata rubia de
TAM, adscrita al avión presidencial.

Por lo menos así me contaron esos tipos de


la caballería, que también están agonizando de a
pedacitos en ese pedazo del infierno que trasplan-
taron en el Paraguay, llamado «investigaciones»,
también acusados de no sé qué conspiración: los
capitanes Ortellado (no recuerdo su nombre) Her-
nán Falcón y Napoleón Ortigoza.

Había sido que Brizuela y el ministro eran


amigos desde la guerra del Chaco. Cuando éste
supo que estaba entre los guerrilleros, mandó un
avión militar para rescatarlo, y a nosotros con él.
De muy mala gana el chacal Colmán suspendió el
fusilamiento cuando ya estábamos cavando la zan-
ja en que arrojaría nuestros despojos. Zanjas anó-
nimas sin cruz ni marca para arrojar al estercole-
ro del olvido nuestros nombres dentro de nues-
tros huesos.

Pero no nos salvó de los esperpénticos inte-


rrogatorios de la policía, donde Erasmo Candia y

250
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Duarte Vera sentaban sus reales. Casi nos mata-


ron a piletazos y latigazos de cuero trenzado, ca-
hiporra y agua servida con que diariamente nos
prodigaban. El doctor Benigno Perrota apenas
se daba maña, entre tortura y tortura para mante-
nernos el ánimo en alza con masajes y poco más.

El pobre Brizuela estaba muy enfermo, pero


así y todo, por orden del rubio —dicen— no fue
mejor tratado que todos nosotros. Cuando se can-
saron de jugarnos y torturarnos, nos tiraron en la
Guardia de Seguridad, muy cerca del cuartel de
Colmán, el R.I. 14, tal vez como advertencia de
lo que nos esperaba si volvíamos a sus manos.

Colmán era un sádico desequilibrado y pe-


rro fiel del gringo Stroessner. Nunca supimos
cómo llegó a general, porque su intelecto no daba
ni para cabo segundo. Dicen que el rubio le as-
cendió en premio a la aniquilación del «Movimien-
to 14 de Mayo», nuestro grupo guerrillero. A lo
mejor sería cierto. El caso es que los trabajos for-
zados en la cantera de Tacumbú nos dejaban des-
lomados día a día. Brizuela llegó a bolsa de piel y
huesos que apenas podía aguantar a su alma en

251
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

inquilinato, en ese tiempo en que daban para to-


car guitarra sus costillas. Luego, tal vez por su
condición de militar retirado, nos destinaron a to-
dos a Peña Hermosa, una isla-prisión de uso mili-
tar situada sobre el río Paraguay, cerca de Foncié-
re y Concepción.

Pero antes de eso, hubo un intento de fuga


abortado por circunstancias ajenas a nuestras ex-
pectativas. Latigazos, sed, hambre, trabajos for-
zados, eran el pan nuestro de cada día. Casi como
el escaso aire que respirábamos entre la inmundi-
cia de nuestros deshechos y la miseria humana
que nos rodeaba, a más de la basura humana que
cuidaba de nosotros.

Más de cien presos agonizábamos durante


veinticinco horas diarias en esa pocilga, hasta que,
merced a la presión de algunos organismos in-
ternacionales, la otra iglesia que no apoyaba al
tirano y quizá alguna ayudita sobrenatural de al-
gún benigno demonio, supimos que nos libera-
rían a algunos a cambio de dinero o combustible
para los crápulas de la policía. Los que no pudi-
mos oblar por la libertad, debimos dar con nues-

252
22 CUENTOS ESCOGIDOS

tros huesos en la prisión militar.

El enano Duarte Vera, tras insultarnos como


de costumbre, nos leyó el decreto por el cual se-
ríamos trasladados a una suerte de Alcatraz del
subdesarrollo. Había frustración en su voz, por-
que estaríamos a salvo de sus maltratos y malos
humores y ya bajo jurisdicción del ejército; aun-
que toda la oficialidad le succionaba de a pares
las medias al rubio, en general era ésta menos vio-
lenta que los policías de Investigaciones.

Allí la pasamos mucho mejor, lejos de la


férula del jefe de policía y del de investigaciones.
Acabaron las amenazas y los maltratos, porque el
comandante de la prisión, un tal mayor Luraschi,
también era amigo o conocido del teniente Ser-
vián Brizuela, antiguo oficial de sanidad y para-
médico del grupo. El trabajo más esforzado que
hacíamos allí —voluntariamente, aunque sin otra
opción—, era pescar en las orillas, bajo la displi-
cente y relajada mirada de dos soldados muertos
de hambre, que pescaban por nuestra pesca, sin
soltar los Mauser con que fingían vigilarnos.

Los remolinos eran temibles y capaces de

253
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

mandarnos al fondo. Especialmente en épocas de


creciente. No habría manera de salir de allí, sino
con canoas o lanchas. No teníamos otro modo.
Salir nadando era un suicidio más que seguro y
para conseguir canoas, era menester aguardar a
las estafetas y amotinarse para tomarlas. La tropa
estaba mal armada y, aunque supiéramos que al-
gunos fusiles no funcionaban, no sabíamos cuá-
les eran éstos y tenía sus riesgos. Pero a todo se
acostumbra uno, menos a la rutina de una prisión,
por más relajada que ésta fuese.

Hicimos en noches de pesca y mosquitos


inmisericordes, planes de fuga. Evadirnos era prio-
ridad Uno. Saber cómo; prioridad Dos.

La cercanía del Brasil post Estado Novo, nos


animaba a planear la consecución de la libertad.
Si nuestra nación se negaba, o no aceptaba ser li-
bre, no nos obligaba a no intentarlo. El teniente
Brizuela, hasta nuestro arribo claqueante monto-
nera de huesos, dispersos dentro de la piel, recu-
peró peso gracias a una dieta de pescado y verdu-
ras cultivadas en la huerta de la prisión. Ya no
éramos azuzados por perros de dos patas cotidia-

254
22 CUENTOS ESCOGIDOS

namente, ni amedrentados con los arreadores de


cuero trenzado durante las formaciones y tomas
de lista. Hasta a veces tomábamos tereré con el
comandante de la prisión, el cual sólo nos daba
los latigazos necesarios para complacer a los ins-
pectores que, de tanto en tanto visitaban la pri-
sión por encargo del tirano. Ni uno más, ni uno
menos. Pero finalmente, apenas repuestos de las
privaciones que nos redujeran a piel y huesos aje-
nos a la carne, comenzamos a conspirar para huir
de allí como fuese.

Por esos días de tibia soledad, apareció un cacho-


rrito perruno, tal vez dejado por algún lanchero
de macate, el cual fue prestamente adoptado por
nuestro compañero Brizuela, quien lo bautizara
Coatí, tal vez por sus antifaces negros y que, ape-
nas algo crecido, nos acompañaría en nuestra pro-
yectada huida, aún sin fecha tope. Mientras tan-
to, guitarreadas, ajedrez, truco y maka’í, algo de
póker con los guardianes de la prisión, que a su
vez eran oficiales, suboficiales y soldados en cas-
tigo disciplinario que de una u otra forma, com-
partían nuestra prisión.

255
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Dos compañeros fueron enviados de regre-


so a Asunción, por delatar alguien sus planes de
fuga. El resto, debimos postergar nuestro proyecto
y adoptar sigilosas precauciones. Y, sobre todo,
debíamos ganar la confianza de nuestros perros
guardianes. Estábamos en las postrimerías de
1960, casi un año después de nuestra captura y
algo hartos de jugar a los presidiarios de Stroess-
ner. Varios de los nuestros no eran partidarios de
una fuga masiva y hubiesen preferido ser libera-
dos por algún gesto magnánimo del tirano, pues
que eran residentes en el país y no deseaban tener
conflictos ni represalias contra sus familias, por
lo que nuestras precauciones fueron dobles, para
que éstos no nos delatasen.

Por fortuna, la dieta de pescado fresco y


verduras, obraría milagros en nosotros y para los
primeros días de marzo del 61, estábamos con
fuerzas suficientes como para intentar algo. Al-
gunos conjurados fijaron fecha para el primer in-
tento de evasión: el 26 al 27 de marzo. Otros lo
harían un mes después, ya que tras la fuga del pri-
mer contingente de ex guerrilleros endurecerían
la disciplina y los castigos a los que quedamos;

256
22 CUENTOS ESCOGIDOS

tanto a cuidadores como a presos.

No lo hicimos antes, esperando el resultado


de elecciones en Brasil, porque sabíamos que el
masón Juscelino Kubitschek nos entregaría de
vuelta a Alfredo Stroessner. Con Janio Quadros
sería diferente, pues éste no simpatizaba con el
mandamás paraguayo.

El día fijado había dos canoas en la isla y con la


confianza ganada con los carceleros, no hubo pro-
blemas para hacernos con armas y dominar a la
oficialidad, mayor Luraschi incluido el cual, en
hábil birlibirloque, fue despojado de su revólver
por Brizuela y reducido con otros oficiales. Dos
soldados colaboraron con nosotros en la patriada
pero debimos deshacernos de un custodio de las
canoas medio retobado —muy a pesar nuestro—
pero hirió a dos de nosotros con su fusil e intenta-
mos evitar derramamientos de sangre de ser posi-
ble, salvo peligro inminente. Alguien nos espera-
ría en la costa con caballos, con los que pensába-
mos llegar al río Apa y luego al Brasil. Tras to-
mar la oficina de guardia e inmovilizar a oficiales
y soldados, destruimos la radio de la comandan-

257
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

cia, nos apoderamos de las canoas e iniciamos


nuestro azaroso viaje a la libertad; pero no sabía-
mos aún lo difícil que sería la travesía a pie por
marismas, pantanos, montes y espinos; a lo largo
de más de cuarenta kilómetros por el Estero Gua-
zú, ya que los ansiados caballos no acudieron a la
cita. Pese a todo, conseguimos un guía que, tras
hacernos atravesar el inmenso esteral, nos señaló
el camino al río Apa.

Como era de esperarse, nuestra fuga alertó


a la mesnada oficialista y se lanzaron en nuestra
búsqueda, con órdenes de disparar a matar. Debi-
mos escondernos en más de una ocasión ante el
ronronear de motores de aviación o cascos de ca-
ballos, lo que retrasaría aún más nuestro precario
paso. Nosotros, el segundo contingente de fuga-
dos, tardaríamos más en llegar a la frontera, ya
que el primero, un mes atrás alertó a los milicia-
nos fronterizos y se redobló la vigilancia en toda
la zona norte.

Antes de partir, disparamos contra la radio del


cuartel, pero el periodista Madelaire, arrancó las
válvulas enmudeciéndola para evitar contactos con

258
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Asunción. Además, el soldado que debimos neu-


tralizar, disparó contra nuestros compañeros: Ce-
cilio Cano e Inocencio Rojas hiriéndolos, aun-
que no de gravedad. Esto retrasaría aún más la
conquista de la libertad, pero decidimos llevár-
noslos de todos modos.

En la prisa por fugarnos, olvidamos algu-


nos implementos de curaciones que buena falta
nos harían después, aunque el doctor Perrota te-
nía analgésicos, cicatrizantes, algunos antibióti-
cos y algo de alcohol. Ello, providencialmente
salvó a una parturienta, esposa de un campesino
de la región.

Tras la rendición de todos, menos del co-


mandante Luraschi, el cual huyó hacia el peñón
sur de la isla, como liebre ante un zorro, aborda-
mos las canoas, presos y centinelas unidos en un
sólo ideal: Huir de una patria sojuzgada por cri-
minales. Los ahora prisioneros nuestros, fueron
encerrados en el amplio depósito de víveres y neu-
tralizados momentáneamente. Curiosamente, la
gran canoa del destacamento se llamaba "el ven-
cedor" y a su bordo cruzamos hacia el este, desde

259
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

donde nos dirigiríamos hacia el norte, hasta las


riberas del Apa.

Tras dejar la canoa al garete, caminamos


hasta la medianoche, con el herido Cano a cues-
tas, delirando de fiebre. Las balas del mauser le
atravesaron un hombro y parte del pómulo dere-
cho. Debimos atravesar lagunas, lodazales y este-
ros, siempre a vista de una alambrada que era nues-
tra referencia. Finalmente, debimos dejar a Ceci-
lio Cano con el doctor Perrota, un hermano de
aquél, Gregorio y otro voluntario, Martiniano
Cabrera, los cuales buscarían la manera de llegar
a algún rancho para curar al herido y proseguir
sin estorbar a los demás.

Un solitario avión NA- T6 de entrenamiento


artillado, estaba a nuestra búsqueda y el bramante
ronquido de su motor nos espoleaba el ánimo y
asordinaba el latido de nuestros corazones. Evi-
dentemente, estaba basado momentáneamente en
Concepción y seguramente se relevaba con otros
aparatos para barrer el área de fuga, pero ya está-
bamos jugados y dispuestos a morir peleando con
nuestras escasas armas y munición, decomisados

260
22 CUENTOS ESCOGIDOS

del cuartel de Peña Hermosa. Podíamos intuir que


nos esperaba lo peor, caso de caer en manos de
los cancerberos del régimen. Eso por lo menos,
ya lo experimentamos en pellejo propio con ante-
rioridad.

Pudimos imaginar además, la furia del tira-


no y los insultos y castigos a sus perros de presa.
La habrán comido pesada los militares y policías.
El rubio no perdonaba fallas ni fracasos, salvo a
sus parientes cercanos.

De creer en sus apologistas, sus parientes


habrán aumentado a causa de las innúmeras haza-
ñas eróticas que le atribuían y la cantidad de mu-
jeres que según relataban, preñó para su solaz in-
tentando imitar a Bernardino Caballero.

Siempre los mandones tienen su corte clá-


nica prendida a las ubres patrias como garrapatas
famélicos.

Seguimos creyendo que nos faltaba poco


para alcanzar el Brasil, una vez cruzado el inter-
minable esteral de filosas espadañas, caraguata-
ces y pajonales barrosos. Y descalzos encima. A
veces perdíamos de vista el alambrado y, tras ro-

261
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

deos, lo recuperábamos y proseguimos avanzan-


do. Cuando pasaban los aviones, era preferible
mimetizarse entre los escasos árboles o permane-
cer semi sumergido en las interminables lagunas
de malsanas aguas estancadas que cruzamos.

Ni recuerdo las ocasiones en que estuvimos


a punto de ser interceptados por patrullas de a ca-
ballo o de a pie. A veces, apenas respirábamos
para no ser delatados por el movimiento de las
hojas o los chircales que cobijaban nuestros hue-
sos, forrados apenas de seca piel curtida de soles
y azotes. Para colmo, el pobre Servián Brizuela
debió sacrificar a su fiel mascota, el cachorrito
Coatí. Primero con un golpe en su cabeza que
hizo gemir al pobre animal, y luego con un cinto
con que otro compañero ahorcó finalmente al pe-
rrito, a fin de evitar que nos delataran sus inocen-
tes gruñidos. Las penurias llegaron a tales extre-
mos que uno de los nuestros, tras el colapso de su
vitalidad, se arrojó a un costado del sendero y gri-
tando que prefería quedarse a morir allí. Resolvi-
mos dejarlo descansar un día, por lo menos. Tras
esto, reanudó de buena gana la marcha a la liber-
tad.

262
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Recordé a famosos fugados de la historia


reciente. Churchill, de una prisión bóer en África
del Sur; el as de la Luftwaffe Franz von Werra,
huido de un tren en Canadá, tras varios intentos.
Todas las fugas tienen un común denominador:
no hallarse a gusto en cautiverio, y menos si éste
está acibarado por la hiel de la humillación y la
brutalidad irracional.

Militares o policías, con sus honrosas ex-


cepciones, estaban provistos del veneno de la
crueldad inmisericorde. Y éstos, generalmente
eran los de menor longitud de lápiz. Es decir:
ignorantes supinos, con más instinto que racioci-
nio. Tenían ese espíritu esclavizado del fanático
impenitente y del lacayo servil. La dignidad es-
taba fuera de su vista; la serenidad y mesura, a
una altura inalcanzable para su escasa visión de
aves de corral. Lo más degradante era el hecho
de que muchos se dejaron manosear por el poder,
proprio sensu. Lejos quedaban los altos valores
y virtudes del guerrero caballeresco del medioe-
vo, del monje-militar de honor y valor. Nada hubo
quedado de todo ello.

263
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

La milicia, post belle èpoque adquirió la bru-


talidad eslava, la doblez fenicia, el cinismo an-
gloamericano, la prostituidad francesa; la cruel-
dad germano-japonesa y el desenfado e irreveren-
cia de Italia, matizado con algo de hipocresía his-
pánica.

e todo esta melànge ideológica y consuetu-


dinaria, nació la «doctrina de la seguridad nacio-
nal», impulsada desde el Pentágono, Wall Street
y La City. La fuerza bruta hecha ley al servicio
de La Empresa. Del Big Business en suma.

El Brasil tiene una larga tradición de some-


timiento a los capitalistas. Primero la West India
Company. angloholandesa de la Logia de Oran-
ge; luego las mega-empresas norteamericanas
petroleras y metalúrgicas. Paraguay, partido tota-
litario mediante, sometido, a su vez, al sub-impe-
rio verdeamarelo. Los números cierran: Kubits-
chek, construye una moderna capital —curiosa-
mente diseñada por el genio de un arquitecto co-
munista: Oscar Niemeyer… para un país de no-
venta millones de miserables parias y barrios blin-
dados de lujo para la minoría opulenta de Río y

264
22 CUENTOS ESCOGIDOS

las megalópolis del sur industrializado.

El rubio, iniciado en las logias brasileras y


hombre incondicional del Brasil, tras su curso de
Estado Mayor allí, será el artífice de la penetra-
ción (sin de capitales, tecnología y producción del
vasto imperio esclavista del siglo XX. Un gigan-
tesco puente se proyectaba sobre el Paraná, amén
de compartir proyectos energéticos de largo alien-
to y —cesión de soberanía mediante— ser suc-
cionados los recursos del Paraguay hacia las fau-
ces industriales del rapaz tiburón del Cono Sur.

Por fortuna, Jotaká cedió el trono de don


Pedro II a Janio Quadros, un tecnócrata de izquier-
das poco amante de sistemas feudales como el
paraguayo o el modelo de su propio país. Lo que
no pensaba éste (ni nosotros), era que iba a durar
muy poco. Tres años más tarde, un mariscal muy
«castillo» pero poco «blanco» (Humberto Caste-
lo Branco) conquistaría la presidencia en olor de
carroña y color de sangre. El Proyecto debía con-
tinuar, bajo la férula de las multinacionales se-
dientas de recursos, ya bajo las botas del Pentá-
gono, el State Department y la omnipresente CIA.

265
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Sabíamos que no podríamos hacer nada para


evitar el expolio de mi país por el Brasil, e inclu-
so la ocupación, pacífica pero no menos agresiva,
de nuestras fronteras. Lo sabíamos, pero pese a
ello, lo intentamos. Ignorábamos que López mu-
rió para siempre. Nadie pensaba en oponerse se-
riamente a la hegemonía brasilera en el Paraguay,
mediante la colocación en el tablero geopolítico,
de un general paranoico y cruel que coadyuvase
en el sometimiento del país a los intereses lu-
soamericanos.

Y he aquí a nosotros huyendo de la jauría de


Stroessner, buscando amparo en la nación que está
destinada a fagocitarse al Paraguay, hasta la últi-
ma vaquillona, el último árbol, el último pedazo
de tierra cultivable y el último átomo de digni-
dad. De pronto pensaba: —¿Valdría la pena en-
tregarnos a nuestros dos veces geofágicos verdu-
gos? ¿o simplemente batirnos a tiros con nues-
tros perseguidores, hasta caer acribillados por ve-
loces moscas de plúmbeas alas y sulfúrico aroma.
Tampoco ignoraba que, si bien los colorados, en
el poder con la tri-ilogia de partido colorado, Esta-
do. & fuerzas armadas, simpatizaban y permitían

266
22 CUENTOS ESCOGIDOS

el dominio «paternalista» del Brasil, los liberales,


desde la posguerra del setenta fueron punta de lan-
za de la hegemonía porteña. Si bien en los pape-
les somos un Estado, en la práctica somos sub-
estado sometido a un macrofeudalismo pseudo
republicano. ¿Qué podría importarle al Brasil una
tiranía atroz, si ésta servía a sus intereses? ¿Sería-
mos bienvenidos en un país que lucraba con nues-
tros recursos, nos vendía cuanto le venía en gana
y nos quería usurpar una parte del Salto de Guairá
para sus fines energéticos?

Paso a paso, avanzando hacia el río Apa, con


la tristeza de haber tenido que matar a nuestra fiel
mascota, reflexionaba yo mientras me mantenía
alerta ante posibles incursiones de tropas en la
frontera. Ahora eran dos los aviones de reconoci-
miento que nos rastreaban desde el aire. Por for-
tuna los pilotos eran quizá novatos en el arte de
la cacería humana... o simplemente fingían no
vernos. Hay que reconocer que los oficiales de la
fuerza aérea, no eran tan sádicos como sus pares
de infantería, artillería, caballería o la propia po-

267
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

licía, a quienes tuvimos el disgusto de conocer.

Duarte Vera era de caballería, como todos


los petisos que, con botas, espuelas y todo, no
pesaban lo que un pollo de cuarenta días. Napo-
leones del subdesarrollo con veleidades de Calí-
gulas montados.

Varias veces debimos dispersarnos ante pa-


sadas rasantes de los cazabombarderos NA-T6 de
ruidosos motores y lentitud exasperante. Para
colmo, los motores no ronroneaban al unísono y
daban la impresión de no estar bien regulados.
Parecían no habernos visto, aunque la pantanosa
vegetación no daba para mimetizarse demasiado.
En llegada la noche, proseguimos sigilosamente
en fila india, aunque uno de nuestros compañe-
ros, Inocencio Rojas, estaba delirando de fiebre y
con dos agujeros de «mauser» (ratonero, en ale-
mán) 7,65 en el omóplato. Debimos dejarlo en un
bosquecillo, ya cerca de las riberas del Apa.

Acabó el alambrado. La frontera está cerca-


na pero no debemos bajar la guardia y caer en una
celada. La excesiva tranquilidad del lugar es har-
to sospechosa. Enviamos una avanzadilla a van-

268
22 CUENTOS ESCOGIDOS

guardia en medio de la noche para aguardarnos


allí.

La sed y el sol son insoportables compañe-


ros de ruta y debimos tomar tragos de agua de
charcos, tras las largas lluvias que nos acompaña-
ron por casi seis leguas de extenuante travesía con
el corazón en vilo y la mente en tensión perma-
nente. Mas, el hecho de estar a prácticamente un
paso de la libertad nos daba fuerzas suplementa-
rias y ánimo extra para llegar a la homérica meta
de la libertad, aunque no estábamos muy seguros
de la recepción verde-amarela.

Tras horas de angustiante incertidumbre, los


punteros nos avisan que el río Apa está a menos
de seiscientos metros. ¡Una pavada, después de
casi cuarenta y ocho kilómetros de pestilentes
pantanos y marismas norteñas.

Confiamos en que Perrota y los otros no tar-


darían en reunírsenos. Algo me lo presagiaba.
Avanzamos sin moros en la costa. Un lugareño
nos había asegurado que en un poste cercano a las
orillas, habría una trompa de cuerno de vaca, au-
dible a varios centenares de metros, que servía para

269
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

llamar al canoero de la orilla opuesta, donde el


Apa tributa su caudal al río epónimo. Era un paso
habitual de boyeros, troperos y macateros de con-
trabando. Allí nos aguardaba la dulce libertad
amargamente conquistada.

Tras intentar en vano hacer sonar el turullo,


como lo llaman los brasiguayos, esperamos pa-
cientes en un escondite cercano. Luego un trope-
ro llegó y aún sin vernos lo hizo sonar. A poco,
aunque con exasperante pachorra, el canoero de
la orilla opuesta se deslizó hacia nuestra ribera.
Pensamos erróneamente que se spantarían ante
nuestro aspecto, más miserable que truculento.
Explicamos en portuñol nuestra situación y, tras
corto cabildeo, nos embarcamos los que pudimos.
Dos quedaron, pero nos siguieron medio a nado,
aunque el Apa suele ser torrentoso en tiempo de
lluvia, no era demasiado profundo, más que en el
centro y todos llegamos al Brasil, dando hurras a
la libertad.

Tras conducirnos a una fazenda cercana, los


boiadeiros (troperos) nos dejaron allí para repo-
nernos de las fatigas y especialmente del hambre

270
22 CUENTOS ESCOGIDOS

que corroía nuestras entrañas sin compasión, tasa


ni medida. La sed, la saciamos durante el cruce
del Apa, también sin medida.

Al día siguiente, bien comidos, dormidos y


descansados, nos condujeron al cuartel de Porto
Murtinho, donde el comandante, capitán Saraiva
de Albuquerque nos anuncia que quedaríamos allí,
no como detenidos, sino para nuestra seguridad,
ya que los esbirros del tirano sabrían dónde nos
hallaríamos y podrían eventualmente atentar con-
tra alguno de nosotros.

Poco después, el doctor Perrota y los her-


manos Cano y Cabrera irrumpen de sorpresa para
alegrarnos en el día de la independencia del Para-
guay; 14 de mayo de 1961. Tras esto, nos lleva-
ron a Aquidauana, donde fuimos recibidos por el
mayor João Baptista De Oliveira Figueiredo, fu-
turo presidente del Brasil, el cual lo haría retornar
al estado de derecho tras una larga dictadura mili-
tar. Luego, fuimos conducidos a São Paulo en dos
aviones de la Presidencia de los Estados Unidos
del Brasil. Allí nos documentaron como exilia-
dos y pudimos trabajar o retornar a Buenos Aires

271
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

algunos.

Tras tantos sufrimientos, éramos libres, aun-


que nuestra nación debería esperar muchos años
más, gimiendo bajo el Operativo Cóndor, la CIA
y las botas del Comando Sur y sus cipayos nati-
vos para poder decir lo mismo. Y todo el resto
del continente además, hasta que nuestros pue-
blos griten "¡Basta!".

18
272
22 CUENTOS ESCOGIDOS

273
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Jasuká Vendá

Los degradados valles del Amambay, otrora


exuberantes —más verdes que cuentos de viejos
experimentados y añorantes de mejores tiempos—
pasaban bajo nuestra vista al paso del viejo ca-
mión de tora, como llaman en Brasil a los trans-
portadores de rollizos.

Tras una frustrada expedición al mítico Ja-


suká Vendá, o Cerro Guazú, en busca de presun-
tas inscripciones rupestres, retornábamos a lomos
de una de estas carretas mecánicas —que lleva-
ban a los aserraderos fronterizos lo poco que iba
quedando, como si a los empresarios les importa-
se un ardite nada que no fuesen lucros inmedia-
tos—, hacia nuestra base en Chirigüelo. Tras va-
rios kilómetros a marcha en «primera reducida»,
es decir a paso cansino de cortejo fúnebre, llega-
mos a un puente sobre un arroyito innominado
por los geógrafos a causa de su reducido caudal
de cercana nacientey su errático curso.

274
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Allí, hicimos un alto forzoso, —contra nuestra


voluntad, como se verá—, para que el conductor
pudiese quitar de dicho puente cuanto de hierro
tuviera entre sus vigas, dejándolo inservible.

Además, el camionero y sus ayudantes, desmon-


taron el maderamen en un periquete con maestría
digna de mejor causa, alzándolo sobre los rollos
en la carrocería. Ante nuestra extrañeza, el con-
ductor comentó con el clásico cinismo fronterizo:

—E o nossa última viagem, e posso vender


os ferragens da ponte aos metalúrgicos de Ponta
Porá. Eles pagam bem pelos ferros velhos. Aquí
na zona, os árbores acabaram já, e prontinho vou
ter que procurar outra mata pra fornecer de ma-
deira aos serreiros.

Ante nuestra perplejidad, el camionero ex-


plicó que dicho puente lo habrían construido los
«bugres» —como los brasiguayos denominan pe-
yorativamente a los indígenas guaraníes de la re-
gión—, y poco les importaba dicha vía a los de-
predadores de bosques, al no tener que volver a
pasar por allí en mucho tiempo.

Horas más tarde, el tractocamión reanudó

275
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

la lenta marcha en "primera reducida" por los ba-


rrosos o arenosos caminos de Fortuna Guazú, rum-
bo a la ruta principal. La indignación ante su ini-
cua acción, estaba sofrenada entonces por la gen-
tileza de darnos «carona» hasta las cercanías de
Pedro Juan Caballero, ante la carencia de trans-
portes de pasajeros por esos desolados andurria-
les, olvidados hasta del mismísimo demonio, su-
poniendo que éste existiera.

Nada pudimos hacer para evitar la destruc-


ción de dicho puente, pues que incluso su tabla-
zón y vigas fueron alzados sobre el lerdo camión
para llevárselos hasta el aserradero del patrón,
siempre a marcha lenta, a causa de los pésimos
caminos y el peso de la carga.

No tardamos en llegar a otro puente de ma-


dera en un vado, el cual corrió la misma suerte
que el primero; lo cual apenas insumió poco más
de dos horas a los rapaces fronterizos. Para estas
alturas, el camión apenas soportaba su carga y el
estado del camino, resbaladizo tras copiosas llu-
vias y con un sol calcinante encima nuestro, tos-
tándonos sin desearlo.

276
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Como íbamos sentados sobre la carga, mis


acompañantes y yo: Sharon la norteamericana, que
también ejercía de esposa de este servidor, mi pri-
ma Berta Medina la formoseña, Jackson el brasi-
lerito y quien esto relata a su manera, debíamos
hacer esfuerzos para mantenernos asidos allí, ante
los barquinazos y patinadas que casi amenazaban
con desalojarnos de tan incómodo transporte, vuel-
co mediante.

Tan sólo aferrándonos a los cabos de acero


y cadenas que sujetaban los pesados maderos,
podíamos permanecer en esa posición, aunque el
calor no lo pudimos abreviar, mal que nos pese,
ni siquiera con la amarga infusión del tradicional
tereré.

El tercer puente se salvó del saco, a causa


de ser demasiado grande y por sobre todo, al ca-
recer el camión de espacio para transportar sus
despojos. Quizá en un próximo viaje lo desman-
telasen, aunque aquí no se trataba de un arroyito,
sino del río Ypane’mi, de respetable caudal; espe-
cialmente durante la época de lluvias, que en el
Amambay se da tres o cuatro veces a la semana

277
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

en forma de chaparrones no tan inesperados. Aun-


que la voracidad de los empresarios de frontera
no lo tendría en cuenta, salvo por el detalle de un
retén militar en su cabecera, capaz de disuadirlos
de tal hazaña, aunque no demasiado. A veces los
sobornos generosos dan luz verde y vía libre al
pecado capital (o del capital) y al crimen.

Muchos kilómetros nos aguardaban aún para


llegar, por lo que sólo nos quedaba la opción de
pasarla lo mejor posible, olvidando a los insectos
hematófagos, avispas, solazos y chubascos inter-
mitentes que matizaban de humedad nuestro len-
to avance.

Una vez en ruta asfaltada, debimos pasar la


noche al raso, pues estaba prohibido el tránsito
nocturno de camiones rolliceros por el asfalto, pese
a que faltaría menos de diez kilómetros para lle-
gar al reposo de la tranquila hacienda de mi sue-
gra, Mrs. Harriett Weaver. No tuvimos más re-
medio que pernoctar hasta el amanecer, en que
finalmente reemprendimos la marcha pachorren-
ta hasta nuestro destino; siempre entre primera y
segunda, que más no daba el viejo camión.

278
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Pero antes de proseguir, les diré cómo empezó esta


incómoda aventura… y cómo terminó en una frus-
trada búsqueda de lo obvio.

Mi prima Berta Medina, amante de incóg-


nitas, rarezas varias y mensajes ocultos venidos
desde el espacio u otras dimensiones desconoci-
das, oyó hablar en cierta ocasión de unas «escri-
turas rúnicas» dejadas por presuntos navegantes
vikingos metidos, no sabemos cómo, a caminan-
tes intercontinentales o turistas precolombinos, en
unas cavernas del Cerro Guazú o Jasuká Vendá.

La lectura de «Los vikingos del Paraguay»


de un ingeniero paraguayo de apellido Pistilli, y
algunas delirantes divagaciones de un francés de
nombre Jacques de Mahieu, fueron la espoleta del
detonante que encendiera la mecha de la imagi-
nación explosiva de mi prima Berta. Ésta, ni cor-
ta ni perezosa, nos propuso viajar al Amambay a
fin de cerciorarnos de la veracidad de tales digre-
siones, aunque la verdadera razón fuese el hecho
de que mi esposa Sharon fuese copropietaria de
una fazenda en Chirigüelo con su familia. La oca-

279
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

sión la pintaba calva para unos días de relax y


vacaciones de aventura por los escabrosos cerros
de Amambay; por lo que nuestros argumentos en
contrario fueron cayendo como fichas de domi-
nó, unos tras otros, víctimas de su verborragia
entusiasta.

A los pocos, nos hallábamos en Chirigüelo,


en casa de mi suegra a fin de preparar el asalto al
Cerro Guazú: el mítico Jasuká Vendá.

A causa, como dijera antes, de la carencia


de transportes de pasajeros por los difíciles cami-
nos de la región, debimos recurrir para llegar a
Jasuká Vendá, de los servicios de un macatero o
buhonero, que proveía a los comerciantes de esas
apartadas fazendas o capueras, quien previa obla-
ción de diez cruzeiros (novos) a por cabeza, acep-
tó trasladarnos hasta allí en la carrocería de su
«Bandeirante» en compañía de sus mercancías.

Ya veríamos cómo resolver el retorno, pero


era más importante conocer el mítico «Ompha-
los» de los guaraníes, donde los misteriosos pe-
troglifos invitaban a la aventura y a la imagina-
ción.

280
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Tras horas de barquinazos y sacudones, lle-


gamos a la estancia de un viejo poblador llamado
Nenito Torres, donde solicitamos su venia para
montar nuestra tienda en su patio. Este nos expli-
có cómo llegar al cerro, cuya mole desafiante se
observaba al horizonte, con la engañosa sensación
de cercanía, cuando en realidad se hallaba a más
de dos leguas de nosotros, casi en el límite entre
el departamento de Amambay y Kanindejú.

Nuestro desconocimiento de los intrincados


senderos selváticos, nos llevó a contratar a un guía
indígena que nos llevase hasta las misteriosas ca-
vernas (Ita koty, dicen ellos en guaraní). Nada
dejaríamos en el tintero, y hasta provisiones se-
cas y agua deberíamos llevar a hombro. Tras tres
horas de marcha casi forzada llegamos al pie del
imponente cerro, aún cubierto de fronda, aunque
ya lo estaban raleando para alimentar los voraces
aserraderos de la frontera seca; lo que es decir:
para contrabando de madera paraguaya al Brasil,
desertificando de paso nuestro hasta entonces ubé-
rrimo paisaje atlántico.

Antes de ascender por el empinado sendero

281
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

de camiones rolliceros, nos dimos un chapuzón


en un tajamar alimentado por un arroyo y recar-
gamos nuestro termo de diez litros de agua fres-
ca. No imaginamos siguiera la falta que nos haría
después.

Con el impasible guía, silencioso como pez y poco


acostumbrado a responder preguntas de citadinos
ignorantes de las cosas del monte, fuimos ascen-
diendo entre risas y jarana durante toda la tarde,
hasta cierto lugar donde una tabla —enorme como
nunca las he visto y de casi seis pulgadas de espe-
sor—, se atravesaba en el sendero, ya estrecho e
intrincado de lianas, raigones y maleza. El guía
no supo explicarnos qué diantre haría allí seme-
jante tablón, salvo indicar el fin del sendero… y
esta ignorancia nos costó caro, como verán.

Seguimos derivando por la espesa jungla, ya


fuera de los senderos, sin hallar las dichosas ca-
vernas rupestres ni señales de ellas, sino selva in-
trincada e interminable, por lo que sugerí pruden-
temente hacer un alto para acampar en algún cla-
ro. Simplemente, estábamos más perdidos que
ciego en tiroteo cruzado, aunque no quise admi-

282
22 CUENTOS ESCOGIDOS

tirlo. Prontamente Jackson, cachorro de boy scout,


armó la tienda mientras el guía y yo procedimos a
reunir leña seca para una fogata; no fuera que al-
guna fiera nos amargara la noche. La pequeña
tienda apenas podría albergar a tres personas, por
lo que decidí que el guía se hiciera cargo de la
primera «guardia» hasta medianoche; mientras
intentaría reposar sobre una vieja manta para asu-
mirla después hasta el amanecer.

La noche se me hizo más larga que retahí-


la de borracho tartamudo, entre embestidas de
insectos que caían a la hoguera y el frío reinante
en las entrañas del monte. Tras el amanecer, de-
cidí unilateralmente desistir de la búsqueda de
cavernas, ya que evidentemente el guía —si
bien quizá oyese hablar de ellas— no sabía el
lugar exacto de su localización, y el dichoso ce-
rro tenía ¡más de catorce kilómetros de selvática
longitud! formando casi una herradura o círculo
truncado cual gigantesco cráter boscoso difícil
de contornear a causa de la maraña que nos ce-
rraba el paso a cada instante tras una mirada
al entorno, se me antojó que podría ser un anti-
guo cráter meteórico de por lo menos diez mi-

283
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

llones de años de antigüedad (Esto me lo confir-


mó un geólogo ¡veinte años después!)

Muy a nuestro pesar, decidimos retornar tras


levantar el precario campamento, casi en ayunas
y sin una gota de agua en nuestro depósito. El
descenso no fue tan penoso, y fuimos chupando
las gotas de rocío acumuladas entre los helechos
abundantes; hasta que a eso de las nueve el viento
y el sol habían secado hasta el último vestigio de
agua, y no se percibía olor a tierra mojada que
delatase la presencia de algún arroyo o vertiente.

Tras interminable caminata, retornamos has-


ta el enorme tablón que pareciera burlarse de nues-
tra ignorancia. Una vez allí, comenzaba de nue-
vo el sendero de camiones hacia la base del cerro.
Horas más tarde, y sedientos como camellos, lle-
gamos a la base del cerro, donde nos dimos un
refrescante chapuzón y llenamos de nuevo nues-
tro termo, no sin antes saciarnos de agua fresca y
disfrutar de un hospitalario almuerzo de feijoada
brasileira, en casa de un encargado de la fazenda
del lugar.

Casi al oscurecer llegamos a la estancia de nenito

284
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Torres, el cual se extrañó ante nuestro fracaso,


comentando socarronamente:

—¿No vieron el tablón grande que dejó el


general Samaniego para indicar el lugar de las
cavernas? ¡Si estaba a la vista! Apenas a diez
metros del tablón está la primera caverna con esos
dibujos raros…

Para entonces, el guía indígena había cobra-


do su estipendio, borrándose inmediatamente del
lugar, por lo que no pudo contemplar nuestra ex-
presión de bronca y frustración, tras el comenta-
rio sarcástico de don Nenito Torres.

¡Habíamos estado tan cerca y erramos el


camino! Recién al año siguiente volveríamos al
lugar. Esta vez mejor preparados y en compañía
del lingüista norteamericano Jim Woodman y el
guía Joe Weaver, residente en Chirigüelo. Pero
ya evitamos equivocarnos de camino. Demás está
decir que Pistilli y Mahieu estaban equivocados y
los petroglifos no eran runas, sino simples trazos
indicando la ruta del sol.

Pero… ¿Quién nos quitaría lo bailado?

285
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Finalmente Woodman opinó que los petro-


glifos respondían más al alfabeto ceoltceltunas
vikingas... y el misterio sigue incólume. ¿Quié-
nes fueron sus autores?

286
22 CUENTOS ESCOGIDOS

19
Los pioneros de
Cygnus X-1
A: Hugo Genrnsback y Julio Verne.

Wain Zöller, comandante de la Atlantis II,


comunicó al pleno de los directivos de la Empre-
sa Space Grows Inc. la noticia: Se aprestaban a
ingresar en el sistema solar de Cygnus X-1 y se
sospechaba la existencia de un planeta al menos
con las condiciones de habitabilidad requeridas
para colonizarlo. Deberían, empero, aguardar a
la flotilla de exploración que en breve se reporta-
ría. En tanto, aguardarían en la órbita planetaria
de la estrella gigante azul Cygnus X-2, sol de di-
cho sistema binario (Alrededor de Cygnus, orbita

287
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

velozmente una densa enana blanca neutrónica que


absorbe parte de la energía gaseosa de la mayor).
Los presentes en la sala de conferencias, se dis-
pusieron a interrogar al comandante Zöller acer-
ca de lo expuesto.

Éste explicó que los responsables de las dos


astronaves que comandaba, mientras orbitaban
alrededor de la estrella Cygnus, enviaron peque-
ños vehículos de desembarco a verificar un pla-
neta terraforme —es decir, con agua líquida, oxí-
geno y plataformas continentales—, quizá apto
para la vida del ciclo carbono-oxígeno, nitróge-
no. Carbono y oxígeno eran indispensables para
la agricultura y esperaban que las semillas que lle-
vaban germinasen allí .

El que llamó la atención era algo más pequeño


que la extinta Tierra, cuna de sus antepasados, pero
parecía estar en estado casi primitivo, como aguar-
dando a por ellos.

Mas para no correr riesgos de ser rechazados por


alguna forma de vida hostil, envió diez tripulan-
tes a cerciorarse de la posibilidad de habitar di-
cho planeta, aún innominado y desconocido, al

288
22 CUENTOS ESCOGIDOS

menos para ellos. Además no deberían descartar


algún tipo de vida inteligente o civilizada.

El pleno del Directorio de Space Grows Inc.


se mostró satisfecho. Tras la destrucción del pla-
neta madre, hacía ya más de dos mil años, varios
contingentes basados en Marte habían salido ha-
cia los límites de la galaxia a buscar otros mun-
dos habitables. Las naves Atlantis II y V, gemelas
ambas, llevaban en sus entrañas a doscientos mil
seres humanos criogenizados en sus comparti-
mientos. Serían despertados, recién cuando ha-
llasen dónde desembarcarlos y la empresa se en-
cargaría de ello. Todos habían abonado sus bille-
tes al mundo-sin-mal y no tenían polizones, al
menos que se supiera, ya que los controles eran
harto estrictos y los colonos fueron seleccionados
por su alto cociente de inteligencia y creatividad,
además de otras aptitudes psíquicas en lo concer-
niente a la convivencia grupal armónica.

Las naves transportaban además, alimentos,


herramientas y gran parte de todo cuanto precisa-
rían para los primeros tiempos, hasta llegar a la
autosuficiencia. Ahora, tras largo periplo por el

289
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

borde de la galaxia, habrían hallado finalmente lo


que buscaban. Tras el escueto informe, volvieron
a las cámaras de hibernación donde aguardarían
el regreso de los exploradores y esto podría llevar
un par de meses terrestres aún.

Los despertaron al regresar los exploradores


con las buenas nuevas. El jefe de la patrulla as-
trobrigadier Zoran, no sólo trajo información po-
sitiva, sino además muestras de agua, del aire del
planeta y algunos especímenes indefinidos que
serían analizados a fin de prever enfermedades
alienígenas o preparar antídotos para ellas. No
dejarían nada al azar.

Los capellanes de la expedición, celebraron


misas y oficios para dar gracias al Mesías Cósmi-
co que los había guiado, con sus bendiciones, al
nuevo mundo; a la nueva Tierra sin mal; al nuevo
paraíso donde reharían a la civilización.

—No aprenderemos nunca —farfulló, que-


damente el contramaestre Wrenn—. Vamos a
echar a perder de nuevo otro planeta virginal e
inocente. Los cyber-libros de historia ya lo dije-
ron. Ocurrió en América precolombina y en Mar-

290
22 CUENTOS ESCOGIDOS

te. Y siempre, con las bendiciones del bendito


Señor a quien no tengo el gusto de conocer y creo
que éstos, tampoco.

—Cállate, por Dios, Wrenn —exclamó a su


lado un joven cadete de patrulla. —Si te oyesen
los inquisidores de la expedición, te podría ir mal.
No lo olvides. El aludido se abstuvo de respon-
der, pero no por falta de ganas de hacerlo.

El informe era alentador. Abundante vida sil-


vestre, árboles gigantescos, rocas marmóreas de
excelente calidad, vida acuática y cuanto precisa-
rían para repoblar el mermado rebaño humano que
huyera de la polución marciana. Y, sobre todo, con
las bendiciones de los obispos, pastores, lamas,
mullahs y rabinos en pleno, aunque los cristianos
eran mayoría virtual. Tal vez hubiese ateos fun-
cionales entre ellos, pero lo disimulaban muy bien.

En un mes más, gran parte de ellos fueron


desembarcados en el nuevo planeta y en menos
de tres meses terrestres (la rotación del planeta
descubierto duraba cuarenta y dos horas GMT y
su translación era de casi mil cuatrocientos vein-
te años (Se hallaban a más de veinte unidades as-

291
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

tronómicas de la gigantesca Cygnus X-1, unos


3.500 millones de kilómetros, pero la temperatu-
ra era casi similar a la Tierra), habían construido
habitáculos provisorios para los pioneros.

En cuantoa la enana neutrónica, la bautiza-


ron Röentgen I, ya que si bien estaba muerta, gi-
raba velozmente emitiendo rayos X desde sus
polos… afortundamente en dirección de su eje de
erotación. De lo contrario, sus veloces disparos
neutrónicos podrían se fatales para ellos.

—Esa densa bola fría, rota casi a dos mil


revoluciones por segundo y estan densa, que un
centímetro cúbico de su materia debería pesar
cientos de toneladas —explicó el Dr. Zarkov, uno
de los científicos de la expedición—. Quizá en
un par de millones de años, o quizá más, se con-
vertirá en un agujero negro, devorando a todo el
sistema circundante, incluido a Cygnus X-1. Pero
para entonces habremos colonizado otros mundos
más allá de Andrómeda. Mientras tanto, la ten-
dremos bajo observación para detectar posibles
anomalías. Omo puede observarse, Cygnus X-1
es una gigante azul y su masa de casi cien mil

292
22 CUENTOS ESCOGIDOS

veces nuestro sol. Esto quiere decir que agotará


más rápido su combustible de hidrógeno y tal vez
en unos mil millones de años estalle o se convier-
ta en una hipernova, pero ya nos arreglaremos para
entonces en otra parte. Es decir, nuestros descen-
dientes. No tenemos apuro alguno y trataremos
de adaptarnos a este mundo.

Tras solucionar el primer problema de hábi-


tat, los miembros y jefes de la expedición, descu-
brieron un monumento monolítico con una placa
que expresaba:

«En nombre de la Humanidad, ocupamos el


VII planeta de Cygnus X-1, con las bendiciones
de Dios omnipotente, para la gloria del Cristo
Cósmico. A las veinticinco jornadas del mes de
Tharad, del año del Señor cuatro mil ciento vein-
tidós, de la Era Divina».

Cuando la ciudad se hubo erigido en un blo-


que único a la vera de un gigantesco lago de agua
dulce, un grupo se dirigió a explorar la región
ecuatorial del continente 3-A (aún no habían bau-
tizado al planeta, y no por falta de agua precisa-

293
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

mente, sino por desavenencias lingüísticas y reli-


giosas, primeras de las muchas que vendrían des-
pués).

Hasta el momento, no tuvieron rechazos de las


formas de vida del planeta, ni actitudes hostiles
de ninguna naturaleza, pese a que la fauna y flora
del lugar eran algo exóticas, aunque aparentemente
inofensivas, como si la vida local aún ignorase el
poder destructor de la raza terrícola. Por precau-
ción, los colonos tenían consigo algunos anima-
les de crianza, para alimentos o simple compañía,
pero deberían multiplicarlos antes de que fuesen
utilizados. Además, era preciso hacerles contro-
les periódicos de adaptabilidad, aclimatación y
sanidad.

Demás está decir, que la mayoría de los ani-


males nativos, casi todos muy pequeños, no huían
de la presencia humana, como si su amistosa cu-
riosidad tuviese algo de inteligencia.

Simplemente, se detenían a mirar a los re-


cién llegados como quien contempla a un viejo
amigo... o a una sabrosa presa. A más de un hu-
mano le pareció verlos relamerse, como paladeán-

294
22 CUENTOS ESCOGIDOS

dolos por anticipado, pero estaban bien armados


como para temerlos.

No habían visto más que algunas especies de


insectos, reptiles y aparentes mamíferos, no muy
grandes, que en poco diferían a los extintos seres
de la Tierra, a causa de la desnudez de la capa de
ozono que sometió el planeta a un despiadado
bombardeo de rayos ultravioleta y luego, las po-
tencias beligerantes, a un despiadado y ultravio-
lento bombardeo termonuclear entre sí.

—Observe, doctor Zarkov, esas plantas gigan-


tescas, qué delicado follaje y qué bellas flores.
Pareciera que tuviesen vida propia y se moviesen
por su voluntad —comentó uno de los explorado-
res al exobiólogo que los acompañaba para estu-
diar la flora y fauna del lugar. Aquél se acercó a
la planta y cortó una ramita para muestra de su
herbolario, pero la planta... o lo que fuese, lanzó
un gemido lastimero que electrizó a los presen-
tes, y enlazando al exobiólogo por la cintura con
una de sus flexibles ramas, antes que atinasen a
defenderlo, lo lanzó a buena distancia. Demás está
decir, que el doctor Zarkov se desnucó contra una

295
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

roca del lugar.

Los tripulantes, alarmados y temerosos, cogieron


sus mortales armas y dispararon contra todo lo
que alentaba vida en el lugar, hasta que no queda-
ron más que calcinadas cenizas en la zona.

De pronto, sintieron cierta pena por lo ac-


tuado en contra de la lógica y la razón. Después
de todo, el ser sólo se defendió de una agresión y
la reacción de los terrícolas era ciertamente des-
proporcionada al hecho. Mas como si su paranoia
momentánea se exacerbase, con sus armas aún
humeantes, se desató la locura entre los foráneos
que, principiaron a dispararse unos contra otros
desaforadamente, hasta no quedar uno solo con
vida.

En el monobloque llamado provisoriamente


Ciudad Uno, los jefes de la expedición se pregun-
taban el porqué de la ruptura brusca de comuni-
caciones con la avanzada ecuatorial de los cade-
tes espaciales y los científicos, que partieran a
buscar más sitios para futuros asentamientos de
los pioneros de Cygnus. Pareciera que se los hu-
biese tragado la tierra, literalmente hablando. Y

296
22 CUENTOS ESCOGIDOS

nunca más acertada la metáfora de esta relación.

—¿Por qué nos han atacado esos seres ex-


traños? —preguntó telepáticamente Klaar-Twen,
una cactácea cubierta de largos y coloridos ve-
llos—. No les hemos

hecho nada... hasta ahora.

— No importa. Los dejamos posar en nues-


tro mundo, pero evidentemente no han venido en
paz, sino a exterminarnos. Opino que debemos
pasar a la ofensiva —respondió Numha-Laar, un
conífero palmeado de raíces móviles reptantes—
.Tuvimos que inducirlos a agredirse entre ellos.
Ahora, podremos alimentarnos. Espero que sean
nutritivos y no sepan tan mal como los anteriores
invasores.

Poco a poco y con parsimoniosa lentitud, las


"plantas" se movieron en dirección a los restos de
los exploradores y se cebaron en ellos. Poco más
tarde, la ósmosis había concluido y lentamente,
muy lentamente, comenzaron a moverse en direc-

297
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

ción a Ciudad-Uno.

Atrás, sólo quedaron uniformes vacíos de


todo contenido y armas de rayos caloríficos des-
perdigadas e innecesarias.

El doctor Ulianov se mostraba preocupado.


Ni señales de los expedicionarios. Mas se mostró
partidario de no asustar a los civiles de la expedi-
ción colonizadora, pero opinó que todos, excepto
los niños, deberían portar armas caloríficas por si
las moscas. Hasta entonces, no fueron molesta-
dos ni siquiera por los insectos abundantes en la
región sub tropical de New Jerushalaim, como
dieron en llamar al planeta, en honor a la ciudad
santa de la extinta Tierra, que curiosamente, fue
la primera en sufrir el primer bombardeo termo-
nuclear de parte de los árabes, chinos, rusos y
mongoles, aliados contra Estados Unidos, la
OTAN e Israel. El exterminio vino poco después
y debieron desalijar la Tierra... casi cuatro mil años
atrás.

De pronto, un cadete del cuerpo de Centine-


las irrumpió en la espaciosa sala de reuniones de

298
22 CUENTOS ESCOGIDOS

los gerentes de Space Grows Inc. donde los direc-


tivos analizaban la ausencia de sus adelantados.

—Permiso, señores. Debo comunicar que


Ciudad-Uno, ahora nominada Christ City, ama-
neció rodeada de un impenetrable bosque de exó-
ticas plantas y árboles nunca vistos por las cerca-
nías. Tal vez hayan crecido repentinamente y la
ciudad está prácticamente sitiada por ellas.

Los presentes se levantaron de un salto y co-


rrieron hacia las elevadas terrazas de Christ City
a fin de cerciorarse del fantástico informe del cen-
tinela. Poco tardaron en llegar hasta la cima del
gran monobloque-ciudad que se erguía a la vera
de un lago de cristalinas aguas.

Efectivamente, hasta donde abarcaba la vista, una


selva tropical exuberante se extendía entre la ciu-
dad y el horizonte, incluso había vegetales que
parecían moverse sobre la superficie del lago y
no acabar el verde, hasta el infinito.

—Es extraño —exclamó el doctor Kohn. —


Pareciera que estuviesen vivos y observándonos.
¿Alguien tiene un ocular de distancia? El cadete
se lo alcanzó y Kohn observó atentamente al con-

299
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

glomerado verde de miles de tonalidades que ro-


deaba la ciudad. Luego, enfocó el visor a mayor
distancia, notando preocupado que algo parecía
moverse en dirección a ellos, es decir, hacia Christ
City. Era una marea verde que avanzaba lenta-
mente, como lo haría un enjambre de marabuntas
amazónicas de la extinta fauna terrestre.

—Creo que deberíamos extremar precaucio-


nes, comandante Zöller —opinó el gerente gene-
ral de la empresa. —Distribuya armas a todos los
civiles. Creo que algo nos está contemplando con
hostilidad. Sigamos observando todo cuanto acon-
tece en el exterior, pero si esos vegetales semo-
vientes intentan tomar Christ City, rechacémos-
los con los rayos caloríficos. No creo que puedan
contra nuestras armas. No son más que vegetales
que, por razones que ignoro, tienen raíces super-
ficiales móviles y pueden trasladarse a voluntad.
Lo que no hemos medido es el grado de inteligen-
cia que puedan poseer, y ello es lo que me pre-
ocupa. Tampoco los exploradores se han reporta-
do.

El comandante Zöller se retiró para dar la

300
22 CUENTOS ESCOGIDOS

orden de distribución de armas, ignorando que


cuanto se dijesen entre ellos, era captado por los
seres que rodeaban Christ City.

—Están alertas los invasores, y poseen ar-


mas terribles. No deberíamos dejar que se nos
acerquen —dijo telepáticamente Klaar-Nutt, uno
de los «árboles» de hermosas flores rosáceas—.
Pero si deciden atacarnos, ya saben que hacer.

Todos asintieron con un movimiento lateral


de sus penachos verdes y sus ramas multicolores
recién florecidas.

—Siento que ya están preocupados por nues-


tra repentina presencia alrededor de su madri-
guera, y pronto estarán asustados, y en esas con-
diciones pueden ser peligrosos —exclamó tele-
páticamente Nukka-Laar, una especie de lepido-
dendro de múltiples ramas cargadas de frutos-hue-
vo—. Los mantendremos en su refugio sin dejar-
los salir, pero si nos atacan o intentan hacerlo,
más les hubiese valido quedarse en su mundo de
más allá de lo conocido —respondió otro árbol
de flores color violeta llamado Kurhat-Lom.

301
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

—Creo que deberíamos pasar a la acción, se-


ñor —exclamó preocupado el comandante Zöller.
—No podemos salir de Christ City a causa de la
proliferación de plantas, y los víveres y el agua se
están agotando. Nuestros pozos ya casi están se-
cos y el lago está infestado de esos... no sabría
cómo llamarlos. Y cada vez son más, y parecen
no tener fin.

—Tiene razón, comandante —respondió el


doctor Zechariah, el gerente general y verdadero
comandante civil de los colonizadores—. Pue-
den usar sus armas desde la terraza de esta ciu-
dad. ¡Proceda! y que el Señor Yahvéh del Univer-
so nos ayude.

Apenas pronunciada estas palabras, el doctor


Zechariah, extrajo su arma y sorpresivamente dis-
paró contra el comandante Zöller y los presentes,
hasta no dejar con vida a ninguno de sus congé-
neres que lo rodeaban. Luego, parsimoniosamen-
te, se apuntó a sí mismo y oprimió el disparador.

302
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Poco a poco, cual las míticas Sagunto, Nu-


mancia, Cartago o Masadá, se desató en Christ
City una suerte de locura entre sus habitantes que,
con o sin armas, iniciaron a agredirse salvajemente
como poseídos de alguna furia infernal. Madres
que destrozaban a sus hijos con cualquier instru-
mento contundente o arma, si las tenían; hijos
apuñalando a sus madres; padres asesinando a
sangre fría a su familia; militares contra civiles y
vice-versa, hasta que por sus propias manos y en
menos tiempo de lo que se podría esperar, los pio-
neros de Christ City y su ciudad, quedaron redu-
cidos a restos semi calcinados.

—Creo que no queda nadie en esa guarida de los


invasores —expresó Kull-Ah, telepáticamente.
Éste era un rododendro gigante de graciosos pe-
nachos amarillos—. Entremos con cuidado y en
orden. Hay alimento para todos.

—Esperemos que por mucho tiempo no repi-


tan su aventura de querer invadir mundos ajenos
—dijo Klaar-Null, una palmera hembra, de visto-
sas flores colgando en racimos en su copa. —Pero

303
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

304
22 CUENTOS ESCOGIDOS

si los sentimos llegar, los recibiremos como lo


merezcan. Si vienen en paz, compartiremos nues-
tro espacio, de lo contrario, acabarían como és-
tos extraños seres de allende la profundidad del
espacio estrellado.

Tiempo más tarde, otra expedición llegaría


en pos de los pioneros de Cygnus X-1 alarmados
ante su silencio. Pero esta vez, ya los estaban es-
perando en el bello planeta, entre las ruinas calci-
nadas de lo que fuera Christ City, una magnífica y
ubérrima flora de bellísimos colores, suculentos
frutos, letal perfume, graciosos movimientos y
poderosa inteligencia. Y estos visitantes, tampo-
co regresarían jamás a su planeta, quedando sólo
restos de sus naves cubiertas de vegetación inteli-
gente.

—Estaban deliciosos estos visitantes del cie-


lo, —opinaron las flores y los árboles—. A ver
cuándo nos envían a otros...

305
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

20
Una apuesta con la
muerte

Los taimados amigotes del truco, no paraban de


mirarse unos a otros con picardía criolla, mien-
tras tiraban la oreja a sus barajas; bastante aja-
das y ajetreadas de roces y sudores ajenos de
tantos perdedores. Si éstas pudieran hablar y re-
latar cuántas manos las profanaron en pos de ga-
nancia fácil ¡lo harían a los gritos! Con los mis-
mos vozarrones estentóreos y excitados por el
aguardiente de caña, proclamaban entre otras
lindezas del repertorio tahuresco:
“Al pie de aquella ventana,

en el jardín de mi amor,

vi abrirse un tierno pimpollo

para transformarse en ¡flor!”

306
22 CUENTOS ESCOGIDOS

O la rápida y ríspida respuesta aguardentosa


del retador de la mano, quien con tono melifluo y
mentiroso proclamaba:

“El amor de mis amores,

Se puso un lindo vestido,

Y el viento, con él jugaba,

Diciéndole ¡falta envido!”

Entre risotadas fanfarronas, burdas cuartetas


improvisadas y tragos de violento alcohol
macerado en guaviramí, los apostadores ha-
cían ir y venir ante sí los granos de maíz que
cuantificaban, simbólicamente, los montos en
juego, por si apareciera la molesta presencia
policial en el boliche (almacén rural) taberna-
rio que oficiaba de garito.
Es que estaba fuera de la ley, no el juego de
azar, sino las apuestas en metálico sin la par-
ticipación a la autoridad; aunque no estaba
prohibido jugar “al gasto”, sólo por la consu-
mición de los participantes. ¡Y vaya si con-
sumían! Que el desfile de vasos de rústico vi-
drio era incesante sobre la mesa de juego, a

307
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

cargo de los perdedores.


La mortecina luz del farol murciélago a kero-
sén, apenas iluminaba la astrosa mesa des-
vencijada, cubierta por una mugrienta manta
de basto algodón, tal vez sisada de algún
cuartel policial o prendada a cambio de tra-
gos, lo mismo daba. El bolichero del pueblo
de Itá Ku’i, (que en idioma vernáculo sería
algo como “piedra pulverizada”, ya que en
tiempos anteriores era cantera de basalto para
empedrados urbanos y pedregullos para hor-
migón), ejercía de autoridad política, acopia-
dor de ‘frutos del país”, prestamista y provee-
dor de comestibles y tragos a discreción,
cuando no de padrino de bautizos, casamien-
tos o funerales.
Sus parroquianos, justo es mencionarlo, eran
gente de trabajo. Capueranos, pequeños ha-
cendados y agricultores minifundiarios de la
comarca; pero también había un selecto y pe-
queño grupo de habitués del juego y el trago,
especializados en desplumar incautos. Espe-
cialmente tras las épocas de cosecha y zafras
de algodón, tabaco, mandioca y frutas de la

308
22 CUENTOS ESCOGIDOS

región.
Más de un campesino chacarero poco avisado
de los alrededores, hubo dejado en la mu-
grienta mesada —merced a barajas marcadas
y otras artes non sanctas—, sus sudores del
año, debiendo encima al bolichero por pro-
vistas adelantadas a cuenta de su próxima co-
secha. Pero así muestra la diosa Fortuna su
equívoco rostro condescendiente de falsa
sonrisa, estimulante de vicios, y, traicionando
posteriormente a sus devotos y promeseros.
Claro que, en el Paraguay profundo, visceral
y campesino, quizá por desconocimiento de
la mitología europea se inventan otras más al
gusto y costumbres locales, inficionadas por
el pacato catolicismo heredado de la España
negra de Torquemada y Felipe II, que se ne-
gara a sí misma el Renacimiento a cambio de
la Culpa penitencial y la puesta en saco del
nuevo mundo.
En este caso particular, la diosa Fortuna ha
sido reemplazada por la figura cumbre del
neopaganismo nacional: la hechizante ima-
gen tallada en madera —bella por cierto—,

309
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

de la llamada “Virgen de Ca’acupé”, a quien


los campesinos y citadinos paraguayos atosi-
gan con promesas pecuniarias, devocionales
o penitenciales, según sus posibilidades, en
trueque de “gracias” tales como ganar al tru-
co, sacar premios de lotos o quinielas, apro-
bar exámenes cruciales, ganar licitaciones,
sanar dolencias venéreas, o incluso deshacer-
se de alguna suegra metiche.
Claro que en realidad la imagen sólo tiene
manos y cabeza, que el resto del cuerpo es
prótesis de varillas de madera, alambre y tela,
amén de peluca al tono.
Otras populares figuras de devoción fetichista
son: san Cayetano (trabajo), san La Muerte (se-
guridad ante el peligro), san Onofre (abogado de
los devotos de Baco-Dionisos), y así en adelante,
para todos los gustos y deseos.

Pero dejémonos de digresiones escurridizas


para retornar a la mugrienta mesa de truco, donde
Paulino Yaharí, Filemón Sosa, Truculino Mosco-
so y Marciano Tukumbó, dirimen el muy sudame-
ricano certamen de barajas. Por supuesto, es un

310
22 CUENTOS ESCOGIDOS

truco amistoso mientras aguardan a que caiga al-


gún besugo, a quien dejar sin blanca con sus car-
tas españolas de Fournier o Vitoria.

Éstas, de tan ajadas ni marcas notorias tenían


ya, y el bolichero no estaba propicio a renovarlas
aún, mientras no rindieran hasta la extremaunción
su picaresca vida útil en pro de su negocio.

Es que el almacenero, don Hipólito Alvaren-


ga, presidente de la seccional oficialista local y
juez de paz en sus horas libres, percibía su diez-
mo obligatorio de los ganadores que apostaban
en su local, el único autorizado para tal evento.
Ciertos días del año, especialmente en fiestas pa-
tronales y feriados nacionales, organizaba también
riñas de gallos, carreras de sortijas, cuadreras y
juego de la taba, debidamente fiscalizados por el
comisario policial local, el señor cura párroco (que
también percibía su diezmo) y algún ciudadano
expectable de la zona que oficiaba de árbitro. Éste
último, generalmente vinculado a las autoridades
políticas gubernistas, para evitar que algún con-
trera u opositor tuviera la osadía de ganar al ca-
ballo del comisario o al padrino del guaino favo-

311
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

rito.

La plácida existencia de los lugareños, pese a


los avatares sociopolíticos, rara vez llegaba al
punto del sobresalto.

La tierra, generosa y fecunda, daba para el


sustento y las deudas solían honrarse, que la pala-
bra era preciado documento; aún en épocas de
violencia política y cuartelazos, que apenas alte-
raban el pachorrento ritmo de vida interiorano.
Notándose más las consecuencias de los desma-
nes cuarteleros en la capital que en las aldeas es-
parcidas al albur por el interior, como desordena-
dos salpicones urbanoides en un mapa varias ve-
ces mutilado, por guerras o desmembraciones co-
loniales del pasado.

El juego de truco proseguía, a la luz del ahu-


mado farol de kerosén o de candiles de sebo, en-
tre las poco ingeniosas cuartetas; caricaturas de
versos picarescos improvisados o no.

El paciente don Hipólito Alvarenga, se man-


tenía expectante tras el viejo mostrador del alma-
cén, atento a las posibles reyertas alcohólicas, y
pendiente de los ganadores de turno. También

312
22 CUENTOS ESCOGIDOS

acudía con un vaso de caña de tanto en tanto, a


cuenta de los perdedores, a quienes anotaba con
rayas en un cuaderno muy trajinado, con marcas
de dedos de quienes no sabían firmar.

Pocas veces hubo de interceder para calmar


bochinches y reyertas, generalmente provocados
por quienes perdían y acusaban a los ganadores
de hacer trampas, lo cual era altamente probable
pero difícil de demostrar. Los jugadores profe-
sionales que, día a día, noche a noche y de a dos,
merodeaban el boliche a la pesca de oponentes,
eran viejos conocidos del dueño y éste, no duda-
ba en defender la probidad del equipo de tahúres,
en caso de dudas o entredichos.

Cierto día poco pensado —el menos pensado


de todos—, apareció por el poblado un tropero
bien plantado con un hato de reses, que traslada-
ba hacia Paraguarí para ser faenadas. Éste, venía
acompañado de tres hombres, presuntamente peo-
nes subalternos que custodiaban al ganado que
consistía en veinte vaquillonas de engorde, pro-
piedad de un estanciero del departamento de Mi-
siones. Los troperos acamparon en las afueras del

313
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

pueblo para pasar la noche al raso; en tanto que,


el capataz de la tropilla fue al almacén, a surtirse
de víveres para el equipo.

Allí, los tahúres no demoraron en calibrar al


recién llegado como candidato idóneo al desplu-
me. Al menos tras verlo contar billetes con varios
ceros al pagar su pedido.

Uno de ellos, Paulino Yaharí, líder del cuarte-


to, se levantó discretamente abandonando el lu-
gar a fin de que sus compañeros, con el pretexto
de “completar equipo” lo convidaran a sentarse
con ellos, dizque a echar un trago y hacer “pier-
na”.

Pero primero debían disponer de un mazo de


barajas, si no nuevo, al menos presentable, que
un forastero munido de ganado en pie, lo mere-
cía. No lo iban a desafiar con barajas más viejas
y trucadas que la Biblia, y más sucias que sus in-
tenciones, que también los jugadores tienen su
corazoncito travieso, cuando no avieso. El pa-
trón del almacén no demoró en proveer al trío,
otro mazo más digno del huésped de la casa.

El mocetón de fuera ostentaba una apostura

314
22 CUENTOS ESCOGIDOS

de buen jinete y sus ropas, si bien traían señales


del largo y sudoroso trajín sobre lomo de caballo,
eran bastante decentes y no desmerecían cuida-
dos. Mientras el fuereño hacía sus pedidos al bo-
lichero, los pícaros tahúres Filemón Sosa, Trucu-
lino Moscoso y Marciano Tukumbó, lo invitaron
gentilmente a completar la “pierna de cuatro” para
pasar el tiempo.

Para sorpresa de éstos, el recién llegado con


corteses palabras rehusó el convite, alegando una
delicada misión que le vedaba juegos, caña y
mujer, hasta tanto no dar feliz término a la mis-
ma, entregando el rebaño en su destino final: la
muerte a manos de los matarifes municipales del
aún lejano pueblo-ciudad de Paraguari.

Los tres jugadores, que esperaban una acepta-


ción tácita o explícita, se revolvieron en sus duras
sillas de basta madera. ¿Rehusar un envite en re-
gla? Para ellos, acostumbrados a los mansos lu-
gareños que desconocían la palabra no, era casi
una blasfemia premeditada. De momento, al con-
templar el niquelado revólver que pendía abraza-
do a la cintura del forastero, escoltado por un im-

315
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

ponente facón de artesanal factura, no replicaron


como hubiesen querido. Simplemente se mordie-
ron los labios y comentaron, entre ellos pero como
para hacerse oír de rebote:

—Parece que el arribeño tiene miedo a las


barajas o a perder sus vaquitas en la partida—dijo
Filemón Sosa, en tono irónico, dirigiéndose a sus
compinches.

—A lo mejor tiene ya una mujer que lo espera


por ahí, a quien rendir cuentas… —completó
Marciano Tukumbó, como al desgaire.

El forastero nada replicó pues la sobriedad es


buena consejera. Simplemente pagó las provistas
en efectivo, exigiendo nota de venta para su pa-
trón y peso exacto de lo adquirido. Los tres ven-
tajistas decidieron seguir incordiándolo hasta ha-
cerlo aflojar. O aceptaba el convite, o salía de allí
como rata por tirante.

—Puede que el chusco mocito sea flojo de tri-


pas y no aguante esta caña nuestra —exclamó, a
viva voz Truculino Moscoso, como en tono de
desafío, olvidando la más elemental prudencia y
los respetables fierros que portaba el forastero.

316
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Éste, ni se incomodó ante las pullas pero, tras


abonar el pedido, salió con las árganas cargadas a
ponerlas en la grupa de su albo tordillo. Pocos
instantes después regresó al interior del almacén
para encarar discretamente a los jugadores.

—Si quieren desafiarme con un truco, acepto,


pero sólo hasta las diez de la noche. Vendré esta
noche a las nueve y espero que sean tan buenos
perdedores, como faroleros de palabra fácil.

Los tres amigotes sonrieron ante lo que supu-


sieron una aceptación en regla y saludaron untuo-
samente al jinete, e incluso lo invitaron con una
cerveza liviana.

Éste nada dijo y tampoco aceptó la cerveza.


Simplemente se dirigió a su cabalgadura y, tras
hacer caracolear su animoso caballo en señal de
desafío, se perdió por el polvoriento camino ha-
cia donde aguardaban sus hombres.

Esa noche, como a eso de las nueve, apareció


el personaje, seguido de dos de los suyos, habien-
do dejado al otro al cuidado del rebaño de cornú-
petas en las afueras del pueblo; eso sí, bien pro-
visto de yerba, tasajo y otras provistas de boca.

317
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

La orden dada a éste, era de permanecer con los


ojos abiertos y el trabuco en mano hasta su regre-
so, que los cuatreros no eran cosa rara por esos
andurriales de montes, llanos y matas.

El forastero, aún con el sudor y el polvo del


viaje, no aparentaba demasiada fatiga y con dis-
plicencia presentó a sus compañeros sin nombrar-
los; uno de los cuales sería su “pierna”, mientras
que el tercero, hombre de pocas palabras, haría
de observador imparcial, para lo que hubiere lu-
gar. Truculino Moscoso y Marciano Tukumbó
serían los otros dos de la partida, mientras que el
lugareño Filemón Sosa sería el observador por
parte de éstos.

Una hora más tarde, ambos retadores habían


perdido hasta las ganas de comer, pese a los nai-
pes marcados a conciencia, y debieron rendirse a
la evidencia de que el forastero manejaba los pe-
ninsulares cartones litografiados, con habilidad
consumada.

Al haber perdido cuanto tenían, resolvieron


pedir revancha a crédito por parte del bolichero,
que, como se dijera, oficiaba también de presta-

318
22 CUENTOS ESCOGIDOS

mista al 20 por ciento. Éste, ni corto ni perezoso


accedió a ello con la garantía de Filemón Sosa, el
cual sustituyó a Moscoso en la mesa.

—Ya que insisten —dijo lacónicamente el fo-


rastero de la voz cantante—, pueden servirse y
barajar la primera mano a gusto y paladar. Pero,
sea cual fuere el resultado esta será la última par-
tida, que mañana tenemos que madrugar. A las
once de la noche me despido indefectiblemente.

—Como quiera —dijo Sosa con un rictus la-


deado que fingía una sonrisa ladina—. En la pis-
ta se ven los parejeros y los guainos.

Tras otra hora de envites y paradas, los tahú-


res supieron que el equipo contrario era demasia-
do para ellos, pero resolvieron jugarse la última
baza.

—¡Todo al resto! —exclamó Filemón Sosa,


como dando a entender que esta sería al todo o
nada, lo que es decir: a muerte.

—Recuerdo haber dicho que tenemos que


madrugar —dijo el forastero con tono suave, mas
no desprovisto de firmeza—. Ya les dimos el des-

319
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

quite y no supieron aprovechar, aún con barajas


marcadas. ¿O quieren apostar sus cabezas? Pri-
mero paguen su crédito, que no acepto apuestas
de fiado y sólo estamos de paso.

—Mis parroquianos tienen crédito ilimitado y


yo respondo por ellos —dijo don Hipólito Alva-
renga, terciando en la cuestión—. Creo que tie-
nen derecho a revancha…

—Tal vez en otra ocasión, don —replicó el


forastero con displicencia—. Mañana a primera
hora tenemos que salir con la tropilla hasta Para-
guarí, y nos aguarda una larga cabalgata aún. Ya
les he dado el gusto, y no creo haberlos defrauda-
do. ¿O sí?

—¡Tenemos derecho al desquite y no van a


salir de aquí así nomás con nuestra plata! —ex-
clamó Truculino Moscoso en tono amenazante,
ya bajo los vapores violentos de la caña ingerida
durante el encuentro.

—Mi palabra es sagrada —replicó el foraste-


ro, casi a punto de perder la paciencia—. Si me
comprometí a responder a su convite, he cumpli-
do hasta bien tarde. Pero si he dicho que sólo una

320
22 CUENTOS ESCOGIDOS

más de revancha, así nomás ha de ser. Somos tra-


bajadores y no podemos estar toda la noche en
vela, que debemos trasladar el rebaño hasta Para-
guarí y buenas leguas esperan aún por nosotros.
¿Está claro?

Esto último lo dijo medio arrastrando las síla-


bas, en señal de estar llegando al límite de la pa-
ciencia. Mas los tahúres no se dieron por entera-
dos de sus razones e insistieron, pero ésta vez
echando mano al pomo de sus maliciosos faco-
nes.

—Señor almacenero —dijo el forastero—.


Creo que usted debe poner orden en este antro,
salvo que prefiera que arreglemos esto afuera y a
lo macho.

—¡Alto todos! —profirió don Alvarenga, te-


miendo lo peor—. Si quieren bronca, será mejor
que vayan a chacinarse por ahí, que no quiero san-
gre en mi establecimiento.

—¡Usté no se meta don, que esto es cosa de


hombres! —casi gritó Filemón Sosa, el más apin-
tonado de los jugadores y que ya llevaba trasega-
das varias rayas de aguardiente de clandestinos

321
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

alambiques de la zona—. ¡Queremos revancha y


recuperar lo perdido, ahora mismo!

—¡Vamos afuera, entonces, y que sea lo que


el diablo quiera! —dijo resignadamente el foras-
tero, quien no había ingerido licor en toda la jor-
nada, justamente previendo un desenlace no de-
seado.

Todos notaron la ausencia del revólver en la


funda del cinturón, no así la del facón de doble
filo, quizá hecho de una vieja bayoneta de la gue-
rra con Bolivia. Tampoco sus subalternos habían
bebido nada, a fin de prever cualquier desmán de
parte de los locales; que hay que tener cuidado de
no pisar de costado en cancha ajena.

Los retadores salieron en tropel, con sus fie-


rros empuñados, aunque en manos no tan firmes,
a causa de lo ingerido, que ya les nublaba las en-
tendederas aunque no la furia de haber sido tras-
quilados tras haber ido por lana.

El forastero y sus hombres los siguieron, aun-


que sólo el primero tenía cuchillo ya empuñado y
un buen poncho de rústica bayeta de algodón, el
cual lió en su brazo izquierdo como protección de

322
22 CUENTOS ESCOGIDOS

tajos traicioneros. A una voz, atacó primero File-


món Sosa, quien lanzó una estocada de arriba ha-
cia abajo, hábilmente frenada por el diestro esgri-
mista de cuchillo, lúcido y sobrio como el que más.

La severa mirada de los peones, que ya tenían


las manos en las cachas de sendos cuchillos cam-
peros, detuvo cualquier conato de agresión de los
otros dos oponentes.

El forastero, mejor preparado y alerta, dio un


tajo rasante y superficial en la frente del retador,
quien quedó desconcertado momentáneamente y
cegado por la sangre. Esto fue aprovechado por
el adversario, quien en un ágil movimiento lo des-
armó hiriéndolo en el brazo derecho.

El beodo quedó paralizado de terror y cayó de


rodillas ante el forastero, quien envainó de nuevo
su estoque.

—¿Hay otro que quiera probar suerte? —les


preguntó irónicamente el tropero—. ¿O quieren
hacerle una apuesta a la mismísima muerte? To-
davía hay resto, señores. Y esta vez no he de ser
tan indulgente.

323
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Y diciendo esto, sacó nuevamente el facón con


el que trazó una raya en el suelo, para delimitar
inequívocamente su posición.

Los otros dos trataron de hacer un amago de


agresión, pero los peones del forastero ya tenían
sus cuchillos firmemente empuñados y en posi-
ción de guardia, lo que los hizo desistir de la ven-
tajera maniobra. Debieron darse cuenta, en me-
dio de sus obnubilados sentidos, que los fuereños
no bromeaban y resolvieron acogerse a una am-
nistía.

—Nos damos por convencidos, señores —dijo


Moscoso, temblando de nervios y frustradas in-
tenciones, que no de coraje—. En otra ocasión
aguardamos a ustedes para la revancha, y que sea
hasta entonces.

Luego asistió a las heridas superficiales de su


compinche, como si nada, lavándolas con caña
brava.

Los troperos acudieron parsimoniosamente a


sus monturas para alejarse de allí, ante la atónita
mirada del bolichero, quien estaba haciendo an-
gustiosos cálculos acerca del modo en que se co-

324
22 CUENTOS ESCOGIDOS

braría el crédito otorgado a sus protegidos, ape-


nas testimoniado por varias rayas de lápiz y una
marca de aliterado pulgar.

Cuando el sonido del trote de las cabalgadu-


ras se perdía en la oscuridad, los tahúres medio
envalentonados por la caña y la frustración, reac-
cionaron tardíamente profiriendo amenazas a los
ausentes en alta voz; quizá en la secreta esperan-
za de que éstos no los oyeran, por si decidiesen
volver a pedirles cuenta de sus estropajosas pala-
bras, tan ajadas como sus barajas.

Lamentablemente, para él, don Hipólito Alva-


renga, el bolichero del pueblo de Itá Ku’i queda-
ría sin la principal fuente de ingresos de su alma-
cén de ramos generales y acopio de frutos del país,
entre los que figuraban sus ingresos por usura y
juegos de azar.

Los cuatro compinches de baraja y tragos, tras


la dura lección recibida, decidieron cambiar de
oficio y desistir de la revancha… por si la próxi-
ma vez desafiaran a la propia muerte sin saberlo.
Y ésta, sí que sabe cobrarse las apuestas al conta-
do rabioso.

325
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

21
De cómo hacer un
relato,
sin perecer en el
intento
No me miren con esos ojímetros expectan-
tes, abiertos como huevos fritos al plato, esperan-
do otro relato cadencioso, murmurante, parlote-
ro, costumbrista y rumoroso cual discurso de gra-
duación; que la saliva se me atosiga en el colodri-
lo y no me vienen las ideas en fila como tren para
turistas bobos. Nunca hay que confiar en dema-
sía por las casquivanas memorias lacerantes; que
también los cicatrizantes olvidos nos llenan, las
oquedades cavernosas de la sabiola del Paraninfo
de los Enajenados y, a veces, las palabras se nos
atragantan en el garguero, como dudando entre
salir o entre sacar y se nos traspapelan en el escri-
torio como colacionados acreedores; motivando

326
22 CUENTOS ESCOGIDOS

engañifas y revoltijo de datos al socaire. Y, que


conste mi previa declinación y renuncia a todos
los boatos de la retórica herética, común a todo
maestro de ceremonias en plumaje de pavos poco
realistas.
Fíjense que no siempre las ideas pueden ser
hiladas, surfiladas, remendadas, zurcidas o entre-
tejidas como peluquín —que también encubre la
cabeza como prótesis poco inteligente—, sino que
requieren un cierto tiempo de maduración como
el buen vino; aunque sin dejar que se pudran de
tanto madurar o claudiquen de tanto esperar. Es
decir, ni tan tan, ni muy muy como podrán ba-
rruntar en el caletre, si la lucidez no se les ha apa-
gado aún en las molleras por falta de pago a la
proveeduría de kilovatios.
Un léxico menesteroso y cojitranco —de
andar en muletillas indecisas— puede ornamen-
tar, apenas, un papiro de cuarta o un tomo de pa-
pel pulpa de segunda en tamaño bolsillo, que, si
no me recuerdan a la Corín Tellado y sus mamo-
tréticos novelones romanticoides, me vuelo el
melón grisáceo con un treinta y ocho marca a la
derecha. O tal vez, a esos bolsilibros Brugueria-

327
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

nos de Marcial Lafuente Estefanía, donde siem-


pre los malos eran bandidos y los buenos eran de
ley, con estrella al pecho y armas llevar. No como
ahora, que uno no sabe de qué lado está cada quien
y las pistolas se sienten a gusto con quienes las
sepa manejar con cariño, como las mujeres y las
mascotas.
Miren que, en literatura no existen misterios
develados, ni avalados por una sintaxis cuadrúpe-
da, solecismos anacrónicos o metáforas mutila-
das por las oxidadas tijeras de la limitación lin-
güística. El modo de pergeñar un relato, leído,
escrito, cantado, oral o telepático, ha tenido con-
suetudinarias variantes a través de los tiempos,
como habrán visto; desde los delirios míticos y
atrozmente discursivos de Homero, pasando por
las kilométricas teogonías míticas y milagreras del
Pentateuco y los que le siguieron, hasta los tiem-
pos actuales pluscuamposmodernistas de la cien-
cia-fricción post-futurista.
Y no me pregunten acerca de ello, pues que
ya se los saben, de pe a pa, por haber participado
antes de esos talleres para señoras gordas, sabi-
hondas vacas profanas y adictos irrecuperables a

328
22 CUENTOS ESCOGIDOS

las letras de entrecasa; que es de heterodoxos qui-


jotes alucinados, el asaltar a gigantes arremolina-
dos, en las mismas barbas del Diccionario de La
lengua, y con galanura desprovista de claudica-
ciones contrahechas o contradichas. Además,
barrunto que algo habrán leído, aunque sea de ojito
y gratirola por ahí, que no me cabe en la encefáli-
ca y su cacumen sospecha alguna en contrario. Si
no, no estarían aquí, rodeándome en corro de cu-
riosos ávidos de emociones, inconfesas como ca-
chondez de novicias menarcas.
Como les decía, un relato no solamente re-
quiere introducción, desarrollo y desenlace; que
también los enlaces cuentan y suman, así como
las extroducciones que, por lo general, no figuran
en los considerandos y desiderandos de esos ta-
lleres tan postineros, finolis y nobiliarios a los que
ustedes acuden, de tanto en tanto, como maripo-
sas fototrópicas y suicidas en busca de traidoras
lucernas de candiles incinerantes.
Si lo miramos mejor, a veces ni siquiera se
requiere de esas entradas del tipo: “había una
vez…”, o, “En los tiempos de…”, cual nos los
suelen empaquetar en algunos libracos para in-

329
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

fantes, como si los escritores de esos engendros


tuvieran el síndrome de Herodes en sus mentes
demenciales.
No. Un relato —de la longitud que fuere—,
es cosa seria como funebrero de tercera clase; que
hay que cuidar de no meter la pata en berenjena-
les ajenos, ni hacer alarde de erudición artificiosa
como corbata de chimpancé, cuando el caso re-
quiera de palabras sencillas, como desayuno de
pobre o cartilla de alfabetización para adúlteros.
Que no les desfallezca el desafío de ningún
Ateneo de contertulios dipsómanos; por profuso
e impenetrable que les parezca el bosque de epi-
fonemas trepidantes y apestillas —perdón, apos-
tillas quise decir— culturosas de periféricos par-
nasos sub decadentes.
Sí. Sé que ustedes están impacientes por oír
un relato que les ponga en pie los pelos del alma;
que les sacuda las fibras cardíacas hasta reventar
en un orgasmo emocional; que les haga gallinear
la piel hasta sudar frío; pero no quiero soltar pren-
da, sin estar ustedes debidamente preparados para
asimilar las nuevas técnicas psicofuturistas, que
este servidor está desarrollando y desenrollando,

330
22 CUENTOS ESCOGIDOS

in abstractum, para el secreto goce de los Silen-


ciosos Sensibles encerrados en alguna ebúrnea
Torre de Marfil.
No cabe desanimarse por el tórrido desierto,
donde el único número es el infinito; donde el úni-
co sendero es el horizonte abierto. Ni trepidar
ante las alambradas restrictivas, ortigas urtican-
tes, zopencos poli necios, o, podencos y gozques,
con más ladridos que colmillos, que tampoco fal-
tan en el discurrir de los caminantes y los alucina-
dos.
Desde el habla lunfardosa y trabucada de los
rioplatenses y sudacas de a caballo, hasta las puli-
das expresiones filológicas de los sedentarios clá-
sicos del idioma, han de brillar por sus fueros en
cualquier palestra vindicadora.
Fíjense que el tres veces grande Jorge Luis
Borges (solicito un minuto de silencio para tan
trascendental y gallarda pluma, hoy omniausen-
te), no pudo haber relatado esas epopeyas cuchi-
lleras, con sabor a callejuelas arrabaleras y com-
padritos de tacón y facón, sin las afanosas manos
y la jocunda verba arrabalera de Adolfo Bioy Ca-
sares; quien llevara a niveles casi culteranos el

331
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

habla salvaje de los mataderos orilleros del sur,


tal como John Dos Passos exaltara al áspero cow-
boy y al bandolero fugitivo de “Pasó por aquí”.
También García Márquez llevó a la literatu-
ra universal —siguiendo los pasos de Elliott, Joy-
ce, Faulkner y otros—, el lenguaje coloquial de la
Colombia profunda, vallenata y visceral. Lásti-
ma es, sin duda, que nuestro experimentado ex-
tinto y eximio (no ex simio, clarinete), don Au-
gusto Roa, haya intentado pulir —cual locuaz or-
febre, munido de maravilloso cincel lexicográfi-
co—, el habla interiorana del Paraguay sin conse-
guirlo, o lográndolo a medias; Quizá haya sido
enredado en la patriada por su bibliofagia hispá-
nica, macerada en queso roquefort à la toulous-
sienne y sagas germánicas Letras lederes, San-
cho, que los molinos patean y el crepuscular gua-
raní se perdería por falta de uso inteligente. Afor-
tunadamente surgieron Correa, Appleyard y Ca-
saccia para evitar su declinación, aunque fuero in-
misericordemente criticados por los pseudopuris-
tas. Por algo será que los perros ladran a la luna;
quizá porque nunca la podrán morder y que las
ganas les hagan provecho.

332
22 CUENTOS ESCOGIDOS

En cuanto a don Mario Vargas Llosa, otro


que le ladra a la luna: pasó, de trosko arrepentido
a idiota útil del primer-mundismo aunque, por
fortuna, sigue escribiendo bien toda vez que le
paguen ídem, que no desdeña dólares o euros para
no perder ese hábito, que no hace monjes ni votos
de pobreza resentida, que no consentida, pero sí
escribas a la orden.
Mas éste que les habla desde el hangar de
mis dientes, no es más que un contador de cuen-
tos que, menester inconmensurable tiene de ore-
jas oidoras y corro de estupefactos en torno. No
hay excesivo lugar, en la literatura contemporá-
nea, para concesiones graciosas al gayo gusto
populachero y zafio, ni para hacer fintas de flore-
te esgrimista al florilegio despalabrado del des-
pelote verbal deslustrado. A veces, menguado y
anémico favor nos hace Salamanca, frente al par-
loteo costumbrista, altisonante y viril que impo-
ne, consuetudinariamente, sus fueros comunica-
tivos en la hispano-parlanchina región austral que
pisotean nuestros extremismos inferiores.
Pero, volviendo al tema del relato, sabrán que
la gestualidad y la oralidad guturalizada han do-

333
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

minado, por milenios, la comunicación humana


anterior a hieroglifos y letra escrita. Luego, pasa-
rían a convertirse las palabras en grafemas visua-
les, papiros, vitelas, estelas, pergaminos o sim-
ples papeles, amarillentos de tanto aburrirse en
librescos laberintos de crípticas bibliotecas, ple-
tóricas de necia erudición florentina, tamizada por
latinajos resucitados, o galicismos anacolutos,
noblesse oblige; cuando no de citas germánicas
con sabor a hierro gótico oxidado, que nunca las
hubiera exhumado el propio Goethe, si me per-
miten acotar.
En los tiempos en que la garganta de los ho-
mínidos no albergaba sonidos coherentes, les digo,
hablaban con gestos, danzas, saltos y gruñidos…
y eran comprendidos por sus congéneres y, hasta
por algunos animales domesticados.
Recién cuando el desaliñado pytecanthropus
erectus dominó su aún áspera laringe, a fuerza de
blasfemias guturales tal vez, pudo articular soni-
dos más o menos inteligibles, dejando de lado los
saltitos y las danzas, más por comodidad, quisie-
ra creer. Aunque continuó, hasta hoy, con los ges-
tos ampulosos de sus simiescos brazos y sacudi-

334
22 CUENTOS ESCOGIDOS

das afirmativas de piloso cacumen ideicida sobre


hombros indecisos, y, una que otra reverencia
untuosa al más fuerte de la tribu. Observen no-
más a los políticos discurseros, especialmente
cuando mienten con enjundioso descaro. ¡Esos sí
que saben hacer cuentos! ¡Sólo que, para idiotas e
infradotados en serie, expelidos de educastrado-
ras instituciones con diligencia digna de mejores
causas!
Pero prosigamos dándoles lata acerca de re-
latos. Una frase acá, coreada discretamente por
la puntuación de rigor; otra más allá, con el co-
rrespondiente condimento saborizador del estilo
y, así, poco a poco, uno va hilando la trama de un
cuento, como pueden ver. Y no me miren con
cara de yo no fui, que soy más explícito que señal
de autopista europea.
Los protagonistas de un relato, ficticio o no,
deben tener apariencia humana y, sobre todo, ser
buenos actores vivenciales de una escena —invi-
sible pero tangible—, de la cotidianeidad dicha-
rachera y jacarandosa… o de la mufa depresiva
en camiseta, que tampoco hay que desdeñarla.
¡Voto al Bello Cuervo!

335
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Ésos, que relataron fábulas acerca de seres


casi sobrenaturales o animales parlanchines no
emparentados con el loro, no merecen la devo-
ción de mi plumífera alcurnia transgresora; pues
son los precursores de la política, de sus provi-
demenciales engendros caudillescos y espadones
acartonados de epopeyas mitológicas y bicente-
narios tan mentirosos cfomo aburridos.
Prefiero relatos acerca de gente común, como
yo, como ustedes, como hijos de vecino, antes que
de dioses, superhombres o ángeles de teología-
ficción.
¡Pues, miren que ese mono sapiens con re-
vólver ha derramado saliva y tinta, para inventar-
se dioses y demonios de utilería a lo largo de va-
rios milenios de mitopopeyas escritas! Y todo
¿para qué?
Para huir de la certeza inexorable de los obi-
tuarios y la nadería —a que está condenado todo
ser viviente con fecha de vencimiento y caduci-
dad de garantía vital—, se fabrica paraísos ultra
sepulcrales literarios, como vano consuelo pre
mortem.. Consuelo de tontos, diría; que la inmor-
talidad es un mito aglutinador de idiotas místicos

336
22 CUENTOS ESCOGIDOS

o desesperados confesos, obnubilados de fobias


prefabricadas. Amén.
Pero veo que ustedes están impacientes por
oír algo que tenga pies, tronco y cabeza; por fago-
citarse un relato que les llegue a las fibras más
profundas, aunque sea con batiscafo imaginario.
Mas como integrantes de este taller, poco formal
y para nada finolis, deben asimilar ciertas reglas
que posteriormente podrán romper a voluntad.
Que para eso están las reglas y reglamentos. Para
conocerlos, acatarlos y luego arrojarlos al olvida-
dero de la Real; ésa que dice que limpia, fija y da
esplendor a no sé qué.
Y no se me pongan en inquisidores bibliófa-
gos ahora, que luego van a rogarme una tregua
licenciosa, o una insípida sopa de letras, para
merendar ideas fictas y frases hechas de gallegá-
ceos orígenes refranescos. En cuanto a la hereje
palabrota, catártica, agresiva y cerril, exige un
párrafo aparte de mi aporte clarificador. Muchos
clásicos contemporáneos las usan y abusan de
ellas; mas soy del parecer que se debe adminis-
trarlas con delicada mesura, para que no pierdan
su bilioso y bullicioso encanto secreto. También

337
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

para que su peyoratividad triunfalista no se dilu-


ya por exceso de uso, como veneno homeopático,
hasta perder su desafiante vis semántica y oligo-
frénica. ¡Y dejen de bostezar, carajo! Que me es-
toy desgañitando la golilla por ilustrarles acerca
de lo relativo de los relatos, mientras ustedes, ¡si-
guen nadando ostentosamente en el aguamanil de
la trivialidad, tratando de hacer olas extemporá-
neas en una palangana tan playa como los maes-
tros de primaria!
Habrán observado —si son linces avizoran-
tes y pespicaces—, que, a veces, la demografía
estilística de mi broncíneo léxico se me ralea un
tanto —quizá por lo que llaman la fuga de cere-
bros— licuando mi capacidad expresiva y deján-
dome la testa algo calva de ideas por dentro.
Es inevitable, pues que no suelo ladronear al
Pequeño Larousse, sino más bien succionar ávi-
damente las tetas de buena leche de la literatura
cervantina y la del Siglo de Oro, copiosa y nutri-
tiva si las hay. Que tampoco soy tan bisoño ni
lepantino manco en esa patriada de plumas, cála-
mos y teclas mecanográficas; pero, oralmente, aún
suelo depender de la grisácea materia memorial,

338
22 CUENTOS ESCOGIDOS

como dice un tango que no recuerdo.


Y esta casquivana entidad, que camina exul-
tante sobre mis hombros como un péndulo al re-
vés, suele engolosinarse —involuntariamente,
quisiera creer— con baratijas impresas, tipo
Reader’s Digest; no siempre fidedignas y, más bien
fide indignas; más que nada por su sospechosa
parcialidad de brújula desmagnetizada con exce-
sivo norte.
No se si me cachan el chamullo, porque los
veo nuevamente con cara de signo de interroga-
ción a medio destilar. Como les decía, un relato
debe tener especias que le den sabor y aroma;
como el humor, el suspenso, la incertidumbre, lo
inesperado, lo caótico a veces, adobado con una
pizca de relaciones humanas; sin caer en esa atroz
cursilería, a la que los decadentes llaman “roman-
ticismo”; los modernistas, “enroque sentimental”;
los posmodernistas, “empatía” y, los pre futuris-
tas, “erotismo feromonal”. Todas esas figuras no
siempre son coincidentes, ni reincidentes, aunque
incidenten al relato.
Es cierto que muchos cuentos empiezan por
el desenlace y hacen cangrejadas a posteriori; es

339
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

decir: reculan hacia el principio, como buscando


un retorno al caliginoso útero de la imaginación;
o quizá como una suerte de ruptura cronológica
con lo lineal.
Mas todas las posturas y pasos retrogresivos
son lícitos para tramar un argumentum.
Muchas páginas se han escrito, pero sobre
sus incidencias no hay nada escrito; sobre gustos,
tampoco. Los más imaginativos, hacen relatos de
ficción pura; los otros, se basan en lo histórico
documental pre-digerido y prestidigitado.
Los más, prefieren correr por los trillados
senderos de lo banal y archiconocido, haciendo
refritos de leyendas o “casos” de la tradición oral.
Es decir: mera recopilación folletinesca. Así como
Horacio Quiroga hiciera refritos de Kipling, aun-
que a la sudamericana.
También la locura puede ser un buen tema
de relatos metapsicológicos, como la tragedia “Der
Jügend Werther” de Goethe, o los cuentos maca-
bros de Poe, Lovecraft, Stoker, Blackwood, Ma-
chen y Hawthorne, por citar algunos. Las trans-
gresiones brujeriles, ya caen en la tercera opción,
pues no pasan de meras recreaciones de los archi-

340
22 CUENTOS ESCOGIDOS

vos de la non sancta inquisición y sus horrendos


pre juicios de potro, bota y empolgueras. No
siempre he trepidado en denostar contra tantos y
tontos escribas, abarrotados de truculencia gratui-
ta, como menesterosos o desdeñosos de imagina-
ción y humor; que es, a la literatura, lo que la sal
al condumio y —debo creer asimismo, sin amba-
ges— lo que el corazón a la mujer.
Hay gente que apenas puede comprender
guasas de grueso calibre o chistes chabacanos…
y demora en digerir chascarrillos más finos, de
ésos de salón y tertulia trasnochada de cafetines.
Eso sí, las literaturas macabras y tanatofílicas le
caen como un guante a cualquiera. Si no me creen,
vean la cantidad de relatos de terror y películas de
dar pánico a los menos avisados. ¡Y miren que
esos engendros pseudo fantásticos venden como
pan caliente! Pero ¡guarda la tosca! Que eso es
una forma de apología del terror y la violencia,
digo yo. ¡Voto a Belcebush! Pero no se me duer-
man, que el púlpito dicharachero me va quedan-
do chico para la aclaratoria acerca de cómo hacer
un relato con todo y barahúnda bataholística.
Ahora, cada uno de ustedes tiene la posta para no

341
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

pasar al congelador de ideas, y, para la próxima


sesión me traen un relato breve de su cosecha, con
tema libre y un máximo de diez carillas a espacio
y medio.¿Cómo me van a pedir una relación rela-
tiva de la confección de un relato, si de eso les
estuve parloteando toda la tarde? ¡Que les vaya
benetton y que les garúe finillo! ¡Y saluden de mi

parte al Manco del Espanto!

342
22 CUENTOS ESCOGIDOS

22
El día que florecieron
las espinas
Al niño que fui alguna vez.

Los adultos solemos estar vacunados —inmuni-


zados, diría— contra la pueril capacidad de asombro; una
vez alejados definitivamente de la infancia, por esas co-
sas de la edad y el inexorable discurrir del tiempo que se
lleva nuestras vidas por delante, nos volvemos pragmá-
ticos y hasta cínicos. Son muy pocos los adultos —este
servidor entre ellos— que recuerdan su infancia, con las
impresiones causadas en esa maravillosa época, cargada
de magia y donde lo imposible dejaba de existir para en-
carnarse en lo maravilloso.

Ya no nos dejamos impresionar, hogaño, por las


pequeñas maravillas de lo cotidiano; por los diarios mi-
lagros que ocurren en nuestro entorno; por lo insólito
oculto bajo el velo de lo obvio. Como si ya lo supiéra-
mos todo y nuestras urgentes prioridades nos impidieran
ver lo importante.

343
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Un nido con polluelos brotados de aparentemente


frágiles e inanimados huevos; una flor que despliega sus
corolas para ser libada por insectos polinizadores; un
eclipse lunar… o cualquier otra manifestación de la me-
cánica cósmica que nos llevaba a cuestionar mitos crea-
cionistas metafísicos en pro de realidades turgentes.

En fin, cosas sin aparente importancia, pero que


muestran los cotidianos milagros de la naturaleza en su
lucha por la supervivencia y evolución, a lo largo, ancho
y ¿por qué no? alto del planeta, que las aves también
tienen su espacio aéreo ajeno a nosotros y a la Ley de
Newton, pese a nuestra envidia de no poder volar, aun-
que sea con la imaginación.

Mas cuando fuimos párvulos, movedizos y curio-


sos, no perdíamos ocasión de asombrarnos de todo, o
casi todo cuanto percibieran nuestros sentidos.

Por supuesto que, primero debíamos apartarnos de


la rutina prosaica de nuestros hogares, donde la formali-
dad más pacata y acartonada imperaba desde la adusta y
severa adultez de nuestros mayores, que parecían haber

344
22 CUENTOS ESCOGIDOS

olvidado adrede sus épocas de infancia; como si hubie-


sen nacido adulterados de origen.

El Misterio estaba omnipresente en la naturaleza


y lo disfrutábamos sin inhibiciones ni rubores. Y eso
que la hemos pasado en la ciudad —no importa cuál, que
no viene al caso—, donde era raro hallar naturaleza en
estado salvaje, fuera de fríos parques, bien cuidados, eso
sí, pero con prohibiciones de pisar el césped y trepar a
los árboles… y algún descuidado terreno baldío de por
ahí.

Mas tampoco estos últimos abundaban, a causa del


celo de las autoridades comunales, que obligaban a pro-
pietarios a tenerlos limpios y despejados de alimañas.
Pero la magia estaba en algún rincón, acechando por no-
sotros. En cuanto a los parques y plazas, eran terrenos
planos, en parte empastados y con algunos árboles, ca-
rentes de pilas de arena, charcos y zanjas, que eran nues-
tro encanto principal y exclusivo coto de caza de mara-
villas.

Y justamente eran, la maleza y las alimañas las


que atraían nuestra atención. Casi todos teníamos en
nuestras casas alguna que otra planta, generalmente cau-

345
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

tivas en personalizadas macetas y tiestos de flores, algo


de césped y uno que otro árbol —si podíamos darnos ese
lujo— y paremos de contar. Las calles, con sus escasos
y raquíticos árboles luchando con el cemento y el asfal-
to, poco servían a nuestros exploradores afanes, salvo
para disputar uno que otro partido de fútbol sui géneris,
en horas de escaso tráfico.

A nuestra corta edad, no teníamos permiso para ir


muy lejos a jugar; por lo que nos estaban vedados arro-
yos, bosques y campos, que rodeaban las arrabaleras pe-
riferias de la ciudad, como un misterioso cinturón ver-
dioscuro que parecía querer apretarla en defensa propia.
Apenas podíamos incursionar en la vecindad, dentro de
las más estrictas precauciones impuestas por los estira-
dos y medrosos adultos de nuestras familias.

Éramos una pandilla de mocosos harto observa-


dores y lectores insaciables de esos librejos de aventuras
para chicuelos; como Robinson Crusoe, Las minas del
rey Salomón, Tarzán de los Monos y tantos otros que no
recuerdo ahora mismo. Nos intercambiábamos libros,
especímenes colectados en nuestras correrías aledañas y
una que otra información sobre casas abandonadas, bal-
díos y doquiera hubiese malezas y alimañas para nuestro

346
22 CUENTOS ESCOGIDOS

casi salvaje solaz.

Cierta vez, uno de los nuestros descubrió una casa


abandonada y en pie de puro milagro, con abundancia de
ubérrima maleza, y fauna variopinta como para satisfa-
cer nuestra curiosidad. ¡Y situada a menos de dos man-
zanas de nuestra aburrida cuadra!

Un domingo —libres ya de nuestras obligaciones


escolares y de las otras—, nos reunimos entre siete rapa-
ces para explorar dicha propiedad. De paso nos “equipa-
mos” como esos exploradores de historieta, para jugar a
“buenos” y “malos” entre nosotros.

Sobrecogidos de cierto temor, ante el misterio que


nos aguardaba, conseguimos infiltrarnos por una estre-
cha abertura de una de las carcomidas puertas que can-
celaban aquella ruina. El edificio era una casona de esti-
lo suntuoso pero demodée, probablemente de los inicios
del siglo XX o fines del anterioor, cuyas puertas fronta-
les estaban, además de carcomidas de humedad y termi-
tas, herméticamente cerradas al igual que sus ventanas,
lo que acentuaba la penumbra casi mágica de sus vastos
interiores.

347
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Tras sortear el primer obstáculo, los siete nos di-


vidimos en dos grupos de tres, mientras el mayor hacía
de vigilante para avisarnos de posibles intrusos que nos
pusieran en evidencia. La clandestinidad tiene sus ino-
bjetables encantos; teníamos conciencia de estar allí vio-
lando, no sabíamos qué ley, pero gozosos de tener un
coto de caza exclusivo para nosotros.

Yo me hallaba entre el grupo dos, encargado de


reconocimiento del patio interior del edificio, que otrora
había sido una opulenta residencia de alguna familia pu-
diente, hogaño quizá venida a menos. Tenía un amplio
patio, lleno de arbustos, árboles frondosos de mango,
atiborrados de pájaros, lagartijas, camaleones e insectos
de toda especie. Las malezas ya dominaban el entorno y
me llamó la atención una enmarañada santarrita que cu-
bría uno de los corredores, con más espinas que hojas
(era invierno, lo recuerdo bien).

Esta planta ya había derribado sus podridos so-


portes que, en tiempos perimidos de holgura económica,
habían constituido una suerte de enramada de sombra.
Mas ahora se arrastraba por los corredores y formaba una
casi impenetrable maraña con sus amenazantes espinas,

348
22 CUENTOS ESCOGIDOS

cortas éstas, pero agudas y dolorosamente desgarrantes.

Los otros exploraron cada rincón —con no mucha


minuciosidad a causa del tiempo limitado—, a fin de hacer
una suerte de inventario para futuros juegos. En un os-
curo rincón, hallamos a una perra callejera pariendo ca-
chorrillos, lo cual fue nuestro hallazgo de valor.

Esto nos permitió experimentar nuestra primera


lección de biología en vivo, acerca de los mamíferos que,
según decían nuestros mayores, venían importados de
París por vía aérea; según otros, incubados dentro de un
repollo. La perra nos miró y gruñó agresiva, como para
mantenernos a buena distancia de su neonata prole; pero
poco caso hicimos de ello e intentamos ganarnos su con-
fianza, arrojándole algunos trozos de comida de nuestras
provisiones.

Lagartijas, arañas, cucarachas y ratones corretea-


ban por la penumbra imperante en ese submundo encan-
tado, cual residencia de alguna mítica bruja o mago mi-
sántropo. No percibimos que el tiempo nos estaba de-
jando atrás, hasta que la oscuridad íbase totalizando en
el tétrico paisaje interior de la derruida casona, encorti-
nada de telarañas.

349
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Cuando era casi imposible divisar nada a menos


de un metro, decidimos salir de allí, para retornar en otro
momento a proseguir nuestro juego exploratorio. No sin
capturar dos lagartijas, un ratón y media docena de ara-
ñas “pollito”, tan impresionantes como inofensivas.

Al salir a la calle, nos dimos cuenta de lo tarde que


era. El sol bostezaba ya en el horizonte disponiéndose a
dormir. A toda prisa nos dirigimos a nuestros hogares
preparándonos para los reproches de rigor, pero decidi-
dos a retornar lo antes posible a nuestro recién descu-
bierto continente de las maravillas.

Tras la filípica paterna por causa de la demora in-


justificada, pude esconder mi preciado botín: una lagar-
tija común, que fue a parar a un terrario de cristal y una
peluda araña, destinada al mismo sitio. Mi terrario esta-
ba cerca de la ventana de mi cuarto, conteniendo plantas,
insectos, especialmente hormigas y cuanto éstas pudie-
ran apetecer a fin de que no salieran a buscar pitanza al
exterior. Me lo había construido mi padre, con vidrios
viejos y armazón de madera. Era bastante grande y cons-
tituía un ecosistema liliputiense, aunque la palabra eco-
logía era impensable por esos días de mi infancia. Quizá

350
22 CUENTOS ESCOGIDOS

por lo innecesaria… aún.

La ansiedad por retornar al mundo encantado que


habíamos descubierto era tal, que durante varios días
apenas dormía a causa de la taquicardia y la imaginación
descontrolada. Hasta soñaba con la santarrita enmara-
ñada, obstaculizando el largo corredor del ala izquierda
de la decrépita residencia, que había conocido mejores
tiempos sin duda.

De todos modos, me entretuve con las andanzas


de la lagartija que no perdía ocasión de zamparse algu-
nas hormigas de tanto en tanto, tras vanos intentos de
escapar de allí. La araña en tanto, pudo hacerse de un
hoyo en el terrario, pese a las hormigas. Para entonces
ya se había manducado a un par de saltamontes, que tam-
bién medraban entre las diminutas plantas. Me propuse
reponer lo perdido y cazar más saltamontes para mante-
nimiento del terrario.

Al siguiente domingo, no perdimos tiempo en re-


tornar todos juntos a media mañana, equipados como para
un paseo campestre, con todo y vituallas. Esta vez con
el temor algo atemperado y con la curiosidad bastante
más incrementada, revisamos habitaciones, instalaciones,

351
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

patios, buhardillas y no dejamos rincón sin explorar. Por


mi parte, acudí respetuosamente a donde campeaba la
ahora salvaje santarrita, que ocupaba buena parte de mi
imaginación. En ella, la veía como una suerte de mons-
truo marino con innumerables tentáculos, como una suerte
de Gorgona, o algún proteiforme extraterrestre, o planta
carnívora de algún perdido continente de fantasía.

Como dije, todo me resultaba fantástico y maravi-


lloso, gracias a la infancia y, quizá ¿por qué no? a los
libros que dispendiosamente me obsequiaba mi padre.
Ese día retornamos bastante más temprano, gracias a que
uno de los nuestros consiguió abrir una ventana que daba
al amplio patio; lo que permitía el ingreso de luz, pero no
llamaría la atención a fisgones del exterior. De tal mane-
ra se atenuaba un poco la penumbra interior y nos tenía
al tanto del avance del sol, que era nuestro único reloj.

Tras varias incursiones a “la casa encantada” —


como dimos en denominarla—, el invierno tropical fue
retrocediendo ante el avance incontenible y arrasador de
la primavera. Esto último es importante, por varias ra-
zones. Los árboles estaban cada vez más pletóricos de
nidos; la perra callejera tuvo tiempo de trabar amistad,
interesada si cabe, gracias a los restos de comida que, de

352
22 CUENTOS ESCOGIDOS

tanto en tanto, alguno de nosotros dejaba cerca de la aber-


tura de ingreso, obvi´qndole de ajetrear basureros. Sus
cachorros ya estaban algo más crecidos aunque maman-
do aún; las malezas interiores comenzaban a florecer y
la temperatura era menos fantasmal que en los primeros
días de nuestras incursiones.

Nuestra aguda mirada iba notando los cambios


estacionales dentro del micromundo de la casona, así
como la proliferación de nuestras adoradas “alimañas” e
insectos. Hasta la aparentemente agresiva y casi reseca
santarrita estaba reverdeciendo y echando hojas al aire.
Los demás amigos ya comenzaban a jugar con la perra y
sus cachorros, a quienes prodigaban mimos inocentes.
Pero mi atención estaba focalizada en la santarrita, sus
tímidas hojuelas pálidas y… sus espinas que parecían
aguardar intrusos para deshacerlos con arañazos.

Fue en esa primavera —aunque ciertos recuerdos


se me diluyen—, en que se me manifestó un fenómeno
casi mágico y feérico.

Estábamos, como de costumbre, preparándonos


para jugar a intrépidos exploradores científicos en la ca-
sona, cuando pasé junto a la santarrita reverdecida y de-
safiante. Allí me pareció percibir que sus agresivas espi-

353
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

nas estaban abriéndose y ¡floreciendo! como si tal cosa.

A los gritos, llamé a mis amigos para observar el


suceso, pero cuando éstos acudieron, las espinas volvie-
ron a tomar su forma habitual. Es innecesario mencio-
nar que los amigos comenzaron a burlarse de mí y de mi
“visión”, pero yo seguí en mis trece. En seguida se des-
bandaron por el patio y volví a percibir lo mismo. Pero
esta vez, con flores de verdad, de color rojo intenso y
pasional, lo recuerdo.

Mas desistí de convocar a los otros, ante la indi-


ferencia que demostraron antes. Preferí quedarme allí,
embobado, si cabe la expresión, viendo las corolas de
tres pétalos abrirse como copas de sangre en alguna mis-
teriosa ofrenda ritual.

Los otros se dieron cuenta de mi arrobamiento y


volvieron a rodearme, pero no dije nada. Tampoco ellos
parecieron ver nada más que espinas al acecho, y, tras
sacudirme para salir de mi arrobamiento, me indicaron
que era hora de zarpar a nuestras casas. Apesadumbrado
obedecí a la señal, aunque deseaba quedarme a develar
el misterio de las espinas en floración, pese a las pullas
de los compañeros de aventura.

El día siguiente fue de asueto escolar, por no re-

354
22 CUENTOS ESCOGIDOS

cuerdo qué fecha religiosa. Aproveché para levantarme


temprano, desayunar de prisa y partir raudamente hacia
la casa de marras sin la incrédula compañía de mi pandi-
lla. No demoré en ingresar a ella y dirigirme a donde se
hallaba la planta misteriosa.

La santarrita parecía aguardarme a mí, en una suer-


te de lenguaje secreto e invisible. Apenas estuve frente a
ella, cuando sus retorcidas ramas parecieron moverse y
¡sus espinas volvieron a abrirse en floración! Como si tal
fenómeno fuese preparado para mí y para nadie más que
para mí.

Largo rato me quedé frente a ella, hasta que, una a


una todas sus flores fueron cerrándose lentamente para
tornarse nuevamente espinas vulgares y silvestres. Ello
me pareció una suerte de señal en código, aunque no pude
interpretarla hasta varios días después.

El domingo subsiguiente, volvimos con mis seis


compañeros a la casa, pero ésta estaba ya en proceso de
demolición y ya la habían desmalezado totalmente. Las
puertas estaban apiladas al costado de uno de los corre-
dores, la santarrita había desaparecido destroncada y frag-
mentada por diligentes obreros. Tan sólo los árboles es-

355
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

taban en pie, aguardando quizá su final anunciado por el


avance del progreso edilicio.

Ya no pudimos jugar allí pues, por seguridad, el


sereno dejado por la empresa de demolición nos advirtió
que el techo estaba a punto de ser desmantelado y era
preferible evitar algún accidente. Entristecidos, nos ale-
jamos de la casona para retornar a nuestros hogares. Una
semana más tarde, ya ni los árboles quedaban en el solar.
Lo que quedaba de la otrora fastuosa residencia, eran
apenas escombros informes, que no tardarían en ser des-
pejados del solar para dar lugar a una nueva construc-
ción en cierne.

Para entonces estábamos un poco más crecidos y


ya teníamos permiso para salir los domingos hacia los
suburbios en busca de naturaleza viva. Mas cada tanto,
nos llegábamos hasta el solar, donde se estaba irguiendo
otro edificio, más alto, más funcional y menos elegante
quizá que el anterior, pero también mucho menos huma-
no. Supuse que no pasaría de otra mole de cemento y
cristales, para apartamentos, estrechos como la mentali-
dad de sus proyectistas y destinado a vivienda de cuer-
pos sin alma.

Nunca mencioné a nadie acerca del fenómeno

356
22 CUENTOS ESCOGIDOS

mágico que me tocara presenciar, pero hasta hoy, tampo-


co me he olvidado del día en que florecieron las espinas, para mí y

sólo para mí.

357
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Palabras
finales
A un (a) estudiante

de Humanidades .
Sé que más de una vez te habrás sentido frus-
trado y aburrido durante tu pasantía en aulas, como
si no valiera la pena continuar leyendo, aprendien-
do, dejando de lado diversiones juveniles y amis-
tades divertidas —adolescentes como tú— para
sumergirte en el aparentemente árido mundo de
las cifras y las frases. Te comprendo. Yo he sido
joven como tú y presa de los mismos resabios y
rebeldías, de los mismos sentimientos y temores…
casi siempre infundados... pero míos.

¿Sabes? Lo que siempre me ha sostenido


en mis tribulaciones es la voluntad de no rendir-
me ni claudicar ante las aparentes dificultades que
demandaban los libros, maestros y profesores,
aunque en el fondo sabía o intuía que los amaba
pese a todo.

Es cierto, he sido rebelde, e incluso fui azu-

358
22 CUENTOS ESCOGIDOS

zado por mi padre para serlo… con la condición


de fundamentar y argumentar racionalmente el por
qué de mis reluctancias y disidencias.

—No acepto el NO sin lógica que lo respal-


de —me solía decir él—. Si no puedes explicar
los motivos de tu rebeldía con argumentos razo-
nados, es que no los tienes. Pero si los tuvieses,
que tus argumentos sean válidos, comprensibles
y certeros. Acepto una rebelión contra las injusti-
cias y las arbitrariedades. Es más, incluso contra
quienes abusen de ti y contradigan tus valores.
Nunca debes ser un manso borrego ni transigir en
tu lucha por ser y crecer dentro de los principios
éticos. Debes romperte, pero nunca doblegarte
ante los necios, ante los malos, ante la mentira.

Si para defender tus justas convicciones de-


bas empuñar espada; que no tiemble tu brazo en
la lid.

Sé prudente, pero no cobarde. Sé temera-


rio, pero no suicida; Sé tú mismo y no una carica-
tura de los demás. Lucha por Ser antes que por
tener y no confundas necesidades con deseos.

Si debes elegir un camino para avanzar, es-

359
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

coge el más recto.

Es cierto que una recta es la distancia más


corta entre dos puntos; pero no siempre el camino
más corto es el más recto. Recuérdalo siempre.

Sed rebeldes, hijos; pero sed justos, y seréis


victoriosos en la vida.

Tal vez te preguntes el por qué y el origen


del mandala espartano "tetraskelión". Te diré que
los jóvenes de Esparta al entrar al servicio de su
patria hacían cuatro juramentos: no retroceder en
el combate; respetar las leyes de su patria; obede-
cer a sus pritanes (magistrados) y morir en com-
bate por la patria. Pues la historia de Leónidas y
sus 300 hoplitas caídos en las Thermópylas me ha
servido de inspiración a lo largo de mi vida adulta
y adopté el tetraskelión como divisa personal.

Pero esto no significa que vais a competir


contra otras personas, sino que la batalla será para
vencer a la ignorancia, al prejuicio, a la pereza y a
la injusticia en todas sus manifestaciones. Vues-
tros aliados y enemigos NO están a vuestro alre-
dedor… sino dentro de vosotros.

360
22 CUENTOS ESCOGIDOS

Conócete a ti mismo” decía Sócrates… y


conocerás el universo. Y no olvides manejar el
pensamiento, la palabra y la acción... en ese or-
den. Sé consecuente con tus acciones y coherente
con tus pensamientos.

Chester Swann el lobo estepario.

361
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Chester Swann, el Lobo Estepario.


Rudi Torga (1999)

Conocí a Chester en 1970, cuando daba talleres de


teatro en la Misión de Amistad y se me acercó cierto
día con dos amigas suyas de magnífica voz, quedando
los tres ligados al proyecto "Barricada" de teatro
popular moderno. Desde entonces hemos sido amigos
y aprendí tanto de él como él de nosotros.

Nació en Guairá, Paraguay, en plena II Guerra


Mundial (1942), por lo que desde pequeño abrevó
literatura, tecnología punta y fantasía científica de las
manos de Chesley Bonnestell, Julio Verne, Theodore
Sturgeon, Hugo Gernsback, Willy Ley, Arthur Clarke,
Isaac Asimov y otros literatos e ilustradores de la
naciente era espacial, que dieron vida a los sueños de
Werner von Braun el pionero alemán de la
astronáutica americana.

Vivió su infancia en Argentina, donde sus padres


exilados del 47 residieron hasta 1954 en que retornaría
al Paraguay.

Desde los seis años estudió guitarra iniciándose


en la música y, desde los diez años, en el dibujo,

362
22 CUENTOS ESCOGIDOS

aunque hizo algo con lo primero como cantautor y con


lo segundo como ilustrador y artista gráfico. Vaya
esta reseña como una introducción a sus cualidades de
comunicador social nato, ya que siempre creyó que
todo lenguaje artístico responde a una necesidad
visceral de comunicación. Y él maneja varios.

Algunas pinturas y diseños suyos pueden verse en


www.portalguarani.com y en su sitio
www.chesterswann.blogspot.com (La chispa).

Luego de su retorno al país (1954) y tras fallidos


intentos de adaptarse al opresivo sistema del régimen,
se convierte en un «rebelde con causa», pero sin
involucrarse en movimientos políticos ni cenáculos
intelectuales de moda, prefiriendo ser un «lobo
estepario» y creando sus propios espacios de expresión
testimonial.

En 1977 ingresa al diario ABC color y luego a LA


TRIBUNA, participando en exposiciones colectivas y
haciendo periodismo de opinión y humor. Es
artesano, escultor, músico y poeta subterráneo, siendo
convicto de co-fundar el «movimiento del rock
nacional» con algunos pelilargos de los 70, aunque
prefiere considerarse un músico contemporáneo Dos *

363
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

galería ARISTOS y en el Centro de Balderrama, fue la


más numerosa de su producción y su primera muestra
individual, a la que siguió COSMOS color y forma,
patrocinada por el Club de Astrofísica del Paraguay en
1987 y otras muestras colectivas en su actual residencia
en Luque.

Participó con humoristas e ilustradores en seis


muestras sucesivas de Humor e Historieta, colaborando
con el diario HOY y otros medios locales, como “El
raudal” donde hizo periodismo de humor ácido hasta su
desaparición.

Ahora colabora con periódicos alternativos como “E´a”


y Plural y sus “Cartas Ciudadanas” por la web, tras
buscarse un sitio en el ciberespacio donde sigue
incordiando hasta hoy.

A veces hace intervenciones fugaces (perocerteras,


según otros oyentes) en Raddio Libre y Radio Fe y
alegría.

Hasta 1999 dirigíó Radio Ara Pyahú (Tiempo Nuevo)


FM 107.5 de su comunidad luqueña y ha trabajado en
el Comité de Educación de la Cooperativa Multiactiva
Luque Limitada, donde aportó algunas ideas en los
emprendimientos educativos de esa institución.

364
22 CUENTOS ESCOGIDOS

También fue colaborador del Instituto de Desarrollo


Comunitario IDECO, en tareas de educación cívica,
popular y participativa; en el Centro de Educación y
Capacitación para el Desarrollo (CEFOCADES) sobre
temas cooperativos.

Actualmente ilustra libros educativos y literatura


mítica de don Félix de Guarania para una conocida
editorial asuncena, y entre otras cosas, infografías y
diseños por computadora, escultura en cerámica,
aunque de tanto en tanto, escribe prosa y poesía o
compone algo para matar el vicio y quizá arrancarse
del alma el dolor de su país y su planeta. Está incluido
en el «Diccionario de la Música del Paraguay» de Luis
Szarán, como guitarrista y compositor, teniendo varias
obras testimoniales en su haber. En la versión 2000 del
VI Concurso de Cuento Breve del Club Centenario de
Asunción, obtuvo el Primer premio, habiendo sido
finalista o ganador en varios otros posteriormente.

Es autor además, de la composición musical para la


obra de teatro-danza «Kambuchi», la musicalización
con letra de la obra de Darío Fó «Aquí no paga nadie»,
representada por el elenco municipal en abril de 1996,
además de poesía juglaresca y artículos de prensa. No

365
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

desdeña ningún lenguaje expresivo, sea gráfico,


musical o de cualesquiera tipos o géneros. Toda vez
que tenga algo que decir, claro está. De lo contrario,
enmudecería para siempre.

De tanto en tanto es convocado con otros colegad


dibujantes a la muestra “Chake!” de humoristas
gráficos e historietistas paraguayos, con quienes
mantiene cordiales relaciones, aún hoy en que se alejó
un poco de la vida pública para tener tiempo de
escribir, siendo éste su trigésimo volumen.

Es que este personaje ha sido siempre un enigma,


incluso para él mismo.

Por tanto ha resuelto romper su silencio de años y dar


testimonio de

Dos siglos: el de la violencia… y el de la esperanza.

OTRAS OBRAS DEL AUTOR

* Verso averso (Poemario y canciones)

366
22 CUENTOS ESCOGIDOS

* Los dioses pueden morir (Novela.)

* Cuentos para no dormir (Cuentos.)

* Cuentos para no soñar (Cuentos.)

* Cuentos para no despertar (Cuentos.)

* Cuentos inenarrables (Cuentos

* Carne humana (Novela.)

* El andariego alucinado (Novela.)

* Leyendas del Futuro (Novela.)

* Galaxia de las Pasiones (Novela.)

* Sangre insurgente en los surcos (Novela.)

* Razones de Estado (Novela.) Editada


en 2005 por CRITERIO

* Con la bendición del Diablo (Novela.)

* Balada para un ángel blasfemo (Novela.)

* ELLA... la sombra rosa del poder (Novela)

* Cadenas de Libertad (Novela)

* Pascua de Dolores (Novela)

* Letanías blasfemas (Novela)

367
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

Arriba: con una de sus guitarras en su hogar de lueur, tal vez inspirán-
dose para alguna canción testimonial en 1985. Abajo: en compañía de
don Augusto Roa Bastos y de su familia en 1997. Su esposa Sharon y
sus hijos Ariana Melody y Brenn Daymon. Don Augusto recibe una
artesanía en cerámica de Chester.

368
22 CUENTOS ESCOGIDOS

EX LIBRIS
Luque, Paraguay, 2011

369
Colección Nueva Narrativa Paraguaya — Chester Swann

370

Das könnte Ihnen auch gefallen